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LECTURAS POLÍTICAS

La promesa de paz cambiaria que hacía el Central el mes pasado terminó


en una devaluación descontrolada
Hoy un juramento, mañana una traición
En una jornada caótica, el dólar subió casi dos pesos para alcanzar el nuevo
record de 23,30. Frente a la aceleración de la corrida, el BCRA subió la tasa
otros tres puntos y sacrificó 451 millones de dólares. Pero nada de eso
alcanzó.
Federico Kucher
El Banco Central no le encuentra la vuelta. Las presiones cambiarias subieron
en forma exponencial y la jornada de ayer fue caótica. El dólar minorista
cerró en 23,30 pesos, con una suba del 8,3 por ciento, es decir de 1 peso y 78
centavos. El mayorista finalizó en 23 pesos, subiendo 1 peso y 80 centavos. La
autoridad monetaria vendió reservas y subió 3 puntos la tasa de interés de
referencia, hasta 33,25 por ciento, pero no pudo frenar la corrida. El viernes
pasado ya la había elevado de 27,25 a 30,25 por ciento sin que tampoco
tuviera efecto para evitar la devaluación. Las Lebac en el mercado secundario
tocaron el 38 por ciento, unos 10 puntos más que la semana pasada. Es un
rendimiento equivalente al de principios de 2016, cuando se liberaron los
controles cambiarios y la economía comenzó a inundarse con el ingreso de
capitales especulativos del exterior. Son los mismos fondos que en el último
mes se fueron sin aviso del mercado interno y ahora el Central busca
convencer con altas tasas para que vuelvan. En el Gobierno, aunque es cada
vez más fuerte el rumor de reemplazo del ministro de Hacienda, Nicolás
Dujovne, ningunean las tensiones económicas y afirman que el Central las
tiene bajo control. No parece. La dolarización es estructural y frenarla
subiendo las tasas de interés solamente es patear la crisis para adelante.
Los números de la corrida de las últimas dos semanas impresionan. El tipo de
cambio pasó de 20,50 a 23,30 pesos, lo que equivale a una suba de 13,7 por
ciento. Desde inicios de año la cotización aumentó 24,6 por ciento y en los
últimos 12 meses ascendió al 49,4 por ciento. Sorprende pero el Central
todavía considera posible cumplir la meta de inflación del 15 por ciento para
2018. Ayer insistió que su prioridad es cumplir ese objetivo a través de un
comunicado de política monetaria. El directorio de la entidad se reunió por
segunda vez en diez días por fuera del cronograma habitual para modificar la
tasa de referencia. La elevó en 300 puntos básicos hasta 33,25 por ciento,
cuando a inicios de abril era de 27,25 por ciento. “No se prevén
depreciaciones significativas del peso en los próximos meses”, decía en otro
comunicado la autoridad monetaria a mediados de abril, totalmente al
margen de la estampida que se estaba gestando.
La decisión del BCRA impactó en las tasas de las Lebac, que volvieron a
negociarse con un rendimiento del 38 por ciento. La cifra es idéntica a la que
ofreció Sturzenegger cuando asumió su gestión. En la city indicaron a este
diario que en el mercado van a generarse dos tipos de apuestas. Con el dólar
a 23 y tasas del 38 por ciento algunos fondos se tentarán y volverán a las
Lebac. Son los que piensan que el Central cambió la estrategia cambiaria y
hoy dejó subir más de lo necesario el tipo de cambio. El objetivo sería, una
vez tranquilizada la corrida, salir a vender divisas en cantidad para hacer
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bajar la cotización y castigar a los que compraron arriba de 23. El otro grupo
de inversores, que son principalmente grandes fondos del exterior con
capitales de riesgo en distintos países emergentes, apuestan diferente. Ante
la debilidad económica del país endurecen la negociación y pretenden al
menos 5 puntos más de tasa en pesos para traer sus capitales. Esto equivaldría
a tener una de tasa de pases de 38 en lugar del 33 por ciento y las tasas de las
Lebac por arriba del 40 por ciento.
La tensión económica es notable. No importa dónde se fije el nuevo piso de
las Lebac. La meta de inflación del 15 por ciento y tasa de interés arriba del
38 equivale a ofrecer ganancias reales de casi 25 por ciento para que los
capitales especulativos se interesen en el país. El riesgo argentino está en
niveles muy altos. Incluso en 2016 tras unificar el mercado cambiario el
rendimiento real de las Lebac fue menor. En estos dos años hubo un fracaso
de la estrategia monetaria y cambiaria, lo cual se potenció en los últimos dos
meses cuando se intentó manipular el dólar.
El Central comenzó a principios de marzo a intervenir en el mercado
cambiario para mantener la cotización debajo de 20,50 pesos y cometió un
grave error de diagnóstico. Supuso que sólo con reservas le iba a alcanzar para
manejar el precio del dólar pero lo que hizo fue potenciar la expectativa de
devaluación del mercado. A partir de ese momento sacrificó reservas
internacionales en forma record, alcanzando a ofrecer picos de hasta 1472
millones de dólares diarios. En la jornada de ayer el Central intervino con 451
millones de dólares y acumuló ventas por 7839 millones en los últimos dos
meses.
El peso fue la moneda que más se devaluó en lo que va de este año a nivel
mundial. Los datos fueron publicados por la agencia financiera Bloomberg y
muestran no sólo la falta de pericia del Central para manejar el dólar, sino el
efecto nocivo de abrir la economía en forma indiscriminada a los flujos
financieros internacionales. El menor optimismo de los inversores a nivel
global llevó a que los países emergentes registren tensiones con sus monedas
en los últimos meses pero ninguno anotó distorsiones en la magnitud de la
Argentina. El dólar aumentó en lo que va del 2018 cerca del 25 por ciento,
liderando un podio que se completa con la devaluación de más del 10 por
ciento del rublo ruso y del 9 por ciento de la lira turca.
Los consultores argentinos son doctores en corridas y no dudaron en
aprovechar este clima de incertidumbre cambiaria para difundir entre sus
clientes (bancos, grandes empresas exportadoras, importadores, entre otros)
los cálculos sobre cuánto debería costar el dólar y por qué. Son números sin
importancia conceptual pero que vale la pena registrarlos porque marcan el
ritmo de las expectativas de la city. Las consultoras más optimistas hablan de
un dólar cercano a 24 pesos. Dicen que ese precio permitiría recuperar la
competitividad cambiaria de abril de 2016, cuando el tipo de cambio se
estabilizó tras la eliminación de los controles.
Las cuentas que hacen los consultores pesimistas son un poco más extremas.
Suman igual que en la convertibilidad los pasivos monetarios y los dividen
sobre la cantidad de reservas que tiene el Central. Se trata de otra forma de
pensar la paridad del peso contra el dólar. Hay unos dos billones de pesos en
pasivos monetarios (1 billón de base monetaria y 1 billón de Lebac) y unos 55
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mil millones de dólares de reservas. Esto arroja una cotización de 39 pesos


por dólar. Pronosticar que el dólar llegue a esas cifras es ilógico. Sería hacer
futurología. Pero es claro que este dólar de convertibilidad, que es 16 pesos
más alto que la cotización actual, marca las serias distorsiones del mercado
interno en términos macroeconómicos.
Las corridas cambiarias no son racionales y la Argentina experimentó más de
una vez a lo largo de su historia situaciones de overshooting. Esta es la
palabra que se usa en la jerga de los economistas para hablar de subas
desproporcionadas del dólar como la del 2002, cuando hubo un salto inicial de
1 a 1,4 pesos y al poco tiempo se disparó a 4. Parece difícil un escenario igual
en el muy corto plazo con un Banco Central que todavía tiene 10 puntos del
PBI en reservas y está dispuesto a seguir vendiéndolas casi sin miramientos.
Pero el gran problema no es el dólar en mayo o en junio sino cómo se moverá
en el mediano plazo y eso lo definen las falencias estructurales de la
economía, que se vienen haciendo cada vez más profundas.
La Argentina no genera divisas genuinas por exportaciones ni por la llegada de
inversiones productivas, tiene sobre dependencia de la deuda externa
(imposible de mantener en el tiempo), se agranda el déficit comercial,
aumenta la fuga de capitales, la inflación no desacelera y la tasa de interés
volvió a ser una de las más elevadas del mundo en términos reales. Es
imposible que una economía crezca en forma sustentable en estas
condiciones. La suba de la tasa puede generar una nueva llegada de capitales
especulativos pero el resultado es un círculo vicioso. La lección es que estos
inversores de corto plazo se cansan, aprietan un sólo botón de sus
computadoras y se van sin mirar quién maneja el Banco Central ni el
ministerio de Finanzas ni la Casa Rosada. Y para volver pedirán tasas mucho
más elevadas que el 38 por ciento.

