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El f in d e l t ie m po d e g r a c ia

Título de la obra origin al en in glés: The Cióse of Probation


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IA D P A
In ter-Am erican División Publish in g Association®
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Presidente Pablo Perla


Vicepresidente Editorial Fran cesc X. Gelabert
Vicepresidente de Producción Dan iel Medin a
Vicepresidenta de Aten ción al Clien te An a L. Rodrígu ez
Vicepresidente de Finanzas Saú l Ortiz

Traducción
Ju an Fern an do Sánch ez
Edición del texto
Ju an Fem an do Sán ch ez / J. Vladim ir Polan co
Diseñ o de la portada
Kath y FI. Polan co
Diseñ o y diagramación
Dan iel Medin a Goff

Copyright © 2014 de la edición en español


In ter-Am erican División Publish in g Association®

ISBN: 978-61161-366-7
Impresión y en cuademación : Pan american a Form as e Im presos, S.A.
Impreso en Colom bia / Printed in Colombia

I a edición : octubre 2014


Procedencia de las imágenes: 123RF.com

Está prohibida y penada, por las leyes internacionales de protección de la propiedad intelectual, la traducción
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de España. En todos los casos se ha unificado la ortografía y el uso de los nombres propios de acuerdo
con la RV95 para una más fácil identificación.
En las citas bélicas, salvo indicación en contra, todos los destacados (cursivas, negritas) siempre son del
autor o ael editor.
Las citas de las obras de Elena G. de W h ite se toman de las ediciones actualizadas caracterizadas
por sus t ipas color irarrón, o, en su defecto, ce las ediciones tradicionales de la Biblioteca del Hogar
Cristiano de tapas color grana.
DEDICATORIA
A Lois,
mi am iga m ás querida,
mi am an te y m i esposa
Contenido
PÁGINA
Abreviaturas........................................... 8
Prólogo.............................. 9
Prefacio............................................................... 13
P a r t e I: C o n s id e r a c io n e s p r e l im in a r e s
1. La evidencia bíblica del tiempo de gracia
y su conclusión..................................... 19
2. Caleb................................................................ 29
3. ¿Quién necesita un tiempo de gracia?................. 49
4. El tiempo de gracia de Lucifer................. 61
P a r t e II: T ie m po d e g r a c ia y s a l v a c ió n
5. La Creación, la Caída y el tiempo de gracia..... 71
6. Salvación: La conversión................................. 81
7. Salvación: La justificación................................ 99
8. Salvación: La santificación................... 113
9. Cómo ser amigo de Dios..................................... 129
10. Desafíos a la amistad con Dios.............. 137
P a r t e III: A s u n t o s r e l a c io n a d o s
c o n e l c ie r r e d e l t ie m p o d e g r a c ia

11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia?... 157


12. El sello de Dios................................................... 177
P ÁGINA
13. Rebelión........................................................... 191
14- La rebelión definitiva......................................... 205
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar................. 219
16. La suprema lealtad..................... 241
17. El fin del tiempo de gracia del mundo............... 249
18. El fin del tiempo de gracia humano....................263
Pa r t e IV: D e s p u é s d e l c ie r r e
DEL TIEMPO DE GRACIA

19. El tiempo de angustia......................................... 279


20. La última generación.......................................... 287
21. ¿Cuán perfectos debemos ser?............................. 299
22. Vivir sin Mediador.............................................313
Apéndice del capítulo 22:............................. 327
P a r t e V: e l t ie m p o d e g r a c ia , l a ig l e s ia ,
Y USTED Y YO

23. El fin del tiempo de gracia y la misión


de nuestra iglesia....... ......................................... 331
24. El tiempo de gracia, y usted y yo........................ 347
Abreviaturas de los títulos
de obras de Elena G. de W hite

CBA: Com en tario bíblico adv en tista


CC: El cam in o a Cristo
CS: El conflicto de los siglos
CSI: Con sejos sobre salud
CTBH: Ch ristian Tem perance an d Bible H y giene
DNC: Dios n os cuida
EUD: Even tos de los últim os días
Ev: El evangelism o
HAp: Los hechos de los apóstoles
HR: L a historia de la redención
MGD: L a m arav illosa gracia de Dios
MS: M en sajes selectos, libros 1-3
MSV: M aran ata: El Señ or viene
PE: Prim eros escritos
PP: Patriarcas y profetas
PVGM:: Palabras de v ida del gran M aestro
SG: Spiritual G ifts, volúmenes 1-4
TI: Testim onios para la iglesia, volúmenes 1-9
YI: T h e Y outh’s In structor
Prólogo

arvin Moore es el autor más prolífico sobre los acon­

M tecimientos del tiempo del fin en el adventismo ac­


tual. Es un hombre con un mensaje que la iglesia
necesita, centrado en un tema inagotable que es preciso
compartir. Títulos como El desafio del tiempo fin al, ¿Será que
podría pasar?, L a dem ora y El juicio investigador reflejan su gran
y profundo interés en este asunto.
En muchos aspectos, Moore ha tomado el lugar de Arthur
S. Maxwell. Maxwell, como Moore, fue el editor de Sigas of
the Tim es y el autor más popular de su generación sobre los
hechos del tiempo del fin. Pero hay una importante diferen­
cia entre los dos. Mien tas que la obra de Maxwell tenía
sobre todo un enfoque evangelizados Moore se ha centrado
en la tarea imprescindible de ayudar a los adventistas a en­
tender todo lo relativo a los acontecimientos finales de la
tierra, con sus posibilidades e implicaciones.
El papel histórico de la Iglesia Adventista del Séptimo
Día ha sido transmitir un mensaje decisivo que la población
1 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

mundial necesita escuchar. Pero como el tiempo se resiste


tozudamente a concluir, el adventismo se encuentra en grave
riesgo de perder su entusiasmo escatológico y de tender a
acomodarse, convirtiéndose así en una denominación más.
Aunque algunos de los escritos de Moore abordan asuntos
que resultan polémicos y/o que nunca antes recibieron una
atención tan profunda, lo cierto es que son especialmente
importantes porque suponen un constante llamamiento a
despertar entre los adventistas del séptimo día.
De ahí la importancia de El FIN DEL TIEMPO DE GRACIA.
Que yo sepa, esta es la primera vez que el tema recibe seme­
jante tratamiento, en formato de libro, sea por parte de autores
adventistas o de cualesquiera otros. El asunto, por supuesto,
tiene mucho más relieve en el adventismo que en ningún otro
movimiento religioso. Mientras que otros, en sus preocu­
paciones teológicas, se centran en cómo la gente se hace cris­
tiana y en lo que eso implica para su vida diaria, el adventismo
desde sus mismos comienzos ha puesto énfasis en los aconte­
cimientos finales y en cómo deberíamos afrontarlos.
La buena noticia acerca de E l FIN DEL TIEMPO DE GRACIA
es que provee una amplia visión del asunto. Mientras que
suele pensarse en el fin del tiempo de gracia solo como un
acontecimiento del final de los tiempos, Moore rastrea el
concepto desde la caída de Lucifer hasta la segunda venida,
pasando por el Edén. Muestra la relación del tiempo de gra­
cia con la conversión, la justificación, la santificación y el
proceso de conocer a Dios como a un Amigo, ayudando al
lector, en función de ello, a comprender cómo puede pre­
pararse para el cierre de ese período. Moore también rela­
ciona el fin del tiempo de gracia con asuntos controvertidos
como el tiempo de angustia, el estado de preparación de la
última generación, la perfección del carácter y la vida sin
mediador. Su enfoque provee importantes percepciones que
Prólogo • 11

ayudan al lector a captar la magnitud del tema y todas sus


consecuencias en el plan general de salvación. El libro sus­
cita cuestiones que la mayoría de nosotros ni siquiera nos
hemos planteado. Pero no se queda en ellas, sino que pro­
pone respuestas de útil aplicación.
El estilo práctico y distendido de Moore facilita que los
lectores se identifiquen con los temas que aborda. Aun si
usted discrepa con algunas de sus conclusiones, se verá
desafiado a meditar en las implicaciones de cuestiones en
las que hasta este momento puede que apenas hubiera pen­
sado. Recomiendo sinceramente El FIN DEL TIEMPO DE GRA­
CIA a todos los que deseen adquirir una mejor comprensión
de los hechos culminantes del gran conflicto y del plan de
salvación.
George R. Knight
Profesor emérito de Historia de la Iglesia
Universidad Andrews
De qué trata este libro

i hubiera escrito este libro hace doscientos años, pro­

S bablemente le habría dado un título del estilo de El


nificado teológico del tiempo de gracia cierre en relación
con la salvación individual y global y la perfección de quienes
viven después del fin del tiem po de gracia. Ese era el modo en
que se titulaban los libros entonces, y sería una descripción
bastante precisa de lo que trata esta obra. Sin embargo, hoy
preferimos títulos más cortos, concisos y fáciles de recordar;
de ahí la elección de El FIN DEL TIEMPO DE GRACIA.
Muchos adventistas están interesados en el fin de este
periodo. Se plantean múltiples preguntas sobre ello. Y,
siendo completamente sinceros al respecto, a muchos el
tema les despierta no menos temores que preguntas. Espero
que este libro responda a sus cuestiones sobre el fin del
t iempo de gracia y que les ayude a comprender que no es
tan temible. Antes de poder discutir de manera relevante
sobre el fin del tiempo de gracia, hemos de entender este
periodo en sí mismo y cómo podemos aplicarlo a nuestras
14 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

vidas espirituales. Por eso, aun cuando el título sugiera que


todo el libro trata del fin de ese tiempo, cubre también los
temas siguientes:
• Capítulo 1: La evidencia bíblica sobre el tiempo de gracia
y su conclusión
• Capítulo 2: La historia de un padre que concedió un
tiempo de gracia a su hijo
• Capítulos 3-5: Cómo empezó el tiempo de gracia
• Capítulos 6-10: El propósito del tiempo de gracia
• Capítulos 11-16: Cómo pondrá Dios fin al tiempo de
gracia
• Capítulos 17-18: El fin del tiempo de gracia: qué es y qué
involucra
• Capítulos 19-22: La última generación, la perfección des­
pués del fin del tiempo de gracia, y lo que implica vivir
sin mediador
• Capítulo 23: El tiempo de gracia y la misión adventista
• Capítulo 24: El fin del tiempo de gracia, y usted y yo
Pensando en los lectores que no sean adventistas del
séptimo día, explicaré que Dios le dio a una mujer llamada
Elena G. de White el don de profecía. Ella escribió exten­
samente sobre una amplia variedad de temas, incluidos el
conflicto entre el bien y el mal,* la salvación, la educación,
la salud, la organización de la iglesia y los acontecimientos
finales. Este libro se inspira especialmente en sus percepcio­
nes sobre el conflicto entre el bien y el mal, la salvación y
los acontecimientos finales.
Los adventistas aceptan la Escritura como autoridad es­
piritual fundamental y suficiente por sí misma. Todas nues­
tras doctrinas se basan en la Biblia. Creemos que el papel

* Los adventistas del séptimo día se refieren al con flicto entre el bien y el mal como «el gran
con flicto». Ese nombre subyace a todas nuestras doctrin as básicas y les confiere una unidad
específica
Prefacio • 15

ilc Elena G. de White era atraer la atención de la gente


hacia lo que dice la Biblia, y, más allá de eso, proveer infor­
mación divinamente inspirada sobre asuntos no desarrolla­
dos en la Escritura. En esto no difería de los autores bíblicos.
Cada uno de ellos apoyó lo que los autores previos habían
dicho, pero también aportó información adicional. Sería sin
duda extraño que Dios concediera a alguien el don de pro­
fecía y luego esperase que se limitase a repetir lo que otras
personas inspiradas ya habían dicho.
A lo largo de este libro combino la Escritura con los tex­
tos de Elena G. de White. Hablando en general, ofrezco pri­
mero la información bíblica, seguida de comentarios de
Elena G. de White.
Verá usted que uso tanto notas a pie como notas a final
de capítulo. Las notas a pie contienen detalles que consideré
lo bastante importantes como para que usted se moleste en
desviar la atención hacia ellos. No he querido incluir estos
detalles en el texto principal porque pienso que interferirían
con el flujo del pensamiento que expreso. Las notas a pie se
indican siempre con un símbolo sobrescrito, como este: *.
Las notas finales ofrecen las fuentes de las citas que no sean
de Elena G. de White. Usted las encontrará al final de cada
capítulo. Se las indica siempre mediante un superíndice nu­
mérico, como este:1.
Las fuentes de las citas de los escritos de Elena G. de
White aparecen entre paréntesis al final de dichas citas.
Como referencia a ellas, se usan letras que indican la fuente,
seguidas por cifras alusivas al número de la página de la
publicación que contiene la cita. Así, por ejemplo, «DTG
123 » indica que la cita procede de la página 123 del libro
El Deseado de todas las gentes. La página siguiente al índice
16 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

contiene una lista de las abreviaturas empleadas para los li­


bros, revistas y otros documentos escritos por Elena G. de
White.
Deseo dar las gracias a George Knight por revisar el ma­
nuscrito antes de su publicación y por escribir el prólogo.
También agradezco a mi esposa, Lois, su paciencia al aguan­
tar las muchas horas que llevó escribir el libro. Y finalmente,
a David James, buen amigo y en otro tiempo coeditor de
Signs ofth e Tim es, por el excelente trabajo que hizo editando
el texto.
Marvin Moore
Enero de 2014
Parte I

Consideraciones
preliminares
1
Laevidencia bíblica
del tiempo de gracia
y su conclusión
e vez en cuando recibo llamadas telefónicas de una

D mujer a la que llamaré Judy. Se siente muy pecadora


y teme que no es lo bastante buena para que Dios la
acepte. Constantemente revisa cada decisión que toma
cuestionándose que sea la correcta, y aterrada ante la po­
sibilidad de equivocarse. Siempre se pregunta: «¿Está Dios
enfadado conmigo? ¿Me rechazará porque he decidido mal?
¿He perdido mi salvación?».
Le he asegurado a Judy que, lejos de enfadarse con ella,
Dios la ama profundamente. A él le complace su deseo de
servirle y no le molesta el hecho de que Judy no siempre sea
capaz de vivir a la altura dg lo que espera de ella. Entonces,
Judy se siente mejor por un tiempo, pero unos meses después
vuelve a llamar para desahogar sus miedos sobre no ser lo
bastante buena para que Dios la acepte.
No tengo la menor duda de que Dios no quiere que las
personas vivamos en constante temor. «No se turbe vues­
tro corazón ni tenga miedo» (Juan 14: 27). Cuando Josué
1

2 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

se preparaba para guiar a los israelitas hacia la tierra de


Canaán, Dios le dijo: «No temas» (Jos. 1: 9). Y no menos
de diez veces leemos en el libro de Isaías lo mismo o algo
muy similar (Isa. 10: 24; 12: 2; 17: 2; 37: 6; 40: 9; 41: 14;
43: 5; 44: 2, 8; 54: 4).
Desgraciadamente, en nuestro humano quebranto, po­
demos tomar aun las mejores noticias en malas. Judy es
ejemplo de eso. Las buenas noticias de la salvación, que
traen gozo a la mayoría de las personas, se vuelven malas en
su trastornada manera de pensar. Mi corazón simpatiza con
gente como Judy y hago lo que puedo para conducirles a
una correcta comprensión que les permita experimentar el
gozo que tanto desea Dios que tengan.
Varias doctrinas bíblicas pueden ser erróneamente inter­
pretadas de formas que nos hagan sentir temor. Judy temía
a Dios; se sentía condenada por su santidad y amenazada
por su poder, los cuales, de acuerdo con la doctrina que des­
cribe a Dios, son las principales características de su ser.
Algunas personas tienen miedo de la Segunda Venida,
especialmente de la idea de que está próxima, porque \
temen que no estarán preparadas. La doctrina del juicio
investigador también ha dado origen a una gran dosis de
miedo entre algunos adventistas que creen que serán con­
denados. !
Hay personas que se libran de su temor rechazando la
doctrina que lo suscita. El temor hacia las enseñanzas de
Dios conduce a algunos hacia el ateísmo. Quienes temen el
retomo de Cristo se convencen de que todavía falta mucho.
Las personas que temen la doctrina del juicio investigador
dicen que no es bíblica, y muchas de ellas dejan la iglesia.
Cada uno de estos miedos se fundamenta realmente solo en
1. La evidencia bíblica del tiempo de gracia y su conclusión • 21

tti rn «doctrina»: el temor a no ser lo «bastante bueno» para


I )los, para la segunda venida de Cristo, para el juicio inves-
IIgador... y así sucesivamente.
El cierre del tiempo de gracia es una doctrina adventista
que, como las demás que he mencionado, ha suscitado abun­
dante miedo en muchas mentes, y por la misma razón ya in­
dicada: el temor de que «No soy lo bastante bueno. Si se
ha de esperar que sea impecable antes de que acabe el tiempo
ile gracia, ¡nunca lo conseguiré!». Esto resulta de lo más des­
afortunado, porque el fin del tiempo de gracia no tiene por
qué ser aterrador en absoluto. Hemos de conocerlo y pre­
pararnos para él, pero no tenemos por qué tenerle miedo.
El propósito de este libro es ayudarle a usted a entender el
Iiempo de gracia y cómo prepararse para su conclusión de
modo que se libere de cualquier temor que pueda albergar
Nobrc ello.
Al iniciar esta conversación, necesitamos comprender
qué significa «tiempo de gracia» espiritual y teológica­
mente.
Qué es el tiempo de gracia
Mi esposa, Lois, y yo celebramos un estudio bíblico se­
manal con una pareja bautista con la que hemos desarro­
llado una buena amistad. En varias ocasiones comenté que
estaba escribiendo un libro y recientemente me preguntaron
acerca de qué. Cuando les dije que era sobre el tiempo de
gracia y el fin del mismo, dijeron: «¿Qué es eso?». Les ex­
pliqué que el tiempo de gracia es el período que Dios nos
concede para aceptar a Jesús como nuestro Salvador, y el
final de ese tiempo es la retirada divina de la oferta de sal­
vación. Mis amigos se mostraron de acuerdo en que el
asunto tenía sentido.
2 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Dios ofreció la salvación a Adán y a Eva después de que


comieran el fruto prohibido. La promesa de salvación estaba
implícita en su declaración de que la Simiente de la mujer
heriría la cabeza de la serpiente (ver Génesis 3: 15). Desde
entonces hasta nuestros días, la salvación ha estado dispo­
nible para todos los seres humanos. Eso es el tiempo de gra­
cia. La mayor parte de la gente rechaza la oferta de Dios,
pero esta se encuentra disponible para ella.
¿Cuándo terminará este tiempo de prueba? ¿Cuándo de­
jará de estar disponible la salvación? Se han sugerido varias
respuestas a estas preguntas. I
Universalism o . Algunos cristianos creen que la oferta di­
vina de salvación nunca concluirá. Este punto de vista se
llama «universalismo» en referencia a la idea de que todo
ser humano será finalmente salvo. Los universalistas insis­
ten en que aun después de la segunda venida de Cristo las i
personas impías podrán aceptarle. Pueden sufrir en el in-
fiemo durante un tiempo, pero ese sufrimiento las conven­
cerá de que necesitan entregarse a Cristo.
El universalismo es uno de los más sutiles engaños de
Satanás. Puede ilustrarse con algo que me contó reciente- j
mente un amigo. Conocía a un hombre que no creía que j
tuviera que vivir la vida cristiana ahora, porque se le daría j
una segunda oportunidad, y podría obtener la salvación '
después de morir. Y si necesitara una tercera y una cuarta j
oportunidad, se le darían también. Los universalistas pro- j
claman que Dios es tan amoroso que no quiere que nadie ;
perezca (ver 2 Pedro 3: 9); así pues, nadie perecerá. Antes |
o después, todos serán salvos.
Salv ación duran te el m ilen io. Algunas personas creen
que la salvación continuará estando disponible para los
impíos durante el milenio que seguirá a la segunda venida
de Cristo, y que Dios retirará su oferta solo al término del
1. La evidencia bíblica del tiempo de gracia y su conclusión • 2 3

mismo. La base para esta conclusión reside en la idea de que


Cristo establecerá su reino eterno en esta tierra en su se­
gunda venida, y los justos y los impíos continuarán viviendo
juntos a lo largo del milenio. El paso siguiente es concluir
que la salvación estará disponible para los impíos durante
esc tiempo.
En lasegun da venida de Cristo. Una tercera idea, soste­
nida por muchos cristianos en relación con el fin del tiempo
de gracia, es que la oportunidad de aceptar a Cristo termi­
nará en su segunda venida. De las tres ideas no adventistas
acerca del fin del tiempo de gracia, esta me parece la más
razonable. Después de todo, en varias de sus parábolas, Jesús
dejó claro que los justos y los impíos no se separarán unos
de otros hasta su segunda venida. (Ver las parábolas del trigo
y la cizaña, del pescado bueno y malo, y de las ovejas y las
cabras: Mat. 13:36-43; 47-52; y 25:31-33). Es fácil suponer
que esto significa que la oferta de salvación divina terminará
y que se cerrará el tiempo de gracia en la segunda venida de
Cristo.
Antes de la venida de Cristo. Los adventistas del séptimo
día sugieren que la respuesta a la cuestión de cuándo con­
cluirá el tiempo de gracia tiene tres partes. Primera, unas
cuantas personas lo cierran cometiendo el pecado imperdo­
nable durante su vida (ver Mat. 12: 31-32). Segunda, el
Ilempo de gracia termina%>ara cada ser humano cuando
muere. Sea cual sea la relación que una persona tiene con
Dios en el momento de su muerte, esa es la relación que
tendrá con él para toda la eternidad. Tercera, los adventistas
creen que el tiempo de gracia term inará poco antes de la segunda
venida de Cristo para todos los que estén vivos en ese m om ento.
2 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

¿Pero es bíblica?
Yo antes pensaba que la idea adventista de que el tiempo
de gracia se cerrará poco antes de la segunda venida de
Cristo se basaba solamente en comentarios de Elena G.
de White, no en la Biblia. Esto me inquietaba, porque sos­
tenemos que todas nuestras creencias principales tienen
un fundamento bíblico. Elena G. de White puede desarro­
llar adicionalmente lo que la Biblia dice, como hace a me­
nudo, pero la enseñanza básica debe ser bíblica. Así que
me dediqué a buscar el tiempo de gracia en la Biblia y no
tardé mucho en encontrarlo.
Apocalipsis 14: 9-11 nos habla de un tiempo en el que
Dios infligirá ira sin mezclarla con misericordia sobre todos
aquellos que reciban la marca de la bestia. En el capítulo
16, este derramamiento de su ira se designa gráficamente
como «las siete copas de la ira» y como «plagas». Un exa­
men cuidadoso de las plagas y su contexto en Apocalipsis
14-19 evidencia que ocurrirán poco antes de la segunda ve­
nida de Cristo.
En Apocalipsis 15:1, dijo Juan: «Vi en el cielo otra señal
grande y admirable: siete ángeles con las siete plagas pos­
treras, porque en ellas se consumaba la ira de Dios». Esta
escena, y de hecho todo el capítulo 15, tiene lugar en el
cielo. Esto es relevante, como veremos enseguida. El otro
detalle importante del versículo 1 que debe notarse es que
las siete últimas plagas consumarán la ira de Dios. La caída
de estas plagas es el acontecimiento final de la historia de
la tierra antes de la segunda venida de Cristo.*

* A menudo se alude a la propia segunda venida como «el gran día de su ira [de Dios]» (Apoc.
6: 17), y la muerte de los impíos en el lago de fuego al final del milenio será también una ma­
n ifestación de su ira, aun cuando el libro de Apocalipsis n o emplea la palabra rra en ese con ­
texto.
1. La evidencia bíblica del tiempo de gracia y su conclusión • 2 5

Apocalipsis 15: 2 retrata a los redimidos de pie sobre un


mar de vidrio, y la segunda parte del versículo 3 y todo el 4
contienen la letra de una canción que entonan mientras
permanecen ante el trono de Dios. El versículo 5 es muy
íignlflcativo porque muestra la apertura del templo de Dios,
lili el momento de la muerte de Cristo, el velo del templo
de Jerusalén se rasgó de arriba abajo, dejando al descubierto
el lugar santísimo (ver Mar. 15:38). Este velo rasgado indi­
caba que había concluido el ministerio mediador de los sa­
cerdotes en ese santuario. Llevando la analogía del tipo al
antlt Ipo, el templo celestial de Dios es el lugar en el que
( 'listo realiza su ministerio mediador como Sumo Sacer-
d<ile. Así, la apertura del templo en el cielo es un indicio
de que sus servicios han cesado y el ministerio mediador de
( lllslo ha concluido.
Apocalipsis 15: 7 presenta a uno de los cuatro seres vi­
vientes que rodean el trono de Dios entregando a los siete
Elígeles las siete copas llenas con la ira divina. El clímax del
i tipil ulo llega en el versículo 8, que dice: «Y el templo se
llenó de humo por causa de la gloria de Dios y por causa de
mi p»tder. Nadie podía entrar en el templo hasta que se cum­
plieran las siete plagas de los siete ángeles».
Estas interesantes imágenes se extraen de un par de
pasajes del Antiguo Testamento que describen la dedica-
I lóll del templo de Salomón. La Biblia dice que cuando
el urca del pacto fue llevada al lugar santísimo, «una nube
llenó la Casa, la casa de Jehová. Y no podían los sacerdotes
tullir allí param inistrar, por causa de la nube; porque la gloria
de Jel H>v¡1había llenado la casa de Dios» (2 Crón. 5:13-14).
IV ni levo, siguiendo la oración de consagración de Salomón,
»lii gloria del Señor llenó el templo. Los sacerdotes no podían
tnlrnren el templo del Señor, porque su gloria había llenado
el Icinplo» (2 Crón. 7: 1-2).
1

2 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Una comparación de estos dos pasajes del Antiguo j


Testamento con la descripción de Apocalipsis 15: 8 deja j
claro que Apocalipsis está hablando del cierre del tiempo j
de gracia:

T e m pl o de Sa l o m ó n T e m pl o de D io s e n e l c ie l o

• Un a nube lo llena • Lleno de humo

• Lleno de la gloria de Dios • Lleno de la gloria de Dios

• Los sacerdotes
• Nadie puede entrar en él
no pueden entrar en él

• No pueden ministrar en él
ifir nn

Así como en el Antiguo Testamento la nube y la gloria


de Dios impedían a los sacerdotes entrar en el templo de
Salomón para celebrar sus servicios, igualmente el humo y
la gloria de Dios impedirán a Cristo llevar a cabo su minis- ¡
terio sumosacerdotal en el templo celestial. Eso es lo que yo
entiendo por la frase de Apocalipsis 15:8 «Nadie podía
entrar en el templo». En ese momento no habrá mediador
alguno en el santuario celestial. Y como este momento tras­
cendental que tiene lugar en el cielo precede a las siete últi­
mas plagas, es evidente que el tiempo de gracia se cerrará
poco antes de la segunda venida de Cristo, y no en el mo­
mento de la misma.
Elena G. de W hite
Elena G. de White apoya claramente el punto de vista
de que el tiempo de gracia se cerrará y el ministerio media­
dor de Cristo en el santuario celestial concluirá justo antes
de que sean derramadas las siete últimas plagas. En su libro

J
1. La evidencia bíblica del tiempo de gracia y su conclusión • 2 7

El conflicto de los siglos,al comienzo del capítulo sobre el


Ilempo de angustia, dice: «Cuando termine el mensaje del
Icreer ángel la misericordia divina no intercederá más por
l<>s habitantes culpables de la tierra [...]. Entonces Jesús de­
jará de interceder en el santuario celestial. Levantará sus
mimos y con gran voz dirá “Hecho es”, y todas las huestes
ile los ángeles depositarán sus coronas mientras él anuncia
en tono solemne: “¡El que es injusto, sea injusto aún; y el
que es sucio, sea sucio aún; y el que es justo, sea justo aún;
y el que es santo, sea aún santo!” (Apocalipsis 22:11, VM).
Cada caso ha sido fallado para vida o para muerte» (CS
599-600).
En el párrafo siguiente de El conflicto, dice Elena G. de
White: «Cuando él [Jesús] abandone el santuario, [...] los
Justos deben vivir sin intercesor, a la vista del santo Dios».
Y más adelante, en el mismo capítulo, agrega: «Cuando
l .Visto deje de interceder en el santuario, se derramará sin
mezcla la ira de Dios de la que son amenazados los que ado­
rmí a la bestia y a su imagen y reciben su marca [...]. Las pla­
yas que cayeron sobre Egipto cuando Dios estaba por libertar
a Israel fueron de índole análoga a los juicios más terribles y
extensos que caerán sobre el mundo inmediatamente antes
de la liberación final del pueblo de Dios» (CS 611).
I le aquí pues lo esencial: mientras Cristo sea nuestro In­
tercesor en el santuario celestial, el tiempo de gracia seguirá
abierto. Cuando cese su ministerio de intercesión, dicho pe-
rf»ido quedará cerrado.
Así, parece razonable concluir que cuando no hay Inter-
cesi ir en el santuario celestial, los pecados ya no pueden ser
petxliMiados, de modo que el pueblo de Dios debe ser absoluta
e Impecablemente perfecto. Las personas piensan: «Yo no
xi iy impecable todavía, de modo que si el tiempo de gracia
xe cerrase hoy, no estaría preparado». Algunos de los que
i tvci i esto llegan a obsesionarse con la necesidad de superar
2 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

todos sus pecados para no encontrarse sin preparar cuando


tengan que vivir sin mediador. Otros simplemente aban­
donan.*
Las parábolas de Cristo
Antes de concluir este capítulo, volvamos a las tres pa­
rábolas de Cristo que parecen sugerir que la oferta divina
de salvación seguirá abierta hasta la Segunda Venida. Si im­
plicasen eso, invalidarían la enseñanza adventista de que el
tiempo de gracia se cerrará poco antes del retomo de Cristo.
Mi análisis de las evidencias de Apocalipsis me convence
de que la idea de un fin del tiempo de gracia previo al adve­
nimiento es ciertamente bíblica. ¿Cómo conciliar esto con
las parábolas de Cristo?
Realmente es muy sencillo. Incluso un somero examen
indica que el asunto del que tratan estas parábolas es el de
que los justos serán separados de los impíos en la segunda
venida de Cristo. Eso está en completa armonía con la pers­
pectiva adventista de que el tiempo de gracia concluirá antes
de la Segunda Venida. Siempre hemos creído que los justos
y los impíos seguirán viviendo juntos después del cierre del
tiempo de gracia y a través del tiempo de angustia. Solo en
la Segunda Venida tendrá lugar la separación entre ellos.
Por su parte, las evidencias de Apocalipsis 15 y 16 dejan
claro que el ministerio sumosacerdotal de Cristo en el san­
tuario celestial terminará antes de su retomo.
Con esta introducción, vamos ya con el examen del
tiempo de gracia, su cierre, y lo que debemos hacer a fin de
estar preparados. Empezaré con una historia sobre un joven
llamado Caleb que ilustra el concepto básico de tiempo de
gracia. Probablemente usted reconocerá la historia antes
de haber leído más de un párrafo o dos.

* En los capítulos 20-22 de este libro, analizaré detenidamente las implicaciones de no tener
mediador en el san tuario celestial después del cierre del tiempo de gracia, así como el grado
de perfección que n ecesitaremos a fin de sobrevivir en ese tiempo.

J
o
JL

Caleb

aleb se marchó de casa con un tercio de la fortuna de

C su padre en el bolsillo. Bueno, probablemente no en el


bolsillo. Creo que la gente de entonces no tenía bolsi­
llos en sus ropas, y aun si los tuvieran, un tercio del dinero
de su padre probablemente no cabría en uno de ellos. En el
inundo de nuestros días, Caleb habría llevado el documento
de propiedad de ese dinero en el bolsillo de su camisa, con
Itl cuantía del mismo registrada mediante dígitos en una
Computadora de algún gran banco. Pero eso sería hoy, no
en i lempos de Caleb.
Estoy seguro de que empadre de Caleb le había rogado
l|lie renunciase a su insensata aventura, y que su hermano
mayor probablemente lo llamó estúpido. Pero no había
nada que hacer. Caleb estaba resuelto. Probablemente pen-
Wtbil (|ue invertiría el dinero (por la historia de los diez tá­
lenlos sabemos que la gente invertía en aquellos días) y
ganaría millones. Y gozaría de un estilo de vidaglamouroso.
3 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

¡Qué divertido sería! Todo resultaba de lo más tentador.


Dejó de lado cualquier prudencia e insistió: «Papá, ¡quiero
mi parte de la herencia ah oral».
En nuestros días, si el padre de Caleb hubiera accedido
a las demandas del hijo, probablemente habría entrado en
Internet y, pulsando varias teclas, habría transferido unos
cuantos miles -o quizá millones- de su cuenta a la de Caleb,
y asunto terminado. No así entonces. La riqueza del padre
habría estado «depositada» en vacas, ovejas, cabras, burros,
camellos y una gran extensión de tierra. El padre de Caleb
tuvo que vender un tercio de todo lo que poseía y conver­
tirlo en oro y plata (no había papel moneda entonces) para
darle a Caleb su parte de la herencia.
Así pues, ¿cómo se llevó consigo Caleb toda esta fortuna?
Probablemente la puso en bolsas que luego fueron cargadas
a lomos de dos o tres borricos.
Puedo imaginármelo: conduce a sus burros hafcia la
puerta principal de la hacienda. Mamá y papá le siguen, con
el hermano mayor cerrando el grupo. Todos se detienen
junto a la puerta y Caleb se vuelve para mirar a su familia.
Mamá está llorando. El le rodea los hombros con el brazo y,
con suavidad, le planta un beso en la frente. Luego se gira
y abraza a papá. Su padre le agarra fuerte y, con la voz ronca,
le dice: «Buena suerte, hijo, y que Dios te bendiga». Caleb
se mantiene asido a su padre un poco más -o más bien, su
padre a él- y luego se vuelve hacia el último miembro de la
familia. Su hermano mayor exhibe un semblante adusto.
Caleb le extiende la mano. Su hermano frunce el ceño, se
la da, y se acabó.
Lleno de expectativas ante su glorioso futuro, Caleb
toma las riendas de los borricos y los saca por la puerta para
ponerse en camino. Al aproximarse a lo alto de la colina,
se vuelve para lanzar una última mirada al sitio del hogar
2. Caleb • 31

familiar. Ve la mansión, los graneros, los campos y los pastos


inoleados de vacas y de ovejas. Su madre y su padre aún
pnl'rtn junto a la puerta, y el padre mantiene la mirada fija
en él. Caleb se despide con la mano. Su padre levanta un
bruzo por encima de la cabeza y agita la mano una y otra
Vez. Caleb pone de nuevo a los burros en marcha y, justo
untes de descender por el lado más lejano de la colina, se
vuelve a mirar una vez más. Su padre todavía se está despi­
diendo de él. Caleb siente un nudo en la garganta y se dirige
Colina abajo.
Esa noche se detiene en una posada al borde del camino
y paga por la mejor habitación. La siguiente mañana evita
la ruta más corta porque discurre a través de un desfiladero
tristemente conocido por sus bandoleros. Dos días más tarde
corona otra colina y contempla desde arriba la gran ciudad
que se extiende abajo: ¡Sidón!*
El corazón le palpita en el pecho.
Alquila la suite más grande de la mayor fonda en lo alto
de la colina y le confía sus bolsas al banquero más reputado
que puede encontrar. «Ciertamente, no quiero malgastar
el dinero de papá», se dice. Luego se interrumpe y sonríe.
«Mi dinero».
En una semana ha invertido tres cuartas partes del cau­
dal en media docena de negocios. En un mes, se ha abierto
paso en un círculo social selecto y atractivo. Que incluye
muchachas... ¡Oh, las muchachas! Ana es preciosa. Abigaíl,
voluptuosa. Y Rebeca, ardiente. «¡Dios es bueno!», se dice
a sí mismo una y otra vezfen especial cuando verifica con
mis agentes financieros cuánto han rendido sus inversiones.
Tres de ellas, a una media del cinco por ciento al mes, dos
al diez por ciento, ¡y una a un extraordinario 23 por ciento!
* Ji'Mis no dijo dónde malbarató su heren cia el h ijo pródigo, pero ya que el joven acabó cuidando
t míos, supongo que era una ciudad ubicada en territorio gentil.
3 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Pero un día las noticias no son tan buenas. A uno de sus


inversores lo acusan de hacer negocios fraudulentos, y en
cuestión de semanas es encarcelado y sus activos quedan
confiscados y repartidos entre sus indignados acreedores.
«Bueno», piensa Caleb, «no era mi mejor inversión, y
todavía me queda el resto».
Pero entonces una feroz sequía asóla la región, y se secan
una por una las cosechas en las que había invertido algo de
dinero. Sus ingresos caen y se ve obligado a mudarse de la
fantástica suite a la habitación más barata de una posada de
los barrios bajos de la ciudad. Las chicas seductoras se van.
En su lugar hay muchachas ligeras de ropa que suben furti­
vamente las escaleras y llaman suavemente a la puerta de
una habitación frente a la suya o a otra que da al vestíbulo.
Caleb se recorre las calles día tras día, deteniéndose en
todas las tiendas a preguntar si alguien -quienquiera que
sea- necesita mano de obra. Durante un par de meses se las
apaña para encontrar suficiente trabajo con que pagarse la
habitación y una o dos escasas comidas al día. La mayoría
de las noches se acuesta hambriento.
Y cada noche, los recuerdos del hogar cruzan su mente.
Rememora las sabrosas comidas de su madre, las simpáticas
carcajadas de su padre en la mesa, las oraciones familiares a
la hora de acostarse, y a su padre imponiendo las manos
sobre cada miembro de la familia para bendecirle antes de
la noche de descanso.
Pero Caleb se libera enseguida de los recuerdos. Esa vida
pertenece al pasado. Tiene que planificar su futuro. Encon­
trar la manera de volver a prosperar. De recuperar lo que ha
perdido, de modo que cuando retome con su familia ellos
puedan sentirse orgullosos de él. ¡Y también él de sí mismo!
Sin embargo, el trabajo resulta cada vez más difícil de
encontrar, no más fácil. Cierto día se ve obligado a pedirle
2. Caleb • 3 3

lll posadero que le conceda un crédito por una semana en


mi habitación, lo que significa que tendrá que hallar el doble
de trabajo para pagar el alquiler al final de la semana. Pero
li mdías pasan y solo consigue dinero suficiente para comprar
fornida.
lil viernes por la mañana, Caleb visita todos los sitios
donde le dieron trabajo en el pasado, pero nadie necesita
ayuda. Así que esa semana Caleb busca trabajo en sábado.
I Insta ese momento, siempre ha guardado el día de reposo,
Incluso en aquellos días excitantes en que sus inversiones
Miaban en auge. Su conciencia le aguijonea, pero, ¿acaso
Ilene elección? Caleb se siente desesperado.
Calando cae el sol en el horizonte, se da cuenta de que
Mt a será su última noche en una posada, incluso en una ba­
ñil a. No tiene ni idea de dónde dormirá la próxima noche.
I \ mdequiera que lo haga, aún le deberá al posadero las dos
lili linas semanas de alojamiento.
Mientras Caleb camina lenta y penosamente hacia la
posada, una ola de pánico lo invade. Siente latirle el cora-
tón con fuerza en el pecho. Su mente se embota y el miedo
la abruma. «Domínate», se dice. «Ahora se impone pensar
racionalmente, no emocionarse de manera estúpida». Pero
el piinico se burla de su racionalidad. Piensa en orar, pero en­
seguida desecha la idea. «¿Qué interés tendría Dios en venir
en mi ayuda después del desastre en que he convertido mi
Villa?».
Caleb camina cabizbajo durante un rato mientras in­
tenta quebrar la ansiedad que experimenta, y cuando mira
Inicia arriba para asegurarse de que se encamina en la direc­
ción correcta, se fija en un hombre que viene por la calle,
llene una larga barba y, por las ropas que lleva, Caleb de­
duce que es agricultor o granjero.
3 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Siente un repentino brote de esperanza. ¡Agricultura! ]


¡El se crió haciendo eso! ¿Por qué no había pensado antes
en ello ?Su corazón da un brinco mientras tiende una mano \
y dice:
-Señor, ¿por casualidad necesita usted un mozo de labor? j
Yo me crié en una hacienda. Sé labrar el suelo, cosechar el
grano, y cuidar de las vacas, las ovejas y las cabras. No ne­
cesito mucho, señor. Puedo dormir en el granero. Necesito
trabajo, señor. Lo que sea, señor. Esta noche es mi última
noche en la posada que hay justo calle abajo; después no
tendré sitio donde quedarme ni nada que comer. Por favor, 1
señor...
Las palabras salen de la boca de Caleb como corre el agua
por una cascada.
El hombre mira a Caleb de arriba abajo, se acaricia la
barba y menea la cabeza, con los labios contraídos.
-Humm... Bueno, hay algo que podrías hacer, si eso te
ayuda a salir de tu aprieto.
-¡Sí, señor! ¡Gracias, señor! ¡Lo que usted diga, señor!
-Necesito que alguien me cuide los cerdos.
¡Cerdos! Caleb vacila y respira hondo. La ley de Moisés
dice que cualquiera que toque el cadáver de un cerdo será
inmundo hasta la tarde. Él ya ha transgredido el sábado bus­
cando trabajo. ¿Va a caer tan bajo como para cuidar cerdos?
Su conciencia tira de él en un sentido; su necesidad deses­
perada, en otro.
Una leve sonrisa cruza el rostro del hombre.
-Eres judío, ¿eh?
Hace una pausa, luego se yergue y añade:
-Bueno, tengo negocios que atender en la ciudad.
¿Aceptas, o no?
Caleb traga saliva y responde:
2. Caleb • 3 5

-De acuerdo, señor. Mi respuesta es sí. Lo que usted diga,


señor. ¿Cuándo puedo empezar, señor?
El hombre ladea la cabeza en dirección hacia donde ha
venido.
-Mi granja está camino abajo, a un par de cuadras. Pre­
gunta a cualquiera dónde vive Baaleli. Todos los vecinos
me conocen bien. Espero verte a primera hora de la ma­
ñana. No te retrases, o se rompe el trato.
—Sí, señor- replica Caleb con voz mucho más apagada
que cuando se aproximó al hombre en un principio. El gran­
jero pasa por delante del desesperado joven, quien se gira
luego para caminar lentamente de regreso a la posada. Allí
le pide al posadero que le despierte antes de la salida del sol
y después se dirige hacia su habitación.
Caleb se pasa la noche dando vueltas en la cama. Quiere
dormir, pero su conciencia no se lo permite. ¡Cerdos! ¡In­
mundos! El, un buen joven judío, que ha crecido aborre­
ciendo a esas bestias horribles, ¿y ahora se va a dedicar a
cuidarlos? Piensa en Dios y algo en su interior le dice: «¡No!
¡El Señor no lo permita!». ¿Cómo puede prosperar si se ol­
vida de Dios? Pero entonces piensa en la comida del día si­
guiente y en el alojamiento de la próxima noche y en la
oferta de un trabajo. Y así se pasa toda la noche, con su con­
ciencia enfrentándose a la decisión que ha tomado.
Después de lo que parece una eternidad, ve brillar lige­
ramente la luz a través de la pequeña ventana. Media hora
después, oye un golpe en ja puerta y un sirviente grita que
es hora de levantarse.
Caleb se levanta de su pobre lecho, se envuelve en su
capa y se echa un pequeño saco sobre su hombro. En ese
saco está todo lo que posee. Desciende por la estrecha esca­
lera y atraviesa la puerta principal. El sol se eleva sobre el
horizonte justo cuando abandona la ciudad. Anda camino
3 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

abajo con la impresión de que tarda mucho antes de ver a


alguien a quien pueda preguntar dónde está la hacienda de
Baaleli. Entonces ve a un hombre que camina hacia él ti­
rando de una cuerda atada al cuello de una cabra.
-Perdone, señor -le dice Caleb-. ¿Sabe dónde está la
finca de Baaleli?
El hombre señala hacia la dirección por la que ha venido
Caleb.
-Has pasado por delante: se encuentra un par de fincas
más atrás.
-Gracias, señor- responde Caleb, quien se gira y vuelve
sobre sus pasos.
Encuentra a Baaleli alimentando a media docena de
ovejas en un granero. El hombre murmura algo y sigue con
su tarea. Caleb se pregunta si debe echarle una mano, pero
decide esperar instrucciones. Unos pocos minutos después,
Baaleli levanta la vista, gruñe nuevamente, e indica con un
gesto a Caleb que le siga. Salen por la puerta trasera del gra­
nero, cruzan un amplio pastizal, y suben por una pequeña
pendiente. Caleb huele los cerdos antes de verlos. Se hallan
encerrados detrás de una valla hecha de barras y postes. El
granjero abre una puerta y entran en un gran corral. El es­
tiércol de cerdo cubre todo el suelo. Caleb trata de evitar
pisar sobre el material reciente.
Los cerdos chillan y bufan, y algunos de ellos se aproxi­
man mucho a Caleb y Baaleli. El granjero grita y los aparta.
A Caleb le parece que debe de haber mil bestias, pero Baa­
leli le dice que son exactamente ciento diecinueve y que
será mejor que Caleb se asegure de qué ninguno se escape.
Baaleli señala hacia un gran cobertizo que hay fuera, a
un lado del corral. Tiene tres paredes; el cuarto lateral está
abierto. Caleb se fija en comederos situados a lo largo de la
pared trasera bajo una serie de ventanas. Baaleli le dice:
2. Caleb • 3 7

-Hay varios toneles de grano detrás del cobertizo. Tu tra­


bajo es alimentar a los animales y mantenerlos dentro del
vallado. Puedes descargar el grano a través de las ventanas
sobre los comederos. Cuando el grano escasee, tendrás que
acarrear más desde el granero.
Baaleli pone una mano sobre uno de los postes de la
valla.
-A veces un chanchito se las apaña para arrastrarse a
través de la valla -dice-. Tendrás que vigilarlos todo el
tiempo. Cuando salga uno de ellos, no se irá muy lejos de
su madre, así que repara primero la rotura de la valla y luego
trae de vuelta al cerdo al corral.
-¿Cuál será mi paga?- pregunta Caleb.
-Te pagaré cuatro denarios a la semana- contesta el
granjero. Señala un pajar sobre el cobertizo-: Puedes dormir
ahí. Hay una esterilla en el suelo y un par de mantas viejas
junto a la pared trasera. Tengo tres jornaleros y dos criados;
ellos comen en un cobertizo situado detrás de la casa. Pue­
des comer allí, después de que ellos hayan acabado. No les
gusta comer con el porquero. Los porqueros apestan a es­
tiércol de cerdo.
Caleb traga saliva y asiente. Baaleli se da la vuelta y se
marcha.
El joven suspira e inspecciona el corral. Hay cerdos por
todas partes, gruñendo, bufando, pateando el estiércol, re­
volcándose en una charca de agua y lodo inmundos situada
en un rincón de la pocilga El hedor es asfixiante.
***
Durante las semanas siguientes, Caleb recogía desperdi­
cios de la cocina todas las tardes y los volcaba en los come­
deros. Dos veces al día descargaba en ellos grano por las
ventanas, y al menos tres veces a la semana llenaba los con-
3 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

tenedores de cereal. También transportaba agua de un ria­


chuelo al corral hasta que sentía como si le hubieran arran­
cado los brazos de los hombros.
Varias veces, uno o dos de los cerditos se las arreglaba
para escaparse del corral. Después de reparar la valla por la
que habían salido, Caleb tenía que perseguir a las chillonas
criaturas hasta que las capturaba. Luego tenía que levantar­
las en sus brazos y llevarlas de nuevo al interior del cercado.
Cuando había atrapado a todos los fugitivos, se sacudía el
estiércol seco de la ropa, pero el más reciente la impregnaba.
Todo lo que Caleb podía hacer era poner muecas y decir:
«¡Puaj!».
Las comidas de la mañana y de la tarde eran escasas como
mucho. Hacia el momento en que los demás mozos y siervos
habían acabado de comer, tenía suerte si encontraba unos
pedazos de pan y uno o dos tazones de sopa. Una tarde se j
sintió tan vencido por el hambre que fue a la parte trasera ¡
del cobertizo, tomó algo de cereal del barril para los cerdos
y se lo comió, moliendo los granos entre sus dientes. ¡Al
menos era comida! Aquella tarde, tras verter los desperdicios
de la cocina en los comederos, rebuscó entre ellos, por si hu­
biera algo comestible.
Las semanas pasaban y la mayor parte del tiempo Caleb
lograba alejar de su mente los recuerdos del hogar. Pero una
noche, tumbado en su estera, que apenas le protegía de las
ásperas tablas del suelo, sus pensamientos derivaron hacia
su blanda cama hogareña.
¡Su hogar!
Entonces los recuerdos se precipitaron en su interior
como la inundación de agua procedente de una presa rota, j
Evocó el tentador aroma de la cocina de su madre y el sonido j
de la risa de su padre que le despertaba por las mañanas. Dejó :
2. Caleb • 3 9

que su mente se explayase en el trabajo que había hecho en


lu hacienda y en cómo su padre les había confiado cada vez
inris la supervisión de los jornaleros a su hermano y a él.
Recordó también la bar m itzvah cuando tenía doce años,
en la que había consagrado su vida a Dios y se había con-
vertido en adulto. El rabino le había llamado al frente de la
sinagoga y le había preguntado si seguiría a Dios por el resto
de su vida. Caleb había dicho que sí de corazón. Se sentía
realmente próximo a Dios.
Su padre había caminado hacia él con una túnica azul
intenso en un brazo. Estaba toda ella ribeteada con hilos de
color dorado. El padre había puesto la túnica sobre los hom­
bros de Caleb y le había atado un cordón con nudo ligero
alrededor del cuello. Caleb nunca había visto antes la tú­
nica, y preguntó a su padre de dónde procedía.
«La traje aposta para esta ocasión», le había contestado
su padre. «El azul simboliza el amor de Dios por ti, y el oro
representa mi amor». Entonces su padre le había abrazado.
«Te amo, h ijo», le había dicho. «¡Estoy muy orgulloso
de ti!».
«¡Eso ya nunca volverá...!», pensó amargamente Caleb.
Su mente se remontó hasta el día en que uno de sus ami­
gos de la escuela de la sinagoga había dicho que en Sidón
la gente podía'ganar mucho dinero invirtiendo en varias
empresas. Evocó cuánto le había entusiasmado eso, y cómo
su entusiasmo había crecido cada día hasta convertirse en
una obsesión. Recordó la advertencia de su padre la primera
vez que le había comentado algo acerca de invertir en
Sidón. Tenía grabada en la memoria la apenada expresión
en el rosto de su padre cuando le pidió su parte de la heren­
cia. Pensó en el suspiro que exhaló cuando finalmente ac­
cedió a dársela. En su imaginación regresó a la subasta en
la que su padre había vendido un tercio de sus ovejas, cabras
4 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

y vacas. Y luego llegó el día en el que le llevó a un cuarto


anexo al granero y le mostró las bolsas llenas de oro y plata.
¡Qué ilusión había sentido Caleb!
Su mente retomó al día en que se marchó de casa. Las
lágrimas de la madre. El semblante triste del padre. La des­
deñosa mueca del hermano, mientras le susurraba: «¡Estú­
pido!». Caleb ya había preparado todo, era solo cuestión de
cargar los burros. Luego, cual si hubiera ocurrido ayer, le
vino a la memoria cómo se volvió desde lo alto de la colina
y vio a su padre elevando la mano sobre su cabeza y agitán­
dola una y otra vez. El le había respondido igualmente y,
tras girarse, se había encaminado hacia la gran ciudad.
Pensó en la elegante fonda, en la emoción que había
sentido al recibir el dinero ganado con sus primeras inver­
siones, en las fiestas, las muchachas y el glamour. Recordó
la ansiedad experimentada cuando fracasó una de sus inver­
siones y la desesperación que sintiera cuando la última se
vino abajo. Entonces llegó el pavor con que se mudó de la
fonda elegante de lo alto de la colina al sórdido hotelucho
de los suburbios. La vergüenza le invadía al pensar en las se­
manas durante las cuales recorriera las calles mendigando,
tratando de ganarse penosamente la vida. Y ahora estaba
ahí, el hijo de un rico agricultor israelita, cuidando los cer­
dos de un granjero pagano y pasando hambre. Caleb volvió
la cara hacia la pared y lloró. No podía soportarlo más. Por
primera vez, admitió en su fuero interno que había fraca­
sado. Un completo y miserable fracaso. Finalmente, ago­
tado, se quedó dormido. \
A la mañana siguiente, Caleb se dio cuenta de que había
traspasado un límite. El pasado era el pasado, y de algún
modo era bueno admitirlo. Pero, ¿qué decir del futuro? Re­
2. Caleb • 41

pasó sus opciones y concluyó que no tenía elección. Tendría


que ser un porquero por el resto de su vida. Suspiró, descen­
dió del pajar, y miró nuevamente a los chanchos.
El desayuno aquella mañana consistió en dos pedazos de
pan, un pescadito asado... y granos del tonel de los cerdos.
Recordó el desayuno en la casa de sus padrés, pero apartó
esos pensamientos. Sin embargo, en los dos días siguientes
los recuerdos del hogar siguieron abriéndose paso hasta su
mente.
Una mañana, después del desayuno, se encontró medi­
tando en una breve conversación que había tenido varios
años antes con Eliezer, el mayordomo de su padre. Había
sido poco después del mediodía, y Eliezer acababa de comer.
Caleb le había pedido que arreglara una valla que había de­
trás del granero, y Eliezer le había dicho que necesitaba un
poco de tiempo para reposar la comida. El recuerdo le hizo
pensar a Caleb en el vacío que sentía en ese mismo mo­
mento en su propio estómago, y súbitamente esta idea le gol­
peó como un rayo: «¡Los siervos de mi padre están mucho
mejor que yo!». Luego se preguntó si su padre consideraría
dejarle trabajar como siervo en la hacienda. Al menos estaría
cerca de la familia.
Pero, ¿qué pensarían los vecinos? ¿Y sus amigos, los que
le habían animado a tomar su parte de la herencia para in­
vertirla? Y, lo peor de todo, ¿qué diría su padre? La vergüenza
y el dolor de su fracaso le invadían la mente. Las lágrimas
dejaban turbios rastros en sus mejillas mientras se encami­
naba detrás del cobertizo*para dar a los cerdos su comida
matutina.
Necesitó una semana más de hambre, de atrapar inmun­
dos chanchitos y de comerse la comida de los cerdos para
alcanzar el nivel de desesperación que lo empujase a la ac­
ción. Una noche se había parado a mirar las estrellas antes
4 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

de acostarse. Su padre a menudo miraba esas mismas estre­


llas. Caleb se preguntaba: «¿Me echará de menos papá?».
Mientras sopesaba esa pregunta, recordó la mano paterna
elevándose en el aire y agitándose una y otra vez. El ondear
de esa mano parecía ahora una llamada para atraerle con
señas hacia casa. El recuerdo permaneció en su mente y, por
primera vez, se permitió a sí mismo sentir un profundo an­
helo del hogar.
Caleb estaba tan conmovido que habló en voz alta: «¡Ya
sé lo qué haré! Iré a casa y diré: “Papá, he sido un desastre
absoluto. He malbaratado un tercio de tu patrimonio y ya
no merezco ser llamado hijo tuyo. Pero, papá, ¿querrías con­
tratarme como uno de tus siervos? Por favor, papá. Por
favor...”».
Finalmente, agotado del día de trabajo, Caleb subió por
la escalera hacia su esterilla en el pajar y se tumbó. Pero el
sueño le eludía. En su imaginación, se veía encaminándose
hacia la puerta de la finca paterna, llamando a un siervo
próximo y pidiéndole que le dijera a su padre que había
vuelto. Pero por dentro le quemaba el temor de que su padre
le rechazase; de que le enviase a su antipático hermano
mayor para decirle: «¡Piérdete!».
«Eso es lo que merezco», se decía Caleb. «¡Malgasté un
tercio de la fortuna de mi padre y ahora soy un porquero!».
Se pasó toda la noche dando vueltas en el lecho, discu­
tiendo consigo mismo. «¿Debería, o no debería?». Parte de
él seguía diciendo: «No lo merezco»; y la otra parte decía:
«¿Qué alternativa tengo?».
Cuando a la mañana siguiente la luz empezó a brillar a
través de las grietas del muro, tomó su decisión: «Volveré
adonde mi padre». Luego, antes de que pudiera cambiar de
opinión, se levantó y descendió por la escalera hacia el suelo
de abajo cubierto de estiércol. Abrió la puerta de la pocilga
2. Caleb • 4 3

y se apresuró hacia el granero, con su pequeño saco de per­


tenencias al hombro. Baaleli salió de su casa justo después
del amanecer. Parecía sorprendido de ver a Caleb tan tem­
prano.
-Señor -le dijo Caleb-, he decidido retomar a la casa
de mi padre. Me gustaría recibir mi paga por los últimos seis
días de trabajo.
Baaleli gruñó, fue a su casa, volvió un momento después
y depositó dos monedas en la mano del joven.
-Gracias, señor- dijo Caleb.
Baaleli gruñó de nuevo, agitó la mano, se volvió y entró
en el granero, y entonces Caleb emprendió el camino a casa.
Ya al aire puro, alejado de los cerdos y demás animales
de la granja, notó el olor que desprendían sus ropas. Se miró
a sí mismo. «¡Inmundo!», exclamó. «¡Eso es lo que soy!».
Los bajos de su vestimenta estaban hechos jirones, y el resto
de la ropa, rasgado y manchado con el lodo y el estiércol de
los chanchitos que había tenido que capturar para su vuelta
al corral. «Si papá me acepta, lo primero que tengo que hacer
es asearme».
Al llegar a la ciudad, se sintió confortado de que fuera
por la mañana temprano, porque no quería encontrarse con
ninguno de sus antiguos amigos. Exhaló un suspiro de alivio
cuando pasó por delante de la última casa hacia el otro lado
de Sidón. Sabía que le llevaría al menos tres días llegar al
hogar paterno, y esta vez no se molestó en tomar la ruta más
larga para evitar a los bandidos. «¿Qué más da si me asal­
tan?», se decía. «Que me maten. ¡Me estarán haciendo un
favor!».
Ahora que Caleb se hallaba de camino a casa, ya no le
torturaba el dilema de si debía volver. La cuestión que le ator­
mentaba era el tipo de recepción que recibiría. Le avergon­
zaba lo que pensaría su hermano, pero le aterrorizaba que
4 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

su padre pudiera negarse a verle o que se pusiera hecho una


furia por despilfarrar su dinero y le riñera por el desastre que
había hecho con su vida. «Hijo, mira esas ropas mugrientas.
¡Apestas!». En su imaginación, se veía a sí mismo arrodi­
llándose ante su padre y rogándole, suplicándole: «¡Papá,
por favor! Tan solo deja que sea como uno de tus jornale­
ros». Eso era lo máximo que podía esperar. Repetía la sú­
plica una y otra vez conforme recorría el camino.
Durante los tres días siguientes, el sol pegaba duro. El
sudor empapaba su túnica y realzaba la pestilencia a estiér­
col de cerdo. La correa de una de sus sandalias colgaba de
un hilo, y la otra sandalia, de puro desgastada, tenía la suela
tan fina que no impedía que las asperezas del camino se le
clavaran en la planta del pie.
***
El tercer día... ¡Llegó el momento! Ya está casi... ¿en
cosa? ¿Se atreve a llamarla así ahora?
Hacia el mediodía se aproxima a la colina que domina
la hacienda familiar. ¿Fam iliar? «Eso era entonces, ahora ya
veremos...». La vergüenza le abruma. La culpa. El remor­
dimiento. La condenación. Su corazón se acelera conforme
se aproxima a la última colina, aquella sobre la que se vol­
viera a lanzar la última mirada. Donde viera a su padre des­
pidiéndose con la mano. «¡No habrá saludos ahora!».
Caleb espera poder descender la colina sin ser visto. Si
tiene suerte, encontrará a uno de los siervos en la puerta.
Acaso el siervo le transmita una impresión del ambiente
que se respira por allí, y del tipo de recepción que puede es­
perar.
Cuando llega a lo alto de la colina, suspira aliviado. Ex­
cepto las vacas y las ovejas en el prado, el lugar parece de­
sierto. Pero al tomar aliento, siente el corazón aporreándole
2. Caleb • 4 5

el pecho. El pánico más completo se apodera de él. ¿Real­


mente quiere hacer esto? ¿Puede hacerlo? Quizá debería re­
tornar donde Baaleli y pedirle trabajar con él de nuevo.
Pero no. ¡Ha decidido dar este paso! ¡Y lo dará! Así que
llgacha la cabeza y empieza a caminar hacia la hacienda de
mi padre. El pánico sigue ahí, pero también la determina­
ción. Mantiene su mirada en el sendero y desciende lenta­
mente por la colina.
Ya está a mitad de camino cuando cree oír pasos delante
de él. Parece que alguien se le aproxima corriendo. ¿Le ha
reconocido alguno de los siervos? ¿Será su hermano? Caleb
Nigue con la mirada en el sendero, demasiado avergonzado
pura levantarla.
Los pasos se aceleran ya más próximos. Súbitamente,
(tiente que dos brazos le rodean. Prácticamente le exprimen
lodo el aliento. Un instante después, escucha unas palabras:
-¡Bienvenido a casa, hijo mío!- Luego su padre le besa
en la mejilla y entierra su cara en el hombro de Caleb llorando
y llorando... Caleb le siente temblar. Caleb está atónito.
Cuando su padre finalmente le suelta, Caleb se arrodilla,
rostro a tierra, y dice:
-Padre, malgasté todo el dinero que me diste. He pecado
contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo
tuyo.
-Calla, hijo -le dice su padre, y le toma del brazo para
levantarle. Luego vuelve la cabeza para dirigirse a alguien
cercano-: Eliezer, corre, entra y pídele a mi esposa que saque
lu túnica que está colgada en el armario, la azul con ribetes
dorados. Tráemela.
Eliezer se da la vuelta y camina sendero abajo. El padre
le grita:
-¡Ah, y mi anillo de sellar! Está sobre la mesa donde
llevo mis cuentas.
4 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

,
Cuando el padre de Caleb se vuelve hacia este, se le ocu­ '
rre mirarle los pies. Ve las sandalias destrozadas y la sangre
rezumando de los dedos. Su padre llama de nuevo a Eliezer,
más fuerte esta vez:
-¡Y de paso, trae un par de sandalias nuevas! Me compré
unas hace tan solo dos días. Están debajo de la silla de mi
dormitorio-. Luego rodea con el brazo los hombros de su
hijo y le lleva colina abajo hacia casa.
Caleb está aturdido. Lo único que se le ocurre decir es el
discurso que preparó y practicó mientras se dirigía hacia
casa: ;
-Padre, malgasté un tercio de tu fortuna. Ya no merezco
ser llamado hijo tuyo.
Su padre pone su dedo índice en los labios de Caleb.
-¡Deja eso ya! -le dice-. Estás en casa otra vez. Eso es lo
que importa.
Se encuentran ya muy cerca de la puerta principal. Elie­
zer regresa con la túnica, las sandalias y el anillo, y se lo en­
trega todo al padre de Caleb. El oro en los bordes del vestido
brilla al sol. Caleb toma aliento. ¡El lodo y el estiércol en
sus ropas raídas! ¡El hedor! No puede ponerse esa túnica to­
davía. Necesita asearse primero.
-¡Papá!- dice, tratando de frenarle. Pero su padre le ig­
nora. Le cubre sus ropas sucias con la hermosa túnica. Luego
tira del cordón de la parte superior y lo ata con un nudo
suave en torno al cuello de Caleb. Acto seguido toma la
mano de su hijo y le pone el anillo en el dedo. Luego se
arrodilla y alza uno tras otro los pies de Caleb para calzarle
las sandalias.
El pasmoso giro de los acontecimientos deja la mente
de Caleb envuelta en una neblina. Apenas se entera de
que su padre le lleva de la mano y le conduce a casa. Es­
cucha vagamente que su padre ordena a los siervos que
2. Caieb • 4 7

maten el becerro gordo y se pregunta de qué va eso. Luego


<>yc a su padre llamar a otro siervo y decirle que invite a todos
los vecinos a que vengan esta noche a una fiesta.
«¿Una fiesta?», se pregunta Caieb. «¿Quién va a tener
tina fiesta?».
Se quita sus ropas sucias, se lava, y se pone las ropas lim­
pias que le ha traído su padre. Luego, sintiéndose exhausto
l ras los tres días de largo viaje, se acuesta en su propia habi­
tación y enseguida cae dormido. Se despierta cuando oye a
su padre llamarle. Parece urgente. Caieb se pregunta a qué
viene tanta prisa.
Su padre entra en la habitación donde él está durmiendo
y le pone la túnica de nuevo. Luego le lleva de la mano con­
duciéndole hacia la puerta trasera de la casa.
Caieb oye el sonido de la multitud incluso antes de llegar
a la puerta. «¿Qué ocurre?», se pregunta. Una ovación le
recibe al salir. «¿Qué está pasando?».
Su padre le lleva a una plataforma y le hace sentarse en
una silla frente a la multitud. Luego su padre se dirige a la
gente:
-Amigos, gracias por venir a esta fiesta con motivo del
regreso de mi hijo.
«¿Una fiesta por mi regreso?». Caieb se queda mirando
inexpresivamente a los allí congregados. Oye música pro­
cedente de algún lugar distante. Se pregunta cuántos de los
invitados saben que se marchó de casa y las circunstancias
de su retorno. Agacha la cabeza y anhela que le trague la
tierra...
Echa un vistazo a su hermano mayor, que se abre paso
entre la multitud mientras charla animadamente con uno
de los invitados. Su hermano se vuelve hacia él, le mira y
4 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

gesticula. Caleb no puede decir si la expresión de su rostro


es de enfado o disgusto, pero ciertamente no exhibe una
sonrisa.
Para entonces la mayor parte de los invitados están de pie
sosteniendo platos de comida y vasos de vino. Alguien le trae
un plato y un vaso. Caleb come un poco y bebe algún sorbo,
pero se siente demasiado confundido para tener hambre.
El último de los invitados no se marcha hasta mucho des­
pués del atardecer. Entonces los siervos empiezan a quitar los
alimentos ya limpiar el lugar. El padre de Caleb le toma de
la mano, le lleva de nuevo a su habitación en la casa y, con
un abrazo, le dice que pase una buena noche de descanso.
Pero de nuevo, el sueño no llega. Durante una hora o
más, Caleb da vueltas en la cama. La pregunta: «¿Por qué?»
le resuena en la mente. «¿Después de todo el dinero que mal­
gasté? ¿Del tiempo que pasé cuidando cerdos? ¡No merezco
esto!».
Entonces, en un súbito rayo de luz, reconoce -y acépta­
la verdad: no va a ser un siervo. Todavía es el hijo de su padre.
¡A ún es miembro de la fam ilia! Constatarlo le deja estupefacto.
Es lo último que hubiera esperado cuando salió de la casa de
Baaleli.
En ese momento, vuelve el rostro hacia la pared y llora.
3
¿Quién necesita
un tiempo de gracia?

• H| Buvo usted algún momento «¡ajá!» en el que algo que


M 1 estaba leyendo o rondándole la cabeza le sugirió de
* * 1 repente una idea nueva? Estas situaciones tienen un
valor especial cuando nos transmiten verdades espirituales
importantes. Dos libros que leí recientemente me hicieron
vivir momentos «¡ajá!», pues me ayudaron a entender mejor
a Dios, su relación conmigo y mi relación con él.
El primer libro
Nunca hubiera supuesto que ese libro de Skip McCarty
tendría tal efecto en mí.1Su título, In Gran ite or
W hat theO íd an d N ew Cov em n ts Revea! A the Gospel,
the Law,and the Sabbath [¿De granito, o incrustado? Lo que
el antiguo y el nuevo pacto revelan sobre el evangelio, la
ley y el sábado], sugería que el libro era teológicamente desa­
fiante. Creo que lo compré en 2008 o 2009, pero lo tuve ro­
dando por mi despacho uno o dos años hasta que finalmente
decidí que ya que lo había comprado, también podía leerlo.
5 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Buena parte del libro de Skip en realidad, demasiado


teológica. Sin embargo, la introducción del autor y el primer
capítulo me aportaron una percepción que nunca antes había
tenido. Y ello, a pesar de que varios autores bíblicos usan la
expresión que me proporcionó esa nueva comprensión. Se
trata de solo dos palabras: pacto eterno.
Un pacto es simplemente un acuerdo entre dos partes
que harán ciertas cosas estipuladas en el mismo. En el caso
de un convenio que es legalmente vinculante, las obliga-
dones pueden ser respaldadas por un tribunal legal.
Skip afirma que cuando estudió lo que dice la Biblia sobre
los pactos, «encontró que el pacto de Dios con la humanidad
derivó del pacto interno entre los miembros de la Trinidad
desde siempre. El pacto eterno de Dios que abarca al con­
junto de su creación incluye a la especie humana, tanto
antes como después de la entrada del pecado».2Luego dice:
«En el núcleo de este complejo estudio yace una sencilla ver­
dad: Dios es amor. [...] Dios ama a las personas»,3 y señala
que «si usted tiene hijos, sin duda los ama hasta el punto
de que moriría por ellos si fuera necesario. Pero probable­
mente nunca les ha dicho que hay entre ustedes una rela­
ción de pacto”, ni ha hecho un “compromiso de pacto” con
ellos. Y sin embargo así es».4
Cuando leí estas palabras, sentí como si se me encen­
diera una bombilla en la cabeza. Permítame explicarlo.
Corregir errores
Cuando empecé a trabajar en este capítulo, escribí dos
o tres páginas y luego me di cuenta de que no me agradaba
la orientación que le estaba dando. Asi que borre lo que
había hecho y volví a empezar. Otras personas creativas
hacen lo mismo. Cuando un escultor moldea la arcilla y
luego no está satisfecho con el resultado, aplasta la arcilla
contra su mesa de trabajo y empieza de nuevo. Cuando un
3. ¿Quién necesita un tiempo de gracia? • 51

artista pinta un cuadro y después se da cuenta de que no le


gusta, tira el lienzo y vuelve a empezar. Eso es lo que hace­
mos cuando algo que hemos creado no sale del modo que
queríamos.
¿Por qué Dios no se deshizo de nosotros, los humanos,
cuando no salimos del modo que él quería? Proceder así ha­
bría sido mucho mas sencillo que lo que ha hecho. Pense­
mos en los seis mil anos, o mas, de dolor y agonía que eso le
habría ahorrado a la raza humana. Librando también a Jesús
de tener que vivir en la tierra como ser humano y de morir
una muerte cruel en la cruz. Así pues, ¿por qué Dios, simple­
mente, no nos destruyó y volvió a empezar?
Estoy seguro de que los teólogos pueden ofrecer diversas
respuestas a esa pregunta. Una que yo he usado en el pasado
es que si Dios hubiera destruido a Adán y a Eva y empezado
de nuevo, el miedo habría prendido en las mentes y cora­
zones de los ángeles y cualesquiera habitantes de otros mun­
dos. Habrían pensado: «¡Vaya! ¡Será mejor que obedezcamos
a Dios o, de lo contrario, mira lo que nos pasará!». El miedo
es una de las emociones básicas que conducen a las personas
al pecado (ver 1 Juan 4:18); por ello, destruyendo a Adán y
a Eva inmediatamente después de que pecaran, Dios habría
extendido hacia el resto de sus seres creados el mismo pro­
blema que estaba tratando de resolver.
Eso es verdad. Es una buena respuesta. Sin embargo, no
es la del libro de Skip que me iluminó la mente. He aquí la
que lo hizo: cuando dos personas planean traer un niño al
mundo, se comprometen íamarlo, a criarlo y
todas sus necesidades aun cuando ese nino se rebele contra
uno de ellos o contra los dos. La mayoría de los padres no
llaman «pacto» a este compromiso, pero lo es.

