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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CAJAMARCA

FACULTAD DE INGENIERIA
ESCUELA ACADEMICO PROFESIONAL DE INGENIERIA CIVIL

PLANEAMIENTO REGIONAL

ECOLOGÍA, DESARROLLO ECONÓMICO


Y
CONSERVACIÓN AMBIENTAL

ALUMNOS: Urrutia Medina, Sarly Lizzeth


Huaripata Romero, Roberto Jhony

SEMESTRE: Noveno

DOCENTE: Ing. SILVA SILVA MARCO ANTONIO

UNC - Cajamarca

2018
"Algunas personas sueñan con el
éxito... mientras otras se despiertan y
trabajan duro para lograrlo."

2
A nuestros padres por su
constante apoyo.

3
Expresamos nuestro
agradecimiento A las personas que
con su apoyo han hecho que se
haga realidad este trabajo

4
Contenido
INTEGRACIÓN ECONOMÍA Y ECOLOGÍA: CAMBIO DE PARADIGMA PARA UN DESARROLLO
SOSTENIBLE. .................................................................................................................................. 6
1.- INTRODUCCIÓN. ................................................................................................................... 6
2.- ANTE NUEVOS PARADIGMAS PARA LA SOSTENIBILIDAD DEL SISTEMA GLOBAL. ............... 7
2.1 Del crecimiento a la sostenibilidad: el cambio paradigmático del “desarrrollo
sostenible”............................................................................................................................. 7
2.2 El sistema económico como un subsistema abierto, coherente con la lógica de la
biosfera y en transición hacia la coevolución. .................................................................... 10
3.- APROXIMACIÓN DE LA ECONOMÍA A LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL Y LA
SOSTENIBILIDAD. ..................................................................................................................... 12
3.1 Algunas reflexiones críticas previas... “supongamos”................................................... 12
3.2 Entre la “Economía Ambiental” y la “Economía Ecológica”. ¿”gato blanco”..., “gato
negro”.................................................................................................................................. 14
4.- INTEGRACION ECONOMÍA - ECOLOGÍA EN MARCO DE LA ................................... 15
SOSTENIBILIDAD ¿ “ECONOLOGÍA” ?, ¿ “ECOLONOMÍA” ?. ................................................... 15
4.1 El juego del mercado y los precios. ............................................................................... 15
4.2 Más allá de las externalidades ambientale. .................................................................. 17
4.3 Principios operativos de una economía sostenible atendiendo a los flujos físicos. ..... 18
4.4 Compromisos político- sociales y equidad. ................................................................... 20
4.5 Valores ambientales en la economía de la sostenibilidad:un cambio axiológico con una
nueva ética. ......................................................................................................................... 21
4.7 Posmodernidad, Ciencia Posnormal y Sabiduría. ......................................................... 26
5.- CONCLUSIONES. ................................................................................................................ 28
ANEXO. .................................................................................................................................... 29

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INTEGRACIÓN ECONOMÍA Y ECOLOGÍA: CAMBIO DE PARADIGMA
PARA UN DESARROLLO SOSTENIBLE.
DR. D. LUIS JIMÉNEZ HERRERO.
Profesor de Desarrollo Sostenible y Economía Ecológica de Ciencias Económicas y del
I.U.C.A. – U.C.M.

1.- INTRODUCCIÓN.
Hace bastante tiempo que la Economía se enfrenta a un cambio de paradigma ante las evidentes
insuficiencias para encarar los importantes problemas ambientales y sociales generados por la
actividad económica de una civilización industrial que ha venido ignorando los límites al
crecimiento.

Efectivamente, desde principios de los años setenta del siglo pasado son bien contundentes las
críticas al modelo científico dominante en el ámbito económico. Pero, más aún, ahora ante los
efectos de un cambio ambiental global inducido por grandes fuerzas motrices humanas, entre
las que destaca la expansión de una economía envuelta en la presente ola de la globalización, se
acentúa la visión crítica del modelo económico convencional ante su incapacidad para afrontar
los riesgos mundiales derivados de las disparidades sociales y los desequilibrios ecológicos.

Ante esta situación de cambio planetario, se vislumbra una reacción estratégica que se entronca
en el nuevo marco del desarrollo sostenible. Un estilo de desarrollo humano que debe ser
ambientalmente sano, socialmente justo, económicamente viable, éticamente responsable y
aplicable desde la escala local a la global.

Bajo esta perspectiva, se insiste, por un lado, en la necesidad de reconducir las estructuras
económicas de la producción, el consumo y la distribución por sendas sostenibles y equitativas,
con menos retórica y mayor realismo, al tiempo que se reclama una racionalización de las teorías
económicas para ajustarlas también a la lógica del sistema planetario. Conseguir que la actividad
económica sea más eficiente, equitativa y sostenible implica cambiar el “sentido” de la sociedad
industrial para engranar definitivamente la economía mundial con la ecología global y, de esta
manera, poder trasformar el “metabolismo” del sistema económico y llegar a la integración de
los factores ambientales y los principios de sostenibilidad en la toma de decisiones.

En esta línea, por otra parte, se requiere repensar lo económico en clave de sostenibilidad, lo
cual pasa por concebir la economía como un subsistema abierto al medio ambiente dentro del
ecosistema global, donde la producción de “bienes” (productos y

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servicios) lleva aparejada la generación de “males” (degradación de recursos naturales y
contaminación), y donde la lógica económica debe ajustarse a la lógica de la biosfera.

De esta manera, el nuevo enfoque económico se plantea como un cambio de modelo en el nuevo
paradigma del desarrollo sostenible.

2.- ANTE NUEVOS PARADIGMAS PARA LA SOSTENIBILIDAD DEL SISTEMA


GLOBAL.
Ante la cosmovisión del sistema global se están reconsiderando las complejas causas y efectos
del permanente proceso interactivo entre los sistemas ambientales y los sistemas humanos.

Pero es un proceso que sólo será viable y perdurable en la medida que se produzca la integración
coevolutiva entre medio ambiente y desarrollo (Desarrollo Sostenible), y entre economía y
ecología (Economía Ecológica).

Y, con esta percepción, de hecho, tanto en el ámbito del desarrollo como en el de la economía
se perciben claros vientos de cambio en sus clásicos paradigmas sobre las bases de la dinámica
global y bajo el común denominador de la sostenibilidad (Jiménez Herrero, 1996).

De esta manera, se perfila una transición hacia nuevos modelos alternativos de desarrollo que
sean más sostenibles frente a los modelos convencionales - propios de la civilización industrial -
que se han mostrado ecológicamente depredadores, socialmente injustos y económicamente
inviables a largo plazo, es decir, claramente insostenibles.

La ciencia y la conciencia que amparan el pensamiento económico dominante vienen


manteniendo una visión fragmentada de la realidad y su método es poco consistente para tratar
las realidades complejas de los sistemas vivientes conjuntamente con las realidades
socioeconómicas. Ninguna disciplina por sí misma tiene capacidad para abordar la complejidad
de la integración de los sistemas con un sentido holístico. Por ello, resurgen complicidades
científicas para aunar conocimientos y entretejer enfoques metodológicos inter y
transdisciplinares a fin de tratar los múltiples aspectos que atañen tanto a la sostenibilidad del
sistema global, como a la del sistema socioeconómico que forma parte de aquél y con el que
mantiene una dependencia biofísica insoslayable.

Para llegar a establecer un cambio paradigmático en la esfera de la economía, habría que partir
de una premisa inicial, poco discutible, tal como es la realidad de un sistema global finito que
tiene una capacidad limitada para soportar la carga de los habitantes y mantener una economía
creciente para satisfacer sus necesidades.

En tal sentido, las consideraciones sobre las posibilidades de mantener el crecimiento


económico y el establecimiento del tamaño o escala del sistema socioeconómico acorde a las
leyes de la naturaleza y la termodinámica son los puntos de partida para analizar los cambios de
paradigmas en el marco de la sostenibilidad del desarrollo.

2.1 Del crecimiento a la sostenibilidad: el cambio paradigmático del “desarrrollo


sostenible”.
Una de las cuestiones más relevantes del nuevo planteamiento de la sostenibilidad del
desarrollo es la reconsideración de la sacrosanta idea del crecimiento económico, convertida en
la ideología de la “crecimanía” que ha dominado la escena de la teoría y política económica en
los últimos decenios.

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El subsistema económico ya se ha apropiado del 40% de la Producción Bruta de la Naturaleza
creada a través de la fotosíntesis (Vitouseck, et al, 1986). Pero, en ningún caso, este subsistema
podría crecer más allá de los límites del sistema planetario, porque nunca llegaría a poder
incorporar el 100% de la producción natural. Lo cierto es que el crecimiento económico
indefinido es insostenible dentro del sistema cerrado Tierra. Y las pretensiones de garantizar una
vida saludable para los 6.400 millones de habitantes que actualmente pueblan la Tierra se
convierte en el gran interrogante cuando se confirma que la “huella ecológica “de la humanidad
ya sobrepasa los límites biofísicos del sistema global. Eso sí, esa pretendida imposibilidad se
presupone en tanto se mantengan inalteradas las actuales estructuras económicas y políticas
internacionales y sin plantear un sistema alternativo a la economía globalizada. Actualmente, la
demanda mundial excede la capacidad regenerativa del planeta en un 20 por ciento,
aproximadamente, y se necesitarían varios planetas para renovar los recursos tan rápidamente
como se están consumiendo si los estándares de vida fueran replicados para todo el mundo, y
esta necesidad de “más planetas” aumentaría drásticamente si se quisiera disfrutar globalmente
de un nivel de vida similar al de un europeo medio (WWF, 2004), según se refleja en la Figura 1.

Ciertamente, las consideraciones sobre el crecimiento económico, desarrollo y medio ambiente


han cambiado profundamente en los últimos años. En la década de los 60’s la expansión
económica era un objetivo primordial sin importar demasiado los efectos negativos asociados,
aparentemente contrarrestados por los beneficios conseguidos. El crecimiento material era
sinónimo de desarrollo, progreso e incluso bienestar. Un crecimiento económico “sostenido”,
entendido como un simple mantenimiento de los incrementos en el Producto Nacional Bruto,
era concebido en sí mismo como necesario y casi suficiente para proporcionar los aumentos de
bienestar requeridos por una población mundial en aumento y la necesidad de recomponer la
economía mundial. Y su mayor valor residía en que fuera rápido y continuo. Con más crecimiento
también se podían resolver los problemas y efectos de “rebosamiento” que generaba el propio
crecimiento. Y así se llegaba a identificar crecimiento con desarrollo, relegando a un segundo
plano las transformaciones estructurales o los aspectos cualitativos y de democratización del
poder que este último concepto conlleva.

En los años 70’s, la consideración de los “costes” del crecimiento, los efectos externos,
especialmente los relacionados con la degradación del medio ambiente, y la voz de alarma sobre
los límites ecológicos para la expansión económica, introdujeron un nuevo planteamiento del
desarrollo humano (Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Humano, Estocolmo, 1972) y
las relaciones internacionales con la pretensión de establecer un Nuevo Orden Económico
Internacional, que los países en desarrollo venían reclamando hacía tiempo.

