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“Portadas de la eternidad”.

Cementerios: espacios sagrados y urbanos,


Medellín, 1828 – 1933

Por:

Bladimir Pérez Monsalve

Asesor:
Luis Giovanni Restrepo Orrego
Profesor titular
Departamento de Historia

Universidad de Antioquia
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
Departamento de Historia
Medellín
26 de marzo de 2012
“-No entierran a nadie en este cementerio? – le preguntamos a un labriego. Y el
labriego, removiendo la tierra fresca con el pié, nos contesta: hace 8 días que
enterraron al dueño de aquella casita que humea entre los pinos lejanos.

El cementerio tiene una gran soledad.


El cementerio tiene yerba frondosa.
El cementerio tiene una sola Cruz… una Cruz alta de piedra.

-Porque una Cruz sola? le preguntamos al labriego.


Y el labriego nos contesta: -Porque una sola Cruz basta.

Es tan pequeño el cementerio, que la sombra hace caer de la Cruz el sol,


mientras pasa, puede cobijar un momento a todos los que aquí descansan.”

Sábado: Revista Semanal

Ramón Vinyes

“Si usted quiere conocer una ciudad, lo primero que tiene que hacer es visitar
su río y su cementerio.”

Generación, El Colombiano

Henry Montealegre Murcia

“Los cementerios son las zonas verdes más naturales que existen, las únicas
que se integrarán armoniosamente en el marco de las ciudades futuras, los
últimos paraísos perdidos.”

Raoul Vaneigem I.S. 1961

II
CONTENIDO

INTRODUCCION……………………………………………………...... 1

MARCO TEORICO…………………………………………………….. 8

ESTADO DEL ARTE……………………………………………….. 13

Capítulo I. ANTECEDENTES…………………………………………. 22

1. LOS CEMENTERIOS EN LA ANTIGÜEDAD. ORIGEN DEL


TERMINO EN EL OCCIDENTE CRISTIANO……………….............. 22
1.1. El Imperio Romano y la Antigüedad tardía………………........... 22
1.2. La Ilustración en España………………………………………… 26
1.3. La re-valoración del cementerio como espacio funcional……..... 29

2. LEGISLACION SOBRE CEMENTERIOS………………………… 32


2.1. SE OBEDECE PERO NO SE CUMPLE: LA RETICENCIA A LA
NORMA……………………………………………………………….. 32
2.2. LA LEGISLACION EN LA NUEVA GRANADA……………... 37
2.2.1. Las reformas de medio siglo…………………………………… 39
2.2.2. Cementerios bajo control de la municipalidad. Un esfuerzo por
eliminar el Patronato………………………………………………….. 41
2.2.3. El inspector de policía. Diversas funciones para un mismo fin, la
tumba…………………………………………………………………… 45
2.2.4. El Código de Policía General y la reglamentación sobre inhumación
de cadáveres…………………………………………………………… 48
2.2.5. La administración de Núñez y el Concordato……………….... 49

Capítulo II. EL PROYECTO DE CONSTRUIR CIUDAD: BARRIOS


FRENTE A CEMENTERIOS…………………………………………... 52

3. MEDELLIN: EL DESARROLLO URBANO DE LA MANO CON EL


PROYECTO CIVILIZATORIO……………………………………… 55
3.1.POBLAMIENTO Y DESARROLLO URBANO DEL
NORTE………………………………………………………………… 61
3.2. El talante populachero y díscolo de los habitantes de El Llano... 65
3.3. Hombres “cívicos” y compañías urbanizadoras……………….. 67
3.4. El parque de Bolívar y la catedral de Villanueva……………… 69

4. LOS BARRIOS…………………………………………………….. 70

III
4.1. Las Tullerías……………………………………………………... 71
4.2. San Pedro o Pérez Triana……………………………………….. 72
4.3. Médicos, suciedad y cabildo: un asunto de prevención............ 75
4.4. El Bosque de la Independencia………………………………… 77

5. POBLAMIENTO Y URBANIZACION DEL SUROESTE………. 79


5.1. Barrio San Lorenzo……………………………………………... 81
5.2. Barrio Guanteros………………………………………………… 82
5.3. La Asomadera…………………………………………………... 84
5.4. La estación del ferrocarril y la plaza de mercado……………… 84
5.5. La fracción de Aguacatal……………………………………….. 86

6. El DESARROLLO URBANO DEL OCCIDENTE: BELEN Y


ROBLEDO…………………………………………………………… 87
6.1. Barrio Robledo…………………………………………………... 88

Capítulo III. LOS EMBATES DE LA ILUSTRACION: LA


INTERVENCION DEL CUERPO MEDICO…………………………. 90

7. DE FRANCIA A ESPAÑA. COMIENZAN LAS REFORMAS…. 91


7.1. La epidemia en Guipúzcoa, País Vasco………………………. 95
7.2. En Medellín también se perciben los efluvios………………... 100
7.3. El cementerio adosado al templo de San Benito……………… 103

