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Capítulo 1

Londres, Enero 1815

Imogen Hebden sabía que era inútil culpar a las hermanas Veryan cuando su
primer baile terminó tan desastrosamente.
No es que estuvieran tantos en el baile. Escasamente había alguien en la ciudad
tan pronto después de Navidad. Pero eso, como su tía había señalado, era para bien.
Imogen podría experimentar el sabor de una selecta sociedad reunida en la soirée de
Mrs. Leeming sin exponerse con alguien que importara realmente.
Aun así, Imogen había estado realmente contenta cuando un caballero de hecho
le había pedido un baile. Aun cuando éste tenía la expresión de un hombre decidido
en cumplir con su obligación de esta noche con las floreros presentes.
Mr. Dysart se miró aburrido durante toda la pieza de baile, y en el momento que
la música había terminado, le concedió una muy rígida reverencia, y posteriormente
entró en el salón de cartas.
Eso había sido cuando se dio cuenta que uno de los tres volantes en su falda se
estaba soltando y estaba colgando en un lazo desgarrado en la parte trasera. No
pensó que Mr. Dysart hubiera sido el responsable. Hubiera sentido si él le hubiera
pisado el dobladillo. Por otro lado, él había mantenido una buena distancia de un
brazo de ella durante todo el tiempo. No, esto parecía más como si este se hubiera
enredado en la pata de su silla cuando ella brincó en respuesta a su primera
invitación a bailar en su primer, especie de baile.
Había empezado a dirigirse a la habitación de descanso donde podría prenderlo
con un alfiler, cuando la honorable Miss Penélope Veryan, flanqueada un lado por
Charlotte, su hermana más joven, y el otro por su amiga, Lady Verity Carlow, se
habían movido para bloquear su camino.
—Espero que haya disfrutado su baile con Mr. Dysart —le arrulló Penélope, con
una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Pero siento que debo advertirle que no
deposite demasiadas esperanzas en esa dirección. Él es un buen amigo mío, y solo le
pidió un baile porque sabe que nosotros tenemos especial interés en usted.
El comportamiento de Mr. Dysart ahora tuvo un perfecto sentido. Mucha gente
estaba interesada en conservar los favores de la adinerada e influyente familia
Veryan. Fue un poco decepcionante darse cuenta que Mr. Dysart no la había buscado
por motivos propios. Pero al menos ahora, no tendría que pretender que le agradara
cuando se cruzara con él de nuevo. Era extraño, pero durante el año completo que
había estado viviendo con Lady Callandar, si bien había sido presentada a una gran
cantidad de personas, no diría que a ella le gustaran muchas de ellas.
—Supongo que espera que se lo agradezca —meditó Imogen en voz alta, aunque
no estaba del todo segura que agradeciera la interferencia de Penélope. Pensó que
podría haber sido preferible permanecer en los laterales toda la noche, mejor que
tener a un hombre bailando con ella solo porque buscaba la buena opinión de
Penélope, o más bien, de su padre, Lord Keddinton.
Hubo un brillo de coraje en los ojos de Penélope, pero con su habitual
compostura, la reprimió casi inmediatamente.
—¿Cómo va tu vestido para la corte? —lanzó precipitadamente Lady Verity.
Imogen se volvió hacía ella con alivio. Aunque ella no tenía absolutamente nada
en común con la sumamente elegante Lady Verity, quien nunca parecía pensar sobre
otra cosa que vestidos y fiestas, al menos no había una onza de malicia en ella.
—He tenido la prueba final —replicó Imogen.
—¿No te gusta? —Charlotte se lanzó sobre la respuesta poco entusiasta de
Imogen. —Escuché que Lady Callandar empleó a la mejor modista, y gastó una
exorbitante cantidad de yardas y yardas del más exquisito encaje de Bruselas.
No ayudó que Imogen se encrespara ante la implicación de Charlotte de que no
importaba la cantidad de dinero que hubiera gastado en ella, o la habilidad de la
modista, nunca lograría la apariencia de otra cosa más que una triste niña traviesa.
Especialmente puesto que Charlotte estaba en lo correcto.
La ligera muselina del traje de noche con el que la tía de Imogen la vistió, con su
estrecha falda y delicados volantes, no permitía una actividad más extrema que
pasear por las tiendas. Y en el caso de Imogen, incluso ni eso. ¿Por qué ella parecía
ser capaz de separar la costura de los hombros entre salir de su habitación y llegar al
salón desayunador? Y por lo que respecta a su cabello…
Bien, se acomodaba como quería sin importar cuantas veces Pansy, la doncella
que su tía le había proporcionado, lo pusiera de nuevo en orden. Los rizos de
Charlotte, notó con envidia, caían decorativamente alrededor de su rostro, no dentro
de sus ojos. ¡Si solo su tía le permitiera nada más mantener su cabello largo y
trenzarlo como había hecho antes! Pero no. Las elegantes damas jóvenes tenían su
cabello cortado corto en el frente. Y así la pobre Pansy tenía que blandir las pinzas
rizadoras, amarrar y aguijonearla con los pasadores.
Lo que le recordó: el volante descosido necesitaba recogerse con alfileres.
—Me veo perfectamente terrible en mi vestido para la corte —admitió Imogen
con una irónica sonrisa. —Ahora, si ustedes me excusan… —y empezó una vez más a
apurarse hacía la salida.
Las otras jóvenes la alcanzaron para caminar a su lado, Charlotte se entrelazó
con su brazo, lo que la obligó a adecuarse a su lánguido paso.
—Solo espera hasta que intentes caminar hacia atrás con la cola de ese vestido
—Charlotte se rió en voz alta. Penélope articuló el tintineo de una suave carcajada,
agitando la cabeza ante la imposibilidad de Imogen para lograr esa proeza.
—Oh, estoy segura que usted logrará eso, dan tiempo suficiente para practicar
—agregó amablemente Lady Verity.
Penélope hizo un ruido con el que expresó su duda extrema. Todas ellas sabían
que Imogen no sobreviviría a media hora en un salón de baile sin desgarrar su
vestido. ¿Cómo diablos iba a hacer frente a todo el mecanismo de una presentación
en la corte? ¿Deslizarse a través de la puerta de entrada con el miriñaque atado
sobre sus caderas, retrocediendo de la presencia real con yardas y yardas de encaje,
concentrada, esperando solo dar un paso en falso?
Imogen todavía estaba logrando aferrarse a su compostura, cuando Penélope
trajo el tema de su tocado.
—¿Has practicado ya lograr entrar en un carruaje? —preguntó, con una
preocupación totalmente fingida. —Presumo que traías tus plumas. O al menos… —
se detuvo, descansando una mano sobre su brazo, obligando a Imogen a permanecer
de pie —…¿tú sabes que tan altas son usualmente?
Y ese fue el momento cuando el desastre azotó. Irritada por la actitud
condescendiente de Penélope, Imogen giró sobre ella, replicando:
—¡Por supuesto que lo sé!
Charlotte había soltado su brazo, y naturalmente, Imogen tomó la oportunidad
para demostrar exactamente qué tan alta eran las infernales plumas.
—¡Son de esta altura! —le dijo, agitando su brazo libre en un amplio arco sobre
su cabeza.
Y su mano conectó con algo sólido. La voz de un hombre había articulado una
palabra que estaba segura suponía no debía entender. Giró en espiral y quedó
horrorizada al descubrir que el objeto sólido con el que su mano había conectado
había sido una copa de champagne, sostenida en la mano de un hombre que justo
salía de la habitación de refrigerios. Todo el champagne se había rociado fuera de la
copa, y estaba ahora empapando el frente del intrincado nudo de un pañuelo, sobre
un chaleco de seda verde hermosamente bordado.
—¡Oh! ¡Lo siento! —gimió, buscando dentro de su retículo su pañuelo. —¡He
arruinado su chaleco! —era realmente una pena. El chaleco estaba muy cerca de ser
una obra de arte. Incluso la costura alrededor de los ojales habían sido trabajados
para que los botones parecieran decorados con joyas semejando salir de un
exuberante follaje.
Sacó el cuadro de muselina, altamente absorbente y justo lo necesario para
secar lo peor del derrame. Bastante, pero no demasiado mojado en la primorosa
seda, su valet estaba obligado a saber algún remedio para rescatarlo. Porque, ¡Pansy
hacía que la más obstinada mancha desapareciera incluso de la más delicada tela!
Pero su mano nunca alcanzó su deseado objetivo. El caballero en el chaleco
verde aprisionó su muñeca y gruñó:
—Ni presuma tocar mi persona.
Asombrada por el tono venenoso de su voz, levantó la mirada, para encontrar
una mirada encolerizada de un par de ojos tan verdes como las joyas que adornaban
su chaleco. Y exactamente, tragó, igual de duros.
Fue solo la dureza de esos ojos, y quizá la hendidura en su mentón, que le
impidieron inmediatamente aplicar la palabra hermoso al furioso caballero. Absorbió
las regulares y finas facciones cinceladas de su rostro, el hermoso cabello cortado en
un muy severo estilo conocido como Brutus, perfectamente adecuado para su frac
verde botella, y la manicura inmaculada de sus uñas de la mano que sostenía su
muñeca en un lacerante y firme agarre. Y todo el aliento salió de sus pulmones en un
largo y estremecedor suspiro. Había escuchado a personas decir que alguna cosa les
había quitado su aliento, pero esta era la primera vez que esto le había pasado a ella.
Pero tampoco había estado nunca antes tan cerca de una muestra de tan
impresionante bello espécimen masculino.
Lo jaló junto a ella con empeño. No tenía sentido estar de pie allí en absoluto,
suspirando por esa belleza masculina. ¡Un hombre quien se esforzó tanto sobre su
apariencia era la peor clase de caballero para haberle derramado encima una bebida!
Determinada en hacer algo para reparar su torpeza, Imogen frunció débilmente el
pañuelo que seguía agarrando con sus dedos que se empezaban a adormecer.
—Yo solo quería… —Imogen empezó, pero no le permitió terminar.
—Sé lo que usted quería —se burló.
Desde que él había llegado a la ciudad, las madres buscando partidos lo habían
estado molestando, empujando a sus hijas bajo su nariz. Pero lo peor, mucho peor,
fue las payasadas emprendidas por jóvenes como esta. Estaban consiguiendo que ni
siquiera pudiera dar un paseo por el parque sin que una mujer tropezara con un
obstáculo imaginario y trastabillara artísticamente en sus brazos.
Por la apariencia de ella, era con todo, otra de esas jóvenes con un vestido
elegante raído por la espalda, con intenciones de emboscar a un marido adinerado
quien la situaría en su elevado estilo de vida. Definitivamente no era más que una
dama consentida quien nunca había hecho algo más agotador que coser y bordar.
Podía sentir su resistencia en su muñeca, la cual le mantenía sus resueltos dedos
delgados lejos de su objetivo.
Nunca cesaría de asombrarle que estas jóvenes pudieran pensar que recorrer
sus manos sobre él pudiera de alguna manera lograr una impresión favorable. Solo
dos noches antes, estuvo disgustado por una recatada joven dama quien estuvo
sentada a su lado durante la cena y recorrió su mano a lo largo de su muslo bajo el
mantel de la mesa. Tal como este marimacho estaba intentando recorrer con sus
manos sobre su torso, bajo la cubierta de secar la bebida que había arrojado sobre
él.
Bajó la mirada a sus grandes ojos grises, ojos que le decían exactamente lo que
estaba pensando. Estos se habían oscurecido por un segundo. Y sus labios estaban
aún separados por el suspiro estremecedor.
Para su sorpresa, experimentó la imprudente urgencia de jalarla bruscamente
más cerca y darle un beso en esos labios separados que estaban pidiendo eso.
Sin embargo, la empujó de su lado.
—Me enferma a morir lo lejos que las de su género llegarían a fin de atraer mi
atención —y se enfermó por descubrir que, a pesar de su mejor juicio, su cuerpo
estaba respondiendo a este no tan sutil acercamiento de la joven.
—¿Mi género de… atraerlo… qué? —Imogen farfulló.
—Ni piense en engañarme con una muestra de indignada inocencia, señorita. Y
no intente aproximarse a mí de nuevo. Si usted fuera una persona digna de mi
atención, habría sido capaz de encontrar una forma más ortodoxa de realizar una
presentación y hacerme consciente de sus encantos.
Imogen se quedó de pie, con la boca abierta, mientras esos duros ojos verdes
recorrían su tembloroso cuerpo desde la punta de sus dedos con tal insolencia que
sintió tal como si pudiera asolarla en carne viva.
—Así como son —terminó con un desprecio que no le dejó duda de su baja
opinión sobre ella.
—¡Bueno! —Imogen resopló con furia.
Una de sus compañeras levantó un pañuelo con esencia de lavanda a sus labios
para disfrazar su risa satisfecha cuando los exquisitos ojos verdes se volvieron y se
alejaron con paso majestuoso. Las otras empezaron a reír disimuladamente.
Penélope y Charlotte de un golpecito abrieron sus abanicos y los levantaron
frente a sus rostros, pero no antes de que Imogen percibiera el atisbo de un par de
sonrisas que trajeron a su mente a un gato que tenía un pájaro vivo bajo su pata.
—Oh, querida —dijo Lady Verity, un ceño plegando su normalmente plácida ceja
cuando sus amigas le volvieron sus espaldas a Imogen y se alejaron paseando, con
sus narices al aire. —Que desafortunado. El pareció pensar…
—Sí, plasmó bastante claro lo que él pensó. ¡Hombre odioso! ¿Quién piensa que
es?
—No tengo idea, pero parece ser alguien de importancia…
—Alguien que piensa mucho en su propia importancia, ya sabes —murmuró
Imogen sombríamente, notando la arrogante apariencia de los hombros del hombre
rubio cuando caminó hacia la salida. —¡Cómo se atreve a hablarme así!
Lady Verity estaba empezando a verse perturbada. E Imogen entendió que
estaba apretando con fuerza sus puños y respirando pesadamente, y lo peor de todo,
frunciendo el ceño. En total tres cosas que una dama no debía hacer.
Particularmente no en un salón de baile.
Oh, cielos, pensó, oscilando su vista hacia el banco de las chaperonas 1, donde su
tía estaba sentada, vigilando todos sus movimientos.
Tomó una profunda respiración, sonrió sombríamente ante Lady Verity y dijo:
—Creo que mejor me voy y me reúno con Lady Callandar.
Lady Verity se inclinó para despedirse y se marchó detrás de sus amigas,
mientras Imogen se fijaba en la expresión marcada de censura en el rostro de su tía.
No es que el rostro de su tía mostrara más de un asomo de desaprobación
debido a que su sobrina acababa de demostrar que era completamente incapaz de
mezclarse en la sociedad educada. Nada, pero nada induciría a la mujer a dejar
traslucir alguna clase de emoción en un lugar público. No, la regañina
intolerablemente suave esperaría hasta que estuvieran en su carruaje y de camino a
casa, donde ninguna persona pudiera escuchar.
Empezó, como Imogen sabía, en el mismo momento en que el lacayo cerró la
puerta del carruaje.

1
Adultos que acompañan o supervisan a una o más jóvenes, mujeres solteras durante una actividad social, usualmente con la intención
de prevenir interacciones sexuales o sociales inapropiadas. (N.R.)
—Oh, Imogen… —suspiró su tía, —…tuve esperanzas para ti cuando Mrs.
Leeming te extendió la invitación para su pequeña y selecta reunión, y debiste hacer
más que desperdiciar esta oportunidad para hacer tu propia exhibición ante uno de,
¡si no el más elegible soltero en la ciudad! Todo el mundo advirtió la forma en que el
Vizconde Mildenhall salió furioso… —agitó su cabeza tristemente, —…y por ahora
estoy segura de que nadie tiene ninguna duda que esto fue causado porque le
vertiste su copa de champaña encima.
Imogen deseó que su tía le diera un espacio para explicar que, lejos de arrojar la
bebida a encima de algún mequetrefe rudo y arrogante, todo el asunto había sido un
accidente… a pesar de que ahora empezó a creer eso, se preguntó si realmente había
sido un accidente que ella hubiera estado parada ahí, moviendo sus brazos
alrededor, en el preciso momento que un tan casadero vizconde estaba saliendo del
salón de refrigerios con una bebida en su mano. Dada la crueldad de las sonrisas con
las que se habían alejado, no estaría sorprendida al saber que Penélope Veryan había
accionado todo el asunto. Con la ayuda de Charlotte.
Pero supo que sería inútil decir una palabra en contra de las Veryan. Su tía
saltaría al señalar simplemente que si no fuera una criatura tan mal disciplinada y
tumultuosa, quien podía tan fácilmente ser incitada a agitar sus brazos como un
molino de viento, el chaleco del vizconde hubiera salido ileso.
Y su tío, resopló con furia, con los brazos doblados por la exasperación, era
incluso más ciego en lo que a las hermanas concernía. Estuvo siempre diciendo a
Imogen que observara su comportamiento, y las usara de ejemplo sobre esos
dechados de perfectas damas jóvenes. Era porque ellas siempre lo escuchaban con
sus cabezas inclinadas a un lado, admirando con sus grandes ojos cualquier
sinsentido que él soltara. Y porque ellas se movían llenas de gracia, se vestían
hermosamente y tenían ademanes tan pulidos. ¡Oh, sí, eran excepcionalmente
cuidadosas al esconder, de hombres poderosos como Lord Callandar, su apego por
los juegos y trucos perversos sobre todos los menos afortunadas que ellas!
Bueno, si esto era lo que significaba ser una joven dama, ¡estaba agradecida de
que sus nuevos tutores pensara que ella no era una! Nunca sucumbiría a la clase de
cruel y engañoso comportamiento con los que esas gatas se complacían.
—Y cuando pienso en dejarlo —continuó su tía. —La señora Leeming ¡fue a
buscarle ahí! ¡Estará furiosa conmigo! Él recientemente ha heredado su título, y anda
por toda la ciudad con el propósito expreso de encontrarse una novia con toda la
debida rapidez para aliviar los últimos días de su querido pobre padre, el Conde de
Corfe. Y la señora Leeming tiene dos hijas que ella particularmente deseaba
hacérselo saber.
No importaba si era un poco engreído, pensó Imogen, sí era el hijo de un conde
sobre su lecho de muerte. Especialmente si estaba acostumbrado a que las mujeres
se arrojaban ellas mismas sobre él porque todas ellas sabían que estaba en la ciudad
en busca de una esposa. Pero asociarla en su propósito, solo porque ella había
movido sus brazos alrededor… porque, ¡incluso no sabía que él estaba de pie detrás
de ella! ¿Acaso, pensaba él, que ella tenía ojos detrás de su cabeza?
Podría ser asombrosamente atractivo para darle un vistazo, pero si no podía
distinguir un genuino accidente de una estratagema deliberada para atraer su
atención, obviamente tenía el cerebro de un pavo, ¡así como el pavoneo al caminar
de uno!
—¿Qué estabas pensando? —continuo su tía. —No… —ella cerró sus ojos, y
sostuvo sus manos arriba en un gesto de exasperación que se estuvo convirtiendo
demasiado familiar para Imogen durante el pasado año. —¡Por un segundo pensé,
era inútil preguntarte que! No después de la constante ristra de excusas que has
inventado desde aquel momento en que Lord Callandar te trajo a nuestro hogar a la
muerte de tu padrastro —su tía abrió sus ojos, ojos que ahora estaban llenos con tal
tristeza que ocasionó un nudo en la garganta de Imogen. —Es una lástima que mi
marido no te alejó de… —tomó una rápida respiración, y articuló las palabras, —
…esa casa, —después continuó en un tono normal: —…con mayor prontitud.
Deberías haber venido con nosotros al momento de la muerte de tu madre. O incluso
un año más tarde, cuando fue el tiempo decoroso para traerte. Entonces yo hubiera
sido capaz de hacer algo contigo. Eras lo bastante joven en ese momento,
posiblemente, habría podido limar algunas de tus imperfecciones. Su tía exhaló un
suspiro. —Por supuesto, aunque uno puede simpatizar con tu pobre madre, por no
haberse nunca realmente recuperado… —frunció sus labios y apretó sus ojos de
nuevo cerrados, —…de esa horrible tragedia, no obstante…—agregó con sus ojos
abiertos, —…no debería haberte permitido correr salvajemente con esos chicos
Bredon.
—Mis hermanos —Imogen no ayudó al decir de manera abrupta. Sabía que se
suponía que las jóvenes no discutían con sus mayores. Pero algunas veces lo sentía
tan intensamente que ella simplemente no podía contener su lengua. Su tío la había
informado, menos de una semana después de haberla llevado, que esta era su falta
más deplorable.
—Las damas jóvenes adecuadamente educadas —le había dicho, con los
extremos de sus labios hacía abajo por la desilusión, —nunca deben poner sus
propias ideas sobre las de cualquier caballero. De hecho, ¡ni siquiera deberían incluso
tenerlas!
—¿No tener ideas? —Imogen había estado lo bastante estupefacta para replicar.
—¿Cómo puede ser eso posible? —ella y sus hermanos estaban acostumbrados a
tener vivas conversaciones alrededor de las cenas cuando todos ellos estaban en
casa. Incluso su padrastro había disfrutado lo que él llamaba un estimulante debate
de vez en cuando.
—Hermanastros —su tía la había corregido firmemente. —No hay relación de
sangre.
Imogen respingó. Cuando Hugh Bredon, el hombre estudioso con el que había
crecido para apreciarlo como un padre, había muerto, su segundo hijo, Nicomedes,
había hecho su mayor esfuerzo para desengañarla de su idea que pudiera tener
algún reclamo legal sobre él.
—Mi padre nunca te adoptó —le dijo fríamente. —A los ojos de la ley, no eres mi
hermana. Y por consiguiente no sería totalmente apropiado para ti, vivir en nuestro
hogar con nosotros.
Nick, quien se estaba formando en leyes, le había dado la devastadora noticia
que Brambles, la casa donde ella había crecido, el lugar que ella había pensado era su
hogar, debería ser vendido para liquidar las deudas que Hugh había reunido en los
últimos años de su vida.
—Y sobre el resto es para ser dividido equitativamente entre Alaric, Germanicus
y yo.
Sintió como si Nick la hubiera golpeado.
—¿Qué hay de mí? —le había preguntado en una voz ronca. ¿Cómo pudo haber
dejado todo en partes iguales entre los tres hijos que la habían dejado para cuidar a
su padre durante su última y prolongada enfermedad? No es que culpara a ninguno
de ellos. Nick estaba demasiado ocupado con los libros de leyes. Alaric estaba lejos
con su regimiento, luchando en la Península. Y Germanicus era un teniente naval
sirviendo con su escuadrón en el Caribe.
No, fue la postura de Hugh lo que ella encontraba difícil aceptar.
Había escuchado con creciente esperanza como Nick procedía a discutir sobre
vínculos de la viuda y acuerdos matrimoniales, comprendiendo lentamente que su
madre, al menos, no había querido que se la dejara completamente sin dinero. Ella,
de hecho, le había legado, a su única hija sobreviviente, una suma bastante
considerable.
Sin embargo, Nick no había sido capaz realmente de centrar su mirada en ella
cuando explicó que esto debía haber sido de ella cuando alcanzó los veinticinco años.
—Desafortunadamente, mi padre de alguna manera accedió a ella e hizo algunas
inversiones muy imprudentes.
Por la apariencia sobre el rostro de Nick, Imogen entendió que la había
despilfarrado.
—¿Qué debo hacer entonces, Nick? —le había preguntado con un sentimiento
de zozobra. —¿Buscar empleo? —probablemente sería capaz de obtener un trabajo
en una escuela. Una cosa sobre crecer en una casa sostenida por un hombre quien
dedicó su vida a estudiar antigüedades, era que ahí nunca había habido ninguna
escasez de libros. Enseñaría toda clase de temas, estaba bastante segura, para niños
como para niñas.
—No, no es tan malo como eso —Nick le había asegurado. —La familia de tu
madre ha convenido acogerte y, en cuanto el periodo de luto termine,
proporcionarte una temporada. Si puedes lograr un partido que tu tío apruebe. Él
aportará lo que habrías recibido de tu madre sobre tu mayoría de edad en una dote
respetable.
Aunque la perspectiva de tener que soportar incluso una sola temporada la tenía
temblando de temor, había sido despachada a vivir con Lord Callandar, hermano de
su madre y su mujer, Lady Callandar.
Al menos no había sido como ir a vivir con totales desconocidos. Aunque nunca
se había reunido con ellos, Lord Callandar había escrito a su hermana Amanda
meticulosamente en su cumpleaños y en el de Imogen cada año.
Nunca a nadie se le había pasado por la mente acercarla a la familia de su
verdadero padre, sin considerar su reacia actitud hacia su madre. La habían exhibido
como culpable, por lo que su tía llamaba horrible tragedia, firmemente ante su
puerta. Imogen nunca había tenido contacto con ninguno de ellos.
—¿Me estás atendiendo, Imogen? —chasqueó su tía, rasgando su muñeca con
su abanico tan elegantemente que este la extrajo de su ensoñación. —Y siéntate
derecha. Manos en tu regazo, ¡no dobladas de esa insolente manera!
Imogen se encogió al escuchar a su tía sonar tan molesta, y obedientemente
corrigió su postura. Verdaderamente lamentaba haber resultado ser tal decepción
para sus tíos, quienes cada uno le mostraron mucha amabilidad, en su personal
manera. Su tío gastó una exorbitante cantidad de dinero, intentando corregir lo que
él vio como las deficiencias en su educación. Había pagado por lecciones de
comportamiento y lecciones de danza, animó a su tía a comprarle más ropas de la
que ella había creído fuera posible que una sola joven vistiera en su vida. Y eso había
solo para cubrir su duelo. Ellas habían ido a comprar todo de nuevo cuando había
andado a medio luto, y de nuevo cuando fue el tiempo para que empezara a
moverse un poco en sociedad.
Y aun así, ella nunca se sintió del todo feliz alojada en Herriard House. Esto
pudiera deberse en parte al hecho de que aún tenía vagos y sombríos recuerdos del
corto tiempo que había vivido ahí antes, después de la secuela de la horrible
tragedia. Su abuelo parecía estar siempre enojado, su madre siempre llorosa. Y nadie
le dijo a donde había ido Stephen su hermano mayor. Su abuelo había rugido ante
ella que era una mala niña por incluso mencionarlo, y dijo que si decía tan solo su
nombre de nuevo, la golpearía. Una sensación de absoluto aislamiento la había
congelado hasta el punto en que una parte de la finca todavía no podía pasar sin un
escalofrío. Porque Stephen siempre había sido el encargado de sacarla cuando los
adultos peleaban y la llevaba lejos, donde no podía oír los fuertes gritos.
No hubo nadie que estuviera entre ella y ese hombre grande y furioso, y eso le
aterraba. Incluso las habitaciones para niños no habían sido refugio para una
pequeña niña asustada. Sin Stephen, estas se habían convertido en una triste y vacía
celda de prisión. Tuvo la impresión de estar abandonada interminablemente detrás
de esas puertas cerradas, aunque estaba segura incluso que su abuelo no podría
haber sido tan cruel. ¡Se había asegurado de que tuviera al menos una niñera que le
trajera algo de comer!
Pero sin importar qué tanto tratara de resistirse a ellos, esos infelices recuerdos
venían arremolinando sobre ella cada vez que cruzaba el umbral de la mansión en
Mount Street.
No le ayudó el hecho de que en cuanto su madre se había casado con Hugh
Bredon, su vida había experimentado un cambio bastante drástico. En lugar de
encarcelación y soledad, había pasado los primeros años en Brambles aprendiendo a
pescar, disparar y montar, a fin de mantener el ritmo de sus magníficos nuevos
hermanos mayores. No pensó que ella hubiera escapado de manera salvaje,
precisamente, sobre los subsiguientes diecinueve años, sin embargo hacía el final de
su tiempo ahí, definitivamente tuvo mucho más libertad que la que sus tíos
estimarían apropiada para una joven dama. No lo pensaba para ensillar su yegua o
aparejar la calesa para ir a una encomienda o visitar amigos, totalmente sola. Y
luego, después de que su madre muriera, había tomado el control de la casa de
Hugh.
Su tío Herriard, lo sabía, nunca le tendría la confianza a una joven de diecisiete
años para salir de su casa. Su padrastro nunca pudo mostrarle mucho afecto, pero
había descansado mucha confianza en sus habilidades. Hugh solo había revisado las
cuentas del sostenimiento de la casa por unos pocos meses al principio de que
estuvo ella a cargo, y aunque nunca la alabó, tampoco nunca expresó inconformidad
sobre su manera de llevar las cosas. Todo lo que él quería era que le dejaran en paz
para embarcarse en sus estudios, y se había sentido muy orgullosa en asegurarse de
que pudiera hacerlo.
Pero debía encarar la realidad. Cuando llegó justo hasta él, Hugh Bredon nunca
pensó realmente en ella como su propia hija. Como si fuera incapaz de olvidar que
ella era el resultado del desastroso primer matrimonio de su mujer con el Barón
Framlingham.
Los hombros de Imogen cayeron bruscamente.
—Estoy apenada de ser tal decepción para usted, tía —le dijo con gran
desanimo. —No es que yo no esté intentando comportarme como usted desea…
—Lo sé —agregó su tía. —Eso es lo que es particularmente exasperante. ¡Es tan
difícil disciplinarte por tus faltas precisamente que no puedes evitar tener! Están tan
profundamente arraigadas, que… —suspiró. —Si solo fueras tan hermosa como tu
madre —le dijo, por lo que le parecía a Imogen era la milésima vez.
La primera vez que Lady Callandar la había visto, había palidecido y dijo:
—¡Oh, querida, que desafortunado!
Con su cabello rizado salvajemente y sus inteligentes ojos grises, Imogen era,
aparentemente, la viva imagen de su padre, Kit Hebden.
—Ojos inteligentes —había dicho su tía despreciativamente. —Esto fue la
obsesión de Framlingham. Siempre te miraba como si supiera algo que no sabías.
—Alguien quien lo conoció lo asumiría al verla —Lady Callandar se había
lamentado, —y diría que ella estaba destinada a salir exactamente como él.
—Entonces tú solo tendrás que asegurarte —su tío dijo severamente, —que ella
nunca contribuya de ninguna manera a pensar eso.
—Imogen, querida —le dijo su tía con compasión, una vez que su tío irrumpió
desde la habitación, —no debes permitir que las maneras de tu tío te alteren. Tú
eres… —ella había titubeado torpemente por un momento, antes de que su rostro se
iluminara inspirado —… justo como una encantadora rosa que estuvo errando en
una dirección totalmente equivocada. Tu tío puede parecer muy severo contigo, pero
es solo porque quiere verte florecer.
Y desde ese día en adelante, su tía había iniciado la depuración de su formación.
—¡Si tú solo pudieras aprender a llevarte con el aplomo de Penélope o
Charlotte! —le aconsejó su tía, una y otra vez. —Las personas podrían gradualmente
parar de hablar sobre el espinoso asunto de la horrible tragedia de tu madre.
A pesar de que el espantoso escándalo en que sus padres habían estado
involucrados había ocurrido más de veinte años antes, la aparición de Imogen dentro
de la sociedad les había recordado a las personas este hecho.
Su madre había tomado un amante. No es que esto fuera una cosa tan inusual,
en su círculo. Pero los sentimientos entre William Wardale, Conde de Leybourne y el
Barón Framlingham estaban aparentemente exacerbadas. Ellos habían participado
en una primera pelea. Y solo unas semanas más tarde, el conde había apuñadado
violentamente al padre de Imogen hasta la muerte. Como si esto no hubiera sido
suficientemente malo, resultó que ambos hombres habían estado involucrados en
algún tipo de espionaje. El Conde de Leybourne había sido encontrado culpable, no
solo de asesinato, también de traición. Había sido despojado de sus tierras, sus
títulos y ejecutado en la horca.
¡No era de extrañar que las personas la miraran y murmuraran detrás de sus
abanicos cada vez que entraba en una habitación!
Ella no era bonita, no era rica, adolecía de aplomo y tenía un escándalo adherido
a su nombre. Mrs. Leeming había sido una de las pocas matronas de la sociedad
preparada para darle a ella el beneficio de la duda. Pero Imogen había sencillamente
arruinado su oportunidad para demostrar que ella no era de ninguna manera igual a
sus padres, por haber conseguido involucrarse en esa escena con el Vizconde
Mildenhall.
Las invitaciones prometidas que su tía había logrado con lisonjas, sobornos o
intimidación de sus otras amistades, probablemente menguarían completamente
ahora.
—Quizá —planteó Imogen tímidamente, —deberíamos abandonar la intención
de encontrarme un marido.
Ya estaba empezando a sospechar que sería completamente miserable casada
con el tipo de hombre que su tío aprobaría. Cuanto más aprendía sobre la sociedad
elegante, más comprendía el deseo de su madre para aceptar el destierro a la
soledad de Staffordshire, bajo la protección del, un tanto solitario, Hugh Bredon. Él
podría haber tenido sus fallos pero nunca había tratado a Amanda como una pieza
de topiario 2 que necesitaba constante poda para mantener la apariencia de
decoración artificial.
Su tía le lanzó una mirada sombría, pero no replicó, porque el carruaje se estaba
deteniendo.
Si alguna vez tuviera algún hijo, Imogen decidió con rebeldía, al salir ignoró al
lacayo que extendía su mano y brincó para bajar del carruaje, se aseguraría que cada
uno de ellos supiera que eran amados exactamente cómo eran, fueran hombres o
mujeres. Nunca intentaría asfixiar sus personalidades o hacerlos sentir que debían
esforzarse para ser aceptados.
Sin embargo, Imogen pensó desalentadoramente mientras subía los escalones
frontales detrás de su tía, no era probable que alguna vez tuviera hijos propios.
2
Árbol o arbusto de formas decorativas que se consiguen con tijeras de podar. (N.R.)
Ningún hombre que Lord y Lady Callandar consideran elegible, querría aliarse a
una joven que tenía tan pocos bienes a su nombre. Solo debía pensar en el desdén
que había leído en los ojos del vizconde, la mofa de sus amistades al saber que nunca
lograría estar a la altura.
—Por aquí, si me haces el favor —dijo su tía, dirigiéndose al otro lado del
recibidor hacia el salón de estar. Esperó en silencio mientras el lacayo rápidamente
encendía algunas velas, avivaba el fuego, preguntaba si ellas deseaban algún
refrigerio y después retrocedía.
—Siéntate derecha —su tía apremió a Imogen, quien se había dejado caer sobre
el sofá. —¡Solo porque has sufrido un pequeño contratiempo, no hay excusa para
olvidar tu postura!
Imogen se sentó correctamente, preparándose mentalmente para recibir en ese
momento otra lección sobre cómo las damas jóvenes deben comportarse.
—Ahora, Imogen, no te he aceptado dentro de mi hogar y adiestrado en las
costumbres de la Sociedad, ¡solo para que caigas ante el primer obstáculo! No pierdo
la esperanza de verte hacer una alianza digna de crédito antes del final de la
temporada.
Imogen tuvo la deprimente visión de interminables bailes donde ella estaba
sentada en la orilla, mirando a las más bonitas y adineradas jóvenes remolinear
alrededor con sus admiradas parejas. O bailando con obedientes y aburridos
hombres como Mr. Dysart. De picnics y desayunos donde aguantaba rencorosos
comentarios de jóvenes como Penélope y Charlotte, mientras las matronas
murmuraban acerca del terrible destino de su padre, y resistir porfiadamente las
burlas acerca de la conducta escandalosa de su madre. De siempre estar
controlándose, por miedo de dejar traslucir algún vínculo que tuviera de cualquiera
de sus escandalosos padre.
Y entonces miró ante la postura de la determinada mandíbula de su tía. Su pobre
tía, su aliada, quien estaba determinada a tomarla bajo su patrocinio.
La última cosa que quería era convertirse en una carga para toda la vida para sus
tíos.
—Si… si no he recibido una propuesta para el fin de la temporada, creo, siempre
podría ir y enseñar en cualquier escuela. Pero con certeza no me querrás viviendo
con ustedes indefinidamente.
—Eso es una decisión para Lord Callandar. ¡Aunque estoy segura de que estaría
más incómodo el saber de un Herriard enseñando en una escuela!
—Pero yo no soy una Herriard —señaló Imogen, —soy una Hebden —esto fue
por lo que Hugh Bredon no había deseado adoptarla, después de todo. Porque fue
engendrada por el notorio Kit Hebden. —Nadie estaría menos sorprendido que tú no
pudieras hacer algo de mí. Incluso estoy segura de que todos pueden ver que has
hecho todo lo que has podido en el intento y hacerme… —Imogen agitó sus manos
expansivamente, después frunció el ceño. —… hacerme menos…
Su tía suspiró.
—¿Ese es justo el problema, no es así? Eres lo que eres, sobrina, y estoy
empezando a creer que no hay poder sobre la tierra para alguna vez hacer un poco
de diferencia.
—Lo siento, tía. —Imogen inclinó su cabeza mientras se quitaba sus guantes de
noche, un dedo a la vez. Su espalda estaba pegajosa por el champagne seco. —No
quiero que estés avergonzada de mí. Deseo nunca ser alguna vez causante de algún
problema.
—Lo sé, querida —replicó su tía pero con otro suspiró. —No obstante, los
problemas parecen encontrarte.
Capítulo 2

Imogen estaba en el cuarto de estar, con su aro de bordar sobre su regazo,


intentando con extremo esfuerzo, parecer como si no pensara que el bordado
decorativo era el ejercicio más inútil jamás impuesto sobre las damas de clase.
Sentada dentro de la casa en un día soleado, bordando flores de seda sobre un
retazo de lino, en el momento en que el verdadero azafrán de primavera estaría
desplegado como abanicos enjoyados en el parque a no más de doscientos yardas de
su puerta… ¡solo en caso de que alguien escogiera visitarlos! No es que alguien
hubiera venido a verla. A pesar de eso, cuando su tía estaba en casa un seguro flujo
de visitantes pasaban a través de este salón. Y su tía insistió en que ellos vieran a
Imogen sentada tranquilamente en su esquina, aplicada en su bordado, a fin de que
pudieran irse con una impresión favorable de ella.
No es que Imogen pudiera ver lo que era tan digno de elogio sobre coser algo
que nunca iba a tener ningún valor práctico.
—Lady Verity Carlow —su tía estaba explicando, como si presentara un
argumento, —se sienta por horas de su tiempo manejando su aguja.
Bueno, resoplo Imogen, igual que ella, antes en Staffordshire, cuando había
hecho algunas costuras útiles. Hacía de todo para sus hermanos: camisas,
dobladillos, millas de ropas de cama y remiendos a miles de calcetines. Y a ella no le
había prestado atención a todo eso. Especialmente no cuando uno de los muchachos
venían a leer en voz alta mientras ella lo hacía.
Su mente voló de regreso a los días cuando ella y su madre podían sentarse con
su canasta de remiendos ante el fuego en el pequeño salón desordenado de
Brambles. Y justo cuando recordaba cómo los muchachos se arremolinaban con
muchos cachorros a sus pies, el mayordomo de su tío, Bedworth, la asustó al abrir la
puerta y entonar:
—El Capitán Alaric Bredon.
Mientras Imogen se tambaleaba por la coincidencia de que el mayordomo
anunciara a una visita con el nombre igual a uno de los chicos en los que estaba
pensando, Bedworth abrió la puerta más ampliamente, y ella vio, justo más allá de su
corpulento cuerpo, con un chaqueta roja, retoques y puños amarillos de su
regimiento, su sombrero bajo el brazo, y una amplia sonrisa arrugando sus mejillas
en su rostro bronceado, su hermanastro mayor y su favorito.
—¡Rick! —Imogen gritó, saltando para ponerse de pie, esparciendo sus sedas,
aros y alfiletero en todas direcciones.
El Capitán Bredon la encontró a medio camino de la habitación, dejando caer su
sombrero mientras extendía sus brazos ampliamente para aplastarla dentro de su
abrazo.
—¡Midge! —Él rió, alzándola y girando alrededor mientras ella arrojaba sus
brazos alrededor de su cuello.
—Oh, Rick, ¿E...eres realmente tú? —estaba tan feliz de verlo. Era absurdo
encontrar lágrimas fluyendo por su rostro
—¿Cuándo regresaste a In…Inglaterra? —hipó. Estuvo ausente en el funeral de
su padre. La carta informándole de la muerte de Hugh Bredon no lo alcanzó por
algunas semanas. Ella había esperado que le pudieran haber permitido tiempo para
venir a casa, pero su comandante había pensado que empujar las tropas de
Bonaparte de regreso a Francia había sido mucho más importante. —Tienes a Nick
ahí —le había escrito. —Confía en él para hacer lo que es mejor para ti. Después de
todo, él es el cerebro legal de la familia.
Y Nick había negociado con cada cosa con extrema meticulosidad. Pero ¡oh,
cómo deseó que Rick hubiera estado ahí en ese día cuando había sentido como si
estuviera perdiendo todo de golpe!
Ahora que estaba ahí, se encontró enterrando su rostro en su hombro,
permitiendo salir toda la pena que ella había reprimido por tan largo tiempo.
—Rick, Rick, —Imogen sollozó. —Te he ex… extrañado tanto.
—¡Imogen! —gritó su tía, impidiendo que Rick hiciera cualquier replica. —¿Has
perdido todo el sentido del decoro?
—Pero este es Rick, madame, Rick, mi hermano…
—Ya entendí eso —chasqueó su tía. —Pero esa no es excusa para dejarse tentar
en semejante conducta tan impropia. Y por lo que respecta a usted, joven. ¡Le
agradeceré bajar a mi sobrina!
Rick lo hizo con presteza. Nada más había jalado su chaqueta en su lugar y
tomado una respiración como si fuera a ofrecer una disculpa por la ofensa a su
anfitriona, cuando todos ellos escucharon un carruaje detenerse afuera.
Lady Callandar voló a la ventana, diciendo una palabra indigna de una dama
cuando rodeaba a Imogen y a Rick,
—¡Sube a tu habitación, en este instante! —ladró a Imogen. —Y en cuanto a
usted… —se abalanzó sobre el sombrero del Capitán Bredon y lo empujó en sus
manos, —… ¡Fuera! ¡Ahora! ¡No discutan!
Imogen había atrapado una visión momentánea del carruaje cuando su tía había
cerrado a tirones la cortina, y reconoció la insignia de Lord Keddinton sobre el panel
de la puerta. Las últimas personas que ella deseaba enfrentar, en su presente estado,
eran Penélope y Charlotte Veryan. Cogiendo sus faldas para subirlas con una mano,
mientras limpiaba las lágrimas en su rostro con la otra, escapó de la habitación y
subió las escaleras.
Escucho los pasos de botas hacer eco sobre el piso jaspeado del recibidor,
entonces el confundido Rick grito:
—¿Midge?
Se volvió y miró hacia abajo. Rick tenía un pie en el escalón inferior, como si
estuviera pensando seguirla.
—¡Oh, usted no lo hará! —le dijo su tía, saliendo abruptamente del recibidor en
una espuma de encajes de Bruselas y justificada indignación. —Esta es una casa
respetable. No permitiré a Imogen tener a un hombre joven en su habitación.
—Pero soy su hermano, madame —protestó.
—¡No! Usted puede pensar en ustedes en esos términos. Pero no están
emparentados en absoluto.
Alguien golpeaba en la puerta principal, haciéndolos congelarse por un segundo,
Rick lanzó una última mirada cuestionadora hacia Imogen, quien agitó su cabeza,
silenciosamente él empezó a entender. Lo podía ver considerando sus opciones y al
fin, escogió la discreción. Quitó su pie del escalón inferior, y se dirigió a la puerta.
Con una ceñuda expresión.
Desgarrada entre la gratitud a él por no persistir y la pena de que se estuviera
retirando, Imogen se movió silenciosamente hacia atrás a lo largo del descanso.
Bedworth, quien había estado aguardando este tiempo a un lado de la silla del
portero, abrió la puerta principal permitiendo a Rick salir y a las damas visitantes
entrar.
Imogen caminó de puntillas a su habitación, donde se hundió sobre su cama,
culpándose, consciente de que solo el rápido pensamiento de su tía, la había salvado
de convertirse en el tema de aun más chismes.

