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Una exposición de arte es el espacio donde se dan a conocer al público determinados objetos

artísticos (en el sentido más general). En términos universales, toda exposición se considera temporal, a
menos que se especifique que se trata de una exposición permanente.
En las exposiciones, que pueden ser individuales o colectivas, se pueden
presentar imágenes, dibujos, videos, sonidos, interactividades, esculturas, etcétera, de artistas individuales
o de grupos. Las obras artísticas pueden presentarse en museos, en galerías de arte, clubes de arte o
galerías privadas. Hay una distinción entre exposiciones donde las obras están a la venta y aquellas en las
que no.
Desnudo (género artístico)
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David (1501-1504), de Miguel Ángel, Galería de la Academia de Florencia.


El desnudo es un género artísticonota 1 que consiste en la representación en diversos medios artísticos —
pintura, escultura o, más recientemente, cine y fotografía— del cuerpo humano desnudo. Es considerado
una de las clasificaciones académicas de las obras de arte. La desnudez en el arte ha reflejado por lo
general los estándares socialespara la estética y la moralidad de la época en que se realizó la obra.
Muchas culturas toleran la desnudez en el arte en mayor medida que la desnudez en la vida real, con
diferentes parámetros sobre qué es aceptable: por ejemplo, aun en un museo en el cual se muestran obras
con desnudos, en general no se acepta la desnudez del visitante. Como género, el desnudo resulta un
tema complejo de abordar por sus múltiples variantes, tanto formales como estéticas e iconográficas, y
hay historiadores del arte que lo consideran el tema más importante de la historia del arte occidental.nota 2
Aunque se suele asociar al erotismo, el desnudo puede tener diversas interpretaciones y significados,
desde la mitología hasta la religión, pasando por el estudio anatómico, o bien como representación de
la belleza e ideal estético de perfección, como en la Antigua Grecia. El arte ha sido desde siempre una
representación del mundo y el ser humano, un reflejo de la vida. Por ello, el desnudo no ha dejado de estar
presente en el arte, sobre todo en épocas anteriores a la invención de procedimientos técnicos para captar
imágenes del natural (fotografía, cine), cuando la pintura y la escultura eran los principales medios para
representar la vida. Sin embargo, su representación ha variado conforme a los valores sociales y culturales
de cada época y cada pueblo, y así como para los griegos el cuerpo era un motivo de orgullo, para
los judíos —y, por ende, para el cristianismo— era motivo de vergüenza, era la condición de los esclavos y
los miserables.1
El estudio y representación artística del cuerpo humano ha sido una constante en toda la historia del arte,
desde la prehistoria (Venus de Willendorf) hasta nuestros días. El ser humano ha sentido desde antaño la
necesidad de profundizar en su esencia, de conocerse a sí mismo, tanto en el aspecto exterior como
interior. El cuerpo proporciona placeres y dolores, tristeza y alegría, pero es un compañero presente en
todas las facetas de la vida, con el cual el ser humano transita por el mundo, y por el cual siente la
necesidad de indagar en su conocimiento, en sus pormenores, en su aspecto tanto físico como recipiente
de su «yo interior». Desde su faceta más mundana, relacionada con el erotismo, hasta la más espiritual,
como ideal de belleza, el desnudo ha sido un tema recurrente en la producción artística prácticamente en
todas las culturas que se han sucedido en el mundo a lo largo del tiempo. Kenneth Clark, en su obra El
desnudo. Un estudio de la forma ideal (1956), enfatiza la distinción en lengua inglesa de dos tipos de
desnudo: la forma humana natural (naked) y la transcripción de esa forma de un modo idealizado (nude).