8. ORIGENES DEL CEMENTERIO DE SAN LORENZO……….. 109


8.1. San Lorenzo, un “campo triste”……………………………… 111
8.2. El cementerio privado del padre Jiménez…………………… 114

9. SAN PEDRO……………………………………………………… 117


9.1. La construcción de uno nuevo o la ampliación del existente… 126
9.2. El cementerio laico…………………………………………….. 127
9.3. El caso de doña Rosa Latorre de Mendoza: una espiritista sepultada en
un campo santo “archicatólico”…………………………………… 129

10. El CEMENTERIO DE ROBLEDO…………………………….. 130


11. EL CEMENTERIO DE BELEN……………………………….. 131
12. EL CEMENTERIO DE AGUACATAL Y EL CAMBIO DE
LOCALIDAD……………………………………………………… 133
13. LOS CEMENTERIOS DE LAS FRACCIONES SE ENCUENTRAN
EN MAL ESTADO…………………………………………………... 135
13.1. La intervención del cuerpo médico: una “geografía de la
insalubridad” ………………………………………………………. 137

IV
14. EL UNIVERSAL: CEMENTERIO DE TODOS……………… 143

CONCLUSIONES…………………………………………………. 150

BIBLIOGRAFIA Y FUENTES…………………………………… 167

ANEXO 1. Plano de cementerio…………………………………… 152


ANEXO 2. Contribuyentes del cementerio de San Benito……….. 153
ANEXO 3. Contribuyentes del cementerio de San Lorenzo……… 157
ANEXO 4. Comisiones encargadas para pedir limosnas los sábados 159
ANEXO 5. Reglamento higiénico para cementerios………………. 164

V
Lista de Planos

Plano 1. Ubicación global de los cementerios de la ciudad

Plano 2. Barrio San Pedro en 1912

Plano 3 y 4. Medellín Futuro de 1913

Plano 5. Medellín en 1847

Plano 6. Área del cementerio San Lorenzo en 2003

Plano 7. Elipse del cementerio de San Pedro

Plano 8. Área del cementerio El Universal en 1933

Lista de Fotografías

Fotografía 1. Lago por el Bosque de la Independencia

Fotografía 2. Título de propiedad expedido para el cementerio de San Lorenzo

Fotografia 3. Retrato de don Pedro Uribe Restrepo

Fotografía 4. Portón del cementerio San Pedro

Fotografía 5. Fachada del Cementerio Laico

VI
VII
VIII
RESUMEN

Uno de los eventos más importantes ocurridos en Hispanoamérica e inscrito en las reformas
borbónicas fue el tratamiento de lugares insalubres como los cementerios, inicialmente
ubicado dentro de las Iglesias, el tema fue motivo de un arduo debate de minorías ilustradas
preocupadas por alejarlos de las ciudades. Esta campaña de opinión condujo a que durante la
primera mitad del siglo XVIII y principios del XIX, se emitieran reiterados acuerdos y ordenes
reales con el fin de separarlos de los templos. Así, y cumpliendo estas disposiciones, las
necrópolis como nuevos “actores urbanos” condicionarían –por su misma naturaleza- la
ampliación del casco urbano en el tránsito de la centuria decimonónica.

Partiendo de este antecedente, la investigación asume que los cementerios no son meras
“islas” en medio de una cuidad, son también, jalonadores, ejes dinamizadores y elementos
persuasivos de sectores gubernamentales, clericales y médicos por intervenirlos e incluirlos en
los proyectos de modernización urbana y de servicios que experimento Medellín en el
trascurso de diecinueve y veinte.