***

A la mañana siguiente, cuando Imogen bajó a desayunar, encontró una nota de


Rick escrita cuidadosamente al lado de su plato. Con algo de miedo, se la pasó a su
tía.
—¿El desea llevarte a un paseo en coche por el parque esta tarde? —dijo ella,
entornando sus ojos con sus impertinentes ante la carta. —Bastante irreprochable.
Puedes enviarle una nota de repuesta para aceptar su invitación.
Imogen sintió desmayarse de alivio. Había pasado toda la noche anterior en un
estado de insomnio agitado. ¿Qué pasaría si su tía tomaba tan excepcional falta de
modales de Rick y le reportaba a su tío toda la escena? ¡Su tío podría prohibirle las
visitas de su hermanastro para siempre! Aunque Rick fuera ahora un oficial, no era
exactamente lo que Lord Callandar pudiera llamar de primera categoría. Su madre
tuvo, lo entendió poco después de llegar a vivir en Mount Street, un matrimonio por
debajo de lo se esperaba de un Herriard en ambas ocasiones. Primero con un pobre
barón con una desagradable reputación, y después con un señor.
Aunque al menos esto vertía alguna luz en la aparente deserción de Nick.
Debería tener la suficiente astucia para entender que no lo recibirían con una cálida
bienvenida en semejantes casas pertenecientes a nobles donde Imogen ahora
habitaba. ¡Ese era el motivo por el que nunca la visitó!
—Podrás usar el vestido de paseo azul oscuro, con las aplicaciones plata. Y el
sombrero estilo bonete con lazos. Esto hará una encantadora imagen, junto a su
propio uniforme.
Imogen pestañó ante su tía con sorpresa. Ella sabía que Lord Callandar
desaprobaba a su hermanastro, y pensaba que Lady Callandar compartía su opinión.
Cuando ella los mencionaba, lo hacía como esos chicos Bredon con su nariz arrugada
levantada con aversión.
Ella miró a Imogen con una mirada directa.
—Puedo ver lo encariñados que están. No deseo hacerte infeliz, sobrina,
evitando que se vean algunas veces durante el corto tiempo que, me atrevo a decir,
tiene licencia.
—Le agradezco, tía —dijo Imogen tan dócilmente como su retumbante corazón
le pudo permitir.
—Además —dijo su tía, dejando la nota enseguida de su plato, —no puedo ver
cómo incluso tú, pudieras tener problemas sentada a un lado de un caballero en un
carruaje. ¿Acaso sabes qué tipo de carruaje tiene?
Imogen tuvo la certeza que él no tenía carruaje de ninguna descripción.
Alquilaría alguno. Su estómago se revolvió. Sólo esperaba que tuviera los fondos para
conseguir algo que no estuviera demasiado deteriorado. No demasiado elegante.
Tendría que encontrar el equilibrio adecuado para satisfacer las nociones de
conveniencia de su tía.
—Y espero —dijo su tía con un duro centello en su mirar, —que ahora que has
superado la excitación inicial al verlo, deberás comportarte con el decoro necesario.
No puedes seguir permitiendo que hombres jóvenes te levanten y giren alrededor de
los salones de visitas como una campana. No es decoroso llorar sobre ellos. Sabes
que es muy importante que ya no hagas nada para acrecentar las especulaciones
frecuentes sobre ti.
—No lo haré, te lo prometo —dijo Imogen, levantándose y fue a darle a su tía un
ligero beso sobre su mejilla. Su pobre y querida tía estaba haciendo el mayor
esfuerzo para protegerla de los chismes maliciosos. Aceptó completamente que Lady
Callandar no podría haber hecho nada más que enviarla a su habitación el día
anterior y explicar a los visitantes que ella no estaba disponible. Y despedir a Rick
antes de que él dijera o hiciera cualquier cosa que pudiera suponer proveer
municiones a esas gatas que pudieran utilizar en contra de ella.
—Seré recatada y correcta como… ¡como Lady Verity Carlow!
—Qué dudo mucho —dijo su tía agriamente, su mano fue al sitio sobre su mejilla
donde Imogen la había besado. Pero hubo una suavidad en su mirada que le dijo a
Imogen que aunque ella pudiera decir que una correcta dama no debería permitirse
tan incorrecto despliegue de afectos sobre las tazas del desayuno, ella no estaba
impasible por ellos.
Le pareció que tardó muchísimo antes de que Bedworth estuviera finalmente
anunciando la llegada del Capitán Alaric Bredon y apareció dentro del salón de estar.
Saludó con una rígida inclinación a su tía, sus ojos cafés normalmente
sonrientes, cautelosos, Lady Callandar le otorgó una regia inclinación de cabeza.
Imogen se sumergió en una reverencia y se las ingenió para cruzar la habitación a su
lado.
Y luego se fueron.
Rick la condujo a un carruaje deportivo cuya pintura dorada brillaba bajo el sol
invernal. Un encogido palafrenero estaba sosteniendo las cabezas de dos magníficos
bayos.
—Oh, Rick —suspiró Imogen, tomando su brazo, y frotando su mejilla contra su
hombro, después de que se hubo sentado sobre el asiento y arremetía una frazada
sobre sus rodillas. —Estoy tan feliz de que hayas regresado. —El mozo subió detrás y
los caballos tiraron hacia adelante, dándole a Imogen una excusa para sujetar con
fuerza el tenso brazo de Rick. —Estaba medio temerosa, después de la recepción que
recibiste ayer, que mi tía te hubiera aterrado.
Rick soltó un desafiante bufido, que los caballos interpretaron como una señal
de ir un poco más rápido. Imogen mantuvo el firme agarre de su brazo mientras los
regresaba a un paso más adecuado para el tráfico con el que ellos estaban tratando.
Después le dijo con falsa severidad:
—He mantenido los reclutas novatos firmes frente a una columna que se
aproxima. ¿Piensas que una fría recepción de una dama de una cierta edad puede
derrotarme? No, solo me decidí sobre una táctica de retirada. Fue contra mi
voluntad dejarte cuando estabas terriblemente turbada. Pero reconozco que tu tía
tiene el poder para desterrarme de tu vida permanentemente, su lograra ofenderla
realmente. ¡No podía arriesgarme a eso! Pensé que lo mejor era reagruparse.
—Eres tan brillante —le dijo, dando a su brazo un apretón afectuoso. Entonces
recordó que debía asumir un comportamiento con extrema propiedad durante todo
el tiempo, y se enderezo con culpabilidad, mirando alrededor de ella para ver si
había alguna persona quien pudiera haberla reconocido y empezar a charlotear.
—Bueno, Midge, ¿recibes regaños como ese todo el tiempo? ¿Solo por abrazar a
un conocido?
Imogen se sonrojó.
—No puedo ir por ahí abrazando caballeros, Rick. Debes haber olvidado esas
historias que la familia de mi padre esparció sobre mi madre.
—Sapo pomposo, el hombre que tomó el título después de tu padre —gruño
Rick, —hizo hasta lo más extraordinario para borrar la asociación que tu padre trajo
al apellido porque es excepcionalmente presumido. Y en lo que respecta a calumniar
a tu madre por todo la ciudad… ¡no sé cómo pensó que podía salirse con la suya!
¡Porque todos quienes la conocían sabrían que eso era ridículo! ¡Amanda teniendo
aventuras! —bufo de nuevo, a pesar del efecto que esto tuvo antes en los caballos.
—¡Una hermosa mujer casada con un viejo palo seco como mi padre habría tenido
excusa para buscar un poco de excitación en otro sitio, pero nunca hubo tales cosas,
y bien lo sabes!
—Si, ciertamente es así —rebatió Imogen. —Muy pocas personas alguna vez se
reunieron con ella después de casarse con Hugh. Nunca mostró su rostro en sociedad
de nuevo. Esto dejó al Barón Framlingham libre para decir cualquier cosa que
quisiera.
Rick frunció el ceño, bien fuera porque estaba perdido sin saber que decir o
porque estaba concentrado en lograr pasar por las puertas del parque.
Una vez que estuvieron seguros moviéndose a lo largo del amplio camino de
carruajes y no había más riesgos adicional que dañara la pintura del carruaje, Imogen
continuó hablando del tema.
—No hay que evadir la realidad, sin embargo, que ella tomo un amante.
—¡Solamente uno! —replicó Rick, como si esto lo hiciera aceptable. Y entonces,
acalorado en la defensa de la mujer quien le había servido de madre durante todos
sus años de formación. —¡Y solo porque tu padre la condujo a esto por hacerla tan
miserable! Mi padre nunca la culpó por nada de esto. Dijo que habría sido mejor
haberse casado con el conde de Leybourne en primer lugar. La cortejó durante un
tiempo, así me lo dijo. ¿Por qué no se casó con él? A fin de cuentas, ella había estado
implicada ardientemente con él por años, si ella…
Rick se agotó, con la apariencia de un hombre quien había entendido que estaba
engarzado en una conversación muy inadecuada con una mujer joven e inocente.
—Mi padre barrió con ella —replicó Imogen secamente. —No solo satisfacía su
sentido malicioso para ganársela a un hombre de un rango más alto, él tenía su vista
sobre su fortuna. Por otro lado, esperaba casarse dentro de una familia tan
respetable que engañara a ciertas personas para creer que se reformaría. Pero por
supuesto, no hizo tal cosa. Mamá dijo… —y entonces ella entendió que estas no eran
del todo cosas para repetir, ninguna de las historias que su madre le había dicho.
Ellos habían sido entregados como una advertencia, cuando Amanda supo que no
estaría con vida el tiempo suficiente para ella misma guiar a su hija a través de los
peligros ocultos del mercado matrimonial.
—Él fue un chocante libertino —era todo lo que Imogen podría permitirse decir,
—muy indiscreto.
En ese momento, pasaron un coche que llevaba un grupo de matronas
particularmente arrogantes, embobadas al verla montada en un carruaje deportivo,
con un elegante militar como su única escolta.
—La gente me mira con sus pequeños ojos… —Imogen señaló el vehículo en
retirada con una gesto de su mano, —… solo esperando ver alguna señal de liviandad
en mí. Con mi madre calificada como alguna clase de mujer libertina quien atrajo con
engaños a dos hombres nobles a su perdición, y mi notorio padre por su legión de
amantes, no es sorprendente que la gente espere lo peor de mí. Tía Herriard tuvo
que ser extremadamente estricta conmigo, Rick. Para asegurarse para que nadie
tenga incluso la más mínima razón para decir que estoy cortada con el mismo patrón.
—Estoy asombrado de que ella te permitiera salir conmigo esta tarde, entonces.
—le dijo irónicamente.
—¡No estaba segura, hasta el momento que nosotras te vimos redactar en esa
forma, que reconsiderara, también! —Imogen rió. —Pero es exactamente la nota
correcta, ¿dónde la has conseguido?
—Oh, Se la pedí a Monty. ¿Recuerdas a Monty?
—¡Recordar a Monty! ¡Por supuesto que sí!
Rick no había esto activo en el servicio por mucho tiempo antes de que el
nombre de Monty empezara a surgir en su correspondencia a Midge. Resultó que
cuantas veces un paquete de correo llegaba para los oficiales, ellos tendían a
compartir las noticias de casa con los otros. Exactamente desde el principio, ella
había esparcido pequeños dibujos a lo largo del texto, para ilustrar los eventos que
estaba describiendo. Los dibujos del mayordomo persiguiendo al recalcitrante
marrano a través de algunos párrafos antes de reunirse con su inevitable destino
debajo de su firma habían demostrado ser un éxito particular. Después de eso, todos
en la unidad de Rick empezaron a anticipar el recibimiento de cartas de su querida
pequeña Midge. Especialmente Monty, quien parecía nunca recibir algún correo
propio.
Impactado al entender que el joven quien estaba sirviendo para su país no tenía
el soporte de su familia, Midge había empezado a incluir mensajes cortos
especialmente para él. Y él le regresaba sus saludos personales.
—¿Está en la ciudad? —dijo ella, volviéndose a medias frente a él.
Desde el principio, su corazón se había estremecido por el solitario y joven
teniente, sirviendo al lado de su hermano. Imaginar estar en un país extranjero
luchado batallas, ¡y nadie de su familia le escribía!
Más tarde, como ella había llegado a conocerlo a través de las anécdotas de sus
proezas en las cartas de Rick, empezó a creer que no había un más refinado y
valiente oficial que el Teniente Monty, salvo su propio querido Rick, por supuesto.
Estaba genuinamente complacida con él, cuando lo ascendieron a Capitán, le pidió a
Rick que se lo dijera. En su respuesta, le había enviado a ella, vía Rick, sus
condolencias cuando primero su madre y después su padrastro habían muerto.
Pero después, no mucho después de ascender a mayor, vendió la asignación. Y
por el paso de algunos meses, no había escuchado para nada noticias de él.
—Si, está en la ciudad, y en un buen puesto también. Totalmente gracias a él
nosotros estamos disfrutando este paseo. Me dijo exactamente como volver a tu tía
dulce, tú sabes, enviándole una nota, utilizando la escritura para solicitar su permiso
para sacarte a pasear ¡Oh, cómo hace todo en forma! El compañero Capitán, Monty.
—Deseo reunirme con él… —Imogen suspiró. —Aunque no concibo que tío
Herriard crea que sea una persona adecuada para relacionarme. No si es uno de tus
amigos.
—Oh. No lo creo —Rick le lanzó rápidamente una mirada de soslayo. —Viene de
una familia muy respetable. Y tiene dinero. ¡Estos briosos, debes ser capaz de decirlo
al menos por utilizar este par de aparejos!
Imogen observó el ritmo del gran paso del par de bayos por algunos minutos
antes de plantear.
—No creo que sea algo como lo he imaginado de todos modos. Estoy destinada
a ser una decepción.
Probablemente empezó a engordar ahora que no estaba en servicio activo. No
es que pudiera sostener esto contra él. No, preferiría que no fuera tan atractivo
como ella siempre lo imaginó. En un hombre atractivo, su madre le había advertido
una y otra vez, no se debe confiar. Especialmente si ellos tenían un especial encanto.
Una joven fácilmente podría ser engañada por semejante hombre. Su propio padre
fue un caso para anotar. Para cuando Amanda se había convertido en viuda, le dijo a
Imogen, había aprendido que era mejor para una mujer observar los méritos de un
hombre en su carácter, no en su apariencia. Hugh Bredon podría haber sido mucho
más viejo que ella, y algo aburrido, pero él nunca habría soñado en romper el
corazón de una mujer solo por entretenimiento.
—No podrías ser una decepción para Monty —le aseguró Rick, dispersando su
amplia sonrisa. —Te digo que, porque no vemos si puedo pararme en una fiesta con
él y algunos otros oficiales que esperan impacientemente en la ciudad esta semana.
¿Crees que tu tío te permitiría venir al teatro con nosotros? La familia de Monty
tiene un reservado.
—Oh, yo lo espero. ¡Eso suena maravilloso! —¡Pasar una noche con los amigos
de Rick! Por algunas horas, podría ser capaz de ser ella misma, en lugar de la
remilgada y decorosa creación de su tía.
—Veré que puedo hacer entonces. Espero no estar fuera de lugar al decirte —le
dijo, con sus hombros rígidos, —pero no me parece como si fueras muy feliz viviendo
con tus tíos.
Imogen suspiró otra vez.
—El objetivo de ellos es verme bien casada. Pero a causa del escándalo asociado
a mi nombre, no estoy recibiendo muchas invitaciones a la clase de lugares donde
podría reunirme con el tipo de hombre que ellos considerarían elegible. Y cuando
voy, casi siempre consigo desgraciarme.
—¿Tú? ¡No puedo creer eso!
—Oh Rick, eres tan amable en decir eso. Pero es la verdad. Porque, solo la
semana pasada, derribe toda una copa llena de champagne sobre un vizconde.
—Bueno, eso es difícilmente un comportamiento escandaloso —objetó Rick. —
Cualquiera puede tener un accidente.
Imogen quiso abrazarlo por descartar el incidente con tanta ligereza. Pero
necesitaba hacerle entender porque esto había hecho presa a su mente de tanta
preocupación.
—Si, pero el vizconde estaba furioso conmigo por arruinar su espléndido
chaleco. Él… él me maldijo, y salió furioso del salón de baile, lo que hizo enojar
también a la anfitriona. Él era por mucho el invitado más solicitado, mientras yo soy
solo…
—¡Petimetre! —la interrumpió Rick. —No puede ser muy hombre si entra en
una riña por una poca de bebida derramada sobre su ropa. Y qué tipo de
sinvergüenza maldice ante una mujer. ¿Me gustaría saber?
—Realmente —murmuró Imogen. Siempre aceptó que ella había estado en un
error en derramar la bebida, pero su comportamiento ciertamente no había sido el
de un verdadero caballero.
Imogen empezó a sentirse un poco mejor sobre eso y se sentó derecha. Ella
podría ser una triste traviesa, pero el Vizconde Mildenhall tuvo el comportamiento
más abominable. Pero solo porque él era rico y con título, nadie le señalaría por su
grosero comportamiento.
Sabía esto por un hecho. En los días transcurridos desde, como ella le llamó, el
incidente del champagne, lo había divisado en uno o dos eventos. Estaba siempre
rodeado por una corte de damas aduladoras y hombres obsequiosos. Sí incluso la
atrapaba mirándolo, su rostro se retorcía en una expresión de desprecio que hacía
que algo dentro de ella se encogiera.
Bueno, no malgastaría otro minuto intentando suponer como contrarrestar la
equivocada impresión del vizconde sobre ella. El Vizconde Mildenhall era
exactamente la clase de hombre sobre el que su madre le había advertido.
Extremadamente atractivo. Saturado de su propia importancia. Y para ser evitado
como la plaga.
Los hombres como Rick o Monty nunca se molestarían por recibir un poco de
champaña sobre sus ropas. Porque ellos debían haber estado cubiertos en barro,
sangre o algo peor por un sinnúmero de días. Y hombres como esos, hombres reales
quienes habían luchado, sangrado y pasado hambres para servir a su país no irían a
pavonearse a un salón de baile cubiertos en satines y sedas, tampoco mirarían bajo
su nariz hacía los inferiores mortales con expresión de desdeñoso fastidio.
—Bueno, solo tendremos que soportar unos pocos meses más en la ciudad, de
cualquier manera —le confió. —Solamente tendré una temporada. Es injustificado
para mis tíos persistir en el intento de casarme. Incluso aparte del escándalo ligado a
mi nombre, estoy un poco en contra de atrapar a un marido.
Con veinticinco años, estaba bastante pasada de la edad en la que muchas
jóvenes tenían su primera temporada. Ciertamente no le extrañaba que las personas
asumieran que estaba tan desesperada que podría deliberadamente golpear una
bebida sobre un hombre elegible solo para atraer su atención.
—¡No tiene sentido! —se burló Rick. —Estás solo a un paso de una muchacha.
—Para ti, quizá, pero no para los hombre en la caza de una novia. De cualquier
manera, suficiente de hablar sobre matrimonios. Probablemente nunca conseguiré
casarme. No era mi principal plan, lo sabes. Le dije a Nick que preferiría buscar
trabajo. Y eso es lo que haré.
—¿Preferirías trabajar que desposarte? —dijo Rick, consternado. —¿Y cómo
qué, me pregunto?
—Oh como una institutriz, espero. Me… me gustan los niños.
—Sí, pero puedes tener los propios, ¡no recibir el pago para prestar atención a
los de alguien más! ¿Midge, tienes tu alguna aversión a casarte? ¿La experiencia de
tu madre te atemorizó tanto?
Imogen se preguntó si esto podría ser verdad. La golpeó que cuántas veces la
interrogante de tener una temporada había surgido, siempre había declarado que
podría mejor permanecer en la Brambles y ver por su familia. Pero después de un
momento de reflexión, agitó su cabeza.
—No es el matrimonio en sí lo que temo. Mamá estuvo contenta con Hugh. Tan
contenta como podría haber estado con cualquiera, después de lo que ella pasó.
Imogen suspiró. Amanda había estado agradecida, toda su vida, por la
disposición de Hugh para ofrecerle la protección de su nombre, en reciprocidad por
el generoso acuerdo del abuelo Herriard. Siempre sintió que la había rescatado de
una situación intolerable. Su mundo había estado yaciendo en ruinas. El impacto de
tener a su amante arrestado por el asesinato de su esposo le había causado la
pérdida del bebe que ella llevaba. Había perdido su independencia, también, cuando
el abuelo de Imogen la había llevado de regreso a la casa en Mount Street cuando,
para colmo, alguien había irrumpido en la residencia Framlingham y saqueado parte
de la planta baja. No podía mostrar su rostro en público, por los chismes fue
destruida su reputación a pedazos. Casi fuera de su mente por la pena y la culpa,
Amanda se había sometido al doctor de su familia quien le administro copiosas
cantidades de láudano.
Imogen pensó que esto fue probablemente durante esos días que ella había sido
dejada por esos largos periodos de tiempo en la habitación de los niños. Con certeza
fue en ese tiempo cuando su pequeño hermano, Thomas, contrajo la enfermedad
que lo mató.
La respuesta del doctor fue sedar a su madre incluso más fuertemente.
Eso fue cuando el abuelo Herriard había tomado la drástica medida de escribir a
su amigo viudo Hugh para rogarle que recibiera a su única hija para sacarla de la
ciudad.
—Tenía tres hijos jóvenes —le había dicho Amanda a menudo, sus ojos fluyendo
en lágrimas, —para quienes tenía poco tiempo e incluso poca paciencia. Ellos
extrañaban a su madre, y yo extrañaba a mis hijos. Todos nosotros nos confortamos
unos a otros.
—Ella fue una maravillosa madre para nosotros —dijo Rick, como si estuviera
completamente en sintonía con sus pensamientos, —y sé que tú también lo serás. La
forma en que nos soportaste a todos después de que ella se fue…
—Yo no los soporté, como tú lo pones. Yo solo los amo a todos. Ustedes son mis
hermanos —declaró Imogen levantando su barbilla de forma beligerante.
—¿Te gustaría sí tu hermano te llevara a Gunter’s por algo de chocolate
caliente? —Rick sonrió hacia ella. —¿Podría tu tía pensar que eso es inapropiado?
—Yo contaría con eso —Imogen expresó con una tímida sonrisa. —Pero yo te
amaría sobre todas las cosas. ¿Qué vas a hacer con el carruaje?
—Oh, el mozo de Monty pude llevarlo de regreso. No te importaría regresar
caminando a casa ¿Verdad?
—No contigo —Imogen sonrió. —Sé que establecerás un ritmo de azotes. ¡No he
tenido una buena caminata enérgica por meses!
—Ah, Midge —Dijo Rick. —¿Qué estaba Nick pensando, para enviarte a vivir con
una serie de parientes quienes parecen querer nada más que doblegarte?
—No tuvo una gran cantidad de opciones. Ellos fueron los únicos quienes
podrían tenerme. Oh, no te permito hablar sobre tales cosas tristes. Dime lo que has
estado haciendo.
Así que pasaron el resto de su tiempo, ofreciéndole sus anécdotas de su época
con las fuerzas residiendo en Paris.
—Te gustaría Paris, Midge —le dijo reflexivamente. —Lástima no poder
encontrarte un oficial en servicio para casarte mientras yo estuve ahí, y entonces
hubieras regresado conmigo.
—¡Amaría eso! Pero… —bajó su rostro abruptamente —…no creo que mi tío me
concedería permiso para casarme con un soldado.
Rick consintió en dejar el tema, pero un ceño fruncido arrugó su frente mientras
caminaba rumbo a la casa de Monty en Hanover Square, después de escoltar a
Imogen a casa.
Un lacayo lo condujo directamente escaleras arriba a un vestidor, donde
encontró a su amigo arrellanado sobre un sofá, un valet sobre un bajo taburete
frente a él, le limaba las uñas.
—¡Ah, Rick! —sonrió Monty, señalando hacia una mesa lateral que sostenía una
selección de decantadores de cristal. —¿Te importaría asistirte mientras mi hombre
termina?
Rick se dirigió a la mesa, pero después se detuvo, manipulando con uno de los
corchos, con su ceño fruncido profundamente.
—¿No tuviste una tarde placentera con Midge?
—No en su totalidad, —Rick frunció el ceño, sirviéndose una pequeña ración y
después caminó con éste a la ventana. —Necesito tu consejo.
Monty despidió a su valet.
—¿Cómo puedo servirte?
Rick se tiró en una silla y contempló malhumorado dentro de su vaso.
—Mi familia ha dejado a Midge en un apuro. Depende de mí para sacarla de
éste. Pensé que podía confiar en Nick para manejar las cosas, pero hacía falta que el
estúpido fuera y sin más le dijera la verdad. ¿Sabes que nuestra casa tuvo que ser
vendida para cubrir las deudas de mi padre? Bueno, cualquiera con una onza de
sentido, habría dividido los ingresos en cuatro y le permitiría pensar a Imogen que
tenía derecho a este. No es como si el dinero hiciera demasiada diferencia para
nosotros. Todos tenemos nuestras profesiones. Podemos labrarnos nuestro propio
camino. Pero no. ¡Nick tuvo que decirle que nuestro padre le dejó casi nada!
Entonces ella empacó y la envió a establecerse con parientes estirados quienes
parecen intentar aplastar todo el ánimo que sale de ella. Y ahora ella dice que es
demasiado entrada en años para atraer a un tipo decente de esposo con semejante
dote miserable, ¡y está pensado en convertirse en institutriz!
—Un destino peor que la muerte —Monty agregó, solo medio bromeando. —
Mis hermanos han despedido a tres de las pobres criaturas desde que yo me di por
vencido, y ¡solo Dios sabe cuántas despacharon antes de eso!
—Midge sería maravillosa con chicos como tus hermanos, creo. Probablemente
disfrutaría demasiado tomar los nidos de las aves. Parte del problema es ese. Creció
siguiéndonos como una pequeña sombra alrededor… bueno, sabes cómo ella obtuvo
su apodo. Nick dice que era como una nube de mosquitos que solo no puedes
escapar ¡no importa cuántas veces des palmadas para alejarlas! —se rió entre
dientes. —una pequeña cosa engorrosa fue ella. Gerry dice que ella tenía huesos de
goma. Porque, cuando pienso de los árboles y de caballos de los que cayó y de los
lugares en donde ella cayó… ¡y nunca lloró! Esa es la razón de porque cuando ella
realmente estalló en lágrimas sobre mi ayer… bien, me conmocionó, puedo decirte
—Monty se sirvió un brandy, y tomo asiento en la silla opuesta a la de Rick. —Bueno,
no voy a permitirle que se convierta en institutriz. ¡Voy a encontrarle un esposo yo
mismo. ¡Por eso vengo a ti!
—Por supuesto —dijo Monty fríamente.
—Bueno, su tía no está teniendo éxito, no al lanzarla en el camino del tipo de
sociedad quien quiere una esposa para ser una decoración para colgarla de su brazo.
—Entiendo que me estas advirtiendo que Midge no es muy decorativa.
Rick lo miró agraviado.
—Es lo suficiente bonita. En su manera particular. Es solo que ella no entra del
todo entre las tontas féminas temblorosas sin sentido. Ya sabes, batiendo sus
pestañas y suspirando ante ti, etcétera, etc. Nunca haría nada que pareciera falto de
sinceridad. Recta como un dado, así es ella.
—Déjame aclarar esto —dijo Monty. —Ella no tiene una dote a tomar en cuenta,
ha pasado del primer sonrojo de su juventud, y es más feliz escalando árboles que
bailando cuadrillas. ¿Es así?
Rick sonrió abiertamente.
—¡Es justo un resumen de ella! —entonces su expresión se puso seria. —Monty,
has estado en la ciudad por corto tiempo ahora. Sabes quienes son. Y dices estar
aburrido. Bueno, esto te dará algo importante para hacer. Maldita sea, Monty, sabes
que es una muchacha amorosa, tierna y dulce. Necesitamos encontrarle alguien que
la apreciará por lo que es.
Monty le dirigió una mirada peculiar.
—¿Estas sugiriendo que yo puedo llenar el papel?
—¡Tú! —la quijada de Rick cayó. —¡Absolutamente no! No ahora que has
vendido tu posición. Un poco arriba de nuestro alcance ahora que has entrado en los
zapatos de tu hermano. Tu familia te deseará casar con alguien con dinero y
conexiones ¿No? Y estoy seguro que estarás ofreciendo por una mano de un
diamante en su primera temporada. Todo lo que Midge tiene para ofrecer es un
corazón afectuoso. No, no, la clase de persona que podría satisfacer a Midge es un
oficial en servicio. Nunca la escucharías quejarse sobre lo duro de embalar para
seguir el tambor. Solo se arrojaría dentro de su papel para cuidar del sostenimiento
de su casa sobre la marcha, y valorar cada desafío.
Algo sobre el porte de los hombros de Monty se alteró.
—Perdóname. Por un momento pensé que estabas intentando emparejarme
con tu hermana.
Rick prorrumpió en carcajadas.
Monty sonrió tímidamente.
—Lo sé. Es solo que recientemente, me he empezado a sentir… —se estremeció
—…cazado. No tienes idea de lo lejos que algunas mujeres irían para lograr
enganchar a un vizconde sobre sus líneas. La más rastrera y descabellada de las
criaturas arrojó su persona en mi camino…
Rick miró con mucha mordacidad los pantalones de media caña de seda de
Monty, después a los anillos que brillaban desde casi cada dedo.
—¿Si vistes tan extravagantemente, que podrías esperar?
—Oh… —su expresión se agrió, —para que las personas muestren sus
verdaderos colores por supuesto.
A Monty aún le hervía la sangre desde la entrevista que había sufrido con su
padre, cuando recién había arribado en la ciudad. Había pasado meses intentando
probar que era bastante capaz de ocupar su posición como heredero de su padre.
Pero nada de lo que hizo o dijo había hecho alguna diferencia. Su padre tampoco
escuchaba una palabra de crítica en contra del administrador, quien estaba
sangrando a los sedientos inquilinos para forrar sus propios bolsillos.
—Has pasado demasiado tiempo en el extranjero —el conde se había burlado
cuando había expresado su preocupación. —Esta es Inglaterra, no la Francia
revolucionaria. Tu hermano conocía a esas personas, y nunca advirtió ningún
malentendido.
Su hermano mayor había sido cortado con las mismas tijeras que su padre, si
bien, ese fue el problema. Piers había sido complacido y mimado desde el día de su
nacimiento. Sintió que todo el mundo existía solo para proveerle placeres, sin ver
nada erróneo con dejar a sus inquilinos sufrir adversidades, siempre que las rentas
que financiaban su lujoso estilo de vida llegaran en tiempo.
—Harías mejor al ir a la ciudad para conseguirte una esposa. Son herederos lo
que necesito de ti, no interferencia en la administración de mis propiedades.
Nunca se había sentido tan despreciado en su vida.
Y esto podría quizá haber sido perverso de él, pero su recepción en la ciudad le
había hecho sentir diez veces peor. La gente sabía que tenía un título y fortuna, eso
era todo lo que a ellos les importaba. Los dandis imitaban cada lanzamiento de moda
que él instigaba. Cuanta más joyería usaba, iluminaba más los ojos de las mujeres.
Cuanto más odiosa era su conducta, más lo adulaban, hasta que fue difícil saber a
quién despreciaba más: a ellos o a él mismo. Era solo con esfuerzo que lograba
sacudirse su propio sentimiento de disgusto, y con el mundo en general, y le dijo a
Rick.
—¿Cenarás conmigo antes de llegar al tumulto de Lady Carteret? Un asunto
tedioso, pero por alguna razón, estoy obligado a ir. Una vez que haya mostrado mi
rostro, podemos ir a Limmer’s.
—¿Por qué no? —replicó Rick, apurando su vaso y dejándolo sobre la mesa. —
No tengo otro compromiso esta noche. Y he escuchado que tienes una excelente
cocinera.
—Es uno de los pocos beneficios de la vida civilizada —agregó Monty. —Que
ahora pueda tener tanto para comer como quiera, cada vez que quiera.
—Entonces permítenos empezar, Monty —dijo Rick. —¿O estoy siendo atrevido?
¿Necesito llamarte Mi Lord en estos días?
Monty se estremeció elocuentemente.
—No podrás creer como agradezco tener a alguien en la ciudad quien me
conozca como Monty. Cuántas veces alguna persona me llama por mi título, tengo la
urgencia de volverme para buscar alrededor si mi hermano camina dentro de la
habitación. Y me encuentro cada vez más lejos para demostrar que no soy para nada
como el anterior vizconde Mildenhall.
—Eso explica porque estás jugando al dandi estos días —Rick se rio
burlonamente, atisbando el chaleco de brocado de su amigo. —No pudo decirte lo
aliviado que estoy. Estaba empezando a pensar que ya no te conocía.
—Algunas veces, en los últimos tiempos —admitió Monty, pensando qué tan
tentado había estado por la jovenzuela quien había arrojado su bebida sobre él. —
Difícilmente me reconozco yo mismo.
Si esto hubiera sido solo en una ocasión, podría haberlo atribuido a una
aberración momentánea. Pero desde esa noche, siempre sabía cuándo ella estaba en
algún acto al que él acudía. La base de su cuello le picaba, se giraba y encontraba
esos ojos conocedores fijos sobre él, y en lugar de ese sentimiento de desprecio por
ella que por su comportamiento merecía, quería acecharla a través del salón, liberar
totalmente ese exuberante cabello de los pasadores que eran insuficientes para
contenerlos, jalarla con fuerza dentro de sus brazos y doblegarse a la tentación de
esos labios separados. Estaba empezando a creer que ella o alguna mujer como ella,
le ofrecerían un respiro temporal de su angustia. Si pudiera solo enterrarse en ese
pequeña bocado de tentación por una hora o dos… ¿Pero después qué?
Pero haciendo a semejante joven su amante, solamente confirmaría que su
padre tenía razón. Solamente un despreciable canalla arruinaría a una joven de su
misma clase.
Incluso si ella lo pidiera.
Capítulo 3

—Ahora, Imogen, necesito decirte severamente que es un logro personal recibir


una invitación de Lady Carteret. No tan importante es que hagas absolutamente
nada para levantar las cejas esta noche.
—No, tía —replicó Imogen dócilmente.
Estaba bastante segura que no habría problema en toda la noche, ningún
problema repercutiendo en la expresión suavemente aburrida que era de rigor en la
damas jóvenes. ¡Estaría aburrida! Nadie hablaba sobre nada más que de vestidos, y
quienes eran los últimos en arribar en la ciudad y cuando dinero tenían.
Cómo demonios su tía esperaba que ella averiguara lo suficiente sobre un
hombre para decidir si quería casarse con él, cuando nadie hablaba sobre algo que
importara, ¡no tenía idea!
Tan pronto como ellas entraron en la casa, Imogen comprendió por qué había
sido invitada. Lady Carteret obviamente era una de esas mujeres quienes disfrutaban
al jactarse de que su evento se había convertido en un lamentable apretujamiento,
incluso si todavía la temporada no hubiera empezado propiamente. Los salones
estaban ya abarrotados y calurosos, pero dado que justo estaban solo en Febrero,
nadie soñó en abrir alguna ventana. Todo lo que Imogen podría hacer era emplear su
abanico tan enérgicamente como se atreviera.
—¡Midge! —gritó una querida voz, haciéndola levantar su mirada de la consulta
de su hasta ahora vacía tarjeta de baile. —¡Pensé que eras tú! ¡Dios mío!¡Te ves
espléndida!
Imogen ignoró la referencia a su apariencia, el cual era totalmente merecido por
la generosidad de su tía y su buen gusto. El vestido de noche blanco, el uniforme de
las debutantes, había sido exaltado por encima de lo ordinario por el complemento
de una gasa plateada sobre el vestido. La tela era tan delicada que Imogen estaba
temerosa de sentarse, nunca pensó en aprisionar sus brazos alrededor de su
hermano, lo que era realmente lo que quería hacer.
—¡Oh Rick! Estoy feliz de verte —Imogen sonrió. —¿No te importará bailar
conmigo? Sólo una vez, ¿quieres?
—Me encantaría —le replicó galantemente, —Y estoy bastante seguro que
Monty hará lo mismo. Está aquí esta noche, tú sabes. Por eso es como llegue a
mezclarme en tan exaltada compañía. ¡Colgando sobre su faldón!
—¿De veras? —el corazón de Imogen se exaltó aún más ante la esperanza de
finalmente estar cara a cara con el amigo de su hermano.
—Así es —le aseguró Rick. Inspeccionó el abarrotado salón rápidamente,
ensombreciendo el ceño de sus facciones. —Aunque, no puedo pensar a donde fue.
Estaba de pie justo allá hace un minuto o así. Te digo que, Midge, espera aquí
mientras voy y lo encuentro.
—Incluso mejor, Rick, por qué no voy y espero fuera en la terraza y tú puedes
llevarlo ahí. Necesito algo de aire fresco.
—Sí, la ventilación aquí está para llorar —agregó Rick, recorriendo su dedo por el
interior de su rígido cuello. —Te diré que, iré a buscarte una copa de champagne,
mientras lo estoy buscando, probablemente a donde Monty fue es a conseguir un
trago. Se estaba lamentando respecto a los apretujones y el calor.
Imogen sonrió ante el espectáculo de Rick empujando con su hombro,
abriéndose paso entre la multitud. Era asombroso lo alentador que era tener a un
caballero deseoso por ir a buscarle una bebida. Y saber que había otro, a quien en
corto tiempo, sería presentada, quien ya estaba amablemente dispuesto hacia ella.
Habiendo preguntado a un lacayo como podría conseguir salir al exterior,
deambuló a lo largo del pasillo que conducía a la parte trasera de la casa, se
imaginaba que aspecto tendría Monty. Estaría elegante y soberbiamente vestido,
estaba segura. Incluso aunque ahora fuera pudiente, de acuerdo con Rick, no podía
ver a un hombre quien había sido alguna vez un soldado combatiente, inclinarse ante
el dandismo. Empujó para abrir la puerta que la conducía al exterior, resolviendo que
él definitivamente estaría un poco corpulento por ahora. Después de las penurias de
las campañas, probablemente aprovecharía al máximo el tener tanta comida como
quisiera. No le importaría en absoluto. Sería… cariñoso, decidió, siguiendo el camino
ensoñadoramente a través de la losa para descansar sus manos sobre la balaustrada.
Podría quizá tener una cojera, dado la cantidad de veces que había sido herido. No,
por supuesto que Rick le hubiera dicho alguna vez la naturaleza específica de
cualquiera de esas heridas. Pero definitivamente tendría cicatrices sobre su cuerpo.
Podía quizá ser un poco inconsciente sobre ellas. Pero le diría que ellas no lo hacía
menos atractivo para ella. Podría decirle que estas eran signos de valentía.
Un ligero movimiento desde el jardín inferior la alertó del hecho de que no
estaba sola en el exterior.
—¡Vaya! Si es la joven quien me emboscó con una copa de champaña —una
odiosa voz habló cancinamente, mientras el Vizconde Mildenhall emergía de las
sombras y se dirigió a subir los escalones al lado de ella. —Cuan persistente es usted.
—¿Persistente? ¡Oh! —Imogen se quedó sin aliento mientras empezaba a
entender que el vizconde había asumido que ella salió al exterior en su búsqueda. —
¡Cómo se atreve!
—¡Me atrevo porque las mujeres como usted no paran ante nada! —llegó hasta
ella, sus furiosos ojos verdes brillando intensamente. —Preparando una escena como
esta, uno solo…
—No tengo preparada ninguna escena, ¡cerdo arrogante! ¿Es usted tan vanidoso
que piensa que todo el mundo gira alrededor suyo?
—¡Con que esas tenemos! ¿Cuál es su excusa para salir aquí, ni dos segundos
después de yo haber dejado el salón de baile? —se rió irónicamente. —¿Descubrió la
ventaja que tiene mostrarse a la luz de la luna? Pero es demasiado tarde para
intentar cautivarme con esos ojos ilusionados y su aire soñador. Podrás pensar que
parece algún tipo de visión romántica en ese fino tejido de plata, Miss Hebden. Pero
la he visto observándome con un brillo calculador en sus ojos…
La única cosa que ella había estado calculando era como corregir la errónea
impresión que él había conseguido de ella. Pero desde al paseo con Rick, había
decidido no preocuparse más tiempo por lo que el arrogante dandi pensara de ella.
—Quería —replicó Imogen, irguiéndose en toda su estatura, —tomar algo de
aire fresco. Si yo mostraba los ojos ilusionados era porque estaba pensando en otro
caballero. De haber sabido que usted estaba aquí afuera, este hubiera sido el último
lugar al que hubiera venido. Todo lo que debe hacer, si usted no desea permanecer
en mi presencia, es regresar al salón de baile.
Él dio un paso en dirección a las puertas, después se detuvo y se giró de regreso
a ella con un gesto fulminante.
—Y supongo que vendrá directamente detrás de mí, con su vestido
desarreglado, diciendo historias de que yo me he aprovechado de usted. Esperando
forzar mi mano… —la única forma en que Miss Hebden iba a conseguir un marido era
utilizando medios tan inescrupulosos. Lo irritaba el pensar que ella lo tuviera como
su objetivo. Que ella, de alguna manera, hubiera percibido, a pesar del esfuerzo que
se había tomado para disfrazar eso, que ella quizá tendría alguna oportunidad de
éxito. Porque, aunque incluso despreciaba sus métodos, él no negaría que ella no
estaba tan lejos de sus pensamientos. Y que todos los pensamientos eran,
invariablemente, sumamente lujuriosos.
Imogen había recibido todo lo que podía soportar. La acusación, asociada con la
expresión de desdén sobre su rostro fue como un fuelle, ventilando su antipatía para
arder en llamas. Arremetió contra él, la palma abierta de Imogen crujió al lado de su
mejilla con un ruido como un latigazo.
Esto lo silenció, pero solo por un segundo.
—Usted pequeña perversa… —su mano se apostó en su mejilla enrojecida. —
Pagará por esto.
Antes de que hiciera un movimiento para detenerlo, el Vizconde Mildenhall la
jaló dentro de sus brazos y la besó. El grito de protesta de Imogen fue tragado bajo la
presión insistente de su boca. Sus brazos sujetaron los suyos a los lados, de modo
que aunque ella luchó con toda su fuerza, fue realmente incapaz de romper su
agarre.
Al principio estaba demasiado enojada para sentir miedo. Entonces solamente
después de pocos segundos, Imogen descubrió que había algo perversamente
fascinante sobre ser besada, a meticulosamente besada, por un hombre totalmente
determinado. Dejó de luchar como algo esencial, un aspecto profundamente
enterrado de su feminidad llegó saltando a la vida en reconocimiento de su
masculinidad. Con un pequeño gruñido, el Vizconde Mildenhall introdujo su lengua
dentro de su boca, llevando la experiencia sobre un nivel totalmente nuevo.
Su mente se tambaleó. Su corazón palpitó. Su estómago hizo un pequeño vuelco
excitado.
Y el Vizconde Mildenhall, sintiendo su capitulación, levantó una mano alrededor
del frente de su vestido y ahuecó su seno.
Su audacia la sorprendió.
—Que está haciendo… —jadeó Imogen, agrandando los ojos consternados. —No
puede…
—Esto es lo que obtienen las mujeres que me persiguen —se burló. —
Exactamente lo que ellas merecen. Desde la noche que hizo su jugada por mí en casa
de Mrs. Leeming, me he ocupado de averiguar sobre usted. Sabe que los hombres
están haciendo apuestas sobre el tiempo antes de que usted siga… —profundizó
dentro de su corpiño. —… los pasos de su madre.
Después pego sus labios en el cuello de Imogen.
Ella sintió como si la estuviera partiendo en dos.
Odió la mordaz forma en que habló de su madre. Supo por la forma casual que le
estaba acariciando su seno, como si ella fuera una falda ligera, que la estaba
insultando groseramente.
A pesar de la sensualidad de esas caricias estaban enviando ríos de deseo
cruzando a través de sus venas. Su cuerpo deseaba arquearse contra él, entrelazarse
alrededor de él.
—Por favor, por favor —se escuchó gemir. —Bésame de nuevo.
El vizconde alzó su cabeza y le sonrió. Con tan desprecio que despertó lo que
quedaba de su orgullo.
Cuando él bajó su boca para darle el beso por el que ella había pedido, lo
mordió.
—¡Que…! —él retrocedió, e Imogen, quien había sido bien adiestrada por Rick,
lo golpeó en el rostro, primero con su puño derecho, y después con el izquierdo.
No había tenido espacio para que ella tomara un buen movimiento. Fue el golpe,
ella esperaba, lo que le envió tambaleándose hacia atrás. Y un golpe de suerte que
sus hombros se estrellarán ruidosamente en una urna ornamental, que resultó estar
llena de arcilla arenosa. Cayendo en cascada totalmente sobre él cuando ésta se
tambaleo sobre su pedestal.
Ella logró una exitosa huida mientras él aún luchaba para prevenir que éste
colapsara sobre la losa de la terraza.
Imogen apenas había conseguido entrar cuando se precipitó totalmente
inclinada en Rick, quien tenía una copa de champaña en cada mano. Él no derramó
una simple gota cuando chocó contra él, notó, un tanto histérica, mientras se
agarraba a él. Simplemente levantó sus brazos en el aire, absorbiendo el impacto de
su cuerpo con un ligero gruñido.
Imogen lo sintió volverse y dejar las bebidas, entonces puso sus brazos alrededor
de ella mientras preguntaba:
—¿Qué demonios te pasó? —se puso frente a ella, entonces bajó su mirada
hacia ella con preocupación. Sus ojos observaron el frente de su vestido y se
estrecharon. —¿Algún hombre intento aprovecharse de ti?
Por primera vez, Imogen notó que la frágil tela estaba rasgada. Debió haber
pasado cuando forcejeó para soltarse del agarre del vizconde.
El rostro de Rick se oscureció.
—Lo mataré —gruño, dirigiéndose a las puertas de salida.
—¡No, Rick! ¡No digas tales cosas! —le agarró fuertemente su brazo y lo arrastró
de vuelta. —Si tú llegas a una pelea por esto, todos dirán que soy justo como mi
madre, ¡buena para atraer a los hombres a su ruina! ¿No lo ves?
Sus ojos pasaron rápidamente de ella a la puerta y de regreso.
—Demonios, Midge —gruño Rick, —es mi trabajo traer al tipo a cuentas.
—No —Imogen se opuso. —Es tu trabajo protegerme. Y no harás eso haciendo
un alboroto sobre… sobre… —se tragó su ultrajado orgullo —…una mera
insignificancia. Todo lo que harás es agitar aún más los chismes.
Imogen entonces lanzó una mirada sobre su hombro, temerosa que el vizconde
pudiera llegar furioso al interior de la casa detrás de ella. ¡Estaría obligado a actuar
de tal manera que nada de lo que pudiera decir impediría que Rick lo asesinara!
—No será sólo mis posibilidades de un buen matrimonio lo que perdería. No
seré incluso capaz de conseguir empleo en una casa respetable. Oh, por favor, Rick,
¿no puedes simplemente llevarme a casa y pretender que esto nunca pasó?
Rick alargó la mano y con un dedo enguantado, tocó una mancha sobre su
mejilla.
—Supongo, ¿esto es sangre? —silbó a través de sus dientes apretados. —Si el
tipo realmente te ha herido, Midge, no importa lo que pienses, ¡tendré que verlo!
—¿Sangre? —Imogen parpadeó, confundida por un segundo. —Oh, debería
pensar que es probablemente de él. Lo mordí.
—¿Tú… lo mordiste? —Rick miró asombrado.
—Sí, y después lo golpeé, con ambas manos, justo como me instruiste.
¡Uno…dos! —Imogen imitó los golpes para mostrarle.
Rick observó un poco apaciguado.
—¿No supondrás que lo has dejado tumbado, por casualidad?
—No —admitió tristemente. —Creo haber dejado una marca o dos sobre su
rostro, o arruinado su chaqueta —recordó la apariencia sobre su rostro cuando la
tierra había llovido cayendo sobre él, y no pudo evitar sonreír. Había golpeado sobre
su punto más sensitivo. Su vanidad. No se sorprendía que no hubiera llegado al
interior aún. ¡No desearía que alguien lo viera cubierto con suciedad!
Salió de su ensimismamiento para encontrar a Rick poniéndole de nuevo en
orden su chal para que ocultara su corpiño roto.
—Ven entonces —le dijo, poniendo un brazo confortablemente sobre sus
hombros. —Deberé llevarte a casa.
Fue solo entonces que entendió que se estaba yendo y debería proporcionar una
excusa para retirarse tan inesperadamente.
—¡Mi tía! —chilló Imogen, deteniéndose repentinamente. —¡No puedo regresar
dentro del salón de baile luciendo como estoy!
—No te preocupes —le dijo Rick, guiándola implacablemente a lo largo del
pasillo que conducía hacía el recibidor frontal.
—Debería decirle que tienes un dolor de cabeza o algo así. Las mujeres están
siempre padeciendo esa dolencia en eventos como estos. ¿No es cierto? —Rick
empujó a Imogen sobre una silla, y caminó hacía un lacayo quien los estaba mirando
con indolencia. —¡Hey, tu, amigo! ¿Puedes entregar un mensaje a Lady Callandar?
Infórmale que tuve que llevar a Miss Hebden a casa. Una repentina indisposición. —
Rick bajó el volumen de su voz, —e infórmale al Vizconde Mildenhall que yo lo
alcanzare más tarde, en Limmer´s. Debo acompañar a mi hermana a casa.
—Lady Callandar que Miss Hebdes está indispuesta, —repitió el lacayo,
metiéndose en el bolsillo la moneda que Rick dejó en su palma. —Y al Vizconde
Mildenhall que usted lo verá en Limmer’s, después de dejar a su hermana en casa.
Satisfecho de tener el mensaje correcto, Rick regresó rápidamente al lado de
Imogen.
Ella a duras penas registró que la condujo a la salida principal y dentro de un
carruaje estacionado.
¡Oh, con razón su madre le había estado advirtiendo de tener cuidado de
intercambiar besos furtivos con libertinos a la luz de la luna! Imogen odió al
vizconde. Realmente lo hizo. Y aun, cuando la había arrastrado a sus brazos, la
emoción que había estado naciendo, en su mayor parte, no había sido repulsión en
absoluto. Más bien excitante.
Sentir la lengua del Vizconde Mildenhall barriendo dentro de su boca había sido
tan intoxicante como la champaña. Burbujas intoxicantes habían enfervorecido a
través de todo su cuerpo, dándole vida en una forma que nunca imagino sería
posible.
Llevó sus dedos a su boca, entendiendo repentinamente la ruina de su madre de
una forma que siempre, hasta esa noche, la había horrorizado completamente.
Porque nunca había experimentado el poder del deseo antes. ¡Eso fue el motivo
de que Amanda había rechazado la oportunidad de emparejarse con su digno
pretendiente! ¡Porque no podía resistir la excitación de la manera malvada de hacer
el amor de Kit Hebden!
Se estremeció, repentinamente asustada. Porque no era solo la sangre de su
madre la que corría por sus venas. Era hija también de Kit Hebden. Kit quien ninguna
vez intentó doblegar ese lado de su naturaleza, más bien le había dado rienda suelta.
Kit quien nunca estuvo contento con una sola mujer, no especialmente una vez que
se hubo casado.
¿Después de todos los chismosos tuvieron razón sobre ella?
Alcanzó la mano de Rick a través del asiento, y la aprisionó.
Ahora que estuvo expuesta a un atractivo y experimentado libertino como el
Vizconde Mildenhall podría ser solo cosa de tiempo antes de que todo el mundo se
enterase de que realmente después de todo ¿había heredado la naturaleza lasciva de
Kit Hebden?

***

Una vez que el Vizconde Mildenhall hubo terminado de sacudir la suciedad de su


chaqueta, se sentó sobre la cubierta de piedra de la balaustrada. Se acabó. Renunció.
Cuando Miss Hebden regresara al exterior, sin duda con su acompañante y algún
otro testigo que ella consiguiera reunir, le informaría a cualquiera quien se interesara
en escuchar que sí, se casaría con la desvergonzada.
Apenas importaba lo que pensara de ella. No había tenido la conducta de un
caballero al casi violar a una joven soltera. Jaló su pañuelo para sacarlo de su bolsillo,
manteniendo sus ojos firmemente sobre la puerta a través de la cual Miss Hebden
había escapado, y dio pequeños toque en la sangre que escurría de su labio inferior.
Ahora debía pagar el precio por permitir que ese lado de su naturaleza saliera de su
control.
Hizo una mueca. Esto sería útil a su padre. El conde le había dado un largo
sermón sobre el tipo de mujer que él quería que llevara al regresar a Shevington
como su novia. Aunque su padre, con tres matrimonios extremadamente miserables
en su haber, era la persona menos calificada para repartir consejos maritales.
Cuan irónico era que su padre ya hubiera especificado que ¡en ningún caso debía
casarse por amor! —Si ella quizá muriera en el parto, te sentirás como un asesino —
le había dicho. —Y si ella confirma ser infiel, esto rompería tu corazón. Solo elige a
una mujer con las conexiones correctas que te sientas interesado en llevarla a la
cama. Y entonces, una vez hayas conseguido embarazarla, puedes dejarla aquí,
regresar a la ciudad y recompensarte tomando una hermosa amante. O dos.
Así que, estaba interesado en llevar a la cama a Miss Hebden ¡qué bien! Sí, ¡sería
bueno para su padre si la trajera a la familia! ¡Realmente disfrutaría alardear con esa
escandalosa criatura bajo la nariz de su padre!
Cambió su postura cuando la frialdad del parapeto de piedra se filtró a través de
sus pantalones de seda. ¿Dónde estaba la muchacha? No debería tomarle tanto
tiempo reunir refuerzos, ¿verdad?
Se levantó y empezó a pasearse arriba y abajo. No le gustaba la sensación de ser
jugado como un pez en la línea de la señorita Hebden. Pero en cierto sentido, sería
un alivio conseguir la publicación del arreglo de matrimonio. Una vez que tuviera el
nombre de ella en las líneas del matrimonio, tendría los motivos para regresar a
Shevington y esta vez, no soportaría desatinos del administrador de su padre. Dejaría
saber al hombre que sabía que él estaba hasta el límite. Visitaría incluso a cada
simple arrendador sobre toda la inmensa propiedad de su padre y les dejaría saber
que las cosas podrían cambiar una vez que estuviera al mando. Que hasta entonces,
haría hasta lo imposible para ver que ninguno de ellos sufriera innecesariamente. Por
lo que respecta al asunto de sus hermanos…
Sí, casarse con Miss Hebden tendría esta ventaja adicional. Además sería quien
la tuviera rotundamente sobre su espalda, donde era su sitio.
¡Pero estaría condenado si fuera a permitirle pensar que bailaría a su ritmo!
Inclinó su oído para escuchar el son de la música filtrándose fuera sobre la terraza; si
ella no conseguía regresar aquí afuera en el siguiente minuto había terminado, ¡se
retiraría! Porque quizá se congelaría hasta morir, ¿esperando a su placer? Le había
dado una oportunidad casi segura para conseguir resolver el asunto esta noche.
Las últimas nota del minué se desvanecieron, y el Vizconde Mildenhall caminó a
la puerta, su rostro determinado. Tenía un compromiso para reunirse con Rick en
Limmer’s. Disfrutaría una última noche de libertad, y entonces, en la mañana, haría
una cita con su tutor, luego podría ofrecerle hacer una mujer honesta de ella.
Si tal cosa fuera posible.

***

Imogen pasó la noche sin descansar.


Podía haber escapado de la casa de Lady Carteret sin haber sido avistada, pero el
perverso vizconde estaba obligado a querer exigir alguna forma de revancha por su
chaleco, su chaqueta y su labio inferior. No podía verlo haciendo esto diciéndole
simplemente a cualquiera lo que había pasado entre ellos en la terraza, puesto que
podría salir del recuento luciendo un poco ridículo. Pero él pensaría en alguna cosa.
Nunca se atrevería a mostrar su cara de nuevo en ninguna reunión de la alta
sociedad.
Pero no podría solo sentarse de brazos cruzados y esperar por el siguiente
movimiento del vizconde.
Ella no había apreciado totalmente, hasta que la hubo arrastrado a sus brazos,
cuan verdaderamente cerca estuvo del borde del desastre. Pero ahora entendió
mejor su naturaleza. Debería tomar medidas drásticas para prevenir volcarse sobre
el precipicio.
Debería pensar en abandonar Londres. Para proteger a sus tíos. Porque,
mientras residiera bajo su techo, cualquier cosa que hiciera se reflejaría en ellos.
Podía, decidió eventualmente, buscar la ayuda de Lord Keddinton. Él había,
después de todo, puesto en manifestó llevándola a un lado, no mucho después de
que arribara en Londres, y le dijo en un tono bajo que si alguna vez se encontraba en
dificultades, podía solicitarle su asistencia. Le explicó que esto se debía a que él
sentía un especial cariño por ella, debido a la cercana amistad que hubo disfrutado
con su padre.
No se había, recordó tristemente, sentido tan agradecida por esa seguridad en
aquel momento. Por un lado, se había sentido ofendida ante la presunción de que se
metería en alguna clase de problema que sus tíos no pudieran ser capaces de
manejar. Pero por otro, su pretensión de haber sido un amigo de su padre le había
dado respaldo. Nunca había escuchado alguna cosa buena sobre el hombre quien la
había engendrado. Y no obstante, si Lord Keddinton fue tan buen amigo, ¿por qué
ella nunca había incluso escuchado de él antes de arribar a la ciudad?
Imogen había pronunciado todas las palabras correctas, pero no había sido
capaz de reprimir un escalofrió cuando le sacudió sus largos dedos blancos en el
brazo. Hubo algo tan… desecado sobre el hombre. Su sonrisa se mantenía sin calidez.
No había sido capaz de ver directamente a sus ojos fríos y macilentos por más de un
transitorio momento. Por encima de todo eso, su aire ligeramente altanero, la hizo
consiente de cuan torpe, rústica e ignorante era ella.
Pero desde esa primera favorable reunión, ella volvió a examinar su opinión de
él. Porque había demostrado ser el amigo que afirmaba, instruyendo a sus hijas a
incluirla en su grupo social. Quien considerando su reputación era un riesgo en sí
misma. Y a pesar de que nunca tuvo cariño por Penélope o Charlotte, no podía negar
que ellas se habían convertido en visitantes frecuentes. El hecho de que todos sus
«consejos útiles» la hicieran sentirse desgraciada no era culpa de su padre.
Y él no había sido exactamente amigo de su padre tampoco.
—Yo espero —le había explicado su tía, —que él se empiece a sentir responsable
por tu bienestar después de que trabajó con Lord Narborough para suavizar las cosas
después de la terrible tragedia. Robert Veryan era entonces, solo un joven mensajero
apostado en el Ministerio del Interior cuando tu padre fue llamado para ayudar con
algún misterio que otros habían encontrado difícil de resolver. Digan lo que quieran
de Kit Hebden… —su tía asintió sabiamente, —…su mente era excepcionalmente
aguda. Ascendió a su actual digna oficina solamente debido a lo brillante de su
mente y la energía que dedica a su trabajo. Esto es solo murmuraciones… —su tía
había bajado la voz de forma conspiratoria, aunque estaban solo las dos en la
habitación, —que está pronto de recibir un condado. Si él declara que es tu amigo,
Imogen puedes considerarte una muchacha afortunada. Solo una insinuación de él,
en la residencia adecuada, y bueno… —ella había dispersado sus manos
expansivamente.
Sí, decidió Imogen, justo estaba amaneciendo, tomaría la oferta para asistirla de
Lord Keddinton. Con todas las conexiones que supuso que tenía, estaba obligado a
poder encontrarle a ella alguna posición como institutriz. Y manejar con ella las
objeciones de su tío. Significaría confiarle algunas cosas de lo que había pasado. Y su
temor de crear un caos en la Herriard House. Pero de alguna manera, Imogen sintió
que él era un hombre muy acostumbrado a recibir y conservar secretos.
No estaba exactamente segura cuando sería capaz de arreglar una entrevista
con Lord Keddinton, sin embargo. Imogen bostezó. Ni cuánto tiempo le tomaría a él
arreglarle su salida de Londres.
A la mañana siguiente, cuando encontró una nota de Rick a un lado del plato de
su desayuno, su corazón saltó dentro de su pecho. ¿Había desafiado al vizconde a un
duelo a fin de cuentas? Con los dedos temblorosos, rompió el sello, y descubrió que
todo lo que él quería informarle era que Monty había arreglado una ida al teatro
para esa misma noche. Con un inmenso alivio, pasó la nota a su tía.
—¿Una ida al teatro? —consideró su tía con reserva mientras Imogen
jugueteaba nerviosamente con su cucharita del té. —¿Estas realmente segura de
esto? Abandonaste la reunión de Lady Carteret muy temprano la noche pasada. Y
aun pareces un poco demacrada. Si tu cabeza aun te molesta tú…
—Me siento mucho mejor, gracias, tía. Y contemplo tomar un descanso esta
tarde, estoy segura que estaré lo bastante bien para esta noche.
Imogen solo quería ver a Rick y asegurarse que no fuera a llegar a mezclarse con
el perverso vizconde. Y él no iba a estar en el país por mucho tiempo.
—Esta persona Monty, de quien es el palco ¿viene de una buena familia?
—Rick lo asevera así, tía. Fue su carruaje que Rick tomó prestado para llevarme a
pasear en el parque.
—Debe ser bien acomodado, si su familia tiene un palco. ¿Y su domicilio?
—Hanover Square.
—Hmmm. Supongo que esto no puede perjudicar, siempre que yo te acompañe.
Imogen dejó salir la respiración que había estado sosteniendo. Si tenía que salir
a algún lugar esta noche, se sentiría mucha más segura en el teatro con Rick y sus
amigos, que en algún evento de sociedad ¡donde podría toparse con el vizconde otra
vez! Y mientras el día avanzaba, empezó a preguntarse si la idea de Rick, emparejarla
con un soldado en activo quien la sacaría de Inglaterra completamente, no tendría
algún mérito.
Podía no ser la unión que había deseado, pero seguramente sus tíos preferirían
decir a las personas que ella estaba casada, ¿más que trabajando como una
institutriz en algún lugar alejado?
Y la mayoría de los amigos de Rick, sospechaba, serian hijos jóvenes de la clase
de familias que probablemente no estaban muy preocupabas por los escándalos que
habían pasado veinte años atrás.
¡Eso podría funcionar! Si sólo, pensó desalentadamente, podría inducir a uno de
ellos a proponérselo. No tenía mucha confianza en su propio poder de seducción.
Pero solo había soltado una insinuación a Pansy, de que era probable que esa noche
en el teatro estuviera un caballero especial, para que los ojos de la muchacha
brillaran con una misión fervorosa. Jaló hacia arriba el vestido de noche cuyo corpiño
era algo bajo, Imogen nunca había estado de acuerdo ponérselo antes. Incluso ahora,
lo observaba con algo de inquietud. Después levanto tu barbilla. Situaciones difíciles
demandaban medidas desesperadas. Por otro lado, el vestido podía no ser tan
escandaloso como lo consideraba, o su tía nunca lo hubiera comprado para ella.
No pasó mucho tiempo antes de que Imogen estuviera de pie ante el espejo,
mirando fijamente con un temor paralizante de exponer el montículo de sus senos y
la línea oscura de sus piernas a través de sus diáfanas faldas. De un golpecito abrió su
abanico y miró su reflejo por encima de él, de la forma coqueta que había visto
emplear en otras jóvenes. ¿Podía realmente lograr sonreír tontamente a algún pobre
e ingenuo caballero?
Molesta con el vizconde por ¡obligarla a una situación en la que se sentía
obligada a recurrir a tales estratagemas! Restalló su abanico al cerrarlo y lo arrojó
sobre la cama mientras Pancy todavía sostenía otro flamante par de guantes de
noche. Los que había usado la noche anterior debían estar irreparables. Los guantes
de las damas, suspiró, no eran diseñados precisamente para aguantar una contienda
a puñetazos.
Solo la reacción de Rick, cuando la vio descendiendo las escaleras, logró aliviar su
consciencia un poco.
—¡Luces tan preciosa como una visión! —afirmó, besándole la mejilla.
—¿De verdad? —Imogen se ruborizó con placer. El vestido no debía ser
demasiado revelador, en realidad, o su hermano ciertamente le hubiera dejado
saberlo. Por supuesto, realmente no creía que estuviera tan atractiva como él había
implicado. No era una belleza, como su madre. Pero sabía que no era un antídoto,
tampoco. Sonrió irónicamente. Para el fin de la noche su cabello podría, muy
probablemente, haber escapado de la banda donde Pancy la había restringido, y
estaría revuelto por todas partes. Pero al menos podía empezar la salida nocturna
sintiendo como si luciera como una elegante joven dama elegible.
—Por aquí, permíteme ayudarte con tu capa —dijo Rick, tomándola del lacayo
quien estaba posado con ésta sobre su brazo.
—¿Y tu tía? —le murmuró Rick en la oreja mientras le colgaba el manto forrado
de piel alrededor de sus hombros.
—Bajara pronto, ¿espero? —su fastidiosa conciencia sobre ella de nuevo.
¿Debería estar sintiéndose tan agradecida de estar cubierta, si su vestido no
estuviera bordeando sobre la indecencia?
—Bien. Quiero unas palabras —tiró de ella dentro del recibidor y empujó la
puerta. —Es de esta manera —Rick se miró brevemente incómodo. Después tomó
una profunda respiración y lanzó. —Agradezco que hayas hecho un esfuerzo extra
esta noche. Con el vestido, y esa cosa elegante en tu cabello, con todo. Porque,
verás, estuve hablando a Monty la noche pasada, y la conclusión es, él está dispuesto
a ayudarte. A encontrar un esposo es decir. Los compañeros que ha reunido esta
noche están a la expectativa de la clase de esposa que aceptaría tener carrera en el
ejército.
—¿Él… que? —Imogen tomó asiento rápidamente sobre la silla más cercana. —
¿Me estás ridiculizando?
—¡No! ¡No podría hacer una broma de una cosa como esta! Dijo que él sentía
como si te conociera a través de todas esas cartas que acostumbrabas escribirme, y
que merecías encontrar la felicidad con un hombre quien te aprecie, más que alguien
bien vestido… —se suspendió de pronto, mirando culpablemente hacia la puerta, a
través de la cual su tía podía quizá entrar en cualquier momento. —No estás molesta
conmigo, con nosotros, ¿verdad? Solo intento ayudarte.
—No, oh, no, no estoy para nada molesta —exclamó ella mientras le daba un
fuerte abrazo. —¡Cómo puedo agradecerte! ¡El mejor de mis hermanos!
Las mejillas de Rick enrojecieron.
—Esto no es nada. Seguro que Gerry haría lo mismo, si él estuviera aquí. Incluso
Nick, si pudiera sacar su nariz de sus libros por el tiempo suficiente para alertarle del
hecho de que no todo está correcto contigo.
No, suspiró. Ninguno de ellos sería capaz de batirse en su nombre. Rick era el
mejor de sus hermanos. Él siempre había sido el único en comprobar sus huesos
rotos cuando caía de un árbol, mientras Nick chasqueaba su lengua
impacientemente y Gerry estallaba a carcajadas.
Antes de que cualquiera de ellos dijera otras palabras, escucharon a su tía
bajando las escaleras. Fueron a reunirse con ella en el vestíbulo, y se embarcaron en
la clase de despreocupada conversación apropiada para una reunión destinada a una
noche de diversión. Todo el camino al teatro, sintió como si estuviera flotando sobre
el aire. Este era el primer golpe de buena suerte que había tenido en una época.
Incluso, si el caballero que conociera esta noche no la aceptaba, sonaba como si
Monty estuviera dispuesto a ayudarla a encontrar la clase de hombre con el que
pudiera disfrutar estando casada. Probablemente, él podría incluso darle una mirada
a ella, y… Su corazón le falló un pulso. Cuan maravilloso sería si el propio Monty, el
héroe de todos los sueños de todas las doncellas, se sintiera atraído por ella. Si se
declarara y la llevara rápidamente de Londres, ¡precisamente cuando estaba
sumamente en necesidad de un rescate!
No podía parar de sonreír, por todos los escalones hasta arriba. Aunque su
corazón estuviera golpeando tan rápido hasta hacerla sentir un poco inestable. Una
vez que llegaron a la puerta del palco privado de Monty, estaba aferrada al brazo de
Rick por todo lo que valía.
Y era sencillamente tan bueno. Pero la primera persona que Imogen vio, cuando
la puerta se abrió, no fue otro que el Vizconde Mildenhall. Estaba arrellanado contra
uno de los pilares que soportaban el techo dorado. Muy sobriamente vestido, para
él, con una chaqueta oscura, un chaleco liso y solo un anillo adornando su dedo
pequeño.
Los castillos que había estado construyendo en el aire se vinieron abajo sobre
ella en ruinas. Por mucho que Monty quisiera ayudarla, el Vizconde evitaría que
cualquier hombre que él considerara su amigo, ¡llegara a involucrarse con ella!
El Vizconde Mildenhall encontró su mirada horrorizada con las cejas bajas.
Después miró a Rick. Después en la forma que ella estaba aferrada a su brazo.
Después de regreso a Rick.
—Rick, —pronunció lentamente, separándose del pilar y se adelantó con su
mano estirada. —Bienvenido. ¿Y esta es? —sus ojos ojearon rápidamente a Imogen
de nuevo, sus facciones ahora fijas en una expresión de educada pregunta.
—¡Mi hermana! —dijo Rick, como si esto debiera ser obvio.
—Tu hermana —repitió, mirando hacia ella detenidamente.
Imogen se encrespó. Que estaba haciendo actuando como si ella fuera su
huésped esta noche, ¡el cerdo arrogante! ¡Fue Monty quien los había invitado! Y
entonces, para su horror, Rick dijo:
—Ella realmente ha estado deseando conocerte apropiadamente, al fin.
Imogen sintió el calor fluir por sus mejillas. Si esto no era suficiente para destruir
su reputación a los ojos de este hombre, no sabía que lo haría. Ya la había acusado
de perseguirlo. Sin embargo ningún otro parecía consciente de que algo estaba mal,
ella podía decir por la forma en que sus ojos brillaron pensando que ella era tan cara
dura que incluso hubiera atado a su hermano dentro de este plan.
Imogen levantó su barbilla y miró hacia él.
—No estoy en lo mínimo encantada de conocerlo, Vizconde Mildenhall. Mi
hermano me dijo que iba a presentarme a un ex oficial de su regimiento. —revisó a
los otros ocupantes del palco, preguntándose cuál de los jóvenes caballeros sería.
Ninguno de ellos se parecían en lo más mínimo al Monty de su imaginación.
—¿Ustedes ya se conocen? —preguntó Rick, bajando su mirada hacia ella
sorprendido.
—Nuestros caminos se han cruzado, una o dos veces. Pero nunca hemos sido
presentados formalmente —dijo el vizconde.
—Bueno, entonces, Monty, permíteme hacer los honores. Esta es mi hermana,
Midge. Bueno mi hermanastra, Miss Imogen Hebden, supongo que debería decir,
para ser perfectamente precisos. Y su tía materna, Lady Callandar.
—¿M…Monty? —los ojos de Imogen giraron de regreso al Vizconde Mildenhall y
dilatados por el horror. —¿Usted es Monty? Pero…
Exactamente al mismo tiempo, Lady Callandar la rodeó.
—¿Este es Monty, el amigo de tu hermano?
Finalmente, incluso Rick asimiló el hecho de que algo andaba mal.
—Oh, ah, bueno, supongo que quizá debí haber señalado que él ahora es el
Vizconde Mildenhall.
—El apellido de la familia es Claremont, como estoy seguro usted está
consciente, madam —él dijo a Lady Callandar, inclinándose rígidamente desde su
cintura. —Mis hermanos oficiales aún se inclinan a usar el nombre con el que ellos
siempre me han conocido. Yo empecé como Teniente Monty, después Capitán
Monty, y así. En defensa del Capitán Bredon, nosotros no nos habíamos visto desde
que tomé el título después de la muerte de mi hermano mayor, el año pasado.
Lady Callandar empezó a hablar con él. Acerca de que, Imogen no supo. Había
un extraño sonido en sus oídos.
Rick la condujo a una silla al frente del palco, después la ayudó a quitarse su
capa, mientras el Vizconde Mildenhall desempeñaba la misma ceremonia para su tía.
Imogen se sintió desnuda sin la capa. Incluso mucho más cuando los ojos del
vizconde se deslizaron sobre las curvas expuestas de sus pechos, recordándole la
forma en que sus manos la habían acariciado ahí, con efectos bastantes
devastadores, solo la noche anterior. Él levantó a vista, después, sus ojos se
encontraron.
Imogen jadeó ante lo que vio en ellos. ¡También él había recordado!
Él había levantado su mano a su mandíbula, y estaba tocándose su labio inferior,
jalando su horrorizada atención a la costra acumulada, y la herida amoratada que le
había hecho.
Imogen desprendió sus ojos de los suyos y contempló aturdidamente abajo a las
butacas inferiores. Nunca había estado tan asustada antes, pero ahora sintió como si
estuviera balanceándose directamente sobre la orilla de un abismo.
Todo lo que el vizconde debía hacer era darle un pequeño empujón, y ella iría a
lo más profundo dentro de la ruina social.
Capítulo 4

Nada sobre el escenario pudo mantener la atención de Imogen.