Esta distinción entre desnudo corporal y desnudo artístico proviene de los críticos ingleses del siglo XVIII,
para los que la esencia de la pintura y la escultura era el cuerpo humano desnudo.2
El desnudo ha tenido desde tiempos antiguos —especialmente desde las formulaciones clásicas de la
Antigua Grecia— un marcado componente estético, por cuanto el cuerpo humano es objeto de atracción
erótica, y constituye un ideal de belleza que va cambiando con el tiempo, según el gusto colectivo de cada
época y cada pueblo, o incluso el particular de cada espectador. La sexualidad más o menos implícita de
estas imágenes ha llevado al género del desnudo a ser objeto de admiración o bien de condena y rechazo,
llegando a estar prohibido en épocas de moral puritana, si bien siempre ha gozado de un público que ha
adquirido y coleccionado este tipo de obras. En tiempos más recientes, los estudios en torno al desnudo
como género artístico se han centrado en los análisis semióticos, especialmente en la relación entre obra y
espectador, así como en el estudio de las relaciones de género. El feminismo ha criticado el desnudo como
utilización objetual del cuerpo femenino y signo del dominio patriarcal de la sociedad occidental. Artistas
como Lucian Freud y Jenny Saville han elaborado un tipo de desnudo no idealizado para eliminar el
concepto tradicional de desnudo y buscar su esencia más allá de los conceptos de belleza y género.3
En la actualidad, el desnudo artístico es ampliamente aceptado por la sociedad —al menos en el ámbito
occidental—, y su presencia cada vez mayor en medios de comunicación, cine, fotografía, publicidad y
otros medios, lo ha convertido en un elemento icónico más del panorama cultural visual del hombre y la
mujer actual, aunque para algunas personas o algunos círculos sociales sigue siendo un tema tabú, debido
a convencionalismos sociales y educacionales, generando un prejuicio hacia la desnudez, que es conocido
como «gimnofobia» o «nudofobia».4
Ahora comprenderemos mejor el porqué un arte preocupado principalmente por la figura humana deba
atender ante todo al desnudo, así como la razón de que éste haya constituido el problema más
apasionante del arte clásico de todas las épocas. No sólo es el mejor vehículo transmisor de todo aquello
que en el arte corrobora y acrecienta de manera inmediata el sentido de la vida, sino que es también en sí
mismo el objeto más significante del mundo de los hombres.
Esta exposición, compuesta por piezas provenientes de colecciones nacionales e internacionales, presenta
y reflexiona sobre el tema del desnudo masculino a lo largo de más de dos siglos. La muestra es resultado
del gran esfuerzo realizado entre el Museo Nacional de Arte y el Museo d’Orsay en Francia, que ha
prestado piezas de su acervo. El proyecto brinda la oportunidad de acercar al público al desarrollo histórico
del desnudo como tema del arte, desde la consolidación del canon clásico hasta la subversión de las ideas
estéticas en el siglo XX.
Desde hace unos años el estudio del desnudo del hombre en las artes ha cobrado fuerza. El Museo
Nacional de Arte se suma a estas revisiones e incluye, bajo la curaduría de Agustín Arteaga, a más de un
centenar de obras de artistas nacionales cuyas obras pertenecen principalmente a importantes colecciones
del Instituto Nacional de Bellas Artes, su objetivo es mostrar la concepción del cuerpo masculino en el
imaginario mexicano.
Para quién y para qué son los museos
Conservar obras de arte y educar al público; tales son las funciones museísticas
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TOMÀS LLORENS
9 MAY 2015 - 00:00 CEST
Han pasado ya varias semanas desde la crisis del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA).
El presente artículo no se propone comentar los acontecimientos que la provocaron, sino abordar una
reflexión acerca de la naturaleza de los museos. Tomo como punto de partida dos comentarios publicados
en los días inmediatamente posteriores a la crisis. Se deben a dos personalidades destacadas del mundo
cultural catalán: el escritor y periodista Xavier Bru de Sala y el artista Francesc Torres. El primero escribía
que el MACBA, de entrada, “no debería haberse llamado museo”. El segundo decía algo parecido,
argumentando que una kunsthalle no es un museo.
EDITORIALES ANTERIORES
¿Tan importantes son los nombres?, preguntará el lector. Lo son cuando nombran cosas diferentes. Una
kunsthalle es una institución pública cuyo objetivo es exponer arte contemporáneo. Las kunsthalles (y otras
instituciones parecidas, como lo fueron en España los círculos artísticos o círculos de bellas artes)
florecieron en las últimas décadas del siglo XIX. Obedecían a unas condiciones históricas muy concretas.
Por un lado los salones oficiales vinculados al sistema académico entraban en crisis; por otro, a pesar de
que crecía la demanda de arte contemporáneo, el mercado funcionaba mal porque las galerías
comerciales eran todavía escasas y débiles. Hacían falta espacios donde los jóvenes pintores y escultores
pudieran mostrar sus obras para llegar a sus potenciales compradores. Las administraciones públicas,
espoleadas por la presión de los artistas locales, se esforzaron por crearlos. Pero hacia mediados del siglo
XX, después de la Segunda Guerra Mundial, las cosas cambiaron. El mercado del arte contemporáneo
comenzó a crecer con una vitalidad inesperada. Muchas kunsthalles languidecieron o murieron (como
languidecieron o murieron la mayoría de los círculos artísticos de nuestras capitales de provincia). Hoy los
operadores del mercado (galeristas, dealers, casas de subasta, inversores, asesores, curators,
comunicadores, etc.) forman un sistema que ejerce un dominio absoluto e indisputado sobre todos los
sectores del arte contemporáneo. Las kunsthalles que sobreviven lo hacen, o bien porque se han
convertido de hecho en museos, o bien porque actuan en resonancia con las estrategias del mercado.
