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UN ZOMBI
Roberto Corroto
Primera edición
Agosto 2011
© De esta edición:
2011, Ideas de Mono
http://ideasdemono.blogspot.com/
ISBN: 978-84-615-2401-3
Depósito Legal:
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terrenos del corazón, como la sensación
de tener mariposas en el estómago y esa
retahíla de sandeces a las que se suele
aludir, porque esto que tengo... es otra
clase de amor. A mis 33 años se puede
decir que mis entrañas no eran terreno
virgen para que anidaran tales
sentimientos, y es que, aunque suene a
fanfarronada, sobre todo viniendo de un
tipo del montón, creo que he conocido
sentimental y carnalmente a bastantes
tipos de mujer como para tener claro que
ésta con la que estoy es la definitiva.
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relación no avanzara. Puede que tuviera
razón, porque no llegamos nunca más
allá de la cama de un hostal.
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Incluso estuve hace poco con una
niña rica, que estaba hastiada de las
relaciones con relamidos miembros de la
clase pudiente madrileña, y que
encontró en un chaval de barrio la
excusa perfecta para tener a sus padres
en un sinvivir constante. A los tres
meses se le pasó la insubordinación,
inducida si mal no me equivoco por las
amenazas de cancelar sus cuentas
bancarias, y tener que empezar a
trabajar para satisfacer sus antojos.
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Me estoy dando cuenta que me he
puesto a hablar sin parar como un
papagayo espídico, y he olvidado
apuntaros un detalle importante acerca
de la naturaleza de esta chica. Más que
importante, diría que fundamental,
porque debéis saber que mi novia no es
una chica cualquiera... mi novia es un
zombi.
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lo he hecho toda la vida, ya no resido en
casa de mis progenitores, para alivio de
Olegario, mi padre, y desazón de
Carmina, mi madre.
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trabajando los últimos 45 años, hasta
que lo han prejubilado para ahorrar
costes. Ya sabéis, la tan trillada crisis a
la que se aferran las grandes empresas
para sanear sus balances anuales.
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interior te dice que ha llegado la hora de
volar solo, aunque haya cierto peligro de
caerse y estamparse contra el suelo. Al
menos, yo tuve esa sensación.
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que encima te lo diga la hija del
Presidente, con una cara que siempre
me ha recordado a la de una almorrana
sangrante, es como para plantearte a
diario el cambiar de aires... con la
consiguiente desazón de no intentarlo
ante el vértigo de no encontrar algo
mejor, por triste que suene.
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los antros donde Santos trabajaba como
camarero, cosa que aprovechábamos
para escamotear alguna copa de vez en
cuando, cuando de repente llegó nuestro
camarada Facundo con su reciente
conquistadora, Regina, una mujer
repelente y pedante a más no poder.
Tras los apretones de manos y besos con
desgana, empezaron los puyazos
amistosos contra el que hasta hace cosa
de un año, había sido uno más de la
pandilla.
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juntarse con sus verdaderas amistades.
- Vosotros como no tenéis ese tipo
de obligaciones lo tenéis más fácil para
quedar – intervino como siempre de una
manera cortante Regina, que
aprovechaba cualquier oportunidad para
tensar la cuerda colocando entre la
espada y la pared a su pareja.
- Será eso – Santos la había
escuchado detrás de la barra y
enseguida entró al trapo –. Por cierto
Regina, tú entonces tampoco podrás
quedar mucho con tus amigas ¿no? – le
dijo a sabiendas que siempre sacaba
tiempo para tomarse algo con ellas.
- Pues mira, casualmente esta
tarde he estado con Soraya y me ha
preguntado por Ricardo.
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percibía que ese tema me descolocaba
por completo, y no dudó en esgrimirlo
como el que enarbola un sable ante el
enemigo.
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que se podrían escribir varios libros.
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responderme cuando entraba en modo
autodestrucción, que por fortuna ya no
era tan a menudo como hace años.
Limpié mi ventana del vaho que la
cubría por completo, y me puse a mirar
las luces de las farolas pasando, casi con
un encanto hipnótico que me hizo
olvidar por un momento el porqué había
terminado la noche de forma tan
abrupta. En apenas un cuarto de hora,
ya estábamos en la plaza que hay en
frente de mi portal.
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con la que estaba cayendo a esa hora.
Normalmente, la mayoría de nosotros
tiene callo en la conciencia en lo que
respecta a la gente que vive en la calle,
pero era tal la fragilidad que despedía su
pequeña figura, incluso a la distancia a
la que estábamos, que decidí
aproximarme sin pensar en lo que iba a
hacer ni decir.
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- ¿Hola? – hice un pequeño
intento de que levantara la cabeza pero
sin llegar a acercarme demasiado. No
obtuve respuesta alguna –. Si te quedas
mucho rato ahí sentada vas a coger un
resfriado o algo peor.
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despegar su mirada de la mía, se fue
levantando un poco a trompicones, como
si hubiera bebido incluso más que yo
aquella noche. Era más bien menuda, ya
que yo tenía una estatura media y no me
llegaba al hombro. Sus brazos desnudos
dejaban entrever un cuerpo más bien
delgado y algunos moratones, que no
quise imaginar de qué podían ser,
aunque seguro que hubiera errado en
mis conjeturas de haberlo hecho. El
simple hecho de ponerse en pie, me
pareció una señal de conformidad con la
invitación que le había planteado, así
que empecé a caminar hacia el portal de
mi casa, mirando un par de veces hacia
atrás para ver que mi extraña invitada
me seguía a cierta distancia, pero sin
quitarme el ojo de encima, lo cual
achaqué a una lógica desconfianza por
su parte.
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portón desde dentro para que pudiera
pasar. Ella entró, pero no quiso seguir
caminando hasta que yo no reanudara la
marcha y estuviera por delante de ella.
Así lo hice, hasta llegar al vetusto
ascensor, que casualmente estaba en el
bajo, como si hubiera estado
aguardando nuestra llegada servilmente.
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puerta se cerrara y apreté el botón que
nos subiría hasta la cuarta planta. En
ese pequeño cubículo de poco más de un
metro cuadrado, empecé a notar un
hedor insoportable, como si
estuviéramos en mitad de un vertedero
en pleno agosto. Me puse la mano en la
boca para ocultar las arcadas, evitando
taparme la nariz delante de la chica para
no parecer descortés. Pero el estómago
se me empezó a revolver de tal manera,
que nada más detenerse el ascensor,
tuve que salir corriendo en busca del
lavabo. Antes de llegar a abrir la puerta
de mi piso, doblé el espinazo para echar
una asquerosa vomitona en el rellano,
justo un metro delante de la alfombrilla
de mi chismosa vecina, la señora
Bernarda.
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espejo, con la misma expresión con la
que me había observado al levantar la
vista en el banco.
- ¿Estás bien? – no era
precisamente el más idóneo para
preguntar eso, teniendo en cuenta que
mis vómitos estaban derramados justo a
mi espalda.
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hiciera, sobre todo si ponía los pies
encima del regalo que le había dejado.
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hacía sentir cierta ansiedad –. ¿Tienes
hambre?, te voy a sacar algo de cenar
pero antes te tienes que duchar con
agua caliente.
