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LA GRACIA EN GENERAL
§ 2. NOCIÓN DE GRACIA
2. Nomenclatura teológica
La nomenclatura teológica toma la palabra gracia en sentido objetivo y
entiende por ella un don gratuito por parte de Dios e inmerecido por parte del
hombre. En este sentido amplío, podemos hablar de gracia natural (v.g., la
creación, los dones del orden natural como la salud del cιιerρο y del espíritu).
En sentido estricto y propio, se entiende por gracia un don sobrenatural que
Dios, por su libre benevolencia, concede a una criatura racional para su eterna
salvación: «donum supernaturale gratis a Deo creaturae rationali concessum ín
ordine ad vitam aeternam». Entre estos dones se cuentan ante todo los «dona
supernaturalia quoad substantiam», que por su ser intrínseco se elevan por
encima del ser, de las fuerzas y de todas las exigencias de la naturaleza creada
(la gracia santificante, las virtudes in-fusas, los dones del Espíritu Santo, lα
gracia actual, la visión beatífica de Dios) ; se cuentan también los «dona
supernaturalia quoad modum», que en el modo que tienen de realizarse superan
la capacidad natural de la criatura afectada per ellos (curación milagrosa, dοn
de lenguas, don de pro-fecía) y los «dona praeternaturalia», que perfeccionan
la naturaleza humana dentro de su propio orden (inmunidad de todo apetito
desordenado, del dolor y de la muerte).
3. Causas de la gracia
La causa eficiente principal de la gracia es la Santísima Trinidad ; la causa
eficiente instrumental es la humanidad de Cristo y los sacramentos ; la causa
meritoria de la gracia dispensada a lα humanidad caída, es el Dios-Hombre
Jesucristo por razón de su obra redentora ; la causa final primaría es la
glorificación de Dios ; y lα εαιιsα final secundaria es la salvación eterna del
hombre.
Bibliografía: J. WOBBE, Der Charis-Gedanke bei Paulus, Mr 1932. J.
AUER, Um den Begriff der Grade, ZkTh 70 (1948) 341-368.
§ 3. DIVISIÓN DE LA GRACIA
1. El pelagianismo
El autor del pelagianismo fue un monje lego, por nombre Pelagio (+ después del
418), tal vez irlandés de origen y de austeras costumbres, autor de un comentarlo
sobre San Pablo y diversos escritos ascéticos.
Los principales defensores de esta herejía fueron el presbítero Celestio y el
obispo Juliano de Eclαnα (Apulía). Como defensor de la doctrina católica contra
ella sobresalió SAN AGUSTÍN, llamado por ello «Doctor gratiae», quien
consagró los dos últimos decenios de su vida a combatir la herejía pelagiana; cf.
De natura et gratis 62, 73: «pro gratia Christi clamo, sine qua nemo iustificatur».
Además de él, fueron también campeones egregios de la doctrina católica : San
Jerónimo, el presbítero Orosio y el laico Mario Mercator. Lα herejía fue refutada
científicamente por San Agustín y condenada por la Iglesia en numerosos
sínodos particulares (Cartago 411, 416, 418; Milevi 416) y finalmente por el
tercer concilio universal de Éfeso en el año 431; cf. Dz 101-108, 126 s.
El pelagianismo niega la elevación del hombre al estado sobrenatural y el
pecado original. El pecado de Adán no tuvo para sus descendientes otra
significación sino la de un mal ejemplo. Según esto, la labor redentora de
Cristo consiste ante todo en su doctrina y en el ejemplo de sus virtudes. El
pelagianismo considera como gracia la capacidad natural del hombre, fundada
en su libre voluntad, para vivir santamente y sin pecado, mereciendo con ello
la eterna bienaventuranza («gratia possibilitatis = liberum arbitrium»). Lα
tendencia natural del hombre al cumplimiento de la ley moral encuentra mayor
facilidad sí es ayudada por las gracias exteriores, por la ley mosaica, por el
Evangelio y el buen ejemplo de Cristo («adiutorium possibilitatis» ). La
remisión de los pecados la consigue el hombre haciendo que su voluntad se
aparte del pecado por su propia fuerza. El sistema pelagiano es un puro
naturalismo; se halla muy influido por la ética estoica.
