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FACULTAD DE INGENIERIA
ESCUELA ACADEMICO PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL
PLANEAMIENTO REGIONAL
SEMESTRE: Noveno
UNC - Cajamarca
2018
"Algunas personas sueñan con el
éxito... mientras otras se despiertan y
trabajan duro para lograrlo."
2
A nuestros padres por su
constante apoyo.
3
Expresamos nuestro
agradecimiento A las personas que
con su apoyo han hecho que se
haga realidad este trabajo
4
Contenido
INTEGRACIÓN ECONOMÍA Y ECOLOGÍA: CAMBIO DE PARADIGMA PARA UN DESARROLLO
SOSTENIBLE. .................................................................................................................................. 6
1.- INTRODUCCIÓN. ................................................................................................................... 6
2.- ANTE NUEVOS PARADIGMAS PARA LA SOSTENIBILIDAD DEL SISTEMA GLOBAL. ............... 7
2.1 Del crecimiento a la sostenibilidad: el cambio paradigmático del “desarrrollo
sostenible”............................................................................................................................. 7
2.2 El sistema económico como un subsistema abierto, coherente con la lógica de la
biosfera y en transición hacia la coevolución. .................................................................... 10
3.- APROXIMACIÓN DE LA ECONOMÍA A LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL Y LA
SOSTENIBILIDAD. ..................................................................................................................... 12
3.1 Algunas reflexiones críticas previas... “supongamos”................................................... 12
3.2 Entre la “Economía Ambiental” y la “Economía Ecológica”. ¿”gato blanco”..., “gato
negro”.................................................................................................................................. 14
4.- INTEGRACION ECONOMÍA - ECOLOGÍA EN MARCO DE LA ................................... 15
SOSTENIBILIDAD ¿ “ECONOLOGÍA” ?, ¿ “ECOLONOMÍA” ?. ................................................... 15
4.1 El juego del mercado y los precios. ............................................................................... 15
4.2 Más allá de las externalidades ambientale. .................................................................. 17
4.3 Principios operativos de una economía sostenible atendiendo a los flujos físicos. ..... 18
4.4 Compromisos político- sociales y equidad. ................................................................... 20
4.5 Valores ambientales en la economía de la sostenibilidad:un cambio axiológico con una
nueva ética. ......................................................................................................................... 21
4.7 Posmodernidad, Ciencia Posnormal y Sabiduría. ......................................................... 26
5.- CONCLUSIONES. ................................................................................................................ 28
ANEXO. .................................................................................................................................... 29
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INTEGRACIÓN ECONOMÍA Y ECOLOGÍA: CAMBIO DE PARADIGMA
PARA UN DESARROLLO SOSTENIBLE.
DR. D. LUIS JIMÉNEZ HERRERO.
Profesor de Desarrollo Sostenible y Economía Ecológica de Ciencias Económicas y del
I.U.C.A. – U.C.M.
1.- INTRODUCCIÓN.
Hace bastante tiempo que la Economía se enfrenta a un cambio de paradigma ante las evidentes
insuficiencias para encarar los importantes problemas ambientales y sociales generados por la
actividad económica de una civilización industrial que ha venido ignorando los límites al
crecimiento.
Efectivamente, desde principios de los años setenta del siglo pasado son bien contundentes las
críticas al modelo científico dominante en el ámbito económico. Pero, más aún, ahora ante los
efectos de un cambio ambiental global inducido por grandes fuerzas motrices humanas, entre
las que destaca la expansión de una economía envuelta en la presente ola de la globalización, se
acentúa la visión crítica del modelo económico convencional ante su incapacidad para afrontar
los riesgos mundiales derivados de las disparidades sociales y los desequilibrios ecológicos.
Ante esta situación de cambio planetario, se vislumbra una reacción estratégica que se entronca
en el nuevo marco del desarrollo sostenible. Un estilo de desarrollo humano que debe ser
ambientalmente sano, socialmente justo, económicamente viable, éticamente responsable y
aplicable desde la escala local a la global.
Bajo esta perspectiva, se insiste, por un lado, en la necesidad de reconducir las estructuras
económicas de la producción, el consumo y la distribución por sendas sostenibles y equitativas,
con menos retórica y mayor realismo, al tiempo que se reclama una racionalización de las teorías
económicas para ajustarlas también a la lógica del sistema planetario. Conseguir que la actividad
económica sea más eficiente, equitativa y sostenible implica cambiar el “sentido” de la sociedad
industrial para engranar definitivamente la economía mundial con la ecología global y, de esta
manera, poder trasformar el “metabolismo” del sistema económico y llegar a la integración de
los factores ambientales y los principios de sostenibilidad en la toma de decisiones.
En esta línea, por otra parte, se requiere repensar lo económico en clave de sostenibilidad, lo
cual pasa por concebir la economía como un subsistema abierto al medio ambiente dentro del
ecosistema global, donde la producción de “bienes” (productos y
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servicios) lleva aparejada la generación de “males” (degradación de recursos naturales y
contaminación), y donde la lógica económica debe ajustarse a la lógica de la biosfera.
De esta manera, el nuevo enfoque económico se plantea como un cambio de modelo en el nuevo
paradigma del desarrollo sostenible.
Pero es un proceso que sólo será viable y perdurable en la medida que se produzca la integración
coevolutiva entre medio ambiente y desarrollo (Desarrollo Sostenible), y entre economía y
ecología (Economía Ecológica).
Y, con esta percepción, de hecho, tanto en el ámbito del desarrollo como en el de la economía
se perciben claros vientos de cambio en sus clásicos paradigmas sobre las bases de la dinámica
global y bajo el común denominador de la sostenibilidad (Jiménez Herrero, 1996).
De esta manera, se perfila una transición hacia nuevos modelos alternativos de desarrollo que
sean más sostenibles frente a los modelos convencionales - propios de la civilización industrial -
que se han mostrado ecológicamente depredadores, socialmente injustos y económicamente
inviables a largo plazo, es decir, claramente insostenibles.
Para llegar a establecer un cambio paradigmático en la esfera de la economía, habría que partir
de una premisa inicial, poco discutible, tal como es la realidad de un sistema global finito que
tiene una capacidad limitada para soportar la carga de los habitantes y mantener una economía
creciente para satisfacer sus necesidades.
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El subsistema económico ya se ha apropiado del 40% de la Producción Bruta de la Naturaleza
creada a través de la fotosíntesis (Vitouseck, et al, 1986). Pero, en ningún caso, este subsistema
podría crecer más allá de los límites del sistema planetario, porque nunca llegaría a poder
incorporar el 100% de la producción natural. Lo cierto es que el crecimiento económico
indefinido es insostenible dentro del sistema cerrado Tierra. Y las pretensiones de garantizar una
vida saludable para los 6.400 millones de habitantes que actualmente pueblan la Tierra se
convierte en el gran interrogante cuando se confirma que la “huella ecológica “de la humanidad
ya sobrepasa los límites biofísicos del sistema global. Eso sí, esa pretendida imposibilidad se
presupone en tanto se mantengan inalteradas las actuales estructuras económicas y políticas
internacionales y sin plantear un sistema alternativo a la economía globalizada. Actualmente, la
demanda mundial excede la capacidad regenerativa del planeta en un 20 por ciento,
aproximadamente, y se necesitarían varios planetas para renovar los recursos tan rápidamente
como se están consumiendo si los estándares de vida fueran replicados para todo el mundo, y
esta necesidad de “más planetas” aumentaría drásticamente si se quisiera disfrutar globalmente
de un nivel de vida similar al de un europeo medio (WWF, 2004), según se refleja en la Figura 1.
