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VIOLENCIA EN GUATEMALA

Guatemala está atravesada por un sinnúmero de expresiones violentas. En muy buena medida a
partir de las matrices de opinión generadas por los medios masivos de comunicación, tiende a i-
dentificarse "violencia" con "delincuencia". Pero la realidad es mucho más compleja que esa
simplificación. Esa identificación es, cuanto menos, errónea, si no producto de una interesada
manipulación. Los poderes fácticos, en mayor o menor medida, se siguen beneficiando de ese
clima generalizado de violencia. Combatir las violencias implica desmontar esos poderes; es decir:
una tarea tanto política como sociocultural. Para ello el fortalecimiento del Estado juega un papel
crucial e imprescindible.

La situación actual

La violencia constituye un problema de salud pública. La Organización Mundialde la


Saludconsidera que existe una epidemia en términos sanitarios cuando se da una tasa superior a
los diez homicidios por cada 100.000 habitantes en un período de un año (OMS, 2002). En
Guatemala esa tasa se encuentra en el orden de los 40 homicidios, con un índice de 13 muertes
violentas diarias promedio. De mantenerse esta tendencia, en los primeros 25 años luego de la
firma de los Acuerdos de Paz en 1996 que pusieron fin a una guerra que, según el Informe de la
Comisiónpara el Esclarecimiento Histórico, costó la vida a alrededor de 250.000 personas (CEH,
1998), el número de muertos superará al registrado en esas casi cuatro décadas de
enfrentamiento armado, período en el que el promedio de muertes diarias era de diez. "La
violencia es una de las amenazas más urgentes contra la salud y la seguridad pública", afirma el
mencionado organismo técnico de Naciones Unidas. Con estas estadísticas se considera que la
situación en Guatemala está en una condición de gravedad particularmente sensible y
preocupante. Sin ánimos de ser pesimistas ni agoreros, técnicamente se puede decir que desde el
punto de vista de la seguridad y la convivencia cotidiana, ahora la sociedad está en una situación
comparativa que no es sustancialmente mejor que durante el conflicto armado. Aunque
formalmente no hay guerra, la percepción dominante hace sentir la vida cotidiana como que sí,
efectivamente, se vivieran un clima quasi bélico.

Y si no se está "peor", al menos la actual explosión de violencia abre inquietantes interrogantes


sobre la sociedad post conflicto que se está construyendo y las perspectivas futuras. En ese
sentido, preocupan altamente dos cuestiones: de hecho, las causas estructurales que pusieron en
marcha ese enfrentamiento interno en la década de los ‘60 en el siglo pasado no han cambiado, a
lo que se suma la pesada carga dejada por uno de los más sangrientos conflictos internos con
características de "guerra sucia" que vivieron las sociedades latinoamericanas en el marco dela
GuerraFría, secuelas que han sido muy poco abordadas, lo que refuerza una cultura de impunidad
ya histórica en el país. En ese escenario, la debilidad estructural del Estado obra como un
elemento que, en vez de facilitar procesos, los complica especialmente.

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