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Imogen Hebden sabía que era inútil culpar a las hermanas Veryan cuando su
primer baile terminó tan desastrosamente.
No es que estuvieran tantos en el baile. Escasamente había alguien en la ciudad
tan pronto después de Navidad. Pero eso, como su tía había señalado, era para bien.
Imogen podría experimentar el sabor de una selecta sociedad reunida en la soirée de
Mrs. Leeming sin exponerse con alguien que importara realmente.
Aun así, Imogen había estado realmente contenta cuando un caballero de hecho
le había pedido un baile. Aun cuando éste tenía la expresión de un hombre decidido
en cumplir con su obligación de esta noche con las floreros presentes.
Mr. Dysart se miró aburrido durante toda la pieza de baile, y en el momento que
la música había terminado, le concedió una muy rígida reverencia, y posteriormente
entró en el salón de cartas.
Eso había sido cuando se dio cuenta que uno de los tres volantes en su falda se
estaba soltando y estaba colgando en un lazo desgarrado en la parte trasera. No
pensó que Mr. Dysart hubiera sido el responsable. Hubiera sentido si él le hubiera
pisado el dobladillo. Por otro lado, él había mantenido una buena distancia de un
brazo de ella durante todo el tiempo. No, esto parecía más como si este se hubiera
enredado en la pata de su silla cuando ella brincó en respuesta a su primera
invitación a bailar en su primer, especie de baile.
Había empezado a dirigirse a la habitación de descanso donde podría prenderlo
con un alfiler, cuando la honorable Miss Penélope Veryan, flanqueada un lado por
Charlotte, su hermana más joven, y el otro por su amiga, Lady Verity Carlow, se
habían movido para bloquear su camino.
—Espero que haya disfrutado su baile con Mr. Dysart —le arrulló Penélope, con
una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Pero siento que debo advertirle que no
deposite demasiadas esperanzas en esa dirección. Él es un buen amigo mío, y solo le
pidió un baile porque sabe que nosotros tenemos especial interés en usted.
El comportamiento de Mr. Dysart ahora tuvo un perfecto sentido. Mucha gente
estaba interesada en conservar los favores de la adinerada e influyente familia
Veryan. Fue un poco decepcionante darse cuenta que Mr. Dysart no la había buscado
por motivos propios. Pero al menos ahora, no tendría que pretender que le agradara
cuando se cruzara con él de nuevo. Era extraño, pero durante el año completo que
había estado viviendo con Lady Callandar, si bien había sido presentada a una gran
cantidad de personas, no diría que a ella le gustaran muchas de ellas.
—Supongo que espera que se lo agradezca —meditó Imogen en voz alta, aunque
no estaba del todo segura que agradeciera la interferencia de Penélope. Pensó que
podría haber sido preferible permanecer en los laterales toda la noche, mejor que
tener a un hombre bailando con ella solo porque buscaba la buena opinión de
Penélope, o más bien, de su padre, Lord Keddinton.
Hubo un brillo de coraje en los ojos de Penélope, pero con su habitual
compostura, la reprimió casi inmediatamente.
—¿Cómo va tu vestido para la corte? —lanzó precipitadamente Lady Verity.
Imogen se volvió hacía ella con alivio. Aunque ella no tenía absolutamente nada
en común con la sumamente elegante Lady Verity, quien nunca parecía pensar sobre
otra cosa que vestidos y fiestas, al menos no había una onza de malicia en ella.
—He tenido la prueba final —replicó Imogen.
—¿No te gusta? —Charlotte se lanzó sobre la respuesta poco entusiasta de
Imogen. —Escuché que Lady Callandar empleó a la mejor modista, y gastó una
exorbitante cantidad de yardas y yardas del más exquisito encaje de Bruselas.
No ayudó que Imogen se encrespara ante la implicación de Charlotte de que no
importaba la cantidad de dinero que hubiera gastado en ella, o la habilidad de la
modista, nunca lograría la apariencia de otra cosa más que una triste niña traviesa.
Especialmente puesto que Charlotte estaba en lo correcto.
La ligera muselina del traje de noche con el que la tía de Imogen la vistió, con su
estrecha falda y delicados volantes, no permitía una actividad más extrema que
pasear por las tiendas. Y en el caso de Imogen, incluso ni eso. ¿Por qué ella parecía
ser capaz de separar la costura de los hombros entre salir de su habitación y llegar al
salón desayunador? Y por lo que respecta a su cabello…
Bien, se acomodaba como quería sin importar cuantas veces Pansy, la doncella
que su tía le había proporcionado, lo pusiera de nuevo en orden. Los rizos de
Charlotte, notó con envidia, caían decorativamente alrededor de su rostro, no dentro
de sus ojos. ¡Si solo su tía le permitiera nada más mantener su cabello largo y
trenzarlo como había hecho antes! Pero no. Las elegantes damas jóvenes tenían su
cabello cortado corto en el frente. Y así la pobre Pansy tenía que blandir las pinzas
rizadoras, amarrar y aguijonearla con los pasadores.
Lo que le recordó: el volante descosido necesitaba recogerse con alfileres.
—Me veo perfectamente terrible en mi vestido para la corte —admitió Imogen
con una irónica sonrisa. —Ahora, si ustedes me excusan… —y empezó una vez más a
apurarse hacía la salida.
Las otras jóvenes la alcanzaron para caminar a su lado, Charlotte se entrelazó
con su brazo, lo que la obligó a adecuarse a su lánguido paso.
—Solo espera hasta que intentes caminar hacia atrás con la cola de ese vestido
—Charlotte se rió en voz alta. Penélope articuló el tintineo de una suave carcajada,
agitando la cabeza ante la imposibilidad de Imogen para lograr esa proeza.
—Oh, estoy segura que usted logrará eso, dan tiempo suficiente para practicar
—agregó amablemente Lady Verity.
Penélope hizo un ruido con el que expresó su duda extrema. Todas ellas sabían
que Imogen no sobreviviría a media hora en un salón de baile sin desgarrar su
vestido. ¿Cómo diablos iba a hacer frente a todo el mecanismo de una presentación
en la corte? ¿Deslizarse a través de la puerta de entrada con el miriñaque atado
sobre sus caderas, retrocediendo de la presencia real con yardas y yardas de encaje,
concentrada, esperando solo dar un paso en falso?
Imogen todavía estaba logrando aferrarse a su compostura, cuando Penélope
trajo el tema de su tocado.
—¿Has practicado ya lograr entrar en un carruaje? —preguntó, con una
preocupación totalmente fingida. —Presumo que traías tus plumas. O al menos… —
se detuvo, descansando una mano sobre su brazo, obligando a Imogen a permanecer
de pie —…¿tú sabes que tan altas son usualmente?
Y ese fue el momento cuando el desastre azotó. Irritada por la actitud
condescendiente de Penélope, Imogen giró sobre ella, replicando:
—¡Por supuesto que lo sé!
Charlotte había soltado su brazo, y naturalmente, Imogen tomó la oportunidad
para demostrar exactamente qué tan alta eran las infernales plumas.
—¡Son de esta altura! —le dijo, agitando su brazo libre en un amplio arco sobre
su cabeza.
Y su mano conectó con algo sólido. La voz de un hombre había articulado una
palabra que estaba segura suponía no debía entender. Giró en espiral y quedó
horrorizada al descubrir que el objeto sólido con el que su mano había conectado
había sido una copa de champagne, sostenida en la mano de un hombre que justo
salía de la habitación de refrigerios. Todo el champagne se había rociado fuera de la
copa, y estaba ahora empapando el frente del intrincado nudo de un pañuelo, sobre
un chaleco de seda verde hermosamente bordado.
—¡Oh! ¡Lo siento! —gimió, buscando dentro de su retículo su pañuelo. —¡He
arruinado su chaleco! —era realmente una pena. El chaleco estaba muy cerca de ser
una obra de arte. Incluso la costura alrededor de los ojales habían sido trabajados
para que los botones parecieran decorados con joyas semejando salir de un
exuberante follaje.
Sacó el cuadro de muselina, altamente absorbente y justo lo necesario para
secar lo peor del derrame. Bastante, pero no demasiado mojado en la primorosa
seda, su valet estaba obligado a saber algún remedio para rescatarlo. Porque, ¡Pansy
hacía que la más obstinada mancha desapareciera incluso de la más delicada tela!
Pero su mano nunca alcanzó su deseado objetivo. El caballero en el chaleco
verde aprisionó su muñeca y gruñó:
—Ni presuma tocar mi persona.
Asombrada por el tono venenoso de su voz, levantó la mirada, para encontrar
una mirada encolerizada de un par de ojos tan verdes como las joyas que adornaban
su chaleco. Y exactamente, tragó, igual de duros.
Fue solo la dureza de esos ojos, y quizá la hendidura en su mentón, que le
impidieron inmediatamente aplicar la palabra hermoso al furioso caballero. Absorbió
las regulares y finas facciones cinceladas de su rostro, el hermoso cabello cortado en
un muy severo estilo conocido como Brutus, perfectamente adecuado para su frac
verde botella, y la manicura inmaculada de sus uñas de la mano que sostenía su
muñeca en un lacerante y firme agarre. Y todo el aliento salió de sus pulmones en un
largo y estremecedor suspiro. Había escuchado a personas decir que alguna cosa les
había quitado su aliento, pero esta era la primera vez que esto le había pasado a ella.
Pero tampoco había estado nunca antes tan cerca de una muestra de tan
impresionante bello espécimen masculino.
Lo jaló junto a ella con empeño. No tenía sentido estar de pie allí en absoluto,
suspirando por esa belleza masculina. ¡Un hombre quien se esforzó tanto sobre su
apariencia era la peor clase de caballero para haberle derramado encima una bebida!
Determinada en hacer algo para reparar su torpeza, Imogen frunció débilmente el
pañuelo que seguía agarrando con sus dedos que se empezaban a adormecer.
—Yo solo quería… —Imogen empezó, pero no le permitió terminar.
—Sé lo que usted quería —se burló.
Desde que él había llegado a la ciudad, las madres buscando partidos lo habían
estado molestando, empujando a sus hijas bajo su nariz. Pero lo peor, mucho peor,
fue las payasadas emprendidas por jóvenes como esta. Estaban consiguiendo que ni
siquiera pudiera dar un paseo por el parque sin que una mujer tropezara con un
obstáculo imaginario y trastabillara artísticamente en sus brazos.
Por la apariencia de ella, era con todo, otra de esas jóvenes con un vestido
elegante raído por la espalda, con intenciones de emboscar a un marido adinerado
quien la situaría en su elevado estilo de vida. Definitivamente no era más que una
dama consentida quien nunca había hecho algo más agotador que coser y bordar.
Podía sentir su resistencia en su muñeca, la cual le mantenía sus resueltos dedos
delgados lejos de su objetivo.
Nunca cesaría de asombrarle que estas jóvenes pudieran pensar que recorrer
sus manos sobre él pudiera de alguna manera lograr una impresión favorable. Solo
dos noches antes, estuvo disgustado por una recatada joven dama quien estuvo
sentada a su lado durante la cena y recorrió su mano a lo largo de su muslo bajo el
mantel de la mesa. Tal como este marimacho estaba intentando recorrer con sus
manos sobre su torso, bajo la cubierta de secar la bebida que había arrojado sobre
él.
Bajó la mirada a sus grandes ojos grises, ojos que le decían exactamente lo que
estaba pensando. Estos se habían oscurecido por un segundo. Y sus labios estaban
aún separados por el suspiro estremecedor.
Para su sorpresa, experimentó la imprudente urgencia de jalarla bruscamente
más cerca y darle un beso en esos labios separados que estaban pidiendo eso.
Sin embargo, la empujó de su lado.
—Me enferma a morir lo lejos que las de su género llegarían a fin de atraer mi
atención —y se enfermó por descubrir que, a pesar de su mejor juicio, su cuerpo
estaba respondiendo a este no tan sutil acercamiento de la joven.
—¿Mi género de… atraerlo… qué? —Imogen farfulló.
—Ni piense en engañarme con una muestra de indignada inocencia, señorita. Y
no intente aproximarse a mí de nuevo. Si usted fuera una persona digna de mi
atención, habría sido capaz de encontrar una forma más ortodoxa de realizar una
presentación y hacerme consciente de sus encantos.
Imogen se quedó de pie, con la boca abierta, mientras esos duros ojos verdes
recorrían su tembloroso cuerpo desde la punta de sus dedos con tal insolencia que
sintió tal como si pudiera asolarla en carne viva.
—Así como son —terminó con un desprecio que no le dejó duda de su baja
opinión sobre ella.
—¡Bueno! —Imogen resopló con furia.
Una de sus compañeras levantó un pañuelo con esencia de lavanda a sus labios
para disfrazar su risa satisfecha cuando los exquisitos ojos verdes se volvieron y se
alejaron con paso majestuoso. Las otras empezaron a reír disimuladamente.
Penélope y Charlotte de un golpecito abrieron sus abanicos y los levantaron
frente a sus rostros, pero no antes de que Imogen percibiera el atisbo de un par de
sonrisas que trajeron a su mente a un gato que tenía un pájaro vivo bajo su pata.
—Oh, querida —dijo Lady Verity, un ceño plegando su normalmente plácida ceja
cuando sus amigas le volvieron sus espaldas a Imogen y se alejaron paseando, con
sus narices al aire. —Que desafortunado. El pareció pensar…
—Sí, plasmó bastante claro lo que él pensó. ¡Hombre odioso! ¿Quién piensa que
es?
—No tengo idea, pero parece ser alguien de importancia…
—Alguien que piensa mucho en su propia importancia, ya sabes —murmuró
Imogen sombríamente, notando la arrogante apariencia de los hombros del hombre
rubio cuando caminó hacia la salida. —¡Cómo se atreve a hablarme así!
Lady Verity estaba empezando a verse perturbada. E Imogen entendió que
estaba apretando con fuerza sus puños y respirando pesadamente, y lo peor de todo,
frunciendo el ceño. En total tres cosas que una dama no debía hacer.
Particularmente no en un salón de baile.
Oh, cielos, pensó, oscilando su vista hacia el banco de las chaperonas 1, donde su
tía estaba sentada, vigilando todos sus movimientos.
Tomó una profunda respiración, sonrió sombríamente ante Lady Verity y dijo:
—Creo que mejor me voy y me reúno con Lady Callandar.
Lady Verity se inclinó para despedirse y se marchó detrás de sus amigas,
mientras Imogen se fijaba en la expresión marcada de censura en el rostro de su tía.
No es que el rostro de su tía mostrara más de un asomo de desaprobación
debido a que su sobrina acababa de demostrar que era completamente incapaz de
mezclarse en la sociedad educada. Nada, pero nada induciría a la mujer a dejar
traslucir alguna clase de emoción en un lugar público. No, la regañina
intolerablemente suave esperaría hasta que estuvieran en su carruaje y de camino a
casa, donde ninguna persona pudiera escuchar.
Empezó, como Imogen sabía, en el mismo momento en que el lacayo cerró la
puerta del carruaje.
1
Adultos que acompañan o supervisan a una o más jóvenes, mujeres solteras durante una actividad social, usualmente con la intención
de prevenir interacciones sexuales o sociales inapropiadas. (N.R.)
—Oh, Imogen… —suspiró su tía, —…tuve esperanzas para ti cuando Mrs.
Leeming te extendió la invitación para su pequeña y selecta reunión, y debiste hacer
más que desperdiciar esta oportunidad para hacer tu propia exhibición ante uno de,
¡si no el más elegible soltero en la ciudad! Todo el mundo advirtió la forma en que el
Vizconde Mildenhall salió furioso… —agitó su cabeza tristemente, —…y por ahora
estoy segura de que nadie tiene ninguna duda que esto fue causado porque le
vertiste su copa de champaña encima.
