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Las abejas melíferas han hallado un refugio inesperado ante el descenso de sus poblaciones
en su hábitat tradicional: la ciudad, donde estos polinizadores se han aliado con productores
artesanales para beneficiarse de la variedad de parques urbanos y jardines domésticos.
El último estudio de la ONU sobre el valor económico de los ecosistemas no deja lugar a
dudas.
Sólo en el Reino Unido, dice Carrington, las abejas y otros polinizadores proporcionan un
servicio a los agricultores británicos de 430 millones de libras. Aportación oculta y no
contabilizado por la economía en ningún lugar.
Coincidiendo con el interés público por la dolencia que afecta a las abejas, el problema del
colapso de las colonias o CCD en sus siglas en inglés (Colony Collapse Disorder), la
apicultura urbana ha experimentado un espectacular renacimiento en la última década.
Proliferan, asimismo, las tiendas y servicios con especialistas que ofrecen soporte a estos
nuevos aficionados del cultivo melífero, cuya cría no dista mucho de la descrita por Plinio
el Viejo en su Historia natural.
Para acomodar la nueva tendencia, varias ciudades que en décadas anteriores habían
permitido la cría de abejas melíferas y otros animales incluso en entornos urbanos, han
vuelto a adecuar su normativa y, en la mayoría de casos, simplemente han legalizado una
práctica en auge que se encontraba en un limbo jurídico.
En Berkeley, California, una antigua normativa permite a los vecinos la cría de ovejas y
cabras (ver vídeo), mientras que los caballos y mulos no desaparecieron de las pequeñas
ciudades europeas y norteamericanas hasta la segunda mitad del siglo XX.
Hasta 2010, la cría de abejas melíferas estaba prohibida en Nueva York, con una multa de
2.000 dólares por desobediencia de la ordenanza. Desde 2010, Nueva York siguió a San
Francisco y otras ciudades estadounidenses y la práctica se extiende ahora por la ciudad. Se
retiran las prohibiciones y las abejas retornan.
En San Francisco, vecinos (por ejemplo, nuestra amiga Alexandra Danieli: ver vídeo y
fotogalería), restaurantes, hoteles (como el Fairmont de Nob Hill: ver vídeo), e incluso el
consistorio de la ciudad producen miel artesanal en sus terrazas y terrados.
El restaurante del hotel Fairmont de San Francisco incluye en sus postres la miel producida
que produce en su jardín.
Tanto las especies melíferas de origen euroasiático como las abejas polinizadoras
autóctonas de Norteamérica, que no producen miel (los abejorros, “bumblebees” en inglés),
compiten en vigor con los jardines privados que contribuyen a enriquecer.
Por un lado, más abejas polinizadoras equivalen a más posibilidades para las plantas con
flores de que su herencia genética sea transportada y prolifere en otros puntos cercanos de
la ciudad.
Por otra parte, se ha comprobado que la miel producida en las ciudades se beneficia de la
mayor riqueza y variedad de especies de plantas con flores, debido a la concentración de
jardines, privados y públicos, donde se intercalan especies autóctonas con exóticas.
Consecuencia: la miel urbana es más rica e intensa.
Los movimientos de comida local celebran los alimentos saludables, con escaso impacto y
producida cerca de casa, siguiendo los preceptos de ensayos que han influido en la
sensibilidad culinaria estadounidense, como El dilema del omnívoro, de Michael Pollan.
Y, con el aumento del interés, llegan las oportunidades de negocio; ya hay emprendedores
que comercializan sus propios diseños de colmena, o asisten a los aficionados de la
especialidad con tiendas especializadas, como Her Majesty’s Secret Beekeeper and Waibel,
regentada por Bryon Waibel (puedes ver el vídeo de nuestra entrevista con Waibel).
Los beneficios de la apicultura urbana son tan sustanciales, explica Joshua Brustein en The
New York Times, que vale la pena revisar ordenanzas y defenestrar falsos mitos sobre las
abejas melíferas, los mayores polinizadores de la naturaleza.
