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MOMENTO DE MEDITACIÓN
P. Diego Fares sj
Las meditación de tres binarios y la de las tres maneras de humildad, son una especie de
test para que el ejercitante constate cómo están sus afectos en lo que hace a la seguridad
emocional que dan las po-sesiones y en lo que hace a su grado de amor perso-nal a Cristo.
Ayuda verlas juntas. El hecho de graduar es pedagógico. No todo es lo mismo, ni para el
mal ni para el bien. Y mucho menos si se trata de buscar “lo mejor”.
En el mundo tecnológico en el que vivimos, el principio de graduación es continuo. Todos
los días sale una actualización de los artefactos que usamos que suma algún grado más de
perfección. Hay una exageración en este progreso continuo porque nos hace sentir que no
es humano: uno no puede estar constantemente cambiando el instrumento. Al final se
termina por no usarlo para su fin más propio (hablar por teléfono, por ejemplo), de tantas
aplicaciones nuevas que salen y que cuesta aprender a manejar.
En el orden espiritual, en cambio, nos hemos liberado (para utilizar la expresión que
primero viene a los la-bios) de un perfeccionismo rigorista en cuanto a “ha-cer méritos” y
en cuanto a “desarraigar vicios y peca-dos”. Lo que nos atrae poderosamente a nivel tecno-
lógico – una pantalla LCD con definición perfectísima – nos resulta pesado a nivel
espiritual – un discerni-miento más fino de las situaciones conflictivas -. La resolución de
la pantalla, que sea cada vez mejor; la resolución de los conflictos, si queda más o menos
clara, da lo mismo. O puesto de otra manera: lo que confiamos que es posible a nivel
tecnológico, a nivel espiritual no confiamos que pueda mejorar mucho (el diálogo, el
consenso, la clarificación de roles, la com-prensión de los procesos…).
Tres binarios
Veamos cómo hace Ignacio para clarificar nuestra relación con una “posesión inquietante”.
Igna-cio la llama “cosa acquisita” y se trata de algo que po-seemos pero cuya posesión nos
inquieta, nos lleva a cuestionarnos si es legítimo tenerla o no…
El ejemplo que pone Ignacio es el de:
“tres binarios (tipos) de hombres, cada uno de los cuales ha adquirido diez mil ducados, no
pura o debidamente por amor de Dios, y quieren todos salvarse y hallar en paz a Dios
nuestro Señor, qui-tando de sí la gravedad e impedimento que tienen para ello en la
afección de la cosa acquisita”.
Esos diez mil ducados (1 millón y medio de Euros) re-presentan bien gráficamente una
situación muy huma-na que es típica. Cuando uno se encuentra con una suma así en las
manos se suscitan sentimientos en-contrados: por un lado uno siente “con esto estoy sal-
vado”: una suma así de dinero produce seguridad emocional. Por otro lado, tal cantidad de
dinero hace que surjan todo tipo de sentimientos: alegría por el bien que puedo hacer,
miedo de que me los roben, duda de cómo invertirlos mejor, cálculos que van des-de la
generosidad más desinteresada hasta la avaricia más rastrera (regalo todo, no comparto ni
un centavo).
Las actitudes que describe Ignacio, unifican desde la acción concreta, todas las actitudes y
sentimientos posibles. Ilumina mucho para el discernimiento, ver que puede haber multitud
de ideas y variedad de mati-ces en lo que cada persona siente, pero en la práctica sólo hay
tres puntos de llegada.
El marco que nos pone Ignacio, es el fin último de toda acción, el Bien Sumo que atrae todo
deseo profundo del corazón humano: el deseo de conocer lo que es más grato a Dios y lo
más saludable para mi alma y lo que resulta ser el mejor servicio para la mayor Gloria de
Dios.
Ignacio nos lleva a discernir sabiamente concluyendo que la única seguridad plena consiste
en tener lo que nos ayuda a realizar nuestro deseo más profundo co-mo seres humanos:
poder servir mejor a Dios nuestro Señor.
Alguno podrá pensar: en las acciones que realizo cada día no tengo presentes metas tan
altas. Puede ser. Por eso pone el ejemplo de que de golpe te encontrás con 1 millón y medio
de euros. Hay sumas que obligan a alzar la mirada hacia las metas altas.
¿Cuáles son las tres acciones concretas que uno pue-de tomar?
O dilata la decisión o fuerza la cosa para quedarse con la plata o la deja afectivamente y se
concentra primero en ver qué es lo que Dios quiere.
El primer binario querría quitar el afecto que a la cosa acquisita tiene, para hallar en paz a
Dios nuestro Señor, y saberse salvar, y no pone los me-dios hasta la hora de la muerte.
Es la acción de dilatar las decisiones importantes. Ha-ce que uno se pierda el tiempo
precioso de su vida. No hace justicia al talento recibido. El no jugarse ente-ro es una
manera de jugarse egoístamente por lo momentáneo y superficial.
El 2º quiere quitar el afecto, mas así le quiere qui-tar, que quede con la cosa acquisita, de
manera que allí venga Dios donde él quiere, y no determina de dejarla, para ir a Dios,
aunque fuese el mejor estado para él.
Esta es la actitud –muy común- de terminar forzando las cosas para hacer lo que uno
quiere. Es una pena, porque muchas veces lo que uno desea coincide con lo que le agrada a
Dios, pero al no soltar nunca la pla-ta (la cosa acquisita), uno nunca está seguro.
El 3º quiere quitar el afecto, mas así le quiere qui-tar, que también no le tiene afección a
tener la co-sa acquisita o no la tener, sino quiere solamente quererla o no quererla, según
que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a la tal persona le parecerá mejor para
servicio y alabanza de su divi-na majestad; y, entretanto quiere hacer cuenta que todo lo
deja en afecto, poniendo fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le mo-viere
sólo el servicio de Dios nuestro Señor, de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios
nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o dejarla.
La tercera actitud consiste en “dejar la cosa afectiva-mente”. ¿Cómo se hace? Ignacio pone
una nota:
“cuando nosotros sentimos afecto o repugnancia contra la pobreza actual, cuando no somos
indife-rentes a pobreza o riqueza, mucho aprovecha para extinguir el tal afecto
desordenado, pedir en los coloquios (aunque sea contra la carne) que el Se-ñor le elija en
pobreza actual; y que él quiere, pide y suplica, sólo que sea servicio y alabanza de la su
divina bondad (EE 149-157).
La manera de soltar algo afectivamente es pedir al Señor que nos elija en lo que más nos
cuesta (regalar la plata, por ejemplo). Esto hoy en día no se si está bien visto. Parece
masoquista. Sin embargo, si uno se anima a entrar en un diálogo así con el Señor, es
notable cómo se cambia la imagen: uno se da cuenta de lo lindo que es “que Dios me elija
en algo” o me pida algo. Y también se da cuenta de que en realidad “no poseemos nada”.
Por más que tengamos los diez mil ducados, las vueltas de la vida nos la pueden hacer
desaparecer (y si no recordemos el 2001, como desaparecían los ahorros y quedaba sólo la
tercera parte).
La 2ª es más perfecta humildad que la primera, es a saber, si yo me hallo en tal punto que
no quiero ni me afecto más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que deshonor, a
desear vida larga que corta, siendo igual servicio de Dios nuestro Señor y salud de mi
ánima; y, con esto, que por to-do lo criado ni porque la vida me quitasen, no sea en
deliberar de hacer un pecado venial.
La segunda manera de humildad retoma la actitud de indiferencia del Principio y
Fundamento. Ya no se trata sólo de una cosa acquisita –los 10.000 ducados- sino de todas
la coas que dan “seguridad humana”: riqueza, honor, vida larga. Y esto, que puede parecer
idílico o abstracto, ya que cómo puedo saber que estoy indiferente a una vida larga…, se
concreta en “no deliberar en hacer un pecado venial”. Ignacio pone en tensión el afecto que
tenemos a los valores más altos con la facultad de “deliberar” –pesar entre dos medios, cual
me lleva más directamente al fin- y nos dice que “la humildad se nota en que uno, al
deliberar, juzga y elige instintivamente contra lo que se ve como pecado leve.
La 3ª es humildad perfectísima, es a saber, cuando incluyendo la primera y segunda, siendo
igual ala-banza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecer más actualmente a
Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobrios
con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por
Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo.
La tercera manera de humildad supone las otras dos (que nunca se superan, ya que la vida
nos va ponien-do –dramáticamente- ante decisiones que a veces im-plican elegir contra un
pecado mortal y otras contra al-go leve, para reafirmar nuestra adhesión afectivamen-te
íntegra a la voluntad de Dios.
Esta humildad no es algo “necesario para la salvación” sino que es algo gratuito y libre.
Consiste en “querer y elegir” las bienaventuranzas de la pobreza y la humi-llación por
imitar mejor a Cristo. No por ninguna otra razón.
Por eso Ignacio pone “siendo igual alabanza y gloria de Dios”. Es decir: si no elijo esta
pobreza y este ser tenido por vano y loco, no pierdo nada ni pierde nada el mundo ni la
Gloria de Dios.
Aquí se termina de ver que la idea de “lo mejor”, del “magis” ignaciano, no tiene nada de
voluntarista ni de recompensa ni de escalafón. Se trata de un magis “en-tre amigos”, que no
reporta ningún beneficio “externo” para nadie. Alguno pensará: algún beneficio debe ha-
ber, si no para qué elegir este tercer grado de humil-dad. Y no. Si tomamos en serio lo de
que es “igual gloria y alabanza de Dios”, tenemos que concluir que este grado de humildad
no es visible. Es algo íntimo entre el Señor que invita y la persona que elige este camino.
Pues bien, en algo que no es visible –no es medible ni constatable por ninguna observación
ni psicológica ni sociológica- radica la “humildad perfectísima” o, lo que es lo mismo “el
estilo o la manera del amor más plena”. Y ¿para qué sirve meditar en algo así, que no se
puede constatar porque no produce ningún efecto que haga ver que es mejor que otras
actitudes?
Creo que es el contrapeso que necesitamos para equi-librar nuestros afectos desordenados
por el bombar-deo incesante al que nos somete el mundo del con-sumo, haciendo que la sed
de nuestro corazón por lo mejor se cebe en productos constantemente mejora-dos que no
hacen sino aumentar la insatisfacción.
Saber que podemos imitar a Jesús en algo de sus pa-decimientos (llegando incluso a poder
imitarlo en ser considerados vanos por los demás, es decir: gente que está al cuete, que no
vale nada, que no cuenta, que no existe siquiera, que no influye en los ámbitos donde se
cocinan las cosas importantes) saber, digo, que podemos imitarlo en esto y que ni siquiera
ten-dremos la aprobación de Dios (no porque no le agrade sino porque una actitud así nos
hace tan iguales a él que ni siquiera necesita aprobarnos) es lo más liberador que existe. Y
nos revela dónde está nuestra dignidad, en qué tipo de actitudes se juega lo mejor que
podemos dar y hacer.
El ejemplo de la viuda del evangelio, que da sus dos moneditas, ilustra muy bien este tercer
grado de hu-mildad. Jesús la pone de ejemplo pero ella ni se ente-ra. A ella no le dice nada.
Es que la considera una par: darse entero es lo propio del Amor Infinito. Y cuando una
creatura se da por entero, se le iguala.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Siguiendo el camino de los Ejercicios Espirituales, en este mes vamos rezar en torno a la
palabra: GENEROSIDAD.
La Meditación de TRES BINARIOS, nos pone ante la opción de abrazar lo que más agrada
al Padre, para que seamos generosos en la entrega de nuestra vida…
Somos discípulos de Aquel que no se dejo ganar en generosidad y se ofreció para que
tengamos Vida y Vida en Abundancia…
Juan XXIII decía que esta meditación, ayudaba a crear en el ejercitante lo que él llamaba
“disposición habitual para recibir las sorpresas de Dios”…
Esta es la condición necesaria para que nuestro «seguimiento» sea, por tanto, la manera
más creativa de describir la fe cristiana y la invitación al discípulo/la es la de caminar
siguiendo los pasos de Jesús» (J. Fitzmyer).
Aquí confluye una fuerte nota ignaciana: la gratitud del amor de Dios que ama (mueve)
primero…
AYUDA PARA ESTE MOMENTO CONTEMPLATIVO
En esta Meditación, San Ignacio nos invita a ponernos frente a la mirada de Dios Nuestro
Señor y de los santos (EE 151).
Me pongo en Su presencia:
Frente a la mirada del Señor descubrimos una mirada que “cala hondo” en el
corazón, que mira a cada uno con “atención amorosa”, con delicadeza, con
bondad…me mira a mí personalmente y mira mi corazón…mira las ataduras
que tengo, mira si estoy curvado sobre mi mismo/a…mira los pesos que
traigo…
Descubrir esa mirada y la delicadeza de su mirar…
Frente a esta mirada expongo mi corazón, para que lo penetre en lo más
hondo y me ayude a soltar lo que me hace esclavo: (cosas, personas,
situaciones…)
Esa mirada nos pone en situación de “pobre”…
“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino
de los Cielos”(mt.5,3)
“Allí donde está tu tesoro está tu corazón”(mt.6,21)
Vamos a ponernos con confianza amorosa ante la mirada del Señor, para que mirándonos
con sus ojos le expongamos nuestro corazón…podríamos decir “con el corazón en la
mano”… para que Él que es nuestro Maestro y Señor nos regale vivir esta
bienaventuranza…por la cual Él nos enriquece con su pobreza…nos da el tesoro del Reino,
por el que vale la pena dejar las cosas que nos atan y nos alejan de recibir el regalo-don de
esa felicidad que tanto anhela nuestro corazón, de ese conocimiento interno del Señor que
nos hace ricos en su Pobreza…
Palabras clave en los Ejercicios Espirituales: el enemigo de nuestra
naturaleza humana
Momento de meditación
Diego Fares sj
Dos banderas. Conocer al enemigo de nuestra naturaleza humana nos ayuda a valorar
a Jesús, nuestro Amigo.
Dentro del proyecto de este año de buscar las palabras esenciales de Ignacio en los
Ejercicios, al releer la meditación de Dos Banderas pensé que podía hacernos bien
reflexionar sobre la concepción que Ignacio tiene del “enemigo de nuestra naturaleza
humana”. La palabra “enemigo” está hoy de moda. De hecho, gran parte de la vida política
gira en torno al “criterio del enemigo”. La concepción de que hay que aceptar el conflicto y
convertir a los antagonistas en agonistas, al enemigo en adversario (permanente), está
presente en la política. El sistema liberal, que pretende un libre juego de competidores que
se armonizan “naturalmente”, corre el peligro de permitir que se “enmascaren” los poderes
dominantes que en realidad no dejan que haya “libre competencia”. Esto se muestra cuando
se ven afectados los intereses de los poderosos cómo enseguida inician una guerra sin
cuartel. El otro extremo es el de un antagonismo abierto, como el que propone el
terrorismo, que ve en esta guerra sin códigos la única respuesta al poder absoluto
“enmascarado” bajo apariencias democráticas. En medio está la búsqueda que
mencionábamos de reconocer el conflicto como algo permanente y de tratar de
“domesticarlo”, de encauzarlo dentro un juego democrático común.
Detrás de estas teorías políticas hay posturas filosóficas y teológicas. Para nosotros es
importante clarificar la doctrina cristiana, para que no se hagan proyecciones simplistas que
afecten la vida cotidiana.
Lo primero que afirma nuestra fe es que Dios creó todas las cosas buenas y su voluntad es
que todos los hombres se salven. Dentro de este abrazo de amor infinito, que abarca la
creación en su comienzo y en su final, se sitúa, dramáticamente, el misterio del mal. Su
profundidad y capacidad de destrucción es tan grande que el mismo Dios tuvo que hacerse
hombre y padecer para redimirnos. Es decir: si bien no hay “dos principios” uno bueno y
otro malo, pueden haber dos finales: un cielo y un infierno. El poder redentor de Jesucristo
es tal que es capaz de “conquistar a todos los enemigos”, como dice Ignacio. El amor de
Cristo no tiene enemigos que nos puedan apartar de su poder salvador. Lo cual hace más
misterioso si se puede el poder del mal ya que existe un enemigo de ese amor y el hombre
es libre de adherirse a ese enemigo o puede quedar atrapado por sus engaños y seducciones.
La correcta concepción del demonio –como enemigo de la creación y de la redención es
clave para valorar en su justa medida la figura de Jesucristo. Por lo pronto, digamos que de
lo que se trata es de no exagerar la figura del demonio (no es “otro Dios”, es creatura; no
hay que ver demonios por todos lados) ni de minimizarla hasta hacerlo desaparecer. Esto
último lleva a “demonizar” personas o a “naturalizar” el mal quitándole su característica
principal que es la de algo determinado líbremente. Veamos cómo trata el tema Ignacio en
los Ejercicios.
En las Anotaciones: Nuestro enemigo no quiere que recemos “la hora entera” en paz
Me resultó curioso que en las meditaciones sobre los pecados no se mencione al enemigo.
Como si Ignacio alejara su presencia de los pecados para poner allí sólo a Cristo, sólo la
misericordia de Dios. Me parece que hay detrás una concepción del hombre que parte de la
compasión y que busca ponerlo en pie. La intuición es como si el Enemigo nos abandonara
en nuestro pecado y se alejara sintiendo que el pecador ya no le interesa, al menos no le
interesa tanto como el que va de bien en mejor subiendo. En cambio al Señor le interesa
todo lo del pecador y tiene una pedagogía rica en estrategias para ganarle el corazón. El mal
espíritu sólo sabe “proponer placeres aparentes” al que va de mal en peor y esto no sirve en
la enfermedad o ante la muerte. Por eso ese terreno de indefensión y de vulnerabilidad en
que nos deja el pecado –personal o social es terreno sagrado donde sólo entra Cristo y la
misericordia infinita del Padre.
Esta reflexión (sobre una especie de ausencia del demonio en el hombre caído y una
presencia bondadosísima de Dios nuestro Señor) surge de poner todos juntos los textos
donde Ignacio habla del enemigo de nuestra naturaleza humana y de ponderar y reflexionar
acerca de los momentos en que menciona al demonio y la cantidad de veces que lo hace.
Claramente se nota que son mayores las menciones allí donde está en juego la libertad del
que va de bien en mejor subiendo. Viene bien recordar aquí que el demonio es parásito, se
alimenta del que tiene vida y muere con el que está enfermo.
“En la “meditación de dos banderas, la una de Cristo sumo capitán y Señor nuestro, la otra
de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana natura” Ignacio sienta claramente posición:
no hay bandera blanca, no hay terreno neutral. La historia de salvación es dramática lucha
entre Jesús y sus seguidores y Satanás y los suyos. El sumo Capitán de los buenos es Cristo
y el caudillo de los enemigos es Lucifer. Ambos quieren a todos los hombres bajo su
bandera. No hay pactos de paz ni terrenos respetados por estos enemigos a muerte. Esta
definición última –o con Cristo o con el Demonio permite discernir sin que se de lugar a
que queden cosas ambiguas o “grises” como se dice ahora. Y la gracia a pedir en esta
meditación es:
Conocimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para de ellos me guardar; y
conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para
le imitar (EE 139).
La composición del lugar del “caudillo de todos los enemigos” es la ciudad de Babilonia. El
estilo del maligno es “espectacular”: Ignacio describe una “gran cátedra de fuego y humo”,
“horrible y espantosa”, pero en el fondo puro “efecto artificial. El “mal caudillo” convoca:
“hace llamamiento de innumerables demonios, y los esparce a los unos en tal ciudad y a los
otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados, ni personas
algunas en particular”. El “sermón que les hace” consiste en amonestarlos para que tiren “
redes y cadenas; que primero hayan de tentar de codicia de riquezas, para que más
fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia (EE 135140).
Queda clara la táctica astuta del enemigo, los “escalones” por los que nos hace “ir de mal
en peor”: el primer escalón es de riquezas, el 2 de honor, el 3 de soberbia, y de estos tres
escalones induce a todos los otros vicios”. Porque como dicen los padres “la soberbia es el
manantial de donde brotan todos los pecados” y por eso la humildad de Jesús es el remedio
contra todos los males y lo que venció al demonio. Ignacio decía que esta meditación de
Dos Banderas fue la revelación del Señor que lo llevó a fundar la Compañía de Jesús, como
modo de vivir en la Amistad con Jesús y en lucha contra el Demonio.
En la Pasión
Es en la Pasión donde mejor se ve esta humildad del Señor. Ignacio nos hace “considerar
cómo la Divinidad se esconde es a saber, cómo podría destruir a sus enemigos, y no lo
hace, y cómo deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente (EE 196).
Las reglas para ordenarse en el comer (y en todo apetito desordenado y tentación del
enemigo) Ignacio recién las da luego de haber contemplado la pasión del Señor. Recién
aquí se pasa del criterio de alargarse en la oración a “si es tentado de comer más coma
menos” (EE 217).
Momento de contemplación
Siguiendo el camino de los Ejercicios Espirituales, en este mes vamos rezar en torno a la
palabra: “AMISTAD”
La estructura de la Meditación de “DOS BANDERAS”, se nos presenta como un
contemplar preguntando, haciendo una pregunta muy personal y definitiva:
• ¿Cómo creo que mi corazón se irá volviendo más “amigo de Jesús”, más parecido a Él,
más pobre, más humilde y más servicial?
• ¿Es el amor a Jesús el que cimenta mis opciones?
“La dialéctica de esta meditación se plantea en todo lugar, en todos los niveles, en todas las
personas y en todo momento. Los tres escalones son un camino de libertad y de
identificación con Cristo.
Vemos que aparecen dos tipos de “hombres/mujeres”:
• el hombre/mujer viejo/vieja que ha perdido su libertad, que vive esclavizado…
• el hombre/mujer nuevo/nueva que reproduce la imagen de Cristo, hombre libre que
manifiesta la libertad de los hijos de Dios…
El Cristo de las “DOS BANDERAS” no es apocalíptico no es de tipo militar, sino que es el
AMIGO…
Esta meditación quiere resaltar su cercanía y atractivo. Hay aquí un recuerdo de las
palabras de Jesús:
“Ya no los llamo siervos…a ustedes los llamo amigos porque todo lo que oído de mi Padre
se los he dado a conocer” –Jn 15, 15-
Este “título” de Jesús, como AMIGO, es eminentemente comunitario y profundamente
humano, ya que nos invita a vivir en un vínculo hondo y esencial, ofreciéndonos en la
humildad a la Persona del AMIGO Jesús, a su cercanía e intimidad y a vivir para ayudar a
que “nuestro” Amigo sea más conocido y amado por todos…
Me pongo en Su presencia:
El Señor me ha traído para estar hoy aquí y me quiere renovar en su “AMISTAD”.
Él me espera y me recibe como estoy y como vengo.
El me conoce profundamente. Sabe lo que “HOY” estoy necesitando.
Tomo conciencia de que “El mirar de Dios es amar” –S. Juan de la Cruz-
Me pregunto:
¿Es el amor a Jesús el que cimenta mis opciones cotidianas?
MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
Podemos recorrer los Ejercicios enteros tomando como hilo conductor la “determinación”.
Comencemos por la visión que Ignacio tiene de Dios, de la Santísima Trinidad. En la
contemplación de la Encarnación Ignacio se fija en que “La Trinidad se determina, en su
eternidad, que la segunda persona se haga hombre para salvar al género humano” (EE 102).
Que Jesús haya puesto su tienda de campaña entre nosotros no es fruto de la necesidad ni
del azar sino de la libre y amorosa determinación de Dios. Y es el mismo amor que
líbremente nos redimió el que nos creó y dio la vida al universo entero.
Filosóficamente es decisivo pensar que el Principio tiene que ser determinado. Determinado
líbremente; por autodeterminación, pero determinado. No es coherente plantear como algo
obvio que el Principio fue un Big Bang. De una explosión no sale un universo armonioso ni
personas espirituales.
Determinarse es la característica más profunda de la libertad, no solo del hombre sino
también de Dios. Y a este Dios libre que nos da la vida y nos invita a participar de la
redención, Ignacio quiere que le demos una respuesta libre.
Ya en el título mismo de los Ejercicios encontramos la palabra determinación: “Ejercicios
espirituales para vencer a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse por afección alguna
que desordenada sea” (EE 21). Vemos que de lo que se trata es de ejercitarnos en la
libertad. Ignacio es bien realista: da por sentado que nuestros afectos no siempre están
ordenados. Lo importante es que a la hora de elegir –determinarse- no nos dejemos dominar
por ningún afecto desordenado, que nos aleje del fin que es el bien.
En la meditación del Rey, la respuesta al llamamiento es un “quiero, deseo y es mi
determinación deliberada” imitar a Cristo en humillaciones y pobreza si es para mayor
gloria y servicio de Dios y “si Dios quiere –libremente- elegirme para ese estilo de vida (EE
98). Es bueno que tomemos nota de lo distintos que son los compromisos cuando uno
siente que fue elegido líbremente y que se valora que responda también líbremente. Se
respira otro aire cuando reina esta libertad.
En la meditación de los Tres binarios Ignacio caracteriza al segundo como ejemplo de las
personas que “quieren” el bien pero no “se determinan” a dejar lo dudoso para aclararse
bien lo que Dios quiere: “El segundo binario es el que “quiere quitar el afecto (a la cosa
adquirida), mas así le quiere quitar, que quede con la cosa acquisita, de manera que allí
venga Dios donde él quiere, y no determina de dejarla, para ir a Dios, aunque fuese el mejor
estado para él” (EE 154).
Cuando trata el tema de la elección “en tiempo tranquilo”, es decir, cuando uno no está
agitado por varios espíritus y usa de sus potencias naturales libre y tranquilamente” (EE
178), Ignacio utiliza como sinónimos “deliberación, elección y determinación”. Es que
cuando un bien es realmente el mejor y uno está en paz, la inteligencia lo valora como el
bien mayor y la voluntad se adhiere y lo elige naturalmente (Cfr. EE 181-187).
La determinación es clave a la hora de discernir, porque como dice la regla de oro: “En
tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y
determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en
que estaba en la antecedente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y
aconseja más el buen Espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos
tomar camino para acertar” (EE 318).
Las elecciones o determinaciones marcan y uno puede tener en ellas –en la memoria
agradecida de las consolaciones recibidas- puntos de referencia claros que permiten
discernir (con ayuda de otro que nos acompañe) en medio de la variación de los estados de
ánimo, de las consolaciones y desolaciones. Esto es clave en la cultura “líquida” en la que
vivimos, en la que todo fluye y da la impresión de que no hay nada firme.
Por último, la “determinación” es importante a la hora de “sentir con la Iglesia”. Ignacio
tiene la famosa regla que dice: “Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco
que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre
Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna
y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que
dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia” (EE 365).
Esto que suena mal a los oídos modernos, como si fuera contra la libertad, hay que leerlo
bien. Ignacio no dice que “vea” blanco lo que “es” negro. Sino que “crea” que es negro si la
Iglesia así lo determina (por supuesto que esto es en cuestiones que no crean objeción de
conciencia por ser materia de pecado).
La mentalidad moderna
Analicemos un poco qué es lo que nos hace ruido de estas afirmaciones de Ignacio. En
primer lugar, hay que decir que “quiero y deseo y es mi determinación deliberada” no es
una repetición de lo mismo sino una graduación que va de lo más general a lo más
concreto.
El bien siempre es concreto y por eso requiere determinación. ¿Qué quiere decir? Que si
uno no se determina y elige el bien no lo puede gozar.
El voluntarismo, sea lo que sea para cada uno, es una reducción. Se pone el acento en el
momento en que uno se juega, elige, opta por una cosa y descarta otra, se compromete y
“pierde su libertad…”, como se dice. Digo que esto es una reducción porque el bien es más
amplio que la decisión subjetiva: tiene también una cara objetiva.
Tener que elegir no es una exigencia que provenga en primer lugar de un mandato (paterno,
superyoico, social, eclesial, divino) sino que proviene de una determinación positiva, de un
límite del bien mismo.
En las olimpiadas, se dio que pasaran en simultáneo la final de hockey y la semifinal de
basquet. Al menos para mí, era claro que no quería ver las dos competencias al mismo
tiempo. Sentía que me perdía las dos. Este límite es un límite positivo: para disfrutar de un
espectáculo de manera plena es necesario verlo en todos sus detalles, en su preparación, en
su desarrollo y en la emoción final. No se trata sólo de un resultado. Y por eso, porque la
realidad requiere tiempo para expresarse, es que tengo que elegir y determinarme por una
cosa y no por otra, para poder gozar ese bien. Es claro que no se puede competir en dos
pruebas simultáneas. Pero, aunque la tecnología permita ser espectadores de dos o más
espectáculos simultáneamente, el propio límite subjetivo exige también una elección: no
puedo “sentir” bien emociones diferentes al mismo tiempo. El bien (la belleza y la emoción
de una carrera) es concreto y requiere que me concrete. Esto significa “determinarme”. Es
un límite, sí, pero positivísimo. No hay belleza ni bien que no sea determinado, concreto,
incluso único. En un deporte, lo irrepetible de una carrera olímpica, constituye la mayor
emoción del espectáculo. No es lo mismo un record mundial logrado en una carrera
solitaria en condiciones ideales.
Esto de comparar dos cosas buenas ayuda a pensar adecuadamente lo positivo y lo real de
la elección, quitando los fantasmas de “estar obligado a elegir porque otro me lo impone
desde afuera como un imperativo que me coarta mi libertad”. Este reacción primaria es
adolescente, no adulta. De niños elegimos el bien tal como nos lo mandan nuestros padres y
la lucha (que ahora se da cada vez a edad más temprana) por elegir lo que queremos,
muchas veces en discusión con nuestros padres, hace que en la adolescencia pongamos el
acento más en la subjetividad de hacer lo que nosotros queremos y no lo que el otro nos
manda, en vez de mirar con objetividad el bien en sí mismo, con sus límites y exigencias.
Esa vivencia de los mandatos (ley) como algo que brota de una voluntad ajena (y no como
algo que emana de la cosa misma) queda como fijada y puede verse en muchísimos ámbitos
de la vida social. Donde no hay nadie que nos vea o que nos pueda multar tiramos basura
en la calle, por ejemplo, aunque sintamos disgusto por la suciedad. Se da una lucha entre lo
más fácil (tirar el papel que nos molesta en la mano), lo que no se debe hacer (está
prohibido) y una justificación (total todos lo hacen y está sucia la ciudad). Todo esto es
“exterior” al bien mismo: lo bueno que es tirar el papel donde corresponde, la satisfacción
que da hacer las cosas bien y lo feo y malo que es el que yo ensucie aquí y ahora mi ciudad.
Puede ayudarnos leer el cuento de Menapace “La indecisión”
Lo habían agarrado en flagrante delito de robo, y no existían circunstancias atenuantes que
lo justificaran. A pesar de todas sus negativas no pudo evitar que la justicia lo mandara a la
muerte. Cierto, había tratado de mostrarse sereno y había logrado impresionar a sus mismos
jueces. Todavía le quedaba un poco de humor, y decidió jugarse hasta la última carta.
Trataría al menos de ganar tiempo, para vivir un rato más.
Cuando le leyeron la sentencia que lo condenaba a la horca, la escuchó con calma, y
concluyó la sesión preguntado si tendría la oportunidad de expresar su último deseo. Era
imposible que se lo negasen. Y así fue. Se lo concedieron, antes aún de averiguar de que se
trataba.
- Quisiera – dijo – ser yo mismo quien elija el árbol en cuya rama tendré que ser
ajusticiado.
Aunque la petición pareció a los jueces un tanto romántica para lo dramático de las
circunstancias, no hubo inconvenientes en concedérsela. Le designaron un piquete de
cuatro guardias para que lo acompañaran en el recorrido por el bosquecito de las afueras de
aquella vieja ciudad medieval, en la que este suceso se desarrollaba conforme a las
costumbres y procederes de la época.
Más de tres horas duró la caminata, que impacientó a todos, menos al interesado, que
gastaba su tiempo desaprensivamente observando con superioridad e ironía cada árbol y
cada gajo que podría ser su último punto de apoyo sobre esta tierra de la que se despediría
en breve. Los miraba y estudiaba minuciosamente, para desecharlos luego casi con
desprecio. No sería una miserable planta con tantos defectos la que tendría el honor de
cargar con su partida. De esta manera fue pasando de árbol en árbol, hasta que hubo
inspeccionado todos los posibles. De nuevo ante el juez, expresó así sus conclusiones: –
¡Señor juez! ¿Quiere que le diga la verdad? No hay ninguno que me convenza. Murió lo
mismo. Y sin haber elegido.
Tengo dos amigos. Uno de ellos ha llegado a la convicción de que debería consagrar su
vida a Dios. Pero todavía no ha encontrado ninguna congregación que lo convenza. El otro
cree en el amor. Pero no cree en las mujeres.
Me temo que los dos van a morir sin haber elegido.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
“Escucha y vivirás…”
Siguiendo el camino de los Ejercicios Espirituales, en este mes vamos rezar en torno a la
palabra: ESCUCHAR, haciendo referencia a la Meditación del Reino, en donde pedimos no
ser sordos y así reconocer la voz de Aquel que quiere ser el dueño de nuestra vida, para
plenificarla.
• Pedimos la Gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, más presto y
diligente para cumplir su Santísima Voluntad.
Algunos textos…
“El Señor le dijo a Elías: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor». Y en ese
momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y
resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del
viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto,
se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el
rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó
de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: « ¿Qué haces aquí,
Elías?» -1Reyes 19, 11-13-.
“Escucha, Israel: El Señor, Nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo
quedarán en tu memoria» -Dt 6,4-6-.
• ¿Estoy en lo cotidiano, a la escucha de lo que Jesús quiere que haga con Él, como Él y
desde Él?
• ¿Es su voz, la que alienta mi vida?
• ¿Qué otras voces le quitan lugar a la voz del Señor?
• ¿Cuáles son mis “sorderas”?
Diego Fares sj
Decía el Papa Pío XII: “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”. Y Juan
Pablo II, en Reconciliación y penitencia , dice que el hombre contemporáneo vive “bajo la
amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un
entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia”. Pero… ¿no es más bien una
conquista del hombre actual esto de haberse liberado del sentido del pecado? Puede ser que
sea algo bueno habernos liberado de un sentido del pecado impuesto como desde afuera,
por las instituciones, y de una culpa puesta muy marcadamente en lo sexual, por ejemplo,
en desmedro de otros ámbitos de la vida. Pero es bueno reflexionar y caer en la cuenta de
que el verdadero sentido del pecado va unido al sentido de Dios misericordioso, al sentido
del prójimo y de la solidaridad y justicia social y al sentido de la propia dignidad de cada
uno como persona. Perder el sentido justo del pecado es perder también los otros tres
sentidos. Diluir la propia responsabilidad sobre los actos malos equivale a perder nuestra
historia, nuestra capacidad de cambiar y de ser libres. No asumir la responsabilidad sobre
las injusticias sociales equivale a renunciar a ser parte de un pueblo, de un todo mayor que
los individuos. No reconocerle a nuestra conciencia el rol de decirnos con claridad y certeza
lo que está bien y lo que está mal, es renunciar a nuestra apertura al misterio de Dios que
nos creó y junto con el ser nos dio su ley, y recluirnos en un aislamiento narcisista.
Estos puntos formulados un poco al pasar sirven para reflexionar acerca de la importancia
de trabajar, cada uno en la medida en que mejor pueda, nuestro sentido del pecado, para
ejercitarnos en juzgar con justeza y en crecer con el consejo de los que tienen una mirada
más amplia y más honda acerca del verdadero sentido del pecado, de lo que está bien y de
lo que está mal.
De entrada, nos situamos no en el ámbito moral natural, donde la conciencia de lo que está
bien y de lo que está mal se rige en gran medida por el ambiente familiar, social y cultural
en el que cada uno vive, sino en el ámbito sobrenatural, comparándonos no con el término
medio de la sociedad sino con la rectitud y la nobleza de Jesucristo y de los santos.
El pecado y la gracia en la Autobiografía de San Ignacio
Pecado es una palabra clave en los Ejercicios. Lo primero que llama la atención es que los
Ejercicios le dedican una semana entera a “la consideración y contemplación del pecado”.
Las otras tres semanas se dedican a Cristo: a su vida, pasión y resurrección (EE 4). Es que
el sentido del pecado, en todas sus dimensiones, es como la contracara del sentido de
Cristo, el Salvador.
Tomando esta correlación como pauta podemos destacar cómo Ignacio pone el pecado en
su contexto. Lo sitúa.
Contexto moral
Los ejercicios apuntan a las “causas del pecado” que son las afecciones desordenadas. La
causa de todo pecado radica en un apego o afección desordenada a ciertos bienes que llevan
a faltar contra otros bienes mayores. Ignacio apunta directamente no solo a tener a raya
estas afecciones desordenadas sino a erradicarlas. Nos hace pedir la gracia de aborrecer el
pecado y sus causas para poder amar libremente y en paz al Sumo Bien.
Por eso la lucha contra el pecado se libra en el terreno de los afectos, pidiendo sentir con
toda el alma “vergüenza, confusión, dolor, contrición y lágrimas” por el pecado.
Lo moral se extenderá a lo psicológico, librando batalla contra los escrúpulos, que
deforman el sentido del pecado y contra la moralina y el eticismo. Ignacio librará también
una batalla dentro de la Iglesia y se decidirá a estudiar para tener las licencias
correspondientes que le permitan ayudar a las almas en la definición de lo que es pecado
mortal y lo que es venial. Ignacio clarifica mucho que no todo es pecado mortal,
especialmente en las cosas que no pasan al consentimiento y a la puesta en obra y que están
más bien en el terreno de la negligencia en rechazar malos pensamientos. Con sus reglas de
discernimiento pone el pecado en contexto espiritual.
Contexto espiritual
Es clave para Ignacio situar el pecado en la historia personal de cada ejercitante y ver la
dirección de fondo de su vida para descubrir las tácticas del buen espíritu y del malo.
En los que van de pecado mortal en pecado mortal el buen espíritu les punza el juicio
básico de la razón –eso está mal-, mientras que el malo aumenta los placeres aparentes…
Contexto creatural
En lo más hondo de los ejercicios está el sentido creatural que es el que da el sentido del
pecado. Ignacio hablará de “disminuirme con ejemplos” para ver qué poca cosas soy en
comparación con todo lo creado y con la grandeza y el amor de Dios contra quien he
pecado.
Estas comparaciones con el Padre, siempre más grande que el pecado y con Cristo puesto
en Cruz, siempre lleno de infinita misericordia personal por mí, por cada uno de nosotros,
son lo que da a Ignacio el verdadero sentido del pecado.
La misericordia y la lealtad de Dios es lo que suscita en él el deseo responder con igual
lealtad y de ofrecerse con todas sus fuerzas al servicio de un Señor tan bueno.
No cultivar estos santos y honorables deseos es cuestión de ser tenido por “perverso
caballero”.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Siguiendo el camino de los Ejercicios Espirituales, en este mes de Julio, vamos a tomar otra
palabra clave: MISERICORDIA, que en el proceso del Mes de EE, es tan importante que el
ejercitante la pueda experimentar, que San Ignacio, dice, que quien no la haya
experimentado no puede seguir con la experiencia de los mismos!!
Porque?, porque quien no se sabe creado por amor y no se sabe “re-creado” por la
Misericordia, no será capaz de ser canal de la misericordia de Dios en el mundo…Es decir,
no podrá ser “otro Cristo”, ya que la misión de Jesús ha sido y sigue siendo, mostrar el
Corazón del Padre, y su Voluntad: “Dios quiere sobre todo esto: Que nadie se pierda”,
como dice San Pablo a Timoteo…
Misericordia está formada por dos palabras que traducidas nos hablan del compadecerse del
corazón.
De dos maneras podemos penetrar en este misterio.
• La primera manera es receptiva, y consiste en el hecho de que nosotros, aún antes de
preocuparnos por lo que debemos hacer, acojamos y recibamos conmovidos y con fe esta
realidad divina. Aceptamos y recibimos la misericordia de Dios sobre nosotros, nos
dejamos bautizar –sumergir- en la misericordia de Dios, nos admiramos con alabanza y
acción de gracias, damos gracias al Señor por su misericordia, continuando así la
admiración del salmista que no se cansa de repetir el estribillo interminable: “Porque es
eterna su misericordia, porque es eterna su misericordia” (Salmo 135). Y la admiración de
María, que en el “Magníficat” exclama: “Su misericordia se extiende de generación en
generación”.
• La segunda manera es activa, y consiste en imitar la misericordia de Dios. Es decir, es una
manera que nos impulsa a la acción. El Apóstol escribía a los Colosenses: “Como elegidos
de Dios, santos y predilectos, revístanse de entrañas de misericordia, de agrado, de
humildad, de sencillez, de tolerancia, soportándose mutuamente y perdonándose cuando
uno tenga queja contra otro. El Señor los ha perdonado; perdónense también ustedes”.
Perdonando es como se nos perdona; usando misericordia es como se obtiene misericordia.
Principio y Fundamento
MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
Ignacio pone como Bien a “desear y elegir” en primer lugar la alabanza. Así como no es
cuestión de no sentir “apego a la salud y al honor…”, tampoco se trata de “esperar a que
nos vengan ganas de alabar”. Hay toda una tarea en la que uno puede ejercitarse libre y
voluntariamente.
La alabanza es un acto propiamente creatural y brota espontáneamente ante la belleza de la
creación, por ejemplo. También sintoniza con nuestros sentimientos hondos y si uno
comienza a agradecer y a bendecir por las cosas buenas como que naturalmente se
entusiasma y encuentra mucho más de lo que creía.
Pero además se puede cultivar este deseo eligiéndolo libremente como algo que se hace
objeto de un deber. Es como el mandamiento del amor. Uno puede mandarse alabar a Dios
y estructurar ejercicios de alabanza como si fueran un trabajo. Parece una redundancia
mandar que se haga algo que surge espontáneamente. Pero no lo es. Una, porque muchas
veces las urgencias de otros deberes posterga lo gratuito. Darle categoría de deber –debo
ser gratuito, es mi primera obligación alabar a mi Creador, ayuda a corregir un defecto de
funcionamiento que tenemos los seres humanos. Solemos funcionar a demanda y lo más
urgente suele acaparar nuestro tiempo real. Lo gratuito, como sabemos que lo queremos
hacer y que cuando tengamos tiempo lo haremos, lo posponemos, no en el corazón sino en
la práctica.
Desear y elegir es “obligarse libremente” a lo gratuito. Y hace bien ponerlo en primer lugar.
Es una expresión concreta de lo que hace el Señor cuando nos manda que “amemos a Dios
con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas”. Nos manda que hagamos lo
que en lo profundo deseamos hacer y que en la práctica postergamos.
Luego pone Ignacio el criterio de “donde se puede pensar que, con los medios que tiene la
Compañía, se fructificará más”, esto es “dónde encontramos la puerta abierta y hay mayor
disposición y facilidad de la gente para aprovecharse, disposición que consiste en devoción
y deseo (que se puede juzgar por la insistencia con que piden ayuda y por la calidad e
idoneidad de la gente para dar fruto y conservarlo”.
Servir donde hay gente con la que estamos más en deuda
Este criterio es el del agradecimiento y el de permanecer y aumentar el trabajo allí donde
hemos hecho amigos y donde tenemos Obras y donde hay bienhechores.
Servir donde hay gente que extiende a otros el bien recibido
Aquí Ignacio sigue el criterio de que el bien más perfecto es el que se difunde y perfecciona
a otros. De aquí viene lo de ayudar a “personas que sean influyentes en el sentído de que el
bien que se les hace a ellos lo extenderán. No se trata de personas con más título o posición
social sino de personas que aman el bien común.
Este es otro criterio ignaciano que privilegia cuando se une la fe y la justicia, la predicación
y las obras de misericordia (Const 7:623 E).
Vemos expresado en estos criterios una disponibilidad que brota de un Amor muy deseado
y elegido de todo corazón y con deliberada determinación.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Momento de meditación
Diego Fares sj
Consolación y fuerzas
Lo que experimenta Ignacio, como dice en su viaje a Jerusalem, en el que se embarcó sin
nada y contra la opinión de muchos que lo querían, es que “el Señor se le aparecía muchas
veces y le daba consolación y esfuerzo” (Auto 44).