Palabras clave: San Lorenzo, San Pedro, Belén, Robledo, San Benito, Legislación, Cementerio
Laico, Aguacatal, Guanteros.
INTRODUCCION
La necesidad de estudiar los cementerios de Medellín, surge a partir del momento en el cual
visité con algunos amigos el cementerio de San Javier, en el sector de La América. En
aquella época y en el costado este del lugar se levantaba un local de forma cilíndrica donde
arrojaban las osamentas de aquellas personas que sus parientes olvidaban por algún motivo.
Sin pensarlo dos veces y olvidando la repugnancia y el pesar de los dolientes, nos subíamos
y observábamos toda clase de formaciones óseas que, extrañados y asombrados por la
cantidad, pasábamos por alto los riesgos de enfermedad que estas andanzas nos podrían
traer frente a la condiciones higiénicas e insalubres que significaba la presencia de estos
recintos. Estos lugares llenos de anécdotas y de uno que otro atisbo de susto, ruidos y
llantos, significaba para nosotros un lugar donde se contaban muchas historias y donde los
allí sepultados representaban para la ciudad y sus familias historias de vida interrumpidas
por la violencia, la enfermedad o por alguna desilusión amorosa.
En ese entonces, los cementerios como el mencionado, no representaban un perjuicio
para los vecinos del sector que lo veían como un lugar apacible y confiable en la
convivencia con los vivos, en esos años -principios de los 90`s- el auge urbanístico era
“tímido” y éste se veía rodeado de mangas o solares que lo hacían ver como una isla en
medio de maleza y escombro arrojados por inescrupulosos.
Aquel panteón, blanco en su exterior como en el interior y proyectado en pabellones,
uno de los cuales está destinado a los niños, está llamado a desaparecer por la misma
convivencia con el colegio, que hoy está en funcionamiento, con la biblioteca, la cárcel de
mujeres, en mora de ser clausurada, y la urbanización ubicada en la parte norte. La
coexistencia, hoy, en el siglo XXI, se torna complicada por una razón, la sanitaria y con la
implicación que esto conlleva: la negativa de convivir al lado de la “ciudad de los
muertos”; en este sentido, la solución vuelve hacer la misma, la de hace unos 220 años,
cuando las autoridades virreinales recomendaban ubicarlos en las afueras de la ciudades.
En este sentido, y con el vertiginoso crecimiento de las ciudades, los cementerios de
Medellín, por mencionar el de Belén, del que unos meses atrás, los vecinos se quejaban
ante la administración municipal de la cercanía del lugar y por ende, de la cantidad de
mosquitos que salían de allí y del mal olor que se sentía, la proximidad con el lugar
despertó la animadversión de los residentes que clamaban por el traslado del cementerio a
2

un lugar alejado; Robledo y La América, ubicados en el interior de los barrios, se ven


sumergidos en esa misma problemática: el alejamiento hacia la periferia, más aún, el cierre
de éstos ante el poco número de inhumaciones y el cada vez aumento de la cremación
modifican los ritos y la paulatina desaparición de los cementerios urbanos.
De esta manera, y parafraseando al historiador francés Philippe Ariès, el cementerio
aparece en las postrimerías del siglo XVIII y principios del XIX en la topografía o malla
urbana de la ciudad, convirtiéndose en un signo de la cultura y haciendo parte del conjunto
de servicios que posee la misma,1 añadiéndose a ello, una noción que los especialistas en
temas fúnebres y los arquitectos definen como el cementerio-jardín o el “cementerio no
edificado”, es decir, aquel recinto que en palabras de Julio Cacciatore: “borra las
diferencias bajo un manto de césped…”2 y desde el punto de vista espacial invita a los
dolientes a recorrerlo con sus calles definidas y sus jardines floridos, excluyendo la muerte
y la tristeza que los cementerios tradicionales o monumentales evocan.
El crecimiento de las ciudades, como consecuencia de las migraciones y del auge de
profesiones –especialmente ingenieros y médicos-higienistas- tuvo también un punto de
intervención en el desarrollo físico de los camposantos: de zonas edificadas y separadas de
altos muros o verjas, se pasa a diseños de grandes extensiones verdes y multicolores; en
este sentido, la transformación de éstos fue uno de los fenómenos más inquietantes del paso
de una centuria a otra.
Así pues, y partiendo del ejemplo de los cementerios de San Javier y Belén, donde se
establecen conflictos de orden sanitario, urbano y social, que dos siglos antes vivieron las
ciudades americanas y, obviamente, la nuestra. Por este motivo lo que nos proponemos en
la investigación como objetivo general, es analizar y describir la evolución urbana entorno
a los cementerios como referentes arquitectónicos y urbanos, del mismo modo como
jalonadores y ejes dinamizadores en el desarrollo de los sectores en los cuales estuvieron
emplazados.
Los estudios producidos sobre el proceso urbanizador muestran como principales ejes
de desarrollo los parques, iglesias y avenidas, ejemplos clásicos de conformación espacial