Imogen deseó que su tía le diera un espacio para explicar que, lejos de arrojar la
bebida a encima de algún mequetrefe rudo y arrogante, todo el asunto había sido un
accidente… a pesar de que ahora empezó a creer eso, se preguntó si realmente había
sido un accidente que ella hubiera estado parada ahí, moviendo sus brazos
alrededor, en el preciso momento que un tan casadero vizconde estaba saliendo del
salón de refrigerios con una bebida en su mano. Dada la crueldad de las sonrisas con
las que se habían alejado, no estaría sorprendida al saber que Penélope Veryan había
accionado todo el asunto. Con la ayuda de Charlotte.
Pero supo que sería inútil decir una palabra en contra de las Veryan. Su tía
saltaría al señalar simplemente que si no fuera una criatura tan mal disciplinada y
tumultuosa, quien podía tan fácilmente ser incitada a agitar sus brazos como un
molino de viento, el chaleco del vizconde hubiera salido ileso.
Y su tío, resopló con furia, con los brazos doblados por la exasperación, era
incluso más ciego en lo que a las hermanas concernía. Estuvo siempre diciendo a
Imogen que observara su comportamiento, y las usara de ejemplo sobre esos
dechados de perfectas damas jóvenes. Era porque ellas siempre lo escuchaban con
sus cabezas inclinadas a un lado, admirando con sus grandes ojos cualquier
sinsentido que él soltara. Y porque ellas se movían llenas de gracia, se vestían
hermosamente y tenían ademanes tan pulidos. ¡Oh, sí, eran excepcionalmente
cuidadosas al esconder, de hombres poderosos como Lord Callandar, su apego por
los juegos y trucos perversos sobre todos los menos afortunadas que ellas!
Bueno, si esto era lo que significaba ser una joven dama, ¡estaba agradecida de
que sus nuevos tutores pensara que ella no era una! Nunca sucumbiría a la clase de
cruel y engañoso comportamiento con los que esas gatas se complacían.
—Y cuando pienso en dejarlo —continuó su tía. —La señora Leeming ¡fue a
buscarle ahí! ¡Estará furiosa conmigo! Él recientemente ha heredado su título, y anda
por toda la ciudad con el propósito expreso de encontrarse una novia con toda la
debida rapidez para aliviar los últimos días de su querido pobre padre, el Conde de
Corfe. Y la señora Leeming tiene dos hijas que ella particularmente deseaba
hacérselo saber.
No importaba si era un poco engreído, pensó Imogen, sí era el hijo de un conde
sobre su lecho de muerte. Especialmente si estaba acostumbrado a que las mujeres
se arrojaban ellas mismas sobre él porque todas ellas sabían que estaba en la ciudad
en busca de una esposa. Pero asociarla en su propósito, solo porque ella había
movido sus brazos alrededor… porque, ¡incluso no sabía que él estaba de pie detrás
de ella! ¿Acaso, pensaba él, que ella tenía ojos detrás de su cabeza?
Podría ser asombrosamente atractivo para darle un vistazo, pero si no podía
distinguir un genuino accidente de una estratagema deliberada para atraer su
atención, obviamente tenía el cerebro de un pavo, ¡así como el pavoneo al caminar
de uno!
—¿Qué estabas pensando? —continuo su tía. —No… —ella cerró sus ojos, y
sostuvo sus manos arriba en un gesto de exasperación que se estuvo convirtiendo
demasiado familiar para Imogen durante el pasado año. —¡Por un segundo pensé,
era inútil preguntarte que! No después de la constante ristra de excusas que has
inventado desde aquel momento en que Lord Callandar te trajo a nuestro hogar a la
muerte de tu padrastro —su tía abrió sus ojos, ojos que ahora estaban llenos con tal
tristeza que ocasionó un nudo en la garganta de Imogen. —Es una lástima que mi
marido no te alejó de… —tomó una rápida respiración, y articuló las palabras, —
…esa casa, —después continuó en un tono normal: —…con mayor prontitud.
Deberías haber venido con nosotros al momento de la muerte de tu madre. O incluso
un año más tarde, cuando fue el tiempo decoroso para traerte. Entonces yo hubiera
sido capaz de hacer algo contigo. Eras lo bastante joven en ese momento,
posiblemente, habría podido limar algunas de tus imperfecciones. Su tía exhaló un
suspiro. —Por supuesto, aunque uno puede simpatizar con tu pobre madre, por no
haberse nunca realmente recuperado… —frunció sus labios y apretó sus ojos de
nuevo cerrados, —…de esa horrible tragedia, no obstante…—agregó con sus ojos
abiertos, —…no debería haberte permitido correr salvajemente con esos chicos
Bredon.
—Mis hermanos —Imogen no ayudó al decir de manera abrupta. Sabía que se
suponía que las jóvenes no discutían con sus mayores. Pero algunas veces lo sentía
tan intensamente que ella simplemente no podía contener su lengua. Su tío la había
informado, menos de una semana después de haberla llevado, que esta era su falta
más deplorable.
—Las damas jóvenes adecuadamente educadas —le había dicho, con los
extremos de sus labios hacía abajo por la desilusión, —nunca deben poner sus
propias ideas sobre las de cualquier caballero. De hecho, ¡ni siquiera deberían incluso
tenerlas!
—¿No tener ideas? —Imogen había estado lo bastante estupefacta para replicar.
—¿Cómo puede ser eso posible? —ella y sus hermanos estaban acostumbrados a
tener vivas conversaciones alrededor de las cenas cuando todos ellos estaban en
casa. Incluso su padrastro había disfrutado lo que él llamaba un estimulante debate
de vez en cuando.
—Hermanastros —su tía la había corregido firmemente. —No hay relación de
sangre.
Imogen respingó. Cuando Hugh Bredon, el hombre estudioso con el que había
crecido para apreciarlo como un padre, había muerto, su segundo hijo, Nicomedes,
había hecho su mayor esfuerzo para desengañarla de su idea que pudiera tener
algún reclamo legal sobre él.
—Mi padre nunca te adoptó —le dijo fríamente. —A los ojos de la ley, no eres mi
hermana. Y por consiguiente no sería totalmente apropiado para ti, vivir en nuestro
hogar con nosotros.
Nick, quien se estaba formando en leyes, le había dado la devastadora noticia
que Brambles, la casa donde ella había crecido, el lugar que ella había pensado era su
hogar, debería ser vendido para liquidar las deudas que Hugh había reunido en los
últimos años de su vida.
—Y sobre el resto es para ser dividido equitativamente entre Alaric, Germanicus
y yo.
Sintió como si Nick la hubiera golpeado.
—¿Qué hay de mí? —le había preguntado en una voz ronca. ¿Cómo pudo haber
dejado todo en partes iguales entre los tres hijos que la habían dejado para cuidar a
su padre durante su última y prolongada enfermedad? No es que culpara a ninguno
de ellos. Nick estaba demasiado ocupado con los libros de leyes. Alaric estaba lejos
con su regimiento, luchando en la Península. Y Germanicus era un teniente naval
sirviendo con su escuadrón en el Caribe.
No, fue la postura de Hugh lo que ella encontraba difícil aceptar.
Había escuchado con creciente esperanza como Nick procedía a discutir sobre
vínculos de la viuda y acuerdos matrimoniales, comprendiendo lentamente que su
madre, al menos, no había querido que se la dejara completamente sin dinero. Ella,
de hecho, le había legado, a su única hija sobreviviente, una suma bastante
considerable.
Sin embargo, Nick no había sido capaz realmente de centrar su mirada en ella
cuando explicó que esto debía haber sido de ella cuando alcanzó los veinticinco años.
—Desafortunadamente, mi padre de alguna manera accedió a ella e hizo algunas
inversiones muy imprudentes.
Por la apariencia sobre el rostro de Nick, Imogen entendió que la había
despilfarrado.
—¿Qué debo hacer entonces, Nick? —le había preguntado con un sentimiento
de zozobra. —¿Buscar empleo? —probablemente sería capaz de obtener un trabajo
en una escuela. Una cosa sobre crecer en una casa sostenida por un hombre quien
dedicó su vida a estudiar antigüedades, era que ahí nunca había habido ninguna
escasez de libros. Enseñaría toda clase de temas, estaba bastante segura, para niños
como para niñas.
—No, no es tan malo como eso —Nick le había asegurado. —La familia de tu
madre ha convenido acogerte y, en cuanto el periodo de luto termine,
proporcionarte una temporada. Si puedes lograr un partido que tu tío apruebe. Él
aportará lo que habrías recibido de tu madre sobre tu mayoría de edad en una dote
respetable.
Aunque la perspectiva de tener que soportar incluso una sola temporada la tenía
temblando de temor, había sido despachada a vivir con Lord Callandar, hermano de
su madre y su mujer, Lady Callandar.
Al menos no había sido como ir a vivir con totales desconocidos. Aunque nunca
se había reunido con ellos, Lord Callandar había escrito a su hermana Amanda
meticulosamente en su cumpleaños y en el de Imogen cada año.
Nunca a nadie se le había pasado por la mente acercarla a la familia de su
verdadero padre, sin considerar su reacia actitud hacia su madre. La habían exhibido
como culpable, por lo que su tía llamaba horrible tragedia, firmemente ante su
puerta. Imogen nunca había tenido contacto con ninguno de ellos.
—¿Me estás atendiendo, Imogen? —chasqueó su tía, rasgando su muñeca con
su abanico tan elegantemente que este la extrajo de su ensoñación. —Y siéntate
derecha. Manos en tu regazo, ¡no dobladas de esa insolente manera!
Imogen se encogió al escuchar a su tía sonar tan molesta, y obedientemente
corrigió su postura. Verdaderamente lamentaba haber resultado ser tal decepción
para sus tíos, quienes cada uno le mostraron mucha amabilidad, en su personal
manera. Su tío gastó una exorbitante cantidad de dinero, intentando corregir lo que
él vio como las deficiencias en su educación. Había pagado por lecciones de
comportamiento y lecciones de danza, animó a su tía a comprarle más ropas de la
que ella había creído fuera posible que una sola joven vistiera en su vida. Y eso había
solo para cubrir su duelo. Ellas habían ido a comprar todo de nuevo cuando había
andado a medio luto, y de nuevo cuando fue el tiempo para que empezara a
moverse un poco en sociedad.
Y aun así, ella nunca se sintió del todo feliz alojada en Herriard House. Esto
pudiera deberse en parte al hecho de que aún tenía vagos y sombríos recuerdos del
corto tiempo que había vivido ahí antes, después de la secuela de la horrible
tragedia. Su abuelo parecía estar siempre enojado, su madre siempre llorosa. Y nadie
le dijo a donde había ido Stephen su hermano mayor. Su abuelo había rugido ante
ella que era una mala niña por incluso mencionarlo, y dijo que si decía tan solo su
nombre de nuevo, la golpearía. Una sensación de absoluto aislamiento la había
congelado hasta el punto en que una parte de la finca todavía no podía pasar sin un
escalofrío. Porque Stephen siempre había sido el encargado de sacarla cuando los
adultos peleaban y la llevaba lejos, donde no podía oír los fuertes gritos.
No hubo nadie que estuviera entre ella y ese hombre grande y furioso, y eso le
aterraba. Incluso las habitaciones para niños no habían sido refugio para una
pequeña niña asustada. Sin Stephen, estas se habían convertido en una triste y vacía
celda de prisión. Tuvo la impresión de estar abandonada interminablemente detrás
de esas puertas cerradas, aunque estaba segura incluso que su abuelo no podría
haber sido tan cruel. ¡Se había asegurado de que tuviera al menos una niñera que le
trajera algo de comer!
Pero sin importar qué tanto tratara de resistirse a ellos, esos infelices recuerdos
venían arremolinando sobre ella cada vez que cruzaba el umbral de la mansión en
Mount Street.
No le ayudó el hecho de que en cuanto su madre se había casado con Hugh
Bredon, su vida había experimentado un cambio bastante drástico. En lugar de
encarcelación y soledad, había pasado los primeros años en Brambles aprendiendo a
pescar, disparar y montar, a fin de mantener el ritmo de sus magníficos nuevos
hermanos mayores. No pensó que ella hubiera escapado de manera salvaje,
precisamente, sobre los subsiguientes diecinueve años, sin embargo hacía el final de
su tiempo ahí, definitivamente tuvo mucho más libertad que la que sus tíos
estimarían apropiada para una joven dama. No lo pensaba para ensillar su yegua o
aparejar la calesa para ir a una encomienda o visitar amigos, totalmente sola. Y
luego, después de que su madre muriera, había tomado el control de la casa de
Hugh.
Su tío Herriard, lo sabía, nunca le tendría la confianza a una joven de diecisiete
años para salir de su casa. Su padrastro nunca pudo mostrarle mucho afecto, pero
había descansado mucha confianza en sus habilidades. Hugh solo había revisado las
cuentas del sostenimiento de la casa por unos pocos meses al principio de que
estuvo ella a cargo, y aunque nunca la alabó, tampoco nunca expresó inconformidad
sobre su manera de llevar las cosas. Todo lo que él quería era que le dejaran en paz
para embarcarse en sus estudios, y se había sentido muy orgullosa en asegurarse de
que pudiera hacerlo.
Pero debía encarar la realidad. Cuando llegó justo hasta él, Hugh Bredon nunca
pensó realmente en ella como su propia hija. Como si fuera incapaz de olvidar que
ella era el resultado del desastroso primer matrimonio de su mujer con el Barón
Framlingham.
Los hombros de Imogen cayeron bruscamente.
—Estoy apenada de ser tal decepción para usted, tía —le dijo con gran
desanimo. —No es que yo no esté intentando comportarme como usted desea…
—Lo sé —agregó su tía. —Eso es lo que es particularmente exasperante. ¡Es tan
difícil disciplinarte por tus faltas precisamente que no puedes evitar tener! Están tan
profundamente arraigadas, que… —suspiró. —Si solo fueras tan hermosa como tu
madre —le dijo, por lo que le parecía a Imogen era la milésima vez.
La primera vez que Lady Callandar la había visto, había palidecido y dijo:
—¡Oh, querida, que desafortunado!
Con su cabello rizado salvajemente y sus inteligentes ojos grises, Imogen era,
aparentemente, la viva imagen de su padre, Kit Hebden.
—Ojos inteligentes —había dicho su tía despreciativamente. —Esto fue la
obsesión de Framlingham. Siempre te miraba como si supiera algo que no sabías.
—Alguien quien lo conoció lo asumiría al verla —Lady Callandar se había
lamentado, —y diría que ella estaba destinada a salir exactamente como él.
—Entonces tú solo tendrás que asegurarte —su tío dijo severamente, —que ella
nunca contribuya de ninguna manera a pensar eso.
—Imogen, querida —le dijo su tía con compasión, una vez que su tío irrumpió
desde la habitación, —no debes permitir que las maneras de tu tío te alteren. Tú
eres… —ella había titubeado torpemente por un momento, antes de que su rostro se
iluminara inspirado —… justo como una encantadora rosa que estuvo errando en
una dirección totalmente equivocada. Tu tío puede parecer muy severo contigo, pero
es solo porque quiere verte florecer.
Y desde ese día en adelante, su tía había iniciado la depuración de su formación.
—¡Si tú solo pudieras aprender a llevarte con el aplomo de Penélope o
Charlotte! —le aconsejó su tía, una y otra vez. —Las personas podrían gradualmente
parar de hablar sobre el espinoso asunto de la horrible tragedia de tu madre.
A pesar de que el espantoso escándalo en que sus padres habían estado
involucrados había ocurrido más de veinte años antes, la aparición de Imogen dentro
de la sociedad les había recordado a las personas este hecho.