- Caliente – por fin conseguí
arrancarle algo de los labios, aunque su
voz sonaba rasgada como las cuerdas de
un violín a punto de romperse.
- Sí, ven conmigo, que te enseño
dónde está el baño – me acerqué un poco
y la hice señas con el brazo para que me
siguiera, con el mismo éxito que había
tenido hasta ahora. De reojo, no pude
evitar fijarme cómo había quedado de
manchado el sillón.
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que Soraya se había dejado la última vez
que estuvo en el piso. Fue una suerte
que ambas gastaran en apariencia la
misma talla. Eso sí, me dio un poco de
apuro el llevarle un tanga junto con los
pantalones y el suéter, pero supuse que
lo agradecería si hacía varios días que no
había podido mudarse de ropa. Al volver,
ella estaba justo donde la había dejado,
mirándose en el espejo y poniendo las
yemas de los dedos justo donde se
reflejaba su cara.
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en la boca, pero no escuché el sonido del
pasador asegurando que la puerta no se
pudiera abrir desde fuera.
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establecer comunicación con la chica,
era muy probable que a pesar de estar
duchándose con agua fría, no me dijera
una sola palabra, así que cerré la puerta
del refrigerador y anduve hasta el baño.
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encontrar resistencia, pero no había
echado el pestillo –. Voy a entrar, así que
procura taparte si estás desnuda.
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instante que sintió mi piel contra la suya,
gélida como el tiempo que hacía en la
calle, se giró como un felino herido y
acorralado, enseñándome unos dientes
ambarinos dentro de una boca que se
abría de manera antinatural. Su
lenguaje corporal había cambiado por
completo en un segundo. Su rostro,
apagado e inexpresivo, se había tornado
fiero y plagado de venas añiles que se
concentraban sobre todo en la parte de
las sienes. Ni qué decir tiene que di un
respingo hacia atrás, lo cual me llevó a
cerrar la puerta con la espalda sin
querer. En ese momento no se me pasó
por la cabeza que tenía una muerta
viviente en mi baño. La lógica me llevó a
pensar por un momento en los casos de
niños salvajes que se habían encontrado
a lo largo de los siglos, acordándome de
una película de Truffaut que nos
pusieron en su día en el Instituto.
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deseado en la chica, que daba pequeños
pasos pero de una manera más firme de
la que había mostrado hasta ahora,
acortando la distancia ya de por sí
estrecha que nos separaba. Yo había
puesto las manos por delante, y tenía las
rodillas flexionadas, de tal manera que
intentaba mantener contacto visual en
busca de que no percibiera en mí una
amenaza. Lo que vi en sus ojos hizo que
me acojonara hasta estar a punto de
mearme en los pantalones. Toda la
vitalidad que de repente había brotado
de manera externa, parecía ser el
contrapunto a la más absoluta expresión
de vacío que mostraban sus retinas, en
las que se podía atisbar cierto tono azul
grisáceo. Lentamente, movió la
mandíbula y articuló una sola palabra.
- Hambre.
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pude hacerme a un lado y ella chocó
contra la puerta, haciendo un ruido
ostensible. En ese momento, aproveché
para intentar inmovilizarla empujándola
contra la puerta en el instante que salió
rebotada, pero no dejaba de mover
brazos y piernas hasta el punto que tuve
que aguantarla para que no cayera al
suelo de rodillas. No hacía apenas ruido
con la boca, a pesar de que parecía estar
fuera de sus cabales. No chillaba ni
gruñía, tan solo dejaba escapar un ruido
sordo de esfuerzo cada vez que intentaba
zafarse de mi agarre. Todas las pistas
deberían haberme puesto sobre la teoría
correcta, pero claro, en ese momento no
estaba para pensar en nada que no fuera
calmar a una loca salvaje que yo mismo
había metido en mi casa.
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porque con la fuerza que lo hacía, seguro
que la estaba haciendo polvo alguna
costilla, pero no quería aflojar la presión
porque tenía mucha más fuerza de la
que se podía esperar de un cuerpo tan
pequeño y liviano –. ¡Sino te calmas y
dejas de pelear te voy a tener que atar
las manos a la espalda!, ¿es eso lo que
quieres?
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la lucha.
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nuevo.
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y no tuve tantos miramientos como la
primera vez. Le solté un fuerte empujón
antes de que se echara encima de mí, lo
cual la hizo recular cuatro pasos. Justo
lo suficiente como para tropezar con el
rail donde debería haber estado la otra
mampara del plato de ducha, que estaba
abierta en ese momento. Cuando quise
reaccionar era demasiado tarde. Ya
estaba pegando con la nuca en el pétreo
suelo.
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era la única manera que tenía de
llamarla –. Vamos, despierta, ¡no me
hagas esto! – noté cómo la desesperación
iba apoderándose de cada fibra de mi ser,
pero quise asegurarme por completo
antes de tirar la toalla. Hinqué la rodilla
derecha en la blanca cerámica y la tomé
el brazo. El tacto de su piel era extraño
por decir poco, ya que a pesar de no
aparentar tener más años que yo, era
como si estuviera sosteniendo el brazo
de una anciana. Puse dos dedos en la
arteria de su muñeca, pero no encontré
pulso por ninguna parte. Para
asegurarme por completo, acerqué mi
mano y puse el dorso debajo de su nariz
con mucho cuidado. Ni un atisbo de
respiración saliendo de sus fosas nasales.
Un sudor frío me caía por la sien y en
ese momento pensé que todo lo que
tuviera, por poco que fuera, se había ido
a la mierda.
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cierta calma que me ayudara a salir del
lío, solo atisbé dos alternativas: o probar
suerte llamando a la policía y explicando
lo que había pasado, o intentar
deshacerme de un cuerpo que
seguramente nadie echaría en falta.
Puede parecer bastante cruel y
despiadado, pero en ese momento no
pensaba más que en mí, por encima de
todo y de todos. Ya habría tiempo más
tarde para que mi conciencia se
encargara de dictar sentencia.
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me habían enseñado que los cuerpos
donde más difícil era obtener pruebas,
eran aquellos que estaban limpios como
una patena. La idea era aprovechar que
ya estaba en la ducha, y borrar
cualquier rastro que pudiera haber
dejado al haber entrado en contacto con
ella. La quité la andrajosa ropa que
llevaba puesta, y la fui metiendo en una
de las bolsas de basura para poder
quemarla más tarde. Tenéis que
entenderme. No soy ningún Ted Bundy,
ni un Jack Unterweger. Estaba cagado
de miedo y no podía dejar de llorar
mientras desnudaba a la pobre chica,
pero había algo primitivo dentro de mí,
llamarlo instinto de supervivencia si
queréis, que me hacía seguir adelante
pensando que ya no había marcha atrás
posible.
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cogido algún tipo de infección de no
curarlas. Estuve a punto de tirar la
toalla y coger el móvil para avisar de lo
que había pasado, pero a esas alturas
era peor el remedio que la enfermedad.