Categóricamente había mucho más drama desarrollándose dentro del oscuro palco.
Después del impacto inicial de encontrarse con ella, el vizconde recobró su
acostumbrado aplomo notablemente rápido, presentándola a sus otros huéspedes,
al hombre con el que ahora ya no tenía esperanzas de casarse, como si nada
estuviera mal.
Solo ella advirtió algo extraño en la forma en que no proporcionó su nombre
completo, pero en lugar de eso la presentó como —La hermana de mi buen amigo, el
Capitán Alaric Bredon —antes de presentar correctamente a su tía como Lady
Callandar.
Sin duda lo hizo para evitar que ellos supieran que Rick estaba relacionado con la
escandalosa señorita Hebden. Y estaba, a regañadientes, agradecida con él.
Sin embargo él aún estaba furioso con ella. Lo diría por la forma en que el aire
entre ellos parecía vibrar de un modo concluyente en cuanto Imogen miraba en su
dirección.
Cuando cayó la cortina para el intermedio y todos se levantaron y empezaron a
platicar entre ellos, aprovechó la oportunidad para jalarla a un lado.
—No dirá una palabra a su hermano sobre lo que ha pasado entre nosotros —él
espetó. —Me la ha presentado, con buena intención, creyendo que es la joven
criatura inocente quien creció con él en Straforshire. No tiene idea de cuánto ha
cambiado, y no tengo intención de ser el hombre que lo desengañe.
Imogen sintió una abrumadora sensación de alivio de que él estuviera dejando a
un lado su deseo de venganza debido a su amistad con Rick.
—Gracias —ella respiró. —Por nada heriría a Rick. Por cierto nunca habría
venido esta noche y lo pondría en esta situación, de haber sabido que usted era
Monty —Imogen tomó una apreciativa y larga mirada sobre él, entonces, adivinó
confusa. Nunca habría presumido que Monty podía ser un hombre parecido al
vizconde Mildenhall. El Monty sobre el que Rick había escrito había sido gallardo,
valiente y honorable. Todo lo que pudo haber pasado, para cambiar a un vanidoso,
rudo, falso…
Sus ojos descendieron bajo su escrutinio. Imogen se preguntó si él entendería lo
que ella estaba pensando sobre él. Pero entonces asintió y dijo:
—Le creo. Por mi parte, nunca relacioné a la hermana que Rick me describió con
la Miss Hebden que conocí. ¿Por qué su nombre es Hebden —él frunció el ceño, —y
no Bredon?
—Porque el padre de Rick no le importó adoptarme y darme su nombre —
Imogen clavó la mirada más allá de él, a dónde Rick estaba platicando alegremente
con uno de los otros hombres jóvenes. Por el rabillo del ojo pudo ver a su tía
interrogando a otro. —Bien —dijo agriamente, —pensaría que usted puede entender
eso. Usted, por encima de toda la gente, supo la clase de cosas que están diciendo
sobre mis padres.
Cuando todos ellos tomaron asiento de nuevo, después de terminar el intervalo,
Imogen, se encontró para su desazón que había sido manipulada a una silla próxima
al Vizconde Mildenhall.
La ignoró durante todo el segundo acto con imponente desdén. Cada vez que
Imogen levantó la mirada hacia él, su rostro estuvo volteado hacía el escenario, todo
su comportamiento indicaba que los actores eran mucho más interesantes que la
atrevida mujer quien le había embaucado para meterse en su palco.
Mientras, para su creciente molestia, Imogen podía pensar solo en él. Incluso
aunque fuera un gusano despreciable, era capaz de sentir el calor de su cuerpo tan
cerca del suyo, y oler su esencia indefinible haciéndola estar totalmente consciente
de él. No podía dejar de pensar sobre la forma de su lengua húmeda dentro de su
boca, la forma en que la había sostenido, cómo la había dominado. Esto hizo a su
estómago volcar y a su corazón latir con fuerza. Desde que supo que una joven dama
bien nacida sentiría nada más que asco por un hombre quien la había tratado tan
insultantemente, fue exasperante admitir que simplemente sentarse enseguida de él
en la oscuridad la estaba haciendo anhelar por más de lo mismo.
Se retorció en su silla, un grueso sentimiento de inseguridad y deseo frustrado,
contando los minutos para poder escapar del arrogante y atractivo bruto arrellanado
en la silla de al lado. Tan pronto como la última cortina cayó, Imogen saltó sobre sus
pies y buscó su refugio a un lado de Rick.
Hubo las inevitables pausas antes de que pudieran retirarse, durante las cuales
el Vizconde Mildenhall atravesándose a donde ella estaba de pie colgada al brazo de
Rick, y dijo:
—La visitaré para llevarla a un paseo mañana, Miss Hebden.
El corazón de Imogen se hundió. La expresión en su rostro era tan severa que
podía prever que, mientras conducía su vehículo alrededor del parque, intentaría por
completo darle un duro sermón sobre sus modales y su moral, ¡antes de advertirle
que se olvidara de cualquier idea que ella pudiera tener de casarse con uno de sus
amigos!
Pero debería resistir la reprimenda, si eso era lo que le tomaría a él abandonar
cualquier plan que tuviera para arruinarla socialmente. Y parecía, a partir de lo que
precisamente había dicho, que podía dejarla fuera de su anzuelo por el bien de su
amistad con Rick.
—Muy bien —le dijo, levantando desafiante su barbilla. —Estaré lista.
Rick la miró interrogativamente mientras la acompañaba al bajar las escaleras al
salir.
—¿Está alguna cosa mal, Midge? ¿No congeniaste con Monty? Él se veía
bastante prendado de ti, debo decir.
¡Sí, el vizconde era un consumado actor! Sabía lo que pensaba de ella. Él había
logrado eso muy claramente. Y sin embargo, esta noche, con Rick observando, se
había comportado como un perfecto caballero, otorgándole consideración y cortesía.
Incluso la forma que había ocasionalmente mirado hacia ella, con una intensidad que
la había hecho sentir como un espécimen bajo un microscopio, podía ser
interpretada por otros como un genuino interés en ella como una mujer.
—¿Sí? —Imogen se condujo con ligereza. —No puedo pensar por qué. Cuando es
tan atractivo que me atrevo a jurar que podría tener a cualquier mujer con doblar un
dedo —se sumergió dentro del coche de alquiler con más premura que gracia, y se
tiró dentro de una esquina del asiento.
Rick asomó su cabeza a través de la puerta abierta.
—Pero él te estará visitando mañana…
—Estoy segura que esto es una salida de cortesía por ti, Rick —musitó Imogen,
arrojando su retículo sobre el asiento enseguida de ella, y se flexionó para
desenredar los volantes de su falda, los cuales se habían agarrado al tacón de su
zapato. —No hay nada en mí que pueda atraer a un hombre como él.
—Oh, no puedo estar tan seguro —le dijo Rick pensativamente. —Él dijo
bastantes cosas muy halagadoras sobre ti cuando nos reunimos en Linner’s anoche.
Dijo que sentía como si te conociera bien, a través de las cartas que acostumbrabas
escribirme. Dijo que cualquier hombre sería afortunado de tener una muchacha
como tu como esposa. Una joven con integridad y lealtad y…
Eso había sido antes de enterarse que su apellido era Hebden, pensó. Imogen
agitó su cabeza, diciendo firmemente:
—No soy para nada la clase de joven con la que un futuro conde debe casarse —
como si probara su punto, el volante se separó del tacón de su bota y de su falda
simultáneamente.
—Bueno, eso fue lo que pensé al principio —meditó Rick. —Porque él solo dijo
que te ayudaría a encontrar un marido. Pero una vez que se fijó en ti, no permitió a
ninguno de los otros compañeros acercarse a ti.
No, no lo había permitido. ¡Pero no fue debido a un algún sentimiento parecido
a la admiración por ella! Con los dedos temblando de disgusto, ató el cordón de
encaje a un nudo para no tropezar con él cuando saliera del coche más tarde.
—Tú lo sabes, Midge —persistió Rick, —desde que tu tía te ha estado vistiendo
—recorrió sus ojos bajando por el estilizado cuerpo. —Te ves mucho más bonita de
lo que solías.
Imogen logró levantar una pálida sonrisa. En verdad, su ciega negación a verla
como los otros hombres lo hacían, le calentó el alma.
—Cuando estaba corriendo a través de los campos en tus pantalones
desechados, con mi cabello tranzado, ¿quieres decir?
Rick rió burlonamente.
—Con tus dientes frontales ausentes y un ojo negro por la caída de un árbol.
¡Monty debería haberte visto entonces! —soltó una carcajada.
Imagen también rió, pero no podía creer que Rick no escuchara cuan falso se
escuchó.
Él estaría tan decepcionado si alguna vez se enteraba lo que su amigo realmente
pensaba de ella.
Para entonces, suspiró, desplomándose en la esquina, Rick sería solo el último
en una larga lista de personas que ella había decepcionado, de una forma u otra.
Antes de que se convirtiera en semejante prueba para sus tíos, había probado ser
indigna de ser incluida en la herencia de Hugh Bredon. Pero lo peor de todo, el
profundo dolor que tuvo al vivir sabiendo que incluso, no había sido de ningún gran
consuelo para su propia madre.
Amanda había pasado toda su vida de duelo. Ella encontró alguna compensación
en la crianza de los chicos de Hugh, pero ahora, se esclareció esto en Imogen sobre
una reciente ola de dolor; Imogen había sobrevivido a la infancia, crecido y floreció, a
pesar de eso nunca había sido algún consuelo en absoluto. Teniendo a una simple
hija nunca había compensado a Amanda por la muerte de sus hijos.
Imogen frotó en la tirantez formada justo entre sus cejas. Mirando cuánto su
madre había amado a los hijos de Hugh, había intentado ser justo como ellos, ¿así su
madre podía amarla también? No es que le hubiera hecho ningún bien. Su madre
había enfocado toda su atención en ellos, incluso haciendo que Imogen prometiera,
mientras la cuidaba durante el final de su enfermedad, que ella debería cuidarlos en
su lugar.
Y ahora aquí estaba, vestida por su tía para parecerse a las jóvenes damas de
sociedad. De quien todos esperaban un buen matrimonio. Mientras dentro de ella
era todavía nada más esa muchacha que Rick había descrito. Un desaliñado,
mugriento e indeseado producto de un matrimonio sin amor. Esperaba
desesperadamente que alguien pudiera tomarla tan solo como era.
Casi gimió en voz alta. Había pasado tanto tiempo intentando solamente probar
que era tan buena como un muchacho, que nunca había aprendido apropiadamente
como ser una niña. No era solo el rechazo del vizconde. Ya había aprendido, desde
los años que había pasado observando la interacción de los sexos en la sociedad
educada, que ningún hombre podía querer casarse con semejante hembra torpe.
También podía aceptar eso. Siempre había sido una inadaptada, y ahora parecía
como si siempre fuera a ser.
Su tía se apresuró a subir al carruaje en ese momento, así Rick fue obligado a
colocarse a un lado.
—¡Que golpe de suerte! —su tía estaba radiante tan pronto como cerró la
puerta y ellos estuvieron en camino dijo: —Que el Vizconde Mildenhall resultara ser
un amigo del Capitán Bredon. Y que éste dispuesto a llevarte de paseo mañana. ¡Solo
pienso lo que esto significará!
—Tía, por favor, no pongas tus esperanzas tan altas. Es solo un paseo en el
parque…
—Sí, ¡pero con el Vizconde Mildenhall! Todos sabrán que te ha perdonado por el
incidente de la champaña. Si él puede, quizás, ser persuadido para acompañarte,
para un baile o dos, también… Que él podría, ya que parece en tan buenos términos
con el Capitán Bredon… Bueno, ¡esto hará maravillas por tu reputación social!
Imogen aspiró una respiración sostenida. Este era un aspecto del evento que no
había considerado. Solo dar un paseo alrededor del parque con el vizconde incluso
sería una hazaña. Su tía seguro haría que todos supieran sobre su amistad con su
hermanastro. Tal vez ser considerado como una conexión de la suya superaría la
desventaja de su herencia.
Por una vez, participó incondicionalmente en la entusiasta preparación de su tía
para el paseo del siguiente día. Hasta cierto punto de pendía del Vizconde Mildenhall
para dejar a un lado su animosidad hacía ella.
Ambas habían notado que el vizconde parecía favorecer el color verde;
determinadas a obtener su favor, Lady Callandar vistió a Imogen en un vestido de
paseo y capa en ese color.
Su tía estimó el resultado final con los labios fruncidos.
—Mi piel de chinchilla —dijo ella, chasqueando sus dedos a Pansy, quien corrió a
buscarla. —Tú quieres verte como si tuvieras todo el derecho de estar en el coche
enseguida a un hombre reconocido por su elegancia en su vestir —su tía terminó,
acomodando los pliegues de la lujosa piel alrededor de los hombros de Imogen.
Por supuesto, cuando el Vizconde Mildenhall arribó, la eclipsó completamente,
en su voluminosa chaqueta de conductor, sujeta con enormes botones de
madreperla, y sombrero de castor con el borde rizado puesto en un ángulo casual
sobre su dorada apariencia. Pero al menos supo que lucía notablemente elegante,
por primera vez, ¡mucho más que el marimacho que pensaba que era ella!
Había venido a buscarla en el mismo vehículo que le había prestado a Rick. El
mismo mozo encogido permaneció sosteniendo las cabezas de los caballos mientras
ellos subían a los asientos. Cuando el Vizconde Mildenhall arremetió la manta de
viaje alrededor de sus rodillas, Imogen susurró:
—Antes de que diga cualquier cosa que tenga que decir, solo quiero que sepa
que estoy verdaderamente agradecida por no decir o hacer algo anoche para
exponer mi espantosa conducta en casa de Lady Carteret.
Él se irguió con rapidez y le lanzo una hostil mirada.
—¿Crees que deseo que las personas sepan lo que pasó en la terraza?
Su ánimo se hundió. Aunque él obviamente sintió algún remordimiento por su
participación en ese escandaloso episodio, la forma en que la miró le dijo que él no
estaba a punto de echar sobre su hombro alguna culpa.
De forma enérgica le indicó al mozo que se apartara de los caballos y la severa
postura de su boca cuando inició la marcha en la calle ajetreada, le dijo que él aún no
estaba listo para escuchar sus explicaciones sobre todo lo que hasta ese momento
marchaba mal entre ellos.
Él maniobró para permanecer en un tramo de Mount Street, cruzó Park Lane,
luego llegó al parque antes de hablar de nuevo.
—Eres extremadamente cariñosa con tu hermano, ¿no es así?
—Sí.
—No podrías hacer nada para herirlo, ¿verdad?
—¡Claro que no!
—Entonces… —los músculos de su mandíbula se apretaron como si estuviera
armándose de valor para continuar —…habiendo considerado el asunto
cuidadosamente, creo que la mejor solución para todos los involucrados, es que
nosotros nos casemos.
¡Vaya! Él lo había dicho. Ya había escrito para arreglar una entrevista para hablar
con su tío materno, Lord Callandar, antes de descubrir que ella no solo era la
libertina Miss Hebden, sino también la hermana de Rick.
Eso no hizo un ápice de diferencia a largo plazo. Miró hacia ella por el rabillo de
su ojo. Casi lo había derribado al descubrir que la mujer fascinadora a quien había
probado bajo la fría luz de la luna, era la misma mujer que uno de sus amigos más
cercanos siempre había descrito como un parangón. Una mujer a la que él había
decidido ayudar a salir de las dificultades que ella estaba experimentando.
Había estado seguro que estaba condenado a un matrimonio miserable con una
intrigante descarada. Y al ponerse cada vez más borracho, veía un largo y miserable
futuro resultar ante él, unido en matrimonio a una mujer por la que no sentía
respeto, empezó a desear no haber sido tan exigente con Rick, cuando le dijo que
Midge necesitaba un marido. Siempre había pensado que ella era sensata igual que
una joven agradable. Alguna vez, había pensado que si él algún día se casaba, querría
hacerlo con una joven como ella. Alguien quien pudiera ser una fiel compañera para
él, incluso cuando ambos envejecieran.
Y aunque había creído que tal felicidad ahora nunca sería suya, puesto que
estaba comprometido a casarse con Miss Hebden, había decidido hacer lo que podía
por la hermana pequeña de Rick. La vida había sido dura para ella. Se merecía un
poco de felicidad. Y así había pasado el día buscando por toda la ciudad por hombres
que creyera que podían apreciar lo que ella tenía para aportar al matrimonio.
Cuando debidamente, debería haber ido directamente a la casa de Lord Callandar y
sellar su propio destino.
No es que hubiera mucha diferencia ahora. Miss Hebden era Midge. La
muchacha que según Rick podía disfrutar retozando por la propiedad con sus
descuidados hermanos. La joven quien sería capaz de hacer frente con las
dificultades de su padre, le pudo agradecer a su padrastro cuidándolo ella misma a
través de su enfermedad terminal. La joven quien, vio por el rabillo de su ojo, estaba
mirándolo como si hubiera perdido el sentido.
—¿Qué, usted y yo? —ahora estaba diciendo eso como si la idea nunca se le
hubiera ocurrido a ella. —¿Desposarnos?
Él le otorgó el beneficio de una sonrisa cínica.
—¿Por qué no? —cuanto más lo pensaba, más sentido tenía. Se había sentido
atraído por ella desde el primer momento en que la había visto. Incluso aunque la
había conocido solo como la escandalosa Miss Hebden. Ahora que había aprendido
más acerca de sus antecedentes, podía tal vez entender qué la había conducido a
emplear medidas tan desesperadas para conseguir un marido. Y no podía negar que
ella podía hacer frente a la situación en Shevington tanto mejor que muchas
mujeres.
—¡¿Por qué no?! —Imogen miró sobre su hombro al mozo, quien cargaba la
expresión rígida de un sirviente pretendiendo no pestañear, y bajó su voz. —Bien,
para empezar, ¡esta mi reputación!
Él pestañeó. No había esperado ese argumento de ella. Que saltara arriba y
abajo, y un grito triunfal, quizá. Pero no ese argumento.
—Explica —soltó un poco brusco.
—¡Oh, vamos! Sabe todo sobre mis padres. Y noté que a usted le pareció
apropiado cuidar de no presentarme como Miss Hebden la noche pasada. ¡Es
bastante obvio que usted no puede querer a la hija de una pareja tan notoria en su
familia!
—¡No seas absurda! —nada había estado más lejos de su mente. De hecho, su
mente no había estado funcionando del todo cuando al principio había entendido
que Midge y Miss Hebden eran una y la misma persona. Solo había actuado con
algunas objeciones profundas y viscerales a permitir que algún otro hombre hiciera
cualquier clase de propuesta hacia su mujer.
No es que fuera a admitir la oleada de posesividad que lo había abrumado en el
momento en que ella se había retirado su capa, y reveló la exuberante figura que
había sostenido en sus brazos la noche anterior. Sería un grave error en este
escenario, dejar que ella supiera del agarre que tenía sobre él. ¡Era la clase de mujer
que usaría esto para su ventaja! Así, en un tono que incluso él sintió como de un
santurrón, dijo:
—La noche pasada estaba considerando los sentimientos de Rick. No quería que
lo lastimaran. Y lo estaría, si sabe que los hombres estaban haciendo apuestas sobre
quién de ellos…—se detuvo abruptamente.
Pero Imogen supo la naturaleza de la frecuente especulación sobre ella.
Él permitió a los caballos ir al trote algunas yardas, antes de decir en un tono
más conciliador.
—Ninguna familia está siempre libre de escándalos, de una forma u otra. El
tercer matrimonio de mi propio padre, por ejemplo, fue muy desafortunado. Su
esposa era demasiado joven para casarse con un hombre ya dos veces viudo, quien
deseaba una vida aislada en el campo. Ella tuvo… —se detuvo, dejando en su rostro
una expresión determinadamente vacía, —…una serie de aventuras muy bien
evidenciadas. Mi padre aún está obsesionado por las dudas sobre la legitimidad de
mis jóvenes hermanos gemelos, aunque naturalmente, los acepta como suyos.
Imogen jadeó, y medio se giró hacía él sobre el asiento.
—No sé qué decir.
—Solo acepta casarte conmigo, eso es todo lo que quiero escucharte decir —le
dijo desagradablemente.
—Pero seguramente usted no desea…
La detuvo impacientemente.
—Rick debe seguramente haberte dicho algunas cosas sobre mi situación. El
conde está desesperado por verme casado. No puede soportar pensar que pueda
morir sin hijos. Y ahora sabes por qué. Desea que su propia descendencia herede sus
tierras. Lo que por otro lado, cuanto más tiempo pierdo en la ciudad, menos
oportunidad tendré… Los asuntos en Shevington no están… —agitó su cabeza. —
Debería estar allá.
Imogen recordó a su tía diciéndole que el anciano estaba a las puertas de la
muerte, y descansó su mano sobre su manga.
—Lo siento. Olvide lo mal que está. Por supuesto, entiendo lo importante que es
tener su futuro establecido. Pero no puede ser conmigo…
—Fallo al ver por qué. Rick nos conoce a ambos muy bien, y me asegura que
nosotros nos entenderíamos.
¿Por qué? En nombre de Dios persistía en decir que no quería casarse con él,
¿cuándo había estado haciendo su mayor esfuerzo para atraparlo por semanas? A
menos que, se le ocurrió repentinamente, su comportamiento sobre la terraza
afuera del salón de baile de Lady Carteret la hubiera asustado. Probó el interior de su
labio inferior magullado con la punta de su lengua. La primera bofetada había sido
deliberada en un arrebato de temperamento, pero esos puñetazos…
¿Tanto la había asustado que ya no soportaría pensar en casarse con él? Sintió
un escalofrío de culpa al considerar su comportamiento hacia ella. La había insultado,
el hombre que la manoseo y rompió su vestido. Se movió inquieto en su asiento. En
Limmer’s más tarde, Rick le dijo, con su rostro sombrío, que su hermana se había
puesto repentinamente enferma y le rogó que la llevara a casa. Él había estado
también hundido en sus propias reflexiones melancólicas para molestarse en
preguntar, particularmente cuando Rick se mostró renuente a hablar. Pero ahora vio
que ella no debía haber estado en buen estado para que Rick hubiera sentido que
era más importante llevarla a casa, que salir directamente y demandar satisfacción.
Bajó la mirada hacia ella, sentada rígida en el asiento a un lado de él, sus manos
apretadas en puños sobre su regazo, como si estuviera deseando golpearlo.
Bien, no hacia una diferencia. Había decidido casarse con ella, y eso era todo por
lo que estaba ahí.
—Miss Hebden —dijo severamente, —he prometido a Rick verlo después. La
única forma efectiva de hacer esto es casarme contigo. Se siente culpable por la
forma en que su padre manejo mal sus asuntos personales, y está preocupado por lo
infeliz que los parientes de tu madre te están haciendo. ¿Seguramente no deseas
que regrese a Francia con la preocupación sobre tu futuro colgando sobre su cabeza?
Un hombre en su situación necesita de todo su ingenio.
—¿Su situación? Habla como si fuera directamente de regreso a la batalla.
¡Francia está en paz ahora! Por sus cartas, ¡sonaba como si todo lo que estuvo
haciendo por meses era asistir a bailes, picnics y encuentros de cricket!
—Eso no viene al caso. Un militar necesita estar preparado para cualquier
eventualidad. Existe mucho desasosiego en la capital. Los Borbones no son
populares. Muchas personas están agitadas por el regreso de Bonaparte. Si eso
sucediera, Europa podría caer de nuevo en guerra.
—Todo eso —Imogen le dijo fríamente, —son conjeturas.
—Lo que no es asunto de conjeturas sin embargo, Miss Hebden —le dijo,
atrayendo injustamente la más devastadora arma de su arsenal, —es tu
comportamiento.
—¿Mi comportamiento?
—Sí. Es obvio para todos quienes la conocen, que puede ser solo cosa de tiempo
antes de que consiga enredarse en algún verdadero escándalo…
—¡No haría semejante cosa!
—Sería inevitable, si vas besando hombres en las terrazas a la luz de la luna.
—¡Es despreciable que diga esas cosas! Fue el único quien agarró a una mujer
indefensa y la maltrató…
—Difícilmente indefensa… —señaló su maltratado labio con un dedo
enguantado, —… imprudente, inescrupulosa, salvaje… —ignoró el jadeo indignado
de Imogen. —De hecho, ha pasado el tiempo de que alguien pida tu mano.
—No necesito que alguien pida mi mano como lo pone…
—Por el contrario. Necesitas un hombre muy fuerte para mantenerte en línea.
Yo sé demasiado bien de lo que eres capaz, y juro asegurarme que Rick nunca tenga
que avergonzarse por tu conducta en el futuro.
—¡Gusano malnacido! —jadeó Imogen. —¡Es el último hombre con quien podría
alguna vez casarme!
—Protesta un poco fuera, Miss Hebden —cínicamente arrastró las palabras. —
Considerando lo mucho que disfrutaste besarme.
—Unos pocos besos fugaces son una cosa, ¡matrimonio es realmente otra cosa!
—No irás por ahí besando a más hombres, Miss Hebden. Considera los
sentimientos de tus tíos, si no aceptas la respetabilidad por el bien de Rick. Ellos
deben haber gastado una fortuna en ti, considerando que cada vez que te he visto
has estado vestida de gala. Y sé que no tienes un centavo a tu nombre.
—¡Puedes hablar! ¡Cada vez que le he visto, la extravagancia de su atuendo me
ha sacado la respiración! El más vanidoso, superficial, egoísta… pavo real hombre
que nunca he conocido.
—Soy una presa, sin embargo. Que piensas que tus tíos dirán cuando ellos
escuchen que después de todo lo que han hecho por ti. ¿Qué tú has vuelto la nariz a
lograr tan brillante partido?
—¿Por qué deberían escuchar alguna cosa del arreglo?
—Ellos sabrán. Porque ya he arreglado hacer una corta visita a tu tío esta noche.
En ese tiempo, pretendo pedir su permiso para pretenderte —se volvió y le sonrió
sombríamente. —Te doy una justa advertencia, Miss Hebden. ¿Crees que serás capaz
de aparecer con una razón que satisfaga a tus guardianes para declinar mi demanda?
Imogen se quedó muy quieta.
—Exactamente. Ellos saben, como yo sé, que casarme es la mejor solución para
todos. Y pienso que, después de reflexionar, tú deberías aceptar.
Capítulo 5

Imogen quedó enmudecida.


El Vizconde Mildenhall sonó determinado en hacerla su esposa.
¡Pero no podía creer que deseaba casarse con ella! Más de lo que ella quería…
quería… Mordió suavemente su labio inferior y desvió su rostro.
No podía negar que eso sería ventaja de toda clase para ella, si aceptaba su
propuesta.
Deseó dejar la ciudad antes de involucrar a su pobre querida tía en algún
escándalo. Y contraer matrimonio sería preferible a buscar empleo. Principalmente
porque sus tíos resultarían heridos si demostraba que prefería trabajar como una
institutriz que vivir indefinidamente bajo su cuidado. Pero también porque, cada vez
que pensó sobre acercarse a Lord Keddinton, tuvo esa desazón que si aceptaba un
empleo arreglado por él, la pondría más en deuda con él de lo que desearía. Ese
sentimiento estaba usualmente acompañado por la imagen de un gran gato brillante
con un pájaro vivo forcejeando bajo sus garras.
No, no lamentaría no tener que ir a mendigar a Lord Keddinton.
Pero entonces, ¿Podía ser esto igual a contraer matrimonio con un hombre
quien le guardaba semejante desprecio?
El Vizconde Mildenhall estuvo misericordiosamente en silencio todo el camino
de regreso del parque. No había, al fin y al cabo, expresado una objeción más a su
amenaza de hacer una oferta formal por su mano.
—¿Y bien? —indagó su tía al minuto de que Imogen atravesó pesadamente la
puerta principal. —¿Está el asunto resuelto? ¿Qué te dijo?
Imogen se encorvó dentro del salón de visitas y se hundió sobre una silla.
—Me pidió casarme con él —admitió.
Su tía pegó grandes gritos, palmeó sus manos en sus mejillas y colapso en otra
silla.
—Lo sé —dijo Imogen, sacudiendo su cabeza. —Es increíble.
Pero su tía se había recobrado de su sorpresa inicial, y saltó poniéndose de pie,
radiante de placer.
—Oh Imogen. ¡Felicidades! ¡Bien hecho!
No se le ocurrió a su tía, pensó Imogen con resentimiento, que pudiera haber
rechazado tan halagadora oferta. Ni su tío, quien pasó con rapidez dentro del
comedor esa noche, absolutamente jubiloso sobre lo que llamó la conquista de
Imogen. La atmósfera en la mesa fue la más cordial que Imogen podía jamás
recordar desde que ella había llegado a vivir ahí. Había finalmente, observó con un
corazón hundido, logrado hacer algo que ellos aprobaban.
¡Caray el vizconde fue certero sobre esto! No tenía el corazón para
decepcionarlos. A fin de cuentas, con lo que su tía declaró fue una adecuada muestra
de modestia, Imogen había inclinado de forma respetuosa su cabeza y aceptó las
felicitaciones de su tío en una voz contenida.
—Su Señoría vendrá a cenar mañana en la noche, a fin de que nosotros podamos
discutir todos los arreglos —les informó su tío a ambas mientras el recortaba una
generosa porción de tarta y lo volcaba en su plato. —El Capitán Bredon nos
acompañará.
—¿El Capitán Bredon? —repitió asombrada. —¿Lo invitaste a la cena?
Imogen se sintió tan sorprendida como su tía parecía estar. Pero Lord Callandar
anuló cualquier objeción adicional al declarar:
—Su Señoría lo traerá, como su invitado.
—Oh, bueno, en ese caso, por supuesto… —su tía se desvaneció, inclinando su
cabeza sobre su plato en respetuosa sumisión.
Imogen estuvo segura que su tía nunca hubiera planteado ninguna objeción a
tener a su hermanastro en la cena, si hubiera arrancado el coraje para invitarlo y
animarse a arriesgarse ante el desagrado de su tío. Había sido solo la sorpresa que
había hecho cuestionar la elección de su marido del invitado a la cena. Pero
aparentemente, el hecho de que Rick enumerara un vizconde entre sus amigos
cercanos, ahora pesaba más que la ignominia de su humilde nacimiento.
Lady Callandar la miró ansiosa cuando Rick traspasó todos los códigos de
etiqueta al minuto de entrar a la casa, caminando a grandes pasos dentro del salón
de visitas y rodeando a Imogen en un entusiasta abrazo, afortunadamente su tío
estaba demasiado ocupado haciendo alarde del vizconde para advertirlo.
—Estoy tan complacido por ti, Midge —expresó Rick con una sonrisa. Después se
inclinó y murmuró en su oído, —te gustará estar casada con Monty. Siempre pensé
que ustedes podrían resultar como pareja.
Imogen culpablemente se libró de su abrazo. Era más difícil saber que la hacía
más incomodar, defraudar a su hermano o exponer a su tía a una de las diatribas de
su tío, por permitir, en lo que podía llamar un comportamiento inaceptable, en su
sala de visitas.
Rick retrocedió, murmurando una disculpa, con un apagado rubor en sus
mejillas.
Imogen deseó que hubiera algo que pudiera decir para suavizar bastante las
cosas. No era el comportamiento de Rick que encontró penoso. Fue la situación con
el vizconde.
Disciplinó sus rasgos en una expresión de cortés bienvenida cuando hizo su
reverencia al Vizconde Mildenhall.
Él se inclinó sobre su mano, el epítome de un atento pretendiente, pero tenía
una apariencia de tan cínica diversión en sus ojos en cuando se irguió, que Imogen
deseó atreverse a darle un golpe con su propio abanico.
Imogen dominó el impulso, por consideración a los sentimientos de su tía, y la
noche continuó adelante totalmente en las líneas convencionales.
—¿Tiene una fecha en mente para la boda, mi lord? —preguntó su tía, cuando
tomaron sus lugares en la mesa.
—Antes de que termine la semana —replicó el Vizconde Mildenhall
concisamente —Cuando el Capitán Bredon estará reincorporándose con su
regimiento.
—¡Oh, pero eso no dejará tiempo para comprar el vestido de novia! —gimió
Lady Callandar.
—Pero me has comprado ya tanta ropa bonita —señaló Imogen.
—Ciertamente —añadió el Vizconde Mildenhall fácilmente —Miss Hebden es
una acreditación de su buen gusto. Ella siempre luce demasiado… adorable.
La convincente pausa como él pretendió para un apropiado epíteto para
describir su apariencia, hizo a Imogen rechinar sus dientes. No pensó que fuera
adorable en absoluto. Aunque pudo quizá ser la única quien lo notó, había dicho que
cualquier cosa digna de elogio sobre la apariencia de Imogen era debido al buen
gusto de su tía, ¡no a la materia prima con la que debía de trabajar!
No obstante, en una cosa ellos estaban en consenso.
—Yo quiero contraer matrimonio antes de que termine la licencia de Rick, —
agregó Imogen, aunque casi la mató el ponerse del lado del vizconde. —Significará
tanto tenerlo para caminar conmigo por el pasillo.
—¡Eso, no seas ridícula, sobrina! —bramó Lord Callandar. —Yo te entregaré.
Estás viviendo bajo mi techo y te estoy patrocinando. ¡El Capitán Bredon no es ni
siquiera pariente consanguíneo!
—Perdóneme, Miss Hebden —añadió el Vizconde Mildenhall en un tono que,
aunque calmado, logró cortar justo a través del tono intimidatorio de su tío, —
porque me he apropiado ya de Rick para mi padrino —después se giró hacía su tía. —
Y me disculpo por privarla de su expedición de compras, también, pero le prometí a
mi padre regresar a Shevington tan pronto como fuera humanamente posible. No
obstante… —y activó su más deslumbrante sonrisa, —…nosotros retornaremos a la
ciudad después de un apropiado descanso, y en ese tiempo mi novia requerirá un
guardarropa totalmente nuevo que sea apropiado a su nueva condición social. Estoy
seguro que ella deseará involucrarla en la ejecución de las compras necesarias.
Ambos, su tío y su tía se apaciguaron, inmensamente agradecidos con las
sugerencias del vizconde.
Solo Imogen se sintió aun disgustada. Nadie había hecho alguna concesión a lo
que ella quería. Sintió como si a todos los que ella amaba estuvieran puestos en su
contra, al lado del vizconde.
Pero lo peor de todo, lo que acababa de entender, ella se convertiría en una
vizcondesa. La idea era tan absurda, que no sabía si reír o llorar.
Puesto que estaba en la mesa, naturalmente no hizo nada, pero permitió que la
conversación discurriera alrededor de ella sin ninguna aportación adicional.
Cuando las damas se retiraron, su tía no perdió tiempo en dejarle saber que se
había equivocado, otra vez.
—Sé que te dije, una y otra vez, que no es apropiado mostrar demasiada
emoción en público, pero realmente creo, en esta ocasión, que sería permisible
mostrar solo una pequeña satisfacción por tu fabulosa suerte. Tu conducta en la
mesa pudo haber sido interpretada como absolutamente sin entusiasmo.
Imogen obedientemente se armó de valor con una sonrisa y cuando los
caballeros se reunieron con ellas, estuvo tan simpática como pudo forzarse a estar. El
Vizconde Mildenhall no mostró ningún indicio de la antipatía que sentía hacia ella,
estuvo tan encantador con sus tíos, y en tan buenos términos con Rick, que en poco
tiempo, incluso ella empezó a desear con añoranza que, en algún lugar debajo de
toda las finuras y sarcasmos asociados con el Vizconde Mildenhall, el Monty que
había alguna vez admirado tanto podía quizá aún sobrevivir.
Cuan diferente se sentiría hacia esa unión si se hubiera acercado a ella al
principio como Monty, el héroe de sus sueños juveniles. ¡Si pudiera creer que él la
llevaría lejos de Londres porque entendía la urgencia con la que deseaba ser
rescatada!
En lugar de eso estaba determinado a enterrarla aparte en el campo, y
mantenerla en línea.

***

A la mañana siguiente, Lady Callandar llegó apresuradamente en el salón de


visitas con sus manos llenas de listas que debió estar escribiendo hasta bien entrada
la noche.
Traía una sonrisa muy presumida cuando le ofreció la primera de ellas para la
inspección de Imogen.
—La lista de invitados —explicó su tía.
—Es bastante corta —observó Imogen.
—Sí —replicó su tía con deleite. —Esta será una reunión muy selecta. Solamente
familia, y todos quienes se han mostrado ser tus amigos. Oh —respiró, —como voy a
disfrutar con retener las invitaciones de todos esos malpensados chismosos quienes
te han desairado.
Imogen no ayudaría con cara risueña. Podía solo ver a su tía destilando el
nombre del Vizconde Mildenhall en futuras conversaciones. Y dispersando trozos de
información sobre el Conde de Corfe, enormemente acaudalado, pero recluido en la
casa solariega de Shevington, donde, alardearía, su querida, querida sobrina residiría
ahora.
—He incluido a Mrs. Leeming, y a Lady Carteret, ¿ves? —señaló esos nombres
sobre la hoja de papel que Imogen ahora sostenía. El nombre de Rick había sido
incluido, como el de Nicodemus Bredon, aunque no era más que un humilde pasante
de abogado.
—Lord Keddinton, por supuesto, y sus queridas hijas, quienes han tomado
algunos esfuerzos en tu beneficio.
—Y Lady Verity Carlow —Imogen asintió. —Si, me gustará incluirla. Siempre ha
sido realmente amable conmigo.
—Y es ahijada de Lord Keddington también. No haría una ofensa a un hombre
como él omitiendo a una amistad suya.
—¿Sabe que su hermano, el Capital Carlow, está en la ciudad en este momento?
Es amigo de Rick
Su tía frunció sus labios.
—Eso conduciría a algunas dificultades. Si invitamos al más joven de los Carlow
simplemente porque está en la ciudad, nosotros no tendremos opción más que
invitar a uno de los mayores también. Estás consciente que él está casado —ella
tragó, —con Helena Wardale. La hija de su madre es… eso es, de tu padre…
—Sé que existen pequeños inconvenientes —Imogen señaló precipitadamente,
para ahorrarse que su tía hablara del espantoso asesinato de su padre o de la parte
que el padre de Helena había jugado en este, —si ella acepta la invitación a mi boda,
pero realmente espero que venga. No ha hecho nada por lo que necesite estar
avergonzada. No es su culpa que su padre…
—Bien —su tía la interrumpió con falsa viveza antes de que palabras como
adulterio, asesinato o ejecución fueran pronunciadas en su salón de estar, —es muy
admirable de tu parte tomar semejante actitud de perdón. Estoy segura que no me
gustaría estar en desacuerdo con algunos de los Carlow… —bajó su voz y murmuró:
—no importa con quien estén casados.
—¡Ahí tiene! —declaró Imogen, agregando los nombres a la lista. —Invitaremos
a todos ellos.
Imogen no pensó que existiera nada particularmente admirable sobre su actitud.
Solo sintió una fuerte sensación de afinidad con la hija del hombre quien había sido
colgado por matar a Kit Hebden. Si bien, ninguna de las dos jóvenes nada tenían que
ver con el crimen, ambas habían vivido bajo la sombra del escándalo toda su vida.
Cierto, Helen ahora tenía de nuevo un lugar en la Sociedad, pero era solo como
esposa de Marcus Carlow, Vizconde Stanegate. Imogen no tenía idea que tan terrible
destino pudo haberles ocurrido al hermano mayor y a la hermana de Helena quienes,
para todos intentos y propósitos, parecían haberse desprendidos de la faz de la
tierra.
Y lejos de la creencia que ella tenía por aportar para hacerlo, Imogen con
frecuencia se preguntó si Helena era una de quienes podía mantener rencor contra la
hija de Amanda Herriard. Helena había perdido a su padre, su hogar y sus posesiones
a causa de ese romance condenado.
Los días hasta la boda de Imogen volaron por el frenesí de la organización. Una
boda de sociedad en St. George en Hanover Square, seguida por una suntuosa
recepción para una selecta porción de la sociedad quienes habían sido dignos de una
invitación, requirió un buen trabajo de planeación.
Y aunque no hubo tiempo para comprar un ajuar completo, Lady Callandar
insistió en que ella solo disponía de un vestido de noche nuevo. Se las ingenió para
conseguir de su modista completar un vestido de bodas que fuera de una confección
de ensueño de suave encaje color crema sobre un satín marfileño de fondo. Algunas
pobres costureras debían haberse sentado por horas cosiendo todas las pequeñas
perlas que decoraron perfectamente el ajustado corpiño. Las largas y angostas
mangas terminadas en puntas, las cuales llegan en la parte inferior sobre el dorso de
sus manos, estaban también decoradas con pequeñas perlas en un diseño de espiral.
—Es tan hermoso —dijo Imogen, deseando poder dar a su tía un abrazo cuando
llegó a su habitación en la víspera de su boda para revisar todas sus listas una última
vez. —Realmente hemos logrado demasiados milagros estos últimos pocos días, tía.
Lady Callandar señaló a la doncella quien había llegado detrás de ella para
depositar la bandeja sobre una mesita cerca de la puerta, para después decir, con
algo de satisfacción.
—Sí, tengo toda la confianza que aunque, si bien nosotras organizamos todo
estas cosas juntas de última hora, transcurrirá sin ningún problema —despidió a la
doncella, tomó los vasos de rico oporto rubí de la bandeja, y los llevó sobre la cama,
donde Imogen estaba recostada.
—No sé cuánto tu madre pudo haberte dicho —dijo su tía, pasando a Imogen
uno de los vasos y se posó en la orilla de la cama, —acerca de los deberes de una
esposa.
Muchas personas creerían que Amanda le habría dicho a su joven hija
demasiado sobre lo que era estar casada con un libertino salido del infierno. Imogen
vio a su madre como ella la había visto durante los últimos días de su vida, sus ojos
brillantes con dolor como si catalogara cada detalle de su propio matrimonio
desastroso y le suplicaba que ella no cometiera los mismos errores.
Por mucho que temiera eso era exactamente lo que había hecho. Desde el
primer momento que lo había visto, había pensado que el Vizconde Mildenhall era el
hombre más irresistiblemente atractivo que había visto en toda la vida. Hasta que
descubrió la naturaleza desagradable que tenía, no había hecho nada para apagar la
chispa que una mera visión de él podía estar corriendo a través de ella.
Y entonces la había besado.
Ante tal devastador efecto, había aceptado contraer matrimonio con él. Oh,
podía haberse dicho que estaba solamente cayendo en lo que todos esperaban de
ella. Pero tenía una molesta sospecha que había también las suficientes razones
egoístas para casarse con él. Había sido culpable, cuando él había cenado con la
familia, de mirar furtivamente a su atractivo perfil cuando estuvo segura de que
ninguno de los demás la estaba mirando. Permitiendo a sus ojos demorarse sobre
esos labios llenos y rojos. Recordando el episodio en la terraza. Y experimentando un
muy fuerte deseo para aliviar la marca que sus dientes habían dejado ahí. Y cuando
él había levantado la vista de su plato, y sus ojos se encontraron, una emoción se
había disparado directamente a través de ella, disminuyendo su respiración por
varios segundos.
Ni siquiera podía reunir al poder para despreciarlo más. Incluso su arrogante
aseveración de que él era una presa ahora solo pareció como una escueta
declaración de la verdad. ¡Podría contraer matrimonio con quien él deseara! A pesar
de eso, él había, como un gesto de amistad para Rick, hecho el verdaderamente
noble sacrificio de casarse con una joven que no le gustaba ni un poco.
Viendo la expresión abatida en el rostro de su sobrina, Lady Callandar tomó un
sorbo fortificante de su propio vaso.
—Bien, seguro esto no será tan malo para ti, querida, como era evidentemente
para tu madre, estoy segura que el Vizconde Mildenhall será capaz de dejar
pulsaciones correr a toda prisa cuando te bese.
Al escuchar a su tía hablando en voz alta de besar al Vizconde Mildenhall,
cuando eso era exactamente sobre lo que había estado pensando, hizo al rostro de
Imogen inundarse con calor.
—S…sí, tía —confesó Imogen, —realmente lo siento…
—Bien, no importa —dijo magnánimamente. —Estás por casarte, después de
todo, y puedo ver que la esperanza de llegar a tener más intimidad con él no es
repugnante para ti. Lo cual es un buen inicio. Pensaría que las primeras semanas de
tu matrimonio, al menos, serán las más agradables —ella suspiró, y una mirada
distante se posó en sus ojos. —¡Ah, lo que es ser una joven novia, casada a un
enérgico y bien presentado hombre joven como él! —se dio una pequeña sacudida,
—no debes cometer el error de pensar, a causa de la cantidad de tiempo que pase
contigo y el nivel de intimidad que ustedes compartirán, que puede hacer algo tan
vulgar como enamorarse de ti.
Por la forma en que los hombros de su tía cayeron, Imogen se preguntó si la
mujer mayor estaba pensando sobre su propia experiencia en el matrimonio. Había
aun indicios del hombre atractivo que su tío pudo haber sido, debajo de capas de
gordura que esos años de auto indulgencia habían añadido a su figura. Solo imaginar
a su tía como una joven novia, casándose con grandes esperanzas, y después haberse
estrellado por el egoísmo y tiránica actitud de su tío hacía ella.
—Todos sabemos —continuó su tía en un tono de concentración, —que el
Vizconde Mildenhall ha cambiado, primeramente porque eres la hermana de uno de
sus amigos más cercanos. Y porque eres una saludable y activa joven mujer quien
probablemente le dé los herederos que su padre esta tan interesado en verlo
producir. Por todas esas razones, está dispuesto a pasar por alto tu falta de dote. O
eso le dijo a tu tío.
Ah. No le extraño que Lord Callandar hubiera estado tan complacido. Había
conseguido entregar a su problemática sobrina sin haber echado mano a su bolsillo
para motivar a alguien a casarse con ella.
Imogen suspiró. Hacía tiempo había aceptado que no era como su madre, quien
había sido tan hermosa que inspiraba en los hombres grandes pasiones. No, se
estremeció, que deseaba causar que los hombres pelearan por ella. O matarse unos
a otros por el amor de ella. Pero sería agradable pensar que podría despertar solo
una pequeña cantidad de admiración en el corazón de su novio.
Su tía malinterpretando ese estremecimiento, estuvo instantáneamente llena de
simpatía.
—Es la principal obligación de una esposa proveer a su marido con hijos. Es un
cumplido para ti, querida, que de entre todas las mujeres que pudo haber escogido,
el Vizconde Mildenhall te eligiera a ti.
No la había elegido, tanto como contribuir a las suplicas de Rick para encontrar
un hogar para su pobre hermana pequeña Midge, pensó, desplomándose en sus
almohadas.
—Oh, Imogen —suspiró Lady Callandar con sus ojos lagrimosos, —sé que eres
una muchacha hambrienta de cariño, pero no debes buscar esa forma de amor
dentro del matrimonio. Especialmente no del Vizconde Mildenhall. De lo que he
observado de él desde que asumió el título, lo tomó de su madre, la segunda esposa
del Conde de Corfe. Era una fría y orgullosa mujer —su tía hizo una mueca. —Creo
que la unión fue arreglada por sus parientes, así que fue duramente sorpresivo para
ellos que apenas se hablaron entre sí una vez que a ella le presentó un hijo. No, lo
que debes esperar de esto, al tiempo, es que tengas un fácil entendimiento lo que
conducirá a una perdurable amistad.
Quizá eso podría ser posible. Una vez que tuviera una oportunidad de llegar a
conocerla, ¡vería que no era como él había hasta ahora imaginado! Y una vez que el
parara de estar tan desconfiado de ella…
Lady Callandar estiró el brazo y acarició un rizo descarriado de su frente.
—Te conozco, la primera vez que él se extravíe experimentarás unos celos
agonizantes. Pero no importa, querida, puedes crear la clase de escena que hará a tu
marido incómodo. No importa cuántas pequeñas aventuras pueda tener, lo que
debes recordar es que tú siempre serás su mujer. Su vizcondesa. Es igual de
importante —removió a pesar del jadeo sorprendido de Imogen. —Para que no
complazcas tus ansias de afecto hasta haberle presentado a tu marido un heredero.
Incluso tu madre, tonta criatura que fue, consiguió esperar hasta ella haber dado a
luz a un niño saludable.
—¡No fue así! Ella no pensaba tener una aventura con Lord Leybourne. Eso solo
pasó.
Lady Callandar frunció sus labios.
—Esas cosas nunca solo pasan, Imogen.
Imogen se arrojó contra las almohadas, con un semblante ceñudo sobre su
rostro. Su tía no entendió que esto había sido a causa de su madre, ese era el
problema.
—Eso fue una locura, Imo —Amanda había dicho suspirando, aunque sus ojos
habían estado iluminados con una emoción que Imogen no había sido capaz de
descifrar. —Sabíamos que lo estábamos haciendo era un error pero, oh, nosotros no
podíamos negarnos solo algunas horas de felicidad arrebatadas fuera del vacío que
Kit había hecho de mi vida —ella había suspirado y jaló de la colcha con su
demacrada y pálida mano. —No es que a tu padre le importara —había señalado. —
Él creía que esto era una gran broma. Se burlaba de William por ser capaz de
tocarme el estómago cuando estaba embarazada. Me insultó con la descripción de
su amante en turno. Sobre su terso estómago y firmes senos. Pero William me
defendió —ella suspiró tristemente. —Recuerdo a Kit sentado en mi tocador,
limpiando un corte sobre sus ojos con uno de mis pañuelos y riendo por las
impresionantes proezas físicas que su amante había recibido, y… —se había
estremecido con aversión —…diciendo que estaba ansioso por descubrir si William
había conseguido enseñarme nuevos trucos. Dijo que si yo había aprendido a ser un
poco más dispuesta, entonces tal vez no encontraría como una tarea retomar sus
obligaciones maritales una vez que le hubiera dado a su hijo. Que podía esperar
recibir más de su atención… —la ferviente confesión había finalizado en un ataque
de tos, como con tanta frecuencia ocurría.
Imogen intentó alejar la imagen del cuerpo consumido de su madre, pero no
silenciaría sus palabras. No cuando ellas coincidían tan exactamente con lo que su tía
le estaba advirtiendo de lo que conlleva un matrimonio de la nobleza.
—Debo reconocer —admitió su tía, —que existen circunstancias atenuantes,
recuerdo que el Conde de Leybourne fue el admirador más ardiente de tu madre,
hasta que el Barón Framlinghan entró en escena. La mujer con la estaba casado no
era de ninguna forma tan hermosa como tu madre, y por supuesto, cuando todos
juntos fueron echados por el asunto del Ministerio del Interior…
—¡Sí! —Imogen se incorporó y asió la mano de su tía. —Él le dijo que a pesar de
haber intentado ser un buen esposo, sus sentimientos por su primer amor nunca
habían muerto completamente. Y ella dijo que en el momento que lo vio de nuevo,
estuvo llena de lamentos por las elecciones que había hecho, y de alguna forma
deseó poder borrar todos los años de miseria que había sufrido con Kit. Salieron al
jardín, y ella lloró sobre él, y él intento confortarla y...
—Supongo que te dijo que una cosa llevó a la otra —dijo su tía secamente. —
Pero debo informarte que nadie solo cae en una aventura. Ellos eligieron hacerlo.
Por cualquier razón. Aburrimiento o venganza, o como en el caso de tu madre —
agregó melancólicamente, —quizá por consuelo. —Ella perceptivamente tomo su
mano antes de decir vigorizantemente: —Imogen espero que tomes la fatalidad de
tu madre como una advertencia. No debes anhelar lo inalcanzable en tu matrimonio.
Esforzarse más bien por estar complacida con lo que tienes.
Con esas palabras, su tía salió de la habitación, dejando a Imogen asqueada ante
la perspectiva de soportar la clase de matrimonio que su tía solo había esbozado.
Donde ella anticipaba hacer ojos ciegos de las infidelidades de su marido, como su tía
claramente hacía cuantas veces su tío se descarriaba, ¡y se contaba afortunada de
que alguien se hubiera dignado a casarse con ella en primer lugar!
¡Ella misma era la última persona en el mundo quien debería convertirse en una
vizcondesa!
Aunque, de modo realista, supuso que era demasiado esperar que un hombre
tan atractivo como el Vizconde Mildenhall permaneciera fiel a cualquier mujer por
mucho tiempo. Especialmente a una tan común y corriente como ella. Se hundió en
sus almohadas y levanto la mirada al dosel.
Y su tía, quien siempre había pensado como si fuera el árbitro de la etiqueta,
parecía ahí pensar que no sería una ofensa que ella tuviera aventuras adulteras
¡como alguna especie de… compensación! Siempre que hubiera cumplido en primer
lugar su principal deber como esposa.
Imogen se irguió, soplo a su vela con una represalia, aporreó su almohada y se
arrojó de nuevo sobre esta.
Supuso que al menos ella entraba a su matrimonio sin amor con sus ojos
abiertos. En tanto que su pobre madre había creído que Kit la amaba.
Su tía parecía pensar que el Vizconde Mildenhall se limitaría a ella, hasta que
lograra embarazarla, también, como su padre…
Imogen rodó sobre su costado, doblando sus piernas hasta su pecho. Kit nunca
había tenido ni la más mínima intención de inclinarse ante las convenciones del
matrimonio. Tan pronto como había llevado sus manos sobre la herencia que había
asegurado casándose con Amanda, había salido y celebrado de la manera más
salvaje imaginable. Había ostentado una sucesión de amantes en público. Y
entonces, cuando Amanda no se embarazó inmediatamente, partió para demostrar
que la falta no era suya. Eventualmente llevó a casa un niño que había engendrado
en una mujer gitana, informando a Amanda que dado que ella no le daría un hijo,
debería ver un bastardo llenando la cuna vacía en la habitación infantil.
Kit había intentado humillarla forzándola a cuidar de su hijo ilegítimo. Pero había
pasado por alto el hecho de que Amanda adoraba a los bebés. Y que por ese tiempo,
ella había abandonado toda esperanza de alguna vez tener algún niño propio. Le
había dicho con tanta frecuencia que debía ser estéril, que ella llegó a creerlo.
—Imo —Amanda suspiró, con sus ojos llenos de lágrimas, —era un niño tan
hermoso. Con un impactante cabello oscuro y la sonrisa de tu padre. No pude haber
sido su madre real, pero sentí realmente como si fuera mi primogénito. No era
responsable por las acciones de sus padres. ¡Pobre, pequeño chiquillo indefenso! Fue
una crueldad de Kit traerlo a nuestro hogar e intentar usarlo como un arma. ¡Nunca
lo perdoné por eso!
Kit había estado decepcionado al ver a Amanda encontrando consuelo en el
cuidado del niño como si fuera de ella, y rápidamente se cansó de tener a un mocoso
chillando en la casa. Así que empezó a atormentarla amenazando con enviar al niño
de regreso con su madre. El que había sellado el destino del pequeño Stephen, sin
embargo, había sido el abuelo Herriard irrumpiendo en la casa y demandando que
Kit le diera cobijo en otro lugar. Amanda había, le dijo a Imogen, subido a la
habitación del niño y sostenido al pequeño niño en sus brazos. Pero su padre intentó
intimidarla con hacer las cosas correctas hizo que Kit se hincara sobre sus talones.
Pero si existía una cosa que Kit Hebden apreciara mucho, era su mal
comportamiento. Teniendo un mocoso gitano abiertamente viviendo en su casa,
forzaba a su mujer a lo que algunos interpretaron como una posición humillante,
satisfaciendo su sentido del humor deformado hasta el suelo. Y así Stephen se había
quedado.
Y la sociedad había estado debidamente impactada.
Imogen frunció el ceño, el Vizconde Mildenhall le había dicho que no era extraño
al escándalo, a cuenta de las acciones de su madrastra, pero no le había dicho que
alguna vez la cortejaría activamente. Por el contrario, incluso no había querido que
alguien supiera lo que había pasado en la terraza exterior de Lady Carteret. También
había dicho que estaba deseoso de tomar su mano, para evitarle a Rick vergüenzas
por su comportamiento futuro. Si él tuviera una aventura, no, cuándo él tuviera una
aventura, se corrigió a sí misma, era la clase de hombre quien se conduciría con
discreción. Y si existiera alguna consecuencia, ¡ciertamente no la llevaría a su hogar y
la forzaría a criarlos!
El Vizconde Mildenhall podía quizá ser un atractivo seductor, pero no estaba
fundido en el mismo molde de su padre. En su propio estilo, probablemente
intentaría ser un buen tipo de marido.
De cualquier manera, resopló con furia, dándose vuelta, ¡si no lo era, debería
responderle a Rick!