Su madre había tomado un amante. No es que esto fuera una cosa tan inusual,
en su círculo. Pero los sentimientos entre William Wardale, Conde de Leybourne y el
Barón Framlingham estaban aparentemente exacerbadas. Ellos habían participado
en una primera pelea. Y solo unas semanas más tarde, el conde había apuñadado
violentamente al padre de Imogen hasta la muerte. Como si esto no hubiera sido
suficientemente malo, resultó que ambos hombres habían estado involucrados en
algún tipo de espionaje. El Conde de Leybourne había sido encontrado culpable, no
solo de asesinato, también de traición. Había sido despojado de sus tierras, sus
títulos y ejecutado en la horca.
¡No era de extrañar que las personas la miraran y murmuraran detrás de sus
abanicos cada vez que entraba en una habitación!
Ella no era bonita, no era rica, adolecía de aplomo y tenía un escándalo adherido
a su nombre. Mrs. Leeming había sido una de las pocas matronas de la sociedad
preparada para darle a ella el beneficio de la duda. Pero Imogen había sencillamente
arruinado su oportunidad para demostrar que ella no era de ninguna manera igual a
sus padres, por haber conseguido involucrarse en esa escena con el Vizconde
Mildenhall.
Las invitaciones prometidas que su tía había logrado con lisonjas, sobornos o
intimidación de sus otras amistades, probablemente menguarían completamente
ahora.
—Quizá —planteó Imogen tímidamente, —deberíamos abandonar la intención
de encontrarme un marido.
Ya estaba empezando a sospechar que sería completamente miserable casada
con el tipo de hombre que su tío aprobaría. Cuanto más aprendía sobre la sociedad
elegante, más comprendía el deseo de su madre para aceptar el destierro a la
soledad de Staffordshire, bajo la protección del, un tanto solitario, Hugh Bredon. Él
podría haber tenido sus fallos pero nunca había tratado a Amanda como una pieza
de topiario 2 que necesitaba constante poda para mantener la apariencia de
decoración artificial.
Su tía le lanzó una mirada sombría, pero no replicó, porque el carruaje se estaba
deteniendo.
Si alguna vez tuviera algún hijo, Imogen decidió con rebeldía, al salir ignoró al
lacayo que extendía su mano y brincó para bajar del carruaje, se aseguraría que cada
uno de ellos supiera que eran amados exactamente cómo eran, fueran hombres o
mujeres. Nunca intentaría asfixiar sus personalidades o hacerlos sentir que debían
esforzarse para ser aceptados.
Sin embargo, Imogen pensó desalentadoramente mientras subía los escalones
frontales detrás de su tía, no era probable que alguna vez tuviera hijos propios.
2
Árbol o arbusto de formas decorativas que se consiguen con tijeras de podar. (N.R.)
Ningún hombre que Lord y Lady Callandar consideran elegible, querría aliarse a
una joven que tenía tan pocos bienes a su nombre. Solo debía pensar en el desdén
que había leído en los ojos del vizconde, la mofa de sus amistades al saber que nunca
lograría estar a la altura.
—Por aquí, si me haces el favor —dijo su tía, dirigiéndose al otro lado del
recibidor hacia el salón de estar. Esperó en silencio mientras el lacayo rápidamente
encendía algunas velas, avivaba el fuego, preguntaba si ellas deseaban algún
refrigerio y después retrocedía.
—Siéntate derecha —su tía apremió a Imogen, quien se había dejado caer sobre
el sofá. —¡Solo porque has sufrido un pequeño contratiempo, no hay excusa para
olvidar tu postura!
Imogen se sentó correctamente, preparándose mentalmente para recibir en ese
momento otra lección sobre cómo las damas jóvenes deben comportarse.
—Ahora, Imogen, no te he aceptado dentro de mi hogar y adiestrado en las
costumbres de la Sociedad, ¡solo para que caigas ante el primer obstáculo! No pierdo
la esperanza de verte hacer una alianza digna de crédito antes del final de la
temporada.
Imogen tuvo la deprimente visión de interminables bailes donde ella estaba
sentada en la orilla, mirando a las más bonitas y adineradas jóvenes remolinear
alrededor con sus admiradas parejas. O bailando con obedientes y aburridos
hombres como Mr. Dysart. De picnics y desayunos donde aguantaba rencorosos
comentarios de jóvenes como Penélope y Charlotte, mientras las matronas
murmuraban acerca del terrible destino de su padre, y resistir porfiadamente las
burlas acerca de la conducta escandalosa de su madre. De siempre estar
controlándose, por miedo de dejar traslucir algún vínculo que tuviera de cualquiera
de sus escandalosos padre.
Y entonces miró ante la postura de la determinada mandíbula de su tía. Su pobre
tía, su aliada, quien estaba determinada a tomarla bajo su patrocinio.
La última cosa que quería era convertirse en una carga para toda la vida para sus
tíos.
—Si… si no he recibido una propuesta para el fin de la temporada, creo, siempre
podría ir y enseñar en cualquier escuela. Pero con certeza no me querrás viviendo
con ustedes indefinidamente.
—Eso es una decisión para Lord Callandar. ¡Aunque estoy segura de que estaría
más incómodo el saber de un Herriard enseñando en una escuela!
—Pero yo no soy una Herriard —señaló Imogen, —soy una Hebden —esto fue
por lo que Hugh Bredon no había deseado adoptarla, después de todo. Porque fue
engendrada por el notorio Kit Hebden. —Nadie estaría menos sorprendido que tú no
pudieras hacer algo de mí. Incluso estoy segura de que todos pueden ver que has
hecho todo lo que has podido en el intento y hacerme… —Imogen agitó sus manos
expansivamente, después frunció el ceño. —… hacerme menos…
Su tía suspiró.
—¿Ese es justo el problema, no es así? Eres lo que eres, sobrina, y estoy
empezando a creer que no hay poder sobre la tierra para alguna vez hacer un poco
de diferencia.
—Lo siento, tía. —Imogen inclinó su cabeza mientras se quitaba sus guantes de
noche, un dedo a la vez. Su espalda estaba pegajosa por el champagne seco. —No
quiero que estés avergonzada de mí. Deseo nunca ser alguna vez causante de algún
problema.
—Lo sé, querida —replicó su tía pero con otro suspiró. —No obstante, los
problemas parecen encontrarte.
Capítulo 2
***
***
***
***
***
Imogen despertó la mañana siguiente, sintiendo una sensación de esperanza
creciendo inesperadamente dentro de ella. Era la culminación de la ambición de cada
joven el casarse bien. Y a los ojos de la sociedad, ella había triunfado.
El Vizconde Mildenhall era atractivo y acaudalado, y sus besos habían sido tan
potentes que ella aun sentía un pequeño escalofrío cada vez que pensaba en ello. No
había razón para sentirse engañada. Las personas de su clase muy raramente
encontraban el amor dentro del matrimonio. Su tía pudo haber tenido esperanza en
ese punto, pero ahora ella parecía cordialmente agradecida de que Lord Callandar
apenas pusiera el pie en su propia casa. Tenía su propio círculo social y sus propios
intereses, los cuales la mantenían alegremente ocupada.
Y muy pocos padecían miserias semejantes a las que Kit Hebden había impuesto
en su madre hasta el final.
No, era mucho mejor no casarse por esa clase de amor. Porque, después de que
los fuegos de la pasión se consumían, su madre le había advertido, todos lo que eso
te deja son las cenizas de fría desesperación.
Arrojó el cobertor a un lado y meció sus piernas fuera de la cama. No existía
forma de saber lo que casarse con el Vizconde Mildenhall le traería, pero hoy se iba a
aferrar a la esperanza de que quizá, al darle tiempo, ellos pudieran lograr un estado
de fácil compañerismo que ella había observado a su madre disfrutando con Hugh
Bredon.
Y al menos tenía la satisfacción de saber que estaba compensando todas las
gentilezas que su tía le había mostrado, por adentrarse en un matrimonio que ella
aprobó completamente.
Imogen sonrió irónicamente a su reflejo en el espejo mientras su doncella fijaba
su sombrero en su lugar. Sentía como un crimen esconder su bellísimo vestido bajo
su capa, pero el día estaba demasiado frio para dirigirse a la iglesia sin uno.
Cuando subió al carruaje, Imogen entendió que existían otros aspectos de su día
de bodas que ella disfrutaría. Reunidos en la iglesia de St. George esa mañana
estarían representantes de todas las familias que habían sido destrozadas por el
asesinato de su padre, Framlingham, Leybourne y Narborough habían alguna vez sido
amigos, trabajando juntos para resolver un crimen que estaba cometiendo algún alto
cargo.
Hasta la noche que Lord Narborough había encontrado a Lord Framlingham
desangrándose para morir en su jardín, con Lord Leybourne flexionado sobre él, con
una daba ensangrentada en sus manos.
Narborough se había rehusado a creer en las declaraciones de inocencia de su
amigo, y había aportado evidencia contra él por lo que resultó condenado a la horca
por traición, así como por asesinato.
Destruyendo los lazos de amistad.
A pesar de eso, hoy, todos sus hijos estarían juntos en la iglesia de St. George,
esperaba fervientemente, demostrado a su concurrencia que ellos estaban dejando
la pasada enemistad a un lado.
Ahora esperaba fervientemente que un Wardale pudiera ver a un Hebden a los
ojos en un ánimo de perdón y reconciliación.
Cuando el carruaje se detuvo fuera de la iglesia, Imogen, determinada a verse lo
mejor para el vizconde, espero al lacayo para descender los escalones y ofreciera su
brazo para sostenerla, antes de que bajara saltando descuidadamente, apenas
mirando donde ponía sus pies, como usualmente hacía. No tenía la intención de
iniciar su boda con un hombre quien valoraba tanto las apariencias, caminando por
el pasillo con los zapatos enlodados o un volante escurriendo por aterrizar en un
lodazal.
Esperó pacientemente mientras su criada acomodaba sus faldas, ajustaba la
fijación de su sombrero y cepillaba una mota de pelusa del hombro de su capa,
mientras su tío se alejaba de la agitación femenina, caminando sin rumbo arriba y
abajo.
Pansy estaba nada más recargada en el carruaje con el ramo de Imogen cuando
un hombre quien había estado arrellanado contra uno de los pilares gritó:
—¿Imo?
Imogen levantó la mirada con un ligero ceño sobre sus cejas para ver quién
estaba llamándola. Nadie la llamaba Imo en esos días. Era Miss Hebden, Imogen o
Midge, cualquiera. Así que la voz la sintió como una mano oscura, alcanzándola de
un pasado muy distante. Un pasado que había esperado poner en tregua el día de
hoy. Y así su voz, cuando respondió:
—¿Sí?—vibro con agitación.
El hombre parado fuera de las sombras en la luz, e Imogen jadeó.
Era la primera vez que veía a un gitano parado tan cerca. Pero no existía
equivocación en sus orígenes, con la extravagancia de sus ropas, su largo y oscuro
cabello, y su atezada complexión comenzando por el aro dorado en una oreja.
Llegó un paso más cerca.
—Para ti —le dijo, ofreciendo en una mano un pequeño paquete atado con un
cordel. El brazalete de plata que él llevaba puesto alrededor de su muñeca destellaba
como un la hoja de un cuchillo en la luz del sol. —Un recuerdo.
Aunque el regalo y sus palabras lo hicieron parecer una persona con buenos
deseos, algo en su postura y el tono de su voz eran vagamente amenazador.
Pero aunque incluso su instinto fue retroceder, pensó que sería desacertado
ofender a un gitano, especialmente en el día de su boda. La mujer quien había dado
a luz a Stephen había rastreado a Amanda poco después de la muerte de Kit, y la
maldijo por arrebatarle a su hijo, jurando que ella nunca vería a un hijo suyo alcanzar
la edad adulta, Amanda había solo tenido un aborto y entonces ella pronto perdió al
pequeño Thomas de una fiebre. Después de eso, Amanda había estado convencida
que si había más hijos, ellos morirían también. La maldición de la mujer gitana la
había obsesionado por el resto de su vida.
Así Imogen se armó de valor para estirar su mano y aceptar el regalo del
hombre.
Pero justo antes de poder hacerlo, su tío, quien finalmente había notado lo que
estaba haciendo, soltó un rugido de furia.
—¡Aléjate de mi sobrina, perro asqueroso! —su bastón para caminar hizo un
ruido silbante cuando arremetió contra la mano extendida del Gitano.
Pero la reacción del gitano fue veloz. El bastón roto sonó con estrépito sobre los
adoquines sin golpear su brazo.
Su tío después la rodeo, gruñendo.
—¿Con quién has estado hablando, estúpida muchacha? La única cosa, por
encima de todo lo demás, tu deberías permanecer quieta sobre… y ahora alguien
está usando esto para crear problemas.
Imogen miró a su tío estupefacta. Después se volvió confundida mirando al
extraño, quien estaba observando a su tío con una sonrisa que parecía como sombría
satisfacción. Su corazón empezó a golpear en su pecho. Era la más increíble
coincidencia que un gitano asistiera a su boda, con un regalo y una reconvención a
recordar, después de haber pasado mucho tiempo en la noche anterior, descansando
en la cama, pensado sobre su ilegitimo medio hermano gitano.
Vio lo que su tío trataba de decir. El hombre quien se mantenía de pie ante ellos,
con una sonrisa burlona en su rostro, era un visible recuerdo de lo más oscuro de su
familia, la más oscura vergüenza.
—¡Vamos! —su tío bramó, agitando su bastón eficazmente ante el gitano, quien
capeó cada golpe con facilidad. —¡Fuera de aquí!
—¿Nada que decir, Imo? —el hombre la rodeó, sus ojos ardientes con patente
hostilidad. —¿No quieres que me vaya?
Imogen abrió la boca, pero no salió sonido. Estaba tan conmocionada, no sabía
que decir. Parecía increíblemente cruel que alguien hubiera enviado a un gitano a su
boda, para recordarles a todos que ella alguna vez tuvo un medio hermano con
sangre Romaní en sus venas.
Su tío le agarró el brazo y empezó a arrastrarla para cruzar el pórtico, hacía la
puerta de la capilla.
—Márchate —resopló de furia. Su rostro estaba rojo y brillante por el
desacostumbrado esfuerzo excesivo y furia frustrada. —¡El tipo imprudente no se
atreverá a seguirnos ahí!
—Tú puedes haberme olvidado, Imo —el gitano gruñó por cómo su tío la
arrastraba, —¡Pero yo, Stephen, nunca te olvidé!
De alguna parte consiguió encontrar la fuerza para arrancarse del agarre de su
tío, y regresar. Con certeza, difícilmente alguien con vida al día de hoy, sabría el
nombre de su medio hermano gitano.
—¿Cómo podrías saber que su nombre era Stephen? —preguntó Imogen. —
¿Eres de su clan? ¿Cómo sabes acerca de mí?
El hombre quien pretendía ser Stephen sonrió en una forma que fue totalmente
sin alegría. Y ella sintió una sacudida de reconocimiento. ¡Ella había visto esa misma
sonrisa en el espejo, no hacía ni una hora! Era la forma en que ella siempre sonreía,
cuando reconocía algo absurdo. Un impactante cabello oscuro… le pareció escuchar a
su madre diciendo y la sonrisa de tu padre.
¡Todos decían que la de ella era como la de su padre, también! Dio otro paso
hacia él, sus ojos buscando sus facciones, su respiración desgarrada. Sus labios eran
de la misma forma de los suyos. Tenía una inclinación similar en sus cejas, los mismos
huesos prominentes de la mejilla.
—¿Stephen? —susurró, alargando sus manos hacía él. —¿Puedes realmente ser
tú?
—¡No seas estúpida, sobrina! —su tío estalló. —Este es solo algún bribón,
echado para darte problemas. Vamos, muchacha, antes que sea demasiado tarde.
Pero Imogen no podía apartar sus ojos del rostro del gitano.
—¿Eres realmente mi hermano? —demandó.
