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SANTA MISA

Y ACCIÓN DE GRACIAS
DE LA COMUNIÓN.
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INTRODUCCIÓN.

¿Que es la Santa Misa?.

La Santa Misa es lo más santo que tenemos en


la tierra, el mayor don que Dios ha dado a los
hombres. Es una cosa divina, no humana.

Cuando el sacerdote pronuncia las palabras de


la consagración, Jesús se hace presente en el
altar, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; y
se ofrece a su Padre del Cielo por la salvación de
todos los hombres, como en la Cruz. La Santa
Misa es la renovación del mismo Sacrificio de
la Cruz.

Para cada uno de nosotros es un encuentro


personal con Dios, a quien adoramos, damos
gracias, suplicamos y pedimos perdón. Y es
también un feliz encuentro con todos los demás
cristianos.

Tú, no te conformes con "oír" o "estar" en Misa,


procura vivirla, participar en ella, amarla. Para
ello debes conocerla muy bien en todas sus
partes. Ten en cuenta que amar la Misa es amar a
Jesucristo.

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Preparación para la Santa Misa.

Vivir la Santa Misa, exige de nosotros el


prepararse bien.

¿Has pensado en alguna ocasión como te


prepararías para recibir al Señor, si se pudiera
comulgar una sola vez en la vida? (Forja, 828).
Para prepararte puedes rezar:

Señor, concédeme participar con cariño,


atención y piedad en esta Misa que te
ofrecemos, primero, para adorarte y
agradecerte todos los beneficios que nos has
dado; segundo, para pedirte perdón de
nuestros pecados y los de todos los hombres;
tercero, para pedirte las gracias que nos son
necesarias para este día.

Te ofrezco en particular esta Misa


por..........(se expresa la intención especial de cada uno).

Concédenos, Señor, asistir a esta Santa


Misa con los mismos sentimientos de amor y
piedad de tu Madre Santísima al pie de la Cruz.
Con el espíritu y fervor de los Santos en el
Altar. Así sea.

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RITOS INICIALES.

Canto de entrada y saludo. DE PIE.

En señal de respeto, recibimos al Sacerdote de


pie. El Celebrante se acerca al altar y lo besa. El
altar representa a Cristo. Puedes acompañarle
diciendo por dentro:
Jesús, te amo.

A continuación nos santiguamos.

Sacerdote: En el nombre del Padre y del Hijo y del


Espíritu Santo.
Todos: Amén.
S.: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor
del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén
con todos vosotros.
T.: Y con tu espíritu.

La señal de la Cruz nos recuerda que la Santa


Misa es la Renovación del Sacrificio del Calvario,
Jesús muere por nuestros pecados. Piensa que en
estos momentos el altar es el Calvario y que
nosotros estamos reunidos junto a Cristo, clavado en
la Cruz, en compañía de su Santísima Madre y del
Apóstol San Juan, hacemos un acto de fe:
Señor, creo que la Misa es el mismo Sacrificio
de la Cruz.

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Acto Penitencial.

S.: Hermanos: Para celebrar dignamente estos


Sagrados Misterios, reconozcamos nuestros
pecados.

Breve pausa de silencio para recordar nuestros


pecados, los últimos que hemos cometido, y pedir
perdón al Señor. Si lo hacemos bien podemos
alcanzar el perdón de los pecados veniales.

T.: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante


vosotros, hermanos, que he pecado mucho de
pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi
culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso
ruego a Santa María, siempre Virgen, a los
Ángeles, a los Santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro
Señor.
S.: Dios todopoderoso tenga misericordia de
nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a
la vida eterna.
T.: Amén

Invocaciones:
S.: Señor, ten piedad.
T.: Señor, ten piedad.
S.: Cristo, ten piedad.
T.: Cristo, ten piedad.
S.: Señor, ten piedad.
T.: Señor, ten piedad.

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Gloria.
Es un canto de alabanza a Dios Padre, a Dios
Hijo y a Dios Espíritu Santo.