No hay experiencia sin memoria individual, colectiva, biológica e histórica
Los museos son instituciones más antiguas y obedecen a otros propósitos. Como tantas cosas buenas del
mundo de hoy, son hijos de la Ilustración. En su origen encontramos dos rasgos básicos. El primero es la
colección: un museo es una institución creada para conservar obras de arte. El segundo es su finalidad: el
deleite y la educación del público. Del público en general; insisto en ello. Estos dos rasgos están
interrelacionados. Las esculturas y pinturas que el museo conserva son objetos materiales, pero la razón
por la que los conserva no reside en su materialidad, sino en sus funciones simbólicas. Esas mismas
funciones son las que dan a la obra de arte el potencial educativo que justifica la existencia de los museos
y el carácter público que siempre han ostentado. Los museos fueron creados para satisfacer un interés
público general. Es aquí donde reside su diferencia decisiva respecto de las kunsthalles, cuyo propósito
principal es defender los intereses de un grupo particular de ciudadanos.
Ambos propósitos son legítimos, por supuesto. Pero son diferentes. No hay nada que objetar a que el
Estado atienda al fomento del arte contemporáneo para complementar y corregir las rigideces del
mercado. Pero los museos fueron creados para otra cosa. Su organización, sus profesionales, su manera
de trabajar, obedecen a otros fines. Cuando se ponen al servicio del sistema del arte contemporáneo esos
fines se menoscaban. Por otra parte, si de lo que se trata es de ayudar a los artistas contemporáneos, hay
maneras mucho más eficientes y económicas de hacerlo. Me limitaré a recordar un dato. La exposición
que desencadenó la crisis del MACBA tenía, según dijo la prensa, un presupuesto de 250.000 euros.
¿Cuántas becas anuales para jóvenes artistas podrían haberse dado con ese dinero? (El presupuesto
anual del MACBA, por cierto, es del orden de 6 a 8 millones, si no me equivoco)
Todo viene, quizá, de un error básico. Nos hemos acostumbrado, pero la denominación misma, “museo de
arte contemporáneo”, tiene algo de chocante y contrario al sentido común. Y la verdad es que la institución,
tal como se la concibe y practica habitualmente, atenta contra la esencia más profunda de la creación
artística y de la experiencia del arte.
Un museo de arte contemporáneo sería como una máquina de tiempo sin tiempo que recorrer,
Picasso decía que cuando empezaba un cuadro no sabía lo que iba a salir: “si lo supiera de antemano no
me tomaría el trabajo de pintarlo”. Las grandes obras de arte suponen un viaje hacia lo desconocido. Su
vocación no es responder a las exigencias de su presente, sino ofrecerse, como un pasado siempre vivo y
abierto, a las generaciones futuras. En un artículo reciente (una reflexión escrita, imagino, al hilo de la
crisis del MACBA) Xavier Antich recordaba a Dewey. El arte cumple su propósito cuando se integra en
nuestra experiencia y la enriquece. Es verdad. Pero no hay experiencia sin memoria. Individual y colectiva,
biológica e histórica. El valor formativo que los filósofos de la Ilustración atribuían al Partenón, a las Odas
de Horacio, Hamlet, el David de Miguel Angel o la Transfiguración de Rafael, viene de que esas creaciones
del pasado nos permiten vivir experiencias que el presente y la memoria biológica no nos deparan.
Los museos son máquinas de tiempo que nos permiten acceder a unos depósitos de imaginación,
sabiduría, inteligencia y emoción que su creador, en primer lugar, y la historia, a continuación, han ido
acumulando a lo largo de los siglos en las obras de arte. Trenes que suben y bajan constantemente a lo
largo de un curso profundo que enlaza el pasado con el futuro y que es, en definitiva, la substancia con la
que hilamos nuestra conciencia de hombres civilizados. Un museo de arte contemporáneo sería como una
máquina de tiempo sin tiempo que recorrer, un tren diseñado y fabricado para no salir nunca de la estación
de partida. Por mucho que reluzca el día de la inauguración ¿cómo no va a tener problemas en cuanto
pasen unos años?

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