El gitano sostuvo su mirada atrevidamente, orgullosamente,
desvergonzadamente.
Y después asintió.
—Tío —Imogen aseguró, hizo un giro hacía su rostro, —no he alzado ni una
simple protesta sobre todas las disposiciones que usted y mi tía han hecho con
respecto a este día. En realidad, ¡no he podido decir nada! Pero estaré firme en este
asunto. ¡Si él realmente es mi hermano, entonces lo quiero en mi boda!
Las protestas arrebatadas de Imogen hicieron eco hasta el frente de la iglesia,
donde el Vizconde Mildenhall estaba de píe esperándola.
—… No he alzado ni una simple protesta… las disposiciones que usted y mi tía…
estaré firme…
Los invitados se estaban volviendo en sus asientos, entornando los ojos sobre la
parte superior de las bancas, curiosos por ver toda sobre esa conmoción.
Algo como un puño helado se aferró duramente dentro del pecho del vizconde.
Miss Hebden le dijo que ella no deseaba casarse con él, pero no le había creído.
Había pisoteado todas sus objeciones,
Pero Rick le había dicho que su hermana era recta como un dado. Que ella
siempre sería honesta.
Correctamente desde el principio, ella había dicho que no estaba interesada en
él. Esa misma primera noche, cuando le había tirado su bebida sobre él…
Ahí había visto a un grupo de muchachas paradas detrás de él, riendo detrás de
sus abanicos cuando intento disculparse, por lo que afirmó, fue un accidente.
No le había creído entonces. La había asociado con todas las otras hembras
quienes lo habían tentado con algunos encuentros para ganar su atención.
Especialmente una vez que se había enterado que ella era Miss Hebden, hija de un
notorio libertino y una desvergonzada adúltera.
Echó su mente atrás a las historias que Rick había contado de ella creciendo, y
cuantas dificultades había encontrado en comportarse con el decoro esperado de
una dama joven en sociedad. Y repasando la escena en su mente con ella como
Midge, la aniñada hermana pequeña de Rick, platicando con sus acompañantes,
agitando sus manos exuberantemente alrededor… con su espalda a la puerta.
Ella no había, entendió con fría certeza, sabido que él estaba ahí en absoluto.
Aunque sus así llamadas amigas sí.
¡Ellas lo habían arreglado!
Su cabeza rotó a donde las Misses Veryan estaban sentadas, con el cuello
estirado para ver lo que estaba ocurriendo en el pórtico. Sus rostros estaban
encendidos con la misma malicia que ellas habían exhibido esa noche.
Y cuando en la terraza exterior del salón de baile de Lady Carteret… casi gimió
audiblemente. Ella había insistido vigorosamente que solo había salido sobre la
terraza por algo de aire fresco. Ahora entendió completamente porqué lo había
mordido y golpeado en la cara. ¡Su comportamiento había sido imperdonable!
Pero ella se había visto tan encantadora en ese vestido plata, esa expresión
melancólica sobre su rostro… casi se dobló en dos cuando el dolor lo atravesó. Había
afirmado que había estado pensando en algún otro hombre. Si eso era la verdad,
como ahora aceptó todas sus otras protestas eran la verdad, entonces ¡el afecto de
Midge estaba comprometido en otra parte! Nunca lo había perseguido
intencionalmente, y mucho menos quería casarse con él. Esa idea había brotado
enteramente de su propia vanidad.
La joven quien había escrito todas esas cartas amorosas a Rick tenía tal
naturaleza bondadosa, ella estaba confinada a ceder a los deseos de su familia. Sí,
podía ver todo esto ahora. Había intentado valientemente renunciar a todas sus
esperanzas en ese otro hombre, porque él había visto la noche que fue a cenar a su
hogar lo que esto le estaba costando a ella. Su sentido del deber para su familia la
había llevado tan lejos como a las puertas de la iglesia. Pero la idea de en realidad
casarse con un hombre, que ella no había vacilado en llamar pervertido gusano, era
sencillamente demasiado.
—Rick —rechinó, sintiendo como si algo dentro de él estuviera muriendo. —Ve y
entérate de lo que ella quiere. Y asegúrate de que lo consiga.
Con un ceño desconcertado, Rick se levantó y caminó a grandes pasos fuera de
la capilla.
Gracioso, pero cuando él había decido casarse con Miss Hebden, pensó que era
ella la vencedora y él era su premio. No obstante ahora lo sintió como si en el
supuesto de que Midge no quisiera aceptarlo, él estaría perdiendo algo que habría
enriquecido su vida inmensamente.
En la puerta de la capilla, lejos de acallar la pelea, las voces crecieron incluso aún
más agitadas. El tono razonable de Rick mezclado con los gritos de protesta de Midge
y los ampulosos intimidatorios de su tío.
Finalmente, no pudo aguantar más.
Midge posiblemente no lo odiaría más de lo que él se odiaba a si mismo por la
forma en que la había maltratado y juzgado injustamente. Si la única forma de
desagraviarla era dejarla libre, entonces debía hacerlo.
Mientras caminaba majestuosamente recorriendo el pasillo, lo ojos de todos los
invitados reunidos siguieron su progreso ávidamente. Reflexionó como pudo,
tontamente, alguna vez pensar que contraer matrimonio con ella sería el precio que
tendría que pagar por su conducta poco caballerosa en la terraza de Lady Carteret.
Ahora lo sabía mejor. El precio que debía pagar por perturbar a Midge sería
permitiéndole que lo dejara.
Capítulo 6
Pansy puso los toques finales al atuendo nocturno de Imogen, la ayudó a subir a
la enorme cama, y salió de la habitación con un suspiro sentimental.
Imogen se dejó caer contra las almohadas, mordiendo la uña de su dedo pulgar.
Ya no sabía qué hacer con respecto a su marido. Había estado tan acostumbrada
a pensar que él era un asno pomposo. Pero había habido momentos ese día cuando
se había sentido totalmente agradecida con él. ¡Solo por estar ahí!
En algunos minutos más, sin embargo, estaría caminando a través de la puerta
que conectaba su habitación con la suya, así ellos tendrían esa larga conversación
con la que la había amenazado. Entonces podrían decidir que iba a hacer. Y tenía la
repugnante sospecha, dado que nadie más estaría mirando, que él volvería a
mostrarse como era.
Escuchó la madera el piso rechinar y sus ojos volaron a la puerta de conexión.
Más que medio anticipar el recibir una recriminación, se sentó derecha, empujó
nerviosamente su cabello lejos de su frente con dedos temblorosos.
Casi todas las cosas que había hecho desde que llegó a Londres tenían como
resultado un regaño. Miró alrededor a la opulencia de la habitación que él le había
asignado como su vizcondesa, y sintió una leve punzada de añoranza por la
acogedora pequeña habitación sobre el alero de Brambles. Nadie iría hasta allí para
repetir el catálogo de errores que había cometido durante ese día.
Levantó su barbilla, aprisionando hacía abajo el doloroso sentimiento de
nostalgia. Las razones por las que Hugh nunca la había regañado, había sido porque a
él no le importaba, una o la otra, que ella por mucho tiempo no interrumpía sus
estudios. Mientras que las constantes críticas de su tía surgían de su preocupación
por lo que otras personas pudieran hacerle. Y por lo que respecta a su marido…
Su respiración se enganchó en su garganta mientras se abría la puerta y Monty,
ataviado magníficamente vestido en su bata verde de brocado de seda, entró en la
habitación.
Estaba comprometido a tener algo que decir sobre su conducta. Era tan natural
que él quisiera que su mujer mantuviera ciertos estándares en público.
Buscó su atractiva cara de manera angustiosa. Tenía una expresión determinada
en sus ojos mientras avanzaba hacia la cama, pero no parecía enojado.
Midge le sonrió, aliviada de que él realmente parecía deseoso de discutir el
incidente en el pórtico con una mente abierta.
Él se sentó sobre la orilla de la cama y tomó su mano, la levantó a sus labios y la
besó. Regresándole la sonrisa.
Y fue solamente cuando ella advirtió la ausencia de lo que había esperado
discutir.
—¿Dónde está?
—¿Dónde está qué?
—El regalo que Stephen me llevó. Dijiste que lo cuidarías por mí.
Tuvo un horrible sentimiento penetrando en su estómago. ¿Solo le había dicho
cualquier cosa que había creído que la haría comportarse, sin tener intención
verdaderamente de escuchar sus opiniones? Recordó la forma cruel como la había
intimidado para casarse con él, y quitó sus manos de él.
—¿Tú no has… no has dispuesto de él, lo has hecho?
Monty saltó sobre sus pies, ¡perplejo ante cuanto podía herirlo por albergar tal
sospecha!
Se volvió sobre sus talones y caminó de regreso a su habitación, tirando para
abrir las puertas de su guardarropa para encontrar la chaqueta que había estado
vistiendo más temprano. El paquete debía aun estar en el interior del bolsillo.
¡Maldito granuja de su hermano!
Maldito Vizconde Mildenhall también. Cerró sus ojos y descansó su frente contra
la fría madera de la puerta del guardarropa. Que persona tan engreída era, para
asumir que su nueva novia, una joven a la que había obligado a contraer matrimonio,
ahora estuviera tan abrumada por el honor que le había conferido, que pudiera yacer
en la cama anhelante por que viniera a ella.
Cierto como el infierno, que no habría llevado a una mujer a su cama por
acuerdo cuando había sido solo el Teniente Veron Claremont. Oh, había aprendido
que su apariencia lo hacía atractivo para el bello sexo. Había cortejado y ganado una
cantidad considerable.
Pero no había cortejado a Midge.
Solo asumió… hizo una mueca. —Ponte en sus zapatos —se gruño, sacudiendo
su cabeza. Si él hubiera padecido el día que ella tuvo, ¿Se estaría sintiendo amoroso?
No se admiraba que lo acusara de ser arrogante.
Bueno, sí lo había sido, ¡casado con ella pronto lo sanaría de eso! Tenía el
talento natural para penetrar a través de la opinión súper inflada de sí mismo que
había adquirido como resultado de todos los halagos que tuvieron lugar en la
sociedad londinense.
Se dio la vuelta al oír el susurro de la seda detrás de él. Midge se paró en la
puerta, sus manos agarradas en su cintura, sus ojos grises fríos como el hielo
¡Querido Dios, esperó que ella no lo hubiera escuchado hablando consigo
mismo!
—Me disculpo —le dijo rígidamente. —No quise implicar que tú no fuiste
completamente confiable. Dijiste que cuidarías de él, y estoy segura que no me
mentirías.
Las palabras podían haber sido humildes, pero ella había hablado en ese
momento como si estuviera entregando un desafío.
Ella más que medio esperando que le mintiera, entendió de pronto, realmente
pensó que él era un… ¿Qué fue lo que le había llamado? Oh, sí, un perverso gusano.
Con sus labios halados en una apretada línea recta, Monty le dio la espalda y
reanudo la búsqueda en el bolsillo de su chaqueta.
—Tú debes perdonarme por olvidar todo sobre esto —le dijo sarcásticamente,
mientras sus dedos se cerraron alrededor del elusivo artículo. —Solo que discutir
sobre tu hermano era la última cosa que esperaba estar haciendo en mi noche de
bodas.
Los ojos de Imogen se enredaron sobre la cuña de carne que quedó expuesta
cuando su bata de noche se abrió mientras le lanzaba el regalo de bodas de su
hermano. ¡No vestía camisa de dormir!
Sus ojos lo recorrieron por entero, terminando en un fascinante examen de sus
desnudas pantorrillas y dedos del pie. Midge tragó. Parecía no estar vistiendo nada
en absoluto más que su bata.
Midge recordó la mirada en su rostro mientras se aproximaba a su cama, el brillo
en sus ojos cuando ella había sonreído. La forma ansiosa en que le había agarrado su
mano.
Y sus amargas palabras mientras el saqueaba dentro de su guardarropa por su
requerimiento.
—Ruego me perdones —dijo Midge, dejando caer su cabeza, Había estado tan
ocupada pensando cosas para resentirse contra él, había olvidado totalmente que
una pobre oferta era lo que él estaba obtenido de este matrimonio. Que sólo había
una cosa que él consideraba adecuada para ella.
—¡P… puedo dejar esto para abrirlo por la mañana! —no había intentado
engañarla, podía verlo ahora. Fue solo que su preocupación a él le pareció trivial.
Porque ella era solo una mujer. Y él era un típicamente irreflexivo, hombre egoísta.
Midge retornó a su habitación y descansó el paquete sobre su mesa de noche.
—Oh, no lo harás —gruñó Monty, caminando dentro de la habitación después
de ella. —Nosotros dejaremos esta cuestión fuera del camino, puesto que está tanto
en tu mente, pretendo tener tu completa atención cuando te haga el amor por
primera vez.
Sus labios torcidos en una sonrisa sardónica, mientras Midge levantaba el
paquete e iba a sentarse sobre la otomana al pie de su cama. Le habría permitido
tener sus derechos maritales sobre ella, obedientemente, pero él debería estar ciego
para no ver que sus dedos le escocían por desbaratar el nudo sobre ese
endemoniado bulto, más que el del cinturón de su bata.
Se reunió con ella sobre la otomana, preguntándose si algún otro novio en todo
el mundo se había encontrado llegando tan bajo en la lista de prioridades de su novia
en su noche de bodas.
Ella levantó la mirada hacia él cautelosamente cuando se sentó, con una
pregunta en sus ojos.
—Vamos —suspiró. —Permítenos ver todo por lo que fue ese jaleo.
Con una sonrisa de alivio, desgarró la envoltura de papel para abrirlo.
Luego se puso pálida.
Monty olvidó todo sobre su propio ataque de disgusto cuando siguió su
espantada mirada y vio, descansando en su regazo, una réplica de un lazo corredizo
de verdugo. Formada de lo que parecía una gran cantidad de bufandas de seda
trenzadas.
—¡Querido Dios! ¿Qué es lo que significa esto? ¿Es alguna clase de amenaza?
—No es una amenaza, no —dijo Midge en una delgada y aflautada voz. —Él dijo,
que esto era para recordarme. Estúpidamente pensé… —levantó una temblorosa
mano a su frente para empujar una madeja de cabello que se había movido a sus
ojos.
—Ves, en la entrada a la iglesia, yo tenía grandes esperanzas…
Su corazón brincó ante sus palabras. ¿Había ella, también, creído que podían
forjar algo bueno juntos?
_...todos los hijos de las tres familias estaban juntas, para celebrar un nuevo
inicio… los Carlow estuvieron ahí, y la hija de William Wardale, y yo, la hija de Kit
Hebden. Y entonces él se mostró también, y esperé que finalmente, todos nosotros
seriamos capaces de salir de las sombras de lo que nuestros padres hicieron…
Sus dedos revolotearon sobre el brillante y sedoso lazo corredizo enrollado en su
regazo, como no muy decidida a tocarlo, por miedo a que revelará los colmillos y la
golpeara como una serpiente venenosa.
—Midge —le tomó la barbilla en su mano y volvió su rostro hacia él. —No tiene
sentido —la única cosa que él sabía con certeza era que, una vez más, sus
pensamientos estaban lejos de él.
Midge tembló, la vaga y afligida mirada cristalizó en una parecida al hielo.
Sus labios presionados firmemente juntos, empujó los restos del paquete de
regreso a su lugar, para encubrir la sedosa soga. Después Midge se levantó, camino a
la chimenea, y lo tiró a las llamas.