1
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus Humanidades, 1993, pp. 396 - 397.
2
Julio Cacciatore, “Cementerios en Iberoamérica. Algunas reflexiones y puntos de partida para una
investigación”, Una arquitectura para la muerte, F. J. Rodríguez Barberán, (Coord.), Encuentro Internacional
sobre los cementerios contemporáneos, Sevilla, España, 1993.
3

alrededor de un proyecto de ciudad. Sin embargo, hay un elemento nuevo que aparece en el
panorama urbano de fines del siglo XVIII y principios del XIX, la proyección espacial del
cementerio y con él la preocupación de incluirlo a partir de la segunda mitad del siglo XIX,
en los proyectos de regulación urbana emanadas de las administraciones municipales. Este
nuevo “actor” urbano me llevó a formular la pregunta, ¿cuál fue la incidencia urbana y
social de los cementerios en Medellín? Cuestión que intentaremos responder en la presente
investigación. Para ello y a lo largo de los capítulos, deseamos mostrar de qué manera los
cementerios son tenidos dentro de un propósito urbano incluyente y a su vez, cómo la
intervención de la comunidad médica, a partir de 1887, asumió el tratamiento higiénico
como antes no lo había hecho, pues de un saber empírico medicinal, se pasa al tratamiento
científico de los mismos.
Pretende esta investigación señalar el cambio en la manera de afrontar el traslado del
cadáver de la iglesia a sitios alejados; los miedos, preocupaciones y las nuevas experiencias
vividas por los dolientes, sea de aceptación o rechazo frente a dos realidades: lo sagrado y
mundano relacionado con este nuevo evento.
Este último componente, lo mundano (social), también constituye un aspecto clave en el
desarrollo del trabajo pues, el impacto que los cementerios como el de San Pedro, San
Lorenzo y El Universal, por ejemplo, tuvieron en el comportamiento de la población
asentada allí que, en muchos casos, manifestaban aptitudes alegres, irreverentes, fiesteras y
nostálgicas propios de aquellas zonas.
Igualmente y como venimos señalando, estos lugares no fueron vistos con apatía y
rechazo de la población de su alrededor. Se tiene la noción generalizada de que donde hay
un cementerio sus anexos deben estar despoblados, que fue inicialmente la intención de las
autoridades virreinales, pero la realidad es otra, pues intentamos verificar la validez de la
hipótesis: la proyección de los cementerios coincidió con un proyecto urbano promovido
desde las altas esferas gubernamentales (élite) y como consecuencia de ello, con el interés
médico y oficial en la configuración de una medicina urbana en la segunda mitad del siglo
XIX.
Los sitios aledaños a éstos experimentaron un poblamiento disperso y paulatino que fue
llenándose de más grupos familiares, al punto de convertirse en grandes espacios habitables
a fines siglo XIX y que fueron conocidos como los barrios San Pedro o Pérez Triana, La
4

Asomadera, Guanteros, Belén-Altavista, Robledo entre otros. El surgimiento de estas zonas


colindantes a las necrópolis es otro de los propósitos de la investigación.
El enfoque al que pretende acercarse la investigación histórica es el de la perspectiva
social, buscando asimismo, la concatenación entre lo urbano desde dos aristas: la ciudad y
la ecología urbana, es decir, la distribución espacial y la coexistencia de hábitos como el
trabajo, la diversión o vida social, la permanencia y su relación con lo mundano y sagrado.
El proyecto de construir cementerios definió también la separación topográfica entre
ricos y pobres. Philippe Ariès lo comenta de la siguiente manera: la muerte de los ricos y la
de los pobres expresadas para los primeros en las iglesias y los cementerios contiguos o
próximos, y para los segundos alejado y suburbano produjo una segregación que anunciaba
el período contemporáneo3 con la denominación que posteriormente hicieron de
“cementerio de los pobres” para San Lorenzo y “cementerio de los ricos” para San Pedro.
El texto está dividido en tres capítulos. En el primero seguimos la evolución entre
iglesia – cementerio demostrando con ello la consecuencia de la separación de éstos y su
inclusión en las ciudades como espacios “autónomos” y dinámicos. También analizaremos
el impacto social y urbano que tuvo la Ilustración en Francia y España y cómo se
cristalizaron en una serie de medidas que buscaron el bienestar de la población frente a las
ciudades de nueva planta y el tratamiento del “olor de la muerte”. Medidas que no fueron
bien vistas por la población en ambos continentes, el cual mostraron apatía por la nueva y
“compleja” situación al enfrentar temores como el alejamiento de un espacio protegido y
dedicado a los santos devotos, como también a la concepción de exterioridad (aire libre) del
nuevo recinto. Para consolidar y aumentar el temor hacia este nuevo espacio, el aparte
describe y analiza los numerosos decretos promovidos por los gobernantes en el paso del
período colonial al republicano y su paulatina aceptación; la consolidación de alianzas entre
el Estado y la Iglesia católica en el Concordato.
La dualidad “barrios frente a cementerios”, fue la disyuntiva de la administración
municipal y los vecinos a la hora de crear zonas habitables que no fueran un problema en la
convivencia con los cementerios. En la sección II, partiendo de este dilema, analizaremos
su impacto con la aparición de propietarios de mangas con intenciones de negociarlas con