***
Imogen despertó la mañana siguiente, sintiendo una sensación de esperanza
creciendo inesperadamente dentro de ella. Era la culminación de la ambición de cada
joven el casarse bien. Y a los ojos de la sociedad, ella había triunfado.
El Vizconde Mildenhall era atractivo y acaudalado, y sus besos habían sido tan
potentes que ella aun sentía un pequeño escalofrío cada vez que pensaba en ello. No
había razón para sentirse engañada. Las personas de su clase muy raramente
encontraban el amor dentro del matrimonio. Su tía pudo haber tenido esperanza en
ese punto, pero ahora ella parecía cordialmente agradecida de que Lord Callandar
apenas pusiera el pie en su propia casa. Tenía su propio círculo social y sus propios
intereses, los cuales la mantenían alegremente ocupada.
Y muy pocos padecían miserias semejantes a las que Kit Hebden había impuesto
en su madre hasta el final.
No, era mucho mejor no casarse por esa clase de amor. Porque, después de que
los fuegos de la pasión se consumían, su madre le había advertido, todos lo que eso
te deja son las cenizas de fría desesperación.
Arrojó el cobertor a un lado y meció sus piernas fuera de la cama. No existía
forma de saber lo que casarse con el Vizconde Mildenhall le traería, pero hoy se iba a
aferrar a la esperanza de que quizá, al darle tiempo, ellos pudieran lograr un estado
de fácil compañerismo que ella había observado a su madre disfrutando con Hugh
Bredon.
Y al menos tenía la satisfacción de saber que estaba compensando todas las
gentilezas que su tía le había mostrado, por adentrarse en un matrimonio que ella
aprobó completamente.
Imogen sonrió irónicamente a su reflejo en el espejo mientras su doncella fijaba
su sombrero en su lugar. Sentía como un crimen esconder su bellísimo vestido bajo
su capa, pero el día estaba demasiado frio para dirigirse a la iglesia sin uno.
Cuando subió al carruaje, Imogen entendió que existían otros aspectos de su día
de bodas que ella disfrutaría. Reunidos en la iglesia de St. George esa mañana
estarían representantes de todas las familias que habían sido destrozadas por el
asesinato de su padre, Framlingham, Leybourne y Narborough habían alguna vez sido
amigos, trabajando juntos para resolver un crimen que estaba cometiendo algún alto
cargo.
Hasta la noche que Lord Narborough había encontrado a Lord Framlingham
desangrándose para morir en su jardín, con Lord Leybourne flexionado sobre él, con
una daba ensangrentada en sus manos.
Narborough se había rehusado a creer en las declaraciones de inocencia de su
amigo, y había aportado evidencia contra él por lo que resultó condenado a la horca
por traición, así como por asesinato.
Destruyendo los lazos de amistad.
A pesar de eso, hoy, todos sus hijos estarían juntos en la iglesia de St. George,
esperaba fervientemente, demostrado a su concurrencia que ellos estaban dejando
la pasada enemistad a un lado.
Ahora esperaba fervientemente que un Wardale pudiera ver a un Hebden a los
ojos en un ánimo de perdón y reconciliación.
Cuando el carruaje se detuvo fuera de la iglesia, Imogen, determinada a verse lo
mejor para el vizconde, espero al lacayo para descender los escalones y ofreciera su
brazo para sostenerla, antes de que bajara saltando descuidadamente, apenas
mirando donde ponía sus pies, como usualmente hacía. No tenía la intención de
iniciar su boda con un hombre quien valoraba tanto las apariencias, caminando por
el pasillo con los zapatos enlodados o un volante escurriendo por aterrizar en un
lodazal.
Esperó pacientemente mientras su criada acomodaba sus faldas, ajustaba la
fijación de su sombrero y cepillaba una mota de pelusa del hombro de su capa,
mientras su tío se alejaba de la agitación femenina, caminando sin rumbo arriba y
abajo.
Pansy estaba nada más recargada en el carruaje con el ramo de Imogen cuando
un hombre quien había estado arrellanado contra uno de los pilares gritó:
—¿Imo?
Imogen levantó la mirada con un ligero ceño sobre sus cejas para ver quién
estaba llamándola. Nadie la llamaba Imo en esos días. Era Miss Hebden, Imogen o
Midge, cualquiera. Así que la voz la sintió como una mano oscura, alcanzándola de
un pasado muy distante. Un pasado que había esperado poner en tregua el día de
hoy. Y así su voz, cuando respondió:
—¿Sí?—vibro con agitación.
El hombre parado fuera de las sombras en la luz, e Imogen jadeó.
Era la primera vez que veía a un gitano parado tan cerca. Pero no existía
equivocación en sus orígenes, con la extravagancia de sus ropas, su largo y oscuro
cabello, y su atezada complexión comenzando por el aro dorado en una oreja.
Llegó un paso más cerca.
—Para ti —le dijo, ofreciendo en una mano un pequeño paquete atado con un
cordel. El brazalete de plata que él llevaba puesto alrededor de su muñeca destellaba
como un la hoja de un cuchillo en la luz del sol. —Un recuerdo.
Aunque el regalo y sus palabras lo hicieron parecer una persona con buenos
deseos, algo en su postura y el tono de su voz eran vagamente amenazador.
Pero aunque incluso su instinto fue retroceder, pensó que sería desacertado
ofender a un gitano, especialmente en el día de su boda. La mujer quien había dado
a luz a Stephen había rastreado a Amanda poco después de la muerte de Kit, y la
maldijo por arrebatarle a su hijo, jurando que ella nunca vería a un hijo suyo alcanzar
la edad adulta, Amanda había solo tenido un aborto y entonces ella pronto perdió al
pequeño Thomas de una fiebre. Después de eso, Amanda había estado convencida
que si había más hijos, ellos morirían también. La maldición de la mujer gitana la
había obsesionado por el resto de su vida.
Así Imogen se armó de valor para estirar su mano y aceptar el regalo del
hombre.
Pero justo antes de poder hacerlo, su tío, quien finalmente había notado lo que
estaba haciendo, soltó un rugido de furia.
—¡Aléjate de mi sobrina, perro asqueroso! —su bastón para caminar hizo un
ruido silbante cuando arremetió contra la mano extendida del Gitano.
Pero la reacción del gitano fue veloz. El bastón roto sonó con estrépito sobre los
adoquines sin golpear su brazo.
Su tío después la rodeo, gruñendo.
—¿Con quién has estado hablando, estúpida muchacha? La única cosa, por
encima de todo lo demás, tu deberías permanecer quieta sobre… y ahora alguien
está usando esto para crear problemas.
Imogen miró a su tío estupefacta. Después se volvió confundida mirando al
extraño, quien estaba observando a su tío con una sonrisa que parecía como sombría
satisfacción. Su corazón empezó a golpear en su pecho. Era la más increíble
coincidencia que un gitano asistiera a su boda, con un regalo y una reconvención a
recordar, después de haber pasado mucho tiempo en la noche anterior, descansando
en la cama, pensado sobre su ilegitimo medio hermano gitano.
Vio lo que su tío trataba de decir. El hombre quien se mantenía de pie ante ellos,
con una sonrisa burlona en su rostro, era un visible recuerdo de lo más oscuro de su
familia, la más oscura vergüenza.
—¡Vamos! —su tío bramó, agitando su bastón eficazmente ante el gitano, quien
capeó cada golpe con facilidad. —¡Fuera de aquí!
—¿Nada que decir, Imo? —el hombre la rodeó, sus ojos ardientes con patente
hostilidad. —¿No quieres que me vaya?
Imogen abrió la boca, pero no salió sonido. Estaba tan conmocionada, no sabía
que decir. Parecía increíblemente cruel que alguien hubiera enviado a un gitano a su
boda, para recordarles a todos que ella alguna vez tuvo un medio hermano con
sangre Romaní en sus venas.
Su tío le agarró el brazo y empezó a arrastrarla para cruzar el pórtico, hacía la
puerta de la capilla.
—Márchate —resopló de furia. Su rostro estaba rojo y brillante por el
desacostumbrado esfuerzo excesivo y furia frustrada. —¡El tipo imprudente no se
atreverá a seguirnos ahí!
—Tú puedes haberme olvidado, Imo —el gitano gruñó por cómo su tío la
arrastraba, —¡Pero yo, Stephen, nunca te olvidé!
De alguna parte consiguió encontrar la fuerza para arrancarse del agarre de su
tío, y regresar. Con certeza, difícilmente alguien con vida al día de hoy, sabría el
nombre de su medio hermano gitano.
—¿Cómo podrías saber que su nombre era Stephen? —preguntó Imogen. —
¿Eres de su clan? ¿Cómo sabes acerca de mí?
El hombre quien pretendía ser Stephen sonrió en una forma que fue totalmente
sin alegría. Y ella sintió una sacudida de reconocimiento. ¡Ella había visto esa misma
sonrisa en el espejo, no hacía ni una hora! Era la forma en que ella siempre sonreía,
cuando reconocía algo absurdo. Un impactante cabello oscuro… le pareció escuchar a
su madre diciendo y la sonrisa de tu padre.
¡Todos decían que la de ella era como la de su padre, también! Dio otro paso
hacia él, sus ojos buscando sus facciones, su respiración desgarrada. Sus labios eran
de la misma forma de los suyos. Tenía una inclinación similar en sus cejas, los mismos
huesos prominentes de la mejilla.
—¿Stephen? —susurró, alargando sus manos hacía él. —¿Puedes realmente ser
tú?
—¡No seas estúpida, sobrina! —su tío estalló. —Este es solo algún bribón,
echado para darte problemas. Vamos, muchacha, antes que sea demasiado tarde.
Pero Imogen no podía apartar sus ojos del rostro del gitano.
—¿Eres realmente mi hermano? —demandó.
El gitano sostuvo su mirada atrevidamente, orgullosamente,
desvergonzadamente.
Y después asintió.
—Tío —Imogen aseguró, hizo un giro hacía su rostro, —no he alzado ni una
simple protesta sobre todas las disposiciones que usted y mi tía han hecho con
respecto a este día. En realidad, ¡no he podido decir nada! Pero estaré firme en este
asunto. ¡Si él realmente es mi hermano, entonces lo quiero en mi boda!
Las protestas arrebatadas de Imogen hicieron eco hasta el frente de la iglesia,
donde el Vizconde Mildenhall estaba de píe esperándola.
—… No he alzado ni una simple protesta… las disposiciones que usted y mi tía…
estaré firme…
Los invitados se estaban volviendo en sus asientos, entornando los ojos sobre la
parte superior de las bancas, curiosos por ver toda sobre esa conmoción.
Algo como un puño helado se aferró duramente dentro del pecho del vizconde.
Miss Hebden le dijo que ella no deseaba casarse con él, pero no le había creído.
Había pisoteado todas sus objeciones,
Pero Rick le había dicho que su hermana era recta como un dado. Que ella
siempre sería honesta.
Correctamente desde el principio, ella había dicho que no estaba interesada en
él. Esa misma primera noche, cuando le había tirado su bebida sobre él…
Ahí había visto a un grupo de muchachas paradas detrás de él, riendo detrás de
sus abanicos cuando intento disculparse, por lo que afirmó, fue un accidente.
No le había creído entonces. La había asociado con todas las otras hembras
quienes lo habían tentado con algunos encuentros para ganar su atención.
Especialmente una vez que se había enterado que ella era Miss Hebden, hija de un
notorio libertino y una desvergonzada adúltera.
Echó su mente atrás a las historias que Rick había contado de ella creciendo, y
cuantas dificultades había encontrado en comportarse con el decoro esperado de
una dama joven en sociedad. Y repasando la escena en su mente con ella como
Midge, la aniñada hermana pequeña de Rick, platicando con sus acompañantes,
agitando sus manos exuberantemente alrededor… con su espalda a la puerta.
Ella no había, entendió con fría certeza, sabido que él estaba ahí en absoluto.
Aunque sus así llamadas amigas sí.
¡Ellas lo habían arreglado!
Su cabeza rotó a donde las Misses Veryan estaban sentadas, con el cuello
estirado para ver lo que estaba ocurriendo en el pórtico. Sus rostros estaban
encendidos con la misma malicia que ellas habían exhibido esa noche.
Y cuando en la terraza exterior del salón de baile de Lady Carteret… casi gimió
audiblemente. Ella había insistido vigorosamente que solo había salido sobre la
terraza por algo de aire fresco. Ahora entendió completamente porqué lo había
mordido y golpeado en la cara. ¡Su comportamiento había sido imperdonable!
Pero ella se había visto tan encantadora en ese vestido plata, esa expresión
melancólica sobre su rostro… casi se dobló en dos cuando el dolor lo atravesó. Había
afirmado que había estado pensando en algún otro hombre. Si eso era la verdad,
como ahora aceptó todas sus otras protestas eran la verdad, entonces ¡el afecto de
Midge estaba comprometido en otra parte! Nunca lo había perseguido
intencionalmente, y mucho menos quería casarse con él. Esa idea había brotado
enteramente de su propia vanidad.
La joven quien había escrito todas esas cartas amorosas a Rick tenía tal
naturaleza bondadosa, ella estaba confinada a ceder a los deseos de su familia. Sí,
podía ver todo esto ahora. Había intentado valientemente renunciar a todas sus
esperanzas en ese otro hombre, porque él había visto la noche que fue a cenar a su
hogar lo que esto le estaba costando a ella. Su sentido del deber para su familia la
había llevado tan lejos como a las puertas de la iglesia. Pero la idea de en realidad
casarse con un hombre, que ella no había vacilado en llamar pervertido gusano, era
sencillamente demasiado.
—Rick —rechinó, sintiendo como si algo dentro de él estuviera muriendo. —Ve y
entérate de lo que ella quiere. Y asegúrate de que lo consiga.
Con un ceño desconcertado, Rick se levantó y caminó a grandes pasos fuera de
la capilla.
Gracioso, pero cuando él había decido casarse con Miss Hebden, pensó que era
ella la vencedora y él era su premio. No obstante ahora lo sintió como si en el
supuesto de que Midge no quisiera aceptarlo, él estaría perdiendo algo que habría
enriquecido su vida inmensamente.
En la puerta de la capilla, lejos de acallar la pelea, las voces crecieron incluso aún
más agitadas. El tono razonable de Rick mezclado con los gritos de protesta de Midge
y los ampulosos intimidatorios de su tío.
Finalmente, no pudo aguantar más.
Midge posiblemente no lo odiaría más de lo que él se odiaba a si mismo por la
forma en que la había maltratado y juzgado injustamente. Si la única forma de
desagraviarla era dejarla libre, entonces debía hacerlo.
Mientras caminaba majestuosamente recorriendo el pasillo, lo ojos de todos los
invitados reunidos siguieron su progreso ávidamente. Reflexionó como pudo,
tontamente, alguna vez pensar que contraer matrimonio con ella sería el precio que
tendría que pagar por su conducta poco caballerosa en la terraza de Lady Carteret.
Ahora lo sabía mejor. El precio que debía pagar por perturbar a Midge sería
permitiéndole que lo dejara.
Capítulo 6

—¡Midge, el tipo es un impostor! —estaba diciendo Rick. —Sabes que lo es. Mi


padre no dejó piedra sin voltear en su búsqueda por el niño pequeño que tu madre
quería adoptar. Encontró el orfanato donde tu abuelo había tratado de esconderlo —
la sostuvo de sus hombros, forzándola a mirarlo a la cara. —Y los registros que
prueban que él murió en el gran incendio que destruyó toda el ala del lugar.
—¡Pero se parece a mí! —protestó Imogen. —Los registros pudieron haber
estado incorrectos. O tu padre… —una horrible duda la golpeó. —¡Él no lo quería
tener en la casa! —jadeó —¡Justo como mi abuelo!
—No digas una palabra en contra de tu abuelo —su tío pregonó, —él estaba
haciendo lo mejor para poner las cosas en su lugar. ¡La completa deshonra de
imponer un mocoso en tu pobre madre en primer lugar! ¡Nunca debería haber sido
llevado al hogar marital!
Rick le lanzó una mirada de contrariedad.
—Ruego me perdone, señor, pero arrebatarle a un niño que ella sentía como su
hijo lejos de ella, no fue lo mejor para mi madrastra en absoluto. Casi rompió su
corazón el perder al niño, de dondequiera que haya venido. Guardó luto por su
pérdida hasta el día de su muerte. Midge —él suspiró. — Por el amor del cielo, mi
padre pudo haber tenido sus faltas, pero no hubiera faltado a su palabra. Amanda
solo aceptó casarse con él sobre la condición de que le prometiera buscar al niño.
Pero Imogen ya no compartía la confianza de Rick en la idea del honor de su
padre. No había estado excesivamente preocupado al dejarla sin un centavo, cuando
él se había asistido de la herencia que su madre había intentado legarle a ella. A
posteriori, podía entender que él había solo tolerado tenerla ahí, por el bien de
Amanda. No pensó jamás que él hubiera logrado completamente olvidar que ella
también era hija de Kit Hebden. Y Stephen no tenía una sola gota de sangre de
Amanda corriendo a través de sus venas. ¿Habría realmente recibido al bastardo de
Kit en su hogar y permitido crecer a un lado de sus propios hijos?
Percibiendo un movimiento por el rabillo del ojo, se volvió y vio a Stephen
despegándose del pilar, contra el que había estado recargado, para mirarla
fijamente, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—¡Hugh Bredon no estaba mintiendo, y los registros no están equivocados! —
Lord Callandar vociferó. —Él logró localizar la casa para niños abandonados donde mi
padre envió al niño. Y no existía duda de que el mocoso murió en el incendio. Yo
mismo vi los registros.
—¿Entonces quién es él? —el ramo de Imogen silbó a través del aire cuando ella
lo ondeó en dirección del gitano. —¿Por qué sabe tanto sobre lo que todos intentan
acallar? ¿Por qué se parece a mí?
—¡Deja de decir semejantes disparates, muchacha! No se parece nada a ti.
—¡Pero su sonrisa, tío! Y la forma de sus cejas cuando arruga la frente. Están
derechas. Igual que las mías. Igual a las de mi padre.
—¿Qué está pasando?
Ante el sonido de la calmada voz autoritaria del Vizconde Mildenhall, todos los
involucrados en el altercado se volvieron a donde él estaba parado en la puerta de
entrada de la iglesia.
Imogen corrió hacía él y se prendió de su antebrazo.
—¡Oh, por favor, Monty, ayúdame! He hecho todo lo que has pedido ¿no? ¿Me
permitirías hacer a mi manera solo una cosa? Esta es nuestra boda. Tuya y mía. ¿Sin
duda puedo tener solo un invitado de mi propia elección? Si dices que él puede
entrar, entonces nadie más tiene el derecho de rechazarlo. Puede sentarse
correctamente en la parte de atrás, si quieres, ¡fuera de la vista!
Se tensó cuando ella especificó que esto era un él, sobre lo que todos ellos
estaban discutiendo.
—Quizá —dijo fríamente, —podría ayudar si me explicas exactamente ¿quién es
él, que está tan interesado en asistir a nuestra boda a pesar de las objeciones de tu
tío?
—Stephen —le contestó, dando un paso atrás y soltando sus brazos como si
ellos la quemaran. —Mi hermano.
—¿Tú hermano? —sintió como si el sol hubiera salido. —No veo la razón porque
tú hermano no puede asistir si él lo desea. ¿Por qué toda esta agitación?
—Porque él no es su hermano, ¡por eso! —bramó su tío. —El impudente granuja
quien asegura su parentesco con ella es solo algún asqueroso gitano, intentando
causar problemas.
—Eso es verdad, Monty —apunto Rick, dando un paso adelante. —El niño gitano
en cuestión murió hace años.
—¿Un gitano? —estaba tan aliviado de que no fuera su matrimonio lo que ella
estaba objetando, que habría alegremente dado permiso para que toda la tribu de
gitanos bailaran directamente en el pasillo batiendo panderetas, si eso era lo que ella
quería.
Pero antes de poder decírselo, ella levantó su barbilla y dijo:
—¡Sí! Mi padre tomó a una mujer gitana como su amante…
Su tío gimió y se cubrió la cara con sus manos. Imogen echó sus hombros hacia
atrás, toda su postura ahora gritaba desafío cuando ella continuó:
—Y ella tuvo a su hijo. Y mi padre lo llevó a vivir con nosotros hasta que mi
abuelo lo envió lejos mientras mi madre estaba demasiado enferma para saber lo
que estaba pasando. Y su nombre es Stephen, ¡y me trajo un regalo! —ella ondeó su
ramo hacia unos de los pilares donde él antes había visto a un individuo atezado
esconderse y observar. Pero ahí no había nadie ahora.
—¡Oh! —Imogen chilló, moviéndose rápidamente a la orilla del pórtico. —¡Se ha
ido! ¡Debo encontrarlo!
Su tío, sorprendentemente rápido para un hombre corpulento, se movió detrás
de ella, agarrándole el brazo y jalándola antes de poder correr y bajar los escalones.
—¡Oh, no, no lo harás! ¡Tenemos una iglesia llena de invitados esperando!
El Vizconde Mildenhall caminó hacia la parte superior de los escalones, donde
Imogen estaba aún forcejeando con su tío.
—Midge —le dijo firmemente. —Tu tío está en lo correcto —por un segundo,
una mirada de absoluta aversión brilló a través de su rostro. Apretó sus dientes y
dijo: —No puedes ir corriendo por toda la ciudad, hoy de todos los días. Permite que
Rick lo encuentre por ti, ¡Capitán Bredon! —ladró.
Para su alivio, años de disciplina militar hicieron que Rick contestará
instantáneamente a su llamada.
—¡Señor!
—Descubra a donde fue el tipo, y ve si puedes hacer que algo de sentido salga
de todo esto.
—¡Enseguida, señor!
Con los ojos muy abiertos, Imogen vio obedientemente correr bajando los
escalones, cruzar la calle y aproximarse a un grupo de personas quienes habían
estado observando ávidamente el altercado en los escalones de la iglesia. Uno de
ellos levantó su brazo y apuntó, Rick expeditamente, fue en esa dirección, y estuvo
cerca de perderlo de vista.
—Rick llegará a la raíz de esto —le prometió. —Sabes que puedes confiar en él.
La vio dejar la lucha.
—S…sí —le dijo en un susurro, bajando su cabeza. El Vizconde Mildenhall miró
de un modo significativo a donde la mano de su tío aun sostenía su brazo en un firme
agarre y Lord Callandar finalmente la liberó, pero ella solo se quedó ahí parada,
mirándose tan perdida y sola que el vizconde no pudo evitarlo. La llevó a sus brazos y
la sostuvo cerca, frotando sus manos arriba y abajo de su espalda. Después del
sobresalto inicial de sorpresa, se recargó en él. Sintió un destello de triunfo por la
forma en que ella consiguió consuelo de él, aunque si este fue solo porque ningún
otro se lo estaba ofreciendo.
Su tío hizo un sonido despreciativo con la parte baja de su garganta y acechó
hacia un grupo de personas quienes habían tenido la temeridad de subir
sigilosamente los escalones más bajos del pórtico.
—¿Mejor ahora? —dijo el Vizconde Mildenhall en un momento, reduciendo su
agarre.
Imogen asintió, dio un paso atrás y miró alrededor de ella culpablemente, como
si en ese momento se diera cuenta de su violación a la etiqueta.
Hasta que sus ojos tropezaron con el pilar donde el hombre quien afirmaba ser
su hermano había estado de pie. Y jadeó.
Descansando sobre el piso estaba el pequeño paquete de papel café.
Se precipitó sobre este como un halcón al atacar.
—¡Imogen! ¡Pon eso abajo en este instante! —rugió su tío.
Ella dio la vuelta delante de él, sus mejillas sonrojadas, el regalo sujeto entre
ambas manos como si luchara contra quien intentara quitárselo. Entonces sin
despegar sus ojos de su tío, empezó a avanzar lentamente hacía el Vizconde
Mildenhall como si buscara un refugio.
El corazón del Vizconde Mildenhall erró un golpe. Había un parche de humedad
sobre su vestido donde ella se había arrodillado sobre la banqueta para levantar el
paquete que ella estaba convencida venía de su hermano. Sobre su guante tenía una
mancha verde de musgo, y los pétalos de su ramo estaban desparramados sobre el
piso de piedra. Su sombrero había sido golpeado ladeándolo en el altercado con su
tío y sus rizos estaban cayendo sobre sus ojos
¡Ahora ella parecía como Midge! La joven quien estaba más en casa escalando
arboles detrás de nido de pájaros, que acomodada en los salones de visita. Midge,
quien había escrito cartas tan asombrosamente cálidas y graciosas a Rick, aunque él
no fuera incluso realmente su hermano. Quien había lanzado su manto de buena fe
sobre él, también, felicitándolo por sus promociones, compadeciéndose por sus
heridas y convenciéndolo de que en algún lugar fuera de ahí, lejos de la infernal
brutalidad del campo de batalla que componía su vida, el afecto y la decencia aún
existía.
Pensó que en toda su vida no había visto a una mujer lucir más atractiva. Sintió
una fuerte descarga de afecto por la impulsiva, honesta y directa mujer que estaba
cerca de tomar como esposa.
Con rapidez seguida por una visión de pasar toda su vida sacándola de los apuros
de su impulsiva naturaleza la hubiera comprometido a catapultarla dentro.
—Será mejor que tome esto —le dijo firmemente, dando un paso entre Midge y
su tío. Puso sus manos sobre las suyas, y bajó su voz, para que solo ella lo escuchara.
—Mantendré esto seguro para ti. No necesitas provocar a tu tío y demás.
Imogen miró profundo dentro de sus ojos, y aunque pudo ver una breve lucha
teniendo lugar ahí, eventualmente ella aflojó, relajando su agarre sobre el paquete y
permitiéndole recibirlo de ella.
—Nosotros debemos tener una larga charla sobre todo esto, más tarde —él
continuó, deslizando el paquete dentro de su bolsillo interior, —y acordar que vamos
hacer. Pero por ahora… — le ofreció su brazo y sacudió su cabeza en dirección de la
iglesia.
—Yo… —Imogen se enderezó, empujando su cabello lejos de su rostro y sujetó
su maltratado ramo con renovada resolución. —Yo…—miró sobre su hombro una vez
más en la dirección donde el gitano y después Rick habían ido, y él vio un breve gesto
de angustia correr a través de su rostro.
Pero cuando ella tomó su brazo. No simplemente puso su mano sobre este, sino
que unió su propio brazo como si necesitara alguna cosa sólida para aferrarse
mientras la alejaba de su tío, quien empezó a arengar a la multitud. Sentía pequeños
temblores correr a través de todo su cuerpo, pero ella mantuvo su cabeza en alto
incluso cuando el zumbido de conversaciones en la iglesia se acalló en un expectante
silencio al momento de que ellos pasaron por encima del umbral.
Se tragó un juramento. Todos los estaban mirando como si les debieran un
recuento de lo que acababa de pasar en el pórtico. ¡Bueno, ciertamente no iba a
titubear sobre la puerta, contestando a un montón de preguntas sobre un asunto
que le concernía a nadie más que a Midge! La mejor cosa que podía hacer era
continuar con la ceremonia como si nada adverso hubiera ocurrido.
Cuadrando sus hombros, marchó enérgicamente por el pasillo. Tan
enérgicamente de hecho, que Midge casi estaba trotando para mantenerse con él.
Luego gritó:
—¡Puede empezar! —al muy asustado clérigo.
Jadeos sorprendidos olearon a través de los asistentes, los cuales se duplicaron
cuando Lord Callandar llegó solo caminando a grandes pasos por el pasillo y tomó su
posición detrás de la pareja de novios, murmurando audiblemente imprecaciones.
—¿Está segura de que desea proceder? —el ministro le preguntó a Midge,
ignorando intencionadamente al Vizconde Mildenhall
Sus mejillas se pusieron rosas, pero su voz fue firme cuando declaró:
—¡Lo estoy! —el ministro miró la forma en que ella estaba aferrada al brazo del
Vizconde Mildenhall, pareciendo satisfecho, y después aclaró su garganta
ruidosamente, abrió su libro de plegarias y entonó las palabras de apertura.
Todo fue bien hasta que él preguntó quién estaba entregando a la mujer. Lord
Callandar separó los dedos de Midge del brazo de Monty y prácticamente arrojó su
mano en la palma extendida de Monty. Después dio un paso atrás, aun murmurando
por lo bajo para tomar su lugar a un lado de su esposa, quien tenía tal expresión
congelada sobre su rostro, que podía haber estado modelando para ser un maniquí
de cera.
Y desde algún lugar detrás del él, el Vizconde Mildenhall escuchó un pequeño
sonido como un carraspeo amortiguado. Una risa empezó a jalar en sus labios. Esto
sonó sospechosamente como ese perdulario de Hal Carlow intentando
desesperadamente no colapsar y soltar una carcajada.
Su postura se aflojó. No pensaba permitir precisamente que Hal supiera lo que
había causado todo el episodio. No creía que Midge objetaría, puesto que Hal
también era un amigo cercano de su hermano. En realidad, reflexionó, a ella no
había parecido importarle si el mundo sabía que su hermano era un gitano. Lo habría
tenido en la iglesia, y probablemente lo presentaría a todo el mundo, si él no se
hubiera escurrido en cualquier callejón de donde se había arrastrado.
¡Señor, sonrió abiertamente, eso sería dejar un gato entre palomas!
Cuando se volvió para dejar la iglesia, con los votos hechos, con Midge aun
agarrada a su lado como una lapa, aclaró un asunto mirando a Hal directamente a los
ojos. El sinvergüenza estaba aún sosteniendo un gran pañuelo en su rostro, y sus ojos
estaban lagrimosos. La única cosa que el irresponsable payaso debía encontrar más
entretenida, habría sido que la discusión en el pórtico estallará en una auténtica riña,
la cual se volcara dentro de la iglesia. Por un momento, su mente estuvo llena con la
visión de Midge atacando a todo mundo con su ramo, lloviendo pétalos y pedazos de
follaje sobre toda la nave de la iglesia. Con el cabeza completamente erguida el
Vizconde Mildenhall bajó un parpado en un subrepticio guiño.
Había una decidida primavera en su paso cuando condujo a Midge hacia el sol,
hacia el carruaje que esperaba para llevarlos de regreso a Mount Street. Se sintió
más como el mismo desde que había puesto un pie de regreso en Inglaterra.
La sociedad de Londres era territorio extraño para él, ese era el problema.
Hasta que su hermano mayor murió, él había existido casi exclusivamente en lo
que era en gran medida un mundo de hombres. Primero la escuela, después las
barracas del ejército y el desorden de los oficiales, donde se había ganado el respeto
de sus subordinados e hizo amigos donde sentía alguna conexión.
No había querido dejar el ejército más de que su padre había querido verlo
meterse en los zapatos de su hermano. Había dejado Shevington para escapar del
sentimiento de que nunca estaría a la altura del favorito primogénito del conde.
Pero en todo caso, las cazadoras de maridos habían salido en manada en el
momento que arribó a la ciudad. Había estado aterrado por todas las presunciones,
sonrisas afectadas, y la astuta, aunque cruel competencia, entre las jóvenes quienes
pretendían ser amigas entre ellas.
Nada de lo que hizo consiguió liberarlo de ellas. Cuanto más desagradable se
volvía, más obsequioso todo el mundo se volvía.
Excepto Midge. Ella había detestado a ese petimetre. La versión de Vizconde
Mildenhall que había creado, casi tanto como él lo detestaba.
Bueno, todos la llamarían Vizcondesa Mildenhall desde ahora en adelante, pero
él no podía ver que la adquisición de un título la cambiara ni un poco. Tal como, lo
vio de repente, nada había conseguido hacer mella en el sentido del ridículo de Hal
Carlow, incluso ni su reciente promoción a mayor.
Solo porque él había obtenido repentinamente un título, no significaba que el
pugnara por ser algo que no era. Hoy Imogen lo había llamado Monty. No, ella llamó
a Monty de regreso a la vida. Había gritado una orden, Rick se había precipitado a
atenderla, y él y Hal habían experimentado un momento de perfecta camaradería.
Obtener un título fue solo como conseguir una especie de promoción. Era el
mismo hombre en su interior que siempre había sido.
Se sintió como si un peso rodara fuera de sus hombros, mientras tomaba la
decisión de tomar una hoja del libro de Midge. Permanecería fiel a él mismo, y ¡al
diablo con todas las expectativas de otros!
¡Gracias a Dios se había topado con Rick Bredon! Y que había, contra todas las
probabilidades, conseguido llevar a Midge al altar.
Fue solo cuando la condujo dentro de su carruaje y que advirtió la abatida caída
de sus hombros, fue la gran discrepancia entre su actitud hacia este matrimonio, que
lo golpeó de nuevo por todos lados.
Ella no había querido casarse con él: aceptó eso ahora. Había ido por lo que ella
veía como su deber para con su familia. Y lo había hecho con su cabeza bien alta.
¡Demonios, pero él se aseguraría que ella nunca lamentara casarse con él! Y
empezaría por borrar todos los pensamientos de ese otro hombre completamente
fuera de su cabeza. Tomó su barbilla en su mano, coloco su brazo alrededor de su
hombro, y anunció, —Voy a besarte ahora. Y esta vez, no bofetearás mi rostro. O me
morderás, A menos —musitó —que te guste así —y aspiró su labio inferior en su
boca y lo mordisqueó.
Imogen dio un jadeo por el sobresalto, dándole la oportunidad para empujar su
lengua dentro de la boca de ella.
Ella no forcejeó. Por el contrario, después de solo un breve momento de tensión,
ella se derritió bajo su decidida seducción, como mantequilla en un día de verano.
¡Sabía que no había imaginado su respuesta a sus besos afuera en la terraza de
Lady Carteret! Si no hubiera estado con tal mal humor, si no la hubiera insultado…
Monty gimió, y la jaló sobre su regazo. Hubo un sonoro ruido de un desgarro.
Bajó la mirada para ver que su bota estaba aun firmemente plantada sobre un
pedazo que se había separado del borde de su vestido. Él se tensó.
Muchas mujeres, lo sabía, le hubieran recriminado por su torpeza. Midge solo
suspiró mientras ella evaluaba el daño, antes de inclinar su rostro hacía el de nuevo.
—Te compraré otro —le juró con rapidez, tomando implacable la ventaja del
último interludio de privacidad que era probable obtener antes de caer la noche.
Midge se sentó sobre la silla ante su tocador e impactada miró fijamente su
reflejo. No le extrañó que Monty le hubiera sugerido que debía subir y refrescarse
antes de dar la bienvenida a sus invitados. Miró la antítesis de lo que una novia de
sociedad debía ser. Su cabello estaba por todos lados, sus guantes no tenían arreglo
posible, y ella debería quitarse el hermoso vestido que su tía, de algún modo, logro
maquinar para este día. Con respecto a su ramo, no era más que un recuerdo. Ya se
había deshecho antes al quedar aplastado entre ellos cuando Monty la había jalado
sobre su regazo. Y cuando él la había alzado para salir del carruaje y ponerse de pie,
había estado también asombrada por esos pocos minutos de esa pasión sin límites
para hacer más que parpadear ante él cuando los tallos rotos y las flores aplastadas
llovieron bajo el pavimente.
Pansy le dio una mirada y corrió directamente a la pila de baúles al pie de su
cama, bendita ella.
—No fue toda mi culpa —Midge empezó a explicar, pero Pansy estaba
demasiada ocupada sacando vestidos para determinar cuál era el menos arrugado,
para prestar atención.
La doncella probablemente no creería que un hombre tan quisquilloso por su
propia apariencia, le habría tan casualmente reducido a ese estado, en cualquier
caso, no cuando ella había llegado a casa con sus cosas en la misma condición
infinidad de veces antes.
Aunque Monty se había visto mucho menos extravagante de lo usual el día de
hoy, ahora llegó a pensar eso. Incluso más soberbiamente vestido de lo que había
estado en la noche que ellos se habían reunido en el teatro.
Pansy, habiendo hecho su selección, trabajó con prisas levantándola y
desabotonando la espalda de su vestido, mientras Midge se sacaba los sucios
guantes.
Cambiarse la ropa sucia era la última de sus preocupaciones. Una vez que Pansy
hizo su apariencia respetable de nuevo, iba a tener que bajar las escaleras y
enfrentar a todos esos invitados, acabando de transformar lo que debería haber sido
una ocasión solemne y sagrada en algo semejante a una farsa.
Desapareció bajo capas de satín y encaje cuando Pansy jaló el vestido arruinado
sobre su cabeza, y emergió con las mejillas sonrojadas. ¡Cuando ella pensó en la
forma en que el Vizconde Mildenhall la había prácticamente arrastrado por el pasillo!
Aunque, dándole su crédito, había controlado su temperamento antes de eso.
De hecho, había sido sorpresivamente comprensivo con ella, considerando todas las
cosas. No se había, automáticamente, puesto del lado de su tío sobre el asunto de
Stephen. Había incluso enviado a Rick a investigar. Y había prometido que ellos
discutirían todo esto más tarde.
Una vez terminado el desayuno nupcial.
Su estómago dio una pequeña voltereta ante la perspectiva de estar sola con él
otra vez. El episodio en el coche había sido una sorpresa asombrosa. ¡Nunca había
experimentado ninguna cosa como esa!
Excepto, frunció el ceño cuando Patsy la puso de pie para atarle el traje de
noche limpio, unos pocos fugaces momentos durante su altercado en la terraza de
Lady Carteret.
Cuando Patsy la empujó sobre el taburete de nuevo y atacó sus rizos
alborotados con un cepillo para el cabello, se preguntó si él había intentado… no
castigarla. ¿Disciplinarla, quizá? Le había dado una especie de aviso sobre su
comportamiento antes de empezar a cautivar su boca, pero por la vida de ella no
podía recordar exactamente lo que había dicho.
Aunque él definitivamente había estado intentando castigarla y humillarla en la
casa de Lady Carteret. Había sido solo algo perverso en su interior que la hizo
deleitarse en tal rudo trato.
En menos tiempo del que Midge hubiera pensado, Pansy la estaba sacando de su
recamara. Se tomó mucho tiempo para bajar las escaleras y se detuvo sobre el
umbral del salón de baile, donde los invitados estaban ya aglomerados.
Bedworth tomo una respiración, como para anunciarla. Le tomo del brazo,
diciendo. —¡Oh, por favor no lo haga! —Todos se girarían y fijarían su vista en ella de
nuevo, y debería caminar sola, cuando sabía que debería haber estado ahí, al lado de
su marido, para recibirlos correctamente desde que llegaron la primera vez.
Su tío estaba paseándose de arriba abajo en el fondo del salón donde las mesas
estaban colocadas, su gesto ensombrecido mientras bajaba la mirada al reloj de
bolsillo que sostenía en su mano.
Frenéticamente, buscó en la habitación una cara amigable.
Vio a Nick por la chimenea, hablando con Lord Keddinton. Cuando se habían
estado retirando de la iglesia más temprano, Lord Keddinton había logrado expresar
con un altanero levantamiento de ceja, que no había esperado nada más de un
Hebden. Menos mal que nunca había llegado a pedirle ayuda para encontrar un
empleo. Siempre había reflexionado mal sobre su juicio de carácter.
Aunque ella no culparía a Nick por aprovechar la mejor de las oportunidades
para aproximarse al gran hombre. Todos sabían el vasto alcance de la influencia de
Lord Keddinton. Y Nick no tendría otra oportunidad para asegurarse un patrón más
poderoso.
No, se mantendría bien lejos de ellos dos por ahora.
Las jóvenes Veryan estaban de pie en una esquina, con sus cabezas juntas,
mirándose muy complacidas con ellas mismas. Estaban probablemente discutiendo
la forma en que ella había logrado conseguir, hasta triunfar, en atrapar al más
elegible soltero en la ciudad, en un espectáculo que sería el chisme por días.
No había señales del Vizconde Stanegate o su esposa, notó decepcionada.
Particularmente había deseado hablar con la hija de William Wardale. Tenía pensado
hacer un punto al sonreírle durante la ceremonia, pero por supuesto, no había
estado en condiciones para sonreír a nadie por el tiempo en que Monty la arrastraba
por el pasillo.
Al menos, sus ojos llegaron a descansar sobre Rick, quien estaba de pie hablando
al otro hermano de Lady Verity, Hal Carlow, y su corazón dio un pequeño bandazo,
¡La única persona, además de todos ellos, que ella había deseado que asistiera a su
ceremonia de bodas no había estado allí!
—Rick —le dijo, los otros ocupantes del salón perdieron toda importancia.
Él había estado inmerso en una conversación con el Mayor Carlow, pero al
sonido de su nombre sobre sus labios levantó su cabeza y comenzó a caminar hacia
ella, su rostro se arrugó con preocupación.
—Lo siento, Midge —le dijo, tomándole ambas manos en las suyas. —El tipo
desapareció completamente. Espero se haya arrastrado debajo de la piedra donde
había estado escondido.
—¡Rick! ¿Cómo puedes ser tan cruel? Si ese hombre es Stephen…
—Ah, claro, si —le dijo agudamente. —Mira, Midge, ¿no crees que sea más
probable que alguien solo quería echarte a perder el día de tu boda? Y le pagó a
alguien para pasar a un desconocido como… bueno… ¿Stephen Hebden? Tú les
arrebataste a Monty por debajo de todos ellos, debiste poner algunas pocas narices
fuera de quicio.
La mente de Midge voló recordando a las maliciosas sonrisas sobre los rostros de
las Veryan. Y la forma en que ellas habían siempre logrado hacerla ver ridícula. Y ella
se preguntó si Rick estaría en lo correcto.
—Creo… —Midge agitó su cabeza. —Él sabía tantas cosas… No podría saber
cómo debería conocer sobre eso si no fuera…
Pero el Mayor Carlow, quien estaba deambulando cerca, estaba mirándola con
una expresión difícil de sondear.
—¿He escuchado bien? ¿Estaba Stephen Hebden intentando entrar a la iglesia
justo hoy?
—Sí —dijo Midge.
Exactamente en el mismo momento Rick dijo:
—¡No!, un tipo diciendo ser Stephen Hebden. Pero Stephen murió hace años…
—¡Solo deseo que Dios lo tenga! —pegó el Mayor Carlow. Después, acercándose
agregó —Ruego me perdone, mi lady, pero he tenido algunas experiencias de sus
tácticas, y creo justo solo advertirle… —dejó de hablar, justo un segundo antes de
ella estuvo consciente de que Monty se había reunido con ellos en la puerta de
entrada.
—Habiendo ya de rogar por el perdón de mi lady, ¿Hal? Y sin cinco minutos en la
casa ¡tú implacable canalla!
El Mayor Carlow sonrió, pero no con la misma despreocupación que había
estado viendo en él antes.
Los tres hombres entonces se entregaron en unos pocos momentos de insultos
cordiales entre ellos, en la forma en que sus tres hermanastros habías acostumbrado
hacer. Mientras escuchaba, sintió el brazo de Monty deslizarse alrededor de su
cintura. Sabía que debería haber hecho alguna protesta, pero no pudo convocar la
energía para pretender que no estaba abiertamente agradecida por su apoyo físico.
Nunca se había sentido tan sencilla y despreocupada como lo hacía ella en el primer
vestido sacado de su baúl, a la sombra de dos oficiales vestidos de uniforme y del
hombre más guapo del mundo.
Se preguntaba, con una pequeña punzada de dolor, si eso era el porqué el
Vizconde Mildenhall se había vestido tan sencillamente hoy. Porque él no quería
opacar a su achaparrada noviecita.
Fue algo amable de él, de ser así. Porque estaba segura de que preferiría vestir
algo que mostrara mejor su físico, como el ajustado uniforme de Mayor.
Como si Monty hubiera sentido que ella estaba sintiendo excluida, apretó su
cintura un poco más firmemente, antes de decir:
—Vamos, entonces. Déjanos ponernos nuestros rostros de sociedad, vamos y
salgamos a saludar a los otros invitados apropiadamente.
—Antes de hacerlo —dijo Midge, —puedo preguntar, es decir —podía sentir sus
mejillas ponerse rojas mientras levantaba la mirada hacia el rostro del Mayor Carlow.
—Reparé que el Vizconde Stanegate y su esposa no han llegado. Esperaba…
—Nell no se sintió bien, así que Marcus la llevó a casa, gracias a Dios —dijo: —
Odio pensar lo alterada que ella hubiera estado de haber escuchado del gitano
creando problemas alrededor de la iglesia.
Midge parpadeó sorprendida frente a él, pero antes de poder preguntar
exactamente que había tratado de decir con esa criptica declaración, Monty estaba
llevándosela a rastras.
—No más de eso ahora, por favor —le murmuró en la oreja mientras la guiaba
hacia el primer grupo de invitados a la boda. —Averiguaré lo que quiso decir,
discretamente, y lo discutiremos más tarde. Por ahora, tenemos trabajo que hacer.
La sorprendió por dejar caer un rápido beso sobre su mejilla.
—Pretendiendo ser respetables pilares de la sociedad.
Midge advirtió ambas, las palabras y la acción como un golpe repentino, un
innecesario recordatorio de que pensaba que ¡ella estaba muy lejos de lo respetable!
Más tarde, se prometió, cuando Monty abordara todos los puntos sobre su
agenda, ¡ella iba a sacar a colación el asunto de su opinión errónea de ella!
Monty pareció inconsciente de su hirviente resentimiento mientras la guiaba
grácilmente a través del salón de un grupo de invitados a otro. Mantuvo su brazo
alrededor de su cintura, manteniéndola cerca a su lado como si no pudiera soportar
estar separado de ella ¡por no más de una pulgada!
Pero para cuando ellos tomaron asiento para cenar, toda la atmosfera se había
aligerado considerablemente. El banquete que su tía había preparado fue realmente
magnifico, el eficiente personal sin problemas, y la conversación alrededor de la
mesa pronto estuvo fluyendo tan libremente como las copiosas cantidades de
champaña que su tío había aprovisionado.
Esto no podía haber salido mejor.
Aunque Midge logró no golpear nada o derramar nada sobre su vestido.
Cuando fue el momento de retirarse, su tía, quien se veía mucho menos tensa
después de la cantidad de champagne que había bebido, vino a invitarla a
despedirse.
—Bueno, debo decir, te has casado con un hombre con gran aplomo. La forma
en que manejó a nuestros invitados, como si no presenciara nada inapropiado en esa
escándala escena fuera de la iglesia.
Su tía extendió su brazo y dio palmaditas sobre la mejilla de Midge.
—Y, después de todo, serás una condesa un día. Entonces… —se incorporó a
toda su altura, —¡todos ellos tendrán que guardar sus lenguas entre sus dientes!
Midge dedujo que su tía debía haber pasada una gran parte de la tarde
respondiendo los viperinos cometarios sobre su conducta, pero más que verse
desazonada, Lady Callandar estaba absolutamente vibrante por el triunfo.
—La próxima vez que hagas una exhibición de ti misma —le dijo, con un casi
travieso fulgor en sus ojos, —y conociéndote como lo hago, estoy segura habrá una
próxima vez, harías bien en conducirte como tu marido y guardar la compostura.
Actuar como si no debieras estar avergonzada. Nunca disculparte.
Y después, para el completo asombro de Midge, su tía se inclinó hacia adelante y
la besó en la mejilla. ¡A pesar del hecho de que cualquiera pudo haberla visto!
—Esperaré con ansías hacerte una visita cuando regreses a la ciudad —terminó,
con una cálida sonrisa.
Imogen levantó su mano a su rostro, asombrada por la demostración pública de
afecto y aprobación de su tía. ¡Si solo ella se hubiera flexibilizado hacia ella antes! Los
meses viviendo en Mont Street no hubiera sido algo tan difícil.
Monty había estado de pie a pocos pies de ahí, en lo que parecía una intensa
conversación con Rick y el Mayor Carlow. Pero en cuanto su tía le dejó, se excusó y
vino directamente.
—¿Algo está mal?
Él podía decir que Lady Callandar había dicho algo que había estremecido a
Midge en el alma. Sin importarle la impropiedad de esto, puso sus brazos alrededor
de ella y la estrechó con fuerza.
Apenas reconocía cuan fieramente protector se estaba poniendo hacia ella, en
tan corto espacio de tiempo. Cuando la había visto vacilar en la entrada más
temprano, sus ojos abiertos por la aprehensión, había querido simplemente
llevársela rápidamente a algún lugar donde nadie pudiere jamás herirla de nuevo. Lo
había herido cuando esos nebulosos ojos grises habían pasado francamente sobre él,
para llegar a descansar sobre la figura de su amado hermanastro. Pero esto no hizo
diferencia en su decisión de protegerla. Les mostró a todos ellos que no desaprobaba
lo que ella había hecho o la forma de hacerlo. Así que había cruzado el salón. Donde
permaneció de pie a su lado. Bajó la cara a las almidonadas matronas quienes la
habían menospreciado, y a las jóvenes quienes se habían reído disimuladamente de
ella. Midge no había objetado su brazo alrededor de su cintura, así él la había
mantenido ahí. En un momento, ella se olvidó de sí misma para apoyar su cabeza en
su hombro durante unos segundos. Sí, estaba realmente complacido con los
progresos hechos con su renuente novia.
—Mi tía —le dijo con un gestó irónico en su boca, —nada más me ha informado
que ahora que soy tu mujer, puedo escapar de todos los actos criminales de formas
sociales, sin proporcionar disculpas por ellos.
Monty frunció el ceño. Ese comentario fue insensible en extremo. Era como si su
tía esperara que Midge fuera un fracaso. ¡Que espantosa forma de enviarla a su vida
de casada!
Esperando poner un sesgo positivo sobre las cosas, le dijo tristemente:
—Todo lo que hagas, ahora que tienes un título, ciertas personas te adularán, es
verdad.
Midge levantó su mirada ante la cínica expresión en su rostro, su corazón se
hundió. Podía quizá haber salido de este asunto, como su tía señaló, por el beneficio
de los invitados a la boda, pero en lo más íntimo, él sabía que ella estaba destinada a
ser un fracaso social. Todo el placer que ella había sentido por lo logrado finalmente
con su tía, se disipó ante la comprensión de que ella aun le quedaba un largo camino
por delante para ganar el respeto de su marido.
Capítulo 7

