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“Aconteció que los hijos de Moab y de Amón, y con ellos otros de los amonitas, vinieron
contra Josafat a la guerra. Y acudieron algunos y dieron aviso a Josafat, diciendo:
Contra ti viene una gran multitud del otro lado del mar, y de Siria; y he aquí están en
Hazezon-tamar, que es En-gadi. Entonces él tuvo temor; y Josafat humilló su rostro
para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá.” 2 Crónicas 20:1-3.
Este pasaje escritural hace referencia a uno de los reyes que gobernaron el pueblo de
Israel. Josafat, el cuarto rey de Israel, comenzó a reinar a los 34 años y reinó 25 años.
El nombre de Josafat significa: Dios juzga.
Josafat se distinguió por las siguientes obras: Su celo por la verdadera religión; por su
firme confianza en Dios; por limpiar el país de la idolatría a la cual le hizo frente y por
restablecer las ordenanzas divinas. Josafat en medio de un aviso de guerra contra su
pueblo, hizo algo muy especial, pregonó ayuno de todo el pueblo. Este fue un ayuno
como ningún otro. Este rey hizo uso de ciertas armas de milicia, las cuales debemos
utilizar nosotros también, si queremos laborar por el Señor.
Todo cristiano debe saber que día a día enfrentamos luchas y batallas espirituales.
Debemos preguntarnos: ¿estamos lo suficientemente armados para pelear esta batalla?
Nuestras luchas no son sangrientas ni humanas. El apóstol Pablo lo describe de la
siguiente manera: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra
principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efesios 6:12).
Entonces nuestras armas de milicia, no pueden ser carnales, sino como dice el apóstol:
“Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la
destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4). Nuestras armas no pertenecen a la vieja
naturaleza, no son naturales, no son carnales; son espirituales. Nuestros enemigos
espirituales no pueden ser vencidos con armas carnales ni terrenales y mucho menos
materiales.
“Aconteció que los hijos de Moab y de Amón, y con ellos otros de los amonitas, vinieron
contra Josafat a la guerra” (v.1). En 2 Crónicas 20:1 nos habla de una batalla donde
se habían unido tres pueblos contra Israel. Quiere decir, que tuvieron que unirse muchos
para ir contra un pueblo que es espiritual, y es precisamente esta espiritualidad la que
hace a este pueblo, poderoso. Nuestras armas no pertenecen a la vieja naturaleza, no son
naturales, no son carnales; son espirituales. Nuestros enemigos espirituales no pueden
ser vencidos con armas carnales ni terrenales y mucho menos materiales.
El pueblo de Israel delante de aquella multitud venía a ser como un grano de arena,
parecía insignificante, impotente y derrotado. Así hoy, muchos, menosprecian la Iglesia,
el pueblo que le sirve al Dios vivo. El pueblo de Israel estuvo dispuesto a dar la batalla.
Así nosotros hoy, estamos dispuestos a pelear, porque la vida cristiana es una constante
batalla. El apóstol Pablo fue un gran guerrero y al finalizar sus días en la tierra exclamó:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” (2 Timoteo
4:7).
Pablo, como buen peleador contra el mundo, Satanás, y la carne, parecía que iba a ser
derrotado, pero no fue así. Recibió fuerza especial porque en el “ring” estaba con él: el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ante los tres enemigos del hombre, tenemos a los tres
defensores poderosos, la Divina Trinidad. Ellos están con nosotros ayudándonos a
pelear y a batallar día a día. Es muy importante no tener los brazos caídos. Tenemos que
levantar las manos y decirle a Dios: ¡tú eres mi fortaleza y pronto auxilio! Esta batalla
no la podemos pelear con puños, dientes o uñas, sino con el Espíritu Santo. En este
caminar nos tenemos que enfrentar a batallas que se desatan desde adentro, con
hermanos en la fe, los cuales nos hacen la vida imposible, que se levantan para
injuriarnos, maltratarnos, herirnos, traicionarnos, etc.
Tenemos que mirar el problema con ojos espirituales. No se trata de solo materia, sino
que estos hermanos están siendo usados por uno que esta detrás de ellos, una fuerza
espiritual negativa que los lleva a ser contenciosos y rebeldes. Debemos mirar que se
trata del enemigo, que quiere acabar con la verdadera Obra de Dios.
