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EL PADRE JOSÉ DE ACOSTA Y LOS INICIOS DE LA EVANGELIZACIÓN EN EL PERÚ

1. PROFUNDO CONOCEDOR DE LA REALIDAD AMERICANA

En el proceso de configuración de su identidad, hubo una serie de personajes que, por su labor apostólica, su
aporte intelectual o su testimonio de vida, jugaron un rol destacado. Una de esas grandes figuras para el Perú es
precisamente el padre José de Acosta, S.J. (1540-1600).

Se trata de uno de los más insignes y preparados intelectuales españoles que arribaron a nuestras costas en el
siglo XVI. Dos años en México y quince en el Perú le sirvieron para conocer con profundidad los desafíos que
planteaba el proceso iniciado por el encuentro entre los evangelizadores y las diversas culturas indígenas de
América, proceso que habría de llevar finalmente a la síntesis cultural latinoamericana. Buscando fomentar un
ambiente que sea expresión de la predicación del Evangelio, una sociedad en que se respete la justicia y el
derecho natural, planteó soluciones muchas veces originales a los diversos problemas pastorales, políticos,
económicos y sociales que se generaron.

Se formó en la Escuela de Salamanca de Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta, Diego de
Covarrubias y Leiva, Tomás de Mercado, Melchor Cano y Mancio de Corpus Christi, aunque particularmente se
reconoce seguidor de los dos primeros. Fue uno de los canales por los que se transmitió a América, con el peso
de sus propios desarrollos al adecuar los principios a la realidad americana, la fecundidad intelectual católica
española. Daría lugar a partir de ellos a aportes originales, que con el tiempo influenciarán en la visión sobre la
evangelización de muchos pastores, misioneros, teólogos y cronistas, y en la administración: socio-económica
del Virreinato.

Cuando Acosta arriba al Perú, la situación se presenta con caracteres bastante definidos, que en lo esencial
perduraron más de un siglo. El gobierno se estabilizaba después de las guerras civiles; los españoles, criollos y
mestizos aumentaban regularmente y se esparcían por nuestros territorios, transformando poco a poco la antigua
configuración social, cultural y étnica del país.

Pero no lo hace con resentimiento o amargura, sino porque cree que la evangelización debe contar con los
medios pastorales adecuados y debe promover una estructura social, política, económica y ética en que se les
haga justicia a los indios y se favorezca al máximo su conversión; de lo contrario será “causa de segura
catástrofe y de ruina total”1. Sus críticas no trataban pues de eliminar la presencia española de América, marcada
además por una conciencia clara de su misión civilizadora, sino que procuraban establecer con claridad cuáles
eran los derechos y deberes de indios y españoles.

Es claro un pasaje suyo donde manifiesta que “hay que ir poco a poco imbuyendo a los indios en las costumbres
cristianas y en nuestra forma de vivir. Y hay que cortar paso a paso los ritos supersticiosos y sacrílegos y los
hábitos de bárbara fiereza. Pero en los puntos en que sus costumbres no se oponen a la religión o a la justicia,
no creo que se las deba cambiar así porque así. Hay que conservar sus costumbres patrias y tradicionales que
no vayan contra la justicia, y organizarles jurídicamente conforme a ellas tal y como ordenan las disposiciones
del Consejo de Indias. En este campo hay muchos que se equivocan frecuentemente, unas veces porque
desconocen las ordenanzas municipales y otras veces por celo exagerado y prematuro de trasmitirles nuestras
costumbres y formas de vida”2. Hacer lo contrario es introducir confusión y desarraigo; es ir contra la justicia; es
generar una alienación en lo profundo del alma indígena; es buscar forzarlos a vivir una cultura que no sólo no
entienden, sino que va minando sus propios valores y dignidad.

1
2
Plantea elevar el nivel cultural de los naturales con métodos racionales de enseñanza, para que así no sea estéril
la evangelización. Critica por ello duramente las faltas de virtud y celo de muchas doctrinas y la violencia de no
pocas conquistas. Manifiesta “repetidas muestras de anhelo de renovación cultural, y por lo que se refiere a los
indios, de una actitud comprensiva y muy equilibrad”3. Sabe distinguir y hermanar los derechos de los indios y
de los españoles y busca aplicar las leyes de Indias, leyes que deben ser cumplidas cabalmente, evitarían muchos
de estos abusos, pues “lo que más importa, las leyes de nuestros católicos reyes, señalan otra muy diferente
manera de conducta, las cuales es justo obedecerlas”4. Insiste en el sentido de voluntaria sumisión a la fe, en la
bondad y medios de paz, único método que invoca el Evangelio para la conquista espiritual. Conocer la cultura
india es la mejor forma de lograr esto, pues sólo así se podrá valorar y divulgar sus rasgos, “dignos de
admiración”, combatiendo a aquellos que tienen a los indios por «gente bruta y bestial y sin entendimiento o tan
corto que apenas merecen ese nombre», opinión dañosa que sirve únicamente de pretexto para poder explotarlos
inicuamente9.