Infelices ilusiones
Claudio Scaletta
El nuevo consenso de los economistas oficialistas y para-oficialistas, esa
amplia franja de consultores que se nutren de fuentes como la Universidad
Torcuato Di Tella, una usina ortodoxa apenas más sofisticada que la
noventista CEMA, sostiene que, con tipo de cambio flotante no hay que
preocuparse por la restricción externa (escasez de dólares), dato que
presupone una entrada de capitales siempre abundante (o un dólar a 1000).
Estas ideas simples son las que nutrieron las esperanzas de Cambiemos desde
que asumió el gobierno. Se creía que el poder económico global, al conocer la
nueva existencia de una administración amistosa, apostaría por la nueva
Argentina desencadenando una lluvia de inversiones que, al madurar,
conjuraría la dependencia crónica de dólares.
La tarea del gobierno consistía en cambiar las reglas para la rentabilidad del
capital y, especialmente, financiar la transición recurriendo a los mercados
internacionales. Esa fue la racionalidad de pagar a los buitres sin chistar para
poder empezar a endeudarse lo más rápido posible. El proceso sería ayudado
por el carry trade, la bicicleta financiera, que aportaría la entrada de dólares
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financieros. Deuda más dólares financieros, entonces, deberían traducirse en


un tipo de cambio estable. A la vez, un dólar estable resultaba una condición
necesaria para una macroeconomía equilibrada, ya que el tipo de cambio es
uno de los tres principales precios relativos de la economía, junto con salarios
y tarifas.
Obviando la discusión sobre las graves dificultades teóricas de estas líneas de
argumentación, los hechos no se sucedieron según lo esperado. Al comienzo
todo funcionó acorde a lo programado. Efectivamente, mercados financieros
globales altamente líquidos le abrieron al país la posibilidad de endeudarse,
aunque a tasas suculentas en la comparación regional, mientras que las
condiciones de altísimas tasas internas en pesos y dólar estable fueron el
contexto ideal para la bicicleta. El problema fue que mientras en el mundo
financiero todo marchaba sobre ruedas las inversiones no derramaban a la
economía real, que nunca comenzó a aumentar la generación de dólares
genuinos. Ya en el tercer año de gobierno lo único que se avizora es la
continuidad de déficits de cuenta corriente. En concreto la demanda futura
de dólares prestados será mayor, no menor. En abril se conoció que ni siquiera
el FMI cree en las súper optimistas proyecciones de estabilización de la
relación deuda/PIB a partir de 2020.
Luego, los capitales financieros no se guían solamente por los análisis de largo
plazo, sino fundamentalmente por la rentabilidad esperada en el corto.
Frente a la ausencia de llegada de capitales productivos del exterior una
parte del gobierno comenzó a creer que el problema era la alta tasa de
interés interna y, a fines de diciembre pasado, se indujo al Banco Central a
iniciar una baja de tasas. La consecuencia esperable fue que el dólar pasó de
17,5 pesos en el promedio de diciembre a 19 en enero y a 20 en febrero. Para
quienes apostaron a la bicicleta fue un desastre. La señal para los capitales
especulativos fue de salida de las posiciones en Lebac y de regreso al dólar y a
sus países de origen. Un artículo de Forbes de ayer, por ejemplo, sostenía
desde su título que había llegado el momento de “salir de Argentina”.
Sin embargo, esta es solamente una parte de la película. La otra, igual o más
importante, es la puja distributiva, la que no se expresa solamente a través
del nivel nominal de salarios, sino en los restantes precios relativos,
especialmente el dólar. El tipo de cambio es también una variable
distributiva. El dato duro de la corrida, con grandes empresas y bancos
comprando dólares, es que no existe consenso entre los sectores dominantes
locales para mantener el tipo de cambio apreciado. Esto puede ser útil para
algunas fracciones del capital que remiten utilidades al exterior, pero al
mismo tiempo aumenta los salarios en dólares disminuyendo la tasa de
ganancia global de la economía.
Lo que comenzó a preanunciar la corrida de los últimos días fue que luego de
la devaluación de diciembre-febrero sumada al shock tarifario, un gobierno
que representa al capital financiero decidió estabilizar la inflación
recurriendo al “ancla cambiaria” para el resto de 2018. En parte ello fue una
consecuencia de la densidad sindical que, más allá de defecciones y
complicidades, diferencian a la Argentina de otros países de la región. Aunque
en 2018 los salarios perderán contra la inflación lo harán menos que lo
necesario para contrarrestar las subas de los restantes precios relativos. En
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consecuencia, dada la virtual dolarización de las tarifas, anclar en dólar se


convirtió en un objetivo clave de la política económica. Fue por eso que se
malgastaron 4300 millones de dólares la semana pasada y aún se desconoce
cuál será el número final de la primera semana de mayo. La pérdida de
reservas no evitó que el dólar salte primero a 21 pesos y luego a más de 23. Y
ello a pesar de los 600 puntos básicos adicionales en la tasa de referencia, lo
que la llevó hasta 33,25 puntos, un nivel que no se veía desde diciembre de
2015.
Las razones de la intensa corrida, entonces, son internas y fundamentalmente
dos. Primero los inversores financieros ya saben que la restricción externa es
un hecho sin final feliz y, frente a la incertidumbre de tasas y dólar generada
por las impericias de política, comenzaron a desarmar posiciones en pesos,
dato agravado por la completa desregulación de estos movimientos. Segundo,
el capital local no está dispuesto a aceptar salarios altos en dólares. Todavía
no está claro en qué nivel quedará la divisa, sí que su alza se traducirá
rápidamente en ajustes de precios que impactarán en la inflación de los
próximos meses, con una meta oficial que sólo quedó en el recuerdo, en el
“mate lleno de infelices ilusiones”.

Macri respaldó a Sturzenegger en la reunión de Gabinete y por la tarde


apareció Elisa Carrió

Un día de nervios disimulados en la Casa Rosada


“Las situaciones de volatilidad no nos tienen que asustar”, dijo el jefe de
Gabinete, Marcos Peña. Elisa Carrió se fotografió junto al ministro Aranguren
y culpó a la guerra comercial entre Estados Unidos y China por la suba.
Werner Pertot
Cercado entre las tarifas y el dólar, los teléfonos en el Gobierno estuvieron en
llamas todo el día de ayer. Pese al clima de crisis, desde la Casa Rosada se
esforzaron por transmitir una fingida tranquilidad. “Las situaciones de
volatilidad no nos tienen que asustar, tienen que ser parte del aprendizaje de
vivir con un tipo de cambio flotante”, sostuvo el jefe de gabinete Marcos
Peña. Más temprano, el presidente Mauricio Macri planteó en una reunión de
gabinete que las tarifas no se modificarán y respaldó la gestión de Federico
Sturzenegger frente al Banco Central. Hacia la tarde, el oficialismo jugó la
carta de Elisa Carrió. Asistió a un encuentro en la Rosada –algo inhabitual en
ella– y luego salió a hablar con la prensa para asegurar que no hay que
preocuparse por el dólar: por la suba, culpó a la guerra comercial entre
Estados Unidos y China y sostuvo que “a los de afuera lo que le da miedo es el
regreso del kirchnerismo”.
Temprano, y cuando el dólar iba escalando pero no había pegado todavía el
salto más grande del día, el presidente Macri encabezó una reunión de
gabinete en la que bajó línea sobre los dos temas más urticantes para el
oficialismo: la ofensiva opositora para moderar las subas de tarifas y el
incremento del dólar, que hasta ahora no parece haber sido controlado. Según
testigos, Macri se mostró severo en ambos temas. Como hace un tiempo había
hablado de una “batalla cultural” para mejorar la imagen de la policía tras el
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caso Chocobar, ahora Macri eligió el mismo término para referirse a la