Consolación y fortaleza espiritual van juntas en Ignacio. Desde el comienzo de su
conversión y hasta el final de su vida “su mayor consolación que recibía era mirar el cielo y
las estrellas y con esto sentía en sí un muy grande esfuerzo para servir a Dios nuestro
Señor” (Aut 11). Y ese “esfuerzo” es en bien del prójimo, como cuando fue a visitar a un
compañero que estaba enfermo en un pueblo vecino y el Señor lo consoló de tal manera que
camino tres días en ayunas y a buen ritmo (Auto 79).
Oficio de amigo
El oficio de consolar propio de Cristo -que es el primer Paráclito (1 Jn 2, 1) y el que nos
promete Otro Paráclito (Jn 14, 16)-, es oficio de amigo y compañero de camino. Oficio que
ejerce “como si fuera uno más, en la persona del que nos abre los ojos o de aquel a quien
tenemos que consolar con nuestras obras de misericordia. Por eso San Ignacio connota el
oficio de consolar de Cristo diciendo que consuela como suelen hacer los amigos. ¿Y cómo
consuelan los amigos? Los amigos consuelan estando, haciendo sentir que están cerca
aunque esté lejos físicamente. Y lo hacen sentir con algún gesto que al otro le basta y que
agradece. Los amigos consuelan más estando al lado (parakletos) que estando enfrente.
Consuelan animándonos en lo propio nuestro en la misión común. Y sentirlos al lado puede
ser a gran distancia porque lo que da la cercanía es la mirada puesta en común en la misma
misión y visión de las cosas.
Los amigos consuelan haciendo sentir la igualdad en la diferencia. Por eso Jesús se
identifica con los pobres, para que al igualarnos con ellos sintamos su presencia.
Bueno, cada uno podrá sacar muchas más cosas reflexionando sobre su propia experiencia
acerca de cómo lo consuelan y fortalecen sus amigos y viceversa. Lo importante aquí es ver
lo que hace “el que da los Ejercicios” como oficio de Consolar.
Auxiliares de la consolación
Podríamos caracterizar el servicio que brinda el que da los EE como un oficio auxiliar del
Oficio del Señor. El Señor es el que consuela, pero quiere hacerlo con la ayuda de otros
(como hizo con los anuncios de la Resurrección). Es que al ayudarnos unos a otros a
descubrir y a recibir plenamente la consolación nos unimos eclesialmente, como comunidad
de consolados, que aman y sirven al Señor por devoción e impulso interior, por la interior
ley de la caridad, como le gustaba decir a Ignacio.
Así, como dice Bojorge, en las “Anotaciones es posible advertir que Ignacio concibe y
prescribe la acción del que da los ejercicios – cuando ve al ejercitante en desolación o en
tentación – según el modelo del actuar consolador de Cristo y de su Espíritu.
Así por ejemplo la explicación de las reglas de Primera y/o de Segunda Semana, según la
si-tuación espiritual del ejercitante (Anotaciones 8-10), etc. La misma contemplación de la
conducta de Dios y de sus ángeles, como modelo y causa ejemplar, se refleja en otros
dichos de San Ignacio: “Los de la Compañía deben ser, con los pró-jimos que tratan, como
los ángeles de la guarda con los que les han sido encomendados, en dos cosas: la una, en
ayudarlos cuanto puedan en su salvación; la otra, en no turbarse ni perder su paz cuando,
habiendo hecho lo que es en sí, los otros no se aprovechan [Dicho de San Ignacio
trasmitido por el P. Rivadeneira, en MHSI, FN.3 p.635).
San Ignacio aplicaba también, en su modo de gobernar, la misma norma de bondad con el
tentado. En su tratado del modo de gobierno que Nuestro Santo Padre tenía, conservó
Rivadeneira estos rasgos: “Cuando el ímpetu de la tentación era tan vehemente que
arrebataba al novicio y le hacía salir de sí, usaba nuestro Santo Padre de grandes medios y
de mucha blandura, y procuraba con suavidad vencer la terribilidad del mal. Pero de tal
manera usaba la blandura que, cuando no aprovechaba al que estaba tentado y afligido, a lo
menos no dañase a otros; y así, cuando era menester, mezclaba la severidad con la
suavidad, y el rigor con la blandura, para ejemplo y aviso de otros” (MHSI, FN.3 p.612).
Momento de Contemplación
La alegría, que es don, tiene la tarea de expandirse, y dar calor a nuestro entorno…
Alegría que brota del contacto fecundo con la Cruz, no un quedarnos sentados en ella, sino
un contacto fecundo que haga brotar la alegría profunda del Evangelio.
“Un corazón lleno de alegría es resultado de un corazón que arde de amor. La alegría no
es solo cuestión de temperamento, siempre resulta difícil conservar la alegría, y eso es
motivo mayor para tratar de adquirirla y de hacerla crecer en nuestros corazones. La alegría
es oración; la alegría es fuerza; la alegría es amor. Da más quien da con alegría. A los niños
y a los pobres, a todos los que sufren y están solos, bríndales siempre una sonrisa alegre; no
solo les brindes tus cuidados sino también tu corazón. Tal vez no podamos dar mucho, pero
siempre podemos brindar la alegría que brota de un corazón lleno de amor. Si tienes
dificultades en tu trabajo y si las aceptas con alegría, con una gran sonrisa, en este caso,
como en muchas otras cosas, verás que tu bien si funciona. Además, la mejor manera de
mostrar tu gratitud está en aceptar todo con alegría. Si tienes alegría, esta brillara en tus
ojos y en tu aspecto, en tu conversación y en tu contento. No podrás ocultarla por que la
alegría se desborda. La alegría es muy contagiosa. Trata, por tanto, de estar siempre
desbordando de alegría donde quiera que vayas. La alegría, ha sido dada al hombre para
que se regocije en Dios por la esperanza del bien eterno y de todos los beneficios que recibe
de Dios. Por tanto, sabrá como regocijarse ante la prosperidad de su vecino, como sentirse
descontento ante las cosas huecas. La alegría debe ser uno de los sustentos de nuestra
existencia. Es el distintivo de una personalidad generosa, en ocasiones, también es el manto
que cubre una vida de sacrificio y entrega propia. La persona que tiene este don es como el
sol en una comunidad”…
*Quédate, hablando con Jesús, sobre las veces que te cuesta mantener la alegría en tu
corazón…
¿Qué te la alimenta?
“Hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi
corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor…
Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca.
Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado
los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. (Carta a los Filipenses 4, 1.4-
7)
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Momento de Meditación
P. Diego Fares sj
El coloquio de primera semana dice así: “Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y
puesto en cruz, hacer un coloquio; cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida
eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo,
lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo; y así
viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere” (EE 53).
Este esquema “por mí” (“por mis pecados”) y “por Él” expresa algo propio de los
ejercicios. Es un recurso a la comparación personal con el Señor que es sanador y que
mueve a lealtad, a un amor agradecido y deseoso de reparar y de compensar.
Ignacio intuyó que compararse con Cristo en vez de “desanimar”, anima. Tan grande es la
bondad incondicional del Señor que comparar el propio pecado con su amor suscita no solo
arrepentimiento sino entusiasmo para seguirlo!
Otro tipo de comparaciones –las comparaciones son odiosas, dice el refrán- no son buenas
pedagógicamente. San Ignacio mismo dice que “Debemos guardarnos en hacer
comparaciones de los que somos vivos a los bienaventurados pasados, que no poco se yerra
en esto, es a saber, en decir: éste sabe más que San Agustín, es otro o más que San
Francisco, es otro San Pablo en bondad, santidad…” (EE 364).
Sin embargo, cuando se trata de Dios nuestro Señor la comparación ayuda. Para admirarme
y llenarme de afecto por la misericordia de Dios para conmigo ayuda “mirar quién soy yo,
disminuyéndome por ejemplos: primero, cuánto soy yo en comparación de todos los
hombres; 2º, qué cosa son los hombres en comparación de todos los ángeles y santos del
paraíso; 3º, mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios: pues yo solo ¿qué
puedo ser?” (EE 58)
Y luego: “Considerar quién es Dios, contra quien he pecado, según sus atributos,
comparándolos a sus contrarios en mí: su sapiencia a mi ignorancia, su omnipotencia a mi
flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi malicia” (EE 59).
En la Pasión, este esquema comparativo es el que utiliza Ignacio para afianzar nuestra
relación personal con Cristo.
Por eso nos hace “demandar lo que quiero: que será dolor, sentimiento y confusión, porque
por mis pecados va el Señor a la pasión” (EE 193).
Al “considerar cómo todo esto padece por mis pecados, pensar qué debo yo hacer y padecer
por Él (EE 197).
En la Contemplación del Huerto la gracia a pedir será: “dolor con Cristo doloroso,
quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas pena interna de tanta pena que Cristo pasó por
mí” (EE 203).
Dice von Balthasar que los grandes santos hacen una especie de “síntesis teológica”, que
vuelve cercano lo esencial del evangelio para su entorno y su época. La síntesis de Ignacio
tiene que ver con un Dios que se vuelve personalmente hacia el hombre y lo llama,
volviéndolo así capaz de reconocer, de elegir y de cumplir su voluntad, una voluntad
“revelada a medida”.
Esto hay que tenerlo en cuenta de manera especialísima al hablar de la Cruz y del
sufrimiento.
No se trata para nada de “padecer” por Dios cualquier sufrimiento, sino que se trata de
estar, como Jesús, en la tarea que el Padre nos encomienda y, allí, afrontar con su ayuda la
cruz que tiene que ver con la misión. Es la positividad del amor que nos pone en un sitio y
en un contexto lo que hace que tenga valor no rehuir la cruz que ataca esa misión. Los
padecimientos, entonces, están muy ligados a Jesús, en cuyo Nombre estamos cumpliendo
nuestra tarea. Son padecimientos que tienen que ver con la misión concreta que Jesús me ha
ofrecido con amor y que yo he elegido libremente también por amor.
De manera análoga, también esto se da, por ejemplo, en la alianza matrimonial. Cuando se
habla de ser fiel y de amar tanto en la salud como en la enfermedad, en la prosperidad y en
la adversidad, no se está hablando de cosas generales sino de las que serán propias de cada
familia, las que tendrá la vida de la persona con la que uno se casa. Son alegrías y
padecimientos inherentes a la vida del otro que uno quiere compartir y que por tanto no se
quiere ahorrar.
Por ello la gracia a pedir en las contemplaciones de la Pasión, es la de sentir el por mí de lo
que hizo el Señor para poder luego hacer personal también lo que me toca padecer y que
sea “por Él”.
Momento de contemplación
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta
el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de
Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus
manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el
manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y
empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?».
Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo
comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le
respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo
Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que
se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio.
Ustedes también están limpios, aunque no todos». Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso
había dicho: «No todos ustedes están limpios». Después de haberles lavado los pies, se
puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con
ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy
el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a
otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les
aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que
lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican”.
En este rato de “Adoración”, vamos a ir saboreando el texto del Lavatorio de los pies,
quedándonos con aquella Palabra o aquel Gesto, que me invita a dejarme amar hasta el
fin…
La multiplicación de gestos y de palabras de Jesús en este texto está ahí para significar un
amor sin medida, infinito, inesperado… «En medio de la cena, Jesús se levanta de la mesa,
se saca su manto y tomando una toalla, se la ciñe a la cintura. Luego se puso a lavar los pies
de los discípulos…»
Entremos en la pasión de amor de Jesús, dejándonos habitar por este gesto…
Jesús limpia los pies, y el corazón de cada uno se encuentra así purificado. Es que cada
gesto del Señor -incluido el más externo- alcanza la intimidad más profunda del corazón.
Este gesto de lavar los pies es más que un simple lavatorio de pies… Es el gesto que elige
Jesús para manifestar a cada uno el amor único, infinito con el cual nos colma…
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MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
La contemplación
Se suelen tomar separadamente las dos notas que Ignacio pone al comienzo de la
contemplación para alcanzar amor, por un lado lo de las obras y por otro lo de la
comunicación. Y me parece que es bueno unirlas y decir que “las obras comunican el amor
mejor que las palabras”.
¿En qué obras piensa Ignacio? En su Autobiografía nos cuenta así su conversión:
“Leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar, razonando con-sigo:
¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Do-mingo? y
así discurría por muchas cosas que hallaba buenas, proponiéndose siempre a sí mismo cosas
dificultosas y graves, las cuales cuando proponía, le parecía hallar en sí facilidad de
ponerlas en obra”.
Las obras de amor de los grandes santos eran las que lo conmovían.
“Todo su discurso era decir consigo: Santo Domingo hizo esto; pues yo lo tengo de ha-cer.
San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo de hacer”
Y aquí notó una diferencia: fantasear con hacer las mismas grandes obras de los santos lo
dejaba contento y alegre:
“Había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba
mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando
en ir a Jerusalén descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los de-más rigores
que veía haber hecho los san-tos; no solamente se consolaba cuando estaba en los tales
pensamientos, mas aun después de dejando, quedaba contento y alegre.
Notemos que no solo se trata de grandes obras exteriores sino también interiores en el
sentido de que lo que lo consuela es un “modo de obrar” (no comer sino hierbas y hacer
todos los rigores, ir a Jerusalén descalzo). Aquí saca experiencia de cómo queda después y
esa es la base del discernimiento: una experiencia espiritual reflexionada.
“Mas no miraba en ello, ni se paraba a pon-derar esta diferencia, hasta en tanto que una vez
se le abrieron un poco los ojos, y empezó a maravillarse de esta diversidad y a ha-cer
reflexión sobre ella. Tomando por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste, y
de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se
agitaban, el uno del demonio, y el otro de Dios. Este fue el primero discurso que hizo en las
cosas de Dios
La alegría es la corona del amor, es el mismo amor en cuanto ha alcanzado su fin y está en
presencia o posesión de lo que ama: eso le produce gozo y alegría. A veces se toma solo el
aspecto de deseo al hablar de amor, pero el deseo es tender hacia el fin. El gozo es poseerlo.
Ambas son formas del amor. Las obras que producen alegría duradera son obras de amor.
Alcanzar amor, es pues alcanzar la alegría duradera que da un modo de obrar con amor y
que se traduce en obras concretas. Ignacio menciona “ciencia” –transferencia de
conocimiento, diríamos nosotros; “honores” –ceder al otro los méritos y aplausos- y
“riquezas” –materiales y espirituales.
Dar y recibir
El primer punto es “ponderar con mucho afecto” las obras de amor que el Se-ñor ha hecho
por mí, todo lo que me ha dado y el deseo que tiene de dárseme. Vemos aquí una expresión
completa de lo que es una obra: hacer cosas por otro, darle bienes y desear darse.
Y como el amor consiste en dar y recibir, Ignacio dice que el ponderar con mucho afecto
tantos beneficios recibidos hace “considerar con mucha razón y justicia lo que yo debo de
mi parte ofrecer y dar a la su divina majestad, es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con
ellas, así como quien ofrece afectándose mucho”:
La oración del “Tomad, Señor, y recibid”, mirada desde esta perspectiva suena distinto. No
es un ofrecimiento por amor sino que es un modo concreto de amar. El amor consiste en dar
y comunicar “obras” y en hacerlo “obrando” de “modo amoroso”. Por tanto, amar a Dios es
darle “con mucho afecto” (modo de obrar) todo lo que “hago” y “tengo”.
Ahora bien, el hecho de ofrecer en primer lugar mi libertad (y no “todo mi ser” como se
suele decir) ilustra bien cómo Ig-nacio refiere todo a lo concreto, a la acción. Lo decisivo
en la acción del amor es, antes que nada, la libertad. Y la obra de la libertad es la elección
que encierra un triple aspecto: en el amor a uno le interesa saber si es elegido (amado) por
sí mismo, si el otro nos elige (ama) libremente y si esa elección (amor) es estable.
Ignacio pone primero la libertad y último la concreción: todo mi haber y mi poseer. En el
medio va lo “abstracto”: memoria, inteligencia y voluntad.
Y como “todo es vuestro”, como todo es don que uno “retorna”, lo que se ofrece en el
fondo es la “disponibilidad”: disponed a toda vuestra voluntad. Más que una “obra” lo que
le ofrecemos a Dios con mucho afecto es “nuestra disponibilidad” para obrar como a Él le
agrade. Y a él sólo le pedimos “su amor y gracia, que esta nos basta”.
Amistad y disponibilidad
La disponibilidad es un rasgo muy propio del amor de amistad. Es el amor que Jesús le
reclama a Simón Pedro, cuando en la charla junto al lago le pregunta por tercera vez “Me
quieres como amigo?”. Este amor de amistad se completará con la última indicación que el
Señor le hace a Pedro cuando este le pregunta por la situación de Juan: “Y a vos qué te
importa? Vos seguime a mí”. El Señor le reclama esta disponibilidad total que se traduce en
segui-miento sin condiciones.
Si tomamos estas características del amor que el Señor quiere que Simón “le de”, por un
lado es consolador caer en la cuenta de que el amor de amistad es algo que “realmente” le
podemos dar ya que la amistad es gratuita e iguala a los amigos. Uno se alegra de que el
otro le brinde su amistad entera en las expresiones que le son propias de su condición. No
hay más y menos sino una amistad entera que cada uno comunica como es y como puede.
La disponibilidad es también “obra” espontánea de la amistad, que hace lo que al otro le
gusta o se adapta sin problemas ni tardanzas. Uno con los amigos es disponible como
connaturalmente o se inclina a serlo más fácil-mente que con otras personas, incluso con
los que tiene relación de amor profunda, de matri-monio o de paternidad. La amistad está y
se muestra disponible fácil y alegremente
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
“El agradecimiento es la memoria del corazón”
Marta Irigoy
misionera diocesana
Este año fuimos recorriendo los EE, desde el tema de los afectos. En el Taller de hoy,
queremos rezar en torno a la “Contemplación para alcanzar amor”, que es la que recoge
todos los frutos que se han recibido en toda la vida, como también
“está planeada para pedir al Señor el fruto definitivo de los Ejercicios Ignacianos, que es
encontrar a Dios en todo –“en todo amarle y servirle” (EE223)-, o en su expresión más
conocida: “encontrar a Dios es todas las cosas”.
Ante un escenario solemne y amable –“delante de Dios, los ángeles y de los santos
interpelantes por mí” -EE232-, que invitan a una última petición humilde y agradecida –
“enteramente reconociendo tanto bien recibido” EE233- y al ejercitante se le anima a
recibir “el amor que desciende de arriba” EE237. Esta propuesta, una vez mirada y
contemplada, es la que puede crear en nosotros una nueva actitud ante la vida y las cosas: la
de salir de nosotros mismos y hacernos mirar a Dios y su amor gratuito por nosotros, pues
“Él nos amó primero” (1Jn 4,7-21) y de ese amor recibimos nosotros todos los bienes.
La síntesis de todo este proceso de los EE puede formularse como un finalizar el camino
que conduce “del esfuerzo al regalo”, del creerse obligado a acumular muchos méritos a
sentir el gozo inmenso del agradecimiento por la gratuidad recibida. Ésta es la música que
ofrece la “contemplación para alcanzar amor”. Al ejercitante que llega al final del proceso,
toda la experiencia le confluye hacia esta convicción, ahora mejor saboreada y disfrutada
que antes”.
Ser contemplativos en la acción nos ayuda a descubrir presencias y detalles de Dios en todo
lo que ocurre. Bajo esa luz, todos los sucesos cobran nueva vida, y la existencia entera, un
inmenso encanto…
MOMENTO CONTEMPLATIVO
Decíamos “ser contemplativos en la acción nos hace descubrir, afirmar y disfrutar de la
compañía de Dios en todos los momentos y situaciones que atravesamos.
“La palabra disfrutar viene del latín cuya raíz “dis” significa “separar” o “sacar” y “fructus”
significa fruto.
Literalmente disfrutar es sacar el fruto, sacar provecho de algo. No en el sentido utilitario e
interesado sino gratuitamente.
Disfrutar tiene que ver con el “por qué sí” de la vida. Disfrutamos algo “por que sí”.
El término “disfrutar” no casualmente viene de la palabra “fruto”. Tiene que ver con
“sabor”, saborear el fruto. Saborear la vida y lo que se vive. Deja de padecer.
* ¿Le “sacas” el fruto que trae, es decir: disfrutas de la presencia de Dios en el camino
cotidiano?
Quédate saboreando o pidiendo tener un corazón que sabe ser agradecido por que guarda en
su memoria los frutos que la vida le regala…
Dolor y gozo con Cristo: los afectos fundamentales (EE 206 y 229)
Momento de Meditación
Diego Fares sj
Un detalle significativo dentro de la dinámica de los Ejercicios son los cambios que
propone Ignacio de la segunda y sexta adición. Dan un índice de la centralidad de la figura
de Cristo que nuclea en torno a sí todos los Ejercicios, desde las meditaciones más
estructurales hasta los detalles mínimos.
Las adiciones
Ignacio llama “adiciones” a una serie de reglas prácticas que propone de manera integral en
la primera semana (en la que se meditan los pecados), algunas de las cuales cambian muy
notablemente cuando, en las semanas siguientes, se contempla la vida de Cristo, su pasión,
muerte y resurrección.
Quizás como Ignacio las puso en la primera semana quedaron muy ligadas a un esfuerzo
ascético y como si fueran normas generales. Tienen algo de esto, pero son mucho más
profundas de lo que parecen: ayudan a implementar detalles que hacen a la vida misma de
Cristo mediante cuya práctica es posible y relativamente sencillo “transformarse” a imagen
del Señor.
Como los tiempos cambian, muchas adiciones se van dejando de lado: algunas, como las
que hablan extensamente de la penitencia, por que parecen de una ascética medieval
(cilicios, azotes y ayunos); y otras que hacen a las posturas, al silencio, a la modestia de la
vista, porque dan la impresión de ser consejos buenos pero no imprescindibles. Es más, hoy
hay un gusto muy desarrollado por dinámicas y técnicas de oración que provienen de otros
ámbitos culturales y que se “adicionan” a los ejercicios condimentando más sabrosamente,
al sentir de muchos, su práctica. Algunas son simples (como los ejercicios de relajamiento),
otras más sofisticadas .
Para algunos estas “adiciones” resultan más interesantes que el simple: “hacer una
reverencia o humillación un paso o dos antes del lugar donde he de contemplar o meditar,
alzado el entendimiento arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etc.”
(Adición 3ª), o el consejo de “no cambiar de posición si “hallé lo que quiero estando de
rodillas”, ni “pasar adelante” a otro punto distinto si encontré lo que quería en uno (Adición
4ª).
Este consejo, por ejemplo, Ignacio hace extensivo a “no cambiar de estado” y cuyo espíritu
se puede aplicar a recomendar, por ejemplo, a que cada uno no ande probando otras
espiritualidades si en una encontró al Señor en paz y le llevó a dar frutos en el servicio del
prójimo, parecen no esenciales pero lo son.
Es que no hay que entender “adiciones” como “aderezos” o “cosas decorativas” sino como
“expresiones concretas del magis”. Adición es suma y suma es más. Para Ignacio, crecer en
el magis, en las adiciones, es esencial. La vida crece y mejora “adicionando” pequeñas
cosas vitales a lo que ya posee. Ahora bien, la clave está en adicionar cosas que encarnen
más a Cristo en nuestra vida y no cosas accesorias.
Las adiciones de Ignacio son fruto de su experiencia y van unidas esencialmente al
contenido central de los otros ejercicios. Tanto que Ignacio hace hacer “examen particular”
acerca de cómo cumple el ejercitante estas adiciones y le interesa que le cuente cómo va
esto al que da los ejercicios. El que da los ejercicios deja el contenido dela oración más para
el alma con Dios y está atento a si la persona cumple las adiciones o no.
Las adiciones segunda y sexta cambian radicalmente varias veces a lo largo de los
ejercicios y este cambio nos da la clave de a donde apunta Ignacio con ellas.
Pareciera que marcan cosas puntuales pero se trata de algo más profundo. La 2ª es para el
momento de despertarse. Ignacio nos ha recomendado en la 1ª Adición irnos a dormir
pensando en la oración del día siguiente y al levantarnos dice que “no dando lugar a unos
pensamientos ni a otros, advertir luego lo que voy a contemplar en el primer ejercicio (de la
medianoche)”. Este ejercicios es sobre los pecados y los sentimientos que propone Ignacio
son de “confusión de mis tantos pecados” y para ello los pensamientos serán del que se
imagina a sí mismo como un caballero avergonzado y confundido que está delante de su
rey, a quien hay traicionado, y también delante de todos sus compañeros.
Esta adición cambia totalmente en la segunda semana. Ya no se tratará más de “mirarme a
mí mismo” sino de “poner enfrente de mí la contemplación (de la vida de Cristo) que tengo
que hacer, deseando conocer más al Verbo encarnado para más servirlo y seguirlo” (EE
130).
La 6ª Adición da el tono del día. Cuando se medita sobre los pecados, Ignacio dice que “no
hay que querer pensar en cosas de placer ni alegría, como de gloria, resurrección, etc.,
porque para sentir pena, dolor y lágrimas por nuestros pecados impide cualquier
consideración de gozo y alegría” (EE 78).
Esto se cambia radicalmente en la segunda semana. La recomendación es “traer a la
memoria frecuentemente la vida y misterios de Cristo nuestro Señor”. Se trata de tener
como gracia el “conocimiento interno del Señor –de sus sentimientos- que por mí se ha
hecho hombre, para que más lo ame y lo siga” (EE 104).
Simplificación Cristológica
En la tercera y cuarta semana se da otro cambio que nos centra más radicalmente en Cristo.
Se trata de una profundización y de una simplificación en Cristo. Al estilo de Pablo que no
quiere saber otra cosa sino a Cristo crucificado y resucitado.
La clave para comprender el espíritu con que Ignacio da todos sus consejos y
recomendaciones en forma de adiciones lo da lo que dice en la Cuarta Semana. Allí dice
que la 2ª adición se ha de mudar y consistirá en que: “(al despertarme) poner enfrente la
contemplación que tengo que hacer queriéndome afectar y alegrar de tanto gozo y alegría
de Cristo nuestro Señor”. Y la 6ª consistirá en “traer a la memoria y pensar cosas que me
muevan a placer, alegría y gozo espiritual, así como de gloria” (EE 229).
Inmediatamente vendrá la Contemplación para alcanzar amor, en la que dirá que “el amor
consiste en la comunicación y en darle el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o
puede dar” (EE 231).
Se produce así el descentramiento del ejercitante y su centrarse totalmente en Cristo. El
esfuerzo por “querer” afectarse y alegrarse del gozo y la alegría del Otro, se corresponde
con el Don de su alegría y gozo que quiere hacer Cristo resucitado, cuyo “oficio es consolar
como unos amigos suelen consolar a otros” (EE 224).
Todos los Ejercicios son un trabajo para pasar de “lo que siento y pienso” a “lo que puedo
querer sentir y pensar gracias a Cristo”.
Se trata de un “querer alegrarme porque Cristo quiere alegrarme”.
La gracia de Cristo Resucitado consiste en permitirnos participar de su alegría y gozo en
todo tiempo. Podemos alegrarnos de su alegría en cualquier situación en que nos
encontremos. Su Vida Plena de Resucitado es fuente de una alegría que nada ni nadie nos
puede quitar.
La alegría es el fruto de un bien presente y Cristo Resucitado es un bien presente
constantemente. Pensar en él y hacerlo presente haciendo lo que él nos dice en el evangelio
(comulgando con él, sirviéndolo en los pobres, adorando al Padre en espíritu y en verdad
como él nos enseñó) es motivo de alegría inmediata.
Poner en práctica este ejercicio (el preámbulo de la contemplación de la Aparición a nuestra
Señora dice: demandar lo que quiero: pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de
tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” (EE 221) coincide con la 2ª Adición
modificada: “queriéndome afectar y gozar de tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor”
(EE 229).
Este es el espíritu de las adiciones: transfigurarnos en Cristo unificando nuestras acciones,
sentimientos y sensaciones más externas y puntuales con las acciones, pensamientos y
sentimientos más íntimos del Señor Resucitado.
De aquí, de esta identificación plena en la alegría y el gozo por la comunicación que el
Señor nos hace de ese Bien que es su Vida plena, pasamos luego a identificarnos con los
sentimientos y acciones de Cristo Doloroso y de Cristo en la vida cotidiana.
En la Pasión, la 2ª Adición se cambiará y pasará a ser un “esforzarme mientras me levanto
y me visto en entristecerme y dolerme de tanto dolor y de tanto padecer de Cristo nuestro
Señor” (EE 206). La 6ª será: “traer a la memoria frecuentemente los trabajos, fatigas y
dolores de Cristo nuestro Señor” (EE 206).
Aquí también se unifican la petición y las adiciones. La petición es “demandar lo que
quiero: dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna
de tanta pena que Cristo pasó por mí” (EE 203).
Alegría y pena por lo que Cristo pasa por mí son las dos “pasiones” o “afectos”
fundamentales que brotan del amor y que, cultivados en pequeñas acciones y gestos de
identificación con Cristo, van transformando nuestra afectividad. Al alegrarme de lo que le
alegra a Cristo (estar y sentirse resucitado) mi sensibilidad se va curando de sus alegrías
pasajeras y se va aficionando mansamente a la alegría duradera. De aquí puedo pasar a
alegrarme, como el Padre, por la revelación regalada a los pequeños y sentirme como
María, “mirado con bondad en mi pequeñez”, de manera tal que mi alma cante y se alegre
en Dios mi Salvador.
Al dolerme por lo que le duele a Cristo, no solo los golpes de la pasión sino toda traición,
toda pelea mezquina por celos, todo fariseísmo hipócrita que no se conmueve por la
enfermedad y el dolor ajeno, mi sensibilidad se van transformando desde afuera hacia
adentro y mi corazón va sintiendo más claramente lo que es malo por la “pena que le da a
un Corazón tan bueno como el del Señor”.
Pablo hablaba de “tener los sentimientos de Cristo”. Ignacio lo lleva a “cultivar todo lo que
hace al clima que esos sentimientos de Cristo suscitan en su campo de acción”.
A eso apuntan las adiciones. Ignacio las hace extensivas a todos los aspectos de la vida para
que se asemejen a Cristo que invita a “quien quisiere venir conmigo, ha de ser contento de
comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el día y
vigilar en la noche, etc.; porque así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha
tenido en los trabajos (…para que) siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria”
(EE 93 y 95).
Momento de Contemplación
Siguiendo la metodología de los EE, San Ignacio nos pone ante el “Misterio de nuestra fe”,
misterio de un amor hasta el extremo. Misterio de la muerte y de Vida del Señor, del que
San Pablo dice:
“…Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” -1°
Cor 15,14-
Por eso, hoy tomaremos el Misterio Pascual como un todo. Misterio que sintetiza todo y lo
recoge la Eucaristía:
La fraternidad. La celebración del amor fraterno. Recorremos partes de la oración de Jesús
en el evangelio de Juan, nos sentimos amigos y no siervos. Compartimos una misma mesa,
y en ese gesto nos encontramos llamados a vivir en plenitud. Nos reconocemos hijos de un
mismo Padre, y, en consecuencia, hermanos. La mesa común, propia de lo celebrativo en
todas las culturas, se explicita aquí como hermandad, como la experiencia de estar
vinculados por un amor común que recibimos incondicionalmente.
El servicio . El lavatorio de los pies es expresión de la lógica, de quien, siendo el primero,
se ciñe una toalla a la cintura, lava los pies a los suyos y les invita a hacer lo mismo. ¿Qué
hace este gesto tan denso? La inversión de categorías, donde el grande se hace pequeño y
enaltece a los humildes. La gratuidad de un gesto aparentemente innecesario. La llamada a
vivir desde esa misma lógica. En un mundo en que parece que el gran éxito en la vida es ser
servido, estamos llamados a lavar los pies polvorientos y heridos de muchos…
La entrega eucarística. Dar la vida no es morir, sino vivir de una manera determinada,
dándose día a día –hasta la muerte si hace falta. Esto es lo expresado definitivamente en la
Eucaristía. El darse sin reservas. El com-partirse para los otros. El derramarse de una
manera fecunda. Ese es el sacerdocio de Jesús, en el que la entrega es de uno mismo.
MOMENTO CONTEMPLATIVO
Creemos en verdad que Jesús está presente en la Eucaristía, que no es un rito más, sino, que
su presencia real en la pequeñez y discreción del pan y del vino, confunde a los sabios y
prudentes, pero habla en su mismo lenguaje a los pobres y pequeños.
Nada de Jesús les es negado, todo lo que Él es, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad les
pertenece. Todo lo que llenó su vida: su obediencia filial al Padre y su amor indecible a su
Madre, su silencio, sus cansancios, su oración, sus humillaciones, y sobre todo su muerte
redentora y resurrección.
Todo esto es lo que el Señor nos ofrece:
Pidamos al Señor,
Y que habiéndolo reconocido, corramos a anunciar que está Vivo y presente en nuestro
diario caminar…
Momento de meditación
Diego Fares sj
La consideración sobre las tres maneras de humildad suena distinto si se hace desde la
perspectiva del afecto a Jesús. Cuando San Ignacio daba los puntos para esta meditación se
ve que insistía en el amor, porque uno de sus ejercitantes, el Dr. Ortiz, anotó en su cuaderno
“tres maneras y grados de amor a Dios”.
En los talleres de este año vamos siguiendo la pista de los afectos y esta consideración nos
da pie para conectar humildad y afectos ya que Ignacio comienza diciendo que considerar
los tres modos de humildad “aprovecha mucho para que la persona se afecte a la verdadera
doctrina de Cristo nuestro Señor”.
Pienso que puede ayudarnos titular como hemos titulado: “tres grados de afecto a Jesús”.
¿Qué ventaja tiene hablar así? Creo que las palabras “obediencia” y “seguimiento” tienen
connotaciones de obligatoriedad y despiertan en nuestros oídos postmodernos resonancias
negativas. En cambio la palabra “afectos” tiene resonancias entrañables. Y la realidad es
que cuando Ignacio habla de obedecer a Dios y de seguir a Jesús el más lo liga a los
afectos, a la elección gratuita. La obligatoriedad está ligada al mínimo, a lo necesario para
andar bien. Todo lo extra es gratuito, fruto de la amistad y de la generosidad del que está
agradecido y por eso quiere dar más.
San Agustín, en la lectura del Breviario de hoy, habla de esto. Medita sobre la frase del
Señor “Nadie puede venir a mí si no es atraído por el Padre” y pone una objeción que hacía
la gente de su tiempo: “¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído?”. Y responde
Agustín: “Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos
atraídos incluso con placer”. ¡Qué gran corazón el de Agustín. Y que oído fino para captar
las quejas de su tiempo y disolverlas con dulzura de maestro¡ “Enséñale unos dulces a un
niño y verás cómo lo atraes; es atraído sin que se violente su cuerpo, es atraído por aquello
que desea”. “Qué significa ser atraído por placer? Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que
pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe dulcísimo. Si
es cierto que cada cual va en pos de su apetito ¿no va a atraernos Cristo revelado por el
Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad?” ¿No va a
atraernos Jesús que es la Verdad plena?
La clave que quiere dar Ignacio, con su pedagogía de poner grados se podría formular así:
cuanto más afecto le tengo al Señor más fácilmente lo obedezco y lo sigo, con más gusto y
prontitud respondo a sus leyes y a sus consejos. Y viceversa: cuanto más me juego en el
cumplimiento de todo lo que el Señor manda y sugiere más afecto le iré sintiendo. Es ese
juego que el Señor hace de “el que me ama cumple mis mandamientos” y “el que cumple
mis mandamientos, ese es el que me ama”.
Primer grado de afecto al Señor
La primera manera de humildad es necesaria para la salud eterna, es a saber, que así me
baje y así me humille cuanto en mí sea posible, para que en todo obedezca a la ley de Dios
nuestro Señor, de tal suerte que aunque me hiciesen Señor de todas las cosas criadas en este
mundo, ni por la propia vida temporal, no sea en deliberar de quebrantar un mandamiento,
ya sea divino, ya humano, que me obligue a pecado mortal.
El primer grado de afecto a Jesús consiste en dos actitudes: que así me baje y así me
humille cuanto en mi sea posible para que pueda obedecer de tal manera que ni se me
ocurra ponerme a pensar en la posibilidad de quebrantar la ley en algo que me haga pecar
mortalmente. Hay que ver la frase en conjunto y parte por parte. El sentido final del
bajarme y humillarme es hacer contra a la tentación de “deliberar” sobre pecados mortales.
Deliberar es una actividad de la razón práctica que consiste en calcular la relación entre los
medios y el fin. La deliberación es un paso intermedio entre el apetito racional que me
obliga a desear el bien y los medios que puedo elegir para conseguir ese bien. Cuando hay
un solo medio para lograr el bien uno no duda, el problema es cuando se nos presentan
varias opciones. Aquí viene la deliberación, el cálculo de cual medio es mejor. Ignacio con
este primer grado de humildad supone que cuando se trata de pecados mortales uno tiene
claras las ideas. Si hay algún desajuste proviene de estar “demasiado alto” o de tener
“demasiada soberbia”. Por eso propone algo concreto: bajarme y humillarme hasta sentir
que por nada del mundo se me ocurriría ponerme a fantasear sobre la viabilidad de un
medio que me lleva al infierno.
Es como les enseñamos a los chicos a no jugar con fuego o con electricidad. Les marcamos
fuertemente la obediencia ciega que deben tener ante cosas mortales para que no anden
jugando. En otras cosas, por el contrario, estimulamos la deliberación y la reflexión para
que crezcan en libertad. Pero no en lo que es peligroso.
¿Y el afecto? ¿Cómo entra si esto es obligatorio? Entra en que uno se puede bajar y
humillar y sentirse creatura totalmente sujeto a alguien sólo si lo ama. Si no hay amor uno
se reserva la facultad de “deliberar”. La historia de la humanidad y del pueblo elegido
muestran que la ley, con toda su racionalidad, no basta para evitar que el hombre delibere
infringirla. “Hecha la ley hecha la trampa”, como se dice. En cambio el afecto a Jesús, que
resume toda la ley en la única ley del amor y la cumple Él primero, dando la vida para
salvarnos, es lo que puede ubicar nuestro pensamiento en ver cómo puede volverse más
obediente y no en cómo puede zafar de algún precepto.
Es bueno notar los matices de la pedagogía ignaciana. Por un lado, lo que no se negocia ni
por miedo ni por ambición. Por otro, el “cuanto en mí sea posible”, el magis puesto en
términos humanos, relativos, de proceso y de crecimiento posible. Nada de rigidez en los
medios, inflexibilidad en los fines.
Es posible crecer en esta ley básica, aclarar bien lo que amenaza a mi vida eterna: dañar a
los que mas amo, ser infiel a mi familia, congregación, patria…, traicionar mi honor. Puede
ayudar ponerse ejemplos de cosas tentadoras. Si me ofrecieran dinero… Y reafirmar mi
pequeñez para ubicar la tentación ante el valor supremo de la vida eterna.
La 2ª es más perfecta humildad que la primera, es a saber, si yo me hallo en tal punto que
no quiero ni me afecto más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que deshonor, a
desear vida larga que corta, siendo igual servicio de Dios nuestro Señor y salud de mi
ánima; y, con esto, que por todo lo criado ni porque la vida me quitasen, no sea en deliberar
de hacer un pecado venial.
Este segundo grado de humildad se corresponde a las veces en que Jesús nos hace “buscar
el reino de Dios que lo demás se nos dará por añadidura” y a “no preocuparnos sino por el
que puede robarnos la vida eterna”. El Señor reclama un afecto total cuando dice que “el
que pierda su vida por amor a Él la ganará”.
El indicador de los pecados veniales es muy decidor. Cuando uno ama mucho a alguien le
preocupan mucho las “faltas veniales”. Es más, los detalles o las cosas que no son “graves”
dicen más del amor que las cosas grandes.
Si el primer grado de afecto es básico para “no poner en riesgo la vida eterna”, este segundo
grado de afecto quita todo obstáculo y hace que la vida corra en plenitud, sirviendo, dando
salud y corrigiendo los defectos.
El tercer grado de afecto es perfectísimo, dice Ignacio. Es de notar que no deja atrás los
otros dos sino que los incluye. ¿Por qué los incluye? Porque no en todos los ámbitos de la
vida uno puede “querer y elegir” pobreza, oprobios y ser tenido por vano y loco por Cristo.
Al que cultiva los otros dos grados de humildad, el Señor si lo ve conveniente, le ofrece
oportunidades de “parecerse más a su Hijo” en pobreza y en persecuciones, como dicen las
bienaventuranzas. Estamos en la lógica del amor. Los dos primeros grados del afecto se
sitúan en el terreno “negativo” de la deliberación que “excluye” lo que no lleva al fin. En
este tercer grado del afecto Ignacio nos sitúa en el ámbito positivo de la elección. La
elección libre de lo más doloroso sella el amor. Cuando alguien ha elegido libremente sufrir
algo con nosotros o por nosotros, nos gana el corazón y despierta el amor y la lealtad
incondicionales. Ese es el fruto que el Señor tiene la delicadeza de ofrecernos. Quizás no
podemos “hacer todas las cosas lo bien que deberíamos” por amor a Él, pero las que nos
toca sufrir, sí podemos “elegir” sufrirlas por amor a él. Especialmente esas cosas que no
afectan al servicio de Dios ni a la salud del alma. El afecto lleva a querer parecernos a
Cristo. Y ya que no podemos parecernos a Él en su poder sí podemos parecernos en su
humildad en padecer.
Ignacio termina con una nota exhortando al que quiera alcanzar este grado de afecto a que
haga los coloquios de los binarios, “pidiendo que el Señor nuestro le quiera elegir en esta
tercera mayor y mejor humildad, para más le imitar y servir, si igual o mayor servicio y
alabanza fuere a la su divina majestad”. El pedido es “gratuito”: quiera elegir. Claramente
estamos en el terreno de los afectos!
Momento de contemplación
La humildad es una virtud típicamente cristiana. Ningún filósofo, ningún sabio de los
antiguos podía enseñarnos esta virtud de la humildad, sólo Cristo es el doctor de la
humildad, sólo Él la puede enseñar.
Cristo es el que la trae por primera vez. Cristo es el gran maestro que nos enseña todo lo
que tenemos que saber para vivir bien en esta vida, pero sobre todo Cristo es para Agustín
maestro de la humildad. Esta es la gran asignatura, la principal que Cristo nos vino a
enseñar y que siempre tendremos pendiente en el curso de la vida, porque nunca está
suficientemente aprendida.
Oculta el Hijo de Dios su venida en el hombre y se hace hombre; tú, hombre, reconoce que
eres hombre. Toda tu humildad consiste en que te conozcas” (Comentario al evangelio de
Juan 25, 16). El conocimiento real del hombre está estrechamente unido a la mediación de
Cristo: “La humildad del hombre es su confesión, y la mayor elevación de Dios es su
misericordia. Si, pues, viene Él a perdonar al hombre sus pecados, que reconozca el hombre
su miseria y que Dios haga brillar su misericordia” (Comentario al evangelio de Juan 14,5).
MOMENTO CONTEMPLATIVO
La liturgia del día de hoy, providencialmente nos trae, el hermoso texto de las
Bienaventuranzas.
Se ha escrito mucho sobre ellas, y las hemos rezado también bastante…sin embargo,
todavía no terminamos de aprender del Maestro que nos dijo: “Aprendan de Mí que soy
manso y humilde de corazón, así encontraran alivio…” -Mt 11,29b-
“Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que
practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios” (Miqueas 6, 8).
Quedemos sintiendo y gustando aquella que más deseo pedir como don para este tiempo en
mi vida…
¿Qué pasos puedo dar para crecer en humildad durante este tiempo, en actitud de espera y
de confianza en el Señor?
“Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: « ¡Felices ustedes, los pobres, porque el
Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los
que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban,
considerándolos infames y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del
hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en
el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!” (Lc. 6,20-23).
A ti la gratitud y la alabanza.
MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
La meditación de “Tres binarios” es un test del apego. Cuando en los ejercicios uno tiene
que hacer elección de estado de vida este test ayuda a ver el grado de desapego que uno
tiene a lo propio y la disponibilidad para apegarse a lo que le propone Dios. No se trata para
nada de vivir “desapegado de todo”. La seguridad emocional que da la posesión de bienes
es esencial para la vida: amar es ligarse afectivamente y comprometerse con lo que uno
ama. Pero cuando hay que elegir, cuando tenemos que optar por algo nuevo, es clave tener
claro cuál es el Bien único al que debemos estar apegados y cuál es la jerarquía del apego a
los otros bienes. No pueden estar las cosas por encima de las personas. El ejemplo clásico
es el del que en un incendio pierde la vida por salvar el documento.
Los tres binarios ayudan a ver el grado de preferencia real que uno tiene a Jesús y a su reino
y los mecanismos a veces inconscientes de autojustificación que impiden la libertad
espiritual. Esa libertad del que pone su seguridad sólo en Dios y busca en todo su mayor
servicio y alabanza.
La historia comienza así: Hay tres pares de personas, que: “Han adquirido diez mil
ducados, no pura o rectamente por amor de Dios, y quieren todos salvarse y hallar en paz a
Dios nuestro Señor, quitando de sí el peso e impedimento que tienen para ello en la
afección o apego de la cosa adquirida”.
Los diez mil ducados representan todos los objetos de deseo (bienes poseidos o codiciados).
Pero cada persona tiene que concretar “su cosa adquisita” examinándola en relación a lo
que el Señor le propone para elegir. Uno se sorprende cómo, a veces, lo que impide seguir
alegremente al Señor no es un bien significativo, digamos, sino algo circunstancial: un
capricho, un gusto pasajero. Pequeñas cosas que son síntoma de un apego al propio interés
y una falta de hábito de apegarse a los intereses de Cristo.
En lenguaje ignaciano, afección es el apego afectivo arraigado que le tenemos a alguna
persona o cosa y que ejerce un influjo constante en nuestra memoria, en nuestros
pensamientos y decisiones. La afección transforma una cosa cualquiera en “cosa acquisita”,
en cosa de mi posesión, en cosa predilecta. E Ignacio, siguiendo a Pablo, desea que su
“cosa acquisita” sea Jesús y en él todo lo demás, según aquello de “amarte a ti, Señor, en
todas las cosas y a todas en ti”; que uno se aficione tanto al Señor Jesús que llegue a sentir
que es capaz de perder todas las cosas “con tal de ganar a Cristo” . En su Autobiografía
Ignacio nos cuenta cómo deseaba estar “aficionado sólo a Dios” .
Tres tipos de reacción ante los diez mil ducados: signo de tres grados de apego
Postergar
“El primer binario querría quitar el afecto que a la cosa acquisita tiene, para hallar en paz a
Dios nuestro Señor y saberse salvar; y no pone los medios hasta la hora de la muerte”.
El dilatar es la reacción típica de las personas “que querrían pero nunca acaban de querer”.
Son los que no terminan de poner los medios para hacer lo que en el fondo de su corazón
dicen desear. Hay un fondo de tibieza en esta actitud y puede provenir de no darle tiempo a
la oración. El bien del evangelio necesita tiempo para encender el corazón. La dispersión
hace que se gocen más los bienes inmediatos y el Bien mayor no llegue a alegrar el
corazón. San Agustín cuenta: “ya tenía treinta años y todavía me hallaba en el mismo
lodazal, ávido de gozar de los bienes presentes que huían y me disipaban tanto que decía:
‘mañana lo averigüaré, la verdad aparecerá clara y la abrazaré”. Me sentía aún cautivo de
mis iniquidades y lanzaba voces lastimeras: ‘hasta cuándo, hasta cuándo: mañana, mañana?
Por qué no: hoy? Por qué no poner fin a mis torpezas en esta misma hora?” (Confesiones 6
y 8).
No soltar
“El 2º quiere quitar el afecto, mas así le quiere quitar, que quede con la cosa acquisita; de
manera que allí venga Dios, donde él quiere; y no determina de dejarla, para ir a Dios,
aunque fuese el mejor estado para él”.
No soltar la cosa aquisita mientras uno trata de valorar el bien que Dios propone es una
reacción propia del que negocia. En el fondo del negociar con Dios sin soltar lo propio
suele haber miedo. Miedo a que me pida mucho, miedo a que el bien que me promete no
sea tan grande, como en el caso del joven rico. También suele haber dureza de juicio, como
en el caso de Naamán que no entiende por qué Dios le pide que se bañe siete veces en el
Jordán.
El que suelta
“El 3 quiere quitar el afecto, mas así le quiere quitar, que también no le tiene afección a
tener la cosa acquisita o no la tener, sino que:
quiere solamente quererla o no quererla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en
voluntad, y a la tal persona le parecerá mejor, para servicio y alabanza de su divina
majestad; y, entre tanto, quiere hacer cuenta que todo lo deja en afecto, poniendo fuerza de
no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios nuestro
Señor; de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor le mueva a tomar
la cosa o dejarla”.
El ejemplo de San Francisco cuando quema la cesta de mimbre que estaba tejiendo para el
cocinero. Como se había afectado por vanidad y se distrae de Dios la quema y luego le hace
otra al cocinero.
También es bueno el ejemplo de Agustín cuando dice: lo que quieras, cuando quieras y del
modo que tú quieras.
Todo seguimiento implica soltar algo: Mateo, suelta la guita, Pedro y Juan, las redes y a su
padre, Nicodemo, el qué dirán, la Samaritana, los maridos, Bartimeo, el manto…
El lenguaje de Ignacio es fuerte y a primera vista siempre deja la impresión de que se trata
de un ejercicio voluntarista: tipo “aquí hay que juntar fuerzas para animarse a elegir lo peor
y lo más difícil”. Esta impresión es alimentada por nuestras cosas acquisitas mismas que
enseguida se alarman y comienzan a emitir señales de “peligro”, porque ven la que se les
viene. Sin embargo, Ignacio apunta a algo más hondo. El ejercicio consiste en: 1º
identificar los afectos y las repugnancias más fuertes con respecto a las enseñanzas de Jesús
(las bienaventuranzas),
2º hacer contra ese afecto o repugnancia,
3º pero no por que la cosa acquisita sea el centro de la atención, sino para que nuestro
corazón se adhiera primero a Jesús y, por amor a Él, a lo que El elije para uno.
Se trata de un Ejercicio para encontrar la única cosa acquisita que podemos poseer
verdaderamente. La posesión de las otras es ilusión pasajera. Más bien ellas nos poseen a
nosotros.
Se trata de “aficionarme solo a Jesús nuestro Señor”, se trata de un ejercicio positivo para
que nuestra voluntad se adhiera con todas sus fuerzas a su verdadero Bien, al Amor de
Dios, a su Voluntad que nos quiere bien, y nada menor o pasajero se interponga.
Es importante recordar que, para vivir, uno tiene que afectarse a las cosas buenas que elije.
Y que hay cosas que exigen mayor grado de afección. Por eso es que cuando se trata de
cambios grandes de vida –la primera vocación, un cambio de misión, de trabajo…- es
necesario entrar en Ejercicios para “hacerse indiferente” a la hora de elegir, de modo que el
Amor del Señor sea lo que guía nuestra elección o reforma.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Dios es y basta
¡Un pequeño problema de apreciación!, Padre Francisco. La cosa que amamos, se nos
prende. A veces dudo si la cosa se nos prende o somos nosotros los que nos prendemos a la
cosa. Posiblemente no hay diferencia entre lo uno y lo otro. Cuando se cierne una amenaza
sobre la cosa que amamos, quiero decir, cuando surge el peligro de que la cosa se nos
escape, nos agarramos más fuertemente a ella. En la medida en que aumenta el peligro, más
crece nuestra adhesión. En la medida en que más crece nuestra adhesión, mayor es la cosa.
Y así, al final, en el monasterio no queda más cosa que el gatito. Quiero decir, damos una
importancia desproporcionada.
Padre Francisco: el ideal, la Orden, la Pobreza son cosa ciertamente importante. Pero
levanta un poco la vista; mira a tu derredor y te encontrarás con una realidad
inconmensurable, altísima: Dios. Si miras a Dios, aquello que tanto te preocupa, te parecerá
insignificante. ¡Pequeño problema de apreciación! ¿Qué valen nuestros pequeños ideales en
comparación de la eternidad e inmensidad de Dios? Cuando se mira la altura del Altísimo,
nuestros temores parecen sombras ridículas. En la altura de Dios, las cosas adquieren su
real estatura, todo queda ajustado y llega la paz.
… Querido Padre Francisco, ¡Dios!, ¡Dios! Padre Francisco, fuiste un implacable talador.
Quemaste, barriste, demoliste casa, dinero, padres, posición social. Avanzaste hacia
latitudes más profundas: venciste el ridículo, el miedo al desprestigio. Escalaste la cumbre
más alta de la Perfecta Alegría. Te despojaste de todo para que Dios fuera tu Todo. Pero si
en este momento reina alguna sombra en tus habitaciones, es señal de que estás prendido a
algo y de que Dios todavía no es tu Todo: de ahí tu tristeza. En suma, es señal de que has
catalogado como obra de Dios lo que en realidad es obra tuya.
Para la Perfecta Alegría sólo te hace falta una cosa: desprenderte de la obra de Dios y
quedarte con Dios mismo, completamente desnudo. Todavía no eres completamente pobre,
hermano Francisco; y por eso todavía no eres completamente libre y feliz. Suéltate de ti
mismo y da el salto mortal: Dios es y basta. Suéltate de tu ideal y asume gozoso y feliz esta
Realidad que supera toda realidad: Dios es y basta. Entonces sabrás qué es la Perfecta
Alegría, la Perfecta Libertad y la Perfecta Felicidad. Dios es y basta, repetía sollozando el
Hermano. Se levantó despacito, sin alzar los ojos del suelo, abrumado de felicidad, y dijo
por última vez: Dios es y basta. Esta es la Perfecta Alegría
MOMENTO CONTEMPLATIVO
Es el amor hacia la Persona de Jesús que nos ama desinteresada y gratuitamente lo que nos
va modelando el corazón para amar todo lo que él ama y los medios que propone para
seguirlo.
Del amor de la Persona de Cristo brota insensiblemente el amor a lo que toca a su persona.
Leamos este texto de San Pablo, para que este conocimiento de Jesús, se nos vaya
regalando cada día, para hacer de nuestra vida una ofrenda de todas las cosas que el mismo
Señor nos ha dado:
“Lo que para mí era una ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún:
juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (…) y conocerle
a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme
semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Fil
3, 7 ss).
MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
Con la meditación de las Dos Banderas Ignacio nos introduce en la elección de estado de
vida.
“Comenzaremos, a la vez que vamos contemplando la Vida del Señor, a investigar y a
preguntar en qué vida o estado de nosotros se quiere servir su divina majestad; y así para
introducirnos un poco en esto, en el primer ejercicio siguiente (Dos Banderas ‘de enganche’
o Dos programas operativos antagónicos con sus tácticas y estrategias’) veremos la
intención de Cristo nuestro Señor y, por el contrario, la (dañada intención) del enemigo de
la naturaleza humana; y cómo nos debemos disponer para llegar a la perfección en
cualquier estado o vida que Dios nuestro Señor nos diere para elegir” (EE 135).
Mandamientos y consejos
Debemos saber que, en los Ejercicios, ‘estado de vida’ tiene un significado evangélico. Para
Ignacio solo existen “dos estados de vida”. Un estado de vida es la vida según los
mandamientos. El otro es una vida según los consejos evangélicos.
El objetivo de hacer Ejercicios de San Ignacio “no son los mandamientos de la ley de Dios
que obligan bajo pena de pecado –grave o leve, según la materia, la advertencia y la
libertad que uno tenga-, sino los consejos evangélicos, que obligan, como decía el Padre
Nadal, compañero de Ignacio, que no obligan bajo pena de pecado sino bajo pena de
imperfección, porque la materia de un “consejo” es la perfección. Para conocer los
mandamientos basta la conciencia que nos dice “lo que está bien y lo que está mal” y en lo
dudoso nos lleva a consultar. Para conocer los consejos que Jesús da, a unos unos y a otros
otros, cada uno debe plantearse el tema personalmente y hacer “discernimiento de
espíritus”. Porque no son obligatorios sino libres y hacen a cosas buenas que Dios puede
invitar a que uno haga en mayor o menor grado. Como dice Juan Pablo II en “El don de la
redención”: en el evangelio hay muchas invitaciones que “sobrepasan la medida del
mandamiento indicando no sólo lo que es necesario para ‘tener en herencia la vida eterna’
(Mc 10, 7) sino lo que es ‘mejor’. Así por ejemplo las invitaciones a:
no juzgar (Mt 7, 1), ‘prestar sin pretender contraprestación’ (Lc 6, 35), ‘satisfacer a todas
las peticiones y deseos del prójimo’ (Mt 5, 40), ‘invitar al banquete a los pobres’ (Lc 14,
13-14),
‘perdonar una y otra vez, siempre’ (Mt 6, 14-15), saludar al que no te saluda, hacer oración,
limosna y penitencia en secreto, aguantar paciente y mansamente críticas, quejas, insultos,
mantener la paz cuando no somos recibidos ni escuchados…).
Negativamente se dice que los consejos no obligan bajo pena de pecado sino bajo pena de
imperfección. Se habla de “pena” porque lo obligatorio tiene relación a un premio o
castigo. Pero es un lenguaje que nos suena legalista y basado en el temor. Podemos destacar
la cara positiva recordando que la perfección es interior, es “ser perfectos como el Padre es
perfecto”. Y la perfección del Padre consiste en ser misericordioso, con una misericordia
que no tiene límites. También podemos decir la perfección en la misericordia es “tener los
sentimientos de Jesús”. A esto apuntan los consejos: a crecer interiormente en sentir como
sienten el Padre y Jesús. Y esta perfección se experimenta al elegir esos gestos concretos y
al realizar esas acciones a las que Jesús nos invita: “si querés ser perfecto…” seguí tal
consejo (de despojo de bienes, de fama, de orgullo…, y seguime a Mí, tu único bien.
En la meditación de Dos Banderas Ignacio nos presenta los “escalones” contrarios por los
que se “sube de bien en mejor” en el seguimiento amoroso de Cristo o se va “de mal en
peor bajando” tironeados y empujados por el enemigo de la naturaleza humana.
Los escalones ascendentes que propone Jesús son la pobreza y la aceptación (o el deseo) de
oprobios y menosprecios (humillaciones) para llegar a la humildad que nos abre a todos los
dones de nuestro Sumo Capitán. Contra ellos están los escalones por los que nos despeña el
mal espíritu, que son de riquezas y vanos honores por los que nos lleva a ser soberbios.
No se trata de “elegir” entre las Dos banderas. Nuestro corazón siempre nos inclina al bien
y el Bien más grande es Cristo, nuestro Amigo y Salvador. De lo que se trata en los
ejercicios es de discernir en esos escalones por los que Cristo es Camino que nos lleva al
Padre cuál es el pasito de perfección que podemos dar con alegría y afecto como respuesta
al “más” que nos propone el Señor.
En la pobreza, puede ser que Jesús a uno lo invita a “vender todos sus bienes y darlos a los
pobres” como le dijo al joven rico mientras lo miraba con mucho amor.
Pero puede que a otro no le diga nada y le acepte lo que ofrece, como fue el caso de
Zaqueo, que prometió dar la mitad de sus bienes y devolver cuatro veces lo robado.
También puede ser que a otro lo invita a “dar al que le pida”, en una actitud de
disponibilidad a lo que sale al paso cada día.
En lo que hace a la tolerancia a los menosprecios y a las injurias también hay infinitos
grados: poner la otra mejilla es una actitud; no devolver mal por mal ni ojo por ojo, es otra.
Bendecir al que nos maldice, saludar al que no nos saluda, ser manso y paciente cuando
somos injuriados, alejarnos en paz cada vez que en un lugar o situación no somos bien
recibidos, Perdonar las ofensas… como vemos hay distintos grados de perfección en cuanto
a “sufrir” menosprecios por amor a Cristo, imitando sus actitudes en esta parte de la cruz.
También hay “grados de humildad” y en esto no hay “techo” a la “perfección” a la que
Jesús invita.
La clave en esto de los consejos está en el afecto. Ignacio dice que “a los que ya han
elegido estado de vida (o ya tienen su misión y tarea evangélica y están bien en su puesto
de servicio) la elección va más a los consejos y a la actitud interior con que se viven. “Se
les podrá proponer qué querrán elegir de estas dos cosas: “Siendo igual servicio divino y
sin ofensa suya ni del prójimo, desear… ser rebajado en todo con Cristo para vestirse de su
librea, imitándolo en esta parte de su cruz” o “estar dispuesto a sufrir pacientemente, por
amor a Cristo, cualquier cosa semejante que le suceda” (Directorio 23).
Ignacio agrega “injurias y oprobios”. Yo solo pongo como materia de elección: “ser
rebajado” (en vez de ser “ensalzado”). Da por supuesto que no está en juego una
disminución de la calidad del servicio que se hace. Si para el mayor servicio es necesario
“no ser rebajado” sino justamente apreciado, elegir el menosprecio sería falsa humildad.
Tampoco está en juego el pecado del prójimo, a quien tengo que corregir fraternalmente.
Ignacio habla de esas situaciones en las que el bien se lleva a cabo y lo que sucede es que
uno queda menospreciado o tapado de manera tal que sólo afecta a nuestro amor propio.
Allí nos propone, para crecer en perfección, elegir entre dos actitudes interiores: desear
esto, no por sí mismo sino por parecerme más a Cristo, que se revistió de la humildad de la
carne y no con “vestidos de honor y fama”, o sufrir pacientemente los menosprecios que se
den, por amor a Cristo.
Quede claro que se trata de algo doblemente gratuito y de amor personal entre el alma y
Jesús. Ese pasito más de los consejos es gratuito. No hay reproche si uno no lo da. El Señor
suele invitar suavemente y no insistir. Cada tanto vuelve a invitar, pero muchas veces uno
ni se da cuenta de que había una invitación. Como en Emaus “hace ademán de seguir su
camino” como si no necesitara, pero si lo invitan “quedate con nosotros”, entra gustoso.
También es gratuito y libre ese matiz que lleva de “tolerar con paciencia los males” a
“desear” participar de la pasión redentora del Señor. “He deseado ardientemente comer esta
pascua con ustedes” dirá Jesús. El no aguantó estoicamente la cruz sino que, cuando vio
que era el camino para redimirnos, la deseó con todo su corazón y abrazó la cruz para
salvarnos. Por nosotros, no por sí misma. Así también nosotros: a algunos se les invita a
más por amor a Jesús no por otra cosa.
Por este camino se puede “crecer” en la vida espiritual. En la actitud que elegimos
libremente ante estas cosas “negativas”, se juega lo más propio de nuestra persona. En el
bien no hay duda. Estamos hechos para el bien. No amarlo es contradecirnos. Amar lo
bueno es natural y conlleva su premio inmediato. Todo es don: el bien que amamos, la
capacidad de amarlo y la alegría que produce. En cambio cuando se trata de “amar a los
enemigos”, de “perdonar al que nos ofende”, de devolver bien por mal…, en estas cosas
nos distanciamos del amor propio inmediato y experimentamos nuestra libertad, nuestra
capacidad de entrega, nuestro poder “hacer algo por amor a Otro” y en esto “crecemos
como personas”.
Como propone el Papa en “Salvados en Esperanza”: Quisiera añadir aún una pequeña
observación sobre los acontecimientos de cada día que no es del todo insignificante. La
idea de poder «ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra
vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una
forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez
menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizás hasta
malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial
que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban
convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo,
que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el
género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar
también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres. Quizás
debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata
también para nosotros” (SS 40).
Teóloga por intuición, la Santa no razona; cree. Su mirada es la fe, iluminada por la
caridad. Iluminando los ojos de vuestro corazón (Ef. 1, 18). ¡Y qué certera es esa mirada!
Escuchémosla: «¿Cómo es posible que Dios, amándonos infinitamente, se goce en hacernos
sufrir?» Y añade sin vacilar: «No; Dios no puede gozarse en nuestro dolor, pero éste nos es
necesario. Lo permite, pues, como a pesar suyo.» La paciencia de Teresa se ejercitó de
ordinario en mil pequeñeces, semejantes a las que cada día encontramos en nuestro camino.
Sufrimientos pequeños, ocultos, penosos, para su naturaleza sensible, dificultades de esas
que también a nosotros nos hieren y molestan, pero que por falta de fe, de esa fe despierta y
amorosa, nos abaten, nos llenan de melancolía, y quizás, a pesar nuestro, nos hacen
sombríos, mustios, fastidiosos a nosotros mismos y a los demás. Constantemente se nos
ofrecen, como a Teresa, ocasiones de ejercitar la paciencia, pero las dejamos escapar. ¿Por
qué? Por falta de fe en el Amor, y por falta de vigilancia sobre nuestra conducta. En los
momentos de dolor, en lugar de levantar los ojos y el corazón a Dios, que lo permite en su
amorosa Providencia y nos invita a unirnos con él en eso que estamos padeciendo, nos
replegamos egoístamente sobre nosotros mismos. ¡Qué pérdida tan incalculable!
Nuestras imperfecciones, faltas y defectos, esas mil cosas que no pocas veces nos abaten y
aun nos irritan, son fuente perenne de pequeños sufrimientos que, por un lado, nos permiten
“abandonarnos en manos del Padre” « ¡Qué feliz soy -decía Teresa- de verme imperfecta y
tan necesitada de la misericordia de Dios! ». La paciencia es también en esta ocasión raíz y
custodia de la humildad. Por otra parte, esos sufrimientos nos permiten “compadecer con
Jesús” estrechando nuestra amistad con Él. Son dos maneras de “crecer” en perfección, de
crecer en la capacidad de recibir la misericordia del Padre y de compartir el amor redentor
de Jesús.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Marta Irigoy md
Una de las cosas más lindas de estos Talleres de Perseverancia, es descubrir la sabiduría de
los Ejercicios Espirituales, en los cuales descubrimos una fuente que no se agota y siempre
nos ayudan a ir teniendo en nuestra vida el horizonte del Corazón de Jesús, que se
estremece de gozo, al ver las maravillas que revela su Padre a los pequeños, como así
también hacernos descubrir el puesto de servicio para el que estamos cada uno llamados…
Sin embargo, aunque todos queremos ser “de esos pequeños”, constatamos que lo que más
buscamos es “ser grandes”…
La pequeñez, como hemos dicho muchas veces, es lo que le roba el corazón a Dios, como
cuando sus ojos se detuvieron en María, a quien que miro con bondad… y a la que –como
Ella misma canta- : –En adelante llamarán feliz–.
Y así nos mira, nuestro Dios, cuando nos sentimos pequeños, frágiles y vulnerables…
siendo esto la “oportunidad” de descubrir esa mirada tierna y compasiva del Corazón de
Jesús, y experimentar la vida espiritual como lucha, teniendo presente este Corazón que nos
ayuda a discernir “cordialmente”.
MOMENTO CONTEMPLATIVO
Pidamos incesantemente cada día amor a la verdad y a la humildad, pues así descansará
felizmente nuestro corazón en el Corazón de Aquél que dijo:
MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
En la segunda semana de los Ejercicios, San Ignacio expone un nuevo método de oración
más flexible, más dulce, más fácil de adaptarse a diferentes tipos de personas. No se trata
de razonar mucho sino de leer las escenas evangélicas y “sentirlas y gustarlas”
afectivamente.
Ignacio nos hace imaginar los lugares (la casita de María en la Anunciación, el Pesebre de
Belén…), ver las personas, oír lo que dicen y mirar lo que hacen. La propuesta de Ignacio
es que nos metamos y comprometamos afectivamente en cada escena de la vida de Cristo
“como si presentes nos hallásemos”. Es que el contacto afectivo con la humanidad del
Señor nos va transformando el corazón.
Cuando el Señor promete que el Espíritu nos “recordará todo” lo que nos ha dicho Él, no
quiere decir que nos recordará sólo “palabras abstractas”. La Palabra del Señor es Palabra
Viva y cuando el Espíritu nos la recuerda hace que todo nuestro ser vibre con un recuerdo
vivo y cordial en el que vienen a nuestra mente los rostros, el tono de voz, los detalles de
cada escena evangélica. Las escenas que Ignacio pone son “una introducción y modo para
después mejor y más cumplidamente contemplar” la vida de Cristo en los Evangelios (EE
162). Las contemplaciones se pueden ampliar o reducir de acuerdo al tiempo que cada
ejercitante tiene, pero el camino de la contemplación es camino abierto. San Juan lo
expresaba cuando al final de su evangelio decía que no estaban narradas todas las cosas que
hizo Jesús ni mucho menos. En ese “recuerdo” del Evangelio que es don del Espíritu cabe
una profundidad infinita. No se trata de inventar nuevas escenas de la vida de Cristo sino de
profundizar en ellas, y de que, al ponerlas en contacto con nuevas situaciones y con cada
corazón, surjan de ellas verdades siempre renovadas y nuevas propuestas de vida.
De esta manera, por afinidad y simpatía, la Palabra viva va evangelizando el corazón del
que contempla y lo va moldeando y configurando a imagen del Corazón de Jesús. Podemos
decir con Juan que en cada contemplación se adelanta algo de esa “visión” del Señor que
nos vuelve “semejantes a él”: “cuando se manifieste, nos haremos semejantes a él porque lo
veremos tal cual es”.
Compenetración afectiva
El evangelio fue anunciado con pasión y el Espíritu da la gracia de recibirlo también con
pasión. Escuchemos lo que dice Juan en su primera carta, cómo habla apasionadamente de
lo que se les reveló y nos quieren transmitir: “Lo que era desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras
manos tocante al Verbo de vida (porque la Vida se manifestó y nosotros la vimos y damos
testimonio y les anunciamos esa Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos
manifestó), lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos, para que también ustedes estén en
comunión con nosotros, así como nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo
Jesucristo. Les escribimos esto para que su gozo sea completo (1 Jn 1).
Este pasaje transmite el tono de compenetración afectiva con que está narrado el evangelio
y con la que tiene que contemplarse. No se trata de un anuncio meramente intelectual o
moral, Juan habla de imágenes, palabras y sentimientos que maravillan, hacen entrar en
comunión y llenan de gozo.
Así quiere Ignacio que contemplemos: “aficionándonos” al Señor de modo tal que nuestra
afectividad –en la que se unen una inteligencia lúcida con un corazón que sabe enternecerse
y comprometerse- se adhiera definitivamente al Señor y lo ame, lo siga y lo sirva. Martini
dice que, en palabras más modernas, esto quiere decir: que “entremos en la conciencia de
Jesús, en su corazón de Hijo, en el modo en que él vivía su misión de salvación. El
ejercitante debe contemplar a Jesús para hacerse semejante a él a través de una
compenetración afectiva nacida del amor”.
Lo que en las meditaciones mueve como imperativo categórico apelando a nuestra
conciencia del deber moral, en las contemplaciones se vuelve belleza que atrae y enamora.
La dinámica de la contemplación
Una primera etapa en la vida de oración contemplativa consiste en ese primer acercamiento
al Evangelio que recibimos en nuestra infancia a través de la catequesis y de la predicación.
No hay que desmerecer la fuerza de semillas de contemplación que tienen las primeras
narraciones de la vida de Jesús en el corazón de un niño. En esta etapa se gestan las
imágenes primordiales y la Palabra va dando fruto por sí sola.
Este conocimiento simple de la Escritura necesita luego ser profundizado por medio de un
trabajo exegético. Quien más quien menos va haciendo una lectura más personal de la Vida
de Cristo, en el que cada pasaje se va leyendo dentro del contexto íntegro de la Escritura y
de la Tradición de la Iglesia. Sin este trabajo la fe corre el riesgo de quedar trabada por
todos los mensajes del mundo actual que la contradicen con argumentos pretendidamente
científicos.
Además, hace falta un tercer paso, más interior: el de la simplificación contemplativa, en el
que el pasaje contemplado entra en nuestra carne, en nuestra vida cotidiana, en las
elecciones pequeñas o grandes que debemos hacer, haciendo que la Palabra habite en
nosotros. Como dice Pablo: “Que la Palabra habite en ustedes abundantemente” (Col 3, 16).
Habitando nosotros en el acontecimiento de cada escena evangélica permitimos que el
Señor venga a habitar nuevamente en nuestra vida.
“Conocimiento interno”
El fruto que Ignacio nos hace pedir en las contemplaciones es “Conocimiento interno del
Señor, para que más lo ame y lo siga”. Fiorito hace la siguiente precisión: El conocimiento
interno del Señor –que se da en la contemplación del evangelio y en la aplicación de los
sentidos espirituales- es conocimiento de Jesús como Señor de nuestra vida práctica y de la
vida de la Iglesia.
“El Señor”
Conocer a Jesús como Señor es reconocer en él los atributos que el Pueblo de Israel atribuía
al Dios Altísimo.
Dios para ellos era “el Dios de los dioses. ¿Podríamos decir nosotros –sintiéndolo
afectivamente- que Jesús es más poderoso que los dioses actuales? Más poderoso que el
dios del dinero y del poder, que el dios de las estructuras globales, que el dios de la vida
inconsciente, que el dios de la ciencia y de la técnica, que el dios de la belleza y la fama.
Decir “Dios de los dioses” implica una comparación: sentir que Jesús es más rico que el
dinero, que Jesús con su mansedumbre es más poderoso que los hombres de armas y de la
política, que Jesús domina la vida más que las fuerzas inconcientes, que Jesús es más
hermoso que todos los famosos y famosas.
El Señor era también para Israel, “el Dios de mi salvación”. Es decir el Dios de sus Padres,
el que llamó a Abraham y le prometió una tierra y una descendencia. El Dios de Moisés,
que los sacó de la esclavitud y les dio la ley y la tierra prometida. El Dios que los cuidó por
medio de los jueces y las santas mujeres y que los corregía por boca de los profetas. Para
nosotros, decir que Jesús es el “Dios de mi salvación”, implica reconocerlo en nuestra
historia personal, de familia y como Pueblo. Puedo llamarlo “Señor Dios de mi salvación”
si siento que me ha llamado, que me ha salvado, que me ha cuidado y corregido,
enviándome gente que me ha ayudado en su nombre.
Para nosotros, que ya hemos nacido cristianos, también es difícil conocer a Jesús como
Señor. A los judíos les costaba “bajar” la altísima imagen de Dios que tenían y reconocerlo
encarnado en la humildad de Jesús de Nazareth. A nosotros nos cuesta reconocer que esa
humildad y ese amor misericordioso de Jesús crucificado y resucitado, que se manifiesta en
la alegría y la sencillez de los pequeños, es el verdadero poder y la verdadera gloria de un
Dios Señor. Nos cuesta aceptar la Gloria de ese camino de abajamiento, de ese esconderse
de semilla, una y otra vez, y ver allí la señal del Señorío y del poder verdadero. No
terminamos de confiar en que ese Dios que nos deja morir sea capaz de resucitarnos, en que
ese Dios que nos deja sufrir pueda consolarnos en las tribulaciones, en que ese Dios que se
esconde sea la Verdad. Como si no terminara de ser para nosotros el Dios de los dioses, el
Señor de los poderes actuales.
“Conocimiento interno”
Pasamos ahora a la parte de la frase que habla del “conocimiento interno” como fruto de la
contemplación. Ponemos aquí una frase de Juan que es definitiva: “Nadie puede decir
Jesucristo es Señor” si no lo inspira el Espíritu Santo”. Reconocerlo es un don del Espíritu
y se recibe personalmente en la intimidad de cada corazón. No es un conocimiento
“universalizable”, exterior, a la mano de todos. Es un conocimiento interno fruto de un don
del Espíritu. Y el don se pide y se recibe afectivamente en la oración.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Marta Irigoy md
San Ignacio, en la Segunda Semana de los Ejercicios Espirituales, nos invita a contemplar
la vida del Señor, desea, que al poner la propia vida ante la Vida Plena del Señor, se nos
“peguen” sus gestos, sus deseos, su Amor…, es decir, que seamos “capaces” de recibir esa
Vida Abundante y Plena en nuestro corazón…
Por eso, san Ignacio, nos propone contemplar a la humanidad que esta ciega…
“CEGUERA,- dice, Bernard Mendiboure, sj.- es la palabra escogida por Ignacio para
describir la situación de los hombres sobre la tierra. Así es calificado el estado de una
humanidad que sin saberlo corre a su perdición”.
Así es, que contemplamos a una humanidad deshumanizada que necesita una ayuda de lo
Alto, para volver al sueño de Dios para el hombre y la mujer.
Al contemplar a la VIDA que nace, se nos humaniza el corazón, se afecta al Señor y vamos
teniendo “los mismos sentimientos de Jesús, que siendo Dios se hizo hombre, por amor…”-
Fl, 2-
MOMENTO CONTEMPLATIVO
La invitación es animarnos a dejar que Jesús se encarne nuevamente Hoy en nuestra vida,
para renovarla y hacerla plena…
“Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” –
Gálatas 4,4-
“Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo
que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las
tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”. -Jn 1, 2-5-
MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, como veíamos en los talleres anteriores, apuntan
a plenificar nuestra vida en todas sus dimensiones. Por eso se centran en lo más vital: en
nuestras afecciones . Los Ejercicios apuntan a quitar los afectos desordenados y aficionarse
a Cristo. Los afectos tienen su sede en el corazón, allí donde hacemos nuestra opciones y
nos jugamos por ellas, lúcida, libre y apasionadamente. Optar apasionadamente por la Vida
Plena que nos ofrece Jesús Resucitado trae consigo un mejoramiento que nace en nuestro
interior más íntimo y se expande a todas las dimensiones de nuestra vida, personales y
sociales. No se trata de un mejoramiento de aspectos parciales con sus más y sus menos. Es
un mejoramiento cualitativamente centrado en el carisma propio de cada persona, el
carisma que nos da el Espíritu y nos hace ser lo que somos por gracia para el bien común.
Aparecida lo expresa diciendo que se nos da “ser discípulos misioneros de Jesucristo para
la Vida plena de nuestros pueblos. Esa gracia de ser discípulos misioneros se concreta
luego en diferentes estados de vida y carismas: discípulos misioneros padres de familia,
sacerdotes, voluntarios, catequistas…
Hay un cuento de Menapace –Cuajada y fermento- que puede ayudar a poner imágenes
concretas a lo que decimos. Mamerto habla de la Vida y dice:
En el campo se trabaja con la vida. Quizá sea el aspecto más característico de los trabajos
rurales. Aquí hay que respetar ciclos y hay que acompañar procesos. La vida es así. Nadie
puede sembrar trigo en Navidad y cosecharlo en Pascua. Por más tierra que mueva, si no
respeta las leyes de la vida, lo único que consigue es perder tiempo. Cada cosecha tiene su
época, y está precedida por la siembra, los laboreos y el crecimiento. A la vida hay que
acompañarla y alimentarla. No se la puede ni inventar ni apresurar. Esto sucede así, hasta
cuando se hace el queso. Algunos creen que al queso se lo fabrica. Pero en realidad nace y
madura como cualquier realidad que tiene vida. No quiero hacer alardes de conocimiento.
Simplemente comparto lo que yo mismo aprendí desde pequeño y luego comprendí siendo
ya mayor. Esto es bueno que lo sepan todos aquellos a los que les gusta el queso.
Dos grandes realidades intervienen en su nacimiento: la cuajada y el fermento. Lo primero,
en realidad es algo muy sencillo. Todo es cuestión de tener un poco de verdadero cuajo.
Una pequeñísima cantidad se mezcla con un gran volumen de leche, y en poco tiempo se
opera una crisis en la tina. Lo sólido se condensa en la masa, y el líquido se separa
formando el suero. Todo depende de la fuerza vital del cuajo. Este verdaderamente es una
fuerza poderosa que actúa en forma inmediata, y su función es muy precisa: obliga a optar,
separa discierne la realidad profunda y a cada cosa le da su identidad.
Pero si todo quedara ahí, y se pretendiera poner el resultado en un molde, sólo se
conseguiría un queso insulso, o lo que es peor, uno se expondría a que el producto
fermentara de manera imprevisible. Se hace necesario el fermento.
Se trata de otra realidad viva. Un pequeño volumen de leche ha sido previamente
esterilizado, llevado a una temperatura óptima aislándolo de las corrientes de aire y de las
moscas que pudiera haber en el lugar. Se le ha dado todo el tiempo necesario para que en él
se desarrolle la vida de ciertas bacterias bien definidas, generalmente oriundas del lugar y
que allí se han sembrado con sumo cuidado, luego de haber constatado su pureza. Con el
fermento se es muy exigente. En él no pueden admitirse interferencias de torso fagos, es
decir de vida extraña o contraria.
Este volumen de fermento es relativamente pequeño, en comparación con el total de la
leche que se está cuajando. Pero la intensidad de la vida que tiene, hace que toda la masa
adopte su proceso y reproduzca sus notas fundamentales. Produce un efecto similar al de la
levadura en la masa del pan. De él depende el gusto y la identidad específica. Un queso es
de esta variedad, y no de otra, gracias al fermento que lo ha hecho madurar. Y por lo tanto
(le debe) su valor propio.
Me gusta el cuento para ilustrar dos momentos de los Ejercicios. En la primera semana el
proceso es como el que desencadena el cuajo. Se opera una crisis en el alma al ver en
blanco sobre negro la diferencia entre la gracia y el pecado.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
En el Taller del mes de Abril, fuimos invitados a escuchar a Dios que nos decía:
“Escucha, Israel: El Señor, Nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo
quedarán en tu memoria» (Dt 6,4-6)
En la “Meditación del Reino”, pedimos no ser sordos y así reconocer la voz de Aquel que
quiere ser el dueño de nuestra vida, para plenificarla. Que desea ser el tesoro de nuestro
corazón.
Por lo tanto, podemos decir que la cuestión es “dejarse seducir por el Señor”, para que todo
nuestro ser, toda nuestra vida se deje llevar por los sentimientos de su Corazón, hacerla
fecunda y dar fruto según la propia capacidad…
¿Estoy en lo cotidiano, a la escucha de lo que Jesús quiere que haga con Él, como Él y
desde Él?
MOMENTO CONTEMPLATIVO
“San Ignacio centra todo en Cristo y nos hace comenzar a escuchar un llamamiento que es
“para todos” pero “especial para cada uno”. La plenitud de Vida de Cristo no es algo de lo
que se participe de manera general sino que implica encontrar el lugar propio donde lo más
vital que cada uno recibe se convierte en servicio para los demás y en fruto para Gloria del
Padre.
Optar apasionadamente por la Vida Plena que nos ofrece Jesús Resucitado trae consigo un
mejoramiento que nace en nuestro interior más íntimo y se expande a toda nuestra vida”.
“ENAMÓRATE”
MOMENTO DE MEDITACIÓN
Diego Fares sj
Hemos visto cómo los Ejercicios apuntan a plenificar nuestra vida en su núcleo más íntimo,
allí donde el Espíritu hace alianza con nuestro espíritu y unifica afectivamente nuestra
mente y nuestro corazón.
Decíamos que Ignacio apunta a que conozcamos y amemos a Cristo no solo con nuestra
inteligencia y voluntad sino con todos nuestros afectos, apasionadamente. Esta valoración
de los afectos o pasiones procede de una concepción antropológica que no separa alma y
cuerpo y que tiene una visión positiva de la afectividad. Es necesario reflexionar un
momento sobre los afectos o pasiones. Seguimos a Santo Tomás que dice lo siguiente:
1º Todas las pasiones con causadas por el amor. El amor en cuanto ansía el objeto amado se
llama “deseo”. El deseo no es otra cosa sino “amor en movimiento de búsqueda”. Este
movimiento o deseo nos afecta y nos hace “experimentar sensiblemente” dos afectos o
pasiones fundamentales: si el bien deseado está presente y lo poseemos, experimentamos
Alegría. Si se trata de un bien futuro, experimentamos Esperanza. Alegría y Esperanza son
por eso las dos pasiones fundamentales y tienen su contrapartida en la Tristeza, si estamos
ante un mal presente, y la Desesperación o Aversión, si estamos ante un mal futuro.
2º Los afectos o pasiones pueden actuar antecedentemente a la razón o consiguientemente.
Si no tengo claro que algo es bueno o malo, actuar primero apasionadamente es peligroso.
Puede ser que nos alegremos con un bien ilusorio o que sintamos aversión por un remedio
que sabe mal pero es curativo. La pasión antecedente disminuye la bondad del acto. Aún en
las cosas buenas hace bien “reflexionarlas para elegirlas” de modo tal que la acción se
modere y sea discreta. Ahora bien, la pasión “consecuente” si lo que amo es
verdaderamente bueno y lo elijo y me adhiero a ese bien con toda mi voluntad, el
apasionamiento que proviene por desborde o por elección, cuanto mayor sea, mejor. La
alegría por el gozo del Señor Resucitado y la esperanza en todos los beneficios que me
donará si confío en Él, cuánto mayores sean mejor. Como dice Santo Tomás: “la pasión que
surge consiguientemente en el apetito sensitivo es señal de la intensidad de la voluntad. Y
de este modo indica mayor bondad moral. Y cuando el hombre por el juicio de la razón
elige ser afectado por una pasión, para obrar más prontamente con la cooperación del
apetito sensitivo, así, la pasión del alma aumenta la bondad de la acción (I 24, 3).
Afectividad y pecado
¿Qué tiene que ver la afectividad con el pecado? Con facilidad podemos ver que la tristeza
por el pecado y la aversión, cuanto más intensamente las experimente en mi sensibilidad,
mejor, así no peco. En la primera semana de los Ejercicios, San Ignacio nos hace meditar
sobre la Misericordia de Dios y sobre el pecado utilizando todas nuestras facultades con un
fin preciso: mover los afectos. Dice, proponiendo materia para meditar sobre el pecado de
los ángeles: “Discurrir con el entendimiento viendo las cosas detalladamente para que se
muevan más los afectos con la voluntad” (EE 50). Las verdades que muestra Ignacio no son
verdades “frías” sino que con su coherencia y con la luz que proviene de ver claro el fin y
el orden de las cosas a ese fin, son verdades prácticas, mandatos a la voluntad para que
actúe, moviendo en primer lugar los propios afectos.
Fijémonos en algunas frases, cómo son “conmovedoras”. ¿Cómo puede ser, nos hace sentir
Ignacio, que los ángeles “habiendo sido creados en gracia, no se hayan querido ayudar con
su libertad para hacer reverencia y obedecer a su Creador y Señor y hayan venido a ser
soberbios y se hayan convertido de seres llenos de gracia en seres soberbios?
Contemplando a Adán y Eva nos hace notar: “cómo por su pecado hicieron tanto tiempo
penitencia y cuánta corrupción vino al género humano”. Estas verdades Ignacio las pone en
tono comparativo: “queriendo entender y recordar bien todo esto para avergonzarme y
confundirme más viendo cómo a ellos les pasó esto por un solo pecado y yo he cometido
tantos…”.
Vergüenza y confusión son las gracias “afectivas” que brotan al sentir el pecado como “un
mal presente”. La comparación lo vuelve personal y actual y el fruto espontáneo en la
sensibilidad es la tristeza. Como vemos, no se trata de sensiblería ni de una emoción
pasajera. El pecado no se ve como tal si no “da tristeza”. Si no “sentimos esta pasión” es
que no lo vemos como real y presente sino como algo lejano, que le pasó a otro, que no
tiene mucho que ver conmigo.
San Ignacio va más hondo todavía en esto de ayudarnos a “sentirnos afectados” por la
gravedad y malicia del pecado haciéndonos ver que todo pecado, grande o pequeño, es
“contra la Bondad infinita” del Padre. Y para tocarnos más el corazón y la sensibilidad nos
hace contemplar a Jesús puesto en Cruz por mis pecados y “hablar con Él” de lo que
significa el pecado.
No nos hace discutir la gravedad de los pecados con un código de derecho canónico ni con
la mentalidad actual sino con Jesús puesto en Cruz. Y quiere que hablemos como un amigo
con su Amigo o como un servidor con su Señor. ¡Cómo no conmovernos!