En el decenio de los ochenta, se empieza a tener en cuenta que el crecimiento económico tiene
que ser “sostenible” (no simplemente sostenido) de tal manera que se puedan mantener de
forma perdurable la base de los recursos naturales y ambientales sobre los que descansan los
procesos socioeconómicos. Un crecimiento económico saludable es imposible si no se permite
un desarrollo social ambientalmente sostenible. Se llega más allá, posteriormente, ampliando
estas consideraciones en los años noventa (Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio
Ambiente y Desarrollo, Río de Janeiro, 1992), hasta concebir la ineludible necesidad de
considerar el medio ambiente y el desarrollo como un binomio indisoluble y de integrar ambos
conceptos plenamente en la forma de decisiones a todos los niveles. Del resultado de esta
integración surge el concepto de desarrollo sostenible, como una síntesis conceptual que
proclama un nuevo estilo de vida con formas de producción, consumo, distribución más
racionales en términos ecológicos, económicos y sociales.

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En los inicio del siglo XXI, se da un gran salto desde el debate conceptual al ámbito estratégico
para establecer una alianza mundial en favor del desarrollo y el medio ambiente a nivel mundial,
incluyendo nuevos Acuerdos Internacionales que buscan la ejecución de compromisos,
orientaciones y planes de acción para la “gobernabilidad planetaria” (Conferencia de Naciones
Unidas sobre Desarrollo Sostenible, Johannesburgo, 2002). Así, el concepto de desarrollo
sostenible se consolida y arrincona definitivamente la equívoca identificación del crecimiento
con el desarrollo o el bienestar, a la vez que se amplían y refuerza con esquemas operativos en
base a una Economía Ecológica que busca la plena integración de los procesos económicos y
ecológicos con criterios de eficiencia y equidad, en lugar de una simple incorporación del “factor
ambiental” al mercado, tal como postula el paradigma de la economía clásica.

A todas luces, pues, es necesario adoptar definitivamente un enfoque integral del desarrollo.
Enfoque que, por supuesto, parte de una visión global del problema, pero que debe reconocer
sistemáticamente las diferencias y particularidades de cada región, población o entorno
ecológico. Con ello, se vislumbra la necesidad de un cambio paradigmático de los enfoques
económicos y teorías del desarrollo ortodoxos, en la medida que afloran nuevos problemas a los
que los viejos paradigmas dominantes con sus instrumentos no pueden dar una respuesta
satisfactoria. Así, las cuestiones del bienestar humano de las actuales y futuras generaciones en
relación con el uso racional de los recursos naturales, el mantenimiento de la calidad ambiental
y la conservación de la biodiversidad, e convierta en el nuevo eje de referencia basado en la
noción de sostenibilidad integral (ecológica, económica y social) del desarrollo.

Bien es verdad que la sostenibilidad, concebida de esta forma, es la premisa básica del desarrollo
sostenible global. Pero no lo es todo. Podríamos pensar en procesos sostenibles de producción
o de uso de los recursos naturales sin que necesariamente las condiciones y calidad de vida del
presente y del futuro fueran las más deseables en términos de bienestar para toda la población
humana (Pearce, et al. , 1993). El mal uso y abuso de las nociones de sostenibilidad, aplicadas al
desarrollo, ha propiciado, incluso, que se presuponga que aquello que es racionalmente
deseable también es posible y, más aún, que todo lo que es posible sea en sí mismo deseable
(Daly, 1991). La sostenibilidad, en consecuencia, no puede convertirse en un fundamento
absoluto sino en un principio específico que permita conseguir una determinada opción social
cuyo fin último es definir aquello que realmente se quiere hacer sostenible.

En último término, el desarrollo sostenible, más que un modelo definido o un estado ideal, se
presenta como un proceso de cambio y transición hacia nuevas formas de producir, consumir y
distribuir. Pero también hacia nuevas formas de ser, estar y conocer. Un proceso dinámico
abierto a las innovaciones, adaptativo a las transformaciones estructurales, potenciador del
ingenio humano y comprometido con la evolución de la vida: En definitiva, un “marco de
referencia” para afianzar nuestra esperanza en un futuro común ecológicamente armónico,
económicamente racional, socialmente equitativo y, sobre todo, un referente necesario para
impulsar nuestra fe en la propia vida (Jiménez Herrero, 2000).

Como reacción al cambio global, la aceptación de nuevos paradigmas del desarrollo y de la


economía va calando progresivamente en todos los campos para definir con mayor precisión
cómo hay que plantear los problemas y, en paralelo, dónde buscar sus soluciones.

Los cambios de paradigmas siempre son procesos complejos y convulsos porque, según Kuhn
(1967), finalmente es la aparición de una “ciencia extraordinaria” lo que permite modificar las
ideas y conceptos prevalecientes de los antiguos paradigmas y aportar soluciones a nuevos
problemas, con nuevos instrumentos.

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Sea como fuere, se producen ahora nuevos planteamientos científicos que vienen a conformar
cambios paradigmáticos sobre los conceptos de globalidad y sostenibilidad. Son cambios que
tienen una especial incidencia en la mayoría de los ámbitos científicos, pero en particular en las
teorías económicas y del desarrollo. En la esfera de la economía es algo más que una simple
reforma del modelo económico vigente. Se trata de lograr una profunda transformación de la
organización social y de la actividad económica con pautas eficientes, equitativas y sostenibles.

2.2 El sistema económico como un subsistema abierto, coherente con la lógica de


la biosfera y en transición hacia la coevolución.
Una idea básica para plantear un cambio paradigmático en la economía es concebir el sistema
económico como un subsistema del ecosistema global. La “maquina económica” es, por tanto,
un “sistema abierto” que mantiene intercambios de materia, energía e información con el medio
ambiente, y está, por tanto, sujeto a las leyes de funcionamiento de la naturaleza, a las cuales
debe ajustarse para progresar en coevolución con la biosfera.

Bajo estas premisas, los fundamentos del análisis económico tendrían que replantearse desde
sus cimientos en términos de relaciones globales entre sistemas interdependientes, pero
reconociendo que el subsistema económico funciona en el seno de la sociedad y dentro del
ecosistema global. Un subsistema que, en definitiva, depende también de otros factores
extraeconómicos y que su propio desarrollo se sustenta sobre un “capital natural”, cuyas leyes
de funcionamiento (energéticas, físicas, ecológicas) se manifiestan con prioridad sobre las leyes
económicas delimitadas por el mercado.

En este proceso de cambio y transición, para hacer viable la sostenibilidad de desarrollo, tanto
el tamaño de la población como la escala de la economía mundial tienen que ajustarse a la
capacidad del ecosistema global. Por un lado, el crecimiento de los habitantes del planeta
asociado a sus particulares estilos de vida y consumo, (opulencia en los países ricos y miseria en
los países pobres), tiene unos claros límites dentro de un sistema cerrado como es la Tierra. Por
otra parte, el crecimiento económico también se enfrenta a límites ecológicos y la economía
productiva tiene que utilizar el medio ambiente como base de actividades, fuente de recursos y
sumidero de residuos de acuerdo con sus para todo el mundo para renovar los recursos tan
rápidamente como se están consumiendo capacidades de soporte, autoregeneración y
autodepuración.

La definición de la “escala óptima” de la economía en relación con la ecología global es un


objetivo prioritario para la economía del desarrollo sostenible o economía ecológica (Daly 1990
a; 1991). La actividad económica no puede alterar el equilibrio y la integridad de los ecosistemas
ni sobrepasar su capacidad de carga si se quiere garantizar la evolución cultural y el desarrollo
humano de forma sostenible a largo plazo. A estos fines, la teoría económica debe superar sus
planteamientos de eficiencia a corto plazo y adoptar una visión a largo plazo en consonancia con
la dinámica evolutiva de la biosfera.

Bajo estas consideraciones anteriores, probablemente, podemos presuponer un nuevo


paradigma de la ciencia de la Economía al considerar que la “máquina” económica es un
subsistema “abierto” al medio ambiente que está sujeto a las leyes de la naturaleza y de la
Termodinámica..

La Primera Ley de la Termodinámica, asegura que la materia y la energía permanecen


constantes, ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman. De aquí, que los recursos naturales
extraídos del medio ambiente se conviertan indefectiblemente en residuos y calor, por lo que la
producción de “bienes” (económicos) lleva aparejada la generación de “males” (contaminación).

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Y esta regla de la “producción conjunta” debería considerarse como un elemento básico del
análisis económico con nuevas consideraciones entorno a los conceptos de los límites, la
escasez, los desequilibrios, las necesidades y el cambio global.

Por la Segunda Ley de la Termodinámica (Ley de la Entropía) sabemos que en los sistemas
cerrados la energía se degrada cualitativamente de una forma ordenada a una desordenada
(entrópica) hasta llegar a una forma de calor irrecuperable para realizar trabajo positivo. Esto
implica que los procesos económicos son irreversibles y que el verdadero valor de los recursos
reside en su alto grado de energía disponible o baja entropía, y no tanto en un arbitrario precio
de mercado (Georgescu- Roegen, 1971).

De esta forma, la termodinámica permite ampliar la visión económica neoclásica y reconsiderar


sus su concepción nmecanicista con otros fundamentos físicos basados en el análisis energético
y la “eco-energética”(Odum, 1971) y que dan paso a un nuevo cuerpo teórico como la
“termoeconomía” (Ayres, 1998).

Pero, tanto la concepción mecanicista como la concepción termodinámica del mundo no son
adecuadas para explicar la existencia de vida, su evolución y su tendencia a la complejidad. La
aparición de nuevos impulsos de cambios paradigmáticos con la teoría termodinámica de los
“sistemas abiertos”, continúa con nuevas aportaciones como la teoría del “caos” y la teoría de
la “complejidad”, las cuales permiten establecer esquemas de funcionamiento de estos sistemas
económicos lejos del equilibrio, defendiéndose de la degradación entrópica por medio de
“estructuras disipativas”, en terminología de Prigogine (1974). Los sistemas abiertos y los
organismos vivos separándose del equilibrio son capaces de mantener un estado estable
importando del exterior energía libre y almacenando información (negentropía) para
contrarrestar el aumento de entropía y lograr mayor organización, creando orden del desorden,
por fluctuación y por la acción de procesos disipativos (Prigogine, 1983; 1997).

Si los sistemas económicos pueden comportarse como los organismos vivos, a modo de sistemas
abiertos, teóricamente están capacitados para luchar temporalmente contra la corriente
entrópica del desorden creciente adquiriendo negentropía del exterior y creando estructuras
organizativas.¿ Se podría aumentar la capacidad creadora de la sociedad por medio de una
economía que transformara el “metabolismo económico” incluyendo otros criterios de
distribución equitativa y justicia social que transcienden la simple lógica del mercado?.