El padre José de Acosta fue un innovador, un hombre en el que se reflejó el papel que cumplió la Compañía de
Jesús en la reforma española, papel de respuesta espiritual y cultural a su tiempo. Abierto a los desarrollos
científicos del siglo XVI y de espíritu realista, con sus conocimientos de Sagrada Escritura, de Patrística, de la
Escolástica, con su formación en la Escuela de Salamanca así como con su amplia comprensión de los pueblos y
tierras de América, realizó una construcción intelectual unitaria.

Lo movió su amor a Dios, a la verdad y a los hombres. Fue de juicio equilibrado. No se apresuró en juzgar o
condenar; no especuló inútilmente; partió de su propia experiencia o de la experiencia vicaria para formular sus
apreciaciones. Por momentos era impetuoso y a veces audaz, decidido a enfrentarse con las autoridades en
defensa de la justicia o de lo que él en su mejor juicio consideraba como lo correcto.

El padre Acosta nunca perdió de vista al hombre. En el núcleo de sus estudios y de sus preocupaciones se
encuentra el ser humano, centro de la economía y de la organización social, su autor y protagonista, nunca su
esclavo. Detrás de sus ideas y propuestas, incluso de las más elementales, se esconde no sólo un gran esfuerzo
por marcar las pautas para resolver los problemas más graves y urgentes de su época, sino también, y esto es lo
más importante, una antropología, una honda estima de la dignidad de la persona, un profundo humanismo.

2. ALGUNAS REFERENCIAS BIOGRÁFICAS

José de Acosta nació a fines de setiembre o principios de octubre de 1540 en la ciudad castellana de Medina del
Campo. Por esas fechas, el 27 de setiembre, el Papa Pablo III confirmó el establecimiento de los Clérigos de la
Compañía de Jesús, Orden a la que luego pertenecería Acosta.

Nació en el seno de una familia acomodada. Su padre, Don Antonio de Acosta, mercader principal de Medina del
Campo y dedicado a comercializar especias, con el tiempo ocuparía el cargo de Recaudador de Puertos Secos, en
una época en que Medina era una de las ciudades más importantes en la economía española. Su madre, Ana de
Porras, se dedicó a la crianza y educación cristiana de sus nueve hijos.

La familia estuvo muy allegada a la Compañía de Jesús. Desde niño se acostumbró a que en su casa se recibiese
a varios de los más ilustres compañeros y seguidores de San Ignacio, como los padres Nadal, Francisco de Borja
(quien luego sería General de la Compañía), Torres, Araoz y Bustamante. En el contacto con estos padres
deciden él y varios de sus hermanos ingresar en la Orden.

Diego de Acosta, su hermano, llegó a ser catedrático en Roma y Nápoles, y Rector del colegio jesuíta de Turín.
De regreso a España fue catedrático en la Universidad de Osuna, Rector y Prepósito en Sevilla y Provincial de la
Orden en Andalucía. Fue también catedrático en Salamanca y un insigne teólogo. Murió en 1585. Su hermano
3
4
Jerónimo llegó a ser Prepósito de la casa profesa de Valladolid. Cristóbal fue hermano coadjutor y murió a
temprana edad. Bernardino, al igual que José, fue enviado a América y estuvo muchos años en México, donde
murió el 29 de mayo de 1615 luego de ocupar varias veces el cargo de Rector del colegio jesuita allí establecido.
Casi todos los Acosta ocuparon cargos de importancia en la Compañía y dieron muestras de brillantes cualidades
religiosas e intelectuales. El único hermano que no fue jesuita, Hernando, como militar llegó a ser capitán en el
ejército español.

De sus tres hermanas, dos fueron monjas, y una de ellas, María, fue abadesa del monasterio de Jesús María en
Valladolid. Su padre, Don Antonio, al enviudar, ingresó como hermano coadjutor, pasando los tres últimos años
de su vida entre los jesuitas.

Vocación jesuita

A los once años, en 1551, José ingresa al Colegio que la Compañía de Jesús fundara en Medina del Campo ese
año, y que quedaba al costado de su casa (su padre había donado el terreno para el mismo). El 10 de setiembre de
1552 se traslada a Salamanca por un mes para realizar los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, recibidos
probablemente de manos del padre Juan Paulo, el vice-rector, e ingresa al noviciado a los doce años.

Entre 1552 y 1557 reside en Medina del Campo y hace los votos del bienio el 1 de noviembre de 1554, siendo su
superior el padre Sevillano. Allí escucha continuamente predicar a San Francisco de Borja. Siempre muy precoz,
ya a los 15 años lo hicieron profesor de sus paisanos y compañeros en el aprendizaje de gramática, y es muy
posible que contara entre sus discípulos a un futuro Doctor de la Iglesia, San Juan de la Cruz, dos años menor
que él y quien frecuentaba el colegio jesuita de Medina del Campo.