3
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Traducción del inglés de Mauro Armiño, Madrid, Taurus
Ediciones, 1993, p. 267.
5

la administración municipal, favorecieron la intervención del cuerpo médico y su trabajo


comprometido en diagnosticar los focos contaminantes de la capital. El aparte expone la
importancia de una nueva sensibilización de los espacios o referentes urbanos, incluidos los
cementerios, y cómo éstos se articulan con la plaza de mercado, la iglesia y la avenida en
un esfuerzo por convertirlos en lugares que como señala el arquitecto Henry Montealegre
Murcia desde la doble acepción, urbanístico y arquitectónico: “deben ser el lugar de las
conexiones vitales, el lugar de encuentro con la calle, con el río, con la universidad; son
lugares (los cementerios) por excelencia para construir identidad, para descifrar el aura de
la ciudad, para echar raíces en el futuro (…). Su arquitectura debe hacernos conscientes de
lo agradable de vivir en medio de la materia; no son lugares para exiliarnos de la vida, son
espacios para reconciliarnos con la vida, ir al cementerio es una oportunidad más para la
inclusión, no para la exclusión “. 4
La ampliación del límite urbano trajo consigo la consolidación de los nuevos barrios
circundantes a los cementerios. La sección III analiza y detalla la incidencia que esto trajo
en el ramo de la higiene, que desde España se venían ejecutando como un plan para
ordenar, asear y hacer más agradable el hábitat. Además y comenzando con el postulado de
“hacer más agradable el entorno urbano”, las autoridades virreinales consagraron medidas
que terminaron por desligar el cementerio de la iglesia y a su vez, desviar los recursos
económicos hacia el erario real. De esta manera, el aparte señala lo difícil que fue para la
gente del común, la instalación y posterior aceptación de estos espacios fúnebres, contrario
a las autoridades civiles y médicas que lo intervinieron e incluyeron en sus proyectos de
mejoramientos urbano, demostrando con ello que, ante la falta de ingenieros, la comunidad
médica (con la Academia de Medicina, en 1887) asumió un rol decisivo en la consecución
de un camposanto.
El lapso comprendido en este trabajo, 1828-1933, y para el caso que nos importa, es
un período de cambios a nivel urbano y religioso. Sobre estos dos aspectos, podemos decir
que se desprenden las políticas, entiéndase normas, leyes y reglamentaciones locales,
tendientes a organizar y diseñar la nueva ciudad. El régimen sanitario, la ampliación del
límite urbano en detrimento de lo rural, causado por los cementerios, trajo consigo un
cambio de aptitud en la población frente a la escisión iglesia-cementerio, pues desde la

4
Generación, El Colombiano, Medellín, 19 de octubre de 2008, p. 8.
6

década del veinte del siglo XIX, se venían perfilando cambios importantes que llevarían a
diversos sectores de la misma como curas, médicos, comerciantes y gente del común a re-
considerar cómo y a dónde irían a parar después de morir, ya que el entorno y sobre todo el
alejamiento de los mismos comenzaría ser una seria preocupación en estos estratos,
temerosos de los dogmas cristianos imperantes.
Cómo hacerlo, cómo transmitir estos propósitos en la población para hacer que dicha
transformación, primero desde lo mental y luego desde lo físico, fuera más llevadera la vida
y el tránsito al más allá. Con términos tan simples como aseo, propio de sociedades
“civilizadas” o, utilizando una expresión de la época, “estar en policía” se quisieron
introducir en el ordenamiento urbano. La apertura o ampliación de la línea urbana fue bien
vista por las autoridades civiles y por numerosas familias adineradas, quienes en las tres
primeras décadas del siglo XIX, iniciaron el poblamiento, incipiente y disperso, de aquellas
zonas que aumentarían durante la segunda mitad del siglo, siendo la preocupación de la
autoridad local en relación vecinos-cementerio. Así pues, el norte y más tarde el suroeste
comienzan a poblarse paulatinamente, en este caso, la villa decimonónica amplía o
desborda el perímetro urbano con la apropiación de terrenos comunales (ejidos). En efecto,
la aparición de una élite de vocación minera que hacia 1820 comenzaba a instalarse en los
sectores, definió la zona y la convirtió en el sitio predilecto de paseos y construcción de
casaquintas y posteriormente, en las primeras décadas del XX, en sitios de reconocida vida
libertina como Lovaina, por ejemplo.
De igual manera el año de 1828 coincide con la creación de la diócesis de Santa Fe de
Antioquia y, Medellín, elevada a capital dos años antes, se perfilaba para ese entonces,
como epicentro religioso, político y cultural. Teniendo presente la importancia de estos dos
hechos, los ciudadanos más pudientes y el cabildo comienzan a re-pensar (la ciudad) en el
aspecto urbano con la fundación de dos cementerios: San Lorenzo en 1828 y San Pedro en
1842. El establecimiento de estos dos “hechos urbanos” inicia, de alguna manera, el
derrotero de la ciudad hacia una etapa que, si bien es de estancamiento (1826 -1840),5
repuntaría de manera paulatina (con avances y retrocesos) tanto en la aceptación de nuevos
camposantos como en la consolidación de una red de caminos inter-zonales que hasta 1933