Los desajustes entre los sistemas humanos y los sistemas ambientales que, en su conjunto,
conforman el sistema global de la Tierra, se evidencian por los diferentes grados de evolución
de los sistemas ecológicos en relación al desarrollo de los sistemas económicos. Resulta de
especial relevancia la teoría de la “coevolución” para explicar cómo las especies conviven en
ecosistemas donde simultáneamente cambian las especies y los mismos ecosistemas. Por eso,
entender el proceso coevolutivo nos acerca a la comprensión de la interconexión y cambios de
los sistemas humanos y naturales (Noorgard, 1988), y con ello, podemos llegar a una mejor
interpretación de la economía en el contexto ecológico.

La dinámica evolutiva, sin embargo, de ambos es diferente porque su estructura y


funcionamiento responden a principios organizativos y a “lógicas” bien distintas. Resulta obvio
que los ecosistemas naturales y los sistemas económicos de producción (mercado) se rigen por
“normas” sustancialmente diferentes, especialmente en lo que refiere a las relaciones entre los
elementos de cada sistema y la disposición de energía, materia e información, tanto en el tiempo
como en el espacio. Los bienes y servicios producidos por la economía pertenecen al conjunto
de productos generados en la biosfera, por lo que las leyes económicas de mercado no pueden

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estar por encima de las leyes de la naturaleza. Esto supone que la lógica de lo económico debe
entretejerse en la lógica de lo vivo, en la lógica de la biosfera” (Passett, 1979), en un proceso de
fertilización cruzada. Esto es, una doble fertilización científica mediante la “ecologización de la
economía” y la “economización de la ecología”.

Así, la economía para ser sostenible, tendría que asumir la lógica del sistema global, de las
esferas de lo vivo, de lo físico y de lo social además de lo puramente económico. Porque
reconociendo la escasez intrínseca del sistema Tierra, la gestión de sus recursos desde la simple
óptica del mercado se plantea con una gran miopía. Un defecto de visión que debe ser corregida
por la óptica ecológica. La exclusión de los bienes y servicios de la naturaleza no directamente
mercantilizables, reproducibles o globales evidencia grandes contradicciones con ignorancia
ética y ausencia de racionalidad. El acercamiento científico entre Economía y Ecología tiene que
orientarse hacia un nuevo cuerpo teórico conceptual que estudie la “economía natural”
conjuntamente con la “economía política” para impulsar una actividad económica
ambientalmente saludable y perdurable (Constanza, 1991, Martínez Alier, 1999).

La moderna actividad económica está insertada en un sistema global con finalidad propia y con
ciertas características "vitales" de permanencia y autocontrol, según la "hipótesis” Gaia del
profesor Lovelock (1992), la Tierra es un superorganismo “vivo” con capacidad de
autorregulación). Ahora bien, la capacidad intrínseca del aparato económico par
autoorganizarse y coevolucionar con el sistema ecológico depende de que el capitalismo
imperante sepa adaptarse estratégicamente a las leyes ambientales y pueda transformar el
“metabolismo económico”, incluyendo otros criterios de distribución equitativa y justicia social
que transcienden la simple lógica del mercado.

3.- APROXIMACIÓN DE LA ECONOMÍA A LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL Y LA


SOSTENIBILIDAD.
La necesidad de reconciliar el estudio de los procesos económicos conjuntamente con los
procesos ecológicos y encontrar nuevas formas de gestión integrada de los mismos, es el
argumento principal del actual debate sobre el papel de la economía en el marco de la
sostenibilidad del desarrollo.

El modelo económico predominante, inspirado en el pensamiento neoclásico, mantiene una


visión excesivamente mecanicista y reduccionista, a la vez que sigue artificialmente encapsulado
en el mundo de los valores de cambio y sin reconocer su dependencia intrínseca del medio
ambiente.

Mas aún, la economía académica convencional sigue viviendo en su propio mundo con un claro
distanciamiento de la realidad y, especialmente, del sistema ambiental, haciendo gala de un
poder de abstracción encomiable sobre la base del comportamiento racional-egoista del
consumidor en un mercado también abstracto, a lo que hay que sumar el empeño de alcanzar
el grado de universalidad concedido a las ciencias físicas y matemáticas y la elegancia formal de
sus modelos, marginando el realismo a favor del razonamiento conceptual.

3.1 Algunas reflexiones críticas previas... “supongamos”...


A estas altura del debate parece suficientemente demostrado que el análisis del sistema
económico requiere otras formas de interpretación más adecuadas para, como dice Naredo,
“registrar y gestionar la interacción del proceso económico con el mundo físico en el que se
inserta. Ampliar así el objeto de estudio más allá del campo de lo apropiable, valorable y
productible”... “considerar la existencia de los recursos naturales y ambientales, antes de que

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hayan sido valorados, mediante la producción, y a seguir su existencia física posterior, en forma
de residuos, cuando su valor se ha consumido” (Naredo, 2002: 40).

El actual modelo adoptado por la economía ortodoxa no refleja adecuadamente el medio real
en que vivimos, porque excluye una gran parte de nuestra realidad social y ambiental. La teoría
económica tradicional ha venido estudiando las relaciones de producción, consumo y
distribución en un contexto de mercado olvidando, un tanto, las estructuras sociales y los
procesos naturales. Para una gestión eficaz y también racional de los recursos escasos de la
biosfera -sabiendo que ésta es en sí misma escasa- la teoría económica tiene que ajustarse a los
imperativos socioambientales del mundo real, sin escamotear la realidad y enfrentarse a los
problemas en su totalidad, dinámica y complejidad. En definitiva, una ciencia económica y una
economía “de lo real” y que no sólo sean parte del problema (Jiménez Herrero, 1982).

Quizá se utilizan demasiados supuestos simplificadores de la realidad por parte de la teoría


económica para encontrar equilibrios y óptimos de asignación de recursos en el contexto
paradigmático del mercado (ausencia de externalidades, transparencia, condiciones
competitivas, etc). Estas son cuestiones que no pueden subsanarse con la utilización de un
extenso aparato matemático-formal que ha asumido el análisis económico desde su revolución
“neoclásica-marginalista” para tratar de dar un mayor contenido y rigor científico a esta
disciplina. Una disciplina científica que sigue siendo también un “arte”, sin perder tampoco parte
de la esencia de aquella “filosofía social” que antaño fuera el sustrato sobre el que se fraguó la
Economía clásica.

Las críticas a la metodología del análisis neoclásico vigente son bien comprensibles cuando
proceden del mundo de las ciencias naturales, incluyendo las ciencias exactas. Seguramente no
les falta razón a estos científicos cuando critican determinados aspectos, especialmente en el
tema de las condiciones que se exigen para el cumplimiento de las reglas en torno a un mercado
(poco real) de competencia perfecta, información transparente, ausencia de externalidades,
“céteris páribus” y, sobre todo, de los “supuestos”. Y enseguida se apresuran a resumir estas
críticas poniendo de relieve planteamientos paradójicos o incluso contándonos un chiste: el
“chiste del economista”.... Estaban en una isla desierta tres náufragos: un físico, un químico y un
economista. Sólo disponían para comer de un bote de alubias en conserva. Pero no tenían
abrelatas ni otra herramienta adecuada para abrir el bote. Cada uno propone su solución al
problema dentro de la lógica y racionalidad de su modelo científico. El físico dice, bueno.... si
cogemos una piedra puntiaguda y golpeamos con ella el bote, teniendo en cuenta el efecto de
cizallamiento en la penetración y.... No, no, contesta el economista, con su lógica, porque la
piedra aplastaría finalmente el bote y nos quedaríamos sin judías. Veamos la solución del
químico. El químico dice, bueno si con un cristal concentramos los rayos del sol en el bote, de
acuerdo con la ley de los gases, el efecto de calentamiento aumentará la presión interna del
bote y... . No, no, vuelve a replicar el defensor de la lógica económica; así el bote explotaría y
desparramarían las judías. Bueno, pues que proponga la solución el economista, dicen el físico y
el químico. Y este comienza respondiendo, bueno, bien...un momento..., “supongamos que el
bote está abierto....” (Jiménez Herrero, 1995).

Sin duda necesitamos una economía que forme parte de la solución y no sólo parte del
problema. Pero también precisamos una teoría que integre la asignación eficiente de los
recursos del medio ambiente con un uso racional y equitativo. Si la economía debe ser una
ciencia de lo “real”, también debe ser una ciencia de lo “vivo”, para lo que tiene que despojarse,
en primer lugar, del corsé mecanicista y reduccionista que sólo permite una visión de una
máquina sempiterna de producción-consumo con capacidad para crecer ilimitadamente y que

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sólo necesita un sistema de mercado para regular eficientemente los intercambios entre los
agentes económicos, con independencia del medio ambiente.

La clave del cambio de visión, en primera instancia, es concebir lo económico en términos de


sistemas, reconocer las limitaciones del crecimiento material en el seno del ecosistema global,
aceptar la superioridad de las leyes ecológicas y termodinámicas sobre las leyes del mercado y
asumir, finalmente, los principios de la sostenibilidad del desarrollo. Es una forma distinta de
mirar las relaciones económicas con el entorno natural viendo que el subsistema
socioeconómico debe de integrarse en el sistema ecológico global y que la economía forma parte
del medio ambiente y no al revés como se ha contemplado por la economía neoclásica.

Para mirar y ver de esta forma las interrelaciones económico-ecológicas necesitamos concebir
una nueva economía menos fragmentada científicamente y que asuma las interdependencias,
las relaciones no lineales, el holismo, la evolución y la complejidad del mundo viviente donde se
asienta la actividad económica. La concepción de una economía integrada en la ecología,
simbiótica y coevolutiva y con visión transdisciplinaria emerge como un eje estructurante de los
procesos de cambio y transformación hacia el desarrollo sostenible.

3.2 Entre la “Economía Ambiental” y la “Economía Ecológica”. ¿”gato blanco”...,


“gato negro”...
Ahora bien, desde el campo de conocimiento de la economía no existe una visión homogénea
en su acercamiento a la problemática del medio ambiente y la sostenibilidad del desarrollo. De
hecho, actualmente existe un interesante debate acerca de las interrelaciones económicas y
ambientales que gira en torno a dos corrientes (más que subdisciplinas) emergentes y que
surgen de un proceso de aproximación (conceptual y operativa) entre economía y ecología. Es
un acercamiento progresivo que se produce a lo largo de las últimas décadas y que se refuerza
en la actualidad con pretensiones integradoras ante la aceptación de un nuevo estilo de
“desarrollo sostenible”.

Efectivamente, de tales tendencias integradoras aparece, en primer lugar, la “Economía


Ambiental” gestada a principios de los años setenta y, posteriormente, la “Economía Ecológica”
planteada a finales de los ochenta. Aparentemente, y sobre todo para los no especialistas, esta
discusión podría parecer un tanto inútil. ¿Economía Ambiental...., Economía Ecológica?. Esto no
recuerda aquello de “¿gato blanco...., gato negro?. ¿Lo importante no es que cace ratones?”. Y
seguro que lo más importante es que la Economía con mayúsculas (como Ciencia) y la economía
con minúscula (como actividad) asuman (“cacen”) las reglas de evolución y funcionamiento de
la naturaleza como ecosistema global que alberga al sistema socioeconómico.