2. Εl semipelagianismo
El semipelagianismo surgió como una reacción contra la doctrina agustiniana de
la gracia. Predominó en los monasterios del sur de la Galia, sobre todo en
Marsella y Lérins (Juan Casiano, Vicente de Lérins y Fausto, obispo de Riez), y
fue combatido por San Agustín, Próspero de Aquitanía y Fulgencio, obispο de
Ruspe, siendo condenado por el segundo sínodo de Orange en el año 529 bajo
la presidencia del arzobispo Cesáreo de Arlés. Las conclusiones del sínodo
fueron confirmadas por el papa Bonifacio II; cf. Dz 174 ss, 200a s.
El semipelagianismo reconoce la elevación sobrenatural del hombre, el pecado
original y la necesidad de la gracia sobrenatural interna para disponerse a la
justificación y para conseguir la salvación, pero restringe la necesidad de lα
gracia y su carácter gratuito. En su deseo de acentuar la libre voluntad y la
cooperación personal del hombre en el proceso de la salvación, llegaron los
autores de esta herejía a sostener los siguientes principios : a) El deseo inicial
de salvación («initium fidei, plus credulitatis affectus, pía studia») brota de las
fuerzas naturales del hombre. b) El hombre no necesita apoyo sobrenatural
para perseverar hasta el fin en el bien. c) El hombre puede merecer de congruo
la gracia primera por su mero esfuerzo nαtιιrαl.
3. Los reformadores
Mientras que Pelagio negaba la elevación sobrenatural del hombre, Lutero,
invocando en su favor la doctrina de San Agustín, consideraba esa elevación
como un constitutivo esencial de la naturaleza humana. Por su pérdida, la
naturaleza humana quedó totalmente corrompida, puesto que le fueron
sustraídos elementos esenciales, y, además, desde ese momento comenzó a
morar permanentemente en el hombre la concupíscencía, en la cual Lutero hace
consistir la esencia del pecado original. La naturaleza del hombre caído es
incapaz por sus propias fuerzas de llegar al conocimiento de la verdad religiosa
y realizar una acción moralmente buena. La voluntad del hombre carece de
libertad y, por sí misma, no puede hacer otra cosa que pecar. La gracia no puede
sanar a esa naturaleza humana totalmente corrompida, ní es capaz de renovarla
o santificarla internamente. La justificación no realiza más que un encubrimiento
externo de esa pecaminosidad persistente. Ante la gracia, la voluntad se
comporta de modo puramente pasιvo ; la gracia es la única que obra ; cf. Lutero,
In Genesim, c. 19.
Una reacción histórica contra esta doctrina de la total corrupción del hombre,
la constituye el racionalismo de los siglos XVII y xVIII, el cual, poseído de
una confianza sin límites en la capacidad del entendimiento y de la voluntad
del hombre, rechaza la revelación y la gracia.
5. El moderno racionalismo
El moderno racionalismo, por la negación que hace de todο lo sobrenatural y del
pecado original, se sitúa en el mismo punto de vista que el pelagianismo.
Sección primera
LA GRACIA ACTUAL,
Capítulo primero
NATURALEZA DE LA GRACIA ACTUAL
2. La gracia subsiguiente
Existe un influjo sobrenatural de Dios sobre las potencias del alma que
coincide temporalmente con el libre ejercicio de la voluntad humana (de fe).
Capítulo segundo
NECESIDAD DE LA GRACIA ACTUAL
La frase de Cristo: «Sin mí nada podéis hacer» (Ioh 15, 5), sugiere que aun el
justo, para realizar actos saludables, necesita el auxilio de la gracia actual. San
Pablo enseña que Dios es quien excita y consuma las obras de los justos ; Phil
2, 13 : «Dios es el que obra en vosotros el querer y el llevar a cabo» ; 2 Thes 2,
17 : «Él consuele vuestros corazones y los confirme en toda obra y palabra
buena» ; Hebr 13, 21 : «El Dios de la paz... os confirme en todo bien, para que
cumpláis su voluntad.»
Si es verdad que la perseverancia final, por ser una gracia, no se puede merecer
(de condigno), no es menos cierto que se puede implorar infaliblemente por
medio de la oración hecha como conviene (en estado de gracia y con
p
erseverancia) : «Hoc Dei donum suppliciter emereri potest» (De dono persc...