Las afecciones desordenadas vistas desde esta perspectiva son algo “gravísimo”. Tenerle
afecto al pecado más que pecado es corrupción. Se trata de “afectos falsos”. Y no hay nada
peor ni más repugnante que un afecto falso. Un pecado puntual, fruto de una emoción
fuerte o de una reacción momentánea, no tiene la connotación negativísima de una afecto
falso, de un sepulcro blanqueado. Uno puede optar momentáneamente por algo malo por
distintos motivos “circunstanciales”, diríamos. Pero darle nuestro afecto a algo malo es
muy malo. Supone cultivar lo infecundo y dedicar tiempo gratuito a lo interesado. Los
afectos desordenados son una contradicción viviente. Por eso el Señor es tan duro con los
hipócritas y fariseos, porque le tienen afecto a su pecado, lo maquillan, lo justifican y lo
contagian. Contra esto está la apasionada condena a todo pecado y, como dice Ignacio en la
meditación sobre el Infierno, esta condena si no es por amor al menos que sea por temor de
las penas del infierno, así me aparto del pecado como de la peste.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Marta Irigoy Misionera Diocesana
En este día el Evangelio, nos invita a escuchar a Dios. El escuchar en la Biblia es sinónimo
de “vivir”.
“El que escucha mi Palabra y cree en Aquel que me ha enviado tiene Vida Eterna” -Jn 5,
24-
Y los judíos, recibieron esta invitación de Dios, para vivir “afectados” solo a Él:
«Escucha, Israel: El Señor, Nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo
quedarán en tu memoria» -Deut 6,4-6-
Como dice Eduardo Casas en “El Credo del Amor”: Para que la quebradiza memoria de
Israel no se olvide de este amor primero y de la elección gratuita de Dios y para que el
Pueblo viva en la presencia del Amor, y para que siempre recuerde que fue amado. No se
olvide que fue elegido. Es una invitación a la gratuidad y a la libertad, como la de Dios, una
interpelación al amor. Estas palabras son recitadas diaria y piadosamente como un
«Memorial».
El amor se vuelve así «Memorial» del corazón. El amor se hace Alianza. Cuando Israel
recitaba este Mandato, resucitaba la memoria de su amor. El amor nacía como respuesta de
su atenta escucha: «Escucha, Israel». Su vocación era escuchar al amor ya que escuchar es
la forma más profunda de recibir y, por lo mismo, es la primera manera de amar.
A Dios hay que amarlo «con todo». Es un amor totalizante, no excluye nada, abarca a todos
y abarca todo: «El corazón, el alma y las fuerzas».
MOMENTO CONTEMPLATIVO
“Amarás a Dios «con todo el corazón, con toda el alma y con todas tus fuerzas»
Amar a Dios «con toda el alma» significa hacerlo con la totalidad de la vida. El «alma» de
la vida es el amor.
Amar a Dios «con todas las fuerzas» implica con toda la plenitud de nuestra capacidad. Si
amarlo «con toda el alma» toma la vida entera, con todas sus expresiones; amarlo «con
todas las fuerzas» es desde el empuje y el ritmo de sus latidos.
“Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las
llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor
no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio
interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino
que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor no pasará jamás”.
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omento de Meditación
Diego Fares sj
Vida plena
Los Ejercicios Espirituales son ejercicios para una Vida Plena. No son Ejercicios para
mejorar aspectos ascéticos o morales (esto se da también, por supuesto) sino que Ignacio
apunta a plenificar nuestra vida en su núcleo más íntimo, eso que llamamos espíritu, allí
donde se unifican e integran en torno a Cristo Resucitado todas las dimensiones de la vida.
Escuchemos a Ignacio, cómo describe sus Ejercicios Espirituales:
Porque así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales; por la misma
manera, todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones
desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la
disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman ejercicios espirituales (EE 1).
Ejercicios espirituales para vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse por
afección alguna que sea desordenada (EE 21).
En una lectura rápida quizás todos damos por sentado que entendemos lo que Ignacio
pretende: hacer la voluntad de Dios y ordenarnos en todo lo que estemos desordenados. Lo
digo y pienso: “como si fuera tan fácil”. Y si examino las imágenes que estas dos frases me
evocan van por el lado de un niño que tiene que ordenar su cuarto a pedido de la mamá y
las de un grande que siente un poco de miedo: a ver si “la voluntad de Dios” me lleva a
tener que dejar mis cosas y hacer otras heroicas que veo tan lejanas”. También me vienen a
la mente aquellas cosas en las que estoy desordenado y que tantas veces he intentado
mejorar y la impresión que me queda es la de un “más o menos”. Como decía uno que
comenzó Ejercicios, “vengo con alguna expectativa de rezar pero sin esperar grandes
cosas” (después no podía creer todas las gracias que recibió del Señor en esos días
luminosos). En general, un examen rápido de nuestra vida nos puede hacer ver como que
“vamos caminando como podemos, tratando de servir al Señor y confesándonos cuando nos
desordenamos… Fundamentalmente bien, pero lejos de sentirnos como un atleta de alta
competición que tiene clarísimo su objetivo de máxima y se perfecciona cada día para estar
entre los top ten”.
Sin embargo, los Ejercicios se ofrecen a todos como un camino de ayuda real para que cada
persona pueda disponer su vida en santidad y justicia. Es decir, para que viva su vida de
manera plena, tal como Dios la sueña cada día para él.
El supuesto de los Ejercicios Espirituales es que Jesucristo llama a todo el mundo y a cada
persona en particular a una misión única en la Iglesia. El tiene una tarea y un lugar para
vos. Y lo que es mejor, también tiene un estilo y un modo que se adapta, mejora y plenifica
tus cualidades naturales y tu carácter.
“Buscar y hallar” este lugar de servicio y oración y este estilo de santidad propio (carisma),
eso es “hacer la voluntad de Dios”.
Como vemos, no se trata de una voluntad de Dios “extendida” o “en general” como si el
asunto fuera tener que preguntarle a cada rato a Dios si le parece bien algo que hacemos.
De hecho, San Ignacio con el ejercicio del examen espiritual que practicaba con devoción
(no solo al mediodía y a la noche sino a cada campanada del reloj) entraba en su interior y
se dejaba mirar por el Señor hasta que se sentía cómodo –aceptado, purificado, consolado,
conducido y confirmado cariñosamente –por esa mirada. Al ser Dios nuestro Creador y
Señor, nuestro Redentor y Amigo, las palabras tales como “hacer la voluntad de…” y
“examinar”, pierden su connotación de deber y de control y adquieren un grado máximo de
gratuidad y de libertad. Que nos examine el que nos está dando la vida es lo mismo que
decir que nos está vivificando con esa mirada. Que nos averigüe los gustos el que más nos
quiere es un placer ya que su voluntad es que estemos bien y felices. En realidad, “hacer lo
que a Dios le agrada” es liberarnos de “hacer lo que no sabemos bien a quién le agrada”, ya
que constantemente obedecemos a pulsiones internas y mandatos exteriores que no son
enteramente libres.
Lo que quiero expresar es que los Ejercicios nos ayudan a ejercitarnos en lo más vital de
nuestra vida y desde allí extienden su influencia benéfica a todas las dimensiones en las que
la vida se expande. Por eso son tan liberadores y tan gratificantes, porque no parten de lo
exterior o ajeno sino de aquello más propio de cada uno, allí donde uno siente gusto, allí
donde está lo más lindo nuestro; de allí parte el Señor para ganarnos el corazón y salvarnos
y misionarnos. Y para hablar de eso que es lo más íntimo y vital Ignacio utiliza una palabra
en la que nos queremos detener: afecciones.
Puede ayudar distinguir entre afecto y emoción. Uno no dice “tal persona me dio emoción”,
sino “me emocioné”. La emoción es algo “interior” y de alguna manera incomunicable. En
cambio sí decimos “sentí que me daba su afecto”. El afecto fluye entre dos personas. Se
capta la intención del otro en lo que da y en el modo de darlo y eso es lo que se recibe y
causa adhesión.
También hay que decir que la emoción es algo “puntual” si se quiere, en cambio el afecto
hace al tiempo: requiere trabajo, esfuerzo, tiempo de cultivo y tiene memoria, se puede
recordar y “acumular” por decirlo así.
El afecto requiere esfuerzo pero tiene como característica la gratuidad. Es esencial a la
supervivencia humana: los niños, los ancianos y los desamparados y enfermos necesitan
más afecto para sobrevivir y captar que lo que se les da se les da gratuitamente por lo que
valen como personas es esencial.
Por todas estas características decimos que la afectividad está ligada a la belleza: porque en
las experiencias estéticas este “fluir” y “establecer contacto íntimo y pleno” con lo
trascendente de otra realidad se da gratuitamente. La obra de arte brilla en su armonía y en
su integridad y suscita la propia armonía interior en el que la percibe. En lo bello uno
percibe afecto, percibe que alguien trabajo mucho para crear algo hermoso y regalárnoslo
gratuitamente, honrando nuestra espiritualidad común, nuestra capacidad de comulgar en el
don.
Algunos definen el afecto como “el trabajo no remunerado en beneficio de la supervivencia
de otras personas u otros seres vivos”. Yo agregaría no solo la supervivencia, que sería lo
mínimo, sino también el trabajo gratuito en beneficio de la Vida Plena de otros. Este sería
el afecto máximo, el que se nos dona gratuitamente para que gocemos de una plenitud
mayor.
Aquí entra Jesucristo como el que nos dio su afecto en grado sumo. Es importante esto de la
palabra afecto porque es un valor en nuestra cultura. La gente dice que “lo importante son
los afectos”. La palabra amor tiene connotaciones de posesión, de interés. Amor de ágape,
totalmente gratuito, hace sentir tironeos por oposición al amor de posesión. Decir que Dios
nos ama hace que resuenen muchas de estas cosas “demasiado fuertes”. Decir en cambio
que nos tiene afecto, cariño, nos suena bien.
En lenguaje ignaciano, afección es el apego afectivo arraigado que le tenemos a alguna
persona o cosa y que ejerce un influjo constante en nuestra memoria, en nuestros
pensamientos y decisiones. La afección transforma una cosa cualquiera en “cosa acquisita”,
en cosa de mi posesión, en cosa predilecta. E Ignacio, siguiendo a Pablo, desea que su
“cosa acquisita” sea Jesús y en Él todo lo demás, según aquello de “amarte a ti Señor en
todas las cosas y a todas en ti”. Ignacio desea que uno se aficione tanto al Señor Jesús que
llegue a sentir que es capaz de perder todas las cosas “con tal de ganar a Cristo”. En su
Autobiografía Ignacio nos cuenta cómo deseaba estar “aficionado sólo a Dios”. Este es el
punto clave al que apuntan todos los Ejercicios Espirituales. Ejercitarnos en el afecto a
Jesús. En recibir su afecto y en poder dárselo.
Momento de Contemplación
En este año, queremos ahondar en el tema de la VIDA, por eso, en nuestros Talleres de
Perseverancia, vamos desde la Espiritualidad Ignaciana, “rezar nuestra existencia”. Para
esto recorreremos el itinerario de los Ejercicios Espirituales, para ir “buscando la voluntad
de Dios” para nosotros, como también para “ordenar nuestra propia vida”.
“La vida no es una simple sucesión de hechos y experiencias; es más bien la búsqueda de la
verdad, del bien, de la belleza.
A dichos fines se encaminan nuestras decisiones y el ejercicio de nuestra libertad, y en ellos
-la verdad, el bien y la belleza- encontramos felicidad y alegría.”
Queremos mirar nuestra vida, como la búsqueda de la Verdad, del Bien y de la Belleza,
para encontrar el camino de la felicidad y la alegría. Tan deseadas y necesitadas por todos
los seres humanos…
Las deseamos, porque ya las gustamos al ser creados por la Verdad, el Bien y la Belleza…
ésta certeza, está dentro de nuestro corazón y no descansaremos hasta encontrarlas en
nosotros…
Volver a tocar “esa tierra con la que fuimos creados”, que nos recuerda el mensaje de la
HUMILDAD= HUMUS =TIERRA…
“Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras
odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras?
¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todos, ya que
todo es tuyo, Señor que amas la vida”. (Sabiduría 11,24-26)
La vida, nos ha sido dada. No la compramos, sino que fue REGALO de un Dios que nos ha
soñado para la felicidad… y esta felicidad, se encuentra cuando hacemos de nuestra vida un
canto de alabanza al sabernos en las manos de Dios, y desde donde surge el llamado a
poner esa vida en la dinámica del servicio a los hermanos…
Esa es la Belleza, el Bien y la Verdad que anhelamos y que como dice un autor: “Es la
Belleza que salvará al mundo”
MOMENTO CONTEMPLATIVO
* Vamos a contemplar un video, sobre el Principio y Fundamento, y nos quedaremos
“sintiendo y gustando”, las imágenes que más tocaron el propio corazón…
* Podemos también, tomar para este MOMENTO CONTEMPLATIVO algunos de los
siguientes textos, que aparecen en el video:
+ Petición: “Pedir interno conocimiento del Amor que Dios me tiene como Creador, para
así amarlo yo como su creatura”
El Tríptico de Aparecida
Jesús nos invita a “llenar las tinajas de la imaginación con las escenas del evangelio…”
–No se trata de ser mero espectador, de contemplar desde fuera, sino de ser protagonista, de
meterse en la escena, de entrar y vivir dentro del espacio imaginario y de la situación
planteada en él.
He ahí a tu Madre
La multiplicación de los
Multiplicar espiritualmente los panes deseando que la plenitud del Señor llegue a todos.
Jesús camina en nuestra historia y hace que todo lo singular sea recapitulable
MOMENTO DE REFLEXIÓN
P. Diego Fares sj
Aparecida nos dice que: “Nuestros pueblos (…) con su religiosidad característica (…)
encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. En ella ven reflejado el
mensaje esencial del Evan-gelio. Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe,
hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están en el hueco de su manto. Ahora, desde
Aparecida, los invita a echar las redes en el mundo, para sacar del anonimato a los que
están sumergidos en el olvido y acercarlos a la luz de la fe. Ella, reuniendo a los hijos,
integra a nuestros pueblos en torno a Jesucristo (Ap 265).
Ser discípulos misioneros es: “Estar en el hueco de su manto” y así, habitando en ella,
“echar las redes”
El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirnos en primer lugar: Permanezcan en
la escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del
corazón las luces que ella, por man-dato divino, les envía desde lo alto” (Ap. 270).
En su discurso inaugural el Papa dice: “La profunda devoción a la Santísima Virgen de
Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales y locales. Cuando la
Virgen de Guadalupe se apareció al indio san Juan Diego le dijo estas significativas
palabras: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?,
¿no soy yo la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis
brazos?” (Nican Mopohua, nn. 118-119).
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Hna. Marta Irigoy, Misioneras Diocesanas
Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa
Imagen delante del reciente obispo don Fray Juan de Zumárraga.
Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las
flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya
verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero
Dios.
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un
indito, un pobre hombre del pueblo.
Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlan, y en las cosas de Dios, en
todo pertenecía a Tlatelolco.
Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos, y al llegar cerca
del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía.
Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces,
como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos…
Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo?
¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde
estoy? ¿Dónde me veo?…
Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía
el precioso canto celestial. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse,
entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían:
“JUANITO, JUAN DIEGUITO”.
Y él le contestó: _ “Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México,
Tlatelolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan que nos enseñan quienes son las
imágenes de Nuestro Señor: nuestros sacerdotes”.
En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad; le dice:
“SÁBELO, TEN POR CIERTO, HIJO MÍO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA
PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DEL VERDADERO DIOS
POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA
CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DEL CIELO, EL DUEÑO DE LA
TIERRA, MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME LEVANTEN MI CASITA SAGRADA. EN
DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARÉ AL PONERLO DE MANIFIES-TO: LO
DARÉ A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL, EN MI MIRADA
COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN: PORQUE YO EN VERDAD
SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA, TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE
EN ESTA TIERRA ESTÁIS EN UNO, Y DE LAS DEMÁS VARIADAS ESTIRPES DE
HOMBRES, MIS AMADORES, LOS QUE A MÍ CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN,
LOS QUE CONFÍEN EN MÍ, PORQUE ALLÍ LES ESCUCHARÉ SU LLANTO, SU
TRISTEZA, PARA REMEDIAR PARA CURAR TODAS SUS DIFERENTES PENAS,
SUS MISERIAS, SUS DOLORES. Y PARA REALIZAR LO QUE PRETENDE MI
COMPASIVA MIRADA MISERICORDIOSA, ANDA AL PALACIO DEL OBISPO DE
MEXICO, Y LE DIRÁS QUE CÓMO YO TE ENV-ÍO, PARA QUE LE DESCUBRAS
CÓMO MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME PROVÉA DE UNA CASA, ME ERIJA EN EL
LLANO MI TEMPLO; TODO LE CONTARÁS, CUANTO HAS VISTO Y ADMIRADO,
Y LO QUE HAS OÍDO…
“ESCUCHA, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS, TEN POR CIERTO QUE NO SON
ESCASOS MIS SERVIDORES, MIS MENSAJEROS, A QUIENES ENCARGUÉ QUE
LLEVEN MI ALIENTO MI PALABRA, PARA QUE EFECTÚEN MI VOLUN-TAD;
PERO ES MUY NECESARIO QUE TÚ, PERSONALMENTE, VAYAS, RUEGUES,
QUE POR TU INTERCESIÓN SE REALICE, SE LLEVE A EFECTO MI QUERER, MI
VOLUNTAD.
Y, MUCHO TE RUEGO, HIJO MÍO EL MENOR, Y CON RIGOR TE MANDO, QUE
OTRA VEZ VAYAS MAÑANA A VER AL OBISPO. Y DE MI PARTE HAZLE
SABER, HAZLE OÍR MI QUERER, MI VOLUNTAD, PARA QUE REALICE, HAGA
MI TEMPLO QUE LE PIDO. Y BIEN, DE NUEVO DILE DE QUÉ MODO YO,
PERSONALMENTE, LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, YO, QUE SOY LA
MADRE DE DIOS, TE MANDO”.
Y el martes, siendo todavía mucho muy de noche, de allá vino a salir, de su casa, Juan
Diego, a llamar el sacerdote a Tlatelolco, y cuando ya acertó a llegar al lado del cerrito
terminación de la sierra, dijo:
“Si me voy derecho por el camino, no vaya a ser que me vea esta Señora y seguro, como
antes, me detendrá para que le lleve la señal al gobernante eclesiástico como me lo mandó;
que primero nos deje nuestra tribulación; que antes yo llame de prisa al sacerdote religioso,
mi tío no hace más que aguardarlo”.
En seguida le dio la vuelta al cerro…para rápido ir a llegar a México, para que no lo
detuviera la Reina del Cielo. Piensa que por donde dio la vuelta no lo podrá ver la que
perfectamente a todas partes está mirando.
La vio cómo vino a bajar de sobre el cerro, y que de allí lo había estado mirando, de donde
antes lo veía. Le vino a salir al encuentro a un lado del cerro, le vino a atajar los pasos; le
dijo:
Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño,
Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa”. En cuanto oyó las
razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:
¿NO ESTOY AQUI, YO, QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y
RESGUARDO? ¿NO SOY, YO LA FUENTE DE TU ALEGRÍA? ¿NO ESTÁS EN EL
HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS? ¿TIENES NECESIDAD
DE ALGUNA OTRA COSA? QUE NINGUNA OTRA COSA TE AFLIJA, TE
PERTURBE; QUE NOTE APRIETE CON PENA LA ENFERMEDAD DE TU TÍO,
PORQUE DE ELLA NO MORIRÁ POR AHORA. TEN POR CIERTO QUE YA ESTÁ
BUENO”
Para ser como Juan Diego, para recibir y compartir el Amor y la visita de la Virgen de
Guada-lupe a tu corazón… déjate mirar y guiar por Ella…
Por eso, en este rato, déjate consolar por las tiernas palabras que la Virgen Morena le dirige
a Juan Diego y están escritas en el Nican Mopohua…
María de Guadalupe, también nos consuela a nosotros, quienes hoy somos “sus Juan
Diegos”…
Diego Fares sj
En el último icono, el de los testigos, cambia el estilo de todos los demás (este ya no es de
la escuela Cuzqueña). Cambian también los personajes: ya no son del evangelio sino más
actuales. El discípulo misionero que lleva grabado en su tilma la imagen de nuestra Señora
de Guadalupe puede ser San Juan Diego. Está vestido a la usanza del siglo XVI y anuncia
el evangelio a un discípulo misionero vestido con traje moderno. Los que anuncian tienen
el libro de la Palabra de Dios, la Biblia, en la mano y están hablando mientras los otros
escuchan. Es que el Evangelio se transmite de generación en generación y es siempre
antiguo y nuevo, como el mandamiento del amor.
Se destacan la fuente, la imagen de Guadalupe y el libro de la Palabra. Son como una
sucesión de respaldos o “testimonios” de la Palabra anunciada a viva voz: la fuente del
Espíritu, María (la Iglesia) como custodiando desde la espalda la Palabra, y las Biblias con
que los misioneros respaldan su anuncia.
Lo que importa es la Palabra viva que se anuncia personalmente. La fuente con sus chorros
de agua que desbordan mansamente del recipiente superior y llenan la pileta de abajo, nos
hablan de una Palabra que tiene su fuente en la llenura del Espíritu. De la plenitud del
corazón de los discípulos misioneros habla su boca. La imagen de María y la Biblia nos
hablan de una Palabra encarnada, eclesial, tradicional.
La imagen de María de Guadalupe en la tilma de San Juan Diego también nos conecta con
el ícono anterior: el mismo Espíritu recibido en Pentecostés como lenguas de fuego se
comunica a través del tiempo de un discípulo misionero a otro. Recordamos lo meditado en
torno a la Palabra. Vemos a los discípulos que anuncian serenamente la Palabra. Se nota
una contenida alegría, un anuncio que es Palabra articulada que comunica la vida interior,
dejando libertad al otro para acogerla y hacerla propia. Hay paz en el icono, aunque una
misma actividad lo llena todo: todos giran en torno a la Palabra. Los que hablan tienen ese
“hablar persuasivo y comprensible a todos”, propio del lenguaje de Jesús, que se expande
permitiendo que toda nuestra vida cotidiana se clarifique con su luz.
Este es quizás el rasgo más propio del icono: la serena claridad que transmiten sus colores
cálidos y la mansedumbre de los personajes. La Palabra lo llena todo y se nota que están
comunicando algo co-mún e importante, pero lo hacen sin desasosiego alguno, con cierto
aire de dignidad cuyo énfasis se contiene, de manera tal que comunican persuadiendo, sin
imponer.
El epígrafe “Ustedes serán mis testigos…”, caracteriza la escena pintada y está tomado del
libro de los Hechos. Lo ponemos en contexto:
“Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que
vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión,
mientras estaba co-miendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y
esperaran la promesa del Padre: “La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque
Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos
días” (…) Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”.
En el pasaje de los Hechos el Señor vincula la misión de ser testigos con el Bautismo en el
Espíritu Santo: allí está la fuente mansa de la que brota la fuerza de los testigos de la
resurrección.
Aparecida subraya la vinculación personal entre Cristo y los testigos (“Mis” testigos, dice
el Señor).
“(Jesús Resucitado) Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso:
anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto,
todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que
lo vincula a Él como amigo y hermano”.
También subraya la unión entre ser discípulo (recibir el Espíritu del Maestro) y ser
misionero (comunicarlo comunitariamente a todos):
“Así como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y
resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional,
sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la
vocación misma” (Ap 144).
Discipulado y misión: dos caras de la misma medalla, como decía el Papa.
El libro de los Hechos nos muestra una Iglesia que comparte en la oración la experiencia de
la resurrección y del Espíritu: “Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración,
en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hc 1, 3-
14).
Así, la misión consiste en ir incorporando a esta experiencia de vida a muchos otros:
“Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que
produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión
no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del
acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona,
de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).
(Ap 145).
En la conclusión del Documento de Aparecida, la oración del Papa “quédate con nosotros”,
retoma el texto de los Hechos en otro contexto. Nos invita a rezar diciendo: “Quédate con
nosotros Señor… estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan
para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la
misión de ser testigos de tu resurrección” (Ap 554).
La fuerza para ser testigos de la resurrección brota aquí de la Eucaristía.
Puede ayudar contemplar a los discípulos misioneros del icono como personas que “han
comulgado”, discípulos como los de Emaús, que al partirles Jesús el pan, sin necesidad de
un envío explícito, comprenden que deben salir a anunciar que Jesucristo ha resucitado. Es
que el recuerdo de Jesús que les hace arder el corazón con su Palabra, mientras va con ellos
de camino, al comulgar, se les convierte en deseo ardiente de salir a anunciar a otros la
misma Palabra. Somos misioneros del Señor que nos hizo discípulos.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Durante este año, estamos rezando en torno a los distintos “Iconos” del Tríptico de
Aparecida, que posibilita y ayuda a una verdadera catequesis en imágenes. Cada detalle
está lleno de belleza y simbolismo, como fuimos descubriendo gracias a lo que nos fue
compartiendo el P. Diego. Esta forma de representar el Evangelio es muy antigua en la
Iglesia, desde el siglo XV circulaba la llamada “Biblia de los pobres” que era una
edición popular de textos bíblicos acompañados con muchas Imágenes que iban enseñando
sobre los misterios de la vida del Señor.
Nosotros, venimos también siendo “catequizados” -si se puede decir así-, en cada uno de
los encuentros a través de la “contemplación” de los Iconos, para ser enviados a anunciar,
según la Carta Pastoral que han hecho los Obispos con ocasión de la Misión Continental,
envío que nos hizo la V° Conferencia de Aparecida:
“En[1] vistas a renovar nuestro ardor apostólico y nuestro fervor. Cada uno de nosotros
sabe lo que es “evangelizar” y lo que implica esta vocación en la Iglesia. Pues:
“anunciamos a nuestros pueblos, esta Buena Noticia:
* que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (DA 30).
Esta es la Buena Noticia, que se nos confía y de lo que tenemos que “dar testimonio” con
toda nuestra vida…
San Pablo, ante la necesidad de anunciar el Amor de Dios, que aconteció en su vida y del
que se siente “TESTIGO”, se cuestionaba:
“¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no
han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?
Como dice la Escritura: ¡Que hermosos son los pies de los que anuncian Buenas
Noticias! -Rom10, 14-17-
Ser Testigo, es haber experimentado tanto bien recibido y quererlo compartir con los
demás…
MOMENTO CONTEMPLATIVO
Hoy queremos a volver cada uno de los “Iconos” que fuimos contemplando a lo largo de
este año, para descubrir la “llamada” de esa Palabra Viva, que sigue atrayéndonos a esa
Fuente que es Jesús, para beber de esa
AGUA-PALABRA que como dice el Profeta Isaías, cumple siempre la misión para la fue
enviada –Is 55, 10-11-
“La fuente de la misión está en la oración, -es decir en el vinculo personal con el Señor- y
no en el proyecto humano.
Los obreros para la mies no son reclutados mediante insistentes campañas publicitarias,
patéticas llamadas a la generosidad, sino que son «mandados» por Dios, que gusta ser
«solicitado» mediante la oración.
Si el apóstol, pues, es fruto de la oración, ha de encontrar también, en la oración, el
estímulo, la fuerza y la orientación para su acción.
La misión se apaga en el mismo momento en que se interrumpe la vinculación con la
fuente.
Contemplemos “LA FUENTE” donde, escuchamos cada una de esas “AGUA-
PALABRA”, que a lo largo de este año, venimos “bebiendo”, sorbo a sorbo en cada uno
de los ICONOS contemplados…
[1] Carta Pastoral de los Obispos Argentinos con ocasión de la Misión Continental
MOMENTO DE REFLEXIÓN
P. Diego Fares sj
Dice Lucas en el libro de los Hechos: “Se produjo de súbito desde el cielo un estruendo
como de viento que soplaba vehemente y llenó toda la casa donde se hallaban sentados. Y
vieron aparecer lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaban sobre cada uno de
ellos. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas
diferentes, según que el Espíritu Santo les movía a expresarse”.
Contemplación del icono
Vemos en el icono que María, con rasgos guada-lupanos, no tiene una lengua de fuego
particular sino la aureola de fuego que resume todos los fuegos y que está en parte dentro
de la nube desde donde irradia el Espíritu. Los rayos más claros irradian sobre ella y sobre
Pedro, que está a su lado, con las llaves en las manos. Ambos simbolizan la Iglesia mariana
y petrina: la maternidad y el ministerio constitutivos de la Iglesia. El Espíritu desde el cielo
abierto llena toda la casa y va llenando a cada uno. Lucas dice que las lenguas de fuego “se
posaban”… La sensación en el icono es que se están posando ya que hay algunos que la
tienen y otros que aún no. Vemos que los Doce ya las han recibido y que hay seis discípulas
y discípulos que las están por recibir. La presencia de discípulas niñas hablan de una Iglesia
joven que se renueva.
Espíritu y Palabra
En la simbología bíblica el Espíritu es aire y fue-go: Ruah, soplo cálido, aliento vital. Y el
soplo vital del hombre no sólo es vida interior sino que se expresa hacia el exterior
suscitando la voz. El aire oxigena la sangre y hace vibrar las cuerdas vocales con su energía
sonora. En este pasaje de Pentecostés la imagen de las “lenguas de fuego” que se van
posando sobre cada uno de los discípulos y los hacen expresarse en lenguas diferentes
clarifica esta unión entre Espíritu y Palabra. El Espíritu es Palabra de Fuego, Palabra viva,
contagiosa como el fuego: fuego que enciende otros fuegos con el fuego de la Palabra.
En la Biblia, cuando el Espíritu llena a alguien, lo hace lanzar gritos de alegría y
exclamaciones de emoción –los gemidos del Espíritu de que hablará Pablo-. En Pen-
tecostés el efecto es más pleno, si se quiere. El Espíritu los hace expresarse a los discípulos
en lenguas diferen-tes que comprenderán todos los extranjeros venidos a Jerusalén. No se
trata sólo de emoción y sentimientos sino de lenguaje, de Palabra articulada que comunica
la vida interior de los que están llenos del Espíritu dejando libertad al otro para acogerla y
hacerla propia.
La emoción humana suele sobrepasar las pala-bras. “Estoy muy emocionado, dice uno, y
por eso com-prenderán que no pueda hablar”. El Espíritu, en cambio, tiene como fruto
llenar y plenificar de tal manera que su Fuego es Palabra y su Palabra es Fuego. Unifica
Amor y Verdad, emoción y razón, de manera tal que “se contagia libremente (persuadiendo
o haciendo que uno mismo y los otros se muevan desde adentro)”; su irresistibilidad no
coarta la libertad sino que la libera. Es el misterio de la gracia: cuando más me sujeto a ella
más libre me vuelvo. Experimento que me atrae irresistiblemente y que la deseo libremente.
El misterio de esta síntesis entre Palabra y Espíritu, entre Fuego pasional y Claridad
intelectual es el miste-rio de Pentecostés. ¿Cómo es que el Espíritu puede comunicar una
Palabra que es clara para todos sin perder la fuerza de su concretez única? (Porque las
palabras claras para todos suelen ser abstractas. Recordemos que había cosas tan únicas que
ni Jesús mismo podía comunicar de manera tal que los discípulos lo entendieran…).
La Palabra que comunica el Espíritu es la Palabra de Jesús –de su Vida entera-. Es una
Palabra que se encarnó en María, que compartió la vida de los hombres y su cultura, que
murió y resucitó y ascendió al cielo. Se trata de una Palabra que se anonadó en nuestra
carne y resucitó con ella. En Jesús se da un diálogo entre Palabra divina y palabra humana
cuya síntesis es comunicada por el Espíritu como Palabra que da vida.
Lo que quiero decir es que el Espíritu que nos envían el Padre y el Hijo Resucitado viene
“enriquecido” (o empobrecido) con el lenguaje de nuestra carne que en la Carne del Señor
ha vivido un proceso, una historia única. La historia vivida por el Señor le presta carne –
ejemplos, parábolas, situaciones sensiblemente análogas- a la Palabra sin restarle espíritu.
En Cristo Resucitado todos los lenguajes humanos –desde los sonidos más pasionales,
como el grito de la Cruz, hasta los discursos más elaborados como el que se utiliza en las
parábolas, se han convertido en Palabra espiritual, común y comunicable.
El Espíritu nos hace hablar persuasiva y com-prensiblemente a todos los hombres con el
lenguaje de Jesús, Palabra resucitada y que vuelve espiritual todo lo humano. Espiritual no
significa opuesto a la carne como si fueran dos cosas. Espiritual es plenitud de la vida en
todas sus dimensiones, también las de la carne. Y carnal puede ser el espíritu mismo si
sigue la dirección de lo encerrado y egoísta.
De esto se trata la “llenura” o plenitud de vida que trae consigo la presencia del Espíritu en
nuestro interior y en la vida de la Iglesia. Es la gracia de una Palabra que se enciende y se
ensancha permitiendo que toda nuestra carne se clarifique con su luz y encuentre expresión
todo lo que sentimos. Una expresión que se vuelve enteramente comunicable a los demás.
El drama de nuestra carne es no encontrar palabras que expresen lo que nos pasa: que las
palabras queden chicas, o abstractas, o frías, o en lucha con otras palabras. El Espíritu nos
plenifica haciéndonos recordar las palabras de Jesús que iluminan, dinamizan y permiten
comunicar toda situación humana en lenguaje comprensible para todos.
Plenitud y presencia
La imagen del Papa de una “escuela de María” nos habla no de palabras sueltas ni de frases
ingeniosas sino de una palabra cuyo fuego y vitalidad se reciben por presencia. Es la
presencia de la Maestra que habla constantemente a sus alumnos lo que va llenando el
corazón con un lenguaje que es más que aquello particular de lo que se habla en cada caso.
La palabra de fuego del Espíritu tiene un tono y una modulación especiales, se requiere
convivir para notar los acentos y los matices con que cada palabra viene dicha. La Palabra
de fuego llena en primer lugar toda la casa, que se convierte en es-cuela y en esa llenura se
posa sobre cada persona y le llena entero el corazón para luego convertirse en palabra que
se puede comunicar a otros.
Así lo expresa Lucas en la Visitación –fiesta cercana a Pentecostés y que guarda tantas
similitudes con ella-: María es la que, llena del Espíritu, se lo comunica a Isabel con su sola
presencia, con el sonido de su voz… “E Isabel quedó llena del Espíritu Santo”. Y Juan se
llenó de gozo en el seno de su madre, igual a como se alegra-ron los discípulos al ver al
Señor.
Nuestro pueblo sabe de este “quedar lleno de gozo y de Espíritu Santo al visitar a la Virgen
en sus santuarios”. Ella evangeliza llenando del Espíritu a sus hijos. En un silencio
elocuente, María transmite todo con la plenitud de su presencia, irradiando belleza y
contagiando caras de gozo que llenan el alma de consolación y dejan satisfechos y
pacificados a los que se le acercan y ven acercarse a los demás.
Lo que llamamos religiosidad popular es en reali-dad una mística: una manera espiritual de
comunicarse de plenitud a plenitud: “La piedad popular penetra delicadamente la existencia
personal de cada fiel y, aunque también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad
de masas”. En distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño
signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para acompañar a
un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas, una mirada entrañable
a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo, en medio de una sencilla
alegría” (Ap 261). En lo más “sensible” y carnal nuestro pueblo fiel comunica lo más
espiritual.
Plenitud y unidad
Uno de los frutos de esta palabra de fuego es liberarnos de todas las palabras que nos
dividen –interior y socialmente- con sus contradicciones. Gracias a esta lengua del Espíritu,
nuestro querer y nuestro obrar, que funcionan separadamente, con dos leyes (palabras)
contradictorias, pueden armonizarse. Pablo lo expresa muy bien en la carta a los Romanos
cuando dice: “El querer (lo bueno) lo tengo al alcance de la mano, pero el poner por obra lo
bueno, no. Porque no es el bien que quiero lo que hago sino el mal que no quiero, eso es lo
que obro. (…) Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero veo otra ley
en mis miembros, que guerrea contra la ley de mi razón y me tiene aprisionado como
cautivo en la ley del pecado que está en mis miembros. Desventurado de mí! Quien me
librará de esta muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo Señor nuestro! (…) Porque
ninguna condenación pesa ahora sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del
Espíritu de la Vida en Cristo Jesús me liberó de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 7,
15-8, 2).
Esta liberación y unificación interior se traduce en la vida comunitaria: “La multitud de los
creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes,
sino que todo era en común entre ellos” (Hc 4, 31-32). Como dice Aparecida: “Entendemos
que la verdadera promoción humana no puede reducirse a aspectos particulares: “Debe ser
integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”, desde la vida nueva
en Cristo que transforma a la persona de tal manera que “la hace sujeto de su propio
desarrollo” (Ap 399).
La plenitud de esta vida del Espíritu, que dinamiza y articula unificadamente todas las
dimensiones de la vida humana, personales y sociales, es el tema central de Aparecida:
Jesús vino para que todos los hombres tengan vida y “para que la tengan en plenitud (Jn
10,10)” (cfr. Ap 33, 112, 132, 355).
De aquí surge que “¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de
las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el
don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de sentido, de verdad y amor,
de alegría y de esperanza!” (Ap 548). Este es el fruto que debe brotar de la contemplación
del icono de Pentecostés.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Misión de maternidad, que María recibió de su Hijo al pie de la Cruz, y que nos ayuda a
descubrir; como para Ella, somos lo más querido de su Corazón.
Jesús fue lo último que le dijo y por lo tanto, también guardado y meditado en su corazón.
-“Aquí tienes a tus hijos”- y desde ese día, todos los que La recibimos en nuestra casa –
nuestra interioridad-, sentimos su calida presencia, cercana y maternal…
Maria en el centro del Icono, con las Manos juntas, pero ahuecadas, nos invita a colocar en
ese espacio, nuestro corazón para que desde ahí, hacer nuestra oración…
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino
del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa
donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que
descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu
Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía
expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este
ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en
su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:
“¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de
nosotros los oye en su propia lengua?
MOMENTO CONTEMPLATIVO
* Composición de lugar
El Cenáculo.
Está Maria, junto a los once apóstoles, con las llamitas y hay ocho discípulos y discípulas
que no tienen llamas todavía. Eso hace sentir que los rayos que irradia el Espíritu están
viniendo actualmente sobre la Iglesia.
Escucha la entrada del Espíritu como un viento fuerte que llena toda la casa.
Deja que ese viento te inunde. ¿Cómo percibes tu corazón?
– los que se acercan al oír el ruido del Espíritu y como hablan en distintas lenguas y todos
se entienden-
Maria, nos enseña a tener las manos juntas para rezar y abiertas para dar…
MOMENTO DE REFLEXIÓN
Diego Fares sj
Emaús: icono que hace arder el corazón con la presencia viva del Resucitado que
camina con nosotros y actúa en la historia
Los dos niños que nos miran nos hacen entrar en el icono de Emaús en el que se
hace presente en nuestra historia el Señor Resucitado. Uno de los niños es el de la
multiplicación de los panes. Con su mirada y con el gesto de ofrecer los cinco pancitos nos
invita a la mesa. Entramos en el ámbito de la Eucaristía y nos centramos en el pan que
Jesús resucitado ha tomado y tiene en su mano: ese pancito es como si fuera su Corazón. El
otro niño también nos mira y la jarra que tiene en su mano nos recuerda la escena de las
bodas de Caná.
Los tres discípulos y discípulas que están detrás de Jesús, contemplan la escena. Su
función, cada vez que los miramos, es hacer que nuestra mirada vuelva al tema central. Dos
miran la mesa y uno, el que está detrás de Jesús, lo mira al Señor.
Las figuras de Jesús y de los Discípulos son más grandes que el resto. El Señor ocupa el
lugar principal. Abre para nosotros el círculo de la mesa eucarística en la que están el Pan y
el Vino. El gesto del Señor representa el momento en que toma el pan y lo bendice.
Notamos cómo el Pan que sostiene contra su pecho recuerda la imagen con que se apareció
el Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque.
El rostro y la actitud de los dos discípulos son como de quien recuerda: ¿Acaso no ardía
nuestro corazón…?. El de la izquierda levanta el dedo, como hace uno cuando cae en la
cuenta de algo que pasó.
En segundo plano, al fondo, está la escena que recuerdan: Jesús señalando al cielo; ¡cómo
les iba encendiendo el corazón en la fe! Escuchamos con ellos la frase de Jesús que da
sentido a todo lo que pasa en la historia: “era necesario que el Mesías soportara esos
sufrimientos para entrar en la gloria.”
Dos momentos únicos se sientan a la mesa de la Eucaristía: nuestro presente que contempla
el cuadro y el encuentro del Señor resucitado con los de Emaús.
Cuando uno cuenta sus cosas lo más característico es esto: que uno se admira y quiere
comunicar lo especial y único que fue lo que le pasó.
En este preciso punto es que Jesús Resucitado entra en nuestra historia. Lo hace a través de
un hecho singular: preguntando a los discípulos de Emaús qué les pasa. Les pregunta por su
situación particular: por qué caminan entristecidos… Cuéntenme, les dice. La totalidad de
la historia de Salvación está incluida en el diálogo de Emaús que fue un diálogo casual,
podríamos decir. Podría haberse visto frustrado. Ellos podrían haber rechazado al peregrino
o no haberlo invitado a quedarse con ellos aquella tarde.
Características de la historia
Jesús, al entrar en la historia participa de todo esto como uno más. Y siendo uno más lo
renueva todo desde dentro de esta fragilidad y fugacidad propias del ser histórico.
Jesús es único como Hijo del Padre y único como todos, como cualquiera. Por nuestra
precaria uniquez entramos en contacto con su uniquez absoluta y eterna.
Esto es lo que se narra en el pasaje de Emaús. La situación única de estos dos discípulos
desilusionados y el entrar en contacto con ellos de manera casual, diríamos, de Jesús
resucitado, en una misión enteramente singular y acotada. El Señor entra en la vida de estos
dos discípulos y le pide que le narren la historia desde su perspectiva. Luego la corrige
desde su propio punto de vista, también particular, pero con una fuerza tal que unifica toda
la Escritura y toda su vida en un solo acto narrativo, en un momento. Entonces, todo
adquiere valor universal pero sin desligarse de lo concreto. La historia de los discípulos de
Emaús queda como paradigma del venir el Resucitado a nuestra historia.
“Es esperanzador lo que decía Juan Pablo II: “Aunque imperfecto y provisional, nada de lo
que se pueda realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un
momento dado de la historia, para hacer más humana la vida de los hombres, se habrá
perdido ni habrá sido vano” (Ap. 400).
El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la
historia y al que llamamos discípulo. Esto es justamente lo que, con presentaciones
diferentes, nos han conservado todos los evangelios como el inicio del cristianismo: un
encuentro de fe con la persona de Jesús (Ap. 243).
“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de
mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único
programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial”
(NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una
madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión
misionera (Ap. 370).
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
San Ignacio, en las reglas de discernimiento, nos habla de la consolación, -con otras
palabras- como “un arder del corazón”.
Y nos hace considerar en las Contemplaciones de las Apariciones del Señor Resucitado,
como se acerca a sus amigos, con su oficio de consolar.
El texto de Emaús, es uno de esos relatos de la vida del Señor, que realmente nos hace
sentir identificados con esta “pareja” que al sentirse defraudados vuelven a su vida anterior,
rumiando sus frustraciones, así, perdiéndose todo lo mejor de haber seguido a Jesús.
