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“LA CORROSIÓN

DEL CARÁCTER”,
RICHARD
SENNETT

“La corrosión del carácter” de Richard Sennett analiza cómo el “nuevo capitalismo” ha
cambiado el significado mismo de uno de los pilares que vertebran la cohesión social: el
trabajo. En clave antropológica y con la lucidez que caracteriza sus textos, Sennett nos sitúa
ante un espejo que refleja muchos de los cambios que desde años hemos estado viviendo sin
apenas ser conscientes (o pararnos a pensar sobre ello). La investigación etnográfica que lleva
a cabo el autor, por medio de entrevistas y observación empírica, nos acerca cuatro perfiles que
ejemplifican a la perfección cómo ha ido modelando el capitalismo el ámbito laboral, a través de
estrategias políticas, sociales, éticas y representacionales. Richard Sennett relaciona este
cambio en la concepción del trabajo con su efecto en el carácter de los trabajadores,
entendiendo el carácter como la relación con “los rasgos personales que valoramos en
nosotros mismos y por los que queremos ser valorados”(Sennet, 2000, 10).
La propia estructura del libro, compuesta por un prólogo y ocho capítulos, nos da una idea
panorámica de cuáles son las claves de esta transición del capitalismo antiguo al
neocapitalismo. Deriva, rutina, flexible, ilegible, riesgo, ética del trabajo, fracaso, son
palabras que componen la nube de tags que define cómo el trabajo es un factor vital en la
formación del carácter. En esta correlación, hay un elemento que adquiere un protagonismo
singular y es el tiempo. La importancia del tiempo como agente transversal a nuestra existencia
es indudable, siendo uno de los objetos de estudio más explorados de la Historia. Grandes
filósofos como Aristóteles, que dedicó parte de su pensamiento a su análisis, hicieron visible la
incertidumbre que se esconde bajo este concepto. En la Grecia antigua ya se identificaba el
tiempo con nociones como la de movimiento, transición, existencia, cambio… y son estas
nociones las que contextualiza Sennett en la redefinición que el nuevo capitalismo ha provocado
en la parábola tiempo -existencia – trabajo. Según nos explica el autor, el cambio en la
concepción del tiempo es muy palpable en apenas una generación familiar. A través de las
experiencias de Rico, un ingeniero eléctrico en la treintena que ha trabajado en grandes
empresas como asesor tecnológico, profundizamos en la discordancia que existe entre él y su
padre a la hora de afrontar una misma cuestión: el tiempo como recurso. El padre de Rico, Enrico,
trabajó toda su vida como portero con el objetivo vital de poder servir a su familia y, más
concretamente, poder pagarle una carrera universitaria a sus hijos. Para la generación de Enrico,
a la que pertenecen nuestros padres, el tiempo era lineal y los logros acumulativos. Rico, que es
el producto de este deseo explícito de su padre de ascensión social, rechaza el camino seguido
por Enrico burlándose de los que como él, han sido “esclavos del tiempo”. Esta nueva generación
a la que pertenece se enfrenta a un “tiempo atemporal” (Castells, 2009, 62) que disuelve la lógica
de los acontecimientos. El futuro se presenta brumoso y los planes vitales dan paso al lema
“nada a largo plazo”. En este escenario, los mercados no respaldan las actitudes inmóviles
porque son demasiado dinámicos como para permitir “hacer las mismas cosas cada año, o,
simplemente hacer la misma cosa”. Es así como nacen nuevas estructuras de poder y control
que en la búsqueda de flexibilidad y su huida de la rutina, han alterado el significado del
trabajo poniendo el acento en tres aspectos: la reinvención discontinua de las instituciones,
laespecialización flexible y la concentración sin centralización. Esta continua llamada al
comportamiento flexible como dependiente directo del deseo de cambio, de ruptura con lo que
nos ha precedido, tiene consecuencias particulares en nuestra percepción del tiempo y en la
forjación de nuestro carácter. Según Sennet, nos encontramos ante un cisma que decisivo e
irrevocable que provoca que “el presente se vuelva discontinuo del pasado” (Sennett, 2000, 49).
La desagregación vertical, los estrictos controles de calidad o la reducción de puestos de trabajo
son algunas de las consecuencias de esta política que atiende a medidas de productividad
complejas, pero que presenta serias dudas a la hora de valorar si la época actual es más
productiva que el pasado más reciente. Una de las particularidades de nuestras sociedades son
precisamente las demandas cambiantes del mundo exterior, las cuales suponen un desafío para
los mercados y se acometen con políticas económicas en las que el poder sigue emanando del
Estado, pero la diferencia se encuentra en el modo en el que la sociedad define el bien común.
Richard Sennett identifica dos modelos: el modelo renano (propio de los Países Bajos,
Alemania, Francia y otros países de la Unión Europea) y el modelo anglo-americano (presente
en Reino Unido y EE.UU). En el primero de ellos, el poder es compartido con sindicatos y
empresas y está presente el Estado de Bienestar que es de donde emana el sistema de