Dejé caer el gel de ducha por todo su
cuerpo, y un generoso chorro de champú
sobre su cabello, para a continuación
empezar a aclararla. Para mi sorpresa, el
tono grisáceo de su piel no se marchó
por el desagüe con el resto de la
suciedad, sino que era el que tenía. Me
apliqué por segunda vez con su pelo, que
se caía a mechones cada vez que le
pasaba la mano para desenredar los
nudos que se habían formado. Una vez
consideré que el trabajo estaba hecho,
me acordé de no dejar rastro alguno de
los pelos en la ducha. Los que se habían
quedado enredados en el sumidero los
tuve que coger con la mano, procurando
no dejar ni uno solo que pudiera
incriminarme. Me salí de la ducha para
meter los pelos en la misma bolsa de
basura donde tenía la ropa que le había
quitado, y cuando me di la vuelta casi
caigo redondo del susto.
La muchacha había abierto los ojos
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y empezaba a moverse, torpemente, pero
se movía. Mi primera sensación fue de
un enorme alivio por no haberla matado,
aún de forma involuntaria. Pero ese
alivio fue sustituido, poco a poco, por el
pánico de estar seguro de que no
respiraba minutos antes. Estaba muerta
y ahora de repente la tenía delante,
intentando levantarse. Por un segundo
pensé que estaba teniendo una pesadilla
y que me acabaría despertando, pero por
desgracia era todo muy real. Agarré las
bolsas de basura y salí corriendo de allí,
sin esperar a que se pusiera en pie y
volviera a la carga. Al salir cerré la
puerta tras de mí, y antes de decidir qué
hacer, me limité a agarrar el pomo de la
puerta con fuerza para que no pudiera
salir, ya que el cerrojo se limitaba a
impedir la entrada.
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respirara y de repente abriera los ojos
como si no hubiera ocurrido nada, me
llevó a la disparatada conclusión de que
había subido una muerta viviente a la
casa. Puede que el estado de shock en
que me encontraba ayudara a formarme
tamaño despropósito, pero lo cierto es
que estaba convencido de ello y el tiempo
me acabó dando la razón.
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parecía mirar su cuerpo desnudo en vez
de su faz.
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izquierda, llegué de nuevo hasta la
puerta del cuarto de baño, que
permanecía cerrada tal como la había
dejado.
- Hambre.
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ensangrentados de carne cruda delante
de su cara. Ella empezó a olfatear el aire
y sus nervios se acrecentaron un poco
más si cabe. Antes de que saltara
encima de los entrecots y me arrancara
la mano de paso, los lancé en dirección
al salón. Ella se olvidó de mí y fue
directa a donde habían ido cayendo los
trozos, como un sabueso de caza
perfectamente adiestrado. En ese
momento, aproveché para ponerme de
pie y llegar hasta mi habitación a
trompicones. Una vez dentro, encendí la
luz y cerré la puerta con la imagen de la
zombi mordisqueando la ternera cruda,
como si de una leona hambrienta se
tratara. El único problema, era que en
mi cuarto no tenía cerrojo como en el
cuarto de baño, así que sin perder ni un
segundo, a pesar de que la cabeza me
iba a estallar, empecé a arrastrar la
cama para usarla a modo de parapeto.
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poco probable que pudiera colarse,
puesto que la muerta no parecía tener
tanta fuerza como para mover la cama
conmigo encima. Hice un infructuoso
intento por ponerme en pie de nuevo,
pensando en buscar algo por la
habitación que sustituyera al cuchillo
perdido. Pero no tenía fuerzas para nada
que no fuera perder el conocimiento. Lo
último que recuerdo de aquella noche
son las luces de la lámpara en el techo,
desvaneciéndose poco a poco ante mis
ojos.
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acostado hasta que oscureciera, porque
sabía que lo que me esperaba iba a ser
tan duro o más que lo de la noche
anterior. Estuve un buen rato tumbado
boca arriba, con los ojos abiertos,
escuchando con atención, pero lo único
que me llegaba era a las vecinas hablar
de una ventana a otra por el patio.
Finalmente me obligué a ponerme en
marcha, ya que el desaguisado no se iba
a esfumar aunque me pasara el día
entero en la cama.
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mala espina, pero no podía quedarme en
mi cuarto por más tiempo.
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- Tienes que venir a toda hostia
para mi piso...
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atacarme, pero no iba a arriesgar el
pellejo por una corazonada. Me apresuré
a llegar hasta la entrada, y aún con las
manos temblorosas, logré girar la llave
de la puerta para abrir, salir al rellano y
cerrar tras de mí con un sonoro portazo.
Sin tiempo que perder, no miré tan
siquiera si podía llamar el ascensor. Me
lancé a bajar las escaleras por primera
vez en los dos años que llevaba allí.
Cuatro plantas. Agarrado a la barandilla
saltaba los pequeños escalones de tres
en tres. Llegando al bajo, tuve un traspié
que casi me hace rodar escalera abajo,
pero conseguí asirme al pasamano antes
de perder el equilibrio por completo.
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precisamente por lo exclusivo de su
clientela, era lo que de manera coloquial
se conoce como un bar de viejos. De esos
que siempre tienen una ficha de dominó
en las mesas y un sol y sombra que
echarse al gaznate. A su favor he de
decir que los precios son de otra época, y
la compañía de algunos de los
personajes más surrealistas del barrio
no nos molestaba. Cipriano, más
conocido por los parroquianos como
Cipri, era el dueño, barman y cocinero si
no había más remedio. Me conocía de
vista, pero le extrañó un poco el verme
aparecer solo y con cara de espanto.
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máquina, le dio al interruptor, y a los
pocos segundos un líquido negro empezó
a caer sobre un vaso de cristal sin asa.
Antes de que las últimas gotas brotaran
de la máquina, el único cliente que había
dentro junto conmigo, pidió un gintonic
con mucha ginebra y poco hielo, según
él, porque estaba acatarrado. Miré el
reloj de pared y faltaba poco para que
dieran las dos de la tarde. Me había
sentado en un taburete alto, justo a la
entrada, para poder ver cuándo llegaba
mi amigo. Cipriano me dejó el humeante
café en la barra, servido encima de un
platillo y acompañado de un sobre de
azúcar. Le pagué los cincuenta céntimos
que costaba, por si tenía que salir
corriendo al ver aparecer al Pumuki, y
mientras, aproveché el calor que
desprendía el vaso para calentarme las
manos.
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antes de que se pusiera a llamar al
portero electrónico. Había dejado el
coche a la entrada del parking que
habían construido hace poco por debajo
de la plaza, y se encaminaba con cierta
prisa a mi portal, cuando lo llamé a
gritos para que me viera.
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subir, intenté explicarle al Pumuki lo
que me había pasado desde que me dejó
de madrugada, justo donde había
aparcado su coche ahora. No había
mucho tiempo, así que me ceñí a lo
importante, hablando todo lo bajo que
pude por si salía alguna vecina en ese
momento. La cara de mi amigo fue
pasando por diferentes estados. De la
sorpresa al decirle que había subido a
una desconocida a mi casa, al sobresalto
cuando le conté cómo me atacó de
repente en el cuarto de baño. De la
consternación cuando confesé haberla
matado sin querer, al desconcierto al
decirle que volvió a levantarse una vez
muerta.
55
y una vecina salió, lo que nos hizo
cambiar las caras y parar la
conversación transitoriamente. No era
muy sociable con los inquilinos del
bloque, y la verdad es que a la única que
conocía, muy a mi pesar, era a doña
Bernarda –. Como me hayas hecho salir
de mi casa a estas horas para tomarme
el pelo te juro que te hostio – me
amenazó el Pumuki una vez nos
quedamos de nuevo a solas.