El reconocimiento de que la crisis global del ambiente se debe esencialmente al “mal


funcionamiento” del sistema socioeconómico con relación al entorno natural, es el punto de
partida de esta discusión. De acuerdo con ello, la cuestión fundamental es si es suficiente una
simple renovación o bien se necesita un cambio profundo del vigente paradigma económico en
el marco de la sostenibilidad del desarrollo.

La solución a la crisis global del medio ambiente pasa por engranar la economía mundial con la
ecología global para poner en marcha un proceso de desarrollo sostenible limpio, justo y
económicamente viable a largo plazo. Ahora bien, ¿cómo?. Desde luego es la cuestión más difícil
de responder. Porque somos mucho más conscientes de los procesos insostenibles que de lo
que tenemos que hacer sostenible. Pero, en cualquier caso, resulta prioritario definir criterios
operativos y, consecuentemente, explicitar el contenido de la “economía de la sostenibilidad” y
de sus instrumentos de acción.

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En este sentido, nuestra idea de Economía del Desarrollo Sostenible está más próxima a la
todavía emergente noción de Economía Ecológica. Principalmente, porque ésta última, en lugar
de complementar los fundamentos de la economía de mercado con las variables ambientales,
trata de integrar la economía con la ecología en la toma de decisiones a todos los niveles.

Una integración ineludible, porque no existe una economía viable sin tener garantizada la
sostenibilidad de la base de recursos y servicios del medio ambiente. Pero tampoco es posible
una gestión sostenible de los mismos sin racionalidad económica en la asignación de la escasez
de la biosfera.

4.- INTEGRACION ECONOMÍA - ECOLOGÍA EN


MARCO DE LA
SOSTENIBILIDAD ¿ “ECONOLOGÍA” ?, ¿ “ECOLONOMÍA” ?.
La nueva economía de la sostenibilidad fundamentada en la ecología busca cómo acoplar el
subsistema económico al ecosistema global utilizando un pluralismo conceptual y un enfoque
transdisciplinar (Costanza, 1991). Llegar a una síntesis final para que la economía y la ecología
sirvan conjuntamente a la solución a los problemas de la interación entre los sistemas humanos
y los sistemas ambientales.

Emerge, así, un cambio de lógicas. Como ya hemos apuntado anteriormente, la lógica de lo


económico debe ajustarse a la lógica de la sostenibilidad en la biosfera. Y bajo esa nueva
racionalidad, permitir la “ecologización de la economía” y la “economización de la ecología” para
plantear nuevos sistemas de administración de la “escasez global” y de los “bienes comunes
globales”, así como de los ecosistemas y los infravalorados servicios que éstos prestan a la
humanidad.

Con esa hibridación científica entre economía y ecología en busca de su integración operativa se
incorporan nuevos mecanismos e instrumentos que trasciende el objetivo de lo monetario y lo
cuantitativo para aspirar a la supervivencia global de forma sostenible. La escala de valores no
puede quedar reducida a lo crematístico y a las reglas mercantiles, si bien los precios y el
mercado no pueden ser directamente excluidos del análisis y de las decisiones.

Con todo ello, e independientemente de la posible denominación futura de este nuevo híbrido
económico-ecológico que a veces se ha explicitado con las denominaciones de “Ecolonomía” o
también “Econología”, se tienen que seguir abordando novedosos esquemas de asignación de
recursos con otra percepción diferente más sistémica y no estrictamente basada en el sistema
de mercado, sino enfocando el análisis en mayor medida hacia la base biofísica e
interdependiente de los procesos ecológicos y económicos.

Se puede reconsiderar, así, el papel del mercado y el mecanismo de precios con nuevos criterios
éticos intergeneracionales para una gestión del capital natural con un cambio en la concepción
económica de “valor” y anteponiendo, sobre todo, el análisis de los flujos físicos de materia y
energía que transmitan por el sistema económico.

4.1 El juego del mercado y los precios.


En los nuevos esquemas de gestión económica inspirados en la sostenibilidad permanecen
latentes varias cuestiones claves en torno al papel del mercado y de las fuerzas dominantes.
¿Hasta qué punto es posible reinventar una economía ecológica (teoría y actividad) para
vertebrar un modelo de desarrollo sostenible sin trasformar radicalmente el orden económico y
social y los estilos de vida? ¿Ante el reforzamiento sistemático de la ideología neoliberal que

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ampara el sistema de mercado, no estaremos ante una economía ecológica mercantilmente
mediatizada. ¿Economía ecológica, sí, pero de mercado?

Es lógico que cualquiera que pudiera ser la respuesta de la economía a las nuevas realidades, se
piense en los mecanismos de los precios. Sin embargo, tal como está concebido el sistema
económico de mercado, por sí mismo, no induce unas actividades y conductas ambientalmente
benignas porque el mercado no tiene insertado en su “código genético” otras preferencias
sociales, culturales o éticas, sino que está diseñado para reproducirse sobre unas preferencias
económicas guiadas por el “gen egoísta” del “homo economicus”. Por eso, hay que encontrar
instrumentos capaces, al menos, de dotar al capitalismo de un “rostro humano y vital”, si bien,
en cualquier caso, deben incluirse en el sistema de precios mecanismos de corrección
apropiados, ya que ninguna sociedad puede permitirse tener sistemas de precios relativos
erróneos sin poner en peligro la sostenibilidad de su desarrollo.

Pero, aunque “los precios no deban mentir”, porque deben expresar la “verdad ecológica” del
valor del uso ambiental y su escasez, existen ciertos aspectos del sistema ambiental (cambio
climático, capa de ozono, pérdida de biodiversidad) que no se prestan a ser cuantificados y
valorados por los sistemas económicos. La lógica económica, en las economías de mercado se
ha concentrado en transacciones económicas al margen de importantes aspectos físico-
naturales. En consecuencia, determinados objetivos ambientales de carácter esencial tendrán
que estar definidos en mayor medida por los poderes públicos que por el mercado.

Este último punto también contiene notables elementos de reflexión. Pretender medir la
inconmensurable o dar precio a lo inapreciable, aunque pueda tener sentido lógicoeconómico
(por la lógica económica convencional), puede dejar de tener sentido lógicoracional. Sobre este
aspecto, la Economía Ecológica ofrece una racionalidad cualitativamente superior frente a la
Economía Ambiental. Ambas, sin embargo, aunque en diferente grado, reconocen la necesidad
de renovación de los métodos de valoración de los costes y beneficios asociados al medio
ambiente, considerando aspectos de mejora potencial, compensaciones sobre las preferencias
nos sólo de los individuos de la generación actual, sino también de las generaciones venideras.

Aún siendo conscientes de las limitaciones de la evaluación económica, si admitiera, en última


instancia, que los bienes y servicios ambientales están por encima de cualquier sistema de
valores económicos (precios), ¿no estaríamos corriendo el riesgo de renunciar a la evaluación
de la actividad económica?. En consecuencia, si se acepta la necesidad de la valoración
económica, entonces, ¿hay grandes diferencias entre el enfoque ambiental o ecológico de la
economía?, ¿Son tan diferentes el “gato blanco” y el “gato negro”, si ambos dependen
esencialmente del mecanismo de precios y del mercado?

De alguna manera, adentrarse en el diverso mundo de las “ciencias ambientales” para compartir
conocimientos y enfrentarse a relaciones entre sistemas humanos y ambientales de por sí
complejos, seguramente requiere un enfoque que cuestione el sistema de mercado, porque
éste, por sí mismo, no tiene capacidad propia para afrontar la problemática ambiental e, incluso,
puede resultar incongruente tratar de resolver los problemas que él mismo crea.

Las diferencias entre el enfoque ambiental y ecológico en de la economía existen y se


manifiestan con evidencia en una serie de aspectos sustanciales, entre los cuales destacaremos
algunos de los más representativos en los apartados siguientes.

16
4.2 Más allá de las externalidades ambientale.
La nueva escuela de pensamiento económico-ecológico se plantea con una visión más rica,
profunda y radical que la defendida por el enfoque convencional de la Economía Ambiental.
Porque mientras que ésta fundamentalmente trata de reformar el paradigma dominante del
mercado incorporando determinadas variables ambientales con un enfoque neoclásico de
“internacionalización” de externalidades para subsanar los fallos del mercado, como la
contaminación y la degradación de los recursos naturales, aquella pretende concebir una ciencia
económica en términos de sistemas interdependientes para que no se excluya una parte de la
realidad social y ambiental y se pueda reflejar más correctamente las relaciones económicas con
el medio y el modo de vida .

En nuestra opinión, el verdadero carácter distintivo de la Economía Ecológica es que va mucho


más allá de las consideraciones sobre el control de las “externalidades ambientales” dando un
precio al medio ambiente y aplicando el Principio “Quien Contamina Paga”, que básicamente ha
sido el fundamento de la Economía Ambiental. Ciertamente, con este enfoque se puede estudiar
el problema de la degradación ambiental y la contaminación como una “externalidad” que tiene
solución en el contexto del mercado, es decir buscando un “nivel óptimo de contaminación”
(bastante diferente a un “óptimo ecológico”), e internalizando estos efectos externos, vía
precios, a través de instrumentos económicos y mecanismos de mercado.

No obstante, la consideración de las contaminaciones globales, la pérdida del capital natural, y


la incapacidad de asignación de derechos de propiedad de los bienes ambientales comunes,
sugieren definitivamente un cambio radical en las teorías económicas del medio ambiente. Al
desconcierto sembrado en el dominio teórico -externalidades globalizadas, uso insostenible de
las fuentes de recursos y sumideros de residuos- hay que sumar una considerable pérdida de
credibilidad económica en la toma de decisiones.

Es bien sabido que las actividades económicas conducen a una degradación excesiva del medio
ambiente cuando existen intereses contrapuestos y la información y los incentivos son
inadecuados. Y cuando se trata de abordar los problemas que plantean un mayor riesgo de
insostenibilidad mundial, como es el caso del cambio climático, la teoría de la internalización se
debilita ante su incompetencia para acometer estas externalidades globales y gestionar los
llamados “bienes comunes globales”. Todo esto necesita de otros métodos de gestión
abordando novedosos esquemas de derechos y responsabilidades. En este sentido, el cambio
climático, por ser un fenómeno global, implica la necesidad de contar con una fuerte
cooperación internacional y el liderazgo de los países desarrollados con criterios de precaución
y también de solidadaridad intra e intergeneracional. La finalidad es proporcionar opciones de
gestión económica basadas en una alianza para el futuro común que amplíen los sistemas de
mercado y asignación de “cuotas de propiedad” establecidos actualmente en mecanismos tales
como los “Derechos de Emisión Comercializables”, recientemente implantado actualmente en
la U.E.