resistencia de la población a pagar tarifas exorbitantes.
Según pudo reconstruir este diario, sobre las tarifas aseguró que hay que
llevar adelante “una batalla cultural para bajar el consumo”. Insistió con
datos que vienen repitiendo los funcionarios oficiales: “Pagamos una tercera
parte de lo que pagan nuestros vecinos en Chile y Uruguay y consumimos un
75 por ciento más”, precisó el mandatario, quien se mantiene firme detrás del
ministro de Energía, Juan José Aranguren. Macri ratificó que, de aprobarse el
proyecto opositor, él lo vetará.
Sobre el dólar, Macri atribuyó el alza a una cuestión global. “Esta es una suba
que se está dando en todo el mundo y es normal. El Banco Central lo va a ir
controlando. En otros países, la suba del dólar no impacta en la economía,
pero acá sí nos pega en la inflación”, admitió Macri ante sus ministros,
palabras más, palabras menos. “Para mayo la inflación va a estar bajando”,
pronosticó Macri en el encuentro, en el que respaldó explícitamente la gestión
de Sturzenegger en uno de los peores días del presidente del Banco Central.
Se planteó una mayor difusión de las conquistas del macrismo en materia
económica.
Algunos de los habitantes de la Rosada sostienen que hay más intranquilidad
con el dólar afuera que adentro de Balcarce 50. Pero no pudieron negar que
ayer fue un día de inusual agitación. Tras la reunión que encabezó Macri,
Peña salió a intentar sostener que no hay de qué preocuparse. “Es parte de
este aprendizaje de vivir en un tipo de cambio flotante. No nos tiene que
asustar”, dijo Peña. Sobre las tarifas, tras reiteras los argumentos habituales,
agradeció “la actitud de varios gobernadores” que, tras el reclamo público
que les hizo el jefe de Gabinete –y más de un llamado– salieron a desmarcarse
del proyecto que, no obstante, sigue avanzando.

Lilita a alfil 4

En una movida teatral, Carrió apareció a las 16.30 en la entrada de Casa


Rosada y tuvo reuniones con Aranguren, con quien habló de las tarifas, y con
el secretario de Coordinación Estratégica, Fulvio Pompeo, a quien le contó de
su gira por Estados Unidos y sus gestiones ante los organismos interamericanos
de derechos humanos para revertir la imagen del país tras los casos de Milagro
Sala y Santiago Maldonado. Pese a que circuló que Carrió había visto también
a Peña, no se reunirá con el jefe de Gabinete hasta la semana que viene.
Luego de un último encuentro con Fernando Sánchez, el único funcionario de
la Coalición Cívica, Carrió salió y tuvo un encuentro con los periodistas, donde
reiteró los senderos que ya había transitado Peña. Claro que con su estilo: “Es
un día con gestos y ese gesto es que estoy en la Casa Rosada. Quiero llevar
tranquilidad a toda la Argentina. El dólar va a bajar. Hay una guerra comercial
mundial. No hay que alarmarse. Tenemos que acostumbrarnos a estas
fluctuaciones”, indicó la líder de la Coalición Cívica. “Yo te puedo asegurar
que Estados Unidos estaba lleno de argentinos y hay que acostumbrarse a que
el dólar vale”, dijo la diputada, quien dio su propia interpretación de qué
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debería dar miedo: “A los de afuera lo que les da miedo es el regreso del
kirchnerismo. Se preguntan si vamos a poder gobernar”.
También dio su versión de la suba de precios: “¿Se acuerdan con los
supermercados, no venden nada porque están carísimos. Yo no voy más a los
supermercados. Los ciudadanos tenemos que buscar mercados. Nosotros
compramos en cualquier lado y nos quejamos”, afirmó Carrió, quien se ocupó
de defender la suba de tarifas. “Estamos pagando la fiesta de los
kirchneristas”, aseguró.

El boleto autopicado
Oberdan Rocamora para JorgeAsisDigital.com
“Cuando quiera el Dios del cielo/ Que la tortilla se vuelva”
Lo dicen los viejos bardos (como en el poema olvidado de Heberto Padilla):
“Cuando a quien gobierna se le reprocha por la bandejada del catering es
porque lo vacunaron”.
Peor aún es cuando al gobernante se le meten con los alfajores de arroz de un
ministro. O cuando le subrayan la apasionada inclinación hacia el descanso.
Significa que, al que gobierna, le perdieron el respeto. Está perdido. O que se
pica el boleto solo. Se lo auto-pica. Poco y nada les importa a los contadores
de costillas y de alfajores semejantes “la imagen estallada del país”. O que el
funcionario pase un papelón nacional, por ejemplo ante la poderosa dama
francesa, a quien se honró con una “souper” de gala.

Próximas morsas

Cuesta entender, en la plana mayor del macrismo, la magnitud del mensaje.


Antes de lo previsto, Clarín ya comienza a tomar su distancia. Desfilan críticas
entre sus páginas e ironías severas en sus pantallas. Ya no se trata apenas de
los elementales aprietes para que le estampen, de una vez por todas, la
aguardada firmita que legitima.
Editorialmente se percibe que les llegó la hora de alejarse. Del mismo modo
que toma ganancias el tenedor de Lebacs. El ciudadano oculto en un Fondo de
Inversión, que interpreta que se está por terminar la ceremonia del negocio.
Llega el momento de recuperar los dólares. Ponerlos en el norte. Con superior
seguridad.
“Y estos -confirma la Garganta-, ante el menor riesgo de corrida la ponen”.
Para que no se vaya muy arriba, la ponen. Exprimirlos, entonces, es “pan
comido”. Como hurtarle la golosina al niño dormido.
El ministro pecaminoso, el que la junta, se sacrifica abnegadamente por la
patria, para conseguir los dólares prestados que, por la incompetencia
estructural, son absorbidos por ese conjunto de atorrantes que se conoce
como “el mercado”.
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Para mantener alta la mística del Colectivo Cambiemos no alcanza con los
encorsetados voceros televisivos que se reportan a Marcos Peña, El Pibe de
Oro. A esta altura ya superaron, incluso, el infantilismo nostálgico de “6, 7,
8”.
Aún degradan de manera tan aplastante a los reconocidos delincuentes que,
por la pérdida de credibilidad, ya comienzan a resultar casi simpáticos.
Mientras tanto preparan, sin gran pudor, la próxima selección de morsas,
modelo 2019. En la próxima entrega se las va a identificar. La morsa
sindicalista y la morsa distrital.
Tampoco basta ya con el apoyo incondicional de La Nación. No alcanza.
Aunque alguno de sus más altos directivos se sienta, con aceptable
frecuencia, en una de las tantas mesas chicas que pueblan los innumerables
operadores de la justicia. Una manga de audaces que intenta influir, desde la
“inteligencia”, o desde la jineta de los despachos, en los celulares de los
jueces federales que ya tienen la piel de cuero. Y amontonan, por las dudas,
causas.
Dista de ser casualidad que el macrismo hoy se preocupe más por los
recovecos sustanciales del Poder Judicial que por el circuito viciado del Poder
Legislativo. En la plenitud del retroceso iniciado, resulta más aconsejable
alcanzar una buena posición ante los jueces, que ante la histeria mediática de
los diputados. Abundan las causas que aún no preguntan, como las mesas del
“Cafetín de Buenos Aires”. Pero tampoco se cierran. Ya preocupa
ostensiblemente que “cuando quiera el Dios del cielo/ la tortilla se vuelva”.
En lo que concierne al control de la justicia, a propósito aquí ya se superó con
amplitud, en materia de intromisiones, a la tropilla alborotada de La Doctora.
Lograron, incluso, que algunos jueces federales les teman. Por la proeza de
haber doblado totalmente, y a su favor, la Cámara Federal entera, donde hoy
queda un solo juez, como muestra o memoria histórica. O como mero
fundador de doctrina homónima. Irurzun.
Cometieron la insolencia de apartar un camarista para jubilarlo por sus
problemas del corazón. Y tuvieron el coraje de desplazar a otro (por ser
amigo de don Javier) hacia un distrito menos fastidioso. Para poner, como
piezas del recambio, “cuadros del palo”. Es para felicitar a los amarillos que
vinieron a cambiar.

