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Desde el momento en que se acepta la posibilidad de que dos cosas pueden compartir el mismo nombre
y la misma definición, se hace imperativo entender cómo esos seres pueden todavía ser diferentes y de
algún modo distinguibles. Aristóteles tiende a pensar esa distinción, ya como una distinción conceptual
(las especies respecto de los géneros), ya como una distinción numérica (los individuos respecto de la
especie). Pero, consciente o inconscientemente, hay usos que hace del término que no se ajustan tan
fácilmente a esa tabulación de la diferencia. Pienso el caso de las partes y el todo, pero también el de un
continuo y sus límites. Lo mismo pasa con lo propio en Porfirio. Un cierto carácter transversal, por
oposición a la verticalidad de las relaciones de género y especie, que abre la posibilidad de pensar la
sinonimia de otra manera, sin recaer en su sistemática reducción a las relaciones de género y especie.
Pensar el ser como propio. Tal vez esta sería una manera de acercarse a la afirmación de la univocidad del
ser. ¿Cómo actúa entonces la diferencia? ¿De qué modo hacer las distinciones entre estas cosas que
comparten un mismo concepto y un mismo nombre? Estas pequeñas lagunas en los textos aristotélicos no
nos parecen poca cosa. Al menos desde que buscamos la posibilidad de pensar la sinonimia del ser, la cual
debe plantearse, necesariamente, más allá de las relaciones del género y la especie, de la diferencia
numérica y la diferencia específica.
por Espinosa, e incluso por Gilles Deleuze, pero las tradiciones
mayores de la filosofía, asombradas por el riesgo del panteismo, han
rechazado la univocidad como una hipótesis excesiva (no pudiendo
concebir que el ser pueda decirse del mismo modo y en el mismo
sentido de Dios y de las criaturas, ni que la realidad no esté
estructurada según grados y jerarquías).
Más cerca nuestro, Pierre Aubanque ha propuesto la
univocidad apenas como un concepto límite: “la homonimia del ser
debe suprimirse, pero eso sólo puede hacerse mediante una
investigación indefinida, y esa infinitud de la investigación revela a
un tiempo la exigencia de univocidad y la imposibilidad de
alcanzarla”.
3) Unidad análoga entre lo ontológico y lo teológico (que
corresponde a lo que en Aristóteles aparecía como homonimia no
accidental). Aristóteles distingue tres casos de homonimia no
accidental. En primer lugar, está lo que se dice de muchas maneras
porque procede de un término único. En segundo lugar, está lo que
tiende a un término único. Y, en tercer lugar, lo que se dice por
analogía (como cuando decimos que la inteligencia es al alma como
la vista al cuerpo).
En la edad media, por otra parte, hay una doble especificación
de la analogía. La unidad analógica se dice, en primer lugar, como
«convenientia proportionis», en el caso de una relación simple entre
dos términos (de un número entero a la unidad, por ejemplo), o más,
siempre que estén todos directamente referidos a un término único,
comprendido dentro o fuera de la serie; entonces se denomina
analogía de proporción, analogía de atribución o, en fin, analogía de
referencia (intrínseca o extrínseca según el término de referencia
pertenezca o no a la serie). En segundo lugar, la unidad analógica se
dice como «convenientia proportionalitatis», y es el caso de una
similitud entre relaciones, o, para ser más precisos, de una relación
entre relaciones (así, por ejemplo, hablando del principio, se dice
que la unidad es al número como el punto es a la línea); la
denominación correspondiente es analogía de proporcionalidad.
Tomás no parte de la unidad por referencia a un primero para
extender luego la analogía hasta la proporción entre cuatro
términos, sino que extiende el sentido original del término analogía,
de la proporción que designa originariamente a la unidad de orden;
la unidad proporcional resulta de la unidad de orden como una
función dialéctica de su fundamento ontológico.
En la unidad análoga hay ciertamente unidad de nombre, pero
a esa unidad se suma una cierta unidad de significación, entendida
ahora en el sentido de que el nombre se toma con una significación
que es parcialmente la misma y parcialmente distinta al aplicarse a
una y otra cosa: cuando se dice que «lo finito es ente» y que «lo
infinito es ente», la significación ligada al predicado es semejante,
pero semejante en sentido estricto, porque es en parte igual y en
parte desigual, que eso es lo que quiere decir semejante en sentido
estricto.
Y, ciertamente, la tradición mayor o escolástica de la metafísica
ha tendido a pensar que entre lo ontológico y lo teológico hay una
unidad de este tipo, una unidad de analogía (de analogía de
proporción o de proporcionalidad, según las interpretaciones),
atribuyendo a la metafísica, por tanto, una especie de objeto que se
despliega ya de Dios a las criaturas, ya de las criaturas a Dios, ya
formando un círculo que se agota en sí mismo.
Luego, cuando se habla del fin o de la muerte de la metafísica
(y de la filosofía), de lo que se trata es del fin o de la muerte de esta
concepción de la metafísica que tiene por objeto distintas formas de
un ser análogo.