Vous êtes sur la page 1sur 3

Abril

La cartografía del mundo está trazada por las huellas de sus propias
constructoras. Agrietadas por la erosión del tiempo, éstas huellas se desplazan
de una memoria a otra perdiendo nitidez -como el eco de una voz que rebota una
y otra vez entre las paredes pelonas de los edificios en construcción hasta
perderse definitivamente-. Pero hay de huellas a huellas: por un lado están
aquellas que todos observamos porque construyen el corpus visible de las
naciones; y por el otro están esas otras huellas paralelas, las no oficiales, las que
dibujan los contornos de las microhistorias que han construido el alma misma de
las sociedades: los pueblos indígenas y su eterna lucha, los movimientos
campesinos y las revoluciones obreras, los octubres y los junios de los
estudiantes, los bordados y los silencios de las madres y los padres de las
desaparecidas y los asesinados, las ciudades perdidas en los cinturones de
miseria…

De entre aquellas huellas resalta una: la del Campamento 2 de Octubre, colonia


fundada en un ejercicio dolorosamente común en la mayoría de los países
latinoamericanos que implica la toma de tierras por parte de migrantes urbanos
y rurales, y su permanencia en ellas mediante acciones de resistencia y
organización comunal sin exentar las piedras y los palos de una ecuación por
demás confusa. Y es que si bien las huellas de esta colonia han sido consumidas
por el asfalto de la ciudad y sus voces enterradas entre el griterío del progreso,
aún hay quienes deciden rastrearlas, seguirlas, andarlas a la par desde un tiempo
distinto para después decirlas y ponerlas a la vista de quien quiera mirar.

Desde ahí viví el evento “Abril” en el Campamento: desde la resonancia


histórica de su paso por la vida, desde el atestiguar las huellas rescatadas a
través de la interacción con sus paisajes y su gente con el fin de ubicar la historia
y revelarla, poner el origen en el horizonte de quien mira y, así, continuar la
leyenda de la colonia. Porque, ¿qué es la historia si no una leyenda transmitida a
lo largo de los años, impregnada de la vivencia de quienes la cuentan,
contaminada por sus propias subjetividades? Rastrear las migajas de la historia
es entrar en una zona de excepción del tiempo: porque dicha historia ha sido
repetida tantas veces por tantas voces, que el real origen ya no es uno, sino
muchos, miles, tantos como el número de ecos de aquel suceso primigenio.
Entonces todo se fragmenta, se astilla, se dispersa por las paredes que contienen
la resonancia de la primera voz y se imprime en la memoria colectiva sin orden
alguno.

El trabajo realizado por La Comuna se adivinaba arduo en tanto que fueron –y


siguen siendo- coleccionistas de reflejos. Sin embargo, algo sucedió en la
narrativa del evento: se percibía difusa ante la intensión de impregnar de cierta
continuidad un ejercicio de recuperación de la memoria. Ahí se encontraban
puestos elementos muy poderosos que se transformaban en herramientas de
reconstrucción del presente: el muro con las dos cronologías de la historia del
campamento –de un lado la historia oficial que daba cuerpo, y del otro los
testimonios de las mujeres que aún perviven del génesis de la colonia y que
dotan de alma lo otro representado-, la exposición de las ficciones periodísticas a
partir de fotografías de la colonia misma, el cuadro realizado por las y los niños
asistentes que sintetizaba la historia completa de la colonia, las maquetas, el
“mensaje” de Inuk, el Museo del Uso Imaginario, el concierto y el taller de
muñecas de Doña Julia; cada acción comprendía la puesta en marcha de una
reconfiguración en el imaginario de los habitantes del Campamento y la inclusión
en él de aquellos que éramos ajenos a la comunidad; pero algo faltó, algo impedía
ver la cartografía en su totalidad y que al final todo mutara en empuje para la
reescritura de un futuro posible desde la colectividad y la horizontalidad
consciente.

Por otro lado, el evento como generador de conocimiento resultó sumamente


eficaz por la inclusión de varios niveles de subjetividad en el ejercicio del
receptor1 en tanto constructor del todo, y que encontraba en la excepción una
zona de autonomía temporal que dejaba patentes veredas de tránsito sobre las
cuales se construyeron nuevos imaginarios. Lo anterior tuvo una presencia muy
clara durante el taller de Doña Julia: el conocimiento compartido logró
trascender muchas líneas de tiempo que iban desde la historia de cuándo y por
qué comenzó a hacer esas muñecas, hasta la movilización de las manos de niños
y niñas de –adivino- 7 años. Esta fuga temporal trazó vectores que se
extendieron más allá del marco del evento, e incluso de las fronteras de la
colonia (la que yo realicé, por ejemplo, me observa ahora desde la mesita de mi
sala esperando revivir en otras manos para habitar otras casas en otros futuros
posibles). Las muñecas de Doña Julia, con su técnica de manufactura, ahora
forman parte del conocimiento colectivo de todos aquellos que asistimos a
“Abril”.

Así mismo, el Museo del Uso Imaginario encontró en las niñas y los niños
hábitats de posibilidades múltiples vueltas juegos de creatividad a partir de una
realidad dolorosa como lo es la basura acumulada en las áreas comunes de la
colonia, y que ahora pueden observar desde otro ámbito para, quizás,
transformarlo todo, justo como lo hicieron los otros pequeños, al inicio del
evento, cuando reinterpretaron en un solo cuadro la historia completa del
campamento a la voz de “¡Viva el Campamento 2 de Octubre!”. Ahí estuvo la
reapropiación, ahí estuvo el pequeño acto de rebeldía que deshizo las barreras
que dividen el pasado, el presente y el futuro.

Ahora, al hacer este ejercicio de reflexión y tratar articular palabras para


compartir mi experiencia, me es imposible desprenderme de mi proyecto de
maestría sobre la comunidad desalojada en la colonia Santa Catarina de Tláhuac.
Ambos universos, harto distantes en cartografía, comparten estigmas de una
realidad que aplasta las narrativas colectivas de estas comunidades: la lucha por
la supervivencia, la adaptación salvaje a una urbe que se empeña en expulsar y
ocultar sus voces, el paisaje plagado de torres eléctricas y camellones solitarios,
el partidismo político mesiánico encarnado en el PRD… Pasado y futuro, Santa
Catarina y 2 de Octubre son el presente de una ciudad que ha echado asfalto

1Aquí hago uso del termino acuñado por Suley Rolnik que intercambia la noción de “espectador”
por el de “receptor” en aquellas experiencias que vinculan la interacción entre las subjetividades
del que hace y el que ve, transformando al último en hacedor directo del hecho escénico.
sobre el suelo en que las raíces luchan por sostener un tronco que va
encontrando rendijas por dónde crecer.

Bruno Ruiz

Vous aimerez peut-être aussi