56
cerrarla de un portazo y salir corriendo.
Miré bien antes de entrar, para
asegurarme que no íbamos a encontrar a
la muerta de golpe.
57
- ¿Pero quién es esta loca?, ¿y qué
hace sentada en tu sofá en bolas y
comiendo carne cruda? – Pumuki rompió
el tenso silencio que ya duraba más de
un minuto desde nuestra irrupción en el
salón.
- ¡Te lo he dicho abajo, es un
zombi que se está puliendo toda la carne
que tengo en el frigorífico!
- ¡No me jodas Ricardo, sabía que
estabas pasándolo mal desde que Soraya
te dejó, pero esto ya es pasarse de la
raya!
- ¡A qué viene eso ahora tronco!
- ¡Pues que no puedes subir a la
primera pava que te encuentras tirada
en la calle, porque te puede acabar
pasando esto por ejemplo!
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como debía. Lo que ninguno
esperábamos era la reacción de la zombi.
Sin haber terminado con su bocado, se
levantó en el preciso momento que mi
amigo me agarraba con cierta dosis de
violencia. Por el rabillo del ojo pude ver
cómo saltaba por encima de la mesa baja
de cristal que tenía en el salón. Su
aspecto volvía a ser como el de la noche
anterior, cuando le puse la mano en el
hombro. Parecía que se iba a tirar
encima nuestra, cuando de repente se
puso a mi lado y empezó a gruñir y bufar
en dirección a mi amigo, que ya me
había soltado por la impresión de lo que
se le venía encima. Creo que puedo decir
sin exagerar que fue la experiencia más
extraña que he tenido en la vida. El
miedo me paralizaba. No quería
moverme un solo milímetro por si
alteraba de alguna manera a la muerta
viviente. Alternaba las fugaces miradas a
mi lado, con algún vistazo al frente para
ver cómo estaba reaccionando el Pumuki.
Se le veía bastante acojonado, aunque
no sé si lo suficiente como para que me
empezara a creer.
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- ¡Estás como una puta cabra tía!
– se intentó sobreponer lanzando
bravatas que no servían para nada –.
¡Ponte la ropa y sal cagando leches del
piso de mi amigo antes de que te tenga
que echar yo!
- ¡No la provoques joder! – le corté
antes de que siguiera con su desafío.
- ¡Ni que fuera Tyson! – no me hizo
el menor caso, pensando quizás, que el
primer paso para espabilarme era sacar
a la causante de mi estado de nervios
fuera de la casa –. ¡Estás sorda o qué!
60
delante para defenderse, mientras le
llegaba encima una lluvia de zarpazos y
golpes que no se esperaba. Aguantó el
chaparrón hasta que decidió que se
había acabado, y sin cortarse ni un pelo,
le pegó una patada a la muerta en el
estomago con la planta de la bota. No se
puede decir que se contuviera mucho,
porque el impacto la hizo levantar los
pies del suelo y caer contra la mesa de
cristal, con tan mala fortuna que ésta se
rompió por el centro, justo cuando la
cabeza y la espalda de la zombi
impactaban contra ella. El ruido de
cristales rotos se fundió con nuestros
ahogados gritos al ver lo que había
terminado pasando. El Pumuki cayó de
rodillas al ver la estampa de la que
parecía una joven desnucada por culpa
suya. Todo el peso de la culpa y de los
planes de futuro quebrados, quedaron
marcados en su semblante, al igual que
me pasó a mí la noche anterior, cuando
pensé que la había matado en el cuarto
de baño.
61
daba por hecho –, agarré a mi amigo por
el brazo y tiré de él con fuerza para que
se incorporase. La única manera de que
me creyera se había presentado de una
forma brusca y repentina, pero aun así
habría que aprovecharla.
- No te mortifiques, no la has
matado porque ya estaba muerta. Era lo
que te trataba de explicar abajo, pero no
me has querido escuchar – al tiempo que
le iba tratando de calmar, nos acercamos
donde había caído la zombi. El único
ruido que se escuchaba ahora, era el de
los cristales rotos que pisábamos en el
suelo. Entonces, tomé la estremecida
mano del Pumuki y la acerqué a la cara
de la postrada muerta –. Comprueba que
no respira.
62
vida desde hacía tiempo, aunque él no lo
quisiera creer aún. Se derrumbó y
sollozó entre mis brazos. Me sentí
culpable por hacérselas pasar así de
putas al que posiblemente fuera mi
mejor amigo. Pero antes de que pudiera
animarle, como tantas veces había hecho
él conmigo, sonó el timbre de la puerta y
tuve que pensar sobre la marcha.
63
la entrada. Miré a través de la mirilla,
para asegurarme que mis oídos no me
habían engañado, y por desgracia no lo
habían hecho. Tenía un primer plano de
la arrugada cara de la señora Bernarda,
esperando a que la abriera con su
sempiterna expresión de acritud. Me
tomé un segundo para respirar
profundamente, y entonces compuse la
mejor de mis sonrisas falsas.
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ruido en mi casa, la próxima vez llamo a
la policía, que lo sepas! – llevaba
escuchando eso con frecuencia desde la
segunda semana que me vine a vivir al
bloque, cuando monté una fiesta de
inauguración bastante movida, así que,
o bien nunca acababa llamando pese a
las amenazas, o la policía la conocía a
fondo y no hacía el menor caso.
- Le prometo que no va a escuchar
nada ya, de veras, puede echarse la
siesta tranquilamente – la dije al tiempo
que iba cerrando la puerta poco a poco –.
Adiós señora Bernarda.
65
en el rincón más alejado de donde se
encontraba la zombi. De cuclillas y sin
perderla de vista, había terminado de
experimentar lo que sufrí en mis carnes
durante la madrugada.
- ¿Me crees ahora? – intenté
ayudarle a ponerse en pie de nuevo,
aunque seguía más pendiente de que la
muerta viviente no se moviera del sofá.
- ¡Esto no puede estar pasando...
no puede ser real!
- Es tan real como tú y yo, así que
no podemos hacer como si no estuviera
ocurriendo.
- ¿Y qué has pensado hacer con...
esto? – poco a poco mi amigo trataba de
ser práctico, y pensar una posible
solución al problema, obviando la parte
en que el problema parecía surgido de
una novela de terror claro.
- No estoy seguro, puede que
sacarla cuando se haga de noche y
dejarla lejos de aquí – le respondí sin
razonar mucho lo que decía.
- ¿Y por qué no llamas a la Policía
o a Urgencias y que se encarguen ellos,
que para eso les pagan?
- No, ya lo pensé, pero no sabría
66
cómo justificar el haberla subido al piso,
y menos el hecho de que esté desnuda.
Como último recurso tal vez, pero de
momento vamos a esperar a la noche
¿vale?
- Como quieras – dijo a
regañadientes –. Pero no pretenderás
que nos quedemos encerrados con este
monstruo hasta que oscurezca ¿no?
- Tienes razón, hay que salir a
comprar comida.
- No sé cómo tienes estómago. A
mí se me han quitado las ganas de
comer.