T.: Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a


los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa
gloria te alabamos, te bendecimos, te adora-
mos, te glorificamos, te damos gracias, Señor
Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo. Señor Dios,
Cordero de Dios, Hijo del Padre: Tú que quitas
el pecado del mundo, ten piedad de nosotros;
Tú que quitas el pecado del mundo, atiende
nuestra súplica; Tú que estás sentado a la
derecha del Padre, ten piedad de nosotros; por
que sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú
Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en
la gloria de Dios Padre. Amén.

Oración colecta .
El Sacerdote nos invita a la plegaria.

S.: Oremos.

A continuación el Sacerdote, con las manos


extendidas, dice la oración, invitándonos a todos a
unirnos a sus peticiones. Al terminar decimos:

T.: Amén.

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LITURGIA DE LA PALABRA.

Escucha ahora con atención la lectura de


algunos textos de la Biblia, en los que se nos cuenta
lo que Dios ha hecho y nos ha dicho.

En las Misas de los domingos y días de fiesta se


leen tres lecturas, los días ordinarios sólo dos
lecturas, siendo siempre la última y más importante
un pasaje del Evangelio. Cuando Dios las hizo
escribir, sabía que las íbamos a escuchar hoy: Él
nos habla a cada uno.
Invoca al Espíritu Santo para oír con fruto la
palabra de Dios. Trata de grabar alguna frase para
recordarla durante el día y llevarla a la práctica. Que
la gente vea que seguimos al Señor.

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Lectura y cánticos.
SENTADOS.
Al acabar la primera Lectura y la segunda, si la
hay:

Lector: Palabra de Dios.


T.: Te alabamos, Señor.
A continuación el Lector y el Pueblo dialogan el
salmo responsorial

Evangelio DE PIE.
Antes de leer el Evangelio, el Sacerdote
inclinado reza en voz baja. Digamos
interiormente:
Purifícame, Señor, y dame tu luz para
entender mejor tu Santo Evangelio y
practicarlo.
A continuación nos ponemos de pie como
señal de respeto a Cristo que nos habla, y de
prontitud en seguir sus enseñanzas.

S.: El señor esté con vosotros.


T.: Y con tu espíritu.
S.: Lectura del Santo Evangelio según............
T: Gloria a Ti, Señor.
Una vez finalizada la lectura del Santo Evangelio.
S.: Palabra del Señor.
T.: Gloria a Ti, Señor Jesús.
El Sacerdote besa el libro en señal de respeto,
mientras en voz baja pide lo que nosotros
debemos pedir con él:
Las palabras del Evangelio borren nuestros
pecados

Homilía.
SENTADOS.

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El Sacerdote nos explica la Palabra de Dios
para aplicarla a nuestra vida.
Credo DE PIE.

Todos unidos confesamos la fe católica.

T.: Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso,


Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y
lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo
único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero
de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la
misma naturaleza del Padre, por quien todo fue
hecho; que por nosotros, los hombres, y por
nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se
hizo hombre. y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue
sepultado, y resucitó al tercer día, según las
Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la
derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá
fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de
vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria, y que habló por los profetas. Creo en la
Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón
de los pecados. Espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

Oración de los fieles.


En ella, unidos al Sacerdote, pedimos por la
Santa Iglesia y por el Romano Pontífice, e
imploramos a Dios que derrame sus bendiciones

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sobre todos los hombres, en especial sobre quienes
más lo necesitan.

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LITURGIA DE LA EUCARISTÍA. SENTADOS

El Sacerdote presenta y ofrece sobre el altar el


pan y el vino que, por la consagración, se
convertirán en el Cuerpo y en la Sangre del Señor

El pan que se ofrece es el resultado del trabajo


del hombre. Cuando el Sacerdote levanta la patena,
podemos ofrecerle a Jesús, con mucho amor,
nuestro estudio, trabajos, alegrías, la ayuda a los
demás, nuestras dificultades y nuestros buenos
deseos de luchar por ser cada día mejores
Cristianos.

Después el Sacerdote ofrece el cáliz. En el cáliz


hay un poco de vino mezclado con unas gotas de
agua: por la consagración se convertirá en la Sangre
de Jesucristo. En esas gotas de agua vemos
simbolizados nuestros sacrificios, que, unidos en la
Misa al Sacrificio de Jesús, alcanzan un gran valor
para nuestro bien y el de toda la Santa Iglesia.