Pansy puso los toques finales al atuendo nocturno de Imogen, la ayudó a subir a
la enorme cama, y salió de la habitación con un suspiro sentimental.
Imogen se dejó caer contra las almohadas, mordiendo la uña de su dedo pulgar.
Ya no sabía qué hacer con respecto a su marido. Había estado tan acostumbrada
a pensar que él era un asno pomposo. Pero había habido momentos ese día cuando
se había sentido totalmente agradecida con él. ¡Solo por estar ahí!
En algunos minutos más, sin embargo, estaría caminando a través de la puerta
que conectaba su habitación con la suya, así ellos tendrían esa larga conversación
con la que la había amenazado. Entonces podrían decidir que iba a hacer. Y tenía la
repugnante sospecha, dado que nadie más estaría mirando, que él volvería a
mostrarse como era.
Escuchó la madera el piso rechinar y sus ojos volaron a la puerta de conexión.
Más que medio anticipar el recibir una recriminación, se sentó derecha, empujó
nerviosamente su cabello lejos de su frente con dedos temblorosos.
Casi todas las cosas que había hecho desde que llegó a Londres tenían como
resultado un regaño. Miró alrededor a la opulencia de la habitación que él le había
asignado como su vizcondesa, y sintió una leve punzada de añoranza por la
acogedora pequeña habitación sobre el alero de Brambles. Nadie iría hasta allí para
repetir el catálogo de errores que había cometido durante ese día.
Levantó su barbilla, aprisionando hacía abajo el doloroso sentimiento de
nostalgia. Las razones por las que Hugh nunca la había regañado, había sido porque a
él no le importaba, una o la otra, que ella por mucho tiempo no interrumpía sus
estudios. Mientras que las constantes críticas de su tía surgían de su preocupación
por lo que otras personas pudieran hacerle. Y por lo que respecta a su marido…
Su respiración se enganchó en su garganta mientras se abría la puerta y Monty,
ataviado magníficamente vestido en su bata verde de brocado de seda, entró en la
habitación.
Estaba comprometido a tener algo que decir sobre su conducta. Era tan natural
que él quisiera que su mujer mantuviera ciertos estándares en público.
Buscó su atractiva cara de manera angustiosa. Tenía una expresión determinada
en sus ojos mientras avanzaba hacia la cama, pero no parecía enojado.
Midge le sonrió, aliviada de que él realmente parecía deseoso de discutir el
incidente en el pórtico con una mente abierta.
Él se sentó sobre la orilla de la cama y tomó su mano, la levantó a sus labios y la
besó. Regresándole la sonrisa.
Y fue solamente cuando ella advirtió la ausencia de lo que había esperado
discutir.
—¿Dónde está?
—¿Dónde está qué?
—El regalo que Stephen me llevó. Dijiste que lo cuidarías por mí.
Tuvo un horrible sentimiento penetrando en su estómago. ¿Solo le había dicho
cualquier cosa que había creído que la haría comportarse, sin tener intención
verdaderamente de escuchar sus opiniones? Recordó la forma cruel como la había
intimidado para casarse con él, y quitó sus manos de él.
—¿Tú no has… no has dispuesto de él, lo has hecho?
Monty saltó sobre sus pies, ¡perplejo ante cuanto podía herirlo por albergar tal
sospecha!
Se volvió sobre sus talones y caminó de regreso a su habitación, tirando para
abrir las puertas de su guardarropa para encontrar la chaqueta que había estado
vistiendo más temprano. El paquete debía aun estar en el interior del bolsillo.
¡Maldito granuja de su hermano!
Maldito Vizconde Mildenhall también. Cerró sus ojos y descansó su frente contra
la fría madera de la puerta del guardarropa. Que persona tan engreída era, para
asumir que su nueva novia, una joven a la que había obligado a contraer matrimonio,
ahora estuviera tan abrumada por el honor que le había conferido, que pudiera yacer
en la cama anhelante por que viniera a ella.
Cierto como el infierno, que no habría llevado a una mujer a su cama por
acuerdo cuando había sido solo el Teniente Veron Claremont. Oh, había aprendido
que su apariencia lo hacía atractivo para el bello sexo. Había cortejado y ganado una
cantidad considerable.
Pero no había cortejado a Midge.
Solo asumió… hizo una mueca. —Ponte en sus zapatos —se gruño, sacudiendo
su cabeza. Si él hubiera padecido el día que ella tuvo, ¿Se estaría sintiendo amoroso?
No se admiraba que lo acusara de ser arrogante.
Bueno, sí lo había sido, ¡casado con ella pronto lo sanaría de eso! Tenía el
talento natural para penetrar a través de la opinión súper inflada de sí mismo que
había adquirido como resultado de todos los halagos que tuvieron lugar en la
sociedad londinense.
Se dio la vuelta al oír el susurro de la seda detrás de él. Midge se paró en la
puerta, sus manos agarradas en su cintura, sus ojos grises fríos como el hielo
¡Querido Dios, esperó que ella no lo hubiera escuchado hablando consigo
mismo!
—Me disculpo —le dijo rígidamente. —No quise implicar que tú no fuiste
completamente confiable. Dijiste que cuidarías de él, y estoy segura que no me
mentirías.
Las palabras podían haber sido humildes, pero ella había hablado en ese
momento como si estuviera entregando un desafío.
Ella más que medio esperando que le mintiera, entendió de pronto, realmente
pensó que él era un… ¿Qué fue lo que le había llamado? Oh, sí, un perverso gusano.
Con sus labios halados en una apretada línea recta, Monty le dio la espalda y
reanudo la búsqueda en el bolsillo de su chaqueta.
—Tú debes perdonarme por olvidar todo sobre esto —le dijo sarcásticamente,
mientras sus dedos se cerraron alrededor del elusivo artículo. —Solo que discutir
sobre tu hermano era la última cosa que esperaba estar haciendo en mi noche de
bodas.
Los ojos de Imogen se enredaron sobre la cuña de carne que quedó expuesta
cuando su bata de noche se abrió mientras le lanzaba el regalo de bodas de su
hermano. ¡No vestía camisa de dormir!
Sus ojos lo recorrieron por entero, terminando en un fascinante examen de sus
desnudas pantorrillas y dedos del pie. Midge tragó. Parecía no estar vistiendo nada
en absoluto más que su bata.
Midge recordó la mirada en su rostro mientras se aproximaba a su cama, el brillo
en sus ojos cuando ella había sonreído. La forma ansiosa en que le había agarrado su
mano.
Y sus amargas palabras mientras el saqueaba dentro de su guardarropa por su
requerimiento.
—Ruego me perdones —dijo Midge, dejando caer su cabeza, Había estado tan
ocupada pensando cosas para resentirse contra él, había olvidado totalmente que
una pobre oferta era lo que él estaba obtenido de este matrimonio. Que sólo había
una cosa que él consideraba adecuada para ella.
—¡P… puedo dejar esto para abrirlo por la mañana! —no había intentado
engañarla, podía verlo ahora. Fue solo que su preocupación a él le pareció trivial.
Porque ella era solo una mujer. Y él era un típicamente irreflexivo, hombre egoísta.
Midge retornó a su habitación y descansó el paquete sobre su mesa de noche.
—Oh, no lo harás —gruñó Monty, caminando dentro de la habitación después
de ella. —Nosotros dejaremos esta cuestión fuera del camino, puesto que está tanto
en tu mente, pretendo tener tu completa atención cuando te haga el amor por
primera vez.
Sus labios torcidos en una sonrisa sardónica, mientras Midge levantaba el
paquete e iba a sentarse sobre la otomana al pie de su cama. Le habría permitido
tener sus derechos maritales sobre ella, obedientemente, pero él debería estar ciego
para no ver que sus dedos le escocían por desbaratar el nudo sobre ese
endemoniado bulto, más que el del cinturón de su bata.
Se reunió con ella sobre la otomana, preguntándose si algún otro novio en todo
el mundo se había encontrado llegando tan bajo en la lista de prioridades de su novia
en su noche de bodas.
Ella levantó la mirada hacia él cautelosamente cuando se sentó, con una
pregunta en sus ojos.
—Vamos —suspiró. —Permítenos ver todo por lo que fue ese jaleo.
Con una sonrisa de alivio, desgarró la envoltura de papel para abrirlo.
Luego se puso pálida.
Monty olvidó todo sobre su propio ataque de disgusto cuando siguió su
espantada mirada y vio, descansando en su regazo, una réplica de un lazo corredizo
de verdugo. Formada de lo que parecía una gran cantidad de bufandas de seda
trenzadas.
—¡Querido Dios! ¿Qué es lo que significa esto? ¿Es alguna clase de amenaza?
—No es una amenaza, no —dijo Midge en una delgada y aflautada voz. —Él dijo,
que esto era para recordarme. Estúpidamente pensé… —levantó una temblorosa
mano a su frente para empujar una madeja de cabello que se había movido a sus
ojos.
—Ves, en la entrada a la iglesia, yo tenía grandes esperanzas…
Su corazón brincó ante sus palabras. ¿Había ella, también, creído que podían
forjar algo bueno juntos?
_...todos los hijos de las tres familias estaban juntas, para celebrar un nuevo
inicio… los Carlow estuvieron ahí, y la hija de William Wardale, y yo, la hija de Kit
Hebden. Y entonces él se mostró también, y esperé que finalmente, todos nosotros
seriamos capaces de salir de las sombras de lo que nuestros padres hicieron…
Sus dedos revolotearon sobre el brillante y sedoso lazo corredizo enrollado en su
regazo, como no muy decidida a tocarlo, por miedo a que revelará los colmillos y la
golpeara como una serpiente venenosa.
—Midge —le tomó la barbilla en su mano y volvió su rostro hacia él. —No tiene
sentido —la única cosa que él sabía con certeza era que, una vez más, sus
pensamientos estaban lejos de él.
Midge tembló, la vaga y afligida mirada cristalizó en una parecida al hielo.
Sus labios presionados firmemente juntos, empujó los restos del paquete de
regreso a su lugar, para encubrir la sedosa soga. Después Midge se levantó, camino a
la chimenea, y lo tiró a las llamas.
—Rick tuvo razón todo el tiempo —dijo amargamente. —Alguien quiso
arruinarme el día. Esto no solo fue alguna rival por tu título —un destello de furia en
sus ojos sobre él. —Pero mi propio hermano. Medio hermano —se corrigió ella
misma, agarró el atizador y lo sostuvo sobre el paquete mientras el calor empezaba a
hacer enroscar el papel. —El anuncio fue solo en la Gazete de ayer, así que debe
haber sabido donde estaba yo todo el tiempo. Y ni una vez envió un mensaje. Todos
esos años, nosotros pensamos que estaba muerto. De luto por él. Mientras él estaba
ahí afuera, observándonos, odiándonos, esperando alguna oportunidad para
regresarnos el golpe…
—Midge, no se puede deducir todo eso de unas cuantas bufandas de seda
formadas en la soga de un verdugo…
—¡Oh, pero si puedo! —se volvió para mirarlo. —No entiendes. Tú no sabes…
Midge se balanceó sobre sus pies. El atizador cayó en el fuego con un estrépito.
Monty la atrapó rápidamente en sus brazos, la haló lejos del fuego y la sentó en la
orilla de la cama.
—Entonces dime —murmuró.
Midge se abrazó con sus propios brazos alrededor de su cintura.
—¿Cuánto ya sabes?
—Supongo que solo lo que es de conocimiento general. Los chismes sobre el
amante de tu madre, el asesinato de tu padre. Y el subsecuente ahorcamiento de su
asesino. Pero hasta hoy nunca había escuchado de la existencia de… un niño gitano
ilegitimo. Ni entiendo porque esas tres familias en particular, reunidos juntos, tenían
mucho significado.
Midge asintió con su cabeza, solo una vez, como si estuviera pensando en algo.
—Mi padre, Lord Leybourne y Lord Narborough estaban trabajando juntos en
alguna clase de situación secreta. Mi madre no sabía exactamente en qué. Excepto
que una noche, mi padre le dijo que sabía quién era el espía, y se iba a reunir con los
otros dos y les diría como lo había sabido. Lord Narborough encontró a Leybourne
mas tarde, agachado sobre el cuerpo de mi padre, un cuchillo en sus manos. Y
eventualmente Leybourne fue colgado por asesinato y traición. Ellos usaron cuerdas
de seda, puesto que era par del reino —Midge sacudió su cabeza en dirección a la
chimenea, sin apartar los ojos de sus manos, las cuales ahora estaban juntas
apretadas sobre su regazo.
—El impacto hizo que mi madre enfermara. El abuelo Herriard tomó la
oportunidad para quitarse de encima a Stephen, cuando todos nos mudamos a
Mount Street. Pero la madre Stephen vino buscándolo. Al parecer mi padre le había
prometido que educaría a su hijo como un pequeño lord. Ella maldijo a mi madre por
romper su promesa, y puso una maldición sobre ella.
El Vizconde Mildenhall no pudo evitar el resoplido burlón que emanó de su boca.
Midge lo miró fríamente.
—Esto puede sonar como una broma para usted, señor, pero las palabras fueron
tan acertadas que obsesionaron a mi madre hasta el fin de su vida. La gitana dijo que
porque ella había robado a su hijo, nunca vería ni uno solo de los suyos vivir a la edad
adulta. Mi madre solo había tenido un aborto y no mucho después de eso, mi
hermano menor, el único totalmente mi hermano, enfermó y murió también.
—Fue probablemente solo una coincidencia…
—No has escuchado el resto —Midge irrumpió. —Después de maldecir a mi
madre, fue a la ejecución de Wardale, gritó maldiciones a todos los miembros de las
tres familias involucradas en la pérdida de su hijo y su amante, después también se
colgó ella misma. Con una bufanda de seda. Eso… —después miró a la chimenea,
pareciendo momentáneamente distraída de su narración por el suspiro de las llamas
púrpuras y azules lamiendo junto a los restos carbonizados de la simbólica horca. Se
estremeció de nuevo diciendo, —…este es un recordatorio que mi familia, junto con
los Wardale y los Carlow, destruyeron a su madre. Y que su maldición se mantendrá
devorándonos a todos los supervivientes hasta que su clase de justicia haya sido
satisfecha.
Se giró y enterró su rostro contra su hombro.
—Siento haberme burlado ante la revelación de la maldición gitana —le dijo,
estrechándola con fuerza. —Y no estoy seguro de creer en tales cosas ahora. Pero
una cosa que creo, y es que el hombre mantiene una envidia contra todos ustedes.
Hall Carlow me advirtió que ya ha intentado causar problemas para su familia, y a los
Wardale. Bueno, mañana —le dijo bajando la vista a su rostro preocupado, y
apartándole el cabello de su frente, —te llevaré a Shevington —nunca antes había
pensado en el lugar como un refugio, pero este lo sería para ella. De los chismes
maliciosos que la pintaban como algo muy diferente de su verdadera naturaleza,
entre otras cosas. —Y, el demonio no será capaz de atraparte ahí.
Aunque pensar que el gitano pudiera hacer algo tangible, un daño físico le
alarmó, había una pequeña parte de él que agradecía tener la oportunidad de
demostrarle su habilidad para protegerla. Así ella llegaría a confiar en él.
—Supongo que nunca más se acercará a mí de nuevo —sus hombros cayeron. —
Solo vino hoy a la boda para sembrar discordia. La primera vez que todos los
miembros de las tres familias estuvieron juntas en una reunión por una generación, y
él arruinó cualquier oportunidad que pudiéramos haber tenido para alguna clase
de… reconciliación entre todos nosotros.
Monty deseó decirle que olvidara al gitano. Para dejar esto detrás. Pero había
visto su rostro cuando ella pensó que había recobrado al hermano que pensaba
muerto. Pero haberlo encontrado, para descubrir que solo se había revelado para
manifestar su enemistad, no era algo que ella pudiera superar apresuradamente.
—No pienso permitir que se te acerque de nuevo —le juró. —¡El hombre es una
amenaza!
Monty pensó que hubo un destello rebelde en sus ojos, antes de menguar y
decir en un tono subyugado:
—Lo siento. Hoy nada más te he causado problemas.
—¡Tonterías! —gruñó. Nada de lo que había pasado hoy había sido su culpa, aun
así estaba sentada con los hombros caídos, ¡disculpándose con él! Entonces podía
hacer lo único para que se sintiera mejor. Había sido empujada a un matrimonio que
ella realmente no quería, con un hombre al que le había tomado aversión, solo para
complacer a su familia… ¿y cómo había su familia compensado su lealtad? Su tío
había estado enojado, su tía distante, uno de sus hermanastros claramente había
hecho uso del desayuno nupcial para adular a Lord Keddinton, y su medio hermano
había emergido de su escondrijo para abiertamente declarar su aversión.
—No puedes elegir a tu familia, lo que es una lástima —le dijo Monty, dejando
caer un beso sobre la parte superior de su cabeza. —¡Solo espera que conozcas la
mía! En cualquier caso, dejemos de hablar sobre alguien más esta noche. Déjame
decirte en lugar de eso —y tomo ambas manos en las suyas, mirando directamente
en sus ojos mientras decía: —me has hecho un gran favor este día.
—Por casarme contigo.
—Bueno, sí. Pero más que eso. Recordarme quien soy realmente.
La lacerada mirada en sus ojos se tornó en una de confusión.
—El Vizconde Mildenhall —hizo una cara —es un… es un… —Monty titubeó,
encontrando que no era tan fácil para explicar las emociones enmarañadas que lo
condujeron a confundir a los miembros de la sociedad en perjurio a su
superficialidad. —Bueno, para usar tus propias palabras, un engreído.
—No recuerdo —le dijo titubeando, —jamás llamarte un engreído.
—¡Lo hiciste! Fue… no lo sé —recorrió sus dedos a través de su corto cabello
rubio, dejándolo desordenado. —He estado tan acostumbrado a ser un soldado,
tratando con la vida y la muerte fundamentalmente a diario, este repentino empujón
en un mundo que gira completamente alrededor de cuestiones triviales, yo… —se
puso de pie y se paseó ausente, —consideré mi posición y no hice nada para traer al
título al deshonor. Recibí algunas lecciones, antes de venir a la ciudad, sobre los
clubes frecuentados por mi hermano y el estilo en el cual vivió que yo…
—Te revelaste —Midge inhaló, sus ojos se acrecentaron. Se había preguntado
qué sobre la tierra había pasado para cambiar a Monty, el epítome de todas las
virtudes masculinas, en un vanidoso, rudo… furioso vizconde. Y había estado furioso,
ahora lo advertía. Todo el tiempo. No solo cuando ella se había cruzado en su
camino.
—Sí —se giró y miró hacia ella. —Eso fue exactamente lo que hice.
Midge exhaló un gran suspiro, mirándolo envidiosamente.
—Cuanto deseé haber tenido el coraje para hacer eso. Yo fui por otro camino.
Yo… me aplaste en el molde que ellos intentaban hacer para mí…
Monty caminó de regreso a la otomana, agarró fuertemente sus manos y tiró de
ella para levantarla.
—Cuando Rick me dijo cuan miserable era su hermana, desee rescatarla… —se
detuvo, con un ceño en su rostro. —Por supuesto, no sabía que ella eras tú, pero, —
estrujó sus manos fuertemente, —hace un rato, dijiste que este matrimonio podía
ser un nuevo comienzo. Oh, yo sé que estabas pensando sobre el enredo que sus
padres dejaron detrás de ellos. Pero —y sus ojos tomaron una intensidad que llamó a
algo intenso dentro de ella, — ¿no podría ser un nuevo comienzo para nosotros?
—¿Nosotros? —sus ojos estaban grandes y brumosos, de la forma que debían
verse después de que la besara. Sus labios estaban ligeramente separados, también.
Su corazón golpeó fuerte contra su caja torácica.
—Tú y yo —Monty gruñó, apenas resistiendo la urgencia de dar un paso
adelante y cerrar el minúsculo hueco que aun los separaba. —Nunca intentaré
moldearte en alguna inalcanzable imagen. Midge. No esperaré nada de ti que no
estés dotada para dar.
Y entonces trazó la longitud de su labio inferior con su dedo índice.
Ella tuvo la más extraña urgencia de capturar el dedo entre sus labios y
mordisquearlo. Sus ojos volaron hacia él. Estaba mirándola expectantemente.
Y entones Monty le sonrió.
Era un hombre tan atractivo. Incluso cuando estaba ceñudo. A pesar de eso
había algo sobre su vitalidad que hacía que su cuerpo saltara en respuesta.
Porque para tener el impacto de esa sonrisa dependía de ella… oh, esta fue
directamente muy al centro de ella, como una taza de chocolate sobre un
desapacible día de invierno. Porque sus anteriores palabras habían sido casi tan
devastadoras que la estaban alentando. Sí, él esperaba que ella fuera un desastre
social, pero nunca agarraría su incapacidad para comportarse decorosamente contra
ella. Estaba preparado para aceptarla exactamente como era.
Precisamente cuando Midge percibió, repentinamente, que Monty estaba
esperando que pudiera intentar ver lo mejor en él. Él deseaba que olvidara lo
vanidoso, asno pomposo quien había desfilado por la ciudad cubierto de alhajas.
Para mirar debajo de la ropa llamativa y ver al hombre que él deseaba aun ser.
—Entonces siempre pensaré en ti como Monty —le prometió.
Después de esas palabras, nunca estuvo tan segura de quien se había movido
primero. Ella solamente supo que estaban abrazados, besándose como si sus vidas
dependieran de esto.
Midge no sintió ya la necesidad de contenerse ante él. O pretender que objetaba
la forma en que sus manos estaban explorando su cuerpo.
Él la quería
Justo como ella era.
Y por primera vez en su vida, Midge no estaba ni un poco arrepentida de ser
mujer. Su cuerpo, el cual ella a menudo había aborrecido, ahora parecía como un
cofre del tesoro, el cual Monty estaba liberando, revelando inimaginables riquezas
dentro.
Sintió una leve timidez cuando Monty finalmente la recostó sobre la cama,
habiéndola despojado de todas las prendas de vestir. Se sonrojó cuando él arrojó a
un lado su bata de noche y se reunió con ella.
Pero la sensación del duro cuerpo desnudo enseguida del suyo era tan deliciosa,
la sensación que le despertaba mientras la besaba y acariciaba suavemente tan
poderosa, ellos pronto arrastraron su modestia a un lado.
Cuando él los hizo un solo cuerpo, Midge se sintió completa por primera vez en
su vida. Mucho más plena de lo que había soñado que podría estar.
Pero Monty no se detuvo ahí. La impulsó encima, en un nuevo dominio de
sensualidad que casi empezó a asustarla. Finalmente empezó a envalentonarse
conduciéndose exactamente como ella quería que fuera. Pero ahora estaba
empezando a sentir como si estuviera casi fuera de control.
—¡Monty! —Midge jadeó, sus ojos volando muy abiertos. —No puedo… es
demasiado.
—Déjate ir —le murmuró respirando en la oreja de Midge, —deja que pase.
Entonces Monty se levantó para así poder verla a la cara.
—Confía en mi… será bueno…
La mitad inferior de su cuerpo golpeando duro contra ella, solo donde los
excitantes sentidos eran más intensos.
Esa intensidad se dilató a un crescendo. El placer más increíble que había jamás
conocido explotó a través de ella, de las puntas de sus dedos a la raíz de su cabello.
—Está sucediendo —gritó, impactada, aferrada a sus hombros mientras otra
parte volaba.
—Oh, sí —gimió Monty. —Sí, es…
El tiempo se detuvo silencioso mientras todo se sacudía, pulsaba y palpitaba.
Y después ellos flotaron gentilmente de regreso a la tierra, como las chispas
después de un cohete que ha explotado. En forma simultánea.

***

Mientras el carruaje se precipitaba a través de la verja de entrada y Midge logró


su primera ojeada de Shevington Court, con su estómago anudado. No por primera
vez ese día, se alegró cuando Monty había elegido montar a un lado del carruaje.
Porque ella se habría sentido obligada a encontrar algo positivo que decir sobre el
imponente edificio de piedra situado sobre la parte superior de una cuesta,
dominando por entero el paisaje. Cuanto más se acercaban, y entendía lo grande que
era el lugar, más crecía su sospecha de incompetencia. Nunca había incluso asistido a
una fiesta en una casa tan grande. ¡Ahora se esperaba que ella viviera aquí!
Para cuando el carruaje se detuvo ante el pórtico Monty ya había desmontado, y
fue él quien llegó para ayudarla a salir. Pero no lo hizo como un lacayo lo habría
hecho, simplemente extendiendo su brazo para asistirla, no, la sujetó de su cintura y
la levantó para ponerla en el suelo.
Sus manos parecían quemar a través de la tela de su abrigo, mientras recordaba,
con un sonrojo, como se había sentido sobre ella su piel desnuda la noche anterior.
Pero mientras él hábilmente acomodaba su sombrero inclinado se empezó a sentir
exasperada. ¡Cómo podía Monty permanecer tan calmado, tan impasible por su
proximidad, cuando ella se encontraba jadeante de excitación! Era irritante pensar
que si se decidía a besarla, simplemente colapsaría de espaldas en el carruaje,
arrastrándolo detrás de ella, y sin importarle lo que los sirvientes pudieran pensar
mientras les cerraba la puerta en sus caras. Pero por supuesto, él no hizo tal cosa.
Una vez que se hubo asegurado que ella estaba acicalada, metió la mano de Midge
en el recodo de su brazo y la condujo sobre el corto tramo de escalones de piedra a
la puerta frontal.
Estaba colgada de su brazo para su apoyo, tan débiles estaban sus rodilla por
este momento. ¡El hombre era una amenaza para una buena mujer!
—No es que pueda llamarse un hogar confortable —la sobresaltó al decirlo. —
Barracas llenas de corrientes de aire es el lugar, posicionada como está en la cima de
una colina. Mi abuelo la construyó para mostrarla, más que por conveniencia,
pienso. Buena enseñanza para mí, creo —terminó enigmáticamente, volviendo sus
ojos a las ordenadas ventanas.
—¿Enseñanza? —preguntó Midge.
—Oh —parecía que le contestaba a ella desde lejos. —Para la escuela. Las
barracas del ejército. Acampar al descubierto en los pirineos… —su voz disminuyó
gradualmente mientras las inmensas puertas dobles oscilaban abiertas como por
magia y un majestuoso mayordomo se materializó desde el sombrío interior. —Buen
día, Francis —él asintió, después le murmuró al oído. —Ciertamente, puedes
encontrar que vestir una enagua extra puede probar ser benéfica. Deberé
inspeccionar la eficacia de tu ropa interior a conciencia, todos los días, pensaría, para
asegurarme de que no agarres un resfriado…
El pensar en él inspeccionado su ropa interior la hizo ponerse totalmente
sonrojada.
Y así se adentró en el imponente vestíbulo principal de Shevington con las
mejillas escarlata, completamente azorada y bastante agraviada con él por no solo
ponerla en semejante estado, sino también por permanecer completamente
impasible.
Un auténtico ejército de personal, en un elegante uniforme negro y dorado,
estaba todo alineado en la parte superior del vestíbulo para saludarlos.
Estuvo momentáneamente agradecida de que Monty la alzara para salir del
carruaje y se asegurara de que pasara la prueba. No le hubiera gustado pasar por el
acoso de todos esos ojos curiosos con un dobladillo colgando o su sombrero torcido.
Pero ese breve ataque de gratitud pronto pasó. En lugar de hacer cualquier
intento por aligerar la atmosfera, caminó justo a su lado, sus manos agarradas detrás
de su espalda, su rostro serio mientras el administrador iba de un lado a otro
enlistando los nombres.
Parecía, de hecho, exactamente como un severo mayor, inspeccionando las
tropas. No habría estado sorprendida ni un poco si él hubiera corregido el polvo de la
peluca del lacayo o chasqueado ante el humilde botones para que abrillantara mejor
sus empañados botones.
Pero al fin, el desfile había terminado y las tropas despedidas. La encargada, Sra.
Wadsworth, gesticuló hacia la gran extensión de la escalera.
—Sus habitaciones están sobre el corredor oeste —ella anunció, liderando el
camino.
—Nunca lograrás perderte —murmuró Monty en su oído mientras ellos la
seguían, lado a lado. Después le extendió sus manos, dispersando sus dedos en un
alargado rectángulo. —Frente sur, ala este, ala oeste.
—Su señoría —dijo Mrs. Wadsworth, tirando para abrir el juego de dobles
puertas en medio del largo corredor, —pensó que usted desearía tener su conjunto
de apartamentos.
—Eso hizo, por Dios —le murmuró Monty a Midge, el sonido salió por la esquina
de su boca, —tu eres distinguida. La última vez que estuve aquí, solo fui digno de la
habitación de huéspedes.
—La sala de estar de su señoría —el ama de llaves agitó su brazo sobre la
habitación en donde habían entrado. Era perfectamente convencional, y muy verde,
fue la primera impresión de Midge. Paredes verde pálido, cortinas verde oscuro y
tapices de varios tonos de verde sobre todos los muebles. Cuando sus ojos captaron
la vistosa escayola del cielo raso, con pinturas generosamente proporcionadas
debajo del riel. Y el escaso empapelado, loza de porcelana floral que decoraba cada
superficie disponible. Y la alfombra de apariencia tan costosa en medio del piso
sumamente pulido. Y la mesa baja colocada ante la chimenea, con un inmenso
jarrón, del mismo diseño del resto de la porcelana, se agazapaba en la parte
superior.
Pudo haberse visto menos horrendo si alguien hubiera pensado en llénalo con
flores frescas, pero Midge supuso que no había una cantidad suficiente, en esta
época del año, para hacerle justicia.
—La cámara del Vizconde Mildenhall está a través de esa puerta, y la suya a
través de esta —la Sra. Wadsworth explicó, apuntando a las dos puertas sobre lados
opuestos de la habitación verde.
—Su Señoría en corto tiempo vendrá a reunirse con usted y le dará la bienvenida
a su nuevo hogar —Mrs. Wadsworth le dijo a Midge. —Debo traer el servicio de té.
El nivel de ansiedad de Midge ascendió a nuevas alturas. No había deseado
arrastrar el pobre viejo conde fuera de su cama de enfermo. Se volvió para preguntar
a Monty si creía que sería mejor si ellos fueran a él, solamente para verlo caminando
a través de la habitación para dirigirse a su propia habitación. Podía escuchar el
murmullo de su valet, abriendo de golpe y cerrando las puertas. Claramente no en el
mejor de los estados de ánimos, por alguna razón. Y aun no lo conocía lo
suficientemente bien para saber cómo tratar con él.
Ni tan atrevida para caminar sobre la lujosa alfombra, Midge se mantuvo en la
desnuda duela alrededor del borde mientras caminaba a la puerta que dirigía a su
propia habitación.
Se asomó dentro para ver a un lacayo depositando un baúl a los pies de la cama.
—Allí no gran tonto —Pansy le decía en tono mordaz. —Por allá, por el armario.
Los labios de Midge se crisparon ante la visión del musculoso lacayo haciendo lo
que la diminuta Pansy ordenaba, y retrocedió a la relativa paz de la femenina y
remilgada sala de estar.
La puerta de la alcoba de Monty estaba cerrada de nuevo. Bueno, eso
contestaba la pregunta de ¡si ir a hablar con él o no!
Sintiéndose un poco perdida al final, Midge se movió furtivamente a la ventana y
jadeó con placer. Podía ver un río artísticamente sinuoso bajar a un lago que llenaba
la parte inferior de un espeso valle arbolado. Y, si presionaba la nariz en el cristal de
la ventana, podía ver la esquina de un edificio que parecía ser el establo. Esperaba
que hubiera una montura decente para ella. Su ánimo se elevó mientras consideraba
el extenso césped corto alrededor del lago y un sendero que conducía dentro de la
arboleda. ¡Oh, como disfrutaría poder ir realmente a galope otra vez!
En algún lugar, al fondo de uno de sus baúles, había hecho que Pansy empacara
de mala gana, el viejo traje de montar que había llevado con ella de Staffordshire. Se
había asegurado que este sobreviviera a cada uno de los expurgos de su tía sobre su
guardarropa y ¡ahora difícilmente podía esperar ponérselo de nuevo!
En ese momento se preguntó si sería seguro entrar en su habitación ahora, para
asearse y cambiarse en preparación para la visita del conde, cuando escuchó un
vacilante ruido arañando en la puerta principal.
Cuando la abrió, vio a dos niños pequeños idénticos, vestidos en pantalones
color amarillo claro y unas chaquetas muy gastadas.
—¡Ustedes deben ser los hermanos de Monty! —sonriendo con placer ante
ellos. —¡Se parecen mucho a él! —y ellos se parecían, a pesar de que le había dicho
sobre la posibilidad de que ellos tuvieran diferente padre. Los dos tenían su grueso y
bello cabello, asombrosos ojos verdes y hoyuelos en el centro de sus de firmes
barbillas.
Uno de ellos encajó al otro su codo en sus costillas.
—Ella piensa, Vern.
El otro asintió.
—Piensa así —después agregó, —se supone que nosotros no estemos aquí.
—Pero nosotros queríamos darte un vistazo.
—Y mostrarte a Skip —le dijo el primero, bajando la mirada al frente de sus
chaquetas la que estaba llena por una masa de algo retorciéndose. La punta de la
oreja de un perro prontamente brincó fuera sobre la orilla de la solapa del niño.
—Oh, ¿es un terrier? —preguntó Midge, enternecida por el primer signo de algo
cercano al informal comportamiento desde que puso un pie en la casa.
El gemelo con la chaqueta abultada asintió.
—El mejor rastreador del país —afirmó.
Le regresó una pequeña sonrisa. Al niño probablemente solo le permitirían
disfrutar su perro bajo la estricta supervisión de una niñera, dentro de los confines
de su propio parque. Pero el hecho persistía que estaba inmensamente orgulloso de
su perro y deseaba presumírselo a su nueva hermana mayor.
Midge jaló la puerta para abrirla más ampliamente y permitir a los niños y su
perro entrar. Los gemelos revisaron el pasillo detrás de ellos rápidamente, después
intercambiaron una mirada entre ellos, antes de lanzarse dentro de la formal sala de
estar.
De inmediato la puerta se cerró detrás de ellos, el niño con el perro aflojó su
chaqueta, y un muy excitado terrier marrón y blanco bajó sobre la alfombra. Cola
arriba, nariz abajo, se embarcó en una rápida exploración del salón. Sus pequeñas
patas rascaron frenéticamente sobre la suave superficie de las duelas del piso
cuando este dejó la seguridad de la alfombra, pero había estado corriendo tan rápido
que fue incapaz de desacelerar, resbaló mucho y aterrizó contra el revestimiento de
madera bajo la ventana con un audible golpe seco.
Midge reprimió una risita, con un cachorro intentando indiferencia, Skip puso su
nariz directamente en el suelo y empezó a olfatear determinadamente a lo largo del
recubrimiento, como si este fuera exactamente donde él había decidido estar.
—Parece que tiene el olor de una rata —dijo su conocedor propietario.
—Estoy segura que no hay ratas aquí arriba —dijo Midge. Había tantos
sirvientes, y la casa se sostenía aparentemente en tan estricto orden, estaba
bastante segura de no poder encontrar ratas en una casa con tantos trabajos hechos
en madera.
—¿A usted… —el segundo gemelo tomó una profunda respiración, —…a usted le
gustan los animales?
—Sí, me gustan.
Se animó inmediatamente, metió la mano dentro de su chaqueta, y extrajo el
cuerpo sinuoso de un hurón.
—Este es Tim. Lo utilizo para cazar conejos.
La cabeza de Skip se levantó. Miró directamente a Tim, jaló hacia atrás sus labios
y gruño de la manera de un saludo a un viejo adversario. El hurón se soltó
repentinamente del agarre del niño, el perro saltó de regreso sobre la alfombra, y
por unos pocos segundos el piso alrededor de los pies de Midge fue una confusión de
piel, dientes y colas.
El hurón emergió primero de la riña, pasando como un rayo a través de la
alfombra e inmediatamente subió por la cortinas donde encontró una precaria
percha sobre la barra de la cortina.
El terrier empezó a saltar arriba y abajo sobre un lugar, ladrando furiosamente
por unos pocos segundos, después, frustrado por su presa, hincó sus dientes en un
doblez de terciopelo y ansioso ante la cortina como si fuera a matar a una rata. La
acción hizo que el extremo de la cortina, sobre la cual el hurón estaba
balanceándose, rechinara en sus amarres. Tim rápidamente abandonó este y corrió a
lo largo del carril de cuadros, esparciendo objetos de cerámica a su paso.
Profiriendo un sonido de alarma, Midge voló a través del salón a tiempo para
atrapar un jarrón alto y delgado, una taza y un plato en una rápida sucesión mientras
Skip, quien parecía temporalmente haber olvidado que era un hurón al que estaba
siguiendo, redobló su feroz ataque sobre las cortinas.
Cuando el hurón alcanzó el seno de la chimenea, en lugar de hacinarse alrededor
de este borde, corrió directamente bajando por el empapelado de seda, aterrizando
sobre la mesa de té, donde utilizó al jarrón como trampolín para lanzarse a los brazos
en espera de su amo. El jarrón se tambaleó, meciéndose, para después girar hacia la
orilla de la mesa. Midge se tiró de cabeza para agarrarlo, en el momento exacto que
las patas traseras de Skip encontraron el agarre sobre la alfombra y logro hacer algún
avance. Justo cuando las manos de Midge se cerraron alrededor del jarrón, el sostén
de la cortina se partió junto con sus soportes, cayendo yardas de terciopelo verde
serpenteando sobre ella.
Desde dentro de los sofocantes pliegues de las cortinas, Midge escuchó la
colisión de la vajilla quebrándose, un aullido y el ruido del metal de la barra de la
cortina aterrizando sobre el piso.
Fue difícil respirar. Incluso más difícil encontrar la forma de salir de la pesada
cortina plegada sobre su cuerpo. Eventualmente, encontró una grieta, a través de la
cual vio que el sonido de vajilla quebrándose había venido de la puerta, donde una
sirvienta había tirado la prometida bandeja de té. El jarrón, Midge advirtió con un
sentimiento de triunfo, estaba descansando protegido por un pliegue de terciopelo,
el plato, la taza y el jarrón alargado al lado de este. Se quitó la cortina de su rostro y
se levantó.
—¡Ni una sola cosa rota! —alardeó, exaltada por su éxito.
No había señas del perro o del hurón, pero los gemelos estaban de pie ante la
chimenea, agarrándose fuertemente las manos entre ellos mientras miraban,
consternados, al delgado y elegante caballero quien se había detenido justo más allá
de los escombros del servicio de té.
Monty también estaba ahí. Caminando despacio a través de su propio
alojamiento, se inclinó de manera respetosa al caballero rubio.
Se aclaró la garganta, entonces movió una mano en dirección de la cascada de
cortinas, del fondo de la cual Midge estaba aún luchando por emerger.
—Permíteme —le dijo, —presentarte a mi esposa.
Los ojos del caballero rubio barrieron el largo de las piernas de Midge, las cuales
habían emergido desde los cortinajes sin sus faldas. Después, sus orificios nasales
olfatearon en una expresión melindrosa de disgusto, se giró sobre sus talones y se
alejó caminando a grandes pasos.
Capítulo 8

—¡No hicimos ningún daño, Vern!


Los gemelos habían tenido un momento difícil para seguir a Monty mientras él
salía de la casa y a través del patio de los establos a la perrera.
—¡Solo queríamos ver que ella era buena!
—Qué bueno fuera si hubiera sido solo eso —estalló Monty, mientras sacaba a
Skip de dentro de su chaqueta. —Espero que esto no fuera la clase de diabluras que
ustedes usaron en el pasado para librarse de todas las institutrices quienes se han
atrevido a poner sus pies en su salón de estudio.
—Nosotros nunca quisimos…
—¡Oh, no lo hicieron! Bueno, incluso si no la humillaron con intención, eso fue lo
que ustedes hicieron, con su deliberada indiferencia de las reglas. ¡Ustedes saben
que se supone que no deben llevar animales dentro! Fueron afortunados de que yo
escuchara a Skip ladrar y llegara a él antes de que padre entrara —gruñó,
embutiendo el inquieto bulto de pelos firmemente dentro de su prisión.
—Tú no… tu no vas a poner a Skip en un saco y lo tiraras ¿lo harás?
Monty se giró sorprendido hacia su acongojado hermano pequeño.
—¿Por qué en nombre de Dios haría yo eso?
—Piers lo haría —le dijo el otro malhumoradamente, mientras extraía al hurón
de su chaqueta, después impulsó a su mascota dentro de su jaula.
—¡Yo no soy Piers! —rechinó, llenó de repugnancia por el hombre que habría
deliberadamente infringido tanto dolor sobre dos niños indefensos. —Espero en Dios
no ser como él.
El primogénito del Conde Corfe había sido consentido desde su nacimiento, y se
convirtió en un joven cruel y egoísta. Cada vez que él había venido a casa de la
escuela, Monty había sido el blanco de su sádico sentido del humor. Como, a su vez,
fueron estos dos.
—El conde dijo que no lo eras —afirmó Jeremiah.
—Dice esto todo el tiempo —dijo Tobias
Y Monty verdaderamente podía escuchar el tono de voz en el cual su padre dijo
esto. Con un pesaroso rictus, se agachó y alborotó el cabello de los niños.
Cómo uno, dieron un paso atrás, fuera de su alcance. Pero después Jeremiah
recorrió la mirada sobre Skip, olfateando felizmente alrededor de su corral, enderezó
sus hombros y declaró:
—Nosotros le diremos a ella que lo sentimos.
—¡Sí, nosotros la compensaremos!
—Eso espero —dijo Monty. —Porque ella es ahora su hermana. Y está aquí para
quedarse.
Dos sombríos lacayos llegaron al salón de estar, armados con escaleras de tijera,
para colgar las cortinas.
—Resbalé con las duelas del piso —dijo Midge, sonrojada, mientras uno de ellos
subía para volver a montar el soporte de las cortinas. —Y me agarré de las cortinas
para evitarme la caída.
Los dos hombres intercambiaron miradas significativas mientras ellos
reacomodaban los juegos de escaleras por la chimenea y cuidadosamente
empezaron a reemplazar los delicados ornamentos en sus posiciones correctas.
Consciente que era todo lo que podía hacer para impedir que los niños se
metieran en un problema. Midge se retiró a su recámara para cambiarse para la
cena.
No vio a Monty de nuevo hasta justo antes de la hora para bajar las escaleras. Él
salió de la puerta de su propia habitación, cruzó caminando hacia ella y le tomó
ambas manos en la suya.
—¿Estás enojada conmigo? —dijo él.
—¿Yo? ¿Enojada contigo?
En todo caso, habría pensado que Monty debería estar furioso con ella por
haber hecho tal espectáculo.
—Era imperativo que llevara al perro fuera de aquí antes de que padre
entendiera lo que los gemelos habían hecho —le explicó. — Cuando lo lleve a las
perreras y entendieron que su castigo por romper las reglas podía haber sido ver a
sus mascotas ahogadas, hizo que me asegurara que había hecho bien. Pero fue un
infierno no tener tiempo para asegurarme que estuvieras sana y salva.
—¡Oh, nunca supuse eso! —exclamó Midge, horrorizada al pensar de que algo
tan horrible le pasara a ese adorable cachorro. —No estoy lastimada. Solamente
avergonzada.
Monty sonrió con alivio. Después entrelazó su brazo con el de ella, diciendo:
—Vamos, tiempo de bajar y en enfrentar la música.
Oh, Señor, Midge tragó. Así y todo ¿iría a mirar a su nuevo suegro a la cara? La
vez anterior que la vio, estaba recostada sobre su espalda en el piso, completamente
cubierta por las cortinas. Con las piernas separadas, las cuales, recordó con
mortificación, habían estado agitándose por el aire.
El conde estaba sentado sobre una silla confortable cerca del rugiente fuego, en
lo que de otra forma hubiera sido un bastante frío recibimiento. Él le otorgó a Midge
un frío saludo de reconocimiento cuando los vio entrar al salón, pero no se dignó
levantarse. Al principio estaba algo afectada por tal desliz en su comportamiento,
pero entonces recordó que se le consideraba como un inválido.
Aunque lo veía más agudo, un ceño reunido en su frente. Una imagen parca y
una mirada tediosa en sus ojos, pero su elegante cabello era aún abundante y su piel,
aunque pálida, no excesivamente arrugada. En realidad, él no parecía enfermo en lo
más mínimo para ella.
Después se volvió hacia Monty, y la temperatura en la habitación cayo por
algunos grados, la mirada que le concedió a su hijo y heredero fue muy fría. Monty le
regresó la mirada con igual frialdad, tomó la mano de Midge y la condujo hacia un
clérigo de aspecto ascético, quien se había puesto de pie.
—Permíteme que te presente al párroco personal de mi padre, el Reverendo
Norrington —dijo Monty mientras el clérigo hacía una reverencia. —Y el médico
personal de mi padre el Dr. Cottee —un caballero rubicundo, quien había estado
tomando un vaso de una bandeja sostenida por un lacayo, saludó afablemente.
—Ahora que estás aquí, podemos entrar —anunció el conde secamente,
levantándose con una fluidez de movimientos que era sorpresiva para un hombre
que ella había estado asegurando era un inválido.
El menú le dio descanso, sin embargo. Cada plato que era presentado parecía
destinado para tentar el apetito de un hombre mayor y enfermo. Un delicado y
transparente consomé en el cual pudo solo detectar el sabor de pollo, fue seguido
por un pescado cocido al vapor y una selección de vegetales hervidos, y para acabar
con un surtido de pudines de leche.
No es que lograra comer mucho de alguna cosa. Había tenido un manojo de
nervios antes incluso de bajar. Ahora, la frialdad del conde, el arrogante
comportamiento del lacayo y la insipidez de la comida, le robaron el apetito
completamente.
Peor aún, ¡nadie habló! No es que ella se hubiera atrevido a decir algo, nadie
había intentado iniciar una conversación. Estaba bastante segura que si abría la boca
por alguna razón, solo le daría al conde una aun peor impresión. Y sus manos
estaban tan temblorosas que, cuando intentó estirar su brazo por su copa de vino,
decidió que era mejor no intentar beber tampoco. ¡Estaba obligada a derramar su
vino sobre el prístino mantel blanco! Midge recogió su mano y la metió en su regazo.
—No acostumbramos entretenimientos femeninos en Shevington —advirtió el
conde mientras él descartaba su servilleta y hacía señas para quitar el mantel.
Tomó a Midge algunos segundos entender que esta era la señal para que fuera a
cualquier sala de estar que estuviera destinada para usarla por el resto de la noche.
Pero mientras se levantaba, él agregó:
—Te retirarás a tus propias habitaciones.
Midge no se lo podía creer. Sencillamente lo miró con la boca abierta mientras
comprendía que ¡estaba siendo despedida! No es que no estuviera aliviada de que su
dura prueba en compañía del conde estuviera terminada, aunque, no era placentero
pensar que él no podía tolerar un segundo más de su compañía tampoco.
Hubo un rasguño de sillas mientras los otros caballeros se levantaban,
esperándola dócilmente a que saliera del área.
—B…bien, buenas noches entonces —balbuceó, moviéndose torpemente hacia
la puerta.
—Iré contigo —dijo Monty, arrojando su servilleta sobre la mesa.
—Quiero que permanezcas aquí —chasqueó el conde. —Tengo algunos asuntos
que deseo discutir.
—No creo que fuera sabio. ¿Usted Dr. Cottee? Considerando el delicado estado
de la digestión de mi padre.
La sonrisa del doctor se congeló mientras sus ojos pasaban velozmente de un
implacable aristócrata a otro.
—Oh, si tu padre quiere tú… —empezó Midge, Monty la agarró por el codo y la
impulsó hacia la puerta.
—¡Silencio! —siseo en su oído. Y después, con una fría sonrisa a su padre. —Te
aseguro, mi respuesta a esos asuntos que desea discutir pueden ser
comprometedores para tu digestión. Será mucho mejor hablar por la mañana.
—Como digas —los delgados labios del conde se crisparon en una burla. —Corre
detrás de tu mujer, entonces, muchacho.
Monty caminó con resolución con Midge a sus habitaciones en silencio. Solo
cuando había dado un puntapié para cerrar la puerta detrás de él se volvió hacia ella.
—¡No discutas conmigo enfrente de mi padre, nunca más! —giró alejándose de
ella, recorriendo sus dedos a través de su cabello.
—Yo… yo no quería eso. Solo pensé…
—Bueno, ¡no pienses! Solo sigue mi guía. Y por el bien de Dios, permíteme dar la
pelea en el futuro.
Midge estaba muy tentada a esbozarle un saludo. Se decidió por meramente
decir:
—¡Si Mayor! ¿Alguna otra orden?
—¡Maldita sea! —la agarró por los hombros y le dio una pequeña sacudida. —
Estoy intentando defenderte, aquí. ¡Mantenerte fuera de problemas! ¿Puedes
entenderlo?
El problema fue, que podía. No había estado aquí ni cinco minutos antes de
haber demostrado cuan fuera de lugar estaba. Cenando esta noche había confirmado
que él no había hecho la más sabia elección con ella. Su padre obviamente había
estado muriendo para agarrarlo solo, y darle un porrazo por traer a casa una joven
quien era tan desmañada, inadecuada y torpe. Dejando de lado el ser una hija del
escándalo.
—Temo que la tarea está incluso más allá de usted, Mayor Claremont —le dijo,
todo su cuerpo debilitado por el hecho de cuan malo sería dejarlo.
—No —gruño Monty. —No está. No debe estar —algo parecido a la
desesperación nubló su semblante antes de tomarle el rostro con sus manos y
besarla.
Había algo en la forma de besarla cuando estaba enojado que la estremecía
hasta el alma.
El desaliento de Midge se desvaneció mientras ella vertía todo su propio dolor,
soledad y orgullo herido en el beso. Sujetó sus manos detrás de su cabeza cuando se
había separado. Porque había estado esperando que la besara todo el día. Desde que
la había dejado ardiendo por simplemente levantarla para salir del coche. Y ahora
que lo tenía exactamente donde lo quería, sintió como si, de alguna manera, ella
debía a… ¡aporrearlo en su propio juego!
Las manos de Monty le recorrieron los costados, deteniéndose para medir la
longitud de su cintura, luego las deslizó más abajo, apretando su trasero con fuerza.
Midge se sintió emocionada por la victoria, mientras le presionaba las caderas
contra su estómago, a causa de que él estaba definitivamente, enormemente,
excitado.
Esta vez, cuando Monty desprendió su boca de la ella, Midge se lo permitió.
Supo que había tenido razón al hacerlo cuando siguió la pista de sus abrasadores
besos húmedos por todo el sendero descendiendo a su garganta. Soltó su trasero,
pero solo para poder empujar la tela del corpiño fuera del camino de sus labios
indagadores.
Ni cerca de ser vencida, tiró con fuerza su camisa de sus pantalones y subió sus
manos por los tersos músculos satinados de su espalda.
Y pronto olvidó totalmente qué punto estaba intentando ganar. Solo sabía que
ella debía sentir su piel desnuda contra la suya. Y estuvo agradecida que por una vez,
ellos estuvieran en completa armonía.
Desprendieron sus prendas de vestir uno al otro y cayeron juntos sobre el sofá,
la necesidad de ambos igualmente fiera. Cuando Monty se hundió en su interior, ella
aumento su tensión contra él con toda su fuerza. Monty gimió. Midge lloriqueó. Los
dos se sujetaron uno al otro tan fuerte como podían.
Y en minutos, todo acabo.
Midge se paralizó. No podía creer que hubieran caído uno sobre el otro como
animales salvajes, ¡en la elegancia de su formal sala de estar!
—¿Estás bien? —dijo Monty, levantando su cabeza de la curva de su cuello, y
mirándola con preocupación.
Midge no estaba segura. Estaba estremeciéndose completamente. Cubierta en
sudor. Y más que un poco sorprendida de ella misma.
—Esto fue egoísta de mi parte —dijo Monty, retirándose precipitadamente. —
Pero realmente necesitaba esto.
Midge había necesitado esto realmente tanto como él, pero algo parecido a la
culpa en su voz la hizo dudar de la certeza de que una ¡dama nunca debería
admitirlo!
—Pareces cansada —observó con un ceño mientras se subía sus pantalones.—
Solo debo ir y ver si tu doncella está en tu habitación —salió a grandes pasos
mientras aún estaba hablando. Y después regresó, su camisa medio salida de su
cintura, la levantó y la llevó dentro de la habitación.
Después de depositarla sobra la cama, se cruzó a la chimenea y jaló el tirador de
la campana.
—Ella subirá pronto —le dijo. —Te sugiero que consigas que te traiga algo para
comer. Debes estar hambrienta. Difícilmente comiste algo esta noche.
Y entonces, habiendo rozado un descuidado beso sobre su mejilla, Monty salió a
zancadas de la habitación, cerrando la puerta firmemente detrás de él. Y entonces
Midge supo lo que ella sentía. Vacía y usada. Porque ahora que había acabado con
ella, no pudo esperar para escaparse de ella. Se sentó rápidamente. La hizo sentirse
peor, de alguna manera, ser acostada flácidamente así a lo largo de la cama,
mientras batía en tan precipitada retirada.
Especialmente ahora lo recordó diciendo
—Necesitaba esto. No, Te necesitaba. Pero esto.
Tiró de su corpiño en una posición ligeramente más confortable, detestando que
Pansy la encontrara en semejante estado de desaliño, y giró sus pies para bajarlos al
suelo, quedado todos los residuos de placer detrás.
No había puesto gran significado en despertar sola en su cama matrimonial esa
mañana. Monty pudo haber tenido una docena de razones para levantarse
temprano, puesto que ellos emprenderían el viaje. Pero difícilmente había pasado
algún tiempo con ella en todo el día. Y precisamente ahora, había mostrado que no
podía incluso soportar acostarse con ella por unos minutos después de obtener lo
que deseaba.
Además era precisamente como su tía le había advertido, como los hombres
podían ser durante las primeras semanas de matrimonio. O la forma en que había
salido corriendo de su recamara, al momento de haber dispuesto de su cuerpo con
esmero, elegantemente la regresó a donde pertenecía, habiéndola lastimado
realmente.
Midge debía recordar que aunque la lujuria era una parte integral de la
naturaleza masculina, estaba remotamente lejano de cualquier cosa como amor. O
atracción. O incluso respeto.
Sonrió amargamente. Una mujer podía ser así de mala. Solo había que recordar
la primera vez que la besó. Ella había pensado que lo odiaba. A pesar de la intimidad
que había impuesto sobre ella esa noche, la había excitado hasta el punto donde casi
había arrojado la cautela al aire.
Midge envolvió sus brazos alrededor de su cintura, mientras un escalofrío se
disparó a través de ella.
Sería una completa idiota para confundir esta pasión que compartían por algo
profundo.
Debería estar agradecida con Monty por el cuidado que había tenido para no
confundirla. No deseaba terminar como su madre, con el corazón roto porque se
había enamorado de un esposo quien nunca correspondería su amor.
De algún modo, debería aprender a no anhelar más de lo que Monty estaba
dispuesto a darle.
La siguiente mañana, despertó con el sonido de dos voces dialogando en tono
tenue, en algún lugar más allá del final del pie de la cama. Cuando se sentó, vio a los
dos hermanos pequeños de Monty sentados sobre la alfombra inmersos en una
discusión.
—Buenos días —les dijo, empujando su rebelde cabello fuera de sus ojos. —Que
están haciendo ahí abajo.
Ellos la miraron cautelosamente por un momento o dos, claramente no habían
esperado que se despertará.
Entonces uno de ellos, y por alguna razón, tenía casi la certeza que era el dueño
de Skip, explicó:
—Queríamos agradecerte por mantener silencio sobre que nosotros teníamos a
Skip aquí ayer.
—Sí —dijo el otro, quien ella recordó, había tomado su indicio del gemelo más
dominante el día anterior, también. —Cobbett nos dijo que creaste una historia
sobre su caída, así que no nos meteremos en problemas. Así que nosotros te trajimos
un regalo. Pesamos que te gustaría encontrarlo cuando te despertaras.
En la alfombra sobre ellos estaba lo que parecía un nido de estornino y una muy
inexpertamente disecada rana, diseminados en un pedazo de tarjeta deformada.
—De nada, gracias —Midge sonrió. Ellos realmente eran los bribones más
totalmente adorables. —¿Podrían decirme sus nombres? —agregó, sintiéndose
agradecida ahora que, como una reacción a ese tórrido interludio sobre el sofá, se
había cubierto con la más modesta camisón que poseía. —Nadie nos presentó
apropiadamente ayer. Yo son Midge —dijo, extendiendo su brazo sobre el pie de la
cama para darles la mano.
—Jem —dijo el dueño de Skip, parándose e inclinándose de forma respetuosa
desde su cintura.
—Tobe —dijo el otro, accidentalmente pisando el nido de estornino mientras se
levantaba para hacer su reverencia.
—¿Montas? —preguntó Jem.
—Sí, lo hago. Solo que no tengo caballo por ahora.
Los gemelos intercambiaron una mirada.
—Su vienes a los establos después de desayunar, nosotros podemos conseguir
que Charlie te encuentre un caballo.
—Nosotros… nosotros podemos mostrarte nuestra cueva —ofreció Jem con un
aire aristocrático. —Nadie más sabe sobre ella.
—Y precisamente el otro día encontramos un par de tejones —añadió Tobe,
como si no quisiera ser aventajado por su gemelo.
El ánimo de Midge se elevó. Esto sonaba como si no todo el tiempo en
Shevington ¡consistiría en sentarse para pretender ser una gran dama, después de
todo!
Tomó solo una semana para que sus días cayeran en una rutina. En la mañana
después de consumir un substancial desayuno en su habitación, vagaba por la
propiedad con los gemelos, montaba sobre una adorable yegua llamada Misty,
retornando a la casa para cambiarse para la comida.
Midge dedicó el primer par de tardes para recorrer todo Shevington Court con la
Sra. Wadsworth, quien se tomó gran esfuerzo para explicar que las cosas se estaban
haciendo con bastante eficiencia, no señaló que estuviera esperando por ella. Midge
quedó con la convicción de que la mujer estaba advirtiéndole que ella seriamente
resentiría cualquier sugerencia que pudiera hacer.
Debería haber advertido que una joven como ella no tenía interés viviendo en
ese entorno tan grandioso, no había empezado a darse cuenta de cuan amigables
eran la mayoría de los empleados de menor rango hacia ella.
Sus reacciones, más tarde se enteró por Pansy, se derivó de la forma en que se
había ocupado de los gemelos. El lacayo, Cobbett, había reportado como había
tomado enteramente sobre sus hombros la culpa por la catástrofe de las cortinas. Y
de esa manera, sin incluso saberlo, logró también entrar a la coalición de todos
aquellos en Shevington quienes habitualmente cubrían cualquier travesura infantil
en la que gemelos participaban.
El mozo de los establos fue entusiasta al encontrarle una montura adecuada, y la
cocinera repartió sus bizcochos cuando ella tomó el atajo a través de las cocinas para
el corral del establo. Las camareras de la casa le sonreían como conspiradores, y
Cobbett se encargaba de sacar su puesto todos los días, para que pudiera asegurarse
de que tenía lo que ella necesitaba.
Midge pasó las tardes ocupándose de su correspondencia, antes de permitirle a
Pansy vestirla para las noches.
Pansy estaba en su elemento, saboreando el desafío de convertir a su señora,
sacando un estilo tal que Midge siempre bajaba a cenar sabiendo que al menos la
parte de su aspecto era el de la nuera de un conde. No es que ella permaneciera
viéndose elegante por mucho tiempo. Al minuto que ellos retornaban a la privacidad
de sus habitaciones, Monty caería sobre ella como un hombre hambriento.
O ¿ella caía sobre él? Era difícil decirlo. Porque hacer el amor con Monty era un
aspecto notable en su día. Todo lo demás que hacía era solo pasar el tiempo hasta
que estuvieran juntos a solas.
—¡Ah! ¡Pensé que debía encontrarte aquí! —Monty caminó hacia la casilla
donde Midge estaba solamente dirigiendo a Misty. —Me gustaría discutir algunas
cosas contigo, ¿sí tienes un momento?
Miró alrededor para agradecer a los niños por la aventura de esa mañana, pero
ellos habían echado a correr al instante en que Monty se apareció.
Midge frunció el ceño. A ellos no parecía gustarles mucho su hermano mayor.
Cuando hablaban de él, lo cual no era tan a menudo, era con un aire de
resentimiento reservado por los niños por las figuras de autoridad. La que sus
hermanastros habían utilizado para el alguacil del distrito. Esto parecía tan injusto,
cuando ellos difícilmente lo conocían. Por lo que había supuesto, Monty había estado
lejos en combate por casi todas sus jóvenes vidas, solo regresando por breves
permisos de ausencia.
—Quiero saber cómo te has establecido —preguntó Monty, sin saber por qué, la
hizo exasperar. Pero se tragó la réplica que había emanado su mente, esto lo habría
sabido de haber hecho algún esfuerzo para guardarle algunos minutos durante el día.
—Sales a montar cada día, logré oír —decía ahora, tirando miradas más allá de
ella, a la montura la cual estaba sacudiendo su cabeza impacientemente, y pareció
preocupado. —¿Quién te levanta sobre Misty?
—El mozo del establo Charlie la escogió para mí —contestó Midge, palmeando el
cuello de la yegua afectuosamente. —¡Ella es perfecta!
—Hmmm —meditó. —No habría dicho que semejante criatura malhumorada
fuera una montura adecuada para una dama…
Midge cloqueó su lengua mientras pasaba con las manos las riendas a otro de los
mozos.
—Ella es un poco briosa, le concederé eso. Mas no puedo soportar la clase de
caballos que usualmente estiman adecuadas para que monten las damas. ¡No quiero
sentir como si estuviera rodando alrededor del parque sobre un sofá!
Monty sonrió.
—¡No temo confundir a Misty con un sofá, eso es verdad!
—Es una montura maravillosa —contestó Midge.
—¿Y mis hermanos? ¿Se han estado comportando?
Si no fuera por sus dos hermanos pequeños, habría estado abandonada
enteramente a su propia suerte desde que llegó.
—Ellos se han estado comportando perfectamente normal como niños
pequeños —le replico con un tierno brillo en sus ojos.
—Bueno —le dijo, pareciendo aliviado. —Me pregunté, ese primer día, si ellos
tenían algún plan para hacer las cosas difíciles para ti, podías empacar y marcharte. Y
puedo ver que estas mojada incluso. Medio temía que los pequeños demonios
pudieran haberte empujado a la corriente.
—¡Ellos no hicieron tal cosa! —replicó Midge. Después admitió con
arrepentimiento. —Yo logré caerme en definitiva. Tobe lo hizo parecer tan fácil, y
puedo recordar haciendo esto como una niña...
—¿Cayendo en la corriente? —la embromó. Recordando la descripción de Rick
del desafortunado habito de ella de caer dentro o fuera de las cosas cuando niña.
—No —Monty rio tontamente, —atrapar una trucha. Solo que por supuesto,
este no es el clima correcto para pasar el rato en la corriente, ni estoy lo bastante
familiarizada con el terreno como tus hermanos.
—Te iba a proponer ir caminando, mientras hablábamos —dijo Monty,
tomándola por el brazo y conduciéndola a través del patio del establo hacia la casa.
—Pero creo que mejor entras y te consigues ropa seca. No quieres agarrar un
resfriado.
—No agarraría un resfriado tan fácilmente como esto —Midge se burló. —
Además, mi ropa de montar esta solamente mojada hasta las rodillas.
—Ya recuerdo. ¡Rick me dijo que eres tan saludable como un caballo!
Monty abrió una puerta que Midge no había utilizado previamente, la cual
conducía a un pasillo flanqueado por oficinas con ventanas acristaladas. Vio un
administrador de la propiedad, sentado ante un escritorio, casi oculto detrás de su
enorme pila de libros contables.
—¿Por qué —Midge regresó con determinación al tema que primero Monty
había planteado, mientras la guiaba por el pasillo,—creías que lo gemelos pudieran
estar intentando que me fuera?
—Porque eres mi mujer —le dijo con gravedad. —Y a ninguno de ellos les gusto
o confían en mí.
—Ellos incluso no parecen dispuestos a intentar —meditó Midge. —¿Por qué?
Que has hecho…
—¡No he hecho nada! —le replicó. —Pero ellos han conocido tan poca ternura.
Piers siempre iba haciéndoles tan miserables como le era posible. Cuando tu asocias
eso con la forma de tratarlos que tiene mi padre, debido a sus sospechas sobre sus
orígenes, difícilmente es una sorpresa que tengan tanta desconfianza tan
profundamente arraigada por cualquier miembro de su familia cercana.
—Qué triste.
—Deberían estar en la escuela, por supuesto —Monty murmuró sombríamente,
abriendo una segunda puerta, la cual se abrió sobre las escaleras traseras que
llevaban a la parte principal de la casa. —Tienen demasiado tiempo libre, y nadie
designado directamente a su cuidado.
El mismo pensamiento había surgido en Midge. En efecto, estaba realmente
bastante preocupada por su bienestar. No podía ser bueno para ellos estar tan
compresivamente ignorados por su padre, en tanto que estaban tan consentidos por
el personal.
—Pero padre no los enviará a la escuela —le dijo, —y los pequeños demonios
hacen un punto de orgullo al echar a cada simple institutriz o tutor que él ha
designado desde su premisa.
Midge mordió su labio inferior, considerando la ingrata tarea que una institutriz
o un tutor tendrían intentando traer algo de orden a sus vidas. El personal, colocados
contra ellos en defensa de los gemelos, bloquearían cada movimiento que hicieran.
—Realmente deberían ser enviados a la escuela —agregó Midge. —Ambos son
niños brillantes. Con mucha energía que no están utilizando en una dirección
apropiada.
Solo debía pensar en la rana que Jem había disecado tan concienzudamente. Él
tenía interés en la historia natural y las ciencias, que no estaba siendo
apropiadamente desarrollada. Ninguno de los dos alcanzaría su potencial si el actual
régimen continuaba.
—Solo deseo que hubiera alguna manera de que yo pudiera persuadir a padre
para enviarlos a la escuela. Pero no escuchará una palabra que tenga que decir sobre
esto, ¡o de cualquier otro asunto! —dijo Monty sombríamente.
Una vez en su cuarto, Midge llamó a su doncella y pidió agua caliente para el
baño.
—¡Espera! —dijo Monty mientras la joven se preparaba para irse. —Consigue
que la cocinera envíe mejor algo de sopa caliente. Y pastel.
Midge lo miró indagatoriamente.
—Siento como si no te hubiera visto desde que llegamos aquí —explicó. —Y aún
tengo mucho terreno para cubrir, pero si un hombre no puede almorzar con su
propia esposa… —refunfuño, arrojándose sobre el sofá y extendiendo sus piernas
frente a él. —Tú sabes, no nací para esta posición —le dijo, extendiendo sus brazos a
lo largo del respaldo del sofá. —Padre se concentró en preparar a Piers para tomar
las riendas como el séptimo conde. Mientras que yo fui despachado a la escuela. Así
que ahora, tengo una vida de entrenamiento para abarrotar mi cabeza en el menor
tiempo posible. No solo para llevar la propiedad, tu entiendes, sino todo lo demás.
Mi reputación en el condado, mis eventuales deberes en el parlamento…
Midge dobló las enlodadas faldas de su traje de montar, plegándola
cuidadosamente alrededor de sus muslos antes de arrodillarse sobre el piso frente a
los pies de Monty. Era la única forma que pudo pensar para prevenir que su vestido
sucio no arruinara la alfombra o la tapicería.
—Supongo que tu padre siente que el asunto es urgente —meditó. —Mi tía me
dijo que él no esperaba vivir por mucho tiempo…
Monty dejó salir una risotada.
—¿Él se ve enfermo para ti?
Midge frunció el ceño.
—No. Y eso fue confuso para mí desde el principio. Pero entonces él tiene un
doctor siempre para su atención… así que supuse…
—Él ha tenido un doctor para atenderlo desde que puedo recordar. Siempre los
ha mantenido en una habitación cercana a la suya, así que puede llamarlos en
cualquier momento del día o de la noche. Junto con el capellán. De esa manera
pueden tratar a su desordenado estómago o su problema de conciencia. El Dr.
Cottee ha durado mucho más tiempo que otros, porque él asegura ser un experto
sobre la clase de desorden nervioso que sufren los hombres con exceso de
sensibilidad, como mi padre.
—¿Desorden nervioso?
—Oh, sí. El Dr. Cottee ha tenido la astucia de prescribir una atmósfera de
completa tranquilidad. Así que los delicados nervios de mi padre no son alterados.
Midge levantó la mirada hacia él, su cabeza a un lado, recordando la petulante
trama de la boca de su suegro.
—Quieres decir, ¿nadie se atreve a contradecirlo, para evitar enfermarlo?
—Chica lista —le dijo, estirando el brazo para meter una hebra de cabello detrás
de su oreja.
—¿Realmente se enferma si alguien se opone a él?
—Bueno, mis opiniones sobre la forma que me gustaría ver esta propiedad
ejecutarse le da dolor de cabeza —puntualizó sardónicamente. —En la única ocasión
que discutimos de política, puesto que yo soy diametralmente opuesto a su posición,
él tuvo algo parecido a una autentica apoplejía —hizo una mueca. —Y el hecho de
que seré el próximo conde le da largos periodos de insomnio.
Midge frunció su ceño profundamente.
—¿Por qué no le gustas, Monty? Yo habría pensado que eras la clase de hijo que
cualquier hombre estaría orgulloso de tener.
La sardónica expresión se intensificó.
—Creo —se sentó hacia el frente, sujetando sus manos juntas en sus rodillas, —
que cuantas veces me miraba, veía a mi madre. Tú sabes, no fue una unión por amor.
Sus padres la escogieron para él, y estaba aún decaído por la pérdida de su primera
esposa, a quien realmente amó, que no opuso resistencia. Pero mi madre tenía su
orgullo. No era del tipo de quedarse ahí y escucharlo extasiarse hablando sobre la
mujer quien murió dando a luz a su heredero. Después de darme a luz, se fue a la
ciudad bastante rápido y vivió su propia vida.
—Así que… te envió lejos y no pudo sentir afecto por ti porque eres el hijo de
una mujer quien lo desafió —dijo Midge, estirando su brazo y tocó tentativamente su
rodilla. ¡Ella sabía exactamente que se sentía ser juzgado por quien era su madre! —
¿Y los gemelos?
—Ah, sí, los gemelos —dijo, adelantándose en su asiento y tomando su mano
entre las de él. —A Piers nunca le gustó la tercera esposa de mi padre. Le hizo la vida
tan incómoda como solo podía hacerlo el malcriado heredero de una fortuna, quien
tenía el primer lugar en los afectos de mi padre. No mucho tiempo después, los
rumores sobre sus amoríos empezaron a circular en el distrito. Luego murió trayendo
a esos niños al mundo. ¡Con el resultado de que mi padre verdaderamente los odia
desde muy al principio! No solo sospecha que ellos no son suyos, sino que les culpa
por arrebatarle su mujer, que creo, por lo que puedo recordar, sentía un afecto
genuino. Por lo menos todo lo que siempre sintió por mí es indiferencia. Pero estos
pobrecillos… escondidos aquí como si su mera existencia fuera vergonzosa… —agitó
su cabeza con arrepentimiento. —Si nosotros no podemos hacer algo para ayudarlos,
Midge, ¡ellos terminaran convertidos en completos salvajes!
—¿Él está ciego? —dijo Midge impulsivamente. —Yo creo, es perfectamente
obvio que ellos son sus hijos. Incluso fui de un lado a otro por la galería de retratos
pude ver esos ojos verdes y los hoyuelos definidos en las barbillas que ellos tienen en
Claremont por centurias.
—Absolutamente —le dijo Monty secamente. —Pero como digo, cuantas veces
los mira, él ve a su madre.
—Bueno, ¡está bastante mal de su parte castigar a los hijos por las faltas de su
madre!
La puerta se abrió en ese momento, y Pansy entró dirigiendo una procesión de
sirvientes con todos los artículos que ellos habían requerido.
—Y… yo mejor voy y me cambio —dijo Midge, levantándose a su pesar. Resintió
la interrupción de uno de las más importantes conversaciones que había tenido
jamás con su esposo. Esta había explicado muchísimo.
Pansy le ayudó a despojarse de su enlodado traje de montar, mientras se
colocaba dentro del agua cálida y aromática, agradeció a su estrella de la suerte no
haber reclamado por lo que había percibido como su desatención hasta esa semana.
¡Monty tenía suficientes personas haciéndole la vida difícil sin poner su parte!
—¿Qué te está tomando tanto tiempo ahí?
Midge había escuchado a Monty paseando arriba y abajo en la sala de estar,
pero se sobresaltó al verlo parado a la entrada de la puerta, mirándola. Su rostro
flameó cuando sus ojos recorrieron sobre lo que podía verle al sobresalir del agua
jabonosa.
—¡Toalla! —chilló, agitando sus manos en dirección a Pansy.
Pero Monty fue por esta primero.
—Yo puedo encargarme del resto —dijo Monty, sin apartar los ojos de donde
Midge quien se encogía, ahora sus manos se plegaban sobre sus senos.
Con una risita, Pansy corrió con pasos cortos de la habitación, haciendo una
pausa solo para recoger la ropa sucia de su señora.
—Vamos, puedes salir —dijo él, extendiendo de manera atrayente la toalla.
De alguna manera, sin Pansy ahí, sintió menos vergüenza. Tomando una
profunda respiración se puso de pie, los ojos de Monty bebiéndola en una expresión
de desnudo deseo sobre su rostro. Dio un paso enfrente, pero más que envolverla en
la toalla, se esforzó secando cada pulgada de ella. Después se detuvo, recogió con
una mano agua jabonosa, y la dejó chorrear sobre los senos. De esta manera pudo
secar estos de nuevo.
De algún modo la ropa de Monty se mojó y tuvieron que ser removidas también.
Para ese momento arrojó la toalla al piso y la recostó sobre esta, Midge estaba
ardiendo por él.
Más tarde, Monty rodó a un lado y la sostuvo en sus brazos.
Había hecho eso, una o dos veces, observó Midge aletargadamente. Después de
hacer el amor con ella, algunas veces la sostenía mientras caía dormida. Aunque él
nunca estaba con ella en la mañana.
—¿Qué es esto? —preguntó Midge, recorriendo ociosamente la punta de sus
dedos sobre una masa nudosa de tejido cicatrizado en su hombro.
—Herida de bala —replicó, sentándose y estirándose por su camisa.
Midge rodó sobre un costado, arrastrando la toalla sobre ella.
Monty bajó la mirada hacía ella, y mirando su expresión preocupada fija sobre su
cicatriz, dijo:
—Sabías que fui herido. Me enviaste deseos por una rápida recuperación.
Ella se sentó, y con un valiente arranque, besó la carne cicatrizada justo cuando
Monty estaba impulsando sus brazos dentro de las mangas de la camisa.
—Rick nunca me dijo como fuiste herido. O de que naturaleza fue tú herida.
—Francotirador —dijo concisamente, empujando su camisa sobre su cabeza. —
Los oficiales son blancos fáciles, encaramados sobre sus caballos.
Cuando ella jadeó por la sorpresa, se volvió hacia ella, explicando tristemente:
—Es una buena estrategia, disparar a los oficiales sobre sus caballos, intentar
reducir los rangos para confundir. La guerra es un negocio sucio. Cada lado hace
cualquier cosa provechosa para golpear al otro. Vamos —sonrió, poniéndose de pie,
—nuestra sopa debe estar enfriándose.
Monty terminó de vestirse, y camino a la sala de estar, donde la mesa estaba
ahora preparada con almuerzo para dos.
Tomó a Midge algunos minutos para asegurar la toalla con total éxito y moverse
torpemente detrás de él a la sala de estar.
Monty levantó la mirada del pedazo de pan fresco en su tazón de vaporosa sopa
y silbó en apreciación.
—Debo hacer tiempo para tener un almuerzo contigo más frecuentemente —él
sonrió, —¡si me prometes venir a la mesa vestida de esta manera!
Capítulo 9