6, 10). La certeza de ser oídos se funda en una promesa de Jesús ; loh 16, 23.
Pero, como para el hombre existe siempre la posibilidad de caer mientras no
está confirmado de manera inmutable en el bien, nadie puede saber con certeza
infalible, sin una especial revelación de Dios, si de hecho perseverará hasta el
fin; cf. Dz 826; Phil 2, 12; 1 Cor 10, 12.
Contra la doctrina de los pelagianos, que sostenían que el hombre podía evitar
con sus fuerzas naturales, durante toda su vida, todos los pecados, el concilio
de Trento declaró : «Si quis hominem semel iustificatum dixerit... posse in toca
vita percata omnia, etiam venialia, vitare, nisi ex speciali Dei privilegio,
quemadmodum de beata Virgine tenet Ecclesia», a. s.; Dz 833; cf. Dz 107 s ;
804.
Según la Sagrada Escritura, no hay nadie que se vea libre de todo pecado ; Iac
3, 2 : «Todos faltamos en mucho». El Señor enseña también a los justos a orar
así : «Perdónanos nuestras deudas» (Mt 6, 12). El concilio de Cartago (418)
rechazó la interpretación pelagiana según la cual los santos deberían pedir
perdón no por sí mismos, sino por los demás, y no porque en verdad lo
necesitasen, sino por humildad («humiliter, non veraciter» ; Dz 107 s ; cf. 804).
La doctrina católica sobre la gracia guarda el justo medio entre dos extremos.
Frente al naturalismo de los pelagianos y de los modernos racionalistas,
defiende la absoluta necesidad de la gratia elevan y la necesidad moral de la
gratia sanans. Frente al supranaturalismo exagerado de los reformadores,
bayanistas y jansenistas, defiende la capacidad de la naturaleza humana,
abandonada a sí misma, en el campo religioso y moral. Contra los dos
extremos citados, la teología católica sabe distinguir entre el orden natural y el
sobrenatural, y entre la religión y la moral natural y sobrenatural.
SAN AGUSTÍN enseña que la vida de los hombres más perversos difícilmente
carecerá de algunas obras buenas (De spiritu et litt. 28, 48). La f rase de SAN
AGUSTÍN : «Regnat carnalis cupiditas, ubi non est Dei caritas» (Enchir. 117),
que los jansenistas citaban en su favor, no quiere decir que cada acción del
pecador sea pecaminosa, sino que únicamente quiere expresar que en la vida
moral hay dos direcciones, una de las cuales se halla dominada por la
aspiración al bien (amor de Dios en sentido amplio) y la otra por el apetito
desordenado (amor del mundo y de sí mismo); cf. Mt 6, 24: «Ninguno puede
servir a dos señores» ; Lc 11, 23: «Quien no está conmigo, está contra mí.»
Sobre la significación del término caritas en AGUSTÍN, cf.
De Trin. vui 10, 14: caritas = amor boni; De gratia Christi, 21, 22: caritas =
bona voluntas; Contra duas ep. Pel. ri 9, 21: caritas = boni cupiditas.
También el infiel puede obrar el bien moral. De ahí que no todas las obras de
los infieles sean pecado. Pío v condenó la siguiente proposición de Bayo :
«Omnia opera infidelium sunt peccata et philosophorum virtutes sunt vitia» :
Dz 1025; cf. 1298.
Los padres reconocen sin reservas que los infieles tienen la posibilidad de
realizar obras moralmente buenas. SAN AGUSTíN alaba la continencia,
desinterés e integridad de su amigo Alipio, que todavía no era cristiano (Conf.
vi 7 y 10), y las virtudes cívicas de los antiguos romanos (Ep. 138, 3, 17). Si en
este santo doctor hallamos varias frases que coinciden casi literalmente con las
proposiciones de Bayo y en las cuales parece asegurar que las buenas obras y
las virtudes de los gentiles son pecados y vicios (cf. De spiritu et litt. 3, 5),
debemos explicarnos su actitud por sus polémicas contra el naturalismo de los
pelagianos, en las cuales solamente considera como verdaderamente bueno
aquello que conduce al fin sobrenatural del hombre; cf. SAN AGUSTÍN,
Contra lulianton 1v 3, 17, 21 y 25.