En los años 70’s, la consideración de los “costes” del crecimiento, los efectos externos,
especialmente los relacionados con la degradación del medio ambiente, y la voz de alarma sobre
los límites ecológicos para la expansión económica, introdujeron un nuevo planteamiento del
desarrollo humano (Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Humano, Estocolmo, 1972) y
las relaciones internacionales con la pretensión de establecer un Nuevo Orden Económico
Internacional, que los países en desarrollo venían reclamando hacía tiempo.
En el decenio de los ochenta, se empieza a tener en cuenta que el crecimiento económico tiene
que ser “sostenible” (no simplemente sostenido) de tal manera que se puedan mantener de
forma perdurable la base de los recursos naturales y ambientales sobre los que descansan los
procesos socioeconómicos. Un crecimiento económico saludable es imposible si no se permite
un desarrollo social ambientalmente sostenible. Se llega más allá, posteriormente, ampliando
estas consideraciones en los años noventa (Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio
Ambiente y Desarrollo, Río de Janeiro, 1992), hasta concebir la ineludible necesidad de
considerar el medio ambiente y el desarrollo como un binomio indisoluble y de integrar ambos
conceptos plenamente en la forma de decisiones a todos los niveles. Del resultado de esta
integración surge el concepto de desarrollo sostenible, como una síntesis conceptual que
proclama un nuevo estilo de vida con formas de producción, consumo, distribución más
racionales en términos ecológicos, económicos y sociales.
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En los inicio del siglo XXI, se da un gran salto desde el debate conceptual al ámbito estratégico
para establecer una alianza mundial en favor del desarrollo y el medio ambiente a nivel mundial,
incluyendo nuevos Acuerdos Internacionales que buscan la ejecución de compromisos,
orientaciones y planes de acción para la “gobernabilidad planetaria” (Conferencia de Naciones
Unidas sobre Desarrollo Sostenible, Johannesburgo, 2002). Así, el concepto de desarrollo
sostenible se consolida y arrincona definitivamente la equívoca identificación del crecimiento
con el desarrollo o el bienestar, a la vez que se amplían y refuerza con esquemas operativos en
base a una Economía Ecológica que busca la plena integración de los procesos económicos y
ecológicos con criterios de eficiencia y equidad, en lugar de una simple incorporación del “factor
ambiental” al mercado, tal como postula el paradigma de la economía clásica.
A todas luces, pues, es necesario adoptar definitivamente un enfoque integral del desarrollo.
Enfoque que, por supuesto, parte de una visión global del problema, pero que debe reconocer
sistemáticamente las diferencias y particularidades de cada región, población o entorno
ecológico. Con ello, se vislumbra la necesidad de un cambio paradigmático de los enfoques
económicos y teorías del desarrollo ortodoxos, en la medida que afloran nuevos problemas a los
que los viejos paradigmas dominantes con sus instrumentos no pueden dar una respuesta
satisfactoria. Así, las cuestiones del bienestar humano de las actuales y futuras generaciones en
relación con el uso racional de los recursos naturales, el mantenimiento de la calidad ambiental
y la conservación de la biodiversidad, e convierta en el nuevo eje de referencia basado en la
noción de sostenibilidad integral (ecológica, económica y social) del desarrollo.
Bien es verdad que la sostenibilidad, concebida de esta forma, es la premisa básica del desarrollo
sostenible global. Pero no lo es todo. Podríamos pensar en procesos sostenibles de producción
o de uso de los recursos naturales sin que necesariamente las condiciones y calidad de vida del
presente y del futuro fueran las más deseables en términos de bienestar para toda la población
humana (Pearce, et al. , 1993). El mal uso y abuso de las nociones de sostenibilidad, aplicadas al
desarrollo, ha propiciado, incluso, que se presuponga que aquello que es racionalmente
deseable también es posible y, más aún, que todo lo que es posible sea en sí mismo deseable
(Daly, 1991). La sostenibilidad, en consecuencia, no puede convertirse en un fundamento
absoluto sino en un principio específico que permita conseguir una determinada opción social
cuyo fin último es definir aquello que realmente se quiere hacer sostenible.
En último término, el desarrollo sostenible, más que un modelo definido o un estado ideal, se
presenta como un proceso de cambio y transición hacia nuevas formas de producir, consumir y
distribuir. Pero también hacia nuevas formas de ser, estar y conocer. Un proceso dinámico
abierto a las innovaciones, adaptativo a las transformaciones estructurales, potenciador del
ingenio humano y comprometido con la evolución de la vida: En definitiva, un “marco de
referencia” para afianzar nuestra esperanza en un futuro común ecológicamente armónico,
económicamente racional, socialmente equitativo y, sobre todo, un referente necesario para
impulsar nuestra fe en la propia vida (Jiménez Herrero, 2000).
Los cambios de paradigmas siempre son procesos complejos y convulsos porque, según Kuhn
(1967), finalmente es la aparición de una “ciencia extraordinaria” lo que permite modificar las
ideas y conceptos prevalecientes de los antiguos paradigmas y aportar soluciones a nuevos
problemas, con nuevos instrumentos.
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Sea como fuere, se producen ahora nuevos planteamientos científicos que vienen a conformar
cambios paradigmáticos sobre los conceptos de globalidad y sostenibilidad. Son cambios que
tienen una especial incidencia en la mayoría de los ámbitos científicos, pero en particular en las
teorías económicas y del desarrollo. En la esfera de la economía es algo más que una simple
reforma del modelo económico vigente. Se trata de lograr una profunda transformación de la
organización social y de la actividad económica con pautas eficientes, equitativas y sostenibles.
Bajo estas premisas, los fundamentos del análisis económico tendrían que replantearse desde
sus cimientos en términos de relaciones globales entre sistemas interdependientes, pero
reconociendo que el subsistema económico funciona en el seno de la sociedad y dentro del
ecosistema global. Un subsistema que, en definitiva, depende también de otros factores
extraeconómicos y que su propio desarrollo se sustenta sobre un “capital natural”, cuyas leyes
de funcionamiento (energéticas, físicas, ecológicas) se manifiestan con prioridad sobre las leyes
económicas delimitadas por el mercado.
En este proceso de cambio y transición, para hacer viable la sostenibilidad de desarrollo, tanto
el tamaño de la población como la escala de la economía mundial tienen que ajustarse a la
capacidad del ecosistema global. Por un lado, el crecimiento de los habitantes del planeta
asociado a sus particulares estilos de vida y consumo, (opulencia en los países ricos y miseria en
los países pobres), tiene unos claros límites dentro de un sistema cerrado como es la Tierra. Por
otra parte, el crecimiento económico también se enfrenta a límites ecológicos y la economía
productiva tiene que utilizar el medio ambiente como base de actividades, fuente de recursos y
sumidero de residuos de acuerdo con sus para todo el mundo para renovar los recursos tan
rápidamente como se están consumiendo capacidades de soporte, autoregeneración y
autodepuración.
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Y esta regla de la “producción conjunta” debería considerarse como un elemento básico del
análisis económico con nuevas consideraciones entorno a los conceptos de los límites, la
escasez, los desequilibrios, las necesidades y el cambio global.