En resumen, los métodos económicos tradicionales basados en la “internalización de las


externalidades ambientales”, valoración de costes y beneficios, y en la corrección de los fallos
del mercado para la asignación eficiente de los bienes y recursos del medio ambiente, se
muestran insuficientes para dar una respuesta coherente e incitar al responsable político a
tomar decisiones apropiadas sobre los cambios planetarios, los procesos irreversibles y los
riesgos catastróficos.

17
Ante esa situación, por el contrario, la Economía Ecológica se sumerge en el contexto físico de
la actividad económica y trata de analizar, con instrumentos propios, los impactos que ésta
provoca en el entorno considerando los flujos de materia y energía, así como la biodiversidad y
la coevolución de los sistemas ambientales y humanos sin olvidar los conflictos de la
internalización de externalidades, la distribución y la equidad intergeneracional.

Pese a todo, la utilidad del mercado no es desdeñable. De hecho, la internalización de efectos


externos ambientalmente negativos mediante instrumentos económicos y fiscales/impuestos
ecológicos), así como el uso de mecanismos de negociación mediante creación de mercados,
han supuesto notables avances en la gestión económica del medio ambiente desde la
perspectiva convencional del economía ambiental. Asimismo, la valoración de activos
ambientales ha progresado sustancialmente desde esta perspectiva ampliando el análisis coste-
beneficio con una panoplia de métodos valorativos que toman como referencia mercados reales,
subrogados o construidos (coste del viaje”, “precios hedónicos”, “valor contingente”). Y bien es
verdad que la Economía Ambiental puede disponer de métodos aceptables, dentro del sistema
de mercado, para abordar los problemas ambientales relativamente localizados, valorables y
reversibles. Pero, ante las cuestiones de los límites ecológicos de la economía o de los
fenómenos globalizados, inciertos, inconmensurables e irreversibles, se requieren
planteamientos con diferentes elementos de lógica, de valoración y de racionalidad superiores
al análisis económico mercantil.

En definitiva, hay que sopesar la gran dificultad o incluso la imposibilidad, en muchos casos, de
internalizar adecuadamente las externalidades ambientales e ir más allá de la búsqueda de un
“óptimo económico” de la degradación ambiental. Para enfrentarse a la problemática ambiental
y a la sostenibilidad todavía se requieren muchas acciones sociales que vayan también mucho
más allá de los instrumentos económicos. Es por eso, aún existe un importante campo de acción
para los movimientos ecologistas, incluyendo de forma especial el “ecologismo de los pobres”
en defensa tanto de la vida como de su “medio de vida”, sabiendo, además, como dice Martínez
Alier (1999), que en la actual generación “los pobres venden barato”.

4.3 Principios operativos de una economía sostenible atendiendo a los flujos físicos.
La Economía Ecológica, como instrumento estratégico para la transición hacia un nuevo
paradigma, se distinguiría sobre todo, por marcar los principios operativos del desarrollo
sostenible, especialmente marcando límites biofísicos para el uso sostenible de los recursos y la
gestión sostenible de los residuos, buscando equilibrios entre los flujos de “entradas” y “salidas”
de materia y energía, como ha sido inicialmente indicado por varios autores (Daly, 1990b;
Turner, 1991; Meadows, 1992. Ante todo, tiene que proporcionar pautas racionales para el uso
y gestión del medio ambiente en su doble calidad de fuente de recursos y sumidero de residuos:

a) Una economía que no podría procesar los recursos vivos a una velocidad mayor
que la de su renovación (la tasa de uso de los recursos renovables no puede exceder a su
renovabilidad).
b) Un economía que no acabaría con los recursos agotables antes de encontrar
sustitutos duraderos (la tasa de uso no debe sobrepasar la tasa de sustitución por otros recursos
renovables)
c) Una economía que tampoco contaminaría más allá de capacidad de absorción biológica
de la naturaleza. (la actividad económica no puede generar residuos por encima de la capacidad
de carga de los ecosistemas).

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Atendiendo a los flujos físicos habría que admitir, por tanto, la necesidad de una nueva economía
alternativa basada en la “eco-lógica” de la ecología global. Esta es la orientación adoptada por
la Economía Ecológica que ha de preocuparse, en primer lugar, como señala Naredo, de la
naturaleza física de los bienes a gestionar y la lógica de los sistemas que los envuelven,
considerando desde la escasez objetiva y la renovabilidad de los recursos empleados, hasta la
nocividad y el posible reciclaje de los residuos generados (Naredo, 2002).

De esta forma, la Economía Ecológica supera los planteamientos convencionales sobre el uso
aislado de los recursos naturales y su asignación en aras del crecimiento económico, porque
centra mucho más su atención en el uso de los ecosistemas con fines humanos pero no
exclusivos, de tal forma que se puedan mantener su resiliencia, funcionalidad e integridad de
acuerdo con los principios del desarrollo sostenible.

Pero además de la consideración de los flujos físicos, hace falta incluir otros principios para
gestionar equitativamente el futuro con una nueva idea del contrato social intergeneracional
para una sociedad con aversión a la incertidumbre. De aquí, la importancia de integrar el
“principio de precaución”, ante la vulnerabilidad del cambio global, la baja sustituibilidad del
capital natural o la imposibilidad de internalización de externalidades para la salvaguarda de
"capitales críticos" (insustituibles y no compensables) y la consecución de "niveles mínimos de
seguridad” (buscando un equilibrio entre las preferencias morales y el libre uso de los sistemas
ambientales), o bien la definición de umbrales de coexistencia racional entre actividades

económicas y servicios estructural de la actividad económica mediante un cambio del “ “
metabolismo del aparato ambientales mediante la aplicación de un principio de copropiedad"
entre las generaciones presentes y las futuras.
Por otra parte, la Economía Ecológica alienta un proceso de transformación

productivo. En efecto el “aparato digestivo” del actual sistema económico presenta claras
disfuncionalidades ambientales en relación al procesado de las entradas y salidas de materia
y energía. En esta línea, actualmente están en auge relevantes teorías sobre el “metabolismo
industrial” (Ayres, 1989; Simonis, 1989) y el “metabolismo urbano” orientados por un enfoque
ecosistémico donde los procesos de la producción industrial y de la vida de las ciudades se
quieren asemejar a sistemas vivos que procesan materia, energía e información para mantener
sus funciones vitales.

Esta reestructuración económica se define en base a criterios de “eco-eficiencia”, para producir


más y mejor con menos recursos materiales y energéticos y generando, a la vez, menos
contaminación, dado que los actuales sistemas de producción son muy derrochadores e
ineficientes en términos económico-ecológicos, o lo que es lo mismo, una productividad muy
baja en el uso de energía y materiales. Con la revolución de la ecoeficiencia se puede
actualmenete duplicar la satisfacción de las necesidades humanas reduciendo a la mitad el
consumo de recursos naturales (“factor cuatro”) (Weiszäcker, 1997). Todo ello, se plantea con
el objetivo de reconstruir y reinsertar armoniosamente el sistema socioeconómico en los
sistemas naturales, lo cual pasa necesariamente por implantar procesos de “desmaterialización”
y “desenergización” y “descarbonización de los insostenibles modos de producción y consumo
vigentes.

La idea de imitar la “economía natural” de los ecosistemas por parte de la economía se está
ampliando actualmente con el concepto de biomímesis, esto es, imitar la naturaleza a la hora de
reconstruir los sistemas productivos humanos, con el fin de hacerlos compatibles con la biosfera
(Benyus, 1997; Riechmann, 2003). En esta misma dirección, apuntan los planteamientos basados

19
en el análisis del ciclo de vida de los productos y la producción en ciclos cerrados, minimizando
lo residuos, de acuerdo con los nuevos modelos propugnados por la Ecología Industrial que, en
definitiva, trata de imitar el funcionamiento de los sistemas ecológicos. De este modo, un
ecosistema industrial estaría formado por complejas “redes de alimentos” que posibilitarían que
tanto los productos utilizados como los residuos fluyeran a través de un sistema
multidimensional de reciclado y aprovechamiento posterior (Frosh, 1993; Graedel, 1995). No es
totalmente posible producir sin residuos pero sí hacerlo sin contaminación, es decir, sin residuos
no asimilables por la naturaleza y dañinos para los seres vivos. En este sentido, si lo que se
produce debe ser reintegrable al ciclo económico habría que tender al abandono de sustancias
peligrosas (no biodegradables), alejarse de los productos sintéticos, y reducir la complejidad de
bienes (Riechman y Fernández Buey, 1996)

4.4 Compromisos político- sociales y equidad.


Las cuestiones de índole social y política pueden parecer marginadas frente al predominio de la
orientación ecológica. Es por ello, suele ser necesario insistir en los aspectos político-sociales
para enmarcar adecuadamente la concepción de la economía ecológica. A este respecto, puede
ser ilustrativo el intento de Jacobs por definir un mayor alcance conceptual con una “Economía
Socioecológica” (Jacobs, 1996), más integradora y menos reduccionista. En este sentido, se
incluyen compromisos políticos que abarcan desde la sostenibilidad ambiental, hasta la
redistribución justa de la riqueza y del poder, pasando por el fomento de la democracia
participativa, la diversidad cultural, el control social de las fuerzas de mercado y el desarrollo
cualitativo personal y social.

Esta corriente de pensamiento también pone un mayor énfasis en señalar que hay asignaciones
que no tienen ninguna posibilidad de transacción en mercados reales o ficticios, así como en la
dificultad de compensación y sustitución de los bienes ambientales, tales como la protección de
la capa de ozono, o la biodiversidad (que se pierde sin conocerse), o la dificultad de compensar
a las generaciones futuras (que nunca podrán expresar sus preferencias) por la degradación
ambiental que estamos imponiendo ahora. Es un enfoque claramente alternativo al ofrecido por
la economía ambiental convencional que asume los principios de compensación y sustitución
(Martínez Alier, 1999).

De forma más concreta aún, en el ámbito de la economía ecológica, la dimensión política se


suele ceñir al análisis de los “conflictos ecológicos distributivos”, y se ha definido más
específicamente como “ecología política” (por similitud a la “economía política”, que aunque
fuera el nombre histórico de la economía, se ha venido usando recientemente para estudiar las
relaciones de distribución económica y equidad) (Martínez Alier, 1999), con la finalidad de
estudiar pormenorizadamente los conflictos distributivos que se presentan en el uso humano
de los recursos naturales y los bienes y servicios ambientales (agotamiento del capital natural,
pérdida de biodiversidad, contaminación, etc., a través de variados procesos que provocan
distintas asimetrías y desigualdades sociales en el tiempo y en el espacio (O’Connor,1995).