Cualquier interesado en instalar una colmena en casa para criar miel artesanal afronta el
escollo burocrático de conocer el estado jurídico de la apicultura urbana en su localidad.
Por su carácter benéfico para el productor y los jardines circundantes gracias a los efectos
de la polinización, la ausencia de ordenanzas puede ser interpretada como un beneplácito a
la cría.
Si bien la recolección de miel se inició hace milenios, con vestigios rupestres en el Levante
español de hace más de 6.000 años, la recolección se producía en colmenas rústicas: en
huecos de árboles, panales naturales y recipientes de barro.
La apicultura fue documentada por primera vez con metodología empírica en la Grecia y
Roma clásicas: Aristóteles, Virgilio y Plinio el Viejo, entre otros, aportaron consejos sobre
la cría de abejas melíferas.
Los monasterios y abadías medievales fueron los primeros centros de producción apícola a
gran escala para el consumo sostenido de miel y cera de abejas, dos ingredientes
primordiales en la cocina y talleres de estos centros religiosos y reductos de literatura
clásica, como expone Umberto Eco en El nombre de la rosa.
Debido a su diseño fijo, los panales crecen en el interior según los criterios de las abejas, lo
que dificulta y limita la producción de grandes cantidades de miel.
Jerry James Stone ha redactado en TreeHugger una guía rápida, aunque exhaustiva, sobre
cómo montar una colmena en un rincón de la terraza o el terrado.
La guía incluye los principales complementos necesarios para garantizar el éxito de los
primeros cuidados con la colonia de abejas melíferas, así como la seguridad del apicultor
principiante.
Ahumadores para trabajar con los panales sin que las abejas se concentren y muestren su
nerviosismo, alimentadores, rasquetas, cepillos de desabejar, peines de desopercular,
equipo de protección, etc., pueden improvisarse o adquirirse por Internet.
Nuestro amigo Sami Grover, redactor de TreeHugger, expone las ventajas principales de
las colmenas horizontales (top-bar), muy extendidas entre apicultores artesanales, sobre
todo en África.
El diseño horizontal abarata el diseño, no requiere el uso de panales con marco, es más fácil
de manipular y produce más cera, debido a que el panal es exprimido para extraer la miel.
Por contra, el diseño horizontal produce menos miel y el panal no es del todo uniforme, lo
que dificulta mover e intercambiar panales según la evolución y necesidades de la colmena.
Asimismo, los panales son más frágiles, especialmente en entornos con fluctuación térmica,
inviernos fríos y heladas frecuentes.
2. Colmena Lusitana
La Lusitana es una de las colmenas verticales más compactas, fácil de conseguir (nueva o
usada) en la Península Ibérica, debido a su uso en el norte de Portugal.
La cámara de cría tiene unas dimensiones de 37x38x31 centímetros, y el alza cuenta con la
mitad del grosor (37x38x16 cm), por lo que es un diseño indicado para climas lluviosos (la
colonia se refugia en panales concentrados en poco espacio) y entornos reducidos, como
balcones o terrazas.
Pese a su pequeño tamaño, un alza llena alberga 13 kilogramos, entre miel y cera. Su
capacidad total alcanza los 43,5 litros y es capaz de albergar una colonia de 50.000 abejas.
3. Colmena Layens
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, varios apicultores introdujeron mejoras técnicas
en la colmena vertical popularizada coincidiendo con el advenimiento de la Ilustración.
Gracias a esta modificación, las colmenas layens son capaces de albergar colonias de hasta
70.000 abejas, las más numerosas, lo que repercute en la productividad de cada colmena y
ha facilitado la expansión de su uso.
La producción española de miel depende en buena medida de este tipo de colmena, cuya
caja contiene 12 cuadros. No emplea alzas melarias, lo que facilita su transporte, siguiendo
la floración de las distintas especies.
4. Colmena Dadant
Diseñada por el estadounidense Charles Dadant, el tamaño de sus cuadros, sólo más
pequeño que los de la colmena Layens, se convirtió en estándar de facto en muchos países.