Por la Segunda Ley de la Termodinámica (Ley de la Entropía) sabemos que en los sistemas
cerrados la energía se degrada cualitativamente de una forma ordenada a una desordenada
(entrópica) hasta llegar a una forma de calor irrecuperable para realizar trabajo positivo. Esto
implica que los procesos económicos son irreversibles y que el verdadero valor de los recursos
reside en su alto grado de energía disponible o baja entropía, y no tanto en un arbitrario precio
de mercado (Georgescu- Roegen, 1971).
Pero, tanto la concepción mecanicista como la concepción termodinámica del mundo no son
adecuadas para explicar la existencia de vida, su evolución y su tendencia a la complejidad. La
aparición de nuevos impulsos de cambios paradigmáticos con la teoría termodinámica de los
“sistemas abiertos”, continúa con nuevas aportaciones como la teoría del “caos” y la teoría de
la “complejidad”, las cuales permiten establecer esquemas de funcionamiento de estos sistemas
económicos lejos del equilibrio, defendiéndose de la degradación entrópica por medio de
“estructuras disipativas”, en terminología de Prigogine (1974). Los sistemas abiertos y los
organismos vivos separándose del equilibrio son capaces de mantener un estado estable
importando del exterior energía libre y almacenando información (negentropía) para
contrarrestar el aumento de entropía y lograr mayor organización, creando orden del desorden,
por fluctuación y por la acción de procesos disipativos (Prigogine, 1983; 1997).
Si los sistemas económicos pueden comportarse como los organismos vivos, a modo de sistemas
abiertos, teóricamente están capacitados para luchar temporalmente contra la corriente
entrópica del desorden creciente adquiriendo negentropía del exterior y creando estructuras
organizativas.¿ Se podría aumentar la capacidad creadora de la sociedad por medio de una
economía que transformara el “metabolismo económico” incluyendo otros criterios de
distribución equitativa y justicia social que transcienden la simple lógica del mercado?.
Los desajustes entre los sistemas humanos y los sistemas ambientales que, en su conjunto,
conforman el sistema global de la Tierra, se evidencian por los diferentes grados de evolución
de los sistemas ecológicos en relación al desarrollo de los sistemas económicos. Resulta de
especial relevancia la teoría de la “coevolución” para explicar cómo las especies conviven en
ecosistemas donde simultáneamente cambian las especies y los mismos ecosistemas. Por eso,
entender el proceso coevolutivo nos acerca a la comprensión de la interconexión y cambios de
los sistemas humanos y naturales (Noorgard, 1988), y con ello, podemos llegar a una mejor
interpretación de la economía en el contexto ecológico.
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estar por encima de las leyes de la naturaleza. Esto supone que la lógica de lo económico debe
entretejerse en la lógica de lo vivo, en la lógica de la biosfera” (Passett, 1979), en un proceso de
fertilización cruzada. Esto es, una doble fertilización científica mediante la “ecologización de la
economía” y la “economización de la ecología”.
Así, la economía para ser sostenible, tendría que asumir la lógica del sistema global, de las
esferas de lo vivo, de lo físico y de lo social además de lo puramente económico. Porque
reconociendo la escasez intrínseca del sistema Tierra, la gestión de sus recursos desde la simple
óptica del mercado se plantea con una gran miopía. Un defecto de visión que debe ser corregida
por la óptica ecológica. La exclusión de los bienes y servicios de la naturaleza no directamente
mercantilizables, reproducibles o globales evidencia grandes contradicciones con ignorancia
ética y ausencia de racionalidad. El acercamiento científico entre Economía y Ecología tiene que
orientarse hacia un nuevo cuerpo teórico conceptual que estudie la “economía natural”
conjuntamente con la “economía política” para impulsar una actividad económica
ambientalmente saludable y perdurable (Constanza, 1991, Martínez Alier, 1999).
La moderna actividad económica está insertada en un sistema global con finalidad propia y con
ciertas características "vitales" de permanencia y autocontrol, según la "hipótesis” Gaia del
profesor Lovelock (1992), la Tierra es un superorganismo “vivo” con capacidad de
autorregulación). Ahora bien, la capacidad intrínseca del aparato económico par
autoorganizarse y coevolucionar con el sistema ecológico depende de que el capitalismo
imperante sepa adaptarse estratégicamente a las leyes ambientales y pueda transformar el
“metabolismo económico”, incluyendo otros criterios de distribución equitativa y justicia social
que transcienden la simple lógica del mercado.
Mas aún, la economía académica convencional sigue viviendo en su propio mundo con un claro
distanciamiento de la realidad y, especialmente, del sistema ambiental, haciendo gala de un
poder de abstracción encomiable sobre la base del comportamiento racional-egoista del
consumidor en un mercado también abstracto, a lo que hay que sumar el empeño de alcanzar
el grado de universalidad concedido a las ciencias físicas y matemáticas y la elegancia formal de
sus modelos, marginando el realismo a favor del razonamiento conceptual.
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hayan sido valorados, mediante la producción, y a seguir su existencia física posterior, en forma
de residuos, cuando su valor se ha consumido” (Naredo, 2002: 40).
El actual modelo adoptado por la economía ortodoxa no refleja adecuadamente el medio real
en que vivimos, porque excluye una gran parte de nuestra realidad social y ambiental. La teoría
económica tradicional ha venido estudiando las relaciones de producción, consumo y
distribución en un contexto de mercado olvidando, un tanto, las estructuras sociales y los
procesos naturales. Para una gestión eficaz y también racional de los recursos escasos de la
biosfera -sabiendo que ésta es en sí misma escasa- la teoría económica tiene que ajustarse a los
imperativos socioambientales del mundo real, sin escamotear la realidad y enfrentarse a los
problemas en su totalidad, dinámica y complejidad. En definitiva, una ciencia económica y una
economía “de lo real” y que no sólo sean parte del problema (Jiménez Herrero, 1982).
Las críticas a la metodología del análisis neoclásico vigente son bien comprensibles cuando
proceden del mundo de las ciencias naturales, incluyendo las ciencias exactas. Seguramente no
les falta razón a estos científicos cuando critican determinados aspectos, especialmente en el
tema de las condiciones que se exigen para el cumplimiento de las reglas en torno a un mercado
(poco real) de competencia perfecta, información transparente, ausencia de externalidades,
“céteris páribus” y, sobre todo, de los “supuestos”. Y enseguida se apresuran a resumir estas
críticas poniendo de relieve planteamientos paradójicos o incluso contándonos un chiste: el
“chiste del economista”.... Estaban en una isla desierta tres náufragos: un físico, un químico y un
economista. Sólo disponían para comer de un bote de alubias en conserva. Pero no tenían
abrelatas ni otra herramienta adecuada para abrir el bote. Cada uno propone su solución al
problema dentro de la lógica y racionalidad de su modelo científico. El físico dice, bueno.... si
cogemos una piedra puntiaguda y golpeamos con ella el bote, teniendo en cuenta el efecto de
cizallamiento en la penetración y.... No, no, contesta el economista, con su lógica, porque la
piedra aplastaría finalmente el bote y nos quedaríamos sin judías. Veamos la solución del
químico. El químico dice, bueno si con un cristal concentramos los rayos del sol en el bote, de
acuerdo con la ley de los gases, el efecto de calentamiento aumentará la presión interna del
bote y... . No, no, vuelve a replicar el defensor de la lógica económica; así el bote explotaría y
desparramarían las judías. Bueno, pues que proponga la solución el economista, dicen el físico y
el químico. Y este comienza respondiendo, bueno, bien...un momento..., “supongamos que el
bote está abierto....” (Jiménez Herrero, 1995).