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Presentación de las ofrendas.
SENTADOS
Mientras el Sacerdote ofrece el pan, cada uno
de nosotros hacemos nuestra propia oblación,
ofreciendo nuestras cosas y nuestra vida. Puedes
decir interiormente:
Señor mío y Dios mío, te ofrezco todo lo que
soy, todo lo que tengo; mis planes y proyectos;
mis sacrificios y alegrías. ¡Quiero ser todo tuyo!

S.: Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este


pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos; él será nuestro pan de vida.
T.: Bendito seas por siempre, Señor.

El Sacerdote echa vino y unas gotas de agua


en el cáliz. Todo se convertirá en la Sangre de
Jesús. Acompaña ese gesto repitiendo interiormente:
Oh Dios, nosotros somos esta poca cosa, una
gota de agua..., y queremos unirnos a Ti en el
cáliz; concédenos, por esta mezcla de agua y
vino, que seamos partícipes de la divinidad de
Jesucristo, que se digno participar de nuestra
humanidad.

Al levantar el Sacerdote el cáliz para ofrecer el


vino, piensa en las personas que sufren,
especialmente si son familiares tuyos: y ofrece sus
dolores.

S.: Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este


vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que
recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos; él será para nosotros bebida de
salvación.
T.: Bendito seas por siempre, Señor.

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El Sacerdote inclinado, dice a continuación para
sí:
Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y
nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy
nuestro sacrificio y que sea agradable en tu
presencia, Señor, Dios nuestro.

Ahora, el Sacerdote, a un lado del altar, se lava


las manos para mostrar al Señor sus deseos de
purificación interior mientras dice en voz baja:
Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi
pecado.

Nosotros, para mostrar esos deseos de


purificación y de limpieza del alma, podemos repetir
interiormente esas palabras, o bien rezar:

Comunión espiritual:
Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella
pureza, humildad y devoción con que os recibió
vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor
de los Santos.

Invitación a la plegaria.
S.: Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y
vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopodero-
so.
T.: El Señor reciba de tus manos este sacrificio,
para alabanza y gloria de su Nombre, para
nuestro bien y el de todo su santa Iglesia.

El Sacerdote lee la oración sobre las ofrendas; al


terminar contestamos:

T.: Amén.

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PLEGARIA EUCARÍSTICA. DE PIE.

Comienza la parte más importante de la Santa


Misa. En ella tiene lugar la Consagración, que hace
real y verdaderamente presente a Jesús en el altar,
con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su
Divinidad.

Es el momento de adorarle, darle gracias y


pedirle favores y perdón...

Prefacio y aclamación "Santo".


El Sacerdote reza un himno llamado "Prefacio",
alabando a Dios y dándole gracias.

S.: El Señor esté con vosotros.


T.: Y con tu espíritu.
S.: Levantemos el corazón.
T.: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
S.: Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
T.: Es justo y necesario.

Sigue el rezo del Prefacio, que varía según los


tiempos y días litúrgicos.

Al terminar, aclamamos al Señor con alegría,


diciendo junto con los Ángeles y Santos:

S. y T.: Santo, Santo, Santo es el Señor,


Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.

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PLEGARIA EUCARÍSTICA II

S.: Santo eres en verdad, Señor,


fuente de toda santidad
Por eso te pedimos que santifiques estos dones
con la efusión de tu Espíritu,
de manera que sean para nosotros cuerpo y
Sangre de Jesucristo, nuestro Señor.
DE RODILLAS
S.: El cual, cuando iba a ser entregado a su
Pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan,
dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo:

"Tomad y comed todos de él, porque esto


es mi Cuerpo, que será entregado por
vosotros."

Del mismo modo, acabada la cena,


Tomó el cáliz, y, dándote gracias de nuevo, lo
pasó a sus discípulos, diciendo:

"Tomad y bebed todos de él, porque éste es


el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza
nueva y eterna, que será derramada por
vosotros y por todos los hombres para el
perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía".