Cuando se debaten acciones en favor de la sostenibilidad global, se reclama reglas específicas


para compartir la carga y en las que se reconozcan las distintas responsabilidades y capacidades
de los países, sin duda comunes, pero sin duda también históricamente bien diferenciadas
respecto al problema ambiental mundial. El desarrollo sostenible es una preocupación
mundialmente reconocida, pero los países desarrollados tienen una especial responsabilidad
pasada, presente y futura, dada su contribución a los impactos ambientales y su potencial para
contribuir a paliar la pobreza y frenar los procesos de insostenibilidad en todo el mundo. Es más,
la deuda histórica contraída con la naturaleza por la apropiación de las regiones ricas del

20
“espacio ambiental mundial”, supera con mucho la “deuda externa” de las regiones pobres, la
cual podría estar perfectamente saldada con la “deuda ecológica” de los países del Norte.

4.5 Valores ambientales en la economía de la sostenibilidad:un cambio axiológico


con una nueva ética.
La complejidad de las interacciones económicas y ecológicas no sólo requiere una nueva lógica,
sino también un cambio axiológico con nuevos esquemas de valores. La tradicional concepción
económica de valores de uso y de cambio, en un contexto de mercado, tiene que dar paso a
otros sistemas de valores más congruentes con otras formas éticas de concebir las relaciones
entre los sistemas humanos y ambientales mirando al futuro, al menos para garantizar niveles
mínimos de seguridad. Y eso supone el reconocimiento de nuevos esquemas de valoración de la
naturaleza en base a su propia existencia y por las funciones ecológicas que prestan los sistemas
naturales y los servicios de soporte, regulación, producción e información que ofrecen para
mejorar el bienestar humano.

Esta novedosa concepción del valor de la riqueza natural se enmarca en una nueva visión ética
menos antropocéntrica y más biocéntrica que reclama un nuevo papel del ser humano en la
biosfera (una ser singular en el entramado ecológico de la vida, pero no el dueño absoluto de la
naturaleza). Ello conlleva una reconsideración de los predominantes valores de mercado a corto
plazo para poder reconducir los sistemas de contabilización económica y social del patrimonio
ambiental con un sentido de solidaridad intra e intergeneracional. Y también para reajustar el
propio concepto de valor y las formas de valorar este patrimonio, ampliando el tratamiento
económico hoy día predominante. Hay que recordar, en cualquier caso, que siempre que se
toman decisiones se está utilizando alguna forma de valoración implícita o explícita. Pero cuanto
más explicitado esté el proceso de valoración seguramente será mejor la decisión frente a
situaciones de incertidumbre que, normalmente, son consustanciales a las relaciones
económicoecológicas.

El análisis económico del valor que viene dominando en la escena de la toma de decisiones toma
como base de referencia las preferencias individuales, supuestamente dadas y locales, con un
horizonte temporal a corto plazo. Frente a ese valor presente, la aplicación del concepto de
sostenibilidad supone adoptar un criterio de “valor sostenible” y global a largo plazo con otras
consideraciones sobre las preferencias no solamente individuales, sino colectivas y cambiantes
a lo largo el tiempo.

Con el trasfondo de la vieja polémica optimista-pesimista (crecimientoanticrecimiento), en los


enfoques actuales predomina la discusión en torno al capital natural en relación a sus
posibilidades de sustitución por otras formas de capital y a los posibles mecanismos de
compensación entre generaciones actuales, considerando la asimetría Norte-Sur, y en relación
con las generaciones futuras. Y, en esencia, se trata de discernir si el desarrollo sostenible es
viable a largo plazo tomando como factor más limitativo, el stock de capital proporcionado por
la naturaleza (Daly, 1990).

Frente a un enfoque de “sostenibilidad débil” (visión “tecnocéntrica”) que permite un


planteamiento basado en la sustituibilidad del capital natural por artificial (en la medida que se
mantenga el capital total para garantizar el bienestar a las futuras generaciones), las posturas
enmarcadas en la “sostenibilidad fuerte” afirman la necesidad de mantener la totalidad del
capital natural en su integridad (Pearce, et al., 1993). Esta posición “fuerte” de conservación del
capital natural es consecuente con la corriente de la economía ecológica. En tal sentido, el fin es
garantizar la gestión de los ecosistemas, contemplando su capacidad de adaptación e

21
incluyendo el principio de precaución para considerar la incertidumbre y la irreversibilidad y la
no linealidad de los procesos ecológicos.

La mayor parte del “capital natural” (el stock de riqueza que produce un flujo valiosos de bienes
y servicios en el tiempo) no puede ser sustituido por “capital hecho por el hombre” (bienes de
producción para producir) y su preservación resulta imprescindible para el mantenimiento de la
vida y la continuidad del bienestar humano a lo largo del tiempo. Una economía orientada por
la eco-lógica hacia la sostenibilidad se preocupa por ajustar los valores del capital natural y se
esfuerza por enseñarnos a “vivir de los intereses” que éste produce sin agotarlo. Bajo esta
premisa, se trata de construir una Contabilidad Ecológica (contabilización de los stocks y flujos
de materia y energía) integrada con la Contabilidad Económica (cuentas económicas) donde se
incorporen los costes y los desgastes de los activos ambientales vinculados a los procesos
económicos de consumo y producción.

Este es un tema particularmente relevante para modificar el actual proceso de toma de


decisiones bajo la perspectiva de la sostenibilidad integral envuelta en la nueva ética biocéntrica.
Subestimar los servicios que prestan los ecosistemas parece ser una constante histórica de la
moderna economía. Pero, sin embargo, el reciente reconocimiento de que el medio ambiente
proporciona bienes y servicios (los cuales no entran en las contabilidades nacionales (con tanto
o más valor que los que proporcionan los mercados), es un cambio significativo.

Además, como las materias primas que suministra la naturaleza al proceso productivo, así como
muchos de los servicios de los ecosistemas, no están mínimamente reflejados en los precios de
mercado, una gestión sostenible de los recursos naturales exige un cambio en la concepción
económica del “valor”, tanto si se usan como si no, para actuar sobre opciones que no
pertenecen al mercado (véase el Recuadro I).

RECUADRO I. VALOR ECONÓMICO TOTAL VINCULADO AL USO


SOSTENIBLE DE LOS ECOSISTEMAS FRENTE A USOS PRODUCTIVOS

Recientes investigaciones con datos contrastados en la “Evaluación de los Ecosistemas del Milenio” recalcan que el
valor económico total vinculado al uso sostenible de los ecosistemas es a menudo más alto que el valor vinculado a
la transformación de los ecosistemas mediante la agricultura y ganadería, la tala rasa u otros usos intensivos, además
de que los servicios que prestan los ecosistemas tienden a tener beneficios múltiples y sinérgicos. En muchos casos,
demás, los beneficios no comercializados de los ecosistemas son generalmente más altos y, a veces, más valiosos
que los comercializados. Por ejemplo los valores económicos comercializados y no comercializados relacionados con
los bosques de países mediterráneos, la madera y la leña (valor de uso directo y comercializado) suponía por lo
general menos de un tercio del valor económico total de los bosques de cada país, mientras que los valores
relacionados con productos forestales no maderables, las actividades recreativas, la caza, la protección de cuencas,
la captura de carbono y la utilización pasiva (valores que no dependen de los usos directos), suponían entre un 25%
y un 96% del valor económico total de los bosques. Adicionalmente, las investigaciones demuestran también que los
costos económicos y de salud pública relacionados con la degradación de los ecosistemas pueden ser considerables.
Y, en resumen, la nueva idea de valor de la naturaleza, nos indica claramente que el bienestar humano y el avance
hacia el desarrollo sostenible dependen fundamentalmente de un mejor manejo de los ecosistemas de la Tierra para
poder asegurar la conservación y utilización sostenible de éstos.
Fuente: Texto adaptado de “Evaluación de los Ecosistemas del Milenio” (PNUMA, 2004).

22
RECUADRO II. RELACIONES ENTRE LOS CAMBIOS EN LOS ECOSISTEMAS
Y EL BIENESTAR HUMANO

Los cambios que experimentan los ecosistemas no sólo afectan a los seres humanos, sino también a
innumerables otras especies. Los objetivos y las acciones que llevan a cabo están influenciados no sólo
por las consecuencias que para la humanidad tienen los cambios en el ecosistema, sino también por
la importancia que asignan a consideraciones del valor intrínseco de las especies y los ecosistemas.
Los cambios en los factores que afectan indirectamente los ecosistemas, tales como la población, la
tecnología y el estilo de vida, pueden provocar cambios en los factores que afectan directamente los
ecosistemas, como la captura de las pesquerías o la aplicación de fertilizantes para aumentar la
producción de alimentos. Los consiguientes cambios en el ecosistema provocan cambios en los
servicios que prestan los ecosistemas, con lo cual influyen en el bienestar humano. Estas interacciones
pueden suceder en más de una escala y también a través de ellas. Por ejemplo, un mercado global
puede llevar a una pérdida regional de la cubierta forestal, lo cual aumenta la magnitud de las
inundaciones en el curso local de un río. Igualmente, las interacciones pueden darse en diferentes
escalas de tiempo. En casi todos los puntos de este marco pueden realizarse acciones en respuesta a
cambios negativos o con miras a estimular los cambios positivos.

El mundo ha sido testigo en las últimas décadas no sólo de los dramáticos cambios en los ecosistemas,
sino también de los igualmente profundos cambios en los sistemas sociales que dan lugar tanto a las
presiones sobre los ecosistemas como a las oportunidades de respuesta. La influencia relativa de las
naciones-estado individuales ha disminuido con el aumento de poder e influencia de un conjunto
mucho más complejo de instituciones, entre las que se incluyen los gobiernos regionales, las
compañías multinacionales, las Naciones Unidas y las organizaciones de la sociedad civil. Los grupos
de interés tienen ahora mucho más participación en la toma de decisiones. Teniendo en cuenta los
múltiples actores cuyas decisiones actualmente ejercen una gran influencia en los ecosistemas, es
mayor el desafío de entregar información a los responsables de la toma de decisiones. A la vez, el
nuevo paisaje institucional puede generar una oportunidad sin precedentes para que la información
sobre los ecosistemas constituya la gran diferencia se transforme en un elemento de gran
importancia. Para avanzar en el manejo de ecosistemas con miras a aumentar el bienestar humano se
requerirá de nuevos acuerdos políticos e institucionales y cambios en los derechos y el acceso a los
recursos, que pueden ser hoy más factibles que nunca, teniendo en cuenta las actuales condiciones
de rápido cambio social.
Fuente: Texto adaptado de “Evaluación de los Ecosistemas del Milenio” (PNUMA, 2004).
Así, el reconocimiento de que los valores ambientales pueden ser de orden superior, implica
asumir nuestra dependencia con el medio. Aunque parezca que la evolución cultural y los
avances científico-tecnológicos permiten una mayor independencia del ser humano con el
medio ambiente (visión optimista- tecnológica), lo cierto es que hoy seguimos dependiendo de
los servicios que presta la biosfera a través sus ecosistemas y del flujo de servicios que éstos
prestan desinteresadamente.