- No es para nosotros sino para
ella. Si no tiene hambre es bastante
tranquila – me quedé observándola unos
instantes, y a pesar de no dejar de
temerla, no me parecía tan aterradora
como para volver a salir corriendo –.
Vamos a la carnicería antes de que
cierren.
67
hora de que echaran el cierre. Nos
llevamos prácticamente toda la ternera
que le quedaba, en filetes, en
hamburguesas, costillas e incluso dos
kilos para hacer estofado. No había
comprado tanta comida en mi vida.
Cargados de bolsas, volvimos al piso sin
intercambiar mucha conversación. La
verdad es que cada uno, a nuestra
manera, estábamos tratando de asimilar
lo que estaba pasando. Algo que das por
sentado que no es real, porque desde
siempre se ha dado por hecho a todos
los niveles, no se puede presentar en tu
vida de repente. Al menos no sin que
tenga unas consecuencias... o un
propósito. Metimos toda la comida que
pudimos en el congelador, que por
fortuna siempre andaba bastante vacío,
y la que no entraba la pusimos en el
frigorífico, que también andaba
despejado tras el asalto de la muerta
viviente durante mi pernocta. Eché un
vistazo al salón, mientras el Pumuki se
bebía una cerveza de una sentada.
Nuestra inquilina había acabado con su
almuerzo, pero no parecía agitada. Volví
a la cocina y miré el reloj en la pared.
68
Iban a dar las tres y media de la tarde.
69
apenas. Comencé a recoger usando la
bolsa que ya estaba usada, empezando
por los trozos de comida que había
repartidos por todo el salón. El bufé
carnívoro había dejado en la casa un
hedor a matadero que tiraba para atrás
según entrabas de la calle. Mientras, el
Pumuki había cogido otra cerveza y se
limitaba a observar los movimientos de
la muerta, que a su vez no me quitaba el
ojo de encima.
70
salido en mi defensa, justo en el
momento que pensó que me estaban
atacando. Por eso no trató de morderle.
Giré la cabeza para mirarla, y volví a
sentir la misma emoción que había
tenido nada más verla sentada en el
banco de la plaza.
71
documentarnos.
- ¿Documentarnos? – la cara de
mi amigo era un poema –. ¿Qué quieres
hacer ahora?, ¿una puta tesis?, vamos al
bar y hacemos tiempo hasta que se haga
de noche.
- No la voy a dejar en la calle esta
noche – respondí con gesto grave –. No
podría cargar con la responsabilidad de
que le hiciera daño a alguien, a una
mujer, a algún niño... es mi marrón y me
lo comeré hasta que encuentre una
manera de que nadie salga perjudicado.
- ¿Te has vuelto loco?, ¿no me
digas que ahora te ha entrado el
síndrome del héroe atormentado?...
¡sabes qué te digo, que no voy a gastar
más saliva contigo, si no quieres
deshacerte de esa cosa, pues quédate
con ella, y si quieres ir al videoclub,
iremos al videoclub! – El Pumuki estaba
muy cabreado. De hecho no le había
visto tan cabreado conmigo desde hacía
mucho tiempo. Aún así, no se quitó del
medio para lavarse las manos, y por ese
tipo de cosas es por las que le considero
mi mejor amigo.
72
Salí por tercera vez de la casa ese
día, la segunda acompañado. El tiempo
que tardamos en tirar las bolsas de
basura, junto con lo que quedaba de mi
mesa del salón, y llegar al videoclub, fue
suficiente como para encontrarlo recién
abierto. Aquél debía ser uno de los pocos
que quedaban en el país que todavía
alquilaban cintas de VHS. Entramos, y
justo debajo de un póster de La naranja
mecánica estaba Zoilo Nogueras. Antiguo
compañero del Instituto, donde ya había
que echarle de comer aparte. Sus padres
eran personas mayores que no habían
podido tener críos, así que decidieron
adoptar uno. Los pobres no sabían lo
que les venía encima. Murieron hace
unos años, y el amplio patrimonio que
tenían lo heredó Zoilo, que se empeñó en
montar un videoclub sabiendo que
tenían los días contados. El caso es que
había grabado a fuego en su cabeza que
iba a ser el Tarantino español, y se
pasaba más tiempo viendo películas allí
dentro que alquilándolas. Su aspecto era
desaliñado, con una melena grasienta
que comenzaba bastante más arriba de
su frente y le caía sobre los hombros. Su
73
descomunal barriga, producto de una
alimentación a base de comida rápida y
una alergia congénita por el deporte, se
dejaba ver por encima del mostrador de
cristal. Hacía tiempo que no pasábamos
por sus dominios, como llamaba al
negocio, pero aún así siempre se
acordaba de nuestras caras. Tras una
breve conversación trivial sobre cómo
nos trataba la vida, le pedí que nos
aconsejara sobre películas de zombis. Es
evidente que no le contamos lo que
había pasado. Le dije que estábamos
preparando un maratón de cine de terror
entre los colegas del barrio, y se le
encendieron los ojos como dos faros
portuarios. Se marchó al almacén unos
minutos, y cuando volvió, no vino con
las manos vacías precisamente. Colocó
un considerable montón de películas
encima del mostrador, y empezó con su
disertación a medida que iba separando
los estuches de los largometrajes que
comentaba.
74
haciendo grandes mierdas en los últimos
años, se puede decir que es el que le
insufló vida al género de los muertos
vivientes. Aquí os dejo La noche de los
muertos vivientes, Zombi y El día de los
muertos. Luego tengo aquí algunas más
recientes que seguro que os suenan, e
incluso las habréis visto. La mejor de
todas estas es El amanecer de los
muertos de Zack Snyder, que puede ser
el único remake de la historia del cine
que supere a la original. También os
paso la de 28 días después, de Danny
Boyle, pero no su secuela que era una
cosa absurda. Seguro que la de REC la
habéis visto ya, y aunque no es para
tirar cohetes, funciona bien, sobre todo
teniendo en cuenta que está hecha aquí,
así que tiene su mérito. Y he dejado para
el final los platos fuertes, las más cutres
en apariencia pero que no me cansaré de
ver nunca. Tengo por aquí algunas de
Jesús Franco, y sobre todo lo que se
conoce como el Spaghetti Zombi, o sea
las pelis que se fueron haciendo en Italia
a raíz del éxito que tuvieron las de
Romero. Os voy a dejar las mejores que
tiene Lucio Fulci, además de un par de
75
ellas que no son muy buenas pero sí
curiosas, La noche erótica de los muertos
vivientes y una posterior llamada Mi
novia es un zombi, que sale el Rupert
Everett de joven y Anna Falchi, una
actriz italiana que está muy buena. Creo
que con todas estas vais a tener de sobra.
De todas maneras, si veis que con esto
se queda el tema demasiado blando, solo
tenéis que venir por aquí y os enseño las
de mi colección privada... pero esas no
pueden salir del videoclub.
76
dijo que no íbamos a salir por la noche,
usando como excusa que yo no estaba
bien – lo cual tampoco dejaba de ser
cierto –, después de la disputa verbal
con Regina. Quedó directamente para
ver el partido al día siguiente en Los
Exquisitos y se despidió, intentando
lanzar alguna chanza, para que no se
notara que estaba sucediendo algo fuera
de lo común.