—Rick tuvo razón todo el tiempo —dijo amargamente. —Alguien quiso
arruinarme el día. Esto no solo fue alguna rival por tu título —un destello de furia en
sus ojos sobre él. —Pero mi propio hermano. Medio hermano —se corrigió ella
misma, agarró el atizador y lo sostuvo sobre el paquete mientras el calor empezaba a
hacer enroscar el papel. —El anuncio fue solo en la Gazete de ayer, así que debe
haber sabido donde estaba yo todo el tiempo. Y ni una vez envió un mensaje. Todos
esos años, nosotros pensamos que estaba muerto. De luto por él. Mientras él estaba
ahí afuera, observándonos, odiándonos, esperando alguna oportunidad para
regresarnos el golpe…
—Midge, no se puede deducir todo eso de unas cuantas bufandas de seda
formadas en la soga de un verdugo…
—¡Oh, pero si puedo! —se volvió para mirarlo. —No entiendes. Tú no sabes…
Midge se balanceó sobre sus pies. El atizador cayó en el fuego con un estrépito.
Monty la atrapó rápidamente en sus brazos, la haló lejos del fuego y la sentó en la
orilla de la cama.
—Entonces dime —murmuró.
Midge se abrazó con sus propios brazos alrededor de su cintura.
—¿Cuánto ya sabes?
—Supongo que solo lo que es de conocimiento general. Los chismes sobre el
amante de tu madre, el asesinato de tu padre. Y el subsecuente ahorcamiento de su
asesino. Pero hasta hoy nunca había escuchado de la existencia de… un niño gitano
ilegitimo. Ni entiendo porque esas tres familias en particular, reunidos juntos, tenían
mucho significado.
Midge asintió con su cabeza, solo una vez, como si estuviera pensando en algo.
—Mi padre, Lord Leybourne y Lord Narborough estaban trabajando juntos en
alguna clase de situación secreta. Mi madre no sabía exactamente en qué. Excepto
que una noche, mi padre le dijo que sabía quién era el espía, y se iba a reunir con los
otros dos y les diría como lo había sabido. Lord Narborough encontró a Leybourne
mas tarde, agachado sobre el cuerpo de mi padre, un cuchillo en sus manos. Y
eventualmente Leybourne fue colgado por asesinato y traición. Ellos usaron cuerdas
de seda, puesto que era par del reino —Midge sacudió su cabeza en dirección a la
chimenea, sin apartar los ojos de sus manos, las cuales ahora estaban juntas
apretadas sobre su regazo.
—El impacto hizo que mi madre enfermara. El abuelo Herriard tomó la
oportunidad para quitarse de encima a Stephen, cuando todos nos mudamos a
Mount Street. Pero la madre Stephen vino buscándolo. Al parecer mi padre le había
prometido que educaría a su hijo como un pequeño lord. Ella maldijo a mi madre por
romper su promesa, y puso una maldición sobre ella.
El Vizconde Mildenhall no pudo evitar el resoplido burlón que emanó de su boca.
Midge lo miró fríamente.
—Esto puede sonar como una broma para usted, señor, pero las palabras fueron
tan acertadas que obsesionaron a mi madre hasta el fin de su vida. La gitana dijo que
porque ella había robado a su hijo, nunca vería ni uno solo de los suyos vivir a la edad
adulta. Mi madre solo había tenido un aborto y no mucho después de eso, mi
hermano menor, el único totalmente mi hermano, enfermó y murió también.
—Fue probablemente solo una coincidencia…
—No has escuchado el resto —Midge irrumpió. —Después de maldecir a mi
madre, fue a la ejecución de Wardale, gritó maldiciones a todos los miembros de las
tres familias involucradas en la pérdida de su hijo y su amante, después también se
colgó ella misma. Con una bufanda de seda. Eso… —después miró a la chimenea,
pareciendo momentáneamente distraída de su narración por el suspiro de las llamas
púrpuras y azules lamiendo junto a los restos carbonizados de la simbólica horca. Se
estremeció de nuevo diciendo, —…este es un recordatorio que mi familia, junto con
los Wardale y los Carlow, destruyeron a su madre. Y que su maldición se mantendrá
devorándonos a todos los supervivientes hasta que su clase de justicia haya sido
satisfecha.
Se giró y enterró su rostro contra su hombro.
—Siento haberme burlado ante la revelación de la maldición gitana —le dijo,
estrechándola con fuerza. —Y no estoy seguro de creer en tales cosas ahora. Pero
una cosa que creo, y es que el hombre mantiene una envidia contra todos ustedes.
Hall Carlow me advirtió que ya ha intentado causar problemas para su familia, y a los
Wardale. Bueno, mañana —le dijo bajando la vista a su rostro preocupado, y
apartándole el cabello de su frente, —te llevaré a Shevington —nunca antes había
pensado en el lugar como un refugio, pero este lo sería para ella. De los chismes
maliciosos que la pintaban como algo muy diferente de su verdadera naturaleza,
entre otras cosas. —Y, el demonio no será capaz de atraparte ahí.
Aunque pensar que el gitano pudiera hacer algo tangible, un daño físico le
alarmó, había una pequeña parte de él que agradecía tener la oportunidad de
demostrarle su habilidad para protegerla. Así ella llegaría a confiar en él.
—Supongo que nunca más se acercará a mí de nuevo —sus hombros cayeron. —
Solo vino hoy a la boda para sembrar discordia. La primera vez que todos los
miembros de las tres familias estuvieron juntas en una reunión por una generación, y
él arruinó cualquier oportunidad que pudiéramos haber tenido para alguna clase
de… reconciliación entre todos nosotros.
Monty deseó decirle que olvidara al gitano. Para dejar esto detrás. Pero había
visto su rostro cuando ella pensó que había recobrado al hermano que pensaba
muerto. Pero haberlo encontrado, para descubrir que solo se había revelado para
manifestar su enemistad, no era algo que ella pudiera superar apresuradamente.
—No pienso permitir que se te acerque de nuevo —le juró. —¡El hombre es una
amenaza!
Monty pensó que hubo un destello rebelde en sus ojos, antes de menguar y
decir en un tono subyugado:
—Lo siento. Hoy nada más te he causado problemas.
—¡Tonterías! —gruñó. Nada de lo que había pasado hoy había sido su culpa, aun
así estaba sentada con los hombros caídos, ¡disculpándose con él! Entonces podía
hacer lo único para que se sintiera mejor. Había sido empujada a un matrimonio que
ella realmente no quería, con un hombre al que le había tomado aversión, solo para
complacer a su familia… ¿y cómo había su familia compensado su lealtad? Su tío
había estado enojado, su tía distante, uno de sus hermanastros claramente había
hecho uso del desayuno nupcial para adular a Lord Keddinton, y su medio hermano
había emergido de su escondrijo para abiertamente declarar su aversión.
—No puedes elegir a tu familia, lo que es una lástima —le dijo Monty, dejando
caer un beso sobre la parte superior de su cabeza. —¡Solo espera que conozcas la
mía! En cualquier caso, dejemos de hablar sobre alguien más esta noche. Déjame
decirte en lugar de eso —y tomo ambas manos en las suyas, mirando directamente
en sus ojos mientras decía: —me has hecho un gran favor este día.
—Por casarme contigo.
—Bueno, sí. Pero más que eso. Recordarme quien soy realmente.
La lacerada mirada en sus ojos se tornó en una de confusión.
—El Vizconde Mildenhall —hizo una cara —es un… es un… —Monty titubeó,
encontrando que no era tan fácil para explicar las emociones enmarañadas que lo
condujeron a confundir a los miembros de la sociedad en perjurio a su
superficialidad. —Bueno, para usar tus propias palabras, un engreído.
—No recuerdo —le dijo titubeando, —jamás llamarte un engreído.
—¡Lo hiciste! Fue… no lo sé —recorrió sus dedos a través de su corto cabello
rubio, dejándolo desordenado. —He estado tan acostumbrado a ser un soldado,
tratando con la vida y la muerte fundamentalmente a diario, este repentino empujón
en un mundo que gira completamente alrededor de cuestiones triviales, yo… —se
puso de pie y se paseó ausente, —consideré mi posición y no hice nada para traer al
título al deshonor. Recibí algunas lecciones, antes de venir a la ciudad, sobre los
clubes frecuentados por mi hermano y el estilo en el cual vivió que yo…
—Te revelaste —Midge inhaló, sus ojos se acrecentaron. Se había preguntado
qué sobre la tierra había pasado para cambiar a Monty, el epítome de todas las
virtudes masculinas, en un vanidoso, rudo… furioso vizconde. Y había estado furioso,
ahora lo advertía. Todo el tiempo. No solo cuando ella se había cruzado en su
camino.
—Sí —se giró y miró hacia ella. —Eso fue exactamente lo que hice.
Midge exhaló un gran suspiro, mirándolo envidiosamente.
—Cuanto deseé haber tenido el coraje para hacer eso. Yo fui por otro camino.
Yo… me aplaste en el molde que ellos intentaban hacer para mí…
Monty caminó de regreso a la otomana, agarró fuertemente sus manos y tiró de
ella para levantarla.
—Cuando Rick me dijo cuan miserable era su hermana, desee rescatarla… —se
detuvo, con un ceño en su rostro. —Por supuesto, no sabía que ella eras tú, pero, —
estrujó sus manos fuertemente, —hace un rato, dijiste que este matrimonio podía
ser un nuevo comienzo. Oh, yo sé que estabas pensando sobre el enredo que sus
padres dejaron detrás de ellos. Pero —y sus ojos tomaron una intensidad que llamó a
algo intenso dentro de ella, — ¿no podría ser un nuevo comienzo para nosotros?
—¿Nosotros? —sus ojos estaban grandes y brumosos, de la forma que debían
verse después de que la besara. Sus labios estaban ligeramente separados, también.
Su corazón golpeó fuerte contra su caja torácica.
—Tú y yo —Monty gruñó, apenas resistiendo la urgencia de dar un paso
adelante y cerrar el minúsculo hueco que aun los separaba. —Nunca intentaré
moldearte en alguna inalcanzable imagen. Midge. No esperaré nada de ti que no
estés dotada para dar.
Y entonces trazó la longitud de su labio inferior con su dedo índice.
Ella tuvo la más extraña urgencia de capturar el dedo entre sus labios y
mordisquearlo. Sus ojos volaron hacia él. Estaba mirándola expectantemente.
Y entones Monty le sonrió.
Era un hombre tan atractivo. Incluso cuando estaba ceñudo. A pesar de eso
había algo sobre su vitalidad que hacía que su cuerpo saltara en respuesta.
Porque para tener el impacto de esa sonrisa dependía de ella… oh, esta fue
directamente muy al centro de ella, como una taza de chocolate sobre un
desapacible día de invierno. Porque sus anteriores palabras habían sido casi tan
devastadoras que la estaban alentando. Sí, él esperaba que ella fuera un desastre
social, pero nunca agarraría su incapacidad para comportarse decorosamente contra
ella. Estaba preparado para aceptarla exactamente como era.
Precisamente cuando Midge percibió, repentinamente, que Monty estaba
esperando que pudiera intentar ver lo mejor en él. Él deseaba que olvidara lo
vanidoso, asno pomposo quien había desfilado por la ciudad cubierto de alhajas.
Para mirar debajo de la ropa llamativa y ver al hombre que él deseaba aun ser.
—Entonces siempre pensaré en ti como Monty —le prometió.
Después de esas palabras, nunca estuvo tan segura de quien se había movido
primero. Ella solamente supo que estaban abrazados, besándose como si sus vidas
dependieran de esto.
Midge no sintió ya la necesidad de contenerse ante él. O pretender que objetaba
la forma en que sus manos estaban explorando su cuerpo.
Él la quería
Justo como ella era.
Y por primera vez en su vida, Midge no estaba ni un poco arrepentida de ser
mujer. Su cuerpo, el cual ella a menudo había aborrecido, ahora parecía como un
cofre del tesoro, el cual Monty estaba liberando, revelando inimaginables riquezas
dentro.
Sintió una leve timidez cuando Monty finalmente la recostó sobre la cama,
habiéndola despojado de todas las prendas de vestir. Se sonrojó cuando él arrojó a
un lado su bata de noche y se reunió con ella.
Pero la sensación del duro cuerpo desnudo enseguida del suyo era tan deliciosa,
la sensación que le despertaba mientras la besaba y acariciaba suavemente tan
poderosa, ellos pronto arrastraron su modestia a un lado.
Cuando él los hizo un solo cuerpo, Midge se sintió completa por primera vez en
su vida. Mucho más plena de lo que había soñado que podría estar.
Pero Monty no se detuvo ahí. La impulsó encima, en un nuevo dominio de
sensualidad que casi empezó a asustarla. Finalmente empezó a envalentonarse
conduciéndose exactamente como ella quería que fuera. Pero ahora estaba
empezando a sentir como si estuviera casi fuera de control.
—¡Monty! —Midge jadeó, sus ojos volando muy abiertos. —No puedo… es
demasiado.
—Déjate ir —le murmuró respirando en la oreja de Midge, —deja que pase.
Entonces Monty se levantó para así poder verla a la cara.
—Confía en mi… será bueno…
La mitad inferior de su cuerpo golpeando duro contra ella, solo donde los
excitantes sentidos eran más intensos.
Esa intensidad se dilató a un crescendo. El placer más increíble que había jamás
conocido explotó a través de ella, de las puntas de sus dedos a la raíz de su cabello.
—Está sucediendo —gritó, impactada, aferrada a sus hombros mientras otra
parte volaba.
—Oh, sí —gimió Monty. —Sí, es…
El tiempo se detuvo silencioso mientras todo se sacudía, pulsaba y palpitaba.
Y después ellos flotaron gentilmente de regreso a la tierra, como las chispas
después de un cohete que ha explotado. En forma simultánea.
***
***
Midge estaba sin aliento una vez que emergió del cinturón del boque que
bordeaba el camino, pero agradecida con ella misma por llegar a menos de un cuarto
de milla de la villa de Shevington. Incluso si ella era un fracaso en todo lo demás, ¡no
se podía negar que tenía un buen sentido de orientación!
No le tomó mucho encontrar la posada, tampoco, dado que Shevington era
apenas más que un puñado de edificios incrustados alrededor de un cruce de
caminos.
Miró fijamente el cartel de la posada, delineando a una mujer con un vestido
Tudor, su cabeza cortada descansando a sus pies, después caminó a través de una
amplia arcada suficiente para admitir al coche de correos, y los dos pisos sugerían
abundantes habitaciones para alquilar, dedujo que poseía una estratégica posición
sobre las rutas entre Dover y Londres.
Caminó a un costado de la fila, y fue directamente al hombre presidiendo detrás
de la barra en el área púbica de la cafetería.
—Disculpe, ¿creo que hay un hombre quedándose aquí con el nombre de
Stephen Hebden?
El posadero le dio una mirada desdeñosa, lo cual le recordó que no estaba
vestida con ningún abrigo ni sombrero. Su vestido de mangas largas y cuello alto
había parecido perfectamente respetable cuando se lo puso en la mañana. Pero
desde entonces, había desprendido los botones superiores, limpiado su nariz sobre
su manga, su dobladillo empapado por caminar a través de la hierba, y levantó gran
cantidad de follaje sobre su largo cabello volando en el denso bosque.
—Nadie con ese nombre está aquí —le dijo. —Quizá, yo debería hacerlo en su
lugar, querida—él miró de reojo, inclinado sobre la barra, su respiración con olor a
cerveza soplo en su cara.
Midge se estiró a toda su altura, sabiendo su única defensa sería su actitud.
—Como se atreve a hablarme de esa manera —estalló en ira, imitando a su tía
en su forma más fría. —El hombre a quien busco es mi hermano. Me avisó que
necesitaba verme urgentemente —hizo un breve movimiento para indicar que la
urgencia explicaba el estado de su vestido.
Los ojos del posadero se estrecharon.
—¿Supone alguna posibilidad que este hermano suyo sea alto, cabello negro y
lleve puesto un pendiente? ¿Luce como si pudiera ser un gitano?