Sin duda necesitamos una economía que forme parte de la solución y no sólo parte del
problema. Pero también precisamos una teoría que integre la asignación eficiente de los
recursos del medio ambiente con un uso racional y equitativo. Si la economía debe ser una
ciencia de lo “real”, también debe ser una ciencia de lo “vivo”, para lo que tiene que despojarse,
en primer lugar, del corsé mecanicista y reduccionista que sólo permite una visión de una
máquina sempiterna de producción-consumo con capacidad para crecer ilimitadamente y que
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sólo necesita un sistema de mercado para regular eficientemente los intercambios entre los
agentes económicos, con independencia del medio ambiente.
Para mirar y ver de esta forma las interrelaciones económico-ecológicas necesitamos concebir
una nueva economía menos fragmentada científicamente y que asuma las interdependencias,
las relaciones no lineales, el holismo, la evolución y la complejidad del mundo viviente donde se
asienta la actividad económica. La concepción de una economía integrada en la ecología,
simbiótica y coevolutiva y con visión transdisciplinaria emerge como un eje estructurante de los
procesos de cambio y transformación hacia el desarrollo sostenible.
La solución a la crisis global del medio ambiente pasa por engranar la economía mundial con la
ecología global para poner en marcha un proceso de desarrollo sostenible limpio, justo y
económicamente viable a largo plazo. Ahora bien, ¿cómo?. Desde luego es la cuestión más difícil
de responder. Porque somos mucho más conscientes de los procesos insostenibles que de lo
que tenemos que hacer sostenible. Pero, en cualquier caso, resulta prioritario definir criterios
operativos y, consecuentemente, explicitar el contenido de la “economía de la sostenibilidad” y
de sus instrumentos de acción.
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En este sentido, nuestra idea de Economía del Desarrollo Sostenible está más próxima a la
todavía emergente noción de Economía Ecológica. Principalmente, porque ésta última, en lugar
de complementar los fundamentos de la economía de mercado con las variables ambientales,
trata de integrar la economía con la ecología en la toma de decisiones a todos los niveles.
Una integración ineludible, porque no existe una economía viable sin tener garantizada la
sostenibilidad de la base de recursos y servicios del medio ambiente. Pero tampoco es posible
una gestión sostenible de los mismos sin racionalidad económica en la asignación de la escasez
de la biosfera.
Con esa hibridación científica entre economía y ecología en busca de su integración operativa se
incorporan nuevos mecanismos e instrumentos que trasciende el objetivo de lo monetario y lo
cuantitativo para aspirar a la supervivencia global de forma sostenible. La escala de valores no
puede quedar reducida a lo crematístico y a las reglas mercantiles, si bien los precios y el
mercado no pueden ser directamente excluidos del análisis y de las decisiones.
Con todo ello, e independientemente de la posible denominación futura de este nuevo híbrido
económico-ecológico que a veces se ha explicitado con las denominaciones de “Ecolonomía” o
también “Econología”, se tienen que seguir abordando novedosos esquemas de asignación de
recursos con otra percepción diferente más sistémica y no estrictamente basada en el sistema
de mercado, sino enfocando el análisis en mayor medida hacia la base biofísica e
interdependiente de los procesos ecológicos y económicos.
Se puede reconsiderar, así, el papel del mercado y el mecanismo de precios con nuevos criterios
éticos intergeneracionales para una gestión del capital natural con un cambio en la concepción
económica de “valor” y anteponiendo, sobre todo, el análisis de los flujos físicos de materia y
energía que transmitan por el sistema económico.
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ampara el sistema de mercado, no estaremos ante una economía ecológica mercantilmente
mediatizada. ¿Economía ecológica, sí, pero de mercado?
Es lógico que cualquiera que pudiera ser la respuesta de la economía a las nuevas realidades, se
piense en los mecanismos de los precios. Sin embargo, tal como está concebido el sistema
económico de mercado, por sí mismo, no induce unas actividades y conductas ambientalmente
benignas porque el mercado no tiene insertado en su “código genético” otras preferencias
sociales, culturales o éticas, sino que está diseñado para reproducirse sobre unas preferencias
económicas guiadas por el “gen egoísta” del “homo economicus”. Por eso, hay que encontrar
instrumentos capaces, al menos, de dotar al capitalismo de un “rostro humano y vital”, si bien,
en cualquier caso, deben incluirse en el sistema de precios mecanismos de corrección
apropiados, ya que ninguna sociedad puede permitirse tener sistemas de precios relativos
erróneos sin poner en peligro la sostenibilidad de su desarrollo.
Pero, aunque “los precios no deban mentir”, porque deben expresar la “verdad ecológica” del
valor del uso ambiental y su escasez, existen ciertos aspectos del sistema ambiental (cambio
climático, capa de ozono, pérdida de biodiversidad) que no se prestan a ser cuantificados y
valorados por los sistemas económicos. La lógica económica, en las economías de mercado se
ha concentrado en transacciones económicas al margen de importantes aspectos físico-
naturales. En consecuencia, determinados objetivos ambientales de carácter esencial tendrán
que estar definidos en mayor medida por los poderes públicos que por el mercado.
Este último punto también contiene notables elementos de reflexión. Pretender medir la
inconmensurable o dar precio a lo inapreciable, aunque pueda tener sentido lógicoeconómico
(por la lógica económica convencional), puede dejar de tener sentido lógicoracional. Sobre este
aspecto, la Economía Ecológica ofrece una racionalidad cualitativamente superior frente a la
Economía Ambiental. Ambas, sin embargo, aunque en diferente grado, reconocen la necesidad
de renovación de los métodos de valoración de los costes y beneficios asociados al medio
ambiente, considerando aspectos de mejora potencial, compensaciones sobre las preferencias
nos sólo de los individuos de la generación actual, sino también de las generaciones venideras.
De alguna manera, adentrarse en el diverso mundo de las “ciencias ambientales” para compartir
conocimientos y enfrentarse a relaciones entre sistemas humanos y ambientales de por sí
complejos, seguramente requiere un enfoque que cuestione el sistema de mercado, porque
éste, por sí mismo, no tiene capacidad propia para afrontar la problemática ambiental e, incluso,
puede resultar incongruente tratar de resolver los problemas que él mismo crea.
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4.2 Más allá de las externalidades ambientale.
La nueva escuela de pensamiento económico-ecológico se plantea con una visión más rica,
profunda y radical que la defendida por el enfoque convencional de la Economía Ambiental.
Porque mientras que ésta fundamentalmente trata de reformar el paradigma dominante del
mercado incorporando determinadas variables ambientales con un enfoque neoclásico de
“internacionalización” de externalidades para subsanar los fallos del mercado, como la
contaminación y la degradación de los recursos naturales, aquella pretende concebir una ciencia
económica en términos de sistemas interdependientes para que no se excluya una parte de la
realidad social y ambiental y se pueda reflejar más correctamente las relaciones económicas con
el medio y el modo de vida .
Es bien sabido que las actividades económicas conducen a una degradación excesiva del medio
ambiente cuando existen intereses contrapuestos y la información y los incentivos son
inadecuados. Y cuando se trata de abordar los problemas que plantean un mayor riesgo de
insostenibilidad mundial, como es el caso del cambio climático, la teoría de la internalización se
debilita ante su incompetencia para acometer estas externalidades globales y gestionar los
llamados “bienes comunes globales”. Todo esto necesita de otros métodos de gestión
abordando novedosos esquemas de derechos y responsabilidades. En este sentido, el cambio
climático, por ser un fenómeno global, implica la necesidad de contar con una fuerte
cooperación internacional y el liderazgo de los países desarrollados con criterios de precaución
y también de solidadaridad intra e intergeneracional. La finalidad es proporcionar opciones de
gestión económica basadas en una alianza para el futuro común que amplíen los sistemas de
mercado y asignación de “cuotas de propiedad” establecidos actualmente en mecanismos tales
como los “Derechos de Emisión Comercializables”, recientemente implantado actualmente en
la U.E.