Caramelo de madera del comunicado

Trasciende que Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, Presidente del Tercer


Gobierno Radical, está profundamente decepcionado con los empresarios.
De ellos esperaba, como un joven ambicioso y crédulo, inversiones. Pero
percibe de pronto que pretenden conformarlo con el caramelo de madera de
un comunicado solidario con el trabajo sucio del tarifazo que se veía venir.
El comunicado desacredita a los opositores, por demagógicos y populistas. Y
les sugiere, desde el Olimpo, que cesen en “el afán de confrontar con el
gobierno”.
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La ternura indescifrable la suscribió el Foro de Convergencia. Concentra a


esplendorosas organizaciones de gloria eterna como la Sociedad Rural, la
Bolsa de Comercio, Asociación Empresaria Argentina, la…
“Foro de Garcas”, confirma la Garganta.
El comunicado representa, para Macri, el abrazo del oso. Se colocan con
énfasis a su lado como si lo apoyaran ciegamente, en medio de la vorágine del
conflicto tarifario y del descenso atroz de la credibilidad. Y en las encuestas
(de las que dependen).
Para colmo, según Peña, El Aito, en caso de aprobarse el proyecto irracional
de los opositores asociados, El Ángel Exterminador se dispondrá a vetarlo.
Para alcanzar el éxtasis del onanismo colectivo que ni siquiera produce un
placer íntimo, intransferible y personal. Al Ángel Exterminador corresponde
hoy compadecerlo. Los adversarios multiplicados denuncian que “gobierna
para los ricos”. Cuando su obstáculo principal son, precisamente, los ricos.
Los que le redactan solemnes comunicados, caramelos de madera. Pero no le
confían sus capitales. Prefieren también las Lebacs. Para procurar
emocionarlo, después, con el miserable apoyo moral.

Estratégica perversidad

Muchos que lo votaron (y tal vez volverían a votarlo), se sienten, con


perplejidad, perjudicados. Son damnificados que supieron defenderlo con
fanatismo deportivo. Sienten también que se picaron el boleto. Solos.
Insultan los fervorosos combatientes de la clase media y alta que en un
momento creyeron que, para ser felices, bastaba con desalojar del poder a los
kirchneristas “que se robaron todo”. Los que dejaron la herencia atroz (pero
menos grave de la que se va a dejar).
Son seres sensibles de decepción fácil. No bancan. En especial cuando no
pueden pagar las cuentas. Deben optar entre pagar las expensas o el colegio
privado. La prepaga o el seguro del auto. O achicarse. Dramas cotidianamente
existenciales.
En vez de trabar los aumentos, para la oposición sería más redituable
facilitarlos. Con estratégica perversidad. Para que la afectada clase media
deje de votarlos. Y permitir tranquilamente que se hundan. Con el boleto
autopicado.
A este ritmo, relativamente pronto el cronista va a tener que inmolarse y
defenderlos. Para mantener la fortaleza vigente del sistema democrático.

Espejismos del híper-presidencialismo


Sergio Berensztein
La sensación inicial es de omnipotencia. La final, de resignación. Más
temprano que tarde, el legado de los presidentes argentinos tiende a diluirse
con inusitada velocidad. Los sucesores se victimizan con la pesada herencia
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recibida, hacen leña del árbol caído y mueven el péndulo en la dirección


inversa. Los aplaudidores de siempre se esperanzan con promesas que
tampoco serán cumplidas mientras intentan obtener alguna ventaja sectorial
o personal. Todos los mandatarios creen que con ellos la historia será
diferente, que esta vez sí el país será "normal". Y si bien cada uno hace o
intenta introducir algunos cambios, el estándar no varía desde hace al menos
larguísimas siete décadas: lo normal es que se crean la solución y terminen
siendo el problema. Esto ocurre porque les (nos) cuesta diferenciar algo
elemental: no se trata de ellos como personas, líderes políticos o seres
humanos, sino del rol institucional que deben desempeñar.
La Constitución Argentina le otorga a nuestra institución presidencial una
enorme cantidad de poder y recursos. Considerando nuestra (falta de) cultura
cívica, la típica tentación es gobernar con medidas de emergencia y un
variopinto conjunto de prácticas y mecanismos informales de concentración
de autoridad. Es una de las más fuertes del continente, mucho más que la de
los Estados Unidos, donde en especial a partir del escándalo de Watergate
hubo un esfuerzo por limitar y controlar más al titular de la Casa Blanca, al
margen de los equilibrios y contrapesos definidos por los padres fundadores.
En Europa, Asia u Oceanía no hay casos de países genuinamente democráticos
con semejante concentración de poder en una sola persona.
El Estado no es él, pero casi: el titular del Poder Ejecutivo tiene además
iniciativa parlamentaria y carece en la práctica de controles o contrapesos
relevantes. Ni aun con el Congreso con mayoría opositora, como ocurre en la
actualidad. La amenaza del veto (total o parcial) en el debate de las tarifas,
por ejemplo, es una espada de Damocles que no impide el debate sobre
política pública, pero lo vuelve estéril. El presidente argentino constituye el
epicentro del sistema político, en el que el federalismo siempre fue una
promesa incumplida, una metáfora perfecta de lo que no debe ser. Más aún,
la coyuntura actual presenta una apoteosis de esta anomalía: importantes
gobernadores opositores, con pretensiones de proyectarse a la arena nacional,
son más solidarios con el Presidente que sus socios de Cambiemos (una suerte
de versión 3.0 de la vieja Concordancia de los años 30, excepto por su
desconsideración con las cuestiones estratégicas y de defensa nacional).
Esta superioridad relativa en el manejo del juego político, analizada con
maestría por Carlos Nino en Un país al margen de la ley (Emecé, 1992),
genera una enorme asimetría con el resto de (y una profunda desconfianza
entre) los actores políticos, económicos y sociales. Fue así cuando el tamaño
del Estado era notablemente más acotado, se potencia con un gasto público
que ronda el 45% del PBI. Como no podía ser de otro modo, esto impacta en la
dinámica de la competencia electoral: los excesos del presidencialismo
tienden a reducir las posibilidades de alternancia y a fomentar las conductas
no cooperativas entre gobierno y oposición. En el primer turno de esta
incompleta y extraviada transición a la democracia, a la oposición le bastaron
cuatro años para ser competitiva y seis para forzar un cambio de mayorías. Es
decir, un turno presidencial completo. En la década de 1990 se necesitó el
doble. Y durante el período K, el triple. Con Estados cada vez más grandes (y
muy poco controlados, veremos si esto cambia con la nueva Oficina de
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Presupuesto del Congreso), la oposición necesita cada vez más tiempo para
doblegar la hegemonía oficialista.
Por cuestiones de escala, responsabilidad, manejo de información y estatus,
ser presidente no se parece a ningún trabajo o responsabilidad previa. Ni los
cuadros políticos con larga experiencia pueden evitar un proceso de
aprendizaje que dura al menos un par de años y que se produce de manera
inorgánica: cambian los contextos, los protagonistas, las prioridades y, sobre
todo, la visión que los propios presidentes tienen de sí mismos y de su lugar
en la historia. Arrancan con ilusiones, ideales y hasta la esperanza de lograr
hitos históricos, pero se vuelven conscientes de sus limitaciones a medida que
acumulan experiencias (y frustraciones).
Sus agendas se transforman a lo largo de la gestión, al igual que sus equipos
de trabajo. El desgaste en el poder es siempre mayor al esperado y es
fundamental oxigenar los gabinetes de forma periódica para recrear
expectativas y retomar la iniciativa política, en especial cuando no se dan los
resultados. La híper-concentración de autoridad en muy pocas manos torna
complejo ese objetivo, pues el costo político de cualquier reemplazo es
inversamente proporcional a la delegación de responsabilidades en ministros o
colaboradores. A menudo se cae en el error inverso de suponer que la
fragmentación de funciones simplifica o acota el costo de una eventual
remoción, al margen de hacer más eficiente la gestión. Así, es fácil entrar en
círculos viciosos, a menudo casi imposibles de romper, que explican por qué
los cambios (tácticos, estratégicos, de staff) llegan tarde o no se hacen
nunca.
Guillermo O'Donnell analizó el fenómeno de la "democracia delegativa":
cuando los líderes se creen con el derecho y la obligación de decidir qué es
bueno para el destino del país, sin aprovechar los mecanismos de deliberación
ni la formación de consensos. La definición de "éxito" es poco clara. Se
mezclan la solución o la mejora de algún aspecto específico con los resultados
de las elecciones: el que gana tiene razón. Esto sesga las prioridades de
política pública hacia el objetivo de salir victorioso en las urnas. Macri llevó
esto al extremo al sintetizar en una persona los roles de jefe de Gabinete de
ministros y de la campaña electoral. Por eso, poco importa el
"calendario" stricto sensu, pues las decisiones de los gobiernos las determina,
directa o indirectamente, el objetivo de maximizar la cantidad de votos.
Se trata de un juego perverso, porque la sociedad entra en un proceso inercial
de delegar en el presidente: solo le piden, nunca le proponen. Y él absorbe,
jerarquiza y trata de responder las demandas según algún tipo de criterio. La
ciudadanía queda insatisfecha, ya que ni una cantidad mínima de todas esas
cuestiones pueden ser canalizadas en la práctica. Así, el presidente, que
asumió convencido de que era un agente de transformación, termina
convertido en un simple obstáculo para alcanzarla, perdido en el laberinto de
una agenda minimalista, trabada, que influye marginalmente en el desarrollo,
sesgada al corto plazo. Mientras tanto, ante las primeras frustraciones, el
entorno se cierra y para "protegerlo" lo aísla con el lema "no le llevemos malas
noticias".
En conclusión, la ilusión de manejar casi la suma del poder público deviene en
una decepción cuando se advierte que no sirve para resolver los problemas
LECTURAS POLÍTICAS