Después de dejarla, Midge fue a vestirse apropiadamente, luego se dirigió a su


escritorio el cual Cobbett había colocado bajo la ventana en la sala de estar verde.
Pero después de recortar su pluma y ahogar una serie de bostezos, aceptó que ella
no estaba en condición de escribir algo sensato.
Y, a pesar de estar en contra de descansar a plena luz del día, Midge estaba
también cansada para hacer otra cosa.
Esto había valido la pena, aunque, pensó ya somnolienta. Empujando sus
zapatos y arrastrando el cubrecama. Esta conversación la había hecho sentir mucho
más cerca de Monty que nunca antes. Esperaba que pudieran tener más
conversaciones de este tipo, incluso si terminaban de esta manera.
Aunque no era la conversación lo que la había agotado, sino lo que había
sucedido después, sonrió soñolienta para sí misma.
Se estaba quedando dormida, cuando el término conversación criminal estalló
en su cabeza, y todo su cuerpo se sacudió espabilado. Ese era un término usado que
describe el sostener una relación adúltera. La clase de la cual probablemente se
llevaba a cabo en momentos robados durante el día. Como la relación que su madre
tuvo con el Conde de Leybourne, cuando las cosas con su padre se agriaron.
Se despertó totalmente. El conde pudo haber hecho a Amanda sentir de esta
manera, dispuesta a dejar su recato de lado, y rodar por el piso sobre un montón de
toallas mojadas, a plena luz de día. ¿Ella tenía la aptitud de comportarse incluso más
escandalosamente que su madre? Pero al menos su madre había creído estar
enamorada del Conde de Leybourne cuando ella lo había llevado a su cama. Y el
amor no era parte del matrimonio que ella tenía con Monty.
¿Pero entonces, que clase de mujer disfrutaba tanto las relaciones maritales, sin
estar enamorada de su marido?
Se encendió totalmente, hasta que recordó que ella tomó el juramento de
obedecerlo, desde entonces, era posiblemente su deber permitirle a Monty tener
acceso a ella, donde y cuando quisiera.
¡Ella no tenía ninguna razón para sentirse culpable!
Midge se dijo eso, una y otra vez durante la semana siguiente más o menos.
Cuantas veces Monty inició las arrebatadas conversaciones durante el día, las cuales
ocurrieron con incrementada frecuencia. Monty intentaba regresar de donde
hubiera estado para tener su almuerzo con ella casi diariamente. Y si alguna vez,
cuando pasaba la mañana en la oficina del administrador de la propiedad, él miraba
afuera cuando regresaba de montar, la sorprendía totalmente jalándola dentro de
una casilla vacía y conversaba con ella rápidamente en la paja.
Y lo peor de esto era, que nunca se le ocurrió rehusarse para rechazar sus
avances. En cualquier momento que llegaba caminando rápidamente hacia ella, con
la determinación brillando en sus ojos, su cuerpo entero se derretía en un pozo de
deseo.
La pasión que ardía entre ellos habría sido fácil de aceptar para ella, si pudiera
creer que estaban acercándose en otras formas. Pero Monty le daba tan poca
atención, no podía de dejar de sentirse un poco usada. Oh, sabía que estaba ocupado
durante el día. Pero ¿por qué estaba tan renuente a pasar toda la noche con ella en
la cama?
Midge empezó a tomar una siesta en las tardes, para así poder permanecer
despierta después de haber hecho el amor y prolongar el tiempo que podía pasar en
sus brazos. Porque sabía que en el momento que cayera dormida se marcharía, para
que su partida no fuera una bofetada en el rostro. Pero no importaba cuan duro
luchara por mantenerse con los ojos abiertos, Midge invariablemente caería dormida
antes que él. Y él nunca estaba ahí cuando ella despertaba en la mañana.
Pero si, razonaba Midge, lograba permanecer despierta después de hacer el
amor, podría al menos persuadirlo para tener una clase de conversación la cual
comprometiera sus mentes, tan bien como sus cuerpos.
Al principio, solo hablaron sobre cosas triviales. Pero entonces, un día de marzo,
llegó a Inglaterra la noticia de que Bonaparte había escapado de su isla prisión y
estaba avanzando sobre París, reclutando apoyos a lo largo de su camino. Ambos
empezaron a buscar las noticias en los periódicos diariamente después de eso,
siguiendo ávidamente su progreso.
La preocupación de Midge era totalmente por cómo el regreso de Bonaparte
afectaría a Rick, hasta que Monty, quien había vivido y respirado la guerra con
Francia por toda su vida adulta, le dio una amplia perspectiva sobre la situación.
Antes de eso Midge estaba enteramente de acuerdo con su perspectiva de que no
había una razón para intentar negociar un tratado de paz con el advenedizo Corso.
—Los prusianos tienen razón. Declararle la guerra ahora y detenerlo antes de
que recupere demasiado poder —le dijo a Midge una noche cuando subían la
escalera de regreso a su habitación después de cenar.
—Quisiera que me fuera posible dejar Shevington y,… oh, no sé —le dijo
malhumoradamente, abriéndole la puerta. —Sé que no puedo reincorporarme a mi
regimiento, pero si fuera a la ciudad, ahí debería de alguna manera poder ser de
utilidad…
—Bueno, ¿Por qué no vas? —le preguntó dudosamente, arrodillándose
enseguida de él mientras se agachaba sobre el tapete delante de la chimenea. La
cocinera había desarrollado algunas misteriosas ideas al saber cuánto odiaba comer
en el comedor, y enviaba grandes bandejas si estimaba que esta había sido
insuficiente. Esta noche, contenía bollos para que los tostaran en el fuego.
—¿Y tú? —le preguntó, atravesando uno de los bollos con el tenedor para tostar.
—No estaría disponible para pasar mucho tiempo contigo.
Midge por poco responde replicando que ella difícilmente lo veía tal como
estaba. Ahí siempre parecía estar en algún lugar más importante para él.
Excepto si ella estaba sobre su espalda, con las piernas abiertas.
Se tragó la oleada de resentimiento, recordando las advertencias que su tía
había empezado a deslizar en sus cartas últimamente. Sabía que había sido más que
un poco indiscreta, pero cuando se sentaba ante el escritorio, en esa vacía habitación
en las tardes, la tentación de verter sus sentimientos la abrumaba bastante. Y las
respuestas de su tía claramente venían de años de aprendizaje en hacer frente a un
matrimonio que estaba lejos de ser perfecto. Solo el día anterior, Lady Callandar le
había recordado que era esencial proteger su corazón. Por eso sería un grave error
pensar que el nivel de intimidad de un hombre excitado en los primeros días de un
matrimonio era una indicación de que pudiera estar enamorado. No, Midge suspiró,
debería estar agradecida con Monty, quien tuvo gran cuidado para distanciarse
físicamente al momento de tomar lo que quería de ella, ¡sin confundirla pensado
eso!
Su tía había también agregado: Las personas de clase se permiten el lujo de
disfrutar la intimidad, no permitidos para las clases inferiores. Muy pocos maridos y
esposas compartían una habitación, menos aún una cama, si ellos podían escoger.
Había sido una sorpresa entender precisamente cuanta información le debía
haber revelado a su tía. A pesar de eso estaba feliz de haberle hecho saber lo
preocupada que estaba sobre las ramificaciones de sus arreglos para dormir. Porque
la respuesta de su tía ciertamente la había hecho ver esa costumbre particular con
otras luces. El hecho de que Hugh y Amanda habían compartido una cama
ciertamente se debió más a la carencia de espacio en Brambles que cualquier deseo
que ellos pudieran haber sentido. Sus tres hermanastros habían compartido una
habitación y ella había estado colocada en un pequeño espacio bajo el alero. Y
Amanda había estado tan asustada por la maldición de la gitana que ella nunca
hubiera consentido volver a casarse si existiera algún riesgo de quedar embarazada
de nuevo solo para ver a su bebé morir.
Se empujó de nuevo al presente con esfuerzo, sonrió brillantemente y dijo:
—Puedo visitar a mi tía —no tenía otra pariente femenina con quien tener
confidencias, y estaba empezando a creer que había mucho más que podía aprender
de Lady Callandar, podía solo discutir sus preocupaciones cara a cara. —Nosotras
haríamos especialmente las compras que le privaste antes de la boda —bromeó
Midge. Y después añadió, más seriamente: —Honestamente, Monty, ¿piensas que
esperaría que tú saltaras por atenderme cuando el futuro de Europa está en riesgo?
Monty puso el tenedor para tostar cargado sobre la bandeja, la jaló a sus brazos
y la abrazó fuertemente.
—Es inútil incluso hablar sobre esto —inhaló sobre su cabello. —Mi deber se
encuentra ahora aquí.
El fugaz sentimiento de Midge de tristeza y resentimiento fueron apartados por
una oleada de simpatía por él. Había hecho su deber toda su vida. Pero nada había
jamás parecido satisfacer a su padre.
—No estoy listo para desistir aún —Monty sonrió tristemente. —Los
arrendatarios, al menos, empiezan a creer que no soy como Piers y que no cerraré
los ojos a sus peticiones. Y cada día que tú pasas con ellos, veo a los gemelos
comportarse más como seres humanos civilizados y menos como salvajes.
Midge extendió su brazo para deslizar las manos sobre los músculos abultados
de sus hombros, besándole la garganta, la mandíbula, la comisura de la boca.
—Tentadora —gruñó Monty, girando su cabeza para tomar control del beso.
Después, apenas cuando empezaba a pensar que estarían haciendo el amor
enfrente del fuego, se puso de pie, la arrastró a sus brazos y la llevo dentro de la
recámara donde le quitó la ropa con una eficiencia nacida de mucha práctica.
Midge no había enviado por Pansy para cepillar su cabello, desabrochar su
vestido o desatar sus lazos desde la noche que ella se había casado. Monty era
extremadamente entusiasta para realizar todos esos servicios para ella. Y la llevó a la
cama.
Pero no permaneció ahí, una vez que tomó lo que quería.
Sabía que no debía permitir que su reticencia para pasar una noche entera con
ella la molestara demasiado. Se dijo que solo no era la clase de hombre quien
desearía permanecer con alguien cerca toda la noche. Su madre, quien su tía había
dicho era una fría y orgullosa mujer, lo había abandonado en Shevington por su
cuenta. Y después su padre lo envió a la escuela, mientras mantenía a su hermano
mayor cerca. Experimentar esa clase de rechazo en un niño pequeño debió haberlo
endurecido.
También la vida en el ejército debió haberlo hecho incluso más autosuficiente.
Para un hombre de corazón suave habría sido una agonía mirar a sus amigos y
camaradas muriendo por todos lados.
Solo que no podía sacudirse el anhelo de lograr acercarse a él. Para agrietar a
través de esas barreras que había construido a su alrededor, y convertirse, bueno, si
no en el amor de su vida, entonces al menos en su íntima amiga. Estaba empezando
a abrirse a ella, sobre su pasado y lo que lo hizo de la forma que era.
Midge había también escuchado, de Pansy, que lo había conseguido de Cobbett,
que lo había conseguido de una criada del salón que había estado justo fuera de la
puerta, que Monty había exigido a su padre que le mostrara más respeto. Esa había
sido una acalorada discusión, aparentemente, pero la consecuencia fue que el conde
ahora le otorgaba las cortesías comunes de cualquier caballero debería extender a
una dama.
Todo eso tenía que significar algo, ¿no?
Armándose de todas las onzas de coraje que ella poseía, esperó hasta que
Monty la desnudó completamente, y la apoyara contra la cama, antes de eludirse de
su abrazo.
—¿A dónde vas? —preguntó Monty, confundido, mientras ella salía
rápidamente por la puerta de la recamara.
Ella lo miró tímidamente sobre un hombro.
—Me gustaría probar algo diferente esta noche —doblando su dedo,
gesticulando para que la siguiera mientras caminaba para cruzar la sala de estar.
—Por Dios, Midge —graznó, jalándose su corbata y arrojándola a un lado
mientras caminaba detrás de ella. —¡Qué me haces!
Midge abrió la puerta de la habitación de Monty y entró nerviosamente a sus
dominios por primera vez desde su matrimonio. Difícilmente podía creer que logró
caminar extremadamente desnuda, pero había estado segura que solo actuando tan
desvergonzadamente podía excitar a su marido al punto donde no discutiría sobre el
lugar que había elegido para su acoplamiento.
Que pasaría más adelante sería otro asunto. Sabía que podía aun estar
esperando más de lo que él estaba dispuesto a dar. Solo que lo extrañaba tanto cada
segundo que estaban separados, despiertos o dormidos.
Lo peor que podía pasar sería que la llevara de regreso a su propia cama una vez
que se durmiera, y despertaría sola, como había terminado cada noche desde que se
casó con él, con la sensación de que aun de nuevo, no era realmente lo bastante
buena. Que no era la clase de mujer que un hombre desearía tener cerca de su
corazón toda la noche.
La alcanzó, colocó sus brazos alrededor de ella y la jaló contra su pecho. En su
camino a través de la sala de estar, se había desprendido de su camisa. Midge
flexionó su espina contra el vello áspero en su piel, empalmando su coronilla contra
su pecho como un gato, mientras contemplaba la habitación.
No había velas encendidas, pero un enorme fuego resplandecía en la chimenea.
—Está —jadeó, mientras él acariciaba con la nariz la parte posterior de su cuello,
—muy caliente aquí.
—Y está a punto de ponerse aún más caliente —le prometió, tomándole un seno
en cada mano y apretándolo rítmicamente.
Por los siguientes minutos, perdió el poder de racionar totalmente las ideas
mientras recibía las atenciones de Monty. Y no fue hasta un largo tiempo después,
cuando ellos descansaron, saciados y jadeantes sobre la cama de Monty, que
reflexionó, con gran alivio, que él no parecía creer que estuviera invadiendo su
santuario en absoluto.
Quizás todo lo que necesitaba hacer era preguntar. Él era el producto de un
matrimonio sin amor. Quizás simplemente no se le había ocurrido que su esposa
pudiera querer dormir en la cama con su marido.
—¿Puedo quedarme? —preguntó aletargadamente, mientras la metía entre sus
brazos.
—¿Hmmm? —se estaba adormeciendo, ahora.
Midge se levantó sobre uno de sus brazos, apoyándose sobre su pecho solo para
mirarlo a los ojos.
—Toda la noche. Quiero estar aquí. Contigo. ¿Puedo?
—No es una buena idea —expresó con un gruñido, levantando y girando un
mechón de su cabello alrededor de su dedo índice. —Me limitaría a molestarte.
—¿Qué quieres decir?
Monty suspiró, y apretó sus ojos cerrados por un momento. Cuando los abrió, su
expresión estaba a la defensiva.
—No duermo mucho estos días. No por más que unos pocos minutos cada vez, a
menos que tenga todas las ventanas totalmente abiertas. Por eso es por lo que mi
valet insiste en crear tan enorme fuego cada noche.
—Oh —dijo Midge pensativamente. Cada vez que Rick había venido a casa de
permiso, siempre quiso mantener las ventanas abiertas toda la noche también. Esto
causó interminables discusiones con sus hermanos. A menudo, ella podía bajar en las
mañanas para encontrarlo enrollado en su enorme abrigo, sobre la alfombra de la
chimenea en el salón, con una botella vacía de brandy a su lado.
—¿Tienes pesadillas? —le preguntó suavemente.
—Ahora no tantas, como cuando recién regresé a Inglaterra —admitió,
mirándose completamente incómodo.
Midge se recostó, con la cabeza sobre su pecho, y él envolvió con ambos brazos
alrededor de ella. Rick siempre había negado tener pesadillas también, incluso pensó
haberlo escuchado gritando en sus sueños. Los hombres odiaban que alguien los
viera tener cualquier clase de problema que pudiera ser interpretado como una
debilidad.
—Podrías no tenerlas si permanezco contigo —ofreció tentativamente.
Monty ser rió entre dientes.
—Te congelarás aquí una vez que abra las ventanas.
—No, no lo haré —declaró tercamente. —No contigo para mantenerme caliente.
Y no si tenemos suficientes mantas. Por favor, Monty, déjame quedar. ¿Qué daño
puede hacer?
—Si esto significa tanto para ti —le dijo con un encogimiento de hombros,
entonces se puso a reorganizar las mantas para que la mayoría de ellas la cubrieran.
Midge observó su silueta, reflejada por la luz del fuego cuando cruzó la
habitación y empezó sistemáticamente a empujar para abrir todas las ventanas.
Suspiró con total satisfacción. Él no había estado dejando su cama cada noche
debido a que ella no le importara. ¡Totalmente al contrario! Estaba intentando ser
considerado.
Era casi como si estuviera intentando hacer este matrimonio tan auténtico como
podía ser, bajo las circunstancias. ¿Qué más podía pedir?
Estaba claro cuando la llevó de regreso a su cama. Y cuando la dejó, observó que
estaba totalmente vestido.
—No creí que quisieras que mi valet te encontrara en este estado —le dijo,
cubriendo su cuerpo desnudo con una sábana. Midge adormilada le regresó su beso,
rodando y cerrando sus ojos. Las cosas podían solo mejorar a partir de ahora. Él se
preocupaba por su bienestar. Realmente. Se mantuvo firme ante su padre en su
nombre y estaba empezando a hablarle como si su opinión le importara.
Su día siguió su patrón acostumbrado. Incluso el sol brilló más luminoso, los
colores de la flores primaverales eran más profundos, y tenía mucha más energía,
ahora que esos molestos temores sobre los sentimientos de Monty hacía ella
estaban tranquilizados.
No se preocupó que pudiera haber hecho alguna cosa para desagradarle cuando
no se presentó para el almuerzo. Desde la noche pasada, estaba mejor habilitada
para aceptar que él tenía muchos reclamos de su tiempo.
Estaba sentada escribiendo en su escritorio, absorta sobre la reciente carta de su
tía, cuando Monty la sorprendió entrando en la habitación tan tranquilo que ella no
notó que estaba ahí, hasta que dijo:
—¿Qué noticias has recibido para hacerte fruncir tanto el ceño?
—¿Qué? ¡Ninguna! —la carta estaba llena de sugerencias acerca de cómo
enfrentarse con las demandas de un lujurioso joven esposo. Si veía algunas de las
cosas que su tía había escrito, podría fácilmente interpretar erróneamente la
naturaleza de las preguntas originales. Culpablemente, estrujó la página y la arrojó
en el fuego de sala de estar.
—Midge —le dijo con reproche.—Creo que nosotros hemos llegado a una etapa
donde podemos hablar sobre cualquier cosa.
Él suspiró, tomándole las manos entre las suyas.
—Si algo está afligiéndote, quiero que me lo digas. ¿Tal vez pueda ayudarte?
Bueno, ¡ella no admitiría que había estado escribiendo a su tía sobre los más
íntimos detalles de su vida matrimonial!
Pero por lo que respecta a otro asunto… Midge tomó su labio inferior entre sus
dientes y buscó el rostro de Monty.
Ella quería, mucho, estaría encantada en preguntarle qué debería hacer sobre
Stephen. Porque, ni dos días antes, mientras había estado fuera montando con los
niños, había visto a un hombre sobre un semental negro sobre la cima de la colina,
justo sobre el borde de las tierras de Shevington. Cuando se había quitado el
sombrero ante ella, y había visto su cabello oscuro y el brillo dorado sobre su oreja,
instintivamente había avanzado hacía él. Pero entonces recordó a Monty diciendo
que Stephen solo quería causar problemas.
Deseaba complacer a Monty. No le había tomado mucho tiempo ver que él no
era como su padre, Kit Hebden. Su atractiva apariencia no lo había hecho vanidoso o
cruel. No obtenía placer en escandalizar o herir a las personas. Y había sido
excesivamente amable con ella desde que se había convertido en su esposa. Aunque
solo debía recordar la forma desdeñosa en que le había hablado antes de descubrir
que era la hermana de Rick, para saber que ella no era la novia que él hubiera
elegido en un millón de años. Él debería haberse casado con alguien quien empatara,
al menos en apariencia, si no en riqueza.
No, suspiró, tenía suficiente para lidiar con ella, sin que deliberadamente
desobedeciera sus deseos.
Y Stephen había arruinado el día de su boda tan deliberadamente. Si él estaba
aquí, era porque deseaba causar más problemas. Tristemente, agitó su cabeza y giró
a Misty.
—¿Es un amigo de usted? —preguntó Jem, estirando su cuello mientras se
alejaban a medio galope.
—¿Por qué no deseas hablarle? —apuntó Tobe. Ella había querido hablarle, ese
era el problema. Incluso sabiendo que él probablemente solo llegó aquí para hacer
estragos en su vida que estaba estableciendo, no olvidaría que era su hermano.
—Monty preferiría que no lo hiciera —les dijo tristemente.
—¡Nosotros no le diríamos! —juró Jem.
—¡Sería nuestro secreto! —agregó Tobe.
—Eso no sería correcto—dijo tristemente Midge. —Monty solo está intentando
protegerme. Él —se giró y miró sobre su hombro melancólicamente, —no es una
buena persona.
El semental de Stephen se alzó sobre sus patas traseras, pateando el aire.
Después giró y se alejó a galope, Midge se sintió en carne viva por dentro. Él podría
no ser buena persona ahora, pero no podía liberarse de los recuerdos de como ella
siempre fue capaz de correr hacia él, antes de los días de asesinatos y su destierro.
Ahora que estaba aquí, su impulso era correr hacia él otra vez.
¡Porque era su hermano!
Esa misma mañana había visto a Stephen de nuevo. Aunque deliberadamente
llevó a los niños a montar en una dirección diferente, Stephen los había encontrado.
Y esta vez, él había estado en las tierras de Shevington.
Y eso realmente le preocupó. Ya sabía que Monty lo consideraba una amenaza.
Estaba bastante segura que ese era un tema sobre el cual el conde estaría en total
acuerdo con su hijo. Había entendido la forma en cómo los nobles y los
terratenientes pensaban de los gitanos a partir de su abuelo y después de su tía.
Stephen había escapado de ser detectado hasta ahora. Pero si ella decía a Monty
que Stephen estaba en el área, ¿debería él sentirse obligado a tener que cazarlo y
arrestarlo por traspasar ilegalmente? Sabía que Monty solo consideraría que la
estaba protegiendo. Pero no deseaba precipitarse en una acción que dañaría al
hombre quien había ya sufrido demasiado a causa de su familia. Sin importar por qué
había venido.
Y además, aunque deseaba ser capaz de ser completamente honesta con Monty,
se armó de valor con una frágil sonrisa y un gesto al aire con su mano hacía la carta
en llamas en la chimenea.
—Era solo algunos consejos maritales de mi tía que hizo avergonzarme un poco.
—¿Oh? —Monty dirigió la mirada hacía la carta, después la regresó a su rostro
apenado. —Ahora estoy verdaderamente intrigado —su rostro tomó un aire llenó de
significado. —De hecho —gruñó, —demando que me cuentes todo.
Con un rápido movimiento, la había aplastado sobre su espalda en el piso, sobre
la alfombra frente a la chimenea, sus brazos apuntalados sobre su cabeza. La
demostración de su fuerza superior fue tan inesperada, tan contundente, que si no
hubiera reconocido el brillo de travesura en sus ojos, podría haber sentido miedo.
Como si esto fuera…
—Dímelo —gruñó en voz baja en su oreja, —o yo podría…
—¿Qué? —Midge jadeó, retorciéndose excitada. —¿Qué me harías?
Monty se levantó un poco, y corrió sus ojos lentamente a lo largo de todo su
cuerpo.
—Cosas terribles…—le advirtió, bajando su cabeza y mordiendo gentilmente a
través de la tela de su ropa, en un pezón que estaba levantado y rogaba por su
atención. —Prometiste obedecerme —le dijo con fingida severidad. —Así que, si no
me dices en este instante que era lo que estaba en esa carta, entonces deberé
castigarte.
—¿C…cómo? —resolló deseosamente.
—Haciéndote sufrir —le prometió, levantando sus faldas hasta la cintura y
sometiéndola por unos momentos a un sensual tormento. —Haciéndote rogar —le
advirtió, deteniendo lo que estaba haciendo justo antes de que llegará al borde. —Y
finalmente, haciéndote chillar.
—No podrás —le dijo un poco insegura. Incluso no había querido que durmiera
en una recamara fría. ¡Seguramente no podría herirla! —N…no deseas hacerme
chillar.
Con una malvada sonrisa, bajó su cabeza y colocó su boca en lo que consideró el
más inapropiado lugar, besándola ahí…
—¡No! —lloriqueó.
¡Esto no podía ser correcto! Pero ella no podía detenerlo. Le sujetaba las manos
con fuerza de sus muñecas y sus hombros apuntalados entre sus muslos separados.
—Por favor… —rogó Midge, arqueándose contra su boca. —¡Detén esto!
Pero Monty no se detuvo, y mucho tiempo después, justo como había predicho,
estaba soltando chillidos por su impresionante placer.
Y después se remontó por todas las alturas de nuevo cuando le hizo el amor en
un modo más convencional.
No lo recordaba llevándola a la cama, pero debió haberlo hecho, porque no
despertó sobre la alfombra, donde había desfallecido exhausta cuando terminó con
ella.
Esa noche en el comedor, no podía parar de mirar a su boca y se preguntaba
cómo demonios Monty había aprendido hacer tales cosas extraordinarias con su
lengua.
—No comiste absolutamente nada esta noche —observó Monty, cuando ellos
entraron en sus aposentos más tarde. —¿No tenías hambre?
—Sabes muy bien porque no pude comer nada —Midge murmuró, alejándose
mientras caminaba hacia ella en una manera intencionada. —Estoy aún demasiado
impactada por… —mordió sobre su labio inferior, moviendo su cabeza.
—¿Tú castigo? —Monty rió entre dientes, tomándola en sus brazos y llevándola
a la cama de ella.
—Sí… No... —ella empujó una madeja de cabello fuera de sus ojos, mirando a su
cara con exasperación. —No puedo imaginar cómo pudiste saber cómo hacerme
eso… pienso… —sintió sus mejillas enrojecer, y supo que su rostro debería estar
vívidamente rojo. Era una cosa tan extraña decidir qué hacer. Si él no conociera el
efecto que sobre ella había tenido. Pero si había sabido lo que esto le haría, entonces
debería haberlo hecho antes. A alguna otra mujer.
Se preguntó si esa otra mujer había chillado también. Y se sintió segura de que
debía haberlo hecho. O Monty no le habría advertido que lo haría.
—Oh, esto es desesperante —masculló mientras la colocaba al pie de la cama,
girándola y hábilmente empezaba a desabrochar su vestido. —Sabes demasiado
sobre todo esto, y ¡yo sé virtualmente nada! —Incluso había escrito a su tía para
indagar si esto era normal, que un hombre recién casado quisiera dormir en una
diferente cama a la de su esposa!
—¿Qué quieres saber? —le dijo Monty, acariciando con su nariz la parte
posterior de su cuello.
—¡Demasiadas cosas! Pero principalmente ¡Sí se supone que disfrute tanto de
esto! —dijo abruptamente.
Sus tíos la habían convencido de que ella no se acercaba por ningún lado a los
estándares de comportamiento esperado de una correcta dama. Y medio temía que
disfrutando este aspecto de su matrimonio probaba que solo estaba a un paso para
ser una completa libertina. ¡Cielos, le permitiría hacerle casi cualquier cosa! ¡En
cualquier lugar! En un establo. Sobre la alfombra de la chimenea. Incluso haría
cabriolas desnuda a través de la habitación como la noche anterior para seducirlo,
¡como la más falda ligera!
Sería agradable escucharle decir algo reconfortante. En lugar de eso hizo un
extraño sonido estrangulado contra su cuello, antes de empezar a reír.
—¿Qué es lo divertido? —le preguntó, un poco herida. ¡Le había preguntado una
cuestión totalmente seria!
—¡Tú! —reía ahogadamente —¡Nunca sé lo que dirás a continuación!
Oh, bueno, suspiró. Eso era lo que venía de la pesca de cumplidos. Supuso que
debía sentirse agradecida de que al menos la encontrara divertida. Su madre debía
haber estado muy herida cuantas veces Kit le dijo que ella era aburrida.
Por otro lado, una dama nunca sucumbía a sus emociones, podía escuchar a su
tía diciéndole. En un matrimonio como el de ellos, la última cosa que su esposo
desearía era estar en una escena emocional. Su… “conversación marital” …era un
área donde hasta el momento, ellos parecían estar en armonía. Sería tonto
convertirlo en un hueso de discordia e innecesariamente conducirlo a encajarse
entre ellos.
—¿Tú primera tarde aquí, recuerdas? —dijo Monty, serpenteando los brazos a
través de su cintura. —Te deje por tu cuenta cinco minutos, y cuando regresé, habías
logrado convertir la más tediosa y opresiva habitación, ¡en el escenario de una
completa carnicería! —incluso ahora, los recuerdos de su batalla por salir de las
cortinas y su declaración orgullosa de que ella no había roto nada, lo hacían querer
reír.
Ella era la más alegre y brillante cosa que había jamás llegado a su vida.
Shevington no sería un frío e inhospitalario lugar mientras ella residiera bajo este
techo. Incluso cuando se enfrentó con el más escalofriante sermón de su padre, solo
había pensado en la cálida bienvenida que le estaba esperando ahí arriba en esa
habitación para sentir una sonrisa brotando en su interior. Naturalmente no podía
mantener sus manos lejos de ella. No cuando respondía con tan sincero entusiasmo.
Sin importar lo que hizo.
Su conciencia lo atormentaba después de la forma en que cayó sobre ella,
violándola sobre el sofá la primera noche que ellos llegaron. Solo la noche anterior a
esa, ¡ella había sido virgen! Debería haber sido gentil y considerado. La dura manera
en que la había tomado la había dejado sacudida por la sorpresa. Se había paseado
por la habitación esa noche, maldiciendo su falta de control y preguntándose cómo
podía compensarla. Sin embargo con su típica naturaleza generosa, le había hecho
las cuentas fáciles para él.
Cada día, agradecía a Dios haberla encontrado. Amaba esa apariencia de
escandalizada gratitud en sus ojos cuantas veces la llevaba a la cúspide del placer. Y
amaba verla vanamente luchado por permanecer despierta, antes de eventualmente
caer dormida saciada en sus brazos.
Amaba el hecho de que ya no estaba solo. La abrazó con fuerza. Era suya.
Totalmente suya. Para apreciar y proteger.
Y hablando de lo que…
—Midge —le dijo solemnemente, girándola en sus brazos para enfrentarla. —
Me haces olvidar lo que quería decirte.
Perturbado al ver su apariencia bastante molesta, repentinamente entendió que
no había sido muy prudente de su parte reír ante su candidez de su pregunta
anterior.
—Eres una delicia —le dijo, besando la línea en su frente entre sus cejas. Más
que eso. Monty estaba llegando a la conclusión de que estaba empezando a ser
adicto a ella. Tenía la certeza que nunca sospechó ser capaz de hacer el amor tan a
menudo. Debía mirarlo de una cierta manera… justo como lo había hecho más
temprano, haciéndolo olvidar la razón por la que había subido para hablar con ella en
medio de la tarde.
Lo cual lo hizo traer su atención ahora.
—Siéntate, quieres, Midge —le dijo, conduciéndola al taburete de su tocador,
esperando hasta que estuvo sentada, entonces deliberadamente se distanció
caminando y se apoyó contra el poste de la cama. —Hay algo que desearía
preguntarte. He estado preguntándome si ya has escrito a tu tía sobre esto… —
supuso, levantando una ceja interrogadoramente. Después, sin recibir una respuesta
de Midge más que una mirada vacía, metió sus manos en sus bolsillos y dijo: —Desde
que nos casamos, nunca me has rechazado. Y deberías haberlo hecho, ¿no? ¿En el
curso normal de las cosas?
El interior de Midge se vació. ¡Lo sabía! ¡Su comportamiento no era lo que un
esposo quería en una esposa en absoluto! Una verdadera dama habría fingido
renuencia, sospechó. Y hacerle trabajar un poco más duro antes de rendirse.
Simulación, pensó amargamente. Eso era lo que ser una dama implicaba. Y ella nunca
había sido buena en esto.
Midge se tragó la sensación de nausea. Era tan injusto. Él había tenido todo el
beneficio de su naturaleza licenciosa, ¡después de todo!
—Tendrás que explicar mejor lo que quieres decir —dijo Midge de forma
rebelde. ¡Porque bufaba si podía entender de qué se quejaba!
Un leve sonrojo barrió a través de las mejillas de Monty.
—Seré directo, querida, no has experimentado tu periodo, no lo has tenido,
desde que nos casamos. He pensado, después de seis semanas, que deberías haber…
um… fuera de servicio al menos una vez...
El alivio de que no estuviera a punto de decirle que estaba mejor adaptada a la
posición de amante que de esposa fue tan intenso que, por un momento o dos,
Midge se volvió bastante aturdida.
—Demonios, Midge, ¿vas a desmayarte?
—Nunca me desmayo —le dijo débilmente mientras la habitación giraba a su
alrededor.
Lo siguiente que supo, era que Monty la recogía levantándola del taburete y que
la estaba recostando gentilmente sobre la cama. Después se arrodilló sobre el piso a
un lado de la cama y descansó sus manos sobre el estómago de ella.
—Llevas a mi hijo —Monty respiró, pasmado. —¡Tan pronto!
Esto era tan peculiar en Midge, ¡cargar con entrega total dentro de cualquier
cosa que hacía! Sin barreras.
Ella sería una madre maravillosa. Era tan amorosa; nunca abandonaría a su hijo
al severo régimen de Shevington y buscaría su propio entretenimiento en Londres. Ni
lo avergonzaría tomando una sucesión de amantes, sin importar cuán desilusionada
estuviera de su esposo.
—¿Un bebé? —Midge inhaló, sus manos revolotearon sobre donde descansaban
las manos de Monty en su estómago. —¿Realmente lo crees así?
Todo su mundo se inclinó sobre su eje. Nunca se le había ocurrido que pudiera
estar embarazada. Y sin embargo, ahora que él había puesta la idea en su cabeza,
esta parecía tan obvia. Ciertamente explicaba porque se había estado sintiendo un
poco indispuesta los últimos días.
Monty miró su rostro levemente aturdido y sintió una oleada de necesidad
protectora hacía ella. Midge era normalmente saludable y fuerte, pero ya llevando a
su hijo estaba tomando un costo sobre ella. ¡No se refería como estando en "una
condición delicada" por nada!
Ella se miraba un poco pálida. Ahora que lo pensaba, esas últimas par de
semanas, ella había estado yendo a la cama cada tarde. ¿Se había estado sintiendo
indispuesta y no le dijo?
¡Cuando era absolutamente toda su culpa que ella estuviera en esa condición!
Porque su semilla estaba creciendo dentro de ella, la joven quien nunca estaba
enferma casi se había desmayado.
Y repentinamente, las palabras de su padre timbraron en su cabeza.
—Si ella muriera en el parto, te sentirías igual que un asesino…
Se levantó de un salto, recorriendo sus dedos a través de su cabello. Dos de las
tres mujeres de su padre habían muerto en el parto. Y nunca se había recuperado
realmente de las pérdidas. Especialmente no de la primera. El amor de su vida. Y
repentinamente, supo exactamente como el anciano debió sentirse. ¡La perspectiva
de llevar una vida sin Midge era demasiado terrible para contemplarla!
Y más que eso, sabía que si lo peor pudiera pasar, esta ciertamente sería su
culpa. Apretó sus puños, un rayo de determinación corrió a través de él. ¡Solo tendría
que asegurarse de que no le pasara nada a Midge!
—Conseguiré que el Dr. Cottee venga y te vea en la mañana —decidió. Ella debía
tener la mejor atención. ¡Permanecer en cama todo el día y cada día, si era lo la
conduciría a estar a salvo!
—¿Qué es esto? ¿Qué está mal?
Midge estaba mirándolo fijamente con sus grandes ojos grises nublados por la
ansiedad.
—Nada, nada en absoluto —mintió Monty, con su estómago agitado por el
miedo.
—¿Entonces porque le pedirás al Dr. Cottee que me vea? ¿Él incluso sabe algo
sobre tener bebés? ¿Creo que me dijiste que era un experto en desorden nervioso?
—Bueno, yo me siento nervioso —admitió, entonces inmediatamente sintió una
punzada remordimiento. Debería darle confianza a Midge, no detallar los peligros y
asustarla también.
Aunque lo que más quería en ese momento era sujetarla con fuerza y ¡nunca
dejarla ir!
En lugar de eso, había conseguido alejarse de ella, rápido, antes de que ella
tomara sus miedos.
—Necesitas descansar —le dijo sombríamente, dándole la espalda a la cama y a
la tentación que Midge representaba, recostada ahí mirándose tan dolorosamente
vulnerable.
Se endureció contra la mirada herida que ella le dio mientras escapaba de su
recámara. Si se quedaba, ella le arrancaría sus más profundos pensamientos. Tenía la
habilidad para hacer eso. ¡Le había dicho cosas que nunca confió a otra alma
viviente!
Cerró con fuerza su puerta detrás de él, y se recargó contra ésta, todo su cuerpo
temblando.
Odiaba tener que admitir que su padre estaba en lo correcto sobre esto, pero ya
había aprendido cuan doloroso era para un hombre estar tan enamorado de su
mujer.
Capítulo 10

Monty supo, en el momento que puso un pie en el estudio de su padre, porqué


había sido convocado. La expresión regocijada del doctor le dijo todo, incluso antes
de que el conde le ofreciera sus felicitaciones.
El Dr. Cottee se apresuró acercándole un vaso de lo parecía ser el mejor brandy
en sus manos. Su padre levantó su propio vaso hacia él en un brindis.
—Por el heredero Claremont —dijo el conde con patente satisfacción. Por una
vez, el débil matiz de desaprobación que siempre revoloteaba en lo profundo de sus
ojos estaba totalmente ausente.
Monty mecánicamente tragó el contenido de su vaso y se sentó pesadamente en
una silla cercana.
—Sabes que pienso que cometiste un error, casándote con esta joven, dada su
historia familiar —le dijo el conde. —Por mucho tiempo, todos creyeron que Lady
Framlingham era estéril. Eres más que afortunado de que ella no heredara esa
particular debilidad. Pero —continuó, un tono irascible se arrastraba en su voz, —
está aún el resto de la cuestión de si ella será capaz de traer un hijo a término. Su
madre fue singularmente un fracaso en ese aspecto.
El doctor se puso de pie, plegó sus manos sobre su amplio estómago y adoptó lo
que Monty supuso él pensaba era un comportamiento profesional.
—Necesitaremos ser extremadamente cuidadosos con la salud de su señoría.
Monty sintió todos sus miedos de la noche anterior abarrotarse, levantarse y
envolver sus determinados dedos alrededor de su garganta.
—Debes poner un alto a sus correrías por toda la propiedad con esos niños —
chasqueó el conde. —¡Especialmente sobre ese caballo endemoniado! La bestia más
caprichosa en los establos.
Monty tuvo una visión del cuerpo de Midge volando a través del aire, para
aterrizar con un repugnante sonido sordo sobre el césped mientras que Misty
galopaba en la distancia.
—No más cabalgatas —asintió Monty. —Definitivamente no más cabalgatas.
—También —el doctor se aclaró su garganta, —no debe escapar de nuestros
asuntos la advertencia que ustedes no deben implicarse en relaciones maritales con
tan excepcional frecuencia.
Monty se suspendió sobre su temperamento con una sombría determinación.
¡Sintió como si el doctor estuviera espiándolo! ¿Y qué demonios quería decir con
todo lo de nuestros asuntos?
—Eso deberá cesar, por supuesto —dijo el doctor.
A pesar de que a Monty le habría gustado decirle al doctor que no era su
condenado asunto con qué frecuencia hacia el amor con su mujer, la preocupación
por la salud de Midge lo impulso a preguntar.
—¿Está diciendo que sería peligroso continuar?
—En la etapa tan temprana del embarazo —le contestó el doctor, —cualquier
mujer, sin importar sus antecedentes, es particularmente vulnerable por el riesgo de
aborto. Nosotros no quisiéramos hacer nada que pudiera arriesgar su salud, o la del
heredero, ¿verdad? —el Dr. Cottee continuó entonces, por un tiempo interminable,
con lo que exactamente era, y lo que no era, permisible, que una mujer en una
condición delicada debía hacer.
—Naturalmente, no quiero hacer nada que pueda dañar bebé por nacer —
estalló Monty, aunque se rehusaba a asumir, como ellos estaban haciendo, que el
bebé que Midge llevaba era el heredero varón anhelado por su padre. Podría muy
bien ser una niña. Tuvo una breve e intensa visión de una preciosa cosa pequeña con
un mechón de cabello rebelde y una brillante sonrisa, exactamente como su madre.
—Entonces debes asegurarte que ella se comporte desde ahora —mordió el
conde.
Sí. Midge nunca podría perdonarse si alguna cosa le pasaba a su bebe debido a
algún descuido de su parte.
—Entonces usted me excusará —le dijo, golpeando ruidosamente el vaso vacío
sobre la mesa y poniéndose de pie. —Subiré con ella inmediatamente.
Caminó a la puerta sin esperar el permiso de su padre para irse. Midge estaba
embarazada. La había embarazado. Así que ahora era su deber mantenerlos a
ambos, a ella y su hijo, a salvo.
Pobre Midge. Esto no sería fácil para una joven con tanta energía, estar sentada
por todo el día, lo que era lo que las limitaciones del doctor significarían. Él parecía
pensar que lo más extenuante que ella pudiera hacer sería pasear a través de los
jardines. Y en cuanto a él… caminó a lo largo del pasillo que conducía de regreso a la
ala oeste, sus cejas arrugadas en el entrecejo mientras visualizaba la tortura de
retirarse a su cama solo, la cual parecería aún más vacía ahora que ella la había
compartido con él. Estaría pasando noche tras noche paseando por las tablas o
destrozado por las pesadillas que su suave y fragante presencia habían mantenido a
raya.
¡Demonios, no importaban las noches! ¿Cómo diablos podría mantener sus
manos lejos de ella durante el día?
Bueno, de alguna manera iba a tener que encontrar una forma, si esto era lo que
necesitaba para protegerla.
Apretó sus dientes mientras empujaba para abrir la puerta de su apartamento,
ya lamentaba la perdida de la intimidad que había hecho semejante diferencia en su
otrora gris existencia.
Los ojos de Midge se abrieron con aprehensión cuando alcanzó a divisar la
expresión sobre su rostro.
—No necesitas mirarme así, Midge —Monty agregó. —Este no es el fin del
mundo —solo el fin de las libertades que ellos habían disfrutado. —Precisamente
estuve con mi padre. El Dr. Cottee ha confirmado mi sospecha de que tendrás un
bebé.
Midge lo miró encolerizada. ¿Qué lo hacía ver tan irritado? Él no había sido
quien padeció el más íntimo y embarazoso reconocimiento que algún doctor pudo
urdir para una paciente femenina. Al momento en que el Dr. Cottee había dejado su
habitación, llamó por agua caliente para así poder lavar la sensación de sus babosas
manos sobre su cuerpo.
Solo una vez que estuvo totalmente vestida, cuando el sentimiento de repulsión
había menguado un poco, que se le ocurrió que él no dijo cuál había sido el resultado
de esa auscultación. Ya se había sentido herida por la forma en que Monty la había
dejado para dormir sola, de nuevo, y desconcertada por la forma en que la noticia de
su posible embarazo lo había afectado. Fue aún más humillante descubrir que el
doctor les había informado, al conde y a su esposo, antes de que alguien considerara
que ella tenía el derecho a saber ¡lo que estaba pasando dentro de su propio cuerpo!
Los ojos de Monty se estrecharon sobre su expresión resentida. Estaba lejos de
llorar de la forma en que las esposas de sus compañeros oficiales se habían visto
cada vez que uno de ellos había descubierto que estaban gestando.
Pero por otro lado, las mujeres solo se casaban con soldados en servicio si ellos
se amaban lo suficiente para soportar todas las privaciones que conlleva seguir a la
tropa.
Y Midge nunca se había sentido de esa forma con respecto a él.
No tuvieron una unión por amor. Lejos de eso. La había amenazado para casarse
con él, de forma egoísta la arrancó de ese otro hombre, ¡uno por el que ella se
preocupaba!
No quería que ella no luciera radiante ante la perspectiva de dar a luz a su hijo.
Un escalofrío descendió sobre él mientras recordaba un episodio de su niñez.
Su madre había estado conversando con una de sus intimas amigas. Ella lo había
sobresaltado al lanzar uno de sus brazos por su hombro y, por la única vez que podía
recordar, besándolo sobre la frente.
—Cuan agradecida estoy de que seas un hombre —ella había dicho,
desconcertándolo. Para su amiga, ella había después agregado, haciendo una mueca
con sus labios, —ahora el conde tiene su repuesto, a fin de lo que pueda pasarle a su
precioso heredero, no tengo la necesidad de continuar con este fastidioso aspecto de
este matrimonio.
Sintió un corte de respiración. Algo parecido a una opresión alrededor de la
región de su corazón.
¡No, demonios! Midge no era como su madre. Disfrutó haciendo el amor con él.
No consideraría tener a su bebé como una obligación a ser soportada.
¿Lo hacía?
Impulsó sus dedos a través de su cabello, vigilando sobre la ventana y miró hacia
afuera malhumoradamente.
—No puedes seguir montando. El doctor lo ha prohibido. Ningún ejercicio
extremo de ningún tipo —terminó ásperamente, aunque ahora estaba medio
convencido que esa particular limitación iba a ser más dura para soportar él que para
ella.
Mientras él hablaba de caballos, sus ojos automáticamente siguieron el camino
que conducía a los establos. Y vio su salida.
—Me voy a Londres —declaró, dando un golpe al bastidor de la ventana.
Era extremadamente enfermizo para un hombre estar tan totalmente
obsesionado con su esposa. ¡Tomó una jadeante respiración debido a que temía que
a ella pudiera no importarle la forma en que la cuidaba! Si titubeaba sobre estar aquí
mucho tiempo, ¡podría encontrarse en la humillante posición de caer sobre sus
rodillas y rogar por su amor!
La escuchó ponerse de pie.
—Estoy tan feliz —Pudo escuchar la sonrisa en su voz sin tener que mirarla. —
¿Cuándo partimos?
—Digo que yo voy a Londres —le dijo fríamente, dándose la vuelta y mirando
hacia ella. —No tú. Permanecerás aquí y descansarás.
La mirada herida sobre el rostro de ella casi lo hace debilitarse. Implacablemente
sofocó el sentimiento.
La única forma para preservar ambos su salud y su cordura era poner una
distancia substancial entre ellos. Sería una locura estar en cualquier lugar cerca de
ella hasta que consiguiera tener sus sentimientos bajo un mejor control. Mejor para
ella también. Tendría algunos días para acostumbrarse a la idea de llevar el niño de
un hombre que ella…
Una reciente oleada de dolor surgió a través de él.
—¡No discutas conmigo! —agregó Monty, cuando ella tomaba una respiración
para hacer justo eso —Y ni pienses que puedes hacer a tu placer una vez que me
haya ido. No saldrás más a cabalgar ¿me escuchas? Y por el favor de Dios, no
permitas que esos gemelos endemoniados te atraigan a algún reto, tampoco.
Monti hizo un corto alto en la descripción del mismo sermón del Dr. Cottee le
había dado a él. No tenía la intención de atemorizarla. En sí podía decirle, por el
gesto en su rostro, simplemente descubrir que estaba embarazada fue suficiente
para agobiarla por ahora.
Midge se hundió de nuevo sobre el sofá, como si todo el aíre hubiera salido de
ella.
—Entiendo —dijo ella. —Te doy mi palabra que después que te hayas ido, no
saldré a montar nuevamente o tomaré cualquier reto con tus hermanos.
—Demonios, Midge —empezó, instantáneamente lleno de remordimientos por
haberla herido. Pero cuando ella levantó su barbilla y lo miró con tal hostilidad que
reprimió la disculpa.
En lugar de eso, giró sobre sus talones y salió por la habitación, antes de hacer lo
que ningún hombre con una onza de orgullo debería jamás hacer.
Caer sobre sus rodillas y arrastrarse a los pies de una mujer.

***

Midge nunca entendería a los hombres.