77
soportar sus sentidos al estar en la
misma habitación. En cambio, yo había
superado misteriosamente todos esos
prejuicios, y lo que me parecía violento
era el hecho de tenerla desnuda, de la
misma forma que me lo hubiera
producido de seguir estando viva.
Usando al Pumuki como modelo,
conseguí que la zombi, con mi ayuda, se
fuera poniendo la ropa que le había
sacado la noche anterior, justo antes de
que me atacara.
78
horas desde que acabó con el último
sustento. En base a eso, podía ponerme
avisos en el nuevo móvil que debía
comprar el lunes sin falta, y tenerla
calmada durante todo el día y buena
parte de la madrugada, si conseguía
hacer que se habituara a un horario de
comidas. Saqué un trozo de jarrete de la
nevera y se lo puse en una bandeja,
junto con un par de servilletas de papel.
Mientras lo hacía no dejaba de decirme
lo estúpido que era ese gesto, pero el
caso es que no por ello lo modifiqué. Le
di la carne en la mano, y mientras ya
comenzaba a devorarla con fruición,
aproveché para colocarle la bandeja
encima de los muslos, ya cubiertos con
los vaqueros rotos de Soraya... esos que
aunque estuvieran rajados, seguro que
costaban un dineral.
79
ojos estaban bastante enrojecidos,
después de la sesión de cine en casa que
nos estábamos pegando. Se notaba que
estaba cansado y de mala leche, pero
aún así no se marchaba. Mientras le
observaba con orgullo, él seguía
tomando apuntes justo donde me había
quedado yo. Le dije que llamara a
cualquier sitio donde nos trajeran algo
de comer, y de esa manera engullí el
primer refrigerio sólido del día cuando
era la hora de cenar. Obviamente
hicimos una pausa en el visionado para
ello, porque no teníamos el estomago tan
encallecido como para estar masticando
una porción de pizza mientras veíamos
cómo vejaban y devoraban a una rubia
de busto generoso. Una vez llena la
panza, saqué del armario una botella de
Chivas que tenía para cuando venían
familiares o amistades. Serví un par de
generosos pelotazos en vaso bajo con
tres cubos de hielo, pese a la época del
año en que todavía estábamos. Con eso
aguantamos el tirón hasta empezar a ver
la última película, la de la tía buena
italiana. La verdad es que a esas alturas
de la madrugada, ya había dejado de
80
escribir en papel cualquier detalle que
me pudiera parecer interesante, porque
estaba haciendo garabatos ininteligibles.
El título que le habían dado en
castellano no le hacía mucha justicia al
argumento, que por otro lado era tan
infumable como las de la última tanda
que nos habíamos ojeado. En lo que sí
había que darle la razón a Zoilo, era en
la apreciación de la protagonista, que
dentro de la trama no tenía un nombre,
al igual que le sucedía a la muerta que
tenía en mi salón. No se por qué, pero
empecé a sacar algunas similitudes con
lo que me estaba sucediendo desde la
madrugada anterior. Estaba enfrascado
en esos pensamientos, cuando volvió a
sonar el teléfono del Pumuki. Esta vez
era un mensaje de texto. A medida que
mi amigo lo leía para sí mismo, aprecié
un ligero cambio en su expresión que me
hizo sospechar de qué se trataba.
81
- Lo intentaré, pero sin saber de
qué se trata no te puedo prometer nada
– respondí de la manera más sincera que
pude.
- Es Santos. Dice que Facun y
Regina están ahora mismo en el Nazarí…
y Soraya está con ellos preguntando por
ti – hizo una pequeña pausa para valorar
cómo lo digería, pero antes de que yo
pudiera abrir la boca, retomó la palabra
–. Ni se te ocurra plantearte lo de ir a
verla. No pienso dejar que te muevas de
aquí.
82
- Ya sabes… Ana – y acompañé
esto último con un gesto de la cabeza
que apuntaba hacia el salón.
- ¿Qué?, ¡el simple hecho de
ponerle un nombre ya me hace temer
que estás perdiendo el poco juicio que te
quedaba! – se puso en pie de inmediato,
como si la silla donde había estado
durante horas estuviera ardiendo en
llamas y le quemara el culo. Se echó las
manos a la cabeza y empezó a dar
vueltas por la habitación, mientras
seguía intentando hacerme ver la locura
que encerraban mis palabras.
- Antes de que sigas. Si yo
estuviera en tu lugar pensaría lo mismo,
no te lo discuto, pero no estoy diciendo
que me vaya a dar una vuelta agarrado
de la mano con ella, ni que se la vaya a
presentar a mis padres. Es solo la
sensación de paz que me transmite… no
sabría explicártelo bien, porque es que ni
yo mismo lo acabo de entender aún.
- ¡Venga Ricardo no me jodas, si
esta mañana cuando te llamé estabas
acojonado!
- ¡Ya lo sé coño, te acabo de decir
que no lo entiendo ni yo! – estallé de
83
repente, soltando toda la tensión que
había acumulado desde que salí del
Nazarí la noche del viernes. Después de
unos segundos, volví a retomar el hilo de
la conversación ya más calmado –. Mira,
estoy convencido que si ella no estuviera
aquí ahora mismo, estaríamos
discutiendo sobre si ir o no en busca de
Soraya... ¿hubieras preferido eso?
- No, pero una cosa es que te
salgas de la carretera para esquivar un
obstáculo, y otra muy diferente es que
no quieras volver a la puta carretera,
¿me explico? – dijo con un tono
ligeramente paternalista y didáctico,
dejando por un momento de dar vueltas
alrededor de la habitación.
- Claro que te explicas, pero de
momento prefiero seguir por este camino
a ver dónde me lleva. No espero que lo
entiendas, pero sí que lo respetes.
- Mira, no se tú, pero yo estoy
reventado y no puedo pensar con
claridad, así que mejor lo consultas con
la almohada, y mañana quedamos antes
del partido para seguir hablando.
- Venga, pero lo que no quiero es
que te vayas de mala hostia – abrí los
84
brazos para pegarle un abrazo, que
recibió de buena gana. Al separarnos me
dio un cachete cariñoso en la mejilla y
compuso una sonrisa fatigada pero
franca. Le acompañé hasta la puerta, y
al pasar por el salón echó una mirada a
Ana – ya había dejado de ser la muerta –,
que seguía con la bandeja puesta entre
sus piernas, aunque del jarrete que le
había dado ya no quedaba nada. Parecía
intentar ponerse en mi lugar, ver lo que
yo veía para no irse a casa con la
preocupación con la que seguro iba
entonces. A los pocos segundos, se puso
en marcha de nuevo y nos despedimos
en la puerta, recordándome que al día
siguiente tenía que ir a comer a su piso,
para después irnos juntos a ver el
partido que empezaba a las cinco de la
tarde.