Se requiere un cierto conocimiento para poder manipular la cámara de cría y las distintas
alzas, cuyo peso, sobre todo cuando las abejas han conformado los panales, dificulta el
acceso a los distintos pisos.
5. Colmena Langstroth
El apicultor estadounidense Lorenzo Langstroth patentó esta colmena vertical en 1852. Su
adopción multiplicó la producción de miel en Norteamérica y Europa, debido a la facilidad
para manipular sus cuadros y alzas móviles.
El cuadro móvil facilita el manejo y permite dividir en dos la colmena y, a medida que
aumenta la colonia de abejas y se aumentan las alzas, es posible incrementar la cámara de
cría y el espacio de acumulación de la miel.
Al ser articulada, la colmena Langstroth facilita la maniculación de las alzas, que pueden
ser recolocadas para producir miel tras un vaciado. Su carácter articulado no repercute
sobre la protección de la colonia, debido a su tamaño, algo más compacto que las colmenas
Layens y Dadant.
Sus cuadros son más pequeños y alberga hasta 45.000 abejas, y sus 42,5 litros de capacidad
distan de los 54 de la Dadant. Pese a ello, muchos apicultores creen que la Langstroth es la
mejor colmena vertical por su modularidad y facilidad de manipulación.
6. Colmena Warré
Desarrollada por el monje francés Émile Warré (1867-1951), es una colmena ideada para el
manejo racional de las colonias, consistente en separar la miel sin afectar la cría.
Utiliza barras superiores, lo que permite mantener las alzas separadas; al contar con más
piezas, su fabricación y mantenimiento son más concienzudos. Eso sí, las piezas
adicionales mejoran las condiciones de habitabilidad de las colonias, lo que repercute sobre
la producción de cera y miel.
La colmena Warré fue desarrollada para reducir el carácter intrusivo de las colmenas
verticales y otorga a la colonia la libertad de confeccionar sus propios panales, además de
mejorar la ventilación.
Con estos cambios, Warré respondía al declive de la población de abejas melíferas que
había observado en Francia desde su juventud. Alcanzó la versión definitiva de la colmena,
descrita en su libro L’Apiculture pour tous después de experimentar con 350 diseños.
El diseño definitivo toma las ventajas de la colmena horizontal (mayor libertad y confort
para las abejas) y la vertical (modularidad, capacidad de ampliación, aumento de la
producción). Su uso es especialmente indicado en climas fríos, debido a la retención
térmica de sus compartimentos, y sólo se abre una vez al año: durante la cosecha.
Nuevos diseños
7. Beehaus (Omlet)
Beehaus es, según Omlet, una colmena de plástico para el conservacionista urbano,
dispuesto a dedicar un rato de su tiempo libre para cuidar de su colonia de abejas melíferas
y, como recompensa, obtener una cosecha propia de miel ecológica sin moverse de casa.
Cuenta con dos aperturas, una a cada extremo de su forma rectangular y horizontal, y hay
espacio suficiente para acomodar hasta 22 cuadros.
Cuando la colonia se expande, el interior ha sido desarrollado para que el apicultor opte por
expandir la colonia (y, por ende, la producción de miel y cera); o dividirla en dos para
empezar una segunda colonia.
Tanto el aspecto exterior como el diseño interior adoptan formas ásperas y naturales,
convirtiendo la colmena en un elemento de diseño en un balcón o terraza.
BeeCrib que puede ser imprimida en material reciclable por una máquina CNC (impresión
3D). Su diseño, de código abierto, puede “imprimirse” y montarse sin cola, usando
servicios de impresión de objetos y muebles bajo demanda como Ponoko.
Futuro
Urban Beehive es una colmena urbana en forma de crisálida o enjambre silvestre que
incorpora en su reverso un pequeño espacio para una planta.
La idea de Philips es incluir la producción de miel en el interior de una vivienda urbana,
integrada con la naturalidad de las plantas interiores.
En Microbial Home, Philips convierte el interior de la casa en un ecosistema
interrelacionado, tomando ideas de la permacultura. Se trata, de momento, de un diseño
conceptual.