pensiones, la educación y la sanidad. En cambio, en el anglo-americano el sistema burocrático
estatal está subordinado a la economía y la red de seguridad estatal que proporciona el estado
es muy baja. Ambos modelos tienen debilidades que son soportadas por la ciudadanía; en el
modelo renano, los niveles de desempleo son altos, mientras que el modelo anglo-americano se
enfrenta a grandes desigualdades en los rangos salariales.
A la economía de la desigualdad, que tiene una trascendencia global, hay que sumarles nuevas
formas de poder desigual y arbitrario que surgen tras esta nueva organización del trabajo dentro
de las organizaciones. Éstas ya no responden al esquema de estructuras jerárquicas, sino que
se aligeran en la base y se conciben, según la definición de Harrison que nos evoca Sennett
(2000), como una “red de relaciones desiguales e inestables”. En este contexto, la pregunta que
nos hacemos es:¿cuál es el rol del líder y de dónde emana su liderazgo? La nueva ética del
trabajo, tal como la denomina el filósofo, ha construido el rol del líder basándose en una suerte
de ilusión óptica. Los nuevos líderes han pasado de ser jefes a autodenominarse
facilitadores, mediadores, gestores de los procesos. Un “falso igual” que provoca una clara
desorientación entre los trabajadores al no percibir que exista nadie con autoridad por encima de
ellos que asuma la responsabilidad del trabajo. No obstante, como parte del trabajo en equipo,
se les exige que dispongan de unas cualidades determinadas (capacidades básicas, manejo de
la tecnología, capacidades sociales portátiles, adaptación al cambio, predisposición a la escucha
y a la facilitación) que han de combinarse con el resto de trabajadores para conseguir resultados
rentables a corto plazo. La ficción de esta estrategia radica en que esta fábula del trabajo en
equipo contiene en su interior un conflicto que sitúa a los miembros del equipo ante una lucha
individual y colectiva por ser capaces de responder a las vicisitudes del nuevo entramado de
controles.
Esta transformación del modelo organizativo y de regulación la explica muy bien Luis Enrique
Alonso en su libro “La crisis de la ciudadanía laboral”. Alonso (2007) señala que la clave de esta
transformación se encuentra en el paso de un discurso gerencial basado en el reconocimiento
de las posibilidades cooperativas de un capitalismo organizado, a un discurso donde la
permanente apelación al riesgo, la competitividad y el azar ha abierto un espacio para la
desformalización y desinstitucionalización de las relaciones laborales. La incertidumbre ha
dejado de ser un miedo para introducirse, de forma natural, en el discurso laboral. Una actitud
que acepta la ambigüedad, el cambio o la inseguridad supone una prueba de carácter. Aún
cuando los trabajadores sepan que sus decisiones son arriesgadas, todo apunta a que deben
aprovechar la oportunidad y hacer el esfuerzo. “La cultura moderna del riesgo se caracteriza
porque no moverse es sinónimo de fracaso, y la estabilidad parece casi una muerte en
vida” (Sennett, 2000, 91).
Si este nuevo paradigma, basado en la incertidumbre, se acepta y se asume, ¿dónde está el
problema? El problema no estaría tanto en las nuevas reglas del juego, si no en la desorientación
que supone para la ciudadanía este nuevo escenario que aún conserva fuertemente imaginarios
del pasado. El ejemplo más clarividente que se refleja en el libro es el tema de la familia.
Volviendo de nuevo a Rico, hemos visto como él asume que permanecer impertérrito ante el
futuro, como lo hizo su padre, supone estar fuera del juego. La nueva era trae consigo una
inclinación positiva hacia el reciclaje (la sensación continua de “volver a empezar”) y una
postergación del deseo de gratificación. Sin embargo, trasladar este discurso a las relaciones
familiares le resulta difícil y le supone un conflicto. ¿Cómo se pueden proteger las relaciones
familiares para que no sucumban a un clima en el que la confianza, el compromiso y la
lealtad no tienen un papel determinante?
Es ahí donde entramos en una narración que, según mi opinión, Richard Sennett introduce de
forma magistral alrededor de los diferentes capítulos que componen el libro. Su argumentación
puede leerse en clave de narración vital. Las nuevas formas de intervención por parte del Estado,
con sus políticas económicas y los mercados financieros han generalizado la institucionalización
de la sociedad del riesgo, corroyendo así, “aquellos aspectos del carácter que unen a los seres
humanos entre sí y brindan a cada uno de ellos de una sensación de un yo sostenible” (Sennett,
2000, 25). ¿Es posible modelar y componer nuestro propio relato cuando asumimos que
el nuevo capitalismo dispone de nosotros y nos deja a la deriva? Una de las frases más
conocidas de Ulises, representación del creador de sí mismo, es la que alude al presente: “No
hay pasado ni futuro, todo fluye en un eterno presente”. Podemos crear nuestra propia historia,
pero ésta estará compuesta de fragmentos que surgen de momentos cruciales en nuestro
devenir del cambio. En este sentido, Sennett nos propone construir “narrativas coherentes de lo
que ha sido”, pero no “sobre lo que será” (Sennett, 2000, 142).