5
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad: crecimiento y
modelos urbanos, 1775-1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2007,
p. 27.
7

comunicaban a gran parte de la ciudad con los cementerios. Este espacio temporal, en el
plano religioso y de algún modo, en el demográfico, incidió en la ampliación de la frontera
urbana y en el establecimiento de los mismos, pues aquella se masificó con el arribo de
población campesina incrementando para nuestro caso, el porcentaje de mortalidad y su
aceptación. Además, el incremento de inmigrantes preparó el camino hacia la fase de
consolidación industrial vivida en los años 30. Hechos: inmigración e industrialización,
contribuyeron en el cambio de concebir y valorar dichos sitios.
La investigación tendrá un hilo conductor que diferenciará las etapas de transición
vividos a nivel local: colonia, independencia y república, haciendo énfasis en los dos
últimos períodos y tomando a su vez, elementos urbanos: concepción de espacio habitable,
apertura de vías de comunicación del centro hacia los barrios circundantes a los
cementerios, valoración sanitaria de focos contaminantes en barrios. En lo político, pleitos
de los pobladores frente a la presencia del cementerio, confrontación entre autoridades
civiles y empresarios urbanos y sociales, sucesos jocosos protagonizados por los
administradores de los cementerios: creencias sobre hechos fantasmales, fiestas y
actividades non sanctas, hasta argumentos políticos a favor o en contra del establecimiento
de los mismos.
Para ello se hizo la búsqueda de fuentes primarias pertinentes en los archivos civiles y
eclesiásticos de la ciudad. Como apoyo a la investigación se utilizarán fuentes secundarias
como libros, revistas, prensa de la época, reglamentos, correspondencia, planos entre otros.
Los pasos a seguir en la investigación serán la identificación de las fuentes primarias.
Se examinarán disposiciones reales (reales cédulas, decretos, legislación sobre cementerios)
expedidos en la península y comunicaciones varias de las autoridades locales. Tipificación
de los temas abordados en los cementerios existentes de la ciudad. Análisis del contenido
en relación con la legislación, salubridad y equipamiento urbano.
Debemos señalar por último, que el estudio de los cementerios urbanos no pretende
de ninguna manera agotarlo, es simplemente una “aproximación”, pues reconocemos
limitaciones interpretativas y documentales que pueden ser brecha de posteriores estudios,
8

por tanto, y como señala Gonzalo Soto P.: “Ningún texto está definitivamente escrito, ni
definitivamente leído, ni definitivamente interpretado. Es la riqueza-pobreza de toda obra.”6

MARCO TEORICO
Para comprender la problemática vivida entorno al establecimiento del cementerio
extramuros en Medellín y su incidencia urbana y social, resulta pertinente saber cuál es el
aporte conceptual que sobre el tema han realizado connotados estudiosos del saber social.
Partiendo de la cuestión propuesta y relacionándolo desde lo urbano, sagrado y socio-
cultural, comenzaremos con la definición que hacen los antropólogos Edward B. Taylor y
Víctor Turner. Sin embargo, abordaremos el análisis de éstos, según la expresión del
historiador estadounidense S. French como una “institución cultural”7 y, religiosa, en el
término P. Ariès,8 es decir, en todas las manifestaciones que el hombre puede articular
entorno al sentimiento que evoca este recinto: desde lo sagrado hasta lo artístico, pues allí
descansan los referentes patrios, literarios, artísticos, políticos representados en sus
máximos exponentes, como también, en el espacio donde se canalizan las creencias y
supersticiones frente a un plano desconocido como es el más allá. En síntesis, como
espacios testimoniales de la trayectoria histórica de los pueblos.
Por ello, y partiendo de dicha expresión (cultura) analizaremos la definición clásica de
Taylor en sentido etnográfico, como el complejo de conocimientos, creencias y costumbres
que el hombre adquiere como miembro de la sociedad.9 Esta definición llevada al plano
local se plasma desde lo religioso en los preceptos o dogmas que enseña la iglesia, entre
ellos, Salvación y Juicio final. Identidad que a lo largo del siglo XIX se “acentuará” y se
reconocerá en un pueblo profundamente católico. Es por ello que el proceso de escisión
iglesia – cementerio costó tanto resquemor en la sociedad de entonces, anclada en un

