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03-08-2018

Las víctimas colaterales del "progreso" económico


Homar Garcés
Rebelión

Como parte del sentido común y de la vida cotidiana, la realidad ilusoria y deformada de las
ventajas materiales individuales -propiciada por la gran industria ideológica que resalta los valores
capitalistas- impulsa a mucha gente alrededor del mundo a emigrar de sus países natales en
búsqueda de unas mejores y más seguras condiciones de vida. Esto se ve año tras año en la
frontera que separa a Europa de África o en la que separa a Estados Unidos de nuestra América,
lugares donde comúnmente acontece una infinidad de situaciones que condenan a los inmigrantes
(indocumentados, para mayor precisión) a la detención, la deportación y, en el peor de los casos, la
muerte sin dolientes, incluyendo a niños, como se pudo apreciar mediante las imágenes difundidas
a nivel global en relación con el trato dispensado a los hijos de inmigrantes retenidos por las
autoridades de Estados Unidos, siendo colocados en jaulas cual si se tratara de animales.

Esto comprueba, además, el grado en que el modo de producción -como régimen de producción y
reproducción de la vida social- ha marcado, cual hierro candente, la mentalidad de muchas
personas (hasta podrá afirmarse que al cien por ciento de la humanidad), por lo cual se esmeran en
hallar un trabajo asalariado de mejor remuneración, al margen de cualquiera otra consideración
que supondría despojarse de la falsa conciencia que poseen. Ello está acompañado por el
comportamiento asumido en la actualidad por el Estado en muchas naciones del mundo al
privilegiar la protección de los intereses supremos de las grandes corporaciones transnacionales
más que la de sus propios ciudadanos, a quienes les reserva una situación de represión y
militarización en previsión de exigencias económicas y políticas que hostilicen su nuevo rol al
servicio del capital. Algo, por cierto, nada excepcional, en vista de sus antecedentes históricos,
pero que ahora se cumple con una mayor notoriedad y desparpajo.

Como se extrae de la afirmación hecha por Zygmunt Bauman en el libro ‘Vidas desperdiciadas. La
modernidad y sus parias’, "refugiados, desplazados, solicitantes de asilo, emigrantes, sin papeles,
son todos ellos los residuos de la globalización. No obstante, no se trata de los únicos residuos
arrojados en cantidades crecientes en nuestros tiempos. Están también los residuos industriales
‘tradicionales’, que acompañaron desde el principio a la producción moderna. Su destrucción
presenta problemas no menos formidables que la eliminación de residuos humanos, cada vez más
horrorosos, y por razones muy similares: el progreso económico que se propaga por los rincones
más remotos del ‘saturado’ planeta, pisoteando a su paso todas las formas restantes de vida
alternativas a la sociedad de consumo".

Para los dueños del capital, estas víctimas colaterales del "progreso" económico, en un sentido
amplio, solo tendrían algún derecho a existir siempre y cuando estén impregnados (y así lo hagan
ver, sin disidencia alguna) de la visión e intereses de los sectores dominantes. Es lo que ocurre en
diversas naciones, incluyendo las periféricas, con gentes de toda edad, deambulando en las calles,
sin atención social. Así, junto a los graves efectos de la depredación sufrida año tras año por la
naturaleza a nivel mundial, hay que considerar también lo equivalente respecto a las personas

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excluidas por este "progreso". A fin de evitar su multiplicación negativa, la misma dinámica
socioeconómica del sistema capitalista globalizado impone la necesidad de construir unas nuevas
formas de vivir y de comprender la vida, además de nuevas institucionalidades que tengan por
fundamento una mayor expresión de democracia; todas las cuales, en conjunto, representarían
abrir caminos a una nueva clase de sociedad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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