Hacia la primavera de 1557 reside un mes en Plasencia. Se traslada luego a Coimbra hasta febrero de 1558, fecha
en que se dirige a Valladolid por un año. En febrero de 1559 pasa a Segovia, y el 20 de ese mes, siendo escolar,
es uno de los fundadores del colegio de dicha urbe. Vive allí hasta octubre, para luego ir hacia Alcalá, donde
residirá hasta 1567. Esos ocho años en Alcalá serán fundamentales en su formación, pues la Universidad de
aquella ciudad, donde estudió, era una de las más importantes de España. Adquiere una profunda y extensa
cultura humanista; cursa Filosofía, Teología, Ciencias Naturales e Historia. En 1562 envía a San Ignacio la
primera de sus 16 cartas cuadrimestres a que estaban obligados todos los jesuitas, y ese mismo año recibe las
sagradas órdenes. En 1566, a los 26 años, es ordenado sacerdote.

En verano de 1567 viaja a Ocaña para desempeñarse como profesor de teología en el colegio que ahí tenían los
jesuitas. Desde setiembre de 1569 hasta principios de 1571 ejerce el mismo cargo en el colegio de Plasencia. En
1570 efectúa un corto viaje a Alcalá de Henares para hacer su profesión solemne, la que tuvo lugar el 24 de
setiembre.

Viaje a las Indias

Ya en esta época renuevan su ardor las ansias evangelizadoras. El 29 de abril de 1569 escribe al nuevo General
jesuíta, San Francisco de Borja, pidiéndole que lo envíe a las Indias como apóstol. Hace una breve historia de sus
ilusiones y anhelos apostólicos. No son deseos pasajeros, dice, “sino de muchos años y que van en aumento en
este último tiempo”.

La primera expedición jesuíta llegó a América en 1567, a la Florida, y los primeros jesuitas en el Perú arribaron
al Callao el 28 de marzo de 1568. A los pocos meses de instalados en Lima fundaron el Colegio de San Pablo. El
primer grupo estuvo conformado por los padres Luis López, Antonio Alvarez, Jerónimo Ruiz de Portillo, Miguel
de Fuentes, Diego Bracamonte, Juan García, Pedro Lobet y Francisco Medina. Al año siguiente, en 1569, hay
que incluir a Blas Valera y Barzana. Muchos de estos nombres aparecerán en repetidas ocasiones a lo largo de la
vida del padre Acosta. Cabe recordar que el Perú era el centro y punto de partida de la evangelización del
continente, por lo que su influencia era muy grande.

Francisco de Borja tenía planes para él: Acosta era una de las promesas intelectualmente más sólidas de la Orden
y el Santo General había pensado enviarlo a Roma como catedrático de teología, pero, atendiendo las
necesidades de la Compañía en América, reconsidera su posición. Se estaban fundando varios colegios y
seminarios y era preciso contar con teólogos bien preparados. Así que, después de muchas cavilaciones, decide
enviarlo a las Indias, y a fines de enero de 1571 lo designa para el Perú.

Lo hace porque «del Perú se pide con insistencia gente selecta —anota León Lopetegui—, muy bien formada y
de mucha doctrina, y Borja elige personalmente cuatro de su entera satisfacción, destinando al padre Ignacio
Fonseca, “Rector de Córdoba, para formar a los novicios y al padre Acosta, que es de lo bueno que tenemos en
España, para lector y predicador”. Con ello atendía a dos de las necesidades más urgentes. Acosta va a las Indias
y al Perú como letrado de expectación universal entre los suyos, y para iniciar la enseñanza teológica que se
hacía necesaria por el continuo incremento del número de escolares en Lima. Debe ser también hombre de
consulta general en las diarias y difíciles cuestiones morales en materias diversísimas que se debaten y discuten
continuamente y requieren doctrina sólida y criterio sano y sereno. Tampoco anda ajeno a esta selección su
virtud religiosa y conocimiento claro del modo de ser de la Compañía que en aquella época unánimemente se le
reconocen; de manera que su ida se mira en Roma como medio poderoso para la sólida implantación de la
Compañía de Jesús en aquellas partes»12.

Acosta se dirige hacia Sevilla para embarcarse a América. Llega el 9 de marzo de 1571, y pasa de allí a Sanlúcar.
Varios intentos de partir se frustran debido al mal tiempo, pero al fin, el 8 de junio de 1571, zarpa con la flota de
Pedro Menéndez de Aviles. A bordo están otros dos jesuitas: el padre Andrés López y el hermano Diego
Martínez. Es la expedición jesuíta más pequeña que en el siglo XVI arriba al Nuevo Mundo.

Llega a las Antillas y a América Central en julio de 1571, quedándose allí más tiempo del pensado. Pasa por
Puerto Rico y se traslada a Santo Domingo en setiembre. De Santo Domingo se dirigió a Riohacha, en la
península colombiana de Guajira. Pasó luego por Santa Marta y se detuvo en Cartagena de Indias, donde visita al
gobernador y a las autoridades eclesiásticas. Atravesó el istmo de Panamá y se embarcó en las costas del
Pacífico. Llegó al Callao, luego de un lento viaje de cuatro meses, el 27 ó 28 de abril de 1572. Lima tenía en ese
entonces apenas 37 años de fundada.