Las decisiones relativas al uso de los ecosistemas y sus servicios requiere un enfoque armónico
entre diferentes disciplinas, perspectivas filosóficas y escuelas de pensamiento (enfoque
“transdisciplinario” que se comenta en el apartado siguiente), ya que el actual proceso decisorio
no reconoce en toda su amplitud el propio valor de los ecosistemas y el de los servicios que
prestan para el desarrollo económico y el bienestar humano.

El estudio pionero realizado por R. Costanza sobre el valor económico de los servicios
proporcionados por los sistemas ecológicos se puede considerar un hito histórico. Lo más
destacable, no obstante, no es el valor “exacto” asignado a los grandes ecosistemas mundiales
y al capital natural, sino que los servicios de la naturaleza dejan de considerarse “dones
gratuitos” y se reconoce que su valor “fuera de mercado” (en su mayor parte) supera
ampliamente el valor de la producción material medida por el “Producto Nacional Bruto Global”
(Costanza, 1997). (Véase, Anexo, Tabla 1).

Tal como se refleja en el Anexo, Figura 2, los servicios que prestan los ecosistemas se traducen
en beneficios obtienen que las personas y, por tanto, los cambios que experimentan estos

23
servicios afectan el bienestar humano a través de los impactos en la seguridad, las necesidades
materiales básicas para el buen vivir, la salud y las relaciones sociales y culturales. La cuestión
del valor de la naturaleza y sus recursos se viene planteando de forma distinta por las diferentes
disciplinas, perspectivas filosóficas y escuelas de pensamiento. De hecho, en los actuales
procesos de toma de decisiones coexisten dos paradigmas de valor: el “utilitario” y el “no
utilitario”, que de alguna forma se superponen e interactúan, sin un denominador común
(PNUMA, 2004).

El enfoque utilitario es claramente antropocéntrico y se basa en el concepto de bienestar


atendiendo a la satisfacción de las preferencias de los seres humanos. El valor de los ecosistemas
y los servicios que éstos proveen se relaciona con el beneficio de su uso, sea éste directo o
indirecto. Y ciertamente, este enfoque cuenta con una amplia metodología para cuantificar los
beneficios de los distintos servicios que prestan los ecosistemas, la cual está especialmente bien
elaborada en el caso de los servicios de suministro, aunque menos desarrollada en ámbito de
los servicios de regulación y los vinculados con aspectos culturales.

Por otro lado, el enfoque no utilitario considera los valores de existencia de la naturaleza, por su
propio valor intrínseco y en la medida que puede tener valor en sí mismo, independiente de la
utilidad que pueda representar para los seres humanos, al tiempo que incluyen otros valores
históricos, nacionales, éticos, religiosos y espirituales profundamente arraigados en las
sociedades, que incluso se vinculan con la apreciación de “servicios culturales” de los
ecosistemas. Estos conceptos pueden ir asociados desde la conservación de “santuarios
espirituales” hasta la protección de especies en peligro, que tienen derecho a existir, y la
decisión de conservarlos puede hacerse independientemente del resultado obtenido a través de
un análisis coste-beneficio.

A este respecto, la valoración económica tradicional es claramente insuficiente. Sabido es que


los mecanismos de mercado no suelen garantizar la conservación de los ecosistemas y de los
servicios que prestan, tanto porque no suelen existir mercados para los servicios culturales y de
regulación, así como para el llamado “capital natural crítico” (Pearce, 1993), como porque la
distribución de los beneficios es claramente desigual entre las poblaciones locales y los restantes
beneficiarios alejados del lugar en cuestión.

Los nuevos enfoques de una economía sostenible sobre la valoración económica del medio
ambiente tienen que hacer referencia al “valor primario de la naturaleza” (valor intrínseco "no
antropocéntrico" del capital natural) y explícitamente a los valores de uso y de no uso que
conforman el Valor Económico Total (VET), entendido como la suma del “valor de uso directo”
(alimentos, biomasa), del “valor de uso indirecto” (funciones ecológicas de los ecosistemas) y
valor de “opción” (para uso directo o indirecto en el futuro), conjuntamente con el “valor de no
uso” en sus condiciones de valor de “existencia” (valor por el mero hecho de existir y más
relacionado con la noción de valor intrínseco), y valor de “legado” (para herencia de los
descendientes) (Munasinghe, 1992).

Existen argumentos convincentes sobre las características superiores que presenta el “capital
natural” frente al “capital artificial”, debido a la enorme oferta de diversidad biocenótica y
estabilidad ecológica que proporciona el primero, lo cual beneficia no sólo a la especie humana
(como sucede fundamentalmente con el capital hecho por el hombre), sino también a los
sistemas ambientales, permitiendo, con ello, que se protejan los derechos y necesidades de las
otras especies vivas, además de las propiamente humanas. Cabe añadir, además, que la
valoración de los activos ambientales (especialmente sus pérdidas) con los mismos criterios de

24
mercado con que se valora el capital artificial corre evidentes riesgos de manipulación política o
desconsiderar una amplia gama de opciones para utilizar o conservar en términos sostenibles
los ecosistemas y sus servicios, teniendo en cuenta que los beneficios derivados pueden ser
difusos o que se entrecrucen determinados intereses locales, comerciales o científicos. En este
espíritu, se ha desarrollado el “enfoque ecosistémico” (World Resources, 2002) como una
valiosa metodología para analizar las relaciones humanas y los sistemas ecológicos y actuar
consecuentemente con una estrategia integral y equitativa con criterios de conservación y el
uso sostenible, teniendo en cuenta que los humanos, con su diversidad cultural, son parte
integral de los ecosistemas y que sus decisiones deben estar supeditadas a la capacidad que
éstos tienen para proporcionar todos los servicios que proporcionan bienestar al sistema
socioeconómico como los que tienen utilidad por sí mismos.

De esta manera, una decisión social, democrática y racional sobre el valor del capital natural y
el uso y conservación de los ecosistemas se enmarca más en el ámbito de la política, dado que
no puede considerarse como una decisión meramente económica. En cualquier caso, para
sustentar adecuadamente las decisiones y que sean políticamente coherentes es necesario
disponer de modelos integrados que abarquen las interacciones complejas entre los sistemas
ambientales y humanos, a diferentes escalas, y que aborden escenarios sobre los cambios a
medio y largo plazo, incorporando información tanto científica formal, como conocimiento
tradicional o local.

Este último aspecto, suele ser desconsiderado por la ciencia pero puede ser muy útil en términos
de sostenibilidad. Se trata de conjugar múltiples disciplinas científicas con otras sabidurías
populares, porque la consideración de futuros ambiguos y de incertidumbres cuantificables no
sólo necesitan mayor rigor científico académico, sino también experiencia, democracia
participativa y credibilidad. Las consideraciones sobre la “transdisciplinariedad” y la “ciencia
posnormal” vienen a reforzar estos argumentos, que se detallan en los apartados siguientes.

4.6 Transdisciplinariedad e instrumentos de acción.


Un distintivo claro de la emergente corriente integradora dirigida al estudio de las relaciones
entre los sistemas ecológicos y los sistemas económicos, como se ha comentado anteriormente,
es su concepción plural y su metodología transdisciplinar. Así, esta economía ecológica orientada
por los principios de la sostenibilidad, trata de evitar reduccionismos tanto de tipo ecológico,
como de lenguaje científico o de método. Bajo esta perspectiva, la gran pluralidad de métodos
y lenguajes científicos existentes deben incluirse en el estudio de la relación entre la humanidad
y medio ambiente, mediante una “orquestación de las ciencias” para el estudio de los temas
concretos de sostenibilidad (Martínez Alier, 1999).

Si bien la economía ecológica viene evolucionando mediante un proceso interactivo entre


diversas escuelas de pensamiento, combinando diferentes presupuestos científicos e ideas, al
menos parece que una de las premisas básicas y generalmente compartida de esta nueva
disciplina es que la sostenibilidad del sistema socioeconómico en su conjunto está limitada por
la capacidad de carga del ecosistema global y el equilibrio de sus mecanismos de regulación y
evolución.

Sobre esta base, la economía ecológica suele entenderse como un producto de un desarrollo
histórico evolucionista que plantea un conjunto de respuestas dinámico, en transformación
constante y con una visión fundamentalmente transdisciplinaria de la actividad científica, que
recalca el diálogo y la solución cooperativa de problemas (Costanza, 1991).

25
En efecto, la visión transdisciplinaria es uno de los rasgos distintivos de esta nueva perspectiva
frente a la visión disciplinaria estándar, en la cual se definen fronteras exactas entre disciplinas
y coexiste los espacios vacíos entre los territorios, que ninguna disciplina cubre. Sin duda es una
dimensión superior a la visión interdisciplinaria donde hay diálogo e interacción y las disciplinas
se superponen para llenar los espacios vacíos en el escenario intelectual, pero manteniendo sus
territorios claves.

La economía ecológica asume así el enfoque transdisciplinar, donde no sólo se considera las
fronteras del escenario intelectual como porosas y cambiantes, sino que las fronteras entre las
disciplinas se han eliminado, y problemas se consideran como un conjunto en un contexto que
también está cambiando y evolucionando. De tal forma, que esta visión coexiste e interactúa
con la estructura disciplinaria convencional, pero que adicionalmente es capaz de proporcionar
una coherencia de gran interés para anudar conocimientos, agregar valor, subsanar deficiencias
convencionales y abordar problemas de sistemas complejos (Costanza, 1998). En Anexo, Figura
3, se indican gráficamente las tres visiones disciplinaria, interdisciplinaria y transdisciplinaria.

Finalmente, si la perspectiva de la economía ecológica parte de un enfoque científico


transdisciplinar su aportación de instrumentos de acción deben ser también transdisciplinares
para enfrentarse a objetivos múltiples. Por eso, sin renunciar a las aportaciones de la economía
neoclásica, tales instrumentos deben asumir los fundamentos de una escala ecológicamente
sostenible, ser económicamente eficientes y socialmente justos. El instrumental aportado por la
economía ambiental ha estado centrado en incentivos de mercado para corregir efectos
externos localizados de forma eficiente (teóricamente), pero sin capacidad para incluir la
globalidad, la incertidumbre y el principio de precaución. Ahora se trata de abarcar objetivos
económicos, ecológicos y sociales al tiempo. Un ejemplo en la buena dirección puede ser la
“Reforma Fiscal Ecológica” con doble beneficio para la economía (más empleo) y para la ecología
(menor impacto ambiental).

Una cuestión primordial, todavía no claramente planteada y ni mucho menos resuelta, es


encontrar fórmulas consensuadas para no anteponer estrictamente el criterio de eficiencia
frente a la sostenibilidad ambiental del desarrollo y a la justicia distributiva.