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S.: Éste es el Sacramento de nuestra fe. DE PIE

T.: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu


resurrección,
¡Ven, Señor Jesús!.

S.: Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial


de la muerte y resurrección de tu Hijo, te
ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y
te damos gracias porque nos haces dignos de
servirte en tu presencia.
Te pedimos humildemente que el Espíritu
Santo congregue en la unidad a cuantos
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por
toda la tierra; y con el Papa N. con nuestro Obispo
N. y todos los pastores que cuidan de tu pueblo,
llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate también de nuestros hermanos que
durmieron en la esperanza de la resurrección, y
de todos los que han muerto en tu misericordia;
admíteles a contemplar la luz de tu rostro.
Ten misericordia de todos nosotros, y así, con
María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y
cuantos vivieron en tu amistad a través de los
tiempos, merezcamos por tu Hijo Jesucristo,
compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas.

S.: Por Cristo, con Él y en Él a Ti, Dios Padre


omnipotente, en la unidad el Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los
siglos.
T.: Amén.

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PLEGARIA EUCARÍSTICA III

S.: Santo eres en verdad, Padre,


y con razón te alaban todas tus criaturas,
ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro,
con la fuerza del Espíritu Santo,
das vida y santificas todo,
y congregas a tu pueblo sin cesar,
para que ofrezca en tu honor
un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso.

Por eso, Padre, te suplicamos


que santifiques por el mismo Espíritu
estos dones que hemos separado para Ti,

de manera que sean


Cuerpo y Sangre de Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro,

que nos mandó celebrar estos misterios.

Porque él mismo,
la noche en que iba a ser entregado,

tomó, pan,
y dando gracias te bendijo,
lo partió
y lo dio a sus discípulos, diciendo:

"Tomad y comed todos de él, porque


esto es mi Cuerpo, que será entregado
por vosotros."

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Del mismo modo, acabada la cena,

Tomó el cáliz, y, dando gracias te bendijo y lo


pasó a sus discípulos, diciendo:

"Tomad y bebed todos de él, porque éste es


el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza
nueva y eterna, que será derramada por
vosotros y por todos los hombres para el
perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía".

S.: Éste es el Sacramento de nuestra fe. DE PIE.

T.: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu


resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!

S.: Así, pues, Padre,


al celebrar ahora el memorial
de la Pasión salvadora de tu Hijo,
de su admirable resurrección y Ascensión al cielo,
mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos, en esta acción de gracias,
el sacrificio vivo y santo.

Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia,


y reconoce en ella la Víctima
por cuya inmolación quisiste devolvernos tu
amistad,
para que, fortalecidos
con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo
y llenos de su Espíritu Santo,
formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo
espíritu.

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Que Él nos transforme en ofrenda permanente,
para que gocemos de tu heredad
junto con los elegidos:
con María, la Virgen Madre de Dios,
los Apóstoles y los mártires,
(San N.: Santo del día o patrono)
y todos los Santos,
por cuya intercesión
confiamos obtener siempre tu ayuda.
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de
reconciliación
traiga la paz y la salvación al mundo entero.
Confirma en la fe y en la caridad
a tu Iglesia, peregrina en la tierra:
a tu servidor, el Papa N., a nuestro Obispo N.,
al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos,
y a todo el pueblo redimido por Ti.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia
que has congregado en tu presencia.
Reúne en torno a Ti, Padre misericordioso,
a todos tus hijos dispersos por el mundo.
A nuestros hermanos difuntos
y a cuantos murieron en tu amistad
recíbelos en tu Reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria.
por Cristo, Señor nuestro,
por quien concedes al mundo todos los bienes.
S.: Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre
omnipotente, en la unidad el Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los
siglos.
T.: Amén.

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RITO DE LA COMUNIÓN. DE
PIE.
En la Sagrada Comunión nos unimos al mismo
Jesucristo, que nos alimenta con su Cuerpo y nos da
su Vida divina.

Al comulgar nos convertimos en Sagrarios vivos


en los que habita Jesús Sacramentado.

La Comunión es la mejor forma de participar en


la Santa Misa. Para comulgar hay que tener el alma
limpia: si se tiene algún pecado grave, es necesario
confesarse antes de comulgar.