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Ante esa situación, por el contrario, la Economía Ecológica se sumerge en el contexto físico de
la actividad económica y trata de analizar, con instrumentos propios, los impactos que ésta
provoca en el entorno considerando los flujos de materia y energía, así como la biodiversidad y
la coevolución de los sistemas ambientales y humanos sin olvidar los conflictos de la
internalización de externalidades, la distribución y la equidad intergeneracional.
En definitiva, hay que sopesar la gran dificultad o incluso la imposibilidad, en muchos casos, de
internalizar adecuadamente las externalidades ambientales e ir más allá de la búsqueda de un
“óptimo económico” de la degradación ambiental. Para enfrentarse a la problemática ambiental
y a la sostenibilidad todavía se requieren muchas acciones sociales que vayan también mucho
más allá de los instrumentos económicos. Es por eso, aún existe un importante campo de acción
para los movimientos ecologistas, incluyendo de forma especial el “ecologismo de los pobres”
en defensa tanto de la vida como de su “medio de vida”, sabiendo, además, como dice Martínez
Alier (1999), que en la actual generación “los pobres venden barato”.
4.3 Principios operativos de una economía sostenible atendiendo a los flujos físicos.
La Economía Ecológica, como instrumento estratégico para la transición hacia un nuevo
paradigma, se distinguiría sobre todo, por marcar los principios operativos del desarrollo
sostenible, especialmente marcando límites biofísicos para el uso sostenible de los recursos y la
gestión sostenible de los residuos, buscando equilibrios entre los flujos de “entradas” y “salidas”
de materia y energía, como ha sido inicialmente indicado por varios autores (Daly, 1990b;
Turner, 1991; Meadows, 1992. Ante todo, tiene que proporcionar pautas racionales para el uso
y gestión del medio ambiente en su doble calidad de fuente de recursos y sumidero de residuos:
a) Una economía que no podría procesar los recursos vivos a una velocidad mayor
que la de su renovación (la tasa de uso de los recursos renovables no puede exceder a su
renovabilidad).
b) Un economía que no acabaría con los recursos agotables antes de encontrar
sustitutos duraderos (la tasa de uso no debe sobrepasar la tasa de sustitución por otros recursos
renovables)
c) Una economía que tampoco contaminaría más allá de capacidad de absorción biológica
de la naturaleza. (la actividad económica no puede generar residuos por encima de la capacidad
de carga de los ecosistemas).
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Atendiendo a los flujos físicos habría que admitir, por tanto, la necesidad de una nueva economía
alternativa basada en la “eco-lógica” de la ecología global. Esta es la orientación adoptada por
la Economía Ecológica que ha de preocuparse, en primer lugar, como señala Naredo, de la
naturaleza física de los bienes a gestionar y la lógica de los sistemas que los envuelven,
considerando desde la escasez objetiva y la renovabilidad de los recursos empleados, hasta la
nocividad y el posible reciclaje de los residuos generados (Naredo, 2002).
De esta forma, la Economía Ecológica supera los planteamientos convencionales sobre el uso
aislado de los recursos naturales y su asignación en aras del crecimiento económico, porque
centra mucho más su atención en el uso de los ecosistemas con fines humanos pero no
exclusivos, de tal forma que se puedan mantener su resiliencia, funcionalidad e integridad de
acuerdo con los principios del desarrollo sostenible.
Pero además de la consideración de los flujos físicos, hace falta incluir otros principios para
gestionar equitativamente el futuro con una nueva idea del contrato social intergeneracional
para una sociedad con aversión a la incertidumbre. De aquí, la importancia de integrar el
“principio de precaución”, ante la vulnerabilidad del cambio global, la baja sustituibilidad del
capital natural o la imposibilidad de internalización de externalidades para la salvaguarda de
"capitales críticos" (insustituibles y no compensables) y la consecución de "niveles mínimos de
seguridad” (buscando un equilibrio entre las preferencias morales y el libre uso de los sistemas
ambientales), o bien la definición de umbrales de coexistencia racional entre actividades
”
económicas y servicios estructural de la actividad económica mediante un cambio del “ “
metabolismo del aparato ambientales mediante la aplicación de un principio de copropiedad"
entre las generaciones presentes y las futuras.
Por otra parte, la Economía Ecológica alienta un proceso de transformación
productivo. En efecto el “aparato digestivo” del actual sistema económico presenta claras
disfuncionalidades ambientales en relación al procesado de las entradas y salidas de materia
y energía. En esta línea, actualmente están en auge relevantes teorías sobre el “metabolismo
industrial” (Ayres, 1989; Simonis, 1989) y el “metabolismo urbano” orientados por un enfoque
ecosistémico donde los procesos de la producción industrial y de la vida de las ciudades se
quieren asemejar a sistemas vivos que procesan materia, energía e información para mantener
sus funciones vitales.
La idea de imitar la “economía natural” de los ecosistemas por parte de la economía se está
ampliando actualmente con el concepto de biomímesis, esto es, imitar la naturaleza a la hora de
reconstruir los sistemas productivos humanos, con el fin de hacerlos compatibles con la biosfera
(Benyus, 1997; Riechmann, 2003). En esta misma dirección, apuntan los planteamientos basados
19
en el análisis del ciclo de vida de los productos y la producción en ciclos cerrados, minimizando
lo residuos, de acuerdo con los nuevos modelos propugnados por la Ecología Industrial que, en
definitiva, trata de imitar el funcionamiento de los sistemas ecológicos. De este modo, un
ecosistema industrial estaría formado por complejas “redes de alimentos” que posibilitarían que
tanto los productos utilizados como los residuos fluyeran a través de un sistema
multidimensional de reciclado y aprovechamiento posterior (Frosh, 1993; Graedel, 1995). No es
totalmente posible producir sin residuos pero sí hacerlo sin contaminación, es decir, sin residuos
no asimilables por la naturaleza y dañinos para los seres vivos. En este sentido, si lo que se
produce debe ser reintegrable al ciclo económico habría que tender al abandono de sustancias
peligrosas (no biodegradables), alejarse de los productos sintéticos, y reducir la complejidad de
bienes (Riechman y Fernández Buey, 1996)
Esta corriente de pensamiento también pone un mayor énfasis en señalar que hay asignaciones
que no tienen ninguna posibilidad de transacción en mercados reales o ficticios, así como en la
dificultad de compensación y sustitución de los bienes ambientales, tales como la protección de
la capa de ozono, o la biodiversidad (que se pierde sin conocerse), o la dificultad de compensar
a las generaciones futuras (que nunca podrán expresar sus preferencias) por la degradación
ambiental que estamos imponiendo ahora. Es un enfoque claramente alternativo al ofrecido por
la economía ambiental convencional que asume los principios de compensación y sustitución
(Martínez Alier, 1999).
20
“espacio ambiental mundial”, supera con mucho la “deuda externa” de las regiones pobres, la
cual podría estar perfectamente saldada con la “deuda ecológica” de los países del Norte.