4.7 Posmodernidad, Ciencia Posnormal y Sabiduría.


Reflexionar sobre las interacciones profundas entre los sistemas humanos y los sistemas
ambientales, donde las relaciones económicas juegan un papel fundamental, requiere manejar
ambigüedades, incertidumbres, cualidades, multiculturas, visiones múltiples y realidades
heterogéneas. El pensamiento actual orientado desde la sostenibilidad, está configurando una
corriente de pensamiento que podría denominarse “sostenibilista” que necesita fundamentos
“posmodernos”, donde la única norma es la ausencia de norma. Efectivamente, según la filosofía
de la posmodernidad se ha cuestionado las bases del conocimiento científico que han
conformado el pensamiento moderno y niega la objetividad de la ciencia, el determinismo, la
cultura unitaria, la racionalidad de la relación entre objeto y sujeto (el hombre racional frente a
un mundo de cosas), mientras que admite la fragmentación, la discontinuidad y lo caótico.

Situados ante un escenario de cambio global ambiental y social, con los nuevos vientos de la
posmodernidad se abren nuevas puertas para un nuevo enfoque científico basado en la ciencia
posnormal, frente a la ciencia tradicional que ha pretendido simplificar la complejidad.
Ciertamente, la ciencia moderna surgida de la filosofía cartesiana ha mantenido un método
científico excesivamente positivista y simplificador de la realidad, que a la postre resulta
reduccionista por un división sujeto - objeto pretendidamente libre de valores. Cuando la ciencia

26
normal no es capaz de encontrar respuestas a los problemas surge la crisis y la aparición de
ciencias extraordinarias que encabezan cambios de paradigmas, y así la ciencia evoluciona,
según Khun (1970). Sin embargo, la ciencia normal y la posnormal plantean enfoques diferentes,
pero son complementarias. Funtowicz y Ravetz (1991; 1993) han acuñado el término de ciencia
posnormal a la que identifican como evolución y ampliación de la ciencia tradicional para
adecuarla a las condiciones del presente. Su esencia principal, aunque científica, es el
reconocimiento de la incertidumbre y la ignorancia, y su empeño es gestionar el bien común.

Para tratar de entender mejor y gestionar los procesos de sostenibilidad, en particular las
relaciones socioeconómicas y ambientales, se necesitan nuevos enfoques para incorporar la
incertidumbre científica en las decisiones. Para ello, se precisa conjugar los niveles de riesgo,
entendido como probabilidad conocida, y la incertidumbre verdadera, entendida como
probabilidad desconocida. Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en el fenómeno del cambio
global y en especial del cambio climático. La ciencia nos puede precisa los grados de
incertidumbre pero no nos puede concretar con exactitud las posibles consecuencias. Hasta el
momento, el enfoque convencional de las decisiones en materia de sostenibilidad se basan en
“certidumbres” pero la ignorancia científica nos induce a aceptar el “principio de precaución”
(principio número 15 de la Cumbre de Río’92) , en base al cual es necesario adoptar acciones sin
esperar a la certeza absoluta científica.

Según se indica en Anexo, Figura 4, considerando el grado de incertidumbre de los sistemas y


los niveles de riesgo de decisión, se pueden establecer tres tipos de ciencia. La ciencia normal
basada en la simplificación de la complejidad mediante disciplinas especializadas que supone
una racionalidad capaz de establecer hechos, superar la incertidumbre y plantear acciones, todo
ello en condiciones de baja incertidumbre y bajo riesgo. Para tratar los problemas con mayores
grados de incertidumbre y riesgo y anta la ausencia de soluciones únicas, la ingeniería y la
asesoría profesional ofrecen planteamientos negociados. Finalmente, en un contexto de
conflictos de valoraciones y altos riesgos aparece la ciencia posnormal ante fenómenos
complejos e inciertos (cambio climático, por ejemplo) y cuando las decisiones son urgentes.

La investigación de los problemas científicos, entre los que podemos incluir especialmente los
temas de sostenibilidad y economía ecológica, no pueden estar dirigida por una curiosidad
científica abstracta o por imperativos de los intereses económicos pudientes. En su lugar, los
científicos deberían abordar los problemas planteando soluciones políticas admitiendo que “los
hechos son inciertos, los valores están en discusión, los intereses en juego son altos y las
decisiones son urgentes” (Funtowicz y Ravetz, 1991). La nueva ciencia debe reconciliar la razón
con la pasión, en lugar de tratar de descubrir hechos puros conquistando la ignorancia por el
poder de la razón y creyendo que la incertidumbre es el resultado de las pasiones humanas, tal
como se ha venido admitiendo por la ciencia normal. Más aún, respetando la calidad y la
incertidumbre, en esta visión científica se incluye la diversidad, el diálogo y el debate,
ampliándose la comunidad científica de “evaluadores” en un proceso de democratización
científica, donde caben los actores sociales implicados y las comunidades locales con
conocimientos específicos (como el manejo de la biodiversidad por comunidades indígenas).

Como consecuencia de un proceso de globalización económica y tecnológica tenemos por


resultado una saturación de información disponible, pero necesitamos una información útil y
responsable para pasar de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento. No
obstante, el logro de una mayor sostenibilidad ambiental, económica y social requiere no sólo
más conocimiento científico, sino mayores grados de inteligencia y de sabiduría. A este respecto
resulta contundente la expresión de Elliot, ¿dónde está el conocimiento que hemos perdido por

27
la información?.Y, ¿dónde está la sabiduría que hemos perdido por el conocimiento?.
Actualmente el volumen de información en “Internet”, como medida de expresión simple del
avance informativo actual, se dobla cada tres meses, mientras que el stock de ciencia válida
aumenta mucho más despacio, aunque se dobla cada 15 años.

Mientras tanto, el nivel de sabiduría de hoy no es mucho mayor que hace tres mil años, y no
sabemos cómo producirla o al menos al ritmo que producimos conocimiento.

Un enfoque adecuado para concretar el sentido y dirección del desarrollo sostenible debería

basarse en una forma de aprender inteligente y en un modo de actuar con mayor sabiduría, esto

es, con una forma de saber superior a la ciencia y a la información. Porque, en tanto, que el

conocimiento científico nos dice lo que puede ser a partir de los datos, combinando deducción

e inducción, el saber muestra lo que merece ser hecho entre todo lo tecnologías de menor

impacto. Sin embargo, el mayor desafío, como señala Peskín (1991), que se puede hacer: qué

amar, qué rechazar, qué conservar.

En resumidas cuentas, las decisiones sobre la sostenibilidad de los procesos económicos y


ecológicos tienen que reconocer la incertidumbre en vez de negarla, al tiempo que tienen que
incluir mecanismos para salvaguardarse de efectos dañinos y alentar

es determinar los costes potenciales de la incertidumbre y ajustar los incentivos para que las
partes “paguen” el coste de esta incertidumbre y, además, estén incentivados para contabilizar
y reducir los efectos nocivos en niveles de producción y consumo sostenibles que sean
adecuados a la capacidad de carga de los ecosistemas.

5.- CONCLUSIONES.
Orientar la integración de los procesos ecológicos y económicos en clave de sostenibilidad y
hacia la coevolución, dependerá finalmente de si la teoría que explica el funcionamiento de la
“máquina económica” reconoce su papel como subsistema y sabe fomentar un a actividad
entretejida en el ecosistema global, capaz de adaptar su "habilidad" para generar nuevos
beneficio, mejorar su distribución y renunciar a la mercantilización de la biosfera, respetando
sus límites y asumiendo su lógica ; la lógica compleja de un mundo viviente y evolutivo.

En suma, Economía y Ecología, teniendo la misma raíz “oikos” (casa) no deben responder a
lógicas contrapuestas - como así ha sido hasta ahora -. La “ ciencia de la administración de la
casa” (Economía) tiene que ser coherente con la “ciencia de la casa” (Ecología) para llegar a una
síntesis integradora que supere dos racionalidades tradicionalmente incompatibles, asentadas
en extremos económico-utilitaristas y ecológicoconservacionistas, y dar así coherencia a la
racionalidad coevolutiva del conjunto global y de la humanidad que vive en el seno de la
biosfera.

El gran reto sigue estando en llegar a un consenso generalizado de qué es lo que debe ser
sostenible con una visión de futuro y unos objetivos de desarrollo compartidos. Aún si cabe, el

28
problema más desafiante es reintegrar la economía con las ciencias naturales y sociales para
optar por un sistema socioeconómico duradero en el marco biofísico de Gaia con eficiencia, ética
y justicia distributiva.

ANEXO.
FIGURA 1. LA HUELLA ECOLOGICA DE EUROPA Y DEL MUNDO
La línea naranja muestra la demanda del mundo comparada con la capacidad disponible (la línea
de un planeta). La línea roja muestra el número de planetas necesarios si todos los miembros de
la familia humana vivieran con el estilo de vida de la UE.

FIGURA 2. SERVICIOS DE LOS ECOSISTEMAS RELACIONADOS CON EL


BIENESTAR HUMANO

29
FIGURA 3. REPRESENTACIÓN GRÁFICA DE LAS VISIONES DISCIPLINARIA,
INTERDISCIPLINARIA Y TRANSDISCIPLINARIA

A: La visión disciplinaria del problema es una aproximación estándar donde: a.


Existen fronteras definidas entre disciplinas,
b. Existen diferentes idiomas y culturas dentro de las disciplinas
c. Falta la visión de conjunto que lo enmarque todo
d. Existen “espacios vacíos” entre territorios disciplinares y en el escenario
intelectual

B: La visión interdisciplinaria es una innovación donde:

a. Las disciplinas se expanden y superponen para llenar los espacios vacíos en el


escenario intelectual.

b. Pero manteniendo sus territorios clave

30
c. Hay diálogo e interacción

C: La visión transdisciplinaria es la más compleja y avanzada donde: intelectual como

porosas y cambiantes.

a. Se considera el problema como un todo, en vez de un escenario intelectual a


ser
dividido,

b. Las fronteras iniciales se han eliminado y considera las fronteras del escenario

c. Los problemas e interrogantes se consideran como un conjunto inconsútil en un


escenario intelectual que también está cambiando

Fuente: Adaptado de Constanza, et al. (1998)

TABLA 1. VALOR DE LOS SERVICIOS PRESTADOS POR LOS ECOSISTEMAS


MUNDIALES

31
Valor en Bn de $
Servicios de los Ecosistemas
USA
Formación del suelo 17,1
Servicios Recreativos 3
Ciclo de Nutrientes 2,3
Provisión y Regulación del agua 2,3
Regulación del clima (temperatura y precipitación) 1,8
Habitats naturales 1,4
Protección de las tormentas e inundaciones 1,1
Producción de alimentos y materias primas 0,8
Recursos Genéticos 0,8
Equilibrio atmosférico 0,7
Polinización 0,4
Otros servicios 1,6
Total Valor Servicios de Ecosistemas Mundiales 33,3
Total Valor PNB Mundial 18

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RESUMEN EJECUTIVO
INDICE, CONTENIDO O TABLA DE CONTENIDO
LISTA DE TABLAS Y FIGURAS
INTRODUCCION
CUERPO DE LA MONOGRAFIA
CONCLUSIONES
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
ANEXOS

34

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