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En 1635, el cardenal Richelieu, todopoderoso valido del rey Luis XIII, le pide que se una
a la “sociedad de cinco autores”, a la que encomienda la misión de de ilustrar el teatro francés.
A partir de entonces, se lanza a la tragedia, género serio que resulta del agrado del
público. Escribe Horace, Cinna, Polyeucte, todas con gran éxito.
En 1641, a los 35 años, se casa con Marie de Lamperière, que le dará siete hijos. Pero
las muertes de Richelieu y de Luis XIII le obliga a buscar nuevos protectores. El nuevo ministro,
el cardenal Mazarino, le concede una pensión.
Reconocido como el más grande autor de teatro de su tiempo, “Prince des Auteurs”, es
elegido para la Academia en 1647.
Entre 1648 y 1652, Francia vive un periodo convulso, con la sublevación de los nobles
contra el poder real: es la época de la Fronda / la Fronde. La carrera literaria de Corneille sufre
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algunos reveses. Decide aislarse y dedicarse a la traducción de una obra religiosa latina, La
imitación de Cristo, que será un gran éxito en las librerías.
A partir de 1656, tras la Fronda, vuelve al teatro y acepta escribir una tragedia
espectacular, La Conquête de la toison d’or.
En 1659, estrena con éxito Edipo, tragedia escrita por petición de Fouquet, ministro de
finanzas de Luis XIV. Comienza así un periodo de vida mundana, bajo la protección del rey y sus
ministros. Conoce a Molière, escribe sin cesar tragedias y hace publicar en una edición de lujo
su obra teatral conjunta.
Pero desde 1667, la supremacía del “Gran Corneille” entra en competencia con autores
más jóvenes, especialmente Racine, cuya gloria ascendiente le hace sombra, autor de obras
maestras como Britannicus, Andromaque, Phèdre.
Corneille continúa revisando sus textos y publica, en 1683, una última edición de sus
obras completas, que cuenta con 33 obras teatrales.
Este es, grosso modo, el argumento de Le Cid, de Corneille, inspirado en Las mocedades
de Rodrigo (1621), del valenciano Guillén de Castro. Una obra que resultó polémica desde el
principio, un gran éxito para el público, pero cuestionada seriamente por otros autores, celosos
del triunfo de su gran rival. Una tragedia que se fija en el ciclo del Cid joven, distinto del ciclo
de la vejez del héroe, que nos es más familiar gracias al Poema de Mio Cid.
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vez, eran sensibles al amor imposible de Rodrigo y de Jimena, que un destino trágico
amenazaba.
La Querelle du Cid es tan famosa como la obra de Corneille. Fecha mayor de la historia
literaria, gracias a los debates que originó, llevó a fijar las reglas del teatro clásico y se abrió el
camino a las grandes tragedias del propio Corneille, seguido después por otro gran dramaturgo,
el jansenista Jean Racine. La Querella marcó la transición de la tragicomedia a la tragedia, del
arte barroco, atormentado y fantasioso, al arte clásico dominado por la mesura.
Le Cid de Corneille es una de las obras imprescindibles del repertorio teatral francés. El
público siempre ha sido receptivo con sus héroes, divididos entre la razón y la pasión, pero
finalmente dueños de sí mismos y actores de su propio destino.
Estructura de Le Cid
Como podemos ver, no es una tragedia al uso, con final sangriento y desgarrador, sino más
bien una tragicomedia, pues tiene un final feliz.
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Contexto histórico de Le Cid
La guerra con España había comenzado en 1635, los españoles habían invadido Francia
desde el norte, desde Flandes, que pertenecía al Imperio español por entonces. Se encontraban
a tan solo cien kilómetros de París. Pero Richelieu, ministro de Luis XIII, ordena un contrataque
eficaz que pone al enemigo en fuga. En la obra, el asalto de los moros, rechazado por Rodrigo,
se corresponde con este hecho histórico.
En cuanto a la prohibición de los duelos, se debió a que hacía perder al Estado a sus
mejores hijos y, además, debilitaba el poder real. Así que Richelieu los prohibió, pero la nobleza
no siempre obedecía sus leyes. Rodrigo tiene dos duelos en la obra: en el acto II, con el padre
de Jimena, al que mata; y con don Sancho, en el acto V, al que vence, pero no mata.
La obra tiene también mucho de exaltación del poder del rey contra los privilegios de la
nobleza: es el rey quien permite definitivamente el final feliz, la boda entre Jimena y Rodrigo.
Estamos asistiendo al nacimiento de la monarquía absoluta francesa, perfectamente encarnada
por el monarca que siguió a Luis XIII: Luis XIV, el Rey Sol. En la obra, el representante de esa
nobleza altiva y feudal es el conde de Gormaz, mientras que Rodrigo encarna al héroe fiel y
obediente a su señor.