“Cuando[1] queremos que la realidad se acomode a la idea que tenemos de ella y ésta no
lo hace, viene la desilusión. En cambio, cuando dejamos que nuestra idea de la realidad se
conforme a ella, sacamos una enseñanza. A través de la realidad, la verdad de Dios
camina a nuestro lado y nos conversa, hasta lograr que esa verdad aflore a nuestro propio
pensar. Así es la realidad que camina al lado de estos discípulos: Jesús, el crucificado, ha
resucitado…
Jesús, se acerca a ellos para consolarlos en el camino, les hace hacer “memoria” de todo lo
que la Palabra de Dios, dice del Mesías y como lo que ocurrió en Jerusalén, estaba dentro
de lo que iba a padecer Él, por amar hasta el extremo…siendo fiel a la misión que el Padre
le había encomendado…
El Maestro en el camino, les hace “sacar su adentro”, los hace hablar de todo lo que tienen
en su corazón y ellos, dejándose acompañar, descubren su paso mas liviano y ya no quieren
seguir solos, por eso, le suplican al Señor: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el
día se acaba» …
Los discípulos iban por el camino de la desolación y vuelven consolados a hacer “arder el
corazón” a todos los que encontraran en Jerusalén…
Leer el texto
“Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a
unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: « ¿Qué comentaban por el
camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le
respondió: « ¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos
días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el
pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser
condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a
Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas
mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al
sepulcro y, al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido
unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y
encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron». Jesús les dijo: «
¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los
profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su
gloria?». Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en
todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban,
Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros,
porque ya es tarde y el día se acaba». Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa,
tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los
discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se
decían: « ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras?». En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a
Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y
estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!».Ellos, por su
parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al
partir el pan.
* Pedile a Jesús que camine este rato con vos, para que puedas repasar con Él el sentido de
la esperanza que te viene acompañando a lo largo de tu
camino…
* Déjate explicar…
[1] P. Javier Albisu, sj. “Cuando Jesús entra en casa”. Pags.177-ss. Paulinas 2007
MOMENTO DE REFLEXION
Diego Fares sj
La tarde de la multiplicación de los panes el mandato del Señor fue bien concreto: “denles
ustedes de comer”. Este mandamiento sigue teniendo vigencia en la actualidad: es misión
esencial de la Iglesia el trabajo por “dar de comer” al que tiene hambre en todas las
dimensiones que hacen a una Vida Plena. Por eso destacamos cómo el ícono integra las di-
mensiones hondas de la Vida: la Bondad, la Verdad y la Belleza y nos invita a reflexionar
acerca de cómo Jesús es Pan de Vida: Pan de la Unidad, Pan de la Bondad, Pan de la
Verdad, pan de la Belleza.
Guardini decía que la crisis de nuestro mundo actual es más profunda aún que una crisis
moral. Se trata de una crisis más básica y más universal: es una crisis espiritual. Si lo
traducimos en términos de hambre y de pan podemos decir que nuestro espíritu tiene
hambre de Vida espiritual y la Vida espiritual se alimenta del Pan de la Unidad, del Pan de
la Bondad, del Pan de la Verdad y del Pan de la Belleza. Estas no son realidades superfluas
o decorativas sino que hacen a la Vida misma: Vida es igual a Bondad, Verdad y Belleza.
Los seres vivos defienden su unidad, su plenitud y su au-tenticidad, tanto como su propio
ser, porque la división es equivalente a la muerte.
Pan de la Unidad
¿Qué quiere decir que Jesús es “el Pan de la unidad”? Que es un Pan que une lo humano y
lo divino, un Pan igual para todos que nos unifica como Iglesia, como comunidad.
Comulgar con el pan de la unidad implica comulgar con todo lo que une, implica participar
en los proyectos comunes, mantener la unión en la diversidad, sin dejar que ningún
conflicto tenga mejor sabor que el gusto de estar en comunión. Comer el pan de la unidad
es juntarse, acercarse, crear vínculos…, y negar toda división como opuesta a la vida,
aunque dividirse pueda parecer en algún momento la solución más realista.
Pan de la Bondad
¿Qué implica comer un Pan de Bondad? Impli-ca agradecerlo como Don que se nos da
gratuita y sobreabundantemente. Reconocer la Bondad de este Pan es reconocer que es
Bueno en sí mismo y que difunde su Bondad, comunicando una plenitud que va más allá de
nuestras carencias. El Pan Bueno que es Jesucristo no solo alimenta sino que ensancha
nuestro co-razón y nuestras capacidades y crea realidades nuevas. Comulgar con un Pan de
Bondad impli-ca reconocerlo y valorarlo como Don y desearlo siempre más, como Bien
siempre mayor. Agra-decerlo, no es cuestión de palabras sino de gestos: se agradece el Bien
compartiéndolo y comunicándolo gratuitamente a los demás: multiplicándolo.
Pan de la Verdad
Alimentarse del Pan de la Verdad implica culti-var la humildad de cambiar uno mismo para
poder adecuarse a la profundidad y a la nove-dad que entraña el estar dialogalmente abierto
a la Verdad. La Verdad es una relación en la que los que dialogan se van ajustando
plásticamente a la realidad que siempre se revela como inagotable en su claridad. Aquello
de Pablo de que la Caridad se alegra con la Verdad implica esta humildad de estar siempre
abierto a una verdad más plena y nunca cerrarse en ideologías cómodas o de dominio.
Comulgar con la verdad requiere estar siempre en búsqueda junto con los demás. Al mismo
tiempo que se abre la boca para alimentarse de todo lo verdadero es bueno cerrarla cuando
estamos enojados, para no utilizar la evidencia de la verdad para herir en vez de dar vida.
Pan de la Belleza
Comulgar con el pan de la Belleza implica tener paciencia. La belleza requiere tiempo
porque no puede ser poseída sino admirada en sí misma. El Pan de Vida no solo alimenta
sino que suscita la admiración y la adoración que nos hacen salir de nosotros mismos y no
solo incorporar. De allí lo lindo de adorar la Eucaristía, de darle tiempo a la contemplación
silenciosa y adorante que alimenta sin palabras, haciéndonos salir de nosotros mismos para
gozar de su sencilla be-lleza. El pan de la Belleza nos hace salir de nosotros mismos y
trascender. Dando gloria al Otro nos glorificamos, nos transfiguramos.
Aparecida expresa muy bien que el mandato de caridad del Señor no se limita ni se agota
en el trabajo y la lucha por el pan material sino que se extiende a todos los ámbitos y
dimensiones de la vida que pueden recibir el alimento del Pan de Vida que es el Señor:
“Jesús, el Buen Pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida. En su
Palabra y en todos los sacramentos, Jesús nos ofrece un alimento para el camino. La
Eucaristía es el centro vital del universo, capaz de saciar el hambre de vida y felicidad: “El
que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano
entero y desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar,
social y cultural” (Ap 353-4-6).
La preocupación del Señor no parte sólo del hambre de la multitud. Para solucionarlo
hubiera sido más sencillo que cada uno se fuera a su casa. El Señor no parte de nuestras
caren-cias sino de su plenitud. El es un Pan que se multiplica y quiere darse de comer a
todos. Nuestra tarea apostólica no se limita a saciar el hambre de la humanidad, que tiene
“límites”, sino a despertar el hambre del Pan de Vida que es Cristo y que no tiene límites.
Cuando decimos que “el Bien es difusivo de sí mismo” expresamos que el Bien no solo
sacia nuestras carencias sino que ensancha nuestro corazón a la medida de su plenitud. Un
Pan pleno como es el Pan de Vida suscita el deseo apostólico de compartirlo. Nos damos
cuenta de que Jesús es un bien que no podemos recibirlo solos, individualmente, sino que
nos necesita a todos porque su riqueza es mayor de la que cada uno puede recibir.
Repartirlo y compartirlo no es solo cuestión de generosidad sino de ne-cesidad, en el
sentido de que sólo incluyendo a todos nos ponemos a la altura de lo que ese pan es capaz
de comunicar.
En la pesca milagrosa se ve clara la necesidad que tienen los discípulos, que se ven
beneficia-dos por el milagro, de pedir ayuda a los de la otra barca, al ver la abundancia de
la pesca. Lo mismo sucede en Caná. Los milagros del Señor apuntan a revelar su
superabundancia, su ex-ceso, su derroche, para recibir el cual es necesario unirnos entre
todos, incluir a todos, llamar a los demás, compartir y repartir.
En la oración con el Nombre de Jesús, (Señor Jesucristo, Hijo del Padre, ten piedad de mí,
pecador) una de las dimensiones de esta invocación es Eucarística. Se puede pronunciar el
Nombre del Señor como quien comulga. “Pronunciar el Nombre de Jesús es comulgar con
Él espiritualmente. El Nombre del Señor puede convertirse para nosotros en una especie de
Eucaristía”. Y esta comunión, que alimenta nuestra alma, puede extenderse apostólica-
mente mediante el deseo de “dar de comer a los demás”. El acto de fe y de deseo mediante
el cual el alma se alimenta del cuerpo y la sangre de Cristo sin usar los elementos visibles
del pan y el vino, puede compartirse con los demás, en el sentido de comulgar y
alimentarnos con el Pan de Vida no solo en nuestra dimensión personal –de manera que el
alimento sacia nuestra necesidad individual- sino que también puede entrar en juego nuestra
dimensión social, sintiendo en nosotros el hambre de muchos, de manera tal que lo que
recibamos sirva luego para alimentar a otros. Se trata de una verdadera “multiplicación de
los panes espiritual”.
Dando de comer el Pan de Vida a otros com-prendemos la naturaleza de ese Pan: su vitali-
dad infinita, su capacidad de dar Vida Plena, su poder configurador de comunidad, su
influencia benéfica a todo nivel.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Marta Irigoy Misionera Diocesana
TU POCO ES MUCHO
Al comparar los distintos textos de los Evangelios, se descubre que en el Evangelio de Juan
aparece “el niño” como el portador de los pancitos y los pescados, mientras en los
sinópticos –Mt, Mc y Lc- los que los tenían eran los discípulos…
La imagen del niño, en el Evangelio de Juan, puede abrirnos a este Misterio tan propio del
Evangelio: lo poco y lo pequeño, del que hablan los sinópticos:
“Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas mondas de cobre. Entonces
él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que es-ta pobre viuda ha puesto más que
cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su
indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” ( Mc.12, 42-44).
“Les dijo esta otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran
cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa» ( Mt.13, 33).
Y desde acá, entendemos esto que dice el P. Diego: “El Señor no parte de nuestras
carencias sino de su plenitud”. Y es importante darnos cuenta que lo que tenemos que pedir
es tener un cambio de mirada ante lo poco y lo pequeño.
El evangelio, nos enseña que la mirada hay que enfocarla:
Por lo tanto, el discernimiento estará en no mirarme a mí y mis carencias, -ya que seguro
me entrara la inseguridad- , sino mirar al Señor y su Plenitud, que traerá esa paz que da el
saber que “el Padre sabe lo que sus hijos necesitan”…
Otro detalle que puede ayudar es tener en cuenta que detrás de ese niño, habría una mamá y
un papá que cargaron su “mochilita” para el camino y ante la necesidad común confiaron
en el Señor, dándole todo lo que tenían para vivir –ese día- y este gesto de generosidad
fermentó como hace “un poco le-vadura en la masa”, haciendo que cada uno pusiera lo
suyo…hasta los discípulos…
Leer el texto
“Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tibería-des. Lo seguía una gran multitud, al ver
los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con
sus discípulos. Se acer-caba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio
que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: « ¿Dónde compraremos pan para darles
de comer?». Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un
pedazo de pan». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí
hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta
gente?». Jesús le respondió: «Háganlos sentar». Había mucho pasto en ese lugar. Todos se
sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes y levantando los ojos al
cielo, pronunció la bendición, dio gracias, partió los panes y los fue entregando a sus
discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente,
dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus
discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada». Los recogieron y
llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el
signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que
debe venir al mundo». Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se
retiró otra vez solo a la montaña (Juan 6, 1-15/ Marcos 6,41).
* Contemplar la escena, como si presente me hallase: viendo las personas, oyendo lo que
dicen, mirando lo que hacen,
* Puedo preguntarme:
* ¿Donde pongo mi mirada?
* ¿en las carencias que tengo?
* ¿en la Plenitud del Señor, que toma, bendice, y multiplica “mis pocos”?
TRIPTICO DE APARECIDA IV: El Icono del Padre Eterno y del Espíritu Santo
Momento de Reflexión
P. Diego Fares sj
Corona el tríptico una imagen de Dios Padre diciendo “Este es mi Hijo ama-do” mientras
envía el Espíritu Santo al mundo. Con este remate, todo el tríptico logra un marcado
carácter trinitario, tal como era usual en los retablos de la primera evangelización.
Viene bien recordar que el Retablo se lo encargó el Card. Errázuriz al pintor perua-no
Eduardo Velasquez, de la escuela Cusqueña. Esta escuela fue iniciada por el Jesuita Bitti,
enviado al Perú en 1575 para crear una escuela de pintura al servicio de la evangelización.
La escuela Cusqueña se caracteriza por un mestizaje de estilos europeos (manierismo,
barroco…) e indígenas. Destacamos el uso del color con predominio de los colores básicos
de los íconos, las figuras ingenuas y como sobresaliendo del paisaje en un plano
superpuesto, los vestidos con flores, que tanto le gustaban a los indígenas, el paisaje
latinoamericano…
Momento de contemplación
Icono del Corazón del Padre: “Lugar donde vivimos, nos movemos y existimos”
Cercanos a la Fiesta de la Trinidad, vamos a contemplar el “Icono del Padre que envía al
Espíritu sobre su Hijo amado” y en Él a cada uno de nosotros…
Este “icono del Padre que encabeza el Tríptico de Aparecida, nos vuelve la mirada hacia
ese Misterio de Amor que baña al mundo…
- Un mundo que iluminado desde su interior por la Luz del Espíritu Santo, vive a
oscuras…
“Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él
no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn. 3, 16-17).
“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno
en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me
diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí – para que sean
perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú
me amaste (-Jn.17,21-23).
Hoy vamos a contemplar el Icono del Padre, que en su mirar nos ama…
* Propuesta 1:
Dejándonos amar por la Trinidad, podemos “rumiar” estas palabras del evangelio de Juan y
así podamos experimentar en lo profundo de nuestro corazón este amor personal de Dios…
* “Que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí” (Jn.17,22).
* Propuesta 2:
Puede ayudarnos, rumiar la letra de esta canción -que se basa en Hch.17, 28- y repetir
interiormente algunas de sus frases:
Momento de Reflexión
Diego Fares sj
Llamar al que nos llama. Seguir al que viene a nuestro encuentro. Dejarlo todo para ganar a
Aquel que nos dona todo y se dona a sí mismo en sus dones… Estas cosas resuenan en el
corazón al contemplar a Jesús que llama a los primeros discípulos junto al lago de
Genesaret.
El Señor tiene la delicadeza de venir a buscarnos y a llamarnos siendo que somos nosotros
los que tenemos necesidad de invocarlo y seguirlo a Él. El lago es imagen de la vida en
cuya corriente nos sumergimos cada día buscando el alimento por medio de nuestro trabajo.
A esa orilla de nuestra vida cotidiana viene Jesús a buscarnos, para dar sentido trascendente
a nuestro afán: los haré pescadores de hombres.
Seguir el llamamiento del Señor implica una conversión afectiva: dejar nuestros intereses
para buscar los suyos. Y en eso nuestro pueblo fiel es maestro de vida.
Al contemplar el llamamiento de los primeros discípulos uno no puede dejar de pensar qué
buena gente habrán sido Andrés y Pedro, Santiago y Juan, los amigos pescadores a quienes
Jesús llamó! Qué habrá visto Jesús en ellos que lo entusiasmó para construir su Iglesia con
esta gente sencilla, fiel y abierta a la gracia. Pienso que al Señor le deben haber gustado dos
cualidades de los pescadores: una su capacidad de trabajar en equipo, no individualmente.
La otra, el vivir de un trabajo que requiere comenzar cada noche de nuevo, de vivir rogando
la gracia de una buena pesca. El depender de la providencia y el trabajar como compañeros
son dos gracias que Jesús quiere para su Iglesia.
Las dos frases elegidas para ilustrar esta escena nos ponen en la tensión propia del discípulo
misionero. Es muy notable que los discípulos, habiendo conseguido un milagro tan grande
(y apropiado para ellos ya que una pesca así colmaba sus expectativas de pescadores) no
hayan buscado usar a Jesús para sus intereses (invitarlo a participar del negocio de la pesca)
sino que, dejando todo (incluida la pesca milagrosa) lo hayan seguido a Él. En la mención
del Nombre de Jesús está la clave: al ver el milagro que se produce al echar las redes en el
Nombre de Jesús, se dan cuenta de Quién es Él. Alguien a quien hay que seguir y obedecer
y no alguien a quien hay que usar para los propios intereses.
El llamamiento junto al lago implica una conversión profunda de la vida, un cambio de
dirección en los intereses. Jesús se ha acercado a su vida y los ha rondado y ahora ellos
comienzan a girar en torno a Jesús, que va centrando todo en sí, en su Nombre.
El Nombre de Jesús
Para los antiguos, el nombre, lejos de ser una designación convencional, expresa el rol de
un ser en el Universo. El Nombre de Jesús es “el Nombre que está sobre todo nombre ( Fil
2, 9). Es decir: su rol es “la clave” del universo, la piedra angular.
“Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de
entre los muertos, serás salvo” (Rm 10, 9). Decir “Jesús” es decir la Palabra que unifica
todo, que recapitula todo, que da Vida a todo, que da sentido, que salva, que purifica y
plenifica. Por eso, lo que se hace como discípulos se hace en su Nombre: “todo cuanto
hagan, de palabra y de boca, háganlo todo en el Nombre del Señor Jesús, dando gracias por
su medio a Dios Padre” (Col 3, 17.) Invocar el Nombre de Jesús en todo significa que a
quien seguimos es a Él, a su Persona. No un proyecto sino una Persona. El tesoro es
Jesucristo mismo, no lo que Él nos da; lo que nos da “viene por añadidura”. Invocar el
Nombre del Señor Jesús –como Pablo- significa reconocerlo como Señor de nuestra vida
práctica, como Dueño nuestro. Confesarlo como “Hijo de Dios”, como Hijo del Padre –
como San Juan- nos hace participar de su Vida, ser hijos de Dios Padre.
En los talleres de este año estamos aprendiendo a rezar con imágenes. Decimos que las
imágenes evangélicas transmiten energía. Pues bien, nada más lleno de energía vital y
creadora que pronunciar el Nombre de Jesús. El Nombre de Jesús se puede convertir en un
ícono sonoro. Contemplar no sólo es movimiento que va de la vista al sentimiento sino
también sonoridad de la palabra pronunciada que produce imágenes vitales.
Adoración y salvación
Encarnación
Pronunciando el Nombre de Jesús lo “intronizamos” en nuestro Corazón, ofrecemos nuestra
carne a la Palabra como hizo María: “hágase”. Al invocarlo, el Señor “se encarna” en
nuestra vida.
Transfiguración
Comunión
El Nombre y el Espíritu
Pronunciar el Nombre de Jesús nos hace sentir su relación con el Espíritu. Jesús colmado
por el Espíritu; Jesús que insufla el Espíritu a los suyos.
El Nombre y el Padre
Decir Jesús como lo dice el Padre es sentirlo Hijo y en su Nombre sentirnos hijos amados
del Padre.
Momento de Contemplación
“El lago, la orilla, las barcas… La muchedumbre amontonándose para escuchar de Jesús la
Palabra de Dios.
Los pescadores limpiando las redes. Jesús, de pie, ve. Todo comienza con su mirada. Libre
con las cosas y confiado con las personas, sube a la barca y pide a Simón. Como
necesitado. Su mirada une, su pedido convoca. La generosidad del pescador puede más que
el cansancio, y desde la barca de Simón, Jesús enseña a la multitud.
Cuando todo parece concluido, viene la palabra de Jesús para Simón y los pescadores. Una
doble orden los incluye: ¡Navega mas adentro –apártate hacia lo profundo- echen las redes
para la pesca! En nombre de todos, Simón afronta el desafío. Respetuosamente expone con
realismo el fracaso total del trabajo en común: toda la noche…esforzándonos…nada.
PARA CONTEMPLAR
Hoy queremos contemplar a Jesús que camina en la orilla del Lago y que me pide subir a la
“barca de nuestra vida”…
* Le expongo como Pedro con realismo el fracaso total del trabajo en común: toda la
noche…esforzándonos…nada.
* La pesca sobreabunda, el don me colma… ya que nadie puede solo con el don de Dios…,
siento mi pequeñez y la comparto con Jesús…
* Me dejo enviar…
MOMENTO DE REFLEXIÓN
Diego Fares sj
* La Nube -espacio mediador entre el cielo y la tierra- ocupa el plano central. Cristo está
dentro de la Nube y más que subiendo al Cielo está viniendo a nosotros. Esto sólo se nota
luego de contemplar bastante, poniendo la atención en los pies del Señor que están en
movimiento hacia delante. Si uno contempla sus pies y luego alza la mirada, la impresión
es que nos sale al Encuentro. El Cristo del Tríptico es el Señor que Viene a nuestro
encuentro, Resucitado y Glorioso, Señor de la Historia.
Este “venir a nuestro Encuentro” es el Misterio del Cuadro: desde los pies del Señor que
avanzan hacia nosotros, se pone en movimiento toda la escena: los ojos de algunos de los
discípulos orientan nuestra mirada hacia esos pies y el que es el Camino verdadero de la
Vida se nos vuelve cercano y familiar. En la contemplación de la Hna Marta, ella nos hace
poner la mirada en las manos abiertas del Resucitado –hacia las cuales también se dirigen
las miradas de algunos discípulos-, que nos muestran las escenas de su vida que están en las
dos alas del tríptico. La vida del Señor se ilumina desde la Resurrección.
* La Tierra ocupa el plano inferior. Vemos cómo las cabezas se alzan y se centran en Cristo
mientras que la Nube se mete en el ámbito de sus miradas, despertando en ellas la Fe. Los
discípulos representan un grupo bien colo-rido y diverso en rostros y vestidos. Representan
a las diversas razas latinoamericanas y caribeñas; contemplar las cabezas alzadas y los
oídos atentos hace que nos centremos en la imagen de Cristo Resucitado que nos devuelve
la mirada. El Señor está como mirando hacia fuera del cuadro. Se crea así un movimiento
de entrada y salida que nos incluye en la escena. La belleza misma de la pintura nos extasía,
nos moviliza, nos atrae y hace que se entable un diálogo cordial con ella.
* El plano del fondo representa el calvario con María y Juan (en algunos trípticos aparece
también una casita). La inclusión de esta imagen, pequeñísima y distante, da profundidad y
perspectiva histórica a la escena. Si concordamos en que el movimiento del Señor es de
venir a nuestro encuentro espacialmente, por así decirlo, la escena del Calvario acentúa esta
venida temporalmente: Cristo no solo viene del espacio del Cielo sino desde su tiempo de
Vida histórica, viene de la Hora de su Pasión y Resurrección salvadoras. Esta escena hace
presente el Kairós, el tiempo propicio de Salvación.
La frase: “Yo soy el Camino, la verdad y la vida”, nos mete dentro del cuadro y revela el
sentido dinámico de todo el Tríptico, en el que todo seguimiento discipular y todo envío
misionero van y vienen por el Camino verdadero de la Vida que es Cristo Resucitado.
El Señor dice Yo soy el camino… con la mirada puesta fuera del cuadro. Los discípulos
que están debajo nos ayudan a escuchar y mirar al Señor. Se puede ir y venir por la imagen:
de la mirada del Señor a sus pies y de los pies a su mirada. Sentimos que el Señor nos hace
entrar y salir del cuadro, atrae nuestra atención hacia sí, levanta nuestra mirada al Cielo, nos
acoge con sus manos abiertas mostrando toda su vida, y al mismo tiempo nos envía, nos
alienta, nos impulsa como misioneros a salir en busca de los demás.
Esta frase recapitula las otras dos: al darnos a su Madre, el Señor se revela como camino
hacia la interioridad; al enviarnos a todos los pueblos, se revela como camino de salida,
hacia los demás. En la nube, lo sentimos como Camino hacia el Padre, hacia la intimidad de
Dios, y también como el que viene a nosotros, el que se encarna y se mete en nuestra
historia, el que vendrá a Juzgarnos por las obras de misericordia.
El misterio del cuadro, su dinamismo interior es, pues, el de Cristo que nos viene al
encuentro. Este es un tema central en Aparecida, ya que define nuestra vida como un
“recomenzar” y un “reorientarnos” desde el Encuentro con Cristo Viviente, para luego
hacer que otros experi-menten la alegría de este encuentro:
“A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva” (Aparecida 12). “ Aquí está el reto fundamental que afrontamos:
mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que
respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y
alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos
otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que
Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no
obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la
Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (Aparecida 14).
El otro texto es el del final del evangelio de Mateo: “Vayan y hagan discípulos a todos los
pueblos”. Si escuchamos la frase como dicha por Jesús, que nos mira situándonos fuera del
cuadro, en nuestro presente, la imagen se dinamiza impulsándonos. Las manos del Señor
pare-cen enviarnos y alentarnos para ir hacia adelante. Las personas que están abajo
aparecen como aquellos a quienes somos enviados (todos los pueblos) y también como
aquellos que son convocados de todos los pueblos.
Nos detenemos en la frase “He ahí a tu madre”, que está escrita en la tierra misma. Hay que
acercarse para leerla, ya que está como escondida en lo hondo del cuadro. El hecho de
leerla y pronunciarla nos conduce gráficamente a esa intimidad en la que el discípulo
recibió a la Madre. El Evangelio de Juan nos dice que “la llevó a lo más propio suyo, a sus
afectos”. En esa intimidad con María se consolida la escuela del discipulado misionero.
Ella nos enseña a “hacer todo lo que Jesús dice” y a hacerlo “al estilo de Jesús”. Un texto
de Aparecida nos ayuda en esto del estilo, la pedagogía para que los pobres se sientan en la
Iglesia como en su casa: “Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en
Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de
entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál
es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, “se sientan como en su
casa”. Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en
atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras
comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión
materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la
comunión” y en espacio espiritual que prepara para la misión” (Aparecida 272).
Damos ahora un paso más en esto de rezar “situándonos en la escena”. Cuando Ignacio
habla de composición mirando el lugar, el lugar no es algo meramente anecdótico. Mirar
bien el lugar es parte del mirar las personas, oír lo que dicen y ver lo que hacen. Que Jesús
nos haya confiado a su Madre en un lugar preciso – al pie de la Cruz- y en “la hora” más
trascendental de su Vida, y que Juan la haya llevado a su casa, nos hacen sentir que el lugar
y el tiempo están integrados a las personas. El Evan-gelio es Palabra encarnada, no palabra
abstracta en la que sólo importaría “lo esencial”. La Palabra encarnada siempre se
pronuncia en un lugar y tiene que ver con lo que se vive y se realiza en él. El Evangelio es
más obra de arte que verdad lógica.
En el cuadro de Aparecida vemos cómo “connaturalmente” a alguno se le ocurrió pintar
una casita, para concretar el “aquí tienes a tu madre”. Es que el Encuentro con el Señor
Resucitado se realiza en la intimidad de la Casa, en la intimidad del Corazón. Allí acontece
la Resurrección: en los corazones. La encarnación aconteció en la intimidad de la Casa y
del Corazón de María y allí también acontece la Resurrección y el Pentecostés que nos sella
como discípulos misioneros.
Pero podemos ahondar más todavía y contemplar a María como “el lugar” para la Palabra.
En las Letanías muchas veces se la invoca con imágenes de lugar: Casa de oro, Torre de
David, Trono de Sabiduría, Vaso espiritual, Puerta del Cielo…
Los brazos de María son el mejor lugar para el Niño Jesús y para Jesús bajado de la Cruz.
Al decirnos el Señor “He aquí a tu Madre” nos está señalando un lugar, el lugar que ocupa
María, el ámbito en el que se mueve, en que “está” de pie junto a la Cruz y en medio de los
discípulos esperando al Espíritu Santo. Nuestro Pueblo capta con Fe y obedece este
mandato del Señor y une a María a sus “lugares”, haciéndola pertenecer a cada sitio en
comu-nión de Nombres (nuestra Señora de Lujan, de San Nicolás, de Itatí…). Nuestro
Pueblo fiel lleva consigo a María a su Casa y peregrina a los lugares donde está la Casa de
nuestra Señora. El don que Jesús nos hace de su Madre no tiene condiciones. Todos pueden
recibirla y tenerla como Madre.
María es “lugar” evangélico porque en ella puede “entrar y habitar” la Palabra. María es
espacio materno, espacio afectivo sano y seguro, donde la Palabra puede crecer y salir y
regresar, madurar y compartir con otros. Es lugar de Encuentro con Cristo que viene a
nosotros.
Por eso esta imagencita del Tríptico tiene especial densidad teológica e indica lo esencial
del discipulado misionero: la gracia de tener a nuestra disposición el lugar de Encuentro
con Jesucristo.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
En estos días de Pascua, las lecturas que nos propone la Iglesia, a través de la Liturgia, nos
ponen en contacto con la Vida Nueva que la Pascua realizó en el corazón de las discípulas y
discípulos del Señor y como quiere hacerlo también en nuestro corazón.
El Señor elige esos corazones para sembrar la semilla buena del primer anuncio porque
son corazones fieles, simple y auténticamente fieles, sin cavilaciones, sin vueltas.
Al contemplar el Tríptico, la imagen del Resucitado en el centro del mismo nos descubre
que lo esencial de nuestra fe, es la Resurrección y junto a esto el envío para que otros
también conozcan y amen a Jesús…
Las cosas tienen ahora su centro en la Persona del Señor resucitado, que las recapitula en
torno a sí. Y a ese Señor no tenemos acceso que podamos forzar, sino que Él viene a
nosotros cuando quiere y entra si encuentra abierta la puerta de nuestro corazón.
El Señor dice Yo soy el camino… con la mirada puesta fuera del cuadro. No se la dice a
los discípulos que están debajo sino a todos los que miramos.
“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».
El movimiento del cuadro tiende de la mirada de los discípulos hacia arriba (las cabezas
alzadas) y el Cristo mira hacia fuera del cuadro, al futuro, a nosotros.
Esto hace entrar y salir del cuadro: mirar a los hombres y mujeres que están abajo como
destinatarios del mandato que Cristo nos lo hace a nosotros, y también sentirnos
representados por ellos que nos hacen mirar al Resucitado.
Al fondo está la Cruz y la frase: “He ahí a tu madre”, dicha por el Señor a Juan, el
discípulo amado”. El fondo del cuadro nos da una perspectiva temporal, le da profundidad e
historicidad a los otros planos del cuadro.
Hace memoria de aquellos que te enseñaron la fe, porque fueron fieles a esta
Misión que se les encomendó…
Y escúchale decir: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».
Déjate consolar…
Déjate enviar…
MOMENTO DE REFLEXIÓN
Diego Fares s.j.
Que el agua de Caná llene nuestras tinajas de piedra y que el Señor la convierta en vino.
En los talleres de este año vamos a contemplar “los lugares evangélicos”. Esta intuición nos
llevó a reflexionar sobre la “composición viendo el lugar” que San Ignacio pone siempre
como primer preámbulo de las contemplaciones de los ejercicios. Y luego a extender un
poco más este primer paso del uso de la imaginación en la oración.
La imaginación tiene para San Ignacio una gran importancia en el camino de la oración:
comienza con su uso en la “composición viendo el lugar” (EE 103), y aún antes, en la
Adición segunda (“cuando me despertare, no dando lugar a unos pensamientos ni a otros,
advertir luego a lo que voy a contemplar en el primer ejercicio” -EE 74-); y se continúa en
el curso de la oración o contemplación, “haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno
mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me
hallase, con todo acatamiento y reverencia posible” (EE 114); y termina en el coloquio
final, “imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz” -EE 53-). Es el primer
paso, previo a la aplicación de los sentidos espirituales, en la oración ignaciana, en la que se
habla de “tocar con el tacto, así como abrazar y besar los lugares donde las tales personas
pisan y se asientan, siempre procurando de sacar provecho de ello” (EE 125).
Imaginar
Contra cierta desconfianza en usar la imaginación en la oración, ya sea porque uno siente
que “no tiene imaginación” o por considerar que es más elevada una oración “intelectual”,
tenemos que recordar que, como bien hace notar Santo Tomás: “la contemplación humana,
según la condición de la vida presente, no puede estar sin imágenes. Porque es algo
connatural al hombre el ver las ideas inteligibles por medio de imágenes. Eso no sucede
solamente en el conocimiento natural sino también en las cosas que recibimos por
revelación” (Suma Teológica, II-II 180 5 ad 2).
Esto quiere decir que la oración así llamada “intelectual” no es más elevada sino más
abstracta. Pero no sin imágenes, sino con imágenes más generales y “empobrecidas” ya que
la abstracción consiste en separar y dejar de lado detalles para quedarse con cosas más
generales. Por otro lado, lo que quiere decir “no tener imaginación” es en realidad “no tener
iniciativa y dinamismo propio en la imaginación”. Y esto debido a que la tenemos
adormecida por el bombardeo de imágenes prediseñadas que nos proporcionan los medios.
Al no tener fuerza imaginativa propia nuestra imaginación se vuelve más pasiva y perezosa.
Esta imaginación pasiva es más mundana que cristiana y es fuente de distracciones en la
oración. Por eso, cultivar la imaginación evangélica, utilizando imágenes sagradas y
trabajando por crear imágenes propias, es de gran ayuda para la oración.
Esta recomendación contiene uno de los valores más positivos del recto uso del sentido
imaginativa, ya que, según el principio sicológico de que “la energía sigue a la imagen”, al
imaginarme a sí mismo comprometido en la acción de Caná, al imaginarme “haciendo lo
que Jesús dice”, estoy también liberando mis mejores cualidades de servicio, de obediencia
en la fe, de hacer caso por cariño a la Virgen… Esta acción imaginativa vivida en la
contemplación tenderá luego a proyectarse sobre el prójimo en la vida cotidiana.
Contemplamos la escena
Caná es el primer signo que hace Jesús. Signo primordial, en el que se manifiesta la gloria
de Dios visiblemente y así se despierta la fe. Llenar de agua las tinajas de la imaginación,
por recomendación de María y obedeciendo a Jesús, es una excelente disposición humana
para recibir luego como puro don el vino nuevo de la fe. La imagen visible se enriquece
interiormente, se ilumina desde dentro, por la acción del Espíritu que suscita la fe. La
lámpara en el techo ilumina la escena y la vuelve visible a la luz de la fe: “Sus discípulos
creyeron en Él”. Lo primero que llama la atención en el cuadro es que hay muchos
discípulos. La escena es simultánea. María le habla a Jesús y al mismo tiempo apoya su
mano en el servidor. Es como si dijera al mismo tiempo no tienen vino y hagan lo que él les
diga. Esta doble acción de María hace que todo el cuadro se centre en la mano de Jesús
señalando el agua. Todos miran a las tinajas. María mira a Jesús y a los discípulos. El
servidor está cobijado por María, bajo su manto y con el apoyo de su mano.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Hna. Marta Irigoy Misionera diocesana
¿Qué quiero comunicar con esto? Algo muy sencillo y muy cierto: que si Ignacio pudo
aprender esta lección de la alegría duradera también podemos aprenderla nosotros, la gente
común, vos y yo.
Si el Señor hizo que se le abrieran los ojos a un Ignacio aburrido en su enfermedad (se la
pasaba leyendo novelas de caballería y cuando se le acabaron leía vida de santos porque
eran los únicos libros que tenían en el castillo), entonces el Señor puede abrirle los ojos
cualquier persona.
Abrir los ojos a la alegría
Abrir los ojos a la alegría de la resurrección es el trabajo de Jesús con los discípulos de
Emaús. Si pudo percibir esta alegría verdadera un Ignacio que, como él mismo cuenta, tenía
el corazón embebido por una pasión –estaba enamorado de una mujer inalcanzable para él-
y estaba mal porque quedaría rengo, si él en ese estado pudo discernir lo especial de la
alegría del Espíritu, digo, también usted que escucha la radio mientras hace sus cosas,
puede sentirla y gustarla en su corazón.
Les pido un momento de su atención para escuchar el relato de Ignacio. Tengan en cuenta
que no es una anécdota más. Así como San Cayetano es patrono del Pan y del Trabajo, San
Ignacio es patrono de los Ejercicios Espirituales y cuando se trata del discernimiento
Ignacio es un amigo siempre dispuesto a ayudarnos.
De hecho, se decidió a contar su vida interior –llena de gracias especiales que guardó entre
él y Dios- cuando se convenció de que sus experiencias serían de utilidad para otros que
quisieran aprender a rezar y a discernir.
Lo imaginamos a Ignacio convaleciente y dice así:
“Nuestro Señor le fue dando salud; y se fue hallando tan bueno, que en todo lo demás
estaba sano, solo que no podía tenerse bien sobre la pierna, y así le era forzado estar en el
lecho. Y como era muy dado a leer libros mundanos, que suelen llamar de Caballerías,
sintiéndose bien, pidió que le diesen algunos de ellos para pasar el tiempo; pero en aquella
casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron una Vida de Cristo y un
libro de la vida de los Santos en romance.
Leyéndolos muchas veces, algún tanto se aficionaba a lo que allí hallaba escrito. Cuando
dejaba de leer, algunas veces se paraba a pensar en las cosas de los Santos y otras veces en
las cosas del mundo que antes solía pensar. Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían una
tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y
4 horas sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer para conquistar a su amada. Y estaba
con esto tan envanecido, que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar; porque la
señora no era de vulgar nobleza: no condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que
ninguno destas.
Todavía nuestro Señor le socorría, haciendo que sucediesen a estos pensamientos otros, que
nacían de las cosas que leía. Porque, leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, se
paraba a pensar, razonando consigo: ¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y
esto que hizo Santo Domingo? Todo su discurso era decir consigo: San Francisco hizo esto;
por qué no puedo hacerlo yo también. Duraban también estos pensamientos buen rato, y
después se sucedían los del mundo…
Había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo (los libros de
caballería y lo que haría para conquistar a su amada), se deleitaba mucho; mas cuando
después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando (pensaba) en ir a
Jerusalén descalzo, y en no comer sino yerbas, y en hacer todos los demás rigores que veía
haber hecho los santos; no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos,
mas aun después de dejando, quedaba contento y alegre. Pero no miraba en ello, ni se
paraba a ponderar esta diferencia, hasta en tanto que una vez se le abrieron un poco los
ojos, y empezó a maravillarse desta diversidad y a hacer reflexión sobre ella. Tomando por
experiencia que de unos pensamientos quedaba triste, y de otros alegre, y poco a poco
viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban, el uno del mal espíritu, y
el otro de Dios. Este fue el primer discurso que hizo en las cosas de Dios; y después cuando
hizo los ejercicios, de aquí comenzó a tomar lumbre para lo de la diversidad de espíritus”
(EE 8).
Nos quedamos un momento con el sabor de este relato, verdadera parábola de la alegría
verdadera. Les propongo recordar durante unos momentos algunas de sus alegrías más
duraderas: la de la amistad, el nacimiento de los hijos, la primera comunión, haber sido
perdonados, alguna peregrinación a María, algún gesto de generosidad en que se dieron
enteros… Alegrías verdaderas.
Hay alegrías duraderas
Hay alegrías duraderas. Alegrías que permanecen frescas y auténticas como una fuente en
el corazón.
Las distinguimos perfectamente de esas otras que fueron artificiales, que fueron lindas
mientras duró la experiencia, pero que luego nos dejaron con resaca, tristes y desolados.
Las alegrías duraderas tienen que ver con lo auténtico. Las pasajeras, con lo artificial, con
los efectos especiales.
¿Por qué nos alegra la naturaleza, un amanecer, el cielo tachonado de estrellas, el canto de
los pajaritos, el cariño de nuestro perrito…? Porque son auténticos, se nos dan enteros,
gratuitamente. El sol alumbra a todos, ricos y pobres.
Hay alegrías verdaderas y duran para siempre. Hay que reafirmar esta verdad, porque uno
en algún momento, comenzó a desconfiar y se quedó con la idea de que sólo hay alegrías
fugaces, que se roban, que se consumen, que se tienen que armar artificiosamente y gozar a
escondidas. Y la alegría no es un producto, no es efecto de una sustancia, no es resultado de
una técnica.
La alegría duradera es algo que se nos da gratuitamente, si sabemos abrir los ojos y el
corazón y tenemos la humildad y la paciencia de recibir en toda su plenitud la alegría que
nos dan las cosas gratuitas. Si uno está apurado no puede recibir la alegría de una puesta de
sol o de pasar un rato jugando con un perrito…
La alegría duradera se puede dar a los demás aunque no la sintamos nosotros
La alegría duradera también es algo que podemos dar a los demás, si nos damos enteros,
generosamente. Uno siempre capta cuando una persona se le da entera, sin apuro, mirando
a los ojos, escuchando atentamente, acompañando un poco más de lo que se requeriría…
Y lo más lindo, quizás, es que podemos dar alegría a otro –a tus hijos, por ejemplo- aunque
no la sintamos nosotros sensiblemente. (Como hizo la Madre Teresa durante años, que nos
alegró a tantos siendo que ella sufría angustias).
Jesús nos enseña a descubrir la alegría duradera
Jesús es el Maestro que nos enseña a descubrir – a discernir- la alegría duradera: esa que
sólo El da y que “nadie nos puede quitar”, la alegría de su Espíritu.
En la naturaleza
Jesús nos hace descubrir esa alegría en la naturaleza: miren los lirios y las florcitas del
campo, tanta belleza reviste la tierra gratuitamente y no la pueden imitar todos los sastres
del mundo; ¿Tenés preocupaciones? Qué comerás, con qué te vestirás? Está bien, pero
acordate que las tenés porque estás vivo. La alegría de la vida es mayor que las
preocupaciones por la vida.
El Padre es quien está detrás de las alegrías duraderas
Jesús nos enseñó a descubrir al Padre detrás de estas experiencias de belleza y de plenitud
de la naturaleza: es el Padre el que cuida a todos, el que hace brillar el sol sobre justos y
pecadores. La alegría auténtica brota del Padre, fuente de alegría y santidad.
Y nos hizo ver también la misma alegría en las experiencias en las que alguien se dona
entero, sin mezquindad, en lo secreto: la viuda que da dos moneditas y sale con el corazón
radiante; el buen samaritano, que ayuda al herido y se va satisfecho y vuelve a visitarlo. La
alegría del que reza en lo escondido de su pieza y pide por todos. Como decía San Alberto
Hurtado: hay una secreta relación entre el darse por entero y esa paz del alma, que es la
forma permanente de la alegría. Las alegrías que no se borran de la memoria del corazón
son las que vienen de cuando nos dimos enteros, en cosas pequeñas o grandes, pero enteros.
Estar atentos
Una última característica de estas alegrías de Jesús es que hay que estar atentos y bien
dispuestos para recibirlas porque vienen “sorpresivamente”, a veces sin esperarlo –como el
que se encuentra el tesoro en el campo-, y otras luego de largos tiempos de trabajosa
búsqueda –como el comerciante que encuentra por fin la perla preciosa que tanto deseó-.
No depende de nosotros el cuándo pero sí el estar atentos y dispuestos a “vender todo” para
disfrutar del tesoro.
Hay alegrías verdaderas, que duran para siempre.
Como tarea para el tiempo entre este encuentro y el próximo, les propongo dos ejercicios:
uno de discernimiento hacia atrás: tratando de grabar bien en el corazón y de agradecer esas
alegrías hondas que el Señor nos regaló en la vida. Son nuestro tesoro y hace bien tenerlas
siempre frescas en el recuerdo.
El otro, un ejercicio de probar a darnos por entero en algún gesto sencillo y discernir y
gustar esa alegría que brota inmediatamente, don del Espíritu que bendice todo pequeño
gesto realizado con mucho amor, como decía Madre Teresa.
En el encuentro pasado nos quedamos con una consigna: recordar cuáles son las alegrías
que permanecen en nuestra memoria a lo largo del tiempo: las alegrías duraderas.