“Entonces él tuvo temor; y Josafat humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo
pregonar ayuno a todo Judá.” (v.3). En este pasaje encontramos cinco armas de milicia
con las cuales podemos vencer a nuestros enemigos. Y debemos apropiarnos y hacernos
dueños de ellas.
Este es el paso más corto, más sencillo pero así mismo, es el más glorioso. Porque
cuando bajamos en humillación, vamos a subir en gloria, en bendición delante de la
presencia del Todopoderoso Dios.
La segunda arma es CONSULTAR A DIOS. Josafat consultó a Jehová. Esto nos habla
de buscar la dirección de Dios. Buscar su dirección y voluntad perfecta en oración
intensa es encomendar nuestras vidas para que Él trace Su propósito en nosotros; es
dejarnos guiar a la plenitud de su gracia. El libro de los Jueces nos señala que el pueblo
consultó a Jehová después de la muerte de sus líderes Moisés y Josué.
“Aconteció después de la muerte de Josué, que los hijos de Israel consultaron a Jehová,
diciendo: ¿Quién de nosotros subirá primero a pelear contra los cananeos?. Y Jehová
respondió: Judá subirá; he aquí que yo he entregado la tierra en sus manos.” (Jueces
1:1-2). Cuando se consulta a Dios, se puede escuchar Su voz. Y Dios siempre dará
dirección clara y dirá que hay que subir en alabanza.
La cuarta arma es la UNIDAD. Se unieron los de Judá. Reunión del pueblo para la
alabanza. Algunos en medio de sus temores y batallas en vez de unirse se distancian.
Otros se distancian porque se creen autosuficientes. Se creen grandes porque ven cómo
Dios los ha ido prosperando en sus congregaciones y se van desvinculando del grupo de
la obra. Pero la Palabra nos exhorta a estar unidos, en confraternidad, en búsqueda y en
propósitos. Las fuerzas del enemigo se unen para destruir y levantar paredes de división,
para atacar a la Iglesia. Pero nosotros debemos unirnos como un solo hombre para
hacerle frente a las obras del diablo y luchar contra él.
La unidad es algo hermoso y produce cosas hermosas. El secreto de la unidad lo
encontramos en Hechos 2:1-4 donde dice: “Estando todos unánimes juntos. Y de
repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba… y se
aparecieron lenguas repartidas, como de fuego,… y fueron todos llenos del Espíritu
Santo…” Los resultados fueron: viento recio, lenguas de fuego, y como tres mil almas
que vinieron a Cristo. Con la unidad se alcanzan magníficos resultados. Debemos sentir
nuestra insuficiencia para pedir la ayuda y el socorro de Dios. Tenemos que tener mucho
cuidado en quien nos apoyamos. Porque se han levantado muchos materialistas, falsos
apóstoles y maestros. Debemos demandar la ayuda de Dios con la cual lo podemos todo.
Luego de usar las armas de milicia, llega la contestación y la victoria del cielo. Y ¿a
quién usará Dios? En medio de la reunión vino el Espíritu de Dios; porque Dios se revela
cuando nos paramos sobre nuestros pies; y de esta manera demostramos que estamos
firmes y no derrotados. Dios habló diciendo: “No temáis ni os amedrentéis delante de
esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios.” (v.15). No es
nuestra la pelea, es de Dios, quien peleará por nosotros. El verso 16 nos habla de
mañana. Es hermoso saber que la oscuridad y las tinieblas no son eternas. Nosotros
esperamos una mañana resplandeciente, una mañana de gloria, viene al amanecer.
Saldremos de estas densas tinieblas.
El diablo no resiste a un pueblo, a un creyente que adora, que alaba a Dios con todo su
corazón y con todas sus fuerzas. Debemos glorificar a Dios porque su misericordia es
para siempre. La victoria se recibe, se saborea, se sostiene con la alabanza. La guerra se
vence con la poderosa mano de Dios y con nuestra adoración y alabanza sincera. Dios
le bendiga.