85
Paré la película que se había quedado
puesta mientras, y saqué el DVD del
reproductor. Agarré éste de nuevo y lo
dejé en el hueco donde siempre estaba,
bajo el plasma del salón. Tiré la caja de
la pizza a la basura, y entonces me di
cuenta que llevaba la misma ropa con la
que salí de marcha el viernes. Amparado
en el empirismo por el que mientras no
tuviera hambre, Ana sería dócil como un
cordero, no lo dudé dos veces a la hora
de encender el calentador y darme una
reparadora ducha... con el pestillo
echado. Mientras el agua caliente caía
sobre mi cabeza, seguía pensando en la
decisión que había tomado. Una decisión
totalmente irreflexiva, sin valorar los
pros y los contras. Pero es que de nada
me había valido hasta la fecha hacerlo
de esa forma, por lo que tampoco lo
podía tomar como una referencia. Salí de
la ducha totalmente relajado, me puse
mi pijama de invierno y quité el pestillo
de la puerta. Abrí un poco la puerta, lo
suficiente como para poder ver si había
alguien al otro lado esperando. Mi mayor
temor era que Ana estuviera esperando
para abalanzarse sobre mí, además de
86
por el hecho en sí, porque entonces
habría vuelto a equivocarme de lleno con
una mujer. Por suerte no me falló, y al
cruzar el pasillo hasta el salón, no la
encontré sentada en el sofá, sino pegada
a la puerta que daba a la terraza, desde
donde se podía ver parte de la plaza
donde la había encontrado sentada. Sin
saber porqué, me puse a hablarla a
cierta distancia.
87
tenerlas todas conmigo. Antes de
echarme en la cama, escribí en una hoja
en blanco la instrucción “dar de comer a
Ana y poner el despertador a las diez”, y
la coloqué al lado del despertador, por si
me levantaba medio dormido y se me
ocurría pararlo y volver a echarme por
inercia. Y entonces me dormí. No me
costó conciliar el sueño, y cuando sonó
el despertador a eso de las cuatro de la
mañana, me levanté quitándome las
legañas, para seguir las órdenes que me
había escrito al pie de la letra. Salí
intentando desentumecer los sentidos, y
me la encontré en el sofá, que parecía
funcionar a modo de cama para ella. Sin
entretenerme mucho, abrí la nevera y
puse un par de filetes en un plato de
plástico, de los que tenía para no tener
que estar fregando a diario. Volví a
repetir la operación de la bandeja y las
servilletas de papel, y se lo llevé todo
para que pudiera comer. Una vez tenía la
carne a su alcance, empezó a rasgarla
con los caninos y a masticarla con
urgencia. No me quedé a ver cómo la
terminaba, y pude retomar el sueño que
tan a gusto estaba teniendo.
88
El domingo me desperté a las diez
de la mañana, ayudado por el ruidoso
pitido que salía del radiodespertador.
Era la hora del desayuno, pero esta vez
no quise dejar que Ana se alimentara
sola, aunque tampoco la hice esperar a
que yo me dispusiera el desayuno.
Mientras ella volvía a comer, yo me
preparé algo frugal; un par de tostadas
con la mantequilla fundida y un poco de
mermelada de fresa, regado con un buen
tazón de café para ponerme en marcha.
Ya había acabado y ella seguía
terminando lo suyo, así que abrí las
ventanas de toda la casa para que se
oreara un poco. Parecía que el frío
invernal empezaba a remitir, aunque
tampoco era como para volver a salir a la
calle como lo había hecho el día anterior.
Normalmente, solía usar las mañanas de
los domingos para recoger un poco el
desorden que había en el piso, poner
algunas lavadoras y aprovechar para leer
y escribir un poco. Lo bueno es que no
tenía porqué cambiar mi plan de vida
con Ana en casa, y eso era otro punto a
su favor. Hice exactamente lo que quería
hacer, sin que ella se inmiscuyera para
89
nada. Se limitó a dejar que le retirara la
bandeja, y supongo que mientras yo me
afanaba en mis quehaceres, ella estaría
contando las horas hasta el próximo
piscolabis.
90
escaleras, pensé en qué nuevos
argumentos darle para intentar
convencerle de mi decisión. Al llegar
arriba, la puerta estaba abierta, así que
entré y la cerré tras de mí.
- ¿Hola?
- Pasa – me dijo desde la cocina,
donde salía un agradable olor a uno de
mis platos favoritos.
- ¿Has hecho cocido? – le pregunté
de una forma retórica, pues sabía
perfectamente que mi olfato no me podía
engañar en esta ocasión.
- Sí, a falta de pipa, es el cocido de
la paz – dijo riendo –. Vamos a comer en
condiciones, aunque sea una vez esta
semana ¿no?
- Ya ves, si sobra algo me lo echas
en un cacharro que me lo llevo.
- Vale, ves poniendo la mesa.
91
que se negaba a llamarla por el nombre
con que la había bautizado –, me iba a
aportar lo que no me había dado
ninguna de mis parejas hasta la fecha.
Pero al verme tan convencido, se tuvo
que acabar rindiendo al hecho de que no
iba a hacerme variar de opinión, a
menos que las circunstancias cambiaran
radicalmente de repente. De esa manera,
se limitó a decirme que anduviera con
mucho ojo, y que tomara precauciones
para no acabar con un muñón por brazo.
Y que en el momento en que cambiara
de opinión, se lo hiciera saber para
ayudarme a deshacerme de Ana.
Llegamos a ese pequeño acuerdo a
cambio de que me prometiera guardar el
secreto.
92
el personal se marchó bastante cabreado
a su casa. Algunos incluso, le pidieron a
Cipriano unas tijeras para cortar su
carné de socio. No obstante, a mí apenas
se me quitó el buen humor con que me
había levantado por la mañana. Me
despedí de los amigos en la misma
puerta del bar, y el Pumuki me hizo un
gesto como de querer acompañarme
hasta arriba, pero le dije que no hacía
falta. Por fortuna no le dejé subir,
porque si hubiera visto lo que encontré,
no habría forma de haber impedido que
se deshiciera de Ana a la fuerza.
93
hacerlas caso, porque no era una
pesadilla, era todo muy real. Lo primero
que encontré con la vista fue un bolso de
Gucci que había visto numerosas
ocasiones antes... colgado del hombro de
Soraya. Ésta yacía en mitad del salón.
La reconocí de inmediato a pesar que
estaba boca abajo, encima de un gran
charco de sangre que se metía por
debajo del sofá. Era imposible que
estuviera viva habiendo perdido tal
cantidad de plasma. Por su parte, Ana
estaba de pié, mirando en dirección al
cuerpo tendido. Había signos de lucha
por todas partes. No podía entender qué
había pasado, ¿por qué estaba Soraya en
mi piso?, ¿quién la había abierto?
94
los gritos de una mujer muriéndose
desangrada, pero solo se me ocurría
echarle la culpa a la televisión de nuevo.
Llamé al timbre mientras intentaba no
derrumbarme allí mismo en todos los
sentidos. No contestó nadie. Volví a
insistir, esta vez pegando más tiempo el
dedo en el botón. Nada. Si de algo podía
presumir mi vecina era de buen oído, así
que posiblemente hubiera salido a dar
un paseo, o quizás su hija se dignó a
llevarla a merendar fuera. Bendita sea si
fue así. Sea como fuere, era un golpe de
fortuna entre tanta desgracia, que me
ayudó a ganar tiempo para pensar lo que
iba a hacer a continuación.