Bueno, eso es, en todo caso, lo que las personas que traen hijos al mundo ceberían hacer.
5 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Incluso antes de que la Trinidad crease seres humanos,


los miembros de la misma, como padres ideales, pactaron
amamos con independencia de lo que pudiera pasar. Ese es
el «pacto eterno». Si la Trinidad hubiera destruido a Adán
y a Eva en el momento en que pecaron, sus miembros ha-
brían quebrantado el pacto que habían hecho con los seres
humanos antes de que estos vinieran a la existencia. En
parte, perdonaron a Adán y Eva sencillamente para evitar
asustar a los demás seres inteligentes que habían creado.
Pero, siendo eso importante, no creo que sea la principal
razón por la que los perdonaron. Sugiero que Ja razón principal
por laqu e la Trinidad no ajustició a A dán Ev a cuando pecaron
es que los am aban y , aun an tes de crearlos, habían hecho un
pacto eterno según el cual continuarían am ándolos y -
lo sa ellos y a sus descendientes con independencia de cóm o se
condujeran: Adán y Eva no conocían este pacto en la época
en que la Trinidad lo selló porque ni siquiera existían toda­
vía. No obstante, una vez establecido el pacto con la raza
humana, la Trinidad lo cumplió, no solo por un sentido de
compromiso legal, sino porque nos ama,
Eso es lo que m e im pactó tan poderosam en te cuan do leí
el libro de Skip. Me ofreció una imagen del amor de Dios,
tanto por la especie humana como por m í como miembro
de esa especie. Pronuncié una charla devocional sobre este
asunto poco después de tener esta percepción, y mi nuevo
punto de vista acerca de las profundidades del amor divino
me golpeó con tanta fuerza que cuando llegó el momento
de referirme a la conclusión decisiva, me quedé sin habla y
tuve que hacer una pausa para recuperar la compostura.
El segu n d o libro
Pursued by a Relentless God5 [Perseguidos por un Dios in­
cansable], obra de Shawn Brace, también ha tenido un pro­
3. ¿Quién necesita un tiempo de gracia? • 5 3

fundo impacto espiritual en mí y por la misma razón: porque


me ha dado una visión más profunda acerca del amor de
Dios por los seres humanos. El título del libro de Shawn lo
dice todo: Dios nos (per)sigue incansablemente. Shawn
dice: «Muchas personas tienen la idea equivocada de que
Dios espera que nosotros le busquemos a é l De hecho, la ma­
yoría de los sistemas religiosos [...] están basados en la idea
de que de algún modo, en cierto sentido, nosotros, como
seres humanos, podemos buscar a Dios y su favor, u obte­
ner la iluminación, o el paraíso, o cualquiera que sea nuestra
meta».6
Algunos textos de la Biblia ciertam ente sugieren que de­
bemos buscar a Dios. En Jeremías, por ejemplo, el Señor dice:
«Me buscaréis y me h allaréis, porque me buscaréis de todo
vuestro corazón» (Jer. 29: 13). Y Jesús dijo: «V en id
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré des­
cansar» (Mat. 11: 28). Pero luego está Apocalipsis 3: 20:
«Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye .mi voz y abre la
puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo». Es cierto
que venimos a Dios, pero solo después de que él ha dado el
primer paso hacia nosotros. Solo después de que él ha ini­
ciado la relación llamando a nuestra puerta. La Biblia deja
muy claro que antes de que los humanos pensaran jamás en
buscar a Dios -cuando de hecho Adán y Eva lo reh uían - él
vino en busca de ellos. Los perseguía. Shawn dice que Dios
todavía nos persigue de manera incansable.
¡Y tiene razón! Dios no redun da fácilm ente. Recordemos
cómo se rebelaron los israefitas contra él antes incluso de
que entrasen en Canaán, y pese a ello no los rechazó. Re­
cordemos cómo una y otra vez se volvían a la adoración de
los dioses de las naciones que los rodeaban durante el pe­
riodo de los jueces. Dios permitió que opresores extranjeros
los sometieran, pero, cuando retomaron a su lealtad hacia
5 4 • EL FIN DELTIEMPO DE GRACIA

él, los liberó. Israel alcanzó su apogeo como nación durante el


reinado de David, pero Salomón, su hijo, se alejó de Dios,
y de ahí en adelante el pueblo fue cuesta abajo cuando un
rey tras otro siguieron el ejemplo de Salomón. Hubo unos
pocos momentos de luz en el camino, especialmente du­
rante los reinados de Ezequías y Josías, pero en su mayor
parte la historia de Israel es la de un lento descenso en la
apostasía, hasta que Dios permitió a los babilonios impo­
nerles una cautividad de setenta años.
Sin embargo, ni aun entonces los abandonó Dios. Los
devolvió a su tierra y siguió tratando de recuperarlos, hasta
que, en un desesperado intento final, envió a su Hijo a vivir
entre ellos. Solo después de que Israel rechazara a Jesús -a los
mil quinientos años de sacar a sus antepasados de Egipto-,
abandonó finalmente Dios a esa nación. Durante esos quince
siglos, continuó persiguiéndolos y persiguiéndolos.
Ahora pensemos en esto: Dios le persigue a usted y a mí
incesantemente como hizo con Israel. No renuncia a noso­
tros fácilmente. ¡Usted y yo tenemos que alejamos de Dios
muchas veces antes de que, finalmente, él se aleje de noso­
tros!
Que Dios nos persigue a los humanos pecadores es tam­
bién evidente por la historia de Jesús de la oveja perdida. El
pastor no dijo: «Bueno, tengo otras noventa y nueve ovejas.
¿Qué importa que una se pierda?». ¡No! El pastor fue a bus­
car a la que se perdió. Y así lo hizo hasta que la encontró. Y
cuando la encontró, volvió a su casa contento. «Os digo»,
comentó Jesús, «que así habrá más gozo en el cielo por un
pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos
que no necesitan de arrepentimiento» (Luc. 15: 7). Algunas
personas piensan que son demasiado pecadoras para sal­
varse. «¡Dios no quiere a la gente como yo!», dicen. No han
3. ¿Quién necesita un tiempo de gracia? • 5 5

entendido nada* En realidad, Dios está persiguiéndolas, tra­


tando de recuperarlas, Y cuando vuelven, los ángeles en el
cielo lo celebran con una gran fiesta,
¡Qué Dios más extraordinario!
Una relación individual
Aprendí otras cosas acerca de Dios cuando leí el libro de
Shawn. Por ejemplo, aprendí que Dios quiere un a relación
am orosa individual con cada uno de nosotros, La característica
que define a Dios es el amor (ver 1 Juan 4* 8), Por su propia
naturaleza, la Trinidad quiere relaciones con seres a los que
pueda amar. Los miembros de la Deidad contaban con su
propia interrelación por las edades eternas antes de que
creasen el universo, y estoy seguro de que el amor entre ellos
era, y todavía es, más profundo de lo que podamos compren­
der, Sin embargo, eso no era suficiente. La Trinidad deseaba
tanto las relaciones de amor que sus miembros quisieron
ampliar el ámbito de las mismas. Por eso crearon seres inte­
ligentes con los que pudieran compartir su amor y ser, a su
vez, amados por ellos. La Biblia dice que hay millones de
millones de ángeles (ver Dan. 7:10; Apoc. 5:11). ¡Esto sig­
nifica que la necesidad que tiene Dios de relaciones de amor
es enorm el
Y luego creó a los seres humanos. Al principio fueron
solo dos, pero su plan era que se reprodujeran y poblasen la
tierra. Si Adán y Eva se hubieran mantenido fieles a Dios,
¿cuánto tiempo cree usted que le habría llevado a la especie
humana poblar la tierra? ¿Mjl años? ¿Dos mil? ¿Diez mil?
Probablemente no. Seis mil años después de la creación,
el mundo tiene más de siete mil millones de habitantes, a
pesar del hecho de que nuestra población va muriendo y es
reemplazada cada cincuenta o cien años. ¿Cuánto tiempo
cree usted que le habría llevado a una especie de seres hu­
manos que nunca morían poblar nuestro planeta? Y una vez
5 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

que se hubieran esparcido por toda la tierra, ¿qué habría


hecho Dios? Me inclino a pensar que se proponía que los
seres humanos poblasen un mundo tras otro. ¡Parece que la
población humana tenía que haber superado con mucho a
la de los ángeles del cielo!
Esto nos da un a idea de cuánto aprecia Dios las relaciones
con los seres inteligentes que ha creado. Nuestro Dios es un Dios
de relaciones. Dice Shawn: «Dios está veinticuatro horas
al día durante los siete días de la semana persiguiéndonos.
Trabaja desde el amanecer hasta la puesta de sol tratando
de atraemos hacia una relación con él. Nunca renuncia
a nosotros, ni por un segundo. Desde el momento en que to-
ruamos nuestro primer aliento de vida hasta que entregamos
el último, él está continuamente siguiéndonos la pista».7
¡Verdaderamente nos persigue un Dios incansable!
Ahora pensemos en esto: ¿Con cuánta gente puede re­
lacionarse una persona? ¿Con cincuenta? Si es mucha más
de esa, yo ya empiezo a olvidar sus nombres. Pero hay mi­
llones de millones de ángeles y miles de millones de seres
humanos y Dios conoce el nombre de cada uno y quiere
tener una relación de amor con todos ellos. Eso me incluye
a mí. Y a usted. Desea tan profundamente esta relación que
envió a su Hijo a morir por nosotros a fin de poder tenerla
con aquellos de nosotros que quisiéramos corresponder.
Esa es la imponente verdad que impresionó mi mente
cuando leí el libro de Shawn Brace Pursued hy a Relentless
God. Esa verdad ha impactado profundamente mi relación
con Dios. Ahora me doy cuenta de que Dios me está bus­
cando desesperadamente, y también a usted.
¿Es la palabra desesperadamente demasiado fuerte? No
cuando consideramos el precio que Dios pagó a fin de man­
3. ¿Quién necesita un tiempo de gracia? • 5 7

tener esa relación con nosotros los humanos: la vida de su


propio Hijo querido, quien murió una muerte tan cmel.
El hijo pródigo
La verdad acerca del insondable amor de Dios por los
seres humanos pecadores se encuentra profundamente ilus­
trada en la historia del hijo pródigo. La palabra pródigo
significa «excesiva o temerariamente gastador, [...] una per­
sona que despilfarra sus recursos».8Eso es precisamente lo
que hizo el hijo pródigo. «Caleb», como lo llamé en el ca­
pítulo anterior, malgastó un tercio de la riqueza de su padre
en inversiones insensatas* y en vivir desenfrenadamente.
Tenía toda la razón cuando confesó a su padre: «Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo» (Luc. 15: 19). Pero el padre
no esperó a que su hijo volviera a casa arrastrándose, ara­
ñándose con el suelo como penitencia. En cuanto se dio
cuenta de que la figura que veía en la distancia era su hijo,
corrió a encontrarse con él. Y aunque Caleb esperaba ser
tratado como un siervo, su padre le puso la mejor túnica de
la familia justo encima de las ropas inmundas que todavía
hedían a pocilga. Y luego organizó una gran fiesta de «bien­
venida a casa» en honor de su hijo. ¡Caleb era todavía miem­
bro de la familia!
Dios nos persigue a usted y a mí de manera incansable.
No renuncia fácilmente. Usted lo pasará terriblemente mal
diciéndole «No» a Dios porque él lleva horriblemente mal
recibir un «No» por respuesta. ¿Por qué? ¿Porque nosotros
necesitamos urgentemente entablar una relación con él?
¡No! Es porque él ansia desesperadamente tener una rela­
ción con nosotros. ¡Quiere que seamos parte de su familia!

* La Biblia rio afirma que el h ijo pródigo invirtiera en proyectos que fracasaron. Esa es mi ima­
ginativa «con tribución » a esta historia.
5 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

De modo que, ¿quién necesita el tiempo de


gracia?
Volvamos ahora a la pregunta de quién necesita el tiempo
de gracia. Tendemos a pensar que somos nosotros los que ne­
cesitamos el tiempo de gracia, y ciertamente lo necesitamos.
Pero le sugiero a usted considerar que Dios necesita el tiempo
de gracia aún más que nosotros. Bueno, en realidad él no lo
necesita para sí mismo, sino que nos lo concede gratis a usted
y a mí porque desea desesperadamente una relación con noso­
tros. Cuando los seres humanos se alejaron de él, pudo ha­
bernos abandonado a todos a nuestro destino. Sin embargo,
estaba tan ansioso de mantener una relación con nosotros
que nos concedió un tiempo de gracia, simplemente para
darse a sí mismo una oportunidad de restablecer la relación
rota con aquellos de nosotros que quisiéramos aceptarla. No
nos impondrá esa relación, sino que nos invita a acudir a él.
Llama a nuestra puerta esperando que al menos algunos de
nosotros abramos y le dejemos pasar.
El padre de Caleb no rechazó a su hijo cuando este se
marchó de casa. Le concedió un tiempo de gracia y, cuando
Caleb regresó al hogar, su padre corrió a reunirse con él, le
rodeó con los brazos y le dio la bienvenida. La historia del
hijo pródigo es un ejemplo destacado del tiempo de gracia
que Dios nos concede a usted y a mí, no porque lo merez­
camos, sino porque, como el padre de Caleb, nos ama tanto
que no puede soportar la idea de la vida sin una íntima re­
lación con nosotros.
¿Se le ha ocurrido a usted alguna vez cuánto anhela Dios
una relación con usted.7. Se la está solicitando con amor
incesante. Por eso le concede el tiempo de gracia. Lo hace
porque usted lo necesita. Y porque él lo necesita. De hecho,
la necesidad que él siente de ello es aún mayor que la suya.
¡Dios ansia contar con usted como miembro de su familia!
3. ¿Quién necesita un tiempo de gracia? • 5 9

Ni)tas del capítulo

1. Skip McCarty, In Granite or Ingrained? W hat the Oíd and New Covenants Reveal
About the Gospel, the Law , and the Sabbath (Berrien Sprin gs [Michigan, EE.UU.]:
An drews Un iversity Press, 2007). Skip h a sido much os años pastor adjunto de la
Iglesia Pion eer Mem orial, situada en el cam pus de la Un iversidad An drew s en
Berrien Sprin gs (Michigan, EE.UU.).
Ihki., p. xiii.
Ibíd., p. xiv.
Ibíd., p. 4.
Sh awn Brace, Pursued by a Relentless God (Nam pa [Idaho, EE.UU.]: Pacific Press
Publish ing Association, 2011), 157 páginas. Cuan do Sh aw n escribió este libro, era
el pastor de dos iglesias en Main e (EE.UU.).
'¿v : r r v s ' - r V - - ‘./.v.

. *■ 1v* . . •'V•■ ;■
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-, *■ i f v íí, V ' y ; rt -w- s • .
Q
El tiempo de grada
de Ludfer

o antes me preguntaba por qué Dios no concedió un

Y tiempo de gracia a Lucifer y sus ángeles. ¿Por qué ha­


bían de ser los seres humanos los únicos que recibieran
un indulto?
No fue así. Dios no arrojó a Lucifer y sus ángeles del cielo
inmediatamente después de su rebelión contra él, lo que im­
plica que les concedió un tiempo de gracia.
Elena G. de White, en varias de sus obras, describió la
rebelión de Lucifer y su caída del cielo con más detalle de
lo que lo hicieron los autores bíblicos.* Le invito a usted a
acompañarme en mi recorrido por su descripción del aleja­
miento de Lucifer respecto a Dios, del tiempo de gracia que
Dios le otorgó, y de su rebelión definitiva, que dio lugar al
cierre de su tiempo de gracia. Es una historia fascinante.

* PE 145-147; 1SG 17-2C; H R 13-19, 26-27; PP 11-22; CS 483-494.


6 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

La rebelión de Lucifer
No creo que Lucifer se rebelase contra Dios Padre. Creo
que se rebeló contra Cristo. Aparentemente, antes de la crea-
ción de nuestro mundo, Cristo tomó forma de ángel. Al
igual que más tarde se presentó ante nosotros como un ser
humano, previamente se mostró ante los ángeles como uno
de ellos.*Y ciertamente así lo verían ellos, del mismo modo
que el pueblo de tiempos de Cristo lo percibía como un ser
humano más. Sin embargo, así como Cristo era más que un
simple humano mientras estuvo en la tierra, también era
más que un ángel en el cielo.**Tenía autoridad sobre los án­
geles, incluido Lucifer, y su jurisdicción se extendía al fun­
cionamiento del universo. Lucifer también ocupaba una
posición que le daba autoridad sobre las huestes celestiales,
pero no era tan abarcante como la de Cristo, lo que despertó
sus celos, pues codiciaba ese rango. Dice Elena G. de White:
«Lucifer tuvo envidia de él y gradualmente asumió la auto­
ridad que le correspondía solo a Cristo» (HR 13). Elena G.
de White no detalló las maneras en que Lucifer asumió pre­
rrogativas de Cristo, pero podemos especular que probable­
mente implicaban su asunción de una autoridad sobre los
ángeles que era exclusiva de Cristo.
Cuando sucede esto en nuestra sociedad, alguien situado
en una posición superior a ambas partes tiene que tratar el
asunto con la parte ofensora y aconsejarle que se circuns­
criba a su propia esfera de autoridad. Estoy seguro de que

* Ofrecí un a detallada explicación de la desafección de Satan ás h acia Cristo en el capítulo 2


de mi libro l a demora. Un apéndice al final del capítulo explica por qué creo que Miguel, el
arcángel (ver Jud. 9), es Cristo en la función que tomó en el cielo artes de su venida a la
tieTra como ser h umano. (A Miguel también se le men cion a en Dan iel 10: 13, 21; 12: 1).
** Si Cristo era plenamente un ángel al tiempo que seguía siendo plenamente Dios en el mismo
sentido en que es tan totalmente humano como div.no en la actualidad, es imposiole decirlo,
pues ni la Escritura ni Elena G de White hacen comentarios sobre este asunto. Es posible que solo
aparentara ser un ángel. Sea como fuere, les ángeles lo habrían tomado como a uno de los suyos.
4. El tiempo de gracia de Lucifer • 6 3

Dios el Padre tuvo tal conversación con Lucifer, pero este


rehusó aceptar el papel que le correspondía. En vez de ello,
empezó a esparcir su insatisfacción entre los demás ángeles.
Finalmente, Dios convocó una reunión de todas las huestes
celestiales «a fin de que en su presencia él pudiese manifes­
tar cuál era el verdadero lugar que ocupaba su Hijo y dar a
conocer cuál era la relación que él tenía con todos los seres
creados» (PP 14). Jesús se sentó en el trono con su Padre y
«el Padre hizo saber que había ordenado que Cristo, su Hijo,
fuera igual a él; de modo que doquiera estuviese su Hijo, es­
taría él mismo también. La palabra del Hijo debería obede­
cerse tan prontamente como la del Padre. Este había sido
investido de la autoridad de comandar las huestes angéli­
cas» (HR 13).
Desafortunadamente esto no satisfizo a Lucifer. Él «creyó
que él era favorito en el cielo entre los ángeles [...]. Sabía que
los ángeles lo honraban [...]. Pensó en cómo los ángeles
habían obedecido sus órdenes con placentera celeridad»
(HR 14). A pesar de la revelación de Dios de que Cristo era
igual que él mismo, Lucifer mantuvo su oposición al go­
bierno de Cristo.
Reunión de Lucifer con ios ángeles
Entonces Lucifer convocó una reunión con los ángeles.
«Presentó su tema, que era él mismo. Como quien ha sido
agraviado, se refirió a la preferencia que Dios había mani­
festado hacia Jesús postergándolo a él [...]. Les declaró que
él los había congregado pata asegurarles que no soportaría
más esa invasión de sus derechos y los de ellos: que nunca más
se inclinaría ante Cristo; que tomaría para sí la honra que de­
biera habérsele conferido, y sería el caudillo de todos los que
estuvieran dispuestos a seguirlo y a obedecer su voz» (HR
14-15).
6 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Si yo hubiera sido Dios, habría expulsado inmediata­


mente a Lucifer por insubordinación. Sin embargo, Dios
se tomó su tiempo. Afirma Elena G. de White: «En su gran
misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Este
no fue expulsado inmediatamente de su elevado puesto,
cuando se dejó arrastrar por primera vez por el espíritu de
descontento, ni tampoco cuando empezó a presentar sus fal­
sos asertos a los ángeles leales. Fue retenido aún por mucho
tiempo en el cielo» (CS 486). Así que Dios mantuvo a Lu­
cifer en su posición de querubín protector aun cuando este
ya promovía el desafecto hacia Dios entre los demás ángeles.
Dios no renunció a Lucifer fácilmente. «Varias y repeti­
das veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepin­
tiese y se sometiese. Para convencerle de su error se hicieron
esfuerzos de los que solo el amor y la sabiduría infinitos eran
capaces» (CS 486). Nótese, por favor, que Dios «soportó
por largo tiempo a Lucifer», quien «fue retenido aún por
mucho tiempo en el cielo» y «varias y repetidas veces se
le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se so­
metiese».
La paciencia de Dios con Lucifer es lo que llamamos
tiem po de gracia. Siempre que una de sus criaturas inteligen­
tes empieza a volverse contra Dios, él hace todo lo posible
por recuperar a ese individuo. Por esa razón nos concede un
tiempo de gracia. Nos da tiempo para pensar acerca de nues­
tra decisión. Y, como he dicho en el capítulo anterior, lo
hace porque espera ansiosamente que cambiemos nuestros
planteamientos y retomemos a él. Puedo asegurar que Dios
am aba a Lucifer. Le rompió el corazón ver a Lucifer volverse
contra él. Piense usted en cómo se sentiría si alguien a quien
estima profundamente se volviera contra usted y le acusara
de decir y hacer cosas que usted no dijo ni hizo, y por mo­
tivos que usted no tiene.
4. El tiempo de gracia de Lucifer 65

Dios Padre no era el único que trataba de recuperar a Lu­


cifer. Cristo «presentó ante él la grandeza, la bondad y la
justicia del Creador, y también la naturaleza sagrada e in­
mutable de su ley» (PP 14). Incluso los ángeles leales «tra­
taron de reconciliar con la voluntad de su Creador a ese
poderoso ángel rebelde» (SR 15). «Volvieron a instar a Sa­
tanás y a sus simpatizantes a someterse a Dios» (PP 18). Por
decirlo en términos que nos resulten familiares, los ángeles
leales se hicieron evangelistas. Misioneros que ponían todo
su empeño en recuperar la confianza en Dios de Lucifer y
sus seguidores «no cristianos».
Elena G. de White indica además que «Lucifer quedó
convencido de que se hallaba en el error. Vio que “justo es
Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus
obras” (Sal. 145:17), que los estatutos divinos son justos, y
que debía reconocerlos como tales ante todo el cielo [...].
Casi decidió volver sobre sus pasos» (PP 17). ¡Asombroso!
Lucifer casi decidió regresar a su lealtad a Dios y a Cristo.
Desgraciadamente, no llegó a tomar esa determinación.
Pensemos en cuánto dolor y sufrimiento se han derivado
de la desacertada decisión de Lucifer. Me pregunto -y le
pregunto a usted- hasta dónde se extiende la influencia de
las decisiones que tomamos. Si escogemos a Jesús, como ha­
bría sido deseable que hiciera Lucifer, nuestra influencia
proveerá una gran bendición al mundo. Por otra parte, si
seguimos el ejemplo de Lucifer y decidimos ignorar a Jesús
o, aún peor, rebelamos contra él, nuestra influencia también
traerá dolor y sufrimiento a quienes amamos.
Elena G. de White escribió que Lucifer persistió en su
rechazo a Cristo y desafió a sus seguidores leales a «obtener
por medio de la fuerza los derechos que no se les quiso otor­
gar de buen grado». Luego ella efectúa una declaración muy
significativa: «En lo que concierne a Satanás mismo, era
.

6 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

cierto que ya había ido demasiado lejos en su rebelión para


retroceder». En otras palabras, Lucifer había cerrado su
tiempo de gracia. «Pero no ocurría lo mismo», continúa
Elena G. de White, «con aquellos que habían sido cegados
con sus engaños. Para ellos el consejo y las súplicas de los
ángeles leales abrían una puerta de esperanza» (PP 19). Este
es un detalle importante. Obsérvese que el período de gracia
se cerró en un momento del tiempo para algunos de los án­
geles desleales y en un momento distinto para otros. No
concluyó al mismo tiempo para todos. Sabemos que esto es
cierto porque Elena G. de White dice que aun después de
que el tiempo de gracia había concluido para Lucifer, se
mantuvo abierto para sus seguidores.
El «arrepentimiento» de Lucifer
En varios de sus libros, Elena G. de White cuenta una
historia muy llamativa sobre el arrepentimiento tanto de
Lucifer como de sus ángeles seguidamente a su expulsión
del cielo. He aquí lo que escribió en el volumen 1 de Spiri-
tm l Gifts: «Después de que Satanás fue excluido del cielo,
junto a aquellos que cayeron con él, se dio cuenta deque
había perdido toda la pureza y la gloria celestiales para siem­
pre. Entonces sé arrepintió y deseó ser reincorporado al
cielo. Estaba dispuesto a asumir su lugar correcto, o cual­
quier otro que pudiera asignársele. [...] El y sus seguidores
se arrepintieron, lloraron e imploraron que se les devolviera
el favor de Dios» (1SG 18).
En su libro L ahistoria del
ofrece un fascinante relato sobre la petición de Lucifer de
que se le restituyera su posición previa:
«Satanás tembló al contemplar su obra. Meditaba a solas en el
pasado, el presente y sus planes para el futuro. Su poderosa con­
textura temblaba como si fuera sacudida por una tempestad.
Entonces pasó un ángel del cielo. Lo llamó y le suplicó que le
4. El tiempo de gracia de Lucifer • 6 7

consiguiera una entrevista con Cristo. Le fue concedida. Entonces


le dijo al Hijo de Dios que se había arrepentido de su rebelión y
deseaba obtener nuevamente el favor de Dios. Deseaba ocupar el
lugar que Dios le había asignado previamente, y permanecer bajo
su sabia dirección. Cristo lloró ante la desgracia de Satanás, pero
le dijo, comunicándole la decisión de Dios, que nunca más sería
recibido en el cielo, pues este no podía ser expuesto al peligro.
Todo el cielo se malograría si se lo recibía otra vez, porque el
pecado y la rebelión se habían originado en él. sem illas de la
rebelión tod av ía estab an den tro de é l» (HR 26; cursiva añadida).
Este es un concepto fundamental para entender el tiempo
de gracia: la rebelión es el factor que lo lleva a su fin. Los
hebreos tenían varias palabras para designar el pecado, una
de las cuales era pesha, que significa «rebelión». Es impor­
tante señalar respecto a los pecados del tipo pesha que el ri­
tual levítico no bacía provisión para el perdón de quienes
los cometieran: no existía ningún sacrificio para ellos.* El
autor de Hebreos afirma: «Si pecamos voluntariamente des­
pués de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no
queda más sacrificio por los pecados» (Heb. 10: 26). La re­
belión consiste en seguir deliberadamente en el pecado
cuando uno sabe que es pecado.** Y es fundamental enten­
der que cuando la rebelión alcanza un cierto punto, se con­
vierte en el pecado definitivo e irreversible, que cierra el
tiempo de gracia. La razón es muy sencilla: las semillas de la
rebelión permanecen en la mente del pecador. La rebelión
se ha convertido en una parte permanente de su carácter.

* Describo este con cepto detalladamente en : El juicio investigador: Su fundamento bélico (Doral:
IADPA, 2011), págs. 194-197.
** Con ello no pretendo afirmar que todo pecado que uno cometa sabiendo que lo es ponga fin
a su tiempo de gracia.
6 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Hay algunas cosas que no hará Dios, y una de ellas es im­


poner su voluntad sobre las mentes de las criaturas que ha
creado. Dios solo puede aceptar el servicio que brota del
amor, y el amor no puede ser impuesto. Solo puede ganarse.
Dios es amor (1 Juan 4: 8), y él anhela una respuesta de
amor de sus criaturas. Finalmente, sin embargo, las semillas
de la rebelión llegan a ser parte integral de aquellos que de­
ciden seguir su propio camino, y eso Dios no lo cambiará.
Ciertamente, no puede cambiar nuestra decisión, pues tal
proceder violaría nuestra libre voluntad y él no quiere hacer
eso.
Conclusiones
Hay tres conceptos de este capítulo que me gustaría que
usted asimile. El primero, que Dios les concedió a Lucifer y
a sus seguidores un tiempo de gracia durante el cual Dios,
Cristo y los ángeles leales hicieron todo lo que pudieron
para recuperar a los rebeldes.
Quiero creer que algunos de los ángeles que al principio
se posicionaron junto a Lucifer fueron persuadidos para vol­
ver a su lealtad hacia Dios y hacia Cristo.
Segundo, si Lucifer estuvo «convencido de que se ha­
llaba en el error»; si «casi decidió volver sobre sus pasos»,
entonces no tenía excusa para su rebelión definitiva, y está
justificado que Dios cerrase su tiempo de gracia.
Tercero, el tiempo de gracia se cierra para cualquiera de
las criaturas inteligentes de Dios cuya oposición a él es tan
profunda y persistente como para quedar para siempre gra­
bada en sus mentes. En ese punto, como dice el autor de
Hebreos, «no queda más sacrificio por los pecados». Su
tiempo de gracia se ha cerrado.
Parte II

Tiempo de gracia
y salvación
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La Creación, la Caída
y el tiem po de gracia
ensemos en lo feliz que debió de sentirse Dios al crear

P a Adán y a Eva. ¡Cómo disfrutaría en esa parte especial


del día en que los visitaba! Me lo imagino sentado con
ellos a la sombra de un árbol frondoso poco antes de la
puesta del sol, y escuchando su relato sobre lo que habían
hecho ese día. Puedo ver la sonrisa en el rostro de Dios
mientras Adán le describe cómo salpicó de agua a Eva al
vadear un arroyo. Y puedo escuchar a Eva contándole cómo
después pilló desprevenido a Adán y lo tiró al agua. Y a Dios
riendo a carcajadas. E imaginarme al Creador regresando al
cielo con emoción en la voz mientras les cuenta a los ánge­
les lo bien que se lo ha pasado en su visita a sus amigos re­
cién creados. Usted y yo disfrutamos mirando, escuchando
y saboreando las cosas que nosotros hacemos; ¡cuánto más
placer debió de haber sentido Dios al relacionarse con los
seres vivos que él creó!
Consideremos ahora por un momento cómo debió de
sentirse Dios cuando Adán y Eva lo desobedecieron. Los
7 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

había creado para poder disfrutar de su compañía, para poder


amarlos, para que fueran sus amigos. Ahora todo eso parecía
terminado.
Comenté en el capítulo 3 que cuando usted y yo creamos
algo que no sale del modo que queríamos, podemos des­
truirlo y volver a empezar. Si un artista se siente insatisfecho
con cómo le ha quedado su cuadro, puede tirar el lienzo y
comenzar en uno nuevo, Pero el artista no tiene una rela­
ción con sus cuadros como la que tenía nuestro Creador con
Adán y Eva. Cuando pecaron, Dios perdió la oportunidad
de disfrutar de esa relación de amor. Y no fue solo la relación
con ellos lo que perdió. Dios había creado a Adán y Eva con
la facultad de reproducirse, y deseaba tener la misma rela­
ción de amor con todos y cada uno de los descendientes que
él esperaba que tuvieran Adán y Eva. Y ah ora todo eso se
había perdido,
¿O quizá no?
Las consecuencias de ia Caída
Empecemos examinando cómo creó Dios a Adán y Eva
y qué les sucedió cuando le desobedecieron. La Biblia no
dice realmente lo que voy a afirmar ahora, pero creo que es
cierto: cuando Dios creó a Adán y Eva, el Espíritu Santo
moró en ellos del mismo modo que mora en su pueblo en
nuestros días. Decimos que quienes tienen al Espíritu mo­
rando en ellos han sido «convertidos», o que han recibido
«el nuevo nacimiento». Adán y Eva no necesitaron con­
vertirse tras ser formados por las manos del Creador porque
él puso el Espíritu Santo en ellos cuando los creó. Aquello
que hoy tenemos por resultado de la conversión, fue ¿n ellos
su experiencia desde el mismo momento en que respiraron
por primera vez.
5. La Creación, la Caída y el tiempo de gracia • 7 3

Que Dios creó a Adán y Eva con el Espíritu Santo pre­


sente en sus corazones se sugiere claramente en la siguiente
declaración de Elena G. de White: «Cristo vino a la tierra
tomando la humanidad y presentándose como represen­
tante del hombre para mostrar que, en el conflicto con Sa­
tanás, el hombre tal como Dios lo creó, unido con el Padre
y el Hijo, podía obedecer todos los requerimientos divinos»
(IMS 297).
Las palabras clave en esta cita son «el hombre tal como
Dios lo creó, unido con el Padre y el Hijo». Aunque ella no
menciona que los primeros humanos estuvieran unidos con
el Espíritu San to (solo cita al Padre y al Hijo), sabemos que
es a través de él como mora la Divinidad en la humanidad.*
Así, es razonable concluir que Dios creó a Adán y Eva con
el Espíritu Santo morando en ellos.
Sin embargo, cuando desobedecieron a Dios, perdieron
la presencia del Espíritu Santo en sus mentes y corazones.
Podríamos decir que quedaron «desconvertidos». Las con­
secuencias fueron inmediatas: se llenaron de miedo y
vergüenza. Cuando llegó Dios a buscarlos aquella tarde,
huyeron y se escondieron. ¿Por qué? La explicación de
Adán fue: «Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque
estaba desnudo; por eso me escondí» (Gén. 3: 10).
Sentían miedo y vergüenza, y yo creo que esa vergüenza
puede entenderse como culpa. Aquello supuso un cambio
enorme en la manera de pensar de Adán y Eva. Evidencias
adicionales de esta dramática mutación se vieron solo unos
minutos más tarde por la ufanera en que se echaron la culpa
el uno al otro, a la serpiente y, de manera implícita, al propio
Dios.

* Cuan do Jesús les dijo a sus discípulos que pronto los dejaría, prometió: «No os dejaré h uérfa­
nos; volveré a vosotros» (Juan 14: 18). Hizo esta declaración en el con texto de su promesa de
enviarles el Espíritu San to, del cual dijo que viviría ccn ellos y en ellos (ver. 17).
7 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

La razón de este cambio en el modo en que Adán y Eva


pensaban y sentían radica en el hecho de que perdieron la
influencia del Espíritu Santo en sus mentes y en sus corazo­
nes al desobedecer a Dios. Esta profunda transformación ha
afectado a todos sus descendientes. El punto de vista divino
acerca de los asuntos espirituales no tiene sentido para noso­
tros. Nuestros deseos están orientados hacia dentro, hacia
lo que nos proporciona placer. Nacemos con esa inclina­
ción. Los bebés no vienen al mundo puros y santos y solo
se corrompen cuando deciden pecar por primera vez. Los
bebés son pecadores desde el momento de su nacimiento y,
ciertamente, desde su misma concepción.*
Los teólogos usan varios términos para referirse a esta
condición. Uno es pecado original, que se refiere a la peca-
minosidad de todos los seres humanos como consecuencia
de la caída.** Un término relacionado es total depravación,
que significa que los seres humanos están moralmente co­
rruptos, con el pecado en el núcleo de su ser, y en enemistad
con Dios. Un tercer término que describe nuestra pecami-
nosidad inherente es n aturaleza pecam inosa. Por desgracia,
no podemos cambiamos a nosotros mismos; ni siquiera po­
demos lograr desear ese cambio por nosotros mismos.
Hay abundante evidencia de que la total depravación, el
pecado original y la n aturaleza pecam inosa son descripciones
precisas del estado natural de los seres humanos.*** Basta
escuchar los noticieros. El crimen, la violencia y la guerra

* Los bebés no son pecadores en el sentido de que hayan h ech o n ada pecaminoso. Pero tam­
poco están en un a relación de salvación con Dios antes de cometer su primer pecado. Ellos
necesitan un Salvador tan to como cualquier otro.
** Pecado original no es lo mismo que culpa origin al, lo que implicaría que todo ser humano es
culpable del pecado de Adán .
*** Cada uno de estos términos tiene matices específicos para los teólogos, pero todos ellos com­
parten el mismo significado subyacente: que los seres humanos son intrínsecamente pecadores
por n acer humanos.
5. La Creación, la Caída y el tiempo de gracia • 7 5

dominan en todo el mundo, y todo ello brota de la natura­


leza humana pervertida. Lo mejor de nosotros difiere de los
criminales solo en el grado de nuestras actitudes y conductas
pecaminosas.
En Romanos 3, Pablo enumera una serie de característi­
cas perversas que comparte toda la raza humana: «No hay
justo, ni aun uno; [...] su boca está llena de maldición y de
amargura. [...] No hay temor de Dios delante de sus ojos»
(versículos 10,14,18). Poco después añade: «Todos pecaron
y están destituidos de la gloria de Dios» (vers. 23). Jeremías
dice: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y per­
verso» (Jer. 17: 9). Y Génesis registra que en la época del
Diluvio «vio Jehová que la maldad de los hombres era
mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos
de su corazón solo era de continuo el mal» (Gén. 6: 5).
Elena G. de White comenta que una vez que Adán y Eva
cedieron «a la tentación, su naturaleza se [depravó], y no
[tenían] en sí mismos poder ni disposición para resistir a
Satanás» (PP 32).
Pablo usó un vivido lenguaje para describir la mente que
no está controlada por el Espíritu Santo. En Romanos 6: 6,
lo llama «viejo hombre»; en 7: 23, «la ley del pecado que
está en mis miembros»; y en 8: 7, «los designios de la carne».
Pablo también dijo que las personas con esta estructura men­
tal son esclavas de la ley del pecado (ver 7: 25) y que sus
mentes son hostiles al Señor, «porque no se sujetan a la Ley
de Dios, ni tampoco puedan» (8: 7).
El problem a de Dios
Esta situación le presentó a Dios un enorme problema.
Como he señalado un par de capítulos antes, Dios no eje­
cutó la pena de muerte cuando Adán y Eva pecaron, y no
lo hizo principalmente porque los amaba y había establecido
7 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

un pacto eterno según el cual seguiría amándolos y perma­


neciendo junto a ellos y sus descendientes con independen­
cia de cómo se condujeran.
Podríamos preguntamos por qué Dios no resolvió el pro­
blema de manera sencilla: simplemente volviendo a poner
el Espíritu Santo en las mentes y corazones de Adán y Eva.
La respuesta es que no podía. Les había permitido escoger
entre comer o no comer del fruto del árbol del conoci­
miento del bien y el mal, con la advertencia de que si esco­
gían comer, morirían. Dios los respetó pues los había creado
como seres con la facultad de decidir cómo vivir y a quién
seguir, del mismo modo que respeta que nosotros decidamos
eso mismo. Pero también nos hace responsables de las de­
cisiones que tomamos. Así, para ser fiel a los principios en
los que se basa su gobierno, Dios tenía que imponer la pena
de muerte a Adán y Eva.
¿Por qué no murieron ese día? En realidad, murieron,
pues hay dos tipos de muerte: física y espiritual. Los seres
humanos dependemos de Dios para la vida del cuerpo, y
cuando él retira esa vida, morimos físicamente. Es fácil en­
tender este aspecto de la muerte. Antes o después, a todos
nos toca ser la «estrella» de un funeral. Ninguno de nosotros
escapa de la muerte. Dios no aplicó de inmediato la pena
de muerte sobre Adán y Eva, motivo por el cual ellos y sus
descendientes continuaron viviendo físicamente.
Los humanos, sin embargo, también dependemos de
Dios para la vida en la dimensión espiritual de nuestra na­
turaleza. Cuando Dios retira su Espíritu Santo de nuestras
mentes y corazones, seguimos viviendo físicamente pero
morimos espiritualmente. Esta parte de la sentencia de
muerte sobre Adán y Eva -y sobre nosotros- se ejecuta en
nuestras mentes y corazones, lo que la hace menos evidente
para nuestros cinco sentidos, pero es igual de real. Hay evi­
dencia inspirada de que esto es así. Pablo habló de «la ley
5. La Creación, la Caída y el tiempo de gracia • 7 7

del pecado y de la muerte» (Rom. 8: 2) y de aquellos que


estaban «muertos en [...] delitos y pecados» (Efe. 2: 1; ver
también 5). Elena G. de White tenía esta condición en
mente cuando habló de «las facultades muertas del alma»
(CC 18). La muerte espiritual explica el profundo cambio
psicológico y espiritual que experimentaron Adán y Eva in­
mediatamente después de desobedecer a Dios. Y esa es la
razón por la que todos los seres humanos somos moralmente
corruptos, pecadores en el núcleo mismo de nuestro ser, y
enemigos de Dios. Esa es la base del pecado original, de la
total depravación y de la naturaleza pecaminosa que todos
recibimos al nacer.
El problema de Dios y la solución divina
La desobediencia de Adán y Eva puso a Dios ante un
círculo vicioso: los amaba a ellos y a todos los que vendrían
tras ellos, y no deseaba que murieran. Pero tenía que aplicar
la pena de muerte que ya había advertido que sería el efecto
de esa desobediencia.
¿Cómo resolvería el problema?
La respuesta se encuentra en Génesis 3:15. Sin duda
usted habrá oído explicar este versículo muchas veces, pero
revisémoslo de nuevo. Tiene dos partes. En la primera, Dios
dice: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu si­
miente y su simiente» (BLA). Dios se dirigía a la serpiente,
que es Satanás, de modo que la palabra ti se refiere a él.
m ujer es Eva, y su sim iente sus descendientes, es decir, el pue­
blo de Dios.* La es la condición de hostilid
enem ista4
antagonismo entre dos partes.

* Apocalipsis 12:3 habla de «un gran dragón escarlata» al cual el versículo 9 identifica como Satanás.
El versículo 17 muestra al dragón atacando a la mujer, que en Apocalipsis 12 representa al verdadero
pueblo de Dios. Este simbolismo se extrae claramente de Génesis 3:15. También podemos aplicarlo
en el otro sentido: desde Apocalipsis hasta Génesis. Cuando lo hacemos, es evidente que la mujer
representa al pueblo de Dios y la serpiente a Satanás.
7 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

La lógica es esta: cuando Adán y Eva pecaron, sus men­


tes y espíritus se pusieron en armonía con Satanás. Sin em­
bargo, Dios les dijo a este y a Eva -y, por extensión, a Adán-
que esta armonía entre los humanos y Satanás sería que­
brada. En otras palabras, Adán y Eva y sus descendientes
tendrían la oportunidad de retomar a la armonía con Dios,
lo cual los situaría una vez más en enemistad con Satanás.
Dios no podía hacer esto por propia iniciativa, así que di­
señó una estrategia que le permitiese volver a poner al Es­
píritu Santo en las mentes y corazones de los seres humanos
para que una vez más sintonizasen con su Creador. La na­
turaleza humana, que estaba pervertida por el pecado, que­
daría sana de nuevo.
Pero, ¿cómo podría prometer Dios esa enemistad entre
los humanos y Satanás poniendo su Espíritu de nuevo en
las mentes y corazones de los primeros cuando la retirada
del Espíritu era el castigo por su desobediencia? He aquí el
círculo vicioso. Afortunadamente, la segunda parte del ver­
sículo 15 explica el plan de Dios para resolver ese aparente
callejón sin salida. Nos dice que «él te herirá en la cabeza, y
tú lo herirás en el calcañar» (BLA).
Hay algo extraño aquí. Tengamos en mente que los pro­
nombres ti y tú de este versículo se refieren a Satanás, y los
pronombres apropiados para la mujer serían y la. Pero
en la segunda parte del versículo Dios cambió a los pronom­
bres él y ío. «El te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el
calcañar». ¿No debería haber dicho Dios «ella te herirá en
la cabeza»?¿No debería haber dicho «tú herirás en el cal­
cañar»? ¿Por qué este repentino giro a él y lo?
La respuesta es sencilla: ni Eva ni ninguno de sus des­
cendientes espirituales femeninos heriría en la cabeza a
Satanás. Dios estaba diciendo que Cristo, presentado como
varón en la Escritura, infligiría una fatal herida (en la ca­
5. La Creación, la Caída y el tiempo de gracia • 7 9

beza) sobre Satán, mientras que este le causaría a Cristo una


herida no fatal (en el calcañar). En otras palabras, Cristo
destruiría a Satanás.
Génesis 3:15 ofreció a Adán y Eva un rayo de esperanza,
basado en que se encontraría una manera de restaurar el Es­
píritu Santo en sus mentes y corazones, y de quebrantar el
poder de Satanás sobre ellos. Usted y yo sabemos cómo se
cumplió esto, pues para nosotros la historia de la vida y
muerte de Cristo es real. Para Adán y Eva, el cómo y el
cuándo de la victoria de Cristo sobre Satanás era un miste­
rio. Sin embargo, tenían la seguridad de que Dios había di­
señado un plan para rescatarlos de sus sentencias de muerte,
tanto física como espiritual. Se trataba de la restauración
del Espíritu Santo, cuya presencia en sus vidas ellos habían
perdido cuando pecaron.
Elena G. de White escribió: «Cuando el pecado de Adán
hundió a la raza en la miseria y la desesperación, Dios podría
haberse separado de los caídos. Podría haberlos tratado
como merecen que se trate a los pecadores. Podría haber
enviado a sus ángeles para que derramaran sobre nuestro
mundo las copas de su ira. Podría haber hecho desaparecer
esta oscura mancha del universo. Pero no lo hizo. En lugar
de echarla de su presencia, se acercó más a la raza caída. Dio
a su Hijo para que llegara a ser hueso de nuestro hueso, y
carne de nuestra carne» (MGD 176).
Tiempo de gracia
Génesis 3:15 sugiere Claramente que se les concedería
un tiempo de gracia a Adán y Eva y a sus descendientes -la
simiente de la mujer-, dándoles la oportunidad de volver
con Dios. Este tiempo de gracia se ha extendido durante
miles de años, y en este tiempo Dios ha estado ocupado po­
niendo en práctica su plan para llevar de vuelta a su reino
8 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

a tantas personas como sea posible. Sin embargo, nos acer­


camos ya al final: el tiempo de gracia concluirá en algún
momento del futuro próximo. Por ello, es muy importante
que el pueblo de Dios tenga una comprensión clara de su
plan de salvación para estar preparado cuando se cierre la
gracia. Y también lo es que llevemos la advertencia sobre I
el inminente cierre del tiempo de gracia a tanta gente como
sea posible.
Los próximos capítulos tratarán acerca del plan de Dios
para llevar de nuevo a su pueblo a una armonía con él, y de
cómo usted y yo podemos beneficiamos de esa oportunidad
mientras persista el tiempo de prueba.
3
Salvación:
La conversión

n tema clave en la teología judeocristiana es el signi­

U ficado de la declaración de Génesis 1: 27, según la cual


Dios hizo seres humanos «a su imagen». Algunos in­
térpretes de la Biblia entienden que esto implica que, ya que
Dios es inmortal, los humanos también lo somos. Esta in­
terpretación es bastante común entre los que defienden la
inmortalidad del alma. Sin embargo, Dios es también om­
nisciente (lo sabe todo), omnipotente (todopoderoso) y
omnipresente (está en todas partes a la vez). Dios obvia­
mente no ha dado a los humanos ninguna de estas caracte­
rísticas, y no sé de nadie que sostenga lo contrario. Así pues,
hay limitaciones a la ideh'de que hemos sido creados a la
imagen de Dios, y yo creo que la inmortalidad es una de esas
limitaciones. El hecho de que fuéramos creados a la imagen
de Dios no significa que, como él, debamos ser inmortales.
Además, la palabra im agen sugiere algo distinto que una
réplica exacta del original. Si usted ha visto alguna vez
8 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

una imagen de Abraham Lincoln, sea un cuadro o una esta­


tua, sabrá dos cosas: primera, que la imagen se parece mucho
al aspecto que él tenía; y segundo, que el auténtico Abraham
Lincoln era mucho más que la imagen suya que usted con­
templa. Lo mismo es verdad respecto a nuestro ser creado
a la imagen de Dios. Nos asemejamos a él en que tenerríbs
algunas características que él también posee, pero Dios es
mucho más que humano. En modo alguno está limitado a
lo que nosotros somos. La imagen que portamos se parece
a él en algunos aspectos, pero ese parecido no llega al punto
de reflejar todo lo que él es.
¿Y qué características de Dios compartimos? ¿Qué tiene
él que también tengamos nosotros? Pienso que Dios creó a
Adán y Eva a su imagen en varios sentidos importantes.
Mencionaré cinco:
1. Dioses inteligente, y también lo somos nosotros. Tenemos
la capacidad de obtener información y procesarla. Pode­
mos examinar las evidencias y extraer conclusiones ra­
zonables.
2. Dios es un ser em ocional, y así también nosotros. Podemos
experimentar potentes impresiones que nos hacen reír y
llorar, sentir intenso placer e intenso dolor.
3. Dios es un ser profundam ente m oral, y también lo somos
nosotros. Por eso la mayoría de las personas tienen un
sentido intuitivo de que infligir daño a otros es malo.
4. Dios es un ser espiritual, lo mismo que nosotros. Queremos
que nuestras vidas tengan sentido y propósito, y recono­
cemos la importancia del amor, la paciencia, la toleran­
cia, el perdón y la preocupación por los demás.
5. Dios tiene libre albedrío, y nosotros también. Podemos es­
coger dónde vivir, con quién casamos, qué trabajo bus­
car, etcétera.
6. Salvación: La conversión • 8 3

Estas son algunas de las maneras en que los seres huma­


nos han sido creados a la imagen de Dios. La distinción
entre ellas es un tanto artificial porque todas han de ope­
rar juntas para crear lo que pensamos y sentimos como
humanos.
Efectos de ia Caída
Hoy todavía tenemos esas cinco cualidades. Sin em­
bargo, quedaron distorsionadas cuando Adán y Eva peca­
ron, y así han seguido en todos sus descendientes hasta el
presente. La causa principal de la distorsión, como he indi­
cado en el capítulo anterior, es el abandono del Espíritu
Santo de nuestras mentes y corazones. Un ejemplo de esta
distorsión es que usamos nuestra brillante inteligencia para
producir armas que pueden matar a millares de personas
apretando un botón, y nuestros sentidos em ocion al, m oral
y espiritual se encuentran tan degenerados que nos pa­
rece bien. Llamamos a lo malo «bueno y a lo bueno malo»
(Isa. 5: 20).
Como seres humanos, nacemos en este mundo con una
tendencia inherente a pensar y hacer el mal: la naturaleza
pecaminosa. Todavía tenemos el libre albedrío que Dios nos
dio en la Creación, pero también está distorsionado como
resultado de la Caída. Aún podemos usarlo para tomar de­
cisiones sobre nuestra vida cotidiana, pero esa facultad ca­
rece del poder de contrarrestar nuestra naturaleza humana.
Dijo Elena G. de White: «La educación, la cultura, el ejer­
cicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su
propia esfera, pero no tienen poder para salvamos. Pueden
prpducir una corrección extema de la conducta, pero no
pueden cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes
de la vida» (CC 18).
8 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

El grado de contribución de nuestro libre albedrío a


nuestra salvación ha sido objeto de debate entre los teólogos
durante más de mil quinientos años. Desde la época de la
Reforma hasta ahora, este debate se ha centrado en las con­
cepciones teológicas de Juan Calvino y Jacobo Arminio,^
a veces conocidas como calvinismo y arminianismo. Tanto
Calvino como Arminio enseñaban que los seres humanos,
en su estado pecaminoso, no pueden ejercer su libre albedrío
para escoger la salvación, y ambos enfatizaron que Dios debe
intervenir a fin de que seamos salvos. Discrepaban en la na­
turaleza de esa intervención. Calvino decía que Dios sim­
plemente decide quiénes se salvarán y quiénes se perderán,
y los que él elige para salvación reciben el Espíritu Santo
en sus mentes y corazones. El libre albedrío humano no
tiene absolutamente nada que ver con ello. Esta visión teo­
lógica se llama predestinación.
Arminio enseña que Dios no decide arbitrariamente
quiénes se salvarán y quiénes se perderán. El dio a los seres
humanos un libre albedrío, y nos permite escoger entre ser­
virle o no. El problema es que en nuestro estado pecaminoso,
con nuestro libre albedrío distorsionado, somos totalmente
incapaces de efectuar esa elección. Arminio reconocía este
problema y sugirió una solución. Para explicarla, necesitamos
considerar dos aspectos de la gracia.
Gracia
La palabra inglesa gracetiene múltiples sign
música se refiere a ciertas notas ornamentales llamadas grace
notes (notas de gracia, adornos musicales). Hacer una breve
oración justo antes de empezar a comer se dice a veces en
inglés say in ggrace (en español, bendecir la mesa). En el con-*
* Juan Calvin o (1509' 1564) fue un teólogo francés del periodo de la Reforma. Jacobo Arm inio
(1560-1609) fue un teólogo neerlandés que hizo sus aportaciones en los inicios de la época
posterior a la Reforma.
6. Salvación: La conversión • 8 5

texto de la salvación, gracia es a menudo definida como


«favor inmerecido», aludiendo a que Dios salva a los seres
humanos porque los ama a pesar de que no merezcan ese
amor. El W ebster’sDictionary también indica que gracia
puede ser definida como la «influencia divina que actúa en
el hombre para hacerlo puro y moralmente fuerte».1Nótese
que he puesto en cursiva la palabra «en». «Dentro de» sería
una manera aún más clara de decirlo: la gracia es la influen­
cia divina que opera den tro de los seres humanos. La in­
fluencia divina es, por supuesto, el Espíritu Santo, y a su
trabajo en nosotros a veces se le llama gracia. Arminio
distinguió dos maneras en las que el Espíritu Santo opera
dentro de nosotros para facilitar nuestra salvación: una se
llama «gracia salvadora» y la otra, «gracia habilitante»
(o «preveniente», o «preventiva»).
La gracia salvadora es, sencillamente, la conversión: Dios
restaurando a su Santo Espíritu en nuestras mentes y cora­
zones. En su encuentro nocturno con Nicodemo, Jesús com­
paró la conversión con nacer de nuevo (ver Juan 3: 3), y
Pablo la comparó con la resurrección (Rom. 6:4). Aunque
la analogía de Jesús y la de Pablo difieren considerable­
mente, son la misma en un aspecto clave: nacimiento y re­
surrección son ambos el principio de una nueva vida. Son
una revocación de la muerte espiritual que experimentaron
Adán y Eva cuando desobedecieron a Dios. La conversión
es la restauración de la parte espiritual de la imagen de Dios
dentro de los seres humanos. Opera un cambio radical en
el modo en que las personas piensan y sienten.
Pero hay un problema. Dijo Pablo: «Los designios de la
carne son enemistad contra Dios» (Rom. 8: 7), y Elena G.
de White dice: «Nuestro corazón es malo, y no lo podemos
cambiar» (CC 18). En su estado pecaminoso, nuestra libre
voluntad es demasiado débil para poder elegir la oferta de
8 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

salvación divina. Calvino y Arminio coincidían en que la


mente humana ha quedado tan corrompida por la deprava-
ción total que no hay nada en nosotros que pueda responder
a la oferta divina de salvación. Calvino creía que la predes­
tinación llenaba este vacío. Arminio decía que era la gracia
habilitante o preveniente la que lo llenaba.*
La palabra preveniente procede del latín y significa «lo
que viene antes». La gracia preveniente se refiere a la con­
vicción de las personas por el Espíritu Santo antes de que
hayan sido salvadas, antes de que se hayan convertido. Jesús
aludía a la gracia preveniente cuando dijo: «Nadie puede
venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo atrae» (Juan
6: 44). Y en Apocalipsis 3: 20, Juan describió a Jesús lla­
mando a la puerta de nuestros corazones, pidiendo entrar en
lugar de forzar la entrada, lo que sería predestinación. El Es­
píritu Santo es el miembro de la Divinidad que realmente
nos atrae a Jesús, invitándonos a aceptarle como nuestro
Salvador, y eso es gracia preveniente.
George Knight explicó de modo sucinto la gracia preve­
niente en un artículo que fue publicado en A ndrew s L/ni-
versity Sem inary Studies. Allí decía: «Dada la realidad de los
efectos del pecado original en la naturaleza humana, inclui­
das la depravación y la esclavitud de la voluntad, no hay
forma en que los individuos puedan optar por Dios. Algo
tiene que despertarlos a las realidades espirituales y capaci­
tarlos para escoger. [...] Ese algo se llama “gracia preve­
niente”, la gracia que obra en la vida de la persona antes de
que acepte la gracia salvadora. El resultado del poder capa-
citador de la gracia preveniente por medio del Espíritu
Santo es una “voluntad liberada”, “la cual, aunque inicial-

La teología adventista del séptimo día es básicamente arminiana.


6. Salvación: La conversión • 8 7

mente cautiva por el pecado, ha sido llevada por la gracia


preveniente del Espíritu de Cristo a un punto donde puede
responder libremente a la llamada divina”».2
Me gusta el concepto de Knight de una voluntad libe­
rada. Todos los seres humanos nacemos con libre voluntad,
pero, como todos los demás aspectos de la imagen de Dios
de que él nos dotó al creamos, esa libre voluntad quedó dis­
torsionada cuando, por causa de su desobediencia, Adán y
Eva perdieron el Espíritu Santo. Podríamos llamar a esta
libre voluntad posterior a la Caída una voluntad cautiva
o limitada: cautiv a por nuestra naturaleza pecaminosa, y li­
m itada a nuestra toma de las decisiones corrientes en la vida
cotidiana. No tenemos el poder necesario para usar nuestro
libre albedrío para contrarrestar nuestra naturaleza pecami­
nosa. En estas condiciones, nos es imposible, por nosotros
mismos, reconocer siquiera nuestra necesidad de salvación,
y mucho menos usar nuestra voluntad para elegir esa salva­
ción.
Afortunadamente, Dios, en su infinita sabiduría, ha re­
suelto este problema. A través de la gracia habilitante, quie­
bra la esclavitud que nos imposibilita optar por él. Luego,
con nuestra voluntad recién liberada, podem os escoger la gra­
cia salvadora.
Otra manera de explicar la gracia habilitante es pensar
en ella como la facultad de convencemos que tiene el Es­
píritu Santo. Jesús les dijo a sus discípulos que al venir el
Espíritu Santo, «convencerá al mundo de pecado, de justi­
cia y de juicio» (Juan 16: #). Notemos, por favor, que Jesús
no dijo que el Espíritu Santo convencería solo al pueblo de
Dios. Eso sería esencialmente lo mismo que la predestina­
ción de Calvino, porque Dios sería el que decide quién re­
cibiría la gracia habilitante y quién no. En lugar de ello,
Jesús dijo que el Espíritu Santo convencería «al mundo».
8 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

En otras palabras todo ser humano recibe la gracia preve­


niente que le hace posible optar por la gracia salvadora. El
apóstol Juan respaldó este pensamiento cuando dijo que Jesús
es «la luz verdadera, que alumbra a hombre que viene a
este mundo» (Juan 1: 9 RV77). '
Una vez que nuestras voluntades cautivas han sido libe­
radas por la gracia habilitante del Espíritu Santo, ya somos
capaces de escoger la gracia salvadora, que es la conversión.
¿Somos autos, o computadoras?
El número de noviembre de 2011 de Sign s o f the Tim es
incluía un artículo mío titulado “¿Es usted un auto, o una
computadora?”. El propósito del texto era ilustrar las dos
principales concepciones acerca de la naturaleza humana.
En el caso de un auto, la inteligencia que hace funcionar
al vehículo está separada del propio vehículo. El operador
inteligente entra en el auto, arranca el motor y lo conduce
a su destino. Cuando llega, apaga el motor, sale del auto
y atiende sus negocios. El operador inteligente sigue vivo
sin problemas fuera del auto incluso después de que el motor
ha «muerto».
Las computadoras difieren de los autos en que tienen la
«inteligencia» incorporada. Cuando la computadora recibe
potencia eléctrica, su «cerebro» cobra vida y realiza su tra­
bajo. Cuando se desconecta la electricidad, el «cerebro» de
la computadora se apaga. Su inteligencia «muere».
La concepción popular acerca de la naturaleza humana
está ilustrada por el auto: la inteligencia de las personas
reside en un alma que continúa su existencia inteligente
fuera del cuerpo después de que este muere. La visión adven­
tista del séptimo día acerca de la naturaleza humana se ilus­
tra mucho mejor mediante computadoras que por medio de
autos: somos principalmente seres físicos que tienen mentes
6. Salvación: La conversión • 8 9

inteligentes que cobran vida cuando Dios aplica el aliento


vital. Y cuando retira su poder vivificador, nuestros cuerpos
-incluido el cerebro, nuestra inteligencia- mueren. Dejan
de funcionar.
Dos textos bíblicos ilustran estos aspectos del punto de
vista adventista relativos a la vida y la muerte. Génesis 2: 7
afirma: «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo
de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre
un ser viviente». Dios creó el cuerpo físico, incluido el ce­
rebro con todos sus complejos y delicados nervios y sinapsis.
Sin embargo, solo cuando Dios «puso en marcha» el cuerpo
y su cerebro insuflándole su aliento de vida, el hombre de­
vino vivo, consciente e inteligente. La muerte es la inver­
sión de este proceso. Hablando de la muerte, dice Eclesiastés
12: 7: «Antes que el polvo [el cuerpo] vuelva a la tierra,
como era, y el espíritu [el aliento de vida]* vuelva a Dios
que lo dio».
La idea esencial de esta ilustración es que nuestras men­
tes, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos son
producidos por nuestros cerebros físicos, no por alguna in­
material «alma» inteligente que fija su residencia dentro de
nuestros cuerpos físicos.
Pero usted ahora probablemente se estará preguntando
qué tiene que ver todo esto con la conversión. Lea, por
favor, la siguiente frase de Elena G. de White: «Los nervios
del cerebro que relacionan todo el organismo entre sí son el
único medio por el cual ebCielo puede comunicarse con
el hombre, y afectan su vida más íntima» (2T 312). con­
versión ocurre cuando el Espíritu de Dios toca nuestros cerebros
físicos e influye en el m odo en que pensam os y sentim os.

* La palabra hebrea traducida como «espíritu» también significa «aliento».


9 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Como ser humano, yo puedo influir en los pensamientos


y sentimientos de usted permaneciendo fuera de usted y
usando varios métodos para comunicarle mis ideas. Yo hablo
y usted oye mis pensamientos. Muevo la cara y las manps, y
usted «lee» mi lenguaje corporal. Le toco y, dependiendo de
la naturaleza del toque, usted sabe si soy amistoso u hostil.
Pero el Espíritu Santo no permanece fuera de nuestro ser
para comunicarse con nosotros. Se comunica con nosotros
directamente, «tocando»* los nervios de nuestro cerebro.
Y ya que nuestros pensamientos y sentimientos son genera­
dos por nuestros cerebros físicos, cuando el Espíritu Santo
nos toca el cerebro, influye en el modo en que pensamos y
sentimos. La conversión no es en absoluto ninguna expe­
riencia mística que usted y yo originemos en nuestras men­
tes. L a con versión es Dios com un icán dose directam ente con
nosotros por m edio de los nervios de nuestros cerebros.
De hecho, cuando las personas se convierten, el Espíritu
de Dios mora en ellas. Jesús dijo a sus discípulos: «Perma­
neced en mí, y yo en vosotros» (Juan 15:4), y en su oración
al Padre registrada en Juan 17 le pidió que «todos sean uno;
com o tú, Padre, en m í y yo en ti, que tam bién ellos sean uno en
nosotros» (versículo 21). Y Pedro dijo que podemos «ser par­
ticipantes de la naturaleza divina» (2 Ped. 1:4). Esto no sig­
nifica que nos consideremos divinos del mismo modo en
que Jesús era tanto humano como divino. Significa que, con
nuestro permiso, el Espíritu de Dios puede entrar en nues­
tras mentes y morar en ellas.
Y eso es la conversión.
La conversión aporta tres cambios decisivos en las per­
sonas pecadoras. Primero, les hace pensar de manera dife-
* N o sabemos con exactitud lo que hace el Espíritu en nuestros cerebros. La palabra tocar es
probablemente la manera más aproximada de entenderlo.
6. Salvación: La conversión • 91

rente. Esto es especialmente cierto respecto a cuestiones


morales y espirituales. La moralidad bíblica, el plan de sal­
vación, el sacrificio expiatorio de Cristo y la Biblia como la
Palabra de Dios inspirada, todo eso le parece necedad a
la persona inconversa. Pero cuando el Espíritu de Dios toma
el control de nuestras mentes, transforma el modo en que
pensamos para que lo que nos parecía tan poco razonable,
tenga ahora el mayor sentido. Pablo resumió esto en 1 Co­
rintios 1: 22-25: «Los judíos piden señales y los griegos bus­
can sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado,
para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles
locura. En cambio para los llamados, tanto judíos como grie­
gos, Cristo es poder y sabiduría de Dios, porque lo insensato
de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es
más fuerte que los hombres». Y en 1 Corintios 2: 14, dijo:
«El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu
de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender,
porque se han de discernir espiritualmente».
Pablo formuló su idea negativamente: lo que la persona
natural no puede comprender. Démosle un giro a eso y ha­
gamos una declaración positiva sobre lo que la persona
puede comprender: cuando el Espíritu Santo toca nuestros
cerebros, de repente lo que nos parecía tan necio resulta
muy razonable. Elena G. de White afirmó claramente:
«Cuando un hombre se convierte a Dios, adquiere un
nuevo gusto moral, le es dada una nueva fuerza motriz y ama
las cosas que Dios ama, pues su vida está unida con la vida
de Jesús mediante la cadena áurea de las inmutables prome­
sas. Amor, gozo, paz y gratitud inexpresable saturarán el
alma» (IMS 394).
Este cam bio en el m odo en que un a persona piensa actúa
es un a parte crucial de la conversión.
9 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Un segundo aspecto decisivo de la conversión es la


capacidad de la persona pecadora de reconocer sus pro­
pios pecados y defectos de carácter. La Biblia llama a esto
convicción. Unas pocas páginas atrás he mencionado la de­
claración de Jesús de que «cuando él [el Espíritu Santo]
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de jui­
cio» (Juan 16: 8). En nuestro estado natural como pecado­
res, disfrutamos con nuestros pecados y no queremos que
nadie nos diga que nuestra manera de vivir es incorrecta.
Incluso como cristianos, a veces nos resistimos a reconocer
las cosas que hacemos mal y que en realidad nos hacen
daño. Pero el Espíritu Santo no se rinde fácilmente. Nos
sigue convenciendo de nuestros pecados y defectos de ca­
rácter.
Mentir, hacer trampas y tener brotes de ira son malas
conductas bastante obvias, incluso para las personas incon­
versas. Pero a menudo nuestros defectos de carácter son muy
sutiles. Mencionaré dos de ellos: el orgullo y el materia­
lismo. Estos rasgos pueden parecemos muy correctos. El or­
gullo nos hace sentimos bien: «Soy importante», o «La
empresa me n ecesita», «¡Mira lo que he conseguido!». El
materialismo es una obsesión por ganar dinero y basar nues­
tra seguridad en la riqueza que hemos acumulado. Estos de­
fectos de carácter pueden ser de lo más amenazadores para
nuestro bienestar eterno porque nos hacen sentir bien y no
parecen malos. A menudo, Dios tiene que permitir que su­
framos una o varias experiencias devastadoras a fin de des­
pertamos a la verdad sobre nosotros mismos.
Este despertar a la verdad sobre nosotros m ism os es un a se­
gun da parte crucial de la conversión.
El tercer cambio que la conversión reporta es el poder
de superar los pecados que el Espíritu nos revela. Pedro dijo
que podemos «ser participantes de la naturaleza divina, ha-
6. Salvación: La conversión • 9 3

biendo huido de la corrupción que hay en el m undo a causa de


laspasion es» (2Ped. 1:4). El poder del E
en nosotros n os da la victoria sobre el pecado. Pablo dijo lo
mismo: «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las
cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o en­
tendemos, según el poder que actú a en nosotros, a él sea gloria
en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los si­
glos de los siglos» (Efe. 3: 20-21). Y Judas, que escribió uno
de los libros más cortos de la Biblia, dijo que Dios «es pode­
roso para guardaros sin caída y presentaros sin mancha de­
lante de su gloria con gran alegría» (Jud. 24).
Hablando de la conversión, Elena G. de White afirma:
«Sin la gracia de Cristo, el pecador está en una condición
desvalida. No puede hacer nada por sí, pero mediante la
gracia divina se imparte al hombre poder sobrenatural que
obra en la mente, el corazón y el carácter. Mediante la co­
municación de la gracia de Cristo, el pecado es discernido
en su aborrecible naturaleza y finalmente expulsado del
templo del alma» (IMS 430).
La conversión empuja al deseo de pecar fuera de la na­
turaleza humana y hace posible que el pecador lo supere.
Hablaré mucho más sobre esto en el capítulo 8.
Sin embargo, Dios nunca nos fuerza. Nos creó con libre
albedrío, incluida la libertad para escoger si lo aceptamos o
no como nuestro Dios y sus principios morales como guía
de nuestra manera de vivir. A través de la gracia habilitante,
nos da la capacidad de elegirle a él y su estilo de vida, pero
preservando nuestra responsabilidad. Debemos escoger lo
que él ofrece. Por eso dice la Biblia: «El que quiera, tome
del agua de la vida gratuitamente» (Apoc. 22:17). Jesús está
a la puerta de nuestros corazones y llama, pero depende de
nosotros abrir la puerta y dejarle entrar (ver Apoc. 3: 20).
Elena G. de White dice: «El corazón en su estado natural
9 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

es una morada para los pensamientos no santificados y las pa­


siones pecaminosas. Cuando es puesto en sujeción a Cristo,
debe ser limpiado por el Espíritu de toda contaminación»
(DNC 114).
El desalojo del deseo de pecar de n uestras m entes y corazones
es el tercer aspecto crucial de la conversión.