—¡Sí! ¡Ese es! —gritó Midge. Todo ese barro y hojas pegadas a sus faldas habían
hecho algo bien después de todo. Obviamente se miraba como la clase de persona
quien vivía en las calles.
—Habitación cuatro —le dijo el camarero, —subiendo esas escaleras —señaló
con su cabeza las delgadas escaleras que se levantaban desde una esquina del bar, —
hasta el final del pasillo. Y espero que seas capaz de arreglar su tiro —agregó él
agriamente, —si mete su cuchara en la pared.
¡No se imaginó que Stephen pudiera estar tan enfermo! Gracias al cielo había
acudido a él tan pronto después de que los gemelos le alertaran sobre su aflicción.
No, admitió su culpa, mientras corría a toda prisa cruzando el bar y subiendo las
escaleras, no había sido preocupación por él lo que la había conducido ahí. Pero por
alguna razón, estaba aquí ahora, y haría cualquier cosa que pudiera para ayudarlo.
Tocó gentilmente sobre la última puerta al final del corredor, y cuando no hubo
respuesta, levantó el picaporte y entró de puntillas.
Las cortinas estaban cerradas, oscureciendo la alcoba, pero desde la tenue luz
que se derramaba sobre sus hombros desde el pasillo, pudo distinguir el cuerpo de
un hombre extendido sobre cama.
Estaba vestido solamente con sus pantalones. Y sostenía su arrugada camisa
sobre su rostro.
—Stephen —susurró Midge, cerrando la puerta suavemente detrás de ella y
caminando hacía la cama. Por una nueva tirantez que apresó su cuerpo, podía decir
que él sabía que estaba ahí, pero no hizo ningún sonido. Estiró su brazo y con su
mano revisó su temperatura. Pero antes de poder tocarlo, su mano salió disparada y
la tomó de su muñeca.
—¿Qué quieres de mí? —gruño a través de sus dientes, como si incluso el acto
de hablar le causara dolor.
—Ayudarte, si puedo —replicó Midge. Stephen se quejó y la dejó ir, presionando
su camisa más firmemente sobre sus ojos. —Sé que probablemente solo viniste aquí
para causarme problemas…
Una derrotada carcajada salió de sus pálidos labios.
—Ya estoy pagando por lo que planee hacerte. Puedes irte ahora.
En lugar de abandonarlo, Midge fue hasta la campana y tiró con fuerza. No le
importó lo que pensara de ella. No le daría la espalda a un conocido en una posada
donde a nadie le importaría nada, menos como él estaba sufriendo, no dejaría solo a
su único hermano verdadero de sangre.
—Dime lo que necesitas —insistió Midge, empujando una silla sobre un costado
de la cama.
—Nada —profirió Stephen, sus ojos se cerraron rápidamente. —A nadie.
Tentativamente, Midge posó la mano sobre su hombro. Su cuerpo estaba tibio,
pero no caliente como si tuviera fiebre.
—Puedo decirte que te duele la cabeza —dijo Midge. Stephen no soportaba
abrir sus ojos, incluso deliberadamente había oscurecido la habitación, sin hablar del
ronco susurro. —Ordenaré un poco de café —le dijo enérgicamente. Midge
regularmente no tenía mucha compasión por hombres quienes se embriagaban
hasta tal estado. Pero él no tenía a nadie más para cuidarlo.
Y no había ahora ningún otro lugar donde ella quisiera estar.
Nadie más que la necesitara.
Cuando la camarera llegó, Midge ordenó café y un poco de aceite de lavanda a
fin de poder mojar las sienes de Stephen con este. La sirvienta miró de pasada de ella
al cuerpo recostado de Stephen.
—¿Cómo planea pagar por esto?
Midge tomó un respiro y contó hasta tres antes de contestar.
—Soy la Vizcondesa Mildenhall. Tengo la certeza que, en caso de que mi
hermano no tenga dinero en este momento, ¡una cuenta presentada en la propiedad
será cubierta sin preguntas!
La sirvienta frunció sus labios.
—¿Empezará eso de nuevo? Antes la condesa acostumbraba reunirse con sus
elegantes hombres aquí —sonrió burlonamente, después bajando la voz, se inclinó
como si compartieran una confidencia. —Si usted no desea que esto se sepa,
querida, necesita traer efectivo la próxima vez —ella salió caminando por el
corredor, con sus hombros temblando por la risa.
Midge cerró la puerta, atónita por la presunción de la camarera de que ella
estaba embarcada en una aventura clandestina, y enterarse de que la madre de los
gemelos había, efectivamente, tenido amantes. ¡En esta misma posada! Cuando está
estaba tan cerca de Shevington Court, y de tanta actividad. Debió haber estado
decidida a infligir tanto dolor y humillación sobre el conde como ella pudiera.
Aunque, habiendo sufrido tan injustificado ataque esta mañana, Midge admitió
a regañadientes, que de hecho, entendería lo que la había conducido a tomar tan
drástica forma de venganza.
—Has arruinado tu reputación en este lugar por venir a verme —rechinó
Stephen desde la cama. Midge se dio la vuelta, para verlo mirando fijamente hacia
ella, con una expresión indescifrable en su rostro.
Midge se encogió de hombros. Los residentes habrían visto el carruaje de Monty
pasando por esta posada en camino a Londres. Podrían muy bien asumir que ella
había aprovechado la primera oportunidad después de que su esposo partiera para
volar a la cama de su amante.
El conde, Midge hizo una mueca, ¡con seguridad podría!
—No me importa —le dijo desafiantemente. El conde ya había decidido que era
una libertina, sin una pizca de evidencia. Acusarla de crímenes que nunca habría
soñado en cometer, juzgándola por rumores sobre sus padres y condenándola a un
confinamiento solitario en su habitación.
¿Qué era un crimen más, para añadir a todos los otros cargos? ¡Midge sabía que
era completamente inocente!
—Tú eres mi hermano. Y eso es todo lo que me importa.
Stephen la miró fijamente, sus ojos oscuros con suspicacia y hostilidad. Para
luego, cerrarlos y decir:
—Algunas veces, consigo un poco de alivio si mi hermana corre mis dedos a
través de mi cabello.
Midge avanzó lentamente al respaldo de la cama, su corazón saltando de
esperanza. Se quedó de pie muy silenciosa por algunos segundos, contemplando
hacia el orgulloso y cerrado rostro, después, tomando todo su coraje en sus manos,
colocó sus dedos en su sien, y los barrió firmemente por todo su cuero cabelludo.
Stephen exhaló un suspiro que fue casi un gruñido. Pero no le empujó las manos esta
vez. Una y otra vez corrió sus dedos a través de su cabello oscuro y abundante
cabello, hasta que vio que sus grandiosos hombros cicatrizados hundirse en las
almohadas, como si estuviera permitiendo soltar algún peso opresivo. Fue solo
entonces que la importancia de sus palabras la golpearon. Él tenía otra hermana.
Una con quien estaba en términos íntimos.
—Mi hermana —había dicho. No mi otra hermana.
Midge detuvo la actividad sobre su cabellera, imaginando a una muchacha quien
luciera justo como él. De alguna manera, sabía que esta otra hermana de quien
hablaba venía de la gente de su madre. La gente a quien sentía que pertenecía. Si no
¿por qué se tomaría tanto esfuerzo enfatizar sus orígenes? Podría fácilmente haber
cortado su cabello a la moda. No había necesidad para lucirlo tan largo, u ostentar el
aro de oro en su oreja izquierda. O vestir ropas que eran tan coloridas y cortadas en
estilo tan exótico.
Stephen continuó respirando constantemente, y Midge vio que el surco entre
sus cejas se había ido. Estaba dormido. Jaló su camisa de su flojo agarre,
sacudiéndola y colgándola sobre el respaldo de una silla, preguntándose si había
estado alguien para hacer algo así por Gerry en sus últimos días.
Pensar en Gerry envió una inmensa ola de pena a colisionar sobre ella. Y ahora
que no había más que ella hiciera sino correr, se encontró impulsada a romper y
llorar por la imposibilidad de quedarse por más tiempo. Apuñó fuertemente sus
manos, fue sobre la ventana la cual tenía un amplio alfeizar, sobre el cual algunos
raídos y muy grasientos cojines estaban desparramados. Tomó uno y se sentó sobre
él, subió sus rodillas y sepultó su rostro en éstas. Si ella no podía contenerse por más
tiempo, al menos lo haría amortiguando el sonido de sus sollozos, para sí no
perturbar a Stephen. Por una y otra vez, levantó su cabeza lo suficiente para mirar
hacia él. Pero nada lo despertó. Ni siquiera el regreso de la camarera con el café,
aunque sin el aceite de lavanda. Midge se encogió de forma fatalista. En todo caso,
dormir era probablemente el mejor remedio para cualquier dolencia que él tuviera.
Midge se tomó el café, entre sollozos, después se encorvó de regreso en la
asiento de la ventana. Pensó mantener la vigilancia sobre Stephen, pero difícilmente
podía mantener los ojos abiertos. Aunque eso no era sorprendente, considerando
que difícilmente durmió un parpadeó la noche anterior. Y hoy, en lugar de tomar su
acostumbrada siesta para compensarlo, había pasado la tarde destruyendo cerámica,
paseándose a pie a través del condado y suministrando a posaderos y camareros
alimento para chismes. Y el ataque de lágrimas la había drenado de la poca energía
que le quedaba.
Midge volvió a arreglar una o dos de los cojines para apoyar su cabeza, y se
colocó en una posición más confortable, sintiendo como un guiñapo y colgada sobre
un cordel.
Y despertó con un respingo cuando Stephen extendió su brazo sobre ella, para
jalar y abrir las cortinas.
—Buenos días —dijo él secamente.
Midge frotó sus ojos, después se estremeció ante el dolor que se disparó detrás
de su cuello cuando intentó mover su cabeza. Los cojines que había tan
cuidadosamente arreglado la noche anterior, estaban todos desparramados sobre el
piso, y despertó con su cara encajada contra el alféizar de la ventana.
—¿Mañana? —repitió medio dormida. Esto parecía imposible, aunque la
letárgica luz gris de un nuevo día estaba definitivamente filtrándose a través de la
sucia ventana.
Stephen caminó al lavabo, vertió agua dentro de la palangana, y
despreocupadamente empezó a lavarse. Sus escandalizados ojos vagaron por su
torso desnudo, su corazón se compadeció. Ella había visto cicatrices de la guerra
sobre el cuerpo de su esposo, así que reconoció el sufrimiento que todas esas
entrecruzadas líneas plateadas representaban. Si ella no lo hubiera sabido mejor,
habría pensado que había sido un soldado. Una bala definitivamente le había
causado la herida irregular en el hombro. Era muy parecida a una que Monty tenía.
—¿Por qué viniste? —dijo Stephen, su espalda aun hacía ella mientras se
estiraba por una navaja de afeitar plateada.
Midge no se detuvo a pensar sobre su respuesta. Ella había estado afligida y
sola, y él había enviado por ella.
—No tengo a nadie más.
—¿Y tu esposo adinerado? —Stephen se burló, blandiendo su navaja de afeitar
con una velocidad aterradoramente letal
—Fue a Londres.
Stephen sumergió la navaja en el agua, enjuagando el jabón.
—¿Y ahora?
—Supongo —dijo Midge con vacilación, —desearás que me retire ahora que
estas bien de nuevo. Aunque… —empujó uno de los cojines con sus dedos —
…llegaste aquí para verme. ¿No es así? Debiste tener alguna razón para salir a
buscarme.
Oh, cuanto deseaba que él le dijera que había lamentado causarle problemas en
la boda. Y que, debido a que era su hermano, ¡él deseaba que estuvieran en buenos
términos de nuevo!
Pero su rostro, cuando se dio la vuelta hacia ella, estaba desapacible, no
arrepentido.
—Quiero saber sobre lo que se dijo en la boda —cuando ella frunció el ceño
confusa, él dijo impacientemente: —Sobre tu madre. Que ella le pidió a tu padrastro
que me buscara. Que cuando ella escuchó que yo había muerto en el fuego… —se
volvió abruptamente, tomando su camisa y halándola sobre su cabeza.—Ella me hizo
pensar que se preocupaba por mí —él gruñó, jalando para ajustar su camisa. —Que
ella pensaba de mí como un hijo. ¡Y después me arrojó como un pedazo de basura
tan pronto como mi padre murió!
Midge saltó sobre sus pies.
—¡Ella no lo hizo! Cuando nuestro padre fue asesinado llegó a estar muy
enferma. Su padre, mi abuelo Herriard, vino y nos llevó de regreso a su casa para
cuidarla. Fue él quien te envió lejos. Para cuando estuvo lo suficientemente bien para
venir a la guardería a vernos, fue demasiado tarde. Tú ya no estabas ahí.
Midge se volvió a sentar abruptamente, su cabeza giraba alarmantemente.
—Le rogó que le dijera dónde estabas —le dijo tranquilamente, recargándose y
tomando respiraciones profundas para intentar impedir el desmayo. —¡Pero él no
quiso!
—¿Recuerdas todo eso, realmente? —Stephen se burló. —¿Cuánto tenías,
alrededor de cuatro años?
Midge agitó su cabeza, cerrando sus ojos.
—Solo recuerdo destellos de cosas de ese entonces. Siendo levantada de mi
cama en medio de la noche, mi madre llorosa, y después la desdicha de la guardería
en Mount Street. Extrañando a mi madre, y —abrió los ojos y lo miró directamente,
—a ti —la ausencia de Stephen le había dejado un gran hueco en su vida. Un hueco
que ningún otro realmente había jamás sido capaz de llenar desde entonces.
—Tú eras al que siempre seguía —le dijo tristemente. —Recuerdo eso —ella
también se recordó trotando detrás de los hijos de Hugh Bredon en la misma forma
que acostumbraba seguir detrás de su adorado Stephen. Y siguió el impacto de
encontrarse de nuevo con su hermano mayor y no la levantara automáticamente y la
acurrucara hasta que ella se sintiera mejor. Había parecido un largo tiempo antes de
que Rick hubiera gradualmente empezado a responder a su necesidad de afecto.
Gerry había seguido el ejemplo de su hermano mayor, eventualmente. Aunque
Nick…
Midge dejó a un lado esas desfavorables comparaciones, regresando al asunto
en sus manos.
—Y entonces te habías ido. Y padre se fue. Y no me estaba permitido acercarme
a mi madre…
—¡Al menos ella te conservó! —riñó. —¿Tienes alguna idea que esto fue igual
para mí, enviado a ese lugar para niños no queridos? Me dijeron que debería estar
agradecido por haber sido recibido y alimentado, puesto que mis padres y amigos
me habían abandonado. ¡Agradecido! Y cada vez que escapaba y lograba volver a
casa, alguien me arrastraba de regreso y me azotaban enfrente de todos los otros
niños y ¡me hacían llevar puesta una letra R roja clavada a mi chaqueta!
—Lo siento —Midge susurró, horrorizada. ¿Cómo alguien había sido tan cruel
con un niño claramente necesitado de amor y consuelo? Un niño quien solo había
sido arrancado del lugar al que había sido enseñado a creer que pertenecía? Las
cicatrices sobre su cuerpo no eran nada comparadas con las cicatrices que la
experiencia debía haber abrasado su alma.
—Hubo un fuego —dijo Stephen. —Tú sabes, fuera de nuestra elegante iglesia,
por si te preguntas si eso había sido una mentira, también. ¡Bien, no lo fue! El caos
que esto causó me dio la oportunidad que necesité para escapar —sostuvo sus
manos y miró en sus palmas por un breve segundo, antes de apretarlas en un puño y
elevarlas a su oscura cabeza y refulgir ante ella de nuevo.
—¿A dónde fuiste? —Midge miró al aro en su oreja y al brazalete de plata que
adornaba su muñeca, y pensó que sabía la respuesta. —Encontraste la forma de
regresar con la gente de tu madre real
Algo relampagueó en su rostro.
