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INSTITUCIÓN EDUCATIVA RURAL DEPARTAMENTAL

BETULIA
Primer Foro de Historia, Memoria Colectiva y Educación Para
la Paz, 2018

La Paz, una Meta que Parece Imposible de Alcanzar

“La paz os dejo, mi paz os doy…” (Jn. 14:27 )

Colombia es un país legalista en el cual se promulgan un sinnúmero de leyes, decretos, normas


y documentos acerca de la paz, la reconciliación y el respeto a la vida, no obstante, el Estado y la
sociedad no tienen cómo verificar el cumplimiento de dichas normas, además que el aparato
judicial es ineficiente para judicializar los incumplimientos a las mismas y abunda la corrupción
que propende por la impunidad.

Recientemente se promulgó la Ley 1732 (2014) y el Decreto Reglamentario 1038 (2015) que
obligó la implementación de la Cátedra de la Paz en las instituciones educativas del país, sin
embargo, los temas de la paz ya estaban referidos y son tratados desde la publicación de los
Estándares Básicos de Competencias Ciudadanas en el grupo o dimensión denominado
“Convivencia y Paz”.

La paz es un mandato constitucional, es un derecho de las y los ciudadanos, es un derecho


inalienable de cada persona (cf. Art. 22. Constitución Política, 1991; en lo que sigue: CP), sin
embargo, cada día niñas, niños y adolescentes padecen de violencia en sus propias casas, a manos
de sus progenitores y demás parientes; sufren violencia también en los colegios, principalmente a
manos de sus propios compañeros (matoneo, bullying); estas franjas poblacionales que son las más
vulnerables son víctimas de todo tipo de violencia en las calles e incluso, a través de redes sociales
virtuales y aplicaciones para dispositivos electrónicos (ciberbullying).

Durante 2016, el sistema forense conoció 26.473 eventos de violencia ocurridos


en el contexto familiar, sin incluir la violencia de pareja; el 38,08 % de las víctimas
fueron niños, niñas y adolescentes (NNA), 6,24 % adultos mayores y 55,67 % otros
familiares (consanguíneos y civiles).

En las mujeres recayó el mayor porcentaje de las acciones violentas (59,13 %).
La violencia contra NNA fue más frecuente en menores de 10 a 14 años de edad
(33,33 %); sin embargo, la tasa por cien mil habitantes identificó como grupo de
mayor riesgo los adolescentes entre 15 y 17 años de edad (97,99). Los padres y
madres fueron los principales agresores. En lo que respecta a la violencia contra la

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población adulta mayor, los hombres mayores de 80 años presentaron la tasa más
elevada (36,10 por cien mil habitantes). Los principales agresores fueron los hijos,
en especial los hombres.

La violencia entre otros familiares continúa siendo escandalosa; en 2016 se


conocieron 14.738 casos; de los cuales 64,73 % eran mujeres. Los grupos de mayor
riesgo son las mujeres entre 18 y 19 años y entre 20 y 29 años de edad. En la violencia
filio-parental, los hombres son los principales agresores, y las mujeres las principales
receptoras de ese tipo de violencia. (Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias
Forenses, 2006, p. 211)

Si “propender por el logro y el mantenimiento de la paz” es uno de los deberes explícitos para
cada persona (Art. 95. CP), no se entiende cómo es que Colombia no ha logrado mitigar, disminuir
o, cuando menos, aliviar un poco los efectos de la guerra y la violencia que priman en este territorio
y que se acrecentó desde la invasión por parte de los europeos, mal llamados conquistadores.

Cada una de las generaciones que han habitado este territorio han sido víctimas de violencia;
el nobel colombiano Gabriel García Márquez registró 29 guerras civiles posteriores al grito de
independencia (García Márquez, 2010, p. 127). Han transcurrido 70 años de conflicto y violencia
desde la muerte del caudillo Jorge Eliecer Gaitán, 54 desde la aparición de las FARC.

El Programa Presidencial de Atención Integral contra Minas Antipersonal (PAICMA) reportó


10.189 víctimas de minas antipersona entre 1982 y 2012, cifra aproximada a la población total del
municipio de Tena (Cundinamarca). Al 31 de marzo del 2013, el Registro Único de Víctimas
(RUV) reportó 25.007 desaparecidos, 1.754 víctimas de violencia sexual, 6.421 niños, niñas y
adolescentes reclutados por grupos armados y un número aproximado de desplazados de 5.700.000
personas, lo que equivaldría a un 15% del total de la población colombiana; dicho en otros
términos, resultó víctima de desplazamiento forzado un número de personas similar al que suman
los habitantes de dos de las grandes ciudades capitales de Colombia como lo son Medellín y Cali.
El número de secuestros asociados al conflicto es de 27.023 personas, casi la totalidad de la
población del vecino municipio de La Mesa (Cundinamarca). Durante el periodo que va de 1996
a 2005 una persona fue secuestrada cada ocho horas, y un civil o un militar cayeron cada día en
una mina antipersonal (cf. Grupo de Memoria Histórica, GMH, 2013, p. 32 y ss).