Ayer, Monty parecía complacido al pensar que ella pudiera llevar a su bebé. Pero
luego su rostro había cambiado, y había abandonado el aposento abruptamente.
Desde entonces, él parecía reacio a estar en cualquier sitio cerca de ella.
Había sido completamente cruel cuando le había dicho que iba a Londres sin
ella.
Y después, esta noche en el comedor, mientras todos los demás la habían estado
colmando con felicitaciones, él parecía totalmente sombrío.
Incluso el conde se había flexibilizado hacía ella lo suficiente para preguntar si
había alguna cosa que él pudiera hacer para ella. Entonces había tomado la
oportunidad para rogarle que considerara enviar a los niños a la escuela, había
pensado que Monty debería estar agradecido. Él estaba siempre diciendo que
deseaba que ellos tuvieran la educación que les estaba siendo negada en Shevington.
Pero cuando el conde, con una leve sonrisa despectiva, había dicho que le
concedería su petición, Monty había continuado mirando tristemente dentro de su
plato de sopa.
No se levantó de la mesa cuando ella lo hizo, y aunque lo había esperado en su
sala de estar por horas, no había subido a ella. Eventualmente, cuando escuchó la
campanada de media noche de la iglesia del pueblo, decidió igualmente que debería
ir a la cama.
A la suya. Fue obvió por entonces que estaba deliberadamente evitándola. No le
había tomado tanto tiempo comprender por qué Monty no quiso que lo acompañara
a Londres. Sabía su propensión en complicarse en problemas. Sí fuera a involucrarse
en política, la última cosa que necesitaba era una esposa quien fuera una vergüenza
social. La forma en que la había sermoneado sobre mantenerse lejos de los
problemas en Shevington había dejado claro lo que la consideraba una
responsabilidad.
Pero cuando la noche avanzó, sus sentimientos de autocompasión se
consumieron junto con su vela. Cuando el nuevo día empezó a aclarar, también lo
hizo su sensación de resentimiento. ¿No le podía al menos haber brindado su
felicitación? Después de todo, todo el propósito al casarse con ella había sido
proveerlo de un heredero. Ella había cumplido su parte del convenio, y ¡debía estar
agradecido!
¿Y qué, exactamente, se suponía que hiciera mientras él estaba en Londres
siendo increíblemente importante? Al menos en Londres, habría personas que podría
visitar.
No había nadie con quien pudiera hablar en Shevington, ¡excepto los gemelos! Y
le había hecho prometer que ella no saldría a montar con ellos una vez que se fuera.
No es que se hubiera ido ya. No había escuchado que acercaran el coche. Y este
debía pasar directo bajo su ventana en su camino de los establos a la puerta
principal.
Su corazón golpeo, balanceó sus piernas fuera de la cama, tomo su bata y
caminó de puntillas cruzando la sala de estar que compartían, apoyó su oído en la
puerta de su habitación. Podía escuchar a alguien moverse alrededor. Esto sonó
como si Monty estuviera, ya sea vistiéndose o su valet empacado su ropa. En ambos
casos, significaba que aún no se iba.
Había apenas levantado su mano para tocar sobre la puerta, a fin de poder al
menos aclarar las cosas entre ellos antes de que partiera, cuando una ola de nauseas
la golpeó. Tomó una profunda respiración, determinada a dejar de pelear. Quería
ofrecerle una despedida de una manera digna. Y determinar si realmente era algo
que había hecho que lo había puesto en un estado de mal humor el día anterior.
Monty tenía un montón de otros problemas, además de estar casado con una mujer
que creaba un área de desastre al caminar. Deseaba decirle que… tragó saliva. Con su
cabeza en alto, le diría…
¡No era posible! ¡Se estaba enfermando! Levantando su bata con una mano y
manteniendo la otra prensada firmemente sobre su boca, corrió a su habitación.
Alcanzó su recámara justo a tiempo, agarrando el orinal debajo de la cama, y
vomitó miserablemente en éste por lo que pareció como una eternidad. Lo que
eventualmente la levantó, fue el sonido de las ruedas de un carruaje pasando bajo su
ventana. Para su desazón, entendió que Monty estaba partiendo.
Partiendo sin incluso molestarse en despedirse.
Sus piernas cedieron bajo ella, y se derrumbó desconsolada sobre el piso. Esa
única noche que le había permitido dormir en sus brazos no había significado nada
para él ¡en absoluto! No le había importado. Verdaderamente no le había importado.
No recordaba haberse sentido tan miserable en su vida.
El sentimiento de infelicidad permaneció con ella toda la mañana. Pansy le
advirtió, con un aíre mundano, que alguna tostada seca la harían sentir mejor. Y esto
ayudó a calmar su estómago. Pero ninguna cantidad de tostadas aquietarían un
corazón que estaba tan gravemente herido.
Incluso no tenía la esperanza de salir a montar con los gemelos para levantarle el
ánimo. Miró, envidiosamente, desde la ventana como ellos se alejaban galopando de
la casa sobre sus pequeños y flacos ponis, sin siquiera una mirada atrás.
La mañana avanzó interminablemente. Intento leer un libro, pero no podía
mantener su atención. La desesperaba estar sobre el sofá acojinado, detrás de la
ventana para mirar con añoranza hacía los árboles, donde sabía que los niños
estaban jugando. Debía encontrar alguna clase de ocupación sedentaria, mientras
esperaba que pasaran los meses de su confinamiento, comprendió, o enloquecería.
Ya estaba marcando el tiempo antes de que el almuerzo se sirviera. Y añoraba por la
llegada del correo.
No haría ningún daño, seguramente, ¿sí solo salía para caminar? El día estaba
tan apacible. Y, si no se le permitía montar, al menos podía ir por el establo y visitar a
Misty.
La perspectiva de conseguir salir de la habitación que estaba empezando a sentir
como una jaula, después de solo una mañana, levantó su espíritu inmensamente. Se
detuvo para tomar un chal y lo colgó alrededor de sus hombros, a fin de que nadie la
acusara de no tomar los apropiados cuidados, tomó una manzana del tazón de frutas
para consolar a Misty por no poder salir y hacer algún ejercicio, y bajó la escalera.
Fue a lo largo del pasillo que conducía a la salida pasando las oficinas del
administrador, cuando una de las puertas se abrió, y el conde salió, mirándola
tormentosamente.
—¿Qué crees que estás haciendo aquí?
Nunca lo había visto con tanto color en su rostro. No que esto lo hiciera ver algo
más sano que lo normal.
—Solo voy a los establos —dijo Midge, apretando su chal alrededor de sus
hombros.
—Crees que puedes pasar sobre mí ¿Verdad? Desobedeciendo mi autoridad
para dirigirte a montar aunque ¡puedes olvidarte de eso! —se cernió sobre ella, sus
ojos brillantes con furia. —¡Ladina! ¡Como toda mujer! Al minuto que tú esposo te da
la espalda, ¡piensas que puedes hacer lo que te plazca! Pero no lo conseguirás.
¡Tendré al personal vigilándote en cada movimiento!
Fue un impacto verlo actuar de esa manera. Aunque Monty lo había descrito
como casi apoplético por la rabia por un desacuerdo entre ellos, había asumido que
debía estar exagerando.
—No —le dijo en lo que esperó fuera un tono tranquilizador, y le mostró la
manzana que había tomado para Misty, —Yo solo voy a…
—La manzana nunca cae muy lejos del árbol, ¿no es así? —le dijo, antes que ella
pudiera explicar que no tenía intención de ir a montar. —Eres el producto de la más
notoria pareja de mis días. E igual que ellos. Lascivos. Dejando rastros de ropa por
toda la casa. Engañando a su esposo en los establos, ¡así él puede satisfacer tu
picazón en el interior a la luz del día!
Midge estaba tan impactada por la forma en que el conde le estaba
recriminando, la saliva volando de su boca, simplemente se echó para atrás, con la
boca abierta. No es de extrañar que la gente soportara sus estados de ánimos fríos y
sarcásticos, pensó mientras se acercaba a la pared, si oponerse a él podía resultar en
una escena como ésta.
—Mildenhall es un tonto si piensa que tú no encontrarás alguna forma para
distraerte mientras está en Londres instalando una amante. Salsa para el ganso, eso
es lo que una mujer como tú dice, ¿no es así? Maquinando para conseguir uno de los
mozos del establo para llenar el lugar de tu esposo ¿Verdad?
Ella se quedó sin aliento ante el ultraje, pero el conde no le dio oportunidad para
refutar la salvaje acusación.
—Por esto le aconsejé casarse solo con una mujer de la que no pudiera
enamorarse. ¡Para ahorrarle este tipo de dolor!
Podría haberla golpeado también.
—¡Él no está —chilló, —instalando a una amante!
El conde tiró la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Por supuesto que lo está haciendo. ¿Crees que un hombre como él puede
soportar permanecer aquí, sirviendo a una simple y pequeña carga como tú, cuando
hay hermosas mujeres disponibles en la ciudad? Le dije siempre que casado, y
proveyendo a Shevington con un heredero, yo le franquearía la compra de cualquier
mujer que realmente quisiera. Merece su recompensa por cumplir su deber con el
linaje Claremont —terminó con una burla.
—¡Es odioso! —jadeó Midge. Incluso si todo lo que dijo era verdad, ¡pero
lanzarle esto en su cara fue realmente cruel!
—¿Cómo te atreves a hablarme de esta forma? —siseó el conde. —¡Regresa a tu
habitación! —señaló de regreso por el corredor, y Midge asustada por la
malevolencia que ardía en sus ojos. Escapó como un conejo asustado.
No paró de correr hasta que estuvo a salvo en su habitación con la puerta
cerrada firmemente detrás de ella. ¡El hombre estaba trastornado! Siempre se había
preguntado cómo demonios podía tratar a Monty y a los gemelos tan cruelmente.
Ahora se preguntaba sí esta era la clase de conducta irracional que había conducido a
su tercera esposa a esas aventuras por las que era famosa. ¡O si él había imaginado
todas esas aventuras en algún loco ataque de celos!
Y por lo que respecta a lo que había dicho sobre las razones de Monty para
marcharse… ¡Eso no podía ser verdad!
¡Simplemente no podía!
Y no obstante, ¿No se había preguntado siempre por qué era tan reacio a
permanecer en su cama toda la noche? La había dejado pensar que era debido a sus
pesadillas, pero al momento que tuvo la sospecha de que podía estar embarazada…
¡Oh! Se dejó caer en el sofá, cubriendo su rostro con sus manos. ¿Siempre había visto
hacer el amor con ella como un cumplimiento de su deber para el linaje familiar?
¡Había ciertamente cesado su representación al minuto que el Dr. Cottee había
confirmado que no había necesidad de que se molestara nunca más! Y ahora que
había conseguido embarazarla, había partido a Londres para encontrar una hermosa
mujer como una recompensa por haber cumplido su obligación para el nombre de la
familia.
¡No le asombraba que Monty hubiera protestado tan vigorosamente cuando le
había sugerido acompañarlo a Londres! Sería difícil pescar una hermosa amante con
una esposa embarazada a cuestas.
No es que eso hubiera alguna vez detenido a su padre.
Se enderezó, preguntando qué diablos la poseyó para fabricar escusas para
Monty, incluso mientras estaba a punto de serle infiel. ¿Qué clase de idiota
apreciaría a su marido por su discreción al establecer a su amante?
Alguien que siempre supo que él era demasiado bueno para ella. Alguien quien
había aceptado este matrimonio sabiendo que probablemente nunca se enamoraría
de ella. ¡Alguien quien… estaba a punto de enfermar!
Se refugió en su habitación y su orinal, cuando la doncella llegó con la bandeja
de su almuerzo, casi ordenó a la muchacha que solo se la llevara. No estaba en
condiciones de tragar un simple bocado.
Aunque agradeció que no lo hiciera así cuando los gemelos llegaron un corto
tiempo después. Ellos le dieron una mirada a la bandeja llena y empezaron a servirse
de sus sándwiches intactos, atiborrando algunos en sus bocas y algunos en sus
bolsillos para más tarde.
¿Con qué frecuencia podrían haber sido los receptores de los ataques de cólera
del conde? Muchas veces, probablemente. Solo debía pensar en el temor con el que
ellos lo habían visto el día que trajeron sus mascotas dentro de la casa. ¡No se
extrañó que pasaran casi todo su tiempo fuera o abajo codeándose con los
sirvientes!
Intento sonreírles, pero fue una proeza.
Y los niños lo notaron.
—Sabemos que tendrás un bebé —dijo Tobe, su desdeñosa mirada se dirigió a
su vientre.
—Y que tú ya no nos quieres, —dijo Jem, lleno de resentimiento.
—¡Oh, no! —no pensó que fuera posible sentirse aún peor, pero su corazón cayó
cuando entendió que el conde debía haberles dicho que ellos serían enviados a la
escuela de una forma cruel que ellos creyeran que esto era alguna clase de castigo.
Apretó sus manos, esperando explicarles, pero como uno, ellos retrocedieron
alejándose de ella.
—Solo vinimos a pasarle un mensaje de ese amigo suyo.
—Uno sobre un caballo negro.
—Vino a nuestra guarida en el claro de campanillas azules donde nosotros te
mostramos el grupo de tejones.
—Nos preguntó dónde estabas. Nos dijo que te dijéramos que desea verte. Y
que permanecerá en la Dama Silenciosa pasando el camino de Shevington Cross.
—Y luego se dio una palmada en la cabeza y se puso de un color chistoso y algo
encorvado sobre la crin del caballo.
—Creo que él estaba enfermando.
—De cualquier forma, nosotros dijimos que te diríamos que él necesitaba verte,
y lo hicimos.
—¡Pero no te haremos más favores!
—¡Pensamos que eras nuestra amiga! —gritó Tobe airadamente.
—Lo soy… —protestó Mide, pero fue demasiado tarde. El par había salido
corriendo de la habitación, azotando la puerta detrás de ellos. Midge sepultó de
nuevo su cabeza entre sus manos con un gruñido. Los gemelos eran lo que hacían la
vida en Shevington tolerable. No había esperado que ellos abandonaran sus
actividades en el exterior, para sentarse y permanecer en su compañía. Pero ahora
que el conde los había puesto contra ella, saldrían fuera de su camino para evitarla.
No vería un rostro amigable, durante todo el día.
Cuando Cobbett llegó con una carta, sintió como si él hubiera lanzado un
salvavidas. Había todavía personas quienes se preocupaban por ella. Su tía le escribía
regularmente, y Rick escribió cuando tuvo tiempo. Cartas de Gerry eran poco
frecuentes, y tendían a llegar en montón, dependiendo del capricho de la flota.
Hoy, solo una simple carta descansaba sobre bandeja de plata. Reconoció la
escritura inclinada de su hermanastro Nick. Fue con alguna sorpresa que ella rompió
el sello. Era sola la segunda vez que le había escrito desde que había llegado a
Shevington, y eso solo había sido una corta misiva cortés, en la cual le había
expresado su satisfacción por haberse casado tan ventajosamente.
Pero la noticia que tenía para ella esta vez, le causó un golpe tan grande que no
sabía cómo podía soportarlo, llegando como lo hizo tan rápidamente detrás de todo
lo demás que había ocurrido ese día.
Gerry estaba muerto. De una fiebre. Nick había escrito tan pronto como recibió
la noticia, pero su hermanastro, al parecer, estaba muerto ya algunas semanas.
Difícilmente pudo aceptarlo. ¿Cómo podía Gerry estar muerto? ¡Le había
enviado una carta solo el día anterior!
Dejó que la carta de Nick a la deriva en la alfombra mientras la horrible verdad
penetraba, Gerry nunca leería lo que en su última carta había escrito para él. Nunca
lo vería de nuevo.
Su vida había acabado.
No más promociones. No más historias de aventuras para cautivar a su
hermanita.
No más Gerry.
Eventualmente sus ojos se enfocaron sobre la opulenta habitación en la cual
estaba sentada. Sola.
No había nadie con quien ella pudiera compartir su pena.
Nadie a quien le importara para platicar sobre cómo se sentía.
Aunque había intentado tan duramente encajar. Pensó que estaba haciendo
algún avance, pero hoy había aprendido lo poco que le importaba a cualquiera de
ellos. Hoy, todos ellos le habían vuelto la espalda, uno tras otro.
Había sabido que no pertenecía a este lugar, ¡justo desde el primer momento
que había puesto los ojos en el exterior de los edificios! Justo desde el primer
momento… sus ojos se encendieron sobre el horrible jarrón posado sobre la mesa
baja a un lado de la chimenea. No podía creer que hubiera llegado tan lejos para
salvar tan horrible pieza de porcelana. O para haber trabajado tan duro para
integrarse a un grupo de personas quienes le habían dejado atrás tan malvadamente.
Saltando sobre sus pies, agarró el jarrón que parecía representar todo lo que era
horrible en Shevington, levantándolo sobre su cabeza lo arrojo dentro fogón con un
salvaje grito de furia.
El jarrón se destrozó en docenas de pedazos con un sonoro golpe que fue de
alguna forma su consuelo.
Pero no fue suficiente. Ni de cerca suficiente.
Gerry estaba muerto. Sepultado en alguna tierra remota. Tan lejos que nunca
tendría la oportunidad de al menos dejar flores sobre su tumba.
¡Incluso sí Monty y su padre alguna vez le permitieran poner un pie fuera de los
muros de Shevington Court de nuevo! Porque el conde la había, más o menos,
amenazado de mantenerla presa ahí.
No permanecería ahí.
Las paredes se sentían como si ellas se estuvieran cerrando sobre ella.
Desgarrando los botones del cuello alto de su vestido de día, corrió a la puerta y
la abrió, medio esperando encontrar un guardia apostado afuera. Fue casi una
desilusión el no encontrar a alguien ahí.
Levantó su barbilla y caminó a lo largo del corredor a las escaleras. ¡No había
ningún riesgo en caminar si ella quería!
—¡Sólo deja que alguien intente detenerme!
Con sus puños firmemente cerrados, marchó directamente a la salida de la
puerta principal. En despecho por la amenaza del conde por poner a su personal para
observar todos sus movimientos, no encontró una sola alma mientras corría
alrededor del costado de la casa y cruzó el pulcro prado. Estaba en tal estado que
apenas supo a donde iba. Fue solo cuando la esencia acre del perejil aplastado asaltó
su nariz, notó que había abandonado del todo los jardines formales y estaba
entrando al borde del bosque. Y solo después de esto se le ocurrió que lo que
necesitaba era alcanzar algún sitio desde el cual las paredes de Shevington fueran
completamente imperceptibles.
Se hundió a través de los helechos, esquivando las ramas bajas y rodeó las zarzas
del monte, hasta que alcanzó un bosquecillo de avellanos. Solo entonces inclinó
hacia atrás su cabeza y dejó salir un llanto que se había estado formando en su
interior desde… desde… Se dobló sobre si misma con dolor. Eran todas esas cosas,
juntándose lo que la había destrozado tanto. No solo la noticia de la muerte de
Gerry, más el ataque del conde, el abandono de los gemelos y la infidelidad de
Monty, todo vino tan rápidamente, uno después del otro.
La claridad hizo eco con el llamado de alarma del remolino de aves asustadas,
que en masa, habían elevado cuando gritó.
Después un silencio desolado descendió a través de las ramas deshojadas.
Recordándole que solo estaba ella.
Si sólo Rick estuviera aquí, pero no estaba. Sus obligaciones lo habían llevado a
tierras extrajeras.
Pero incluso si estuviera aquí, las cosas nunca serían iguales entre ellos. No
ahora que estaba casada con su amigo. Nunca sería capaz de confiar en él
completamente. No si su relato concernía a Monty.
No había nadie, jadeó, ningún alma a quien volverse por consuelo.
Nadie a quien le importara de una forma y otra…
Excepto. Se quedó muy quieta.
Stephen la había seguido hasta aquí. Quería verla. Y era su hermano. Levantó su
barbilla y enderezó sus hombros. Si había una oportunidad, sin importar cuán escasa,
si esta última comunicación de Stephen pudiera dirigirse a alguna forma de
reconciliación, entonces la aprovecharía. Necesitaba aprovecharla. Solo había
evitado reunirse con él hasta ahora por respeto a los deseos de Monty. Pero ¿qué le
importaba su buena opinión ahora?
La había engañado y abandonado… oh, claro. No engañado. No a propósito. Era
su propia culpa si había asumido que su ternura y paciencia significaban algo.
Pero a largo plazo, Midge sorbió, podría haber sido mejor para ella si no hubiera
intentado ser amable con ella. Al menos entonces no se habría enamorado de él. Y
entonces su prisa por dejarla para encontrar a una hermosa amante como
compensación por hacer su repulsivo deber con ella, pudo no herirla tanto que ¡no le
importara si Stephen tenía un plan para dañarla!
Limpiando su nariz sobre la larga manga de su vestido, aplicó una rápida mirada
sobre el bosquecillo, después se estableció en la dirección que creía se dirigía a la
villa de Shevington.
Capítulo 11

Midge estaba sin aliento una vez que emergió del cinturón del boque que
bordeaba el camino, pero agradecida con ella misma por llegar a menos de un cuarto
de milla de la villa de Shevington. Incluso si ella era un fracaso en todo lo demás, ¡no
se podía negar que tenía un buen sentido de orientación!
No le tomó mucho encontrar la posada, tampoco, dado que Shevington era
apenas más que un puñado de edificios incrustados alrededor de un cruce de
caminos.
Miró fijamente el cartel de la posada, delineando a una mujer con un vestido
Tudor, su cabeza cortada descansando a sus pies, después caminó a través de una
amplia arcada suficiente para admitir al coche de correos, y los dos pisos sugerían
abundantes habitaciones para alquilar, dedujo que poseía una estratégica posición
sobre las rutas entre Dover y Londres.
Caminó a un costado de la fila, y fue directamente al hombre presidiendo detrás
de la barra en el área púbica de la cafetería.
—Disculpe, ¿creo que hay un hombre quedándose aquí con el nombre de
Stephen Hebden?
El posadero le dio una mirada desdeñosa, lo cual le recordó que no estaba
vestida con ningún abrigo ni sombrero. Su vestido de mangas largas y cuello alto
había parecido perfectamente respetable cuando se lo puso en la mañana. Pero
desde entonces, había desprendido los botones superiores, limpiado su nariz sobre
su manga, su dobladillo empapado por caminar a través de la hierba, y levantó gran
cantidad de follaje sobre su largo cabello volando en el denso bosque.
—Nadie con ese nombre está aquí —le dijo. —Quizá, yo debería hacerlo en su
lugar, querida—él miró de reojo, inclinado sobre la barra, su respiración con olor a
cerveza soplo en su cara.
Midge se estiró a toda su altura, sabiendo su única defensa sería su actitud.
—Como se atreve a hablarme de esa manera —estalló en ira, imitando a su tía
en su forma más fría. —El hombre a quien busco es mi hermano. Me avisó que
necesitaba verme urgentemente —hizo un breve movimiento para indicar que la
urgencia explicaba el estado de su vestido.
Los ojos del posadero se estrecharon.
—¿Supone alguna posibilidad que este hermano suyo sea alto, cabello negro y
lleve puesto un pendiente? ¿Luce como si pudiera ser un gitano?
—¡Sí! ¡Ese es! —gritó Midge. Todo ese barro y hojas pegadas a sus faldas habían
hecho algo bien después de todo. Obviamente se miraba como la clase de persona
quien vivía en las calles.
—Habitación cuatro —le dijo el camarero, —subiendo esas escaleras —señaló
con su cabeza las delgadas escaleras que se levantaban desde una esquina del bar, —
hasta el final del pasillo. Y espero que seas capaz de arreglar su tiro —agregó él
agriamente, —si mete su cuchara en la pared.
¡No se imaginó que Stephen pudiera estar tan enfermo! Gracias al cielo había
acudido a él tan pronto después de que los gemelos le alertaran sobre su aflicción.
No, admitió su culpa, mientras corría a toda prisa cruzando el bar y subiendo las
escaleras, no había sido preocupación por él lo que la había conducido ahí. Pero por
alguna razón, estaba aquí ahora, y haría cualquier cosa que pudiera para ayudarlo.
Tocó gentilmente sobre la última puerta al final del corredor, y cuando no hubo
respuesta, levantó el picaporte y entró de puntillas.
Las cortinas estaban cerradas, oscureciendo la alcoba, pero desde la tenue luz
que se derramaba sobre sus hombros desde el pasillo, pudo distinguir el cuerpo de
un hombre extendido sobre cama.
Estaba vestido solamente con sus pantalones. Y sostenía su arrugada camisa
sobre su rostro.
—Stephen —susurró Midge, cerrando la puerta suavemente detrás de ella y
caminando hacía la cama. Por una nueva tirantez que apresó su cuerpo, podía decir
que él sabía que estaba ahí, pero no hizo ningún sonido. Estiró su brazo y con su
mano revisó su temperatura. Pero antes de poder tocarlo, su mano salió disparada y
la tomó de su muñeca.
—¿Qué quieres de mí? —gruño a través de sus dientes, como si incluso el acto
de hablar le causara dolor.
—Ayudarte, si puedo —replicó Midge. Stephen se quejó y la dejó ir, presionando
su camisa más firmemente sobre sus ojos. —Sé que probablemente solo viniste aquí
para causarme problemas…
Una derrotada carcajada salió de sus pálidos labios.
—Ya estoy pagando por lo que planee hacerte. Puedes irte ahora.
En lugar de abandonarlo, Midge fue hasta la campana y tiró con fuerza. No le
importó lo que pensara de ella. No le daría la espalda a un conocido en una posada
donde a nadie le importaría nada, menos como él estaba sufriendo, no dejaría solo a
su único hermano verdadero de sangre.
—Dime lo que necesitas —insistió Midge, empujando una silla sobre un costado
de la cama.
—Nada —profirió Stephen, sus ojos se cerraron rápidamente. —A nadie.
Tentativamente, Midge posó la mano sobre su hombro. Su cuerpo estaba tibio,
pero no caliente como si tuviera fiebre.
—Puedo decirte que te duele la cabeza —dijo Midge. Stephen no soportaba
abrir sus ojos, incluso deliberadamente había oscurecido la habitación, sin hablar del
ronco susurro. —Ordenaré un poco de café —le dijo enérgicamente. Midge
regularmente no tenía mucha compasión por hombres quienes se embriagaban
hasta tal estado. Pero él no tenía a nadie más para cuidarlo.
Y no había ahora ningún otro lugar donde ella quisiera estar.
Nadie más que la necesitara.
Cuando la camarera llegó, Midge ordenó café y un poco de aceite de lavanda a
fin de poder mojar las sienes de Stephen con este. La sirvienta miró de pasada de ella
al cuerpo recostado de Stephen.
—¿Cómo planea pagar por esto?
Midge tomó un respiro y contó hasta tres antes de contestar.
—Soy la Vizcondesa Mildenhall. Tengo la certeza que, en caso de que mi
hermano no tenga dinero en este momento, ¡una cuenta presentada en la propiedad
será cubierta sin preguntas!
La sirvienta frunció sus labios.
—¿Empezará eso de nuevo? Antes la condesa acostumbraba reunirse con sus
elegantes hombres aquí —sonrió burlonamente, después bajando la voz, se inclinó
como si compartieran una confidencia. —Si usted no desea que esto se sepa,
querida, necesita traer efectivo la próxima vez —ella salió caminando por el
corredor, con sus hombros temblando por la risa.
Midge cerró la puerta, atónita por la presunción de la camarera de que ella
estaba embarcada en una aventura clandestina, y enterarse de que la madre de los
gemelos había, efectivamente, tenido amantes. ¡En esta misma posada! Cuando está
estaba tan cerca de Shevington Court, y de tanta actividad. Debió haber estado
decidida a infligir tanto dolor y humillación sobre el conde como ella pudiera.
Aunque, habiendo sufrido tan injustificado ataque esta mañana, Midge admitió
a regañadientes, que de hecho, entendería lo que la había conducido a tomar tan
drástica forma de venganza.
—Has arruinado tu reputación en este lugar por venir a verme —rechinó
Stephen desde la cama. Midge se dio la vuelta, para verlo mirando fijamente hacia
ella, con una expresión indescifrable en su rostro.
Midge se encogió de hombros. Los residentes habrían visto el carruaje de Monty
pasando por esta posada en camino a Londres. Podrían muy bien asumir que ella
había aprovechado la primera oportunidad después de que su esposo partiera para
volar a la cama de su amante.
El conde, Midge hizo una mueca, ¡con seguridad podría!
—No me importa —le dijo desafiantemente. El conde ya había decidido que era
una libertina, sin una pizca de evidencia. Acusarla de crímenes que nunca habría
soñado en cometer, juzgándola por rumores sobre sus padres y condenándola a un
confinamiento solitario en su habitación.
¿Qué era un crimen más, para añadir a todos los otros cargos? ¡Midge sabía que
era completamente inocente!
—Tú eres mi hermano. Y eso es todo lo que me importa.
Stephen la miró fijamente, sus ojos oscuros con suspicacia y hostilidad. Para
luego, cerrarlos y decir:
—Algunas veces, consigo un poco de alivio si mi hermana corre mis dedos a
través de mi cabello.
Midge avanzó lentamente al respaldo de la cama, su corazón saltando de
esperanza. Se quedó de pie muy silenciosa por algunos segundos, contemplando
hacia el orgulloso y cerrado rostro, después, tomando todo su coraje en sus manos,
colocó sus dedos en su sien, y los barrió firmemente por todo su cuero cabelludo.
Stephen exhaló un suspiro que fue casi un gruñido. Pero no le empujó las manos esta
vez. Una y otra vez corrió sus dedos a través de su cabello oscuro y abundante
cabello, hasta que vio que sus grandiosos hombros cicatrizados hundirse en las
almohadas, como si estuviera permitiendo soltar algún peso opresivo. Fue solo
entonces que la importancia de sus palabras la golpearon. Él tenía otra hermana.
Una con quien estaba en términos íntimos.
—Mi hermana —había dicho. No mi otra hermana.
Midge detuvo la actividad sobre su cabellera, imaginando a una muchacha quien
luciera justo como él. De alguna manera, sabía que esta otra hermana de quien
hablaba venía de la gente de su madre. La gente a quien sentía que pertenecía. Si no
¿por qué se tomaría tanto esfuerzo enfatizar sus orígenes? Podría fácilmente haber
cortado su cabello a la moda. No había necesidad para lucirlo tan largo, u ostentar el
aro de oro en su oreja izquierda. O vestir ropas que eran tan coloridas y cortadas en
estilo tan exótico.
Stephen continuó respirando constantemente, y Midge vio que el surco entre
sus cejas se había ido. Estaba dormido. Jaló su camisa de su flojo agarre,
sacudiéndola y colgándola sobre el respaldo de una silla, preguntándose si había
estado alguien para hacer algo así por Gerry en sus últimos días.
Pensar en Gerry envió una inmensa ola de pena a colisionar sobre ella. Y ahora
que no había más que ella hiciera sino correr, se encontró impulsada a romper y
llorar por la imposibilidad de quedarse por más tiempo. Apuñó fuertemente sus
manos, fue sobre la ventana la cual tenía un amplio alfeizar, sobre el cual algunos
raídos y muy grasientos cojines estaban desparramados. Tomó uno y se sentó sobre
él, subió sus rodillas y sepultó su rostro en éstas. Si ella no podía contenerse por más
tiempo, al menos lo haría amortiguando el sonido de sus sollozos, para sí no
perturbar a Stephen. Por una y otra vez, levantó su cabeza lo suficiente para mirar
hacia él. Pero nada lo despertó. Ni siquiera el regreso de la camarera con el café,
aunque sin el aceite de lavanda. Midge se encogió de forma fatalista. En todo caso,
dormir era probablemente el mejor remedio para cualquier dolencia que él tuviera.
Midge se tomó el café, entre sollozos, después se encorvó de regreso en la
asiento de la ventana. Pensó mantener la vigilancia sobre Stephen, pero difícilmente
podía mantener los ojos abiertos. Aunque eso no era sorprendente, considerando
que difícilmente durmió un parpadeó la noche anterior. Y hoy, en lugar de tomar su
acostumbrada siesta para compensarlo, había pasado la tarde destruyendo cerámica,
paseándose a pie a través del condado y suministrando a posaderos y camareros
alimento para chismes. Y el ataque de lágrimas la había drenado de la poca energía
que le quedaba.
Midge volvió a arreglar una o dos de los cojines para apoyar su cabeza, y se
colocó en una posición más confortable, sintiendo como un guiñapo y colgada sobre
un cordel.
Y despertó con un respingo cuando Stephen extendió su brazo sobre ella, para
jalar y abrir las cortinas.
—Buenos días —dijo él secamente.
Midge frotó sus ojos, después se estremeció ante el dolor que se disparó detrás
de su cuello cuando intentó mover su cabeza. Los cojines que había tan
cuidadosamente arreglado la noche anterior, estaban todos desparramados sobre el
piso, y despertó con su cara encajada contra el alféizar de la ventana.
—¿Mañana? —repitió medio dormida. Esto parecía imposible, aunque la
letárgica luz gris de un nuevo día estaba definitivamente filtrándose a través de la
sucia ventana.
Stephen caminó al lavabo, vertió agua dentro de la palangana, y
despreocupadamente empezó a lavarse. Sus escandalizados ojos vagaron por su
torso desnudo, su corazón se compadeció. Ella había visto cicatrices de la guerra
sobre el cuerpo de su esposo, así que reconoció el sufrimiento que todas esas
entrecruzadas líneas plateadas representaban. Si ella no lo hubiera sabido mejor,
habría pensado que había sido un soldado. Una bala definitivamente le había
causado la herida irregular en el hombro. Era muy parecida a una que Monty tenía.
—¿Por qué viniste? —dijo Stephen, su espalda aun hacía ella mientras se
estiraba por una navaja de afeitar plateada.
Midge no se detuvo a pensar sobre su respuesta. Ella había estado afligida y
sola, y él había enviado por ella.
—No tengo a nadie más.
—¿Y tu esposo adinerado? —Stephen se burló, blandiendo su navaja de afeitar
con una velocidad aterradoramente letal
—Fue a Londres.
Stephen sumergió la navaja en el agua, enjuagando el jabón.
—¿Y ahora?
—Supongo —dijo Midge con vacilación, —desearás que me retire ahora que
estas bien de nuevo. Aunque… —empujó uno de los cojines con sus dedos —
…llegaste aquí para verme. ¿No es así? Debiste tener alguna razón para salir a
buscarme.
Oh, cuanto deseaba que él le dijera que había lamentado causarle problemas en
la boda. Y que, debido a que era su hermano, ¡él deseaba que estuvieran en buenos
términos de nuevo!
Pero su rostro, cuando se dio la vuelta hacia ella, estaba desapacible, no
arrepentido.
—Quiero saber sobre lo que se dijo en la boda —cuando ella frunció el ceño
confusa, él dijo impacientemente: —Sobre tu madre. Que ella le pidió a tu padrastro
que me buscara. Que cuando ella escuchó que yo había muerto en el fuego… —se
volvió abruptamente, tomando su camisa y halándola sobre su cabeza.—Ella me hizo
pensar que se preocupaba por mí —él gruñó, jalando para ajustar su camisa. —Que
ella pensaba de mí como un hijo. ¡Y después me arrojó como un pedazo de basura
tan pronto como mi padre murió!
Midge saltó sobre sus pies.
—¡Ella no lo hizo! Cuando nuestro padre fue asesinado llegó a estar muy
enferma. Su padre, mi abuelo Herriard, vino y nos llevó de regreso a su casa para
cuidarla. Fue él quien te envió lejos. Para cuando estuvo lo suficientemente bien para
venir a la guardería a vernos, fue demasiado tarde. Tú ya no estabas ahí.
Midge se volvió a sentar abruptamente, su cabeza giraba alarmantemente.
—Le rogó que le dijera dónde estabas —le dijo tranquilamente, recargándose y
tomando respiraciones profundas para intentar impedir el desmayo. —¡Pero él no
quiso!
—¿Recuerdas todo eso, realmente? —Stephen se burló. —¿Cuánto tenías,
alrededor de cuatro años?
Midge agitó su cabeza, cerrando sus ojos.
—Solo recuerdo destellos de cosas de ese entonces. Siendo levantada de mi
cama en medio de la noche, mi madre llorosa, y después la desdicha de la guardería
en Mount Street. Extrañando a mi madre, y —abrió los ojos y lo miró directamente,
—a ti —la ausencia de Stephen le había dejado un gran hueco en su vida. Un hueco
que ningún otro realmente había jamás sido capaz de llenar desde entonces.
—Tú eras al que siempre seguía —le dijo tristemente. —Recuerdo eso —ella
también se recordó trotando detrás de los hijos de Hugh Bredon en la misma forma
que acostumbraba seguir detrás de su adorado Stephen. Y siguió el impacto de
encontrarse de nuevo con su hermano mayor y no la levantara automáticamente y la
acurrucara hasta que ella se sintiera mejor. Había parecido un largo tiempo antes de
que Rick hubiera gradualmente empezado a responder a su necesidad de afecto.
Gerry había seguido el ejemplo de su hermano mayor, eventualmente. Aunque
Nick…
Midge dejó a un lado esas desfavorables comparaciones, regresando al asunto
en sus manos.
—Y entonces te habías ido. Y padre se fue. Y no me estaba permitido acercarme
a mi madre…
—¡Al menos ella te conservó! —riñó. —¿Tienes alguna idea que esto fue igual
para mí, enviado a ese lugar para niños no queridos? Me dijeron que debería estar
agradecido por haber sido recibido y alimentado, puesto que mis padres y amigos
me habían abandonado. ¡Agradecido! Y cada vez que escapaba y lograba volver a
casa, alguien me arrastraba de regreso y me azotaban enfrente de todos los otros
niños y ¡me hacían llevar puesta una letra R roja clavada a mi chaqueta!
—Lo siento —Midge susurró, horrorizada. ¿Cómo alguien había sido tan cruel
con un niño claramente necesitado de amor y consuelo? Un niño quien solo había
sido arrancado del lugar al que había sido enseñado a creer que pertenecía? Las
cicatrices sobre su cuerpo no eran nada comparadas con las cicatrices que la
experiencia debía haber abrasado su alma.
—Hubo un fuego —dijo Stephen. —Tú sabes, fuera de nuestra elegante iglesia,
por si te preguntas si eso había sido una mentira, también. ¡Bien, no lo fue! El caos
que esto causó me dio la oportunidad que necesité para escapar —sostuvo sus
manos y miró en sus palmas por un breve segundo, antes de apretarlas en un puño y
elevarlas a su oscura cabeza y refulgir ante ella de nuevo.
—¿A dónde fuiste? —Midge miró al aro en su oreja y al brazalete de plata que
adornaba su muñeca, y pensó que sabía la respuesta. —Encontraste la forma de
regresar con la gente de tu madre real
Algo relampagueó en su rostro.
—No inmediatamente —la expresión se asentó en una más amarga. Midge sabía
que no le gustaría lo que le diría a continuación. —Tuve que sobrevivir mendigando y
robando por un largo tiempo antes de encontrar mí camino de regreso con alguien
quien pudiera ofrecerme un hogar.
—Lo siento —era todo lo que podía pensar para decir. Aunque esto no era
suficiente. —Lo siento tanto, —le dijo otra vez, mientras una solitaria lágrima se
deslizaba silenciosamente por su mejilla.
—Entonces, ¿tu aseguras que ella se casó con un viejo debido a que le dijo que
me buscaría? —se rió. La incertidumbre del sonido, áspero y frío, la sobresaltó. —
Pero ambos sabemos que no me habría dado un hogar. Pudo encontrarme. Habría
puesto una mirada en el salvaje que me había convertido, y me tiraría directamente
de regreso en el arroyo.
Midge no podía negar que esa era una posibilidad. No ahora que había visto a
través de la fachada de Hugh la frialdad en su corazón. Bien podría haber dicho
cualquier cosa que hubiera estimado necesario para hacer que Amanda se casara con
él, a fin de poder tener control de su fortuna y sus niños tuvieran una madre
amorosa. Pero él no había sido mejor padre para ella.
—¿Importa ahora, lo que pudo o no pudo haber hecho?
—¿Qué importa? —Stephen explotó, su rabia era una fuerza tangible que ella
podía sentir golpeándola. —Fui arrancado de mi hogar. ¡Forzado a vivir en una forma
que no puedes ni siquiera imaginar posible! Y ahora, yo —se levantó rápido.
Estirándose en toda su altura, enderezó sus hombros y declaró, —vine a tu boda para
arruinarte el día. ¿No sabes eso? ¿No me odias por eso?
—No —Midge lo miró directamente a los ojos mientras liberaba esa verdad.—Y
no tienes razón para odiarme, tampoco —sintió más lágrimas escosando en sus ojos.
Estúpidas lágrimas, que, desde que quedó embarazada, parecían amenazar en la
menor oleada de emoción. —Nada de lo que te pasó a ti fue mi culpa, Stephen. Te
extrañé. Te extrañé toda mi vida.
Los ojos de Stephen se estrecharon.
—¿Qué esperas de mí, Imo? ¿Que podamos jugar a la familia feliz otra vez?
Como si esos años, toda la injusticia de esto, nunca hubiera pasado?
Midge bajó su cabeza, enterrando su cara entre sus manos, al entender que esa
vida había sido tan dura, estaba tan convencido de que todos a los que le importaba
lo habían traicionado, que sería difícil llegar a él. El amargado hombre parado ante
ella era ahora un completo extraño. El niño amoroso que recordaba se había ido para
siempre.
Estaba perdido para ella. Tan perdido como Gerry.
—No espero nada de ti, Stephen —Midge suspiró cansadamente. —Pero me
gustaría pedirte un favor.
Su cara se tornó en una forma sardónica que era muy desalentadora, pero
Midge decidió muy bien podía preguntar cualquier cosa. Solo diría no. Y entonces
simplemente caminaría de regreso a Shevington Court y aceptaría las consecuencias.
—Salí ayer con tanta prisa, me olvidé de traer dinero y tengo que ir a Londres.
Necesitaba ver a Nick. Era la única persona en la tierra quien podría,
seguramente, extrañar a Gerry tanto como ella. Con quien ella lamentaría la pérdida
del joven sonriente y despreocupado. Oh, sabía que esto era una desesperada
esperanza, considerando la frialdad que había exhibido hacia ella después de la
muerte de Hugh, pero cualquier forma de esperanza para compartir el sentimiento
de pérdida era mejor que la certeza de la total soledad que enfrentaría al regresar a
Shevington Court. Y sabía, también, que el conde no le permitiría viajar a ningún
lugar por algún tiempo. Si Stephen no podía ayudarle a salir… Midge ahogó un
sollozo, levantó su cabeza y lo miró implorantemente. Solo unos días con Nick, eso
era todo lo que requería. Unos pocos días lejos para reconciliarse con todo esto.
—¿Me llevarás ahí?
—Te llevaré a Londres —resonó. —Después de tan corto tiempo, ¿estás lista
para dejar a tu esposo? ¿O lo estás persiguiendo?
Midge se sobresaltó ante la mera idea de desear humillarse para conseguir a un
hombre quien siempre solo fingió interés en ella, y una fría sonrisa partió su rostro.
—Si estás tan determinada en arruinarte, ¿quién soy yo para ponerse en tu
camino? Me arreglaré y pediré un carruaje. Será un placer para mí llevarte a Londres.
—Sí —dijo Midge, considerándolo tristemente. —Pensé que lo harías —porque a
Stephen no le importaba un higo la reputación de ella. De hecho, cuanto más
malévolo hiciera parecer las cosas para ella, más complacido probablemente estaría.
Midge dormitó en el carruaje casi todo el camino a Londres, mientras Stephen
montaba a un lado sobre su magnífico semental negro. Fue solo cuando estuvieron
fuera de una casa en Bloomsbury Square que ella comprendió que no tenía planeado
su objetivo.
—Pensaba pedirte que me llevaras a los alojamientos de mi hermanastro —le
dijo Midge mientras él abría la puerta del carruaje.
Su rostro se cerró.
—Así que, todo esa conversación sobre extrañarme, esperándome para ser
parte de tu familia, ¡sólo eran palabras! ¡Debí haber sabido que solo estabas
usándome!
—No —protestó Midge. —Esto no es como…
Pero Stephen se había alejado a grandes pasos, gritando al cochero que la
llevara a donde quisiera ir. Subió los escalones de su casa, y golpeó ruidosamente la
puerta cerrándola detrás de él.
Solo entonces la hizo ver que toda esa aparente dureza de Stephen, algo sobre
lo que había pasado entre ellos en la posada debía haberlo afectado. Porque estaba
furioso que ella no intentara permanecer en Londres con él.
Midge se hundió en el cojín, tambaleándose ante su capacidad para hacer las
peores cosas sobre cualquier ocasión que le daban.

***

Pero tarde esa misma noche, Midge estaba de regreso en la casa de Stephen,
golpeando con desesperación sobre la puerta principal. Si ella realmente lo había
perturbado, ¡no tenía ni idea de lo que haría!
El sirviente de piel oscura quien abrió la puerta estaba vestido en verde, aunque
Midge nunca había visto la clase de corte de su abrigo antes. Y vestía un turbante
envuelto alrededor de su cabeza.
Mientras Midge se quedaba con la boca abierta ante él, le dijo impasiblemente:
—Declare su asunto.
—Necesito ver a Stephen. Por favor —cuando no le dio ni un parpadeo de
respuesta, agregó: —Soy Imogen Hebden. Su hermana.
El sirviente hindú dio un paso atrás y le señaló dentro del recibidor. Cuando
entró en la casa, cerró a puerta principal detrás de ella y la condujo dentro de una
sala pequeña, en la cual el fuego crepitaba felizmente en el enrejado.
—Deberé ir y decir a Stephen Sahib que usted está aquí —le dijo antes de
desaparecer.
Midge fue directamente al fuego y se sentó sobre la silla más cercana a este,
sacando sus pies de sus mojados zapatos. Cuando se puso las delicadas zapatillas de
satín el día anterior, había sumido que solo estaría sentada sobre un sofá todo el día,
o a lo sumo, bajaría las escaleras al comedor. No había pensado que caminaría a
través del bosque, tomaría un carruaje a Londres, y después pasaría horas
caminando por sus calles. Las suelas se habían gastado completamente en las horas
pasadas. Y cuando había llegado la lluvia, no supo si era peor tener zapatos llenos de
huecos, no tener abrigo o sombrero para protegerse de la humedad. Sintió, y estuvo
segura, que parecía como una rata medio ahogada, con su cabello todo emplastado
alrededor de su cara y por su cuello. Le sorprendió que el sirviente le permitiera
entrar. Ninguna de las casas que alguna vez visitó antes emplearía sirvientes quienes
hubieran admitido a una mujer en su condición, sin preguntas y sentarlas frente al
fuego.
Escuchó la puerta del recibidor abrirse de nuevo, y entonces miró alrededor,
Stephen estaba parado en la puerta, sin chaqueta, su chaleco desabotonado. Había
peinado su largo cabello pulcramente hacia atrás. Y sin pendiente. Y la calidad de su
ropa formal era excelente, el estilo de lo que estaba vistiendo era absolutamente
muy convencional, decidió, una vez que vistiera su chaqueta, no luciría fuera de lugar
en Almack’s
—¿Qué pasa ahora? —le demandó bruscamente mientras caminaba por la
habitación hacia ella. —¿Qué quieres?
—Yo… —Midge tragó con nerviosismo, temblorosamente se puso de pie, —me
apena ser algo tan molesta, pero necesito un lugar para quedarme por la noche. Nick
dijo… Nick dijo… —mientras su mente regresaba sobre la dolorosa entrevista que
había apenas tenido con su hermanastro, la habitación pareció inclinarse a su
alrededor. Justo cuando el piso empezó a ascender hacia su cara, sintió los fuertes
brazos de Stephen agarrarla, y se encontró recostada, no con la cara sobre la
alfombra, sino un poco más decorosamente, sobre un sofá.
Midge más bien pensó que estuvo desmayada completamente por algunos
segundos porque Stephen estaba presionando una bebida entre las manos de ella, y
no lo recordaba yendo por ella.
—¿Cuándo fue tu última comida? —le demandó, sus cejas jaladas en un ceño
tan fuerte que Midge imaginó que muy fácilmente le daría un dolor de cabeza sin
haber bebido una simple gota de brandy.
—Esta mañana. En la posada —confesó. Stephen había estado insistente para
que desayunara antes de partir. Y a pesar de las últimas cosas que había sentido igual
estaría comiendo un bocado, tan ansiosa estaba de que la noticia de su paradero
hubiera ya llegado a Shevington Court, y alguien viniera para arrastrarla deshonrada
de regreso, Midge recordó cuan efectivamente los remedios de Pansy para la náusea
habían funcionado el día anterior. Ese plato de tostadas había mantenido su
estómago en calma todo el camino a Londres.
—Estás completamente mojada —le dijo. —¿Qué te ha pasado? ¿Por qué no
estás con ese otro tan mencionado hermano tuyo?
—Bueno —Midge suspiró, —él no cree que fuera en absoluto apropiado tener a
una mujer casada quedándose en su departamento. Especialmente una quien
parecía haber sido arrastrada a través de los setos de espaldas —apartó lejos de su
cara una madeja de cabello mojado, y tomó un fuerte trago de su brandy mientras su
mente volvía sobre esa dolorosa escena.
—No alcanzo a entender porque pensaste que podías conseguir algo viniendo
aquí —había dicho Nick fríamente.
Cuando había empezado a balbucear que esto era debido a la carta que él le
había enviado, había señalado con el dedo y dicho:
—Germanicus está muerto. Nada puedes hacer sobre eso. Y si crees que voy a
dejar a una mujer luciendo como esto —había ojeado cáusticamente su descuidada
apariencia, —entre en mis habitaciones entonces estás bastante equivocada. Tengo
proyectos ahora, sabes, Imogen. Y no voy a poner mi futuro en riesgo dejándote
arrastrarme dentro de cualquier escándalo que estés creando. Ahora, te sugiero que
te vayas de regreso a tu hogar marital, a donde perteneces, y pares de comportarte
como alguna clase de trágica reina. Debiste venir aquí, en una hora más
convencional.
—¡No puedes hacer tal cosa! —le había gritado, furiosa con él por su persistente
rechazo a recibirla, su medio hermano era exactamente igual a Hugh. Totalmente
egocéntrico e insensible. Todo lo que a Hugh le había importado fueron libros. Y todo
lo que a Nick le importaba esa su carrera.
¡Y Midge mejor moriría que ir arrastrándose a la casa de Monty en Hanover
Square! Había descartado inmediatamente cualquier pensamiento de regresar con
sus tíos. Aunque su tía sería comprensiva con su difícil situación, su tío explotaría
furioso con ella por venir a Londres en un impulso, y sola.
—Me iré y me quedaré con mi verdadero hermano —le había gritado a Nick.
Bueno, Stephen había estado alterado por no haberlo considerado en primer lugar,
¿Verdad? —Sí, eso es correcto, uno quien es medio gitano. Pero déjame decirte esto
—le había dicho Midge, pinchando a Nick en su huesudo pecho con el dedo índice. —
Él es dos veces más hombre de lo que eres. ¡Diez veces!
Los delgados labios de Nick se torcieron en forma burlona.
—La forma en cómo luces estoy seguro que se acomodará perfectamente con el
campamento en Hampstead Heath, o donde resulte que estén —y con su nariz
levantada, Midge dio vuelta y traqueteó bajando la sucia escalera común de la barata
casa de huéspedes donde Nick tenía sus habitaciones.
No fue hasta que llegó a la calle que recordó que no tenía monedero. Habría
hecho cualquier cosa menos que regresar a las habitaciones de Nick y rogarle por
medios para conseguir un carro de alquiler. Por otro lado, no era tan lejos. Al coche
que Stephen había alquilado no le llevó ni un cuarto de hora llevarla al apartamento
de Nick.
Y así, llena de furia, partió caminando a Bloomsbury Square.
¡Pero esos malditos zapatos! Tristemente, Midge masajeó sus mojados y
ampollados pies. Había estado cojeando antes de alcanzar la primera esquina.
La mirada de Stephen siguió sus movimientos. Cuando vio el estado de sus pies,
él tomó una respiración.
—Debo salir pronto. No puedo evitarlo. Pero Aktash verá por todo lo que
necesites —le dijo Stephen, cruzando para alcanzar la campana y tocarla. —Deberás
quedarte esta noche. Permanecerás conmigo toda la noche. Hiciste lo mejor para
cuidarme. Ahora hago lo mismo por ti. Y estaremos parejos —le dijo ferozmente. —
En la mañana, discutiremos el siguiente movimiento que debes hacer.
Midge casi estalla en lágrimas de nuevo. Estaba a salvo, por ahora. Pero, ¡oh, el
problema era lo que habría de enfrentar en la mañana! ¿Por qué, oh, por qué nunca
podría pensar antes de acometer en uno de sus salvajes explosiones? No quería que
Monty estuviera disgustado y cansado de ella. Estaba disgustada y cansada de ella
misma.

***

—¿Qué quieres decir con que ha desaparecido?