Gracia y tiempo de gracia


El tiempo de gracia es el periodo que ha dado Dios a la
especie humana para responder tanto a la gracia habilitante
como a la gracia salvadora. Sin embargo, hay un asunto re­
levante que hemos de abordar al efectuar cualquier consi­
deración sobre el tiempo de gracia. Génesis 3:15 sugiere
claramente que se les daría un tiempo de gracia a Adán y
Eva y a sus descendientes; la cuestión es quiénes son los des­
cendientes de Adán y Eva. La respuesta fácil es que son el
pueblo de Dios: judíos y cristianos. Pero, ¿son los judíos y
los cristianos los únicos descendientes de Adán y Eva en
nuestro planeta? ¿No son también sus descendientes los mu­
sulmanes, los hinduistas, los budistas y los ateos? ¡Por su­
puesto!
Examinemos algunas estadísticas. En 1900, la población
mundial era de mil seiscientos millones de habitantes. El
31 de marzo de 2011 alcanzó la cifra de siete mil millones,*
lo que significa que entre los años 1900 y 2011 se añadieron
unos seis mil cuatrocientos millones de personas a la pobla­
ción del mundo. Y eso a pesar del hecho de que la inmensa
mayoría de los mil seiscientos millones de personas que vi­
vían en el año 1900 estaban muertas hacia 2011; como lo
estaban, en realidad, la mayoría de los que nacieron después

* Hay otras estimacion es de este dato, fech ables desde el 31 de octubre de 2011 (Un itedN a-
tions Population Fund) h asta el 12 de marzo de 2012 (Un ited States Cen sus Bureau). Ver
http://es.wikipedia.org/wiki/Poblaci0n_mundial.
6. Salvación: La conversión • 9 5

de 1900. Ahora añadamos a esta cifra todas las personas na­


cidas en nuestro mundo durante los milenios previos a 1900.
Cada uno de los seres humanos desde la caída de Adán y
Eva hasta el presente es uno de sus descendientes. ¡Eso hace
millones de millones de personas!
Ahora preguntémonos cuántas de esas personas tuvieron
la oportunidad de escuchar el evangelio con el que usted y
yo estamos familiarizados. Qué decir de toda la gente de
aquellas partes del mundo donde durante siglos nadie tuvo
siquiera una oportunidad de oír hablar del Mesías judío o
del Jesús cristiano, incluyendo buena parte de África y Asia,
y toda Norteamérica y Sudamérica, Australia y las nume­
rosas islas del planeta. ¿Se les concedió a estas personas el
tiempo de gracia, o se perdieron sin la menor culpa por su
parte sencillamente porque nunca tuvieron la ocasión de
oír hablar del plan de salvación divino? Esto me parecería
tremendamente injusto, y trae a colación una pregunta fun­
damental: ¿Cómo somos salvos?
Probablemente la más típica respuesta que los cristianos
dan a esta cuestión es: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás
salvo» (Hech. 16:31). Sin embargo, tengo un problema con
la idea de que la única manera en que una persona puede
ser salva es creyendo en Jesús. Durante los primeros cua­
tro mil años de la historia de la tierra, nadie sabía nada
acerca de un hombre llamado Jesús porque todavía no
había nacido. Los judíos sabían que iba a venir un Mesías,
pero, nuevamente, miles de millones de personas a lo largo
de la historia en América, Australia, África y Asia nunca
tuvieron la oportunidad de oír hablar del Mesías judío ni
del Jesús cristiano.
Esta cuestión nos lleva de nuevo al asunto de la gracia
habilitante y la gracia salvadora.
9 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

En su encuentro nocturno, le dijo Jesús a Nicodemo: «El


que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Juan
3:3). Para todos, desde Adán y Eva hasta la actualidad, lo
que determina la salvación es su respuesta al Espíritu Santo
de Dios. No creo que las personas necesiten conocer al Es-
píritu Santo por su nombre, o incluso saber que existe, para
responder a la obra del Espíritu en sus mentes y en sus co­
razones. Jesús es «la luz verdadera, que alumbra a todo hom­
bre que viene a este m undo» (Juan 1: 9, RV77). ¿Cuál es el
modo en que Jesús es la «verdadera luz» que alumbra a todo
ser humano? No puede ser escuchando su nombre, porque
millones de millones jamás tuvieron la oportunidad de es­
cucharlo ni de oír el evangelio de salvación que conocemos
usted y yo. Por consiguiente, la única manera en que Jesús
puede ser «la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que
viene a este mundo» es a través de la obra del Espíritu Santo
en las mentes y corazones humanos a través de la gracia ha­
bilitante. Creo que esta gracia llega a todo ser humano que
nazca en este mundo.
Pero, ¿qué ocurre con la gracia salvadora? ¿Pueden reci­
birla también personas que nunca hayan oído hablar del
Mesías judío ni del Jesús cristiano?
Algo que dice Pablo en Romanos 2 me ayuda a entender
que la respuesta a esta pregunta es afirmativa. Dirigiéndose
a los judíos en ese capítulo, Pablo les dijo que se hallaban
en rebelión contra Dios tanto como los paganos que había
descrito previamente, en el capítulo 1. A continuación de
ello, efectúa una destacable declaración en Romanos 2:
14-15: «Cuando los gentiles que no tienen la Ley hacen por
naturaleza lo que es de la Ley, estos, aunque no tengan la
Ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la Ley es­
crita en sus corazon es». La ley, por supuesto, era la principal
manera en que Dios reveló el plan de salvación a su pueblo
6. Salvación: La conversión • 9 7

antes de la cruz. La pregunta es: ¿Qué significa tener la obra


de la ley escrita en los corazones? La respuesta es muy sen­
cilla. Significa que uno debe convertirse; que debe haber
recibido la gracia salvadora.
Debido a la declaración de Pablo: «Cree en el Señor Je­
sucristo, y serás salvo», algunos cristianos pueden objetar a
mi sugerencia de que la basede la salvación es
de las personas a la obra del Espíritu Santo en sus mentes y
corazones. Sin embargo, considérense otras afirmaciones
que hizo el propio Pablo: «La palabra de la cruz es locura a
los que se pierden» y «El hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios» (1 Cor. 1: 18; 2: 14).
Aunque la fe en Jesús es ciertamente importante, es -
ble que cualquiera crea en Jesú s h asta que el Espíritu haya em­
pegado a transform ar su m ente y su corazón. El Espíritu debe
obrar primero en su interior.
Resumiré ahora lo que he dicho en los últimos párrafos.
Creo que el Espíritu Santo aplica su gracia habilitante sobre
todos los seres humanos con independencia de cuándo o
dónde nacen y de si han oído o no hablar del Mesías del
Antiguo Testamento y del Jesús del Nuevo Testamento. Por
medio de la gracia habilitante, el Espíritu Santo restaura su
libre albedrío corrompido de manera que puedan aceptar la
gracia salvadora. En los que deciden aceptarla queda restau­
rada la ley de Dios -sus principios morales- en sus mentes
y reciben la gracia salvadora. Y esto puede ocurrirles incluso
a aquellos que nunca han escuchado el evangelio. El Espí­
ritu Santo transforma sus mentes y corazones por medio de
lo que llamamos conversión o nuevo nacimiento.
Por otra parte, es posible que se pierdan personas que
creen en Jesús. Así se explica el comentario de Jesús de
que en su segunda venida muchos le dirán: «Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos
fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?».
9 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Y él les responderá: «Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, ha-


cedores de maldad!» (Mat. 7: 22-23). Estas personas saben
acerca de Jesús; tienen una fe intelectual en su vida>„muerte y
resurrección por los pecados de ellos, pero no se han conver­
tido. Así, una vez más, la base de la salvación no es mera­
mente creer en Jesús, en el sentido de una creencia superficial
que no les impacta ni les cambia. Los únicos que pueden creer
en sentido verdadero son aquellos en cuyas mentes y corazo­
nes el Espíritu Santo ha ejercido la gracia salvadora.
Volviendo a enlazar nuestro análisis con el tema de este
libro, el tiempo de gracia es el tiempo concedido a los seres
humanos durante el cual pueden responder a la convicción
que ejerce sobre ellos el Espíritu Santo en el marco de lo que
llamamos gracia habilitante. Es además el tiempo durante
el cual pueden permitir que el Espíritu los transforme me­
diante la gracia salvadora: lo que llamamos «conversión».
Si usted no ha experimentado la conversión y le gustaría
experimentarla, todo lo que necesita es una sencilla oración:
«Señor, confieso que soy pecador y te agradezco que Jesús
muriera para perdonarme. Te pido que perdones mis peca­
dos y te invito a escribir tus leyes en mi corazón de manera
que yo quiera seguir tu estilo de vida».
También puede decir esta oración si no está usted seguro
de hallarse convertido. Cuando lo haga, se beneficiará del
tiempo de gracia que Dios le concede.
Notas del capítulo
1. W ebster's N ew W orld Dictionary, 2a ed. universitaria (Nu eva York: Sim ón an d
Schuster, 1982), pág. 605. [En el Diccionario de la Real Academia Española, la acep­
ción relevan te aquí es: «En el cristian ismo, favor sobrenatural y gratuito que Dios
con cede al h ombre para ponerlo en el cam in o de la salvación » (N. del T.).]
2. George Kn igbt, «Seventh-day Adventism, Semi-Pelagianism, and Overlooked To-
pics in Adven tist Soteriology; Moving Beyond Missing Links an d Towards a More
Explicit Un derstan din g», Andrew s University Seminary Stndies 51, n 9 1 (2013): 4.
En la últim a frase, Kn igh t cita a Roger E. Olson , The Mosaic ofChristian Belief:
Twenty Qenturies ofUnity and Diversity (Downers Grove [Illinois, EE.UU.]: Inter-
Varsity, 2002), pág. 275.

;
7
Salvación:
La justificación

finales de los años setenta del siglo pasado, trabajé

A como pastor en Texas. Allí, en una iglesia que yo pas­


toreaba, había una feligresa -a la que llamaré Marie-
que asistía fielmente a los servicios de culto, enseñaba en
una clase de Escuela Sabática y acudía a la reunión de ora­
ción todos los miércoles por la noche, tomando parte activa
en la lectura de la Biblia y compartiendo su testimonio. Y
exclamando con frecuencia «¡Amén!» cuando yo, en mis
predicaciones, ponía énfasis en algo que ella apreciaba es­
pecialmente.
Según todas las apariencias, Marie era una cristiana vi­
brante, pero por dentro vivía atormentada bajo una carga
de condenación y de culpa derivada de cómo había vivido
años antes. A menudo acudía a mí para desahogar su desa­
liento espiritual. Me dijo que a veces pasaba noches enteras
suplicando el perdón de Dios. Un sábado sus sentimientos de
culpa llegaron a ser tan abrumadores que sintió que no podía
1 0 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

esperar que los servicios de culto terminasen; me rogó que


dedicase algo de tiempo entre la Escuela Sabática y el servi­
cio de culto para escucharla y orar por ella. Y cuando me
trasladé a otra iglesia, continuaba llamándome, buscando
alivio de sus profundos sentimientos de culpa.
Hice todo lo que pude para explicarle el plan de salva­
ción a Marie, para ayudarle a comprender que Jesús la había
perdonado y que la aceptaba, aun con sus imperfecciones,
pero nunca quedaba satisfecha por mucho tiempo. Varios
años después de que llegara a Idaho para cumplir mis obli­
gaciones como editor de libros en la Pacific Press,* me en­
teré de que había muerto. Supongo que siguió cargando con
sus sentimientos de culpa hasta la tumba.
Desafortunadamente, hay muchas Maries, tanto dentro
del adventismo como en otras denominaciones. Durante
los primeros años de su vida, Martín Lutero era así también.
«Se consagró a la vida monástica, dedicándose al ayuno,
pasando largas horas en oración, peregrinaje y confesión
frecuente. Más tarde comentaría: “Si alguien pudiera haber
ganado el cielo como monje, ese ciertamente habría sido
mi caso”. Lutero describió esta época de su vida como un
período de desesperación espiritual. Dijo: “Perdí el contacto
con Cristo el Salvador y Consolador, y lo convertí en el car­
celero y verdugo de mi pobre alma”».1
Puede que usted y yo no padezcamos sentimientos de
culpa tan profundos como los de Marie y Lutero, pero todos
los cristianos tienen que aprender la manera bíblica de
enfrentar los sentimientos de condenación. Necesitamos
encontrar la paz con Dios y con nosotros mismos. Lutero

* Fui editor allí durante ocho años y medio antes de llegar a ser el editor de Sigas of the Times
7. Salvación: La justificación • 101

encontró esa paz cuando llegó a comprender a qué se llama


justificación por la fe. Para él, el texto clave fue Romanos
1: 17: «El justo por la fe vivirá».
¿Qué significa exactamente ju stificaáón por la fe ?
He escrito extensamente sobre la justificación en varios
de mis libros,*y si usted ha leído alguno de ellos reconocerá
en este capítulo mucho de lo que allí expresé. Mi razón para
tratar nuevamente acerca de esto es triple. Primero, es fun­
damental una clara comprensión de la justificación para el
estudio del tiempo de gracia. Segundo, revisar este tema es
siempre espiritualmente beneficioso. Es imposible sobre­
valorar la justificación. Y tercero, aunque buen número de
quienes lean este libro hayan leído esas otras obras en las
que traté el asunto, sin duda encontrarán más conveniente
la inclusión de este resumen que tener que remitirse a lo
que he escrito en otras partes.
¿Qué es la justificación?
¿Qué se dicen a sí mismas las personas como Martín Lu-
tero inmediatamente después de que han hecho algo que
saben que está mal? Quizá digan cosas como «Dios no puede
aceptarme si continúo cediendo a esta tentación», o «No
puedo llamarme cristiano mientras no deje de hacer esto»,
o «Si aspiro a llegar al cielo, voy a tener que empezar ha­
ciendo lo que Dios dice».
Cada una de estas frases sugiere que nuestra aceptación
por Dios depende de nuestra esmerada obediencia a su
Palabra. Sin embargo, en fíomanos 3: 20, Pablo dijo exac­
tamente lo contrario: «Por las obras de la Ley ningún ser
humano será justificado delante de él, ya que por medio de

* Ver especialmente El dragón que todos llevamos dentro, publicado por APIA, y Forever His, por
Pacific Press.
1 0 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

la Ley es el conocimiento del pecado». Pablo quería decir


que nadie es aceptado por Dios sobre la base de su éxito en
guardar la ley. Dios aprecia nuestros esfuerzos por obedecer
todos los preceptos que se encuentran en su Palabra, pero
esos esfuerzos no aportan ni lo más mínimo para nuestra sal­
vación. Dios no nos acepta por nuestro éxito en obedecerle,
ni nos rechaza por nuestro fracaso al respecto.
Sin embargo, la ley tiene una función en nuestra vida
espiritual: nos hace conscientes de que hemos pecado y nos
dice en qué consiste el pecado que hemos cometido. Por eso
afirma la versión Reina-Valera de 1995 (RV95) que «por
medio de la Ley es el conocimiento del pecado», y la Nueva
Versión Internacional (NVI) que «mediante la ley cobra­
mos conciencia del pecado».
La base de la aceptación divina
Si Dios no nos acepta sobre la base de nuestro éxito en
obedecerle, ¿sobre qué base nos acepta? Pablo explica eso
en el versículo siguiente: «Pero ahora, aparte de la Ley, se
ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la Ley y
por los Profetas» (Rom. 3: 21). Nótese cuidadosamente la
preposición que usa Pablo: «Se ha manifestado la justicia
de Dios». Pablo quiere decir que, dado que nosotros no te­
nemos justicia nuestra que ofrecer a Dios, él nos da la suya.
Es una justicia procedente de él nosotros. O, para ser
más exactos, Dios nos da la justicia de Jesús. Jesús vino a
la tierra como ser humano y guardó la ley perfectamente. La
justicia por medio de la cual somos justificados es la per­
fecta justicia que él desplegó durante su estancia de treinta
y tres años en nuestro planeta. Su justicia llega a ser nuestra
justicia. En su maravilloso libro El cam in o a Cristo, dice
Elena G. de White: «El carácter de Cristo reemplaza el vues­
tro, y sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado»
7. Salvación: La justificación • 1 0 3

(CC 62). Ser aceptados por Dios «como si no hubierais


pecado» significa que Dios nos acepta como si fuéramos
perfectos.
Y así llegamos a una idea clave: una comprensión de la
justificación es el punto de arranque de una vibrante rela­
ción con Dios.* Todos sentimos que estamos condenados.
Uno de los factores más comunes que nos impulsa a priorizar
nuestra búsqueda de Dios es nuestro sentimiento de que nos
rechaza a causa de los pecados que hemos cometido. Así,
en mayor o menor grado, podemos identificamos todos con
el comentario de Lutero de que había convertido a Dios en
«el carcelero y verdugo» de su pobre alma.
La justificación es el punto de arranque para enfrentar
estos sentimientos. La aplicación de la justificación a nues­
tra experiencia es el trabajo de toda una vida, pero la salva­
ción está ya disponible para nosotros ahora. Cuanto más
confiamos en las promesas divinas de perdón y aceptación,
más libres nos sentiremos de la culpa y la condenación,
y más próximos a Dios llegaremos a estar. Pero, al m argen
de lo que sintam os, podem os estar seguros de la aceptación divina
desde el m om ento en que aceptam os a Jesú s com o nuestro Sal­
vador.
Entonces, si somos justificados por recibir la justicia de
Cristo aparte de nuestros propios esfuerzos para guardar la
ley, ¿significa eso que no hay nada que podamos hacer para
obtener esa justicia? Pablo abordó esa cuestión en el ver­
sículo siguiente: «La justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos W que creen en él» (Rom. 3: 22).
Nuestra parte es simplemente creer que la justicia de Cristo
es nuestra. Debemos creer que, en Cristo, somos perfectos.

Las expresiones relación con Dios y relación con Jesús son intercambiables. Tener relación con
uno es lo mismo que tener relación con el otro.
1 0 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Esa es la lección que Marie necesitaba, desesperadamente,


entender. La lección que Martín Lutero llegó a comprender.
Esa es la razón por la que he dicho antes que una compren­
sión de la justificación es el punto de arranque en el esta­
blecimiento de una relación con Dios.
Pero, ¿qué ocurre con el pecado recurrente?
Un problema muy importante que todo cristiano com­
prometido debe afrontar es el de los pecados que sigue co­
metiendo. Todos hemos oído hablar de alguien que, tras
convencerse de que Dios rechaza el consumo de tabaco, se
deshizo de sus cigarrillos y jamás volvió a fumar. Desgracia­
damente, por cada persona como esa, hay cien que luchan
durante un año -o incluso cinco- hasta que finalmente lo­
gran dejarlo. ¿Qué tipo de relación con Dios tienen estas
personas mientras están luchando? ¿Les rechaza él cada vez
que ceden y se fuman un cigarrillo? ¿Solamente los acepta
de nuevo cuando confiesan su caída?
¿Yusted? Probablemente cedió a su pecado pidió
perdón y se mantuvo firme durante un tiempo, solo para
encontrarse de nuevo cayendo... ¡por centésima o milésima
vez! Algunas personas creen que cada vez que pecan, pier­
den su relación con Jesús -su salvación, si se prefiere decirlo
así- y no la recuperan hasta que confiesan su pecado. Yo
llamo a eso la «religión yoyó»: sube y baja, sube y baja, sube
y baja... Esa es una religión muy desalentadora, pero me
alegra decirle que no es la que Dios desea.
A veces me he preguntado por qué Dios no prepara las
cosas de manera que en el momento en que reconocemos
un pecado específico en nuestras vidas, simplemente deci­
damos dejar de practicarlo y, en el acto... ¡ya está! ¡Victoria
instantánea! Sin embargo Dios, en su sabiduría, ha decidido
no concedemos así la victoria sobre el pecado. Creo que es
7. Salvación: La justificación • 1 0 5

porque sabe que necesitamos el desarrollo del carácter que


es fruto de luchar con el pecado, y también aprender lo
que nos enseña esa lucha sobre el acceso a su ayuda.
Sea como sea, el hecho es que en la mayoría de los casos
no superamos nuestros pecados y tentaciones al primer in­
tento. Tenem os que luchar con ellos -y con Dios- a veces
durante meses e incluso años. La cuestión es cómo se rela­
ciona Dios con nosotros cuando tropezamos, caemos, bus­
camos perdón, obtenemos unas cuantas victorias... y luego
tropezamos de nuevo y volvemos a caer.
Es fácil pensar que Dios no puede aceptamos mientras
continuemos cediendo a una tentación específica. Sin em­
bargo, la victoria sobre la tentación -guardar la ley, si usted
prefiere decirlo así- es precisamente lo que Pablo dice que
no es la base de nuestra aceptación por Dios. El escribió
que nadie será justificado a la vista de Dios «por las obras
de la ley». Si llegásemos a la conclusión de que hemos su­
perado hasta el menor pecado en nuestra vida, sin duda sen­
tiríamos que merecemos la aceptación divina. Pero ese
sentimiento es erróneo. El que Dios nos acepte dependerá
por siem pre jam ás de la victoria de Cristo sobre la tentación,
nunca de la nuestra.
Entonces, ¿cómo se relaciona Dios con nosotros en nues­
tra lucha constante con el pecado? ¿Nos rechaza cada vez
que caemos, o sigue intacta nuestra relación con él?
Romanos 3: 23-24 responde a esta cuestión. Dice Pablo:
«Todos pecaron y están Restituidos de la gloria de Dios, y
son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús». Nótese que estos dos ver­
sículos se dividen en tres partes, y prestemos especial aten­
ción a los tiempos verbales:
1. «Todos pecaron» (tiempo pasado)
2. «Y están destituidos de la gloria de Dios» (presente)
1 0 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

3. «Y son justificados» (presente)


Necesito ofrecer una breve lección de gramática griega
aquí. El tiempo presente en griego transmite acción cons­
tante, continua. Tomemos, por ejemplo, las oraciones en
tiempo presente «Juan corre», «Susana llora» y «Enrique
trabaja». Expresadas de modo que enfaticen el sentido del
tiempo presente que es propio del griego, estas frases se han
de entender como «Juan sigue corriendo», «Susana conti­
núa llorando» y «Enrique sigue trabajando».
Con esto en mente, he aquí cómo deberíamos traducir
Romanos 3: 23-24:
1. «Todos pecaron» (tiempo pasado)
2. «Y continúan destituidos de la gloria de Dios» (presente)
3. «Y siguen siendo justificados» (presente)
Esto aporta una nueva perspectiva a Romanos 3: 23-24.
Reconoce la realidad con la que nosotros estamos familia­
rizados: que nuestro pecado es constante; que efectivam ente
seguimos tropezando y cayendo. La buena noticia es que así
como nuestro pecado, es constante, ¡también lo es la justi­
ficación divina!
La siguiente declaración de Elena G. de White sobre la
justificación es una de mis predilectas: «Cuando está en el
corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen es­
fuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo
como el mejor servicio del hombre, y suple la deficiencia
con sus propios méritos divinos» (IMS 448).
«Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios»
quiere decir que querem os obedecerle. «Cuando se hacen
esfuerzos con ese fin» significa que intentam os obedecerle.
Elena G. de White afirma que cuando así es, Jesús acepta
ese deseo y ese débil esfuerzo como lo mejor que podemos
ofrecer en ese momento, y suple la deficiencia -nuestra
7. Salvación: La justificación • 1 0 7

constante cesión a la tentación- con su propio mérito


divino; la suple con la justicia que dice Pablo que es «de
Dios».*
La frase citada arriba es la primera de un párrafo en el
que Elena G. de White explicó la base de nuestra salvación.
Aquí está el párrafo completo, con la segunda parte en cur­
siva:
«Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando
se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese
esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y suple la deficiencia
con sus propios méritos divinos. Pero n o acept ará a los que preten den
ten er fe en él, y sin em bargo son desleales a los m an dam ien tos de su
Pad re. O ím os m uch o ace rca de la f e , pero n ecesitam os oír m uch o m ás
acerca de las ob ras. M u ch os est án en gañ an do a su s propias alm as al
v iv ir u n a religión f ácil, acom od ad iz a y desp rov ista de la cru z . Pero
Je sú s dice: “Si algu n o qu iere v en ir en pos de m í, n iéguese a sí m ism o,
y tom e su cru z , y sígam e» (IMS 448).
Algunas personas han sostenido que, en la parte del pá­
rrafo que está en cursiva, la autora está afirmando que nues­
tra obediencia desempeña un papel en nuestra salvación.
Pero si esto fuera cierto, las dos partes del párrafo se contra­
dirían mutuamente. En la primera parte, Elena G. de White
deja claro que cuando nuestro mayor deseo y nuestros me­
jores esfuerzos no logran alcanzar el ideal divino, Jesús
«suple la deficiencia con sus propios méritos divinos». Es
decir, presenta su carácter en lugar del nuestro.
La segunda parte del párrafo quiere decir que esto no
implica que seamos libres para hacer lo que nos dé la gana.
Responde así a la pregunta de si la obediencia a Dios tiene
alguna importancia. En otra declaración, Elena G. de White

* En otra frase, muy breve, afirma Elena G. de White: «Cuan do hacemos lo mejor que podemos,
él llega a ser nuestra justicia» (IM S 432).
1 0 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

afirma que sí. Ella señala que «la justicia es obediencia


a la ley. La ley demanda justicia, y ante la ley, el pecador
debe ser justo» (IMS 430). Pero no se detiene ahí. He
aquí también lo que sigue:
«La ley demanda justicia, y ante la ley, el pecador debe ser justo.
Pero es incapaz de serlo. La única forma en que puede obtener la
justicia es mediante la fe. Por fe puede presentar a Dios los méri­
tos de Cristo, y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la
cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar del
fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona y justifica al alma
creyente y arrepentida, la trata como si fuera justa, y la ama como
ama a su Hijo. De esta manera, la fe es imputada a justicia y el
alma perdonada avanza de gracia en gracia, de la luz a una luz
mayor» (IMS 430).
La obediencia que cuenta para nuestra salvación es
siempre y para siempre la obediencia de Cristo, ¡nunca la
nuestra!
Lealtad
Otra idea básica que he extraído tanto de la Escritura
como de Elena G. de White es que Dios espera nuestra leal­
tad, no nuestra perfección. Webster define la palabra leal como
«fiel hacia aquellas personas, ideales, etcétera, que uno se
encuentra en la obligación de defender o apoyar».2
Ser leales a otras personas no significa que nunca haga­
mos nada que pueda disgustarles. Significa que incluso en
los casos en que les disgustamos, todavía querem os agradarlos
y procuram os hacer lo posible para ello. Eso es lo que Dios es­
pera de nosotros.
Elena G. de White describió la lealtad, aun sin usar esa
palabra, en una cita que ya hemos visto: «Cuando está en
el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen es­
fuerzos con ese fin...» (IMS 448).
7. Salvación: La justificación • 1 0 9

En Palabras de vida del gran M aestro, dice Elena G. de


White: «La verdadera obediencia es el resultado de la obra
efectuada por un principio implantado dentro. Nace del
amor a la justicia, el amor a la ley de Dios. La esencia de toda
justicia es la lealtad a nuestro Redentor» (PVGM 70).
Esta es la solución al desaliento y la depresión de la
mujer sobre la que he hablado al principio de este capí­
tulo. Si usted se siente desanimado debido a sus fracasos
morales y se pregunta si Dios puede aceptarle, quiero ase­
gurarle que él está an sioso por hacerlo. Jesús dijo que hay
«más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente,
que por noventa y nueve justos que no necesitan de arre­
pentimiento» (Luc. 15: 7). Notemos que no dijo que hay
más gozo en el cielo por un pecador que vence el pecado.
Estoy seguro de que lo hay también por ello, pero no es ese
el énfasis de Jesús ahí. Habla del gozo en el cielo por un pe­
cador que se arrepiente.
Elena G. de White definió el arrepentimiento como
«tristeza por el pecado y abandono del mismo» (CC 23).
La tristeza por el pecado es en esencia desear obedecer a
Dios, y abandonar el pecado es lo mismo que aplicar esfuer­
zos para ese fin. La persona que se arrepiente sinceramente
es leal a Dios incluso si no siempre es capaz de vivir a la al­
tura de tan elevada norma. Y Dios espera lealtad hacia sus
leyes, no obediencia perfecta.
Puedo atestiguar, por experiencia personal, que ejercer
fe en el perdón divino y aceptar la justicia que él tiene para
nosotros reporta mucha paz. Eso es lo que Pablo quiso
decir cuando escribió: «Justificados, pues, por la fe, tenem os
paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo»
(Rom. 5: 1).
11 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Quebrantar el dom in io del pecado


Durante los pasados ciento cincuenta años, los adven­
tistas del séptimo día hemos tenido que contestar a los ar­
gumentos de quienes discrepan con nuestra observancia del
sábado en el séptimo día de la semana. Frecuentemente nos
señalan Romanos 6: 14: «El pecado no se enseñoreará de
vosotros, pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia».
-Ya lo veis -nos dicen-, no tenemos que guardar el sá­
bado, pues ya no estamos bajo la ley.
-Ah -respondemos-, entonces supongo que puedo tener
una aventura con la esposa de mi vecino.
-¡No, no! -objetan-. ¡No puedes hacer eso! El manda­
miento dice: «No cometerás adulterio».
-Pero me habéis dicho que ya no estamos bajo la ley.
Bueno, a mí la verdad es que me gusta el auto de mi vecino.
Creo que una noche de estas me haré con él y lo meteré en
mi garaje.
-¡No, no! ¡No puedes hacer eso! El mandamiento dice:
«No hurtarás».
-¿Ah, sí? Creía yo que ya no estábamos bajo la ley...
Estas personas quieren que guardemos los otros nueve
mandamientos, pero en lo que respecta al cuarto, «no esta­
mos bajo la ley».
El problema es que sacan de contexto la última parte del
versículo, esa que dice «no estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia». El contexto es justamente la primera parte: «El pe­
cado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la Ley,
sino bajo la gracia». La Nueva Versión Internacional (NVI)
dice: «Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque
ya no están bajo la ley sino bajo la gracia». El mensaje de
Pablo es que el dominio del pecado sobre nosotros se quie­
bra cuando nos situamos bajo la gracia. En cambio, cuando
estamos bajo la ley, el pecado sigue siendo nuestro amo.
7. Salvación: La justificación • 111

Continúa teniendo dominio sobre nosotros. Por eso, si usted


quiere vencer al pecado -quebrantar su dominio, su poder
sobre usted-, entonces debe situarse bajo la gracia. Está
claro, entonces, que es muy importante entender lo que sig­
nifica estar bajo la ley y lo que significa estar bajo la gracia.
Hay dos maneras de estar «bajo la ley». Al decir que al­
guien lo está, podemos dar a entender que una persona se
siente orgullosa de lo bien que está guardando la ley. Ese fue
el error del fariseo en la parábola de Jesús sobre el fariseo
y el publicano. «Señor», venía a decir, en esencia, «estoy
seguro de que estás orgulloso del celo con que guardo el sá­
bado y pago el diezmo, y de cuán diligentemente practico
la reforma prosalud. Asisto fielmente a la iglesia y doy va­
rios estudios bíblicos cada semana. No me cabe duda de que
estás contento conmigo».
Esa es una manera de estar bajo la ley. La oración del pu­
blicano ilustra la otra. El clamaba: «¡Oh, Dios, cómo podrás
salvarme después de todas las cosas malas que he hecho!
¡Estoy perdido!».
Estoy seguro de que la mayoría de los cristianos, inclu­
yendo la mayor parte de los adventistas, entran en la se­
gunda categoría, no en la primera. Obsérvese, no obstante,
ambos parten de la idea desacertada de que la salvación de­
pende de cómo obedecen las leyes de Dios. Mientras crean
eso, el pecado continuará siendo su amo. No serán capaces
de vencerlo.
La auténtica victoria sobre el pecado -que es lo que a
veces llamamos santificación- empieza situándonos bajo la
gracia, que es en lo que consiste la justificación. Lo repetiré
para subrayarlo: La justificación es el punto de arranque de la
victoria sobre el pecado. Si usted está luchando por vencer
11 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

una tentación particular y se encuentra siempre o casi siem­


pre fracasando, examine su comprensión de la justificación.
Esa puede ser fácilmente la fuente de su fracaso.
Dios concedió el tiempo de gracia a la especie humana
para que dispusiéramos del tiempo que necesitamos para
entablar una correcta relación con él. El primer aspecto
esencial de esa relación es la justificación y la gracia.
¿Y qué decir, entonces, de la santificación? ¿Es también
esencial? Lo analizaremos en el próximo capítulo.
ü
Salvación:
La santificación

iento pena por el pobre hombre que Pablo describe en

S Romanos 7. Estaba muy frustrado: «Lo que hago, no lo


entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que de­
testo, eso hago. [...] Pues según el hombre interior, me
deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros,
que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cau­
tivo a la ley del pecado que está en mis miembros». No es
raro que seguidamente exclame: «¡Miserable de mí! ¿Quién
me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom. 7:15, 22-24).
¿Ha sentido usted eso alguna vez? Creo que toda persona
sincera respecto a su vida cristiana puede identificarse con
lo que Pablo escribió en estos versículos. La incapacidad de
vivir a la altura de nuestros propios ideales, y no digamos
los divinos, ha frustrado a los cristianos durante dos mil
años. ¿Cómo podemos vencer los pecados recurrentes en
los que seguimos cayendo?
11 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

En el capítulo 7 de este libro, compartí con usted el pri­


mer paso decisivo: aceptar la gracia justificadora de Dios.
Hasta que entendamos la gracia, seguiremos castigándonos
con la culpa cada vez que cedamos a la tentación. Desafor­
tunadamente, eso solo incrementa las probabilidades de que
caigamos de nuevo. No estoy diciendo que el sentimiento
de culpa sea malo ni que no deba usted experimentarlo
cuando peca. En pequeñas dosis, es un sentimiento positivo.*
Pero el sentimiento de culpa que permanece en nosotros día
tras día empeora el problema, no lo mejora. Esa es la razón
por la que proveyó Dios la justificación, que nos alivia de la
culpa. Sobre esa base, él puede ayudamos a vencer el defecto
de carácter que nos induce a pecar.
Al principio, nuestra lucha más dura en la batalla por la
victoria sobre el pecado puede que no sea enfrentamos con
el pecado mismo. Puede consistir, más bien, en aprender a
aceptar la gracia de Dios. Le recomiendo a usted que se
acostumbre a decir esta oración cuando se sienta culpable
por haber cedido: «Señor, te confieso que acabo de pecar,
pero te alabo porque todavía soy un hombre justo [o una
mujer justa] en Cristo Jesús. Siento que no merezco este
don, pero lo aceptaré porque lo has prometido». Repita esta
oración cada vez que ceda a la tentación hasta que resulte
natural para usted sentir la aceptación divina.
Sin embargo, aunque este es el punto de arranque para
la victoria, ciertamente no es el punto final. Hay muchas
otras estrategias que puede usted adoptar con el fin de ven­
cer. Compartí una docena de ellas en mi libro El dragón que
todos llevam os dentro. Tras pedirle a Dios que le ayude a acep­
tar su gracia, no tiene usted que esperar una semana, un mes

* Para una discusión más extensa sobre los beneficios del sentimiento de culpa y los problemas
asociados con su abuso, ver el capítulo 10, “Desafíos a tu amistad con Dios”.
8. Salvación: La santificación • 115

o un año antes de comenzar a aplicar estas otras estrategias.


Puede usted empezar a experimentar con ellas en cuanto
haga la oración de la gracia que acabo de compartir con
usted.
En este capítulo, analizaré dos tipos de estrategias: las que
pueden ayudamos a cambiar nuestros deseos pecaminosos
y las que pueden ayudamos a modificar nuestra conducta
pecaminosa. Dios tiene una parte que desempeñar en ambos
cambios, y nosotros también tenemos nuestra parte en ellos.
Algunos cristianos cometen el error de asumir la parte de
Dios. Otros tratan de depositar en él la parte que les co­
rresponde a ellos. Y también los hay que hacen ambas cosas.
Cam biar nuestros deseos pecaminosos
Cuando pensamos en el pecado, a la mayoría de nosotros
nos viene a la cabeza lo que hacem os. Perdemos los estribos
y decimos palabras hirientes; robamos en las tiendas; bus­
camos pornografía en Internet; tenemos una aventura. Sí,
todas estas conductas son pecaminosas. Desgraciadamente,
como la parte conductual es la más visible, tendemos a pen­
sar que la victoria sobre el pecado implica cerrar fuerte los
puños, apretar los dientes y prometer solemnemente que
nunca lo harem os de nuevo. Esto no deja de ser válido, pero
demasiado a menudo ponemos el carro delante del caballo.
Antes de que verdaderamente detengamos el com portam iento
incorrecto, hemos de hacer frente al deseo que ío provoca. In­
cluso en los casos en que cerramos los puños, apretamos los
dientes y logramos evitar la mala conducta, si el deseo de ella
sigue ardiendo en nuestras almas, no hemos vencido del todo.
Una vez que el mal deseo se ha ido, dejar la conducta
incorrecta será fácil, por la sencilla razón de que si no que­
remos hacer algo, probablemente no lo haremos. En virtud
de ello, cuando ya hemos aprendido a aceptar la gracia, el
1 1 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

siguiente paso es proceder a cambiar los malos deseos. Elena


G. de White dijo: «Hay muchos que tratan de reformarlo
corrigiendo este o aquel mal hábito, y esperan llegar a ser
cristianos de esta manera, pero ellos están comenzando en
un lugar erróneo. Nuestra primera obra tiene que ver con
el corazón» (PVGM 69). Elena G. de White no afirmó que
debamos ignorar nuestra mala conducta. Solo dijo que no
es por ella por donde se ha de empezar, sino por el cambio
de nuestros corazones, fuente de nuestros malos deseos.
Uno de los principios más importantes para la victoria
sobre la tentación es que no podemos acceder hasta nuestras
emociones, manipularlas y cambiarlas. No podemos decir:
«No voy a desear volver a cometer ese pecado». Cuando en
Romanos 6:6 Pablo habla del «viejo hombre» (RV95) o de
la «vieja naturaleza» (NVI), tenía en mente los deseos pe-
caminosos. Y añade que esos malos deseos nos esclavizan al
pecado.*
Un término más actual para estos malos deseos es adic­
ciones. Los adictos pueden resistirse a ceder a la tentación
por un tiempo, pero se rinden antes o después. Esa es la
esclavitud a la que se refiere Pablo. La intención de Dios
cuando nos creó fue que nuestras mentes controlasen nues­
tras emociones; pero en nuestra condición pecaminosa,
nuestras emociones a menudo controlan nuestras mentes y,
en consecuencia, nuestra conducta. De nuevo, he ahí la es­
clavitud. Por eso no podemos descender hasta nuestros co­
razones y cambiar nuestros malos deseos. Eso le corresponde
a Dios. Así pues, hablemos de la parte de Dios y de la nuestra
en ese cambio.

* Efesios 4: 22 deja claro que los malos deseos son una parte básica de nuestra «vieja naturaleza»:
«Con respecto a la vida que antes llevaban , se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la
vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos».
8. Salvación: La santificación • 117

La parte de Dios en el cam bio de nuestros m alos deseos.


Como acabo de señalar, no podemos corregirlos por noso­
tros mismos. Todo lo que podemos hacer es pedirle a Dios
que los corrija él, y luego aceptarlo. Para ello podemos prac­
ticar una oración muy sencilla: «Señor, por favor, elimina
mi deseo de este pecado y reemplázalo por un deseo de algo
bueno». Esto no significa que podamos pedirle a Dios que
cambie un deseo incorrecto... ¡y ya está! Eliminarlo in­
volucra un proceso, no un solo acto. Mientras seguimos pi­
diéndolo en oración, y experimentamos con las diversas
estrategias sugeridas en el resto de este capítulo, el mal deseo
empezará a desvanecerse, y finalmente será reemplazado
por el deseo positivo. Este es un aspecto clave del desarrollo
del carácter, y Dios permanece a nuestro lado durante todo
el proceso.
Hay dos elementos en la parte divina en la corrección
de nuestros malos deseos. El primero es la convicción. Me­
diante ella empezamos a tener un sentimiento y una sensa­
ción de que Dios quiere que cambiemos algo en nuestra vida,
que renunciemos a algo con lo que nos hemos complacido
durante mucho tiempo.
Lo segundo que hace Dios por nosotros se llama conver­
sión. El moderará, de hecho, nuestros malos deseos para que
ya no tengan el poder que tenían para controlamos.* Esto
es un proceso, no un solo acto. Conforme pasa el tiempo,
nos damos cuenta de que nuestro deseo pecaminoso se
vuelve cada vez más débil y nuestra capacidad para evitar
el mal comportamiento se acrecienta.**
* Dios no quitará los deseos que puso en nosotros cuando nos creó, en particular nuestros deseos ali­
mentarios y sexuales y nuestra capacidad de enfadamos. (Hablaré de la ira, o enojo, en el capítulo
10). En lugar de ello, nos ayudará a moderar estos deseos para que podamos enfrentarlos de maneras
apropiadas.
** Algunas conductas, como el abuso sexual de niños, deben ser inmediatamente abandonadas, y si
no lo son, la ley ayudará a frenarlas encerrando a los perpetradores donde no puedan practicarlas.
Sin embargo, todavía tendrán que enfrentar el deseo de hacerlo.
118 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

La convicción y la conversión actúan conjuntamente,


lo que dificulta analizar una sin tocar la otra. Lo que diré
en los próximos párrafos se refiere a ambas.
La convicción que Dios nos infunde puede ser incómoda
y podemos resistirla. El deseo pecaminoso puede ser tan po­
deroso y tan incitante que al principio no seamos capaces
siquiera de pedirle a Dios que lo elimine o lo modere. ¡Lo
amamos demasiado! Obtenemos mucho placer de él y nos
inquieta abandonarlo. Sin embargo, sigue creciendo en
nosotros el sentimiento de que Dios quiere que renunciemos
a él.
Nótese, por favor, lo que he dicho y lo que no he dicho. He
dicho que Dios quiere que renunciem os No he dicho que
Dios quiera que dejem os de hacer lo que el deseo nos sugiere.
Por supuesto, también quiere esto último, pero no es ahí por
donde hemos de empezar. Empezamos renunciando, al deseo,
entregándolo, decidiendo trabajar con Dios para libramos de
este pecado acariciado que tanto amamos.
Dios no nos forzará a renunciar al pecado. Eso es decisión
nuestra. Así que hemos de decidir si renunciaremos al pe­
cado, o si no lo haremos. El problema es que amamos tanto
ese pecado que no podemos optar por la decisión de aban­
donarlo. Ahí es donde algunas personas dejan de esforzarse.
Pero existe una salida a este dilema. Podemos hablar con
Dios acerca de ello. Podemos usar una oración similar a esta:
«Señor, creo que tú quieres que renuncie a este deseo, pero
yo no puedo hacerlo ahora mismo. Sin embargo, estoy dis­
puesto a que me hagas quererlo. Por favor, llévame hasta
ese punto». Esta es una oración de entrega. No debemos
esperar que al instante o, incluso, al día siguiente de pronun­
ciarla, dejemos de sentir jamás nuevos deseos sobre ese pe­
cado específico. Esto ocurre ocasionalmente, pero no muy
8. Salvación: La santificación • 119

a menudo. Debemos persistir en pedir a Dios una y otra vez


que nos lleve al punto en el que nos sintamos dispuestos a
renunciar al deseo pecaminoso.
La entrega definitiva viene cuando le decimos a Dios:
«Renuncio a este mal deseo. Te lo cedo a ti, y me compro­
meto a no obedecerlo hasta que lo cambies». Esto no signi­
fica que nunca volvamos a ser tentados por el mal deseo, ni
que nunca lo pongamos en práctica de nuevo. Significa que
nos comprometemos con el proceso y, una vez que hayamos
establecido ese compromiso, quedamos cubiertos por la gra­
cia de Dios durante el camino, incluyendo las veces en que
resbalamos y caemos. De hecho, Dios acepta nuestra pri­
mera oración -«Estoy dispuesto a que me hagas renunciar
a ello»- como el primer paso en el proceso, y de ahí en ade­
lante somos cubiertos por su gracia.
N uestra parte en el cam bio de nuestros m alos deseos. Nues­
tra parte empieza con lo que acabo de decir: pedirle a Dios
que nos guíe hasta el punto en que queramos renunciar al
deseo pecaminoso. Sin embargo, también podemos hacer
otras cosas para enfrentarlo.
Una estrategia poderosa es hablar con un cristiano espi­
ritualmente maduro acerca del deseo que queremos elimi­
nar. Algunos cristianos objetan a esta idea: «Solo debemos
confesarnos ante Dios», dicen. Eso es cierto en lo que res­
pecta a confesarse para recibir el perdón. Sin embargo, ahora
no estamos hablando de eso, sino de llevar a cabo nuestra
parte para superar una adicción u otra tentación.
Dice Pablo: «Hermanos, si alguno es sorprendido en al­
guna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con
espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no
sea que tú también seas tentado» (Gál. 6: 1). Nótese, por
favor, que Pablo da permiso a los cristianos para que hablen
unos con otros sobre los problemas relacionados con el
1 2 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

pecado que cada uno tenga que enfrentar. El consejo de


Pablo se enmarca en el contexto de una persona espiritual'
mente madura que se dirige al pecador, pero, ¿realmente
importa quién se aproxima a quién? Si está bien que un cris­
tiano maduro tome la iniciativa para discutir el problema del
pecador, ¿no es igualmente apropiado que el pecador se dirija
al cristiano maduro para pedir ayuda?
Hay una razón por la que hablar con alguien acerca del
problema que estamos enfrentando puede ayudarnos a
cambiar nuestro mal deseo. Ya he mencionado que el sen­
timiento de culpa nos mantiene atados a nuestras adiccio­
nes y pecados. Habitualmente nos sentimos tan avergonzados
de nuestros pecados favoritos que no queremos que nadie más
los conozca. Pero cuando tomamos la dura decisión de com­
partir nuestras luchas con otro ser humano, derrotamos a la
vergüenza y al sentimiento de culpa, lo cual nos ayudará a
debilitar la obsesión que nos conduce al mal comporta­
miento. Puedo atestiguar por experiencia personal que esto
es cierto.
Por supuesto, es muy importante que escojamos la per­
sona adecuada a quien contárselo. He aquí las diversas cua­
lidades que deberíamos buscar. Nuestro consejero espiritual
debería ser:
• un cristiano maduro. Pablo afirma que las personas espi­
rituales de la iglesia deberían desarrollar este ministerio.
• alguien que no les contará a otros lo que se le ha con­
fiado de modo exclusivo. Las personas que comparten
los más íntimos secretos de su alma no quieren que el
resto de la iglesia los conozcan.
• alguien que no manifieste una gran sorpresa ante lo que
se le cuenta. Las personas que piden ayuda no desean
que su confidente reaccione de manera efectista cuando
desnudan su alma ante él.
8. Salvación: La santificación • 121

• alguien que escuche más que hable. Quien busca ayuda


puede incluso pedirle al «consejero» que se limite a es­
cuchar.*
• alguien del mismo sexo que la persona que solicita aten­
ción: los hombres deberían dirigirse a hombres, y las mu­
jeres a mujeres.
Algunas personas pueden sentirse más cómodas hablán­
dolo con alguien que no asiste a la misma iglesia que ellas.
Un buen lugar donde encontrar a alguien que puede ayudar
es una reunión de Doce Pasos. Los Doce Pasos fueron crea­
dos por Alcohólicos Anónimos a finales de los años treinta
del siglo pasado, pero desde entonces se han diversificado y
actualmente abordan todo tipo de adicciones. Hay Come­
dores Compulsivos Anónimos, Jugadores Anónimos, Nar­
cóticos Anónimos y Sexoadictos Anónimos, por ofrecer
solo algunos ejemplos. Si usted no puede encontrar una reu­
nión de Doce Pasos cerca de donde vive para tratar su adic­
ción, pruebe a asistir a una reunión abierta de Alcohólicos
Anónimos.**No se limite a ir una o dos veces, acuda regu­
larmente durante un periodo. Escuche con atención a al­
guien que lleve tiempo siguiendo el programa y parezca
haber experimentado una positiva rehabilitación, y pregún­
tele a esa persona si estaría, dispuesta a ser su «padrino» o
«madrina» (o «patrocinador/a»), que es el término usado en
los programas de Doce Pasos en lugar de «mentor» o «guar­
dián espiritual».
Algunas personas se preguntan por qué hablar con Dios
no es suficiente. Hay dos razones por las que necesitamos la

* En con versaciones posteriores, esa persona probablemente tendrá algo sabio que compartir,
pero la primera vez, y quizá también la segunda, debería limitarse básicamen te a escuchar y,
si acaso, a formular alguna pregunta.
** Alcoh ólicos An ón imos tiene reunion es abiertas y cerradas. Las cerradas son solo para alco­
hólicos, pero cualquiera puede asistir a una reunión abierta. Busque también un a reunión
donde n o se fume.
1 2 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

ayuda de otro ser humano. Primero, Dios ya conoce el pro­


blema; y segundo, usted no puede mirar a Dios a los ojos.
Existe algo poderosamente transformador en mirar a otro
ser humano a los ojos y compartir sus secretos más íntimos
y oscuros.
Algunas personas también se preguntan por qué es ne­
cesario salir del ámbito familiar. ¿No pueden sencillamente
hablar con su marido, su esposa, u otro miembro de la fa­
milia?
De nuevo, hay dos razones por las que es importante bus­
car a alguien fuera de ese ámbito. Primero, el cónyuge de
usted probablemente ya esté bastante al tanto del problema
y sentirá alivio al constatar que usted da el nuevo paso.
Segundo, a menos que su cónyuge u otro miembro de la
familia tenga mucha experiencia, por haberse rehabilitado
él mismo, probablemente le seguirá por toda la casa con
todo tipo de consejos: «Cariño, prueba esto» o «Cariño,
prueba aquello». Usted no tiene por qué pasar por eso. Siem­
pre es preferible buscar a alguien con quien no tenga una
relación estrecha.
Cambiar nuestra conducta pecaminosa
Cambiar nuestros malos deseos es parte de la solución al
problema del pecado en nuestra vida, pero también necesi­
tamos dejar atrás la conducta incorrecta. Corregir los malos
deseos debe venir primero, pero una vez que le hemos pe­
dido a Dios que lo haga, podemos empezar de inmediato a
enfrentar el mal comportamiento. Y en ello, de nuevo, hay
una parte de Dios y otra nuestra.
L a parte de Dios en el cam bio de n uestra m ala con ducta.
El primer principio que se ha de tener en cuenta acerca de la
parte de Dios en la modificación de nuestro comportamiento
es que él no lo hará por nosotros. El es el único que puede
8. Saivación: La santificación * 1 2 3

cambiar nuestros malos deseos, pero nosotros somos los úni­


cos que podemos modificar nuestra conducta. Elena G. de
White dice: «Pero se chasquearán los que esperan contem­
plar un cambio mágico en su carácter sin que haya un es­
fuerzo decidido de su parte para vencer el pecado» (IMS
394). Si Dios descendiera del cielo para forzar a nuestras
manos o a nuestros pies a hacer lo correcto, estaría violando
nuestro libre albedrío.
Sin embargo, él no corregirá nuestros malos deseos y des­
pués dirá: «Bueno, yo ya he hecho mi parte. El resto es cosa
tuya». ¡En absoluto! Dios también se reserva un papel para
ayudamos a cambiar nuestra conducta. Pablo lo declara
concisamente: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece»
(Fil. 4: 13). Que esto es una afirmación relativa al compor­
tamiento lo sabemos porque dice «Todo», lo que incluye lo
conductual. Nótese también que Pablo no afirma que Dios
lo haría por él. Dice «Todo lo pu edo...», no «Todo lo puede
Dios .»L
. a parte de Dios, según Pablo, era darle las fuerzas
para hacer lo correcto. Este es otro aspecto de la conver­
sión.
Aquí la persona puede emplear una sencilla oración:
«Señor, te ruego que me quites el deseo de este pecado y
que me des el poder para evitarlo en este mismo momento».
No debemos rendimos si no tenemos éxito la primera vez.
Debemos continuar trabajando con Dios para cambiar el
mal deseo y seguir pidiéndole el poder para no ponerlo en
práctica ah ora.
N uestra parte en el cam bio de nuestra m ala conducta. Ofre­
ceré cuatro sugerencias que usted y yo podemos aplicar para
cambiar la conducta errónea. La primera es tomar la firme
decisión de que con la ay uda de D ios, venceré la tentación.
Esto no es lo mismo que decidir no cometer ese pecado de
nuevo, lo cual suele ser un objetivo poco realista.
1 2 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Para ilustrarlo, digamos que usted se compromete a apren­


der a nadar lo bastante bien como para competir en los Jue­
gos Olímpicos. Obviamente, no puede participar en ellos de
inmediato. ¡Tiene que aprender a nadar primero!
Usted empieza por la parte menos honda de la piscina y,
finalmente, nada en la más profunda; pero le queda todavía
mucho trabajo por delante: necesita desarrollar técnica y
resistencia. El progreso resulta duro, especialmente cuando
usted empieza a competir con otros nadadores que son más
diestros. Pero usted está resuelto y sigue esforzándose. Y
cuenta con un buen Entrenador que está impresionado con
la determinación que muestra usted, y que permanece a su
lado, animándole cuando falla y enseñándole a hacerlo
mejor la próxima vez.
Al cabo de años de entrenamiento, llega el día en que
usted compite en los Juegos, ¡y consigue la medalla de oro!
Superar una tentación profundamente arraigada requiere
en buena medida el mismo planteamiento. Usted no puede
aspirar a vencerla al primer intento. Pero en la medida en
que mantenga su determinación para vencer, Dios estará a
su lado y le animará en medio de sus altibajos. No le aban­
donará solo porque fracase algunas veces.
Mi segunda sugerencia para cambiar un comportamiento
pecaminoso es similar a la que he ofrecido para corregir un
mal deseo: hable con alguien sobre ello. Probablemente es­
cogerá hacerlo con la misma persona con la que comparta
su deseo pernicioso. Pídale permiso para llamarla cuando se
encuentre usted a punto de cometer el acto pecaminoso que
quiere superar. De hecho, comprométase a llamar a esa per­
sona antes de caer. No se comprometa a no pecar nunca
más. No sería realista, al tratarse de un hábito profunda­
mente arraigado. Es casi seguro que usted querrá volver a
practicarlo, y prometerse no hacerlo solo incrementará su
8. Salvación: La santificación • 1 2 5

sensación de fracaso y de culpa cuando recaiga. En cambio,


sí es realista pensar que usted puede comprometerse a llamar
cuando arrecie la tentación. Algunos padrinos de Alcohó­
licos Anónimos le dicen a la persona a la que están ayu­
dando que les llame cuando sienta el impulso de beber, aun
cuando sean las tres de la mañana.
Cuando llame a su padrino o madrina, cuéntele con
franqueza qué está usted experimentando en ese momento.
El o ella puede tener palabras sabias para usted, y quizá usted
desee concluir la llamada con una oración. Todo esto es
bueno, pero no es la razón básica de la llamada. En el mo­
mento en que el deseo de «hacerlo» se hace más intenso, la
gran necesidad de usted es desviar su mente y sus emociones
hacia otro asunto durante el tiempo suficiente para que el
impulso se debilite hasta el punto de que usted pueda enfren­
tarlo por sí mismo. Llamar a su padrino cuando está usted a
punto de caer es simplemente una estrategia para distraerse
de la mala conducta por un rato.
Mi tercera sugerencia para tratar con esa conducta in­
correcta es abstenerse de ella. En problemas como el alco­
hol, el tabaco, las drogas y la pornografía, el objetivo es la
abstinencia total. Sin embargo, algunas adicciones no re­
quieren abstinencia absoluta. Si usted es adicto a la comida,
obviamente no debería marcarse como meta la plena absti­
nencia. Otras adicciones comunes que no demandan absti­
nencia absoluta son las relacionadas con la televisión, la
computadora, Internet y el sexo, por nombrar unas cuantas.
Algunas personas resuelven su adicción a la televisión des­
haciéndose del aparato receptor, y no hay nada malo en
ello. Sin embargo, no es necesario. Hay muchos buenos pro­
gramas de televisión.
¿Cómo practicar la abstinencia cuando el objetivo no es
la abstinencia total1Si es usted adicto a comer, sáltese u
1 2 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

comida. Eso supone un desafío para el comedor compulsivo,


pero hágalo de todos modos. Pídale a Dios que le dé el poder
para saltarse esa comida, y luego cierre fuerte los puños y
apriete los dientes, a la vez que rechaza comer hasta que lle­
gue la hora de la siguiente comida. Entonces haga todo lo
posible por reanudar la rutina de comer habitual. Al día si­
guiente, más o menos, puede usted saltarse otra comida.
Otra estrategia es servirse una moderada cantidad de ali­
mentos en el plato y negarse a comer nada más. Haciendo
esto, usted se está disciplinando para ser moderado al comer.
Ese es su objetivo con cualquier tentación que, como la de
la comida, no requiere plena abstinencia.
Mi cuarta sugerencia para enfrentar el comportamiento
incorrecto es que asista usted a un grupo de Doce Pasos.
Como ya he mencionado antes, si puede encontrar uno que
aborde su problema específico, procure por todos los medios
asistir regularmente. Si no, acuda a una reunión abierta de
Alcohólicos Anónimos o a una de Al-Anón.* Estas reunio­
nes son anónimas: nadie mencionará el nombre de usted
fuera del grupo. Usted encontrará mucha sabiduría en estas
reuniones, lo que puede ayudarle en su camino hacia la vic­
toria.
He compartido buen número de estrategias más para
vencer la tentación en mi libro El dragón que todos llevam os
dentro, pero las ofrecidas en este capítulo permiten un buen
comienzo.
Religión experim ental
Uno de los conceptos sobre los que escribí en El dragón
que todos llevam os dentro es el que Elena G. de White llama
«religión experimental». Cuando se hace un experimento,

* Al-An on es principalmen te para amigos y allegados de los alcohólicos, pero consiste básica­
mente -com o las reuniones de Doce Pasos- en grupos de discusión.
8. Salvación: La santificación • 1 2 7

se busca descubrir lo que funciona y lo que no. Y quienes lo


hacen seguramente no esperan descubrirlo en el primer in­
tento. Si el experimento no funciona, varían un poco los pa­
rámetros hasta que descubren lo que funciona.
En el ámbito de la experiencia religiosa, la religión ex­
perimental significa probar diferentes maneras de crecer en
nuestra relación con Jesús y de vencer la tentación. En el
presente libro he compartido con usted media docena de
estrategias, y El dragón que todos llevam os dentro ofrece otra
media docena. Cuando siga usted experimentando con ellas,
descubrirá lo que sirve y lo que no sirve para usted. Y Jesú s,
su Entrenador, se m antendrá a su lado durante todo el proceso.
Tenga en cuenta que cuando usted resbala y cae, la jus­
ticia de Cristo lo cubre. Si le cuesta aceptar esto, recuerde
la declaración que compartí con usted en el capítulo an­
terior: «Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a
Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa
disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hom­
bre, y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos»
(IMS 448).
La santificación fue pensada para llevamos a usted y a
mí a una relación siempre creciente con Jesús que desarrolle
en nosotros un carácter que le refleje cada vez más. Y esto,
junto con la justificación, es una parte esencial de la prepa­
ración que cada uno de nosotros necesita a fin de estar listo
al cierre del tiempo de gracia.
Cómo ser amigo de Dios

i esposa y yo nos conocimos por teléfono. Por aquel

M tiempo, yo realizaba un máster en escritura creativa


en la Universidad de Dallas (Texas), y Lois cursaba
un máster en salud pública en la Universidad de Loma Linda
(California). Un amigo mío, que también lo era de Lois, me
preguntó si me gustaría conocerla, y yo le dije:
-Por supuesto.
-Preguntaré a Lois si puedes escribirle- me respondió.
-No -le dije yo-, la llamaré.
- A h ... -dijo mi amigo-. Le preguntaré si puedes lla­
marla.
-No, simplemente dame su número de teléfono y la
llamaré- repliqué.
Mi amigo me lo dio, llamé a Lois, y así es como empezó
nuestra relación.
Hablamos por teléfono y nos escribimos durante tres
meses. Luego decidí que era el momento de conocemos en
persona y ella estuvo de acuerdo, así que reservé un vuelo a
1 3 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Los Ángeles. Yo siempre me había sentido un poco inseguro


con las mujeres, especialmente con aquellas en las que es­
taba interesado, y esa aprensión crecía en mí a medida que
el avión se aproximaba a Los Ángeles. Recuerdo que oré:
«Señor, si esta relación ha de prosperar, haz por favor que
me sienta cómodo cuando esté con ella». Lois me contaría
más tarde que ella por entonces no solía sentirse muy segura
con los hombres y que había hecho una oración similar a la
mía cuando conducía hacia el aeropuerto para encontrarse
conmigo. A pesar de nuestros temores, desde el primer mo­
mento nos sentimos cómodos juntos. Resultó natural.
Los sentimientos románticos pueden ser genuinos y con­
ducir a relaciones muy gratas entre hombres y mujeres. Son
el primer paso en muchos matrimonios de éxito. Pero si yo
tuviera que escoger entre sentir romanticismo y sentirme
cómodo en una relación a largo plazo, optaría sin lugar a
dudas por lo segundo. Los sentimientos románticos tienden
a disminuir. En cambio, sentirse a gusto con alguien es algo
que tiende a perdurar.
A gusto con Dios
Creo que esa es también la base de una duradera relación
con Dios. Los clímax espirituales vienen y se van. Lo grata­
mente sereno tiende a durar. Así que conviene preguntarse:
¿Me siento a gusto en mi relación con Dios?
Ahora piense usted en esto: si Dios tuvo que conceder­
nos un tiempo de gracia para que pudiéramos ser amigos
suyos (cosa que hizo), y si durante ese período envió a su
Hijo a morir por nosotros con el mismo fin (cosa que tam­
bién hizo), entonces es obvio que nuestra amistad es extre­
madamente importante para él. Y si Dios quiere que seamos
sus amigos, ¿no cree usted que él desea que la relación resulte
cómoda?
9. Cómo ser amigo de Dios • 131

¿Hay personas que le hacen sentirse incómodo? ¿Alguien


cercano a usted en algún sentido, con el que trabaja, con el
que se relaciona habitualmente, o -por desgracia- con
quien está casado? En los matrimonios que acaban en di­
vorcio, a menudo ocurre que el romanticismo que los unió
llega a su fin y entonces empiezan a sentirse mutuamente
incómodos. ¿Qué consecuencias tiene eso para una relación
satisfactoria?
A veces la incomodidad se da en una sola de las partes:
usted nota que la otra persona se siente incómoda a su lado
aun cuando usted no experimenta lo mismo respecto a ella.
Si así sucede con alguien a quien realmente le gustaría estar
unido, ha de dar usted los pasos para ayudar a esa persona a
sentirse a gusto cuando están juntos.
Ahora piense en esto: Dios quiere que usted se encuentre
cómodo con él, y percibe tirantez en la relación cuando
usted se manifiesta a disgusto con él. Puedo asegurarle que
Dios está haciendo todo lo posible para ayudarle a relajarse
y a sentirse cómodo en su relación con él.
Entonces, ¿qué conduce a una amistad grata con Dios?
Aunque hay diferencias significativas en la manera en que
las personas se relacionan con él, creo que existen dos ele­
mentos que toda relación con Dios debería tener. Ambos
contribuyen a hacer agradable esa relación. Se trata de la
paz y de la fe (o confianza).
Paz
El mundo en el que vivimos está trastornado. No hay
nada nuevo en ello. Así ha sido desde que Adán y Eva de­
jaron el Edén. Pero Dios asegura a su pueblo que incluso en
medio de esa agitación pueden estar en paz. Poco antes de
su crucifixión, dijo Jesús: «Estas cosas os he hablado para que
en mí tengáis paz» (Juan 16: 33). «La paz os dejo, mi paz os
1 3 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

doy» (Juan 14: 27). Y a menudo concluía sus conversado-


nes con la gente diciéndoles que se fueran «en paz» (Mar.
5:34; Luc. 7: 50; 8:48).
El Antiguo Testamento también pone énfasis en la paz
como, una importante cualidad de la vida espiritual. El sal­
mista dice: «Mucha paz tienen los que aman tu Ley» (Sal.
119:165), e Isaías: «Tú guardarás en completa paz a aquel
cuyo pensamiento en ti persevera» (Isa. 26: 3).
Eso mismo vemos en Romanos 5: 1. Examinemos este
versículo.
Escribe Pablo: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Nó­
tese, por favor, la palabra tenem os, primera persona del plu­
ral. Lógicamente incluye tanto a Pablo, que escribió la carta
a los romanos, como a las personas de Roma que la leyeron.
Creo que usted probablemente estaría de acuerdo conmigo
en que, por extensión, la palabra tenem os incluye a todos
los cristianos desde los tiempos de Pablo hasta la segunda
venida de Cristo. La idea es que a pesar de cuánto puedan
diferir nuestras relaciones con Dios, la experiencia espiritual
de todo cristiano debería caracterizarse por la paz. No quiero
decir con ello que el caminar espiritual del cristiano vaya a
ser gozoso y feliz un día sí y otro también. Estoy seguro de
que eso es verdad en el cielo, donde no hay mal, pero todo
el que vive en la tierra experimenta momentos y a veces
días marcados por la depresión, el miedo, la culpa y otras
emociones negativas. Aquí vemos la diferencia entre la
paz y la felicidad. Aun en nuestras circunstancias más do-
lorosas y deprimentes, cuando la felicidad está lejos de noso­
tros, podemos estar en paz con Dios.
Fijémonos en que Pablo nos ha dicho lo que hace posible
para nosotros tener esa clase de paz. Afirma: «Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios...». Cuando
9. Cómo ser amigo de Dios • 1 3 3

estamos seguros de haber sido justificados, cuando sabemos


que «el carácter de Cristo reemplaza el [nuestro], y [somos]
aceptados por Dios como si no [hubiéramos] pecado» (CC
62), podemos tener la paz de la que hablaba Pablo. Cristo
ha pagado por nuestros pecados, y su justicia reemplaza
nuestra pecaminosidad. Por tanto, no tenemos que preocu-
pamos acerca de nuestra posición ante Dios. Por ello la jus­
tificación genera paz mental.
También dijo Pablo: «Justificados, pues, por la fe, tene­
mos paz para con Dios». La paz solo llega para aquellos que
creen que han sido justificados. De modo que si usted no
está experimentando paz en su vida espiritual, le sugiero que
se pregunte: «¿Realmente creo que Dios ha perdonado mis
pecados y me ha cubierto con su justicia?». Una cosa es
creer en la doctrina de la justificación, y otra aplicarla real­
mente a nuestras vidas. Muchas personas pueden explicar
la teoría; sin embargo, en su propio caminar con Dios, dudan
si realmente él las acepta, si en verdad es su Amigo.
Dios nos quiere ayudar a superar esta inquietud. Podem os
y debem os estar en paz con él. Si usted no tiene esta paz, si
no se siente a gusto con Dios, revise en primer lugar el es­
tado de su fe en la justificación provista por Dios. El quiere
que todos experimentemos la paz que viene de saber que es­
tamos justificados.
Confianza
Una de las características importantes de la relación que
compartimos Lois y yo es la confianza. Ninguno de nosotros
duda de la fidelidad del otro a nuestros votos matrimoniales.
Pero nuestra confianza va más allá. Yo confío en que Lois
me trate amablemente y con respeto, y ella confía en que yo
le trate del mismo modo. Soy consciente de sus debilidades
y ella lo es de las mías, pero no hacemos un gran problema
1 3 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

de ello. Sé que Lois siempre me amará a pesar de mis flaque­


zas, y ella sabe que yo la amaré a pesar de las suyas. Eso es
confianza.
Deberíamos tener el mismo tipo de relación con Dios.
Deberíamos saber con certeza que él nos ama y acepta tal
como somos: con nuestras debilidades, defectos de carácter,
pecados y todo lo demás. Eso no significa que nuestros pe­
cados no le importen, sino que nos ama a pesar de ellos. Ne­
cesitamos creer eso. Necesitamos confiar en que es cierto.
La confianza y la paz están estrechamente relacionadas.
Dijo Isaías: «Tú guardarás en completa a aquel cuyo
pensamiento en ti persevera, porque en ti ha con fiado»
(Isa. 26:3). Y Jesús dice: «No se turbe vuestro corazón; creéis
en Dios, creed también en mí» (Juan 14: 1). Cuando con­
fiamos en Dios, le damos permiso para dirigir nuestras vidas.
Algunas personas experimentan el dolor de que un mé­
dico les diga que tienen una enfermedad terminal, y que
solo les quedan unos cuantos días, meses o años de vida. A
la mayoría de nosotros no nos dirán eso, pero pasaremos por
el trance de perder a un ser querido en manos de la muerte.
El sufrimiento se agudiza cuando la persona que muere es
joven o cuando la muerte es fruto de un accidente o de un
acto criminal. Confiar significa que cuando algo nos causa
dolor, sigamos convencidos de que Dios sabe por qué ha
ocurrido y de que, de hecho, permitió que ocurriera porque
sirve a algún buen propósito.
La confianza.implica certidum bre. Confiar en algo signi­
fica que creemos que es cierto. Necesitamos tener la certeza
de que Dios nos acepta donde estamos, que no nos pide que
vayamos más allá en nuestra experiencia cristiana. Pablo
escribió que «disfrutamos de libertad y con fianza para acer­
camos a Dios» (Efe. 3:12 NVI) y el autor de Hebreos afirmó
que deberíamos acercarnos «con fiadam en te al trono de la
9. Cómo ser amigo de Dios • 1 3 5

gracia» (Efe. 3:12; Heb. 4: 16). Esta es otra manera de des­


cribir la fe que antes he mencionado. Deberíamos tener fe
y certidumbre en que Dios es nuestro Amigo y en que noso­
tros somos sus amigos.
Otro sinónimo de confianza es dependencia. Cuando de­
pendemos de alguien, confiamos en que esa persona haga
algo por nosotros. Depender de Dios significa poner nuestro
bienestar en sus manos, tanto para esta vida como para la
eternidad. Esto puede ser especialmente difícil de hacer
cuando atravesamos pruebas y circunstancias desconcertan­
tes. Entonces nos sentimos tentados a hacemos cargo de
nuestras vidas en lugar de esperar pacientemente en Dios.
No quiero decir que cuando tenemos problemas debamos
quedamos de brazos cruzados y esperar que Dios los resuelva
todos por nosotros. Pero cuando hemos hecho todo lo po­
sible, deberíamos confiar en que él proveerá el mejor resul­
tado. Eso es lo que significa depender del Señor.
¿Pide Dios demasiado de nosotros? No. Nuestras relacio­
nes con otras personas están fundadas en la confianza y la
dependencia. Cuando llevo mi auto a un mecánico, confío
en que él sabe cómo funcionan los autos y en que tiene apti­
tudes para reparar el mío. Lo pongo en sus manos y dependo
de él para que lo arregle adecuadamente.
Y cuando permito a un cirujano que me opere, he de
confiar en que conoce cómo funciona el cuerpo humano y
domina las técnicas para corregir mi problema médico. Me
pongo en sus manos y dependo de él para que realice la in­
tervención con éxito. Confiar en Dios significa en buena
medida lo mismo. Estamos seguros de que lo sabe todo sobre
nuestras vidas -el pasado, el presente y el futuro- y que
comprende nuestras necesidades. Entonces dependemos de
él para que nos guíe de la mejor manera posible.
1 3 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

¿Y qué tiene que ver todo esto con el tiempo de gracia?