más urgentes ni para desarrollar transformaciones sistémicas. No depende de


las personas, se trata de una cuestión de diseño institucional distorsionada en
la práctica por hábitos y costumbres muy arraigados. Que Cambiemos haya
tempranamente resignado cualquier pretensión de mejorar en serio la calidad
de la política se explica entonces no en el bloqueo de sus adversarios, sino en
su decisión de aprovechar el híper-presidencialismo para estructurar un nuevo
proyecto de poder. A pesar de que siempre esto ha fracasado en la Argentina.
Las desventajas de gobernar desconociendo las lecciones más elementales de
nuestra atribulada historia.

Mauricio Macri y el espejismo del ministro fuerte


La paradoja: el Presidente comenzó su gestión con Alfonso Prat-Gay.
Fernando González
Si el peor fantasma de la Argentina del siglo pasado fueron los golpes de
Estado, la pesadilla más temida de este comienzo de siglo es el déjà vu del
2001.
Cualquier signo de inestabilidad en los mercados y cualquier disparada del
dólar agitan los miedos más oscuros de cada ciudadano mayor de 20 años. Y
peor si el que aparece por la tele para aconsejarnos qué hacer es Domingo
Cavallo, convertido en una suerte de Freddy Krueger tras participar con rol
protagónico en la crisis post Malvinas de 1982, en el impacto del "tequilazo"
de 1996 y en la secuela trágica de aquel diciembre inolvidable que terminó
con la caída de Fernando De la Rúa.
Esas imágenes perturbadoras son las que intenta despejar en estas horas el
gobierno de Mauricio Macri, mientras salta alocado de dejar flotando el dólar
a sujetarlo a golpe de suba de tasas de interés sin lograr la calma del
billete que enciende los nervios del argentino medio.
El mercado y su concierto de analistas buscan al culpable de la inestabilidad
cambiaria.
Algunos le apuntan al titular del Banco Central, Federico Sturzenegger; otros,
al ministro de Hacienda Nicolás Dujovne y algunos, al gerenciamiento que
ejerce el jefe de Gabinete, Marcos Peña, a través de sus viceministros
coordinadores, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Los dos tienen amplia
experiencia en crisis al frente de empresas importantes pero todavía muy
pocos kilómetros del lado del mostrador estatal, cuando cada centavo de suba
golpea en la credibilidad del Presidente.
Más allá de los antecedentes que lo condenan, Cavallo incluyó entre sus
consejos a Macri el de sumar a su gabinete a un ministro de Economía
fuerte. “Uno como yo”, le faltó decir, aunque quedaba claro hacia dónde
apuntaba la cosa.
Pero "Mingo" no es el único que hace flamear esa bandera. Hace dos
semanas Martín Redrado desarrolló en una interesante entrevista que Silvia
Naishtat le hizo en Clarín su teoría de por qué no hay un ministro fuerte en la
actualidad.
LECTURAS POLÍTICAS

“Si uno mira la trayectoria del Presidente está claro por su estilo de
conducción que, en su historia personal, siendo presidente de Boca lo sufrió a
Bianchi, lo sufrió a Riquelme, lo sufrió a Maradona: no hay espacio para un
cerebro único. Hay una mesa de coordinación que está en la vicejefatura de
Gabinete donde están todos los ministros del área económica. Lo que uno ve
es que buscan coordinar, pero el problema es que después cada uno vuelve a
su metro cuadrado."
Con elegancia y un toque de fútbol, el Golden Boy explica el riesgo de
convertir un estilo en dificultad.
La historia argentina cuenta que, desde la restauración democrática de
1983, sólo hubo tres períodos económicos positivos y todos estuvieron
conducidos por ministros de Economía fuertes.
Juan Sourrouille lideró el año de baja inflación y expectativas de despegue
que despertó el Plan Austral en junio de 1985.
Cavallo logró mantener durante cinco años la inflación cero y el optimismo
aperturista del Plan de Convertibilidad junto a Carlos Menem.
Y Roberto Lavagna cabalgó casi cuatro años entre el final de la gestión de
Eduardo Duhalde y el arranque con superávits gemelos e inflación de un dígito
que compartió con Néstor Kirchner.
Los tres fueron despojados de sus ministerios y la bonanza le cedió paso
rápidamente al declive económico.
La novela argentina siempre terminó mal. Alfonsín, Menem y Kirchner
complicaron sus gestiones cuando nombraron a ministros de Economía menos
protagónicos y más dóciles.
La paradoja de Macri es que comenzó su gestión con un ministro de
Economía experimentado y de alto perfil.
Alfonso Prat-Gay había sido presidente del Banco Central con Kirchner y era
uno de los economistas más respetados del mercado. Pero tardó menos de un
año en pasar a ser una presencia incómoda para el Presidente, que lo
mencionaba como el primero de sus ministros en una lista de egos que fue
trascendiendo con los meses.
Pocos creyeron en la posibilidad de que fuera echado del Gabinete porque allí
brillaban entonces otras luminarias del macrismo como Federico Sturzenegger
en el Banco Central, Carlos Melconian en el Banco Nación e Isela Costantini, la
ejecutiva multipremiada que había dejado la presidencia de General Motors
para asumir en Aerolíneas Argentinas.
De todos ellos sólo queda Sturzenegger. El mismo que este jueves debió ser
ratificado porque la presión de los mercados golpeaba las puertas del Banco
Central y llevaba el dólar hasta los 23 pesos.
Melconian e Isela se fueron con más pena que gloria y Prat-Gay fue
reemplazado un par de días antes del fin de año de 2016. Había sido el
artífice del blanqueo de fondos argentinos en el exterior por más de
100.000 millones de dólares, el más exitoso de la historia de un país
desconfiado que tenía el cuádruple de esa cifra en bancos y propiedades en el
extranjero.
LECTURAS POLÍTICAS

Pero Alfonso cerró su performance con un almuerzo amable que él y Macri


compartieron en la calma de Villa La Angostura.
Ahora evalúa una alternativa política de futuro incierto: enfrentar y desalojar
al peronismo de la gobernación de Tucumán, que Juan Manzur controla con
mano de hierro.
El dilema que Macri tiene por delante es el más difícil en sus 30 meses de
gestión.
El peronismo le está tendiendo una encerrona con la cuestión sensible de las
tarifas. La sociedad está esperando que la inflación baje y vuelva a estar al
menos por debajo del 20% anual. Y los mercados han puesto a prueba como
nunca la variable que atormenta a todos los presidentes del país que sueña en
dólares.
En un par de semanas vendió cerca de US$ 8.000 millones y subió 600
puntos la tasa de las Lebac pero la divisa estadounidense quebró el jueves la
barrera inquietante de los 23 pesos.
El dogma de la flotación administrada sigue sin descubrir el modo de
contener la presión cambiaria y, por lo bajo, los funcionarios admiten que
todavía no saben cuál es el techo de estos movimientos estremecedores.
En el Banco Central el jueves a la noche quedaban unos 55.000 millones de
dólares. Una cifra que los especialistas consideran suficiente como para
seguir aguantando el temporal.
Los rumores de cambios en el Gabinete atosigaban las cuentas de WhatsApp y
de Instagram de macristas, radicales, peronistas y empresarios. Pero el
mensaje que llegaba desde lo más alto del poder siempre fue el mismo.
Macri pretende mantener el mismo equipo y dar únicamente señales de
fortaleza.
En esa línea van el aval a Sturzenegger y a Dujovne y el anuncio anticipado
de un veto para el proyecto opositor que la semana próxima buscará atar la
suba de las tarifas a la de los salarios.
El Presidente enfrentará el desafío combinado de los mercados locales e
internacionales con el esquema de su Gabinete coordinado por Marcos Peña e
integrado por ministros que no concentran todas las funciones económicas.
Debe atravesar estas semanas ásperas para llegar al segundo semestre y
volver a planificar el 2019 en términos de reelección.
Así es como se siente más cómodo y está confiado en revertir el bajón de
imagen que le gritan las encuestas.
El espejismo del ministro de Economía fuerte por ahora lo tiene sin
cuidado.
En definitiva, la Argentina se ha encargado de frustrar los proyectos de todos
los gobiernos recientes sin reparar en la fortaleza o en la debilidad de los
funcionarios de turno.
LECTURAS POLÍTICAS