Monty miró con ira a su padre, completamente sorprendido para entender
cómo Midge habría desaparecido de una casa que estaba repleta con tantos
sirvientes.
—¡Alguien tendrá alguna idea de dónde está!
Pansy, quien había sido convocada al instante que Monty llegó a Shevington
Court, retorcía sus manos.
—No fue hasta esta mañana, cuando vi su cama que no había dormido en ella,
cuando me preocupé. Bueno, usted conoce su rutina. Yo solamente subo a su
habitación ahora si me llama especialmente, excepto para subirle su desayuno y
ayudarle a vestirse para el día.
Cobbett aclaró su garganta.
—Creo que fui la última persona en verla, mi Lord —admitió con culpabilidad. —
Cuando me ocupé de su correo.
Monty tomó una profunda respiración, sofocando la urgencia de golpear al
pobre tipo. No era su culpa que nadie hubiera organizado alguna clase de grupo de
búsqueda. Desde que Pansy había reportado su ausencia, todos parecían haber
empezado a culparse unos a otros. Era una absoluta sorpresa que alguien hubiera
tenido el aplomo de enviar por él.
—Aún no se instruía al personal para vigilar sus movimientos —admitió el conde.
—Ella fue demasiado rápida para mí. Ese es la manera con mujeres como esa. Tuviste
un serio error de juicio, creer que podías doblegar a la hija de Framlingham.
—¿Qué? —Monty se giró para clavar la mirada en él. —¿Qué estás insinuando?
—¿No estoy siendo lo suficiente claro para ti? —se burló el conde. —Ya la había
sorprendido intentando salir a escondidas a los establos, al instante que te fuiste. Le
puse un alto sobre eso, debes estar seguro. ¡Le dije lo que sabía sobre ella!
Monty agitó su cabeza impacientemente.
—Midge me dio su palabra de que ella no montaría…
—No a bestias de cuatro patas, quizás. Pero hay otras atracciones por encontrar
en los establos para una mujer como ella.
Monty se obligó a no volar sobre el viejo de mente sucia, echando calumnias
sobre el honor de Midge, ¡con los sirvientes presentes también! Apretando sus
puños, le gruñó:
—¿Tratas de decirme que la acusaste de tramar seducir a uno de los mozos? ¿Es
así? No habría pensado jamás que podrías caer tan bajo.
El conde colapsó en su silla, con su rostro palideciendo.
—Deberías haber estado aquí para mantenerla bajo control, —le dijo
quejosamente. —Yo no debería tener tratos con semejante arpía.
—Te dio la espalda prácticamente al irse, ¿verdad? —le dijo Monty con
satisfacción. —¡Bien por ella!
—Debería haber sabido que de alguna forma arruinarías mis planes para la
siguiente generación de Claremont —murmuró el conde malhumoradamente. —
Trayendo una criatura como esa a Shevington. ¡Supuse que tendría completa paz y
tranquilidad!
—Pues bien, ¡no me preocupa! —estalló en ira, volviendo sobre sus talones. —
Una vez que la encuentre, ¡puedes estar seguro que ninguno de nosotros regresara a
este oscuro lugar!
Refunfuñando por lo bajo, Monty subió las escaleras a sus habitaciones de dos
en dos. No sabía lo que esperaba encontrar cuando llegara ahí. Era sólo que ahí era
donde él la imaginaba. Y el último lugar donde la había visto.
Cuando entró caminando a su sala de estar, la primera cosa que vio fue el jarrón,
el cual se había tomado tanto esfuerzo para salvar, reposando destrozado en
pedazos en la chimenea. Muchos pedazos, ¡debió haber sido lanzado al suelo con
mucha fuerza!
Midge había estado furiosa. ¿Y quién la culparía? Su padre estuvo bastante fuera
de lugar.
Y mucho más inestable de lo que jamás había sospechado. El conde había estado
tan complacido de que Midge estuviera embarazada. Monty habría pensado que
habría sido suficiente para protegerla de uno de los ataques irracionales y estallidos
de su padre.
Aparentemente no, pensó amargamente, empujando ligeramente en algunas de
las muchas piezas del jarrón con la punta de su bota.
Entonces algo más llamó su atención. Una sola hoja de papel de escritura. La
levantó, repasándola con la vista rápidamente y apretando sus ojos cerrados contra
el fragmento del lenguaje formal informándole de la muerte de su hermanastro.
¡Mi Dios! Se dejó caer en el sofá, con su cabeza entre sus manos. Justo cuando
Midge más lo necesitaba, no había estado aquí. Había salido corriendo a Londres en
un estúpido intento para preservar su propio orgullo.
Pero ¿para que valía la maldita dignidad si la había perdido?
Podía imaginar cómo pudo haber sido. La escena con su padre, y después
recibiendo noticias como esa. Debía haber estado fuera de sí para arrojar el jarrón
dentro de la chimenea con semejante fuerza. ¿Y después qué? Conociendo a Midge,
probablemente se había ido precipitadamente sin tener una idea a donde iría. A
menos que existiera algún sitio en particular en la propiedad que a ella le empezara a
gustar. Donde pudiera ir para encontrar alguna clase de consuelo.
Pero entonces, ¿por qué no había regresado al caer la noche?
Su estómago se estremeció cuando se la imaginó tropezando bajo las escaleras
principales, mojada… dirigiéndose a la arboleda que amaba tanto… cayendo…
tumbada lesionada y tan malherida que fuera incapaz de levantarse. Y él
maldiciéndose por no pasar más tiempo con ella. Por trabajar tan duro para probarse
digno de la posición que algún día llenaría. Por poner las demandas de su padre
antes de las necesidades de ella. Ahora solo las personas quienes pudieran saber
dónde podría haber ido, eran los gemelos, con quienes había pasado la mayoría de
su tiempo.
¡Los gemelos! Su padre los enviaría fuera, cualquier día ahora, pero ellos aún no
se iban.
Saltando sobre sus pies, cargó por el pasillo y subió las escaleras a las
habitaciones en el ático que ellos ocupaban.
Levantaron la mirada de donde estaban arrodillados sobre el piso empacando
sus baúles cuando él irrumpió sobre ellos.
—¿Saben a dónde pudo haber ido Midge? —dijo Monty bruscamente.
Ambos miraron al pedazo de papel arrugado que él estaba aún apretando en su
mano.
—¿No lo dice en su nota? —dijo Jem, en el mismo momento que Tobe decía. —
Justo como nuestra madre.
—¿Qué? —Monty miró a uno y al otro, completamente desconcertado.
—Lo sentimos, Vern —dijo Jem, poniéndose de pie y limpiando su nariz sobre la
manga de su chaqueta.—Ella nos traicionó también.
—Consiguiendo desterrarnos de Shevington, ¡porque hay habitación solamente
para un bebé en la guardería!
—¡Y después escapó con su hombre elegante! —dijo Tobe indignadamente. —¡Si
ella te hizo eso, no hay necesidad para enviarnos a la escuela!
—¡Ella no se escapó con un hombre elegante! —protestó Monty, —Pudo
encontrarse en un accidente. Ella está ahí afuera en algún sitio —agitó sus brazos
hacia la ventana para mirar su amada arboleda. —¿Tiene un lugar favorito? ¿Alguno
adonde iría si está alterada?
Los gemelos se miraron entre ellos y Monty pudo ver algunos mensajes pasando
entre ellos, antes de que Jem lo mirara directamente a los ojos y confesó, con un
toque de comprensión.
—Vern, nosotros te dijimos, ¡ella fue a La Dama Silenciosa para reunirse con su
hombre elegante!
—Estuvo por aquí por días.
—Y pretendió que no quería verlo.
—Pero tan pronto como partiste, ¡salió directamente detrás de él como un
disparo!
Un nuevo temor aferró a Monty mientras recordaba la expresión soñadora sobre
su rostro la noche que él la había agredido en la terraza de Lady Carteret, su
insistencia de que ésta había sido producida por estar pensando en otro hombre.
Como, unos pocos días antes, había lanzado una carta en las llamas y mintió sobre su
contenido. Y como su rostro se había cerrado cuando le había prohibido ir a Londres
con él.
Monty caminó hacia la ventana, recorriendo los dedos de una mano a través de
su cabello, mientras que estrujaba la carta de su hermanastro en la otra.
¡Estaba constantemente luchando contra el espectro de ese otro hombre!
Pero seguramente, Midge ¿no podía solo escapar? Era demasiado honesta,
demasiado directa para comportarse de una forma tan vil. Y ahora que estaba
esperando además… demonios, ¡ella sabía cuánto significaba este niño para todos en
Shevington!
No, no podía creer que pudiera ser tan deliberadamente cruel. Midge no tenía
un solo hueso de crueldad en su cuerpo.
Y lo que era más, no podía creer que ella pudiera hacer el amor con él con tan
salvaje abandono, si algún otro hombre fuera al final importante para ella. ¡No era la
libertina que su padre pintaba! Porque, cuando pensó cuan avergonzada llegó a estar
cuantas veces intentó llevar sus relaciones amorosas a un nuevo nivel…
Se volvió sobre los gemelos, estrechando sus ojos. Por alguna razón, ellos le
estaban mintiendo.
—Díganme lo que realmente ha pasado —gruñó Monty, agarrándolos a ambos
por una oreja. —¡O me ayudan o les haré lamentar el día que nacieron!
—¡Ow, detente!
—¡Vete!
—¡No hasta que me digan la verdad!
—¡Lo hicimos! ¡Lo hicimos! ¡Ella fue a La Dama Silenciosa!
—Ella debió hacerlo —gimoteó Tobe. —¡Nosotros le dimos el mensaje de un
hombre sobre un caballo negro, y después la vimos alejándose en dirección al
pueblo!
—¿Un hombre sobre un caballo negro? —dijo Monty, dejándolos ir. —
¿Realmente hubo un hombre pidiendo verla? ¿Cómo —preguntó, temiendo la
respuesta, —exactamente cómo lucia?
—Igual a un gitano —dijo Jem sin dudarlo.
—Sí, ¡llevaba un pendiente y una daga en su bota y todo!
Un frío atrapó sus vísceras en un nudo cuando entendió, finalmente, por qué ella
no había regresado.
No había sido capaz de creer que Midge le fuera infiel. ¡Pero podía creer que, en
su candidez, hubiera escapado para reunirse con Stephen después del horrible día
que tuvo! Pero ella no tenía idea de cuan peligroso era el hombre.
Debido a que nunca le advirtió.
Pensó que estaba protegiéndola de angustiarse al no decirle cómo el maldito
había secuestrado a la esposa de Marcus Carlow. No había querido tampoco que
Midge sufriera al conocer como el demonio había tramado para arruinar a Honoria,
la hermana de Stanegate.
Pero cuando pensó en el nudo de seda que Stephen le había enviado, como una
advertencia de sus intenciones, su estomagó se revolvió.
Querido Dios, si algún daño le causaba…
Con su rostro atormentado, empujó a los gemelos a un lado y se dirigió
directamente a los establos. Midge ya había estado en sus garras por todo un día.
Pero la encontraría.
¡Y el cielo ayudara al bastardo gitano cuando lo hiciera!
Capítulo 12

Midge no despertó el día siguiente hasta cerca de mediodía. Y entonces solo


porque una sirvienta delgada y de rostro pálido llegó bulliciosa dentro de su
habitación con la bandeja del desayuno.
También traía agua para lavarse, ella solo se encogió de hombros, y dijo:
—Órdenes del amo —en un desdeñoso tono.
Una vez que Midge tuvo asentado su estómago con un plato de tostadas, aseada
y vestida, la muchacha la condujo, bajando las escaleras, a una habitación que ella
describió como una biblioteca aunque esta no contenía muchos libros, y la entregó a
Akshat.
—Stephen Sahib lamenta tener que atender algunos asuntos este día. Regresará
alrededor de las siete esta noche. Si usted está aún aquí cuando él regrese, cenará en
casa. Mientras tanto, mis instrucciones son proporcionarle con cualquier cosa que
requiera —le dijo, y se inclinó respetuosamente.
El problema era, que ella no había sido capaz de pensar en alguna cosa que
necesitara. Ya estaba sintiéndose agobiada por prolongar la hospitalidad de Stephen.
—Gr…gracias —eventualmente Midge logró tartamudear. —Si pienso en algo…
El sirviente hindú había indicado la última publicación del Times desparramada
sobre la mesa bajo la ventana.
—Quizás le interesaría leer. Pero si hay otra cosa —hizo un gesto lleno de gracia
hacía el tirador de la campana cerca de la chimenea, —solo debe llamar.
Midge dócilmente caminó rumbo a la mesa y bajó la mirada, pero sus ojos solo
hojearon sobre las abarrotadas columnas de noticias impresas sin registrar una sola
palabra.
Estaba cavilando sobre el apenas disimulado mensaje que Stephen había
transmitido a través de Akshat. Stephen dejaría cualquier cosa que tuviera planeada
hacer para esta noche si ella estaba aún ahí cuando el regresara a casa. Pero él más
medio esperaba que sacudiera el polvo de sus pies al momento de que se levantara.
Midge agitó su cabeza. ¿Cómo podía Stephen pensar que sólo partiría y
desperdiciaría esta oportunidad enviada del cielo para conseguir conocerse
mutuamente? Él era el único hermano real que tenía. La actitud de Nick le había
conllevado, como nada más pudo haber hecho, a dejar de considerar a los hijos de
Hugh Bredon como a sus hermanos.
Aunque incluso si hubiera querido marcharse, no tenía ninguna otra parte para ir
y ni manera de conseguir algún lugar. ¡Ella no se aparecería en los escalones de la
puerta de Monty, solamente con la ropa que llevaba puesta y se humillaría para ser
recibida! No cuando sabía que era realmente la última persona que él deseaba ver.
Tomó una aguda respiración, levantó su cabeza y miró ciegamente fuera de la
ventana. Había esperado que después de una buena noche de sueño, pudiera
conseguir alguna idea de lo siguiente que debería hacer. Pero la triste verdad era que
no tenía idea de cómo conseguiría arreglar esto.
El mismo árbol que oscurecía la vista de la ventana de su recámara, crecía
directamente del otro lado de esta habitación. Porque al presionar su nariz contra el
panel de la ventana, podría ver una parte del verdor en el centro de la plaza. ¡Eso era
lo que podía hacer! Hacer una caminata quizá aclararía su mente. Al menos sería
mejor que deprimirse en el interior, sintiendo pena por ella misma.
Pero cuando Midge abrió la puerta del recibidor, encontró a Akshat parado
directamente del otro lado.
—¿Se marcha, Mem Sahib? ¿Hay algún mensaje que desee dejar para Stephen
Sahib?
—¡N…no! —contestó Midge acaloradamente. —Solo pensé que podría tomar un
poco de aire fresco. Es un día tan agradable, y parece que aquí cerca está un
pequeño parque ¿no es así?
La postura del sirviente se relajó.
—Por favor espere aquí, Mem Sahib, mientras la muchacha va a buscar su
sobrero y su capa.
—¡Oh, pero no tengo una capa conmigo!
—Stephen Sahib le ha conseguido todo lo que pueda necesitar —le indicó
firmemente.
¡Ciertamente lo hizo! La garganta de Midge se estrechó con la emoción cuando
regresó al interior de la biblioteca para esperar a la sirvienta quien le traería algunas
prendas apropiadas para salir. Seguramente, este debió pensar que su actitud hacia
ella ¿era madura?
—Yo la acompañaré, Mem Sahib —le informó Akshat, mientras le abría la puerta
principal.
—¡Oh, estoy segura de que no hay necesidad de eso, solo voy a dar un paseo
alrededor de la plaza!
—Stephen Sahib me ha ordenado que la proteja con mi vida mientas usted es su
huésped —con la mano hizo un suave movimiento hacia su cintura, y Midge vio, con
asombro, la empuñadura enjoyada de una daga de apariencia oriental metida dentro
del cinto.
Midge parpadeó. Su aseveración y sus gestos hacia el cuchillo en el cinto le
parecieron muy melodramáticos, pero no tenía intención de herir la sensibilidad del
sirviente quien estaba tan determinado en seguir a la letra las órdenes de su amo.
Por otro lado, había leído recientemente que dos personas habían sido asesinadas
por soldados cuando una turba había atacado la casa del ministro Tory. No estaba
segura de cuán lejos era este lugar donde el evento tuvo lugar, pero supuso que
habría dejado un poco nerviosos a los londinenses.
Se sintió irreal, bajando los escalones frontales, cuidadosamente abrigada contra
cualquier brisa ocasional, y debidamente escoltada por un exótico guardia armado.
Ahogó la urgencia de reír. ¡Porque, su propia tía no la había acompañado tan
celosamente!
Aunque el lugar no era uno muy elegante, todas las casas levantadas alrededor
de la plaza, la de Stephen incluida, lucían como si pertenecieran a familias prósperas.
Stephen debía, pensó con un poco de sorpresa mientras estiraba su cuello para
mirar sobre la ventana de la habitación donde había dormido la noche anterior, ser
un hombre bastante adinerado.
Así que ¿por qué había llegado a su boda, vistiendo ropa que lo hacía ver como
un vago?
No podía entenderlo del todo. En un minuto estaba estropeando su boda, y al
siguiente, le estaba proporcionando un guardián. Él vestía como un gitano, aunque
vivían en una casa adecuada para un caballero.
Midge sacudió su cabeza, sintiéndose repentinamente abrumada por todo esto.
¡Y estaba tan cansada! Todo lo que quería hacer era arrastrarse de regreso a la cama,
jalar el cobertor sobre su cabeza y esconderse de cada uno de sus problemas. Akshat
siguió su retorno a la casa y la entregó a la sirvienta.
Se sintió profundamente adormecida al momento que descansó su cabeza sobre
la almohada y no despertó hasta que la sirvienta entró traqueteando con un bidón
de agua caliente.
Midge se sentó, frotando sus ojos y se quitó el cabello de su rostro.
—¿Qué hora es?
—A tiempo para conseguir vestirse para la cena, Miss —la mujer replicó con un
asomo de reproche en su voz, —Mr. Stephen está de regreso del trabajo y la está
esperando.
La mujer claramente adoraba a Stephen, pensó Midge, bastante sorprendida,
mientras salía de la cama y se movía torpemente al lavamanos. Ella pereció pensar
que Midge debería haber estado esperando ansiosamente su regreso, no
holgazaneando sobre una cama.
Stephen la proveyó de otro vestuario, este apropiado para usarlo de noche.
Cuando se miró en el espejo, Midge pensó que podría cenar en cualquier lugar con
una prenda de tan elegante buen gusto. La enagua era de un satín azul claro, con un
sobre vestido de seda tan delgada en un tono incluso más claro. Atrapó una triste
expresión sobre el rostro de la doncella, mientras cepillaba su cabello, y se preguntó
si ella era quien había sido enviada a adquirir el vestido.
Solo que, ¿cómo una mujer quien trabajaba en la casa de un soltero sabía qué
comprar para una dama? Miró a la mujer por el rabillo de su ojo con recelo. A pesar
de que ella habló con suficiente decoro, su voz era un poco tosca, su acento
recordaba a Midge a la mujer quien vendía flores y frutas fuera de los teatros que
había visitado mientras estuvo con su tía.
Mejor no hacer demasiadas preguntas, decidió Midge mientas la sirvienta
colgaba un chal a juego sobre sus hombres. Un hombre tan patentemente viril como
Stephen estaba comprometido a tener una amante. Aunque, frunció el ceño, esta
ropa había seguramente sido comprada por una dama de categoría, no una dama de
la noche.
Stephen estaba sentado en el pequeño salón al que Akshat la había llevado la
noche anterior, golpeando un dedo índice irritablemente contra el brazo de su silla.
—Debo agradecerte por tu generosidad, S…Stephen —tartamudeó mientras él
se ponía de pie. —Por recibirme la noche pasada, cuando estaba tan afligida, y
haberme cuidado este día con tanta amabilidad.
—No es asunto fácil ignorar los lazos de sangre —le dijo bruscamente, gesticuló
hacia la puerta abierta del comedor impacientemente. Midge pudo ver una mesa
que había sido puesta para dos.
Le sostuvo la silla para ella, y cuando estuvo sentada, tomó el lugar opuesto a
ella y tiró su servilleta alrededor de su regazo con un chasquido.
—Encuentro significativo que nuestros caminos se hubieran cruzado esta vez —
dijo Stephen enigmáticamente, mientras un joven lacayo en una elegante librea
verde y dorado vertía una cucharada de sopa en el plato de Midge.
Midge miró fijamente a Stephen. Él habló como si su encuentro hubiera sido
alguna clase de acontecimiento casual, pero él deliberadamente había revelado su
existencia el día de su matrimonio.
—Dónde descansa tu destino ahora, me pregunto —dijo Stephen, una vez que el
sirviente partió silenciosamente. —Has abandonado a tu esposo. ¿Quieres ahora vivir
conmigo?
Midge dejó caer su cuchara dentro del plato, con una salpicadura. Ella no
abandonó a Monty. No intencionalmente. Pero, ¡oh, Dios, eso era lo que esto
parecía! Sintió sus mejillas calientes mientras torpemente intentaba recuperar la
cuchara sin introducir sus dedos en su sopa. Su tía siempre la había reprendido por
actuar sin pensar, advirtiéndole que un día su comportamiento impulsivo la
conduciría al desastre.
No pensó que sería un desastre de tal magnitud. Y había decidido que tenía
demasiado orgullo para ir hasta Hanover Square. Regresar escabulléndose a
Shevington Court, sabiendo lo que ella sabía, sería incluso más degradante.
Pero si permanecía aquí con Stephen, ¡todos asumirían que ella había dejado a
su esposo!
Lo cual sería una cosa totalmente escandalosa. Su tía le advirtió que el heredero
del Condado de Corfe esperaría que su esposa mirara a otro lado cuando él
empezara a tener aventuras. Saliendo de un matrimonio de conveniencia, sobre el
frágil pretexto de que ella no soportaría pensar en Monty con una amante, crearía un
escándalo que haría parecer insignificantes las aventuras de su madrastra.
Midge liberó la cuchara y la sostuvo, goteando, sobre el plato, su cabeza daba
vueltas.
—Puedes hacerlo, si quieres.
Levantó la mirada, sorprendida.
—No había pensado llegar tan lejos —admitió, preocupadamente mordió su
labio inferior. Como de costumbre, no había estado pensando en absoluto. Solo
reaccionó a la noticia de la muerte de Gerry, y ella estaba totalmente sola. Su
instinto había sido volar con la única persona cercana con la que sentía una
conexión. Y después, cuando Nick la rechazó, había hecho la misma cosa de nuevo.
Exhausta, perturbada, todo lo que su cabeza había sabido era que Stephen estaba
cerca de allí.
Una sonrisa se asomó en las comisuras de la boca de Stephen.
—Si vives conmigo, te permitiría hacer cualquier cosa que quisieras —le
murmuró seductoramente.
Midge colocó su cuchara de la sopa firmemente, su corazón saltando mientras
todas las cosas repentinamente empezaron a estar claras. Cada cosa que había
hecho, desde el momento que se reunieron, ¡se derivaron de un sentimiento de
hostilidad! No la había invitado a quedarse debido a que él repentinamente
desarrolló tiernos sentimientos por ella. Solo estaba buscando mirar a la hija de
Amanda Hebden escandalizar a la sociedad.
Por venir aquí, se había puesto directamente en sus manos.
Midge levantó una servilleta para limpiar sus dedos, su apetito estaba arruinado.
Su actitud la hirió casi tanto como el rechazo de Nick.
—¡Deseo quedarme contigo, pero no así! —le dijo. —Solo quiero llegar a
conocerte. Porque eres mi hermano. Incluso aunque albergues tanta amargura hacia
mí. ¡Stephen… —extendió su mano hacia él a través de la mesa, —nada de lo que te
pasó a ti cuando éramos niños fue mi culpa! Y esto me hace querer llorar al
comprender las terribles cosas que has visto a través de…
Stephen se levantó de la mesa tan rápidamente que volcó su silla.
—¡No quiero tu compasión!
—¿Qué quieres entonces? —¿Por qué siempre parecía ser la que extendía una
mano, para alcanzar a los demás, y siempre, al final, se apartaban de ella así? —¿Por
qué me contactaste de nuevo, después de todos estos años?
Stephen se giró hacia ella mientras enderezaba su silla. Cuando habló de nuevo,
su voz fue categórica.
—Tengo un destino que cumplir. La justicia debe hacerse.
—¿Qué clase de justicia existe en confabular mi ruina? —Midge suspiró. —
Entiendo que quisieras herir a mi abuelo por llevarte lejos de la única madre que
siempre habías conocido y conminarte en ese horrible lugar, pero él hace tiempo
murió. ¿Qué he hecho alguna vez para ameritar tu enemistad?
—Creciste entre lujos —le dijo con una voz tan fría que causó un
estremecimiento por la espalda a Midge. —Y ahora te has casado con un hombre de
la nobleza y rico. Nunca tuviste hambre un solo día de tu vida o tuviste que robar
solo para permanecer con vida —Stephen se reclinó hacia enfrente, con sus palmas
extendidas sobre la mesa. —¡Tu abuelo me robo todo! Podría haber crecido igual
que tú. Oh, yo sé que nunca habría heredado el título de nuestro padre. Nunca sería
nada más que un bastardo a los ojos de la sociedad que te ha llevado a tu corazón.
Pero él se habría asegurado que yo tuviera una educación apropiada y el tipo de
apadrinamiento que me abrían asegurado una carrera respetable. En cambio, he
tenido que arañar mi salida del arroyo…
—Oh, Stephen —Midge suspiró. —El asesinato de nuestro padre dejo una
sombra sobre todos nosotros. ¡No solo sobre ti! Debes dejar ir todos esos
pensamientos vengativos. ¿No hemos todos sufrido suficiente a causa de lo que
nuestros padres hicieron?
—¿Quién ha sufrido? ¿Tú? —Stephen se rio de ella mofándose. —¡No has
sufrido nada!
—Oh, ¿De verdad’? —repentinamente, perdió la paciencia. Parándose de un
salto, arrasó su plato de sopa medio vacío a un lado con su antebrazo. —¡He pagado
por ser la hija de Kit Hebden toda mi vida! Dices que has debido sacarte adelante. ¡Al
menos pudiste! Debido a que soy solo una mujer, he tenido que sobrevivir con
limosnas, igual de pordiosera que dices que fuiste. Sí, me he casado con un hombre
rico, pero solo debido a su necesidad de un heredero para permitir que la mente de
su padre descansar. Y porque mi medio hermano le pidió que se hiciera cargo de mí.
Y porque él no quería alguna mujer por la que llorar si tuviera que morir en el parto.
Siempre he sido prescindible. Soy tan insignificante en la actual situación, ¡tu madre
ni siquiera se molestó en maldecirme! ¡Sólo son los hijos los que importan! ¡Nuestros
padres pelearon ferozmente sobre tu destino! ¿Sabías eso? Mi madre me dijo que,
no mucho después de que estuvieras con ella, el abuelo llegó por asalto a la casa,
demandando que fueras enviado de regreso con tu madre natural. Y mi madre corrió
a la guardería y te sostuvo mientras los dos hombres se lanzaban de todo en el
vestíbulo. Ella lloraba temiendo que padre te lanzara a un lado tan fácilmente como
él lanzó a todas las amantes de las que ella sabía por ese tiempo. Y una vez que
realmente te fuiste, madre solo me metió en un cuarto de niños y se olvidó
totalmente de mí. Se casó con un hombre lo suficiente viejo para ser su padre,
porque él tenía tres hijos para reemplazar uno que había perdido. Y porque le
prometió buscarte. Me rezagué detrás de mis nuevos hermanos, haciendo todo lo
que podía para granjearme una pequeña migaja de afecto, trabajando con mis dedos
hasta el hueso para ganarme mi lugar en esa familia, ¡pero cuando caí, nadie alguna
vez se preocupó si vivía o moría!
Una vez que terminó, estaba respirando agitada y totalmente temblorosa.
—Yo, yo —una sonrisa burlona inclinaba un lado de la boca de Stephen, — tú me
acusas de estar amargado.
Stephen fue a un lado de la mesa, vertió dos bebidas y le alcanzó una a ella
cruzando la mesa. Midge no tenía idea de lo que era, pero tomó un muy poco
femenino trago de este antes dejarse caer sobre su silla como una piedra. Stephen
también se sentó, sorbiendo de su propia bebida con un aire pensativo.
—No tienes más la necesidad de colgarte a los faldones de tu marido rico, Imo.
Puedes unir fuerzas conmigo.
—¿En tu venganza, quieres decir? —ella agito su cabeza. —O, no. No puedo
sentir cualquier cosa más que compasión por todos los hijos de los hombres
envueltos en todo esto que pasó esa noche.
Los ojos de Stephen se estrecharon.
—¿Qué quieres decir, con todo eso que pasó? ¡Leybourne asesinó a nuestro
padre!
Midge suspiró, y empujó su silla hacia atrás con su rostro con un aire cansado.
—No empezaré a argumentar contigo sobre eso. ¿Qué importa ahora?
Stephen vació su vaso y colocó con bastante deliberación antes de contestarle.
—Me crucé con una bitácora escrita por Lord Narborough. Sobre los eventos que
encaminaron a esa noche y lo que pasó después. Las páginas que tratan con su
suicidio están perdidas.
—¿Estás diciendo que piensas que él ha ocultado algo? —Midge colocó su vaso
sobre la mesa con un ceño.
Stephen pausó de nuevo antes de contestar.
—Seguramente no crees que él tenía derecho para haber terminado tan bien
librado de todo este endemoniado asunto ¿verdad? Solo piensa, Imo. Fuera de los
tres hombres interesados con romper el código y atrapar al espía, solo Lord
Narborough quedó de pie. ¿Qué te dice eso?
Midge sacudió su cabeza en desconcierto.
—Narborough fue el único testigo. ¿Qué clase de hombre es tan acucioso para
dar la clase de testimonio que fue indiscutible para enviar a su reconocido amigo a la
horca? Ambos sabemos dónde estaba Leybourne esas veces que se supuso había
estado reunido con enemigos del estado. ¡En la cama con tu madre! Y ¡Narborough
sabía también eso! —Stephen hizo una pausa, un nervio saltaba en su mandíbula. —
Al final Leybourne fue lo suficiente caballero para no arrastrar su nombre en esto.
¡Narborough no tuvo tales escrúpulos!
Midge absorbió una respiración, una horrible sospecha formándose en su
mente.
—¡Esto es horrible! ¡Madre siempre dijo que Lord Leybourne no podía haber
hecho esto! Que él era demasiado caballero para apuñalar a otro hombre en un
arrebato de rabia… podría haberse batido en un duelo… —presionó sus manos a su
frente, respirando fuerte —…y luego otra vez, ¿por qué habría cambiado
repentinamente de lado, cuando había dedicado su vida a cazar enemigos del
estado? ¡Él no tenía motivos! Y demasiado que perder…
—No dejemos que nos desvíen las opiniones de tu madre —se burló Stephen. —
Ella no era buen juez de carácter ¿verdad? No habría querido creer que había tenido
a un traidor asesino en su cama. Solo recuerda esto, Imo. El espía se detuvo después
de que ellos arrestaran a Leybourne.
—¡Eso no prueba nada! —protestó Midge. —Excepto quizá que el espía real
pasó a ser más cuidadoso. Estuvo cerca de ser descubierto. Padre le dijo a madre que
esto era tan obvio, un bebé podría haberlo resuelto. Él sacudió el sonajero en su
rostro, y aseguró que era cómo iba a acabar con ellos.
—¿Sonajero? —dijo Stephen, confundido.
—Oh, él había traído un regalo para el nuevo bebé —le dijo, movió su mano
despectivamente, —Lady Verity, como se vio después. Pero nunca pensé eso —
Midge continuó. —Si Lord Narborough fue realmente el asesino, y deliberadamente
envió a Leybourne a la horca para encubrir su propio crimen… usando su renuencia a
llevar a mi madre dentro del escándalo… ¡Oh cuán malvado!
—¿Tú crees… que Narborough hizo todo eso? —dijo Stephen, con sus ojos
constreñidos.
Pero Midge apenas lo escuchó.
—¡Y su pobre familia! ¡Ellos perdieron todo! ¿Quién sabe cómo ellos se vieron
forzados a vivir desde entonces?
—Oh, yo lo sé —le dijo, con una sonrisa maliciosa jugando alrededor de su boca.
—Sé dónde están todos ellos, y exactamente como han estado viviendo. La
profundidad a la cual los hijos han sido forzados a inclinarse. Las humillaciones que
han estado apilando sobre las hijas. Helena es aceptada ahora, protegida por, de
todas las personas, Marcus Carlow. Pero la otra joven está trabajando como
acompañante para una dama con título. Bajo un nombre falso. Imagina eso —le dijo
con evidente placer.
Midge se enfrió por dentro.
—Stephen —ella tragó saliva, —si su padre fue un asesino, entonces la justicia ya
se hizo. Y más que hecha. Pero ¿qué si él era inocente?
Las cejas de Stephen se arquearon en un feroz ceño sombrío.
Midge movió sus brazos alrededor de la habitación, desesperada por encontrar
alguna forma de impedirle continuar persiguiendo a la pobre muchacha quien ya
había sufrido más que suficiente.
—Tú has hecho demasiado bien para ti, a pesar de todos los obstáculos que el
destino ha tirado en tu camino. Tienes la riqueza que dices que debería haber sido
tuya. Y la has ganado todo por tu cuenta. Deberías estar orgulloso de que tú has
conseguido. Puedes vivir una buena vida, ¡Stephen, si tú solo permitieras al pasado
irse!
—No entiendes nada —gruñó Stephen, —no puedo dejar esta venganza hasta
que mi parte este agotada. Este es mi destino. ¡La verdad debe salir!
Midge se abalanzó sobre esa palabra.
—Si la verdad es que Leybourne fue colgado por un crimen que no cometió,
¡entonces no deberías intentar castigar a sus hijos!
Su ceño se profundizó.
—¡Qué derecho tienes para venir aquí y decirme lo que debería o no debería
hacer! ¡No sabes nada!
—¡Sé que tienes que detener el acoso a los inocentes, o tu pagarás de alguna
manera por esto!
Stephen se tambaleó, como si ella lo hubiera golpeado, su rostro estaba pálido.
Pero antes de que cualquiera de ellos pudiera decir otra palabra, ambos escucharon
el sonido de voces levantándose desde el recibidor.
Una de ellas era demasiado familiar.
—Monty —murmuró Midge horrorizada. ¿Cómo demonios había logrado
encontrarla? Y más al punto, ¿por qué se había molestado?
Midge palmoteó las manos en su vientre. El heredero Claremont. Oh, cuan idiota
era para lograr crecer sus esperanzas. ¡Todo era por el bebé que llevaba, no por ella!
Pero su corazón estuvo en su boca mientras las voces crecían más confusas, y
entonces fueron reemplazadas por el sonido de botas arrastrándose, deslizándose
sobre las baldosas pulidas del recibidor. ¡El sirviente llevaba un cuchillo en su cinto!
¿Y si lo usaba? El sonido de un cuerpo cayendo con un golpe seco al piso la enfermó.
Pero cuando la puerta se abrió volando fue Monty quien entró caminando,
jalando sus mangas y enderezando su corbata.
E incluso a través de la luz de la batalla que aun ardía en los ojos de Monty,
Midge se hundió sobre su silla con alivio.
—Buenas noches, Hebden —Monty saludo bruscamente a Stephen mientras
avanzaba cruzando la habitación. Detrás de él, Midge pudo ver al sirviente hindú
tendido inclinado sobre el piso del recibidor, con la sangre fluyendo por su nariz.
—¿Cómo conseguiste encontrarme tan rápido? —replicó Stephen, mirando con
curiosidad más que otra cosa, como si fuera normal que un marido vengativo peleara
su entrada durante la cena.
—Dejaste un rastro de una milla de ancho —replicó Monty sombríamente.
Stephen ojeó a Midge con un ceño.
—Debí ser descuidado.
Midge había escuchado sobre algunas explosiones de Monty sobre el campo de
batalla, pero hasta ese momento, nunca realmente había visto al guerrero en él.
Ahora, se abatió ante el conocimiento de que él había peleado en la entrada a la casa
de Stephen e incapacitó a un oponente armado, como un resultado directo de su
propio mal comportamiento.
—¿Estás bien? —gruñó Monty, ojeando a su hermano. —¿Te ha lastimado?
—¿Quién? ¿Qué?
Y luego Monty caminó aplastando el resquebrajado plato de sopa, y la levantó
sacándola de la silla y aplastándola en un gran abrazó.
—Estoy tan apenado por no estar ahí —le dijo, ahuecando su cara en sus manos
y bajó la mirada hacía el rostro de Midge con gran sentimiento. —Fue egoísta de mi
parte el dejarte. No deberías haber estado tan sola cuando recibiste semejantes
noticias. Mi pobre, pobre amor.
Monty alisó el cabello el cual inevitablemente había escapado de las horquillas
en algún momento durante la noche. En sus ojos, Midge ahora podía leer más que
preocupación.
Y Midge se sintió repentinamente muy culpable.
Había asumido que él estaría enojado, ¿pero actualmente cuándo alguna vez le
había recriminado por alguna cosa que hubiera hecho desde que estaban casados?
—Estrellé el jarrón —confesó. —Intencionalmente.
—No te culpes. Horrendo pedazo de porcelana, —le dijo Monty entre los besos
con los que estaba acribillando su cara. —Supongo que necesitaste estrellar algunas
cosas, recibiendo una carta como esa. Especialmente después de que mi padre te
pusiera de principio a fin.
—¿Te dijo sobre eso?
Monty asintió.
—No te habría dejado sola, créeme… —la apretó arriba de sus brazos
fuertemente.—Si hubiera pensado que se volvería contra ti de esa manera. Pero su
actitud hacia ti, la noche anterior, me convenció que sería muy compasivo contigo.
Algo en el interior de Midge se derritió mientras levantaba su mirada hacia él.
Monty era la única persona sobre los pasados días que entendió por qué se
comportó como lo hizo. O incluso entendió lo que la guiaba. ¡No le extrañaba que lo
amara!
Stephen le había pedido ser su aliada, pero solo como una herramienta en su
torcida búsqueda por lo que él llamaba justicia.
Y por lo que respecta a Nick, su mente estaba tan sujeta sobre su reluciente
carrera que consideraba estaba en su línea de tiro, que solo había la visto como un
obstáculo.
Pero Monty estaba aquí por ella, ahora mismo.
Midge se apoyó en su pecho y sollozó.
—¡He sido tan infeliz!
—Lo sé, lo sé. —le dijo, meciéndola.
—Dios Mío —murmuró Stephen sombríamente. —Esto me está revolviendo el
estómago.
Monty se sorprendió, como si hubiera olvidado que había alguien más en la
habitación. Su rostro se endureció.
—Permanecerás lejos de Midge desde ahora, ¡me escuchas! ¿Cómo te atreves a
aprovecharte de su angustia para alejarla.
—¡No! No. Monty, eso no es lo que sucedió —Midge extendió su brazo y volvió
su rostro hacia el suyo con la palma de su mano. —Si debes estar enojado con
alguien, debería ser conmigo. De no ser por la amabilidad de Stephen, no sé cuál
hubiera sido el resultado de mi locura. Él alquilo un carruaje para traerme a Londres,
por mi solicitud. Y después cuando Nick me regresó de su puerta, me dio un techo
para pasar la noche…
—No podía creerlo cuando me enteré sobre eso —Monty interrumpió. —Incluso
no se aseguró que tuvieras los medios para tomar un carro de alquiler. Cualquier
cosa pudo haberte pasado… una mujer indefensa, en una gran ciudad como esta…
—No estaba tan lejos para caminar a la casa de Stephen —señaló Midge, —Y
una vez que llegué, supe que estaría segura. No como yo había temido. De hecho,
todo lo que pude pensar fue…
—El único hermano que quedaba quien estaba a un golpe de distancia —el
rostro de Monty se aclaró. —Entiendo.
—Así que entiendes, no te desobedecí deliberadamente. Al menos, no ayer —
agregó Midge de forma lamentable. —E incluso cuando Stephen vino la primera vez
a Shevington, no pensaba acercarme a él, pero…
—Lo sé, lo sé, los gemelos me dijeron que él había intentado conseguir que le
hablaras antes, y que no lo hiciste. No merezco tal lealtad…
Pronunciando una maldición, Stephen levantó el decantador y se dirigió a la
puerta.
—No, espera —dijo Monty. —Somos nosotros quienes debemos marcharnos —
colocó a Midge contra su hombro, y extendió su mano. —Me disculpo por
malinterpretar tus intenciones. ¿Estrechará su mano conmigo?
Stephen ojeó a la mano extendida con desprecio, luego emparejó una extraña
mirada en su desarreglada y llorosa hermana.
—No malinterpretaste mis intenciones. Di a la muchacha suficiente cuerda, y se
ahorcaría sola.
Midge se sobresaltó y palideció, pero después levantó su barbilla y dijo:
—Gracias por tu hospitalidad, de cualquier manera. Sé que ya no tienes un gran
aprecio por mí, pero…—su voz se desvaneció, con sus ojos heridos y confusos.
—Estaba predestinado…
—¡Cosas y tonterías! —dijo Monty. —De mi comprensión de la situación, ¡tú
deliberadamente escogiste el peor momento posible para venir a atreverte y darte a
conocer con una mujer quien te habría recibido con los brazos abiertos en cualquier
momento! ¿Sabes lo que pienso? —le dijo, tomando a Midge en sus brazos y
caminando hacia la puerta, —Stephen, creo que eres Kit Hebden por todas partes de
nuevo.
Se detuvo en la entrada, para mirar atrás al caos que Midge había conseguido
hacer de lo que podía ver, alguna vez había sido un aseado y acogedor comedor.
—No sé quién mató a tu padre, pero no me sorprendería ni un poco saber que
había media docena de hombres enfilados por el placer de eliminar al canalla —los
ojos de ambos se encontraron y se sostuvieron por unos cuantos tensos segundos.
Luego Monty asintió, viendo que el gitano había entendido su velada amenaza, y
caminó entrando al recibidor, deteniéndose por el cuerpo atravesado del sirviente
hindú.
—Tu padre tuvo una mujer hermosa —le dijo, bajando la mirada a Midge, quien
había colocado los brazos alrededor de su cuello, —quien lo amo, pero él era
demasiado cruel para arrojarla a los brazos de otro hombre. Tuvo amigos —le dijo,
mirando a Stephen otra vez, —quienes lo admiraron intelectualmente, pero los
despreció, y fue su forma de hacerlos caer. Hal me dijo que acostumbraban a jugar
juntos de niños. Pero ahora, haces lo que está en tu poder para flagelarlo, a él y su
familia. Esto tiene que parar, Hebden, ¿me escuchas?
Stephen sujetó el cuello del decantador un poco más fuerte.
—No es tan sencillo como eso. Tengo un destino que cumplir. Las palabras de mi
madre moribunda fueron…
—¡Oh, no esas absurdas maldiciones gitanas de nuevo! ¡La vida es lo suficiente
dura sin traerle esa clases de cosas! ¡Para de usar eso como una excusa, hombre!
Pudiste reconciliarte con tu hermana en cualquier momento. Escogiste abrazar tu
solitaria amargura…
—No —Stephen inhaló entre sus dientes apretados. Sus ojos estaban fijos sobre
el rostro de Midge, no en el de Monty mientras él decía. —Intenté seguir un camino
diferente. Pero cuantas veces lo hice… —él sacudió su cabeza. —No puedo escapar
de mi destino.
Con un último desafiante bufido, Monty se dio la vuelta, saltó sobre el hindú
inconsciente, y llevó a Midge fuera de la casa.
Capítulo 13

Midge prácticamente se había desmayado por la admiración ante la forma


magistral demostrada por Monty para entrar y tratar con Stephen.
Solo fue una vez que la hubo acomodado sobre el asiento del su carruaje y que
subió a su lado que toda esas inseguridades respecto a su lugar en su vida regresaron
abundando.
Cuando Monty colocó su brazo alrededor de sus hombros, Midge se puso rígida
y giró su cabeza.
—¿Qué es esto, Midge? ¿Alguna cosa te molesta todavía?
—Bueno, si, efectivamente —Midge estalló. —Podría verse como un pequeño
detalle para ti, pero —apretó sus puños y levantó su barbilla, —yo mejor debería
quedarme con Stephen que residir en tu casa mientras rastreas las calles por una
amante.
—Rastrear las calles por una… —Monty se cruzó al asiento frente a ella, y le
tomó el puño en sus manos. —Midge, pensé que sabías que venía a Londres para ver
si había alguna cosa que pudiera hacer, como un civil, para unirme a la lucha contra
Bonaparte. Nosotros hablamos sobre esto…
—¡Sí¡ Y después hablaste con tu padre sobre establecer a una amante o dos
como recompensa por conseguir embarazarme!
—Oh, mi Dios. ¿Es eso lo que te dijo? Solo escuché la parte sobre tu intentando
seducir al mozo al minuto que di la espalda —recorrió su dedo pulgar sobre el
apretado puño consoladoramente. —Cómo si eso no fuera suficientemente malo. No
me asombra que salieras corriendo.
—¿Estás intentando negarlo?
—Enfáticamente —afirmó Monty.
Midge levantó la mirada hacia él, con los ojos contraídos por la sospecha.
—Ni siquiera dijiste adiós —lo acusó. —Al minuto que podías irte, solo te fuiste.
¡Sin mirar atrás!
—Fui a darte mí adiós —le rebatió. —Pero estabas sintiéndote terriblemente
enferma. Y yo sentí…
—¡Disgustado! —Midge dijo de pronto.
Monty agitó su cabeza.
—Culpable. Es mi hijo el que llevas. Soy el único quien te hizo enfermar. No supe
cómo enfrentarte. Que decir. Estoy tan apenado por dejarte de la manera en que lo
hice. Por dejarte absolutamente.
Se miró tan arrepentido, que Midge se preguntó si podía estar diciendo la
verdad.
—Si lo que tu padre me dijo no fuera verdad, entonces ¿de dónde tomó
semejante idea?
Monty pareció más avergonzado que nunca, lo cual redobló su cautela.
—Midge, por favor entiende que todo lo que estaba haciendo era intentar evitar
una confrontación. Si le decía al viejo la razón real porque estaba interesado en venir
a Londres, más probablemente habría volado a uno de sus ataques. Bueno, ahora
que estuviste recibiendo al fin uno de ellos, quizá con más facilidad entiendas porqué
me rendí a discutir con él hace años. Te confieso, solo le dejé asumir lo que él quiso
sobre mis razones para aseverar que estaba saliendo a la ciudad. Pero créeme, no
tenía la intención de establecerme con una amante, ¿Cuándo —continuó con una
sonrisa arrepentida, —tendría la energía para montarla, cuando estoy unido a
semejante bicho malo 3 como tú?
Monty había hecho el débil intento de burlarse de ella en un estado de ánimo
más alegre porque no podía soportar ver esas lágrimas que corrían silenciosamente
por sus mejillas. Especialmente puesto que Rick le había dicho que ella nunca lloraba.
Estuvo tan asustado cuando lo miró como si la hubiera herido mortalmente.

3
Midge: se traduce como mosquito.
—No te burles —Midge gruñó, como si le doliera respirar. —Sé que nunca me
tomas con seriedad, Sé que soy una diversión y que solo te casaste conmigo porque
estabas completamente seguro que nunca te enamorarías de mí, pero…
—¡Qué! ¡No enamorarme de ti? ¿Cómo demonios llegaste a tan loca idea?
—Tu… tú padre —sollozó Midge. —Él dijo…
Monty diría que el viejo demonio lo debió haber dicho, o Midge no estaría
llorando así. Con un juramento, la jaló a través del coche y sobre su regazo, donde la
sujetó con fuerza.
—Por favor no llores, amor. Y por favor aleja de tu mente todas esas cosas que
te dijo. ¡Todas fueron mentiras! Me apena que mi forma de manejarme con mi padre
te haya herido. Y no tomarte seriamente, eso simplemente no es verdad, en
absoluto. Eres la luz de mi vida.
—Tú lo dices ahora, pero no pudiste llevarme a Londres contigo ¿Verdad?
¡Porque temías que te avergonzara!
—¿Qué? ¿Cómo puedes pensar eso?
—¿Qué otra razón podría haber para no llevarme contigo, si no era con el fin de
poder buscar libremente una amante?
—Porque no puedo mantener mis manos apartadas de ti, por supuesto —replicó
Monty.
Midge frunció el ceño completamente sorprendida. Con un suspiro, Monty
explicó.
—El doctor dijo que nosotros deberíamos cesar de tener relaciones íntimas,
ahora que llevas al niño. Los problemas de tu madre en ese aspecto son
aparentemente muy bien conocidos. Al principio ellos pensaron que era estéril, y
luego abortó. El Dr. Cottee dijo que podrías estar en riesgo, también. No quise
alarmarte diciéndote lo que él dijo —hizo una mueca agitando su cabeza. —Dios,
parece que me he equivocado en todas las decisiones sobre lo que te concierne.
Cuando Midge se sobresaltó, supo que ella había malinterpretado su última
afirmación.
—Oh, no. No eso. No en casarme contigo. Eso es la única cosa que parece he
hecho correctamente, últimamente.
Hubo un tambaleo y una fría corriente de aire, y ambos levantaron la mirada
desconcertados para ver al lacayo de Monty sosteniendo la puerta del carruaje.
Mejor que dejarla ir, Monty intentó descender del carruaje con Midge aun
sostenida fuertemente en sus brazos.
—¿Qué estás haciendo? —chilló Midge. —¡Bájame!
—De ninguna manera —gruñó Monty, una vez que hubo puesto ambos pies
plantados firmemente sobre el pavimento. —No voy —le plantó un suave beso sobre
sus labios abiertos, —dejarte ir hasta que absolutamente deba hacerlo. ¿No tienes
idea de lo que esto me hizo cuándo pensé que te había perdido? —sus brazos se
apretaron convulsivamente a su alrededor. —Te imaginé tumbada herida en algún
lugar, incapaz de llegar a casa… —Monty se crispó, mientas subía los escalones a la
puerta principal.
—Pensé que te había perdido también… —Midge inclinó la cabeza, asiéndose
herméticamente alrededor de su cuello mientras entendía exactamente por qué
Monty necesitaba mantener este contacto físico, —con una amante.
—Es suficiente malo —jadeó mientas ascendía las escaleras, —que voy a tener
que dejarte sola cuando lleguemos a tu habitación.
—No veo por qué —objetó Midge, —parece perfectamente ridículo suponer que
hacer el amor contigo podría dañar al bebé. Después de todo, mi madre tuvo su
aventura mientras estaba embarazada. Y mi padre aparentemente no veía mal en
ello.
Monty se detuvo abruptamente sobre la descanso. Luego dijo, lentamente:
—Nunca he tenido una alta opinión del Dr. Cottee.
Y Midge finalmente paró de llorar. La furia sonrojó sus pálidas mejillas. Las
comisuras de su boca se elevaron un poco. Ella cambió su posición, de forma
experimental. La respiración de Monty se forzó. Sus ojos se oscurecieron.
Y Midge sonrió con una satisfacción muy femenina cuando entendió la verdad.
—¿Me deseas? —ella sonrió. —¿Y solamente a mí? Incluso aunque…
Monty vio otra onda de dudas ir colándose a través de ella.
—Incluso aunque ¿qué? —incitó —Vamos, termina con esto, así puedo aplastar
cualquier gusano que tu hayas puesto ahora en tu cabeza.
Monty caminó a zancadas entrando con ella en el aposento, y gentilmente la
acostó. Midge le soltó un puchero mientras se alejaba, pero el sacudió su cabeza,
sosteniendo sus manos en un gesto de rendición.
—No puedo verte acostada ahí, y no querer tomarte. Y aparte del hecho de que
el Dr. Cottee me advirtió que sería completamente egoísta y posiblemente
desastroso hacerlo, necesito hablarte.
Monty agarró el respaldo de la silla, invirtiéndola y sentándose con sus brazos
entrelazados sobre su extremo, con la babilla descansando sobre sus manos, como si
la estuviera usando como escudo de su irresistible tentación. Midge no ayudó
poniendo su poder sobre él a prueba. Ella se contoneó un poco y extendió los brazos
sobre su cabeza, advirtiendo con inocente satisfacción la forma en que sus ojos se
oscurecieron y su respiración se enganchó en su garganta.
—Detén eso, pequeña seductora —gruñó. —No es justo —luego frunció el ceño.
—O quizá lo es. Quizás necesites castigarme, solo un poco, por las heridas que has
aguantado por mis acciones.
—¡No! —se enderezó de golpe, inmediatamente arrepentida. —¡Nunca podría
lastimarte, no intencionalmente!
—No —dijo Monty cariñosamente. —Lo sé. Incluso cuando los gemelos me
dijeron que habías corrido con tu hombre elegante, Supe que nunca serías tan cruel.
Incluso… —su semblante cayó abruptamente, —…incluso aunque tú lo amaras a él…
—¿A él? ¿Quieres decir a Stephen?
—No. Ese otro tipo —le dijo torvamente. —Sobre el que estabas soñando la
noche en la terraza de Lady Carteret. Al que tu familia te hizo abandonar, a fin de
que pudieras casarte conmigo. ¡Y mira que mal esposo he probado ser! —recorrió los
dedos a través de sus cabellos.
—¡Tú pensaste que te había abandonado por otro hombre! ¡Oh, no! —esto
ahora la hacía ver culpable. —Oh, Monty, no hubo ningún motivo para estar celoso.
Siempre fuiste tú. Nunca existió nadie más.
—Pero estabas como flotando con esa mirada ensoñadora en tus ojos. Y me
odiabas…
—Odiaba al Vizconde Mildenhall. Siempre pensé que Monty sonaba
exactamente como el tipo de hombre con quien debería casarme.
Monty se quedó muy quieto por un segundo, después dijo, lentamente:
—Y te has estado torturando al pensar en mi tomando una amante. ¿Eso
significa —susurró, —que me amas? ¿Un poco?
Midge asintió tímidamente, y se recostó sobre las almohadas, deleitándose en la
forma que la estaba mirando. Como si ella significara el mundo para él.
—No me gustaste mucho cuando nos conocimos, tampoco —puntualizó Midge,
demasiado acobardada para preguntar directamente si él también podría amarla un
poco. —Y solo te casaste conmigo como un favor para Rick.
Monty hizo una mueca de dolor.
—No debería haberte dejado pensar eso. Porque no era la verdad.
—¿No?
Él agitó su cabeza como si estuviera contrariado.
—Solo estaba en Londres porque había perdido la paciencia, en Shevington. ¡Mi
padre me hizo sentir tan inútil! El único valor que tenía a sus ojos era como un medio
para producir la siguiente generación. No me molesté tampoco en discutir con él esa
vez. Ya nos habíamos confrontado suficiente durante los meses que había estado ahí.
Pero… —lanzó los dedos a través de su cabello en un gesto de frustración, —…una
vez que me fui, las cazadoras de maridos llegaron en masa por todas partes. Pensé
que eras una de ellas. La escandalosa Miss Hebden —sonrió tristemente. —Pero
incluso aunque creía bastantes cosas malas sobre ti, me encontré buscándote en
donde quiera que iba. Me desprecié por desear agarrar un vistazo de ti, y no poder
evitarlo. ¡Me estabas volviendo loco! Después de esos besos abrasadores, supe que
debía casarme contigo. Hice la cita para reunirme con tu tío la misma mañana
siguiente. Antes de saber que eras Midge.
—¡Oh!
—Pero luego, algo maravilloso pasó. Te encontré en el teatro e intuí que eras la
hermana de Rick. Quizá ahora sería un buen momento para decirte que
acostumbraba a yacer despierto en mi campamento, después de escuchar una de
esas cartas que acostumbrabas escribir a Rick. No… —se ruborizó suavemente, —
…no me refiero como un hermano. No quiero decir abiertamente. Bueno, cuando
descubrí que la devota hermana de Rick, su amorosa hermana, Midge, era la misma
muchacha que una que me había besado con tanta pasión sobre la terraza de Lady
Carteret, estuve incluso más determinado en apresurarme antes de algún otro
consiguiera ventilar que un tesoro estaba en el mercado.
—Oh —dijo Midge de nuevo, enrojeciendo de placer. —¿Por qué no solo me
dijiste todo eso?
—¿Y arriesgarme a poner mi corazón a tus pies para que lo pisotearas? —colgó
su cabeza, y estudió sus botas por un par de segundos, antes de añadir: —Lamento
amargamente la forma en que te retuve.
Midge se sentó de nuevo, y alcanzó sus manos.
—Ésta todo en el pasado. Y nunca pisotearé sobre tu corazón, Monty. O tu
orgullo. Yo… —tomó un profundo respiro. Uno de ellos tenía que ser el primero para
zambullirse. —Te amo.
—Yo te amo también —le contestó, aturdido. Y luego arrojó su cabeza hacia
atrás y soltó una carcajada. —¡Estamos enamorados!
—¿Así que cuándo vas a dejar de hablar, y solo besarme? —preguntó Midge
lastimosamente.
Monty tomó sus manos que estaban temblando suavemente y besó sus labios
salados. Y besándola y besándola, hasta que Midge se sintió verdaderamente como
la mujer más tentadora sobre la tierra.
—Midge —gruñó finalmente. —Debemos parar. Antes de no ser capaz de
detenerme. ¡No debemos hacer nada que pueda lastimar al bebé!
Midge se recostó, completamente avergonzada. Monty era aún capaz de pensar
claramente y considerar las consecuencias de lo que estaban haciendo. Mientras que
ella… descansó sus manos protectoramente sobre su vientre. Sobre el pasado par de
días había estado recorriendo algunas millas a través del condado en calzado
inadecuado, después despierta toda la noche en una posada cuidando a un hombre
quien no le deseaba el bien. Se había escapado a Londres en solo las ropas que
vestía, y quedó empapada hasta la piel, todo durante un estado de completa
conmoción mental. Y su madre, repentinamente recordó, había perdido un bebé,
simplemente porque había sufrido un terrible susto.
Sus ojos volaron a él llenos de culpa mientras inesperadamente la golpeó el
saber que cualquiera de las cosas que había hecho los pasados dos días pudieron
haberla llevado a un aborto.
—Oh, Monty, —jadeó, sintiéndose ligeramente enferma. —Me he comportado
terriblemente, ¿Verdad? ¿Podrás alguna vez perdonarme?
—No hay nada que perdonar —le dijo tiernamente. —Yo debería haber cuidado
mejor de ti. Se cuan impulsiva eres. Debía haber estado contigo cuando escuchaste
sobre tu hermano. No tenías a nadie. A nadie —su rostro se endureció. —Y, Dios
sabe, siempre encontré en Shevington un frío e inhospitalario lugar. ¿Cómo pude
haberte dejado ahí sola, solo porque no podía dejar de hacerte el amor? Fui egoísta.
—Eres el hombre menos egoísta que he conocido —dijo respirando
fervientemente.
La alcanzó sobre el respaldo de la silla, con una expresión irónica mientras
frotaba sus manos suavemente por sus hombros encorvados. ¿Con quién lo podría
estar comparando? ¿Con el padrastro quien no se molestó en hace un previsión
financiera para ella? ¿Con su hermanastro quien no pudo abrirle su puerta cuando
estaba en una horrible necesidad? O ¿Con su medio hermano quien se apareció en
su boda con la clara intención de arruinarle el día?
—Entonces, ¿aceptas, por esta noche, que debemos dormir separados? ¿Sólo
una última vez? —dijo Monty, separando una madeja de cabello del rostro de Midge.
—Hasta que escuchemos algo distinto de otro médico, me rehúso a ponerte en
riesgo.
—¿Es demasiado pedir que sólo me sujetes? —susurró Midge
Monty cerró los ojos con fuerza, como si estuviera dolido.
—No creo que entiendas lo mucho que me estas pidiendo.
Midge se ablandó.
—Si tú puedes ser noble sobre esto, entonces yo puedo. Pero después de
mañana…
—Estoy deseando que llegue mañana —expresó con una sonrisa. —Como me he
despertado deseando cada día desde que me casé contigo.
—Oh —Midge inhaló, con los ojos llorosos. —¿De verdad?
Monty asintió, descansando la barbilla sobre sus manos de nuevo y mirándola
fijamente con una tierna sonrisa.
—¡Es difícil dar crédito, ahora, que temía que la vida de civil fuera
completamente aburrida! Ni riesgo de eso contigo en mi vida.
El ánimo de Midge se hundió. Sabía que él estaba solo intentando aligerar la
atmósfera ente ellos, pero la verdad era, que ella sentía algo parecido a
responsabilidad.
—Si todos los doctores dicen que nosotros no debemos dormir juntos mientras,
regresaré a Shevington y permaneceré ahí —ofreció Midge con valentía. Si él podía
hacer sacrificios, entonces ella también podía. —No deseo ser una carga. Y sé que
probablemente conseguiré meterme en algún horrible aprieto si permanezco en la
ciudad.
—Antes que nada —le contestó severamente. —¡No tengo la intención de
regresarte a Shevington! No regresaremos para nada más que breves visitas por un
futuro previsible. He llevado a cabo todo que he podido por ahora. Los arrendatarios
saben que no estoy hecho de la misma manera que Piers. El mayordomo sabe que
estoy sobre él y que no toleraré esta clase de comportamientos una vez que tome las
riendas. ¡Si él desea mantener su empleo, tendrá que poner en orden sus obras! Los
gemelos han sido enviados al colegio…
—¡Oh, y cómo me odian por eso!
—Pueden hacerlo ahora —le dijo de forma consoladora, —debido a que nunca
han conocido ninguna cosa más que la insana atmósfera que prevalece en
Shevington. Una vez que ellos hayan visto algo del mundo exterior y hagan amigos,
entenderán porque actuaste para sacarlos.
—¿Tú lo crees así? —dijo ella tristemente.
Monty asintió firmemente.
—Y nosotros nos aseguraremos de estar ahí para ellos, durante los días festivos
del colegio. Les mostraremos que somos sus amigos. No son tontos, Midge.
Cambiarán de idea.
Pero un ceño aun arrugaba las cejas de Midge.
—Y por lo que respecta a tu inclinación por meterse en líos, bueno, solo deberé
pegarme a ti como un erizo. Y no me escuchas quejarme. Eres una total delicia para
mí, Midge, exactamente cómo eres. Divertida, impulsiva, valiente y cálida.
—¡Pero —Midge insistió, —dices que deseas involúcrate con políticos. ¡No serás
capaz de hacer mucho por eso si eres mi niñera!
Monty acarició con un dedo a lo largo de la curva de la mejilla de ella.
—Cuando escuché que te habías perdido, Bonaparte me pareció menos
importante que una pulga. Hay suficientes hombres discutiendo mi punto de vista en
el país. Pero soy el único esposo que tienes. Tú y el bebé, ustedes son ahora mi
familia.
Algo dentro de Midge se sintió como si se estuviera derritiendo. Toda su vida, le
pareció, había estado esperando escuchar a alguien decir eso. Con lágrimas fluyendo
por su rostro, Midge se arrodilló sobre la cama y lanzó sus brazos sobre el cuello de
Monty.
—Oh, Monty, —sollozó. —¡Te amo tanto!
—Divertida forma de mostrarlo —le observó con una sonrisa irónica. Y a través
de sus lágrimas, Midge le regresó la sonrisa.
Y él finalmente supo que su padre estaba equivocado. Ahora en su corazón, en
vez de solo dentro de su cabeza.
Midge lo amaba. Por él mismo. Sin importar quién había sido su madre o cuánto
dinero tenía o qué título ostentaba. Estaba sencillamente deseosa de seguirlo al fin
de la tierra. Incluso se enfrentaría a Shevington por ella misma, si se lo pedía.
Lo mejor de todo, había perdido su cabeza por su amor por ella. Y no le
importaba lo que su padre pudiera decir. ¡Nunca jamás se había sentido tan
brutalmente maravilloso!

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