Mucho, realmente. Dios proporcionó a los seres humanos
un tiempo de gracia porque quiere que seamos sus amigos.
Por supuesto, la amistad es una vía de doble dirección. Yo
puedo querer que usted sea mi amigo, pero a menos que
también usted quiera que yo lo sea, nuestra relación será
ocasional en el mejor de los casos o, muy probablemente,
inexistente. Dios ya ha dicho que desea que seamos sus ami­
gos. La cuestión es si nosotros queremos que él sea nuestro
Amigo.
Asumiré que, puesto que usted está leyendo este libro,
quiere ser amigo de Dios y que él sea su Amigó. Por eso he
dedicado un capítulo entero a analizar cómo podemos en­
tablar amistad con Dios. Sugiero que usted incline la cabeza
en este momento y le diga a Dios que le gustaría ser amigo
suyo. Le podría decir algo como: «Señor, gracias por con­
cederme el tiempo de gracia para poder aprender a entablar
amistad contigo. Muéstrame, por favor, cómo sentirme cada
vez más a gusto en esta relación. Amén».
Ahora que he compartido con usted algunos pensamien­
tos sobre la amistad con Dios, debo decirle que hay ciertas
actitudes que desafiarán esa amistad, impidiéndole sentirse
tan a gusto como Dios desea. Trato estos temas y le ofrezco
algunas sugerencias en el capítulo siguiente.
■ TI
Desafíos a la amistad
con Dios

nicialmente titulé este capítulo «Obstáculos para una

I amistad con Dios». Sin embargo, conforme me aproxi­


maba al final del capítulo, me di cuenta de que obstáculos
no era la palabra más adecuada. Un obstáculo es algo que
se interpone en el camino. Se trata de un estorbo. Es nega­
tivo, algo que debe ser evitado.
En vez de obstácubs,he usado desafíos. Esta palabra puede
tener también una connotación negativa. Los desafíos pue­
den impedir el progreso de una persona. Sin embargo, pueden
ser afrontados y superados. Pueden provocamos; pueden mo­
tivamos. En ese caso, son muy positivos, porque nos han pro­
visto una oportunidad para crecer. Es esta definición de la
palabra desafío la que me gustaría que tuviera usted en mente
mientras lee este capítulo.
1 3 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Los tres desafíos


Sería un error suponer que desde el principio de nuestra
amistad con Dios podemos disfrutar de confianza continua
y paz perfecta día tras día. No, hemos de crecer hasta alcan­
zar ese estado. Así como nuestras amistades humanas evo­
lucionan y se profundizan con el tiempo y a través de la
experiencia, lo mismo ocurre con nuestra amistad con Dios.
Tres emociones que desafían nuestras relaciones con seres
humanos pueden desafiar también nuestra amistad con Dios.
Son el miedo, el sentimiento de culpa y la ira. Ninguna de
ellas es mala o perversa en sí misma. Las tres sirven a buenos
propósitos en nuestras vidas, y así debe ser, porque Dios las
puso en los seres humanos cuando los creó.
M iedo. Esta emoción nos protege de hacer cosas e ir a sitios
que nos causarían perjuicio. El miedo a quemarse nos previene
de tocar un homo ardiente, y el miedo a caer evita que nos
aproximemos demasiado al borde de un precipicio que no está
protegido por una valla. El miedo también nos impulsa a evi­
tar acercarnos demasiado a personas que podrían dañamos
física o emocionalmente. Por ello, a pesar de lo negativo del
miedo, se trata de un don de Dios.
Sentim iento de culpa. Dios es un ser muy moral, y nos ha
dado un sentido de moralidad. Ese es uno de los aspectos en
que nos creó a su imagen. El sentimiento de culpa es la emo­
ción que sentimos cuando hacemos algo que consideramos
inmoral. Nos advierte de que hemos traspasado fronteras
morales y nos apremia a corregirlo. También nos motiva a
rechazar la tentación cuando regresa. Por eso, nuestra capa­
cidad para sentir culpa es un don de Dios.
Ira. Dios también nos ha dado la capacidad de enfadar­
nos. Algunos cristianos piensan que el enojo es malo. No
lo es. Pablo aconsejó así a los cristianos de Éfeso: «Airaos,
pero no pequéis» (Efe. 4: 26). No dijo que la ira o el enojo
. 10. Desafíos a la amistad con Dios • 1 3 9

sea pecado. Dijo que no permitiéramos que la ira nos con­


dujera al pecado. Pecamos cuando perdemos los estribos y
atacamos a otros. Dios nos dio la capacidad de sentir ira por­
que nos mueve a protegemos de la gente que querría mal­
tratamos. También nos estimula a intervenir cuando vemos
que otros están sufriendo maltrato, motivo por el cual la ira
es un don de Dios.
Desafortunadamente, a veces en este mundo de pecado
estas emociones que Dios pensó para protegemos, en lugar
de ello nos impiden experimentar una amistad auténtica­
mente grata con él. En las próximas páginas, compartiré con
usted algunas reflexiones sobre cómo el miedo, el senti­
miento de culpa y la ira pueden desafiar nuestra amistad con
Dios y cómo podemos usarlos como trampolines hacia una
más satisfactoria amistad con él.
M iedo
¿Puede usted imaginarse viviendo con alguien a quien
teme? Algunas personas no necesitan imaginárselo: su ma­
rido o su esposa, su padre o su madre, las maltratan física,
verbal o emocionalmente. En tales casos, el miedo es nor­
mal. Sencillamente, no es posible que tales relaciones sean
verdaderamente amorosas. Dice el apóstol Juan: «El que
teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Juan 4:18).
Algunas personas tienen miedo de Dios. Piensan en él
como el Policía moral del universo y temen que se enfade
con ellos por causa de todos los pecados que han cometido.
Se lo imaginan clavándoles un dedo huesudo en el pecho y
espetándoles: «¡Pecador! ¡Malvado! ¡Acabarás ardiendo!».
Dios es mucho más grande y poderoso que los humanos.
Eso hace de él alguien a quien deberíamos prestar atención.
No podemos escapar de él. Dirigiéndose a Dios, dice el sal­
mista: «Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme. Has
1 4 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

entendido desde lejos mis pensamientos» (Sal. 139: 2). Dios


sabe dónde estamos y qué estamos haciendo en cada segundo
de nuestra vida. Incluso sabe lo que estamos pensando. En
otras palabras, Dios podría ser el Brother (Gran Hermano)
que nos vigila y lee nuestros pensamientos durante veinti­
cuatro horas al día los siete días de la semana. Ciertamente
es el Policía moral del universo. ¡No es raro que sientan terror
hacia él!
Desgraciadamente, al igual que no podemos tener una
grata amistad con un ser humano que nos inspira miedo,
tampoco podemos tenerla con Dios si le tememos. Eso fue
lo que descubrieron Adán y Eva. Cuando Dios vino a visi­
tarlos aquella tarde después de que comieran del fruto pro­
hibido, trataron de esconderse de él. Y cuando Dios los
encontró, Adán explicó el motivo: «Tuve miedo» (Gén.
3: 10). Pensó en Dios como en un juez vengador. El se
había aproximado a ellos como Amigo. Fue el sentimiento
de culpa lo que les llevó a interpretar su venida como una
amenaza.
A mi juicio, todo el miedo a Dios se basa en malenten­
didos sobre él. El miedo a que nos castigue por nuestros mu­
chos pecados se basa en un malentendido de su actitud
hacia las personas que desobedecen su ley.* Él acogía a los
pecadores y comía con ellos (ver Luc. 15: 1-2; ver también
Mat. 9: 10-11). Y Juan nos cuenta que Jesús perdonó a una
mujer que había cometido adulterio (Juan 8: 1-11).
Muchas personas temen a Dios porque creen -errónea­
mente- que castiga a los pecadores quemándolas en el in­
fierno por toda la eternidad. El título de un vehemente
sermón que el teólogo del siglo XVIII Jonathan Edwards

* No quiero decir que Dios nunca castigue a n adie por pecar. Pero antes de castigar, se esfuerza
al máximo jpor atraerlo h acia él.
10. Desafíos a la amistad con Dios • 141

predicó el 8 de julio de 1741 alude a esa creencia: «Pecado-


res en manos de un Dios airado». En aquella ocasión, dijo
Edwards: «El Dios que te sostiene sobre el abismo del in­
fierno, como si sostuviera a una araña o a algún repugnante
insecto sobre el fuego, te aborrece, y está terriblemente eno­
jado: su ira hacia ti arde como el fuego; te mira como in­
digno de ninguna otra cosa que arrojarte al fuego; [...] eres
diez mil veces más abominable a sus ojos que la serpiente
más venenosa y maligna lo es a los nuestros».1
¡Eso es espantoso! Ya lo es pensar en sufrir tormento
eterno. Aún peor es el retrato de un dios -la minúscula es
intencionada- airado, vengativo y lleno de odio. Este dios
mantiene vivas a las personas durante las edades sin fin de
la eternidad solo para poder seguir castigándolas ad -
tum , sin límite. ¡No es raro que quienes creen en la doctrina
del tormento eterno tengan miedo de Dios!
En sus años adolescentes, Elena G. de White tenía esta
visión de Dios. Herbert Douglass, autor de una biografía
sobre ella, dijo que el miedo al eterno castigo «causó una
profunda angustia a la joven Elena, como lo hace con cual­
quiera que se pregunte en cuanto a un Dios que castigaría a
los pecadores para siempre».2
Muchos adventistas temen a Dios por causa de su in­
comprensión del juicio investigador. La esposa de Clifford
Goldstein es un típico ejemplo. En su libro Desequilibrio fatal,
Clifford contó que a su esposa le enseñaron «que el juicio
se está llevando a cabo actualmente en el cielo, y que nues­
tros nombres pueden pasar a revisión en cualquier momento.
Nadie puede precisar cuándo sucederá; pero cuando nues­
tros casos sean examinados, si no hemos sido absolutamente
perfectos, nuestros nombres serán borrados del libro de la
vida. Estaremos perdidos. Cuando esto suceda, no nos da­
remos cuenta de ello, y podremos continuar luchando por
1 4 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

alcanzar la perfección, aunque para nosotros ya sé haya


cerrado la puerta de la gracia y estemos viviendo sin espe­
ranza».3 h ■ ' i# ■ r- ;
Hay un grave malentendido acerca del juicio investiga­
dor. Dios está a nuestro lado en el juicio. El no es nuestro
acusador; lo es Satanás. Y Jesús es nuestro Abogado. El
quiere defendemos frente a todas las acusaciones de Sata­
nás. Ni Dios ni los ángeles exigen que seamos perfectos
antes de que el tribunal falle a nuestro favor. La perfección
no es lo que gana nuestro acceso al reino eterno de Dios.
La base de nuestra aceptación es si, tenemos o no una rela­
ción con Jesús, que permite que su justicia cubra nuestra pe-
caminosidad. Si amamos a Jesús y nos esforzamos al máximo
en servirle, no necesitamos tener miedo alguno al juicio in­
vestigador.* , . ■ .
Puede que hayamos crecido con la enseñanza de que
Dios es nuestro Amigo, y que, ya adultos, asintamos con la
cabeza cuando alguien dice «Dios es amor» (1 Juan 4: 8).
Pero las preocupaciones relativas al juicio investigador y
otros malentendidos pueden hacer que le tengamos miedo,
En ese caso, nuestro concepto de Dios como un Amigo amo­
roso es básicamente una teoría, una doctrina, una proposi­
ción teológica que hemos aceptado como intelectualmente
cierta. Dios siempre pensará en nosotros como sus amigos,
pero, en la medida en que le tengamos miedo, nosotros no
podremos pensar en él como en alguien entéramente amis­
toso. Si le tememos, no podemos tener una amistad plena­
mente grata con él. Para que pensemos verdaderamente en
él como amigo, hemos de sentimos a gusto con Dios. Tene­
mos que confiar en él y estar en paz con él.
* En los cuatro primeros capítulos de mi libro El juicio investigador (Doral: IADPA, 2011) abordo
con alguna extensión el propósito del juicio investigador. En la presente obra trataré más ade­
lante la cuestión de si debemos ser perfectos para sobrevivir al cierre del tiempo de gracia y
recibir la vida eterna. '' ' L - " ■ ■ ' ' '• l
10. Desafíos a la amistad con Dios • 1 4 3

Así pues, ¿qué debería hacer usted si teme a Dios? He


aquí tres sugerencias. Primero, hable con él sobre su miedo.
Cuéntele con tanto detalle como pueda por qué le teme.
No le contará nada que él ya no sepa. Hacerlo le beneficiará
a usted, no a él. Le ayudará a relajarse. También le reco­
miendo que ponga por escrito esas oraciones en las que usted
le explica a Dios por qué le teme. He podido constatar que
escribir acerca de un problema que estoy enfrentando me
ayuda a clarificarlo en mi mente. Cuando escribo, obtengo
nuevas percepciones, y cuanto más escribo, más percepcio­
nes obtengo. El Espíritu Santo, de quien dijo Jesús que nos
guiará a toda verdad (ver Juan 16:13), es quien provee este
crecimiento en la comprensión.
Segundo, lea acerca de Dios en la Biblia. Haga de ello
una parte de su tiempo devocional. Lea especialmente las
historias sobre Jesús. Después de todo, él dijo que quien le
haya visto a él ha visto a Dios (Juan 14: 9). También le re­
comiendo a usted que lea libros de Elena G. de White sobre
Jesús, particularmente El Deseado de todas las gentes, Palabras
de vida del gran M aestro, A sí dijo Jesú s* y El cam ino a Cristo.
Estos libros le aportarán excelentes percepciones sobre Jesús
y, en consecuencia, sobre Dios. Y luego están los Salmos.
Los salmistas afrontaron todas las emociones que siente
usted respecto a Dios. Lo que usted aprenda acerca de cómo
gestionaron esas emociones le ayudará a saber cómo mane­
jar las que usted mismo siente en su relación con Dios.
En tercer lugar, le sugiero que comparta sus miedos con
alguien en quien usted confíe: su pastor, un miembro de
iglesia sabio y espiritual, o un amigo. Pablo les dijo a los cris­
tianos de Galacia que deberían «sobrelleva[r] los unos las

* También conocido como El discurso maestro de Jesucristo. [N. del T.]


1 4 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

cargas de los otros, y cumpli[r] así la ley de Cristo» (Gál.


6: 2). Al tener miedo de Dios, está usted llevando una carga
espiritual. Permita que otro le ayude a llevarla. ¡Para eso está
la iglesia!
Sentimiento de culpa
Como el miedo, el sentimiento de culpa dificulta que las
personas tengan una amistad realmente grata con Dios. Este
sentimiento se presenta en dos versiones: auténtica y falsa.
A uténtico sentim iento de culpa. Experimentamos un autén­
tico sentimiento de culpa cuando hacemos algo que cier­
tamente está mal y lo sabemos, pero aun así lo hacemos.
Cuando Dios creó a los seres humanos a su imagen (ver
Gén. 1:27), nos dio tanto inteligencia como un sentido ins­
tintivo del bien y del mal. Debido a nuestra condición
pecaminosa, ese sentido moral se ha embotado y distorsio­
nado, motivo por el cual necesitamos la orientación moral
de la Biblia. Sin embargo, todo ser humano aún tiene una
porción de este instintivo sentido del bien y del mal, y
cuando violamos ese sentido moral, cuando hacemos algo
que sabemos que está mal, nos sentimos culpables. No te­
nemos que damos la orden de sentimos culpables cuando
violamos nuestra conciencia; ese sentimiento surge de ma­
nera automática. La cuestión es cómo debemos enfrentarlo.
Algunas personas lo enfrentan endureciendo sus con­
ciencias. El mal qué antes aborrecían, empiezan a tolerarlo,
y más tarde a abrazarlo.* Podemos sentir que una práctica
específica es incorrecta, pero si acallamos la voz de la con­
ciencia una y otra vez, finalmente nos acostumbramos a
ello, y nuestra conciencia deja de incordiamos al respecto.

* Parafraseando a Alexander Pope.


10. Desafíos a la amistad con Dios • 1 4 5

La manera bíblica de enfrentar una conciencia culpable


es confesar el pecado que hemos cometido y aceptar el per­
dón de Dios. La promesa es segura: «Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y
limpiamos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Si el pecado que hemos cometido involucra solamente
a Dios y a nosotros mismos, debemos confesarlo exclusiva­
mente con él. Cuando dañamos a otro ser humano, hemos
de confesárselo a esa persona aparte de a Dios. Esto puede
parecer difícil o incluso imposible de hacer. Si eso es lo
que experimenta usted acerca de una confesión que es pre­
ciso que haga, le sugiero que emplee la siguiente oración:
«Señor, no puedo decidirme a confesarme ante esa persona
en este momento. Sin embargo, estoy dispuesto a que tú me
hagas desearlo». Repita esa oración sinceramente todos los
días, y oportunamente tendrá usted el valor para confesarse.
Algunos cristianos pueden creer que están perdidos mien­
tras no efectúen su confesión, pero yo no lo creo. Estoy con­
vencido de que Dios acepta nuestros sinceros esfuerzos por
seguir su voluntad, incluyendo la confesión de nuestros pe­
cados, y de que no nos niega la seguridad de la salvación
cuando emprendemos el proceso.
Creo que conviene considerar un par de cautelas sobre
la confesión a otra persona de una culpa grave que usted ha
cometido y de la cual puede que la víctima nada sepa. Pri­
mera, consulte con un consejero profesional que sea cris­
tiano. Si su confesión provocaría a la persona perjudicada
más daño que beneficio, podría ser mejor que usted la efec­
tuara solo con Dios. El lo entenderá. Segunda, si el pecado
que usted cometió no fue solo una violación de la ley de
Dios sino también una seria violación de la ley de su país,
debería consultar con un abogado antes de llevar a cabo su
confesión. Tanto si el abogado le aconseja confesar su acto
1 4 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

ante la(s) víctima(s) como si no, esta consulta le puede ayu­


dar a efectuar la confesión de un modo que minimice las
consecuencias legales.
Falso sentim iento de culpa. Pero también podemos sentir­
nos culpables sin motivo real. Ocurre cuando creemos erró­
neamente que algo está mal a ojos de Dios. Pablo abordó
este problema en 1 Corintios 8. Dijo que no había nada
malo en absoluto en comer carne que hubiera sido ofrecida
a un ídolo, pero algunos cristianos de aquel tiempo creían
que hacerlo era realm ente malo. Pablo aconsejó a los cristia­
nos más fuertes que se abstuvieran de comer carne ofrecida
a un ídolo en presencia de cristianos débiles que creyeran
que hacerlo era pecado. Sin embargo, aunque Pablo no lo
dijo expresamente, creo que él habría estado de acuerdo en
que, como el alimento no era malo en sí, la mejor solución
habría sido que los cristianos débiles hubieran educado sus
conciencias.
Los cristianos afrontan hoy cuestiones similares. Cuando
yo era niño, me enseñaron que nadar en sábado era pecado.
Recuerdo cómo bromeaba con mis amigos sobre cuánto po­
díamos sumergimos en el agua antes de que fuera pecado.
¿Hasta los tobillos? ¿Hasta las rodillas? ¿Hasta la cintura?
Un sábado, me sumergí por completo en un riachuelo
cuando tenía doce años. Lo encontré muy divertido. No re­
cuerdo haberme sentido culpable por ello. Tampoco creo
que debiera haberme sentido culpable, ni haber confesado
lo que había hecho y orado para pedir perdón. En lugar de
ello, alguien me debería haber dicho que lo que yo hice era
algo completamente inocente. Creo que la mayoría de los
adventistas actuales de Norteamérica estarían de acuerdo
con esta conclusión.
Educar la conciencia de uno puede ser muy difícil y do­
loroso. Nuestras emociones nos gritan que lo que estamos
10. Desafíos a la amistad con Dios • 1 4 7

haciendo está mal, mientras, al mismo tiempo, nuestra


mente racional, informada tras un examen cuidadoso de la
evidencia inspirada, nos dice que no hay nada de malo en
la conducta específica en cuestión. La solución a este pro­
blema es pedir a Dios que elimine el sentimiento de culpa.
Generalmente, esto no ocurre al instante; el proceso lleva
su tiempo. Pero si persistimos junto a Dios, la conciencia
mal informada se reformará finalmente.
Superar el pecado arraigado. Otro problema relacionado
con el sentimiento de culpa es la cuestión de cómo debemos
afrontar un hábito pecaminoso que no podemos eliminar
instantáneamente. Podemos aceptar el hecho de que Dios
nos perdonará la segunda, la tercera o la cuarta vez que cae­
mos, pero, ¿también la centésima o la milésima? ¿Por qué
Dios no nos capacita para dejar de hacer algo en cuanto nos
percatamos de que es pecado? ¿Por qué tenemos que luchar
tan duramente y padecer tanto sufrimiento mental y emo­
cional?
Creo que Dios tiene una buena razón para haber dis­
puesto que logremos la victoria sobre la tentación del modo
en que usualmente debemos hacerlo. No es simplemente
cuestión de que eliminemos la mala conducta. El asunto
clave es el desarrollo del carácter. Dios desea que abando­
nemos la conducta incorrecta, pero considera más impor­
tante aún que corrijamos el defecto de carácter que nos
impulsa a ella. El sabe que cuando el defecto de carácter
se corrige, la conducta se ajusta a ello.
Si bastara que Dios chasqueara los dedos para que se
corrigieran al instante nuestros defectos de carácter, estaría
violando nuestra libre voluntad. Seríamos meros robots.
Dios no puede cambiar nuestros caracteres mientras siga
dándonos libertad de elección. Nuestros caracteres son con­
figurados por n uestras decisiones, no por las suyas. La parte
1 4 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

de Dios es asistimos por medio de su Espíritu Santo, que nos


infunde convicción, percepción, arrepentimiento y el poder
para poner en práctica nuestras decisiones correctas. Ese es
un proceso que lleva tiempo, y durante el cual a veces to­
mamos decisiones erróneas. Dos pasos adelante, un paso
atrás. El problema es cómo enfrentar el sentimiento de
culpa que experimentamos cuando damos ese paso atrás y
cedemos a la tentación. ¿Cómo se relaciona Dios con noso­
tros cuando llevamos meses luchando o quiza incluso años
para superar una tentación especifica y sucumbimos a ella
de nuevo? ¿Cómo afecta eso a nuestra amistad con él?
¿Cómo podemos sentir paz mental cuando hemos caído otra
vez?
Aquí es vital una correcta comprensión de la justifica­
ción. ¿Recuerda usted la cita de Elena G. de White que
compartí en el capítulo 7? Hela aquí de nuevo: «Cuando
está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se
hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y
ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y suple la
deficiencia con sus propios méritos divinos» (IMS 448).
La cuestión, como expliqué en el capítulo 7, es la lealtad.
Dios está buscando la lealtad de usted a sus mandamientos,
no su perfecto cum plim iento de los mismos. Si usted quiere
vivir en armonía con su voluntad, y si usted hace lo posible
por vivir en armonía con ella, entonces él acepta eso como
lo mejor que puede usted ofrecer, y suple sus fracasos con
los propios méritos divinos. Usted necesita confesar sus pe­
cados, por supuesto. Eso es un hecho. Pero no tiene por qué
sentir que Dios le ha abandonado porque usted cayera otra
vez. Elena G. de White resumió este principio en solo doce
palabras: «Cuando hacemos lo mejor que podemos, él llega
a ser nuestra justicia» (IMS 432). Si usted sinceramente se
propone vencer, será cubierto por la justicia de Cristo du­
10. Desafíos a !a amistad con Dios • 1 4 9

rante todo el tiempo que se halle inmerso en el proceso que


conduce hacia la victoria, incluso en los momentos en los
que usted ceda a la tentación. Eso es lo que significa justifi­
cación.
¿Culpa, o rem ordim iento?
Hay otro tipo de falsa culpa que
preocupa a algunas personas. Suponga que usted ha hecho
algo que ha causado a otro -o quizás a usted mismo- una
pérdida de por vida. Después se lo ha confesado a Dios y, en
caso apropiado, a esa otra persona, pero usted sigue sintién­
dose culpable.
Bueno, en realidad puede que no sea culpa lo que usted
siente. Hay que distinguir entre culpa y remordimiento.
Usted probablemente se sentirá mal por el resto de su vida
cuando piense acerca de lo que hizo y lo que ello le produjo
a la otra persona. Eso es remordimiento, no culpa. Una vez
que usted ha resuelto las cosas con esa otra persona, y tam­
bién con Dios, se halla libre de culpa. Si la sigue sintiendo,
es falsa culpa. Usted puede darse a sí mismo la orden de
hacer caso omiso de esos sentimientos de culpa.
Sin embargo, la única manera de deshacerse del remor­
dimiento sería desarrollar amnesia acerca de lo que ocurrió.
Por ello, permítase sentir el remordimiento y pídale a Dios
que le ayude a distinguir entre el mismo y la culpa. Si sigue
sintiéndose culpable, no podrá perdonarse a sí mismo. Ya
que Dios le ha perdonado, ciertamente también usted tiene
derecho a perdonarse.
De nuevo, trate de determinar si está enfrentándose con
una culpa o con un intenso remordimiento. No puede lu­
char con este y ganar. Usted siempre se sentirá triste acerca
de lo que ocurrió. Pídale a Dios que le ayude a aceptar el re­
mordimiento y a tener paz.
1 5 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Ira
Un tercer problema que puede desafiar su grata amistad
con Dios es un sentimiento de enojo hacia él. La idea de
que podemos indignamos con Dios les suena blasfema a mu­
chas personas. Piensan que es pecado enfadarse con cual­
quiera, así que seguramente la ira dirigida a Dios es el peor
de los pecados de ira. Sin embargo, como he señalado antes
en este capítulo, la ira es una emoción perfectamente nor­
mal. Dios nos la dio para protegemos de los abusos y para
movemos a intervenir cuando vemos que otros los sufren.
Así, nuestro enojo aflora fácilmente cuando algo malo nos
ocurre. Cuando sabemos que el mal que hemos sufrido es el
resultado de las acciones de otro ser humano, inmediata­
mente sentimos indignación respecto a esa persona.
¿Hacia dónde dirigimos nuestra ira cuando la tragedia
que hemos sufrido ha sido causada por «un acto divino»?
Hacia Dios, por supuesto. Incluso si es obvio que un ser hu­
mano tiene la culpa, como cuando un allegado nuestro muere
atropellado por un conductor borracho, nos preguntamos por
qué no intervino Dios para evitarlo. A menudo nuestro grito
«¿Por qué, Señor, por qué?» es fruto de un profundo enojo
porque Dios haya permitido que nos suceda algo horrible.
«¡Podías haber impedido que ocurriera! ¿Por qué no lo hi­
ciste?».
Por eso, si usted siente ira hacia Dios por algo malo que
ocurrió y si esa ira le preocupa, mi primera palabra de con­
sejo es: relájese. Dios es lo bastante grande como para ges­
tionar cualquier ira que sienta usted hacia él.
Mientras que algunas personas tienden a desanimarse
cuando alguien expresa ira hacia ellas, muchas otras reac­
cionan enfadándose con la persona enojada. Eso es lo que
origina peleas a puñetazos y otras formas de violencia. Las
prisiones del mundo están llenas de personas que permitie­
10. Desafíos a la amistad con Dios • 151

ron que explotase su ira. Es rara la persona que puede man­


tener la calma ante un ataque airado, sea físico o verbal.
Pero la calma de Dios es muy superior a cualquiera que los
seres humanos podamos reunir. Él puede hacer frente a cual­
quier cosa que arrojemos sobre él.
En segundo lugar, tenga usted en cuenta que Dios en­
tiende su dolor. De hecho, él mismo lo experimenta. ¿Ha
visto alguna vez cómo un niño de cinco años se ponía furioso
por algo -le daba una rabieta-, y ha observado luego cómo
su madre lo tomaba en sus brazos, lo apretaba contra sí y le
susurraba al oído? El enojo del niño puede que le lleve a lu­
char durante un rato, pero a medida que su madre le abraza
y sigue susurrándole palabras dulces, él se relaja paulatina­
mente, se va limitando a gimotear, y se calma.
Así es como Dios responde a nuestra ira. Es muy paciente.
Está dispuesto a damos todo el tiempo que necesitemos para
tratar con la ira que sentimos hacia él.
En tercer lugar, le animo a usted a no precipitarse en re­
solver su enojo hacia Dios. Las emociones se atenúan de ma­
nera gradual. Los seres humanos no podemos cambiar los
sentimientos profundos en un abrir y cerrar de ojos. Puede
llevar semanas, meses, y en algunos casos incluso años resol­
ver completamente el enojo que sentimos contra Dios o con­
tra otra persona por causa de un grave perjuicio o pérdida.
Necesitamos damos tiempo para trabajar con esa ira y no
pensar que algo es malo porque no desaparece de inmediato.
Esto es tan cierto de nuestros sentimientos de ira hacia Dios
como lo es de nuestro enojo hacia otros humanos. El esfuerzo
por resolver la ira de inmediato muy probablemente pro­
voque su expulsión de nuestra consciencia: lo que los psi­
cólogos llaman «taparlo». Eso no arreglará las cosas; solo
enterrará el enojo bajo la superficie, donde bullirá hasta que
otro suceso lo haga explotar aún más violentamente.
1 5 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

En cuarto lugar, le recomiendo a usted que hable con


Dios acerca de la ira que siente hacia él. Puede incluso agitar
el puño en dirección a él si lo necesita. No le estará infor­
mando de nada que él no sepa ya, pero puede usted benefi­
ciarse con la discusión o con su explosivo desahogo. Si se
pone hecho una furia con Dios, usted se sentirá mejor
cuando -una vez que todo termine- se confiese ante él del
mismo modo que lo hace cuando se disculpa con un amigo
o un ser querido por un estallido de ira. Y cuando se dé
cuenta de que Dios entiende sus sentimientos y le sigue
amando de todos modos, su amistad con él será mucho
más estrecha que antes.
Finalmente, le sugiero que perdone a Dios.
«¡¿Cómo?!», me replicará. «Dios no peca. No necesita
perdón».
¿Ah, n o..'. ? ¡Yo creía que se encontraba usted ahora
mismo tan airado con él que le estaba amenazando con el
puño!
En realidad, estoy de acuerdo con usted en que Dios
nunca peca, pero cuando usted se enfada con él, no es eso
lo que está pensando. Muchas personas han obtenido un pro­
fundo alivio de la tensión y del dolor derivados de un agravio
perdonando a la persona que les hizo daño, pues incluso si el
perpetrador nunca se disculpa, perdonarle ayuda a la víctima
a aceptar lo que pasó y a deshacerse del enojo. Y usted nece­
sita ese alivio cuando se siente indignado con Dios. Expre­
sarle su enfado le ayudará a aceptar lo que ocurrió, aliviando
así su ira, que es de lo que se trata.
En conclusión
Al principio de este capítulo he señalado que escogí la pa­
labra desafíos en lugar de obstáculos para el título del capítulo
porque deseo que usted piense en el miedo, el sentimiento
10. Desafíos a la amistad con Dios • 1 5 3

de culpa y la ira como peldaños en el camino hacia el pro­


greso en su relación con Dios, no como impedimentos a esa
amistad. Puede parecer, mientras lucha usted con uno o más
de estos desafíos, que realmente bloquean su amistad con
-Dios. La cuestión es si usted permitirá que eso ocurra.
Las personas discapacitadas pueden renunciar a la lucha
por una vida satisfactoria constante y dejarse llevar, dete­
riorándose, hacia una muerte prematura. Pueden permitir
que su enfermedad o su estado bloquee su progreso. O pue­
den decidir luchar. Sin duda usted se habrá sentido inspirado
por historias de personas que vieron su limitación como un
desafío y que hicieron importantes contribuciones a otras
personas a pesar de su discapacidad. Espero que usted se re­
lacione con sus sentimientos de miedo, culpa e ira hacia
Dios de esa forma. Permita que sean desafíos qüe -cuando
usted los haya superado- le llevarán a una relación aún más
estrecha con Dios de la que habría tenido si nunca los hu­
biera experimentado.
Es importante que tenga en cuenta que enfrentar estos
desafíos es un proceso, no un suceso. Dondequiera que se
encuentre usted en su relación con Dios en este momento,
se halla usted en un punto positivo. Dios no espera que lle­
gue usted al mismo nivel hoy que dentro de un año. Para
entonces, usted debería tener una relación con Dios más
grata que la que tiene ahora, y un año después de eso su re­
lación con él será aún mejor. Pero cada etapa ya es positiva
de suyo.
Dios le ha proporcionado un tiempo de gracia porque
su gran anhelo es tenerle como amigo. Así que deje que su
miedo, su sentimiento de culpa y su ira hacia él sean desafíos
que le ayuden a crecer en esa relación.
1 5 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

N ot as del capítu lo
1. Jon ath an Edwards, «Sin n er s in th e H an ds o f an An gry G od », Christian Classics
Ethereal Library, h ttp://w w w .ccel.org/ccel/edw ards/serm on s/sin n ers.h trn l.
2. H erbert E. Douglass, M ensajera del Señor: El ministerio profetico de Elen a G . de
W hite (Nam pa [Idaho, EE.UU.]: Pacific Press; Buen os Aires: A C ES; Doral [Flo­
rida, E E.U U J: IADP A, 2000), pág. 68.
3. Clifford Goldst ein , Desequilibrio fatal (Doral [Florida, EE.UU.]: AP IA, 1994),
págs. 19-20.
Parte III

Asuntos relacionados
con el cierre
del tiempo de gracia
in
¿Cómo podrá cerrar Dios
el tiempo de gracia?

eténgase a pensar por un momento en las implicacio­

D nes de decir que un día se cerrará el tiempo de gracia


para toda la raza humana. Independientemente de
cuándo crea que se cerrará, si en la venida de Cristo o an tes,
la conclusión es la misma. Habrá solo dos grupos de perso­
nas en la tierra en ese momento: los que se salven y los que
se pierdan; los que sean fieles a Dios y los que se rebelen
contra él. Esto queda especialmente bien ilustrado por las
parábolas de Cristo del trigo y la cizaña y de las ovejas y
las cabras. En cambio, hoy hay tres grupos de personas: los
que han hecho una firme y definitiva decisión por Cristo;
los que han hecho una firme y definitiva decisión con tra
Cristo; y los que no se han decantado firmemente en uno
ni en otro sentido. Y el tercer grupo está continuamente re­
novándose a medida que millones de personas nacen en
todo el mundo.
Menos complejo debió de ser para Dios habilitar el
tiempo de gracia de Adán y Eva. Eran solo dos personas, y
1 5 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

estoy seguro de que inmediatamente decidieron volver del


lado de Dios. Cerrar el tiempo de gracia en ese momento
habría sido fácil. Pero luego Adán y Eva tuvieron hijos, y
esos hijos más hijos, los cuales tuvieron aún más h ijos...
y así sucesivamente durante seis mil años. Hoy más de siete
mil millones de personas habitan el planeta Tierra, y en­
gendran millones más cada año.* Cada una de estas perso­
nas, por supuesto, requiere su propio tiempo de prueba, y la
mayoría de ellas engendrarán más personas que también lo
necesitan.
¿Cómo puede Dios, con plena justicia, cerrar el tiempo
humano de gracia cuando millones de nuevos candidatos
nacen cada año? ¿No merecen ellos la misma oportunidad
que tuvieron todos los demás para obtener la salvación?
¿Por qué el hecho de nacer justo antes del fin del tiempo
de gracia les ha de negar el privilegio que todos los demás
seres humanos han tenido durante los pasados seis mil años?
No tengo respuestas para todas las preguntas que pueden
suscitarse acerca del cierre del tiempo de gracia. Por ejem­
plo, de vez en cuando me preguntan cómo abordará Dios el
asunto de los bebés y los niños que no han alcanzado aún
la edad de responsabilidad moral cuando llegue a su fin el
tiempo de gracia. Desafortunadamente, ni la Biblia ni Elena
G. de White informan al respecto, así que no puedo respon­
der a ello. Las reflexiones que compartiré con usted en el
resto del capítulo se refieren a cómo va a guiar Dios a quie­
nes sí han llegado a la edad de responsabilidad moral hasta
el punto de tomar una decisión firme y definitiva o por él o
contra él, de manera que toda la población del mundo

* De acuerdo con las estimaciones, por ejemplo en 2009 la población mundial tuvo un crecimiento
neto de 74,6 millones de personas. Ver http://en.wikipedia.org/wiki/Population_gTowth.
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia? • 1 5 9

llegue a componerse de las dos únicas clases de personas


que hemos indicado. Solo entonces puede, con toda jus­
ticia, cerrar el tiempo de gracia.
Un mundo religioso
Hay algo que parece seguro acerca del estado del mundo
durante los meses y quizá años que conduzcan al cierre del
tiempo de gracia: será muy religioso. ¿Cómo lo sabemos?
Repasemos Apocalipsis 13.
Juan escribió: «Toda la tierra se maravilló en pos de la
bestia [la que ascendió del mar], y adoraron al dragón [Sata­
nás] que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la
bestia» (versículos 3-4). Y el versículo 8 dice que «la
ron todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no esta­
ban escritos desde el principio del mundo en el libro de la
vida del Cordero que fue inmolado».
Reflexione en esto por un momento. ¿Se parece a la so­
ciedad en la que vive hoy? Hay muchos cristianos, musul­
manes, hinduistas y otros que están acostumbrados a adorar
de manera regular. Pero hay también muchos escépticos, in­
fieles, agnósticos y ateos que no parecen tener interés en
ello y, al menos en Occidente, su porcentaje se incrementa
a diario en el conjunto de la población. Y, como ya hemos
recordado, Apocalipsis dice que toda ¡a tierra adorará a la
bestia.
El problema se vuelve aún peor cuando leemos lo que
Apocalipsis dice sobre la bestia que surge de la tierra. Juan
escribió que hará que «la tierra y sus habitantes adoren a la
primera bestia» (versículo 12). Además, erigirá una imagen
de la primera bestia y hará «matar a todo el que no la ado­
rara».
Claramente, la bestia surgida de la tierra es mucho más
que una simple entidad religiosa. Es también una poderosa
1 6 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

entidad política que tiene autoridad global, y usará su poder


político para imponer un férreo programa religioso. Se exi-
girá que todos los seres humanos que habitan el planeta Tie­
rra adoren a la bestia del mar. Los que se nieguen sufrirán
boicot económico y posiblemente incluso la muerte a manos
de la bestia de la tierra. Y es el estado el que impondrá esta
religión global.
Durante la última parte del siglo XX yo podría haber
creído que la Union Soviética llevaría a cabo este tipo de
persecución. Puedo también imaginar que China o algún
país musulmán lo haría en nuestros días. Pero, ¿los Estados
Unidos? ¿Europa? ¿Australia? Más increíble suena aún res­
pecto a la mayor parte de América Latina. Sin embargo, ahí
lo tiene usted: Apocalipsis dice en sencillo inglés (o español,
o francés, o griego) que una muy estrecha unión entre iglesia
y estado existirá en todo el mundo poco antes del fin de los
tiempos.
El título de este capítulo es «¿Cómo podrá cerrar Dios el
tiempo de gracia?». En otras palabras, ¿como puede dividir
el mundo en solo dos grupos —los fieles a él y los que no lo
son—cuando siguen naciendo personas cada día? Apocalipsis
sugiere que Dios lo hará permitiendo que se desarrolle un
clima religioso y político que será similar al que sostuvo la
Inquisición durante la Edad Media. El estado impondrá a
todo ser humano participar en esta adoración. La gente sera
forzada a tomar una posición definitiva por Dios o contra
Dios. Los que opten por permanecer fieles al Señor recibirán
el sello de Dios en medio de un ambiente de lo más adverso.
Quienes tomen la fácil decisión de seguir a las autoridades
políticas y religiosas recibirán la marca de la bestia. Asi sera
como Dios llevará a todas las personas de este planeta a elegir
entre obedecerle a él o brindar su adhesión al dragón y las
bestias para, a raíz de ello, cerrar el tiempo de prueba.
Pero existe todavía un enorme problema.
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia? • 161

¿En el m u n do d e h oy ?
Seamos realistas acerca del tiempo en que vivimos. Pre­
viamente, en este capítulo, he señalado que el mundo actual
está abandonando la religión, especialmente en Occidente.
Estados Unidos y Cañada están desarrollando rápidamente
culturas seculares. Crecientes cifras de ateos y de agnósticos
desafían el papel histórico de la religión en la escena pú­
blica: ya no se admiten cruces en el espacio público, ni ora­
ciones al comienzo de los plenos de los ayuntamientos y las
asambleas legislativas. La lista continúa y continúa. La re­
ligión no esta de moda. Lo que se lleva es el secularismo,
que alcanza su apogeo. Y si usted piensa que las cosas van
mal en Norteamérica, eche un vistazo a Europa y Australia.
Los países de estos continentes son aún más seculares
que los Estados Unidos y Canadá.
En cierto sentido, esto no debería sorprendemos. La so­
ciedad evoluciona constantemente. El mundo de hoy no
tiene nada que ver con el de los años cincuenta del siglo
pasado, como cualquiera que tenga sesenta años o más puede
atestiguar. Somos espectadores privilegiados de la evolución
de la sociedad desde la religión al secularismo. El problema
es que los cambios sociales y culturales de esta magnitud
pueden tardar cientos de años en consumarse. Conside­
remos las diferencias entre nuestra cultura religiosa y la
religión obligatoria, tanto católica como protestante, que
dominaba en los siglos XVI y XVII. Fueron necesarios unos
quinientos años para que el mundo occidental evolucionara
hasta lo que es hoy en día. Entonces, ¿serán precisos otros
quinientos años para consumar el paso a una sociedad
secular, y luego un tercer periodo de cinco siglos para desa­
rrollar la cultura descrita en Apocalipsis 13? Si la segunda
venida de Jesús está realmente próxima, como creemos, y
si toda esta adoración religiosa impuesta globalmente ha de
1 6 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

manifestarse antes de que él retome, entonces algo drástico


va a tener que ocurrir para que el mundo entero abandone
su actual camino secularista y se oriente en un sentido reli-
gioso e intolerante que se parezca al de la Europa de los si­
glos XVI y XVII.
Téngase en cuenta, además, que los adventistas siempre
han creído que la bestia que surge de la tierra en Apocalipsis
13 representa a Estados Unidos. Y han interpretado la pro­
fecía diciendo que Estados Unidos conducirá al resto del
mundo, incluidos Canadá, Europa y Australia, hacia un
duro sistema político-religioso. ¿Es este escenario siquiera
mínimamente realista dada la deriva secularista del mundo
occidental? Mencionaré cuatro factores por los que creo
que resulta evidente que la respuesta a esta pregunta es afir­
mativa.
1. Laeviden cia inspirada. Para los adventistas del séptimo
día, la evidencia inspirada incluye la Biblia y los escritos
de Elena G. de White. He compartido con usted una breve
visión general de Apocalipsis 13, según la cual el mundo
inmediatamente anterior a la segunda venida de Cristo
será muy intolerante política y religiosamente. Elena G.
de White ofreció aún más detalles en su descripción de ese
mundo. Describiendo el conflicto final, dijo que los «es­
crúpulos de conciencia [de los que observen el sábado] serán
presentados como obstinación, terquedad y rebeldía con­
tra la autoridad. Serán acusados de deslealtad hacia el go­
bierno. [...] En las asambleas legislativas y en los tribunales
se calumniará y condenará a los que guardan los manda­
mientos. Se falsearán sus palabras, y se atribuirán a sus mó­
viles las peores intenciones» (CS 578). Y se espera que eso
ocurrirá en Estados Unidos, cuyo gobierno hará luego que el
resto del mundo siga sus pasos.
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia? • 1 6 3

Ya en la década de 1850, dijo Elena G. de White que vio


«que los magnates de la tierra consultaban entre sí, y Sata­
nás y sus ángeles estaban atareados en tomo de ellos. Vi un
edicto del que se repartieron ejemplares por distintas partes
de la tierra, el cual ordenaba que si dentro de determinado
plazo no renunciaban los santos a su fe peculiar y prescin­
dían del sábado para observar el primer día de la semana,
quedaría la gente en libertad para matarlos» (PE 282).
Así, a pesar de lo poco realista que pueda parecer que
Estados Unidos guiará al mundo hacia una unión iglesia-es­
tado que impone formas específicas de culto religioso con
puño de hierro, tanto la Escritura como Elena G. de White
nos aseguran que esto ciertamente ocurrirá. Mi confianza
en estas fuentes inspiradas es el primer factor que me con­
vence de que la persecución que predicen, sin duda tendrá
lugar en nuestro mundo justo antes de la segunda venida de
Jesús. Podem os esperar que suceda.
2 . La religión conservadora en el m undo de hoy. Mi segunda
razón para creer que la intolerancia religiosa podría desarro­
llarse en el mundo de hoy es la oposición a la separación
iglesia-estado que ya existe entre ciertos grupos en Estados
Unidos. Si desaparece la separación iglesia-estado, la liber­
tad religiosa se extinguirá finalmente con ella. Desgracia-
damente, muchos protestantes de la Derecha Religiosa
están convencidos de que la separación iglesia-estado es un
invento del diablo pensado para sacar a Dios y a la moral
de la sociedad y del estado norteamericanos. Esta tendencia
prosperó de manera especial durante las dos últimas déca­
das, más o menos, del siglo XX. La Derecha Religiosa adqui­
rió relieve cuando sus representantes lograron cambiar
decisivamente la composición del Congreso de Estados Uni­
dos en las elecciones intermedias de noviembre de 1994,
1 6 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

poniendo fin así al dominio de sesenta años del Partido De­


mócrata. Y muchos católicos romanos secundaron a estos
activistas protestantes.
Buena parte del resurgir protestante se debilitó en los
primeros años del siglo XXL Hoy, los secularistas están
avanzando cada vez más hacia el frente y hacia el centro de
la política estadounidense, y algunos expertos políticos
actuales vienen anunciando la muerte de la Derecha Reli­
giosa. Mi consejo es que no se apresuren demasiado en es­
cribir esa necrológica. Algunos secularistas la proclamaron
cuando la Mayoría Moral de Jerry Falwell llegó a su fin a fi­
nales de la década de 1980, solo para despertar de golpe con
la toma republicana del poder tanto del Senado como de la
Cámara de Representantes en 1994.*
Sin embargo, media un largo trecho desde el control por
los republicanos conservadores de ambas cámaras del Con­
greso estadounidense hasta el tipo de intolerancia religiosa
que, según Apocalipsis 13, barrerá el planeta poco antes del
retomo de Cristo. Esto requerirá un giro decisivo desde la
presente cultura crecientemente secular hacia una que esté
dominada por fuerzas religiosas; un giro que, como ya he
dicho, en circunstancias normales necesitaría varios cientos
de años.
3. L a paulatin a erosión de las libertades. Mi tercera razón
para creer que la intolerancia religiosa podría desarrollarse
en Estados Unidos y otras naciones occidentales es la pau­
latina erosión de las libertades que ya está ocurriendo en
esta parte del mundo. Pienso especialmente en Estados Uni­
dos, Canadá, Europa y Australia a raíz de los ataques contra

* Para un a explicación mucho más detallada de la influencia de la Derecha Religiosa en la po­


lítica estadounidense de los años recientes, ver los capítulos 12 y 13 de mi libro ¿Será
podría pasar?
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia? • 1 6 5

las Torres Gemelas de Nueva York, y contra el Pentágono


en Arlington (Virginia), el 11 de septiembre de 2001. En
los años transcurridos desde entonces, la seguridad de los
aeropuertos se ha incrementado drásticamente, incluyendo,
en años más recientes, el uso de escáneres de cuerpo entero.
Y todo el mundo acepta la pérdida de libertad personal
porque somos muy conscientes de la amenaza de los ata­
ques terroristas. Nadie quiere estar en el mismo vuelo que
un fanático dispuesto a hacer estallar el avión en nombre
de su religión.
Igualmente ominoso, aunque menos obvio para el ciuda­
dano medio, es el masivo espionaje electrónico de las tele­
comunicaciones y la interceptación de correos electrónicos
por la National Security Administration (NSA), según fue
revelado por Edward Snowden en junio de 2013. La NSA
justificó sus actividades con el pretexto de proteger al
mundo, y en especial a Estados Unidos, de más ataques
terroristas. La investigación sobre este espionaje todavía
continua cuando escribo estas líneas. Sin embargo, puedo
anticipar que, aunque se apliquen ciertas modificaciones
para evitar las peores invasiones de la privacidad, el pro­
grama se mantendrá básicamente intacto, y la mayoría de
la gente estará de acuerdo en que es necesario a fin de pre­
venir nuevos ataques terroristas.
Lo esencial de todo esto es que en tiempos de crisis, los
occidentales están dispuestos a cambiar libertad por seguri­
dad. Estoy seguro de que este fenómeno será ciertamente un
factor que preparará el terreno para la intolerancia y perse­
cución religiosa que se predicen en Apocalipsis 13.
¿Qué tipo de crisis podría conducir a eso? Esta cuestión
me lleva al cuarto factor.
4- La gran catástrofe venidera. Hace unos cuantos años leí
un libro del sociólogo Michael Barkun titulado Disaster and
1 6 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

the M illennium[Los desastres y el milenio]. Dice Barkun:


«Los desastres producen el cuestionamiento, la ansiedad y
la impresionabilidad que se requieren [para el cambio]; solo
a raíz de ello, se sienten movidas las personas a abandonar
los viejos valores del pasado».1Más adelante, en el mismo
libro, afirma: «Los desastres, al suprimir el entorno al que
estamos familiarizados, eliminan precisamente los marcos
de referencia por los que normalmente evaluamos las de­
claraciones, las ideas y las creencias. Los sistemas de creen­
cias que podrían ser desechados en ausencia de desastres,
ahora inspiran simpatías».2Y es justamente desastres de una
magnitud que el mundo no ha presenciado desde el Diluvio
lo que tanto la Biblia como Elena G. de White predicen
para el futuro de este mundo.
Hablando de la época de grandes desastres que reinarían
poco antes de su venida, Jesús dijo: «Si no se acortaran esos
días, nadie sobreviviría» (Mat. 24: 22, NVI). La Reina-Va-
lera de 1995 (RV95), de manera similar a muchas otras ver­
siones, traduce: «Y si aquellos días no fueran acortados,
nadie sería salvo». Se trata de una traducción técnicamente
correcta. Cuando Mateo escribió este versículo, usó la pa­
labra griega sozo,que es la que emplea el Nuevo Testamen
cuando habla de ser «salvo» en el sentido cristiano de sal­
vación eterna en el reino de Dios.* Sin embargo, yo creo
que los traductores de la Nueva Versión Internacional acer­
taron al traducir sozo en el sentido de «sobrevivir». El con­
texto de las palabras de Jesús es el tiempo de desastre, así
que al decir que nadie sería salvo si Jesús no acortaba ese pe­
riodo inmediatamente anterior a su venida, puede que no
se refiriera a la salvación eterna en el reino de Dios que nor­
malmente asociamos con la palabra salvo.
* Por ejemplo, en H ech os 16: 31 Pablo le dijo al carcelero filipense: «Cree en el Señ or Jesu­
cristo, y serás salvo tú y tu casa». La palabra griega traducida «salvo» es sozo.
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia? • 1 6 7

En vez de ello, entiendo que Jesús se está refiriendo a una


crisis que amenazará la supervivencia de toda la población
mundial, tanto creyentes como no creyentes, poco antes de
su segunda venida. Esto es particularmente evidente en la
versión de Lucas de la profecía de Jesús sobre el día oscuro
y la caída de estrellas. En ella dijo: «Habrá señales en el sol,
la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán an­
gustiadas y perplejas por el bramido y la agitación del mar.
Se desmayarán de terror los hombres, temerosos por lo que
va a sucederle al mundo, porque los cuerpos celestes serán
sacudidos» (Luc. 21: 25-26, NVI).
Comparemos el relato de Lucas con el de Mateo. Mateo
solo menciona la naturaleza de los acontecimientos: caída
de estrellas y oscurecimiento del sol y la luna. No dice nada
acerca de la reacción del mundo a esos acontecimientos.
Lucas también se refiere a las señales en el sol, la luna y las
estrellas, pero el único comentario que hace sobre su natu­
raleza es que «los cuerpos celestes serán sacudidos», sin más
detalles sobre lo que esto quiere decir. En cambio, Lucas va
mucho más allá que Mateo en lo referente a la reacción del
mundo a estas señales, y cita a Jesús diciendo: «En la tierra,
las naciones estarán angustiadas y perplejas por el bramido
y la agitación del mar» (ver. 25). A n gustia implica que «Esto
produce mucho dolor», y perplejidad significa «¿Qué hace­
mos ahora?». Y son «naciones» -ámbito plural, interna­
cional, mundial- las que experimentarán esta angustia y
perplejidad. Jesús también dijo que «se desmayarán de te­
rror los hombres, temerosos por lo que va a sucederle al
mundo» (vers. 26). ¡Esto claramente indica que será un
tiempo de gran peligro global!
¿Qué podría causar una angustia, una perplejidad y un
pánico global tan notables?
1 6 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Imaginemos que el huracán Sandy de 2012, el


japonés de 2011, los terremotos de Haití y Chile de 2010 y
el huracán Katrina de 2005 se hubieran sucedido todos ellos
con una diferencia de solo dos o tres meses entre sí. Como
se espaciaron durante varios años, el mundo se las arregló
para recuperarse razonablemente bien de cada uno de estos
desastres una vez que las naciones no afectadas acudieron a
prestar ayuda. Pero si se agrupan todos ellos en un periodo
de unas pocas semanas y se multiplican por dos o tres -o por
cinco o seis-, se puede comprender el terrible impacto que
esto tendría en el mundo, tanto financieramente como en
términos de sufrimiento humano.
Consideremos también esto: cuando cotejamos Mateo y
Lucas, nos percatamos de que el pánico global que predijo
Jesús será la respuesta de la gente a la caída de estrellas y al
oscurecimiento del sol y la luna. Esto es precisamente lo que
ocurriría si tan solo un pequeño asteroide golpease nuestro
planeta.* Si impactara en el océano, causaría un tsunam i
que inundaría muchos kilómetros de todas las costas cerca­
nas. Si impactara en tierra, podría provocar terremotos y
volcanes, y el polvo de roca que arrojaría a la atmósfera su­
perior podría causar un oscurecimiento del sol y de la luna
en las veinticuatro horas siguientes que afectaría a las épocas
de cultivo en todo el mundo durante un año y puede que
más. El resultado sería una hambruna global.
De hecho, el asteroide DA14 de 2012, de más de 45 me­
tros de diámetro, pasó a más de 28.000 kilómetros de la tie­
rra el 15 de febrero de 2013, una distancia extremadamente
reducida en términos astronómicos. Y los científicos creen

* Para un a descripción mucho más detallada del efecto de un asteroide que impactase en nuestro
planeta, ver las págin as 48-61 de mi libro La gran catástrofe (Buenos Aires: ACES, 1999).
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios ei tiempo de gracia? • 1 6 9

que hay al menos cien mil asteroides próximos a la tierra


del tamaño del DA 14, de los cuales menos del uno por
ciento ha sido descubierto.
Y lo que es más, el mismísimo día en que el DA 14 pasaba
volando junto a la tierra, un meteoro relativamente grande
entraba en la atmósfera terrestre sobrevolando Rusia y ex­
plotaba sobre la ciudad de Cheliábinsk. La onda expansiva
dañó cuatro mil edificios —en la mayoría de los casos, rom­
piendo las ventanas—e hirió por lo menos a mil personas.
La destrucción se estimó en tres millones de dólares. Afor­
tunadamente, ninguna de las lesiones que produjo resultó
fatal. Pero imaginemos lo que habría pasado si el meteoro hu­
biera impactado contra la tierra, especialmente en una región
muy poblada. La devastación y las pérdidas de vidas habrían
sido espantosas, al menos tanto como el que golpeó
a Japón el 11 de marzo de 2011.
Cambio de paradigm a
Mi conclusión es que, cualquiera que sea la causa del
anunciado tiempo de angustia, proporcionará la chispa que
provoque el cambio de paradigma que prevé Apocalipsis 13.
Ese pasaje bíblico no dice nada sobre desastres globales,
pero anticipa un mundo tan diferente del nuestro que solo
desastres de la magnitud que anticipó Jesús podrían gestarlo
rápidamente.
Elena G. de White era agudamente consciente de los de­
sastres que amenazarán al mundo justo antes de la segunda
venida de Cristo. Escribió:
«Acontecerán calamidades, calamidades de lo más pavorosas, de
lo más inesperadas; y estas destrucciones se seguirán la una a la
otra» (Ev 24).
1 7 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

«Terribles sacudidas sobrevendrán a la tierra, y las construcciones


de lujo erigidas a gran costo llegarán a ser, sin duda, montones de
minas- La corteza terrestre se abrirá por el estallido de los elemen-
tos ocultos en las profundidades de la tierra» (3MS 447).
«En las escenas finales de la historia de esta tierra, la guerra pre­
valecerá. Habrá epidemias, mortandad y hambre. Las aguas del
abismo rebasarán sus límites. Incendios e inundaciones destruirán
la propiedad y la vida» (EUD 24)-
Pero, quizá se pregunte usted, ¿no se refiere todo el tiempo
de angustia del que hablan la Biblia y Elena G. de White al
período de tribulación posterior al cierre del tiempo de gracia
durante las siete plagas?
En parte así es, pero no en su totalidad. Aunque las siete
últimas plagas posteriores al cierre del tiempo de gracia
serán los juicios más severos que Dios haya enviado sobre
la tierra desde el Diluvio, Elena G. de White deja claro que
un periodo de gran calamidad también precederá al cierre
del tiempo de gracia. Ella dijo, por ejemplo, que «cuando la
crisis esté sobre nosotros, cuando venga el tiempo de la calam i'
dad, ellos [almas procedentes de otras iglesias] avanzarán para
ocupar la vanguardia, se ceñirán la armadura completa de
Dios, y exaltarán su ley» (3MS 441-442; cursiva añadida).
Nótese que se refiere al «tiempo de la calamidad» durante
el cual personas de otras iglesias se unirán al pueblo de Dios.
Esto ha de tener lugar antes del fin del tiempo de gracia, por­
que nadie se unirá al pueblo de Dios para exaltar su ley des­
pués de que ese tiempo concluya. En otro sitio, dice Elena
G. de White: «El tiempo de los juicios destructores divinos
es tiempo de gracia para quienes no han tenido oportunidad
de conocer la verdad. El Señor los mirará con amor. Su co­
razón compasivo se conmueve; su brazo está todavía exten­
dido para salvar, mientras que la puerta ya se cierra sobre
aquellos que rehusaron entrar» (9TI80).
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia? • 171

Estos juicios destructivos de Dios se aplicarán cuando su


brazo «está todavía extendido para salvar». Es inevitable
concluir que tales juicios empezarán a descargarse antes del
cierre del tiempo de gracia.
Pienso que es esto lo que creará el cambio de paradigma
que conducirá al mundo, incluido Estados Unidos, al tipo
de persecución política y religiosa predicha en Apoca­
lipsis 13.
Leyes dom inicales
Los adventistas del séptimo día creemos que el Cuarto
Mandamiento ocupará un lugar central en la apostasía final
del mundo. Creemos que las profecías de Apocalipsis sobre
la marca de la bestia se cumplirán mediante la promulga­
ción de leyes dominicales, primero en Estados Unidos y fi­
nalmente en todo el mundo. Parece extraño, en la cultura
secular de hoy, imaginar que Estados Unidos promulgue una
ley dominical nacional; y, aún más, que la haga cumplir du­
ramente por medio de la persecución de los guardadores del
sábado. No obstante, eso es lo que Elena G. de White pre­
dijo una y otra vez a lo largo de su vida.
Encuentro particularmente significativo que ella asociase
esta legislación dominical con las calamidades que venimos
analizando. Dijo: «Se declarará que los hombres ofenden a
Dios al violar el descanso del domingo; este pecado h a
atraído calam idades que no concluirán hasta que la obser­
vancia del domingo no sea estrictamente obligatoria» (CS
576; cursiva añadida). Es plenamente posible que la gente
empiece a agitarse a favor de leyes dominicales antes del co­
mienzo del periodo de catástrofes del que hablamos. Tal le­
gislación ya está siendo promovida en Europa por católicos
y protestantes, sindicatos y otros grupos cívicos. Y una ini­
ciativa similar podría iniciarse en Estados Unidos en algún
1 7 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

momento del futuro próximo. Pero estoy convencido de que


serán precisas las calamidades del tiempo del fin -el pe­
queño tiempo de angustia anterior al gran tiempo de angus­
tia- para que la legislación dominical se desarrolle en el
grado que describió Elena G. de White.
Control
Examinemos de nuevo Apocalipsis 13. Nótese, por favor,
que dos fuerzas políticas y religiosas ejercerán el control
sobre el mundo. Se obligará a la gente a adorar al modo po­
líticamente correcto. ¿Cómo obtendrán el control estas en­
tidades político-religiosas? ¿Quién se lo dará? Apocalipsis
nos ofrece varias claves. Sugiere dos fuentes del poder de la
bestia del mar: Satanás y los seres humanos. El versículo 2
dice que «el dragón le dio [a la bestia] su poder, su trono y
gran autoridad». Y el versículo 4 añade que los humanos
«adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia».
Nótese que hay dos variantes del verbo dar en estos ver­
sículos: en el primero, «dio»; y en el segundo, «había dado».
En ambos casos, las formas verbales están en voz activa, de­
jando claro que es el propio dragón -Satanás- el que dará a
la bestia del mar su poder y autoridad. Pero en los versículos
5 y 7, se usa la voz pasiva: «También se le dio boca que ha­
blaba arrogancias y blasfemias» y «se le permitió hacer guerra
contra los santos». En este caso, no se nombra al que realiza
la acción. Podría ser Satanás, pero yo creo que es la pobla­
ción del mundo, y que es ella también la que dará a la bestia
su poder y autoridad globales.
¿Por qué harían eso? La respuesta es sencilla: por causa
de la crisis mundial.
Hace unos cuantos años leí un libro titulado The Addic-
tive Organization [La organización adictiva]. Las autoras,
Anne Wilson Schaef y Diane Fassel, sostienen que «en
[tiempos de] crisis permitimos que la gente asuma y siga pro­
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios el tiempo de gracia? • 17 3

cedimientos inusuales. La crisis alimenta la ilusión de que el


control puede reconducir la situación. Las crisis son utiliza-
das para justificar acciones drásticas e irregulares por parte
de los dirigentes. [...] En tiempo de crisis, los individuos tie­
nen menores responsabilidades conforme la dirección acu­
mula poder para hacer frente a los problemas. Cuando la
crisis es la norma, la dirección tiende a asumir un grado nada
recomendable de poder de manera sistemática».3
Apocalipsis 13 no dice una palabra sobre el tipo de crisis
global que he descrito en las páginas anteriores. Sin embargo,
estoy convencido de que esa es precisamente la que estará
en marcha cuando se cumpla Apocalipsis 13. Y la crisis crea­
da por los desastres naturales del tiempo del fin desenca­
denará las circunstancias necesarias para que los poderes
representados por las dos bestias asuman un control exce­
sivo, y para que el mundo se lo dé. Pues, como señalan Schaef
y Fassel, «cuando la crisis es la norma, la dirección [en este
caso, los gobiernos del mundo] tiende a asumir un grado nada
recomendable de poder de manera sistemática».
Al igual que con el pretexto de la seguridad frente al te­
rrorismo hoy estamos dispuestos a dar al gobierno un nivel de
control sobre nuestras vidas que erosiona nuestras libertades,
así en el futuro la población mundial, desesperada por encon­
trar una solución, dará a estos poderes encamados en las bes­
tias la autoridad que Apocalipsis 13 describe a fin de salvarse
a sí misma de las horribles consecuencias derivadas de los jui­
cios de Dios predichos por la Biblia y Elena G. de White.
El fin del tiempo de g racia
¿Qué tiene que ver todo esto con el fin del tiempo de
gracia?
En una frenética búsqueda de una solución a la crisis pro­
vocada por los desastres naturales y los trastornos económicos
1 7 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

consiguientes, el mundo «se volverá a Dios», lo que, por su­


puesto, lleva mucho tiempo siendo necesario. En su deses­
peración emprenderán un rápido cambio de paradigma.
Partiendo de la sociedad secular de hoy que apoya la sepa­
ración iglesia-estado, establecerán otro tipo de sociedad, la
cual aceptará la unión entre la iglesia y el estado, y darán a
los poderes políticos del mundo la autoridad para respaldar
un férreo programa político.
Desgraciadamente, la solución del mundo al problema
será contraria a la Biblia, especialmente a su enseñanza
sobre el Cuarto Mandamiento. Conforme los desastres na­
turales resulten cada vez más trágicos, el empeño del mundo
por exigir la sumisión será cada vez más obsesivo. Esto for­
zará a todo ser humano inteligente a tomar una decisión.
Todos tendrán que elegir entre, por un lado, escoger el ca­
mino fácil, siguiendo la corriente, para preservar sus vidas, o,
por otro lado, adherirse a la Biblia y resistir la ira del mundo.
Quienes escojan mantenerse fieles a Dios serán duramente
perseguidos por los ciudadanos de este mundo, pero recibirán
el sello de Dios. Aquellos que opten por la lealtad a las leyes
del mundo recibirán la marca de la bestia y sufrirán los seve­
ros juicios de Dios descritos en las siete plagas.
Hoy existen tres grupos de personas en el mundo: los lea­
les a Dios, los leales al mundo y a Satanás, y los que no han
tomado una decisión en un sentido o en otro. La crisis pro­
vocada por los desastres naturales y el derrumbe económico
previos al fin del tiempo de gracia forzará a todos los seres
humanos con capacidad racional y responsabilidad moral a
decantarse por uno u otro lado.
Dice Elena G. de White: «Nadie sufrirá la ira de Dios
antes de que la verdad haya sido presentada a su espíritu y
11. ¿Cómo podrá cerrar Dios ei tiempo de gracia? • 1 7 5

a su conciencia, y que la haya rechazado. [...] Cada cual


tendrá la luz necesaria para tomar una resolución cons­
ciente» (CS 591).
Cuando todo ser humano haya optado por un lado o por
otro, entonces se cerrará el tiempo de gracia. La cuestión
que queda ante usted y ante mí es muy sencilla: ¿En qué
lado elegiremos estar?

Notas del capítulo


1. Mich ael Barkun, Disasters and the Millenium (New H aven [Connecticut, EE.UU.]:
Yale Un iversity Press, 1974), pág. 6.
2. Ibíd., pág. 56.
3. An n e W ilson Sch aef y Dian e Fassel, The Addictive Organization (San Francisco:
Harper Collin s, 1988), pág. 160.
El sello de Dios

uándo fue la última vez que usted firmó?