Mauricio Macri a Nicolás Dujovne: "No les des bola a las


versiones"

Situación inesperada: el asedio de inversores contra la zigzagueante


política cambiaria.
Marcelo Bonelli
Mauricio Macri tuvo que salir a respaldar este jueves a Federico
Sturzenegger, blanco de críticas internas -y externas- porque el Banco
Central sigue de atrás la corrida del dólar.
Fue en una reunión de ministros: “Tiene todo mi apoyo”, dijo el Presidente.
Lo hizo para tratar de sepultar las disputas y peleas internas. Y ocurre frente
a una situación inesperada para Cambiemos: el asedio de los inversores
contra zigzagueante política cambiaria.
El problema obligó a Macri a dar esas señales. Está claro que el BCRA no
controla aún la situación y que sus recetas -hasta el momento- no dieron
resultado.
Entonces Sturzenegger desempolvó sus viejas medidas: volvió a subir fuerte
la tasa, que le había hecho bajar el vicejefe de Gabinete Mario Quintana.
Así, en un breve plazo modificó varias veces la estrategia. El Central hizo
de la flotación un dogma, pero después adhirió al tipo de cambio fijo para el
dólar y ahora otra vez lo dejó deslizar. El jueves tocó $ 23,30.
Tamaña confusión hace que -por ahora- el dólar en la Argentina no tenga
techo. Es por 4 razones concretas:
1) El temblor internacional, por la suba de la tasa de interés en EE.UU.
2) La vulnerabilidad propia de la Argentina, que agrandó ese efecto. La Casa
Rosada no encaró medidas de fondo para resolver el desequilibrio
macroeconómico. Los desajustes obligan a endeudarse y eso hace que el país
sufra cualquier sacudón externo.
3) Las desacertadas decisiones técnicas, que frenan el vital ingreso de divisas
del campo. El BCRA autorizó dejar en el exterior los dólares de la cosecha y
eso reduce la demanda estacional de billetes.
4) La (por lo menos) confusa gestión del BCRA. El inestable manejo local le
agregó más incertidumbre al dólar.
También influyó la pelea entre Sturzenegger y Quintana. En enero -y hasta
hace una semana- Quintana logró imponer una suerte de “intervención” sobre
el BCRA. Fue con la venia de Macri.
Ahora hay un giro: Macri le volvió a otorgar a Sturzenegger todo el manejo de
la crisis. Fue una “tarjeta amarilla” para Quintana. Pero igual el jueves desde
Jefatura de Gabinete llovían las críticas al Banco Central.
Se lo trasmiten a sus interlocutores del mundo de los negocios. Quintana culpa
a Sturzenegger de haber metido al Gobierno en este “desgastante”
LECTURAS POLÍTICAS

proceso. Sturzenegger contragolpea y les dice a los banqueros que el


responsable es Quintana.
Pero el jueves en Wall Street se insistía en que el ataque contra la Argentina
también fue influenciado por evaluaciones que lanzó el Fondo Monetario
Internacional.
Hace una semana hubo una reunión en Washington, donde dos importantes
funcionarios del FMI insistieron en que la economía argentina era vulnerable
por sus inconsistencias fiscales.
Se trató de comentarios de Alejandro Werner, director del Hemisferio
Occidental del Fondo, y de Roberto Cardarelli, el burócrata encargado del
“caso argentino”.
Fueron advertencias idénticas a las que transmitieron -en marzo- en las
reuniones que tuvieron en Buenos Aires, cuando acompañaron a Christine
Lagarde.
Ambos alertaron por el tema del déficit y pronostican que -con elecciones de
por medio- será difícil cumplir las metas propuestas por Macri.
Weiner y Cardarelli ahora repitieron ese diagnóstico en un encuentro cerrado
del FMI. Pero ocurrió en otro contexto: en medio del tembladeral actual de
los mercados y no en la tranquilidad del G20.
En Buenos Aires fue la propia Lagarde quien los desautorizó. Sucedió en el
almuerzo que compartió con el ministro de Finanzas Luis Caputo, el titular de
Hacienda Nicolás Dujovne y 4 economistas: Roque Fernández, Daniel Artana,
Pablo Guidotti y Miguel Kiguel.
Ocurrió en la casa de Dujovne.
Así dicen que dijo Lagarde: “La gente de mi equipo no tiene una visión tan
positiva como yo. Ven problemas. Pero ustedes y su Presidente están en el
camino correcto”.
Este jueves Marcos Peña reforzó en público el aval al BCRA. Es el único
vocero para la crisis, porque ningún integrante del Gabinete tiene la
credibilidad necesaria para apaciguar los ánimos.
El asesor presidencial Jaime Durán Barba lo sugirió en la cumbre de hace una
semana, cuando se evaluó el mal momento de la Casa
Rosada: “Mediáticamente los ministros no existen”.
La conclusión del influyente “gurú” obedece a la propia estrategia de
licuación política: hay tantos ministros que ahora, en la crisis, ninguno logra
liderar la opinión económica.
Macri tiene debilidad por sólo 4 ministros de la larga -e inexplicable- nómina
de su gabinete.
Sus preferidos son Jorge Triaca, Carolina Stanley, Luis Caputo y Guillermo
Dietrich.
También -ya en otro escalón- respeta a Dujovne por la tenaz tarea que
despliega sobre el Presupuesto.
LECTURAS POLÍTICAS

Por eso este fin de semana el Presidente volvió a respaldar al ministro de


Hacienda: “No leas los diarios. No les des bola a las versiones”. Se refería
al episodio de los “viáticos” de Dujovne.
Por esos días también trascendieron por las redes fotos del descanso del
ministro del Interior Rogelio Frigerio en Miami.
En el Gabinete existe un temor: que las filtraciones surjan de la propia
pelea interna.
Frigerio es uno de los pocos ministros que mide bien en las encuestas. En el
Ministerio del Interior desacreditan la teoría conspirativa.
Frigerio está concentrado en una orden que este jueves recibió del propio
Macri: “Hay que juntar la mayor cantidad de votos para enfrentar el tope a
las tarifas. Vamos a dar batalla”.
Son aprestos: Macri busca consenso para el veto.