Primeros años en el Perú

Al poco de llegar, es nombrado catedrático de teología moral en el colegio jesuíta de San Pablo y consultor del
Santo Oficio de la Inquisición, que recién se había establecido. De estos primeros días nos cuenta Torres
Saldamando: «Pocos días después de su llegada a Lima inauguró el padre Acosta la cátedra [de teología moral]
con una conferencia pública, que fue la primera que tuvo la Compañía en el Perú. La presidió el mismo padre
Acosta, fue sustentante de la tesis el hermano Martínez e hizo de replicante el padre López. Los tres compañeros
de viaje obtuvieron en la actuación un éxito brillante»13.

Desde un inicio ganó fama de predicador. El rector del colegio jesuita, padre Juan de Zúñiga, en carta al padre
Borja, a los ocho meses de llegado José de Acosta, dirá de sus primeras acciones en Lima: «La venida del padre
José a estos reinos entiendo que fue por orden de Nuestro Señor, según se ve por el fruto que se ha hecho con su
entrada. Óyenle con tan grande aceptación, que ha dejado a todos los predicadores buenos que acá había, así de
casa como de fuera, y aunque predicase tres veces al día no se cansarían de oírle, según el amor que le han
cobrado y concepto de muy siervo de Dios y hijo fidelísimo de la Compañía como de veras lo es. Es grande el
espíritu con que habla, que bien parece que le tenía Dios guardado para apóstol de esta tierra. Y ultra del fruto
que con los de fuera ha hecho, ha sido muy mayor el que se ha hecho con los de casa, padres y hermanos, porque
él los confiesa a todos y hace oficio de Maestro de novicios, y es para alabar al Señor el fruto y aprovechamiento
que en todos se ve. Grande es el amor que Nuestro Señor tiene a la Compañía, pues en un tiempo de tanta
necesidad nos envió a este padre, que cierto no puedo encarecer cuán necesaria ha sido su venida»14.

Entre 1573 y 1574 efectúa su primer recorrido por el Perú. El Padre Provincial lo envía en viaje de
reconocimiento por las principales ciudades del Virreinato y como delegado para la visita al Cuzco. Llegó a
dicha ciudad en junio de 1573. Los jesuitas, encabezados por el padre Portillo, habían fundado allí un colegio dos
años antes. Nombró rector del mismo al padre Juan de Zúñiga en lugar del padre Luis López y recibió
personalmente a siete novicios. Pasó a Arequipa a finales de ese año, plantando ahí el germen de la Compañía.
Predicaba tres o cuatro veces por semana y transformó con su grupo el ambiente de la ciudad. Luego a La Paz en
enero de 1574, Chucuito, Chuquisaca en abril, y, a la altura del río Pilcomayo, el 30 de abril, se encuentra con el
virrey Francisco de Toledo, quien deseaba conocer al ya célebre padre Acosta. Este primer viaje no lo realizó
solo; fue acompañado por el padre Barzana, insigne misionero y lingüista. De regreso visitó las minas de Potosí
y, llegado a Lima en octubre de 1574, retomó la cátedra de teología moral que él mismo había fundado.

El 31 de mayo de 1575 arriba a Lima el nuevo Visitador jesuita, el padre Plaza, quien lo nombra Rector del
Colegio de San Pablo el 1 de setiembre. El virrey Toledo le pide al Padre Provincial que Acosta pase a la Real
Universidad de San Marcos, a lo que el superior se niega, porque el Colegio de San Pablo estaba alcanzando
mayor nivel y prestigio.

Provincial en el Perú

El 1 de enero de 1576 el padre Plaza lo nombra Provincial del Perú. Tenía a la sazón 35 años. Ocupó este cargo
durante cinco años y medio, sin abandonar la cátedra de teología en el Colegio de San Pablo, pues hasta 1582 fue
el único profesor capacitado para dictarla. Durante esta época también enseña Artes, y en sus lecciones públicas
sobre casos de conciencia llega a tener 200 alumnos.

Su actividad como Superior Provincial reviste esencialmente un carácter misionero. Una de sus primeras
acciones tendría un alcance enorme con el tiempo: convoca a la primera Congregación provincial, la que
comienza en Lima el 16 de enero de 1576, con asistencia de ocho jesuitas, más el padre Plaza. Se discute, entre
otros temas, la forma en que debería llevarse a cabo la evangelización. Esta Congregación se convirtió en un
pequeño congreso misional de notables consecuencias para las misiones americanas de la Compañía, donde se
trazaron fundamentales líneas directivas de la evangelización indiana.