Padrenuestro.
S.: Fieles a la recomendación del Salvador y
siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a
decir:
T.: Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre; venga a nosotros
tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada
día; perdona nuestras ofensas, como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación, y líbranos
del mal.

S.: Líbranos de todos los males, Señor, y


concédenos la paz en nuestros días, para que,
ayudados por tu misericordia, vivamos siempre
libres de pecado y protegidos de toda
perturbación, mientras esperamos la gloriosa
venida de nuestro Salvador Jesucristo.
T.: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por
siempre, Señor.
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Rito de la paz.
El rito de la paz significa la unión con los demás
hombres por el amor, que queda fortalecido por la
Eucaristía.

S.: Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: "La


paz os dejo, mi paz os doy", no tengas en cuenta
nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y,
conforme a tu palabra, concédele la paz y la
unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos.
T: Amén.
S.: La paz del Señor esté siempre con vosotros.
T.: Y con tu espíritu.
A continuación puede decir:
S.: Daos fraternalmente la paz.
Todos se dan la paz, según la costumbre del
lugar.

Fracción del pan.


El celebrante parte la Sagrada Hostia y deposita
una pequeña parte en el cáliz.

La consagración por separado de pan y del vino,


representa la muerte de Cristo. La fracción significa
la herida que la lanza le hizo al atravesarle el
costado.

El Sacerdote y los fieles invocan juntos a Cristo:

S. T.: Cordero de Dios, que quitas el pecado del


mundo, ten piedad de nosotros.
S. T.: Cordero de Dios, que quitas el pecado del
mundo, ten piedad de nosotros.
S. y T.: Cordero de Dios, que quitas el pecado
del

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mundo, danos la paz.
Podemos rezar interiormente lo que el Sacerdote
dice en voz baja:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por
voluntad del Padre, cooperando el Espíritu
Santo, diste con tu muerte la vida al mundo,
líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu
Sangre, de todas mis culpas y de todo mal.
Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y
jamás permitas que me separe de ti.

Comunión del Sacerdote y del pueblo.


El Sacerdote toma la Santa Hostia, la muestra al
pueblo y dice:
S.: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo. Dichosos los invitados a la cena del
Señor.
Todos juntos, le decimos a Jesús con humildad y
con fe lo que le dijo aquel centurión del Evangelio:

T.: Señor, no soy digno de que entres en mi casa,


pero una palabra tuya bastará para sanarme.
S.: El Cuerpo de Cristo.
T.: Amén.
Al recibir el cuerpo de Cristo, respondes Amén,
reafirmando tu fe en que el pedacito de pan que ven
tus ojos no es pan sino el cuerpo de Cristo el mismo
Dios. Ponerte de rodillas es muestra de adoración y
de amor. Si comulgas de pie, antes de recibir la
Sagrada Forma, debes hacer una reverencia
inclinando ligeramente la cabeza. Mientras se acerca
el momento de comulgar puedes repetir:

Comunión espiritual
Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella
pureza, humildad y devoción con que os recibió
vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor
de los Santos.

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Después de comulgar, vuelve a tu sitio y dedica
unos minutos a dar gracias a Jesús y a hablar con
Él, pues está dentro de ti.

Puedes rezar las siguientes oraciones:


Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo,
presente en mí y en todos los sagrarios de la
tierra, en reparación de los ultrajes con que El
mismo es ofendido. Y por los méritos de su
Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de
María, te pido la conversión de los pecadores.

Oración a San Miguel Arcángel:


Arcángel San Miguel, defiéndenos en la
lucha; sé nuestro amparo contra la maldad y las
asechanzas del demonio. Pedimos suplicantes
que Dios lo mantenga bajo su imperio; y tú,
príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno,
con el poder divino, a Satanás y a los otros
espíritus malvados que andan por el mundo
tratando de perder a las almas. Amén

Acepta, Trinidad Santísima, esta Misa que


hemos ofrecido a tu divina Majestad, y
concédenos a todos tu bendición.

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RITO DE LA CONCLUSIÓN.

S.: Oremos. DE PIE.