Como pepitas de oro en la memoria
Una imagen linda para este ejercicio de discernir alegrías es la de esas zarandas con las que
los buscadores de oro zarandean la arena del río en California buscando pepitas de oro. Al
comienzo puede dar la impresión de que si uno zarandea su tiempo pasado todo es arena
que se escapa por los agujeritos de la memoria… Pero si utilizamos la palabra “gracias
por”, como si fuera un agua pura que bendice los recuerdos y los limpia de escorias, los
recuerdos comienzan a tomar otra forma y otro color. Gracias por la vida, gracias por la fe,
gracias por la familia, gracias por los amigos… Y entonces aparecen las alegrías, como
pepitas de oro, y aparece la perla preciosa, el tesoro, aquello que fue alegría profunda de
Jesús en nuestra vida. Maravillados nos damos cuenta de que existen esas alegrías, son
reales, constituyen nuestro tesoro, podemos beber de su fuente como de un agua viva y nos
alegran e iluminan la vida cotidiana.
Cómo conectarnos con las alegrías verdaderas en medio de la vida cotidiana
Es importante discernirlas, ponerlas en el candelero, tenerlas presentes, porque entonces
uno las puede actualizar. Hacíamos notar que Jesús es el Maestro en esto de hacer ver de
dónde brotan las alegrías verdaderas. Las alegrías que duran brotan allí donde un corazón
se abre entero y se da entero. Hay alegría donde un corazón se abre enteramente al amor de
Dios, a su perdón y a su llamado. Hay alegría allí donde un corazón se da entero y lo vende
todo para comprar el campo en el que ha descubierto el tesoro del Reino. Como decía San
Alberto Hurtado: hay una secreta relación entre el darse entero y la alegría.
Buscadores de alegrías verdaderas
Los cristianos podríamos definirnos como “buscadores de alegrías verdaderas”.
Para encontrarlas debemos ejercitarnos en el agradecimiento, que purifica y limpia la
mirada y nos permite abrir los ojos y ver el oro de la gracia que estuvo presente en nuestro
pasado.
Ahora bien, hoy quiero que nos detengamos un momento en el presente, en eso que
llamamos “nuestra vida cotidiana”. ¿Cómo hacer para conectarnos con la alegría verdadera
en medio del estrés de la vida cotidiana?
La Virgen Desatanudos
Una imagen que nos puede ser de ayuda es la de “Nuestra Señora la que desata los nudos”.
¿La recuerdan? La Virgen está de pie, con el Espíritu Santo sobre su cabeza, y va desatando
pacientemente, uno a uno, los nudos de una cinta enmarañada que un ángel le acerca a sus
manos.
La vida está enmarañada y eso causa desazón y dolores de cabeza. Cuando uno logra
desatar alguno de esos nudos que traban las relaciones, la vida se vuelve sencilla y se alegra
el corazón. Discernir tiene algo de desatar nudos, para lo cual hay que encontrarle la punta
al ovillo y permitir así que el hilo de la vida se simplifique y sirva para tejer relaciones de
amor y de justicia que nos devuelvan la alegría de vivir.
En el encuentro pasado tiramos del hilo primordial (como decía Menapace en aquel cuento
tan decidor): el de las alegrías duraderas. La alegría es la corona de la caridad y si uno tira
del hilo de las alegrías más hondas y verdaderas, seguro que se encuentra con el Tesoro
escondido de la Caridad. Dios es Caridad.
El hilo del que tiramos hoy es el de “la vida cotidiana”. Porque si lo pensamos bien, una
alegría, si quiere ser duradera, tiene que poder mezclarse con la vida cotidiana. Si no se
queda en el laboratorio. Precisamente fue ese detalle el que le abrió los ojos a Ignacio: la
alegría de las novelas quedaba encerrada en su propio espacio virtual, el de la lectura; la
otra en cambio, la que le daba la Vida de Cristo y la de los Santos como Francisco, seguía
manteniendo alegre su corazón cuando Ignacio volvía a dedicarse a sus actividades
cotidianas.
De toda la riqueza de esta experiencia quisiera que saquemos una lección para enfrentar las
tentaciones que nos salen al paso en nuestra vida cotidiana.
La lección es que el Espíritu viene en nuestra ayuda en la vida cotidiana, cuando algo trata
de turbarnos la paz y la alegría de sabernos amados por Jesús y de estar a su servicio.
Al mal espíritu (cuya voz trata de confundirse con nuestra propia voz interior), hay que
responderle también interiormente con gran fuerza apenas sentimos que es alguien que nos
quiere alejar de Jesús.
Si uno sigue este impulso del Espíritu, que reacciona en nuestro interior ante lo que ataca la
gracia, el mismo Espíritu nos da las palabras. Esta es una promesa de Jesús: no preparen su
defensa. El Espíritu les dirá en ese momento lo que tienen que decir.
Ignacio encontró las palabras justas, ingeniosas en Dios, para responder al ingenio del mal.
Es que Dios habla en la vida cotidiana, allí resuena la voz de Dios. Dios habla bajito y si
uno afina el oído siempre puede escuchar al Espíritu que nos dice vos sos el hijo amado del
Padre, Jesús te ama y dio la vida por vos, la Virgen intercede por vos, te espera, ella guarda
tus cosas en su corazón…
En nuestros dos encuentros anteriores San Ignacio nos ha dado algunas ayudas para
distinguir las alegrías duraderas, fruto del Espíritu Santo, de las alegrías fugaces y vanas.
Las alegrías verdaderas extienden su influencia benéfica a la vida cotidiana. Nos hacen
andar contentos en el seguimiento de nuestro Señor, con deseos de rezar y de servir.
La consolación
A estas alegrías Ignacio las llama consolaciones.
Si tomamos las Reglas de discernimiento del librito de los Ejercicios, podemos describir así
a la consolación que experimentaba Ignacio al comienzo de su conversión:
“La vida de Cristo y los hechos de los santos causaban en su alma un movimiento interior:
venía a inflamarse su corazón en amor de su Creador y Señor de tal manera que no podía
amar ninguna cosa creada en sí misma sino en el Creador y Señor de todas ellas”.
Como dice esa canción tan linda: “Amarte a ti Señor, en todas las cosas y a todas en ti. En
todo amar y servir”.
Ignacio experimentaba “una alegría interna que lo llamaba y atraía, de manera constante, a
las cosas celestiales y a la propia santidad, aquietándolo y pacificándolo en su Creador y
Señor (EE 316).
Así es la consolación. Y lo más lindo es que Ignacio nos enseña a reconocer la Persona que
con su voz, es causa de su Alegría. Como dice en otra de las reglas:
“Es propio de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo
espiritual, quitando toda tristeza y confusión (que el enemigo induce). Porque es propio del
mal espíritu militar contra la tal alegría y consolación espiritual trayendo razones aparentes,
sutilezas y asiduas falacias” (EE 329).
El mal espíritu milita contra la consolación
Esta última frase nos ayuda a comprender mejor primera tentación que atacó a Ignacio en
su nueva vida al servicio de Dios. En su retiro espiritual en la Cuevita de Manresa, Ignacio
oraba humildemente y tenía una alegría serena y pareja. Y de golpe le vino aquel
pensamiento -¿recuerdan?-: “Y cómo podrás tú sufrir esta vida setenta años que has de
vivir”. Eso es lo que Ignacio llama “una razón aparente, una falacia”. Es decir, un
pensamiento que nos parece muy lógico, que “va con nosotros”, pero en realidad esconde
una falsedad y viene del enemigo. Es un ataque solapado contra la alegría en que vive el
que se confía en las Manos de la Providencia de Dios. Ignacio no se dejó amedrentar por la
razón aparente del mal espíritu y respondió en el acto con mucha fuerza interior: “Oh
miserable! Me puedes tú prometer una hora de vida”. Responder así, para un alma simple
como era la de Ignacio, es una gracia que el Espíritu Santo da a todos los pequeñitos del
Reino. Dios da su sabiduría a los sencillos y fortalece a los humildes que recurren a Él.
Como ven, vamos repasando y saboreando lo que vimos. Porque como dice Ignacio, “no el
mucho saber harta y satisface el alma sino el sentir y gustar las cosas de Dios
internamente”. Habíamos dejado, también, una imagen muy linda de lo que significa
discernir: la de Nuestra Señora que desata los nudos. Qué alegría da cuando uno le
encuentra la punta al ovillo y al desatar un nudo permite que el hilo de la vida se
simplifique y teja alegremente relaciones de amor y de paz.
Aquí vemos cómo Ignacio desata un nudo que le sobrecogió el alma encontrando la palabra
justa que derrota al enemigo en su propia argumentación (como hacía Jesús con los fariseos
cuando le planteaban dilemas tramposos): el mal espíritu le habla de poder ─ “no podrás
aguantar” ─ e Ignacio le responde “y vos no podés prometerme ni una hora de vida”. Con
esto le corta el diálogo, lo cual es más importante que el ingenio de su respuesta.
Con el mal espíritu no hay que dialogar
Quiero dejarles aquí una imagen fuerte que sirva de ayuda para discernir el modo de
proceder del mal espíritu. Hoy están de moda los asaltos telefónicos, ¿vieron? Alguien
irrumpe con un llamado en nuestra vida y lo que nos dice nos paraliza. Nos damos cuenta
de que hay algo raro, pero las cosas que nos dice nos atrapan: es propio del ladrón ir
anudando datos verdaderos con datos falsos, mientras nos envuelve en su red y nos va
manejando el miedo. Lo que hay que hacer es tener a mano la frase que nos permite cortar.
No se puede hablar con el mal espíritu. Eso es discernir una tentación: apenas reconocido el
enemigo, se lo echa, sin dialogar.
Con el mal espíritu no se dialoga. Esto está claro.
Alegría y deseo de servir
Ahora bien ¿cómo puedo estar seguro de que una alegría fue verdaderamente de Dios?
Escuchemos a Ignacio que nos cuenta cómo Dios nuestro Señor iba haciendo que las
gracias que le daba se decantasen –como pepitas de oro en el cedazo- por su propio peso y
se fuera así clarificando su mente con los sentimientos y criterios de Cristo:
“Y en el camino le acaeció una cosa, que será bueno que se escriba, para que se entienda
cómo nuestro Señor se había con esta ánima, que aún estaba ciega, aunque con grandes
deseos de servirle en todo lo que conociese, y así determinaba de hacer grandes penitencias,
no teniendo ya tanto ojo a satisfacer por sus pecados, sino agradar y complacer a Dios. Y
así, cuando se acordaba de hacer alguna penitencia que hicieron los Santos, proponía de
hacer la misma y aún más. Y en estos pensamientos tenía toda su consolación, no mirando a
cosa ninguna interior, ni sabiendo qué cosa era humildad, ni caridad, ni paciencia, ni
discreción para reglar ni medir estas virtudes, sino toda su intención era hacer destas obras
grandes exteriores, porque así las habían hecho los Santos para gloria de Dios, sin mirar
otra ninguna más particular circunstancia. Tenía tanto aborrecimiento a los pecados
pasados, y el deseo tan vivo de hacer cosas grandes por amor de Dios, que, sin hacer juicio
que sus pecados eran perdonados, todavía en las penitencias que emprendía a hacer no se
acordaba mucho de ellos” (Autob. 14).
Nos quedamos un rato gustando estos grandes deseos de Ignacio de servir al Señor que le
da su alegría verdadera.
Repasamos el texto: Grandes deseos de servir a Dios… Iba perdiendo peso la consideración
de sus pecados pasados e iba ganando consistencia el deseo muy vivo de hacer cosas
grandes por amor de Dios… Y poco a poco en el corazón de Ignacio se aposentará y vendrá
a reinar sólo el puro deseo de agradar a Dios.
¿Qué enseñanza podemos cosechar para nuestro discernimiento en la vida cotidiana? Nos
habíamos preguntado ¿Y cómo puedo estar seguro de que una alegría fue verdaderamente
de Dios?
El deseo de servir es la repuesta. Si miramos el pasado, el criterio es que las alegrías sean
permanentes. Si miramos al futuro, el criterio es que enciendan siempre más el deseo de
servir. Las alegrías de Dios son siempre apostólicas, suscitan el deseo de salir a anunciarlas,
son contagiosas: alegrías para compartir. Todo lo contrario del miedo que encierra y
paraliza. Y de la diversión egoísta que nos vuelve mezquinos y nos deja tristes.
Es que cuando uno experimenta en su vida esa alegría que proviene del Amor gratuito de
Dios, le brota un deseo incontenible de expresarse en gestos de servicio a los demás. La
Virgen santísima, nuestra Señora, nos regala el testimonio más transparente de esta regla
espiritual: el Alégrate del Angel la llena de gozo e inmediatamente se levanta y va a servir a
su prima santa Isabel.
Sacamos entonces nuestra lección: Alegría de Dios y deseo de servir son como dos polos de
una misma gracia, que podríamos llamar la gracia de discernir aquello que le agrada al
Padre. El Padre siente agrado y se complace cuando sus hijos se alegran de su mirada –
cuando El nos mira con bondad en nuestra pequeñez-; y también cuando de esa alegría
brota en nosotros el deseo secreto de servir al prójimo, de ayudar al herido, de perdonar las
faltas a los demás…
Eso le agrada al Padre.
A Dios le agrada que andemos consolados, apacentados bajo su mano todopoderosa,
custodiada nuestra conciencia por su misericordia siempre mayor que el pecado,
sintiéndonos cuidados y bendecidos, alimentados y bien enseñados…
Al Padre le agrada que esta consolación de frutos abundantes en nuestra vida cotidiana:
frutos de oración y de servicio. Que le brindemos el servicio de nuestra adoración, en
espíritu y en verdad, como la Samaritana. Y el servicio de cuidar a sus pequeños, a los
pobres y enfermitos, a los abandonados y excluidos, como hizo el Buen Samaritano.
Vincular alegría y deseo de servir
¿Y qué tarea dejamos para esta quincena?
Se me ocurría proponerles un sencillo ejercicio que consiste en conectar y vincular en
nuestra vida estas dos realidades: la alegría y el deseo de servir. ¿Cómo andan tus deseos de
servir? A tu familia, en tu trabajo, a los pobres… Si estás deseoso de servir y te sentís
animado y con fuerzas, aún en el cansancio del trabajo, dale gracias al Padre. Se-guro que
podés identificar que El es la fuente de tu alegría.
Si por el contrario tu cansancio está teñido de desilusión y más bien aguantás y tratás de
zafar en el servicio, pedile al Padre que te mime un poco. Seguro que no estás conectado
con sus ojos buenos, que te has alejado de él llevándote tu parte de la herencia o estás
trabado por una mirada un poco resentida de tanto compararte con tu hermano pródigo y de
no mirar al Padre que te dice “todo lo mío es tuyo”.
Hace bien conectar la falta de deseo de servir con la necesidad de ser mimado y consolado
por el Señor. Nosotros nivelamos para abajo: solemos conectar “falta de deseo de servir”
con culpa. El Señor en cambio nivela para arriba, si querés servir dejate perdonar, dejate
corregir, dejate consolar… Pedí “doble gracia” si te hace falta, como pedía Teresita, que se
sentía pequeña y limitada al lado de los grandes santos y entonces pedía “gracia doble” para
poder servir al Señor.
La alegría de sentirse con derecho a pedir gracia doble de alegría para poder tener grandes
deseos de servir. Al Padre le agradan estas confianzas de sus hijos predilectos, caradureces
que le permiten mostrar lo todopoderoso que es su amor.
La tarea, pues, de examinar en nuestra vida la alegría y deseo de servir dejando que el
Espíritu las vincule en nuestro interior de manera que se retroalimenten mutuamente en un
círculo virtuoso agradable al Padre.
Así, en cada encuentro tratamos de dejar plasmada alguna imagen del discernimiento. Las
alegrías pasadas que permanecen como pepitas de oro que conservan su brillo y su valor;
Nuestra Señora Desatanudos, que con paciencia desembrolla el hilo de nuestra vida tan
complicada y vuelve las cosas simples como le gustan a Dios; el mal espíritu como el que
nos asalta por teléfono y trata de envolvernos con falsas razones mientras nos mete
miedo…
¿Qué imagen podemos elegir que exprese esa secreta vinculación que existe entre alegría y
deseo de servir? Creo que una imagen linda es la de nuestra Señora en la Visitación. El
Magnificat de María es al mismo tiempo canto gozoso de Adoración a Dios y servicio
sencillo a los pequeños, concretado en las ayudas a Isabel.
Como ven, en estas reflexiones sobre “el discernimiento en la vida cotidiana” los
“ejercicios” o “técnicas” que proponemos son muy sencillos –recordar alegrías duraderas,
vincularlas con el deseo de servir…-, ejercicios simples pero con un contenido muy grande,
profundamente teológico. Es que en las cosas de Jesús, el método, el camino, va muy unido
al fin, que es Él, la Vida Verdadera. No se trata de un camino que sirva para ir a otros
lados: el discernimiento no es una técnica que sirva para otras cosas. Así como la fe sólo
tiene por objeto a Jesucristo, el carisma del discernimiento también: sólo tiene por objeto a
Jesucristo. Valorar y elegir lo que nos une a Jesús y desenmascarar y rechazar lo que nos
aparta del amor y la compañía de Jesús. Por eso, apenas uno se pone a reflexionar sobre el
discernimiento, enseguida surgen gracias y tentaciones que quedan descu-biertas. Y en
primer lugar surgen las gracias grandes: las consolaciones duraderas y el deseo fervoroso
de servir. Y también surgen las tentaciones que militan contra la alegría y que tratan de
apartarnos del servicio del Señor, metiéndonos miedo y falsas razones.
Los tres pasos del discernimiento
Vamos a comentar ahora algunas de las reglas de discernimiento que San Ignacio com-
parte en su libro de los Ejercicios. En el título o introducción Ignacio nos dice que el
discernimiento tiene tres pasos: El primero consiste en “sentir las mociones”, por eso, para
discernir hay que dar tiempo a la oración, hay que contemplar el evangelio y tomar nota de
los sentimientos que nos suscitan los pasajes de la vida del Señor.
Un segundo paso consiste en reconocer esas mociones, darnos cuenta (muchas veces
confiriendo con alguna persona que nos acompañar) si son del buen espíritu o del malo.
El tercer paso, el más importante, consiste en “recibir” y poner en práctica esas mociones si
son del buen espíritu y si las reconozco como tentaciones “lanzarlas” o rechazarlas
inmediatamente. En la vida espiritual no hay cosas neutras. Todo lo que vivimos o nos
acerca más a Jesús y nos vuelve más parecidos a él o nos aleja de su amor. El
discernimiento espiritual tiene como supuesto que la vida es lucha dramática entre el bien y
el mal y que esa lucha se da en todos los ámbitos de la vida. Cada cosa que sucede, cada
sentimiento o pensamiento, cada decisión, debe ser leída e interpretada en este marco: o
está con Jesús o está contra él.
Por eso, el discernimiento implica sentir y valorar pero sobre todo decidir. Es como cuando
llaman a la puerta, si es un amigo, uno lo hace entrar inmediatamente, no lo deja esperando
como a un vendedor. Y si es un ladrón uno cierra la puerta con doble traba y llama a la
policía, no se queda charlando.
Las dos primeras reglas de discernimiento
Vamos a escuchar ahora las dos primeras reglas de discernimiento tal como las formula
Ignacio:
“En las PERSONAS QUE VAN mal en su vida espiritual, acostumbra comúnmente el
enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres
sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados; en las cuales personas
el buen espíritu usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el
juicio de la razón (EE 314).
Como vemos, Ignacio resuelve líbremente hacer una penitencia para ganar a un amigo y se
le desencadena toda una lucha interior con consolaciones que le dan ánimo y desola-ciones
que le tiran el ánimo abajo.
A estas mociones queremos estar atentos hoy, para aprender a sentirlas y reconocer cuáles
son del buen espíritu (consolaciones) y cuáles del malo (desolaciones). Sentir e interpretar,
los dos primeros pasos del discernimiento. En otro encuentro veremos el tercer paso: recibir
las buenas y lanzar las malas.
El Beato Fabro, primer compañero de Ignacio junto con San Francisco Javier, decía que
este ejercicio de proponerse hacer algo más era un medio “eficacísimo para provocar la
experiencia de la variedad de espíritus” que hemos visto en el ejemplo de Ignacio. “Porque
cuando uno se propone cosas más altas o para obrar, o para esperar, para creer y para amar,
y decide llevarlas a la práctica, con tanta mayor facilidad se tendrá experiencia de la
diferencia entre el bueno y el mal espíritu” (Memorial 301).
Vamos a reflexionar despacito acerca de estas mociones del bueno y del mal espíritu.
Primero sintonicemos con Ignacio, ¿no nos pasa lo mismo a veces? Que nos proponemos
hacer algo bueno por amor de Dios y nos vienen grandes deseos y luego nos da miedo?;
¿No nos pasa que sentimos repugnancia y que si la vencemos luego se nos ensancha el
corazón de alegría y vemos que podemos hacer eso y más?
Abramos como Ignacio los ojos a esta realidad. El temor exagerado que siente (que se va
agrandando hasta el punto de que no podía vestirse) y luego la alegría desbordante que lo
lleva a correr y alabar a Dios, son sentimientos espirituales. Fruto de la acción del buen
espíritu, que lo anima y del mal espíritu que lo tienta. Si recordamos las dos primeras reglas
que vimos en el encuentro pasado, podemos ver que, como Ignacio iba de bien en mejor
subiendo en el servicio de Dios nuestro Señor (se había propuesto un bien mayor a realizar)
el mal espíritu le pone impedimentos: temor y falsas razones (estás tentando a Dios). En
cambio el buen espíritu lo fortalece en su decisión y lo llena de alegría.
La tercera y cuarta reglas de discernimiento
Escuchemos ahora las reglas 3ª y 4ª en las que Ignacio describe prolijamente la consola-
ción y la desolación. Estas reglas nos dan preciosas indicaciones para aprender a sentir y
reconocer el tono totalmente opuesto del buen Espíritu (tono de consolación) y el tono del
mal espíritu (tono de desolación).
Dice Ignacio:
Llamo consolación, cuando sentimos que el alma se nos inflama en amor de nuestro
Creador y Señor (Jesús); y consecuentemente, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de
la tierra, podemos amar en sí, sino en (Jesús) el Creador de todas ellas.
Llamo también consolación cuando el amor del Señor nos emociona y nos brotan lágrimas
ya sea por el dolor de nuestros pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras
cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo conso-lación
todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna, que llama y atrae a las
cosas celestiales y a la propia salud de nuestra alma, aquietándola y pacificándola en su
Creador y Señor.
En el relato de Ignacio podemos ver cómo todos estos sentimientos están presentes y que
hay dos que se destacan con su tono dominante: el gran temor que lo va poniendo pere-
zoso, para que no salga de la casa…, y la gran alegría, que le inflama el corazón y lo hace
saltar y correr hacia su amigo necesitado. Son mociones contrarias que nacen cuando el
toma una decisión espiritual: “la decisión de un servicio mayor al prójimo por amor a
Dios”. A consolidar esa gracia o a boicotearla tienden principalmente el bueno y el mal
espíritu.
Características de las consolaciones y de las desolaciones
Vamos ahora a reflexionar sobre la consolación y la desolación remarcando algunas ca-
racterísticas que son propias de lo espiritual. ¿Qué quiero decir con esto? Que no es lo
mismo una alegría espiritual, don gratuito del Espíritu que mueve a adorar al Padre y a
confiar en Jesús, que una alegría meramente natural. No es lo mismo un pensamiento como
el que le vino a Ignacio: estás tentando a Dios, que una simple duda de si algo con-viene o
no. El pensamiento de tentar a Dios es un pensamiento desolado que proviene de la
desolación del mal espíritu, que le infunde a Ignacio un temor paralizante exagerado y de
allí nace este pensamiento también exagerado.
Nuestra conciencia es un ámbito espiritual abierto a la totalidad de la realidad. No sólo re-
suenan en ella nuestra propia voz (conciente e inconciente), no solo resuenan las opinio-nes
de los demás, sino que también resuenan la voz de Dios y la del mal espíritu. Uno pesca
que en lo que siente a veces hay “algo más”, algo que no es de uno, algo que viene de
afuera de nuestra libertad. ¿Qué características están presentes en toda consolación y en
toda desolación?
Las consolaciones
1. Son notables: se percibe su intensidad como algo especial –inflamarse de amor el
corazón, aumento de fe, esperanza y caridad- y luego uno constata que son alegrías
duraderas, memorables.
2. Las consolaciones son Cristológicas, o sea, referidas a cosas del Re-ino de Dios. Amor
de Cristo, lágrimas por su pasión, atracción a las cosas celestiales, deseo de servicio y ala-
banza del Señor.
3. Las consolaciones son totalizantes: unificantes de nuestra vida corporal y espiritual,
personal y eclesial.
La consolación nos hace experimentar la alegría de unificarnos interior-mente, de integrar
unitivamente todas nuestras dimensiones y relaciones. El consolado entra en armonía
consigo mismo y con los demás.
4. Las consolaciones son afectivamente agradables, sentimientos espirituales, cordiales, en
los que la afec-tividad integra en la belleza todas sus potencias: sentimientos y voluntad,
sensibilidad e inteligencia…
La calidad afectiva de las consolacio-nes, hace que no sea fácil hablar de lo que uno
experimenta. Como cuando uno quiere contar que lo impactó la belleza de algo y no lo
puede comunicar con conceptos.
5. Son paralizantes. Tienden a poner impedimentos. Son parásitas de una gracia. Tienden a
entorpecer las decisiones, a dificultar los procesos a impedir y boicotear la paz y la
alegría… Para nosotros inevitables irremovibles, pero sí resistibles.
Dios no da la desolación. Ignacio dice que “la permite”. No podemos evitarlas pero sí
resistirlas con la gracia suficiente que siempre nos queda y con gracias especiales que
podemos pedir. Ignacio nos da un conjunto de humildes, pequeños y pacientes recursos
para resistir la desolación y sacar provecho de ella.
6. Las consolaciones y las desolaciones no son solo distintas sino totalmente contrarias. Las
consolaciones y las desolaciones son contradictorias entre sí dentro de una experiencia
alternada.
Uno experimenta: “me parece que todo lo que sentí en consolación era “pura mentira”. Y al
revés: “sentí una paz tan grande que me parecía que la angustia de antes no podía volver
nunca más”.
En esta contrariedad total Ignacio descubre que no se trata de la propia voz sino de la voz
del buen espíritu y del malo.
Como vemos, la misión mayor de Jesús consiste en lograr que el Espíritu Santo tenga
acceso a nuestro corazón de modo que podamos dialogar con él y obrar en comunión con él
en la vida cotidiana.
Junto a esa Palabra que es de consolación y que da vida, está el Maligno que siembra
cizaña, que habla un lenguaje que lleva a la desolación y la muerte. El mal espíritu milita
contra el lenguaje del Espíritu Santo. Y al que no elige recibir la consolación en tierra
buena, al que no se decide a cuidarla y defenderla, al que no la cultiva activamente, el mal
espíritu se la arrebata: “Todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el
Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón” (Mt 13, 19).
El mal espíritu arrebata la Palabra haciéndola olvidar, a veces, pero también metiendo
miedo, ahogándola con discursos alternativos, cambiándola por otra parecida (la cizaña).
Vamos a escuchar ahora con atención las dos reglas que da Ignacio para recibir y cuidar la
consolación y luego las cinco reglas para resistir y vencer la desolación.
Las de la consolación dicen así:
En la consolación “empequeñecerse” como María
“El que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá,
tomando nuevas fuerzas para entonces (EE 323).
“El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para
poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación (EE 324).
Los consejos, pues para recibir bien la consolación y para mantenerse en ella son dos y
tienden a crear un círculo virtuoso entre la conciencia que se ilumina y actúa y las actitudes
prácticas que fortalecen el corazón y aclaran la mente.
Ignacio habla de “Tomar conciencia de lo poco que es uno cuando está desolado”. Esta
conciencia lleva a una actitud práctica: “juntar fuerzas para la desolación que después
vendrá”. Y ¿cómo se juntan fuerzas? La segunda regla nos da dos actitudes prácticas:
“humillarse y abajarse cuanto uno pueda”. Es lo que expresa María en el Magnificat.
Recibe la consolación más grande del mundo y se empequeñece a sí misma. Así el secreto
para recibir bien la consolación consiste en “empequeñecerse”. Cuando recibo una gracia
“humillarme”: ojo con creérmela! Qué tenés que no hayás recibido!
Es la regla de oro: En desolación no hacer cambios. “No hay que cambiar de caballo a
mitad del río”, como dice el refrán. Y también: “desensillar hasta que aclare”. Las
desolaciones son pechadoras. Algo empuja en nuestro interior y nos arrastra a hacer
cualquier cosa, no importa qué, y suelen ser las peores decisiones las que tomamos cuando
esta-mos tentados y ofuscados. Por eso Ignacio dice que en vez de dar vueltas a ver si hace-
mos caso o no a la desolación, lo que corresponde es luchar para sacarnos de encima la
desolación misma. ¿Cómo?
Diciendo “tengo que rezar un rato”, insistir en la oración y en la lectura del evangelio, dice
Ignacio. También ayuda hacer algún acto de caridad gratuita que nos implique alguna
penitencia.
Es que: Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho
aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación” (EE 319).
Uno puede preguntarse por qué tantas reglas para le desolación. Como dice el p. Gil: “Es
que la desolación suele ser más solapada. Estamos más frecuentemente desolados de lo que
creemos y no lo notamos. La desolación tiene una tendencia a la clandestinidad y al
camuflaje (se disfraza de otra cosa con muchas razones) y exige de nuestra parte mayor
advertencia y mayor cuidado. Por eso Ignacio pone más reglas: no hacer mudanza, luchar
contra la desolación misma, interpretarla desde la fe como una prueba, trabajar por estar en
paciencia…-. Es que la primera falta espiritual que cometemos es no advertir que estamos
desolados, pensar que es otra cosa lo que nos pasa y cuando queremos darnos cuenta ya le
hemos hecho caso en muchas cosas que contribuyen a aumentarla. Además, es difícil
combatirla porque cuando estamos desolados lo que nos falta es precisamente ese ánimo y
esa fuerza que se requiere para combatir la desolación. No podemos ser muy “proactivos”
en el momento de desolación. De ahí que el consejo fundamental de Ignacio sea la
paciencia, no el ataque. La paciencia y el pedir y esperar a que el Señor venga en nuestra
ayuda. Saber que uno no puede hacer que la desolación se cambie en consolación con sus
propias fuerzas lleva a poner todo el esfuerzo en “estar en paciencia”.
Las causas por las que nos hallamos desolados
Aquí es muy útil recordar la última regla del tratadito de la desolación que da Ignacio,
donde explica las tres causas principales por las que nos hallamos desolados:
“Tres causas principales son por (las) que nos hallamos desolados: la primera es por ser
tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas
se aleja la consolación espiritual de nosotros;
Esto es claro, pero más interesante es la segunda, que refuerza la conciencia de interpretar
la desolación como una prueba:
“la 2a, por probar nos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y
alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias;
Séptimo encuentro: las tres últimas reglas y los tres pasos del discernimiento
En este último encuentro quisiera reforzar los tres momentos del discernimiento que hemos
venido escuchando y tratando de poner en práctica: sentir la consolación y la desolación,
interpretar si nos acercan a Jesús o nos alejan de su amor y decidirnos por seguir el bien y
rechazar el mal.
Vamos a reforzar e iluminar estos pasos con las tres últimas reglas de lo que San Ignacio
llama “primera semana” de ejercicios. Se trata de tres ejemplos, de tres “parábolas”
podríamos decir, en las que Ignacio pinta tres actitudes muy típicas del mal espíritu, y al
pescarlo, al hacerle mostrar la cola de mono debajo del traje de ángel de luz, nos permite
sentirlo y reconocerlo con claridad y contraatacarlo con decisión, para vencerlo
“fácilmente”, con la ayuda del Señor, con la que siempre contamos.
El mal espíritu es débil pero se hace fuerte si le tenemos miedo
Escuchamos ahora la regla 12, que nos ayuda a dar el tercer paso del discernimiento, que
consiste en protagonizar la lucha, haciendo contra y venciendo la tentación.
El último paso del discernimiento es de la voluntad que elige con un gesto.
Si juzgamos que algo es de Dios el gesto no es otro sino seguirlo. Y si juzgamos que algo
es del mal espíritu, el gesto no es otro que resistirlo y lanzarlo. Ignacio habla claramente de
gestos de seguimiento o de expulsión.
El ejemplo que pone es el de la situación que se da cuando una mujer que es físicamente
más débil, pelea con un varón físicamente más fuerte. Dice Ignacio que si el varón se
achica y duda ante los gritos y arañazos de la mujer, esta se enfurece más y se agranda de
tal manera que lo humilla, lo corre a chancletazos, diríamos. En cambio si el varón se
planta y responde con más agresividad, la mujer naturalmente cede porque sabe que no le
dan las fuerzas.
Es una manera que Ignacio encontró (quizás por experiencia propia) para caracterizar al
mal espíritu diciendo que es débil en sí mismo pero se hace fuerte si uno le tiene miedo.
Ignacio dice que “es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huida sus
tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho ros-tro
contra las tentaciones del enemigo, haciendo el oppósito per diametrum; y por el contrario,
si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las
tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura
humana, en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia”.
Esta caracterización del demonio como “más débil” que nosotros cuando le hacemos frente
con la gracia de Dios es la clave de toda la lucha espiritual.
Porque la mayor astucia del demonio es la de hacernos sentir que es tan fuerte o más que
Dios. Y como Dios sólo tiene la fuerza del amor, que requiere tiempo, el mal espíritu a
veces, en lo momentáneo de sus violencias, robos y seducciones, aparece como más fuerte.
Por eso Ignacio recomienda enfrentarlo y no sólo resistirlo sino no parar hasta derrotarlo.
¿Cómo lo decimos en criollo? El padre Rossi usa siempre una imagen del truco que resul-ta
muy plástica: al mal espíritu hay que saber “retrucarle”. Cuando canta truco no achicarnos
sino retrucar. Que como cristianos siempre tenemos el as de espadas y el de bastos, que son
la Cruz de Cristo con la que no podemos perder la batalla final aunque perdamos alguna
mano.
El mal espíritu es un seductor: huye de la luz y quiere ser secreto
La penúltima regla nos ayuda a aclarar un aspecto clave del segundo paso del
discernimiento, el de “interpretar” y juzgar claramente si una moción es del mal espíritu o
del bueno. Ignacio pone un ejemplo que saca a la luz una característica propia del mal
espíritu: no le gusta que lo descubramos, no quiere que sus obras sean puestas a la luz,
como dice Juan.
La regla dice que:
El enemigo se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Vano
enamorado es un seductor, un Donjuan. Uno que tiene verso y busca la complicidad de la
otra persona. Ignacio dice que es como uno que quiere seducir a una hija de un padre
bueno, o una mujer de buen marido, y quiere que sus palabras y suasiones sean secre-tas; y
el contrario le disgusta mucho, cuando la hija al padre, o la mujer al marido, descubre sus
vanas palabras y intención depravada, porque fácilmente colige que no podrá salir con la
empresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus
astucias y suasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto;
mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus
engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia
comenzada, al ser descubiertos sus engaños manifiestos”.
La regla es pintoresca y clara: al mal espíritu no le gusta que contemos sus tentaciones. Nos
hace sentir cómplices primero y luego culpables. En el fondo es un maltrato a la debi-lidad
de nuestra libertad. Siempre que pecamos somos cómplices del mal y si no sentimos honda
y verdaderamente la misericordia del Padre que nos perdona es fácil que prefiramos
mantener en secreto las tentaciones del mal espíritu, por vergüenza y por miedo. En la vida
espiritual sucede lo mismo que con la salud física: herida no mostrada, herida no sanada.
¡Qué alivio, en cambio, cuando contamos lo que nos atormenta diciendo “no me reveles”,
“no me saques a la luz”. Cómo se disuelve la tentación. Cómo se ve que el mal, apenas es
puesto a la luz misericordiosa de Jesús, pierde su fuerza y se absuelve, dejándonos libres
para volver a comenzar.
Quede también una enseñanza más de esta regla: dado que todos tenemos nuestras de-
bilidades, no es raro que en toda persona, incluso en las más rectas y santas, haya zonas o
aspectos de su vida que el mal espíritu “entra” y “ocupa” con cierta facilidad. Son zonas
que dejamos “liberadas” por si acaso, que consentimos en no defender demasiado, que nos
“perdonamos” a nosotros mismos, zonas en las que el mismo dueño de casa deja la llave al
ladrón. Conviene cargar aquí las tintas. Si bien nuestra debilidad puede no ser grave en sí
misma, nunca es bueno dejar entrar al enemigo en nuestro interior. La confesión frecuente
no solo de los grandes pecados sino también de las pequeñas faltas es una manera eficaz de
no presentar flancos desprotegidos al que busca perdernos haciendo pie en nuestra
debilidad.
Conclusión
En estos encuentros hemos vinculado la alegría duradera con el deseo de servir. Pone-mos
ahora la otra gracia que termina de cerrar este círculo virtuoso: la libertad de corazón.
Contra el mal espíritu que intenta paralizarnos, el buen espíritu nos libera el corazón para
pelear el buen combate de la fe.
Para ayudarnos, la misericordia del Señor toma a su cuidado nuestras partes más débiles. La
luz de la Verdad del Señor ilumina nuestras zonas oscuras disipando culpas y miedos
paralizantes.
El coraje y la fortaleza del Señor nos animan a pelear con decisión y esperanza cierta de
victoria.
Que el Espíritu nos conceda a cada uno el carisma del discernimiento en esa justa medida
eclesial que hace que todos sepamos cuándo podemos ayudar a discernir bien a otro y
cuando y por quién necesitamos nosotros ser bien aconsejados.
En el encuentro anterior Juanjo decía: “tan sencillas que parecen las reglas al escucharlas,
tan fáciles de llevar a la práctica, pero la verdad es que puede llevarnos toda la vida caminar
a su luz”. Le estuve dando vueltas a la frase y me daba cuenta que expresabas algo que
todos sentimos al escuchar las reglas de discernimiento. Es un sentimiento doble: son claras
e inagotables. Sencillas y profundísimas. Lo más cotidiano y común y a la vez lo más de
Dios, lo más profundo. Bastaría recibir con humildad las consolaciones, como María, y
resistir con paciencia las desolaciones, como Jesús en el huerto, y el Espíritu Santo se haría
cargo de nuestra alma dándonos una paz que supera todo lo que podamos pensar. Cuando
estamos consolados –cuando escuchamos la Palabra del Hijo Amado- nos fascina y nos
atrae de tal manera que todo parece fácil. Pero luego, cuando estamos desolados “qué difícil
parece todo”.
Si nos fijamos bien, es lo mismo que sentían los discípulos cuando Jesús les predicaba el
evangelio. Ante algunos criterios de Jesús, con respecto al dinero o a la pureza de corazón,
o al tener que comer su carne, muchos sentían: “es duro este lenguaje”, “quién podrá
salvarse”. Y Jesús, cuando le decían que sus cosas eran difíciles de llevar a la práctica
siempre retrucaba: “para los hombres es imposible (no sólo difícil), pero para Dios todo es
posible”.
Este criterio básico del Señor vale para las reglas de discernimiento: “con nuestras solas
fuerzas humanas son imposibles de cumplir”, con la ayuda del Espíritu Santo, el Maestro
interior que nos envían el Padre y Jesús, no solo es posible llevarlas a la práctica sino que
se convierten en criterios que sirven de ayuda a todos los “pequeños del reino”, en todas las
situaciones de su vida cotidiana. Y Jesús se llena de alegría y alaba al Padre cuando el más
humilde de sus hijos o hijas actúa con caridad discreta en las pequeñas cosas que acontecen
en lo secreto: cuando alguien recibe con humildad su gracia, cuando alguien aguanta con
fidelidad en la prueba, cuando alguien lucha valientemente retrucándole a toda mentira y
maldad con doble verdad y bondad.
“Recapitular todas las cosas en Cristo, lo que está en los cielos y lo que está en la
tierra” (Ef 1, 9-10).
Bienaventurados los que, como Pablo, creen que Dios tiene un proyecto sobre cada
persona.
Tratarán cada día de adherirse a Él de corazón, darán gracias por todo, serán
humildes y tendrán paz .
«Mi gracia te basta (…). Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor
12, 7-11).
Bienaventurados los que, como Pablo, saben que llevan un tesoro en vasijas de barro.
“Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, (…)
en Cristo Jesús” (Fil 3, 12-14).
Bienaventurados los que, como Pablo, consideran todo como basura ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo.
“Yo aprendí a bastarme con lo que tengo. Para todo siento fuerzas en Aquel que me
conforta” (Fil 4, 11-12).
“Dios les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según
Cristo Jesús (Rm 15, 5-9).
Bienaventurados los que, como Pablo, aún siendo libres se hacen servidores de todos por
el Evangelio.
“Caminen como hijos de la luz, probando (discirniendo) qué cosa sea agradable al
Señor” (Ef 5, 8-10).
Bienaventurados los que, como Pablo, buscan con sencillez de corazón agradar en todo a
Dios.
“La leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado
caudal de gloria eterna (2 Cor 4, 16 ss.).
Bienaventurados los que, como Pablo, se glorían en las tribulaciones sufridas por anunciar
el Evangelio.
Vivir en plenitud
Bienaventurados los que, como Pablo, no creen haber alcanzado aún la meta y corren hacia
ella.
Caminar en el amor
Bienaventurados los que, como Pablo, caminan en el amor (1 Cor 12, 31-13 ss.). Serán
llamados los verdaderos discípulos del Señor.
MOMENTO DE REFLEXION
P. Diego Fares sj
Caminar en el amor en Pablo
Caminar en el amor no es una frase muy frecuente en las traducciones de Pablo. Pero las
expresiones “vivir en el amor”, “andar en” “proceder”… etc., tienen detrás la imagen fuerte
de “caminar en el amor”. Pablo la utiliza literalmente en la carta a los Efesios:
“Caminen en el amor como Cristo los amó y se entregó por nosotros como oblación y
víctima de sua-ve aroma. Ustedes hora son luz en el Señor” (Ef 5, 2)
Y agrega otra expresión, que viene a ser sinónimo de caminar en el amor:
“Caminen como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y
verdad. Examinen qué es lo que agrada al Seño” (Ef 5, 8).
Muchas traducciones dicen “vivan en el amor” o “vivan como hijos de la luz”. Es que el
camino es símbolo de la vida en todas las culturas. En hebreo, camino se dice “derek” y
tiene una raíz de origen cananeo que significa energía vital. Por eso decir camino y decir
vida es lo mismo. Vivir es caminar. Caminar en el amor es caminar en la vida.
El camino tiene que ver también con la luz de la verdad práctica, con el discernimiento que
uno hace de por donde camina, adonde va y qué ritmo y estilo mantiene al caminar. Por eso
decir camino y decir camino verdadero y recto o camino luminoso, es también lo mismo.
Pablo habla de seguir los criterios de Cristo sin dejarnos engañar por los criterios del
mundo:
“Caminen, pues, en Cristo Jesús, el Señor, tal como le han recibido; enraizados y edificados
en él; apoyados en la fe, tal como se les enseñó, rebosando en acción de gracias. Miren que
nadie los esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones
humanas, según los elementos del mun-do y no según Cristo” (Col 2, 6-8).
Caminar en Cristo es la expresión que sintetiza sabiduría y bondad. Es caminar “agradando
a Dios en todo”, con discernimiento y dando frutos. Pablo lo dice así:
“Pido que lleguen al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia
espiritual, para que anden de una manera digna del Señor, agradándole en todo,
fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1, 7-10).
Cuando Jesús afirma en Juan “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, para la mentalidad
hebrea, no está diciendo tres cosas sino una sola: “Yo soy el camino verdadero de la vida”.
Yo soy el modelo de lo que le agrada al Padre, el que los hace discípulos agradables al
Padre nuestro.
Este caminar en el amor requiere de la fe.
“Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo,
vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión… Estamos, pues, llenos
de buen ánimo y (…) por eso, nos esforzamos por agradarle (2 Cor 5, 6-9).
La fe nos hace estar atentos a las mociones del Espíritu, a sus impulsos, que son contrarios
a los impulsos de la carne:
“Por mi parte les digo: Si caminan en el Espíritu, no den satisfacción a las apetencias de la
carne. (…) Si vivimos por el Espíritu sigamos sus huellas” (Gal 5, 16-25).