La segunda reunión de la primera Congregación provincial tuvo lugar en el Cuzco entre el 8 y el 16 de octubre de
ese mismo año, 1576, y también contó con nueve personas, pero esta vez no participaron los padres Baltasar de
Piñas, Bartolomé Hernández y Diego de Ortún, por sus responsabilidades en Lima, siendo reemplazados por los
padres Ruiz del Portillo, Juan de Zúñiga y Andrés López. El ascendiente del padre Acosta en estas reuniones es
evidente. En su parte doctrinal, fue educando y transmitiendo a sus hermanos de la Orden la visión clara de su
ciencia escolástica, sus conocimientos del interior del Perú adquiridos durante sus viajes como Visitador, y su
visión apostólica, aunque en el terreno práctico brillaría la experiencia de los misioneros que ya habían trajinado
duramente por muchos rincones del Virreinato. Acosta supo categorizar las experiencias, los problemas y las
respuestas de sus hermanos, como se descubre al hacer un paralelo entre las conclusiones de esta primera
Congregación provincial y la redacción de su obra De procurando, indorum salute (escrito entre la primera y la
segunda reunión, siendo éste el primer libro publicado por un jesuíta venido a Améri¬ca), temas que se repetirían
en las discusiones y acuerdos del Tercer Concilio Limense, donde Acosta sería el principal teólogo.

La influencia de esta Congregación tiene relieves in-sospechados y muy intensos en toda la obra misionaría
jesuíta y en toda la Iglesia indiana, principalmente a través del Tercer Concilio Limense y del Tercer Concilio de
México en 1585 (el padre Plaza, uno de los principales teólogos en este Concilio Mexicano, transmitió lo
discutido por los jesuitas en Lima), así como al dar las directrices de lo que serían las reducciones; los colegios
para indios y mestizos; la promoción de catecismos en lengua vernácula, entre otras cosas.
Aprovechando la necesidad de su viaje al Cuzco, y dado que como Provincial tenía la tarea de recorrer la
Provincia del Perú, y evaluar, aconsejar y corregir las cosas, colegios y miembros de la Compañía, bajo el
espíritu y letra de su instituto, el padre Acosta recorre por segunda vez el país. Parte de Lima hacia Huancavelica,
donde escribe al virrey Toledo sobre minas y cuestiones de tributos a los indios. Marcha en setiembre hacia el
Cuzco, y llega el 3 de octubre para asistir a la reunión de la Congregación provincial. De ahí se dirige a la nueva
doctrina de Juli, a la que arriba el 21 de diciembre. Población importante en la época, Juli fue el primer puesto en
Indias aceptado por la Compañía para trabajar en gran escala. Estuvo allí ocho días, para luego entrar en
Arequipa el 5 de enero de 1577. Baja a la costa, se embarca para Lima y arriba el 6 de febrero al Callao.

Su tercera visita por el interior del Perú y segunda como Provincial la hizo en 1578. El 2 de agosto viaja al
Cuzco. Pasa a Juli por 15 días y luego a La Paz, donde reside los últimos meses del año. En diciembre lo
hallamos en Potosí tratando de solucionar las diferencias con el Virrey respecto al colegio que ahí tenían. Viaja a
Arequipa, en febrero, para estar de vuelta en Lima el 11 de marzo de 1579.

Durante su provincialato los jesuitas inician las fundaciones de Arequipa, La Paz, Potosí y se confirman y
consolidan los colegios de Lima y Cuzco. Además se inician las residencias de Juli y Panamá, y se preparan las
de Quito, Charcas y otras, todas con un profundo sentido misional. Los enfrentamientos que tendrían los jesuitas
con el virrey Toledo empezaron asimismo en esta época, a pesar de que Toledo había sido amigo personal de San
Francisco de Borja y se consideraba protector de los jesuitas.

El padre Acosta dejó el cargo de Provincial el 25 de mayo de 1581, cinco días después del arribo de Santo
Toribio de Mogrovejo a Lima. Durante ese mismo año continuó enseñando en el colegio de Lima y compuso el
tratado latino De natura Novi Orbis.

Nuevas responsabilidades

Al poco tiempo lo encontramos trabajando en el Tercer Concilio Limense, convocado por Santo Toribio y
realizado entre los años 1582 y 1583. Como tendremos ocasión de ver más adelante, tuvo allí un rol muy
importante, no sólo en el desarrollo del mismo, sino también en la elaboración y aprobación de los documentos
conciliares.

Por aquel entonces, el virrey Martín Enríquez de Almansa (1581-1583) tuvo la iniciativa de fundar un colegio
que funcionase a la vez como seminario, siendo Acosta designado para llevar adelante la obra. Pidió para ello
rentas al rey Felipe II, con el fin de que no sólo estudiaran ahí los hijos de personas adineradas, sino también «se
sustentasen estudiantes pobres y hábiles, hijos de descendientes de conquistadores y de otros que han servido a
su Majestad»15. La intención de fundar el colegio era la búsqueda de vocaciones para curas de indios. Desde su
inicio en 1582 los jesuitas lo tuvieron a su cargo, y Acosta fue catedrático de teología, dándole así prestigio desde
su fundación. El colegio tuvo gran importancia cultural e intelectual en el Virreinato. Por esta época Acosta fue
también elegido como examinador sinodal del Arzobispado.