El Sacerdote recita en voz alta la oración final de


la Misa. Únete a él con tu corazón atento y con tu
respuesta:

T.: Amén.
S.: El Señor esté con vosotros.
T.: Y con tu espíritu.

El Sacerdote bendice al pueblo.

S.: La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y


Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
T.: Amén.
S.: Podéis ir en paz.
T.: Demos gracias a Dios.

El Sacerdote besa el altar y se retira, después de


hacer una reverencia.

Ya puedes salir de la iglesia o del oratorio,


porque la Misa ha terminado. Pero es una delicadeza
y un detalle de respeto con Jesús continuar unos
minutos, dando gracias por la Comunión recibida.

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ACCIÓN DE GRACIAS
DE LA MISA Y LA COMUNIÓN

Acabada la Santa Misa, Jesús Sacramentado


está dentro de nosotros con su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad y esto debe llevarnos a estar algún
tiempo recogidos en oración.

El Señor permanece dentro de nosotros unos


minutos, mientras sigan inalteradas las especies
sacramentales. Es lógico que nos sintamos indignos,
y por eso muy agradecidos, de recibir tanto bien.

Y ¿qué le digo al Señor?. El nos contesta "No es


preciso saber mucho para agradarme mucho, basta
que me ames mucho. Háblame sencillamente, como
hablarías al más íntimo de tus amigos, como
hablarías a tu madre o a tu hermano".

Aprovechamos ese momento, el más grande del


día, para adorar al Señor, darle gracias, pedirle
perdón por nuestros pecados y pedirle toda clase de
bienes materiales y espirituales; para hacer actos de
fe, de esperanza y de caridad.

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Te doy gracias, Señor, por esta Misa y la comunión.
Gracias porque sé que has querido morir en la cruz,
sufriendo, con esa muerte tan dolorosa, lo que yo
hubiera tenido que sufrir por mis pecados. Perdóname
porque pocas veces me doy cuenta de lo mucho que
nos quieres. Además, sé que no sólo has sufrido por
mí, sino por los pecados que hemos cometido todos
los hombres de todos los tiempos.

Quiero agradecerte este favor tan grande: que


nunca rompa por el pecado mi amistad contigo. Te
adoro, te amo, pero quiero amarte mucho más.
Ayúdame porque a veces me olvido de Ti y otras
veces me vence la tentación y el egoísmo. Haz que te
demuestre esta amistad con obras: que me acuerde
de Ti muchas veces al día; que tenga la generosidad
de venir a verte en el Sagrario con frecuencia; que
trabaje bien, con empeño, haciéndolo por amor a Ti y
a los demás. Ayúdame a agradecértelo tratando muy
bien a todos, especialmente a mi familia y a mis
compañeros.

Creo firmemente que estás dentro de mí, ahora


que acabo de comulgar. Aunque mis ojos sólo han
visto un pedacito de pan, yo sé que no es pan, sino
que eres Tú, el mismo que ha creado a mis padres, a
mis hermanos, a todos los hombres, el universo, todo
lo bueno que existe. Ahora se me hace más fácil
quererte y hacer propósitos de mejorar.

Quiero tenerte siempre en mi alma, para contar


con tu gracia y lograr serte fiel en todo. Necesito
especialmente tu ayuda para querer a los demás, verte
a Ti en ellos y vivir la virtud de la santa pureza, que
tanto te agrada.