Esta novedosa concepción del valor de la riqueza natural se enmarca en una nueva visión ética
menos antropocéntrica y más biocéntrica que reclama un nuevo papel del ser humano en la
biosfera (una ser singular en el entramado ecológico de la vida, pero no el dueño absoluto de la
naturaleza). Ello conlleva una reconsideración de los predominantes valores de mercado a corto
plazo para poder reconducir los sistemas de contabilización económica y social del patrimonio
ambiental con un sentido de solidaridad intra e intergeneracional. Y también para reajustar el
propio concepto de valor y las formas de valorar este patrimonio, ampliando el tratamiento
económico hoy día predominante. Hay que recordar, en cualquier caso, que siempre que se
toman decisiones se está utilizando alguna forma de valoración implícita o explícita. Pero cuanto
más explicitado esté el proceso de valoración seguramente será mejor la decisión frente a
situaciones de incertidumbre que, normalmente, son consustanciales a las relaciones
económicoecológicas.
El análisis económico del valor que viene dominando en la escena de la toma de decisiones toma
como base de referencia las preferencias individuales, supuestamente dadas y locales, con un
horizonte temporal a corto plazo. Frente a ese valor presente, la aplicación del concepto de
sostenibilidad supone adoptar un criterio de “valor sostenible” y global a largo plazo con otras
consideraciones sobre las preferencias no solamente individuales, sino colectivas y cambiantes
a lo largo el tiempo.
21
incluyendo el principio de precaución para considerar la incertidumbre y la irreversibilidad y la
no linealidad de los procesos ecológicos.
La mayor parte del “capital natural” (el stock de riqueza que produce un flujo valiosos de bienes
y servicios en el tiempo) no puede ser sustituido por “capital hecho por el hombre” (bienes de
producción para producir) y su preservación resulta imprescindible para el mantenimiento de la
vida y la continuidad del bienestar humano a lo largo del tiempo. Una economía orientada por
la eco-lógica hacia la sostenibilidad se preocupa por ajustar los valores del capital natural y se
esfuerza por enseñarnos a “vivir de los intereses” que éste produce sin agotarlo. Bajo esta
premisa, se trata de construir una Contabilidad Ecológica (contabilización de los stocks y flujos
de materia y energía) integrada con la Contabilidad Económica (cuentas económicas) donde se
incorporen los costes y los desgastes de los activos ambientales vinculados a los procesos
económicos de consumo y producción.
Además, como las materias primas que suministra la naturaleza al proceso productivo, así como
muchos de los servicios de los ecosistemas, no están mínimamente reflejados en los precios de
mercado, una gestión sostenible de los recursos naturales exige un cambio en la concepción
económica del “valor”, tanto si se usan como si no, para actuar sobre opciones que no
pertenecen al mercado (véase el Recuadro I).
Recientes investigaciones con datos contrastados en la “Evaluación de los Ecosistemas del Milenio” recalcan que el
valor económico total vinculado al uso sostenible de los ecosistemas es a menudo más alto que el valor vinculado a
la transformación de los ecosistemas mediante la agricultura y ganadería, la tala rasa u otros usos intensivos, además
de que los servicios que prestan los ecosistemas tienden a tener beneficios múltiples y sinérgicos. En muchos casos,
demás, los beneficios no comercializados de los ecosistemas son generalmente más altos y, a veces, más valiosos
que los comercializados. Por ejemplo los valores económicos comercializados y no comercializados relacionados con
los bosques de países mediterráneos, la madera y la leña (valor de uso directo y comercializado) suponía por lo
general menos de un tercio del valor económico total de los bosques de cada país, mientras que los valores
relacionados con productos forestales no maderables, las actividades recreativas, la caza, la protección de cuencas,
la captura de carbono y la utilización pasiva (valores que no dependen de los usos directos), suponían entre un 25%
y un 96% del valor económico total de los bosques. Adicionalmente, las investigaciones demuestran también que los
costos económicos y de salud pública relacionados con la degradación de los ecosistemas pueden ser considerables.
Y, en resumen, la nueva idea de valor de la naturaleza, nos indica claramente que el bienestar humano y el avance
hacia el desarrollo sostenible dependen fundamentalmente de un mejor manejo de los ecosistemas de la Tierra para
poder asegurar la conservación y utilización sostenible de éstos.
Fuente: Texto adaptado de “Evaluación de los Ecosistemas del Milenio” (PNUMA, 2004).
22
RECUADRO II. RELACIONES ENTRE LOS CAMBIOS EN LOS ECOSISTEMAS
Y EL BIENESTAR HUMANO
Los cambios que experimentan los ecosistemas no sólo afectan a los seres humanos, sino también a
innumerables otras especies. Los objetivos y las acciones que llevan a cabo están influenciados no sólo
por las consecuencias que para la humanidad tienen los cambios en el ecosistema, sino también por
la importancia que asignan a consideraciones del valor intrínseco de las especies y los ecosistemas.
Los cambios en los factores que afectan indirectamente los ecosistemas, tales como la población, la
tecnología y el estilo de vida, pueden provocar cambios en los factores que afectan directamente los
ecosistemas, como la captura de las pesquerías o la aplicación de fertilizantes para aumentar la
producción de alimentos. Los consiguientes cambios en el ecosistema provocan cambios en los
servicios que prestan los ecosistemas, con lo cual influyen en el bienestar humano. Estas interacciones
pueden suceder en más de una escala y también a través de ellas. Por ejemplo, un mercado global
puede llevar a una pérdida regional de la cubierta forestal, lo cual aumenta la magnitud de las
inundaciones en el curso local de un río. Igualmente, las interacciones pueden darse en diferentes
escalas de tiempo. En casi todos los puntos de este marco pueden realizarse acciones en respuesta a
cambios negativos o con miras a estimular los cambios positivos.
El mundo ha sido testigo en las últimas décadas no sólo de los dramáticos cambios en los ecosistemas,
sino también de los igualmente profundos cambios en los sistemas sociales que dan lugar tanto a las
presiones sobre los ecosistemas como a las oportunidades de respuesta. La influencia relativa de las
naciones-estado individuales ha disminuido con el aumento de poder e influencia de un conjunto
mucho más complejo de instituciones, entre las que se incluyen los gobiernos regionales, las
compañías multinacionales, las Naciones Unidas y las organizaciones de la sociedad civil. Los grupos
de interés tienen ahora mucho más participación en la toma de decisiones. Teniendo en cuenta los
múltiples actores cuyas decisiones actualmente ejercen una gran influencia en los ecosistemas, es
mayor el desafío de entregar información a los responsables de la toma de decisiones. A la vez, el
nuevo paisaje institucional puede generar una oportunidad sin precedentes para que la información
sobre los ecosistemas constituya la gran diferencia se transforme en un elemento de gran
importancia. Para avanzar en el manejo de ecosistemas con miras a aumentar el bienestar humano se
requerirá de nuevos acuerdos políticos e institucionales y cambios en los derechos y el acceso a los
recursos, que pueden ser hoy más factibles que nunca, teniendo en cuenta las actuales condiciones
de rápido cambio social.
Fuente: Texto adaptado de “Evaluación de los Ecosistemas del Milenio” (PNUMA, 2004).
Así, el reconocimiento de que los valores ambientales pueden ser de orden superior, implica
asumir nuestra dependencia con el medio. Aunque parezca que la evolución cultural y los
avances científico-tecnológicos permiten una mayor independencia del ser humano con el
medio ambiente (visión optimista- tecnológica), lo cierto es que hoy seguimos dependiendo de
los servicios que presta la biosfera a través sus ecosistemas y del flujo de servicios que éstos
prestan desinteresadamente.