—No inmediatamente —la expresión se asentó en una más amarga. Midge sabía
que no le gustaría lo que le diría a continuación. —Tuve que sobrevivir mendigando y
robando por un largo tiempo antes de encontrar mí camino de regreso con alguien
quien pudiera ofrecerme un hogar.
—Lo siento —era todo lo que podía pensar para decir. Aunque esto no era
suficiente. —Lo siento tanto, —le dijo otra vez, mientras una solitaria lágrima se
deslizaba silenciosamente por su mejilla.
—Entonces, ¿tu aseguras que ella se casó con un viejo debido a que le dijo que
me buscaría? —se rió. La incertidumbre del sonido, áspero y frío, la sobresaltó. —
Pero ambos sabemos que no me habría dado un hogar. Pudo encontrarme. Habría
puesto una mirada en el salvaje que me había convertido, y me tiraría directamente
de regreso en el arroyo.
Midge no podía negar que esa era una posibilidad. No ahora que había visto a
través de la fachada de Hugh la frialdad en su corazón. Bien podría haber dicho
cualquier cosa que hubiera estimado necesario para hacer que Amanda se casara con
él, a fin de poder tener control de su fortuna y sus niños tuvieran una madre
amorosa. Pero él no había sido mejor padre para ella.
—¿Importa ahora, lo que pudo o no pudo haber hecho?
—¿Qué importa? —Stephen explotó, su rabia era una fuerza tangible que ella
podía sentir golpeándola. —Fui arrancado de mi hogar. ¡Forzado a vivir en una forma
que no puedes ni siquiera imaginar posible! Y ahora, yo —se levantó rápido.
Estirándose en toda su altura, enderezó sus hombros y declaró, —vine a tu boda para
arruinarte el día. ¿No sabes eso? ¿No me odias por eso?
—No —Midge lo miró directamente a los ojos mientras liberaba esa verdad.—Y
no tienes razón para odiarme, tampoco —sintió más lágrimas escosando en sus ojos.
Estúpidas lágrimas, que, desde que quedó embarazada, parecían amenazar en la
menor oleada de emoción. —Nada de lo que te pasó a ti fue mi culpa, Stephen. Te
extrañé. Te extrañé toda mi vida.
Los ojos de Stephen se estrecharon.
—¿Qué esperas de mí, Imo? ¿Que podamos jugar a la familia feliz otra vez?
Como si esos años, toda la injusticia de esto, nunca hubiera pasado?
Midge bajó su cabeza, enterrando su cara entre sus manos, al entender que esa
vida había sido tan dura, estaba tan convencido de que todos a los que le importaba
lo habían traicionado, que sería difícil llegar a él. El amargado hombre parado ante
ella era ahora un completo extraño. El niño amoroso que recordaba se había ido para
siempre.
Estaba perdido para ella. Tan perdido como Gerry.
—No espero nada de ti, Stephen —Midge suspiró cansadamente. —Pero me
gustaría pedirte un favor.
Su cara se tornó en una forma sardónica que era muy desalentadora, pero
Midge decidió muy bien podía preguntar cualquier cosa. Solo diría no. Y entonces
simplemente caminaría de regreso a Shevington Court y aceptaría las consecuencias.
—Salí ayer con tanta prisa, me olvidé de traer dinero y tengo que ir a Londres.
Necesitaba ver a Nick. Era la única persona en la tierra quien podría,
seguramente, extrañar a Gerry tanto como ella. Con quien ella lamentaría la pérdida
del joven sonriente y despreocupado. Oh, sabía que esto era una desesperada
esperanza, considerando la frialdad que había exhibido hacia ella después de la
muerte de Hugh, pero cualquier forma de esperanza para compartir el sentimiento
de pérdida era mejor que la certeza de la total soledad que enfrentaría al regresar a
Shevington Court. Y sabía, también, que el conde no le permitiría viajar a ningún
lugar por algún tiempo. Si Stephen no podía ayudarle a salir… Midge ahogó un
sollozo, levantó su cabeza y lo miró implorantemente. Solo unos días con Nick, eso
era todo lo que requería. Unos pocos días lejos para reconciliarse con todo esto.
—¿Me llevarás ahí?
—Te llevaré a Londres —resonó. —Después de tan corto tiempo, ¿estás lista
para dejar a tu esposo? ¿O lo estás persiguiendo?
Midge se sobresaltó ante la mera idea de desear humillarse para conseguir a un
hombre quien siempre solo fingió interés en ella, y una fría sonrisa partió su rostro.
—Si estás tan determinada en arruinarte, ¿quién soy yo para ponerse en tu
camino? Me arreglaré y pediré un carruaje. Será un placer para mí llevarte a Londres.
—Sí —dijo Midge, considerándolo tristemente. —Pensé que lo harías —porque a
Stephen no le importaba un higo la reputación de ella. De hecho, cuanto más
malévolo hiciera parecer las cosas para ella, más complacido probablemente estaría.
Midge dormitó en el carruaje casi todo el camino a Londres, mientras Stephen
montaba a un lado sobre su magnífico semental negro. Fue solo cuando estuvieron
fuera de una casa en Bloomsbury Square que ella comprendió que no tenía planeado
su objetivo.
—Pensaba pedirte que me llevaras a los alojamientos de mi hermanastro —le
dijo Midge mientras él abría la puerta del carruaje.
Su rostro se cerró.
—Así que, todo esa conversación sobre extrañarme, esperándome para ser
parte de tu familia, ¡sólo eran palabras! ¡Debí haber sabido que solo estabas
usándome!
—No —protestó Midge. —Esto no es como…
Pero Stephen se había alejado a grandes pasos, gritando al cochero que la
llevara a donde quisiera ir. Subió los escalones de su casa, y golpeó ruidosamente la
puerta cerrándola detrás de él.
Solo entonces la hizo ver que toda esa aparente dureza de Stephen, algo sobre
lo que había pasado entre ellos en la posada debía haberlo afectado. Porque estaba
furioso que ella no intentara permanecer en Londres con él.
Midge se hundió en el cojín, tambaleándose ante su capacidad para hacer las
peores cosas sobre cualquier ocasión que le daban.
***
Pero tarde esa misma noche, Midge estaba de regreso en la casa de Stephen,
golpeando con desesperación sobre la puerta principal. Si ella realmente lo había
perturbado, ¡no tenía ni idea de lo que haría!
El sirviente de piel oscura quien abrió la puerta estaba vestido en verde, aunque
Midge nunca había visto la clase de corte de su abrigo antes. Y vestía un turbante
envuelto alrededor de su cabeza.
Mientras Midge se quedaba con la boca abierta ante él, le dijo impasiblemente:
—Declare su asunto.
—Necesito ver a Stephen. Por favor —cuando no le dio ni un parpadeo de
respuesta, agregó: —Soy Imogen Hebden. Su hermana.
El sirviente hindú dio un paso atrás y le señaló dentro del recibidor. Cuando
entró en la casa, cerró a puerta principal detrás de ella y la condujo dentro de una
sala pequeña, en la cual el fuego crepitaba felizmente en el enrejado.
—Deberé ir y decir a Stephen Sahib que usted está aquí —le dijo antes de
desaparecer.
Midge fue directamente al fuego y se sentó sobre la silla más cercana a este,
sacando sus pies de sus mojados zapatos. Cuando se puso las delicadas zapatillas de
satín el día anterior, había sumido que solo estaría sentada sobre un sofá todo el día,
o a lo sumo, bajaría las escaleras al comedor. No había pensado que caminaría a
través del bosque, tomaría un carruaje a Londres, y después pasaría horas
caminando por sus calles. Las suelas se habían gastado completamente en las horas
pasadas. Y cuando había llegado la lluvia, no supo si era peor tener zapatos llenos de
huecos, no tener abrigo o sombrero para protegerse de la humedad. Sintió, y estuvo
segura, que parecía como una rata medio ahogada, con su cabello todo emplastado
alrededor de su cara y por su cuello. Le sorprendió que el sirviente le permitiera
entrar. Ninguna de las casas que alguna vez visitó antes emplearía sirvientes quienes
hubieran admitido a una mujer en su condición, sin preguntas y sentarlas frente al
fuego.
Escuchó la puerta del recibidor abrirse de nuevo, y entonces miró alrededor,
Stephen estaba parado en la puerta, sin chaqueta, su chaleco desabotonado. Había
peinado su largo cabello pulcramente hacia atrás. Y sin pendiente. Y la calidad de su
ropa formal era excelente, el estilo de lo que estaba vistiendo era absolutamente
muy convencional, decidió, una vez que vistiera su chaqueta, no luciría fuera de lugar
en Almack’s
—¿Qué pasa ahora? —le demandó bruscamente mientras caminaba por la
habitación hacia ella. —¿Qué quieres?
—Yo… —Midge tragó con nerviosismo, temblorosamente se puso de pie, —me
apena ser algo tan molesta, pero necesito un lugar para quedarme por la noche. Nick
dijo… Nick dijo… —mientras su mente regresaba sobre la dolorosa entrevista que
había apenas tenido con su hermanastro, la habitación pareció inclinarse a su
alrededor. Justo cuando el piso empezó a ascender hacia su cara, sintió los fuertes
brazos de Stephen agarrarla, y se encontró recostada, no con la cara sobre la
alfombra, sino un poco más decorosamente, sobre un sofá.
Midge más bien pensó que estuvo desmayada completamente por algunos
segundos porque Stephen estaba presionando una bebida entre las manos de ella, y
no lo recordaba yendo por ella.
—¿Cuándo fue tu última comida? —le demandó, sus cejas jaladas en un ceño
tan fuerte que Midge imaginó que muy fácilmente le daría un dolor de cabeza sin
haber bebido una simple gota de brandy.
—Esta mañana. En la posada —confesó. Stephen había estado insistente para
que desayunara antes de partir. Y a pesar de las últimas cosas que había sentido igual
estaría comiendo un bocado, tan ansiosa estaba de que la noticia de su paradero
hubiera ya llegado a Shevington Court, y alguien viniera para arrastrarla deshonrada
de regreso, Midge recordó cuan efectivamente los remedios de Pansy para la náusea
habían funcionado el día anterior. Ese plato de tostadas había mantenido su
estómago en calma todo el camino a Londres.
—Estás completamente mojada —le dijo. —¿Qué te ha pasado? ¿Por qué no
estás con ese otro tan mencionado hermano tuyo?
—Bueno —Midge suspiró, —él no cree que fuera en absoluto apropiado tener a
una mujer casada quedándose en su departamento. Especialmente una quien
parecía haber sido arrastrada a través de los setos de espaldas —apartó lejos de su
cara una madeja de cabello mojado, y tomó un fuerte trago de su brandy mientras su
mente volvía sobre esa dolorosa escena.
—No alcanzo a entender porque pensaste que podías conseguir algo viniendo
aquí —había dicho Nick fríamente.
Cuando había empezado a balbucear que esto era debido a la carta que él le
había enviado, había señalado con el dedo y dicho:
—Germanicus está muerto. Nada puedes hacer sobre eso. Y si crees que voy a
dejar a una mujer luciendo como esto —había ojeado cáusticamente su descuidada
apariencia, —entre en mis habitaciones entonces estás bastante equivocada. Tengo
proyectos ahora, sabes, Imogen. Y no voy a poner mi futuro en riesgo dejándote
arrastrarme dentro de cualquier escándalo que estés creando. Ahora, te sugiero que
te vayas de regreso a tu hogar marital, a donde perteneces, y pares de comportarte
como alguna clase de trágica reina. Debiste venir aquí, en una hora más
convencional.
—¡No puedes hacer tal cosa! —le había gritado, furiosa con él por su persistente
rechazo a recibirla, su medio hermano era exactamente igual a Hugh. Totalmente
egocéntrico e insensible. Todo lo que a Hugh le había importado fueron libros. Y todo
lo que a Nick le importaba esa su carrera.
¡Y Midge mejor moriría que ir arrastrándose a la casa de Monty en Hanover
Square! Había descartado inmediatamente cualquier pensamiento de regresar con
sus tíos. Aunque su tía sería comprensiva con su difícil situación, su tío explotaría
furioso con ella por venir a Londres en un impulso, y sola.
—Me iré y me quedaré con mi verdadero hermano —le había gritado a Nick.
Bueno, Stephen había estado alterado por no haberlo considerado en primer lugar,
¿Verdad? —Sí, eso es correcto, uno quien es medio gitano. Pero déjame decirte esto
—le había dicho Midge, pinchando a Nick en su huesudo pecho con el dedo índice. —
Él es dos veces más hombre de lo que eres. ¡Diez veces!
Los delgados labios de Nick se torcieron en forma burlona.
—La forma en cómo luces estoy seguro que se acomodará perfectamente con el
campamento en Hampstead Heath, o donde resulte que estén —y con su nariz
levantada, Midge dio vuelta y traqueteó bajando la sucia escalera común de la barata
casa de huéspedes donde Nick tenía sus habitaciones.
No fue hasta que llegó a la calle que recordó que no tenía monedero. Habría
hecho cualquier cosa menos que regresar a las habitaciones de Nick y rogarle por
medios para conseguir un carro de alquiler. Por otro lado, no era tan lejos. Al coche
que Stephen había alquilado no le llevó ni un cuarto de hora llevarla al apartamento
de Nick.
Y así, llena de furia, partió caminando a Bloomsbury Square.
¡Pero esos malditos zapatos! Tristemente, Midge masajeó sus mojados y
ampollados pies. Había estado cojeando antes de alcanzar la primera esquina.
La mirada de Stephen siguió sus movimientos. Cuando vio el estado de sus pies,
él tomó una respiración.
—Debo salir pronto. No puedo evitarlo. Pero Aktash verá por todo lo que
necesites —le dijo Stephen, cruzando para alcanzar la campana y tocarla. —Deberás
quedarte esta noche. Permanecerás conmigo toda la noche. Hiciste lo mejor para
cuidarme. Ahora hago lo mismo por ti. Y estaremos parejos —le dijo ferozmente. —
En la mañana, discutiremos el siguiente movimiento que debes hacer.
Midge casi estalla en lágrimas de nuevo. Estaba a salvo, por ahora. Pero, ¡oh, el
problema era lo que habría de enfrentar en la mañana! ¿Por qué, oh, por qué nunca
podría pensar antes de acometer en uno de sus salvajes explosiones? No quería que
Monty estuviera disgustado y cansado de ella. Estaba disgustada y cansada de ella
misma.
***
3
Midge: se traduce como mosquito.
—No te burles —Midge gruñó, como si le doliera respirar. —Sé que nunca me
tomas con seriedad, Sé que soy una diversión y que solo te casaste conmigo porque
estabas completamente seguro que nunca te enamorarías de mí, pero…
—¡Qué! ¡No enamorarme de ti? ¿Cómo demonios llegaste a tan loca idea?
—Tu… tú padre —sollozó Midge. —Él dijo…
Monty diría que el viejo demonio lo debió haber dicho, o Midge no estaría
llorando así. Con un juramento, la jaló a través del coche y sobre su regazo, donde la
sujetó con fuerza.
—Por favor no llores, amor. Y por favor aleja de tu mente todas esas cosas que
te dijo. ¡Todas fueron mentiras! Me apena que mi forma de manejarme con mi padre
te haya herido. Y no tomarte seriamente, eso simplemente no es verdad, en
absoluto. Eres la luz de mi vida.
—Tú lo dices ahora, pero no pudiste llevarme a Londres contigo ¿Verdad?
¡Porque temías que te avergonzara!
—¿Qué? ¿Cómo puedes pensar eso?
—¿Qué otra razón podría haber para no llevarme contigo, si no era con el fin de
poder buscar libremente una amante?