«¡Qué pregunta más boba!», me dirá. «La última
vez que escribí una carta o extendí un cheque».
¿Sabía usted que en los tiempos bíblicos los sellos servían
para el mismo propósito que las firmas actualmente? En la
época en que se escribía la Biblia, un sello era un anillo, un
cilindro o un cono que llevaba una inscripción que podía
ser impresa en arcilla o en cera, donde dejaba una copia de
dicha inscripción. La imagen o texto del sello certificaba la
autenticidad o propiedad del objeto que llevara la impresión
del sello. Los arqueólogos han encontrado miles de tablillas
de arcilla, fechadas en las épocas asiria y babilónica, que fue­
ron selladas de este modo.
La historia de Ester ofrece un buen ejemplo bíblico de
cómo se usaban los sellos. Amán pidió al rey Asuero que
emitiera un decreto para permitir a la población medopersa
1 7 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

matar a los judíos. La Biblia dice que el edicto real fue escrito
«en nombre del rey Asuero» y «sellado con el anillo del rey»
(Est. 3: 12). Sin duda, fue escrito en una tablilla de arcilla,
sellada luego con el anillo real para mostrar su autenticidad.
La Biblia también dice que, cuando el faraón nombró a José
gobernante de todo Egipto, «se quitó el anillo de su mano y
lo puso en la mano de José» (Gén. 41: 42). Sin embargo, ya
que José estaba en Egipto, los documentos que selló proba­
blemente se escribían en rollos de papiro en lugar de tablillas
de arcilla.
Todavía hoy usamos la palabra sello en este sentido.
Cuando los fedatarios públicos firman documentos, los se­
llan para mostrar que son oficiales.
La palabra sello tenía también otros significados en los
tiempos bíblicos. Cuando alguien quería enviar un docu­
mento en papiro o pergamino a una persona o grupo que se
hallaba a cierta distancia, lo enrollaba, pegaba el extremo
del rollo al cuerpo enrollado con un poco de cera fundida, y
luego imprimía su sello en la cera. Cuando la cera se en­
friaba, se endurecía, y el sello de cera intacto informaba al
destinatario del documento que nadie lo había manipulado
por el camino.
Actualmente también usamos la palabra sellar en este
sentido. «Sellamos» un sobre humedeciendo la solapa y
pegándola luego al cuerpo del sobre. La persona que recibe
el sobre sellado tiene alguna seguridad de que nadie ha leído
su contenido entre el momento en que fue sellado y su lle­
gada.
El sábado
Los adventistas del séptimo día hemos entendido histó­
ricamente que el sábado es el sello de Dios, especialmente
en el primer sentido de la palabra sello que he indicado. La
12. El sello de Dios • 1 7 9

Biblia no dice tal cual que el sábado es el sello de Dios, pero


el lenguaje del cuarto mandamiento hace de ello una inter­
pretación razonable. El libro Las herm osas enseñanzas de la
Biblia provee un buen ejemplo de este razonamiento: «El
sello de un legislador debe tener tres elementos: (1) su nom­
bre; (2) su cargo oficial, título o autoridad, y por tanto su
derecho a gobernar; y (3) la extensión de su dominio o ju­
risdicción».1El autor de este libro dice luego que el manda­
miento del sábado (Exodo 20: 8-11) incluye cada uno de
estos componentes de un sello: «(1) El Señor (nombre) / (2)
hizo (oficio: Creador) en seis días / (3) cielo y la tierra (do­
minio)» (Exo. 20:11, BLP). Así, concluye el autor, su man­
damiento es el único que contiene el sello del Dios viviente.
Esta interpretación está claramente basada en la idea de que
en tiempos bíblicos los sellos indicaban la autoridad de la
persona que los usaba.
Los adventistas del séptimo día vemos otra evidencia de
que el sábado es el sello de Dios en el contraste entre lo que
Apocalipsis llama «el sello de Dios» y lo que llama «la marca
ele la bestia» (tanto la marca como el sello identifican a la
persona a quien pertenecen). Entendemos que la marca de
la bestia es la observancia del domingo cuando es impuesta
por ley (CS 443). En consecuencia, el sello de Dios, que es
lo opuesto a la marca de la bestia, designa la observancia del
silbado en el séptimo día de la semana.
La creencia de que el sello de Dios es una marca identi-
flcativa del pueblo de Dios del tiempo del fin encuentra
apoyo en Apocalipsis 7: 1-4. Estos versículos muestran a
cuatro ángeles «de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra,
deteniendo los cuatro vientos de la tierra para que no so­
plara viento alguno sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre
lll bol alguno» (en la profecía bíblica, «viento» representa
calamidades causadas por guerras y desastres naturales).
1 8 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Poco después, un quinto ángel, que tiene «el sello del Dios
vivo» llega desde el este y clama «a gran voz a los cuatro án­
geles a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la
tierra y al mar: “No hagáis daño a la tierra ni al mar ni a los
árboles hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos
de nuestro Dios”». Así, cualquiera que sea el significado del
sellamiento del pueblo de Dios, ocurrirá antes del tiempo de
angustia.
¿Cuál es el «sello» estampado en las frentes de los siervos
de Dios? Efesios 4:30 nos da un buen principio de respuesta
a esa pregunta. Dice Pablo: «Y no entristezcáis al Espíritu
Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención». Lo relevante aquí es que el Espíritu Santo es el
agente que aplica el sello. Por eso el sello tiene algo que ver
con la experiencia espiritual del pueblo de Dios. Esta idea
queda reforzada por la afirmación de Apocalipsis 7:3 de que
el sello de Dios es fijado en las fren de los 14
por qué esperar que necesariamente el pueblo de Dios reciba
una marca física situada en sus frentes. En profecía apoca­
líptica, la frente representa la mente. Podemos decir, enton­
ces, que el sello de Dios tiene que ver con la obra del Espíritu
Santo en las mentes y corazones de su pueblo.
Dos usos de un sello durante los tiempos del Antiguo Tes­
tamento pueden ayudamos a entender la naturaleza del se­
llamiento de los 144.000. Así como un rey u otro funcionario
estatal usaba un anillo sellador para autentificar un docu­
mento, igualmente el sello divino verifica que los 144-000
son verdaderamente el pueblo de Dios. Y así como un sello
«cerraba» un documento para que nadie pudiera manipu­
larlo en el camino hacia su destinatario, del mismo modo el
carácter de los 144-000 será cerrado -hecho permanente-
cuando se preparen para encontrarse con Dios. Esta última
aplicación del sello a los 144.000 tiene apoyo en la procla­
12. El sello de Dios - 1 8 1

mación del ángel que aparece en Apocalipsis 22: 11: «El


que es injusto, sea injusto todavía; y el que es sucio, ensu­
cíese todavía. Y el que es justo, sea todavía justificado; y el
santo sea santificado todavía» (JBS).
Elen a G. d e W h ite y el sello d e Dios
Elena G. de White efectuó una serie de afirmaciones sobre
el sello de Dios que amplían nuestra comprensión de lo que
es. Para empezar, señalemos que proceso que transcurre
justo ah ora. Un examen atento de la siguiente declaración
muestra que la aplicación del sello de Dios no es solo algo que
Dios hará en nosotros, aunque sea cierto que solo él lo aplica.
El punto básico es que debemos recibirlo; debemos aceptarlo.
«Tan pronto como el pueblo de Dios sea sellado en su frente
-no se trata de un sello o marca que se pueda ver, sino un
afianzamiento en la verdad, tanto intelectual como espiritual-
mente, de modo que los sellados son inconmovibles-, tan
pronto como sea sellado y preparado para el zarandeo, este
vendrá» (EUD 186-187).
Cinco palabras de esta declaración son cruciales para en­
tender correctamente el sello escatológico (del tiempo del
fin) divino. Elena G. de White dijo que el sello de Dios es
«un afianzamiento en la verdad». Estas palabras, «afianza­
miento [o “establecimiento”] en la verdad» sugieren que ser
sellados no es algo instantáneo que haga Dios en nosotros
al fin de los tiempos. Es más bien un proceso que involucra
nuestras decisiones, nuestra cooperación, y que ya está ocu­
rriendo ahora.
A veces hablamos de personas que «se establecen» en
una casa recién alquilada o comprada. La mudanza, segura­
mente, puede verse como un simple acto, aunque pueda lle­
var un día o dos. La familia «deposita» todo su mobiliario y
otras pertenencias en la nueva casa. Probablemente ponen
1 8 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

los muebles más grandes (camas, mesas, sillas, etc.) en las


habitaciones correspondientes, pero apilan todo lo demás,
sin mucho orden, por toda la casa. «Establecerse» en parte
implica desembalar las cajas y decidir dónde ubicar cada ob­
jeto. Esto se hace usualmente por las tardes, los domingos y
los fines de semana, pues durante el resto del tiempo papá
y mamá tienen que trabajar y los niños van a la escuela. Es­
tablecerse en una casa es un proceso largo que puede llevar
semanas o incluso meses. De modo similar, «afianzarse en la
verdad» es un proceso que lleva tiempo.
Elena G. de White dijo que nos afianzamos en la verdad
intelectual y espiritualmente. Intelectualm ente, aprendiendo
sobre ello. Esto incluye estudiar cuidadosamente la Biblia
examinando las evidencias de nuestra fe y considerando
cómo responderemos a los desafíos de quienes discrepan con
nosotros. Quienes no se topan con diferencias de opinión
de otras personas raramente crecen intelectualmente. Ami­
gos y conocidos nos inquieren acerca de nuestra fe. Algo
que leemos o escuchamos en la radio o en la televisión nos
suscita preguntas en nuestras mentes. Cualquiera que sea el
origen de estas preguntas, a fin de crecer intelectualmente
hemos de acudir a nuestras Biblias para hallar las respuestas.
A lo largo de los años, algunas veces he descubierto que mis
críticos llevaban razón, y he tenido que refinar la explica­
ción de mis creencias para que se conformase a la evidencia
bíblica. ¡Eso es bueno! Me estoy afianzando en la verdad in­
telectualmente.
Afianzarse espiritualmente
Elena G. de White dijo que también nos afianzamos es-
piritualm ente en la verdad. Esto puede verse al menos de dos
formas. En primer lugar, hacemos lo que podemos para desa­
rrollar nuestra vida espiritual. Esto implica cultivar nuestra
12. El sello de Dios • 1 8 3

relación con Dios. Al igual que crecer intelectualmente,


crecer espiritualmente involucra el intelecto, porque no de­
sarrollamos una relación con Dios en un vacío intelectual.
De vez en cuando oigo que alguien dice que no le preo­
cupan las doctrinas; que solo quiere una relación con Jesús.
¡Qué absurdo! Las doctrinas son sencillamente lo que uno
cree acerca de diversos asuntos espirituales. Por eso, sea lo
que sea aquello que creen estas personas acerca de Jesús, se
trata de doctrinas. Estas pueden ser correctas o pueden ser
falsas, pero siguen siendo doctrinas. Tener una relación con
Jesús prescindiendo de las doctrinas equivale a tener una re­
lación con Alguien de quien no sabemos nada en absoluto.
Con todo, las personas contrarias a las doctrinas que
dicen «Solo dame a Jesús» tienen parte de razón. En la ma­
yoría de los casos, sospecho que lo que realmente quieren
decir es: «No me des una teología sobre Jesús. Quiero cono­
cerle personalmente, como am igo». Dediqué los capítulos
9 y 10 de este libro a explicar qué necesita hacer una per­
sona para desarrollar una amistad íntima con Dios el Padre,
con Jesús y con el Espíritu Santo. Dios anhela esta amis­
tad con nosotros y nos concedió el tiempo de gracia para
que pudiéramos desarrollarla. A fin de tener esta amistad
con Jesús, necesitamos conocer su amor, su perdón y cómo
quiere que vivamos. Esto implica llegar a conocerle en su
Palabra y acercamos a él en nuestros ratos de oración. Esta
es la parte espiritual.
Elena G. de White dijo que necesitamos «un afian­
zamiento en la verdad, tanto intelectual como espiritual­
mente». En eso consiste el sellamiento. Y eso lleva tiem po.
El segundo aspecto de afianzarse espiritualmente en la
verdad consiste en enfrentar nuestros defectos de carácter
y nuestros pecados. Cuando hacemos esto, reflejamos cada
vez más el carácter de Cristo. Este proceso es a menudo
1 8 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

difícil y doloroso, ya que amamos muchos de nuestros pe­


cados. Por eso los llamó Elena G. de White «pecados aca­
riciados» (ver p. ej. OE 49). Superar nuestros pecados
acariciados requiere muchos y duros esfuerzos. Afortunada­
mente, con la ayuda de Dios, podemos obtener la victoria.
Y al embarcamos en este proceso, nos estamos embarcando
también en el proceso de sellamiento.
Así que si usted quiere ser sellado durante la crisis final
y el tiempo de angustia, ¡asegúrese de emprender ahora
mismo el proceso de «afianzarse»! Tome su Biblia y co­
mience a leerla y a estudiarla. Póngase de rodillas y empiece
a hablar con Dios acerca de lo que ocurre en su vida. Pídale
que le muestre los defectos de carácter que usted necesita
eliminar, y que le guíe hacia la victoria. No puede usted as­
pirar a recibir el sello en el fin de los tiempos si no se com­
promete con el proceso de sellamiento desde ahora mismo.
Satanás está haciendo todo lo que puede para impedir que
usted y yo nos embarquemos en ese proceso, pues él sabe
que si puede distraer nuestra atención lo bastante de las cosas
espirituales, nuestro tiempo de gracia quedará cerrado mien­
tras aún estamos de su parte. Sé que es difícil encontrar
tiempo para la devoción personal, y que el desarrollo del ca­
rácter es una obra dura y dolorosa. Pero le animo a apresu­
rarse para llevar a cabo esa obra mientras todavía está abierto
el tiempo de gracia. f
¿Y qué hay de la perfección?
Tres afirmaciones de Elena G. de White enfatizan la fa­
ceta de desarrollo del carácter involucrada en el sello de
Dios. Son importantes porque plantean la cuestión de la
perfección. Se las puede interpretar -y así ha ocurrido- en
el sentido de que para sobrevivir a las siete plagas y ser salvos
en la segunda venida, debemos haber logrado la perfección
12. El sello de Dios • 1 8 5

absoluta e impecable. Me detendré a explicar en detalle el


asunto de la perfección impecable en el capítulo 21, «¿Cuán
perfectos debemos ser?». Aquí me limitaré a compartir al­
gunas reflexiones sobre cada una de estas afirmaciones.
1. Sersem ejantes a Cristo. Dice Elena G. de White: «El
sello del Dios viviente solo será colocado sobre los que son
semejantes a Cristo en carácter» (EUD 187).
La cuestión aquí es qué significa «ser semejantes a Cristo
en carácter». Dos frases en el libro de Elena G. de White El
cam ino a Cristo me ayudan a entenderlo. En la primera, es
evidente que está hablando de la justificación, pues dice:
«Si os entregáis a él y le aceptáis como vuestro Salvador, por
pecaminosa que haya sido vuestra vida, seréis contados
entre los justos» (CC 62). La expresión de Elena G. de
White «contados entre los justos» es similar a la que usa el
Nuevo Testamento, «reconocido como justo», según la ver­
sión Dios H abla Hoy (DHH), para traducir el vocablo griego
dik aia (ver p. ej. Rom. 3: 20). La Reina-Valera y otras ver­
siones del Nuevo Testamento emplean la palabra española
justificado. Sin embargo, para nuestro propósito aquí, me
gusta especialmente «reconocido como justo» porque se
ajusta bastante a la afirmación de Elena G. de White de que
«por pecaminosa que haya sido vuestra vida, seréis contados
entre los justos».«Reconocido como justo» y «contado entre
los justos» significan en esencia lo mismo.
Sobre esta base, examinemos la siguiente frase de El -
mino a Cristo: «El carácter de Cristo reemplaza el vuestro,
y sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado»
(CC 62). Ser «aceptados por Dios como si no hubiéramos
pecado» es ser aceptado por Dios como si fuéramos im­
pecables.
Por favor, no pierda de vista las palabras «como si».
Cuando el carácter de Cristo se sitúa en lugar del nuestro,
1 8 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Dios nos acepta como sino hubiéramos peca


cado, quizá incluso muy recientemente. Pero cuando somos
cubiertos con la justicia de Cristo, Dios ve su carácter per­
fecto en lugar de nuestro carácter imperfecto; la perfección
de Cristo en lugar de nuestra imperfección. No se puede so­
breestimar esta idea: la ún ica im pecabilidad h um ana que es
aceptable para Dios es la im pecabilidad de Cristo. Nunca obte­
nemos nuestra aceptación ante Dios sobre la base de nuestra
propia impecabilidad. La obtenemos solamente cuando se
nos atribuye la justicia de Cristo.
La declaración con la que hemos empezado este apartado
dice que «el sello del Dios viviente solo será colocado sobre
los que son semejantes a Cristo en carácter». En vista de lo
que vemos en El cam ino a Cristo, entiendo que esta frase sig­
nifica que el'sello de Dios se pondrá sobre aquellos que estén
justificados. Cuando permitimos que el carácter de Cristo
se sitúe en lugar del nuestro, somos «semejantes a Cristo en
carácter», pues su carácter en nosotros se asemeja al que él
mostró cuando anduvo sobre esta tierra.
2. Sin m an ch a an te D ios. Elena G. de White también
dijo: «El sello de Dios no será nunca puesto en la frente de
un hombre o una mujer que sean impuros. [...] Todos los que
reciban el sello deberán estar sin mancha delante de Dios y
ser candidatos para el cielo» (EUD 187-188).
Encuentro que esta afirmación es similar a la primera.
Estar «sin mancha delante de Dios» significa tener el ca­
rácter de Cristo en lugar del nuestro, y así él nos considera
justos como si no hubiéramos pecado.
Debemos tener cuidado aquí. Es muy importante que en­
tendamos lo que Dios requiere de nosotros para que el ca­
rácter perfecto de Cristo ocupe el lugar de nuestro carácter
imperfecto. Como señalé en el capítulo 7, Elena G. de White
dijo: «Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a
12. El sello de Dios • 1 8 7

Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta


esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del
hombre, y suple la deficiencia con sus propios méritos divi­
nos» (IMS 448).
Señalé en el capítulo 7 que las palabras de Elena G. de
White «Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a
Dios» significan que deseam os obedecerle, y que su frase
«cuando se hacen esfuerzos con ese fin» quiere decir que
tratam os de obedecerle. Es si se cumplen estas condiciones
cuando Jesús «suple la deficiencia con sus propios méritos
divinos». También subrayé en el capítulo 7 que nuestros de­
seos y esfuerzos de obedecer a Dios implican que somos lea­
les a él. Y estoy convencido de que quienes reciban el sello
de Dios habrán llegado a ser completamente leales a él. Esta
lealtad es la perfección que está buscando Dios en su pueblo se '
liado.
3. H acer todo lo posible para llegar a ser com o Cristo. He
aquí la tercera declaración de Elena G. de White relativa
al sello de Dios y del desarrollo del carácter que necesitamos
considerar: «¿Estamos luchando con todas las facultades que
Dios nos dio para alcanzar la medida de la estatura de hom­
bres y mujeres en Cristo? ¿Estamos procurando su plenitud,
conquistando una altura cada vez mayor, en procura de la
perfección de su carácter? Cuando los siervos de Dios alcan­
cen este punto, serán sellados en sus frentes» (EUD 188).
Lo primero que ha de notarse en esta declaración es que
Elena G. de White nos exhorta a esforzamos duramente por
alcanzar la norma divina: lo que ella llama «la medida de la
estatura de hombres y mujeres en Cristo». Entiendo que esto
significa dos cosas. La primera es que Dios quiere que ejer­
zamos fe en él y en su Hijo. Necesitamos aplicar nuestros
mejores esfuerzos en depositar fe en Dios. La segunda es que
debemos esforzamos al máximo en superar nuestros pecados
1 8 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

y los defectos de carácter que nos hacen vulnerables a esos


pecados. Debemos conquistar «una altura cada vez mayor,
en procura de la perfección de su carácter».
Y aquí llega ahora el asunto clave con respecto a esta
declaración. Elena G. de White afirma que «cuando los
siervos de Dios alcancen este punto, serán sellados en sus
frentes». La cuestión es de qué «punto» está hablando. ¿Qué
punto debemos alcanzar a fin de recibir el sello de Dios? ¿Es
el punto en el cual estamos «conquistando una altura cada
vez mayor», o el punto en el cual hemos «procurado la per­
fección de su carácter [el de Cristo]»?
«Conquistando una altura cada vez mayor» significa que
todavía tenemos un camino que recorrer antes de alcanzar
la perfección. Como Pablo, «[seguimos] avanzando hacia la
meta» (Fil. 3: 14). Entonces, ¿significa esto que en algún
momento alcanzaremos la perfección del carácter de Cristo?
Creo que la respuesta es afirmativa, pero solo en el sentido
de que el carácter de Cristo ocupa el lugar del nuestro; solo
en el sentido de que sus méritos divinos suplen nuestras de­
ficiencias pecaminosas.
Por decirlo de otro modo, los que están «conquistando
una altura cada vez mayor» se hallan plenamente compro­
metidos en la obediencia a Dios y están esforzándose al.
máximo en ello. Son leales a Dios. Y como Cristo aporta
sus méritos divinos para suplir sus deficiencias -sus fraca­
sos a la hora de obedecer perfectamente-, ellos ya han
conseguido, en la práctica, la perfección del carácter de
Cristo.
Yo no discuto el hecho de que los santos del tiempo del
fin que reciban el sello de Dios habrán alcanzado un nivel
alto en el desarrollo del carácter. Tendrán que ser cristianos
muy maduros a fin de resistir los difíciles tiempos que tienen
por delante. Pero la norma de justicia por la que Dios de­
12. E! seiio de Dios • 189

terminará su preparación para mantenerse firmes durante


el tiempo de angustia será su lealtad a los mandamientos di­
vinos, no su absoluta perfección a la hora de guardarlos. Y
además se les imputará específicamente la justicia de Cristo.
Esta es la norma que debemos alcanzar, la perfección que
todos debemos tener a fin de recibir el sello de Dios.
Y aquí está lo esencial del propósito de este libro: debe­
mos alcanzar esta norma de completa lealtad a Dios y a sus
leyes antes del fin del tiempo de gracia.

Notas del capítulo


1. Las hermosas enseñanzas de la Biblia, edición revizada y actualizada por Francesc X.
Gelabert (Doral: IADPA, 2011), pág. 377.
4
1

Rebelión

uando se suscitó el tema de la caída de Satanás del cielo

C en la clase de Escuela Sabática que imparto en mi iglesia


local de Caldwell (Idaho), un miembro de la clase for­
muló una pregunta muy importante: ¿Por qué murió Jesús
por los pecados de Adán y Eva, y no por el pecado de Lucifer
y sus seguidores?
La respuesta es sencilla: cuando Lucifer y sus seguidores
se rebelaron, vivían en el mismo cielo y conocían plena­
mente las consecuencias de sus decisiones. Cristo y los
ángeles leales les habían suplicado repetidamente que re­
considerasen sus posturas, y estoy seguro de que muchos de
los que al principio se alinearon con Lucifer retomaron a
su lealtad a Dios. Desgraciadamente, Lucifer y muchos otros
de sus partidarios persistieron en su rebelión.
En contraste, Adán y Eva tenían solo la advertencia de
Dios de que si comían del árbol del conocimiento del bien
1 9 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

y del mal, morirían. No entendían todos los asuntos invo­


lucrados en el conflicto entre el bien y el mal. El suyo fue
un acto de desobediencia, pero no de rebelión, y la rebelión
es el tema clave en el cierre del tiempo de gracia. Para com­
prenderlo, es preciso que volvamos a tratar el asunto de la
imagen de Dios que ya analizamos en el capítulo 6.
La imagen de Dios
En el capítulo 6, mencioné varias características de nuestra
naturaleza humana que son también rasgos de la naturaleza
divina: inteligencia, emociones, sentido moral, espiritualidad
y libre albedrío. Las dos más relevantes para el presente capí­
tulo son la inteligencia y el libre albedrío.
Inteligencia. Una de las premisas fundamentales de la en­
señanza bíblica sobre el tiempo de gracia es que los seres hu­
manos son inteligentes. Tenemos la capacidad de procesar
información, examinar las evidencias y extraer conclusiones
razonables. Dios nos considera responsables en función
de lo que sabemos, y el mal moral tiene que ver con nuestra
inteligencia. Decimos que es malo para un ser humano
robar a otro. Los tigres no saben que es malo robar. Si uno
de ellos mata a una gacela y llega luego un tigre más fuerte,
este expulsará al primero y se comerá su pieza. Diríamos, en
tal caso, que esta pertenecía al tigre más débil, pero no po­
dríamos decir que el más fuerte hubiera violado el Octavo
Mandamiento: «No hurtarás» (Exo. 20: 15). Los tigres no
conocen los preceptos de la ley moral y, en consecuencia,
no cabe achacarles la responsabilidad de violarlos. Los hu­
manos sí tenemos la inteligencia necesaria para comprender
las leyes divinas, y Dios nos considera responsables en fun­
ción de lo que conocemos.
Libre albedrío. Probablemente es correcto decir que un
tigre puede decidir no expulsar al tigre más débil para apo­
13. Rebelión • 193

derarse de su comida, pero esa decisión estaría más bien mo­


tivada por el hecho de que en ese momento no tiene ham­
bre que por el deseo consciente de respetar la propiedad del
otro tigre. Cuando decimos que los seres humanos tienen
libre voluntad, queremos decir que nuestras mentes pueden
comprender las cuestiones espirituales y morales, y que po­
demos elegir entre tomar una postura o la contraria en re­
lación con ellas.
Estas características -nuestra inteligencia y nuestro libre
albedrío- están profundamente involucradas en el tiempo
de gracia. Dios nos hace responsables de las decisiones que
tomamos porque tenemos inteligencia para entender sus re­
querimientos y la capacidad de escoger entre obedecerlos o
no. Nuestro destino eterno se basa en las decisiones que to­
mamos, y el tiempo de gracia es el periodo que Dios nos ha
dado para tomarlas.
La rebelión es la decisión de no obedecer la voluntad de
Dios a pesar de disponer de evidencias convincentes sobre
cuáles son sus deseos. Cuando la rebelión se desarrolla ple­
namente, se vuelve tan imposible de cambiar como el hor­
migón ya completamente cuajado. No hay vuelta atrás
posible. Esto es lo que el autor de Hebreos quería decir
cuando dijo que «es imposible que los que una vez fueron ilu­
minados, gustaron del don celestial, fueron hechos partícipes
del Espíritu Santo y asimismo gustaron de la buena palabra
de Dios y los poderes del mundo venidero, y recayeron, sean
otra vez renovados para arrepentimiento» (Heb. 6: 4-6). La
rebelión es simplemente otro nombre para la «recaída» de
la que habla el autor de Hebreos.
Elena G. de White extrajo de la vida de Satanás un im­
pactante ejemplo para ilustrar la naturaleza permanente de
la rebelión. Ya usé esta cita en el capítulo 4. La repito aquí
1 9 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

porque describe muy bien la verdadera naturaleza de la re­


belión, La escena que White refleja tuvo lugar después de
que Satanás fuera expulsado del cielo:
«Satanás tembló al contemplar su obra. Meditaba a solas en el
pasado, el presente y sus planes para el futuro. Su poderosa con­
textura temblaba como si fuera sacudida por una tempestad. En­
tonces pasó un ángel del cielo. Lo llamó y le suplicó que le
consiguiera una entrevista con Cristo. Le fue concedida. Entonces
le dijo al Hijo de Dios que se había arrepentido de su rebelión y
deseaba obtener nuevamente el favor de Dios. Deseaba ocupar el
lugar que Dios le había asignado previamente, y permanecer bajo
su sabia dirección. Cristo lloró ante la desgracia de Satanás, pero
le dijo, comunicándole la decisión de Dios, que nunca más sería
recibido en el cielo, pues este no podía ser expuesto al peligro.
Todo el cielo se malograría si se lo recibía otra vez, porque el
pecado y la rebelión se habían originado en él. L as sem illas de la
rebelión t odav ía est ab an den tro de él» (HR 26; cursiva añadida).

Las semillas que son plantadas en suelo fértil crecen rá­


pidamente y llegan a ser plantas que producen más semillas,
las cuales originan nuevas plantas, y así sucesivamente hasta
el infinito. Con independencia del supuesto arrepentimiento
de Satanás, él tenía todavía a un rebelde en su corazón por­
que las sem illas de la rebelión -las causas espirituales básicas
de esta- estaban arraigadas de manera permanente en su
mente. Elena G. de White siguió diciendo:
«No se arrepintió de su rebelión porque había visto la bondad de
Dios, de la cual había abusado. [...] La pérdida de todos los privi­
legios que había tenido en el cielo le pareció demasiado grande
como para soportarla. Deseaba recuperarlos. El tremendo cambio
que se había operado en su situación no había aumentado su amor
a Dios, ni a su sabia y justa ley. Cuando Satanás se convenció pie-
13. Rebelión • 195

namente de que no había posibilidad alguna de recuperar el favor


de Dios, manifestó su maldad con odio acrecentado y ardiente
vehemencia» (HR 27).
El odio de Satanás que siguió a esta negativa de Cristo a
su petición es prueba de que su arrepentimiento no era ge­
nuino, y de que sin duda «las semillas de la rebelión todavía
estaban dentro de él».
La Biblia describe tres tipos de rebeldes. Yo los llamo «re­
beldes empedernidos», «rebeldes creyentes» y «rebeldes pia­
dosos». Una de las características importantes de la rebelión
es que aquellos a quienes ha corrompido rechazan admitir
las evidencias que son obvias para ellos.
Rebeldes empedernidos
Los ateos y los agnósticos forman el grupo de los que yo
llamo rebeldes empedernidos. Estas personas niegan la exis­
tencia de Dios y rechazan admitir que la Biblia es su Palabra
inspirada. Pablo describió a estos rebeldes en Romanos 1:
18-20: «La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda
impiedad e injusticia de los hombres que detienen con in­
justicia la verdad, porque lo que de Dios se conoce les es
manifiesto, pues Dios se lo manifestó: Lo invisible de él, su
eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde
la creación del mundo y se puede discernir por medio de las
cosas hechas. Por lo tanto, no tienen excusa». Esto es rebe­
lión em pedernida.
Los rebeldes empedernidos, basándose especialmente en
el Antiguo Testamento, pintan un Dios vengativo, insen­
sible y cruel. El famoso ateo Richard Dawkins dijo: «La fe
revelada no es una tontería inofensiva, puede ser una ton­
tería letalmente peligrosa». Como evidencia de su conclu­
sión, cita a los terroristas que matan a otros en nombre de
Dios, y a las personas religiosas que rehúsan someterse a lo
que él llama la «crítica normal».1
1 9 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

El problema con los ateos como Dawkins es que se nie­


gan a reconocer la evidencia que tienen ante sus ojos, esa
que Pablo llamó «lo invisible de [Dios], su eterno poder y
su deidad, [que] se hace claramente visible [...] por medio
de las cosas hechas» (Rom. 1: 20). Los creacionistas llaman
a esto «diseño inteligente». Se trata de una poderosa forma
de evidencia, que persuadió a Anthony Flew, uno de los ateos
más destacados del siglo XX, a volverse teísta. En una entre­
vista posterior a su conversión al teísmo, dijo Flew: «Los ar­
gumentos más impresionantes de la existencia de Dios son
aquellos que son apoyados por recientes descubrimientos
científicos». Añadió que «el argumento del diseño inteli­
gente es enormemente más fuerte de lo que era cuando lo co­
nocí por primera vez».2
Dios creó a los seres humanos con inteligencia, y nos
hace responsables de las evidencias que nuestra inteligencia
es capaz de entender. La aceptación por parte de Anthony
Flew de las evidencias de la naturaleza a favor de la existen­
cia de Dios demuestra que no estamos ante una idea dispa­
ratada. Desafortunadamente, algunas personas están tan
comprometidas con su negación de la existencia de Dios
que rechazan admitir las evidencias de la naturaleza visibles
a sus ojos. Eso es rebelión em pedernida.
Rebeldes creyentes
Los rebeldes creyentes creen en Dios, motivo por el cual
los llamo así. También creen en la inspiración de la Biblia
y proclaman ser siervos de Dios. Los miembros de iglesia
que asisten cada sábado (o domingo) a los oficios religiosos
pueden ser algunos de los más eficaces rebeldes del lado de
Satanás.
Un excelente ejemplo de rebeldes creyentes lo consti­
tuyen los dirigentes judíos de los que habla Juan en su Evan­
13. Rebelión • 1 9 7

gelio. Ellos no negaban la existencia de Dios. No decían


que la Biblia no fuera la Palabra de Dios. De hecho, ¡defen­
dían fervientemente ambas cosas! Eran celosos defensores
de la ley. Sin embargo, rechazaron persistentemente a Jesús
a pesar de las poderosas evidencias de que él era ciertamente
su Mesías. Juan, tras registrar tres de los milagros más in­
contestables de Jesús, muestra el rechazo de los dirigentes
judíos a aceptarlos como evidencias de que Jesús había sido
enviado por Dios.
La curación del paralítico de Betesda. Juan 5 cuenta la his­
toria. Un sábado, Jesús sanó a un hombre que era inválido
desde hacía treinta y ocho años. Sin embargo, los dirigentes
de los judíos no se alegraron por aquella obra de Jesús en
favor del hasta entonces paralítico. En lugar de ello, se pu­
sieron furiosos. Llevaron a Jesús ante el Sanedrín* y le acu­
saron de violar la ley, que prohibía sanar en sábado.
Al defender lo que había hecho, Jesús proclamó que Dios
era su Padre. Dice la Biblia que por causa de ello «los judíos
aún más intentaban matarlo» (Juan 5: 17-18). Los poderes
sobrenaturales de Jesús eran innegables, y no obstante los di­
rigentes judíos se negaron a aceptar la evidencia que tenían
ante sus ojos de que él venía de Dios. Eso es rebelión creyente.
Curación de un ciego. Juan 9 contiene otra historia de Jesús
realizando un milagro de sanidad en sábado. Esta vez fue para
dar vista a un hombre ciego de nacimiento.
Los fariseos pidieron al hombre que describiera lo que
había pasado. Algunos de ellos rechazaron el testimonio
que él compartió con ellos, pero «otros decían: “¿Cómo

* Juan da cuen ta de un largo discurso que Jesús pronunció en su defensa cuando los dirigentes
le acusaban de quebrantar el sábado (ver Juan 5:16-47). Juan n o dijo que este discurso tuviese
lugar ante el Sanedrín , pero es completamente posible. Elena G de W h itedijo: «Jesús fue lle­
vado ante el San edrín para responder a la acusación de haber violado el sábado» (DA 180)
1 9 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

puede un hombre pecador hacer estas señales?”» (versículo


16). Quienes formularon esta pregunta estaban recono­
ciendo las evidencias de que Jesús tenía poderes sobrenatu­
rales.
Esperando que el hombre que se hallaba ante ellos no
fuera realmente el que había nacido ciego, los fariseos pre­
guntaron a sus padres si era hijo suyo. Respondieron que sí.
Así que los dirigentes judíos llamaron nuevamente al hombre
y le animaron a afirmar que Jesús era pecador. Juan dice que
el hombre replicó: «Si es pecador, no lo sé; una cosa sé,
que habiendo yo sido ciego, ahora veo» (vers. 25). Este hom­
bre admitió las evidencias.
La siguiente vez que Jesús vio al hombre a quien había
sanado de su ceguera, le animó a «creer en el Hijo de Dios».
En respuesta, el antiguo ciego adoró a Jesús (vers. 35-38).
Se rindió a la evidencia.
Entonces dijo Jesús: «Para juicio he venido yo a este
mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven, sean
cegados» (vers. 39).
Algunos de los dirigentes judíos que oyeron a Jesús decir
esto se dieron cuenta de que estaba hablando de ellos. Pre­
guntaron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?».
La respuesta de Jesús está llena de sentido, pues dijo: «Si
fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora, porque decís:
“Vemos”, vuestro pecado permanece» (vers. 40-41).
Ellos proclamaban que creían en Dios y en su Palabra.
Proclamaban que veían. Pero rechazaban las evidencias que
apuntaban de manera obvia a la misión divina de Jesús.
es rebelión creyente.
Finalmente, Juan 11 nos cuenta
La resurrección de Lázaro.
el milagro de Jesús que constituyó la evidencia más poderosa
acerca de quién era él. Restauró a un muerto a la vida. Se
trataba de un hombre que llevaba muerto cuatro días. Nadie
13. Rebelión • 199

podía argüir que simplemente había salido de un estado de


coma. Sin embargo, frente a toda esta abrumadora evidencia,
los dirigentes judíos se negaron a aceptar a Jesús como el Me­
sías prometido. En lugar de ello, convocaron una reunión
del Sanedrín para planificar cómo deshacerse de él. «¿Qué
haremos?», se preguntaron, «pues este hombre hace muchas
señales. Si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los
romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación»
(Juan 11: 47-48).
Nótese que estos dirigentes judíos reconocían que Jesús
había realizado «muchas señales». Pero por miedo a perder
su posición -miedo a que «los romanos [destruyeran] nues­
tro lugar santo y nuestra nación»- rechazaron estas eviden­
cias, las más poderosas de todas, acerca de quién era Jesús.
Cuenta Juan que «desde aquel día acordaron matarlo» (vers.
53). Eso es rebelión creyente.
En el encuentro nocturno de Nicodemo con Jesús, el pri­
mero reconoció que los dirigentes judíos sabían que Jesús
había «venido de Dios como maestro». Pues, como añadió
Nicodemo, «nadie puede hacer estas señales que tú haces,
si no está Dios con él» (Juan 3: 2).
Nicodemo efectuó esta declaración casi al principio del
ministerio de Jesús, antes de que hubiera realizado sus más
milagrosas sanaciones y antes de que resucitase a Lázaro.
Aun en esa temprana etapa, basándose en los pocos mila­
gros que Jesús ya había llevado a cabo, los dirigentes judíos
sabían que Jesús había venido de Dios, ¡y no obstante se ne­
gaban a creer en él!
Jesús les dijo a los judíos que escuchaban sus enseñanzas
en el templo: «Las obras que yo hago en nombre de mi Padre,
ellas dan testimonio de mí» (Juan 10: 25). Su énfasis radi­
caba en que sus milagros eran una evidencia poderosa de
200 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

quién era él. Sin embargo, Juan hubo de informar de que


«a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos,
no creían en él» (Juan 12: 37). es rebelión creyente.

Rebeldes piadosos
Probablemente podríamos llamar a los dirigentes judíos
«rebeldes piadosos», pues proclamaban ser muy devotos
(ver Mat. 6: 1-4). Sin embargo, a quienes llamo así es a las
personas descritas en Mateo 7: 21-23. De ellas hablaba Jesús
cuando dijo: «No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”, en­
trará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en
aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y
en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hi­
cimos muchos milagros?”. Entonces les declararé: “Nunca
os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!”».
Notemos que el hecho de haberse perdido será un com­
pleto shock para estas personas. Dirán: «¡¿Qué?! Señor, ¡fíjate
en cuán fielmente hemos observado el sábado! ¡Recuerda lo
honrados que hemos sido pagando un diezmo entero durante
todas nuestras vidas! ¡Y cuán diligentemente hemos testifi­
cado de ti! ¿Quieres decir que nosotros estamos perdidos?
¡Imposible!».
Jesús expuso muy claramente la razón por la que están
perdidos. Dijo: «Nunca os conocí». Con ocer a Jesús implica
más que conocer los hechos de su vida en la tierra. Im­
plica conocerle como amigo; esa amistad con Dios que des­
cribí en el capítulo 9. Dios concedió un tiempo de gracia a
la especie humana porque deseaba restablecer entre él y los
pecadores la amistad que se había propuesto que existiera
cuando los creó. Nuestra más elevada obligación durante el
tiempo de gracia es procurar conocer a Dios el Padre, a Jesús
el Hijo, y al Espíritu Santo de un modo profundamente
13. Rebelión ■ 201

personal dedicando tiempo al estudio serio de la Biblia,


a la oración sincera, al servicio cristiano y al cultivo dili­
gente de un carácter semejante al de Cristo. Los cristianos
que descuidan esta íntima amistad con el Dios triuno están
en rebelión contra él tanto como quienes rechazan creer en
él. Eso es rebelión piadosa.
Las vírgenes insensatas cuya historia se narra en Mateo
25:1-13 son otro ejemplo de rebeldes piadosos. Al principio
de la historia, todas las muchachas parecían ser fieles y de­
votas cristianas, pues, de acuerdo con el relato de Jesús, todas
ellas salieron con aceite en sus lámparas. Todas ellas habían
nacido «del Espíritu» (Juan 3: 5). Todas habían sido amigas
de Dios. Pero las muchachas insensatas dejaron de alimen­
tar esa amistad. Se volvieron descuidadas respecto a su vida
devocional, así que perdieron la relación con Dios que un
día tuvieron. Y para el tiempo en que descubrieron el pro­
blema, ya era demasiado tarde. Buscaron la amistad de Dios
después del fin del tiempo de gracia, pero, cuando llamaron
a la puerta del banquete de bodas, el novio les dijo: «No os
conozco» (Mat. 25: 12). Esa es la misma respuesta que dio
Jesús a los guardadores del sábado, pagadores del diezmo
y ganadores de almas de los que él hablaba en Mateo 7:
«Nunca os conocí». Estas personas se creen cristianas de­
votas, pero son rebeldes. Es la rebelión piadosa.
¿Qué es lo que los rebeldes piadosos se niegan a aceptar?
Se trata de la evidencia de que el Espíritu Santo les habla.
Afirma Juan que Jesús es «la luz verdadera que alumbra a
todo hombre [que] venía a este mundo» (Juan 1: 9), y Jesús
nos da esta luz a través del Espíritu Santo (ver Juan 16: 13).
El Espíritu está continuamente aproximándose a todo
ser humano. Está continuamente presentando en los rebel­
des empedernidos y los rebeldes creyentes las evidencias
202 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

externas que necesitan admitir. Los rebeldes piadosos las


admiten. El problema es que se niegan a aceptar la eviden­
cia interna de su propia necesidad de arrepentirse.
Jesús dijo que una de las responsabilidades del Espíritu
Santo es «convence[r] al mundo de pecado, de justicia y de
juicio» (Juan 16: 8). Está constantemente intentando ayu­
damos a reconocer los pecados acariciados y los defectos de
carácter que originan nuestra infelicidad en este mundo y
que pueden costamos la vida eterna en el próximo. Desgra­
ciadamente, permitimos que las cosas de esta vida llenen
nuestro tiempo, que tengan prioridad sobre nuestra relación
con Jesús. Relativizamos nuestros pecados acariciados como
asuntos de poca importancia. «Es una cuestión menor», nos
decimos. «Dios comprende mi debilidad. El la disculpará».
Y dejamos de cooperar con el Espíritu Santo para superar
nuestros pecados y corregir nuestros defectos de carácter.
Somos frívolamente inconscientes de que nos hallamos tan
en rebelión contra Dios como lo están los rebeldes empe­
dernidos y los rebeldes creyentes. Y cuando nuestro tiempo
de gracia termine, lo mismo si en ese momento morimos o
si aún estamos vivos, nos veremos tan perdidos como las
otras dos clases de rebeldes.
Una vida devocional sistemática -estudio de la Biblia y
oración- es esencial para reconocer y vencer sobre nuestros
pecados acariciados y defectos de carácter. Afirma Elena G.
de White: «Deberíamos ejercitar en el estudio de las Santas
Escrituras todas las fuerzas del entendimiento y procurar
comprender, hasta donde es posible a los mortales, las pro­
fundas enseñanzas de Dios» (CS 584). Y añade: «Sin ora­
ción incesante y vigilancia diligente corremos el riesgo de
volvernos indiferentes y de desviarnos del sendero recto»
(CC95).
13. Rebelión • 203

Quienes mantienen una vida devocional sistemática re­


conocerán la voz del Espíritu Santo y entenderán las evi­
dencias que les está presentando acerca de sus pecados y
defectos de carácter. Entonces harán todo lo posible para
superarlos.* Esto es con frecuencia un ejercicio muy dolo­
roso, lo que probablemente sea la razón principal por la que
decidimos ignorar la evidencia interna con la que el Espíritu
nos convence de nuestra necesidad de arrepentimos y de
cambiar. Aquellos que aceptan la convicción del Espíritu y
resisten ese dolor vencerán, y serán mucho más felices por
ello incluso en esta vida.
Los r a sgo s defin itorios
Cerraré este capítulo resumiendo los rasgos que definen
a cada una de las formas de rebelión que hemos analizado.
Los rebeldes em pedernidos. Su característica definitoria es
el desdén, que los hace refractarios a dejarse persuadir por
las evidencias de la naturaleza de que Dios existe. Este es el
tipo de rebelde más fácilmente reconocible.
Los rebeldes creyentes. El rasgo que los define es la obsti­
nación. Creen en Dios y en la inspiración de la Biblia, pero
rechazan verdades fundamentales, negándose a dejarse con­
vencer por las evidencias. Hace dos mil años los judíos no
quisieron aceptar la evidencia incontrovertible que mostra­
ban los milagros de Jesús de que él era el Mesías. Los adven­
tistas del séptimo día creemos que en estos últimos días los
rebeldes creyentes rehusarán aceptar la verdad bíblica refe­
rente a la ley, y en especial al sábado.
Los rebeldes piadosos. La característica que define a los
rebeldes piadosos es la n egligen cia. Ellos reconocen las

* En mi libro El dragón que todos llevamos dentro, comparto un a serie de sugerencias específicas
para superar los pecados acariciados y los defectos de carácter.
204 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

evidencias incontestables de la naturaleza a favor de la exis­


tencia de Dios que los rebeldes empedernidos se niegan a
aceptar, y también reconocen las evidencias bíblicas en
apoyo de las verdades que los rebeldes creyentes no admi­
ten. La evidencia que los rebeldes piadosos se resisten a acep­
tar es la interna: la insistente influencia del Espíritu Santo.
Descuidan cultivar su vida espiritual, la cual los haría sensi­
bles a esta evidencia.
De estas tres formas de rebelión, la más difícil de reco­
nocer, y por tanto la más engañosa, es la de los rebeldes pia­
dosos. El tiempo de gracia nos concede la oportunidad de
desarrollar una amistad íntima con Dios y, a través de ella,
de superar los pecados acariciados y los defectos de carácter
que el Espíritu Santo nos revela. Pero a fin de que esto su­
ceda, hemos de dejar que el Espíritu hable a nuestros cora­
zones.
Afortunadamente, él no se rinde fácilmente con nin­
guno de nosotros, seamos rebeldes empedernidos, rebeldes
creyentes o rebeldes piadosos. Vuelve una y otra vez a nues­
tro lado de diferentes maneras, tratando de llevamos a acep­
tar las evidencias extemas e internas en apoyo de la verdad.
Dudo que muchos rebeldes empedernidos lean este libro.
El hecho de que usted lo esté leyendo significa que no es parte
de ese grupo de rebeldes. ¡Le animo a evitar ser un rebelde
creyente o un rebelde piadoso!

Notas del capítulo


1. Ver «Rich ard Dawkin s», W ikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/Richard_Dawkins.
2. Ver «An th on y Flew», W ikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/Anthony_Flew.
'M

La rebelión definitiva

n par de términos del libro de Apocalipsis han pasado

U a formar parte del vocabulario cultural estadounidense.


Uno de ellos es A rm agedón . La mayoría de la gente
probablemente no está familiarizada con lo que dice real­
mente la Biblia sobre el Armagedón, pero a usted le costará
encontrar a una persona que no haya oído esa palabra. En
la cultura popular, el Armagedón ha llegado a significar una
tremenda batalla global que destruirá, o poco menos, la ci­
vilización. Así es ciertamente como el Apocalipsis caracte­
riza el Armagedón, en particular a la luz de la descripción
de Apocalipsis 19: 11-21, con Cristo cabalgando desde el
cielo en un caballo blanco y derrotando a los ejércitos de la
tierra.
El otro término de Apocalipsis que ha llegado a ser parte
del vocabulario común estadounidense es «la marca de la
bestia». De nuevo, aunque la mayoría de la gente no sabe
lo que dice la Biblia sobre esta marca, la expresión es muy
conocida.
206 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Algunos intérpretes de la profecía sostienen que la marca


de la bestia es el código de barras que se encuentra en la
mayoría de los productos que compramos en nuestros días.
Esta interpretación probablemente deriva del hecho de que
Apocalipsis afirma que a quienes rechacen la marca de la
bestia se les privará del derecho a comprar o vender.
Pero los productos de las estanterías de las tiendas no
son los únicos objetos en que se puede poner un código de
barras. Usted habrá oído que algunas personas se oponen
«constitucionalmente» al desarrollo de una tarjeta nacional
de identificación. La idea es que cada tarjeta o carnet ten­
dría un código de barras único para esa persona, permi­
tiendo así una rápida identificación de la misma, lo que
vendría bien en una serie de situaciones. Por ejemplo, cuando
un cliente vaya a pagar en el supermercado (o en cualquier
otro lugar comercial), bastaría sencillamente escanear su car­
net de identidad, y el importe de su compra sería transferido
de su cuenta bancaria a la cuenta del establecimiento.
Quienes creen que el carnet de identidad con código de
barras es la marca de la bestia dicen que sería un medio para
seguir la pista de la gente y entrometerse en sus vidas priva­
das. Afirman que las personas se verían obligadas a llevar
ese documento nacional de identidad. Hacer negocios con
quienes no lo tuvieran sería ilegal; no podrían ni comprar
ni vender.*
Otra idea popular sobre la marca de la bestia es que será
un microchip incrustado bajo la piel de las personas, sea en
la frente o en la mano. El motivo de esta idea es bastante
obvio: Apocalipsis dice que todas las personas de la tierra

* Con vien e aclarar que en múltiples países es obligatorio, incluso desde hace muchos años, que
cada ciudadano a partir de cierta edad lleve con sigo un documento nacional de identidad.
Además, las últimas versiones del mismo in corporan un ch ip in formático que, al modo de los
códigos de barras, almacena muchos datos relevantes, en este caso de la persona en cuestión.
[N .d elT.].
14. La rebelión definitiva • 207

serán forzadas a llevar «una marca en la mano derecha o en


la frente» (Apoc. 13: 16). No requeriría mucho tiempo es­
tablecer algo así. Las personas ya tienen microchips identi-
ficativos bajo la piel de sus mascotas, a fin de que puedan
reencontrarse con sus familias si se pierden o las roban.
Por supuesto, se han sugerido innumerables usos de estos
chips para los humanos. Por ejemplo, un microchip reem­
plazaría a la tarjeta de crédito que llevamos en la cartera.
Insértese bajo la piel de nuestra mano y siempre estará dis­
ponible. Cuando usted vaya de compras y tenga que pagar,
bastará que pase la mano por un escáner. Este leerá su nú­
mero de tarjeta de crédito y cargará la compra a su cuenta.
Los microchips podrían conservar el registro de todos sus
datos médicos, haciéndolos instantáneamente disponibles
para cualquier proveedor de atención sanitaria, tanto si se
encuentra usted consciente como si no. Podría también su­
plir al documento nacional de identidad. Y si usted rechazara
tener un microchip incrustado bajo la piel, podría ser inscrito
en una lista negra y se le impediría comprar o vender.
Estas ideas son realmente posibilidades razonables. Como
veremos más adelante en este capítulo, durante la crisis final
la mayor parte de la población de la tierra se conducirá de
manera profundamente antagónica contra el pueblo de Dios,
y requerir que todos lleven un carnet de identidad global con
código de barras sería una buena manera de filtrar a aquellos
a quienes la sociedad desea prohibir que compren y vendan.
Sin embargo, aunque los códigos de barras y los microchips
bajo la piel podrían ser empleados para im poner la marca de
la bestia, no son la marca en sí mismos.
El asunto clave en relación con la marca de la bestia,
según Apocalipsis, tiene que ver con la religión, no con
la economía. El aspecto económico -que ninguno pueda
comprar o vender- es simplemente una manera de imponer
2 0 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

el aspecto religioso. Echemos un vistazo al contenido de


Apocalipsis 13, el capítulo que anuncia la marca de la
bestia.
Falsa adoración
En el capítulo 11 del presente libro, aludí a la descripción
de Apocalipsis 13 de dos poderes políticos, simbolizados por
bestias, que dominarán el mundo en el tiempo del fin. Uno
surge del mar y el otro, de la tierra. Los adventistas históri-
camente hemos dicho que la bestia procedente del mar re­
presenta al papado, especialmente en su etapa del tiempo
del fin, y la bestia de la tierra representa a Estados Unidos.
Yo estoy de acuerdo con estas conclusiones.* Sin embargo,
nuestra principal preocupación aquí tiene que ver con las
cuestiones espirituales en las que estas bestias están impli­
cadas. Empezaré con la bestia procedente del mar.
L a bestia del m ar. En profecía apocalíptica -es decir,
Daniel y Apocalipsis- las bestias representan entidades
políticas, usualmente naciones.** Pero la bestia del mar no
es meramente una entidad política. Es también profun­
damente espiritual, aunque la suya sea una forma falsa de
espiritualidad. Apocalipsis nos informa de cuatro elemen­
tos de esta bestia que nos alertan sobre el hecho de que
su espiritualidad es falsa.
En primer lugar, de acuerdo con Apocalipsis 13: 2, la bes­
tia del mar recibe su poder y su autoridad del dragón, que
en Apocalipsis simboliza a Satanás (ver Apoc. 12: 9). Así
sabemos con seguridad desde el principio que cualquier es­
piritualidad que veamos en la bestia del mar es una espiri­

* En los capítulos 3 y 9 de mi libro ¿Será que podría pasar? explico las bases para iden tificar a
estas dos bestias como el papado y Estados Unidos.
* * La bestia de Apocalipsis 17 probablemente representa una entidad política como la Organi­
zación de Nacion es Un idas (O NU).
14. La rebelión definitiva • 209

tualidad falsa.
En segundo lugar, Apocalipsis 13:5-6 dice que «se le dio
boca que hablaba arrogancias y blasfemias [...]. Y abrió
su boca para blasfemar contra Dios, para blasfemar de su
nombre, de su tabernáculo y de los que habitan en el cielo».
El diccionario Webster define la blasfemia como «mensajes
escritos, orales, o actos profanos o despectivos en relación
con Dios o con cualquier cosa tenida por divina».1Reitere­
mos que la bestia surgida del mar es profundamente espiri­
tual, pero del modo incorrecto. Su aparente espiritualidad
es falsa. "
En tercer lugar, el versículo 7 dice que a la bestia «se le
permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos». Lo
mismo aparece en Apocalipsis 12: 17, donde leemos que
Satanás, el dragón, «se llenó de ira contra la mujer y se fue
a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de ella»;
es decir, el pueblo de Dios en el tiempo del fin. Así, la bestia
del mar es simplemente el instrumento de Satanás para lle­
var a cabo su obra de atacar al pueblo de Dios. Se trata, lo
vemos una vez más, de una espiritualidad falsa.
La bestia de ¡a tierra. Lo primero que ha de notarse sobre
la bestia surgida de la tierra es que tiene «dos cuernos se­
mejantes a los de un cordero» (Apoc. 13: 11). La palabra
«cordero» aparece treinta y dos veces en Apocalipsis, y en
todos los casos, excepto este, se refiere a Cristo. Incluso
en este caso, tiene relación con Cristo, porque se nos dice
que los cuernos de la bestia de la tierra son «sem ejantes a los
de un cordero». En otras palabras, el poder representado
por ella proclama ser cristiano. Sin embargo, el resto de la
descripción de esta bestia semejante a un cordero deja claro
que se trata de una proclamación falsa. La primera evidencia
de esto se encuentra en la última frase del versículo 11:
«como un dragón», es decir, como Satanás. El versículo 12
210 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

afirma que la bestia de la tierra «hace que la tierra y sus


habitantes adoren a la primera bestia, cuya herida mortal
fue sanada». Y en el versículo 14, se dice que ordena que
«le hagan una imagen a la bestia que fue herida de espada
y revivió». Ya que la bestia del mar es claramente un poder
demoníaco, la bestia de la tierra, que apoya a aquella, debe
ser también un poder demoníaco, al menos durante la fase
de su existencia en que apoya a la primera bestia.
La bestia surgida de la tierra es también muy espiritual.
El versículo 12 afirma que impone la adoración a la bestia
del mar, y el versículo 15 añade que hace «matar a todo el
que no la adorara». La bestia de la tierra es claramente un
poder espiritual muy perverso, que fuerza a seguir con puño
de hierro esa forma de espiritualidad.
Notemos también que tanto la bestia del mar como la
bestia de la tierra tienen autoridad política y religiosa global.
Respecto a la primera, Apocalipsis dice que «se le dio auto­
ridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación» (vers. 7).
La bestia de la tierra también «hace que la tierra y sus ha­
bitantes adoren a la primera bestia» (vers. 12) y «engaña a
los habitantes de la tierra» y ordena que «le hagan una ima­
gen a la bestia [del mar]» (vers. 14). Luego la bestia de la
tierra hace «matar a todo el que no la adorara» (vers. 15).
La lección que hemos de aprender de este análisis de
Apocalipsis 13 es que estas dos bestias se encuentran en pro-
fun da rebelión contra el Dios del cielo. El tema central es la
adoración. Esta es tan fundamental para la espiritualidad de
ambas entidades políticas que las palabras adoración y otras
de la misma familia aparecen ocho veces en Apocalipsis 13
y 14, y siete de ellas se refieren a falsa adoración.
Por Apocalipsis 14 sabemos no solo que esta adoración
es falsa, sino que es la form a fin al de rebelión contra el Dios del
cielo. Y eso resulta evidente por el hecho de que los dos que
14. La rebelión definitiva • 211

imponen esta falsa adoración y quienes participan en ella


recibirán los castigos divinos más severos de los que jamás
se habla en la Biblia. Dice Apocalipsis 14: 9-11: «Si alguno
adora a la bestia y a su imagen y recibe la marca en su frente
o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios,
que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será ator­
mentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y
del Cordero. El humo de su tormento sube por los siglos de
los siglos. No tienen reposo de día ni de noche los que ado­
ran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca
de su nombre».
La v e r d ad e r a ad or ación segú n
A pocalip sis 14
Como ya he señalado, de las ocho apariciones de la pa­
labra adoración en Apocalipsis 13 y 14, solo una se refiere a
la verdadera adoración. Apocalipsis 14: 6-7 afirma: «En
medio del cielo vi volar otro ángel que tenía el evangelio
eterno para predicarlo a los habitantes de la tierra, a toda
nación, tribu, lengua y pueblo. Decía a gran voz: “¡Temed a
Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado.
Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuen­
tes de las aguas!”».
Son importantes varios detalles de este mensaje del pri­
mer ángel:
• Es un mensaje relativo al tiempo del fin, por ser dado en
el contexto de Apocalipsis 13 y 14, que predicen acon­
tecimientos asociados con la crisis final de la tierra.
• Se refiere al «evangelio eterno» de la salvación por gra­
cia a través de la fe en Jesús.
• Es una repetición de la comisión evangélica de Mateo
24:14 y 28:19-20, porque ha de ser proclamado «a toda
nación, tribu, lengua y pueblo».
212 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

• Es un llamamiento a «teme[r] a Dios y da[r]le gloria».


• Acontece durante la época en que el juicio se desarrolla
en el cielo.
• Es un llamado a adorar a Dios como el Creador que «hizo
el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas».
En este capítulo estamos especialmente interesados en
el tema de la adoración. La adoración de la que se habla
en este pasaje es auténtica. Sabemos que lo es porque es
parte del evangelio eterno que ha de ser proclamado al
mundo entero. Este mensaje llama al pueblo a «temer a
Dios y darle gloria», y a adorar a Dios como Creador. Quie­
nes aceptan el mensaje de este ángel declaran su lealtad a
Dios. La adoración en este pasaje se alza en marcado con­
traste con la otra adoración que se menciona en Apocalipsis
13 y 14, caracterizada como rebelión contra Dios.
Las siete menciones de la falsa adoración en Apocalipsis
13 y 14 no nos dicen mucho acerca de su naturaleza. Como
mejor entendemos la falsa adoración en estos dos capítulos
es comparándola con la verdadera adoración a Dios, tal
como la describe el mensaje del primer ángel. Por medio de
él sabemos que la verdadera adoración significa adorar a
Dios como a «aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las
fuentes de las aguas». Estas palabras son casi idénticas a
la última parte del Cuarto Mandamiento: «En seis días hizo
Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en
ellos hay» (Éxo. 20: 11).
Asociemos esto al hecho de que tanto Apocalipsis 12:17
como 14: 12 identifican al pueblo de Dios como los que
«guardan los mandamientos de Dios», y resultará evidente
que durante la crisis final de la tierra guardar los manda­
mientos, y especialmente observar el Cuarto, será un asunto
decisivo.
14. La rebelión definitiva • 2 1 3

De hecho, Apocalipsis deja claro que la línea que divide


¡i los verdaderos seguidores de Dios de quienes se rebelan
contra él radica en la obediencia o la desobediencia a los
mandamientos de Dios. Apocalipsis 12:17 dice: «El dragón
se llenó de ira contra la mujer y se fue a hacer la guerra con­
tra el resto de la descendencia de ella, contra los que guar­
dan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de
Jesucristo».
El pueblo leal a Dios obedece sus mandamientos frente
a una feroz oposición. Por eso les persigue Satanás. Vemos
el mismo hecho en Apocalipsis 14: 12, donde, inmediata­
mente después de la terrible condena pronunciada contra
los que adoran a la bestia y reciben su marca, vienen estas
palabras: «Aquí está la perseverancia de los santos, los que
guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús». La obe­
diencia de los santos suscitará la ira del mundo. Dios dice
que su pueblo reaccionará con paciencia a la persecución
subsiguiente. Esa virtud fue una de las características que
Jesús manifestó durante su juicio y crucifixión.
Descubrimos así que el mundo rebelde perseguirá al pue­
blo de Dios por dos razones: (1) su fidelidad en guardar los
mandamientos divinos; y (2) su rechazo a cooperar con la
forma de adoración del mundo. El conflicto sábado-do-
mingo aúna estos dos asuntos. Por ese motivo, durante más
de ciento cincuenta años los adventistas del séptimo día
hemos dicho que el Cuarto Mandamiento será la cuestión
principal en el conflicto final. El pueblo de Dios observará
el sábado bíblico, mientras el mundo observa el falso sábado.
Y el mundo intentará forzar al pueblo de Dios a observar el
falso sábado.
214 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

La rebelión definitiva
La rebelión contra Dios habitualmente tiende a tomar
una de estas dos formas: rebelión contra el evangelio, o re­
belión contra su ley. Uno de los mayores desafíos para el
pueblo de Dios es mantener el equilibrio adecuado entre la
ley y el evangelio. Las personas que solo se concentran en
el evangelio proclaman que la ley ha sido abolida, que los
cristianos ya no necesitan observarla. «Estamos bajo la gra­
cia», dicen, «por tanto no necesitamos guardar la ley». Esta
es la llamada «gracia barata». Es una forma de rebelión con­
tra la ley.
Los que se centran en la ley hasta el punto de excluir al
evangelio se encuentran tan absortos en la obediencia que
no logran entender el evangelio de la aceptación de Dios a
través de la justificación, y el crecimiento espiritual a través
de la santificación. Los llamamos «legalistas». El legalismo
es una forma de rebelión contra el evangelio.
La rebelión contra el evangelio fue especialmente evi­
dente durante la vida de Cristo en la tierra. La cuestión que
confrontó entonces al pueblo de Dios era si aceptar o no a
Jesús como el Mesías sufriente. A pesar de las evidencias
absolutamente claras de que Dios lo había enviado, la ma­
yoría de sus compatriotas judíos rehusaron aceptarle (ver
Juan 1:11). Se rebelaron contra el evangelio.
Partiendo de lo que hemos visto hasta aquí en este capí­
tulo, es evidente que los asuntos clave en la rebelión final
del mundo son la ley y nuestra relación con ella, especial­
mente la parte de la ley que involucra adorar a Dios como
Creador. El pueblo de Dios observará el sábado en el sép­
timo día tal como lo enseña el Cuarto Mandamiento, mien­
tras la mayor parte de la población mundial observará el
domingo, el primer día de la semana, práctica originada en
el papado y marca de su autoridad. Además, el mundo so­
14. La rebelión definitiva • 2 1 5

meterá a intensa presión social, psicológica y física a quienes


observen el sábado el séptimo día, tratando de forzarles a
que guarden el primer día de la semana en su lugar. Quienes
accedan recibirán la marca de la bestia.
Los adventistas del séptimo día hemos mantenido esta
visión de la marca de la bestia desde antes de la fundación
de nuestra iglesia. Fue uno de los pilares centrales de la com­
prensión de Elena G. de White sobre la crisis final. Ella
escribe: «La marca de la bestia es [...] la observancia del
primer día de la semana. Esta marca distingue a los que re­
conocen la supremacía de la autoridad papal de aquellos que
reconocen la autoridad de Dios» (8TI128). Y dice también:
«La imposición de la observancia del domingo en los Esta­
dos Unidos equivaldría a imponer la adoración de la bestia
y de su imagen» (CS 442-443).
En el capítulo precedente, subrayé que las personas solo
son consideradas culpables de rebelión contra Dios cuando
reciben clara evidencia de hallarse en el error. Dios no las
hace responsables por lo que no conocen. No considera que
sean rebeldes cuando ignoran las evidencias. Elena G. de
White lo expresó así: «Nadie será condenado por no haber
prestado atención a la luz y al conocimiento que nunca tuvo
y que no pudo obtener» (EUD 185). Y añadió:
«Los cristianos de las generaciones pasadas observaron el do-
mingo creyendo guardar así el día de descanso bíblico; y ahora
hay verdaderos cristianos en todas las iglesias, sin exceptuar la
católica romana, que creen honradamente que el domingo es el
día de reposo divinamente instituido. Dios acepta su sinceridad
de propósito y su integridad. Pero cuando la observancia del
domingo sea impuesta por la ley, y el m u n d o se a ilustrado respecto
a la obligación del v erdadero día de descan so, entonces quien trans­
greda el mandamiento de Dios para obedecer un precepto que
2 1 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

no tiene mayor autoridad que la de Roma [...] aceptar[á] de


hecho el signo de la sumisión a Roma, “la marca de la bestia”»
(CS 443; cursiva añadida).
Cuando Jesús vivió en la tierra, a pesar de la evidencia
obvia y concluyente -en particular por los innegables milagros
que realizó- de que él era el Mesías prometido, los dirigentes
judíos lo rechazaron. Fue ese rechazo frente a dicha evidencia
lo que constituyó su rebelión.
Lo mismo será cierto en el fin del tiempo. El conflicto
sábado-domingo marcará la gran división entre los que sir­
ven a Dios y los que no lo sirven. De maneras que ahora no
entendemos, Dios hará que la evidencia bíblica acerca del
sábado le resulte completamente clara a todo ser humano
sobre la tierra. El rechazo de ese mensaje constituirá la re­
belión definitiva, y traerá sobre los rechazadores la marca
de la bestia.
¿Quién recibirá ia marca de la bestia?
De lo que llevamos dicho, usted puede sentirse tentado
a pensar que las personas que recibirán la marca de la bestia
serán fanáticos ardientes y amenazadores que lanzarán con­
denas sobre todos los que se opongan a ellos. Así puede ocu­
rrir, sin duda, en unos cuantos casos, pero estoy convencido
de que la gran mayoría de los que recibirán la marca de la
bestia serán personas corrientes como usted y como yo. En
el capítulo anterior describí a tres tipos de rebeldes: empe­
dernidos, creyentes y piadosos. Los tres se rebelaron contra
Cristo y el evangelio hace dos mil años, y los tres se rebela­
rán contra la ley de Dios durante la crisis final. Los rebeldes
creyentes y los rebeldes piadosos proclaman ser leales a Dios
cuando, de hecho, son muy desleales, pues rehúsan aceptar
la evidencia que es completamente fiable y clara. Muchos
-probablemente la gran mayoría- de los que reciban la
marca de la bestia serán personas que asisten a la iglesia, que
oran y que vibran con la Biblia y se declaran cristianos.
14. La rebelión definitiva • 217

De modo que aquí la pregunta que usted y yo necesita­


mos responder es: ¿Me encontraré entre ellos?
Eso depende por entero de la relación que hoy estemos
manteniendo con Jesús. Habitualmente decimos que man­
tener una relación con Jesús involucra estudio diario de la
Biblia y oración, lo cual es sin duda cierto. Pero durante el
tiempo del fin, muchos de los rebeldes creyentes y de los
rebeldes piadosos serán «cristianos» autoproclamados que
hacen ambas cosas. ¿Qué es lo que distinguirá al pueblo leal
ile Dios de esos rebeldes en el tiempo del fin?
Pablo nos da una buena descripción de estos rebeldes.
Dice que «no recibieron el amor de la verdad para ser sal­
vos» (2 Tes. 2:10). Es fácil suponer que la verdad que estas
personas rehúsan amar es la verdad doctrinal, y estoy seguro
de que esto es correcto, especialmente a la vista de que el
conflicto final será acerca de la verdad doctrinal referente
al sábado. Sin embargo, creo que la verdad que estas perso­
nas rechazan amar de un modo especial es sobre todo la ver­
dad acerca de sí mismos. En lugar de cooperar con Dios para
superar sus pecados y sus defectos de carácter, los excusan.
Y cuando la marca de la bestia esté siendo promovida en
todo el mundo, el más fácil curso de acción —sobre todo
en vista de los boicots económicos y de las amenazas hacia
sus vidas- será rendirse a la presión y seguir la corriente
popular.
Así, la decisión acerca de en qué lado estaremos durante
In crisis final no se decidirá entonces. L a estam os decidiendo
todos los días desde ahora m ism o.

Noras del capítulo


I, W ebster s N ew W orld Dictionary, 2a ed. universitaria (Nu eva York: Sim ón an d
Schuster, 1982), pág. 149.
B®»

I ■

Los esfuerzos
de Satanás p or engañar
a oído usted alguna vez decir a alguien: «Bueno,

¿HI ya conoces a John.. . o «Eso es típico de Mary» ?