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Me gustaría poder desagraviarte y reparar por
todas las ofensas, por todas las traiciones, mías y de
todos los hombres. Te pido perdón por mis pecados;
me arrepiento de no haberme portado bien contigo
tantas veces, y me propongo con tu gracia, no volver a
ofenderte en adelante.
Ya que estás dentro de mí, quiero aprovechar
para pedirte más cosas, no para mí, sino para otras
personas: Te pido por el Papa, por los obispos, por los
sacerdotes y todos los cristianos. Te pido por todos los
hombres. Especialmente por toda la gente que sufre a
causa de la guerra, de la enfermedad, de la cárcel, de
la miseria. Pero más aún por los que sufren por no
conocerte o no amarte: te pido por los que no quieren
arrepentirse, para que se confiesen, especialmente si
están en peligro de muerte.
Como Tú sabes mejor que yo, lo que le conviene
a cada uno, concede lo que necesiten a mis padres,
hermanos, amigos, compañeros , profesores, etc. Te
pido también por las almas del purgatorio. Si hay
alguien ahora que necesite de mi oración, Señor,
ayúdale.
Para terminar, te hago una súplica muy especial:
Mira, Jesús; tu Iglesia y el mundo necesitan hombres y
mujeres generosos que se entreguen a Ti para ser
apóstoles tuyos. Elige de entre nosotros a los que
quieras; llama y danos la valentía de dejarlo todo y
seguirte para ser sembradores de tu doctrina de amor
y portadores de tu salvación.
Virgen y Madre de Dios, y me ofrezco por hijo tuyo,
y en honra y gloria tuya te ofrezco mis ojos, mis oídos,
mi lengua, mi corazón: en una palabra todo mi cuerpo
y mi alma; y te pido que me alcances la gracia de no
cometer jamás un solo pecado.

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Adoro te devote.

1. Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto


verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se
somete mi corazón por completo, y se rinde
totalmente al contemplarte.
2. Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el
gusto, pero basta con el oído para creer con
firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios;
nada es más verdadero que esta Palabra de
verdad.
3. En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero
aquí también se esconde la Humanidad; creo y
confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el
ladrón arrepentido.
4. No veo los llagas como las vio Tomás, pero
confieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y
más en Ti, que en Ti espere, que te ame.
5. ¡Oh memorial de la muerte del Señor! Pan vivo
que da la vida al hombre; concédele a mi alma
que de Ti viva, y que siempre saboree tu dulzura.
6. Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mí
inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota
puede librar de todos los crímenes al mundo
entero.
7. Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que
se cumpla la que tanto ansío: que al mirar tu
rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén.

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Puedes, además en silencio y con recogimiento,
leer y meditar despacio y con atención estas
oraciones:

Oración a María Santísima:


Virgen Inmaculada y Madre mía, María
Santísima: a Ti, que eres la Madre del Salvador,
la Reina del mundo, la abogada, la esperanza y el
refugio de los pecadores; a ti recurro en este día,
ahora que acabo de recibir a Jesús. Te venero,
gran Reina, y te agradezco todas las gracias que
hasta ahora me has otorgado, especialmente la
de haberme librado del infierno, tantas veces
merecido. Te amo, Señora amabilísima, y por el
amor que te tengo, te prometo servirte siempre y
hacer todo lo posible para que de todos los demás
seas también amada. En Ti pongo todas mis
esperanzas y mi eterna salvación. Madre de
Misericordia, acógeme bajo tu manto, líbrame de
todas las tentaciones y alcánzame la fuerza para
vencerlas hasta la muerte. Madre mía, por el amor
que tienes a Dios te ruego que siempre me
ayudes, pero mucho más en el último instante de
mi vida. No me desampares hasta verme en el
cielo, bendiciéndote y cantando sus misericordias
por toda la eternidad. Así sea.
Invocaciones al Santísimo Redentor.
Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo,
sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del
costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo,
confórtame. ¡Oh buen Jesús!, óyeme. Dentro de
tus llagas, escóndeme. No permitas que me
aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir
a Ti, para que con tus Santos te alabe. Por los
siglos de los siglos. Amén.
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A Jesús crucificado.

Mírame, ¡mi amado y buen Jesús!, postrado en


tu presencia: te ruego con el mayor fervor que
imprimas en mi corazón los sentimientos de fe,
esperanza, caridad, dolor de mis pecados y un
propósito firmísimo de no ofenderte jamás,
mientras que yo con gran amor y compasión voy
considerando tus cinco llagas, comenzando por
aquello que dijo de Ti, Dios mío, el santo profeta
David: "Han taladrado mis manos y mis pies y se
pueden contar todos mis huesos."