En este caminar en la fe y en el amor de Cristo Pablo recupera lo más lindo de Israel .
Como dice el Deuteronomio, para quien la santidad es “caminar en la presencia del Señor”:
“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide de ti Yahveh, tu Dios, sino que temas al Señor, tu Dios, que
andes en todos sus caminos, que ames y sirvas a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y con
toda tu alma (Dt 10, 12).
Como dice el Salmo 25:
Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu
fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día. El
Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; él guía a los
humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres. Todos los senderos
del Señor son amor y fidelidad, para los que observan los preceptos de su alianza (Sal 25,
4).
Caminar en el amor es caminar por un camino que el Padre ya ha preparado para nosotros:
“Pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para las buenas obras, las cuales Dios
preparó de an-temano para que anduviéramos en ellas” (Ef 2, 10).
Lo lindo de la expresión es que pone la imitación del Señor no en algo extático sino
dinámico, imitar a Jesús, vivir en Él y para Él es caminar por Él: caminando según sus
criterios, cultivando sus sentimientos y practicando sus obras buenas nos vamos haciendo
semejantes a Él. El discipulado se hace sobre la marcha.
Caminar es elegir un camino, tomar una dirección exterior y llevar un ritmo interior.
Caminar en el amor es elegir la dirección del salir de sí para ir al otro y elegir un ritmo que
nos permite caminar con el otro, estando atento al otro.
Ritmo interior de nobleza y señorío de sí para ser buen súbdito de su Divina majestad
Otra manera de expresar lo mismo es decir que este primer paso de nuestro caminar en el
amor implica dejar lugar, hacer sitio: vaciar el corazón de los intereses propios para hacer
lugar a los intereses de Cristo. “Vacare” es dejar lugar vacante, es la apertura y
disponibilidad del que está libre y a la espera de que sea el amor el que le pida un servicio.
En Ignacio esta actitud es la del noble caballero que se ejercita en ser dueño de sí para estar
disponible y bien entrenado y poder servir a su Divina Majestad en la misión que quiera
darle y cuando quiera. La ascética no mira a la propia perfección sino al mejor servicio del
Otro. La indiferencia ignaciana y el trabajo exigente en la misión no tienen ningún rasgo
voluntarista o de auto-mirada: brotan del Amor. Llenarse afectivamente de este amor
implica “ordenar las afecciones desordenadas”; llevar a la práctica aquellas misiones a las
que el amor invita implica un buscar siempre más, más amor.
Este primer paso para caminar en el amor tiene su expresión concreta en el amor a la
liturgia: llenarse afectivamente del amor es llenarse de la Eucaristía y de la Palabra del
Evangelio, de modo tal que, luego, nuestras opciones y elecciones estén motivadas por el
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. A eso apuntan los Ejercicios Espirituales.
Ignacio considera los Ejercicios como Ejercicios para llenarse de amor: llenarse del espíritu
de la liturgia, que es pura alabanza y reverencia y llenarse del espíritu de la misión, que es
deseo de servicio.
Ignacio es el “caballero de la caridad discreta”. Caballero porque que lucha, pero no con
armas terrenas de sangre sino con las armas humildes y alegres del amor. De la Caridad
porque su caminar es un caminar en el cariño de compañeros, como los 72 discípulos a los
que Jesús envía de dos en dos para que se ayuden y acompañen. Esto será propio del modo
de enviar Ignacio en misión a los suyos: de dos en dos.
Caridad discreta significa que no se ama a todos de la misma manera y que no se ama sin la
distancia óptima que respeta la libertad del otro. Amar discretamente implica el mismo
primer paso de la sana elección: amar al otro como Jesús lo ama, mirando primero el “paso
pedagógico” por así decirlo, que Jesús tiene para con sa alma; qué paso le quiere hacer dar.
Esto para no maltratar los límites, para no exigir de más ni ser permisivos.
Caminar en el amor, para Ignacio, es mantenerse siempre como discípulo: sin dignidades
que no sean para la misión. Ignacio camina como compañero de Jesús, siempre como
aprendiz y junto con otros. Ignacio se siente “un contratado sólo a causa de la abundancia
de la cosecha”. Trabaja por jornada y en lo que sea necesario. Es un “operario” como
decimos nosotros los jesuitas, uno que hace changas, aunque sean “changas grandes y con
cargos”. En el fondo Ignacio se considera como un ayudante, uno que da una mano. Ese es
el servicio de amor hondo en el que se especializa. Lo demás, es estructura externa,
necesaria e importante, pero para poder mostrar de manera estable la esencia del amor, que
es el dar una mano personalmente y colaborar con otros en la misión.
Cargar la cruz no es algo externo para Ignacio. Como si se pudiera caminar en el amor sin
tener que cargar la cruz. La cruz no es exterior al amor: es el amor mismo en cuanto no
puede dejar de lado a nada ni a nadie y entonces los que se resisten al amor se convierten en
peso, en obstáculo y en persecución que hay que sostener y llevar. Así como el gozo no es
premio exterior al amor sino que es el amor mismo sentido y gustado internamente, así el
sufrimiento tampoco es exterior: el dolor es el amor mismo sentido y gustado interiormente.
No se sufre por lo que no se ama así como tampoco se goza con lo que no se ama.
Ignacio nos invita a desear la consolación y a desear las penas de Cristo. Es lo mismo que
invitarnos a amar a Dios en todas las cosas. No dejar afuera nada, no dejar afuera al
conflictivo ni a los conflictos, eso será caminar en el amor en medio de persecuciones. No
dejar afuera nada de lo bueno y hermoso, eso será caminar en el amor en medio de las
consolaciones. De ahí el ser compañeros de Jesús en trabajos y penas para serlo también en
su gloria.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
En la Contemplación para alcanzar Amor, Ignacio nos propone que “recordemos – pasemos
por el corazón”, los dones recibidos, para contemplar nuestra vida como un don.
Dios cuando da sus dones, se da a Si mismo, haciéndose presente en la historia…-nuestra
historia-, trabajando sin cesar por nosotros y para nosotros. El sigue haciendo su obra en el
corazón de cada hombre y de cada mujer, Él trabaja en lo secreto…
Por eso, la invitación a “recordar” como Dios me fue conduciendo a lo largo de mi vida, es
lo que posibilita descubrir, reconocer y así poder “agradecer” la acción de Dios en nuestra
vida…
Desde esta experiencia, se nos va limpiando la mirada y descubrimos que todo refleja la
Gloria de Dios…- su Belleza-…
Todo esta a mi servicio para que así pueda amar a Dios en todas las cosas y a todas las
cosas en Él…haciendo de mi vida un canal del amor de Dios para los demás, es decir servir
a Dios en mis hermanos…
Esta propuesta que hacemos hoy, es una invitación para seguir haciéndola en el caminar de
este mes de noviembre, siendo una ayuda para hacer la “Contemplación de Amor” de todo
este año 2009, en donde fuimos cada uno y cada una “alcanzados por el Amor de Jesús”,
para así vivir agradecidamente ante tanto bien recibido de Dios nuestro Señor.
+ Hacé memoria de los hechos más significativos de este año…
+ Recordá los sentimientos que inundaban tu corazón…
+ Podés descubrir de donde venían?
* De tus inseguridades?
* De tu confianza en Dios?
* Agradecé lo que hoy podes, rescatar como enseñanza!
San Pablo, se sintió alcanzado por Jesús, pero a la vez sigue su carrera…
+ Donde podés reconocer la presencia viva de Jesús Resucitado que te “alcanzó con su
Amor”…?
* En tu vida familiar?
* En tu vida de oración?
* En tu vida de servicio a los mas pequeños?
* Agradecé la presencia cariñosa y cercana de Jesús…
* Ofrecé todo lo recibido a Dios con esta Oración:
Toma, Señor y recibe toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad,
todo mi haber y poseer. Vos me lo diste y a Vos Señor, lo torno.
Todo es tuyo;
disponed a tu voluntad.
Dame tu amor y gracia, que esta me basta” ( EE 234).
Momento de Reflexión
P. Diego Fares sj
Bienaventurados los que, como Pablo, no creen haber alcanzado aún la meta y corren hacia
ella (Fil. 3, 13). Llegarán seguramente a la plenitud de la Vida.
¿Qué es para Pablo la “plenitud de la vida”? Para Pablo “Vivir es Cristo” (Fil 1, 21). Vivir
es con-vivir. Vivir con Cristo, en íntima comunión con Él: “Con Cristo estoy crucificado: y
no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la
vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 19, 20).
Vivir en plenitud es para Pablo llenarse del Espíritu de Cristo. Ananías, cuando va a
bautizarlo le dice:
“Saulo el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado
para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hc 9, 17).
A partir de allí, toda la vida de Pablo será un buscar llenarse del “conocimiento de Cristo
Jesús”; llenarse de su gracia que lo justifica: “ser hallado justo no por mérito propio sino
por gracia”; llenarse de sus dolores: “estar en “comunión con los padecimientos” de Cristo;
llenarse del poder de su resurrección”.
De esta plenitud brota la recomendación de Pablo a los cristianos de Éfeso: “Llénense del
Espíritu. Reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos inspirados; canten salmos en su
corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de
nuestro Señor Jesucristo (Ef 5, 18-20).
La experiencia de Pablo es la de haber sido “alcanzado” por Cristo, que lo llenó de su
Espíritu. De esa plenitud, de esa llenura, brota un de-seo constante de seguir siendo llenado
–a pedido, ensanchando líbremente su corazón –de ser llenado más y más. Por eso dice:
“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si
consigo captarlo, habiendo sido yo mismo captado por Cristo. Yo, hermanos, no creo
haberlo captado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que
me queda por delante, puestos los ojos en la meta, sigo corriendo hacia el premio de la
soberana vocación de Dios en Cristo Jesús” (Fil 3, 12-14).
Momento de Contemplación
Hna. Marta Irigoy
Misionera diocesana
“Bienaventurados los que como Pablo, no creen haber alcanzado aun la meta y corren hacia
ella (Fil. 3, 13). Llegaran seguramente a la plenitud de la vida”.
A los que creemos en Jesús, muchas veces se nos olvida que la plenitud cristiana, no es la
que se consigue siendo eficientes, teniendo éxito, poseyendo bienes materiales, saberes y
títulos varios. La plenitud que vivió Pablo, es aquella que tiene como certeza, que la vida
surge de la muerte. La plenitud cristiana, no está en el éxito, sino en la
fecundidad…Podemos decir, entonces que la felicidad es la plenitud que encontramos al
descubrir la fecundidad de nuestra vida…
El P. Eduardo Casas, en una de las charlas sobre “La felicidad”, que dio en Radio María,
decía:
En la vida, la mayoría de las veces uno no se siente siempre feliz y pleno, radiante y
desbordante; al contrario, la rutina, el estrés, las presiones y las innumerables dificultades y
conflictos de la existencia erosionan tanto nuestras limitadas energías que, en general,
suspiramos por la felicidad como si fuera un imposible, una quimera, un espejismo, una
utopía, un anhelo irrealizable, un sueño inalcanzable.
Asociamos felicidad a la aspiración y al sueño que cada uno pretende alcanzar. Esto nos
aleja de la verdadera felicidad, ya que ésta es más consistente en la medida en que se
desliga de los sueños y se conecta con la realidad.
La realidad de cada uno posee una serie de potencialidades que esperan por salir, como los
brotes después de la lluvia. No hay que ver la realidad de otros y compararse. No hay que
lamentarse por la suerte propia y envidiar el destino ajeno. No es la realidad del otro la que
nos va a hacer felices. La felicidad de cada uno, está en la realidad de cada uno.
Lo que hay que hacer es liberar la propia realidad de esas potencialidades dormidas que
están latiendo, desplegarlas al viento y al sol, levantarlas y hacerlas crecer. Cuando las
posibilidades se conviertan en realidades, nos darán más plenitud, haciéndonos sentir más
com-pletamente nosotros mismos. No hay que buscar nuestro rostro en otro espejo.
Tenemos que activar todas nuestras potencialidades.
La propia realidad es la posibilidad de cada felicidad, la cual no tiene que ver con los
sueños, fantasías, anhelos y deseos sino con la posi-bilidad que emerge de la realidad de
cada uno. No podemos, en la vida, vestir la “ropa” de otro. No se puede vivir una existencia
prestada y ajena. Cada uno tiene sus propias expectativas y su singular realidad…
La felicidad se construye. Es una artesanía personal que puede llevar muchos años diseñar
y disfrutar. Es una tarea ardua, un trabajo lento y, a menudo, fatigoso. Se necesita
creatividad, empeño, tesón, paciencia y sacrificio. Sucede que actualmente se promueve
una felicidad de consumo, fácil, inmediata, descartable, pasajera, ficticia y sin esfuerzo.
¿Por dónde pasa tu felicidad? ¿Por tus sueños o por tu realidad? ¿Tu felicidad tiene por
destino lo material, lo afectivo, lo espiritual?,
¿En dónde ponés tu felicidad más profunda?…
Momento contemplativo
Momento de Reflexión
Diego Fares sj
Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm
8, 35 ss.).
Bienaventurados los que, como Pablo, se glorían en las tribulaciones sufridas por anunciar
el Evangelio (2 Cor.1, 2-9). Abundará en ellos la consolación del Padre.
Buscando y meditando sobre lo que significa “gloria”, me iluminó mucho una frase del
Vocabulario de Teología Bíblica de Jean Dufour que dice: “En la Biblia hebraica, la
palabra que significa gloria (kabod) implica la idea de peso. El peso de un ser en la
existencia define su importancia, el respeto que inspira, su gloria. Para el hebreo, a
diferencia del griego y del castellano, la gloria no designa en primer lugar el brillo y la
fama sino el valor real, estimado por el peso.
Esta pequeña palabrita “peso” es capaz de iluminar todo el evangelio con su gloria.
Despleguémosla. Podemos decir: el amor no siempre brilla, pero tiene peso. Y la gloria es
el peso del amor. ¿Cuánto pesa el amor? El amor puro (la pureza del amor es la gratuidad)
pesa como el oro de 24 quilates: unos gramos valen mucho. El amor de Jesús, el amor que
Jesús derrama gracias a su Espíritu en nuestros corazones, tiene peso de eternidad: un
pequeño gesto de amor gratuito es capaz de inclinar la balanza de toda una vida hacia el
lado de Dios. El amor puro tiene el peso de Dios, porque Dios es Amor. Su peso es
absoluto, infinito, eterno. Pesan tanto el amor de las dos moneditas de la viuda como la
mitad de los bienes de Zaqueo; pesan tanto los cinco pancitos del chico aquel que se los
ofreció a Jesús como los cinco mil panes que comieron con gozo los comensales y las doce
canastas que sobraron. Pesa tanto el amor arrepentido del publicano en el templo como el
del buen ladrón en la Cruz. Y una gota de la Sangre del Señor pesa más que todos los
pecados del mundo. Pesa igual el amor de María que reza en lo secreto de su cuarto como
el de cada persona que alaba en secreto a Dios y el de la Iglesia entera que reza las Horas.
El amor tiene peso y el peso del amor es la gloria de Dios.
“Mi amor es mi peso”, como decía Agustín, mi amor es mi fuerza gravitacional, lo que me
inclina a desear y a obrar en bien de lo que amo. Sentir este peso valioso (glorioso) es lo
que consuela. ¿Cómo decirlo? No es que los sufrimientos consuelen. Consuela sentir los
dos pesos, consuela poder compararlos y experimentar que, sintiendo el peso de una pena,
se siente que el peso del Amor del Señor pesa más. El Peso del amor –su Gloria- se revela
interior tanto a la angustia como a la alegría. Por sí mismas, angustias y alegrías, son
“efectos”, por decirlo de alguna manera. Lo que las hace valiosas o vanas es el Peso del
amor con que, unidos al Señor, les encontramos sentido y las vivimos. Por eso Pablo puede
decir:
“Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la
paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no
falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado” (Rm 5, 3-5).
Gloriarse no es vanagloriarse sino “cargarse con el peso del amor del Señor”.
Se gloría aún en las tribulaciones, es decir: no sólo cuando todo le va bien. Y encuentra en
las tribulaciones mismas no un beneficio secundario sino un beneficio que brota de la
misma tribulación. Gloriarse no es “vanagloriarse” o fanfarronear. Gloriarse es
experimentar y bendecir el peso de lo valioso que la tribulación da a luz: la paciencia, la
virtud probada (aquilatada como el oro), la esperanza que no defrauda… Y todo esto
“porque “pesa más que todo” el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo”. Gloriarse es “cargarse con el peso del Amor del Señor allí donde la vida
nos carga con la tribulación.
Cuando Pablo dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? está diciendo: “habrá algo
más pesado, algo que pese más que el Amor de Cristo y haga que nuestro corazón se incline
hacia otros bienes? ¿Qué será eso más pesado que el Amor del Señor?:
“¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los
peligros?, ¿la espada?…”. Pablo considera a todo como “desecho”, como “sin peso ni
importancia” con tal de experimentar el peso (la gloria) del Amor de Cristo: “estoy seguro
de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni
las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 35 ss.).
La caridad de Cristo en nosotros es la fuente de la gloria que consuela. Y esta caridad se
muestra en toda situación: “Su caridad sea sin fingimiento (siendo) constantes en la
tribulación” (Rm 12, 12).
La Gloria ─ el hacer sentir este peso dulce del Amor del Señor en medio de las
tribulaciones ─ es un don del Padre. Y es un don eclesial: nos une a Jesús y a su Iglesia,
esposa amada. El peso de la Gloria ─ lo valioso del amor ─ nos hace sentir un solo cuerpo
con Cristo y los demás.
Y así como lo que consuela es experimentar el peso del amor de Cristo en el peso del
sufrimiento, así también consuela sentir que el peso soportado con amor alivia el peso de
los padecimientos de los hermanos. La amistad en Cristo de los que padecen juntos por el
evangelio es la mayor fuente de gloria y de consuelo. No se trata del peso insoportable de
un dolor solitario sino del peso lleno de sentido porque se comparte y sella la amistad en el
Señor, como les sucedió a los Apóstoles cuando salieron contentos de haber sufrido
latigazos juntos por el Nombre del Señor. La Gloria de Dios no hace que brille no cada
persona aislada sino el amor que fluye entre los que comparten las tribulaciones por el
evangelio.
Pablo es de los que saben alegrarse en esta amistad que fructifica en medio de las
tribulaciones:
“Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones.
Efectivamente, en llegando a Macedonia, no tuvo sosiego nuestra carne, sino, toda suerte
de tribulaciones: por fuera, luchas; por dentro, temores. Pero el Dios que consuela a los
humillados, nos consoló con la llegada de Tito, y no sólo con su llegada, sino también con
el consuelo que le habíais proporcionado, comunicándonos vuestra añoranza, vuestro pesar,
vuestro celo por mí hasta el punto de colmarme de alegría (2 Cor 7, 4 ss.).
Queda así planteada toda una manera de sentir y gustar el peso de la gloria del Amor de
Dios. Una gloria en la que hay brillo y resplandor a veces. Y otras, lo visible se nubla y se
vela por el dolor. Pero el peso del Amor nunca deja de pesar en el corazón. La tribulación
también “pesa”: por eso produce opresión, angustia…, Pero cuando a ese peso natural de
las cosas duras de la vida se le suma el Peso del amor de Cristo y del amor a los hermanos,
este Peso glorifica, transfigura el otro peso: y en la angustia misma se encuentra la
consolación. El peso del amor compartido, el cargar el peso de la cruz junto con Cristo y
los demás, hace que se vuelva valioso, que cobre peso, la propia vida.
En Ignacio, el deseo de hacerlo todo “para la Mayor Gloria de Dios”, va por este mismo
lado. La Mayor Gloria de Dios no es en Ignacio algo grandioso que brille exteriormente.
Puede serlo, como de hecho sucedió en la Transfiguración. Y por algo Jesús dice que
“nuestras buenas obras tienen que brillar para que los que las vean alaben al Padre”. Pero la
Mayor Gloria de Dios puede ocultar su brillo a los ojos de los hombres y puede
manifestarse también bajo apariencia totalmente contraria, como la Gloria de Cristo en la
Cruz. Teresita lo expresaba así: « Comprendí lo que era la verdadera gloria. Aquel cuyo
reino no es de este mundo me mostró que la verdadera sabiduría consiste en ‘desear ser
ignorada y no ser contada para nada’; en poner el gozo en el menosprecio de sí mismo”.
En los ejercicios hay un texto que puede ayudarnos a comprender cómo vive Ignacio la
Gloria de Dios y su papel dentro del Plan de Dios. Habla de cómo tiene que proceder el que
acompaña en los ejercicios:
“En los tales exercicios espirituales, más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina
voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a su ánima devota, abrazándola en
su amor y alabanza y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante. De manera
que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; mas estando en
medio, como un peso, deje inmediatamente obrar al Criador con la criatura, y a la criatura
con su Criador y Señor” (EE 15).
Es el Peso del Amor del Señor el que debe inclinar al alma hacia lo que será su mayor
servicio y mayor gloria. Y el que acompaña, buscando no influir, busca la Gloria de Dios y
no su propia gloria.
En los modos para hacer una buena elección, el criterio de la gloria de Dios y del peso
también van juntos:
“Es menester tener por objeto el fin para que soy criado, que es para alabar a Dios nuestro
Señor y salvar mi ánima; y con esto hallarme indiferente sin afección alguna desordenada,
de manera que no esté más inclinado ni afectado a tomar la cosa propuesta, que a dejarla, ni
más a dejarla que a tomarla; mas que me halle como en medio de un peso para seguir
aquello que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi
ánima” (EE179).
El discernimiento y la elección en Ignacio es cuestión de peso, de que el Señor “mueva e
incline todo mi ser –inteligencia, voluntad y afectos-.
“Pedir a Dios nuestro Señor quiera mover mi voluntad y poner en mi ánima lo que yo debo
hacer acerca de la cosa propuesta, que más su alabanza y gloria sea, discurriendo bien y
fielmente con mi entendimiento y eligiendo conforme su santísima y beneplácita voluntad”
(EE 180).
La preocupación de Ignacio es que el peso del amor y gloria del Señor sea el que incline la
balanza:
“(Lo que cuenta es que) “aquel amor que me mueve y me hace elegir la tal cosa, descienda
de arriba del amor de Dios, de forma que el que elige sienta primero en sí que aquel amor
más o menos que tiene a la cosa que elige es sólo por su Criador y Señor” (EE 184).
Ahora bien: donde mejor se puede ver que para Ignacio la gloria no es algo exterior sino
cuestión del peso del amor, es cuando habla de la manera más perfecta de humildad (o de
amor, como traduce en otros ejercicios):
“La 3ª es humildad perfectísima, es a saber, cuando incluyendo la primera y segunda,
siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecerme más
actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que
riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores, y (pido) desear más de ser estimado
por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este
mundo” (EE 167).
Aquí se ve que el peso del amor a Jesús es lo que glorifica y llena de consuelo el corazón de
Ignacio. Y se ve claro que se trata de un peso cualitativo y gratuito. Si es igual gloria de
Dios sufrir pobreza y persecuciones que tener riqueza y alabanzas, por asemejarse más a
Jesús, prefiere la cruz. La expresión de Ignacio será “vestirse de la vestidura y librea de
Cristo” pobre y despreciado. Revestirse del oprobio del Señor, que es gloria que no brilla,
hace sentir y gustar el peso de su amor.
Desear esto no es posible sin ayuda. Teresita nos enseña cómo buscarla. Impulsada por “el
peso de sus deseos audaces” les pedía a los santos del Cielo que le dieran un Amor doble,
ya que se sentía la más pequeña. Y como ve que no puede reflejar la Gloria de Dios con
grandes obras, promete demostrar su amor con flores, perfumes y cantos al Señor.
Momento de Contemplación
Hna Marta Irigoy MD
Bienaventurados los que, como Pablo, se glorían en las tribulaciones sufridas por anunciar
el Evangelio (2 Cor.1, 2-9). Abundará en ellos la consolación del Padre.
Vamos a quedarnos en esta noche, con las últimas palabras de la Bienaventuranza de Pablo:
Pablo ha hecho memoria de la presencia de Dios durante toda su vida, y por eso cuando
dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? – Rm 8, 35-, tiene como base –su Principio
y Fundamento- la confianza total en la obra de Dios. Pues antes ha dicho:
“Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de
aquellos que él llamó según su designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos
hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los
justificó; y a los que justificó, también los glorificó”. -Rm 8, 28-
Y este saber es comparado a la sabiduría de la vida, de quien aprendió a vivir, y dejo que se
escribiera en ese lugar tan vulnerable y a la vez tan fuerte, que llamamos corazón, que todo
lo que acontece en nuestra existencia tiene como fuente una certeza, que muchas veces no
sabemos descubrir, porque permanece oscura hasta que pasado un tiempo, – ya que muchas
veces las lágrimas nos van limpiando la mirada- vemos con ojos nuevos que Dios camina al
lado del que sufre y consuela al afligido.
Dios consuela. Pone firmeza en nuestros pies, cuando la vida nos hace sentir que el suelo se
hunde. Dios pone suelo firme a nuestros pies y ese suelo firme se llama: confianza…
* Vamos a volver al corazón, para recordar a aquellas personas que han significado en
nuestra vida, un lugar seguro donde hacer pie. Personas que fueron lugar de descanso y
alivio. AGRADECE A DIOS POR ELLAS. Ya que fueron el Rostro de Dios que iluminaba
la oscuridad del camino…
* Vamos a recordar también, aquellas personas a las que por medio del consuelo que nos
venía de Dios, fuimos casa que recibe, manos que acarician, pies que caminan al lado.
REZA POR ELLAS. Ya que te fueron encomendadas por Dios para que la luz que venía de
su consuelo iluminara sus pasos…
-adaptación de Rm 8,35-39-
Momento de reflexión
P. Diego Fares sj
Bienaventurados los que, como Pablo, buscan con sencillez de corazón agradar en todo a
Dios, la Gloria del Señor los llenará de alegría.
El agrado descomplica
¿Por qué le agrada a Dios que deseemos agradarle? Aunque parezca un juego de palabras,
se trata de una clave para comprender de qué hablamos cuando hablamos de “la voluntad
de Dios”. La voluntad de Dios, cuando la planteamos a nivel de conocimiento intelectual,
puede resultar complicada de entender. Y cuando la planteamos a nivel moral puede
resultar difícil y complicada para practicar. En cambio, planteada en términos estéticos,
como lo que al Señor le gusta y le agrada, se vuelve algo sencillo.
El agrado integra
Es que el agrado integra a nivel afectivo lo que es bueno y verdadero. Cuando algo nos
resulta agradable sabemos que encierra una verdad y un bien para nosotros. Por eso,
conocer la voluntad de Dios y cumplirla se pueden sintetizar simple y hermosamente en
“hacer lo que le agrada”.
Jesús es quien nos revela esta clave de su relación con el Padre cuando dice “Yo hago
siempre lo que a Él le agrada” (Jn 8, 29).
El agrado en Pablo
Pablo nos exhorta a vivir en el Espíritu, probando todo y quedándonos con lo bueno. Por
ahí va el camino de la santidad: “Caminen como hijos de la luz, probando (discirniendo)
qué cosa sea agradable al Señor” (Ef 5, 8-10). “A fin de que experimenten lo que es la
voluntad de Dios, cuán buena es, cuán agradable y perfecta (Rom 12, 2). Es que la voluntad
de Dios, antes que nada, es agradable. Serena el ánimo, aclara con su luz mansa la
inteligencia, centra y ordena en paz los afectos del corazón. Los santos, antes que nada, son
personas agradables. Más allá de lo bueno que hacen, resulta agradable vivir cerca suyo.
Hablamos de una agradabilidad evangélica, por supuesto. Una agradabilidad que incluye la
exigencia y la Cruz. Pero, como bien dice el Señor, la Cruz como la llevan los santos, es
“suave y llevadera”.
Si nos animamos a tratar de entrar en relación con Dios nuestro Padre atendiendo sólo a lo
que le agrada, sentiremos inmediatamente la necesidad de mirar y escuchar a Jesús. El
deseo de agradar es tan fuerte en el ser humano, que si no tiene un modelo Absoluto, como
el de Jesús, puede llevar a actitudes erradas (fariseas, neuróticas, narcisistas…). La
sicología descubre un deseo de agradar al padre no bien elaborado en la raíz de muchas
actitudes y prácticas religiosas auto-referenciales. En cambio, si escuchamos y seguimos a
Jesús, con deseo de que nos comunique “sus sentimientos”, su deseo de agradar al Padre
ilumina y va perfeccionando el nuestro. Jesús nos hace mirar las cosas simples, cómo al
Padre le agradan los pequeños, la sinceridad de corazón, el tratar a los otros como
hermanos…
El agrado es algo muy personal. Nos hace mirar más a la reacción de la persona que a las
cosas. Uno nota enseguida cuando alguien nos atiende bien, queriendo agradarnos, y
cuando se nos trata con frialdad o con desprecio. Y a todos nos agrada ser tratados
agradablemente. Por supuesto que con sencillez, en la justa medida. No con ese querer
agradar para luego vendernos algo que impostan los comerciantes. El buscar lo que agrada
al otro, cuando es gratuito y sencillo, hace a lo más humano. Es un regalo y un homenaje a
la persona del otro, que merece ser bien tratada. Jesús expresa esto en la regla de oro del
Evangelio:” traten a los demás como les agrada ser tratados a ustedes”.
El agrado es digno de fe
El criterio estético del agrado no engaña porque hace que uno esté atento al otro y vaya
ajustando su trato de acuerdo al agrado o desagrado que el otro manifiesta. Lo agradable es
el criterio para la charla amistosa, para el cuidado de un bebé o de un enfermo, para el amor
de pareja y de familia… Crear un clima agradable; hacer un programa que agrade a todos;
escuchar con atención de manera que al otro le agrade contar algo…: son expresiones de
esa regla no escrita de la amistad y del amor que llamamos agrado. Por eso es que esa
sencilla regla es la que nuestro Padre quiere que apliquemos en nuestro trato con él. El nos
revela que Jesús es su Hijo predilecto, en quien se complace. Y Jesús nos cuenta en el
evangelio qué actitudes son las que le agradan al Padre: lo primero de todo: la confianza
plena en su Providencia, especialmente que creamos y confiemos en su Hijo amado; esta
confianza se expresa en una oración simple, sin mucho palabrerío y que busca la intimidad
para expresarse al Padre que ve en lo secreto; en la práctica, la confianza en la Providencia
se expresa en compartir nuestros bienes (limosna) y en el perdonar las faltas a los demás
como nosotros hemos sido perdonados. Por último, al Padre le agrada que nos parezcamos
a él, como a todo Padre le agrada que su hijo se parezca a él. Por eso Jesús nos manda que
seamos perfectos en misericordia. El Padre quiere compasión y justicia y no sacrificios y
holocaustos. Esta perfección consiste en llevar a cabo las buenas obras que Él planeó para
que realicemos, de modo que todos lo glorifiquen… A Dios le agrada que lo bendigamos,
lo alabemos y lo glorifiquemos. Pero lo que venimos reflexionando nos muestra el sentido
interior que tienen estas pala-bras que parecen un poco grandilocuentes: la Gloria de Dios –
lo que hace que resplandezca su sonrisa de satisfacción- es que a sus hijos les agrade su
amor y hagan su voluntad líbremente y de corazón.
Pablo precisa muy bien esto de agradar a Dios con sencillez de corazón. Hay dos textos en
las cartas de Pablo, que llaman la atención por estar repetidos casi literalmente. Están
dirigidos a los esclavos que se convertían al cristianismo y venían a encontrarse en una
situación paradójica: la de ser libres en Cristo y seguir siendo esclavos socialmente. Pablo
los libera interiormente recordándoles que tienen que agradar a un solo Amo: Jesús.
“Esclavos, obedezcan a sus amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de
corazón, como a Cristo, no por ser vistos (oftalmodoulian), como quien busca agradar a los
hombres, sino como esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de
buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres” (Ef 6, 5-7). Casi con las mismas
palabras se repite la recomendación en Colosenses 3 22 ss. , clarificando Pablo que: “El
Amo a quien sirven es Cristo” (Col 3, 22 ss.).
Nos detenemos en la palabra que utiliza Pablo “oftalmodoulian”. “Oftalmos”, es “ojo” y
“doulian” servicio. Hacer un “servicio para ser visto” es una expresión muy gráfica para
expresar la fuerza que tiene el deseo de agradar. Lo interesante es que Pablo no dice que
esté mal este deseo de ser vistos y de agradar. Lo importante es tener claro a quién debemos
agradar: nuestro Amo es sólo Cristo. Y a El le agrada que le sirvamos con sencillez de
corazón.
Clarificar mi deseo de agradar
Tener claro a quién busco agradar clarifica todo el panorama del corazón. La aparentemente
compli-cada lucha de afectos y sentimientos que se agitan en nuestro interior, encuentran
fácilmente su sitio si uno se hace esta sencilla pregunta: ¿a quién estoy buscando agradar?
¿A mi mismo? ¿A los demás? ¿A una imagen de mí que viene de lo que le agradaba a mis
padres?
Y en estas imágenes tan humanas es bueno descubrir el por qué de su fuerza. Qué es lo que
hace que el deseo de agradar mueva tan fuertemente nuestro corazón? Es que nuestro ser
mismo en lo más personal se construye atraído por una imagen: la de Jesús, a cuya imagen
hemos sido creados. Somos seres creados a imagen de otro y por eso buscamos en los otros
nuestra imagen. Necesitamos que otros (Otro) nos revele quiénes somos, quiénes podemos
ser. Nos atrae la imagen que Dios tiene de nosotros, que es Él mismo, ya que estamos
hechos a su imagen y semejanza.
El deseo de agradar uno mismo –en el fondo de ser amado por uno mismo- es el más
profundo en el ser humano. Y Jesús hace que no se estanque en “agradabilidades” parciales
y relativas. Lo impor-tante es que este deseo crezca dialogalmente, en la reciprocidad que el
mismo verbo indica con su doble sentido (agradar puede significar tanto ser agradable
como brindar agrado). Es el estancamiento del agrado lo que trae problemas. Un agrado
dinámico, armónico, abierto e inclusivo, que buscar salir de sí gratuitamente y recibir
gratuitamente, es un agrado que hace crecer en humanidad.
El deseo de agradar al Dios siempre más grande y más bueno lleva tanto a “agradar” a los
otros más que a uno mismo como a “desagradar” a los otros si está en juego la mayor gloria
de Dios. Pablo ex-presa ambas situaciones: por un lado no busca su propio agrado sino, en
cuanto de él depende, busca lo que le agrada al prójimo: “Nosotros, los fuertes, debemos
sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro propio agrado. Que cada uno de
nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación; pues tampoco
Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes de los que te
ultrajaron cayeron sobre mi (Rm 15 1-3). Es lo que él llama “hacerse todo a todos para
ganarlos para Cristo”: “Me es-fuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio
interés, sino el de la mayoría, para que se salven. (1 Cor , 31-33). Sin embargo, no se trata
de hacerse el simpático a toda costa. Hay veces en que agradar a Dios implica no tener en
cuenta si le cae bien a la gente o no: “Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para
confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios
que examina nuestros cora-zones” (1 Tes 2, 4 ss.). “Porque ¿busco yo ahora el favor de los
hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de
agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (Gal 1, 10).
Se trata de un texto clave en el que Ignacio revela un segundo paso del “principio y
fundamento” que Dios puso a su vida espiritual. El deseo de agradar a Dios se le manifestó
primero cuando se le abrie-ron los ojos y distinguió la diferencia entre la alegría que le daba
la lectura de las aventuras de los libros de caballería (alegría que cesaba apenas cerraba el
libro) y la alegría que experimentaba al leer la vida de los Santos y de Cristo (alegría que
permanecía). La agradabilidad de Dios se le revela comparativamente como “mayor”.
En este otro pasaje, Ignacio nos muestra cómo ese fervor que Dios le despertó en el alma, y
que primero se tradujo en deseo de hacer cosas grandes (debido a su natural vanidad y
deseo de agradar a los hombres) y en disgusto por sus pecados, encuentra pronto su centro
más profundo en un sencillo “deseo de agradar y complacer solo a Dios”. Este deseo le
modera todo lo demás, tanto que se acuerda poco de sus pecados y aunque siempre
permanecerá el deseo de hacer cosas grandes por servicio de Dios, estas cosas grandes no
serán sólo exteriores sino también interiores: grandes no en otra cosa sino en servicio y
amor.
Ignacio cuenta esto para mostrar cómo hace Dios nuestro Señor cuando quiere formar a una
persona que es como ciega en las cosas espirituales. Retomamos aquí lo de Teresita, que la
sencillez no es sólo perfección final de la vida espiritual sino su comienzo. La vida
espiritual comienza sencillamente y se retoma siempre sencillamente, cada día.
El Señor trabaja con los deseos de Ignacio, con su afectividad (que es la integración de
inteligencia y sensibilidad y de voluntad y sentimientos). Le hace gustar y sentir con todo
su afecto, grandes deseos de servirle en todo lo que le vaya mostrando. Esto significa que el
Señor hace sentir su Persona, por encima de las cosas. Y de aquí viene lo del agrado.
Ignacio dice que Dios le hace sentir deseo de agra-darle y complacerle en todo.
Podríamos decir que hace ver cómo le imprimió Dios el deseo de su mayor Gloria, cosa que
sería determinante en toda su espiritualidad. Ignacio hace notar que Dios le da esta gracia
de buscar agradarle y complacerle a Dios y de poner toda su intención en su Gloria antes de
darle otras gracias y más allá de la preocupación por sus pecados.
Como si le hubiera infundido el fin último de la vida –la Gloria de Dios- a manera de un
Principio y Fundamento. Todo lo demás vino por añadidura.
Ahora bien, lo lindo es conectar la mayor Gloria de Dios, que suena como algo muy
grande, con el sencillo deseo de agradar a Dios y de complacerlo. Este deseo comienza a
ocupar el corazón del peregrino y atrae y concentra todas sus fuerzas espirituales como un
imán poderosísimo, en la Persona de Jesús, despejando la mente de Ignacio de toda
vanagloria, de todo escrúpulo por sus pecados y de toda complicación espiritual.
En el cristianismo todo es personal, nada es anónimo ni estandar. El amor se expresa más
en el agrado con que se hacen las cosas que en el peso que tienen como contenido. Por eso
le agradan tanto a Jesús las dos moneditas de la viuda… El gusto que se siente cuando se da
uno entero se transmite a las cosas que uno ofrece y las hace de una calidad superior. La
contraimagen es el fariseísmo, que busca agradar con prácticas externas sin entregar el
corazón. Es auto-agrado y auto-glorificación. Al Señor le disgusta tanto el fariseísmo
porque suplanta lo más auténtico del corazón del hombre: su deseo de agradar a Dios como
un hijo agrada a su Padre.
Momento de contemplación
La bienaventuranza de Pablo, de hoy, nos pone frente a la misión que se nos ha confiado
en la vida: la hermosa tarea de hacer felices a los demás.
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta
el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de
Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus
manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el
manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y
empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la
cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies
a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero
después lo comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús
le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte” … Después de haberles
lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: « ¿Comprenden lo que acabo
de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo
soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben
lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo
hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado
más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las
practican (Jn.13).
Practicar estas cosas, primero nos lleva a ahondar en porqué Jesús obraba así. Su estilo
de vivir, sólo para los demás, tiene en Él como única fuente al Padre, que en el momento de
su Bautismo, hablo diciendo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi
predilección» (Mc.9, 11).
André Louf, monje cisterciense, dice en su libro: “El Espíritu ora en nosotros”:
La noción bíblica de voluntad de Dios está muy lejos de este modo de hablar. Lo que se
tradujo en la Biblia, por voluntad y beneplácito, tiene por sentido: aspiración, deseo, amor,
alegría… El amor –voluntad- de Dios reposa sobre el pueblo de su beneplácito…
Por lo tanto, el Padre da testimonio del hecho de que la plenitud de su voluntad –en el
sentido de amor, deseo, alegría- reposa en su Hijo Amadísimo…”
Así, Jesús mismo es el lugar por excelencia donde Dios se revela, el hombre en quién, el
deseo, el amor y la voluntad del Padre se hacen manifiestos. Jesús es la epifanía –
manifestación- de la alegría de su Padre…
PARA CONTEMPLAR
Nos quedamos mirando nuestra vida cotidiana y desde ella, podemos preguntarnos:
En silencio contemplativo pido vivir en sencilla y constante búsqueda, lo que más me hace
parecido/parecida a Jesús, en este momento de mi vida. Para que, la Gloria del Señor me
llene de la VERDADERA ALEGRÍA.
Las primeras generaciones cristianas cuidaban mucho la alegría. Les parecía imposible
vivir de otra manera. Las cartas de Pablo de Tarso que circulaban por las comunidades
repetían una y otra vez la invitación a «estar alegres en el Señor».
El evangelio de Juan pone en boca de Jesús estas palabras inolvidables: «Os he hablado…
para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena».
¿Qué ha podido ocurrir para que la vida de los cristianos aparezca hoy ante muchos como
algo triste, aburrido y penoso? ¿En qué hemos convertido la adhesión a Cristo resucitado?
¿Qué ha sido de esa alegría que Jesús contagiaba a sus seguidores? ¿Dónde está?
El secreto de esta alegría está en otra parte: más allá de esa alegría que uno experimenta
cuando «las cosas le van bien». Pablo de Tarso dice que es una «alegría en el Señor», que
se vive estando enraizado en Jesús. Juan dice más: «es la misma alegría de Jesús dentro de
nosotros».
La alegría cristiana nace de la unión íntima con Jesucristo. Por eso no se manifiesta de
ordinario en la euforia o el optimismo a todo trance, sino que se esconde humildemente en
el fondo del alma creyente. Es una alegría que está en la raíz misma de nuestra vida,
sostenida por la fe en Jesús.
Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento que hay en el mundo, pues es la alegría
del mismo Jesús dentro de nosotros. Al contrario, se convierte en principio de acción contra
la tristeza. Pocas cosas haremos más grandes y evangélicas que aliviar el sufrimiento de las
personas contagiando alegría realista y esperanza.
Momento de reflexión
Diego Fares sj
Bienaventurados los que, como Pablo, aún siendo libres se hacen servidores de todos por el
Evangelio (1 Cor 9, 19). Encontrarán por el camino infinidad de amigos.
Timoteo, Epafrodito, Sosípater…, hay que convenir que los nombres de los colaboradores
de Pablo nos suenan extraños, como suele suceder con los nombres de las personas de otras
culturas. Sin embargo, detrás de esos nombres hay rostros de gente buena, simpática y fiel:
son los compañeros y colaboradores de Pablo, su equipo apostólico, sus compañeros de
misión y amigos en el Señor. Si uno se fija con atención es notable el grupo de
“compañeros y colaboradores” con que Pablo se mueve.
El Apóstol utiliza poco el término “amigo”. Más bien utiliza “compañero” (koinonos) y
sobre todo “colaboradores” (synergos) y consiervos en Cristo (syndoulos). La amistad y el
compañerismo en Pablo se definen en relación al servicio del Evangelio. Pablo se considera
a sí mismo “Siervo (esclavo) de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el
evangelio de Dios” (Rm 1, 1). Pablo es un “servidor del evangelio de Cristo” (Rom 15, 16).
Pablo es muy radical y no habla de “amistad” que no sea en Cristo: “Si yo todavía estuviera
tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal 1, 10). Su postura es: “Ya
no conocemos a nadie según la carne” (2 Cor 5, 16). Pero, por eso mismo, aquellos a
quienes conoce en Cristo y con quienes comparte el servicio del evangelio se convierten en
amigos entrañables.
Veamos a algunos de sus amigos en el Señor: Timoteo, en primer lugar: “Les enviamos a
Timoteo, nuestro hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro en el evangelio de
Cristo, para confirmarlos y exhortarlos en su fe” (1 Tes 3, 2). Para Pablo, Timoteo es
alguien que “como un hijo junto a su padre ha servido conmigo en favor del Evangelio” (Fil
2, 22).