La derrota del Gradualismo

Ignacio Fidanza
Se perdió tiempo y lo que viene será duro. Macri llega al lugar que quiso
evitar.
La idea de un Gobierno sin costos finalmente sucumbió ante la realidad.
Fueron dos años y medio de predica suficiente los que cayeron en el microcine
del Palacio de Hacienda, el viernes que Macri se despertó a lo inevitable: Hay
que ajustar en serio.
El simulacro del ajuste que destinaba a obra pública y gasto social lo que
ahorraba de tarifas, mientras sumaba deuda, llegó a su fin. El terror
duranbarbista de un presidente que pierde popularidad se hizo presente, pero
de la peor manera, no por haber resuelto los nudos de la economía, sino por
la crisis que genero la demora de decisiones desagradables.
Es decir, se perdieron dos años y medio para terminar en el mismo lugar que
se quiso evitar el día uno, cuando nació el gradualismo, la súper jefatura de
gabinete y la fantasía de la corrección indolora, como si la dinámica de la
crisis fuera una variable subordinada a las estrategias de la Casa Rosada.
Fallaron todos los pronósticos y previsiones, pero sería ingenuo esperar una
autocrítica. Porque la corrección no surgió de un debate interno, sino que la
impuso el mercado. Aunque bien mirado, el giro es la autocrítica.
Ahora, Macri, Marcos Peña y Duran Barba ingresan a ese Vietnam que
quisieron evitar. Nada de lo que viene será agradable ni canchero. Y harán
falta enormes dosis de una materia que desprecian en la élite del PRO:
política de la buena, tradicional, de acuerdos y cierta generosidad
indispensable. Es también la caída del modelo de cortinas de humo, que
terminaron intoxicando a sus creadores, mientras ganaban tiempo hasta que
se produjera el milagro que nunca llegó.
LECTURAS POLÍTICAS

Por eso, sin ampliar la base de sustentación con un acuerdo serio con el
peronismo racional, el tránsito del ajuste anunciado por Dujovne se vuelve
vidrioso. Al comienzo del Gobierno se pudo alcanzar desde una posición de
poder, hoy se llega al mismo lugar desde la debilidad y habiendo acumulado
desplantes y agravios innecesarios.
Bajarse del caballo es, sin embargo, un ejercicio que enriquece. Y hay que
reconocer que llevado al límite, Macri pudo desprenderse de las certezas que
abrazó desde que es Presidente. Será interesante ver cómo lo procesan sus
asesores, cómo instrumentan la ortopedia de un nuevo relato que ahora
justifique lo que antes reprobaban.
Creyeron que habían inventado la fórmula mágica: en año electoral se apela a
un populismo de emergencia y en los pares se ajusta -un poco-. Fallaron los
cálculos, entre otras cosas que ya ni vale la pena detallar.
Macri deberá afrontar entonces el último tramo de su mandato en el paisaje
que Duran Barba le dijo que evite como la muerte: ajuste tradicional, caída
de la actividad y, además, alta inflación.
Pudo ser distinto. Y no hace tanto. Cuando en la Jefatura de Gabinete creían
que tenían todas las respuestas, forzaron un cambio de metas de inflación
para provocar una baja de la tasa, que potenciara un crecimiento que ya
había empezado. Golosos, jugaron a la macroeconomíacon voracidad política.
¿Cómo resultó el experimento? Apenas cuatro meses después la tasa terminó
en un imposible 40%, las expectativas de inflación superando el 22% y las
proyecciones de crecimiento cayendo al 2% y para abajo. Un fracaso en toda
la línea que tiene en el vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, a su principal
responsable. Pero a no entusiasmarse. Lo más probable es que no pague
ningún costo y la culpa sea -como siempre- de los otros. Que no lo entienden
o implementan mal.
Es una parte importante de este fracaso. El diseño de un consejo de sabios
inaccesibles, que no ponen la cara ni pagan costos, pero concentran las
decisiones. No se someten a debate público, no firman, no implementan. Pero
definen. Juegan al rugby desde el banco y con el cuerpo de otros.
Tampoco habría que esperar que ese diseño del poder cambie. Pero cuidado,
la realidad abrió de par en par las ventanas y el aire que ingrese acaso no
tenga como único propósito refrescar a los comensales.

Aproximaciones al 2019
Ricardo Rouvier
Macri mantiene un piso del 30% a nivel nacional que le permite
proyectarse en un ballotage, sobre la negatividad del otro.
El PRO, en el tránsito desde su nacimiento como partido municipal hasta la
constitución de Cambiemos, experimentó un creciente apoyo electoral. El
incremento de consenso tuvo una fuerte presencia de la clase media, con
avances penetrantes hacia abajo de la pirámide social. Los resultados
electorales del conurbano bonaerense en octubre pasado, fueron un
testimonio innegable de esta ofensiva.
LECTURAS POLÍTICAS

Este sector habitualmente pendulante de nuestro electorado, dominado por


las aspiraciones, fue el que definió las elecciones en el ballotage del 2015 y el
éxito del 2017. En ella fue creciendo la presencia del Partido local, que se
elevó a nacional con la sociedad de la UCR y la CC y otros partidos menores, y
que se forjó como oposición cultural al kirchnerismo, inclusive cooptando a
algunos ex dirigentes peronistas. Esa oposición se volvió sólida a medida que
el kirchnerismo sufría por desgastes en sus costados: la gobernabilidad y una
fuga de su base consensual desde finales del 2011. El 54% se fue desinflando
por la dinámica del "embudo", en que a medida que se avanza se va
angostando. El desafío de "vamos por todo" fue paradójicamente una manera
de retroceder.
No obstante Macri en su escalafón, nunca fue un candidato que concitó un
apoyo masivo, pero mantiene un piso del 30% a nivel nacional que le permite
proyectarse en los ballotage, sobre la negatividad del otro. Con excepción de
la derrota que sufrió en CABA con Aníbal Ibarra en el 2003 al comienzo de su
carrera electoral, hasta la fecha el PRO generó amplias victorias en el distrito
porteño que tiene mayor participación de la clase media en el padrón
electoral, con un ingreso per cápita por encima del resto del país.
Posteriormente, en la elección porteña del 2011 hubo una señal que no se
tuvo en cuenta; en la comuna 2 (Recoleta), Macri logró su mejor resultado con
el 75,5%, lo que era lógico de acuerdo su mayor posicionamiento del
conservadorismo en dicho sector social. Esa proporción descendió en la
comuna 8 (Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo) al 55,9; pero contra el
44,1% de su oponente. Es decir, avanzó en segmentos impensados para un
candidato de esa tendencia.
En el 2015 el único que puso en peligro el triunfo del PRO a cargo de Larreta,
fue Lousteau con votos progresistas que en la segunda vuelta concentró el
voto antimacri y se puso a tiro de la Jefatura de Gobierno; en esa elección el
PRO defeccionó en 200.000 sufragios comparado con el ballotage anterior. La
performance del ex Ministro de Economía de CFK, demostró que en la CABA
hay un reservorio progresista importante que, al conjugarse con el
kirchnerismo fragmenta el caudal.
A nivel nacional, en el 2015 Macri obtuvo en la primera vuelta de la
presidencial el 34,15% que se elevó a poco más del 50% en el ballotage. Y en
las legislativas de octubre del 2017, el promedio nacional de Cambiemos
alcanzó el 41%. En la próxima disputa electoral, en el 2019, se podrá observar
si este ascenso continúa o, por el contrario, empieza a registrar el castigo por
la situación social. La mayor fortaleza de la oposición al macrismo fue el
desempeño del candidato Scioli en el ballotage y, en forma localizada en el
territorio bonaerense, la elección de CFK como Senadora.
Una competencia electoral en general, y más una presidencial, es una
elección entre opciones. Para el votante promedio en el cuarto oscuro no se
encuentra al candidato ideal, pero sí están las diversas propuestas y entre
ellas la más consolidada frente a un elector estimulado por varios factores
(virtudes percibidas del elegido y/o defectos percibidos de los no elegidos).
La idealización electoral es una construcción subjetiva sobre la cual ningún
candidato alcanza la perfección, salvo en los casos de liderazgos con fuerte
composición emocional, en que el líder o la líder no tiene ningún falla. El
LECTURAS POLÍTICAS