Ante el peligro que supone caer en la naturalización de un sistema que irradia indiferencia y que
nos vapulea al son de sus intereses, la Historia (en mayúsculas) que estamos escribiendo en
nuestros días y en la que los ciudadanos son los protagonistas de sus propios relatos, contradice
a Sennett cuando afirma que “Hay historia, pero no una narrativa compartida de dificultad, y, por
lo tanto, no hay destino compartido” (Sennett, 2000, 154). Movimientos ciudadanos como la
“primavera árabe”, en los países árabes del norte de África; el “15M”, en nuestro país, o el
movimiento “Occupy Wall Street”, en Estados Unidos, han demostrado que la ciudadanía tiene
las herramientas para alterar el sistema de estructuras productivas, sociales o afectivas que el
“nuevo capitalismo” ha(bía) instaurado como legítimo.

Sociedades de control
En Intensidades filosóficas (Paidós), libro del que publicamos un
adelanto, el ensayista argetnino busca provocar en el lector una
renovación de los vínculos con el mundo a porpósito de ciertos aspectos
de Sócrates, Epicuro, Spinoza, Deleuze y Focault
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27 de septiembre de 2008

En varios textos, Deleuze retoma las consideraciones de Foucault


acerca del poder disciplinario y plantea algunas novedades acerca
de ellas. Fundamentalmente, lo que sostiene es que Foucault
estuvo acertado en el análisis de los centros de encierro como la
fábrica, la prisión, la escuela, los hospitales. El problema es que la
sociedad actual está dejando de ser aquella analizada por
Foucault. Por ello, anuncia:

Todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada:


cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia [ ]. Los ministros
competentes anuncian constantemente las supuestamente
necesarias reformas. Reformar la escuela, reformar la industria,
reformar el hospital, el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a
un plazo más o menos largo, estas instituciones están acabadas.
Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente
ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que ya están
llamando a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control,
que están sustituyendo a las disciplinarias.
Foucault había centrado su análisis en instituciones que se
caracterizaban por ser lugares a los que los sujetos se veían
obligados a ingresar e impedidos de salir por cierto tiempo.
Instituciones en las que, más allá de los objetivos explícitos -
brindar conocimientos, cuidar la salud, proporcionar empleo-, lo
que se pretendía era disciplinar a los individuos de modo que
pudieran resultar útiles al sistema. A través de dispositivos en los
que se atendía a la individuación al mismo tiempo que a la
inclusión de esos individuos en ámbitos masivos, se formaban
sujetos fuertes pero dóciles y obedientes. Si bien cada una de estas
instituciones operaba de un modo semejante, el paso de una a otra
implicaba siempre un comienzo desde cero. A Deleuze le gusta
repetir el cantito que acompaña usualmente esas situaciones: el
niño al que, mientras está en la escuela, se le dice: "ya no estás en
tu casa"; el joven al que en su trabajo le dicen: "ya no estás en la
escuela".

