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La cartografía del mundo está trazada por las huellas de sus propias
constructoras. Agrietadas por la erosión del tiempo, éstas huellas se desplazan
de una memoria a otra perdiendo nitidez -como el eco de una voz que rebota una
y otra vez entre las paredes pelonas de los edificios en construcción hasta
perderse definitivamente-. Pero hay de huellas a huellas: por un lado están
aquellas que todos observamos porque construyen el corpus visible de las
naciones; y por el otro están esas otras huellas paralelas, las no oficiales, las que
dibujan los contornos de las microhistorias que han construido el alma misma de
las sociedades: los pueblos indígenas y su eterna lucha, los movimientos
campesinos y las revoluciones obreras, los octubres y los junios de los
estudiantes, los bordados y los silencios de las madres y los padres de las
desaparecidas y los asesinados, las ciudades perdidas en los cinturones de
miseria…
Así mismo, el Museo del Uso Imaginario encontró en las niñas y los niños
hábitats de posibilidades múltiples vueltas juegos de creatividad a partir de una
realidad dolorosa como lo es la basura acumulada en las áreas comunes de la
colonia, y que ahora pueden observar desde otro ámbito para, quizás,
transformarlo todo, justo como lo hicieron los otros pequeños, al inicio del
evento, cuando reinterpretaron en un solo cuadro la historia completa del
campamento a la voz de “¡Viva el Campamento 2 de Octubre!”. Ahí estuvo la
reapropiación, ahí estuvo el pequeño acto de rebeldía que deshizo las barreras
que dividen el pasado, el presente y el futuro.
1Aquí hago uso del termino acuñado por Suley Rolnik que intercambia la noción de “espectador”
por el de “receptor” en aquellas experiencias que vinculan la interacción entre las subjetividades
del que hace y el que ve, transformando al último en hacedor directo del hecho escénico.
sobre el suelo en que las raíces luchan por sostener un tronco que va
encontrando rendijas por dónde crecer.
Bruno Ruiz