De regreso a España

Debido a ciertos problemas de salud y a otras dificultades —como las controversias que su defensa de los indios
le trajo con personalidades civiles y eclesiásticas— el padre Acosta pidió al nuevo General jesuíta, el padre
Claudio Acquaviva, su traslado a España, el cual le fue concedido en 1586. A fines de mayo de ese año
emprendió viaje a México, estableciendo allí temporalmente su residencia. Luego, en junio de 1588, se trasladó a
Europa, donde seguirá ocupando diversos cargos y proseguirá con su labor intelectual. Finalmente es convocado
por Dios a su presencia el 15 de febrero de 1600, a los 59 años de edad y después de 48 en la Compañía de Jesús.

3.el padre acosta Y el Tercer Concilio límense


Para entender la importancia del padre Acosta en la historia peruana y latinoamericana, es necesario detenerse a
examinar el papel fundamentalísimo que cumplió en el Tercer Concilio Provincial Límense.

El influjo de dicho Concilio en la evangelización de América española fue muy vasto. Como dice el padre Bartra,
«el Tercer Concilio Provincial de Lima (1582-1583) fue la asamblea eclesiástica más importante que vio el
Nuevo Mundo hasta el siglo de la independencia latinoamericana, y uno de los esfuerzos de mayor aliento
realizados por la jerarquía de la Iglesia y la Corona española para enderezar por cauces de humanidad y justicia
los destinos de los pueblos de América, como exigencia intrínseca de su evangelización»16. Prácticamente todas
las referencias a este Concilio mencionan su gran importancia, pues sus decretos marcaron las pautas de la
evangelización durante varios siglos, con gran repercusión en la organización social y en las Leyes de Indias, así
como en las decisiones de los gobernantes virreinales.

Los temas principales que tocó fueron: doctrina y sacramentos, reforma (en especial del clero) y visitas
episcopales. Buscó asumir y proyectar la experiencia pastoral luego de la difícil época de la conquista; de la
constitución de instituciones políticas y administrativas mucho más estables; del conocimiento del complejo
mundo indígena; de las dificultades en la evangelización; así como plasmar en esta evangelización el Concilio de
Trento y también, en lo que correspondía, las reflexiones teológico-jurídicas de la Escuela de Salamanca, entre
otras cosas. Lugar destacado mereció su preocupación por la defensa de la dignidad de los indios y su promoción
humana, como consecuencia irrenunciable de la evangelización. También se buscó actualizar las conclusiones y
decretos de los dos primeros Concilios Limenses convocados por el primer Arzobispo de Lima, Jerónimo de
Loaysa.

El peso de este Concilio se descubre asimismo por la importancia de los participantes en el mismo, pues «no se
había logrado en Lima, ni volvería a darse en siglos, una concentración de obispos tan numerosa»17.

Su aporte durante el Concilio

El Tercer Concilio Límense había sido originalmente convocado por fray Jerónimo de Loaysa, Arzobispo de
Lima, en tiempos del virrey Toledo, pero su celebración se fue aplazando por diversas razones, siendo finalmente
postergado sin fecha a causa de la muerte del Arzobispo el 25 de octubre de 1575. El rey Felipe II, utilizando los
privilegios del Real Patronato de Indias18, en sendas cartas del 19 de setiembre de 1580 ordena al nuevo virrey
Martín Enríquez y ruega al nuevo Arzobispo Toribio de Mogrovejo que provean lo necesario para que reúna a la
brevedad el Concilio provincial. Así pues, este Concilio fue convocado por Santo Toribio de Mogrovejo el 15 de
agosto de 1581, inaugurándose exactamente un año después, el 15 de agosto de 1582.

Para seguir la huella de la relación entre el Tercer Concilio Límense y el padre Acosta, podemos decir que, en
primer lugar, su presencia en la primera Congregación provincial jesuíta y sus reflexiones (que habrían de
aparecer impresas en De procurando, indorum salute) fueron dando forma a lo que serían sus aportes y
contribuciones en las discusiones conciliares. En segundo lugar, durante el Concilio tuvo muchas intervenciones
en las que brilló como el principal consultor y teólogo del mismo. En tercer lugar, fue el responsable de la
redacción de los complementos pastorales del Concilio, como los Catecismos y el Confesionario para curas de
indios. En cuarto lugar, veló por la publicación de todos los documentos del Concilio. Y finalmente, ante la
refutación que tuvo el Concilio por parte de algunos obispos americanos, veló personalmente ante el rey español
y ante el Papa por su aprobación.

El padre Acosta fue teólogo consultor, predicador oficial para las sesiones públicas y solemnes, junto con el
Obispo de La Imperial (en el Chile actual), fray Antonio de San Miguel, y como tal, expositor de los decretos
aprobados. Predicó en la sesión inaugural del 15 de agosto de 1582 y en la ceremonia de clausura que se celebró
en la Catedral el 18 de octubre de 1583. Fue el encargado de redactar las actas a lo largo de todo el Concilio19.
Muchos de los debates y conclusiones de este Concilio fueron motivo de diversas, intensas y enojosas
controversias, en particular en lo referente a los privilegios y a las censuras canónicas a los obispos y
eclesiásticos. Pero en lo doctrinal, donde se dio el mayor aporte del padre Acosta, su ascendiente permitió una
alturada unidad de criterios, como se desprende de la carta que el Arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo le
escribió al rey Felipe II el 27 de abril de 1584, donde le dice que «en lo referente a los decretos de doctrina y
sacramentos y reformación, hubo toda conformidad y se procedió con mucho miramiento y orden»20. No deja de
sorprender cómo una reunión que tuvo tantos problemas internos, en especial de los obispos con los procuradores
del cle¬ro21, hubiera dado a luz un documento de tanta calidad e importancia, como los decretos del Concilio
Límense. Sin desmerecer la calidad de muchos de los participantes, el ascendiente del padre Acosta fue la razón
de que se le encomendaran muchas tareas, pues todos confiaban en su preparación y objetividad.