6
Gonzalo Soto P., “Laberinto: Poder, hermenéutica y lenguaje. Una analítica desde El nombre de la rosa de
Umberto Eco”, Estudios de Filosofía, Universidad de Antioquia, No. 19 -20, febrero – agosto de 1999, p. 29.
7
S. French, The Cementery as cultural Institution, en D. E. Stannard, Death in America, 75. Citado en
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus Humanidades, 1993, p. 435.
8
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus Humanidades, 1993, p. 435.
9
Definición tomada de Edgardo Montalvo Santos, “Algunos aspectos sobre la muerte y el morir en
Medellín”, Trabajo de pregrado en Antropología, Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias
Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, Medellín, 1996, 108 págs.
9

“estatismo social”, una rigidez mental y una profunda convicción moral vigilada por la
iglesia y la misma sociedad.
Con estos patrones mentales, los habitantes de Medellín afrontaron tal evento con
desagrado y apatía unos, con aceptación y entusiasmo otros, frente al nuevo actor urbano.
Por ello el estudio de estos recintos culturalmente vistos, afecta de manera a la población en
lo referente a las decisiones tomadas por las autoridades, permitiendo establecer un cambio
en la concepción espacial y mental de los medellinenses que se vio reflejado en la noción
de cementerio y su disposición espacial, como también en las creencias y prácticas
fúnebres.
Turner manifiesta que esta noción (cementerio) también implica la disposición de un
sitio para depositar los cuerpos.10 Definición que asimismo, crea la dualidad de dos tipos de
vivienda: la ciudad de los muertos y la de los vivos, ya que la representación espacial y
arquitectónica de los vivos es trasplantada a la de los muertos, con todo el significado que
esto conlleva: económico, cultural, social y religioso. De la misma forma, es un espacio
abstracto dedicado al ser que muere y un espacio concreto para los vivos.11
Pero si la representación espacial señala cómo y dónde deben descansar los difuntos, el
escenario visto desde dos planos: el más acá y el más allá, también despierta temores y
curiosidad de quienes lo percibieron como tal. Anne-Marie Lasonczy subraya la percepción
que tenemos del cementerio como espacio sagrado en límites con lo mundano o profano, el
cual precisa como el espacio liminar,12 es decir, como una categorización intermedia entre
el mundo socializado, el margen no habitado y el más allá. En estos tres planos es donde se
ubica la problemática vivida a nivel local. El mundo socializado, es el contexto donde se
ejecutan, discuten y planean la edificación de los camposantos; de la misma manera, es
donde se mira con desdén, apatía y “curiosidad” el nuevo “hecho urbano”; el margen no
habitado, propiamente el cementerio, es el espacio donde se plasma la ciudad de los vivos,
y el sitio donde se canalizan los imaginarios presentes en las personas, y por último, el más
allá, ese plano desconocido que despertó muchas inquietudes frente al nuevo escenario

10
Edgardo Montalvo Santos, “Algunos aspectos sobre la muerte y el morir en Medellín”, Trabajo de pregrado
en Antropología, Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de
Antioquia, Medellín, 1996, 108 págs.
11
Alfredo Plazola Cisneros, et ál., “Cementerios”, Enciclopedia de Arquitectura Plazola, Vol. III, 1994, p.
72.
12
Anne-Marie Lasonczy, “Santificación popular de los muertos en cementerios urbanos colombianos”,
Revista Colombiana de Antropología, Vol. 37, Bogotá, enero-diciembre, 2001, p. 9.
10

