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Cioran, Fuera de la palabra

Mientras estamos encerrados en la literatura, respetamos sus verdades y nos dedicamos


a darles cuerpo, a espesar su nada. Condición indudablemente aflictiva. Pero hay algo
peor: superar esas verdades sin, empero, abrazar las de la sabiduría. ¿Qué dirección
tomar?; ¿en qué sector del espíritu establecerse? Ya no se es literato; se sigue
escribiendo, sin embargo, aun despreciando la expresión. Conservar restos de vocación y
no tener el coraje de librarse de ellos, es una posición equívoca, léase trágica, que ignora
la sabiduría, la cual consiste precisamente en la audacia de extirpar toda vocación,
literaria o de otra clase cualquiera. Quien ha tenido la desdicha de pasar por las Letras,
guardará siempre el fetichismo del giro o alguna superstición de la que sólo se benefician
las palabras. Disponiendo de un don que desdeña o teme, se lanzará sin convicción a
empresas u obras necesariamente abortadas, chambón suspendido entre la palabra y el
silencio, lamentable aspirante a esa gloria del vacío, negada a quien se expresa o se
apega a su nombre. La «verdadera vida» está fuera de la palabra.
Y, sin embargo, la palabra nos obnubila y nos domina: ¿acaso no hemos llegado hasta
hacer surgir el universo de ella? y ¿no hemos asimilado nuestros orígenes al parloteo, a
las improvisaciones de un dios charlatán? ¡Referir la cosmogonía al discurso, erigir el
lenguaje en instrumento de la creación, atribuir nuestros comienzos a una ilusoria
antigüedad del Verbo! La literatura, como se advertirá, se remonta muy lejos en el
tiempo, ya que, nada carentes de aberraciones, no hemos temido imputarle los primeros
sobresaltos de la materia.

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