Para Deleuze, los tiempos de la sociedad disciplinaria, como


hemos visto, están terminando. Pero eso no significa que el
panorama sea muy alentador: "Es posible que los más duros
encierros lleguen a parecernos parte de un pasado feliz y benévolo
frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan".

A diferencia de lo que sucedía en la sociedad disciplinaria, en las


actuales sociedades de control el acento no se coloca en impedir la
salida de los individuos de las instituciones. Al contrario, se
fomenta la formación on-line , el trabajo en casa. Sin horarios, sin
nadie que esté vigilando. De lo que se trata ahora no es de impedir
la salida, sino de obstaculizar la entrada. No es sencillo acceder a
puestos de privilegio, a posgrados de nivel internacional o a
medicinas que contemplen la atención domiciliaria. Para poder
hacerlo, hay que superar diversos obstáculos, entre los cuales el
principal es el económico: "El hombre ya no está encerrado, sino
endeudado". No sólo resulta difícil ingresar; también es muy
difícil permanecer. Pero los privilegios de "pertenecer" hacen que
se extremen los esfuerzos por cruzar la barrera.

Cuando el niño salía de la escuela, sentía el alivio de abandonar el


encierro. Es verdad que ingresaba a la casa, pero las leyes de la
casa dejaban atrás las de la escuela. Cuando el obrero regresaba de
la fábrica, podía tomarse un respiro; el tiempo del trabajo había
terminado, al menos hasta el día siguiente.

En la actualidad, la supuesta libertad del tiempo abierto resulta un


elemento de control mucho más fuerte que el encierro. Ya no se
necesita tener a un empleado confinado bajo llave ni vigilado para
que trabaje. Se le da la posibilidad de que haga su tarea en su casa,
sin horarios, en su tiempo libre. Pero ese empleado sabe que si él
no hace su trabajo en tiempo récord otro lo hará por él, quitándole
su lugar; que si no tiene su celular encendido permanentemente,
poniendo todo su tiempo a disposición de la empresa (la
expresión full time pasó ahora a ser entendida literalmente), su
jefe de equipo llamará a otro empleado "más comprometido con el
trabajo". De modo semejante, quien se capacita on-line no lo hace
en su "tiempo libre" sino quitándose horas de sueño, porque sabe
que si no "se actualiza" permanentemente dejará de pertenecer a
un grupo "de privilegio". "Estamos entrando en sociedades de
control que ya no funcionan mediante el encierro, sino mediante
un control continuo y una comunicación instantánea."
Todo es flexible, todo es líquido, todo se resuelve con el "track
track" de la tarjeta de crédito. Pero cada vez que usamos la tarjeta,
cada vez que enviamos un e-mail o que miramos una página de
Internet, vamos dejando rastros, huellas. Vamos diciendo qué
consumimos, con qué nos entretenemos, qué opinión política
cultivamos. Y cuanto más dentro del grupo de pertenencia está un
individuo, más se multiplican sus rastros. Todo eso forma parte de
un enorme archivo virtual que permite, entre otras cosas,
"orientar" nuestro consumo.

No se nos confina en ningún lugar, pero somos permanentemente


"ubicables". No se nos interna en un hospital pero se nos somete a
medicinas "preventivas" y "consejos de salud" que están presentes
en cada instante de nuestra vida cotidiana, que nos hacen decidir
qué tomar, qué comer, cómo conducir un automóvil. No hacemos
el servicio militar ni -si tenemos la fortuna suficiente- somos
convocados a participar en el ejército. Pero vivimos
"militarizados" por el miedo que los medios de comunicación nos
infunden de que las "bandas urbanas" nos asesinen por un par de
zapatillas.

¿Hay alternativas posibles ante una


situación como ésta?
Ciertamente, las hay. Y varias, íntimamente relacionadas. En una
entrevista realizada por Toni Negri, Deleuze sostiene:

En Mil mesetas se sugerían muchas orientaciones, pero las


principales serían estas tres: en primer lugar, pensamos que una
sociedad no se define tanto por sus contradicciones como por sus
líneas de fuga, se fuga por todas partes y es muy interesante
intentar seguir las líneas de fuga que se dibujan en tal o cual
momento. [ ] Y hay otra indicación en Mil mesetas : no ya
considerar las líneas de fuga en lugar de las contradicciones, sino
las minorías en lugar de las clases. Finalmente, una tercera
orientación consistiría en dar un estatuto a las "máquinas de
guerra", un estatuto que no se definiría por la guerra sino por una
cierta manera de ocupar, de llenar el espaciotiempo o de inventar
nuevos espaciotiempos: los movimientos revolucionarios [ ] y
también los movimientos artísticos, son máquinas de guerra.