Son también amigos queridos, colaboradores y compañeros, Tito, Urbano, Filemón…: “En
cuanto a Tito, él es mi compañero y colaborador entre ustedes” (2 Cor 8, 23); “Saluden a
Urbano, nuestro colaborador en Cristo Jesús, y a Estaquis, querido amigo mío” (Rm 16, 9).
“Pablo, prisionero de Jesucristo, y el hermano Timoteo, al querido amigo Filemón,
colaborador nuestro” (Filem 1, 1). Epafrodito es llamado también compañero de milicia, en
el sentido de que servir al evangelio conlleva lucha: “Creí necesario enviarles a Epafrodito,
mi hermano, colaborador y compañero de milicia, quien también es su mensajero y servidor
para mis necesidades” (Fil 2, 25).
Un término lindo que utiliza Pablo es el de “consiervos”, esclavos en común del evangelio:
“En cuanto a todos mis asuntos, os informará Tíquico, nuestro amado hermano, fiel
ministro y consiervo en el Señor” (Col 4, 7). “Epafras, nuestro consiervo amado, que es un
fiel ministro de Cristo para ustedes” (Col 1, 7).
Este término, “consiervos”, sintetiza tres cosas, la primacía de Cristo de quien son esclavos
y servidores, el servicio del evangelio y el hecho de compartirlo como amigos y
compañeros.
Teniendo en cuenta esto destacamos algunas cualidades de este servicio del evangelio que
son al mismo tiempo características de la amistad:
Igualdad
En primer lugar, la supremacía de Cristo no deja lugar a disensiones, lo cual es como la
contracara de la amistad: “Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy de Apolo»,
¿no proceden al modo humano?
¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?… ¡Servidores, por medio de los cuales ustedes han
creído” (1 Cor 3, 4-5).
El ser todos servidores, en pie de igualdad, implica y favorece la amistad. Una igualdad sin
celos sólo puede darse entre amigos!
Fidelidad
Compartir sufrimientos
La fidelidad al evangelio conlleva “soportar juntos como amigos “los sufrimientos por el
evangelio”, como le dice Pablo a su hijo Timoteo (Cfr 2 Tm 1, 7-11)
No ser gravoso
“A otras Iglesias despojé, recibiendo de ellas con qué vivir para servirles. Y estando entre
ustedes y necesitado, no fui gravoso a nadie” (2 Cor 11, 8-9).
Sinceridad
“Todo cuanto hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres,
conscientes de que el Señor les dará la herencia en recompensa. El Amo a quien sirven es
Cristo” (Fil 3, 23-24).
Alegría
La alegría es la característica que muestra que uno está realizando el servicio que Dios
quiere: “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues:
Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 7-13).
“Les damos a conocer, hermanos, la gracia que Dios ha otorgado a las Iglesias de
Macedonia (que hicieron la colecta). Pues, aunque probados por muchas tribulaciones, su
rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad. Porque
atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente nos
pedían con mucha insistencia la gracia de participar en el servicio en bien de los santos” (2
Cor 8, 2-8). Vemos así que en Pablo, el servicio del evangelio genera colaboración y
amistad crecientes y esta amistad en el Señor hace que el servicio sea más eficaz e
inclusivo.
En Ignacio amistad y servicio configuran un círculo virtuoso. Los Ejercicios tienen por
fruto una gracia de amistad en el Señor que se traduce en el servicio y en la ayuda a las
almas. A su vez, el servicio del Evangelio nos va haciendo cada vez mejores amigos en el
Señor.
Amigos en el Señor
“Amigos en el Señor” es una frase que escribió San Ignacio a Juan de Verdolay, amigo
laico de Barcelona en 1537: “De Paris llegaron aquí, mediados de enero, nueve amigos en
el Señor”. Con San Ignacio, estos nueve amigos, formarían el grupo de los diez que
fundaron la Compañía de Jesús en 1540.
Al final de los Ejercicios, en la última regla para “sentir con la Iglesia”, Ignacio pone una
frase que sintetiza su espiritualidad: “sobre todo se ha de estimar el mucho servir a Dios
nuestro Señor por puro amor” (EE 370). Jesús es para Ignacio, fundamentalmente Amigo y
Compañero. Esto, que cuando uno lo piensa bien suena inusitado, es pura gracia, pero
gracia correspondida.
Veamos los tres textos de los Ejercicios en que Ignacio utiliza la palabra amigo.
Amistad y perdón
Con Jesús se conversa “como un amigo habla a otro” (EE 54), porque vino “a hacerse
hombre … y a morir por mis pecados” (EE 53). Ignacio piensa la redención y el perdón de
los pecados en términos de amistad: lo que mi Amigo a hecho por mí y lo que yo debo
hacer por mi Amigo.
Amistad y seguimiento
El Sumo Capitán, en la meditación de Dos Banderas, llama a todos “sus siervos y amigos”
y los envía a la tarea de ayudar a las almas (EE 146). El que llama no es un Señor lejano
sino el Rey Eternal que quiere “conquistar a sus enemigos” (convirtiéndolos en amigos) y
que invita así: “quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome
en la pena también me siga en la gloria” (EE 95). Así pues, el seguimiento y la lucha
espiritual se viven en un clima de estrecha amistad con Cristo. Hay un pasaje muy lindo
que confirma este estilo de Jesús. Se trata del primer punto de la contemplación de la
Transfiguración. Allí Ignacio dice: “tomando en compañía Christo nuestro Señor a sus
amados discípulos Pedro, Jacobo y Juan, transfigurose y su cara resplandecía como el sol y
sus vestiduras como la nieve” (EE 284).
Amistad y discernimiento
Amistad y servicio
La amistad que se consolida en medio del servicio del Evangelio es una amistad fiel y
abierta. Una amistad que lleva a la alabanza y a la reverencia para con el Padre y a
incorporar a otros muchos en un mismo servicio y amistad, sin celos ni competencias. Es
bueno unir estas cosas: servicio, adoración y amistad con muchos.
La amistad abierta a muchos, amistad que incorpora gente, es la piedra de toque del
verdadero servicio evangélico. Si se sirve a los más pobres y se da gloria y alabanza a Dios
no puede estar ausente una amistad alegre y abierta entre los convocados. Los celos, las
envidias, la competencia, el resentimiento, las distancias, las suspicacias, los chismes, la
descalificación, la lucha por espacios de poder, el ver la paja en el ojo ajeno, el no perdonar
las deudas chicas, el condenar al hijo pródigo y no querer que vuelva, el pescar infraganti a
los pecadores y hacerlo público, el no juntarse con los publicanos… son todas señales de
que el servicio a los más pobres necesita ser purificado porque esconde una búsqueda de sí
mismo (o un escape de sí mismo, que es lo mismo).
En Ignacio, el servicio va unido a la alabanza al Padre: “el hombre es creado para alabar,
hacer reverencia y servir (por puro amor y para mayor gloria de Dios)” (EE 23).
La oración, al igual que cualquier tarea, se hace pidiendo “gracia a Dios nuestro Señor, para
que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y
alabanza de su divina majestad, para poderlo “mucho servir por puro amor” (EE 46).
El servicio no teme a las humillaciones
En la Contemplación para alcanzar amor Ignacio expresa cómo el poder “en todo amar y
servir” brota de un conocimiento interno de tanto bien recibido. “Pedir lo que quiero; será
aquí, pedir conocimien¬to interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente
recono¬ciendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad (EE 233).
Esto es propio de la amistad, que siente interiormente cuánto ha recibido del amigo en el
mismo momento en que el otro requiere algún servicio o ayuda y por eso responde
espontáneamente con mucho amor.
En síntesis podemos ver que tanto Pablo como Ignacio unen servicio y amistad de manera
tal que se potencian y mejoran entre sí. Una amistad sin servicio es amiguismo. Un servicio
sin amistad, eficientismo. En cambio el servicio por amistad es eficaz y la amistad que se
orienta al servicio se consolida y crece.
Momento de Contemplación
Bienaventurados los que, como Pablo, aún siendo libres se hacen servidores de todos
por el Evangelio (1 Cor 9, 19). Encontrarán por el camino infinidad de amigos.
En los EE, hacemos una petición a partir de la Segunda Semana, en donde pedimos
“conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le
ame y le siga /sirva”, es decir, pedimos al Señor conocerlo, para luego imitar sus
sentimientos y descubrir el llamado que nos hace. Por lo tanto, podemos decir que los EE
siempre son de “seguimiento”. Seguimiento que tiene su Principio y Fundamento en el el
mandamiento del amor:
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay
amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo
que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su
señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No
son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para
que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (Jn 15, 12-17).
El texto de Eloi Leclerc, nos puede ayudar a descubrir este modo simple y a la vez
extraordinario, de hacer conocer más a Jesús, como él mismo se nos dio a conocer y a
través del gesto de nuestra amistad, hacer que todos los hombres descubran que son amados
por el Padre.
-La cosa más urgente- dijo Francisco- es desear tener el Espíritu del Señor. Él solo puede
hacernos buenos, profundamente buenos, con una bondad que es una sola cosa con nuestro
ser más profundo.
-El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres, pero ¿has pensado ya lo que es
evangelizar a los hombres? Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “Tu también eres
amado de Dios en el Señor Jesús”. y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo
pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él
algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba y que se despierte así a
una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo
más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin
condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas. Es preciso ir hacía los
hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un campo de lucha por la
riqueza y el poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades les ocultan el Rostro de Dios.
Es preciso, sobre todo, que al ir hacia ellos no les aparezcamos como una nueva especie de
competidores. Debemos ser en medio de ellos testigos pacíficos del Todopoderoso,
hombres sin avaricias y sin desprecios, capaces de hacerse realmente sus amigos. Es
nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados
de Dios y salvados en Jesucristo.
El sol había caído detrás de los montes y bruscamente había refrescado el aire, el viento se
había levantado y sacudía los árboles, era ya casi de noche y se oía subir de todas partes el
canto ininterrumpido de las cigarras”.
Gustemos en silencio contemplativo este texto, y hagamos memoria de todos los que a
través de su sencilla y profunda amistad, nos revelaron el Amor de Dios.
Terminemos cantando juntos: Tengan los sentimientos de Jesús.
Momento de Reflexión
Diego Fares sj
En su carta a los Filipenses, Pablo agrade-ce a los cristianos por la ayuda económica que le
hicieron llegar al recibir noticias de que estaba preso. Y en la carta sale a la luz con mucha
fuerza su libertad de espíritu: cómo ha “aprendido a hacer frente a cualquier situación”.
“Yo aprendí a bastarme con lo que tengo. Sé vivir con estrechez y sé también nadar en la
abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de
sobra como a no tener nada. Para todo siento fuerzas en Aquel que me conforta” (Fil 4, 11-
12).
Las expresiones de Pablo tienen sus matices: Pablo dice que ha aprendido a “bastarse” a
“contentarse” (autarkes) “en lo que esté”, “en la situación que le toque vivir”. “Autarkes”
literalmente significa ser “autosuficiente” y, generalmente, autosuficiencia suena a orgullo
o a vanidad. Pero no es en este sentido que usa Pablo la palabra: él habla de un bastarse a sí
mismo “con lo que ven-ga” porque “encuentra fuerzas para todo en Aquel que lo conforta”.
Contentarse y encontrar fuerzas en Otro, en “Jesús que lo conforta”, no es algo automático,
algo que Pablo posea de ma-nera tal que nada lo afecte. Al contrario, a Pablo le afectaba
todo (“Quién desfallece sin que des-fallezca yo” 2 Cor 11, 29). De lo que se trata es de ese
ejercicio de confortarnos en Cristo, por el cual, cuando algo nos ata ─ un temor, una cul-pa,
una necesidad, una ansiedad…─ nos libera-mos interiormente atándonos sólo al
mandamiento de permanecer en el amor.
Es muy iluminadora la carta a Timoteo en cuanto al sentido de esta “autosuficiencia en la
fe”. Pablo le habla a Timoteo de los que están “ávidos de discusiones y vanas polémicas” y
dice que pretenden hacer de la “piedad” (de lo religioso) fuente de ganancia”, y agrega: “Es
verdad que la piedad reporta grandes ganancias, pero si va unida al “desinterés”
(autarkeias), al saberse contentar con lo que se tiene sin avaricia. Porque la avaricia es la
raíz de todos los males” (1 Tm 6, 4-10).
Desinterés, contentarse, bastarse… son los significados de esta libertad interior que
conforta, cuyo contrario es la esclavitud de la avaricia que lleva a ambicionar más y más.
Esta avaricia tiene una cara “pasiva”, por así decirlo, que es el descontento, el no sentirse
nunca satisfecho con lo que el Señor nos da.
Este avaricia pasiva o descontento consiste en andar esclavos de la queja, disconformes con
la situación que nos toca vivir en el presente. En la Iglesia y en la comunidad es frecuente
esta tentación, que parte de los “habría que…”, de “lo que me hicieron” o de “lo que nadie
hace”… con todos los etcéteras. Es fuente de desánimo y de inquietud.
Lo contrario es la alegría de poder servir al Señor y al evangelio en la situación tal como se
da: comulgando, serenamente, con el momento presente.
Pablo no dice que pueda “cambiar” toda situación de mala en buena. Ni siquiera le interesa.
Sí le interesa “estar contento” de poder cumplir su misión evangelizadora en la situación en
que le toque, seguro de que siempre encontrará fuerzas en Aquel que lo conforta. Esta
gracia transforma a Pablo en alguien manso y amable de corazón (prautes), él, que era
naturalmente de carácter apasionado e impulsivo (Cfr. Col 3, 12 y Tit 3, 2). Así pues, no se
trata de que el Señor nos libre de todas las cosas malas, sino de que siempre nos conforte
interiormente.
En el Principio y Fundamento de sus Ejerci-cios Ignacio nos hace pedir la gracia de “hacer-
nos indiferentes”. Supone que un cristiano no está siempre indiferente. Todo lo contrario, es
propio del cristiano apasionarse por las cosas, especialmente por aquellas que el Señor le
encomienda. Y sin embargo, debe estar siempre dispuesto a rever en Dios todas aquellas
cosas en las que hay libertad y que no están prohibidas. Un buen ejemplo nos lo da el Padre
Ribadeneira contando la reacción de Ignacio ante la perspectiva de la desaparición de lo
que más amaba: la Compañía de Jesús:
“Estando una vez Ignacio enfermo, le avisó el médico que no diese lugar a tristeza ni a
pensamientos penosos. Y, con esta ocasión, comenzó a pensar atenta-mente dentro de sí
qué cosa le podría suceder tan desabrida y dura que le afligiese y le turbase la paz y sosiego
de su alma. Y, habiendo vuelto los ojos de su consideración por muchas cosas, una sola se
le ofreció (la que tenía más metida en sus entrañas): y era si, por algún caso, nuestra
Compañía se deshiciese. Pasó más adelante, examinando cuánto le duraría esta aflicción y
pena en caso que sucediese; y le pareció que, si esto aconteciese sin culpa suya, dentro de
un cuarto de hora que se recogiese y estuviese en oración, se libraría de aquel desasosiego y
se tornaría a su paz y alegría acostumbrada. Y aún añadía más: que tendría esta quietud y
tranquilidad, aunque la Compañía se deshiciese como la sal en el agua. Que es señal
evidente de cuán arraigado estaba su corazón en Dios, y cuán conforme con la divina
voluntad en todo”.
Se ve bien en este ejemplo lo que es la gracia de la libertad interior y ese “sentir fuerzas en
todo en Aquel que nos conforta”.
Otro ejemplo nos lo cuenta el Padre Cámara:
“Estando, pues, el 23 de Mayo de 1555, día de la Ascensión, en una habitación con el
Padre, él sentado en el apoyo de una ventana y yo en una silla, oímos repicar la señal que
anunciaba la elección del nuevo Papa; y, a los pocos momentos, vino el aviso de que el
electo era el propio cardenal teatino Carafa, que tomó el nombre de Paulo IV. Al recibir
esta noticia, el Padre experimentó una notable conmoción y alteración en el rostro; y, según
supe después (no recuerdo si por él mismo o por Padres antiguos a quienes él lo había
contado) se le estremecieron los huesos del cuerpo. Se levantó sin decir una palabra, y entró
en la capilla. Y, muy poco después, salió tan alegre y contento, como si la elección hubiera
sido muy a su gusto. Y, como el Papa fue muy mal recibido y se murmuraba de él en
Roma, por ser allí considerado como excesivamente riguroso, comenzó al punto el Padre a
fijarse y a descubrir las cualidades y buenas obras que en él se podrían observar, y después
las contaba a cuántos le hablaban de él”.
Momento de Contemplación
La Bienaventuranza de Pablo, con la que hoy vamos a iluminarnos en el Taller, nos trae a
la memoria, una de las Bienaventuranzas más lindas que enseño y vivió Jesús: “Felices los
mansos porque recibirán la tierra en herencia”- Mt.5, 4- y hace resonar en el corazón, su
enseñanza sobre el secreto de su serenidad: “Aprendan de mí, porque soy paciente y
humilde de corazón, y así encontrarán alivio”- Mt.11,29-.
Piet van Breemen tiene un escrito muy hermoso, sobre la mansedumbre, al que tituló: “La
Prautes”:
“La palabra “prautes”, podría servir como resumen de las ochos Bienaventuranzas. Y lo
mismo se puede decir de los frutos del Espíritu Santo que Pablo enumera en Gálatas 5,22:
“El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza”. Tampoco estas son nueve cualidades aisladas, sino nueve
expresiones del mismo Espíritu que, cuando se combinan, retratan a un cierto tipo de
hombre y de mujer, la imagen autentica de un discípulo de Cristo, un Cristiano.
La mejor traducción bien podría ser “con un corazón apacible”, lo que sugiere ausencia de
agitación. La “prautes” describe a la persona que irradia serenidad.
La verdadera serenidad consiste en la ausencia de preocupación. Es la paz de saberse
aceptado por Dios tan como se es y abandonarse a su amor. Es descansar seguro con
Dios en autentica intimidad con Él, sin lucha ni tensión”.
Aprovechando la Fiesta de Pentecostés, vamos a pedir con fuerza al Espíritu Santo, para
que nos traiga sus dones y sus frutos, y así como Pablo podamos decir:
“Sé vivir con estrechez y sé también nadar en la abundancia; estoy hecho absolutamente a
todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Para todo
siento fuerzas en Aquel que me conforta” (Fil 4, 11-12).
¿Cómo llega a decir esto Pablo?. Porque se sabía creado, amado y aceptado por Dios, es
su Verdad.
También nosotros, desde esta experiencia, podemos lograr sentirnos libres. Cuando
hacemos experiencia del Dios Creador, que soñó nuestra vida y la va “artesanalmente”
trabajando con sus Manos, a través de acontecimientos diarios, logramos la paz, la
serenidad, la mansedumbre, al “comulgar con el momento presente”.
El secreto de Pablo, fue dejarse habitar y conducir por el Espíritu Santo, que hizo de él, un
hombre libre que pudo ante las situaciones de carencia y abundancia vivir, confiado como
hijo en las manos del Padre y apasionado por dar a conocer la verdadera vida en el
Espíritu que hace que cada hombre y cada mujer, pueda vivir en libertad.
Momento contemplativo:
Pido al Señor que me regale interiormente, el Espíritu para saberme creatura soñada desde
siempre, para vivir en las Manos artesanas del Padre. Manos que sostienen, cuidan y hacen
vivir en libertad.
Momento de Reflexión
Diego Fares sj
Bienaventurados los que, como Pablo, consideran todo como basura ante la
sublimidad del conocimiento de Cristo (Fil 3, 7). Vivirán la inquietud serena de la
continua búsqueda.
Otra señal de verdadero conocimiento de Jesús es el lugar que pasan a ocupar las otras
cosas. Para Pablo el conocimiento del amor de Jesús lo es todo. En Jesús se esconden todos
los tesoros de la Sabiduría y de la ciencia. Ante la sublimidad del conoci-miento de Jesús,
todo lo demás es “desecho”:
“Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún:
juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en
él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la
justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el poder de su resurrección y
la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de
llegar a la resurrección de entre los muertos” (Fil 3, 7-11).
Es también muy significativo cómo el conocimiento de Jesús cambia nuestra valoración del
tiempo. Escuchemos a Pablo:
“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si
consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no
creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a
lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me
llama desde lo alto en Cristo Jesús” (Fil 3, 12-14).
El Jesús futuro pesa más que el Jesús pasado, si se puede hablar así. Y esto gracias a que el
Jesús pasado ya nos “alcanzó” y nos salvó. Fundamentados en esta gracia podemos
lanzarnos hacia delante sin miedo, olvidando lo ganado y poniendo nuestra esperanza en
ganar muchísimo más. Por eso hablamos de una “inquietud serena”, de una búsqueda que
impulsa siempre hacia adelante, pero sin angustias. Por el contrario, es la experiencia de la
gracia, del sentirse totalmente perdonado e incluido en la Redención del Señor, lo que lo
lleva a desear siempre más y más. Su búsqueda es respuesta a un don sin medida ni
merecimiento. De ahí la paz con que se “inquieta” bien. En Pablo, así como todo es gracia y
el pasado está bajo el perdón inagotable de Dios gracias a Jesús, así toda Gloria futura le
pertenece a Cristo y no hay nada de qué gloriarse si no es en el Señor.
Esto lo lleva a vivir un presente de pura entrega (que supone amor a la cruz), ya que se
mueve en la seguridad de haber sido amado primero y de que será inimaginablemente más
amado después:
“Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos
a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los
llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. (…)
Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido
Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha
escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se
gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios
para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que,
como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor (1 Cor 1, 22-31)
Podemos decir que para Pablo la señal del verdadero conocimiento del Señor radica en la
cruz. Lo único que quiere conocer Pablo es a Jesús crucificado. Paradójicamente su no
querer saber sino a Cristo crucificado brota de una experiencia fortísima del Cristo
resucitado. Al experimentar el poder del Señor resucitado se le impone una respuesta de
lealtad ante el Señor crucificado (en la aceptación de las cruces que a él y a sus seres
queridos les tocan). La sabiduría de Pablo es sabiduría de la cruz, porque gracias a la cruz
podemos experimentar la gracia del perdón y de la nueva vida en el Espíritu.
En Ignacio se dan las mismas señales de verdadero conocimiento de Jesús que en Pablo.
Poder saborear el deseo de comunicar el conocimiento de Jesús más y más fue una gracia
que Ignacio experimentó al mismo tiempo que hacía sus Ejercicios en Manresa. Cuando
Ignacio descubre el amor de Cristo lo primero que surge en él es el deseo de comunicarlo.
De ese deseo de “ayudar a las almas” brotan los Ejercicios espirituales. Ignacio se
considera servidor de todo aquel que quiera aprender a conocer la voluntad de Dios en su
vida.
Considerar que el amor de Jesús es un tesoro inagotable y que poder saborearlo es el mayor
regalo es algo de lo que Ignacio fue siempre conciente. Se lo expresaba al que había sido su
confesor en Alcalá, Manuel Miona, contándole que los Ejercicios Espirituales que él
acababa de dar a sus compañeros en París, eran
“todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para poderse
aprovechar a sí mismo como para poder ayudar y aprovechar a otros muchos”, y que por
eso ‘os pido que os pongáis en ellos’”.
Para Ignacio los Ejercicios son el mejor regalo que le puede hacer a una persona, porque
son un instrumento privilegiado para transmitir el conocimiento interno del Señor de
manera eficaz.
El que todo sea “basura” ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, en Ignacio se
traduce en el “hacernos indiferentes”, en no querer más vida larga que corta, salud que
enfermedad, buena fama que deshonras”. Sólo le importa querer y desear “lo que más
conduce al amor de Dios: a la alabanza, a la reverencia y al servicio”.
La dinámica del “lanzarse hacia adelante” de Pablo, en Ignacio se expresa con el Magis. En
la segunda semana de Ejercicios nos propone contemplar la vida del Señor y nos hace pedir
la gracia del “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que
más le ame y le siga”( EE 104). Para Ignacio Dios es siempre Mayor y conocer a Jesús es
amarlo y seguirlo más.
El “no creer que uno ya ha alcanzado todo lo que Dios tiene para darnos” es el supuesto de
los Ejercicios: el Señor siempre tiene más para darnos: desea dársenos todo lo posible de
acuerdo a nuestra capacidad de recibirlo, como dirá en la contemplación para alcanzar
amor:
“Ponderando con mucho afecto cuanto ha hecho Dios nuestro Señor por mí, y cuanto me ha
dado de lo que tiene, y consecuentemente el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede,
según su ordenación divina” (EE 234).
Por último, el poder saborear con amor la cruz, es también para Ignacio “la señal” del
conocimiento verdadero del amor de Jesús. Es lo que lo lleva, cuando es igual el servicio y
la gloria divina, a desear y elegir imitar a Jesús en sus sufrimientos y humillaciones, por
más parecerse a Él, por puro amor de agradecimiento y amistad.
Momento de Contemplación
“Bienaventurados los que como Pablo, consideran todo como basura ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo…
Queremos en este día, dejarnos enseñar por Pablo e Ignacio, a través, de su experiencia, a
conocer al Señor. Tanto San Pablo como San Ignacio, son dos personas que se han dejado
seducir por la Persona de Jesús. Los dos, hablan de conocer al Señor, como lo que hace
posible crecer en el vínculo amoroso y por lo tanto vital, con Jesús. Es un conocimiento que
se hace búsqueda continua…
San Ignacio, nos hace pedir, en cada contemplación de la Vida del Señor: EE 104
Momento de contemplación:
Conocimiento, que es interior, que se da en el corazón, por eso tiene una fuerza que nos
moviliza a querer conocerlo más…
Este texto del Padre Arrupe, sj, nos puede dejar deseos de seguir conociendo mas a Jesús y
no tener miedo a tener cada vez mas sed de Él…
Es lo que hace que vivas la vida, las relaciones personales y la relación con las cosas….
de manera distinta: al Estilo de Jesús.
Con Él y como Él
Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una perdida ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor …
Por Quién perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo…
Quien ya me dio alcance …
Es decir…
Enamórate!
Permanece en el amor!
Momento de Reflexión
Diego Fares sj
Te basta mi gracia…
Bienaventurados los que, como Pablo, saben que llevan un tesoro en vasijas de barro.
Descubrirán el poder extraordinario que viene de Dios.
No se trata de que Pablo tenga una visión ingenua de la naturaleza humana. Por el
contrario, Pablo afirma que somos “recipientes de barro”, lo cual acentúa más aún el
valor del tesoro de gracia que llevamos:
“El mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en
nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el
rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca
que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4, 6-7).
Ignacio tampoco simplifica lo difícil que resulta recibir y poner en práctica la gracia.
De hecho, son necesarios los Ejercicios Espirituales con toda su sabiduría y lo que
conlleva practicarlos cada año para poder “ordenar” nuestros afectos. Es más,
Ignacio siente que “es todo impedimento” con respecto a la acción de la gracia. Sin
embargo, sentirse tan pequeño y miserable no sólo no le quita la alegría, sino que por
el contrario, paradójicamente, se la aumenta. Como bien le dice a San Francisco de
Borja:
“Yo para mí me persuado que, antes y después, soy todo impedimento; y de esto siento
mayor contentamiento y gozo espiritual en el Señor nuestro, por no poder atribuir a
mí cosa alguna que buena parezca”.
Pablo expresa la misma paradoja cuando afirma que “me glorío en mis flaquezas para
que habite en mí la fuerza de Cristo”. Pablo siente que el Señor no le quita algunos
defectos para que no se engría y recuerda cómo se lo confirmó el mis-mo Señor con
aquella famosa frase con la que encabezamos nuestra reflexión de hoy: “mi gracia te
basta”:
“Para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a
mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este
motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te
basta, que mi fuerza se muestra perfec-ta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto
seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de
Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en
las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil,
entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12, 7-11).
Paradojas de Dios: su gracia hace que hasta los defectos sirvan para conservar la
virtud
Nadal, compañero de Ignacio, tiene una frase audaz: decía que para Ignacio, “los
defectos conservan la virtud”. El Padre Cámara recoge este pensamiento de Nadal y
lo matiza un poco. Dice que “El P. Nadal no quería decir otra cosa, sino que de los
defectos naturales, que difícilmente vencemos, podemos sacar humildad y
conocimiento propio, con que se conserve la virtud sólida”.
Más que matizar y distinguir creo que hay que leer esta doctrina de Pablo e Ignacio
con respecto a las debilidades y a los impedimentos, teniendo en cuenta varias
peculiaridades de la pedagogía de Dios nuestro Padre y de Jesús, su Hijo amado:
Esta gracia de que “los defectos hagan que Dios aumente la gracia” tiene que ver con
el momento presente. La paz interior proviene de comulgar con el momento presente,
de saber descubrir y acatar amorosamente la voluntad de Dios –su Amor
incondicional- en el momento presente. Sea que se trate de un momento en el que
experimentamos un don o un límite. Lo que da paz es sintonizar y comulgar con el
Corazón del Padre que tiene entre sus manos nuestro presente, tal como está: si es un
presente en el que hemos pecado o estamos sufriendo algo, comulgar con esa realidad
es comulgar con la misericordia que perdona y suple. Si se trata de un presente
creativo y fecundo, comulgar con él es comulgar con el amor gratuito de Dios que
bendice y multiplica el bien.
Momento de contemplación
Nada más hondo y verdadero que sabernos en las Manos de Aquel que nos hizo y al cual
pertenecemos.
Hoy queremos dejarnos consolar, por el Señor, contemplando nuestra vida como una vasija,
que se sabe pobre, frágil y agrietada…
La experiencia de sentir la vida como vasija nos ayuda a descubrir que el vacío de nuestro
recipiente, es la capacidad que poseemos para ser llenados por Dios…
En este tiempo de Cuaresma, ya con los pies en el camino a Jerusalén, subiendo con Jesús;
tiene que hacernos “sentir y gustar hondamente”, que a mayor vacío, mayor capacidad para
que la vasija de nuestra vida, sea llenada por la Misericordia que será derramada desde la
Cruz…
Nuestra vida también tiene sus grietas, por donde se nos escapa la gracia, la misericordia…
Pueden ayudarnos estas preguntas, para poder nombrar las propias grietas:
¿Qué espíritu me guía?
La conciencia de las propias grietas, hace posible que nos sintamos, “Bienaventurados
como Pablo, porque sabemos que llevamos un tesoro de Gracia y misericordia, que tiene la
misión de llevar esa gracias de misericordia a los demás, y así descubriremos que este
poder extraordinario viene de Dios…y que todo lo que “por causa de nuestras grietas se
pierde” posibilita que el agua que transportamos pueda regar y así hermosear el camino por
donde andamos…
MOMENTO DE REFLEXIÓN
Diego Fares sj
Bienaventurados los que, como Pablo, creen que Dios tiene un proyecto sobre cada
persona. Tratarán cada día de adherirse a Él de corazón, darán gracias por todo, serán
humildes y tendrán paz .
En los talleres de este año ─ que es año paulino ─ vamos a acercar a Pablo y a Ignacio de
manera contemplativa. Con esto quiero decir que procederemos más por intuición de
corazón que por estudios y razonamientos. Buscaremos las “síntesis de Pablo y de Ignacio”,
esas frases proverbiales que se graban en la memoria y en el corazón. Hoy, por ejemplo,
acercamos la primer “bienaventuranza de Pablo” y la unimos al Principio y Fundamento de
San Ignacio. ¿Cuál es la intuición honda de ambos con respecto al fin del hombre? Que
ambos creen en que Dios tiene un plan de salvación, que este plan está centrado en
Jesucristo y que adherirse a él ─ comulgar con el plan de Dios, considerando que el
momento presente es un sacramento ─ trae alegría y paz.
Leamos con atención el texto que nos ilumina con una luz esplendente y nos revela el
secreto del Plan de Dios:
“Bendito sera el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (…) que nos ha dado a conocer el
Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para
realizarlo en la plenitud de los tiempos: recapitular todas las cosas en Cristo, lo que está en
los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1, 9-10).
Es un texto hermosísimo. Fijémonos cómo Pablo comienza bendiciendo al Dios y Padre de
Jesús. Lo bendice porque nos ha querido dar a conocer su deseo más íntimo, fruto del
“benévolo designio” como lo llama Pablo, que el Padre tuvo desde siempre y que lo viene a
revelar en la plenitud de los tiempos. ¿Cuál es este plan benévolo? ¿Qué es lo que quiere
Dios en el fondo de su corazón? Pablo lo expresa así: Lo que el Padre quiere es “recapitular
todo en Cristo”. Conocer interiormente esta Verdad que es Palabra viva es conocer el
secreto de la vida, el secreto de cada cosa, de cada acontecimiento, de cada corazón.
Cuando uno se pregunta ¿qué querrá Dios de mí, o de tal persona, qué querrá hacer con tal
situación…? “Hacer que tenga a Jesús por Cabez”, “recapitularla en Cristo” es la respuesta
segura. Entonces la pregunta será la de María. ¿Y cómo será posible esto, si…”. Si en la
oración pedimos al Espíritu que nos haga ver cómo se manejaba el Señor en una situación
así. La primera gracia es creer que el Señor ya “recapituló”, ya asumió toda situación
humana, comulgando con nuestras alegría y penas… y por eso podemos encontrar en el
evangelio alguna escena que venga a iluminar lo que nos pasa. Preguntar por el cómo es
preguntar a Jesús qué sentimientos tenía en esos casos, qué criterios aplicaba, cómo le pedía
o le agradecía al Padre, cómo acogía o despedía a la gente, a qué cosas consideraba
esenciales y a cuáles secundarias, cómo entraba en diálogo con la gente y con las
situaciones… Si obramos así tendremos la luz del Evangelio, la escena, la palabra, la
actitud justa de Jesús para asumir y perfeccionar la situación que nos toca vivir de acuerdo
a la Voluntad del Padre. “Hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza”, es hacer que cada
cosa, cada acontecimiento, cada persona, se deje conducir por la Voz del Buen Pastor, siga
las enseñanzas del Maestro, se comporte según sus criterios evangélicos, imite sus gestos
de amor y de bondad, lo siga por el camino que lleva a dar la vida en servicio de los demás.
Ese es el plan que alegra los ojos del Padre cuando mira la creación y la ve transfigurada
por la cercanía con su Hijo amado, obediente a su voz, alegre en su seguimiento, moldeada
según su figura.
Pablo descubre en Jesús la clave del Plan del Padre y se enamora de Él con un amor de
fidelidad a toda prueba.
Para Pablo Jesús es “Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación. Y también
la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos,
para que sea él el primero en todo” (Col 1, 15 ss).
Es decir que Jesús está al principio ─ todas las cosas fueron creadas en Él y por Él ─ y
estará al final ─ todas las cosas son para Él─. Y no sólo eso, sino que en el medio, en el
presente, “todo tiene en Jesús su consistencia y su plenitud”, porque “Dios tuvo a bien
hacer residir en él toda la Plenitud”. Todo lo bueno encuentra en Jesús su perfección. Y por
si fuera poco, el Señor también repara lo malo: Dios quizo “reconciliar por él y para él
todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los
cielos” (Col 1, 19 ss).
Al ver a Jesús con los ojos de Pablo nos damos cuenta por qué siente que “para él la vida es
Cristo”, por qué considera que “todo es pérdida con tal de ganar a Cristo”. En Jesús Pablo
encuentra todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia y teniéndolo a Él no necesita nada
más. “No quiere saber sino a Cristo y a éste crucificado”. Teniendo a Jesús por amigo Pablo
siente que “su debilidad es su fuerza”: “Todo lo puede en Aquel que lo conforta”. Y si no
tiene la “caridad” que para Pablo es Cristo ─ ese Cristo de Corintios 13: “Un Jesús
paciente, un Jesús servicial, un Jesús que no busca su interés ni se irrita, un Jesús que todo
lo cree, todo lo espera y todo lo soporta de nosotros, sus amadas ovejas ─ si no tiene el
amor que es Cristo Resucitado, Pablo considera que no tiene nada, que es digno de lástima.
Si Cristo no ha resucitado somos “los más dignos de compasión” de todos los hombres (1
Cor 15, 17).
Este Jesús es para Pablo Alguien con quien él vive en íntima comunión: “con Cristo estoy
crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente
en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”
(Gal 2, 19, 20).
Pablo comulga con Cristo en toda situación, comulga con su pasión y con su resurrección.
Por eso se alegra incluso en las tribulaciones, porque todo lo que le acontece lo lleva a
comulgar más hondamente con el que comulgó con nuestra naturaleza humana.
Su adhesión a Jesús como centro del plan de salvación de Dios lo hace confiar en que Dios
conduce toda para el bien:
“Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos
que han sido llamados según su designio” (Rm 8, 28).
De aquí que encuentre siempre la manera de practicar la caridad con humildad y en paz.
Como dice en la carta a los Romanos:
“Bendigan a los que los persiguen, no maldigan. Alégrense con los que se alegran; lloren
con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos para con los otros; sin complacerse en
la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no se complazcan en su propia sabiduria. Sin
devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hobres: en lo posible, y en
cuanto de ustedes dependa, en paz con todos los hombres; no tomando la justicia por cuenta
propia. Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de
beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal;
antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12, 14 ss.).
El amor sin condiciones que siente Pablo por parte de Jesús se convierte en él en un amor
sin condiciones para con los demás. Pablo siente que Dios quiere salvar a todos en Cristo y
por eso se entrega sin medida a todos, para ganar a los que más pueda:
“Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para
salvar a toda costa a algunos” (1ª Cor 9, 19 ss.).
Pablo valora la amistad incondicional y sufre por las traiciones y los abandonos. Sin
embargo sabe dar gracias por todo y gloriarse aún en medio de las tribulaciones y
persecuciones, sin tomar en cuenta el mal y valorando el bien. Su actitud ante la vida es
Eucarística: dar gracias por todo.
“Reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos inspirados; canten y salmodien en su
corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de
nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5, 19-20).
De esta acción de gracias brota “la paz de Dios que supera todo conocimiento, custodiará
sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” (Fil 4, 6-7).
Plan de Dios en Ignacio
Ignacio nos da los Ejercicios Espirituales para ayudarnos a encontrar la voluntad de Dios en
nuestra vida. El centro de la espiritualidad de Ignacio no radica tanto en “ver a Dios en la
otra vida” sino en “encontrar mi puesto de batalla –de contemplación y de acción- en esta
vida. Ignacio cree que se puede buscar y hallar la voluntad del Padre en cada momento de
la vida mediante el conocimiento interno de la Vida de Jesús y mediante su seguimiento.
Los Ejercicios bien podrían definirse como un camino para recapitular la propia vida en
Cristo. Reformando lo deformado por el pecado, configurando nuestra vida con Cristo –
vistiéndonos de su vestidura de pobreza y de humillaciones-, confirmando lo que elegimos
para seguir al Señor pasándolo por la pasión y dejando que él nos transfigure con el
consuelo y la paz de su resurrección.
En el Principio y Fundamento Ignacio nos describe lo que es un hombre libre, guiado e
impulsado sólo por la voluntad amorosa de Dios. Conocer internamente a Jesús es igual a
entusiasmarse con el Plan de Salvación del Padre, porque en Jesús todo es posible.
Es clave para Ignacio, como para Pablo, tener claro que la Persona de Jesucristo es el
corazón del Plan de Dios, hacia el que todo está orientado. Ignacio lo expresa diciendo que
“el hombre es creado para… Jesucristo” (cuando Ignacio dice “Dios nuestro Señor, siempre
se refiere a Jesucristo).
El amor a ese Jesucristo Ignacio lo expresa mediante actitudes concretas y prácticas:
amar es alabar, amar es hacer reverencia, amar es servir.
La referencia a la persona concreta de Jesucristo y la manera práctica de amarlo a cada
instante son claves para que la apertura esencial que tenemos al Fin último no se vea
impedida por el ansia instintiva y esclavizante de nuestro amor desordenado a las cosas.
Alabar, obedecer con acatamiento amoroso y servir a Cristo Jesús son actividades que
sacian el alma apenas se las pone en práctica. Comulgar con Cristo en cada momento de la
vida –considerando el momento presente como un “sacramento”, en el que bajo las
apariencias de lo humano en realidad está presente Jesucristo, así como en la Eucaristía,
bajo las apariencias del pan y del vino se nos da verdaderamente el cuerpo y la sangre de
Cristo, es poner en práctica estas actividades amorosas. Gustando esta comunión espiritual
no es difícil elegir “lo que más conduce al amor y a la mayor gloria de Dios” y “dejar lo
que no nos ayuda”.
Es que amar es también preferir, amar es estar disponible a dejar de lado lo que no ayuda,
amar es querer amar siempre más.
El termómetro del amor se muestra en preferir comulgar con Jesús en toda ocasión y por
tanto “hacernos indiferentes” a todo lo creado para elegir con libertad de corazón solo
aquello que mejor nos conduce a comulgar con este Amor.
Recapitular todas las cosas en Cristo implica en pirmer lugar “comulgar” con Cristo en
todas las cosas, así como él comulgó con nosotros en todas las cosas. Comulgar es asumir
en nuestro corazón al otro y lo del otro, asumir todo lo que pasa como algo que está “en las
manos del Padre”, aunque no veamos cómo. Una vez que comulgamos –incluyendo todo y
sin excluir nada-, vienen las otras actitudes recapituladoras. Algunas cosas se “resumen” en
Cristo recibiendo y donando misericordia, otras trabajando creativamente, otras soportando
con paciencia y teniendo esperanza…
Dar gracias, alabar, siempre recapitula. Si uno alaba algo bueno al otro o da gracias por lo
bueno de una situacíon, uno entra en comunión profunda con esa persona o situación.
Obedecer y tener acatamiento amoroso también recapitula. Cuando uno hace las cosas
como el otro quiere se gana su voluntad, comulga con su mejor intención.
El servicio también es recapitulador: Cristo recapituló toda su misión salvadora lavando los
pies y sirviéndose en la Eucaristía.
El que vive “comulgando con el momento presente” según el plan del Padre, sentirá Amor
a Dios en su corazón y será servicial con sus hermanos. Alabará al Padre y le dará gracias
por todo, cumplirá su voluntad cada día como Jesús, con reverencia amorosa, y servirá al
prójimo con humildad y en paz.
MOMENTO DE CONTEMPLACIÓN
Felices los que como Pablo saben dar gracias por todo. Serán humildes, vivirán en
paz.
La invitación es “Embellecer el mundo con la gratitud”, como cuenta la hna. Mariola López
–RSCJ-
“Me preguntaba una compañera: “¿Por qué crees tu que se produce la multiplicación de los
panes?”. Le dije espontáneamente: “por el niño que entregó los pocos que tenía…” Ella me
contestó: “Por Jesús que los agradece”. ¡Qué bien dicho! Hay abundancia cuando hay
agradecimiento.
Agradecer nuestra vida tan amada en su ambigüedad, agradecer los rostros que llevamos y
los que nos cuesta aceptar en su totalidad. Agradecer el trabajo y el descanso, las
frustraciones y las alegrías, las perdidas y los frutos…Agradecer el estar vivos para poder
ofrecernos…
Sólo cuando somos capaces de agradecer la realidad, sea la que sea, ella nos muestra su
secreto y nos regala su bondad. Nos resucita. No se puede estar agradecido y descontento a
la vez. Es la gratitud la que embellece al mundo… Y la que nos regala la paz…
- San Pablo, nos enseña este modo de vivir en permanente gratitud, en varios textos de sus
cartas. Elegimos dos que nos pueden ayudar.
- Leamos en silencio, quedémonos “sintiendo y gustando”, la palabra que más nos trae
consuelo, luz, paz al corazón…
Recordando que la gratitud es don. Pidámosla con insistencia…
-Fil, 4, 6-13:
“No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica,
acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de
Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los
pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y
noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya
de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos. Pongan en
práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han oído y visto en mí, y el Dios de la paz
estará con ustedes. Yo tuve una gran alegría en el Señor cuando vi florecer los buenos
sentimientos de ustedes con respecto a mí; ciertamente los tenían, pero les faltaba la
ocasión de demostrarlos. No es la necesidad la que me hace hablar, porque he aprendido a
hacer frente a cualquier situación. Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la
abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener sobra
como a no tener nada. Todo lo puedo en aquel que me conforta”.
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