No es posible probar con la Sagrada Escritura ni con la tradición que para todas
las obras moralmente buenas sea necesaria la ayuda de la gracia actual. Los
adversarios de esta tesis invocan sin razón la autoridad de San Agustín.
Cuando este doctor afirma repetidas veces que sin la gracia de Dios no se
puede hacer ninguna obra que no esté libre de pecado, hay que tener en cuenta
que San Agustín llama pecado en un sentido amplio a todo lo que no se ordena
al último fin sobrenatural. 1?n este mismo sentido hay que entender cl can. 22
del concilio 11 de Orange : «Memo habet de seto nisi mendacium et
peccatum» : Dz 195 = SAN AGUSTIN, In lohan.. tr 5, 1.
La razón de por qué sin revelación sobrenatural fueron pocas las personas que
llegaron a alcanzar un conocimiento perfecto de Dios y de la ley moral na'.ural,
es precisamente la «herida de ignorancia» («vulnus ignoran iae») que el pecado
original abriera en la naturaleza humana, y que consiste en la debilitación de la
inteligencia.
b) En el estado de naturaleza calda, le resulta moralmente imposible al
hombre cumplir durante largo tiempo toda la ley moral y resistir a todas las
tentaciones graves si no le ayuda la gracia sanante (gratia sanans) (sent.
cierta).
Como, según doctrina del concilio de Trento, el justo necesita «una particular
ayuda de Dias», es decir, el auxilio de la gracia actual, para evitar
duraderamente todos los pecados graves y conservarse en el estado de gracia
(Dz 806, 832), con tanto mayor razón habrá que suponer que el no justificado
no podrá evitar durante largo tiempo todos los pecados graves sin ayuda de la
gracia actual, aunque por razón de su libertad natural posea la facultad de
evitar en particular los pecados y cumplir en particular los preceptos de la ley
natural.
El apóstol San Pablo describe en Rom 7, 14-25 la debilidad del hombre caído
ante las tentaciones, debilidad que se funda en la concupiscencia y acentúa la
necesidad de la gracia divina para vencer tales acometidas.
Capítulo tercero
SAN AGUSTÍN, en sus primeros escritos, enseñó que existe una disposición
natural positiva para la gracia; cf. De div. quaest. 83, q. 68, n. 4: «Praecedit
ergo aliquid in peccatorihus, quo quamvis nondum sint iustificati, digni
efficiantur iustificatione» (antes habla de «occultissima merita»). En sus
escritos posteriores, primeramente en las Cuestiones a Simpliciano I 2, que
datan del año 397, rechaza decididamente la posibilidad de la disposición
natural positiva para la gracia y defiende su carácter absolutamente :gratuito;
cf. De dono persev. 21, 55. Para probar su aserto acude con preferencia a Prov
8, 35, según la forma de la Vetus latina que se deriva de la versión griega de
los Setenta: «Praeparatur voluntas a Domino» (Vg.: «hauriet salutem a
Domino»; M : «alcanza el favor de Yahvé»).
a) Interpretaciones posibles
a') Este axioma, que aparece por primera vez en la teología del siglo xii y es
atribuido a Pedro Abelardo, lo expone Santo Tomás en sus últimas obras, las
cuales debemos considerar como expresión definitiva de su doctrina, en el
sentido de cooperación con la gracia : A aquel que, con la ayuda de la gracia,
hace lo que está en sus fuerzas, Dios no le rehúsa ulteriores ayudas de la gracia
; cf. S.th. I 11 109, 6 ad 2; 112, 3 ad 1; In Rom., 1, 10, lect. 3.
b') El axioma puede entenderse también, con muchos molinistas, como referido
a la disposición natural negativa que consiste en evitar los pecados. Pero
tengamos bien en cuenta que el nexo entre la disposición negativa y la
comunicación de la gracia no es causal, sino puramente de hecho, y que se
funda en la universalidad de la voluntad salvífica de Dios. Dios no concede la
gracia porque el hombre evite el pecado, sino porque quiere sinceramente la
salvación de todos los hombres.
b) Interpretaciones insuficientes
a) Dios da a todos los justos gracia suficiente («gratia proxime vel remote
sufficiens») para observar los preceptos divinos (de fe).
