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El luto, como expresión formal de afrontar la muerte, no ha respondido siempre a los mismos
patrones estéticos. El color negro, referente en las culturas occidentales, se impone al menos
desde los tiempos de la República romana, una costumbre que perdura hoy pese a haber sido
extinta durante muchos siglos.
Equívocamente, se ha escrito mucho sobre las costumbres del luto en la antigua Roma y su
relación con el color blanco. No fue hasta el siglo II cuando un decreto imperial estableció el
blanco como color oficial del luto. Hasta entonces, el negro era el color que predominaba en la
despedida a los difuntos, ya que era el color de la conocida como toga pulla.
La posterior adopción del blanco da lugar a textos contradictorios al respecto, pero el color
negro era el de carácter oficial. Así, los magistrados llevaban la praetexta pulla, mientras las
mujeres debían renunciar a cualquier ornamento y vestían un vestido negro, la lugubria.
No obstante, el color rojo también tenía presencia en los rituales romanos. Era habitual el
sacrificio de animales para honrrar al difunto. Pero al ser ciertamente costoso para muchas
familias, se empezó a vestir al muerto con ropas de color rojo. La tradición del color rojo viene
de los tiempos del antiguo Egipto, donde se revestían de rojo los sarcófagos y la ropa del
difunto. La tierra de color ocre también se utilizaba para maquilla r a los cadaveres e incluso a
los que participaban en el luto.
El uso del color blanco, que se extendió a partir del siglo II, y fue el color habitual del luto en la
Europa medieval. Este color es hoy día el color del luto en gran parte de países asiáticos y en
muchos territorios del islam.
Existen dos acontecimientos que marcan el retorno al negro como color oficial del luto. En
España, la muerte del príncipe Juan en 1497 llevó a la aprobación por parte de los Reyes
Católicos de la «Pragmática de Luto y Cera», un conjunto de leyes en la que se recoge
específicamente que el color negro debe ser el de la indumentaria. Esta legislación también
prohibía la manifestación desproporcionada del dolor, por lo que también se prohibieron las
plañideras, mujeres contratadas para ir a llorar a los funerales, una tradición que se remontaba
al antiguo Egipto.
La Pragmática iba mucho más allá y establecía normas muy estrictas. Obligaba por ejemplo a
las viudas a permanecer el primer año tras el fallecimiento encerrada en un a habitación
tapizada de negro en la que no podía entrar la luz. En el año 1729, Felipe V vino a limitar parte
de estas normas. Rebajó a seis los meses de encierro de la viuda y restringió el uso del negro
al interior de las viviendas. El otro acontecimiento que precipitó la vuelta al negro fue el funeral
de Carlos VIII, en el que su esposa, Ana de Bretaña, se vistió completamente de negro.
En este caso hablo del famoso moño negro que observamos cuando nuestros contactos "nos avisan"
(por así llamarlo) que alguien cercano a ellos falleció.
Por ejemplo, poner un moño negro a las afueras de una casa es una costumbre muy antigua,
representa el respeto hacia la persona que falleció. De esta manera se está avisando a los vecinos
que alguien que vivía en el domicilio estiró la pata. En este caso, colocar el moño negro es mejor idea
que poner un letrero en nuestros hogares con la triste noticia ¿cierto?
Durante muchos años los moños han sido símbolo de muchas luchas y conmemoraciones, pues esto
depende de los colores que se utilicen en el moño.