En las reuniones particulares tuvo ocasión de exponer sus puntos de vista y proponer aquellos temas referentes a
los indios, que siempre había defendido. Por esa razón se ha afirmado que «es indudable que entre De
procurando, indorum salute y los decretos de Lima de 1583 hay una serie de coincidencias que difícilmente se
entenderán en su conjunto sin la participación eficaz' y directa de Acosta»22. Lo cierto es que su aporte fue muy
destacado y en algunos aspectos decisivo.
La opinión más autorizada, por ser testigo presencial de la actuación del padre José de Acosta en el Tercer
Concilio Límense, es la del mismo Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima, quien al escribirle al
General de los jesuitas, el padre Claudio Acquaviva, el 23 de abril de 1584, le dice: «Y pues la Compañía de
Jesús acá [representada para él en el padre Acosta] nos ha sido y es la principal ayuda que hemos tenido para
hacer todo lo que en este Santo Concilio Provincial se hizo a gloria de Dios Nuestro Señor, con razón tenemos
entera confianza...».

Y el 25 de abril, dos días después, al enviarle copia del Tercer Concilio Límense, Santo Toribio le vuelve a
escribir diciéndole: «En esta ciudad hemos celebrado Concilio Provincial y tenido buen número de prelados en
él. De parte de la Compañía se nos ha hecho mucha merced, y se ha trabajado por su parte con muchas veras y
fuerzas, en especial el padre José de Acosta, persona de muchas letras y cristiandad y de gran reputación en estas
partes, con cuya doctrina y sermones están todos muy edificados y le tienen en lugar de padre. Yo en particular le
tengo mucha afición y a todos los de la Compañía»23.

El aporte de Acosta lo define con claridad León Lopetegui al afirmar que «algunas de aquellas ideas emitidas en
1576 [en la primera Congregación provincial jesuita] pasan así a la legislación general, y Acosta tiene la
satisfacción de contribuir al bien espiritual de los indios por el camino entonces propuesto. De esta manera su
vida peruana adquiere una unidad marcada e inconfundible, no sólo en cuanto a su actividad externa, sino en
cuanto a los deseos y pensamientos referentes a la cristianización del país, y una eficacia gradualmente
progresiva desde el núcleo de sus hermanos de religión hasta la más importante de las asambleas reunidas en
Lima durante la época colonial, y que habría de repercutir favorablemente en otras regiones misionales, no
menos que en Europa y Asia. De hecho, este Concilio obligó durante mucho tiempo en toda Sudamérica
española, con la excepción de Venezuela, aún en la arquidiócesis, ya constituida en tiempo de las reuniones, de
Santa Fe de Bogotá. Para completar su importancia, se unió la particularidad de ser el único Concilio provincial
de Indias, junto con el de México, reunido dos años más tarde, y a quien inspiró en más de una ocasión»24.

Otro estudioso del tema, Enrique Torres Saldamando, escribió en 1882 que «las principales decisiones del
Concilio se adoptaron por iniciativa del padre Acosta, que disfrutó de la entera confianza de Santo Toribio. Los
importantes estudios que había hecho sobre América, sus grandes y notables conocimientos científicos, su
erudición extraordinaria, la solidez de su juicio, lo escogido de su doctrina y la unción de su palabra le dieron una
superioridad incontestable respecto de los demás miembros de ese respetabilísimo cuerpo del cual formaron parte
eminentes y distinguidos sacerdotes»25.

Finalmente, durante las discusiones del Concilio, el padre José de Acosta fue quien confeccionó los decretos del
mismo, que luego serían sometidos a votación de los Padres conciliares26.
Los complementos pastorales del Tercer Concilio Límense

El Concilio mandó redactar un Catecismo de doctrina cristiana que difundiese las verdades de la fe, así como
algunos complementos pastorales del mismo: la Exhortación para ayudar a bien morir, un Confesionario y un
Sermonario, como también la traducción de los mismos a las lenguas vernáculas. El Catecismo y sus
traducciones al quechua y aymara fueron preparados durante el Concilio, y aprobados por éste en la sesión del 3
de julio de 1583. Los complementos pastorales fueron terminados, aparentemente, después del Concilio.

La composición de un único catecismo indígena que desterrase la anarquía catequética imperante en el Perú
durante los primeros ensayos apostólicos era de necesidad urgente y deseada por los dirigentes eclesiásticos y
seculares. El Concilio era una oportunidad inmejorable para solucionar el problema. Ya en 1576, en la
Congregación jesuita se había planteado el asunto: los catecismos eran la base fundamental para la
evangelización de los indios.