Oración a Jesucristo.
Señor Jesucristo, te ruego que tu Pasión sea
fuerza que me fortalezca, proteja y defienda; que
tus llagas sean comida y bebida que me alimente,
calme mi sed y me conforte; que tu Sangre lave
todos mis delitos; que tu Muerte me dé la vida
eterna y tu Cruz sea mi gloria. Que en esto
encuentre el alimento, la alegría, la salud y la
dulzura de mi corazón. Tú que vives y reinas por
los siglos de los siglos. Amén.

Ofrecimiento de sí mismo.
Toma Señor y recibe mi libertad, mi memoria,
mi entendimiento y toda mi voluntad, todo lo que
tengo y todo lo que soy. Tú me lo diste, a Ti,
Señor, lo devuelvo; todo es tuyo; dispón de mí
según tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que
esto me basta.

33
Oración a San José.
San José, a cuya fiel custodia fueron encomen-
dados Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes,
María. Te ruego que, preservado de toda
impureza, sirva siempre con alma limpia, corazón
puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.

Oración de Santo Tomás de Aquino.


Te doy gracias, Señor, Padre Santo, Dios
eterno y todopoderoso. Te has dignado saciarme
a mí, indigno siervo tuyo, que soy un pecador, con
el Cuerpo y la preciosa Sangre de tu Hijo,
Jesucristo, Señor nuestro. No soy merecedor de
ello y se lo debo únicamente a tu bondad. Te
ruego que esta Santa Comunión no me sea causa
de castigo, sino de perdón y de salvación. Que
me revista de fe, como de una armadura y me dé,
para que sea mi escudo, la voluntad de obrar
bien. Que quite mis defectos; que haga crecer en
mí la caridad, la penitencia, la humildad, la
obediencia y todas las virtudes; que sea para mí
un abrigo seguro contra todos los ataques de los
enemigos visibles e invisibles. Que ponga freno a
los impulsos violentos de mi carne y de mi
espíritu. Que me una íntimamente a Ti, único Dios
verdadero. Y que después de mi muerte me lleve
a la feliz eternidad. Te suplico que, a pesar de mis
pecados, me admitas un día a aquel banquete
inefable en el que, con tu Hijo y el Espíritu Santo,
eres para tus santos luz sin sombra, satisfacción
plena, gozo eterno, felicidad pura y perfecta. Así
sea.

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Oración del Papa Clemente XI.
Creo, Señor, haz que crea con más firmeza;
espero, haz que espere con más confianza; me
arrepiento, haz que tenga mayor dolor.

Te adoro como Creador mío; te deseo, como lo


más grande que nadie pueda desear, te alabo
como a quien siempre me da cosas buenas; a Ti
acudo como a mi mejor defensor.

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos para que


se dirijan a Ti; mis palabras que hablen de Ti; mis
obras, para que sean tuyas; mis contrariedades,
para que las lleve por Ti.
Quiero lo que quieres, quiero porque quieres,
quiero como quieres, quiero hasta que quieras.
Señor, te pido que ilumines mi entendimiento,
que llenes de amor mi voluntad, que limpies mi
corazón y santifiques mi alma. Que me apartes de
mis pasadas traiciones, que rechace las
tentaciones que pudieran venirme, que corrija mis
defectos y que practique las virtudes necesarias.

Concédeme, Dios de bondad, amor a Ti, que


me olvide de mí, que piense en los demás y
desprecie lo que me aparte de Ti. Que sepa
obedecer a mis superiores, ayudar a los demás,
hacer el bien a los amigos y perdonar a mis
enemigos. Que venza la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la generosidad, la ira
con la bondad, la tibieza con la piedad.

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Hazme, Señor, prudente en los consejos,
constante en mi lucha ante el peligro, paciente en
las contrariedades, humilde cuando las cosas me
van bien. Hazme atento en la oración, sobrio en la
comida, constante en el trabajo, firme en los
propósitos.
Que procure tener limpieza interior, modestia
exterior, conversación propia de un hijo de Dios y
una vida ordenada. Que aprenda de Ti qué poco
es lo terreno, qué grande es lo divino, qué breve
es esta vida y qué durable la eterna.
Concédeme preparar la muerte, temer el juicio,
evitar el infierno y alcanzar el paraíso.
Por Cristo nuestro Señor. Amen.

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