kirchnerismo tiene en CFK una líder carismática que cumple con ese requisito.
Lo que no tiene hoy, es una evolución favorable del consenso y cae sobre sus
espaldas las últimas derrotas, responsabilidad que sus seguidores no le
atribuyen.
En parte, el caudal de Cambiemos tuvo el aporte del abandono electoral al
kirchnerismo. La dinámica pendular que un sector del electorado plantea a las
fuerzas políticas, a veces frustra el esfuerzo de retención que realizan,
porque las campañas se concentran en el voto seguro y lo confirman, pero no
logran fidelizar el voto débil. Desde el 2011 al 2017 el peronismo perdió 30
puntos de porcentaje en el conurbano.
Es síntesis, Macri no despierta entusiasmos masivos y mantiene, desde que
comenzó, una proporción de imagen negativa que lo acompaña siempre: por
empresario, por rico, por razones ideológicas, por el apellido que pesa en la
historia del capitalismo de amigos. Fuera de la porción que no lo quiere, el
actual Presidente ha logrado la consolidación de Cambiemos, mientras el
peronismo o los peronismos difícilmente vayan a unirse.
En este sentido, hoy el oficialismo está preparado para la competencia porque
está ordenado a pesar de sus internas, porque las mismas no desbordan los
límites del Presidente. Los efectos de las quejas de la UCR buscando mayor
intervención, no rompe los diques y tampoco Carrió que inaugura una
colateral de interpelación que enoja a muchos dirigentes, pero opera como un
reaseguro para los que apoyan a Cambiemos pero no ven en Macri ni en su
gabinete una plena inocencia.
El liderazgo de Macri es de otro tipo y sobresale con un estilo gerencial.
Sabemos que la gran empresa es la institución por excelencia de la hegemonía
capitalista. No es la Iglesia, no es la escuela, no es el micro emprendimiento,
es la gran empresa en que se construye el modelo social imperante, basado en
la producción de bienes y servicios. Es en sí una escuela de innovación,
creatividad, y eficiencia. Es obvio que la hegemonía mundial no reniega de la
educación, pero busca su optimización destinada a la formación del homo
economicus.
Aunque cada vez más el Presidente, desde lo que representa, aparece más
ligado a la economía virtual que a una empresa fierrera. Porque no tiene el
perfil de un pionero de la industria, sino más bien de un operador de negocios
financieros, a la compra y venta de empresas y títulos.
Prueba de esto es que la industria ha perdido significación en el discurso
oficial: los protagonistas son las tasas, los bonos.
En lo político, el propósito del PRO es sustituir la cultura populista de nuestro
país con otra en donde brille la meritocracia. Este objetivo, así planteado,
tiene sus consensos en la sociedad argentina y de allí los resultados
electorales que acompañan, también favorecido por un peronismo que ha
perdido el rumbo.
A pesar de algunos buenos resultados, el oficialismo no evita la caída de las
expectativas económicas, tanto en el nivel familiar como en el general, entre
sus votantes y entre los no votantes. Los números de la economía, íconos de la
racionalidad, no cierran para que sus votantes puedan exhibir entusiasmo.
LECTURAS POLÍTICAS

Hay que traducir bien las encuestas, algunos brotes, mueven apenas la aguja
de la popularidad, pero esto no es, todavía, lo que esperaban sus votantes en
el 2016. La ilusión era parecida a un boom para muchos de sus electores.
La principal oposición que tiene el oficialismo es el liderazgo carismático de
CFK, que es parcial y discrepante con respecto al otro peronismo, además es
prisionero de sus propios límites esperando un colapso salvador. Cuando el
senador Pichetto plantea la cuestión de la identidad superponiéndola a la de
la unidad es porque entiende que el kirchnerismo es una lateral del
peronismo, pero no su avenida principal. No está cuestionada Cristina F. de
Kirchner por su intempestivo estilo solamente, están cuestionadas muchas de
las políticas que se llevaron a cabo después que Néstor Kirchner falleciera.
La situación electoral empeoró después de la elección del 2015. Scioli obtuvo
de arranque el 37,08% subiendo en la segunda vuelta a 48,66%. Perdió por
poco, pero la derrota fue el disparador para la fragmentación que hoy se
exhibe; se perdió el gobierno y luego, en cascada, quedaron comprometidos
gobernaciones e intendencias.
En el 2017 el peronismo ya dividido obtuvo con el kirchnerismo y con su mejor
candidata, su principal resultado de 37,5% en la Provincia de Bs.As., un
promedio nacional de 21,8% y ganó en tres provincias: Tierra del Fuego, Río
Negro y San Luis. Por otra parte, el peronismo no k. lograba un modesto
14,9%, mientras el Frente Renovador cosechó 5,8%. La sumatoria da alrededor
del 42% en todo el país, pero no se puede sumar aritméticamente lo que es
diferente. La mejor candidata del kirchnerismo, CFK, sólo compitió en el
territorio bonaerense; si su candidatura hubiera sido nacional el porcentaje se
hubiera elevado por encima de lo obtenido.
Es conocida la limitación electoral de la ex presidenta, ya que posee un techo
fijado por su voto negativo, y esto no la hace buena candidata para un
ballotage. Pero hay que ver quién es el candidato a Presidente en el 2019,
porque no se puede contabilizar la transferencia total de los votos de Cristina
a otro aspirante. Por el momento, el kirchnerismo no tiene un candidato para
la elección general de la envergadura de Cristina Fernández.
El peronismo no k. no tiene aún un candidato con posicionamiento nacional;
sus esfuerzos a futuro estará, en primer lugar, en recuperar un voto peronista
tradicional y la esperanza de capturar una parte del voto k., aunque el voto
kirchnerista es muy fiel. La novedad estará en un peronismo que le hablará a
la clase media como nunca antes.
Ante este escenario podemos hacer las siguientes inferencias: si todo el
panperonismo se uniera podría partir de un piso del 30% con un techo de
40/42%; hoy el oficialismo tiene también un piso del 30% y una proyección
aritmética que puede llegar a 40%; bordeando una de las condiciones para
ganar en primera vuelta. Pero la posibilidad de varios candidatos peronistas,
les bajaría el promedio y le aseguraría al oficialismo seguir siendo primera
minoría.
Algunos en el panperonismo, se ilusionan con una competencia de todos en
unas PASO, pero nos parece casi imposible que eso ocurra, debido a las
diferencias existentes entre los fragmentos. Qué CFK no sea candidata y esto
se ofrezca como una prenda de unidad, no parece resolver las diferencias.
LECTURAS POLÍTICAS

La solidez de la reelección de Macri se sostiene además con la fuerte


presencia de Vidal en la Provincia de Bs.As. y la ventaja que lleva Larreta en
CABA. Ambos distritos suman el 47% del padrón nacional. Con las primeras
proyecciones se observa además, que es probable que algunas provincias
gobernadas por peronistas cambien de mano y se imponga Cambiemos. Por
este motivo en que en algunas provincias gobernadas por el peronismo se
intenta lograr el desdoblamiento, aunque esto suena como una derrota
anticipada en el elección presidencial. Y este problema se traslada a los
intendentes opositores de la provincia de Bs.As., que enfrentarán a una boleta
que une a Macri con una Vidal que tiene mayor intención de voto de todo
Cambiemos.
Si todo se mantuviera parecido o igual a la situación actual, Cambiemos
ratificaría su continuidad, seguido por el peronismo en alguna de sus
variantes. Hoy tenemos por lo menos dos versiones, una que denominamos
Federal y que agrupa a gobernadores y senadores y algunos dirigentes
sindicales, y otra kirchnerista con el apoyo de algunos intendentes del
conurbano y la CTA.
Del punto de vista de los consensos, está claro que la mayoría del electorado
no votaría a Cambiemos, pero esa mayoría está partida en pedazos. Todavía
falta mucho para definir candidaturas, pero es cierto que al panperonismo no
le queda mucho tiempo por delante, considerando las dificultades por las que
atraviesa y las tareas a realizar.
Cambiemos ya está en carrera y han comenzado a planificar sus campañas
para seguir ampliando su dominio territorial. Actualmente administra 5
provincias y aspira a incorporar otras; Córdoba, Santa Fe, Chaco, Entre Ríos,
Neuquén, Salta, y Santa Cruz
Falta mucho tiempo todavía para saber el resultado de las pruebas electorales
y es indudable que la cuestión económica será un eje principal de las
campañas. La mayoría de la población está preocupada por la situación,
mientras un pedazo de ella, lo está menos y mantiene algún privilegio.
Cambiemos tratará de renovar la esperanza, pero lo que todo el mundo sabe
es que no habrá el derrame que había supuesto cuando votó en el 2015 y en el
2017 dando por finalizado el período kirchnerista. Además si apareciera un
cisne negro en el escenario, habría que reformular las presunciones. El
peronismo pivoteará sobre la escasez económica y las promesas incumplidas.
Tiene que suscitar la necesidad de un cambio de gobierno en la sociedad;
mientras el oficialismo tenderá a ratificar el camino emprendido como un
contrapunto del pasado, ahora más lejos, kichnerista.
Estas aproximaciones son a la fecha y estas hipótesis pueden variar si se
produjeran acontecimientos imprevistos en la relación de la economía y la
sociedad, o cualquier otro hecho que modifique la percepción y valoración de
los votantes respecto al oficialismo y la oposición. No adherimos a la receta
que anticipa que si el Gobierno fuera a sufrir una fuerte crisis
socioeconómica, la capitalización se produciría por izquierda. Los estudios nos
indican que la mayoría de la sociedad insistirá con la avenida del medio.

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