Con estas expresiones se quiere decir que una de­
terminada cualidad es característica de esa persona. Quizá
su entusiasmo, o su capacidad resolutiva, o el hecho de ser
tranquila, seria, o cómica.
Cuando cursaba mi último año en la Academia de Fo-
rest Lake, mis compañeros de clase votaron sobre quién
era «el más servicial», «el más alegre», «el más estudioso»
y así sucesivamente. Yo tuve el honor de ser elegido como
«el más digno de confianza», designación que he tratado
de hacer buena desde aquel día. En realidad, no siempre
lo he logrado; todos fallamos a los demás alguna vez. Pero
procuro lograrlo.
Satanás tiene una característica definitoria. Jesús la
expresó claramente cuando dijo que «es mentiroso y padre
de mentira» (Juan 8: 44). Satan ás es un engañ ador.
2 2 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Eso empezó en el cielo. Dice Elena G. de White que


Satanás «había presentado con engaño los designios de
Dios, interpretándolos torcida y erróneamente, a fin de pro­
ducir disensión y descontento» (PP 16).
Por qué som os engañados
Una característica esencial del engaño es que los que en­
gañan hacen pasar sus cuentos como verdades. Los engaños
que son fácilmente reconocibles como tales no engañan a
nadie.
Algunas personas transmiten falsedades intencional-
mente, con plena conciencia de que su información es
incorrecta. Otras realmente creen que lo que están di­
ciendo es la verdad. En algunos casos, eso es simplemente
porque están mal informadas. Pero muchas veces, la per­
sona que cuenta algo falso tiene una percepción de la rea­
lidad que está contaminada por motivos perversos: por
celos, quizá; o por ira, orgullo, codicia... Esas personas pue­
den realmente creer que lo que dicen es verdad aunque no
lo sea.
Este fue precisamente el problema de Lucifer. Se llenó
de orgullo. Ezequiel dijo que «se enalteció tu corazón a
causa de tu hermosura» (Eze. 28:17),* y Elena G. de White
señaló que estaba especialmente celoso de Cristo. ¿Por
qué, preguntaba este poderoso ángel, ha de tener Cristo
la supremacía? ¿Por qué es honrado por encima de mí?
(ver PP 15).
Los celos de Lucifer lo llevaron a rebelarse contra Cristo
y sus leyes. Al principio, probablemente Lucifer creía que

* Ezequiel escribió estas palabras refiriéndose al rey de Tiro (ver. 12). Sin embargo, los versículos
que siguen dejan claro que ese rey era un símbolo de Lucifer antes de su caída del cielo. El rey
de Tiro n un ca estuvo «en Edén , en el huerto de Dios» (vers. 13), ni fue jamás «querubín
grande, protector» (vers. 14).
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 221

tenía razón y que Dios estaba equivocado. Tanto si este


era el caso como si no, difundió sus falsas ideas entre los
ángeles del cielo. Lucifer no tenía por qué haber conti­
nuado con este autoengaño. Subraya Elena G. de White
que «para convencerlo de su error, se hizo cuanto esfuerzo
podían sugerir la sabiduría y el amor infinitos. Se le probó
que su desafecto no tenía razón de ser, y se le hizo saber
cuál sería el resultado si persistía en su rebeldía. Lu cifer
quedó convencido de que se h allaba en el error. [...] Casi de­
cidió volver sobre sus pasos, pero el orgullo no se lo per­
mitió» (PP 17; cursiva añadida).
Nótese por qué Lucifer persistió en su rebelión: el or­
gullo no le permitió reconocer la verdad incluso después
de tener evidencias convincentes de que era la verdad.
Es igual que con nosotros los seres humanos. Quienes per­
sisten en su erróneo proceder cuando la evidencia les de­
muestra incluso a ellos que están equivocados se transforman
en los rebeldes obstinados que describí en el capítulo 13. Así
ocurrió con los dirigentes religiosos judíos cuando Cristo
estuvo en la tierra. A pesar de las abmmadoras evidencias
de la divinidad de Cristo -destacando entre ellas su resurrec­
ción de Lázaro-, se negaron a aceptar la verdad obvia de
quién era él porque sentían que para admitirla tendrían que
renunciar a su posición y al poder que conllevaba.
El problema del engaño es que no solo engaña a otros.
Aún más importante es que nos engañamos a nosotros mis­
mos. El pecado distorsiona nuestra manera de pensar y
provoca que nos creamos nuestras propias mentiras. Nos
creemos que son realmente ciertas, mientras que el estilo de
vida que Dios diseñó para que viviéramos conforme a él nos
parece irrazonable. Por eso dice Pablo que «el mensaje de la
2 2 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

cruz es una locura para los que se pierden» (1 Cor. 1:18, NVI;
ver también 2: 14). Y también por ello dice que «la menta­
lidad pecaminosa es enemiga de Dios» (Rom. 8: 7, NVI).
La est rat egia de Sat anás en la tierra
'El propósito de Satanás es inducirnos a creer que sus
mentiras son verdad, y tiene más éxito en lograrlo cuando
puede «condimentar» sus mentiras con nuestros motivos
egoístas. Esa fue su estrategia después de ser arrojado a la
tierra. Su primera mentira a Eva fue: «No moriréis», y la acom­
pañó con una incitación a su orgullo: «Seréis como Dios,
conocedores del bien y el mal» (Gén. 3: 4-5).
Eso era verdad hasta cierto punto. Antes de su caída,
Adán y Eva no entendían el mal. Podían, es cierto, cap­
tar el concepto en un sentido intelectual. En buena me­
dida era evidente en la advertencia de Dios de que si comían
del árbol del conocimiento del bien y del mal, morirían. Pero
Adán y Eva no tenían la perspectiva de la experiencia per­
sonal al respecto.
Después de pecar, entendieron el mal muy bien, como
toda la especie humana hasta hoy. Lo que la mayoría de
las personas no entienden es el bien. Pueden comprender
intelectualmente que la rectitud moral es importante. Re­
conocerán enseguida que es malo mentir, robar, asesinar
y abusar sexualmente de niños. Pero si tratamos de expli­
carles el plan de salvación, comprobamos de repente que
no lo entienden. La idea de Jesús muriendo por los pecados
del mundo y luego volviendo a la vida tres días después no
tiene sentido para ellos, y nunca lo tendrá mientras sigan
rechazando las impresiones del Espíritu Santo en sus cora­
zones. Por eso dijo Pablo que Cristo crucificado es «piedra
de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles»
(1 Cor. 1: 23, BLA). El engaño no es solo de Satanás, aunque
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 2 2 3

ciertamente él lo estimula. Como los seres humanos somos


pecadores por naturaleza, el engaño está arraigado en nues­
tras mentes y en nuestros corazones.
Las e st r at e gias eng añad oras
de Sa t a n á s en ei tiempo del fin
Examinemos dos estrategias que Satanás usará en sus es­
fuerzos, durante la crisis final del mundo, para llevar a los
habitantes de la tierra a aceptar sus engaños. Una consiste
en milagros; la otra, en persecuciones.
M ilagros. Juan el Revelador afirma que Satanás reali­
zará «grandes señales, de tal manera que incluso hace des­
cender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres.
Engaña a los habitantes de la tierra con las señales que
se le ha permitido hacer en presencia de la bestia» (Apoc.
13: 13-14). Pablo coincidía con Juan, pues dice que «el
advenimiento de este impío, que es obra de Satanás, irá
acompañado de hechos poderosos, señales y falsos mila­
gros, y con todo engaño de iniquidad para los que se pier­
den» (2 Tes. 2: 9-10).
Persecu cion es. Jesús dijo que «viene la hora cuando
cualquiera que os mate pensará que rinde servicio a Dios»
(Juan 16: 2). Y hablando del contexto del tiempo del fin,
agregó que sus seguidores serán entregados para «que los
persigan y los maten» (Mat. 24: 9, NVI).
Apocalipsis amplía el cuadro. Dice que la segunda bes­
tia levantará una imagen de la primera bestia para hacer
«matar a todo el que no la adorara. Y hacía que a todos,
pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se
les pusiera una marca en la mano derecha o en la frente,
y que ninguno pudiera comprar ni vender» (Apoc. 13:
15-17).
2 2 4 • EL FIN DELTIEMPO DE GRACIA

Elena G. de White escribió mucho acerca de la perse­


cución del tiempo del fin. Dijo que:
«Cualquiera que crea y obedezca la Palabra de Dios in­
currirá por ello en reproche y persecución» (CS 548).
«Los que guarden los mandamientos serán difamados y
condenados en asambleas legislativas y tribunales de justicia.
Se dará un sentido falso a sus palabras, y se les atribuirán las
peores motivaciones» (CS 578).
«Se invocará la ley contra los observantes de los manda­
mientos. Serán amenazados con multas y prisión» (CS 593).
Y se considerará rebelión la fiel obediencia a la Pala­
bra de Dios. Los padres serán ásperos y duros con sus hijos
creyentes, y los amos y amas oprimirán a aquellos de sus
sirvientes que guarden los mandamientos. Se extinguirá
el afecto y los hijos serán desheredados y expulsados de
sus casas. Como dice Elena G. de White, «muy cruel puede
ser el corazón humano cuando no está animado del temor
y del amor de Dios» (CS 593).
Está claro, entonces, que los meses y años finales de la
existencia de este mundo bajo el gobierno de Satanás será
un periodo en el que poderosos engaños tomen el control
de todo el planeta. La falsificación de milagros y la perse­
cución estarán entre los más poderosos instrumentos de
Satanás para tentamos a aceptar estos engaños como la ver­
dad. Dijo Jesús: «Se levantarán falsos cristos y falsos profe­
tas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que
engañarán, si es posible, aun a los escogidos» (Mat. 24: 24).
Por supuesto, los verdaderos elegidos de Dios no serán
engañados. No obstante, a menos que nos preparemos desde
ahora para esa época, casi seguro que seremos engañados en­
tonces. De manera que, conforme nos aproximemos al fin
de los tiempos, es de lo más importante que conozcam os la
verdad y la aceptem os.
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 2 2 5

Preparación p ara los engaños


del tiempo del fin
¿Qué verdad necesitamos entender y aceptar? Men­
cionaré tres: la verdad espiritual, la verdad personal y la
verdad doctrinal.
La v erdad espiritual. La amistad con Dios es la prepa­
ración más importante que usted y yo podemos llevar a
cabo para la crisis final y el cierre del tiempo de gracia.
En el capítulo 9 de este libro expliqué que Dios desea tener
una grata relación con nosotros. Es esencial que tengamos
esa grata relación con él a medida que nos acercamos al
fin de los tiempos. Siempre ha sido el propósito principal
de Satanás conseguir que el pueblo de Dios renuncie a su
amistad con Dios, que rompa su relación con él. Satanás
sabe que puede ganar a las personas para sí solo antes de
que concluya el tiempo de gracia, pues, cuando se haya ce­
rrado, todos los casos ya habrán quedado decididos para
vida o muerte. Por consiguiente, está redoblando sus es­
fuerzos conforme esa hora se aproxima.
Algunos adventistas creen que con el fin de estar de
parte de Dios cuando concluya el tiempo de gracia, deben
ser absoluta e impecablemente perfectos. Discutiré este
asunto en detalle en el capítulo 21. Por ahora simplemente
señalaré que no es n uestra impecabilidad sino la de Jesú s
la que nos cualificará para el cierre del tiempo de gracia.
Por eso, necesitamos ahora hacer de su justicia nuestra jus­
ticia.
La doctrina de la justicia de Cristo que cubre nuestra
pecaminosidad ha de ser más que una mera doctrina.
Debe formar parte de nuestra experiencia personal. Dice
Pablo: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con
Dios» (Rom. 5: 1). Necesitamos esta paz con Dios. Nece­
sitamos saber que es nuestro Amigo, que está de nuestro
2 2 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

lado. Necesitamos la seguridad de que nos acepta tal como


somos ahora, ya que este es el fundamento de una grata re­
lación con Dios. Uno de los principales engaños que Sata­
nás intentará colamos durante la crisis final, tanto antes
como después del fin del tiempo de gracia, será la falsa no­
ción de que somos demasiado pecadores para que Dios nos
acepte. Esto es sim plem ente falso. No debemos creerlo. Si lo
hacemos, estaremos mucho más inclinados a sucumbir al
engaño de Satanás sobre ello, en caso de que entremos en
la crisis final todavía inseguros acerca de nuestra relación
con Dios.
En su bien conocido libro El cam ino a Cristo, Elena G. de
White efectuó estos comentarios sobre la importancia
de una satisfactoria relación con Dios:
«No nos dejemos engañar por sus maquinaciones. Con demasia­
da frecuencia logra que muchos, realmente concienzudos y de­
seosos de vivir para Dios, se detengan en sus propios defectos y
debilidades, y separándolos así de Cristo, espera obtener la vic­
toria. No debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pen­
samientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos
salvos o no. Todo esto desvía el alma de la Fuente de nuestra for­
taleza. [...] Hablemos del Señor Jesús y pensemos en El. Piérdase
en el nuestra personalidad. Desterremos toda duda; disipemos
nuestros temores. Digamos con el apóstol Pablo: uVivo; mas no
ya yo, sino que Cristo vive en mí: y aquella vida que ahora vivo
en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó,
y se dio a sí mismo por mí”» (CC 71-72).
Si usted está luchando con la idea de que es demasiado
pecador para que Dios lo acepte, le recomiendo que lea
El cam ino a Cristo. Además, lea de nuevo lo que he escrito
sobre la justicia por la fe en los capítulos 6 y 7 de este libro
y lo que he dicho acerca de cómo ser amigos de Dios en el
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 2 2 7

capítulo 9. También le sugiero leer mis dos libros centra­


dos en la justificación por la fe: El dragón que todos llev a'
m os den tro y F oreverHis [Suyos para siempre].*
L a verdad personal. En 2 Tesalonicenses 2:10, dice Pablo
que aquellos a los que engaña Satanás en el tiempo del fin
perecerán «por cuanto no recibieron el amor de la verdad
para ser salvos». Estoy seguro de que la lista de lo que de­
beríamos creer incluye verdades doctrinales como el sábado
y el estado de los muertos, de las que más adelante hablaré
en este capítulo. También incluye verdades como el plan
de salvación, el juicio y la segunda venida de Cristo. Sin
embargo, sostengo que una de las más importantes verdades
que la gente rehusará amar, lo cual les hará perecer, es la
relativa a sí mismos.
Elena G. de White hizo un interesante comentario en un
artículo de Youth’s In structor del año 1900. Dijo: «Cuando
se advierte una resquebrajadura en las murallas de una man­
sión, sabemos que hay algo malo en el edificio. En la edifi­
cación de nuestro carácter a menudo se ven resquebrajaduras.
A menos que remediemos estos defectos, la casa caerá
cuando la tempestad de la prueba la azote» (YI25 de octubre
de 1900; citado en MGD 112). Mantenerse fieles a Dios du­
rante el tiempo de angustia después del cierre del tiempo de
gracia requerirá un alto nivel de madurez cristiana, y enfren­
tar nuestros defectos de carácter contribuye a desarrollar
esa madurez.
Es importante entender la diferencia entre el desarro­
llo del carácter y la seguridad cristiana de la salvación. La
salvación se basa en la justicia de Cristo, no en la nuestra.
Contamos con la seguridad de la aceptación divina desde

* El primero, publicado por AP1A; el segundo, por Pacific Press.


2 2 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

el mismo comienzo de nuestro caminar cristiano, inde­


pendientemente de cuántos defectos podamos tener to­
davía. Pero Dios no quiere que sigamos con esos defectos.
Desea que los superemos, y eso requiere nuestra coope­
ración. Citemos a Elena G. de White nuevamente: «Un
carácter noble, cabal, no se hereda. No lo recibimos ac­
cidentalmente. Un carácter noble se obtiene mediante
esfuerzos individuales, realizados por los méritos y la gra­
cia de Cristo. Dios da los talentos, las facultades mentales;
nosotros formamos el carácter. Lo desarrollamos sosteniendo
rudas y severas batallas contra el yo. Hay que sostener con­
flicto tras conflicto contra las tendencias hereditarias. Ten­
dremos que criticamos a nosotros mismos severamente, y no
permitir que quede sin corregir un solo rasgo desfavorable»
(PVGM 266).
Reconocer la verdad sobre nosotros mismos es de im­
portancia decisiva para el desarrollo de nuestro carácter.
¿Estamos dispuestos a admitir que tenemos adicción a la
comida, al dinero, a gastar, al sexo, o al control? Si nos ha­
llamos inmersos en una relación difícil, ¿estamos dispuestos
a reconocer que el problema puede ser en parte por culpa
nuestra, quizá incluso principalmente? ¿Reconocemos que
nuestro materialismo, nuestra frenética persecución de
«cosas», rebasa nuestro interés por nuestra vida espiritual?
¿Qué motivos ocultos subyacen a nuestras relaciones con
Dios y con otras personas? ¿Nos guían el miedo, la culpa,* o
la ira? Expliqué en el capítulo 10 de este libro cómo estas
tres emociones humanas básicas, valiosas cuando se usan
adecuadamente, pueden comprometer nuestra amistad con
Dios si las usamos mal. Es preciso que reconozcamos las ma-

* Por «culpa» no me refiero tanto al sentimiento que tenemos cuando sabemos que hemos hecho
algo malo. La culpa a la que me refiero es un sentimiento inconsciente de que somos malas per­
sonas y, por tan to, Dios no puede aceptamos.
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 2 2 9

ñeras problemáticas en que nos relacionamos con otras


personas y con Dios, y es necesario que las afrontemos
ahora, porque nuestras actitudes distorsionadas pueden
darle a Satanás la llave que necesita para hacemos creer
que su solución para los problemas de la vida es la correcta.
Supongamos, por ejemplo, que usted teme a las figuras
de autoridad. Cuando, bajo la influencia de Satanás, las ma­
yores autoridades del mundo exijan que nos unamos a ellas
en la falsa adoración que promueven, Satanás podría usar
ese miedo suyo para inducirle a abandonar sus convicciones.
O supongamos que usted tiene un implícito sentido de ver­
güenza y de culpa que le hace cuestionarse si Dios le acepta.
Satanás puede usar ese marco mental para presionarle a re­
nunciar a su fe. O si Usted tiene problemas de ira arraigados
y no resueltos, puede ser usted susceptible a que las presiones
del tiempo del fin susciten su enojo, distorsionen su manera
de pensar y le induzcan a violar sus convicciones.
No estoy sugiriendo que, debido a que podemos superar
los negativos efectos que tienen en nosotros estas emocio­
nes, no las experimentaremos durante las presiones de la
crisis final. Lo que sí estoy diciendo es que el hecho
perar con Dios para lidiar con ellas ahora, durante esta
época de relativa paz en el mundo, nos dará una experiencia
práctica que nos ayudará a mantener nuestras convicciones
durante las presiones de la crisis final.
¿Cómo podemos corregir estos defectos de carácter?
El primer paso es reconocer la verdad sobre el problema.
Pablo dice que son los que «no recibieron el amor de la ver­
dad» los que se perderán. La solución, añade, es: «Exami­
naos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos» (2 Cor. 13:5). ¿Está usted dispuesto a en­
carar los problemas que le están destruyendo? ¿Está dispuesto
a afrontar la verdad sobre sí mismo, y a am ar esa verdad?
2 3 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Según Pablo, quienes rehúsan amar la verdad perecerán, y


es especialmente la verdad sobre nosotros mismos la que es­
tamos tentados a rechazar. La tendencia a ignorar esa verdad
es parte de nuestra propia naturaleza. Por eso puede pare­
cemos imposible amar esa verdad específica. Sin embargo,
eso no significa que sea imposible. Podemos obtener ayuda
al menos de tres fuentes.
En primer lugar, podemos recabar la ayuda de Dios. Le su­
giero que haga usted esta oración cada día: «Señor, ayúdame
a comprender los defectos de mi carácter que me están impi­
diendo tener una relación más estrecha posible contigo».
En segundo lugar, podemos encontrar ayuda hablando
con alguien sobre los problemas con los que estamos lu­
chando. Analicé en detalle esta estrategia en el capítulo 8
de este libro, así que ahora solo mencionaré lo más desta-
cable. El nombre técnico para la persona a la que confiamos
nuestros problemas es «mentor» o similar. Los diversos pro­
gramas de Doce Pasos la llaman «padrino» (o «madrina»).
Los padrinos deben haber adquirido ellos mismos una ma­
durez suficiente para poder ayudar a la gente a tratar con
éxito con sus defectos de carácter y adicciones. Una de las
más importantes cualidades de los buenos padrinos es su dis­
posición a considerar responsables a quienes buscan su ayuda,
y a amonestarlos cuando se dejan llevar. Las personas que re­
quieren ayuda no necesitan padrinos que se limiten a com­
padecerse de ellos.
Lo tercero que podemos hacer para reconocer y supe­
rar nuestros defectos de carácter es unirnos a un grupo
de Doce Pasos. Estos grupos se iniciaron a mediados de los
años treinta del siglo pasado como una vía para que los al­
cohólicos venciesen su adicción. Un hombre llamado Bill
Wilson, tras desesperar de superar su alcoholismo, encontró
el camino para obtener la victoria: se volvió a Dios en pos
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 231

de ayuda. Luego compartió su experiencia con otros alco­


hólicos. El resultado fue una estrategia de mucho éxito que
durante las décadas transcurridas desde aquellos años ha
sido seguida por Alcohólicos Anónimos para ayudar a mi­
llones de alcohólicos a conseguir la sobriedad.
Desde entonces, este plan ha resultado eficaz en el con­
trol de otras adicciones, de modo que actualmente existen
los Narcóticos Anónimos, Sexoadictos Anónimos, Jugado­
res Anónimos y Comedores Compulsivos Anónimos, por
nombrar algunos. Todos estos programas usan una adapta­
ción de los Doce Pasos para combatir la adicción en la que
se centran, y todos resultan valiosos a la hora de ayudar a
esas personas a superar sus dependencias. De modo que si
usted quiere enfrentarse seriamente con sus defectos de ca­
rácter y adicciones, le recomiendo que empiece a asistir a
reuniones de Doce Pasos.
Cuanto mayor sea el control que tengamos sobre nues­
tras adicciones y principales defectos de carácter conforme
nos acercamos al conflicto final, menos oportunidades ten­
drá Satanás de engañamos. Y, a la inversa, cuanto menor
sea nuestro control, mayor será nuestra vulnerabilidad a los
ataques de Satanás. Esto es especialmente cierto si llevamos
tiempo negándonos a cambiar. Esa negativa supone simple­
mente un autoengaño y nos abre las puertas a los engaños
de Satanás. Ahora es el momento de prepararnos para la
crisis definitiva y el cierre del tiempo de gracia, y esta pre­
paración incluye hacer un esfuerzo deliberado por enfrentar
nuestros defectos de carácter y adicciones.
La verdad doctrinal. Todas y cada una de las veintiocho
creencias fundamentales sostenidas por la Iglesia Adventista
del Séptimo Día son importantes, pero dos de ellas son de
232 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

importancia decisiva a medida que nos aproximamos a la


crisis final: el estado de los muertos, y el sábado. Elena G.
de White dijo:
«Merced a los dos errores capitales, el de la inmortalidad del alma
y el de la santidad del domingo, Satanás prenderá a los hombres
en sus redes. Mientras aquel forma la base del espiritismo, este
crea un lazo de simpatía con Roma. Los protestantes de los Esta­
dos Unidos serán los primeros en tender las manos a través de un
doble abismo al espiritismo y al poder romano; y bajo la influencia
de esta triple alianza ese país marchará en las huellas de Roma,
pisoteando los derechos de la conciencia» (CS 574).
Obsérvese que Satanás atraerá a la gente bajo sus engaños
a través de los dos grandes errores mantenidos por quienes
rechazan la enseñanza bíblica referente al estado de los
muertos y al sábado. Quizá usted piense, en este momento,
que entiende estas verdades perfectamente bien, y que no
podría ser engañado por los errores de Satanás durante la
crisis final. ¿Seguro?
Empecemos por el sábado. Durante la crisis definitiva,
el mundo se verá abrumado por desastres naturales, hun­
dimiento económico y probablemente acciones militares.
Jesús anunció que «las naciones estarán angustiadas y per­
plejas» (Luc. 21: 25), mientras los gobernantes del mundo
estén luchando para resolver la crisis. Además, «se desma­
yarán de terror los hombres, temerosos por lo que va a su-
cederle al mundo» (versículo 26). No es raro que reine el
pánico global, pues Jesús dijo que «si no se acortaran esos
días, nadie sobreviviría, pero por causa de los elegidos se
acortarán» (Mat. 24: 22). Parecerá que la especie humana
está a punto de convertirse en la próxima especie extin­
guida. De manera casi segura, las diversas naciones se em­
barcarán en un gran conflicto armado por la distribución
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 2 3 3

equitativa de los escasos recursos restantes. Desde una pers­


pectiva humana, el problema será completamente imposi­
ble de resolver.
De repente, en medio de esta crisis global, un ser brillante
y resplandeciente desciende sobre el Monte del Templo en
Jerusalén y le dice al mundo que él es el Mesías judío, el
Cristo cristiano, el Mahdi musulmán y el Krishna hindú. Y
el mundo exhala un suspiro de alivio colectivo: ¡Jesús ha
venido a salvar a la raza humana de la destrucción! A lo largo
ile las siguientes semanas, este ser brillante y resplandeciente,
junto con su séquito de ángeles igualmente brillantes apare­
cen en ciudades de todo el mundo. Los gobernantes de la
humanidad dejan a un lado sus armas y se congregan en
torno a este «salvador». Por todas partes, la gente se inclina
ít adorarlo, y los que se declaran cristianos proclaman que
esta es sin duda la segunda venida de Cristo.*
¿Suena esto inverosímil? Leamos la siguiente declaración
de Elena G. de White:
«El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que
el mismo Satanás se dará por el Cristo. Hace mucho que la iglesia
profesa esperar el advenimiento del Salvador como consumación
de sus esperanzas. Pues bien, el gran engañador simulará que
Cristo habrá venido. En varias partes de la tierra, Satanás se mani­
festará a los hombres como ser majestuoso, de un brillo deslum­
brador, parecido a la descripción que del Hijo de Dios da San Juan
en el Apocalipsis (Apocalipsis 1:13-15). La gloria que le rodee
superará cuanto hayan visto los ojos de los mortales. El grito de
triunfo repercutirá por los aires: “¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha
venido!”. El pueblo se postrará en adoración ante él, mientras le­
vanta sus manos y pronuncia una bendición sobre ellos así como

* Rute es un relato imaginario de cómo podría acontecer la aparición de Satanás com o Cristo
y de cómo podría responder el mundo.
234 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Cristo bendecía a sus discípulos cuando estaba en la tierra. Su voz


es suave y acompasada aunque llena de melodía. En tono amable
y compasivo, enuncia algunas de las verdades celestiales y llenas
de gracia que pronunciaba el Salvador; cura las dolencias del
pueblo» (CS 608-609).
¿Cómo reaccionaría usted ante este asombroso fenó­
meno?
Ahora mismo, sentado en su cómoda silla mientras lee
este libro, puede que responda: «Bueno, yo sabría exacta­
mente quién es ese. ¡A mí no me engañaría!».
Quizá eso sea cierto ahora. Pero cuando todo el mundo
esté celebrando que ha venido Cristo para salvar a la especie
humana de su extinción, ¿estaría usted dispuesto a señalarle
con el dedo y decir: «Ese es Satanás»? ¿Puede imaginarse la
ira que será dirigida contra las personas que hagan eso? ¿Y
puede imaginarse el valor que requerirá tragarse el miedo y
decirlo de todos modos? ¡No crea que no le preguntarán a
usted, le guste o no, quién cree que es ese ser deslumbrante!
Elena G. de White sigue explicando que «en su femen­
tido carácter de Cristo, asegura haber mudado el día de re­
poso del sábado al domingo y manda a todos que santifiquen
el día bendecido por él. Declara que aquellos que persisten
en santificar el séptimo día blasfeman su nombre porque se
niegan a oír a sus ángeles, que les fueron enviados con la
luz de la verdad. Es el engaño m ás poderoso resulta casi irre'
sistible» (CS 609; cursiva añadida).
Puedo asegurarle que la gente sabrá que es usted guarda­
dor del sábado, y que le exigirán que acceda a la orden de
Satanás y observe su domingo. Entonces será cuando tendrá
usted que decirles quién cree que es ese ser brillante y res­
plandeciente. Si traga saliva y les dice la verdad, quizá sea
encarcelado y tal vez torturado y amenazado de muerte.
Puede que esto suene demasiado ridículo para ser cierto,
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 235

pero recuerde que Apocalipsis afirma que la bestia surgida


de la tierra «[hará] matar a todo el que no la adorara [a la
imagen de la bestia surgida del mar]» (Apoc. 13: 15). Los
adventistas del séptimo día creen que lo que está en juego
en esta amenaza será la controversia sábado/domingo.
¿Qué ocurrirá con esos guardadores del sábado que en­
tienden la verdad pero aceptan la postura popular por miedo?
¿Habrán sido engañados?
No. Ellos conocían y entendían la verdad, pero, bajo la
amenaza de la persecución, decidieron despreciarla. Sata­
nás, en el cielo, también entendió claramente lo que estaba
en juego. Elena G. de White dice que «para convencerlo
de su error, se hizo cuanto esfuerzo podían sugerir la sabidu­
ría y el amor infinitos». Él «quedó convencido de que se ha­
llaba en el error. [...] Casi decidió volver sobre sus pasos,
pero el orgullo no se lo permitió» (PP 17).
Conocía la verdad, pero su orgullo provocó que le diera
la espalda para abrazar la falsedad que se ajustaba a sus de­
seos. Esa y muchas otras emociones arraigadas, como el
miedo, la ira, la culpa y el deseo de seguir la corriente po­
pular, pueden engañamos hasta hacemos negar lo que sa­
bemos que es cierto. La cuestión en el tiempo del fin no será
si conocemos y comprendemos la verdad, sino de qué parte
decidimos ponemos. Por muy bien que entendamos la ver­
dad, si optamos por el lado de Satanás, seremos engañados.
La segunda doctrina adventista que debem os entender
Conforme nos aproximamos a la crisis definitiva es la verdad
bíblica acerca del estado de los muertos. La creencia popular
conocida como inmortalidad del alma significa que los muer-
ios no mueren realmente, y que tras la muerte del cuerpo
lus personas continúan una existencia consciente en otro
ámbito. Esta creencia es el fundamento del espiritismo, que
ii su vez es crecientemente popular en el mundo de nuestros
2 3 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

días. Por ejemplo, ahí tenemos las novelas de enorme éxito


protagonizadas por Harry Potter (siete en total), que ense­
ñan a los niños todo acerca de brujería. No muy a la zaga
se encuentran los libros de Stephenie Meyer de su
Crepúsculo (cuatro en total), que cuentan la historia de un
vampiro que se enamora de una estudiante de enseñanza se­
cundaria y, con el tiempo, la vuelve vampira.
En las últimas décadas han proliferado también numero­
sos programas de televisión relacionados con el espiritismo
y la comunicación con los muertos, incluidos Hechizada (o,
en otros países, Me casé con un a bruja, y Em brujada), de los
años sesenta y setenta del siglo pasado; Sobrin a, L a Bru ja
A dolescente (o Sobrin a, Cosas de Bru jas), popular a finales de
los noventa y comienzos del siglo actual. Además, programas
más recientes como M édium y Gh ost (llamado en
países hispanohablantes: Entre fan tasm as, V oces del m ás allá,
A lm as suspendidas o A lm as perdidas) presentaban a médiums
que afirmaban comunicarse con los muertos ante los teles­
pectadores. Todos ellos son ejemplos de la fascinación po­
pular por el espiritismo.
Pero, ¿qué hay de los científicos y escépticos que solo se
convencerán por evidencias que puedan ver con sus propios
ojos y oír con sus propios oídos? ¿Cómo podrá eso llegar a
ocurrir jamás?
Hagamos una breve digresión. He estado leyendo el libro
de Deepak Chopra y Leonard Mlodinow titulado Is God an
1Ilusión? [¿Es Dios una ilusión?]. Chopra es un médico y gurú
de la Nueva Era que está muy implicado en la sanación
mente-cuerpo. Mlodinow es científico, escritor y profesor
del California Institute of Technology. Uno de sus temas de
interés es tratar de comprender las bases científicas de la
conciencia humana. El libro contiene capítulos alternati­
vamente escritos por Chopra y Mlodinow, en los que cada
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 2 3 7

uno presenta sus puntos de vista sobre diversos asuntos. Por


ejemplo, algunos títulos de los capítulos son: «¿Cómo emer­
gió el universo?», «¿Es el universo consciente?» y «¿Cuál es
la conexión entre mente y cuerpo?».
Chopra es básicamente panteísta. Esto es evidente par­
tiendo de su punto de vista de que todo el universo físico es
consciente. El afirma, por ejemplo, que «la consciencia
existe en todas partes en la Naturaleza»,* y que «No nece­
sitamos a Dios. [...] Todo lo que necesitamos es un universo
que contenga la consciencia como un aspecto inseparable
de sí mismo».1Sobre esta base, extrae la conclusión de que
la consciencia humana evolucionó a partir de la consciencia
que existe en el universo físico. Añade: «Una vez que se ad­
mite que el universo podría ser autoconsciente, repenti­
namente deja de ser un misterio por qué los humanos son
inteligentes, creativos y conscientes. Está en el aire que res­
piramos».2
Mlodinow discrepa con la idea de Chopra de que la
consciencia humana surja de alguna consciencia mística in­
manente al universo. Tampoco comparte el punto de vista
popular de que nuestra consciencia se origina en un alma
incorpórea. El cree que «el origen de la mente reside en la
sustancia física del cerebro» y que eso «ha sido repetida­
mente demostrado en biología».3Señala que «se estima que
en la actualidad hay unos cincuenta mil científicos en todo
el mundo estudiando el cerebro, y ninguno de ellos [...] ha
encontrado jamás evidencia científica creíble y reproduci-
ble de que las experiencias mentales de las personas sean el
resultado de cualquier otra cosa que procesos físicos que
obedecen a las mismas leyes que todos los demás agregados

* La «N» mayúscula en la palabra Naturaleza sugiere que desde el punto de vista de Ch opra la
naturaleza es divina.
2 3 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

de moléculas».4 En otras palabras, nuestra consciencia hu­


mana no brota de alguna consciencia universal, ni de un
alma que se manifieste a través del cerebro aunque tenga
existencia consciente aparte de él. Mlodinow cree que nues­
tra consciencia es producto de nuestro cerebro. Nuestras
mentes surgen de nuestros cerebros físicos y materiales.
En lo básico, los adventistas coincidimos con Mlodinow
más que con Chopra. Tal como lo entendemos, Dios creó
un cerebro físico que es capaz de producir consciencia y es­
piritualidad. Sin embargo, discrepamos con Mlodinow en
dos aspectos. En primer lugar, los adventistas creemos que
Dios es la fuente de la vida, que activa el cerebro de manera
relativamente similar a como se pone en marcha el «cere­
bro» de una computadora cuando se conecta a la corriente
eléctrica. Mlodinow no estaría de acuerdo con esto. Además
discreparía con los adventistas y la mayoría de los demás cris­
tianos en la idea de que Dios, a través del Espíritu Santo,
cambia el modo en que pensamos. Eso es porque Mlodinow
es un científico secular que, como todos los científicos secu­
lares, no cree en Dios ni en lo sobrenatural.
Ahora es el momento de concluir nuestra digresión y
volver al hilo principal. Según ya he indicado en este capí­
tulo, la Biblia enfatiza el hecho de que como parte de sus
esfuerzos por engañar a la gente en el tiempo del fin, Sata­
nás producirá milagros falsos. Repasemos la evidencia bí­
blica otra vez:
«Se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán
grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán,
si es posible, aun a los escogidos» (Mat. 24: 24).
«El advenimiento de este impío, que es obra de Satanás,
irá acompañado de hechos poderosos, señales y falsos mila­
gros, y con todo engaño de iniquidad para los que se pier­
den» (2 Tes. 2: 9-10).
15. Los esfuerzos de Satanás por engañar • 2 3 9

«También hace grandes señales [...por las que] engaña


a los habitantes de la tierra» (Apoc. 13: 13-14).
Cuando los espíritus demoníacos empiecen a realizar
estos falsos milagros, los científicos seculares, quienes du­
rante los últimos siglos han negado de manera vehemente
la existencia de Dios y de lo sobrenatural, tendrán la eviden­
cia que han estado demandando. De repente, la idea de que
hay espíritus incorpóreos tendrá sentido para ellos porque
habrán visto con sus propios ojos lo que creerán que es la
evidencia de ello, y lo habrán oído con sus propios oídos.
Por esta razón, antes de que todo esto tenga lugar, usted
y yo necesitamos afirmamos en la verdad de la Palabra de
Dios en lo referente a la naturaleza de los seres humanos y
el estado de los muertos. Si no estamos firmemente asenta­
dos en la verdad cuando llegue la crisis final, nos hallaremos
peligrosamente expuestos a los engaños de Satanás. Y si su­
cumbimos a ellos, se cerrará el tiempo de gracia y no esta­
remos listos para encontramos con Jesús cuando venga.

Notas del capítu lo


1. Deepak Ch opra y Leonard Mlodinow, Is God an Illusion? The Great Debate Between
Science an d Spirituality (Londres: Rider, 2012), págs. 4 1 ,4 3 ,4 5 .
2. lbíd.
3. lbíd , pág. 178.
4. lbíd.
16
La suprema lealtad

engo fibrosis quística.

T Sí, ha leído usted bien. Cuando escribo estas palabras


(mediados de 2013), tengo setenta y cinco años y pa­
dezco fibrosis quística (FQ, para abreviar). Hace cincuenta
años, la mayoría de los niños con FQ eran afortunados si lle­
gaban con vida a la edad de diez años.
La FQ es una enfermedad genética que engrosa la mu­
cosa del cuerpo. Esta mucosa espesa tapona el conducto
pancreático imposibilitando que la lipasa, la enzima que di­
giere las grasas, acceda al intestino delgado, y por eso los
niños con FQ tienen importantes problemas digestivos y les
resulta muy difícil ganar peso. A los cilios de los pulmones
también les cuesta mucho limpiar la espesa mucosa, de
modo que los niños con FQ padecen severos problemas pul­
monares.
Si solo uno de los padres es portador del gen de la FQ, se
da una probabilidad entre cuatro de que un hijo suyo sea
también portador. Si ambos padres son portadores, entonces
2 4 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

existe una probabilidad entre cuatro de que si tienen un hijo


desarrolle esa enfermedad. Si yo hubiera heredado un gen
de FQ de cada uno de mis padres, habría muerto hace mucho
tiempo. Sin embargo, soy portador, y ahora es cuando se ha
descubierto que los portadores a veces desarrollan la enfer­
medad a una edad avanzada de su vida. Mi FQ fue diagnos­
ticada cuando tenía cerca de setenta años.
La buena noticia es que han aparecido excelentes trata­
mientos y se descubren más conforme pasa el tiempo. La
prognosis para los actuales pacientes de FQ es mucho mejor
de lo que lo fuera en el pasado, y continúa mejorando según
transcurren los años. Tengo que tomar enzimas digestivas,
y dos o tres veces al día debo dedicar treinta minutos a in­
halar un vapor salino para ayudarme a despejar la mucosa
de mis pulmones.
He descubierto que si no me trato la enfermedad, me
canso mucho. Como sé que la FQ es potencialmente mor­
tal, y como, al igual que la mayoría de la gente, quiero vivir
tanto como sea posible, me tomo las enzimas con cada co­
mida, lo cual es muy fácil (solo cuestión de tragarme unas
cuantas pastillas) y llevo a cabo los ejercicios respiratorios,
lo cual no es tan fácil. No es que sean difíciles de hacer, el
problema es reservar tiempo para ellos. Resultaría muy fácil
para mí pensar: Tengo dem asiadas cosas que hacer hoy. M e sal­
taré ios ejercicios esta vez. Pero si hago eso, mi cuerpo me dará
un aviso en forma de fatiga y, finalmente, de grave enfer­
medad pulmonar. En consecuencia, tengo que sacar tiempo
para hacer los ejercicios dos o tres veces cada día.
FQ espiritual
¿Por qué le cuento esta historia, que obviamente es com­
pletamente personal? Porque sobre nosotros se cierne la más
intensa batalla espiritual de la historia de nuestro planeta,
16. La suprema lealtad • 243

y mi experiencia con la FQ es una excelente ilustración del


compromiso espiritual que cada uno de nosotros debe esta­
blecer si queremos resistir satisfactoriamente en ese tiempo
venidero.
Todo ser humano ha heredado lo que yo llamo la «FQ
espiritual». No heredamos genéticamente esta enfermedad,
sin embargo. Pablo explica cómo la contrajimos: «Como el
pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado
la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto
todos pecaron» (Rom. 5: 12).
La FQ espiritual es una enfermedad de la mente y del
corazón causada por nuestra separación de Dios. En el ca­
pítulo 5 de este libro señalé que Dios creó a Adán y Eva con
el Espíritu Santo implantado en sus mentes y corazones. Por
causa de ello, estaban en sintonía con la ley de Dios y con
su amor. Pero cuando pecaron, perdieron el Espíritu Santo
y sus mentes y corazones sintonizaron con el odio, la ven­
ganza y la lujuria. Transmitieron esta enfermedad a sus hijos,
quienes a su vez se la pasaron a los suyos, y así sucesivamente
hasta la actualidad.
Lo único que usted y yo podemos hacer para curar este
mal es aceptar a Jesús como nuestro Salvador. El restaurará
el Espíritu Santo en nuestras mentes y corazones, y empe­
zaremos a sanar espiritualmente.
Note que he dicho «em pezarem os a sanar». El Espíritu
Santo entra en nuestros corazones inmediatamente, pero no
cura nuestra FQ espiritual en un instante. Como ocurre con
mi FQ, librarse de esa enferm edad espiritual requiere nuestro
com prom iso de seguir el tratam iento día tras día y tras d ía...
¿Cuál es el tratamiento? Estudio diario de la Biblia, ora­
ción diaria, confratemización regular con otros creyentes,
y colaboración habitual con la misión de su iglesia local.
244 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Mi FQ física me envía advertencias cuando descuido


mis tratamientos. Cuando no soy cuidadoso en la toma
de mis pastillas enzimáticas, mi estómago se hincha; y cuando
me salto algunos de mis ejercicios respiratorios, me fatigo. Des­
graciadamente, los avisos que nos llegan cuando descuidamos
el tratamiento de nuestra FQ espiritual no son tan obvios. Es
posible ser muy religioso externamente: leer un pensamiento
devocional cada mañana, hacer una rápida oración antes de
salir corriendo hacia el trabajo, asistir a la iglesia cada sábado
e incluso desempeñar un cargo importante en la iglesia... a la
vez que, no obstante, somos del todo inconscientes de nuestra
crítica condición espiritual. Las formas de religión no trans­
formarán la mente y el corazón. Tratar nuestra FQ espiritual re'
quiere un compromiso firm e y diario de poner a Dios por delante
de cualquier otra urgencia que afrontem os en la vida.

El desafío
Los adventistas del séptimo día somos muy afortunados
al disponer por anticipado de extraordinarias advertencias
acerca de lo que se cierne sobre nuestro mundo. En el ca­
pítulo 14 aludí extensamente a la intensa presión que el
mundo aplicará sobre el pueblo de Dios para que se ajuste a
sus creencias y prácticas religiosas. Apocalipsis lo describe
en términos de dos poderes, representados por bestias, que
establecerán una autoridad global para imponer la marca
de la bestia con puño de hierro. Si no nos sometemos a esa
autoridad, seremos amenazados con el boicot económico e
incluso la muerte.
En el capítulo 11 de este libro, analicé los juicios que Dios
traerá sobre el mundo en forma de desastres naturales, hun­
dimiento económico y posibles conflictos militares, fruto de
lo cual las naciones «estarán angustiadas y perplejas» y «se
16. La suprema lealtad • 2 4 5

desmayarán de terror» (Luc. 21: 25-26). El mundo, por su­


puesto, desesperará por hallar una solución a esta horrible
situación, y una de las soluciones que buscarán es Dios. Los
que han negado su existencia y su autoridad sobre ellos se
darán cuenta de que estos juicios son de Dios y se volverán
hacia él en pos de esa solución. Se trata, por supuesto, de
una reacción muy apropiada.
Desgraciadamente, por medio de manifestaciones espi­
ritistas, Satanás estará disponible con su aparente solución
religiosa para el problema, y la gran mayoría de la pobla­
ción caerá en sus engaños. Y entonces los poderes políticos
que, en su desesperada búsqueda de una respuesta a la cri­
sis, de repente se habrán vuelto muy religiosos, perseguirán
implacablemente a cualquiera que se desvíe del sistema de
creencias y prácticas que ellos establecen. Insistirán en que
la supervivencia de la especie humana depende de la uni­
dad religiosa y espiritual con el fin de apaciguar a un Dios
enojado.
¿Ha sido usted alguna vez víctima del odio religioso? La
mayor parte de la gente en los países occidentales no ha ex­
perimentado algo así. Pero en algunos países musulmanes,
la persecución de cristianos es intensa. Fanáticos musulma­
nes solo piensan en destruir los hogares, las iglesias y los ne­
gocios de los cristianos, y en asesinarlos a sangre fría.
Elena G. de White dijo que «los que honran la ley de
Dios han sido acusados de atraer los castigos de Dios sobre
la tierra, y se los mirará como si fueran causa de las terribles
convulsiones de la naturaleza y de las luchas sangrientas
entre los hombres, que llenarán la tierra de aflicción. El
poder que acompañe la última amonestación enfurecerá a
los malvados; su ira se ensañará contra todos los que hayan
2 4 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

recibido el mensaje, y Satanás despertará el espíritu de odio


y persecución en un grado de intensidad aún mayor» (CS
600).
Los adventistas entendemos que poco antes de la se­
gunda venida de Jesús:
«Las autoridades religiosas y civiles se un[irá]n para imponer la
observancia del domingo, [y] la negativa persistente, por parte de
una pequeña minoría, de ceder a la exigencia popular, la conver­
tirá en objeto de execración universal. Se demandará con insis­
tencia que no se tolere a los pocos que se oponen a una institución
de la iglesia y a una ley del estado; [...] y finalmente se expedirá
contra todos los que santifiquen el sábado un decreto que los de­
clare merecedores de las penas más severas y autorice al pueblo
para que, pasado cierto tiempo, los mate» (CS 601).
Todo esto parece imposible en nuestra cultura de base de­
mocrática e ilustrada, con su libertad religiosa y su separación
iglesia-estado. Es como esperar que Dios «haga crecer un
roble gigante en un instante».1Sin embargo, la cuestión aquí
no es si este escenario es o no realista. Basándome en la evi­
dencia inspirada, yo asumo que lo es. Dios nos ha dicho lo
que nos espera. La cuestión entonces es que hay que estar
preparados. ¿Nos ha movido a preparamos nuestro conoci­
miento de lo que nos reserva el futuro? ¿Nos estamos prepa­
rando para mantener nuestra lealtad a Jesús y a aquello en
lo que creemos cuando seamos confrontados con el ridículo
y la violencia?
La preparación para lo que viene es espiritual: cultivar
una relación con Jesús y superar nuestros defectos de ca­
rácter. Pero no debemos aplazar esta preparación para el
último momento. Así como yo tengo que tratarme mi FQ
cada día, igualmente nuestra FQ espiritual requiere tra­
tamiento diario.
16. La suprema lealtad • 2 4 7

La suprema lealtad
Durante los últimos dos mil años, muchos cristianos han
arrostrado la prueba suprema de su lealtad a Dios. Los lla­
mamos «mártires». Imagínese usted a un par de soldados
conduciéndole esposado hacia un poste rodeado por un
montón de leña. Un clérigo se aproxima y empieza a leer
un documento. Le ofrece dos opciones: puede escoger re­
tractarse de sus creencias; si lo hace, los soldados le quitarán
las esposas y usted podrá marcharse como una persona libre.
O puede usted mantener sus creencias, en cuyo caso será en­
cadenado al poste, prenderán fuego a la leña y usted arderá
hasta la muerte.
¿Qué escogería usted?
Hace varios siglos, miles de personas fueron confrontadas
con esa elección. Algunas se retractaron de sus creencias,
pero muchas escogieron sufrir la espantosa pena de ser que­
madas hasta la muerte antes que renunciar a su fe. Esta es la
lealtad suprem a.
La lealtad de usted y la mía pueden ser probadas con
esa misma severidad. La pregunta que tenemos que ha­
cemos es si nos estamos preparando para esa prueba desde
ahora mismo.
La lealtad suprema no es solo la postura que tomaremos
en defensa de la verdad en algún momento del futuro. Esa
lealtad tiene que ver igualmente, y en la misma medida, con
nuestro compromiso de cultivar a diario nuestra vida espi­
ritual en la actualidad.
Mi esposa, Lois, y yo pasamos el día de Navidad de 2013
con nuestro hijo, nuestra nuera y nuestra nieta en Salt Lake
City (Utah). De camino a casa el día siguiente, condujimos
a través de Ogden, buscando un restaurante Olive Garden,
cuando resultó que vimos una valla publicitaria al lado de
2 4 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

la calle que estaba patrocinada por el centro Gold’s Gym.


El letrero decía: «Dejar de ir al gimnasio hoy no le matará
a usted hoy».
Pensemos en ello.

N ot as del capítu lo
1. Th eod ore Nelson , en la in trodu cción a Dudley M . Can righ t, Seventh 'day Ad-
ventism Renounced (Nash ville: Gosp el Ad vócat e Com pan y, 1914), pág. 23.
17
Elfin del tiempo
de gracia del mundo
mpezaré este capítulo con un comentario sobre su tí­

E tulo. Obsérvese que es «El fin del tiempo de gracia del


mundo», no «El fin del tiempo de gracia h um ano». Soy
consciente de que a veces usamos la palabra m undo cuando
nos referimos a toda la población humana de la tierra, como
en Juan 3: 16: «De tal manera amó Dios al m u n d o...». Sin
embargo, este capítulo es sobre el cierre del tiempo de gracia
del mundo en cuanto m undo.
¿Qué quiero decir con «el cierre del tiempo de gracia del
mundo en cuanto m undo» ?
En sus tratos con seres humanos pecadores, Dios ha ofre­
cido dos tipos de tiempo de gracia. Uno es para individuos,
otro para grupos. El tiempo de gracia para individuos tiene
que ver con su oferta de salvación y el período que les con­
cede para que la acepten o la rechacen. Los individuos cie­
rran su tiempo de gracia con las decisiones que toman sobre
si vivirán en armonía con el conocimiento moral y espiritual
que Dios les da.
2 5 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

El tiempo de gracia para grupos tiene que ver con la con­


formidad de las personas dentro de su grupo a unas normas
morales y éticas básicas. Cuando un grupo llega a ser lo bas­
tante perverso y rebelde a la vista de Dios, él cierra su tiempo
de gracia, lo castiga, y en algunos casos pone fin a su exis­
tencia. Nuestro objetivo en este capítulo es investigar su re­
lación con seres humanos com o grupo al final de los tiempos.
Sin embargo, antes de hacerlo necesitamos saber más sobre
lo que significa el tiempo de gracia para un grupo.
Dios concede el tiempo de gracia a ciudades y naciones
así como al mundo entero. La siguiente declaración de Elena
G. de White tiene que ver especialmente con ello, pues usa
la expresión tiempo de grad a como algo que se extiende a las
naciones: «Dios da a las naciones un determinado tiempo
de gracia. Les envía luz y evidencias que las salvarían si las
recibieran. Pero si las rechazan como los judíos rechazaron
la luz, pronto caerán sobre ellas la indignación y el castigo.
Si los hombres rehúsan recibir la gracia y escogen las tinie­
blas antes que la luz, cosecharán los resultados de su elec­
ción» (4CBA 1165).
Examinemos algunos ejemplos bíblicos de conclusión
del tiempo de gracia por parte de Dios para ciertos grupos
de personas.
En la época del Diluvio
Hace unos cuatro mil quinientos años, Dios cerró el
tiempo de gracia del mundo en cuanto m undo. La historia,
tal como se recoge en la Biblia, deja claro que el Diluvio vino
sin duda como resultado del cierre divino del tiempo de gra­
cia del mundo.
Dice Génesis: «Vio Jehová que la maldad de los hombres
era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamien­
tos de su corazón solo era de continuo el mal; y se arrepintió
17. El fin del tiempo de gracia del mundo • 251

Jehová de haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en


su corazón. Por eso dijo Jehová: “Borraré de la faz de la tierra
a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bes­
tia, y hasta el reptil y las aves del cielo, pues me arrepiento
de haberlos hecho”» (Gén. 6: 5-7).
Unos pocos versículos después, Génesis nos cuenta que
Dios comunicó el mismo mensaje a Noé: «La tierra se co­
rrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia.
Y miró Dios la tierra, y vio que estaba corrompida, porque
toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. Dijo,
pues, Dios a Noé: “He decidido el fin de todo ser, porque la
tierra está llena de violencia a causa de ellos; y yo los des­
truiré con la tierra”» (versículos 11-13).
Mi opinión es que Dios cerró el tiempo de gracia del
mundo en cuanto mundo al comienzo de los ciento veinte
años.* Esto es evidente por su declaración, dirigida a Noé,
de que había decidido «el fin de todo ser», y de que los iba
a destruir a ellos junto «con la tierra».
La historia del Diluvio revela varios aspectos que están
involucrados en el cierre divino del tiempo de gracia de un
grupo. En primer lugar, aunque la Biblia no usa las expresio­
nes tiempo de gracia o fin del tiem po de gracia en Génesis 6, es
evidente que la cuestión es, de hecho, el tiempo de gracia.
En cualquier momento en que Dios pronuncia una sentencia
condenatoria sobre un grupo por causa de su maldad, él ya
ha cerrado o está pronto a cerrar el tiempo de gracia de ese
grupo. En este caso, Dios declaró que por causa de la extrema
perversidad y violencia del mundo entero, iba a destruirlo.
Eso es el cierre del tiempo de gracia del grupo.

El plazo que da Dios mismo cuando anuncia el Diluvio según Génesis 6: 3. [N. del T.J
2 5 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

En segundo lugar, aun cuando el tiempo de gracia de un


grupo haya concluido, Dios no necesariamente aplica el cas­
tigo de inmediato. En el caso del Diluvio, lo demoró a fin
de darle tiempo a Noé para construir el arca.
En tercer lugar, aun cuando el tiempo de gracia para el
grupo como un todo haya terminado, el tiempo de gracia
de los individuos incluidos en el grupo puede continuar.
Esto es evidente por el hecho de que Noé predicase mien­
tras estaba constmyendo el arca (ver 2 Ped. 2: 5; PP 72-74).
En cuarto lugar, cuando llega finalmente la destrucción,
Dios salva a su pueblo de ella, tanto a quienes proclaman la
advertencia como a quienes se vuelven hacia él como re­
sultado de la misma.
Ahora veremos que lo que era cierto del cierre del tiempo
de gracia en la época del Diluvio también lo es de otras épo­
cas en que Dios ha cerrado el tiempo de gracia de un grupo.
El fin del tiempo de gracia
en el caso de ciudades
La Biblia nos proporciona dos ejemplos del cierre del pe­
riodo de gracia en el caso de ciudades. Una es Sodoma. La
otra, Nínive.
Sodom a. Un día Dios,*en compañía de dos ángeles, visitó
a Abraham y compartió una comida con él. Estas tres figuras
sobrenaturales se le aparecieron a Abraham como seres hu­
manos; él no se dio cuenta enseguida de que uno de sus visi­
tantes era Dios y los otros dos, ángeles (ver Heb. 13: 2).
Después de la comida, el Señor le dijo a Abraham lo que
él y los ángeles estaban a punto de hacer: «Por cuanto el cla­
mor contra Sodoma y Gomorra aumenta más y más y su pe-

* Probablemente Dios Hijo.


17. El fin del tiempo de gracia del mundo • 2 5 3

cado se ha agravado en extremo, descenderé ahora y veré si


han consumado su obra según el clamor que ha llegado hasta
mí; y si no, lo sabré» (Gén. 18: 20).
Esto suena como si Dios no conociera la verdadera con­
dición de Sodoma y tuviera que descender a la tierra para
verificarla personalmente. Sin embargo, por lo que sabemos
de la omnisciencia de Dios, podemos concluir sin sombra de
duda que él sabía lo que estaba ocurriendo en Sodoma. Apa­
rentemente, si habló así fue para ayudar a Abraham a com­
prender que él estaba tratando de manera justa con los
ciudadanos de Sodoma.
Sea como sea, lo esencial de la historia es que Sodoma
se había degradado en la escala moral hasta el mismo nivel
que lo había hecho el mundo antediluviano. Elena G. de
White dijo que «la misericordia, tanto tiempo despreciada,
al fin cesó de interceder por ellos. Los habitantes de Sodoma
habían pasado los límites de la misericordia divina, “el lí­
mite oculto entre la paciencia de Dios y su ira”» (PP 139).
Por eso, el cierre del tiempo de gracia de Sodoma como
ciudad había llegado. En este caso, el tiempo transcurrido
entre dicho cierre y la destrucción de la ciudad fue muy
corto, sin duda por causa de la extrema perversidad de sus
ciudadanos. No obstante, el Señor dio un breve período de
advertencia final. Los dos ángeles advirtieron a Lot acerca
de lo que estaba a punto de suceder, y le dijeron que infor­
mara «a sus yernos, los que habían de tomar sus hijas» acerca
de la destrucción inminente. Por desgracia, cuando Lot se
lo advirtió, ellos se tomaron a broma lo que les dijo (Gén.
19: 12-14).
Entonces envió Dios la destrucción, muy probablemente
en forma de una lluvia de cometas o meteoritos que incen­
diaron la ciudad hasta reducirla a cenizas.
2 5 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

N ín iv e.Como en el caso de Sodoma, esta otra ciudad


llegó a ser tan malvada que Dios concluyó que debía des­
truirla. Antes de que lo hiciera, sin embargo, ordenó a Jonás
que fuera a Nínive «y clama contra ella, porque su maldad
ha subido hasta mí» (Jon. 1: 1-2).
Como usted sabe, Jonás trató de evitar la misión que
Dios le había asignado, pero finalmente acabó en Nínive,
donde proclamó que la ciudad sería destruida en cuarenta
días (Jon. 3: 4). Obviamente, Nínive había llegado prácti­
camente al fin de su tiempo de gracia como ciudad. Pero
como hiciera en la época del Diluvio, Dios envió a su pro­
feta a advertir al pueblo acerca de la fatalidad que se apro­
ximaba. ¡Y resulta que la ciudad se arrepintió! Así que Dios
libró a Nínive de la destrucción que había anunciado a esa
ciudad en caso de haberse mantenido en sus caminos im­
píos. Esta es una llamativa evidencia de que la amenaza de
Dios de cerrar el tiempo de gracia de un grupo (Jon. 3: 10)
es reversible si una parte suficiente del grupo se arrepiente.
El fin del tiempo de gracia
en el caso de naciones
Dos naciones en la historia bíblica nos ofrecen signifi­
cativas lecciones sobre el fin del tiempo de gracia para na­
ciones: los amorreos y los israelitas.
Los am orreos. Se trataba de un poderoso grupo que había
emergido en Mesopotamia en tomo al año 2000 a.C. Los
amorreos fundaron la primera dinastía de Babilonia,1y uno
de sus reyes, Hammurabi, es todavía famoso por su código
legal.2 La influencia de los amorreos se extendió hasta
Canaán, pues Génesis 14:13 nos cuenta que Abraham tuvo
tratos amistosos con ellos.
Dios le había prometido a Abraham que les daría la tierra
de Canaán a él y a sus descendientes (ver Gén. 13: 14-15),
17. El fin del tiempo de gracia del mundo • 2 5 5

y estoy seguro de que Abraham se preguntaba cómo haría


Dios eso , ya que quienes vivían allí eran amigos del pa­
triarca.
Conforme transcurría el tiempo y Abraham no se sentía
más próximo a poseer la tierra que cuando emigró hasta allí
por primera vez, preguntó a Dios: «¿En qué conoceré que la
he de heredar?» (Gén. 15: 8).
Dios replicó: «Tú [...] te reunirás en paz con tus padres
y serás sepultado en buena vejez» (versículo 15). En otras
palabras, el propio Abraham no tomaría posesión de la tie­
rra. Pero Dios prometió que los descendientes de Abraham
sí la poseerían; sin embargo, primero serían esclavos «en
tierra ajena» durante cuatrocientos años, después de lo cual
«tus descendientes volverán acá en la cuarta generación»
(vers. 13, 16). Entonces Dios añadió una frase significativa
para nuestro estudio: «Porque hasta entonces no habrá lle­
gado a su colmo la maldad del amorreo» (vers. 16). En otras
palabras, Dios estaba manteniendo abierto el tiempo de gra­
cia de la nación amorrea.
Avancemos varios siglos. Los israelitas están vagando por
el desierto y necesitan pasar por territorio amorreo, así que
formulan una amistosa petición: «Te pido que nos dejes
pasar por tus dominios. Te prometo que no entraremos en
ningún campo ni viña, ni beberemos agua de ningún pozo.
Nos limitaremos a pasar por el camino real, hasta que sal­
gamos de tu territorio» (Núm. 21: 22, NVI).
Pero en lugar de complacer a los israelitas, los amorreos
los atacaron (ver versículos 23, 33). Comentando su reac­
ción, dice Elena G. de White: «Cuando el rey amorreo re­
husó lo pedido con cortesía, y en señal de desafío reunió a
sus ejércitos para la batalla, se colmó la copa de la iniquidad
de ese pueblo, y ahora Dios iba a ejercer su poder para de­
rrocarlo» (PP 411). El comentario de White acerca de que
2 5 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

«se colmó la copa de la iniquidad» de los amorreos es una


clara indicación de que se había cerrado su tiempo de gracia
como nación. Los israelitas derrotaron a los amorreos y to-
marón su territorio por sí mismos (vers. 24-26). En este caso,
no hay evidencia de advertencia antes de la destrucción.
Israel. Unas pocas décadas después de que los israelitas
entrasen en Canaán, se entregaron a la adoración de ídolos,
y Dios permitió que fueran hechos cautivos por sus enemi­
gos. Finalmente, se arrepintieron y Dios los restauró. Este
patrón apostasía-arrepentimiento se repitió una y otra vez
durante el periodo de los jueces. Luego, sucesivamente, rei­
naron sobre la nación Saúl, David y Salomón, y después de
sus reinados los israelitas se hundieron cada vez más pro­
fundamente en la apostasía. Finalmente, Dios dejó que los
asirios erradicasen el reino del norte, y cien años después
permitió que los babilonios tomasen cautivo al reino del sur.
Su tierra quedó desolada durante setenta años. Entonces
Dios envió el siguiente mensaje al pueblo a través del pro­
feta Daniel:
«Setenta semanas están determinadas [o apartadas]
sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad,
para terminar la prevaricación,
poner fin al pecado...» (Dan. 9: 24).
Daniel 9, como las demás profecías de tiempo en el libro
de Daniel, usa el principio día-año, de modo que las «se-
tenta semanas» del versículo 24 representan 490 años. En
el momento en que Dios envió a Gabriel donde Daniel con
este mensaje, los judíos llevaban en Babilonia casi setenta
años por causa de su rebelión. Las palabras: «Setenta sema­
nas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciu­
dad» querían decir que Dios estaba dando a Israel 490 años
más de tiempo de gracia.
17. El fin del tiempo de gracia del mundo • 2 5 7

Comentando estas palabras, dijo William Shea: «La


frase de apertura [de la explicación de Gabriel] delimita un
tiempo de gracia durante el cual el pueblo de Dios es lla­
mado a manifestar su lealtad y no su rebelión hacia él
[Dios]».3 Shea también señala que las palabras «terminar
la prevaricación» y «poner fin al pecado» indican que Dios
estaba urgiendo a los judíos «a poner fin al estado pecami­
noso de su sociedad, [.. .y] a construir una sociedad justa».4
Estos 490 años comenzaron en el año 457 a.C. y conclu­
yeron en el 34 d.C. con la lapidación de Esteban. Durante
los últimos siete u ocho años de este periodo de 490, Dios
envió, primero, a Juan el Bautista para que urgiese al pueblo
que se arrepintiera de sus pecados, y luego a su propio Hijo
para tratar de volver sus corazones hacia él. En lugar de ello,
los dirigentes de la nación fueron responsables de la crucifi­
xión del Hijo de Dios, Jesús. No obstante, Dios extendió su
tiempo de gracia unos pocos años más, hasta que Esteban pro­
nunció la advertencia final. Cuando los dirigentes de los ju­
díos rechazaron el mensaje de Esteban y lo apedrearon hasta
la muerte, Dios cerró su periodo de gracia como nación.
Sin embargo, como en el pasado, Dios no aplicó de in­
mediato la destrucción. Tenía al menos dos razones para es­
perar un poco. La primera, que la mayoría de los judíos
ignoraban el sentido de la vida y la muerte de Jesús. Dios
sabía que muchos de ellos se arrepentirían y le aceptarían
como su Salvador; por eso, a través del ministerio de la pri­
mitiva iglesia cristiana, les informó acerca de quién era
y es Jesús. Y la segunda razón era que la naciente iglesia
necesitaba que la ciudad de Jerusalén le sirviera como cuar­
tel general hasta que el evangelio pudiera ser firmemente
establecido en territorio gentil. Por estas razones, incluso
2 5 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

después del cierre del tiempo de gracia de la nación judía


como tal, Dios pospuso la destrucción de Jerusalén y la diso­
lución de la nación durante otros treinta y seis años.*
Estados Unidos
En la época de su fundación, Estados Unidos instituyó
una forma de gobierno que nunca había sido probada en el
mundo con anterioridad, al menos por una nación. Conce­
dió a sus ciudadanos ciertos derechos, destacando entre ellos
la libertad religiosa, que se resume en la expresión «separa­
ción de la iglesia y el estado».** Los adventistas del séptimo
día creemos que esta fue una de las principales razones por
las que el Señor dio origen a Estados Unidos. Elena G. de
White escribió: «El Señor ha favorecido a los Estados Uni­
dos más que a cualquier otra nación [...]. En ella proveyó re­
fugio para su pueblo a fin de que este pudiera rendirle culto
conforme a los dictados de su conciencia. [...] Era propósito
divino que en esta nación siempre hubiera libertad para que
la gente pudiera adorarlo de acuerdo con los imperativos de
su conciencia» (MSV 199).
Dios extiende el tiempo de gracia a las naciones en fun­
ción de la diligencia de estas en adherirse a ciertos prin­
cipios morales. Y ya que la libertad religiosa era una de las
principales razones por las que Dios originó Estados Unidos,
se sigue que cualquier abandono de ese principio pondría
en peligro el tiempo de gracia de la nación. Eso es, precisa­
mente, lo que dice Elena G. de White que ocurrirá: «Cuando

* La lapidación de Esteban probablemente tuvo lugar en el año 34 d.C., y Jerusalén fue destruida
en el 70. Para una explicación más detallada del martirio de Esteban, ver «La fecha fin al de
las setentas seman as», en mi libro El juicio investigador: Su fundamento bíblico (Doral: IADPA,
2011), pp. 279.
** Roger W illiams experimentó con la libertad religiosa en su colon ia de Rhode Island. El fue
el principal precursor de la con sagración de la libertad religiosa en la Con stitución de Estados
Un idos más de cien años después.
17. El fin del tiempo de gracia del mundo • 2 5 9

[el gobierno de Estados Unidos] haga uso de su poder para


poner en vigor los decretos y sostener las instituciones de la
Iglesia, [...] habrá una apostasía nacional que solo concluirá
en la ruina nacional» (EUD 116).
Aunque White no usó la expresión tiem po de gracia en
esta afirmación, está claro que tenía eso en mente. La apos­
tasía girará en tomo a la cuestión de la separación iglesia-
estado y de la libertad religiosa. Los adventistas siempre
hemos creído, como muestra la siguiente declaración, que
la apostasía tendrá que ver con la legislación que imponga
el domingo como día de reposo y adoración:
«Para obtener popularidad y apoyo, los legisladores cederán a la
demanda de una ley dominical. [...] Por el decreto que imponga
la institución del papado en violación a la ley de Dios, nuestra
nación se separará completamente de la justicia. [...]. Como el
acercamiento de los ejércitos romanos fue para los discípulos una
señal de la inminente destrucción de Jerusalén, esta apostasía
podrá ser para nosotros una señal de que se llegó al límite de la
tolerancia de Dios, de que nuestra nación colmó la medida de su
iniquidad, y de que el ángel de la misericordia está por emprender
el vuelo para nunca volver» (5TI 426-427).
Los adventistas del séptimo día llevamos mucho tiempo
anticipando una ley dominical nacional. Algunos de noso­
tros casi hemos llegado a ser fanáticos al proclamar que
cada ordenanza local concerniente al domingo es el cum­
plimiento de la predicción de Elena G. de White. Pero el
tema tal como ella lo vio será la promulgación de una
ley dominical n acion al, no local ni regional. Ella dijo que
mediante la aprobación de una ley dominical, «n u estra
nación se separará completamente de la justicia» y «n u es­
tra nación colm[ará] la medida de su iniquidad» (cursiva
2 6 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

añadida). Esto sugeriría que una ley dominical emanada


del Congreso de Estados Unidos será lo que precipite el
cierre del tiempo de gracia para la nación.
La siguiente declaración es aún más específica sobre la
naturaleza de la legislación que pondrá fin al tiempo de
prueba de Estados Unidos: «Cuando nuestra nación pro­
mulgue leyes en sus concilios legislativos para comprometer
la conciencia de los hombres en cuanto a sus privilegios
religiosos, imponiendo la observancia del domingo y usando
un poder opresivo con tra los que guardan el día de reposo del
séptim o día, la ley de Dios será sin duda invalidada en nues­
tro país; y a la apostasía nacional seguirá la mina de la na­
ción» (EUD 115; cursiva añadida).
Este pasaje explica cuál es la evidencia de que el tiempo
de gracia de Estados Unidos como nación se ha cerrado. Esto
ocurrirá cuando el Congreso promulgue una ley dominical
que incluya un castigo para quienes la desobedezcan, deci­
diendo observar en su lugar el sábado bíblico.
Varios factores en la cultura de nuestros días ya están
empujando a Estados Unidos hacia el cierre de su tiempo
de gracia como nación. Entre ellos se encuentran la creciente
oposición por parte de los protestantes de la Derecha Reli­
giosa hacia la separación iglesia-estado; la deriva de la na­
ción hacia el secularismo, con su progresiva hostilidad hacia
todos los asuntos religiosos; el rechazo intencional a prote­
ger las vidas de los niños antes de nacer; y las prisas, incluso
por parte de muchas iglesias protestantes, por abandonar el
fundamento bíblico del matrimonio.
La nación estadounidense ha sido especialmente favo­
recida por Dios desde su fundación en 1776. Sin embargo,
es inevitable concluir que el favor divino llegará un día a
su fin, y que cuando eso ocurra él cerrará el tiempo de gracia
de la nación.
17. El fin del tiempo de gracia del mundo • 261

El cierre del periodo de gracia


del mundo en el tiempo del fin
La primera vez que el mundo en cuanto tal cerró su
tiempo de gracia fue en la época del Diluvio, hace unos cua­
tro mil años. Cuando lea usted este libro, el segundo cierre
de nuestro tiempo de gracia global se estará aproximando.
En este conocido pasaje de Apocalipsis encuentro evidencia
significativa sobre la conclusión del periodo de gracia mun­
dial en el tiempo del fin:
«Después de esto vi cuatro ángeles de pie sobre los cuatro ángulos
de la tierra, deteniendo los cuatro vientos de la tierra para que no
soplara viento alguno sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre árbol
alguno. Vi también otro ángel, que subía desde donde sale el sol
y que tenía el sello del Dios vivo. Clamó a gran voz a los cuatro
ángeles a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la
tierra y al mar, diciendo: “No hagáis daño a la tierra ni al mar ni
a los árboles hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos
de nuestro Dios”. Yoí el número de los sellados: ciento cuarenta
y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel»
(Apoc. 7: 1-4).
La idea clave de esta cita es la instrucción dada a los cua­
tro ángeles para que sigan sujetando los cuatro vientos de
manera que no soplen sobre la tierra, el mar y los árboles
hasta que los siervos de Dios sean sellados. El Com entario
bíblico adventista dice que los «cuatro vientos son claramente
fuerzas destructoras».5La destrucción militar es ciertamente
una posibilidad, en particular un decisivo conflicto nuclear.
Sin embargo, en el capítulo 11 de este libro señalé las rele­
vantes evidencias bíblicas y del Espíritu de Profecía de que
grandes desastres naturales ocurrirán durante la crisis final.
Y el hecho de que los vientos, una vez liberados, dañarán
la tierra, el mar y los árboles sugiere que el principal én­
fasis se pone en las fuerzas destructivas de la naturaleza.
2 6 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

La protección de la ecología global es un asunto fundamen­


tal en el mundo de hoy, y Apocalipsis nos informa de que
tendrá lugar una terrible devastación ecológica en el planeta
durante el tiempo del fin.
Ahora bien, aquí está la idea clave que ha de notarse: el
hecho de que se ordene a los ángeles que retengan estas
fuerzas destructivas supone un testimonio significativo de
que Dios y a habrá tom ado la decisión de cerrar el tiem po de gra­
cia del m undo en cuanto tal, pero esto es también evidencia
de que no aplicará inmediatamente la destrucción resul­
tante. Hace cuatro mil años Dios puso fin al periodo de gra­
cia del mundo en cuanto mundo, pero aplazó la destrucción
a fin de darle tiempo a Noé para construir el arca y para ad­
vertir a la humanidad de la fatalidad inminente. Apocalipsis
nos da una razón muy específica de por qué Dios demorará
la acción de las fuerzas destructivas en el tiempo del fin: el
sellamiento de los 144.000 requiere más tiempo.
La importancia del cierre del periodo de gracia del mundo
en cuanto mundo llegará a ser más evidente en el próximo
capítulo.