95
los brazos, conseguí darle la vuelta por
completo. A pesar de que tenía buena
parte de su largo cabello pegado a la
cara, se podía apreciar una tremenda
herida en la parte delantera del cráneo,
por la que seguramente salió toda la
sangre que estaba decorando el suelo de
mi salón, como una alfombra sacada de
la ceremonia de los Oscar. Un detalle en
el que reparé, y que alivió en parte mi
sentimiento de culpa, fue que no tenía
signos de mordiscos ni le faltaba ningún
trozo de carne del cuerpo. Parece que la
pelea no se había originado porque Ana
quisiera comer. De hecho, yo no me
había quedado con los colegas tomando
unas cañas, precisamente para que no
se me pasara la hora de su comida. Pero
todavía quedaba al menos una hora para
eso. Creyendo haber resuelto el porqué,
levanté la cabeza en busca de algo que le
pudiera haber producido semejante corte.
Casi se puede decir que me lo encontré
de frente, puesto que en uno de los picos
de las ventanas que había dejado
abiertas desde por la mañana, había una
vasta mancha roja que casaba con la
marca que había en la cabeza de Soraya.
96
Al no estar la mesa de cristal por medio,
debieron pelear sin tropezar con nada, y
en algún momento se debió golpear con
el canto de la ventana y caer hacia atrás.
Al menos eso es lo que quise creer.
97
bolsillo del chándal y saqué las mías.
Puse las del portal y el piso al lado de las
que había en el llavero de Soraya, y eran
idénticas. La muy cabrona me había
hecho una copia de las llaves antes de
dejarme. Por un momento se me pasó
por la cabeza que había tenido su
merecido, pero eso era ir demasiado lejos.
No alcancé a entender si se había
presentado en mi casa para darme una
sorpresa, para recoger las cosas que
todavía tenía allí, o para qué, pero el
caso es que ahora ella estaba muerta, y
yo estaba metido de lleno en un
homicidio, aunque todo hubiera sido un
desafortunado accidente.
98
desde antes incluso de cortar conmigo,
sino el defender lo que era mío, mi
territorio que ahora también era el suyo.
Seguramente que si hubiera sido el
Pumuki el que hubiera entrado con mis
llaves, no le hubiera atacado de la
misma forma. Apostaría todo el dinero
que tengo ahora mismo por ello. Pero a
Soraya no la conocía, y conociéndola a
ella de sobra, seguro que en el momento
que vio a Ana con su ropa puesta,
intentó quitársela por celos, sin caer en
la cuenta del extraño comportamiento de
la chica que ahora vivía con su antigua
pareja. Al final, no tuve valor para
decirle una palabra más alta que otra,
sabiendo que en el fondo había actuado
movida por el instinto de conservación.
99
ninguna pequeña mancha. Por lo pronto,
iba haciendo las cosas sobre la marcha.
Mientras escurría la fregona en el cubo,
se me ocurrió pensar en si Soraya le
habría dicho a alguien lo que iba a hacer.
Pero la única persona que se me ocurrió
fue Regina, porque su padre no me
quería ver ni en pintura, al menos no
cerca de su hija. Miré las últimas
llamadas que había hecho con su
teléfono, pero las que estaban
registradas a nombre de la novia de
Facundo, eran de la noche del sábado,
justo unas horas antes de que Santos le
mandara el mensaje al Pumuki. Eso
quería decir que la última vez que
hablaron fue en persona. Que le hubiera
confesado en ese momento lo que tenía
pensado hacer era una posibilidad que
no se podía descartar, pero si sacaba las
copias de su llavero resultaría imposible
pensar que ella hubiera entrado si yo no
estaba en la casa.
100
dirección al cuerpo de Soraya. Miré el
reloj del DVD y caí en la cuenta que ya le
tocaba alimentarse. Y entonces, como si
de una revelación se tratara, me vino a
la cabeza la solución para deshacerme
del cuerpo sin tener que sacarlo tan
siquiera de la casa. Al ritmo que Ana
comía, calculé que en una semana
habría devorado la mayor parte del
cuerpo de Soraya, lo que suponía el
pensar en dónde ocultar los huesos.
Antes de que le hincara el diente, le
quité la ropa empapada en líquido vital,
y entonces dejé que el hambre de Ana
hiciera el resto, sin quedarme a mirar.
Me marché a la cocina para intentar
aclarar las ideas, porque en apenas tres
días mi vida había dado un vuelco. Cogí
la libreta donde apuntaba lo que iba
faltando para hacer la lista de la compra,
y empecé a anotar los cabos sueltos que
había que resolver para no acabar en
Alcalá Meco o en un Frenopático.
101
compré un pequeño congelador y un
serrucho. También procuré despiezar el
móvil, y tirar cada una de sus partes en
alcantarillas de zonas alejadas. Del
monedero saqué el dinero en efectivo,
que me quedé para ayudar en la compra
del congelador y el serrucho. La
documentación, las tarjetas de crédito y
su llavero, acabaron en las mismas
alcantarillas que las piezas del teléfono.
El tarro de colonia lo vacié en el
fregadero, y lo hice añicos antes de
tirarlo a la basura. El bolso y el
monedero vacío, los conseguí colocar en
un piso de Lavapiés, donde vendían toda
clase de imitaciones, diciendo que se los
había comprado a mi novia pero que no
le habían gustado. El tipo lo miró, y se
debió dar cuenta que eran auténticos a
la primera, porque no me puso pegas a
la hora de devolverme los 20 euros que
supuestamente había pagado. En cuanto
a la ropa ensangrentada, la lavé con lejía
repetidas veces, hasta que apenas si
quedaron rastros de manchas. Después
la metí toda dentro de un contenedor de
ropa para necesitados, esperando que
acabara lo más lejos posible. Lo único
102
que quedaba de su paso por la casa era
ella misma, cortada en varios trozos
dentro del congelador. Solo quedaba
esperar a ver qué pasaba cuando su
padre la echara en falta. Por fortuna
para mí, hubo tiempo para que Ana se
comiera los restos, y los huesos los fui
partiendo con un martillo de los grandes,
para acabar metiéndolos en una
picadora de hielo que también me tuve
que comprar. Eso sí, por mi condición de
última pareja de la desaparecida me
llamaron a declarar en comisaría, pero
allí me enteré de que Regina no tenía la
menor idea de los planes de Soraya para
la aciaga tarde del domingo. No obstante,
no descarto la posibilidad de que algún
día llamen a mi puerta sospechando lo
que en realidad pasó.
103
desde entonces, teniendo siempre
presente que no podré bajar la guardia
por completo mientras viva conmigo. Yo
me siento cada vez más a gusto con su
compañía, y a pesar de no saber de
primera mano lo que pasa por su cabeza,
si es que pasa algo, su actitud dócil y
protectora me hace pensar que ahora es
todo lo feliz que puede ser en el estado
en que se encuentra.
104
fauces de una muerta viviente.
105
puesto en el salón lleno de sustrato para
plantas hasta arriba. Cada noche
procuro cerrarlo con llave una vez que
Ana se mete dentro para que yo pueda
dormir plácidamente, no vaya a ser que
le entre hambre a medianoche y lo
primero que se encuentre al darse una
vuelta por el piso sean mis pies.
106
sepulcral cada vez que llegue cansado de
trabajar, y sin ganas de comentar mis
problemas con alguien por el bien de la
ponderada convivencia.
FIN
107
Próximamente