Si bien no hay documentos que testifiquen fehacientemente quiénes fueron los autores de los textos castellanos
de estos documentos, es definitivo que la redacción de los mismos fue encargada por el Concilio, y de modo
especial por Santo Toribio de Mogrovejo, a una comisión de teólogos. El estudioso más importante sobre la
redacción, historia y contenido de los complementos pastorales del Tercer Concilio Limense, Juan Guillermo
Durán, luego de un exhaustivo análisis, concluye que «la consulta comparativa de la documentación
contemporánea está de acuerdo en atestiguar que los textos, en su redacción castellana y al menos en su parte
más extensa y principal, fueron confeccionados por la misma persona que redactó los decretos del Concilio: el
padre José de Acosta. Los principales logros, que hacen de estos escritos una verdadera joya catequística dentro
del ámbito de la misionología hispanoamericana del siglo XVI, son sin lugar a dudas cualidades que les imprimió
su experta mano: calidad de contenido, pedagógica selección, formulación y presentación de los mismos,
perfecta graduación de doctrina, claridad y sencillez de estilo y didáctica acomodación a la idiosincrasia del
indígena»27.

Pero si bien se le puede atribuir la paternidad del texto castellano, esto no resta mérito ni excluye que fuese
ayudado por otros peritos designados a tal efecto por el mismo Concilio. No hay un autor único de los textos,
aunque sí se puede hablar de la existencia de un autor principal, ayudado en la tarea por un equipo de
colaboradores. Entre estos peritos «se destacó la figura del canónigo Juan de Balboa que, con alto grado de
probabilidad, debe ser tenido como coautor del texto castellano, al menos en alguna de sus partes»28. De la
misma opinión es el padre Mateos, quien resalta que Acosta «es el autor del texto castellano de los Catecismos,
que fueron tres, Mayor, Menor y Cartilla de Doctrina, y tuvo parte principal en la redacción del confesionario y
los sermones ayudado en las tareas por un equipo de colaboradores, en particular de Juan de Balboa»29.
La aprobación de los textos conciliares

Ya durante las discusiones del Concilio, se inició la lucha a causa de las apelaciones interpuestas por algunas
personas que sintieron afectados sus derechos por los decretos conciliares. Sería en Roma, ante el Santo Padre,
quien debía dar su aprobación solemne para que los decretos entraran en plena vigencia en la vasta región que
comprendía la Provincia eclesiástica de Lima, donde se determinaría el destino final del Concilio.

Los puntos más álgidos estaban relacionados con las censuras canónicas. Éstas eran bastante estrictas, en
particular en lo referente a cualquier relación de tipo económico de los párrocos y los doctrineros, con los indios.

Cualquier negocio o empresa que afectase de algún modo a los indios, incluso a través de terceros, era castigado
hasta con excomunión ipso jacta. Fray Jerónimo de Loaysa había intentado evitar estas situaciones en los dos
primeros Concilios Limenses por medio de penas pecuniarias, pero con poco éxito.
Santo Toribio y el padre Acosta creen firmemente en la necesidad de que en la evangelización sea
inequívocamente dejado de lado todo interés mezquino o mercantil; que brille ante todo la santidad del
testimonio de los que predican a Cristo entre los indios; que los respeten y traten como auténticos hijos de Dios,
y si para ello tenían que luchar por la aprobación de los decretos limenses, estaban dispuestos a hacerlo.

Los decretos hechos en Lima debían ser vistos en España y aprobados en Roma. Terminada la parte del proceso
que debía llevarse a cabo en España ante el rey Felipe II, el padre José de Acosta fue comisionado para que
velara personalmente en Roma por la aprobación solemne del Concilio. A pesar de algunos inconvenientes
iniciales, y gracias al apoyo de Santo Toribio, del General de los jesuitas, el padre Claudio Acquaviva, y del rey
de España, al que se añadieron las dotes personales del padre Acosta, en muy corto tiempo, y con pequeñas y
secundarias modificaciones, finalmente se aprobaron los textos conciliares el 31 de octubre de 1588.

4. CONCLUSIÓN
Como hemos podido apreciar a lo largo de este rápido recorrido, la labor del padre José de Acosta constituye sin
lugar a dudas un aporte fundamental en la evangelización constituyente de Latinoamérica. Su dotes personales,
su visión clara de la realidad desde la fe de la Iglesia, su conocimiento profundo y de primera mano del mundo
indígena, su conciencia de la necesidad de Evangelizar desde un auténtico humanismo cristiano, le permitieron
elaborar propuestas de evangelización, civilización y promoción humana que han dejado honda huella en el Perú.

La comprensión de la identidad de nuestra nación, así como todo proyecto de desarrollo auténtico de nuestros
pueblos requiere de una aproximación histórica que ayude a profundizar en las propias raíces. La síntesis cultural
mestiza que es América Latina ha sido forjada en un paciente proceso al calor del Evangelio, y en este proceso el
padre José de Acosta tuvo ciertamente un papel importante.

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