Notas del capítulo


1. Ver Seventh-day Adventist Enciclopedia (Hagerstown [Maryland, EE.U U J: Review
an d Herald, 1960), pág. 38.
2. Ver «Am orreos», «H am m urabi» y «Código de Ham m urabi» en cualquier en ciclo­
pedia.
3. Cit ad o en mi libro El juicio investigador: Su fundam ento bíblico (Doral: IADPA,
2011), p. 257.
4- W illiam Sh ea, citado en ibíd.
5. Com entario bíblico adventista (Buen os Aires: A C E S,1990), 7:797.
18
El fin del tiempo
de gracia humano

ecky creció en un hogar devotamente religioso. Sus pa­

B dres eran personas muy comprometidas con su fe tanto


en cuestiones doctrinales como en el ministerio prác­
tico. Asistían a la iglesia todos los domingos; su padre era
muy activo como diácono, y su madre colaboraba en el pro­
grama misionero de la iglesia, que ayudaba a familias nece­
sitadas del barrio. Becky acudía cada domingo a la iglesia y
se bautizó a los doce años.
Después de que se graduara en la escuela secundaria,
continuó sus estudios en una universidad cristiana de Texas,
donde conoció a Gerald. Se hicieron amigos, su amistad se
convirtió en romance y, durante su último año universitario,
Gerald le pidió que se casara con él.
¡Becky estaba emocionada! Pero al llamar a sus padres
para transmitirles la buena noticia, se encontró con un gélido
2 6 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

silencio. Cuando su padre finalmente respondió, le dijo:


«Nos temíamos que esto iba a ocurrir. Te habíamos adver­
tido que no te relacionases con ese hombre. ¡El no perte­
nece a nuestra iglesia!».
Becky rogó a sus padres que la entendieran, pero ellos se
negaron. Cuando les envió las invitaciones de boda, le in­
formaron de que no asistirían. Su padre le dijo: «Ya no eres
nuestra hija».
He cambiado los nombres y otros detalles en este relato,
pero el argumento básico es real. Y es algo que ha ocurrido
muchas veces en la historia de nuestro planeta. En algunas
partes del mundo la sociedad honra, incluso, a un padre que
mata al hijo o la hija que se niegan a vivir en armonía con
las tradiciones religiosas y sociales de la familia.
¿Cómo pueden los padres renegar de sus propios hijos?
Nuestros corazones se compadecen de las personas que han
sido abandonadas por sus seres queridos. Aun si no tenemos
relación con ellas, sentimos su dolor cuando leemos o escu­
chamos su historia.
En este libro, he enfatizado el amor de Dios por sus hijos
humanos: cómo anhela tener una grata relación íntima con
cada uno de nosotros. Cuando nuestros primeros padres se
alejaron de él, les dio a su propio Hijo para que pagara por
su pecado y por los pecados de sus descendientes, incluidos
usted y yo. Dios hizo esto porque quiere tener una relación
de amor con nosotros que anhelaba cuando creó a nuestra
especie.
Habiendo pagado ese alto precio, ¿es posible que Dios
quisiera jamás repudiamos? Parece impensable que alguna
vez nos dijera, como le dijeron a Becky sus padres: «Tú ya
no eres mi hijo/hija».
Sin em bargo, ¡eso es lo que im plica el fin del tiempo de gracia!
18. El fin del tiempo de gracia humano • 2 6 5

Un concepto adventista
La expresión tiem po de grad a es bastante común en nues­
tra cultura.* Muy frecuentemente se refiere al periodo de
tiempo estipulado durante el cual una persona que ha salido
de la cárcel en libertad condicional debe informar al super­
visor de la misma y cumplir otros requisitos. En sentido
religioso, tiem po de grad a es un período durante el cual está
disponible la gracia salvadora de Dios, y el fin del tiem po de
grad a indica el momento en el que esa gracia deja de estar
disponible.
Hablando en general, los adventistas del séptimo día son
los únicos cristianos que prestan una considerable atención
al tiempo de gracia y al fin del mismo. Si usted les explicase
estos conceptos a otros cristianos conservadores, probable­
mente pensarían acerca de ellos durante unos segundos y
luego dirían: «Bueno, supongo que eso tiene sentido». Si
les preguntase después que cuándo creen que concluirá la
oportunidad de ser salvos, es probable que muchos, tras me­
ditarlo de nuevo unos instantes, responderían que segura­
mente termine en la segunda venida de Cristo.
Hay al respecto otras variantes entre los cristianos. Mu­
chos creen que Cristo reinará en la tierra después de su
segunda venida y que los impíos que sobrevivan a ese acon­
tecimiento seguirán poblando el planeta junto con los jus­
tos. Y algunos dirían que estará disponible la gracia para
esos impíos al menos hasta el fin del milenio. Esta inter­
pretación ignora la enseñanza bíblica de que los justos serán
separados de los injustos en la segunda venida de Cristo (ver
Mat. 13: 40-43, 47-50; 25:31-46).
* Sin duda lo es más en la cultura an glosajon a (la palabra in glesa es probación). En español se
habla de «tiem po de gracia», por ejemplo, en el ámbito jurídico (sería el plazo adicional que
se concede a un deudor moroso para pagar lo que debe). En inglés, probation se usa para di'
versos tipos de prueba o periodos de prueba, incluida la libertad con dicion al de un reo, como
explica a con tinuación el autor. [N. del T.]
2 6 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Luego tenemos a los universalistas. Estos creen que la


gracia de Dios estará disponible durante toda la eternidad,
y que finalmente todo ser humano pecador reconocerá el
amor de Dios y se salvará. Esta interpretación ignora la en­
señanza bíblica de que la rebelión es incurable (ver 1 Sam.
15: 23; Heb. 4: 4-6).
Desde una perspectiva humana la postura universalista
nos suena de lo más positiva, pues, ¿cómo iba a querer un
Dios amante repudiar jam ás a cualquiera de sus hijos? Sin
embargo, aunque salvar a los seres humanos del pecado y de
sus consecuencias es uno de los más im portantes objetivos
de Dios, no es su único objetivo. Aún más importante es su
propósito de resolver el conflicto entre el bien y el mal, lo
que los adventistas llamamos el gran conflicto. Y el problema
es que estos objetivos chocan entre sí, pues mientras Dios
permita que vivan malas personas, el mal continúa exis­
tiendo. A fin de que Dios concluya el conflicto entre el bien
y el mal, tiene que poner fin a las vidas de personas a las que
ama, pero que continúan prefiriendo el mal sobre el bien.
A lo largo de este libro, me he referido de vez en cuando
al cierre del tiempo de gracia, pero me he concentrado sobre
todo en lo que significa el propio tiempo de gracia, cómo se
lleva a efecto en la práctica y cómo deberíamos afrontarlo.
No obstante, ha llegado el momento de abordar el asunto
del fin del tiempo de gracia humano.
¿Quién lo decide?
Si usted preguntase a los adventistas quién creen que ce­
rrará el tiempo de gracia, la mayor parte de ellos probable­
mente diría: «Dios lo hará».
En un sentido, eso es cierto. Dios es quien ofreció el
tiempo de gracia en un principio, así que, en buena lógica,
él es el más apropiado para poner fin a esa oferta.
18. El fin del tiempo de gracia humano • 2 6 7

Dando un paso más en esta línea, podemos llegar a pensar


que es Dios también quien decide cuándo debería cerrarse
el tiempo de gracia.
De nuevo, hay algo de verdad en ello. Si todavía damos
un paso más desde ahí, nos topamos con el gran temor que
ha dominado el pensamiento de demasiados adventistas a
lo largo de los años: que Dios ha fijado de antemano un mo­
mento para el cierre del tiempo de gracia. Él ha determinado
un día en el que ese periodo se acabará, con independencia
de lo que ocurra. Y si usted no está preparado de cara a ese
día particular..., en fin, será una pena: habrá fracasado. No
importa que estuviera usted casi preparado; «casi» no es su­
ficiente. Usted ha de ser perfecto, impecable, para el tiempo
en que descienda el telón, o de lo contrario no será salvo.
Trataré el tema de la perfección en el capítulo 21 de este
libro. La cuestión aquí es si Dios ha decidido algún mo­
mento en el futuro en el que cerrará el tiempo de gracia. Mi
respuesta es que en realidad serán ios seres hum anos, y no
Dios, quienes decidirán cuándo se cierra el periodo de gra­
cia. Dios simplemente orquestará los acontecimientos de
un modo que asegure que nosotros tomamos la decisión.
Ya he analizado estos acontecimientos con algún detalle, así
que ahora bastara con un breve resumen.
En el tiempo del fin, el mundo se verá abatido por cala­
midades tales como sobrecogedores desastres naturales, el
hundimiento financiero y quizá un conflicto militar. Las au­
toridades mundiales «estarán angustiadas y perplejas» (Luc.
21: 25), tratando de apañárselas para resolver la crisis. Y la
especie humana se sentirá aterrorizada por la gravedad de
la situación (versículo 26). En todas partes, la gente dirá:
«Tenemos que volvernos hacia Dios». ¡Y estarán en lo
cierto! El problema es que usarán los métodos erróneos en
sus esfuerzos por llevar de vuelta a las personas hacia Dios.
2 6 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Y, para empeorar las cosas, Satanás aprovechará la situación


incitando a la población de la tierra a perseguir, precisa­
mente, al pueblo que se ha orientado hacia Dios de la ma­
nera correcta. Las diferencias entre las fuerzas del bien y las
fuerzas del mal pondrán en marcha el conflicto final en
la historia del mundo, lo cual ocurrirá justo antes de la se­
gunda venida de Cristo.
Dios se ocupará de que todo ser humano sobre la tierra
comprenda los asuntos en juego lo bastante claramente
como para tomar una decisión a favor o contra él. Dice
Elena G. de White: «Cada cual tendrá la luz necesaria para
tomar una resolución consciente» (CS 591). Para el mo­
mento en que se cierre el tiempo de gracia, todos los seres
humanos habrán tomado una decisión definitiva a favor o
en contra de la verdad. No habrá nadie indeciso, a diferen­
cia de lo que ocurre hoy.
En sus parábolas, Jesús caracterizó a los dos grupos del
tiempo del fin como el trigo y la cizaña (ver Mat. 13:24-30),
como las vírgenes prudentes y las insensatas (Mat. 25:1-13),
y como las ovejas y los cabritos (versículos 31-46). Apo­
calipsis afirma que se trata de aquellos que reciben el sello
de Dios y de los que reciben la marca de la bestia.
En los capítulos anteriores de este libro he dejado muy
claro que lo que escojamos entonces estará determinado por
las decisiones que estemos tomando ahora. Por eso he dicho
que Dios no cerrará el tiempo de gracia; lo haremos nosotros.
Lo que quiero decir con ello es que el tiempo de gracia no
concluirá hasta que usted y yo y todos los demás seres huma­
nos hayan efectuado su elección definitiva acerca de a cuál
de los dos grupos mencionados se unirán. Cuando todos ha­
yamos tomado esa decisión, se cerrará el tiempo de gracia.*
* Por supuesto, Dios es quien realmente tiene el control. Él cierra e. tiempo de gracia. Pero
nuestras decision es cruciales influyen en cuándo lo cierra.
18. El fin del tiempo de gracia humano • 2 6 9

Algunas veces ilustro el fin del tiempo de gracia imagi­


nando una conversación entre Dios Padre y Jesús, nuestro
Mediador. Jesús se dirige al Padre y le dice: «Padre, durante
seis mil años he sido el Mediador entre la Divinidad y los
seres humanos pecadores. A lo largo de este tiempo, muchas
personas me han aceptado como Salvador, y otras, en cam­
bio, han decidido seguir a Lucifer. Ahora no queda nadie
en la tierra a quien yo pueda salvar. Todos los humanos han
tomado su decisión definitiva, eligiendo estar en nuestro
lado o en el lado de Satanás. Creo que ya podríamos cerrar
mi ministerio mediador».
El tiempo de gracia no se cerrará mediante una decisión
arbitraria por parte de Dios con la que él diga: «Aquí vengo,
estéis preparados o no». Antes bien, se cerrará como el re­
sultado inevitable de que todos los seres humanos sobre la
tierra han tomado su decisión definitiva. Dios creará las cir­
cunstancias que nos exigirán realizar esa elección final, pero
la elección misma será nuestra, no suya.
El cierre del tiempo de gracia como proceso
Los adventistas hemos pensado tradicionalmente que el
cierre del tiempo de gracia sucederá en un momento espe­
cífico del tiempo. Antes de ese momento, la salvación está
disponible. Después, ya no lo estará.
Estoy de acuerdo en que esta es una manera válida de re­
ferirse al cierre del tiempo de gracia. Sin embargo, también
he llegado a pensar en ello como un proceso. ¿Sería posible
que todos los seres humanos tomasen su decisión final en
el mismo instante? Y aun si fuera posible, ¿sería probable?
Creo que la mayoría de los adventistas estarán de acuerdo
en que algunas personas tomarán su decisión definitiva a
favor o contra Dios antes que otras. Si esto tiene sentido,
entonces el cierre del tiempo de gracia acontecerá a lo largo
2 7 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

de un período. Elena G. de White dejó esta idea muy clara


cuando escribió: «El momento de los castigos destructores
de Dios es [será] el tiempo de misericordia para los que no
tienen oportunidad de saber la verdad. El Señor los contem­
plará con ternura. Su corazón se conmueve de misericordia;
su mano aun se extiende para salvar, entretanto que se cie­
rra la puerta para los que no quierían entrar» (7CBA 990).
La idea clave que ha de notarse aquí es que el tiempo de
gracia estará ya cerrado para algunos mientras sigue abierto
para otros. Obviamente, entonces, el fin del mismo para los
individuos tendrá lugar a lo largo de un periodo. Por eso
creo que el cierre del tiempo de gracia es un proceso. Pero
este proceso terminará cuando Jesús ponga fin a su minis­
terio intercesor y pronuncie las terribles palabras: «El que es
injusto, sea injusto todavía; [...] el que es justo, practique la
justicia todavía» (Apoc. 22: 11).
¿Llevan algunas personas experimentando el cierre del
tiempo de gracia desde la caída de nuestros primeros padres?
¿Es eso lo que hace de ello un proceso?
No en el sentido al que me estoy refiriendo aquí.
El juicio de los vivos
Estoy seguro de que usted conoce la creencia adventista
del séptimo día de que un juicio investigador empezó en el
cielo en 1844 y ha continuado hasta el momento presente.
Este juicio tiene lugar en dos etapas: «el juicio de los muer­
tos» y «el juicio de los vivos». Veamos las referencias de
Elena G. de White a estas dos fases en las siguientes citas:
• «El juicio de los casos de los muertos ha estado en progreso
por más de cuarenta años, y no sabemos cuán pronto pa­
sará a los casos de los vivos» (5TI648).
18. El fin del tiempo de gracia humano • 271

• «El juicio se lleva ahora adelante en el santuario celes­


tial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos
años. Pronto -nadie sabe cuándo- les tocará ser juzgados
a los vivos» (CS 480).
• «A medida que los libros de memoria se van abriendo
en el juicio, las vidas de todos los que hayan creído en
Jesús pasan ante Dios para ser examinadas por él. Empe­
zando con los que vivieron los primeros en la tierra,
nuestro Abogado presenta los casos de cada generación
sucesiva, y termina con los vivos» (CS 474).
En ninguna parte explicó Elena G. de White qué quería
decir con el juicio de los muertos y el juicio de los vivos.
Sin embargo, nos dio algunas pistas. Dijo que el primero ya
estaba en marcha en la época en que ella escribía, y que el
segundo aún no había comenzado.* Así, parece razonable
entender que el juicio de los muertos significa el juicio final
a las personas después de que mueran, mientras que el juicio
de los vivos sería su aplicación a las personas an tes de que
mueran.
En cierto sentido, podríamos decir que el juicio de los
muertos lleva en marcha seis mil años. Abel, y todo ser hu­
mano que ha fallecido después de que muriera él, sellaron su
destino eterno en el momento de la muerte. Sin embargo,
cuando Elena G. de White habló del juicio de los muertos,
tenía en mente el juicio investigador que se inició en 1844.
Dijo: «El juicio de los casos de los muertos ha estado en pro­
greso por más de cuarenta años», palabras que escribió en
Basilea (Suiza), probablemente en 1887 (5TI 648). En esa
época, sin duda, el juicio investigador llevaba «en progreso
por más de cuarenta años». Así, por «el juicio de los muer­
tos» ella se refería al asentimiento que los ángeles del cielo

* Mi opinión es que aún pertenece al futuro.


2 7 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

venían dando a las decisiones de Dios acerca del destino


eterno de los seres humanos que ya habían muerto. Cuando
se mencionaron en el juicio los nombres de Adán, Moisés,
Elias, Pablo y Lutero, Satanás presentó sus cargos contra
ellos, y Jesús, su Mediador, los defendió. Luego los ángeles
ratificaron las decisiones divinas.
Es razonable suponer que el juicio de los que han muerto
ya ha sido completado, y que ahora el juicio considera los
casos de las personas a m edida que van muriendo. Nótese
que sigue siendo «el juicio de los muertos».
¿Qué es, entonces, «el juicio de los vivos»?
Este juicio también implica tanto la decisión de Dios
sobre el destino eterno de los seres humanos como la con­
firmación de sus decisiones por parte de los ángeles. Sin em­
bargo, en este caso se trata de la decisión de Dios y de los
ángeles an tes de que las personas mueran y no después de
que fallezcan. Actualmente, el tiempo de gracia de cada cual
se cierra en el momento en que muere. Pero llegará un día
en el que el periodo de gracia de las personas se cerrará antes
de que fallezcan.
Como señalé antes, esto no ocurrirá en el mismo instante
para todos los seres humanos que estén vivos en nuestro pla­
neta. El juicio de los vivos será un proceso que concluirá
cuando cada persona haya tomado su decisión definitiva y
el Cielo reconozca que no queda nadie sin tomarla. Entonces
Dios y sus ángeles proclamarán que el juicio ha terminado;
y en ese punto, el tiempo de gracia para la especie humana
quedará cerrado.
De lo que he dicho hasta aquí, es evidente que el juicio
de los vivos es lo mismo que el fin del tiempo de gracia como
proceso, porque es el tiempo de gracia de los vivos el que se
cerrará durante este proceso.
18. El fin del tiempo de gracia humano • 2 7 3

¿Cuándo empezará el juicio de los vivos? ¿En qué mo­


mento pasara el juicio de tratar los casos de personas cuyo
tiempo de gracia se cerró cuando morían, a tratar los casos
de personas que seguían viviendo después de que se cerrara
su tiempo de gracia?
Apocalipsis 7: 1-4 nos da una pista. Estos versículos
dicen que Dios sujetará los vientos de contienda hasta que
los 144.000 sean sellados. Apocalipsis 14: 1-5 también nos
da alguna información relevante sobre los 144.000. Pero
hay una importante diferencia entre estos dos pasajes. En
Apocalipsis 7, los 144.000 están siendo sellados en esta tie­
rra. En el capítulo 14, están en el cielo, delante del trono
de Dios. No obstante, varios de los detalles mencionados
en ese capítulo 14 sobre los 144.000 son importantes para
nuestro estudio:
1. Tienen los nombres de Jesús y del Padre escritos en sus
frentes (versículo 1).
2. Se han conservado puros (vers. 4).
3. Siguen a Jesús dondequiera que va (vers. 4).
4. Son totalmente honestos: «En sus bocas no fue hallada
mentira» (vers. 5).
5. Están sin mancha (vers. 5).
La conclusión de que los 144.000 son perfectos parece
bastante razonable. Por supuesto, todos seremos perfectos
cuando lleguemos al cielo, pero el hecho de que los 144.000
serán perfectos en el cielo, junto con la idea de que serán
sellados mientras estén en esta tierra, avala la idea de que
tendrán que alcanzar un alto nivel de desarrollo del carácter
a fin de ser sellados. Creo que estoy en lo cierto al decir que
este planteamiento sobre los 144-000 es bastante común en
el adventismo. Según este enfoque, el tiempo de gracia de
los 144.000 concluirá durante la época tranquila que pre­
cede al cierre definitivo del tiempo de gracia humano.
274 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Claramente, entonces serán sellados y su periodo de gracia


se cerrará cuando aún estén vivos en la tierra, y esto signi-
fica que sus casos serán considerados durante el juicio de los
vivos.
En el capítulo anterior a este, subrayé que el cierre del
tiempo de gracia del mundo en cuanto mundo tendrá lugar
antes del fin del tiempo de gracia para todos los seres huma­
nos. Pienso que el paso en el cielo desde el juicio de los muer­
tos al juicio de los vivos ocurrirá al mismo tiempo en que
Dios cierre el tiempo de gracia para el mundo como tal,
mientras que el tiempo de gracia para las personas como in­
dividuos seguirá abierto por un periodo más. Durante este,
los juicios destructivos de Dios caeran sobre la tierra, y se ad­
vertirá a todos los vivos de que el tiempo de gracia está a
punto de cerrarse. Una vez que las personas respondan a esta
advertencia, bien aceptándola o rechazándola, su tiempo de
gracia se cerrará antes del fin de sus vidas. Este es el juicio
de los vivos.
El asunto más importante
El fin del tiempo de gracia es un acontecimiento impo­
nente. Todo lo que he dicho hasta ahora en este libro nos
llevaba a este punto. El cierre del tiempo de gracia coincide
con la conclusión del juicio, en la cual «cada caso ha sido
fallado para vida o para muerte» (CS 600). La decisión de
quién está de parte de Dios y quién está de parte de Satanás
ya ha sido tomada, y es irreversible. Jesús ha cesado su mi­
nisterio intercesor en el santuario celestial. El plan de sal­
vación se ha consumado.
Aquellos de quienes el juicio determine que están de
parte de Dios, lo mismo entre los muertos que entre los
vivos, son sus amigos para siempre. Tienen garantizado un
lugar en su reino por toda la eternidad. Aquellos del pueblo
18. El fin del tiempo de gracia humano • 2 7 5

de Dios que estén vivos en la tierra en ese momento recibi­


rán el sello de Dios. El Espíritu Santo habrá tomado morada
permanente en sus mentes y corazones, y nunca los aban­
donará. No se pueden perder. Se trata de un pensamiento
imponente... ¡y maravilloso!
Por otra parte, los perdidos están completamente perdi­
dos. No hay posibilidad de cambiar su estatus. Sean rebeldes
empedernidos, rebeldes creyentes o rebeldes piadosos, el
hecho es que son rebeldes. Nunca tendrán nuevamente la
oportunidad de aceptar a Jesús. No echarán de menos su
salvación, sin embargo, pues «el Espíritu de Dios, al que se
opusieran obstinadamente, acabó por apartarse de ellos» (CS
600). Por tanto, es imposible para ellos siquiera desear jamás
la salvación. Están condenados a la destrucción eterna en
el lago de fuego. Se trata de una perspectiva imponente...
¡y horrible!
En este capítulo he abordado una serie de cuestiones im­
portantes, todas las cuales merecen interés y consideración.
Sin embargo, la esencial es si usted y yo todavía seremos ami­
gos de Dios cuando se cierre el tiempo de gracia. La triste
verdad es que podemos ser miembros de la Iglesia Adventista
del Séptimo Día y aceptar todas sus creencias, pero nuestra
teología no nos situará en el lugar correcto cuando nuestro
tiempo de gracia se cierre si hemos descuidado desarrollar
nuestra amistad con Dios antes de que eso ocurra.
Por eso, le animo encarecidamente a que se asegure hoy
de que usted y Dios son amigos. Si lo son, y si usted mantiene
esa amistad mañana, y el día siguiente, y el siguiente...,
entonces usted no tiene que preocuparse acerca del fin del
tiempo de gracia.
Parte IV

Después del cierre


del tiempo de gracia
El tiempo de angustia

principios de la década de 1990, cuando yo era editor

A de la Pacific Press, mi secretaria vino un día a mi des­


pacho a decirme que tenía una pregunta para mí.
Tras inquirirle acerca de ella, me dijo: «Si el periodo de
gracia se cierra antes del tiempo de angustia, ¿cuál es el pro­
pósito del tiempo de angustia? Al cierre del juicio investi­
gador, ya se habrá juzgado si cada ser humano está de parte
de Dios o de parte de Satanás. ¿Por qué no puede llegar el
fin del mundo justo entonces?».
¡Buena pregunta! Pero creo que hay una buena respuesta
para ella. Tiene dos partes: una, relacionada con el pueblo
de Satanás; la otra, con el pueblo de Dios.
El pueblo de Satanás
Empezaré compartiendo con usted la respuesta que di a
mi secretaria. Recalqué lo que ya había dicho ella de que el
juicio investigador terminará justo antes del gran tiempo de
angustia, momento en el cual el periodo de gracia se habrá
2 8 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

cerrado y toda la población del mundo se encontrara divi-


dida en solo dos grupos: los que estén de parte de Dios y los
que estén de parte de Satanás; los que hayan recibido el sello
de Dios y los que hayan recibido la marca de la bestia.
Ya he explicado que en el pasado Dios ha recurrido a las
pruebas para llamar la atención de las personas que no han
establecido un compromiso con él, y en muchos casos esto
las ha animado a volverse hacia él.
Durante el tiempo de angustia, Dios permitirá que terri­
bles desastres naturales vengan sobre el mundo. Apocalipsis
7:1-4 se refiere a ellos como la liberación de los cuatro vien­
tos.* Y Daniel, aludiendo a las semanas y quizá meses pos­
teriores al cierre del periodo de gracia, habla de un «tiempo
de angustia, cual nunca fue desde que las naciones existen»
(Dan. 12:1, NV1).
¿Qué quería decir Daniel cuando escribió que el tiempo
de angustia que vendría entonces sería el peor de todos los
tiempos desde que las naciones existen7.
Creo que la respuesta se encuentra en Génesis 10. Este
capítulo enumera las diversas naciones que surgieron en el
mundo poco después del diluvio. Así, el comentario de Da­
niel sugiere que el periodo comprendido entre el fin del
tiempo de gracia y la segunda venida de Cristo se caracte­
rizará por los peores desastres naturales desde el diluvio.
La descripción que hace Elena G. de White en el capí­
tulo «El tiempo de angustia» de El conflicto de los siglos es
incluso más detallada. Afirma:
«Cuando Cristo deje de interceder en el santuario, se derramará
sin mezcla la ira de Dios de la que son amenazados los que adoran

* A mi juicio, el tiempo de angustia al que se alude en Apocalipsis 7:1-4 incluye todo el período
de tribulación mencionado por Jesús en Mateo 24 y Lucas 21, es decir, tanto el breve tiempo de
angustia previo al cierre del tiempo de gracia como el extenso tiempo de angustia posterior a dicho
cierre.
19. El tiempo de angustia ■ 281

a la bestia y a su imagen y reciben su marca (Apocalipsis 14:9-10).


Las plagas que cayeron sobre Egipto cuando Dios estaba por li­
bertar a Israel fueron de índole análoga a los juicios más terribles
y extensos que caerán sobre el mundo inmediatamente antes de
la liberación final del pueblo de Dios. [...] Estas plagas no serán
universales, pues de lo contrario los habitantes de la tierra serían
enteramente destruidos. Sin embargo, serán los azotes más terribles
que hayan sufrido jamás los hombres. Todos los juicios que cayeron
sobre los hombres antes del fin del tiempo de gracia fueron miti­
gados con misericordia. La sangre propiciatoria de Cristo impidió
que el pecador recibiese el pleno castigo de su culpa; pero en el
juicio final la ira de Dios se derramará sin mezcla de misericordia»
(CS 611-612).
Y ahora retomemos a la pregunta de mi secretaria. Yo le
cité Apocalipsis 16:9,11. Ambos versículos dicen que a pesar
de los terribles desastres que el mundo sufrirá después del
fin del tiempo de gracia, las gentes «no se arrepintieron».*
Este rechazo es evidencia ante el universo entero de que las
decisiones tomadas durante el juicio investigador, que decla­
ran culpables a los impíos, son válidas. Aun a la vista de los
peores desastres naturales en la historia del mundo, ellos se
mantienen tozudamente afianzados en su rebelión.
Mi secretaria me dijo que le parecía que esta respuesta
tenía sentido.
El pueblo de Dios
Desde aquella conversación con mi secretaria, he podido
darme cuenta de que también será beneficioso para el pue­
blo de Dios que él traiga un tiempo de angustia sobre el
Ver también Apocalipsis 9: 20-21, donde al término de la sexta trompeta los impíos rehúsan
arrepentirse. Aunque hay diferencias de opin ión entre los comentadores adventistas acerca de
la interpretación de las seis primeras trompetas, creo que estoy en lo cierto al afirmar que la ma­
yoría de ellos coincidiría en que la séptima trompeta describe el fin del tiempo de gracia. Así,
la sexta trompeta lleva directamente hasta ese momento, que concluye con el rechazo de los
impíos a arrepentirse.
2 8 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

mundo entre el fin del tiempo de gracia y la segunda venida


de Cristo. Además, hay una significativa similitud entre
la razón divina del tiempo de angustia en relación con el
pueblo de Dios y la razón divina del mismo en relación con
los impíos: dicho tiempo será un periodo de prueba espiri­
tual para ambos.
Dios y los ángeles ya habrán completado el juicio inves­
tigador, en el cual los casos de cada uno de los miembros
del profeso pueblo de Dios habrán sido revisados, empe­
zando con Adán y continuando hasta llegar a los que estén
vivos inmediatamente antes del fin del tiempo de gracia.
Uno de los asuntos clave en este juicio habrá sido el histo­
rial de cada persona a efectos de salvarse o perderse. Como
lo expresa Elena G. de White en El con flicto de los siglos,
«habrá nombres que serán aceptados, y otros rechazados»
(CS 474).
De una cosa podemos estar seguros: durante el tiempo
de angustia, Satanás cuestionará cada nombre que sea acep­
tado. Alegará que sus pecados son demasiado grandes para
que Dios le perdone. En el capítulo de El conflicto sobre el
tiempo de angustia (599-617), afirma White:
«Así como Satanás influyó en Esaú para que marchase contra
Jacob, así también instigará a los malos para que destmyan al pue­
blo de Dios en el tiempo de angustia. Como acusó a Jacob, acusará
también al pueblo de Dios. Cuenta a las multitudes del mundo
entre sus súbditos, pero la pequeña compañía de los que guardan
los mandamientos de Dios resiste a su pretensión a la supremacía.
Si pudiese hacerlos desaparecer de la tierra, su triunfo sería com­
pleto. Ve que los ángeles protegen a los que guardan los manda­
mientos e infiere que sus pecados les han sido perdonados; pero
no sabe que la suerte de cada uno de ellos ha sido resuelta en el
santuario celestial. Tiene conocimiento exacto de los pecados que
les ha hecho cometer y los presenta ante Dios con la mayor exa­
19. El tiempo de angustia • 2 8 3

geración y asegurando que esa gente es tan merecedora como él


mismo de ser excluida del favor de Dios. Declara que en justicia
el Señor no puede perdonar los pecados de ellos y destruirle al
mismo tiempo a él y a sus ángeles. Los reclama como presa suya y
pide que le sean entregados para destruirlos. Mientras Satanás
acusa al pueblo de Dios haciendo hincapié en sus pecados, el
Señor le permite probarlos hasta el extremo. La confianza de ellos
en Dios, su fe y su firmeza serán rigurosamente probadas» (CS
603-604).
Satanás se enfurecerá contra aquellos del pueblo de Dios
que aún estén vivos sobre la tierra durante el tiempo de
angustia. Apocalipsis 12: 12 dice que «el diablo ha des­
cendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco
tiempo», y el versículo 17 afirma que «el dragón se llenó de
ira contra la mujer [el pueblo de Dios] y se fue a hacer la
guerra contra el resto de la descendencia de ella, contra los
que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimo­
nio de Jesucristo».
Durante el tiempo de angustia, toda la furia de Satanás
se desatará irrestricta sobre el pueblo de Dios. Así como de­
safió a Dios acerca de la lealtad de Job, hará lo propio res­
pecto a la lealtad de su pueblo. La cuestión es: ¿Mantendrá
el pueblo su lealtad bajo la más intensa persecución que el
mundo jamás haya infligido sobre nadie?
Puedo asegurarle a usted que requerirá un carácter cristiano
muy m aduro atrav esar ese periodo perm aneciendo fieles a Dios.
Afortunadamente, la Biblia nos dice que sin duda muchas
personas mantendrán su lealtad durante este tiempo de in­
tensa persecución. Conforme los 144.000 y la gran multitud
atraviesen el peor tiempo de tribulación que el mundo haya
conocido jamás, a medida que resistan la tremenda perse­
cución de Satanás, y que, como Job, mantengan su lealtad
2 8 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

a Dios a pesar de las pruebas, demostrarán al universo que


verdaderamente están listos para su traslación al reino de
Dios.
El asunto fundamental para nosotros hoy es aseguramos
de que estamos en el lado de Dios cuando llegue ese tiempo.
A fin de que tengamos esa seguridad, es imperativo que nos
preparemos ah ora. Si esperamos hasta el tiempo de angustia
para preparamos, será demasiado tarde. Como dice Pablo
en 2 Corintios 6: 2: «Ahora es el tiempo aceptable; ahora
es el día de salvación».
El gran conflicto
En el capítulo 15 subrayé dos doctrinas de la Iglesia Ad-
ventista del Séptimo Día que el pueblo de Dios debe enten­
der a fin de evitar ser engañado: el sábado y el estado de los
muertos. El gran conflicto es una tercera doctrina que será
decisivo entender en la crisis final, especialmente durante
el tiempo de angustia posterior al cierre del tiempo de gra­
cia. La persecución contra los observantes del sábado será
peor que cualquier cosa que haya experimentado el pueblo
de Dios en la historia del mundo hasta entonces (ver Dan.
12:1). La presión para que renunciemos a nuestras convic­
ciones será absolutamente intensa. ¿Cómo podremos atra­
vesar ese periodo sin rendimos? Pienso que uno de los
factores que nos mantendrá fieles a nuestras convicciones
será nuestra comprensión del gran conflicto.
Encontramos un buen ejemplo en la crisis final de la vida
de Cristo en la tierra. Nótese que todos los demás que estu­
vieron involucrados en esa horrible situación creían que lo
que veían ocurrir a su alrededor era la realidad completa.
Los dirigentes religiosos llevaron a juicio a Cristo porque le
consideraban una amenaza para su posición. Los romanos
creían que se topaban con los esquemas y prejuicios de los
19. El tiempo de angustia • 2 8 5

judíos. La mayoría del resto de la multitud que se agolpaba


en tomo a Jesús probablemente pensaba que él no era más
que un hombre con tan mala suerte como para haberse visto
atrapado en un conflicto entre los judíos y los romanos. Los
seguidores de Cristo consideraban que aquel que creían que
era el Mesías estaba siendo injustamente acusado y proce­
sado como un delincuente común. Estas fueron las percep­
ciones de las personas que rodeaban a Jesú s durante su juicio y
crucifixión.
Jesús era el único que entendía la verdad, la de que él se
hallaba en medio de un conflicto con Satanás sobre la sal­
vación de la especie humana y el destino del mundo. Estaba
pagando el precio por los pecados de la humanidad. Los
acontecimientos que lo tenían a él como centro revelaban
el conflicto entre el bien y el mal. Y el resultado dependía
de las elecciones que él hiciera.
A mi juicio, la consciencia que tenía Cristo del conflicto
cósmico y de su papel en él en ese mismo momento le die­
ron el valor que necesitaba para soslayar las apariencias ex­
ternas y seguir adelante. Creo que lo mismo será cierto del
pueblo de Dios durante la crisis final, especialmente en el
corto período entre el cierre del tiempo de gracia y la segunda
venida de Jesús.
Todos los demás que rodeen al pueblo de Dios verán solo
a un puñado de rebeldes que rechazan someterse a la volun­
tad de la gran mayoría de la humanidad. Pero ellos enten­
derán que estará ocurriendo mucho más de lo que será visible
y audible a los ojos y oídos humanos. Comprenderemos que
estamos desempeñando un papel en el conflicto universal
entre el bien y el mal.
Y así como ese conocimiento le dio a Jesús el valor para
seguir adelante, lo mismo sucederá con nosotros durante el
tiempo de angustia. Situaremos todas las burlas, desprecios
2 8 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

y persecuciones en el contexto del gran conflicto. Sabremos


que si resistimos unos pocos días o semanas más, llegará
nuestra liberación.
Puntos de vista problemáticos
Desgraciadamente, la idea de un tiempo de angustia entre
el fin del tiempo de gracia y la segunda venida de Cristo ha
suscitado tres puntos de vista teológicos que resultan proble­
máticos:
1. El primero, relativo a la última generación, la que pasará
por el tiempo de angustia.
2. El segundo, referente a la perfección que el pueblo de
Dios necesitará tener a fin de atravesar con éxito ese pe­
riodo.
3. Y el tercero, concerniente a lo que significará vivir sin
mediador durante ese tiempo.
Los tres próximos capítulos abordarán estas cuestiones.
20

La últimageneración
no de los puntos de vista acerca del tiempo del fin que

U ha llegado a ser muy aceptado en ciertos círculos ad­


ventistas es el conocido como la «teología de la última
generación», o de la «generación final». La premisa básica
es que la última generación de los santos -los que pasan por
el tiempo de angustia tras el cierre del tiempo de gracia-
debe haber superado todas las tendencias heredadas y cul­
tivadas al mal. Han de ser impecables.
Se aducen dos razones para afirmar eso. La primera, que
no habrá mediador en el santuario celestial que provea
perdón para ningún pecado cometido después del fin del
tiempo de gracia, lo que incluye cualquier pecado que los se­
guidores de Dios pudieran cometer. Y la segunda, que los
santos deben demostrar al universo que los seres humanos
que nacieron en este mundo imperfecto pueden obtener la
victoria sobre toda tentación y vivir vidas sin pecado. Solo
entonces puede venir Jesús.
2 8 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Sobre la base de la evidencia inspirada, puedo estar de


acuerdo con buena parte de esta teología. Sin embargo, me
preocupan algunos aspectos de la misma. En este capítulo
aludiré a lo relativo a la demostración ante el universo. En
el capítulo 21, abordaré la cuestión de la perfección, y en el
22 evaluaré las implicaciones de la idea de que no habrá
mediador en el santuario celestial tras el cierre del tiempo
de gracia.
Poco después del Gran Chasco, varios pioneros adven­
tistas -entre ellos, O. R. L. Crosier, Joseph Bates y Ellen
Harmon-**desarrollaron algunos de los conceptos en los
que se basa la teología de la generación final. A medida que
evolucionó el adventismo durante la segunda mitad del
siglo XIX, autores como Jaime White, J. N. Andrews y
Urías Smith fueron madurando estas bases teológicas.*
Ellet J. Waggoner fue el primero en unificarlos como teo­
logía de la última generación.
Waggoner
Ellet J. Waggoner (1855-1916) fue médico, redactor,
predicador y teólogo. Es conocido en el adventismo espe­
cialmente por las históricas exposiciones que hizo sobre Gála-
tas y la justificación por la fe en el Congreso de la Asociación
General de 1888 celebrado en Mineápolis (Minesota). Woody
Whidden, profesor de religión en la Universidad Andrews, es­
cribió una biografía de Waggoner de cuatrocientas páginas,
donde ofreció un análisis detallado de su teología. Whidden
concluyó que «el padre de la teología [de la última generación]

* Mejor con ocida como Elena (Ellen ) W h ite, tras su matrim onio con Jaime (Jam es) W hite.
** Para un completo estudio sobre las raíces de la teología de la última generación, ver la tesis doc­
toral presentada por Paul Evans en la Universidad Andrews, A Histoical'Contextual A nalysis of
the Firml-Generaticm Theobgy of M . L. A ndreasen.
20. La última generación • 2 8 9

no fue otro que E. J. Waggoner»,1y dijo que las líneas maestras


de esta teología «estaban ya plenamente establecidas en
1894».2
Quienes apoyan la teología de la generación final afir­
man que los santos que atraviesan el tiempo de angustia
deben emular la impecabilidad de Cristo. Observemos lo
que dijo Waggoner sobre esto:
«Antes de que llegue el fin, ya en la época de la venida de Cristo,
debe haber un pueblo en la tierra [...] en el que la plenitud de
Dios se manifieste igual que ocurrió en Jesús de Nazaret. Dios de­
mostrará al mundo que lo que hizo con Jesús de Nazaret lo puede
hacer con cualquiera que se entregue a él.
«Jesucristo fue el perfecto templo de Dios; pero si resultara ser el
único en el que tal plenitud se revelase, entonces quedaría garan­
tizada la idea demasiado común de que Jesús fue un espécimen
único, no hecho en todas las cosas como sus hermanos, y al que
sería imposible que los demás se asemejasen en todo; y Satanás
no dejaría de acusar a Dios de incapacidad y fracaso, afirmando
que no es capaz de tomar a un hombre nacido en pecado y llevarlo
hacia la perfección. Día tras día él efectúa esta acusación a través
de hombres que, bien con abatimiento o a modo de autojustifi-
cación, dicen que “Cristo era diferente de nosotros, pues fue en­
gendrado por el Espíritu Santo, y nacer impecable le dio ventaja
sobre nosotros”. El Señor quiere que todos entiendan que el
nuevo nacimiento pone a los hombres en la misma posición que
ocupó Cristo en esta tierra, y él demostrará esto ante el mundo.
La vida de Jesús ha de ser perfectamente reproducida en sus se­
guidores, no solo durante un día, sino durante todo el tiempo y
por la eternidad».3
La Biblia es muy clara en que Jesús era impecable. Pedro
dijo que Jesús «no cometió pecado»; Juan afirmó que «no
hay pecado en él»; y Pablo aseguró que «al que no conoció
pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado» (1 Ped. 2: 22; 1
2 9 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Juan 3: 5; 2 Cor. 5: 21). La teología de la última generación


sostiene que Dios debe demostrar ante el universo que, rin­
diéndose completamente a él, otros seres humanos además
de Cristo pueden igualmente alcanzar la perfección impe­
cable. Estas ideas resultan evidentes en el primer párrafo
de la extensa cita anterior.
Waggoner destacó la alegación de algunos cristianos de
que Jesús fue «un espécimen único» que, nacido sin pecado,
era «diferente de nosotros». Según ellos, tal diferencia deja
claro que «es imposible para todos los demás ser como él en
todas las cosas».
Comentando este punto de vista sobre Cristo, Waggoner
dijo que Dios necesita seguidores que puedan demostrar
ante el mundo la falsedad de esa argumentación reprodu­
ciendo perfectamente la vida de Jesús, «no solo durante un
día, sino durante todo el tiempo y por la eternidad». Ade­
más, esta demostración debe realizarse «antes de que llegue
el fin».
Esta es la teología de la última generación.
Andreasen
Milian L. Andreasen (1876-1962) -uno de los más res­
petados teólogos adventistas en las décadas de 1930, 1940
y principios de 1950- continuó desarrollando estas ideas.
Durante su carrera ministerial fue, entre otras cosas, presi­
dente de dos asociaciones, así como del Union College, y
profesor del seminario teológico adventista de Washington
D. C. Andreasen escribió un libro titulado El san tuario y su
servicio. En un capítulo de este libro, expuso extensamente
su teología de la generación última. El título del capítulo
es, adecuadamente, «La última generación».4
Andreasen sostenía que Dios lleva esperando seis mil
años que una comunidad de creyentes pueda demostrar al
20. La última generación • 291

universo que seres humanos -incluso el más débil de todos


ellos—pueden guardar su ley. Solo cuando un grupo sufi­
cientemente amplio de seres humanos haya hecho esto,
Dios habrá logrado su objetivo, y solo entonces retomará
Jesús a la tierra. Andreasen decía que de hecho esta demos­
tración debe realizarse antes de que tenga lugar la Segunda
Venida porque, en caso contrario, se probaría correcta la
acusación de Satanás de que los seres humanos no pueden
guardar la ley de Dios, y el Diablo saldría vencedor del gran
conflicto.
Andreasen creía que Dios está preparando un pueblo
-los 144-000- cuyos miembros sean sus embajadores per­
fectamente impecables durante el tiempo de angustia. Vi­
viendo vidas perfectas durante la más intensa tribulación,
demostrarán que se puede cumplir la ley de Dios. Así, refu­
tarán la acusación de Satanás y, en consecuencia, el Diablo
será derrotado. Esto vindicará a Dios y despejará el camino
para que venga Jesús.
El párrafo que abre el capítulo «La última generación»
del libro de Andreasen presenta su punto de vista:
«La demostración final de lo que el evangelio puede hacer por la
humanidad todavía está en lo [sic] futuro. Cristo mostró el camino.
Tomó un cuerpo humano, y en ese cuerpo demostró el poder de
Dios. Los hombres han de seguir su ejemplo y probar que lo que
hizo Dios en Cristo, puede hacerlo en todo ser humano que se
somete a él. El mundo aguarda esa demostración. (Rom. 8: 19).
Cuando se haya realizado, vendrá el fin. Dios habrá cumplido su
plan; habrá demostrado que él es veraz y Satanás mentiroso.
Su gobierno estará reivindicado».5
He aquí otras dos declaraciones en las que Andreasen
expuso una idea similar:
2 9 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

«Por su medio [a través de la última generación de humanos que


vivan en la tierra], Dios hará la demostración final de lo que puede
hacer con la humanidad. Tomará a los más débiles de los débiles,
a aquellos que llevan todos los pecados de sus antepasados, y en
ellos mostrará su poder. Estarán sujetos a toda tentación, pero no
cederán. Demostrarán que es posible vivir sin pecar, es decir, que
harán la demostración que el mundo ha estado esperando y para
la cual Dios ha estado haciendo los preparativos. Será evidente
para todos que el evangelio puede realmente salvar hasta lo sumo.
Dios será hallado veraz en sus dichos».6
«Dios tendrá en los últimos días un remanente, un “rebaño
pequeño”, por así decirlo, en el cual y por medio del cual dará al
universo una demostración de su amor, su poder, su justicia que,
con excepción de la vida piadosa de Cristo en la tierra y su sacri­
ficio supremo en el Calvario, será la demostración más abarcante
y concluyente de todas las edades [de lo que Dios puede hacer en
los hombres]».7
En la primera de las tres citas previas, dice Andreasen que j
«los hombres han de seguir su ejemplo y probar que lo
que hizo Dios en Cristo, puede hacerlo en todo ser hu­
mano que se somete a él». Y en la segunda, afirma que la
última generación de santos «será la demostración más
abarcante y concluyente de todas las edades [de lo que
Dios puede hacer en los hombres]». La creencia de que Dios
quiere probar que puede dar a todo ser humano que se so­
meta a él lo que tuvo Jesús - a saber, la victoria total sobre el
pecado- no me molesta. En cambio, me preocupa la idea de
que Dios está esperando que una generación entera de cre­
yentes realice esta demostración. Casi seguro que ha habido
muchos ejemplos así. Solo Dios sabe quiénes son, pero me
vienen a la mente Enoc, José y Daniel.
Además, los defensores de la teología de la última gene­
ración arguyen que esta demostración de perfección impe-
20. La última generación • 2 9 3

cable ha de ser efectuada por una comunidad entera de san­


tos -los 144.000—, no solo por unas cuantas personas por
aquí y por allá. Pero, ¿dónde está la evidencia inspirada de
que Dios necesite una comunidad entera de creyentes para
realizar esa demostración? ¿Dónde, la evidencia de que Jesús
no puede regresar hasta que esa comunidad la haya llevado
a cabo?
Andreasen dijo también que «el mundo aguarda esa
demostración». No lo creo, si por «el mundo» hemos de en­
tender los no creyentes. El mundo odia la perfección de los
creyentes.
Andreasen aludió a Romanos 8:19 para apoyar su punto
de vista de que «el mundo aguarda esa demostración», pero
ese versículo solo dice que «el anhelo ardiente de la crea­
ción es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios».
Para Pablo, la expresión «hijos de Dios» incluía a todos los
cristianos, no solo a la última generación de santos que al­
canza la perfección impecable.
En la segunda cita extensa anterior, Andreasen afirmó
que por medio de esta generación final «será evidente
para todos que el evangelio puede realmente salvar hasta
lo sumo». Andreasen alude aquí a Hebreos 7: 25, que dice
que Jesús «puede salvar por completo a los que por medio
de él se acercan a Dios» (NVI). Sin embargo, incluso una
lectura somera de Hebreos deja claro que todo cristiano de
toda generación es una demostración de que Dios puede sal­
var por completo a quienes se acercan a él a través de Cristo.
Andreasen sostenía que le corresponde a la última ge­
neración derrotar a Satanás. Afirmaba:
• «En la última generación Dios queda vindicado y Satan ás
derrotado».8
• Satanás «había fracasado en su conflicto con Cristo, pero
todavía podía tener éxito con los hombres. Así que “se
2 9 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia


de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios
y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12: 17). Si
podía vencerlos, tal vez no quedaría derrotado del todo».9
• «Mediante la última generación de santos, Dios queda fi­
nalmente vindicado. Por ellos derrota a Satan ás y gan a el
pleito. Ellos forman una parte vital del plan de Dios».10
Tengo un problema fundam ental con la idea de que Dios
no derrotará a Satanás hasta que la generación final de­
muestre lealtad a su ley. Jesú s derrotó a Satan ás hace m ucho
tiem po por m edio de su vida y de su m uerte. Juan proclama:
«Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nues­
tro Dios y la autoridad de su Cristo, porque h a sido expulsado
el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba de­
lante de nuestro Dios día y noche» (Apoc. 12:10).
Satan ás fue derrotado en la cruz. Fue la perfecta vida de
Jesús la que le derrotó de una vez para siempre. No es preciso
que sea derrotado de nuevo por la última generación. Jesú s
demostró que se puede guardar la ley de Dios, y una vez de­
mostrado, la batalla estaba ganada. Jesú s demostró que las
acusaciones de Satanás eran falsas. No queda nada que la úl­
tima generación tenga que demostrar. Jesú s vindicó a Dios.
No le corresponde hacerlo a la última generación.
O quizá sería más correcto decir que cada generación de
san tos vindica a Dios ante el universo. Pablo dijo que «por
medio de la iglesia» -incluidos los santos de su tiempo- «la
multiforme sabiduría de Dios [es...] dada a conocer a los
principados y potestades en los lugares celestiales» (Efe.
3: 10). Añadió que «¡Hemos» -Pablo y los demás apósto­
les- «llegado a ser un espectáculo para el mundo, para los
ángeles y para los hombres!» (1 Cor. 4: 9). Toda generación
de cristianos demuestra al universo lo que puede hacer el
20. La última generación • 2 9 5

evangelio en los corazones humanos, pero la ún ica Persona


que vindicó a Dios y consumó victoriosamente el plan de
salvación fue Jesús.
La idea de que Satanás no será derrotado hasta que la úl­
tima generación pruebe su lealtad a Dios por medio de la
obediencia perfecta a su ley sitúa la carga de completar el
plan de salvación sobre seres humanos pecadores, y yo tengo
un enorm e problem a con esa idea. Jesús es el único en quien
Dios depositó la responsabilidad de derrotar a Satanás.
La justicia de Cristo es la única justicia, y su obediencia es la
única obediencia que podría derrotar al Diablo.
Decir que Dios debe esperar la manifestación de la justicia
de la última generación para derrotar a Satanás es considerar
eficaz n uestra justicia para llevar a término el plan de salva­
ción, y eso sencillam ente no puede ser cierto. La justicia de Jesús
es la única justicia que podría cumplirlo. Si Dios debe esperar
a que la justicia de la última generación derrote a Satanás y
complete el plan de salvación, entonces la vida y muerte de
Cristo resultaron insuficientes y, de nuevo, eso sencillam ente
no puede ser cierto.

Elena G. de White
Cuando me preparaba para escribir este capítulo, me
tomé tiempo para leer atentamente el capítulo titulado «El
tiempo de angustia» en El conflicto de los siglos, de Elena G.
de White. Este capítulo cubre todo el periodo posterior al
cierre del tiempo de gracia durante el cual vivirá la última
generación de los santos. Aunque leí cuidadosamente todo
el capítulo, no encontré en él ni la más vaga insinuación
de que el pueblo de Dios que viva durante el tiempo de an­
gustia deba vindicar a Dios, deba derrotar a Satanás, o deba
demostrar al universo que ellos pueden obedecer perfecta­
mente la ley. No hay ni el más ligero indicio de que Dios
2 9 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

espere que hagan algo que le permita poner fin al gran con­
flicto. En lugar de ello, el énfasis se pone en que pueden
pasar con éxito a través de ese terrible periodo sin renunciar
a su fe solo si dependen completamente de Dios.
Por favor, no me malinterprete. Creo que durante el
tiempo de angustia el pueblo de Dios será una demostración
ante el universo de lo que Dios puede realizar en las vidas de
quienes se entregan a él por completo. Pero, como he dicho
hace un momento, esto ha sido cierto del pueblo de Dios de
todos los tiempos. Aunque ni la Biblia ni Elena G. de White
lo afirmen, es posible que durante el tiempo de angustia el
pueblo de Dios sea, de algún modo, una demostración única
ante el universo. Mi objeción a la teología de la generación
final de Waggoner y Andreasen se centra en la idea de que
Dios es de algún modo dependiente de los testigos impeca­
bles de esa generación para que lo vindiquen y para que de­
rroten a Satanás, llevando así a su conclusión el conflicto
entre el bien y el mal. Jesús es el Un ico que podía cumplir
todo esto, y una vez que lo hizo, no queda n ada al respecto que
haya de hacer ninguna otra generación.
Andreasen fue un respetado teólogo de la Iglesia Adven­
tista del Séptimo Día. Sé que era un cristiano sincero, y estoy
seguro de que la mayor parte de sus interpretaciones doctri­
nales fueron correctas. Sin embargo, ninguno de nosotros lo
sabe todo acerca del pecado y la salvación. Todos tenemos
ideas equivocadas sobre aspectos diversos de nuestras doc­
trinas. Estoy seguro de que yo tengo las mías, y que una
generación posterior puede discrepar con ellas como yo he
discrepado con las de Andreasen.
Afortunadamente, Dios nos salva a pesar de nuestras
ideas erróneas sobre doctrina. Espero conocer un día al
20. La última generación • 2 9 7

doctor Andreasen en el reino de Dios, y tener el privilegio


de pasar muchas horas con él estudiando el maravilloso plan
divino para salvar a los pecadores.

Notas del capítulo


1. W oodrow W h idden, E. J. W aggoner: From the Physician of Good New s to the Agent
of División (Hagerstown [Maryland, EE.UU.]: Review an d Herald, 2008), pág. 257.
2. Ibíd., pág. 267.
3. Ibíd., pág. 367.
4. M. L. An dreasen , El santuario y su servido (Buen os Aires: A CES, 1979), págs. 219-
237.
5. Ibíd., pág. 219.
6. Ibíd., págs. 221-222.
7. Ibíd., pág. 222.
8. Ibíd., pág. 223; cursiva añadida.
9. Ibíd., pág. 227; cursiva añadida.
10. Ibíd., pág. 235; cursiva añadida.
21
¿Cuán perfectos
debemos ser?

na vez completado, en 1960, el trabajo para mi máster

U en historia de la iglesia de la Universidad Andrews,


me uní a una iglesia de Pomona (California). Hallán­
dome allí, un adventista llamado Robert Brinsmead impar­
tió una conferencia en la armería de la ciudad. Recuerdo
haber acudido a escucharle. Entonces no me lo imaginaba,
pero no sería la última vez que iba a oír hablar de Brinsmead.
En 1962 fui designado como pastor de la pequeña iglesia
adventista de la ventosa ciudad de Mojave (California).
Brinsmead pasó por allí también y asistí a otra presentación
suya. Creo que algunas personas llegaron a la conclusión de
que yo creía en lo que él decía. No era así. De hecho, dediqué
mucho tiempo a estudiar su teología y finalmente escribí un
ensayo de 138 páginas donde evaluaba sus creencias. Este
estudio me proporcionó algunos de los conceptos fundamen­
tales sobre justicia por la fe que mantengo hasta hoy.
3 0 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

La creencia de que el pueblo de Dios en el tiempo del


fin, especialmente los 144.000, será absolutamente impe­
cable era una de las características definitorias de la teología
de Brinsmead. Dicha creencia suscitaba la cuestión de cómo
puede alcanzar el pueblo de Dios ese nivel de perfección. El
decía que los procesos de conversión, justificación y santi­
ficación no pueden desarrollar en las personas la impecabi­
lidad que necesitarán cuando Dios ponga fin al tiempo de
gracia. Según Brinsmead, «es bastante evidente para cual­
quier alma convertida que la experiencia de la conversión
no perfecciona el carácter moral. Tampoco queda consu­
mada la obra de la gracia en el diario caminar del cristiano
durante su tiempo de gracia».1«El proceso “normal” de san­
tificación no lleva al creyente a una condición de absoluta
perfección del carácter moral, es decir, a la impecabilidad».2
Brinsmead entendía, correctamente, que aun después de
haber recibido el perdón por un pecado, el registro de este
queda en nuestras mentes. Él se refería a ello como un «es­
tado de pecado», que consideraba que era lo mismo que la
naturaleza pecaminosa,* y del cual afirmaba que debe ser
eliminado a fin de que el pueblo de Dios sea impecable du­
rante el tiempo de angustia. Añadía que «la perfección
[impecable] implica que [...] el registro del pecado [debe] ser
eliminado de los pensamientos, la consciencia y las emo­
ciones, de modo que no quede ni rastro de depravación en
el carácter moral».3
¿Cómo creía Brinsmead que este estado de pecado, registro
del pecado, y/o n aturaleza pecam in osa sería eliminado de la
mente y el corazón para que el creyente pudiera ser impe­
* Que Brinsmead identificaba la «naturaleza pecaminosa» con el «estado de pecado» es evidente
er. la página 93 de su libro Man Bom to Be King, donde decía: «Desde Adán heredamos una n a­
turaleza pecaminosa. Nacemos en un estado de pecado>. Y en la págin a 94 añadía: «Su naturaleza
[la del ser humano] se hallaba en un estado de pecado» (en ambas citas, la cursiva se encuentra en
el original).
21. ¿Cuán perfectos debemos ser? • 301

cablemente perfecto? Basándose en su punto de vista de que


los procesos usuales de conversión, justificación y santifica­
ción nunca lograrían eso, concluyó que el pueblo de Dios
puede alcanzar el punto de absoluta perfección impecable
solo por medio de una obra de gracia adicional en sus cora­
zones. Dijo que esa obra de gracia consistía en borrar sus
tendencias cultivadas y heredadas al pecado -su naturaleza
pecaminosa-, y concluyó que «el acto de borrar el pecado
implica claramente la eliminación de los últimos rastros de
pecaminosidad de la naturaleza humana, tanto la pecami-
nosidad heredada como la pecaminosidad cultivada».4
Como evidencia de ello, Brinsmead citaba varias decla­
raciones de Elena G. de White que se refieren al hecho de
que durante el tiempo de angustia el pueblo de Dios no
podrá recordar sus pecados del pasado. He aquí una de esas
declaraciones: «Por muy profundo que sea el sentimiento
que [el pueblo de Dios] tiene de su indignidad, no tiene cul­
pas escondidas que revelar. Sus pecados han sido examina­
dos y borrados en el juicio; y no puede recordarlos» (CS 605;
cursiva añadida; ver también PP 178, 326; 3SG 135).
No sé de nadie en el adventismo de nuestros días que de­
fienda el punto de vista de Brinsmead sobre los medios por
los cuales el pueblo de Dios alcanzará la perfección impe­
cable en preparación para el cierre del tiempo de gracia
y para el tiempo de angustia. No obstante, la idea de per­
fección impecable aún sigue viva y arraigada en muchas
mentes adventistas, y Elena G. de White parece darle un
apoyo significativo.
La evidencia inspirada
Por lo que he dicho hasta aquí, puede que usted haya
deducido que no creo que el pueblo de Dios deba ser impe­
cablemente perfecto tras el fin del tiempo de gracia. No es
302 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

necesariamente así. Hablando de los 144.000, dice Apoca­


lipsis 14: 5: «En sus bocas no fue hallada mentira, pues son
sin mancha delante del trono de Dios». Muchas personas
creen que esto significa que los 144.000 se encuentran en
un estado de perfección impecable.
Elena G. de White fue incluso más directa, especial­
mente en un par de declaraciones de El conflicto de ios siglos:
«Ahora, mientras que nuestro gran Sumo Sacerdote está ha­
ciendo propiciación por nosotros, debemos tratar de llegar a la
perfección en Cristo. Nuestro Salvador no pudo ser inducido a
ceder a la tentación ni siquiera en pensamiento. Satanás encuen­
tra en los corazones humanos algún asidero en que hacerse firme;
es tal vez algún deseo pecaminoso que se acaricia, por medio del
cual la tentación se fortalece. Pero Cristo declaró al hablar de sí
mismo: “Viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en
mí” (Juan 14:30). Satanás no pudo encontrar nada en el Hijo de
Dios que le permitiese ganar la victoria. Cristo guardó los man­
damientos de su Padre y no hubo en él ningún pecado de que Sa­
tanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en que deben
encontrarse los que han de poder subsistir en el tiempo de angus­
tia» (CS 607).
Notemos la elevada norma que, según Elena G. de White,
estableció Jesús: «Nuestro Salvador no pudo ser inducido a
ceder a la tentación ni siquiera en pensamiento. [...] No
hubo en él ningún pecado de que Satanás pudiese sacar ven­
taja». Luego, en una afirmación que inspira temor en nume­
rosas personas, añade: «Esta es la condición en que deben
encontrarse los que han de poder subsistir en el tiempo
de angustia».
Es difícil evitar la conclusión de que Elena G. de White
creía que durante el tiempo de angustia el pueblo de Dios
debe ser impecablemente perfecto.
He aquí otra cita de El conflicto:
21. ¿Cuán perfectos debemos ser? • 3 0 3

«Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo


en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del
Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula;
sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la as­
persión. Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos
deberán ser vencedores en la lucha con el mal. Mientras se pro­
sigue el juicio investigador en el cielo, mientras que los pecados
de los creyentes arrepentidos son quitados del santuario, debe lle­
varse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del
pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra» (CS 421).
Reparemos en estas palabras: «Sus vestiduras deberán
estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado
por la sangre de la aspersión. [...] Deberán ser vencedores
en la lucha con el mal».
El significado de la perfección
Entonces, ¿debe ser absoluta e impecablemente per­
fecto el pueblo de Dios para atravesar con éxito el periodo
comprendido entre el cierre del tiempo de gracia y el re­
tomo de Jesús?
Los autores de la Escritura usaron la palabra perfecto de
tres maneras diferentes:
1. Se dice que son perfectas las personas cuyos pecados que­
dan cubiertos por la justicia de Cristo (pensemos en la
túnica que tapó los sucios harapos del hijo pródigo).
2. También se afirma que son perfectas las personas que lle­
gan a ser creyentes maduros.
3. Y se dice eso mismo de quienes son impecables.
Ju sticia de Cristo. Como subrayé en el capítulo 7 de este
libro, aquellos que son cubiertos con la justicia de Cristo
son «aceptados por Dios como si no hubierajn] pecado»
(CC 62). Ser aceptados por Dios como si no hubiéramos
pecado es recibir su aceptación como si fuéramos perfectos.
3 0 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Sin embargo, creo que es justo decir que Elena G. de White


tenía algo más en mente en sus dos citas previas de El con-
flicto.
M adurez cristian a.La Biblia también habla de perfec­
ción en el sentido de un carácter cristiano maduro. Una
de las mejores evidencias de esto es Filipenses 3: 12-15.
En el versículo 12, dice Pablo: «No que lo haya alcanzado
ya, ni que ya sea perfecto». Pablo reconocía su imperfec­
ción. Sin embargo, en el versículo 15 (DHH), agregaba:
«Todos los que ya poseemos una fe m adura, debemos pen­
sar de esta manera».* La palabra griega aquí traducida
como «madura» viene de la misma raíz que el vocablo
vertido como «perfecto» en el versículo 12.** De la palabra
perfecto(s) del versículo 15, indica el Comentario bélico
adven tista: «El concepto que aquí se expresa no contradice
la declaración de Fil. 3:12, donde Pablo niega que hubiera
alcanzado la perfección final. Aquí está empleando la pa­
labra perfecto en sentido relativo».5
A la vista de cómo usó Pablo la palabra, es apropiado
pensar en la perfección en el sentido de madurez; especí­
ficamente aquí, de madurez espiritual.
Im pecabilidad. Finalmente, la perfección también puede
significar absoluta impecabilidad. Cristo es el supremo
ejemplo de ella. Dado que todo ser humano excepto Cristo
ha pecado en un momento u otro (ver Rom. 3: 23), jamás
podremos ser perfectos en el sentido de no haber hecho
nunca algo malo. Cuando los partidarios de la teología de
la última generación hablan de la impecabilidad del pueblo
de Dios durante el tiempo de angustia, quieren decir que los

* La versión RV95 lo vierte: «Todos los que somos perfectos, esto mismo sin tamos» [N. del T.)
** En el versículo 12, la palabra griega es teleio , verbo que significa «perfeccionarse o comple­
tarse», «llevar a términ o», «con sumar». La palabra griega del versículo 15 es teleios, adjetivo
basado en la misma raíz; significa «llevado a término, acabado», «completo», «perfecto».
21. ¿Cuán perfectos debemos ser? • 3 0 5

santos que vivan en ese periodo habrán superado todas las


tendencias heredadas y cultivadas al pecado. Habrán dejado
de pecar.
La cuestión es cuál de estas formas de perfección debería
aplicarse a la experiencia del pueblo de Dios entre el fin del
tiempo de gracia y la segunda venida de Cristo. Creo que
todos pueden estar de acuerdo en que necesitaremos las dos
primeras. Siempre nos será precisa la cobertura de la justicia
de Cristo, y quienes pasemos por el tiempo de angustia ha­
bremos de ser cristianos muy maduros. El asunto es si debe­
mos ser impecables en el sentido de haber superado todas
las tentaciones y tendencias pecaminosas.
¿Qué ocurre con la impecabilidad?
He dicho que es posible que después del cierre del tiempo
de gracia el pueblo de Dios tenga que ser absoluta y perfec­
tamente impecable. Lo he dicho por la sencilla razón de que
varios pasajes de Elena G. de White sugieren esto muy cla­
ramente. No se puede negar su comentario de que «no hubo
en él [Cristo] ningún pecado de que Satanás pudiese sacar
ventaja». Sin embargo, debo decir también que (1) la im­
pecabilidad es inútil como meta a la que hayamos de aspirar;
(2) perseguir la impecabilidad puede ser espiritualmente
perjudicial; y (3) concentrarse en la impecabilidad puede
llevar a las personas a graves aberraciones teológicas. Co­
mentaré cada uno de estos puntos.
1. L a im pecabilidad es inútil com o m eta a la que hayam os de
aspirar.Supongamos a efectos arguméntales que los que
vivan tras el cierre del tiempo de gracia tendrán que ser im­
pecablemente perfectos. ¿Sabrán que han alcanzado este es­
tado? ¿Pueden afirmar que así ha sido?
La respuesta es no. Dijo Juan: «Si decimos que no tene­
mos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad
3 0 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

no está en nosotros» (1 Juan 1:8). Así pues, incluso si hemos


alcanzado la perfección impecable, no lo sabremos, pues si
supiéramos que somos perfectos, podríamos afirmarlo, al
menos ante nosotros mismos. Pero solo Dios entiende núes-
tras mentes, corazones y emociones lo bastante bien como
para saber si o cuándo hemos alcanzado la impecabilidad.
Dijo Elena G. de White: «Pero no sea Dios deshonrado por
la declaración hecha por labios humanos: No tengo pecado;
soy santo» (HAp 448-449). «No podremos decir: “Yo soy
impecable”, hasta que este cuerpo vil sea transformado a
la semejanza de su cuerpo glorioso [el de Cristo]» (3MS
406). Por eso, solo después de la segunda venida de Cristo,
nunca antes de ella, podrán las personas afirmar que son
impecables.
He aquí una ilustración, una parábola que me gusta usar
cuando se discute la impecabilidad como una meta que al­
canzar a fin de estar preparados para el tiempo de angustia.
Imagínese usted una carrera pedestre, no una que discurre
a lo largo de un circuito oval, sino una carrera campo a tra­
vés en la que los competidores corren por calles, carreteras
y caminos, doblando curvas, subiendo colinas y atravesando
valles. Usted ha decidido participar en la carrera, así que se
aproxima al organizador y le pregunta:
-¿Dónde está la línea de meta?
A lo que él le sorprende contestándole:
-No se lo voy a decir.
De modo que usted replica:
-Pero, ¿cómo voy a saber que he terminado la carrera si
no sé dónde está la meta?
Y entonces él responde:
-Hay señales a lo largo de todo el camino indicándole
por dónde correr. Si usted sigue las señales, llegará allí. No
sabrá cuándo alcanza la meta, pero yo sí.
21. ¿Cuán perfectos debemos ser? • 3 0 7

¡Así es como tendremos que ocupamos de nuestra per­


fección durante el tiempo del fin! No sabremos cuándo
hemos alcanzado el nivel de perfección, cualquiera que sea,
que Dios requiere de quienes vivan después del fin del
tiempo de gracia, pero él sí lo sabrá, y eso es lo que importa.
Si la perfección que se requiere es la de la madurez cristiana
-quizá algo menor que la absoluta perfección-, él nos guiará
hasta allí. Si debemos haber superado todos nuestros peca­
dos, él nos guiará hasta allí. Lo que debemos hacer actual­
mente es seguir las señales. Debemos aprender a reconocer
nuestros pecados y defectos de carácter mediante un fer­
viente y cuidadoso estudio de la Biblia y de los escritos del
Espíritu de Profecía. Debemos seguir la orientación del Es­
píritu Santo y resistir la tentación por medio de los diligen­
tes esfuerzos para los que él nos capacita. Si nos centramos
plenamente en pasar la eternidad con Dios, si estamos bus­
cando de manera activa la victoria sobre las tentaciones que
nos asaltan hoy, y si estamos tratando de corregir nuestros
defectos de carácter, puedo asegurarle a usted que Dios no
cerrará la puerta del tiempo de gracia hasta que hayamos al­
canzado el nivel de espiritualidad, sea el que sea, que debe­
mos tener para cumplir con la norma.
Yo no sostengo que la impecabilidad sea imposible. Ni
estoy sugiriendo que no debamos luchar para alcanzar ese
objetivo. Después de todo, Elena G. de White dijo que de­
beríamos estar «avanzando siempre hacia la meta puesta
delante nosotros: la perfección de su carácter [el de Cristo]»
(6CBA 1117). Pablo afirmó que aunque todavía no era per­
fecto, seguía luchando por llegar a esa meta (Fil. 3:12-14).
Pero aun cuando hemos de esforzamos por la perfección,
debemos hacerlo siempre con la convicción de que no sabre­
mos cuándo la hemos alcanzado. Nuestro empeño debería
3 0 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

centrarse en eliminar los pecados y defectos de carácter que


Dios nos revela hoy, y dejar en manos de Dios la cuestión de
cuán perfectos somos o aún debemos llegar a ser.
2. Espiritualm ente perjudicial. Hacer de la consecución
de la perfección impecable el centro de nuestra vida espiri­
tual, la meta por la que luchar, puede, de hecho, ser espi-
ritualmente dañino. Esa orientación puede arrastramos
hacia una innecesaria introspección y llenamos de ansie­
dad. Puede provocar que apartemos nuestros ojos de Jesús y
los concentremos en nosotros mismos.
Los cristianos inmaduros que sinceramente desean seguir
a Jesús pueden desanimarse mucho cuando comparan sus
vidas con la impecable perfección a la que les exhortan los
bienintencionados, pero mal orientados, defensores de la
teología de la última generación. Hay personas que se han
suicidado porque se sentían cargadas de culpabilidad y de
lo más desanimadas ante la aparente imposibilidad de obte­
ner la victoria sobre sus pecados. Y por cada persona que se
suicida, hay miles que pasan año tras año temiendo que
nunca serán lo bastante buenas para vivir sin mediador. Estas
personas no necesitan escuchar sermones ni leer libros sobre
la importancia de la impecabilidad durante el tiempo de an­
gustia. Necesitan consejos prácticos sobre cómo enfrentar
las tentaciones y caídas que experimentan hoy. Y necesitan
especialmente aprender a descansar en la justicia con la que
Cristo las cubre cuando caen.
Debemos tener siempre en mente que somos imperfec­
tos, pero que cuando Cristo aplica su mérito a nuestra pe-
caminosidad, Dios nos ve perfectos. Como dijo Elena G.
de White, «el carácter de Cristo reemplaza el [nuestro],
y [somos] aceptados por Dios como si no [hubiéramos]
pecado» (CC 62). Por tanto, hemos de cobrar ánimo cons-
21. ¿Cuán perfectos debemos ser? • 3 0 9

tantemente por el hecho de que Dios nos considera perfec­


tos a través de Cristo, incluso cuando detectamos imperfec­
ción en nosotros mismos.
Hacer de la perfección impecable un objetivo también
supone un potencial peligro espiritual porque se puede tor­
nar fácilmente en legalismo, que consiste en centramos en
nuestra conducta en lugar de en nuestra vida interior, que
es donde residen las raíces del pecado. Igualmente desacer­
tada es la actitud de quienes, en su pasión por la perfección,
se esfuerzan por empujar a los miembros de su familia y de
su iglesia hacia ella. Estas personas a menudo muestran una
actitud crítica hacia todos aquellos que no se comportan
del modo en que los críticos creen que deberían hacerlo. A
decir verdad, con frecuencia estos críticos son algunos de
los miembros más imperfectos de la iglesia.
3. A berraciones teológicas. Una insistencia en la perfec­
ción absoluta e impecable tras el fin del tiempo de gracia
condujo a conclusiones teológicas erróneas en el adven­
tismo durante el siglo XX. Robert Brinsmead, por ejemplo,
cayó en una de estas trampas teológicas.
Brinsmead empezó sosteniendo la firme creencia de que
el pueblo de Dios debe ser absoluta e impecablemente per­
fecto a fin de estar listo para el cierre del tiempo de gracia.
Esto le llevó a la errónea conclusión teológica de que los
procesos de conversión, justificación y santificación son
insuficientes, y de que necesitamos algo más porque ellos
no nos guiarán al nivel de perfección que habremos de al­
canzar para atravesar el tiempo de angustia que sigue al fin
del tiempo de gracia.
Los pasajes de Elena G. de White que he citado antes en
este mismo capítulo contradicen esta conclusión. Por ejem­
plo, en la declaración extraída de la página 421 de El conflicto
de los siglos, afirma: «Por la gracia de Dios y sus propios y
310 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

diligentes esfuerzos deberán ser vencedores en la lucha con


el mal». Aquí Elena G. de White está describiendo la santi­
ficación aun cuando no use el término, pues la santificación
es una combinación de (1) la gracia de Dios y (2) nuestros
esfuerzos diligentes. Así, sea cual sea el grado de perfección
que Elena G. de White tuviera en mente, solo será alcanzado
a través de los procesos de conversión, justificación y san­
tificación, sin una todavía futura supresión de la naturaleza
pecaminosa.
Lo mismo es cierto de su cita tomada de la página 607 de
El conflicto, según la cual «no hubo en él [Cristo] ningún pe­
cado de que Satanás pudiese sacar ventaja» y que «esta es la
condición en que deben encontrarse los que han de poder
subsistir en el tiempo de angustia». Las primeras dos frases
del párrafo siguiente resultan significativas: «En esta vida es
donde debemos separamos del pecado por la fe en la sangre
expiatoria de Cristo. Nuestro amado Salvador nos invita a
que nos unamos a él, a que unamos nuestra flaqueza con su
fortaleza, nuestra ignorancia con su sabiduría, nuestra indig­
nidad con sus méritos» (CS 607-608). Exponiendo cóm o
debemos alcanzar la impecabilidad de Cristo, Elena G. de
White describe de nuevo la justificación (unir nuestra in­
dignidad con sus méritos) y la santificación (unir nuestra de­
bilidad con su fuerza, nuestra ignorancia con su sabiduría).
Notemos además que es «en esta vida» cuando hemos
de empezar a asemejamos más a Cristo en preparación del
tiempo de angustia, no en algún tiempo lejano del futuro,
en el que, según Brinsmead, recibiremos una especial infu­
sión de gracia consistente en la supresión del pecado.
La aberración teológica de Brinsmead es su creencia de
que necesitaremos una obra extra de la gracia en nuestras
mentes y corazones a fin de erradicar nuestra naturaleza pe­
caminosa y preparamos para vivir sin mediador durante el
21. ¿Cuán perfectos debemos ser? • 311

tiempo de angustia. Como evidencia de ello, él aludía a va­


rias citas en las que Elena G. de White dice que durante el
tiempo de angustia, los pecados del pueblo de Dios habrán
sido «borrados en el juicio; y no puede recordarlos». Sin em­
bargo, hay un salto enorme entre el hecho de que los santos
no puedan recordar sus pecados y el hecho de que su natu­
raleza pecam in osa h ay a sido erradicada. Sencillamente, no
existe base suficiente para apoyar una conclusión tan ex­
trema.
Nuestro objetivo como cristianos no debería ser alcanzar
alguna meta imaginaria*consistente en llegar a ser perfectos
en algún punto del camino. Nuestra meta debería ser man­
tener hoy nuestra conexión con Dios y enfrentar los pecados
y los defectos de carácter que él nos revela actualmente. Eso,
según entiendo, es lo que Pablo tenía en mente cuando dijo:
«Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendién­
dome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Fil. 3: 13-
14). Si usted hoy está tratando honestamente de prepararse
para el fin del tiempo de gracia, puedo asegurarle que si ne­
cesita más tiempo para prepararse mientras el fin se apro­
xima, Dios mantendrá el tiempo de gracia abierto hasta que
vea que está usted listo.