—Porque no puedo mantener mis manos apartadas de ti, por supuesto —replicó
Monty.
Midge frunció el ceño completamente sorprendida. Con un suspiro, Monty
explicó.
—El doctor dijo que nosotros deberíamos cesar de tener relaciones íntimas,
ahora que llevas al niño. Los problemas de tu madre en ese aspecto son
aparentemente muy bien conocidos. Al principio ellos pensaron que era estéril, y
luego abortó. El Dr. Cottee dijo que podrías estar en riesgo, también. No quise
alarmarte diciéndote lo que él dijo —hizo una mueca agitando su cabeza. —Dios,
parece que me he equivocado en todas las decisiones sobre lo que te concierne.
Cuando Midge se sobresaltó, supo que ella había malinterpretado su última
afirmación.
—Oh, no. No eso. No en casarme contigo. Eso es la única cosa que parece he
hecho correctamente, últimamente.
Hubo un tambaleo y una fría corriente de aire, y ambos levantaron la mirada
desconcertados para ver al lacayo de Monty sosteniendo la puerta del carruaje.
Mejor que dejarla ir, Monty intentó descender del carruaje con Midge aun
sostenida fuertemente en sus brazos.
—¿Qué estás haciendo? —chilló Midge. —¡Bájame!
—De ninguna manera —gruñó Monty, una vez que hubo puesto ambos pies
plantados firmemente sobre el pavimento. —No voy —le plantó un suave beso sobre
sus labios abiertos, —dejarte ir hasta que absolutamente deba hacerlo. ¿No tienes
idea de lo que esto me hizo cuándo pensé que te había perdido? —sus brazos se
apretaron convulsivamente a su alrededor. —Te imaginé tumbada herida en algún
lugar, incapaz de llegar a casa… —Monty se crispó, mientas subía los escalones a la
puerta principal.
—Pensé que te había perdido también… —Midge inclinó la cabeza, asiéndose
herméticamente alrededor de su cuello mientras entendía exactamente por qué
Monty necesitaba mantener este contacto físico, —con una amante.
—Es suficiente malo —jadeó mientas ascendía las escaleras, —que voy a tener
que dejarte sola cuando lleguemos a tu habitación.
—No veo por qué —objetó Midge, —parece perfectamente ridículo suponer que
hacer el amor contigo podría dañar al bebé. Después de todo, mi madre tuvo su
aventura mientras estaba embarazada. Y mi padre aparentemente no veía mal en
ello.
Monty se detuvo abruptamente sobre la descanso. Luego dijo, lentamente:
—Nunca he tenido una alta opinión del Dr. Cottee.
Y Midge finalmente paró de llorar. La furia sonrojó sus pálidas mejillas. Las
comisuras de su boca se elevaron un poco. Ella cambió su posición, de forma
experimental. La respiración de Monty se forzó. Sus ojos se oscurecieron.
Y Midge sonrió con una satisfacción muy femenina cuando entendió la verdad.
—¿Me deseas? —ella sonrió. —¿Y solamente a mí? Incluso aunque…
Monty vio otra onda de dudas ir colándose a través de ella.
—Incluso aunque ¿qué? —incitó —Vamos, termina con esto, así puedo aplastar
cualquier gusano que tu hayas puesto ahora en tu cabeza.
Monty caminó a zancadas entrando con ella en el aposento, y gentilmente la
acostó. Midge le soltó un puchero mientras se alejaba, pero el sacudió su cabeza,
sosteniendo sus manos en un gesto de rendición.
—No puedo verte acostada ahí, y no querer tomarte. Y aparte del hecho de que
el Dr. Cottee me advirtió que sería completamente egoísta y posiblemente
desastroso hacerlo, necesito hablarte.
Monty agarró el respaldo de la silla, invirtiéndola y sentándose con sus brazos
entrelazados sobre su extremo, con la babilla descansando sobre sus manos, como si
la estuviera usando como escudo de su irresistible tentación. Midge no ayudó
poniendo su poder sobre él a prueba. Ella se contoneó un poco y extendió los brazos
sobre su cabeza, advirtiendo con inocente satisfacción la forma en que sus ojos se
oscurecieron y su respiración se enganchó en su garganta.
—Detén eso, pequeña seductora —gruñó. —No es justo —luego frunció el ceño.
—O quizá lo es. Quizás necesites castigarme, solo un poco, por las heridas que has
aguantado por mis acciones.
—¡No! —se enderezó de golpe, inmediatamente arrepentida. —¡Nunca podría
lastimarte, no intencionalmente!
—No —dijo Monty cariñosamente. —Lo sé. Incluso cuando los gemelos me
dijeron que habías corrido con tu hombre elegante, Supe que nunca serías tan cruel.
Incluso… —su semblante cayó abruptamente, —…incluso aunque tú lo amaras a él…
—¿A él? ¿Quieres decir a Stephen?
—No. Ese otro tipo —le dijo torvamente. —Sobre el que estabas soñando la
noche en la terraza de Lady Carteret. Al que tu familia te hizo abandonar, a fin de
que pudieras casarte conmigo. ¡Y mira que mal esposo he probado ser! —recorrió los
dedos a través de sus cabellos.
—¡Tú pensaste que te había abandonado por otro hombre! ¡Oh, no! —esto
ahora la hacía ver culpable. —Oh, Monty, no hubo ningún motivo para estar celoso.
Siempre fuiste tú. Nunca existió nadie más.
—Pero estabas como flotando con esa mirada ensoñadora en tus ojos. Y me
odiabas…
—Odiaba al Vizconde Mildenhall. Siempre pensé que Monty sonaba
exactamente como el tipo de hombre con quien debería casarme.
Monty se quedó muy quieto por un segundo, después dijo, lentamente:
—Y te has estado torturando al pensar en mi tomando una amante. ¿Eso
significa —susurró, —que me amas? ¿Un poco?
Midge asintió tímidamente, y se recostó sobre las almohadas, deleitándose en la
forma que la estaba mirando. Como si ella significara el mundo para él.
—No me gustaste mucho cuando nos conocimos, tampoco —puntualizó Midge,
demasiado acobardada para preguntar directamente si él también podría amarla un
poco. —Y solo te casaste conmigo como un favor para Rick.
Monty hizo una mueca de dolor.
—No debería haberte dejado pensar eso. Porque no era la verdad.
—¿No?
Él agitó su cabeza como si estuviera contrariado.
—Solo estaba en Londres porque había perdido la paciencia, en Shevington. ¡Mi
padre me hizo sentir tan inútil! El único valor que tenía a sus ojos era como un medio
para producir la siguiente generación. No me molesté tampoco en discutir con él esa
vez. Ya nos habíamos confrontado suficiente durante los meses que había estado ahí.
Pero… —lanzó los dedos a través de su cabello en un gesto de frustración, —…una
vez que me fui, las cazadoras de maridos llegaron en masa por todas partes. Pensé
que eras una de ellas. La escandalosa Miss Hebden —sonrió tristemente. —Pero
incluso aunque creía bastantes cosas malas sobre ti, me encontré buscándote en
donde quiera que iba. Me desprecié por desear agarrar un vistazo de ti, y no poder
evitarlo. ¡Me estabas volviendo loco! Después de esos besos abrasadores, supe que
debía casarme contigo. Hice la cita para reunirme con tu tío la misma mañana
siguiente. Antes de saber que eras Midge.
—¡Oh!
—Pero luego, algo maravilloso pasó. Te encontré en el teatro e intuí que eras la
hermana de Rick. Quizá ahora sería un buen momento para decirte que
acostumbraba a yacer despierto en mi campamento, después de escuchar una de
esas cartas que acostumbrabas escribir a Rick. No… —se ruborizó suavemente, —
…no me refiero como un hermano. No quiero decir abiertamente. Bueno, cuando
descubrí que la devota hermana de Rick, su amorosa hermana, Midge, era la misma
muchacha que una que me había besado con tanta pasión sobre la terraza de Lady
Carteret, estuve incluso más determinado en apresurarme antes de algún otro
consiguiera ventilar que un tesoro estaba en el mercado.
—Oh —dijo Midge de nuevo, enrojeciendo de placer. —¿Por qué no solo me
dijiste todo eso?
—¿Y arriesgarme a poner mi corazón a tus pies para que lo pisotearas? —colgó
su cabeza, y estudió sus botas por un par de segundos, antes de añadir: —Lamento
amargamente la forma en que te retuve.
Midge se sentó de nuevo, y alcanzó sus manos.
—Ésta todo en el pasado. Y nunca pisotearé sobre tu corazón, Monty. O tu
orgullo. Yo… —tomó un profundo respiro. Uno de ellos tenía que ser el primero para
zambullirse. —Te amo.
—Yo te amo también —le contestó, aturdido. Y luego arrojó su cabeza hacia
atrás y soltó una carcajada. —¡Estamos enamorados!
—¿Así que cuándo vas a dejar de hablar, y solo besarme? —preguntó Midge
lastimosamente.
Monty tomó sus manos que estaban temblando suavemente y besó sus labios
salados. Y besándola y besándola, hasta que Midge se sintió verdaderamente como
la mujer más tentadora sobre la tierra.
—Midge —gruñó finalmente. —Debemos parar. Antes de no ser capaz de
detenerme. ¡No debemos hacer nada que pueda lastimar al bebé!
Midge se recostó, completamente avergonzada. Monty era aún capaz de pensar
claramente y considerar las consecuencias de lo que estaban haciendo. Mientras que
ella… descansó sus manos protectoramente sobre su vientre. Sobre el pasado par de
días había estado recorriendo algunas millas a través del condado en calzado
inadecuado, después despierta toda la noche en una posada cuidando a un hombre
quien no le deseaba el bien. Se había escapado a Londres en solo las ropas que
vestía, y quedó empapada hasta la piel, todo durante un estado de completa
conmoción mental. Y su madre, repentinamente recordó, había perdido un bebé,
simplemente porque había sufrido un terrible susto.
Sus ojos volaron a él llenos de culpa mientras inesperadamente la golpeó el
saber que cualquiera de las cosas que había hecho los pasados dos días pudieron
haberla llevado a un aborto.
—Oh, Monty, —jadeó, sintiéndose ligeramente enferma. —Me he comportado
terriblemente, ¿Verdad? ¿Podrás alguna vez perdonarme?
—No hay nada que perdonar —le dijo tiernamente. —Yo debería haber cuidado
mejor de ti. Se cuan impulsiva eres. Debía haber estado contigo cuando escuchaste
sobre tu hermano. No tenías a nadie. A nadie —su rostro se endureció. —Y, Dios
sabe, siempre encontré en Shevington un frío e inhospitalario lugar. ¿Cómo pude
haberte dejado ahí sola, solo porque no podía dejar de hacerte el amor? Fui egoísta.
—Eres el hombre menos egoísta que he conocido —dijo respirando
fervientemente.
La alcanzó sobre el respaldo de la silla, con una expresión irónica mientras
frotaba sus manos suavemente por sus hombros encorvados. ¿Con quién lo podría
estar comparando? ¿Con el padrastro quien no se molestó en hace un previsión
financiera para ella? ¿Con su hermanastro quien no pudo abrirle su puerta cuando
estaba en una horrible necesidad? O ¿Con su medio hermano quien se apareció en
su boda con la clara intención de arruinarle el día?
—Entonces, ¿aceptas, por esta noche, que debemos dormir separados? ¿Sólo
una última vez? —dijo Monty, separando una madeja de cabello del rostro de Midge.
—Hasta que escuchemos algo distinto de otro médico, me rehúso a ponerte en
riesgo.
—¿Es demasiado pedir que sólo me sujetes? —susurró Midge
Monty cerró los ojos con fuerza, como si estuviera dolido.
—No creo que entiendas lo mucho que me estas pidiendo.
Midge se ablandó.
—Si tú puedes ser noble sobre esto, entonces yo puedo. Pero después de
mañana…
—Estoy deseando que llegue mañana —expresó con una sonrisa. —Como me he
despertado deseando cada día desde que me casé contigo.
—Oh —Midge inhaló, con los ojos llorosos. —¿De verdad?
Monty asintió, descansando la barbilla sobre sus manos de nuevo y mirándola
fijamente con una tierna sonrisa.
—¡Es difícil dar crédito, ahora, que temía que la vida de civil fuera
completamente aburrida! Ni riesgo de eso contigo en mi vida.
El ánimo de Midge se hundió. Sabía que él estaba solo intentando aligerar la
atmósfera ente ellos, pero la verdad era, que ella sentía algo parecido a
responsabilidad.
—Si todos los doctores dicen que nosotros no debemos dormir juntos mientras,
regresaré a Shevington y permaneceré ahí —ofreció Midge con valentía. Si él podía
hacer sacrificios, entonces ella también podía. —No deseo ser una carga. Y sé que
probablemente conseguiré meterme en algún horrible aprieto si permanezco en la
ciudad.
—Antes que nada —le contestó severamente. —¡No tengo la intención de
regresarte a Shevington! No regresaremos para nada más que breves visitas por un
futuro previsible. He llevado a cabo todo que he podido por ahora. Los arrendatarios
saben que no estoy hecho de la misma manera que Piers. El mayordomo sabe que
estoy sobre él y que no toleraré esta clase de comportamientos una vez que tome las
riendas. ¡Si él desea mantener su empleo, tendrá que poner en orden sus obras! Los
gemelos han sido enviados al colegio…
—¡Oh, y cómo me odian por eso!
—Pueden hacerlo ahora —le dijo de forma consoladora, —debido a que nunca
han conocido ninguna cosa más que la insana atmósfera que prevalece en
Shevington. Una vez que ellos hayan visto algo del mundo exterior y hagan amigos,
entenderán porque actuaste para sacarlos.
—¿Tú lo crees así? —dijo ella tristemente.
Monty asintió firmemente.
—Y nosotros nos aseguraremos de estar ahí para ellos, durante los días festivos
del colegio. Les mostraremos que somos sus amigos. No son tontos, Midge.
Cambiarán de idea.
Pero un ceño aun arrugaba las cejas de Midge.
—Y por lo que respecta a tu inclinación por meterse en líos, bueno, solo deberé
pegarme a ti como un erizo. Y no me escuchas quejarme. Eres una total delicia para
mí, Midge, exactamente cómo eres. Divertida, impulsiva, valiente y cálida.
—¡Pero —Midge insistió, —dices que deseas involúcrate con políticos. ¡No serás
capaz de hacer mucho por eso si eres mi niñera!
Monty acarició con un dedo a lo largo de la curva de la mejilla de ella.
—Cuando escuché que te habías perdido, Bonaparte me pareció menos
importante que una pulga. Hay suficientes hombres discutiendo mi punto de vista en
el país. Pero soy el único esposo que tienes. Tú y el bebé, ustedes son ahora mi
familia.
Algo dentro de Midge se sintió como si se estuviera derritiendo. Toda su vida, le
pareció, había estado esperando escuchar a alguien decir eso. Con lágrimas fluyendo
por su rostro, Midge se arrodilló sobre la cama y lanzó sus brazos sobre el cuello de
Monty.
—Oh, Monty, —sollozó. —¡Te amo tanto!
—Divertida forma de mostrarlo —le observó con una sonrisa irónica. Y a través
de sus lágrimas, Midge le regresó la sonrisa.
Y él finalmente supo que su padre estaba equivocado. Ahora en su corazón, en
vez de solo dentro de su cabeza.
Midge lo amaba. Por él mismo. Sin importar quién había sido su madre o cuánto
dinero tenía o qué título ostentaba. Estaba sencillamente deseosa de seguirlo al fin
de la tierra. Incluso se enfrentaría a Shevington por ella misma, si se lo pedía.
Lo mejor de todo, había perdido su cabeza por su amor por ella. Y no le
importaba lo que su padre pudiera decir. ¡Nunca jamás se había sentido tan
brutalmente maravilloso!