En cuanto a las fuentes literarias de Corneille, es evidente que conocía la historia del Cid y la
comedia de Guillén de Castro Las mocedades de Rodrigo (1621). Rodrigo (Ruy) Díaz de Vivar,
nacido en Vivar (Burgos), fue un caballero cristiano del siglo XI, que se casó realmente con su
prima Jimena y que pronto entró en la leyenda. Los musulmanes lo llamaron Cid Campeador, el
señor que campea o gana en las batallas. Su figura dio lugar a innumerables obras literarias,
entre ellas el famoso Poema de Mio Cid.
Pero Corneille se inspiró sobre todo en Guillén de Castro, el cual era discípulo de Lope
de Vega y, por tanto, partidario de un teatro popular y antinormativo. Su obra está escrita en
verso, como todo el teatro clásico español, y es una comedia, es decir, tiene final feliz. Por
supuesto, mezcla tonos y elementos: lo clásico y lo popular, lo trágico y lo cómico, los metros de
distinta medida (polimetría). Lo que hace Corneille es simplificar la obra española y someterla
al gusto francés, adaptándola a las reglas teatrales allí en uso y manteniendo también el verso.
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El género de Le Cid
Corneille escribió una tragicomedia en 1637, pero algunos años más tarde, en 1648, cuando
preparó cuidadosamente la edición de sus obras completas, rebautizó la obra como tragedia.
¿Por qué?
A comienzos del siglo XVII, el teatro cortesano conocía dos grandes géneros: la
tragicomedia y la tragedia. Entonces triunfaba el arte barroco, que privilegiaba el movimiento,
la fantasía, la inverosimilitud, la libertad creativa; de ahí que la tragicomedia, con sus intrigas
complicadas, sus peripecias que hacían reír y llorar, sus mezcolanzas de tonos y estilos y su
desenlace feliz fuese la preferida: principalmente, buscaba divertir o entretener.
Pero poco a poco, el gusto evolucionó hacia el arte clásico, dominado por la razón y la
tragedia fue valorada como el género por excelencia, el único digno de la nobleza y de los reyes,
un género vuelto hacia lo serio, que no quiere hacer reír, inclinado a la historia antigua y a los
mitos, poniendo en escena a unos héroes a los que somete a situaciones dramáticas y a los que
enfrenta a un destino riguroso, mortal en la mayoría de las ocasiones, y con un final
desgraciado. El espectáculo trágico debía provocar en el espectador un sentimiento de temor y
de piedad mediante la exposición de las pasiones humanas: la famosa catarsis (o depuración).
Así, se considerará a la tragedia como el género más difícil y el que mejor conviene a la
nobleza y la realeza, un género sometido a reglas estrictas que los autores fijarán a partir de
1630 y entre las cuales las más famosas son:
La regla de la unidad de tiempo obligaba a los autores a que la acción debía transcurrir
en no más de 24 horas. Le Cid sigue esta norma, pero ello obliga a Corneille a acumular en poco
tiempo una cantidad increíble de acontecimientos: dos duelos y la derrota de la armada mora…
¡en un solo día! La obra de Guillén de Castro sucedía en tres años.
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La regla de la verosimilitud afirma que lo representado en escena debe ser creíble. Si la
realidad de un suceso pasado es cuestionable, vale más sustituirlo por uno inventado, pero
verosímil. Los enemigos de Le Cid atacaban la obra acusándola de poco creíble.
La regla del decoro obligaba a suprimir de la escena aquello que pudiera chocar al
público: batallas sangrantes, duelos, violencias de todo tipo, ataques a la moral o a la religión…
En Le Cid, Rodrigo mantenía dos duelos y visitaba dos veces a una mujer de luto, Jimena, que
no era su esposa. Además, se relataba detalladamente la batalla contra los moros y se mostraba
en escena la bofetada que el conde de Gormaz daba a don Diego.
En 1637, cuando Corneille publicó Le Cid, tituló su obra tragicomedia. Sus enemigos le
acusaron de no haber escrito una buena tragedia. En realidad, con la obra lo que hizo fue
aprender cómo debería escribirlas para gustar al público de su tiempo. En Le Cid aún Corneille
duda entre los dos géneros en boga de su tiempo. Pero tras la Querella -y un tiempo de
reflexión- volvió a las tablas con más maestría de su oficio.
Sin embargo, cuando editó sus obras completas, en 1648, cambió el título de
tragicomedia por tragedia, pues sabía que, para el público de su tiempo, esta era muy superior
en dificultad y consideración a aquella. Él defendía, quizá por pundonor, o por cabezonería, que
su obra Le Cid era una tragedia, y realizó en ellas cuantos cambios pudo para aproximarla a ese
modelo. Aunque claramente tiene varias características de la tragicomedia:
acumulación de acontecimientos,
golpes de efecto (como la bofetada, las visitas de Rodrigo a Jimena, las falsas
alarmas por la muerte del héroe),
cambios de decorados,
final feliz (boda de Jimena y Rodrigo).
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