El sistema, por más que se esfuerce por tener todo bajo control, no
lo consigue. Siempre hay orificios por los que se produce un
escape, una fuga. Siempre hay flujos que ponen en peligro la
estabilidad. Por ello, para Deleuze, el camino no es la
confrontación entre clases, sino detectar y reforzar esas líneas de
fuga que puedan conducir, a través de las máquinas de guerra, a
nuevos espaciotiempos.

Ante un sistema que pretende bloquear el deseo, circunscribirlo a


las líneas segmentarias, que pretende que cada individuo aparezca
"modulado" por una misma frecuencia, lo que hay que hacer es
ver qué líneas de fuga se presentan o cuáles se pueden construir,
por dónde puede abrirse paso lo inesperado, el acontecimiento, el
"devenir revolucionario" que produzca una transformación.

¿Significa esto aspirar a una toma de poder? No, porque eso sería
intentar ser mayoría. La salida está en los devenires minoritarios.
Deleuze aclara que las categorías de "mayoría" y "minoría" no
tienen que ver con una cuestión de cantidad. Una minoría puede
ser numéricamente mayor que una mayoría. Lo que las diferencia
es que las mayorías responden a un modelo, a un patrón, y
establecen jerarquías de pertenencia a partir de ese patrón. Quien
más se acerca a él más poder tiene. En un sentido abstracto, el
patrón occidental es el varón, adulto, propietario, citadino, de
clase alta. Quien aspire al poder deberá intentar aproximarse lo
más que pueda a ese patrón. Es el caso, por ejemplo, de muchas
mujeres que se dedican a la política y que, en lugar de producir
una transformación en la política, terminan asumiendo
características tradicionalmente sostenidas por los varones. Es
decir, juegan su mismo juego, pretendiendo mostrar que son
mejores que ellos. Otro ejemplo podría ser el de los niños que son
insertados en el mundo mediático adulto. Las publicidades o los
programas que protagonizan muestran "adultos en potencia", no
niños. Muestran futuros hombres exitosos, en plena sintonía con
la frecuencia del sistema. Ante esto, Deleuze postula la necesidad
de un "devenir-mujer" o de un "devenir-niño" de las mujeres y de
los niños, pero también de los varones. Lo que no se puede es
"devenir-hombre", porque "el varón adulto no tiene devenir". ...l
es el patrón, su dominio es la historia, no el devenir. Y las
minorías se reconocen, justamente, en la fuga de ese poder
dominante.

Por esto dice Deleuze que, a pesar de sentirse un pensador de


izquierda, no cree en la posibilidad de un gobierno de izquierda.
"Gobierno" e "izquierda" son términos contradictorios: "Pienso
que no hay gobiernos de izquierdas [ ]. En el mejor de los casos, lo
que podemos esperar es un gobierno favorable a determinadas
exigencias o reivindicaciones de la izquierda. Pero no existe un
gobierno de izquierdas, porque la izquierda no es una cuestión de
gobierno".

No se trata de luchar por una toma del poder, o del gobierno, sino
de abrir posibilidades a un ejercicio creador de la potencia, a una
puesta en funcionamiento de las máquinas de guerra artísticas,
revolucionarias; de ser capaces de crear nuevos espacios, nuevos
tiempos no regidos por el mercado, sin modelos ni patrones,
abiertos a lo desconocido: "Lo que más falta nos hace es creer en
el mundo, así como suscitar acontecimientos, aunque sean
mínimos, que escapen al control, hacer nacer nuevos
espaciotiempos, aunque su superficie o su volumen sean
reducidos [ ]. La capacidad de resistencia o, al contrario, la
sumisión a un control, se deciden en el curso de cada tentativa".

En definitiva, se trata de apostar por la micropolítica: "Toda


posición de deseo contra la opresión, por muy local y minúscula
que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema
capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga".

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