Notas del capítulo


1. Robert D. Brinsmead, Sanctuary lnstitute Syllabus N o. 3: The Nature ofM an , p. 98.
http://www.awakean dsing.com/Syllabus%201Il/Syllabus%20III.pdf.
2. Ibíd., pág. 101.
3. Ibíd., pág. 101; la cursiva está en el original.
4- Ibíd., pág. 108.
5. Comentario bélico adventista, t. 7 (Buen os Aires: A C E S,1990), pág. 176.

* Por «imaginaria» n o quiero decir que n o vaya a haber algo como la perfección del tiempo del
fin, sino que hoy n o sabemos qué será, y en con secuencia cualquier con cepción que tengamos
de ella es imaginaria.
22
Vivir sin Mediador

encioné en el capítulo primero que el cierre del

M tiempo de gracia es una de las doctrinas más aterra­


doras del adventismo. No lo es menos la idea de que
cuando se cierre el tiempo de gracia, terminará el ministerio
mediador de Jesús en el santuario celestial. Estas no son dis­
torsiones teológicas extremistas o disparatadas. En el capítulo
primero mostré las evidencias bíblicas de la idea de que el
tiempo de gracia se cerrará y Cristo cesará su ministerio me­
diador poco antes de su retomo. He aquí un breve repaso por
si usted lo ha olvidado. El texto clave es Apocalipsis 15: 8,
que dice: «Y el templo se llenó de humo por causa de la glo­
ria de Dios y por causa de su poder. Nadie podía entrar en el
templo hasta que se cumplieran las siete plagas de los siete
ángeles». La afirmación de que «nadie podía entrar en el
templo hasta que se cumplieran las siete plagas» es una im­
portante evidencia de que el ministerio mediador de Cristo
3 1 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

en el templo -el santuario celestial- ha concluido. He aquí


dos pasajes a este respecto de E l conflicto de los siglos, de
Elena G. de White:
• «Cuando él [Jesús] abandone el santuario, [...] los justos deben
vivir sin intercesor, a la vista del santo Dios» (CS 611).
• «Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo
en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del
Dios santo sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula;
sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la as­
persión. Por la gracia de Dios y sus propios y diligentes esfuerzos
deberán ser vencedores en la lucha con el mal» (CS 421).
Obsérvese la conexión entre la terminación del minis­
terio intercesor de Cristo y la perfección que su pueblo debe
experimentar a fin de estar preparado espiritualmente para
ese tiempo: «Sus vestiduras deberán estar sin mácula; [...]
deberán ser vencedores en la lucha con el mal».
Para quienes vivían en la época en que fue publicado
El conflicto de los siglos, estas citas tenían implicaciones
profundas. La fecha de publicación de la primera edición
fue 1888. Unos pocos años antes, varios estados nortea­
mericanos -particularmente del Sur- habían iniciado una
estricta aplicación de sus leyes dominicales «azules». Al­
gunos adventistas fueron detenidos por violar estas leyes,
y unos pocos pasaron tiempo en la cárcel. Asimismo, más
o menos un año después de 1888, hubo un importante im­
pulso en el Senado de Estados Unidos a favor de una ley
dominical nacional. Desde mediados de la década de 1850,
los adventistas venían proclamando que la marca de la bes­
tia era la observancia del domingo cuando es impuesta por
la ley, punto de vista que Elena G. de White respaldó ple­
namente en El conflicto (ver CS 443, 591). Así, a los adven­
tistas de la época les pareció que el fin estaba cerca. ¡Cristo
estaba a punto de volver!
22. Vivir sin Mediador • 315

Si esos hechos fueran verdaderamente señales del fin,


entonces el tiempo de gracia estaba a punto de cerrarse, lo
que implicaba que pronto dejaría de haber mediador alguno
en el santuario celestial y, con ello, que el pueblo de Dios
tenía que llegar a ser impecable sin demora. A. T. Jones fue
uno de los más destacados adventistas que promovieron esta
advertencia del tiempo del fin. En un sermón que predicó
en mayo de 1889, dijo: «Los que vivan hasta el fin son he­
chos impecables antes de que él [Jesús] venga [_] y perma­
necen inmaculados sin intercesor, porque Cristo abandona
el santuario algún tiempo antes de venir a la tierra».1
La urgencia de Jones por que el pueblo de Dios llegase a
ser impecable es especialmente evidente en su libro The
Con secrated W ay to Ch ristian Perfection [El camino consa­
grado a la perfección cristiana]. Por ejemplo, decía: «Que
cada creyente en Jesús respire profunda y confiadamente
para siempre, en gratitud a Dios por todo lo que el Señor ha
realizado: el fin de la transgresión en su existencia, la extin­
ción de su maldad, la eliminación de los pecados en su vida,
y su liberación de todo ello por siempre jamás».2
Esta cita aparentemente inocua es en realidad tremenda,
pues implica que podemos saber que somos impecables y que
debemos luchar por ese nivel de perfección moral h asta
que sepamos que somos impecables. No puedo sino pregun­
tarme cuántos adventistas que leyeran esa declaración re­
nunciarían por completo a intentar vivir la vida cristiana,
al sentirse desesperados de alcanzar jamás la impecabilidad.
En el capítulo 21 de este libro, señalé que M. L. Andreasen
fue el más destacado defensor de la teología de la última
generación a mediados del siglo XX, y un decidido partida­
rio de la idea de que la generación que vivirá durante el
tiempo de angustia posterior al tiempo de gracia será im­
pecable. Sin embargo, de manera significativa, el capítulo
3 1 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

titulado «La última generación» de su libro El san tuario y


su servicio no alude en ningún momento a la tesis de esa te­
ología de que no habrá mediador alguno.
Robert Brinsmead, por otra parte, combinó de manera
muy concreta estas dos ideas. En su libro, Man Bom to Be
Kin g [Hombre nacido para ser rey], dijo: «La última gene­
ración debe vivir a la vista de un Dios santo sin que haya
intercesor en el santuario durante el periodo de las siete úl­
timas plagas. Solo quienes tengan el sello de Dios, quienes
reflejen la imagen de Jesús plenamente [i.e., quienes sean
impecables], podrán vivir con la aprobación de Dios en tal
época. De ahí la necesidad de una obra especial de prepara­
ción y del perfeccionamiento de los santos antes del fin del
tiempo de gracia».3
¿Es una herejía?
La idea de que no habrá mediador en el santuario celes­
tial después del cierre del tiempo de gracia suena casi heré­
tica. A fin de cuentas, el autor de Hebreos dice que Jesús

«vive siempre para interceder» por los que a él se acercan
(Heb. 7: 25 NVI). Sin embargo, exceptuando a los univer­
salistas, por lo general los cristianos creen que el ministerio
* - S- -

mediador de Cristo term inará algún día, o bien antes de la


segunda venida de Cristo (adventistas del séptimo día), o
bien en su venida (mayoría de protestantes y católicos),
■'
StS?SS5«p¡S«»''-

o bien al final del milenio (algunos protestantes y católicos).


El asunto, entonces, no es si llegará un momento a partir
del cual no habrá mediador en el santuario celestial, sino
qué significa esto. La cuestión es especialmente relevante
para los adventistas del séptimo día porque creemos que el
pueblo de Dios todavía estará viviendo en un entorno de
pecado sobre la tierra entre el fin del ministerio mediador
de Cristo y su retomo.
22. Vivir sin Mediador • 3 1 7

Desgraciadamente, la idea de que no habrá mediador en


el santuario celestial durante el periodo de las siete plagas
ha originado mucha ansiedad entre los adventistas por temer
que si no han llegado a ser absolutamente perfectos, podrían
pecar, y no habrá mediador a través del cual recibir el per­
dón. Sin embargo, a mi juicio la idea de que no habrá me­
diador en el santuario celestial después del tiempo de gracia
no tiene que asustamos. Explicaré por qué.
Las implicaciones
de que no haya mediador*
¿Qué implicará vivir sin mediador una vez cerrado el
tiempo de gracia? ¿Qué consecuencias experimentarán las
personas, tanto justos como injustos?
Antes de poder responder a estas preguntas, necesitamos
plantear otra: ¿Qué está haciendo exactamente Cristo ahora,
como Mediador nuestro, en el santuario celestial mientras
sigue abierto el tiempo de gracia? Cuando hayamos enten­
dido esto, podemos empezar a comprender lo que significará
no tener mediador después del fin del tiempo de gracia. Estoy
seguro de que la siguiente lista de actividades de Cristo en
nuestro favor está bastante incompleta, pero basta para mi
propósito. Como Mediador:
1. Jesús continuamente envía a su Espíritu Santo por todo
el mundo para influir sobre quienes no forman parte de
su pueblo a fin de que entreguen sus vidas a él.
2. Jesús envía el Espíritu a morar en las mentes y corazones
de sus seguidores a lo largo de sus vidas.
3. Cuando el pueblo de Jesús confiesa sus pecados, él escribe
«perdonado» junto al registro celestial de esos pecados.

* Buena parte de esta sección es un a adaptación de las págin as 147-149 de mi libro Hotv to
Think About the End Time.
3 1 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

4. Jesús cubre continuamente a sus seguidores con las vesti­


duras de su justicia para que aparezcan impecables ante
Dios aun cuando todavía tengan muchos defectos de ca­
rácter.
5. Jesús concede a su pueblo poder para vencer al pecado.
6. Jesús responde todas las oraciones de su pueblo.
7. Jesús defiende a su pueblo contra la acusación de Satanás
de que son indignos de la salvación.*
Examinemos estos diferentes beneficios del ministerio
mediador de Cristo, planteando una sencilla cuestión acerca
de cada uno de ellos: ¿Estará disponible tal beneficio para
el pueblo de Dios después del fin del tiempo de gracia?
1. Influir en aquellos que no son su pueblo para que rindan
sus vidas a Cristo. ¿Continuará Jesús esta actividad después
del cierre del tiempo de gracia? La respuesta es claramente
no. Cuando Jesús anuncia solemnemente que «el que es in­
justo, sea injusto todavía; [...], y el que es santo, santifíquese
más todavía» (Apoc. 22:11), «cada caso ha[brá] sido fallado
para vida o para muerte» (CS 599-600). Nadie podrá cam­
biarse de bando. Entonces, son los impíos y no los justos
quienes deberían temer el cierre del tiempo de gracia y la
vida sin mediador, pues son ellos quienes han perdido su úl­
tima oportunidad de obtener la vida eterna.
2. Morar en las m entes y corazones de su pueblo. He oído
a algunos adventistas expresar el temor de que tendrán que
vivir sin la presencia del Espíritu Santo después del fin del
tiempo de gracia. Afortunadamente, puedo asegurarle a usted
que esto no es cierto.
Permítame explicarlo.
Poco después de su muerte, Jesús anunció a sus discípulos
que pronto los dejaría. Naturalmente, ellos expresaron gran
* Para una clara presentación de este aspecto del ministerio mediador de Jesús, ver la pifolnn
474-475 de El conflicto de los siglos.
22. Vivir sin Mediador • 3 1 9

preocupación (ver Juan 13:33-37), así que Jesús les prome­


tió: «No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros». Y explicó
cómo haría eso: «Rogaré al Padre y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de ver­
dad» (Juan 14: 18, 16-17).
Obsérvese lo que dijo Jesús: «Rogaré al Padre y os dará otro
Consolador». Rogar al Padre que envíe el Espíritu Santo a
las mentes y corazones de su pueblo es uno de los aspectos
importantes del ministerio intercesor de Jesús. ¿Y cuánto
tiempo dijo el propio Cristo que estaría él con sus discípulos
y, por extensión, con usted y conmigo?
¡Para siem pre!
En su gran comisión, Jesús prometió a sus discípulos: «Y
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»
(Mat. 28: 20). Por «el fin del mundo», Jesús quería decir su
segunda venida. Notemos que no dijo: «Estaré con vosotros
hasta el fin del tiempo de gracia, pero desde entonces hasta
mi segunda venida tendréis que apañároslas por vuestra
cuenta». Dijo que estará con nosotros todo el tiempo hasta
su segunda venida. Si Jesú s fu era a retirar al Espíritu San to de
su pueblo después del fin del tiem po de gracia, ¡estaría incum -
pliendo su prom esa!
Hay otra razón extremadamente importante por la que
el Espíritu Santo tiene que permanecer con el pueblo de
Dios después del cierre del tiempo de gracia: es absoluta­
mente imposible para nadie vivir la vida cristiana sin la
ayuda del Espíritu Santo. ¿Acaso hemos de suponer que tras
el fin del tiempo de gracia el pueblo de Dios de algún modo
logrará «apañárselas», siendo que nadie en ningún otro mo­
mento de la historia del mundo ha sido capaz de ello sin el
poder transformador del Espíritu? ¡Por supuesto que no!
Puede usted escudriñar su Biblia y los escritos de Elena G.
de White de principio a fin y no encontrará ni un indicio en
320 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

parte alguna de que Dios retirará al Espíritu Santo de su


pueblo una vez cerrado el tiempo de gracia. El único pueblo
que perderá el poder del Espíritu en sus vidas en esa época
lo constituirán los impíos. Así lo afirma Elena G. de White:
«Cuando él [Jesús] abandone el santuario, las tinieblas envolverán
a los habitantes de la tierra. [...] Nada refrena ya a los malos y Sa­
tanás domina por completo a los impenitentes empedernidos. La
paciencia de Dios ha concluido. El mundo ha rechazado su mise­
ricordia, despreciado su amor y pisoteado su ley. Los impíos han
dejado concluir su tiempo de gracia; el Espíritu de Dios, al que se
opusieran obstinadamente, acabó por apartarse de ellos. Desampara­
dos ya de la gracia divina, están a merced de Satanás» (CS 600;
cursiva añadida).
Así pues, ¡carece de sentido la idea completamente falsa
de que usted y yo perderemos la presencia del Espíritu Santo
después del tiempo de gracia!
3. Perdonar los pecados. El perdón de nuestros pecados es
uno de los aspectos más importantes del ministerio media­
dor de Cristo. En 1 Juan 1: 9, afirma el apóstol: «Si confesa­
mos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados»; y en 1 Juan 2: 1, añade: «Si alguno ha pecado,
abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo».
Entonces, ¿qué decir del miedo a que el perdón no esté dis­
ponible una vez cerrado el tiempo de gracia? Dediquemos
algún espacio a analizar este asunto.
Podemos estar seguros de que el perdón no estará dis­
ponible para los impíos después del tiempo de gracia, y los
justos puede que no lo necesiten. ¿Por qué digo que puede
que no lo necesiten, cuando la palabra puede deja abierta,
después de todo, la posibilidad de que lo necesiten? En el
capítulo precedente, examiné la postura de los defensores de
la teología de la última generación de que los seguidores
de Dios deben ser perfectos tras el fin del tiempo de gracia,
22. Vivir sin Mediador • 321

es decir, que no pecarán. Si esto es cierto, no necesitarán


perdón. Deberíamos tener cuidado, sin embargo, para evitar
precipitamos a extraer la conclusión de que el perdón no es­
tará disponible después del fin del tiempo de gracia. La lógica
a veces puede inducimos a error cuando hacemos teología,
especialmente si se combina con el miedo.
Los partidarios de la teología de la última generación re­
curren a los dos siguientes pasajes de Elena G. de White en
apoyo de su teoría de que el pueblo de Dios debe llegar a ser
impecable antes del cierre del tiempo de gracia. La primera
cita es de Palabras de vida del gran Maestro: «Cuando el ca­
rácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pue­
blo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos»
(PVGM 47). La segunda es de Primeros escritos, donde dice:
«Los que reciban el sello del Dios vivo y sean protegidos en
el tiempo de angustia deben reflejar plenamente la imagen
de Jesús» (PE 71).
La afirmación de Palabras de vida del gran M aestro de que
el carácter de Dios estará «perfectamente reproducido en
su pueblo» no necesariamente significa que tengan que lle­
gar a ser impecables antes del fin del tiempo de gracia. Sim­
plemente indica que deben reflejar la imagen de Cristo
perfectamente de modo que él pueda venir a «reclamarlos
como suyos», en su segunda venida.
Sin embargo, la cita de Prim eros escritos se puede entender
como que el pueblo de Dios debe alcanzar la impecabilidad
antes del fin del tiempo de gracia. Afirma que para recibir
el sello del Dios vivo, sus seguidores «deben reflejar plena­
mente la imagen de Jesús». Ya que el sello de Dios será apli­
cado a su pueblo an tes del cierre del tiempo de gracia, es
posible concluir que eso implica que el pueblo de Dios debe
alcanzar el estado de perfección impecable an tes del fin de
dicho tiempo.
322 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Sin embargo, hemos de evitar extraer esta conclusión


demasiado deprisa. Necesitamos saber lo que Elena G. de
White dijo en Prim eros escritos a la luz de lo que escribió en
el capítulo sobre el tiempo de angustia en El conflicto de los
siglos. Aquí afirmó: «El amor de Dios para con sus hijos du­
rante el período de su prueba más dura es tan grande y tan
tierno como en los días de su mayor prosperidad; pero nece­
sitan pasar por el homo de fuego; debe consumirse su munda-
nalidad, para que la imagen de Cristo se refleje perfectamente»
(CS 606; cursiva añadida).
Así, mientras Prim eros escritos dice que «los que reciban
el sello del Dios vivo [lo que ocurrirá antes del fin del tiempo
de gracia] [...] deben reflejar plenamente la imagen de
Jesús», El conflicto señala que los hijos de Dios necesitan
pasar por el tiempo de angustia posterior al cierre del tiempo
de gracia a fin de que se consuma su mundanalidad, de modo
que en ese tiem po «la imagen de Cristo se refleje perfec­
tamente».
La cuestión es si el pueblo de Dios debe reflejar la imagen
de Jesús plena y perfectamente antes del cierre del tiempo de
gracia, según lo sugiere la cita de Prim eros escritos, o si, como
lo expresa El conflicto, lo que el pueblo de Dios experimenta
después del tiempo de gracia extinguirá los últimos restos de
su mundanalidad de modo que en ese m om ento «la imagen
de Cristo se refleje perfectamente».
Si seguimos la interpretación que hace de estas citas la
teología de la última generación, entonces Prim eros escritos
contradice a El conflicto. No estoy particularmente intere­
sado en resolver la aparente contradicción. Mi propósito es
señalar que, de acuerdo con el pasaje de El conflicto, queda­
rán algunos defectos de carácter -lo que se llama «munda­
nalidad»- en las vidas del pueblo de Dios después del fin del
tiempo de gracia.
22. Vivir sin Mediador • 323

Algunos partidarios de la idea de que el pueblo de Dios


será impecablemente perfecto durante el tiempo de angustia
alegan que la palabra m un dam lidad no necesariamente sig­
nifica pecaminosidad. Sin embargo, tras realizar un estudio
del uso de Elena G. de White del término m undam lidad, para
ver si lo empleó alguna vez en el sentido de «pecaminosidad»,
me encontré con varios casos en los que claramente tenía ese
significado. He aquí tres de esas declaraciones (he puesto en
cursiva el término m undam lidad, o similar, en las tres):
• «El Señor permite las pruebas a fin de que seamos limpia­
dos de la mundanalidad, el egoísmo y los rasgos de carácter
duros y anticristianos» (PVGM 138).
• «Mirad la condición de los hombres que se entregan a la
intemperancia. La mezquindad, la m un dam lidad, la de­
gradación marcan todo su carácter. Este es el resultado
de su mal proceder» (CTBH 147).
• «Quienes no establecen contactos con Dios para recibir
sabiduría y gracia a fin de refinar y elevar sus propias
vidas, serán juzgados por el bien que hubieran podido rea­
lizar, pero que no llevaron a cabo porque se conformaron
con una mente m un dam y con la amistad de los que no
están santificados» (CSI 284-285).
¿Usted cree que Elena G. de White, en estas citas, usó la
palabra m undanalidad (o similar) en el sentido de pecamino­
sidad? La respuesta ha de ser que sí. Esto sugiere que la «mun­
danalidad» que debe ser erradicada del pueblo de Dios durante
el tiempo de angustia tiene que ver con los rasgos pecami­
nosos del carácter, y estos son las fuentes de las que brotan
los actos pecaminosos. La cuestión es: ¿Brotarán actos pe­
caminosos? ¿Pecará el pueblo de Dios después del tiempo de
gracia? Mi respuesta es que yo creo que no lo harán adrede.
3 2 4 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Sin embargo, si hiciesen o dijesen algo incorrecto que bro­


tase de su mundanalidad (i.e., pecaminosidad), entonces el
perdón estará disponible.
Obsérvese, por favor, que no he dicho que necesitarán el
perdón durante ese tiempo. Creo que estaríamos yendo de­
masiado lejos si sacásemos ahora una conclusión definitiva
sobre este asunto. Si nos quita el sueño nuestra necesidad
de ser perfectos en algún momento del porvenir, podemos
acabar tan centrados en el futuro que dejemos de prestar
atención a lo que necesitamos hacer ah ora a fin de estar lis­
tos para entonces. Yo solo afirmo que el perdón estará dis­
ponible si lo necesitamos. Así que relajémonos y dejemos
que sea Jesús quien decida si lo necesitaremos.
4. Cubrim os con las vestiduras de ¡aju sticiad e Cristo. Al­
gunos adventistas pueden sentirse tentados a creer que como
no habrá mediador en el santuario celestial pasado el tiempo
de gracia, el pueblo de Dios habrá de valérselas sin las vesti­
duras de la justicia de Cristo. Sin embargo, esa idea es tan
incorrecta como la de que el pueblo de Dios tendrá que apa­
ñárselas sin la ayuda del Espíritu Santo entre el fin del
tiempo de gracia y la segunda venida de Cristo. Mientras si­
gamos en esta tierra, aun si estamos viviendo vidas perfec­
tamente impecables, necesitaremos que la justicia de Cristo
nos cubra. La idea de que tras el fin del tiempo de gracia
nuestra propia justicia será suficiente es totalmente contraria
al evangelio.
5. Proporcionam os poder para vencer el pecado. Algunas
personas, basándose en la teología perfeccionista, se pueden
sentir inclinadas a pensar que no necesitaremos el poder de
Dios para vencer el pecado tras el cierre del tiempo de gra­
cia. ¿Por qué necesitaríamos ese poder cuando ya no peca­
mos?
22. Vivir sin Mediador • 3 2 5

Eso es como preguntar por qué un auto necesita gasolina


cuando ya está circulando. Si acaso, dada la severidad de las
pruebas que afrontaremos durante el tiempo de angustia,
nuestra necesidad del Espíritu Santo para vencer el pecado
se incrementará, no disminuirá.
Dios introdujo su Espíritu en Adán y Eva cuando los creó,
y esto les dio el poder para vivir vidas santas. Cuando de­
sobedecieron a Dios comiendo el fruto del árbol del conoci­
miento del bien y del mal, perdieron la presencia del Espíritu
Santo y, como resultado, el poder para resistir el pecado.
Nadie puede resistir el pecado sin el poder del Espíritu, y eso
es igual de cierto de los santos tras el fin del tiempo de gracia
que lo es de usted y de mí actualmente.
6. Responder a n uestras oracion es. ¿Realmente necesito
explicar esto? ¿Cree seriamente algún adventista que la ce­
sación del ministerio de Cristo en el santuario celestial sig­
nifica que no responderá las oraciones de sus santos durante
el tiempo de angustia?
7. Defendem os contra las acusaciones de Satan ás. Apoca­
lipsis 12: 10 describe a Satanás como «el acusador de nues­
tros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios
día y noche». Una de las funciones más importantes del mi­
nisterio mediador de Cristo es la de defender a su pueblo
frente a las acusaciones del Diablo, y esta defensa estará dis­
ponible para todo el pueblo de Dios durante el tiempo de
angustia. En el capítulo de El conflicto de los siglos sobre el
tiempo de angustia, Elena G. de White dice que Satanás
«tiene conocimiento exacto de los pecados que les ha hecho
cometer y los presenta ante Dios con la mayor exagera­
ción y asegurando que esa gente es tan merecedora como él
mismo de ser excluida del favor de Dios» (CS 604). Si acaso,
dado el hecho de que al Diablo le queda muy poco tiempo,
3 2 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

sus acusaciones casi seguro que crecerán en intensidad du­


rante ese crucial periodo. Y eso hará que la intervención de
Cristo sea incluso más acuciante de lo que lo es ahora.
Sin duda, hay otros aspectos del ministerio mediador
de Cristo en el santuario celestial que podríamos tratar, pero
un examen cuidadoso de la lista que he compartido con
usted es suficiente para extraer la siguiente conclusión:
Todos ios beneficios que el pueblo de Dios recibe hoy del m inis-
teño m ediador de Cristo estarán disponibles para él después del
fin del tiem po de gracia. Es cierto que Cristo no será nuestro
mediador en ese periodo. Sin embargo, en su papel como
nuestro Rey, seguirá poniendo esos beneficios a nuestra dis­
posición.* Así que, ¡deje usted de preocuparse por el hecho
de que Jesús ya no será su mediador tras el fin del tiempo de
gracia!

Notas del capítulo


1. Aparecido en el Daily Capital de Topeka (Kan sas), 18 de mayo 1889; citado por
George Kn igh t en Frotn 1888 to Apostasy: The Case of A . T. Jones (Hagerstown
[Maryland, EE.UU.]: Review an d Herald, 1987), pág. 56.
2. A. T. Jon es, The Consecrated W ay to Chrisüan Perfecthm (Dodge Cen ter [Minesota,
EE.UU.J; Upw ard Way, 1988), pág. 91.
3. Robert Brinsmead, Man Bom to Be King, vol. 7 (Springfield [Misuri, EE.UU.]: Pro-
ph etic Research In ternational, 1966), pág. 112.

* Explico la relevancia de que Cristo sea n uestro Rey después del tiempo de gracia en el apén ­
dice de la págin a siguiente.
Apéndice

Por qué Cristo


es nuestro Rey
después del fin
del tiempo de gracia

uando Dios creó a Adán y Eva, les dio dominio sobre

C el mundo. Sin embargo, cuando pecaron, ese dominio


pasó a Satanás, y ahora él es el legítimo y legal «dios de
este mundo» (2 Cor. 4: 4).
Dios es un Dios de orden, y actúa conforme a los requi­
sitos de su sistema legal. Esto significa que mientras Satanás
sea el dios legal de este mundo, Jesús no puede tomar pose­
sión de él; sería ilegal que hiciera eso.
En cambio, el juicio que tiene lugar en el cielo cerca del
fin de la historia mundial es un proceso legal que privará a
Satanás de la posición de dios de este mundo y le conferirá
a Cristo el derecho a la misma. Esto queda muy claro en la
escena de Juicio de Daniel 7. A continuación del juicio, el
3 2 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

«hijo de hombre» aparece ante el Anciano de Días y «le


fue dado dominio, gloria y reino [...]; su dominio es domi­
nio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca
será destmido» (Dan. 7:13-14). Más adelante, en el mismo
capítulo, Daniel dice que «se sentará el Juez, y le quitarán
su dominio, para que sea destruido y arruinado hasta el fin,
y que el reino, el dominio y la majestad [...serán] dados al
pueblo de los santos del Altísimo» (vers. 26-27).
Claramente, el juicio que describe Daniel en el capítulo
7 es un proceso legal que devolverá el domino que perdieron
Adán y Eva a Jesús y su pueblo. Jesús será entonces Rey
sobre toda la tierra, y su pueblo tendrá dominio subordinado
a él. Por ello he dicho que tras el fin del tiempo de gracia,
Jesús, como nuestro Rey, seguirá ofreciéndonos todos los be­
neficios que nos había estado proporcionando como Me­
diador nuestro antes de cerrarse el tiempo de gracia.
Parte V

El tiempo de gracia,
la iglesia, y usted y yo
23
El fin del tiempo
de gracia y la misión
de nuestra iglesia

n abril de 2013, Daniel Burke, editor adjunto y corres­

E ponsal del Religión News Service [Servicio de Noticias


de Religión], escribió un artículo on Une sobre los ad­
ventistas del séptimo día titulado «Tras cumplir 150 años,
los adventistas siguen orando por el apocalipsis».1 Burke
ofrecía un positivo resumen de las realizaciones adventistas
en educación y atención sanitaria desde que la iglesia se or­
ganizó formalmente en 1863, pero luego decía: «Solo hay
un problema: no se esperaba que la iglesia durase tanto
tiempo». Continuaba luego compartiendo con los lectores
el urgente mensaje que ha impulsado nuestra misión estos
ciento cincuenta años, el de que la segunda venida de Cristo
está muy cerca. Sin que, por supuesto, haya acontecido
todavía.
3 3 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Una serie de lectores respondieron al artículo en los


siguientes días. Entre ellos, alguien identificado como
Georgogana escribió:
«A mi modo de ver, cualquier iglesia que predique la Escritura
y que Jesucristo es el Mesías que vendrá otra vez -en el mo­
mento previsto por Dios- actúa correctamente. Sin embargo,
tengo un problema con la urgencia [adventista] respecto a que
Cristo viene ahora, o tan rápidamente como sea posible. Mien­
tras el Señor se tarda en venir, cada vez más personas vuelven
sus vidas a Cristo y se hacen cristianas para compartir la heren­
cia de todos los hijos de Dios.
»Desear que el regreso del Señor se produzca tan rápidamente
implicaría que quedasen muchas almas sin tener la oportunidad
de aceptar a Cristo. En eso tienen una responsabilidad los cris­
tianos, por no haber conducido a más gente a Jesús. Ahora es
ESO lo que debería predicarse con el mayor sentido de urgen­
cia. Desear que Cristo venga enseguida es realmente una fe
egoísta. Cristo vendrá cuando la última persona según el plan
divino llegue a conocerle personalmente y le acepte como Hijo
de Dios. Cuando esa última persona sea salva, Dios enviará a
su Hijo a recoger a sus demás hijos».
Interesante.
Coincido plenamente con Georgogana en que debería­
mos luchar por guiar a tanta gente como sea posible hacia
Cristo. De hecho, creo que todo adventista que ha refle­
xionado seriamente en nuestra misión debería estar de
acuerdo. Sin embargo, Georgogana probablemente no se
ha parado a pensar en un problema importante relacionado
con su razonamiento: ¿Quién es esa «última persona» que
será salva? No estoy preguntando por su nombre. Quiero
decir que, con aproximadamente 134 millones de personas
nacidas cada año en el mundo2 -más de cuatro por se­
gundo-, ¿cómo puede haber jamás una «última persona»
que no haya oído hablar de Cristo? Mientras esa hipotética
23. El fin del tiempo de gracia y la misión de nuestra iglesia • 3 3 3

«última persona» esté oyendo el evangelio y considerando


si aceptarlo o no, estarán naciendo decenas y decenas de
bebés que también merecerán escuchar el mensaje de sal­
vación y tener la oportunidad de aceptarlo o rechazarlo. Si
llevamos el razonamiento de Georgogana a su conclusión
lógica, Cristo no puede venir nunca, porque siempre habrá
multitudes de personas entrando en escena que necesiten
disponer de la oportunidad de oír y tomar una decisión.
La misión adventista
A mi juicio, este problema tiene una relación directa con
la misión adventista. De hecho, nuestra misión es más am­
biciosa que todo lo que Georgogana haya imaginado. Nues­
tra misión es ocupamos de que en efecto h ay a una última
persona que acepte a Jesús.
He indicado en capítulos precedentes que Dios va a di­
vidir el mundo en solo dos clases de personas: los justos y
los impíos. Varias de las parábolas de Jesús llaman la aten­
ción a estos dos gmpos, incluyendo las del trigo y la cizaña,
la de las vírgenes prudentes e insensatas, y la de las ovejas
y los cabritos. Apocalipsis identifica estos dos gmpos como
los que reciben el sello de Dios y los que tienen la marca de
la bestia.
En la actualidad hay tres gmpos de personas en el mundo:
los que han tomado una firme decisión para aceptar a
Cristo, los que han optado firmemente por no aceptarle, y
los que no se han decantado definitivamente en uno ni otro
sentido. Creo que no me equivoco al afirmar que en el mo­
mento actual la mayoría de la población mundial está
entre los que no se han decidido. Nuestra misión es al­
canzar a ese grupo para compartir el evangelio con ellos
e invitarlos a aceptar a Jesús como su Salvador. Antes de
que se cierre el tiempo de gracia, ese último gmpo debe ser
334 • EL FIN DEL TIEIVIPO DE GRACIA

advertido. La mayoría de ellos decidirán rechazar la invita­


ción, y esa es su prerrogativa. Sin embargo, deben saber
acerca de Jesús para poder realizar su elección definitiva.
Nuestro primer objetivo, entonces, coincide exacta­
mente con el punto de vista de Georgogana: como adven­
tistas del séptimo día, nuestra meta fundamental es dar a
conocer a Jesús y guiar a las personas hacia el compromiso
de servirle. Después de todo, ese ha sido el propósito básico
del tiempo de gracia desde que este empezó en el Edén, y
así será hasta que dicho tiempo concluya.*
No obstante, el cada vez más próximo cierre del tiempo
de gracia global también hace nuestra misión como ad­
ventistas diferente de la del pueblo de Dios en épocas an­
teriores. Además del asunto de a quién servirán, a Cristo
o a Satanás, otras dos cuestiones tendrán papeles destaca­
dos en el conflicto final: el estado de los muertos y el sá­
bado. Dijo Elena G. de White que «merced a los dos errores
capitales, el de la inmortalidad del alma y el de la santidad
del domingo, Satanás prenderá a los hombres en sus redes»
(CS 574).
El sábado, el cuarto mandamiento de la ley moral de
Dios, será el punto particular de controversia que deman­
dará que los habitantes del mundo tomen la decisión que
sellará su destino eterno. Quienes honran la ley de Dios
guardando el sábado recibirán el sello de Dios. Los que de­
sestimen la ley de Dios observando el domingo como el
día de reposo y adoración, y haciendo del sábado un día
laboral común, recibirán la marca de la bestia.
Sin embargo, existe un gran problema. En el tiempo pre­
sente, solo los cristianos y judíos entre las grandes religiones
* Estoy h ablando com o cristiano durante la era cristiana. En los primeros cuatro mil años de la
historia mundial, n adie h abía oído h ablar de Jesús. El objetivo judío durante ese periodo eru
guiar a la gente a con ocer a Dios.
23. El fin del tiempo de gracia y la misión de nuestra iglesia • 3 3 5

del mundo «guardan» como día sagrado el sábado o el do­


mingo. Nuestra misión como adventistas del séptim o día es
globalizar la controversia entre el sábado y el domingo. Pero
los musulmanes observan el viernes, los hinduistas y los bu­
distas no observan ningún día, y los secularistas no están in­
teresados en práctica religiosa alguna. Por eso, ¿cómo diantres
esperamos captar la atención de todos hacia este asunto, y
mucho menos que se preocupen por él? Con todos nuestros
éxitos en los pasados ciento cincuenta años, creciendo desde
una pequeña denominación con una feligresía de unos tres
mil miembros en 1863 hasta dieciocho millones a finales de
2013, todavía constituimos solo una diminuta fracción de la
población mundial.* Cum plir n uestra m isión adventista del
tiempo del fin v a a requerir intervención sobrenatural, tanto de
parte de Dios com o de parte de Satan ás.

La parte de Dios
Entre otras cosas, Dios retirará su protección del mundo,
lo que originará desastres naturales de una magnitud que
excederá todo lo que nuestro planeta haya conocido desde
el diluvio. Abordé este asunto con cierto detalle en el ca­
pítulo 11 del presente libro, y mi obra L a gran catástrofe 3
reúne más detalles aún. Ofreceré un breve resumen aquí.
Jesús dijo que poco antes de su retomo habrá un tiempo
de «gran tribulación, como no la ha habido desde el prin­
cipio del mundo hasta ahora», y que «si no se acortaran
esos días, nadie sobreviviría» (Mat. 24: 21-22, NVI). En el
capítulo 11, sugerí que imaginásemos que «el huracán
Sandy de 2012, el tsunam i japonés de 2011, los terremotos
de Haití y Chile de 2010 y el huracán Katrina de 2005 se
hubieran sucedido todos ellos con una diferencia de solo
* La membresía de nuestra den ominación supone un 0,0026 por cien to de la población mundial
(integrada por más de siete mil millon es de person as).
3 3 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

dos o tres meses entre sí». Luego, supongamos que el doble,


el triple o el cuádruple de todo eso ocurre en el margen de
un año. ¿Puede usted imaginar el caos social y político a
que ello daría lugar?
O consideremos Lucas 21: 25-26 (NVI), donde Jesús
anuncia que las gentes «estarán angustiadas y perplejas» y
que «se desmayarán de terror los hombres» por las señales
en el sol, la luna y las estrellas. Ya sugerí que Jesús estaba
hablando de numerosos cometas, asteroides y meteoritos
impactando contra nuestro planeta. Los científicos nos
dicen que si esto ocurriera, el resultado serían catástrofes
globales que amenazarían la supervivencia de la raza hu­
mana, que es precisamente lo que Jesús describió. Esto es
lo que se da a entender por los cuatro vientos que soplan
sobre la tierra, el mar y los árboles, lo cual dijo Juan que
seguiría inmediatamente después del sellamiento de los
144.000 (Apoc. 7:1-3).
Además tenemos a Elena G. de White, quien predijo
que «acontecerán calamidades, calamidades de lo más pa­
vorosas, de lo más inesperadas; y estas destrucciones se se­
guirán la una a la otra», provocando la ruina de miles de
ciudades (Ev 24, 26).
Es imposible predecir en la actualidad cuándo empeza­
rán a sobrevenir estas calamidades, o qué forma exacta to­
marán. Simplemente sabemos que la Inspiración nos dice
que contemos con ellas. Y cuando ocurran, estoy conven­
cido de que la gente de toda Norteamérica, Europa Occi­
dental y Australia se volverá de nuevo muy religiosa. El
secularismo, que progresa a pasos agigantados en el mundo
occidental de nuestros días, se verá entonces revertido. Las
iglesias de todas partes estarán abarrotadas. Habrá un rea-
vivamiento religioso de proporciones inéditas. Todos de­
sesperarán por retomar a Dios para apaciguar su ira. Cuando
23. El fin del tiempo de gracia y la misión de nuestra iglesia • 3 3 7

esto suceda, las leyes que exijan la observancia del do­


mingo como día de reposo parecerán de lo más sensatas a
la mayoría de la gente. De hecho, la mayor parte de ella
las demandará. Elena G. de White dijo que «hasta en los
Estados Unidos de la libre América, se verá a los represen­
tantes del pueblo y a los legisladores tratar de asegurarse el
fav or público doblegándose a las exigencias populares por un a
ley que im ponga la observancia del dom ingo» (CS 578; cursiva
añadida).
A mi juicio, esos terribles desastres naturales serán la in­
tervención de Dios para provocar que el mensaje adventista
del séptimo día adquiera notoriedad global antes del fin del
tiempo de gracia.
Hay un problema, sin embargo. He descrito un escena­
rio que es realista para Occidente (Norteamérica, Europa
Occidental y Australia). Pero los cristianos solo suman el
33 por cierto de la población global. La mayoría de esta se
adscribe a alguna otra religión (20%, musulmanes; 13%,
hinduistas; 6%, budistas; y muchos de los restantes, animis-
tas o adeptos a otras creencias).4Si la marca de la bestia es
la observancia del domingo cuando es impuesta por la ley,
y si la controversia sábado/domingo es lo que dividirá al
mundo entero entre quienes llevarán esa marca y quienes
recibirán el sello de Dios, entonces, ¿cómo llegarán a im­
plicarse estas religiones no cristianas?
La parte de Satanás
Aquí entrará en juego la intervención sobrenatural de
Satanás. Dice Elena G. de White que usará dos grandes
errores para cautivar a la gente: el carácter sagrado del do­
mingo y la inmortalidad del alma, que «forma la base del
espiritismo» (CS 574). Aunque lo explican de diferentes
maneras, la mayor parte de la población mundial cree que
3 3 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

el alma sobrevive a la muerte del cuerpo. Este concepto


es el fundamento del espiritismo, pues si el alma existe de
forma consciente después de la muerte, entonces hay razón
para creer en la posibilidad de comunicación entre los muer­
tos y quienes todavía están físicamente vivos sobre la tierra.
Dijo Elena G. de White: «Satanás ha estado preparándose
desde hace tiempo para su último esfuerzo para engañar al
mundo. [...] Poco a poco Satanás ha preparado el camino
para su obra maestra de seducción: el desarrollo del espiri­
tismo. Hasta ahora no ha logrado realizar completamente
sus designios; pero lo conseguirá en el poco tiempo que nos
separa del fin. [...] Todos menos los que estén protegidos por
el poder de Dios y la fe en su Palabra, se verán envueltos en
ese engaño» (CS 548).
La primera cuestión que necesitamos responder es si
es bíblico el escenario que he presentado aquí. La res­
puesta es afirmativa, en el sentido amplio de que el espi­
ritismo será creciente en el tiempo del fin. Jesús advirtió
que «surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán gran­
des señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a
los elegidos» (Mat. 24: 24). Pablo afirma que «el malvado
vendrá, por obra de Satanás, con toda clase de milagros, se­
ñales y prodigios falsos. Con toda perversidad engañará
a los que se pierden» (2 Tes. 2: 9-10). Y Juan, en el Apo­
calipsis, escribe que muy al final de los tiempos habrá «es­
píritus de demonios que hacen señales milagrosas y que
salen a reunir a los reyes del mundo entero para la batalla
del gran día del Dios Todopoderoso» (Apoc. 16: 14). Por
supuesto, la batalla a la que se refiere Juan es el Armage-
dón, que precederá a la segunda venida de Cristo.
23. El fin del tiempo de gracia y la misión de nuestra iglesia • 3 3 9

Así, la idea de los engaños del tiempo del fin perpe­


trados por fuerzas demoneíacas queda confirmada tanto
por la Escritura como por Elena G. de White.
Consideremos el siguiente escenario, un tanto imagi­
nativo. Cuando la tierra sea devastada por catástrofes de
tamaño y potencia desconocidos desde el Diluvio, sus na­
ciones combatirán entre sí por los recursos naturales que
queden, especialmente la comida. Parecerá que la especie
humana esta a punto de estallar definitivamente.
Entonces un acontecimiento de lo más asombroso atra­
pará la atención de todos los seres humanos del planeta:
un ser glorioso descenderá sobre el Monte del Templo en
Jerusalén. Los judíos lo aceptarán como el Mesías. Los cris­
tianos, como su Jesús. Los musulmanes, como el Mahdi.*
Hinduistas y budistas lo aceptarán como Krishna.** Y la
mayor parte de la gente sobre la tierra exhalará un enorme
suspiro de alivio. Aceptarán que este ser «divino» trae la
solución de la crisis global, y harán todo lo que pida.
Aunque el escenario es imaginario, no resulta dispa­
ratado. Excepto la parte de Satanás descendiendo sobre
el Monte del Templo, Elena G. de White lo predijo:
«El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que
el mismo Satanas se dara por el Cristo. [...] El gran engañador
simulará que Cristo habrá venido. En varias partes de la tierra,
Satanás se manifestará a los hombres como ser majestuoso, de un
brillo deslumbrador, parecido a la descripción que del Hijo de

* En escatología islámica, el Mahdi [...] es el redentor profetizado del islam que gobernará por
siete, nueve o diecin ueve años [...] antes del Día del Juicio [...] y librará al mundo del mal
(http://en.wikipedia.org/wiki/Mahdi).
** «Krisná es uno de los numerosos avatares (“encamacion es”) del dios Visnú» en el hinduismo
(http://es.wikipedia.org/wiki/Krishna). «Se dice que la novena encamación de Vishnu es Sidarta
Gautama, el Buda» (http://www.indiadivine.org/content/topic/969301-buddha-and-krishna/).
3 4 0 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Dios da San Juan en el Apocalipsis (Apocalipsis 1: 13-15). La


gloria que le rodee superará cuanto hayan visto los ojos de los mor­
tales. El grito de triunfo repercutirá por los aires: “¡Cristo ha
venido! ¡Cristo ha venido!”. El pueblo se postrará en adoración
ante él, mientras levanta sus manos y pronuncia una bendición
sobre ellos así como Cristo bendecía a sus discípulos cuando es­
taba en la tierra. Su voz es suave y acompasada aunque llena de
melodía. En tono amable y compasivo, enuncia algunas de las ver­
dades celestiales y llenas de gracia que pronunciaba el Salvador;
cura las dolencias del pueblo, y luego, en su fementido carácter
de Cristo, asegura haber mudado el día de reposo del sábado al
domingo y manda a todos que santifiquen el día bendecido por él.
Declara que aquellos que persisten en santificar el séptimo día blas­
feman su nombre porque se niegan a oír a sus ángeles, que les
fueron enviados con la luz de la verdad. Es el engaño más poderoso
y resulta casi irresistible» (CS 608-609).
La acción sobrenatural de Dios es la retirada de su pro­
tección de la tierra. Los desastres «naturales» globales que
siguen a ello moverán a los dirigentes religiosos a sacar a
la palestra las leyes dominicales en el mundo cristiano. Y la
acción sobrenatural de Satanás por medio del espiritismo
llevará incluso a las religiones no cristianas a unirse a ese
movimiento.
Sin embargo, no debemos suponer que el mero hecho
de que nuestro mensaje ha llegado a ser conocido en el
mundo entero guiará a todo ser humano a la toma de una
decisión definitiva para que el Señor pueda cerrar el tiempo
de gracia. El pueblo de Dios no será capaz, por sí mismo, de
alcanzar ese objetivo. Dios tendrá que intervenir sobrena­
turalmente de nuevo. Y lo que traerá esta vez sobre la tierra
se llama la «lluvia tardía».
23. El fin del tiempo de gracia y la misión de nuestra iglesia • 341

La lluvia tardía y el fuerte clamor


Diez días después de la ascensión de Cristo, unos ciento
veinte de sus seguidores se congregaron para celebrar una
reunión (ver Hech. 1:15). «De repente vino del cielo un es­
truendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó
toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas re­
partidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a ha­
blar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que habla­
ran» (Hech. 2: 1-4).
Como consecuencia de esta manifestación del Espíritu
Santo, Pedro predicó un poderoso sermón a raíz del cual
unas tres mil personas aceptaron a Jesús aquel día (vers. 41).
El Pedro cuya predicación produjo esos resultados era el
mismo Pedro que unas seis semanas antes había negado
tres veces a Cristo durante el juicio a este ante el Sanedrín
(ver Mat. 26:57-58, 69-75).
¿Qué causó la diferencia?
¡El derramamiento del Espíritu Santo!
Elena G. de White dijo que el derramamiento del Espí­
ritu Santo en Pentecostés fue la «lluvia temprana», y que
una efusión similar del Espíritu ocurrirá poco antes del fin
del tiempo de gracia a fin de capacitar al pueblo de Dios
para llevar la advertencia final al mundo. Ella llamó a este
segundo derramamiento la «lluvia tardía». Lo explicó así:
«El derramamiento del Espíritu en los días de los apóstoles
fue el comienzo de la lluvia temprana, y gloriosos fueron
los resultados. [...] Pero cerca del fin de la siega de la tierra,
se promete una concesión especial de gracia espiritual, para
preparar a la iglesia para la venida del Hijo del hombre.
Este derramamiento del Espíritu se compara con la caída
de la lluvia tardía» (HAp 45).
3 4 2 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Apocalipsis 18: 1 dice que habrá un despliegue similar


de poder espiritual durante la crisis final. Escribió Juan:
«Después de esto vi otro ángel que descendía del cielo con
gran poder, y la tierra fue alumbrada con su gloria». En los
dos versículos siguientes, un ángel advirtió de la terrible
condición en la que habría caído «Babilonia» (símbolo del
cristianismo apóstata), y en los versículos 4-5 ordena al
pueblo de Dios: «¡Salid de ella, [...] para que no seáis par­
tícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas!, por­
que sus pecados han llegado hasta el cielo y Dios se ha
acordado de sus maldades». Esta es la advertencia final que
el pueblo de Dios ha de proclamar al mundo.
La dura persecución que Jesús soportó en su juicio y
crucifixión llenó de temor a Pedro, llevándole a negar a
Cristo. La persecución del tiempo del fin fácilmente podría
atemorizamos a los adventistas del séptimo día para que
neguemos a Cristo y el único mensaje que Dios nos ha en­
comendado proclamar. No hay duda de que muchos su­
cumbirán a la presión y abandonarán su fe.* Sin embargo,
el mismo Espíritu Santo que capacitó a los apóstoles en
la época de la lluvia temprana capacitará al pueblo de
Dios durante la crisis definitiva, permitiéndoles proclamar
sin miedo la advertencia final, como hizo Pedro en Pente­
costés.
Esta combinación de intervenciones sobrenaturales -te­
rribles desastres naturales, manifestaciones espiritistas y el
poder de la lluvia tardía del Espíritu Santo- conferirá una
fuerza increíble a la advertencia final que los adventistas del
séptimo día transmitan al mundo. Todo ser humano en la
tierra será llevado hasta el punto de efectuar una elección

* Escribe Elena G. deW hite: «Con forme vaya acercándose la tempestad, muchos que profesaron
creer en el mensaje del tercer ángel, pero que n o fueron san tificados por la obediencia a la
verdad, aban donarán su fe, e irán a engrosar las filas de la oposición» (C S 593).
23. El fin del tiempo de gracia y la misión de nuestra iglesia • 343

definitiva a favor o en contra de Cristo y del sábado. Estas


decisiones dividirán al mundo en solo dos campos: los que
tienen el sello de Dios y los que tienen la marca de la bes­
tia. Eso es lo que Elena G. de White llamó el «juicio de los
vivos». Cuando las gentes de todo el mundo escuchen el tes­
timonio y tomen sus decisiones, cerrarán sus tiempos de gra­
cia.* Cuando toda persona sobre la tierra haya cerrado su
tiempo de gracia optando por un lado o el otro, Cristo cesará
su ministerio en el santuario celestial, y el tiempo de gracia
humano concluirá para nunca volver a abrirse. Parafraseando
Apocalipsis 22:11, los que sean injustos seguirán siéndolo;
los que sean sucios, así se mantendrán; los justos continuarán
siendo justos; y los santos serán santos todavía.
¿Y qué hay del presente?
Puede que usted llegue a la conclusión de que le bas­
tará esperar hasta el derramamiento del Espíritu en el
tiempo de la lluvia tardía para unirse entonces al pueblo
de Dios en la proclamación de la advertencia final. Eso
es potencialmente un error fatal que muy probablemente
provocará que usted acabe en el lado incorrecto cuando se
cierre el tiempo de gracia. Afirmo esto por dos razones.
La primera es que usted y yo necesitamos preparamos
espiritualmente ahora, no solo para la lluvia tardía, sino
para toda la crisis final. El tiempo del fin estará marcado
por persecución y sufrimiento intensos, y las personas sin
una preparación espiritual suficiente descubrirán, cuando
todo haya terminado, que están en el lado incorrecto.
Ahora es el momento de que usted y yo cultivemos nues­
tra vida espiritual. Ahora es el momento de aseguramos
que nuestras mentes y corazones están controlados por el

* Ver el capítulo 18 de este libro y 5T1 648; CS 480-481.


344 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

Espíritu Santo. Ahora es el momento de cercioramos de


que mantenemos una relación salvífica con Dios porque
nos hallamos cubiertos por la justicia de Cristo. Ahora es
el momento de explorar en nuestras mentes y nuestros co­
razones las pasiones que inspiran nuestras tentaciones: la
ira, el miedo, los celos, el materialismo y la lujuria, por men­
cionar solo algunos. Ahora es el momento de poner ante
Dios esas pasiones para que nos limpie.
La segunda razón es que, cuando venga la lluvia tardía,
Dios necesitará una iglesia mundial preparada para trans­
mitir la advertencia final a toda nación, grupo étnico y
lengua. Puede que usted se haya preguntado por qué han
pasado ciento cincuenta años desde que los adventistas
empezaron a predicar que Cristo viene pronto y él no ha
venido todavía. Estoy seguro de que hay unas cuantas ra­
zones; pero creo que una de ellas es que nos ha llevado
demasiado tiempo conseguir una presencia global en el
mundo. No hay duda de que podríamos haber cumplido
esta tarea mucho antes,* pero no lo hicimos, y por eso es­
tamos donde estamos. Ahora nuestra tarea es continuar
difundiendo nuestro mensaje por el mundo tan eficaz y
eficientemente como sea posible, a fin de que nuestra fe­
ligresía crezca de dieciocho millones a veinte, a veinticinco,
y más. Dios necesitará una iglesia organizada para transmitir
la advertencia final al mundo. ¡Ya veremos si la tiene!
¡N ecesitam os involucram os! Cada uno de nosotros debe­
ríamos practicar alguna forma de ministerio. Quienes pue­
dan predicar sermones e impartir estudios bíblicos deberían

* Allá por 1883, Elena G de W hite escribió: «Si después del gran ch asco de 1844 los adventUtM
se hubiesen mantenido firmes en su fe, y unidos en la providencia de Dios que abría el camilKS
hubieran proseguido recibiendo el men saje del tercer ángel y proclamándolo al mundo CON
el poder del Espíritu San to, h abrían visto la salvación de Dios y el Señ or hubiera obrado po­
derosamente acompañando sus esfuerzos, se habría completado la obra y Cristo habría venido
antes de esto para recibir a su pueblo y darle su recompensa» (IM S 77).
23. El fin del tiempo de gracia y la misión de nuestra iglesia • 3 4 5

hacerlo. Sin embargo, no se sienta usted mal si Dios no le


ha dado esos dones. Usted puede compartir las buenas nue­
vas de la pronta venida de Jesús enviando suscripciones a las
revistas Prioridades o Enfoque a amigos y allegados, a personas
que estén recibiendo estudios bíblicos o que hayan asistido
a campañas evangelizadoras en la zona donde usted vive, así
como a otras personas hacia las cuales sienta que el Señor le
dirige. Llame a las puertas de quienes reciben las revistas y,
cuando abran, sonría, muéstreles una y pregúnteles si la están
recibiendo. Anímeles a leerla y siga enviándola mientras no
le pidan cancelar la suscripción.
Hay otros modos de participar en la misión. Ofrézcase
voluntario para recibir a los visitantes en la puerta de la igle­
sia el sábado por la mañana. Si lo suyo es la tecnología, ofréz­
case a encargarse del sistema de megafonía o de vídeo de su
iglesia. Si la comisión de nombramientos de su congregación
le pide que sirva como anciano o diácono, ¡diga que sí!
Tal vez su misión es enseñar en una clase de Escuela Sa­
bática de adultos o colaborar con una de las secciones in­
fantiles. O quizá usted puede dar lo mejor de sí trabajando
en el área de servicios a la comunidad de su congregación.
Limpie la iglesia. Corte el césped. Escarde las malas hier­
bas. Quizá piense que estas humildes tareas no tienen nada
que ver con esparcir el mensaje de Dios por el mundo. Sin
embargo, deténgase a pensarlo un momento: quienes visiten
su iglesia pueden pasar por delante de un local pulcro y de­
cente sin volver a pensar en ello, pero le puedo garantizar
que no les pasará inadvertido que los detalles estén descui­
dados y las flores, marchitas.
Contribuyendo a llevar a cabo estas y muchas otras ac­
tividades, usted y los demás miembros están edificando una
iglesia que se hallará lista para participar en la medida que
le corresponde en la advertencia al mundo durante la crisis
3 4 6 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

final. Todas ellas son parte importante en la misión adven-


tista de ayudar a preparar al mundo para el cierre del tiempo
de gracia.
¡Así que involúcrese!

N ot as del capítu lo
1. Dan iel Burke, «A s Th ey Tu m 150, Adven tists St ill Pray for th e Apocalypse»,
Religión N ew s Service, h ttp://w w w .religion n ew s.com /2013/04/10/as-th ey-tum '
150-adven tists-still-pray-for-th e-apocalypse/.
2. «W orld Population », W ikipedia, m odificada por últim a vez el 8 de ju lio de 2014,
h ttp://en .w ikipedia.org/w iki/W orld_population .
3. M arvin Moore, La gran catástrofe (Bu en os Aires: A C ES, 1999).
4. Ver «Prin cipales grupos religiosos» (los números están redondeados por arriba o
por abajo según con vien e), W ikipedia, http://es.wikipedia.org/wiki/An exo:Prin ci-
pales_grupos_religiosos.
24
El tiempo de gracia,
y usted y yo
magínese esta situación: Usted coge alguna chuchería, ex­

I tiende la mano y llama a su perro: «¡Aquí, Fido, aquí...!


La mascota alza las orejas, viene corriendo, y entonces se
sienta sobre el trasero, mirándole a usted con expectación.
Usted sostiene la golosina unos segundos más en sus manos
solo para chinchar al pobre animal, y luego la lanza al aire.
El perro la atrapa, la engulle y se vuelve a sentar, con sus an­
helantes ojos contemplándole a usted mientras aguarda otro
regalito.
A veces, sin embargo, el perro está tumbado en el suelo
con la cabeza entre las patas y, cuando usted sostiene la chu­
chería y le llama, él levanta la cabeza unos segundos, con
gesto aburrido en la cara, y luego vuelve a colocar la cabeza
entre las patas. Entonces usted lanza la chuchería hacia el
perro. Este se incorpora, se acerca y la huele, pero luego se
tumba de nuevo con la cabeza entre las patas y emite un
suspiro cansino.
3 4 8 • EL FIN DEL TIEMPO DE GRACIA

He aquí la razón de estas ilustraciones: Dios está cons­


tantemente intentando atraemos hacia sí (ver Juan 6: 44).
En el capítulo 6, vimos que el medio que usa Dios para
atraemos se llama gracia preveniente. Es el toque inicial en
nuestros corazones capaz de operar en nosotros el cambio
suficiente para que podamos responder a su oferta de gracia
transformadora, la cual nos trae lo que llamamos conver­
sión o nuevo nacimiento.
Pero Dios no nos forzará a aceptarle. Podemos, como el
primer perro, responder con gozosa anticipación y venir de
nuevo a buscar más. O podemos, como el segundo perro,
reaccionar con un suspiro de aburrimiento y volver a dor­
mimos. Dios pone el bocado a nuestro alcance, pero noso­
tros decidimos si lo queremos o no.
Volvamos a mirar al Edén. Aquella tarde del día en
que Adán y Eva pecaron, llegó Dios a buscarlos, llamán­
dolos por sus nombres: «Adán, Eva, soy yo: Dios. ¿Dónde
están?». La pareja culpable corrió a esconderse, pero Dios
los buscó hasta que los encontró. Ese es Dios: siempre
busca al que se aleja.
Cuando Adán y Eva estropearon la Creación, Dios podría
haberlos eliminado y podría haber empezado otra vez con
dos nuevos humanos. Sin embargo, si hubiera hecho eso, ha­
bría violado su propio principio sagrado de amor, el convenio
perpetuo que estableció antes incluso de crear a los seres hu­
manos que se iban a beneficiar con ello. Y cuando Dios creó
a Adán y Eva, fue leal hacia ellos aun cuando estropearon lo
que él había hecho. Todavía los amaba, aun siendo malos.
No iba a crear a otras criaturas mejores para que ocupasen
su lugar.
La lealtad de Dios hacia Adán y Eva -y a nosotros, sus
descendientes- era tan grande que él mismo pagó el cas­
24. El tiempo de gracia, y usted y yo • 3 4 9

tigo por nuestro pecado en la cruz, para así tener derecho


a ofrecernos la salvación, y a eliminar el pecado y la se­
paración, y a hacemos sus amigos otra vez.
Dios lleva seis mil años ofreciendo gracia y transfor­
mación a gente pecadora, y aún nos la sigue ofreciendo.
Pero el tiempo se agota. Pronto terminará el tiempo de gra­
cia, y entonces la oferta de Dios se habrá acabado para
siempre.
«Ahora es el día de salvación» (2 Cor. 6: 2).
¿Qué respuesta le dará usted?
«La [...] verdadera educación consiste en [...] que
[seamos] pensadores, y no meros reflectores de los
pensamientos de otros hombres». E. G. White, La
educación, p. 16 .

En Lo M ejo r de N uest r os Pensador es se incluyen obras


— inéditas o agotadas— de obligada lectura para to -
dos los creyentes — pastores y laicos— que no se con -
forman con ser meros «reflectores» de ideas ajenas,
por buenas que estas sean, sino que anhelan restau -
rar en sus vidas la imagen divina: «la individualidad,
la facultad de pensary hacer» (ibíd.). Son pues, todas
ellas, obras para lectores que buscan tener ideas y opi -
niones propias equilibradas, correctas y bien funda­
mentadas bíblicamente.
Lo M ejor de N uest r os Pensador es ofrece ediciones y tra -
ducciones realizadas con el máximo esmero, a un pre­
cio asequible: para que nadie se tenga que privar de
un alimento espiritual verdaderamente sólido y nutriti -
vo, además de grato a los paladares Intelectuales más
exigentes, pero con un lenguaje al alcance de todos
los públicos.
Lo M ejor de N uest r os Pensador es quiere salirse de los tri -
liados caminos de siempre, pero ajustándose en todo
momento a la sana doctrina, conforme a las Creencias
Fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo
Dia. Por eso los autores elegidos serán aquellos que
hayan demostrado suficiente madurez espiritual e
intelectual en el crisol de una formación personal y
académica, «pensadores, y no meros reflectores» de
ideas ajenas.

Otros libros de la serie


La cruz de Cristo Georger R. Knight
La naturaleza de Cristo RoyAdams
Solamente por fe Norval Pease
La venida del Consolador LeRoy E. Froom
Gracia para el oportuno socorro William G. Johnsson
La seguridad de mi salvación W oodrow W.
Whidden II
Nuestro Sumo Sacerdote Edward Heppenstall
Cristo, justicia nuestra Arthur G. Danniels
¡Usted tiene en sus manos
uno de los mejores libros escritos
i \ por M arvin Moore!

AI p e n s a r e n el fin d e l tie m p o d e g ra c ia ,

C 1 m u ch o s creyentes se pre g u n ta n :

/ ¿Q u ié n necesita u n p e rio d o p ro b a to rio y p o r q u é ?


/ ¿Q u é s u c e d e rá c o n n o s o tro s c u a n d o ya n o te n g a m o s u n in te rc e ­
sor e n el s a n tu a rio celestial?
/ ¿C uán p e rfe c to s d e b e m o s ser a n te s d e q u e lle g u e ese m o m e n to ?
/ ¿Q u ié n p o n e fin al tie m p o d e g ra c ia y c ó m o lo hace?
/ ¿Q u é tie n e n q u e v e r la m a rca d e la bestia y el sello d e Dios c o n el
fin d e l tie m p o d e gra cia?
/ ¿D e q u é m a n e ra el fin del tie m p o d e gra cia se relacio na c o n la m i­
sió n d e la iglesia?

«R ecom iendo sinceram ente El f in d el t iempo d e gr a cia a to d o s los q u e


deseen a d q u irir u n a m e jo r c o m p re n sió n d e los h e cho s c u lm in a n ­
tes del g ra n c o n flic to y del p la n d e salvación».

G e o rg e R. K n ig h t
P rofe sor e m é rito d e H isto ria d e la Iglesia
U n iv e rsid a d A n d re w s

M arvin M oore es el e d ito r d e la revista Signs o fth e Times® y a u to r d e


más de tre in ta libros. Entre sus obras publicadas re cie n te m e n te p o r este
m ism o sello e d ito ria l se e n c u e n tra n : Los desafíos d e l rem anente, ¿Será
qu e p o dría pasar? y Elju ic io investigador.
¡Usted tiene en sus manos
uno de los mejores libros escritos
por M arvin Moore!

Al p e n s a r e n el fin d e l tie m p o d e g ra cia ,


m u ch o s creyentes se pre g u n ta n :

/ ¿Q u ié n n e cesita u n p e río d o p ro b a to rio y p o r qu é?


/ ¿Q u é s u c e d e rá c o n n o s o tro s c u a n d o ya n o te n g a m o s u n in te rc e ­
sor en el s a n tu a rio celestial?
/ ¿C uán p e rfe c to s d e b e m o s ser a n tes d e q u e lle g u e ese m o m e n to ?
/ ¿Q u ié n p o n e fin al tie m p o d e g ra cia y c ó m o lo hace?
/ ¿Q u é tie n e n q u e v e r la m a rca d e la bestia y el sello d e D ios c o n el
fin d e l tie m p o d e gracia?
/ ¿D e q u é m a n e ra el fin del tie m p o d e gra cia se relacio na c o n la m i­
sión d e la Iglesia?

«R ecom iendo sinceram e nte El f in d el t iempo d e gr a cia a to d o s los q u e


deseen a d q u irir u n a m e jo r c o m p re n sió n d e los he cho s c u lm in a n ­
tes del g ra n c o n flic to y del p la n d e salvación».

G e o rg e R. K n lg h t
P rofe sor e m é rito d e H isto ria d e la Iglesia
U n ive rsid a d A n d re w s

M arvin M oore es el e d ito r d e la revista Signs o fth e Times® y a u to r d e


más de tre in ta libros. Entre sus obras publicadas re cie n te m e n te p o r este
m ism o sello e d ito ria l se e n c u e n tra n : Los desafíos de l rem anente, ¿Será
qu e po dría pasar? y Elju ic io investigador.

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