Según testimonio de la Sagrada Escritura, Dios tiene con los justos una
especial solicitud; cf. Ps 32, 18 s ; 36, 25 ss ; 90; Mt 12, 50 ; Ioh 14, 21; Rom
5, 8-10. I,os mandamientos de Dios puede cumplirlos fácilmente el justo; Mt
11, 30: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» ; I Ioh 5, 3 s : «Este es el amor de
Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pesados, porque todo
el engendrado de Dios vence al mundo» ; 1 Cor 10, 13: «Fiel es Dios, que no
permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas; antes dispondrá con la
tentación el éxito para que podáis resistirla».
San Agustín formuló esta frase, que luego haría suya el concilio de Trento:
«Dios no abandona a los justos con su gracia si no es abandonado antes por
ellos»; Dz 804; cf. SAN AGUSTÍN, De nat. et grat. 26, 29.
Dios, por su fidelidad, se compromete a dar a los justos gracia suficiente para
que ellos puedan conservar el título que han recibido para el reino de los cielos.
Según doctrina universal de los padres, los más grandes pecadores no están
excluidos de la misericordia de Dios. SAN AGUSTÍN dice : «Aunque se trate
del más grande pecador, no hay que desesperar mientras viva sobre la tierra»
(Retract. r 19, 7). La razón psicológica de que aun los pecadores empedernidos
tengan posibilidad de convertirse es que el endurecimiento del corazón durante
el estado de peregrinación por la tierra no es todavía completo, como lo es el
de los condenados en el infierno.
a) Concepto
b) Realidad
2. Razón de la predestinación
a) El problema
La principal dificultad de la doctrina sobre la predestinación estriba en la
cuestión de si el predestinado se halla en relación causal («causa moralis») con
su predestinación, viendo las cosas desde Dios; de si el decreto eterno de
predestinación está concebido con o sin consideración a los merecimientos del
hombre («post o ante praevisa merita»).
b) Las soluciones
a') Los tomistas, los agustinianos, la mayor parte de los escotistas y también
algunos molinistas antiguos (Suárez, Belarmino) enseñan la predestinación
absoluta («ad gloriam tantum»), y, por consiguiente, «ante praevisa merita».
Según esta doctrina, Dios concibe desde toda la eternidad el designio de que
ciertas personas alcancen la bienaventuranza, y eso sin atender a los
merecimientos que el hombre adquiriría con la gracia, sino únicamente porque
así es su beneplácito; en consecuencia, decreta la concesión de gracias eficaces
para que se realice el designio de su voluntad («ordo intentionis»). En el
tiempo, Dios distribuye primero las gracias eficaces predestinadas y da después
la recompensa por los méritos ,que se derivan de la cooperación de la libre
voluntad a la gracia, y que consiste en la eterna bienaventuranza («ordo
exsecutionis»). El «ordo intentionis» y el «ordo exsecutionis» se hallan en
relación mutua (gloria—gracia; gracia—gloria).
Ambas explicaciones están autorizadas por la Iglesia; cf. Dz 1090. Los lugares
de la Escritura que se citan por ambas partes no deciden la cuestión. Los
tomistas aducen principalmente los lugares de la carta a los Romanos en los
cuales aparece con mucho realce el factor divino de la salvación (Rom 8, 29; 9,
11-13; 9, 20 s). Sin embargo, el Apóstol no se refiere a la predestinación a sola
la gloria, sino á la predestinación a la gracia y a la gloria juntamente, la cual es
independiente de todo merecimiento. Los molinistas citan textos en los que se
da testimonio de la universalidad de la voluntad salvífica de Dios,
especialmente 1 Tim 2, 4, y hacen referencia también a la sentencia del juez
universal (Mt 25, 34-36), en la cual se presentan las obras de misericordia
como razón de ser admitidos en el reino de los cielos. Sin embargo, con este
texto no se prueba claramente que tales obras sean también razón de la
«preparación» del reino, es decir, del decreto eterno de la predestinación.
b) Incertidumbre
El concilio de Trento declaró contra Calvino que sólo por revelación divina
podía constarnos con certeza quiénes han sido predestinados de hecho: «Nisi
ex speciali revelatione sciri non potest, quos Deus sibi elegerit» ; 1)z 805; cf.