Las decisiones relativas al uso de los ecosistemas y sus servicios requiere un enfoque armónico
entre diferentes disciplinas, perspectivas filosóficas y escuelas de pensamiento (enfoque
“transdisciplinario” que se comenta en el apartado siguiente), ya que el actual proceso decisorio
no reconoce en toda su amplitud el propio valor de los ecosistemas y el de los servicios que
prestan para el desarrollo económico y el bienestar humano.
El estudio pionero realizado por R. Costanza sobre el valor económico de los servicios
proporcionados por los sistemas ecológicos se puede considerar un hito histórico. Lo más
destacable, no obstante, no es el valor “exacto” asignado a los grandes ecosistemas mundiales
y al capital natural, sino que los servicios de la naturaleza dejan de considerarse “dones
gratuitos” y se reconoce que su valor “fuera de mercado” (en su mayor parte) supera
ampliamente el valor de la producción material medida por el “Producto Nacional Bruto Global”
(Costanza, 1997). (Véase, Anexo, Tabla 1).
Tal como se refleja en el Anexo, Figura 2, los servicios que prestan los ecosistemas se traducen
en beneficios obtienen que las personas y, por tanto, los cambios que experimentan estos
23
servicios afectan el bienestar humano a través de los impactos en la seguridad, las necesidades
materiales básicas para el buen vivir, la salud y las relaciones sociales y culturales. La cuestión
del valor de la naturaleza y sus recursos se viene planteando de forma distinta por las diferentes
disciplinas, perspectivas filosóficas y escuelas de pensamiento. De hecho, en los actuales
procesos de toma de decisiones coexisten dos paradigmas de valor: el “utilitario” y el “no
utilitario”, que de alguna forma se superponen e interactúan, sin un denominador común
(PNUMA, 2004).
Por otro lado, el enfoque no utilitario considera los valores de existencia de la naturaleza, por su
propio valor intrínseco y en la medida que puede tener valor en sí mismo, independiente de la
utilidad que pueda representar para los seres humanos, al tiempo que incluyen otros valores
históricos, nacionales, éticos, religiosos y espirituales profundamente arraigados en las
sociedades, que incluso se vinculan con la apreciación de “servicios culturales” de los
ecosistemas. Estos conceptos pueden ir asociados desde la conservación de “santuarios
espirituales” hasta la protección de especies en peligro, que tienen derecho a existir, y la
decisión de conservarlos puede hacerse independientemente del resultado obtenido a través de
un análisis coste-beneficio.
Los nuevos enfoques de una economía sostenible sobre la valoración económica del medio
ambiente tienen que hacer referencia al “valor primario de la naturaleza” (valor intrínseco "no
antropocéntrico" del capital natural) y explícitamente a los valores de uso y de no uso que
conforman el Valor Económico Total (VET), entendido como la suma del “valor de uso directo”
(alimentos, biomasa), del “valor de uso indirecto” (funciones ecológicas de los ecosistemas) y
valor de “opción” (para uso directo o indirecto en el futuro), conjuntamente con el “valor de no
uso” en sus condiciones de valor de “existencia” (valor por el mero hecho de existir y más
relacionado con la noción de valor intrínseco), y valor de “legado” (para herencia de los
descendientes) (Munasinghe, 1992).
Existen argumentos convincentes sobre las características superiores que presenta el “capital
natural” frente al “capital artificial”, debido a la enorme oferta de diversidad biocenótica y
estabilidad ecológica que proporciona el primero, lo cual beneficia no sólo a la especie humana
(como sucede fundamentalmente con el capital hecho por el hombre), sino también a los
sistemas ambientales, permitiendo, con ello, que se protejan los derechos y necesidades de las
otras especies vivas, además de las propiamente humanas. Cabe añadir, además, que la
valoración de los activos ambientales (especialmente sus pérdidas) con los mismos criterios de
24
mercado con que se valora el capital artificial corre evidentes riesgos de manipulación política o
desconsiderar una amplia gama de opciones para utilizar o conservar en términos sostenibles
los ecosistemas y sus servicios, teniendo en cuenta que los beneficios derivados pueden ser
difusos o que se entrecrucen determinados intereses locales, comerciales o científicos. En este
espíritu, se ha desarrollado el “enfoque ecosistémico” (World Resources, 2002) como una
valiosa metodología para analizar las relaciones humanas y los sistemas ecológicos y actuar
consecuentemente con una estrategia integral y equitativa con criterios de conservación y el
uso sostenible, teniendo en cuenta que los humanos, con su diversidad cultural, son parte
integral de los ecosistemas y que sus decisiones deben estar supeditadas a la capacidad que
éstos tienen para proporcionar todos los servicios que proporcionan bienestar al sistema
socioeconómico como los que tienen utilidad por sí mismos.
De esta manera, una decisión social, democrática y racional sobre el valor del capital natural y
el uso y conservación de los ecosistemas se enmarca más en el ámbito de la política, dado que
no puede considerarse como una decisión meramente económica. En cualquier caso, para
sustentar adecuadamente las decisiones y que sean políticamente coherentes es necesario
disponer de modelos integrados que abarquen las interacciones complejas entre los sistemas
ambientales y humanos, a diferentes escalas, y que aborden escenarios sobre los cambios a
medio y largo plazo, incorporando información tanto científica formal, como conocimiento
tradicional o local.
Este último aspecto, suele ser desconsiderado por la ciencia pero puede ser muy útil en términos
de sostenibilidad. Se trata de conjugar múltiples disciplinas científicas con otras sabidurías
populares, porque la consideración de futuros ambiguos y de incertidumbres cuantificables no
sólo necesitan mayor rigor científico académico, sino también experiencia, democracia
participativa y credibilidad. Las consideraciones sobre la “transdisciplinariedad” y la “ciencia
posnormal” vienen a reforzar estos argumentos, que se detallan en los apartados siguientes.
Sobre esta base, la economía ecológica suele entenderse como un producto de un desarrollo
histórico evolucionista que plantea un conjunto de respuestas dinámico, en transformación
constante y con una visión fundamentalmente transdisciplinaria de la actividad científica, que
recalca el diálogo y la solución cooperativa de problemas (Costanza, 1991).
25
En efecto, la visión transdisciplinaria es uno de los rasgos distintivos de esta nueva perspectiva
frente a la visión disciplinaria estándar, en la cual se definen fronteras exactas entre disciplinas
y coexiste los espacios vacíos entre los territorios, que ninguna disciplina cubre. Sin duda es una
dimensión superior a la visión interdisciplinaria donde hay diálogo e interacción y las disciplinas
se superponen para llenar los espacios vacíos en el escenario intelectual, pero manteniendo sus
territorios claves.
La economía ecológica asume así el enfoque transdisciplinar, donde no sólo se considera las
fronteras del escenario intelectual como porosas y cambiantes, sino que las fronteras entre las
disciplinas se han eliminado, y problemas se consideran como un conjunto en un contexto que
también está cambiando y evolucionando. De tal forma, que esta visión coexiste e interactúa
con la estructura disciplinaria convencional, pero que adicionalmente es capaz de proporcionar
una coherencia de gran interés para anudar conocimientos, agregar valor, subsanar deficiencias
convencionales y abordar problemas de sistemas complejos (Costanza, 1998). En Anexo, Figura
3, se indican gráficamente las tres visiones disciplinaria, interdisciplinaria y transdisciplinaria.