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Relacionado directamente con el derecho a la paz está el respeto por la vida, expresado de
forma diáfana como derecho en la Carta Magna (Art. 11. CP. 1991), pese a ello, la sevicia y la
barbarie promovidas en el conflicto armado colombiano no tienen parangón. Para la muestra un
botón: el 15 de julio de 1997, al menos 100 paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia
(AUC) ingresaron al municipio de Mapiripán (Meta), donde durante seis días, impidieron la libre
circulación a los habitantes, torturaron, desmembraron, desvisceraron y degollaron
aproximadamente a 49 personas y arrojaron sus restos al río Guaviare para borrar todo vestigio de
sus crímenes. El GMH registró producto de sus investigaciones un número de muertes asociadas
al conflicto armado de 220.000 personas, entre 1958 y el año 2012, esta cifra no incluye abortos
ni suicidios. De cada diez personas que fallecieron por causas conexas al conflicto ocho eran civiles
y, apenas dos, combatientes (cf. GMH, 2013, p. 32).

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Con estos antecedentes resulta halagüeño hablar de reconciliación y, sin embargo es un


propósito en el que hay que empeñarse.

A la pregunta: Cuál es el papel de la familia para evitar que se perpetúen prácticas y actitudes
violentas como las que se han expuesto y se promueva la paz; la respuesta también parece estar en
las leyes, en el papel, en otras palabras, es letra muerta. Resulta obvia la relación entre la educación,
el rechazo a la violencia y la búsqueda de la paz. Que la educación es responsabilidad de madres,
padres de familia y/o acudientes quedó de manifiesto en el artículo 7º de la Ley 115 de 1994 (Ley
General de Educación. Congreso de la República); la educación es, por supuesto, una
responsabilidad compartida con el Estado y la sociedad (cf. Art. 67. CP. 1991. También Art. 2º,
Decreto 1860 de 1994), pero comienza en los hogares y se construye con el buen ejemplo, con el
testimonio; las y los chicos no hacen lo que los padres les piden, hacen lo que los ven hacer, es
bien conocido de todos que en los primeros años de la vida se aprende por repetición. Si en los
hogares se ponen en práctica valores de todos conocidos –que aparecen como frases de cajón–
tales como el respeto, la tolerancia y el amor incondicional, sin lugar a dudas, las cosas tienen que
cambiar.

La labor en pro de la paz en las instituciones educativas también parece haber fracasado,
tampoco aquí se ha conseguido poner en práctica los valores referidos en el párrafo anterior: “En
los grados novenos, las víctimas de bullying fueron casi el 14%, los victimarios el 19% y los
testigos el 56%” (Sánchez, Olivera, & Muñoz, 2012, p. 15). No obstante, corresponde no
desfallecer, promover que en cada espacio de la institución las y los estudiantes estén acompañados
por sus docentes, que esté completo el número de docentes porque muchas veces las agresiones
entre estudiantes se presentan en ausencia de ellos. Fomentar que madres, padres de familia y/o
acudientes desarrollen sentido de pertenencia por la institución educativa y que acompañen a sus
hijas e hijos en el desarrollo de las actividades. Inspirar a cada integrante de la comunidad
educativa para que esté comprometido con un Plan de Estudio Institucional que propende por el
rechazo vehemente a las diferentes formas de violencias y a la discriminación (esto atañe al
personal de vigilancia, de servicios generales, quienes atienden en la cafetería y en el restaurante,
etc., todas y todos comprometidos con la paz).

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Sirva lo descrito hasta el momento para reivindicar el derecho de las víctimas de violencias a
que no se repitan actos tan atroces como los que tuvieron que padecer, sirva esto también para
recordar el coraje del pueblo colombiano y la importancia de la memoria colectiva, máxime con
la promulgación de la Ley 1874 (2017) que restauró la enseñanza de la “Historia de Colombia” en
las instituciones educativas. Es una pena que la población colombiana no esté –como pregonan a
los cuatro vientos– en un marco y momento histórico de posconflicto, sino que, en lugar de eso,
todavía los grupos armados al margen de la ley, las bandas criminales y la delincuencia, tengan al
país sumido en la incertidumbre.

Juan Eduardo González Reyes (Filósofo. Esp., en


Educación, Cultura y Política, UNAD)

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Trabajos citados
Congreso de la República de Colombia. (03 de 08 de 1994). Decreto 1860. Reglamenta la
atención educativa. Bogotá, D. C, Colombia: Congreso de la Repúblcia.
Congreso de la República de Colombia. (08 de 02 de 1994). Ley General de Educación. Ley 115.
Bogotá, D. C, Colombia: Congreso de la Repúblcia de Colombia.
Decreto Reglamentario 1038 (Presidencia de la República. Ministerio de Educación Nacional,
MEN 25 de Mayo de 2015).
García M., G. (2010). Yo no vengo a decir un discurso. Bogotá, Bogotá D.C, Colombia:
Mondadori.
Grupo de Memoria Histórica (GMH). (2013). ¡BASTA YA! Colombia: Memorias de guerra y
dignidad. Bogotá, D.C: Imprenta Nacional.
Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. (2017). Forensis. Datos para la vida.
Bogotá, D.C: Imprenta Nacional.
Ley 1732 (Congreso de la República de Colombia 01 de Sep de 2014).
Sánchez, A., Olivera, N. G., & Muñoz, C. P. (2012). Valores y Convivencia (Vol. 9). Bogotá,
D.C, Colombia: Santillana.
Sociedades Bíblicas Unidas. (2003). La Santa Biblia. Bogotá D.C: Sociedades Bíblicas Unidas.

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