825 s.
3. Propiedades de la predestinación
a) Inmutabilidad
SAN AGUSTÍN enseña : «Dios es bueno, Dios es justo. Él puede salvar a una
persona sin sus merecimientos, porque es bueno; pero no puede condenar a
nadie sin sus desmerecimientos, porque es justo» (Contra Iul. Iü 18, 35).
3. Reprobación negativa
4. Propiedades de la reprobación
El decreto divino de reprobación, igual que el decreto de predestinación, es
inmutable e incierto para los hombres si no media una revelación divina.
Capítulo cuarto
Como Dios da a todos los hombres gracia suficiente para obrar su salvación y
sólo una parte de los hombres consigue de hecho la salvación, resulta que hay
gracias que consiguen el efecto saludable que Dios pretende («gratiae
efficaces») y otras que no lo consiguen («gratiae mere sufficientes»).
El concilio de Trento declaró contra los reformadores : «Si alguno afirmare que
la libre voluntad del hombre, cuando es movida y excitada por Dios, no
coopera nada, mediante su consentimiento, con Dios que la excita y la mueve,
contribuyendo ella a disponerse para recibir la gracia de la justificación ; y si
afirmare igualmente que la voluntad no fuera capaz de contradecir a la gracia,
si quisiera (aneque posse dissentire, si velit»), antes bien se comporta del todo
inactivamente y con pura pasividad («mere passive») como algo inerte; ese tal
s. a.»; Dz 814. Inocencio x condenó como herética la siguiente proposición de
Cornelio Jansenio : (En el estado de naturaleza caída, jamás se resiste a la
gracia interior» ; Dz 1093; cf. Dz 797, 815 s, 1094 s.
La Sagrada Escritura unas veces insiste en el factor humana del libre albedrío,
y otras en el factor divino de la gracia. Las numerosas exhortaciones que hace
ala penitencia y a que se realicen buenas obras presuponen que la gracia no
suprime 'la libertad de la voluntad. Hallamos testimonios explícitos de la
'libertad de la voluntad frente a la gracia en Deut 30, 19; Eccli 15, 18; 31, 10;
Mt 23, 37: «i Cuántas veces quise reunir a tus hijos... y tú no quisiste!»; Act 7,
51: «Vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo». San Pablo, en 1 Cor
15, 10, hace resaltar la cooperación entre la gracia y la libre voluntad : «Por la
gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no ha sido estéril,
antes he trabajado más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios
conmigo» (anon ego autem, sed gratia Dei mecum») ; cf. 2 Cor 6, 1 ; Phil 2, 12
s.
Por tal entendemos una gracia que, considerando las circunstancias concretas,
confiere la posibilidad de realizar el acto saludable («vere et relative
sufficiens»), pero que no obstante permanece ineficaz por la resistencia de la
voluntad («mere o pure sufficiens»). La «gratia vere et mere sufficiens» fue
negada por los reformadores y los jansenistas porque, según su opinión, la
gracia ejerce un influjo determinante sobre la voluntad por carecer ésta de
libertad intrínseca. Por eso la gracia suficiente, según ellos, es siempre eficaz.
Estado de la cuestión
La gran controversia teológica, suscitada a fines del siglo xvi, sobre la relación
existente entre la gracia eficaz y la libertad gira toda ella en torno a la siguiente
cuestión: ¿En qué se funda el que la gracia eficaz tenga como consecuencia
infalible el acto saludable pretendido por Dios? La razón para ello ¿radica en la
gracia misma o en el libre consentimiento de la voluntad previsto por Dios? La
gracia tes eficaz por su virtud intrínseca («per se sive ab intrinseco»), o lo es
por el libre consentimiento de la voluntad («per accidens sive ab extrínseco»)?
De esta cuestión se deriva otra más: La gracia eficaz ¿ es intrínsecamente
distinta de la gracia suficiente, o lo es tan sólo extrínsecamente por añadírsele
el Libre consentimiento de la voluntad?
1. El tomismo
2. El agustinismo
3. El molinismo
4. El congruismo
5. El sincretismo