Situados ante un escenario de cambio global ambiental y social, con los nuevos vientos de la
posmodernidad se abren nuevas puertas para un nuevo enfoque científico basado en la ciencia
posnormal, frente a la ciencia tradicional que ha pretendido simplificar la complejidad.
Ciertamente, la ciencia moderna surgida de la filosofía cartesiana ha mantenido un método
científico excesivamente positivista y simplificador de la realidad, que a la postre resulta
reduccionista por un división sujeto - objeto pretendidamente libre de valores. Cuando la ciencia
26
normal no es capaz de encontrar respuestas a los problemas surge la crisis y la aparición de
ciencias extraordinarias que encabezan cambios de paradigmas, y así la ciencia evoluciona,
según Khun (1970). Sin embargo, la ciencia normal y la posnormal plantean enfoques diferentes,
pero son complementarias. Funtowicz y Ravetz (1991; 1993) han acuñado el término de ciencia
posnormal a la que identifican como evolución y ampliación de la ciencia tradicional para
adecuarla a las condiciones del presente. Su esencia principal, aunque científica, es el
reconocimiento de la incertidumbre y la ignorancia, y su empeño es gestionar el bien común.
Para tratar de entender mejor y gestionar los procesos de sostenibilidad, en particular las
relaciones socioeconómicas y ambientales, se necesitan nuevos enfoques para incorporar la
incertidumbre científica en las decisiones. Para ello, se precisa conjugar los niveles de riesgo,
entendido como probabilidad conocida, y la incertidumbre verdadera, entendida como
probabilidad desconocida. Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en el fenómeno del cambio
global y en especial del cambio climático. La ciencia nos puede precisa los grados de
incertidumbre pero no nos puede concretar con exactitud las posibles consecuencias. Hasta el
momento, el enfoque convencional de las decisiones en materia de sostenibilidad se basan en
“certidumbres” pero la ignorancia científica nos induce a aceptar el “principio de precaución”
(principio número 15 de la Cumbre de Río’92) , en base al cual es necesario adoptar acciones sin
esperar a la certeza absoluta científica.
La investigación de los problemas científicos, entre los que podemos incluir especialmente los
temas de sostenibilidad y economía ecológica, no pueden estar dirigida por una curiosidad
científica abstracta o por imperativos de los intereses económicos pudientes. En su lugar, los
científicos deberían abordar los problemas planteando soluciones políticas admitiendo que “los
hechos son inciertos, los valores están en discusión, los intereses en juego son altos y las
decisiones son urgentes” (Funtowicz y Ravetz, 1991). La nueva ciencia debe reconciliar la razón
con la pasión, en lugar de tratar de descubrir hechos puros conquistando la ignorancia por el
poder de la razón y creyendo que la incertidumbre es el resultado de las pasiones humanas, tal
como se ha venido admitiendo por la ciencia normal. Más aún, respetando la calidad y la
incertidumbre, en esta visión científica se incluye la diversidad, el diálogo y el debate,
ampliándose la comunidad científica de “evaluadores” en un proceso de democratización
científica, donde caben los actores sociales implicados y las comunidades locales con
conocimientos específicos (como el manejo de la biodiversidad por comunidades indígenas).
27
la información?.Y, ¿dónde está la sabiduría que hemos perdido por el conocimiento?.
Actualmente el volumen de información en “Internet”, como medida de expresión simple del
avance informativo actual, se dobla cada tres meses, mientras que el stock de ciencia válida
aumenta mucho más despacio, aunque se dobla cada 15 años.
Mientras tanto, el nivel de sabiduría de hoy no es mucho mayor que hace tres mil años, y no
sabemos cómo producirla o al menos al ritmo que producimos conocimiento.
Un enfoque adecuado para concretar el sentido y dirección del desarrollo sostenible debería
basarse en una forma de aprender inteligente y en un modo de actuar con mayor sabiduría, esto
es, con una forma de saber superior a la ciencia y a la información. Porque, en tanto, que el
conocimiento científico nos dice lo que puede ser a partir de los datos, combinando deducción
e inducción, el saber muestra lo que merece ser hecho entre todo lo tecnologías de menor
impacto. Sin embargo, el mayor desafío, como señala Peskín (1991), que se puede hacer: qué
es determinar los costes potenciales de la incertidumbre y ajustar los incentivos para que las
partes “paguen” el coste de esta incertidumbre y, además, estén incentivados para contabilizar
y reducir los efectos nocivos en niveles de producción y consumo sostenibles que sean
adecuados a la capacidad de carga de los ecosistemas.
5.- CONCLUSIONES.
Orientar la integración de los procesos ecológicos y económicos en clave de sostenibilidad y
hacia la coevolución, dependerá finalmente de si la teoría que explica el funcionamiento de la
“máquina económica” reconoce su papel como subsistema y sabe fomentar un a actividad
entretejida en el ecosistema global, capaz de adaptar su "habilidad" para generar nuevos
beneficio, mejorar su distribución y renunciar a la mercantilización de la biosfera, respetando
sus límites y asumiendo su lógica ; la lógica compleja de un mundo viviente y evolutivo.
En suma, Economía y Ecología, teniendo la misma raíz “oikos” (casa) no deben responder a
lógicas contrapuestas - como así ha sido hasta ahora -. La “ ciencia de la administración de la
casa” (Economía) tiene que ser coherente con la “ciencia de la casa” (Ecología) para llegar a una
síntesis integradora que supere dos racionalidades tradicionalmente incompatibles, asentadas
en extremos económico-utilitaristas y ecológicoconservacionistas, y dar así coherencia a la
racionalidad coevolutiva del conjunto global y de la humanidad que vive en el seno de la
biosfera.
El gran reto sigue estando en llegar a un consenso generalizado de qué es lo que debe ser
sostenible con una visión de futuro y unos objetivos de desarrollo compartidos. Aún si cabe, el
28
problema más desafiante es reintegrar la economía con las ciencias naturales y sociales para
optar por un sistema socioeconómico duradero en el marco biofísico de Gaia con eficiencia, ética
y justicia distributiva.
ANEXO.
FIGURA 1. LA HUELLA ECOLOGICA DE EUROPA Y DEL MUNDO
La línea naranja muestra la demanda del mundo comparada con la capacidad disponible (la línea
de un planeta). La línea roja muestra el número de planetas necesarios si todos los miembros de
la familia humana vivieran con el estilo de vida de la UE.
29
FIGURA 3. REPRESENTACIÓN GRÁFICA DE LAS VISIONES DISCIPLINARIA,
INTERDISCIPLINARIA Y TRANSDISCIPLINARIA
30
c. Hay diálogo e interacción
porosas y cambiantes.
b. Las fronteras iniciales se han eliminado y considera las fronteras del escenario
31
Valor en Bn de $
Servicios de los Ecosistemas
USA
Formación del suelo 17,1
Servicios Recreativos 3
Ciclo de Nutrientes 2,3
Provisión y Regulación del agua 2,3
Regulación del clima (temperatura y precipitación) 1,8
Habitats naturales 1,4
Protección de las tormentas e inundaciones 1,1
Producción de alimentos y materias primas 0,8
Recursos Genéticos 0,8
Equilibrio atmosférico 0,7
Polinización 0,4
Otros servicios 1,6
Total Valor Servicios de Ecosistemas Mundiales 33,3
Total Valor PNB Mundial 18
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RESUMEN EJECUTIVO
INDICE, CONTENIDO O TABLA DE CONTENIDO
LISTA DE TABLAS Y FIGURAS
INTRODUCCION
CUERPO DE LA MONOGRAFIA
CONCLUSIONES
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
ANEXOS
34