pues, lleva a responder, cómo era, a dónde iban a parar las almas, quien los protege en el
nuevo sitio extramuros.
De igual manera, la socióloga Gloria Inés Peláez, en su estudio sobre la normativa que
gira alrededor de los santos populares, define el cementerio como un espacio numinoso,
esto es, la ambivalencia que caracteriza este estado: de un lado es impuro y aterra; de otro
es poderoso y fascina.13 Es precisamente lo que caracterizó el proceso de instalación de los
cementerios en nuestra ciudad a lo largo del siglo XIX, luego de ser vistos por personas
supersticiosas con recelo y apatía o maloliente y pavoroso y, por otros sectores de avanzada
(médicos y élite) como escenarios incluyentes del entramado urbano, proclives a
intervención estructural e higiénica.
El filósofo francés, Michel Foucault, en su artículo titulado, Los espacios otros,
comenta que los cementerios son lugares heterotópicos, esto es, espacios con una existencia
real capaz de producir rechazo o aversión; un lugar dinámico frente a otros referentes
urbanos, ya que crea una doble visión: excluyente, cuando estamos vivos y los percibimos
alejados, e incluyente cuando somos cadáver y hacemos parte de él. M. Foucault, lo define
de esta manera: “El cementerio constituye un espacio respecto de los espacios comunes, es
un espacio que está no obstante, en relación con el conjunto de todos los espacios de la
ciudad o de la sociedad o del pueblo, ya que cada persona, cada familia tiene a sus
ascendientes en el cementerio”,14 en suma, es “otra ciudad”.
Philippe Ariès, en su ya clásica obra, El hombre ante la muerte, define el cementerio
como la reproducción topográfica de la sociedad global. Allí están reunidos en el mismo
recinto, pero diferenciados cada uno de ellos por el estamento social al cual pertenecen:
curas, políticos, poetas, próceres, entre otras categorías y finalmente los pobres, pues su
objetivo es representar una reducción simbólica de la sociedad.15 Desde la misma
concepción de los cementerios en nuestra ciudad, se quiso plasmar este ideal: a partir de
San Pedro (inicialmente de los ricos, atributo que fue perdiendo para, según Ricardo
Aricapa, tomárselo el espíritu irreverente de la comuna); pasando por San Lorenzo, el de
los pobres, hasta el denominado Universal, noción que se entiende como algo secundario,

13
Gloria Inés Peláez Q., “Un encuentro con las ánimas: Santos y héroes, impugnadores de normas”, Revista
Colombiana de Antropología, Vol. 37, Bogotá, enero-diciembre, 2001, p. 27.
14
Michel Foucault, “Los espacios otros”, Astrágalo. Cultura de la arquitectura y la ciudad, Madrid, No. 7,
septiembre, 1997, p. 89.
15
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte,… p. 417.
11

pues también existen allí espacios claramente diferenciados: fosas comunes, tumbas
individuales, tumbas para ricos, los servicios del “ante-cementerio”, la parte más
monumental, destinada a las personas importantes, entre otras separaciones.
Desde lo artístico, y eso lo podemos constatar en los recintos fúnebres de la ciudad,
como lo señala P. Ariès, es también un museo de bellas artes. Bellas artes que no están
reservadas a la contemplación de los aficionados aislados, sino que cumplen un papel
social, ya que deben ser gustados por todos y en conjunto.16 Desde los grandes artistas
locales, que expresan el “sentimiento plástico” de la muerte en las tumbas de los hombres
notables de la ciudad, hasta las más sencillas representaciones artísticas se pueden observar
en San Pedro, San Lorenzo o El Universal; por tanto, a más de ser una reducción simbólica
de la sociedad, es igualmente la imagen de la sociedad pública, luego, no hay sociedad sin
bellas artes y la plaza de las bellas artes está en el interior de la misma.17
Como prolongación de los recuerdos de las generaciones venideras, es el cementerio la
tierra de los antepasados.18 Con este fin, San Pedro como sociedad privada o propiedad
familiar, fue constituido según sus fundadores, los Santamaría, los Restrepo, los Uribe, para
que “transcurridos tres, cuatro o más siglos, puedan nuestros descendientes, al visitar aquel
lugar fúnebre, decir: aquí yacen las reliquias inanimadas de nuestros progenitores…”. 19
Hablar de cementerios o necrópolis, dos conceptos semánticos diferentes,20 es referirse
a la parte incluyente de una ciudad y de su historia, de tal manera que a más de simples
complejos arquitectónicos son también formas de explorar cómo una sociedad moldea su
entorno físico y a su vez enfrenta y asume sus profundas convicciones y sentimientos.
También el cementerio es el lugar especial de la simbología fúnebre y uno de los sitios
con más presencia en el imaginario colectivo, por eso, considerar estos lugares de la ciudad
como espacios sagrados en límites con los sitios profanos, la relación de éstos con la
higiene pública y las disposiciones legales pactados en el Concordato (1887), es también
concebirlos como un escenario donde se conjugan diversas problemáticas que atañen a todo

16
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte,… p. 417.
17
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte,… p. 417.
18
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte,… p. 436.
19
Gloria Mercedes Arango Restrepo, “La mentalidad religiosa en Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 –
1885”, Tesis de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de
Colombia, Sede Medellín, 1993, p. 301.
20
El término cementerio se define en su etimología, como lugar del sueño, mientras que necrópolis como
ciudad de los muertos, más adecuado, este último, al aspecto urbano y arquitectónico.
12

un conjunto poblacional y que se han realizado en sinnúmeros de trabajos que sugieren


líneas de investigación o enfoques teóricos que exponen historiadores y antropólogos como
en el caso de la exhumación de los cuerpos en las iglesias y el tratamiento de la salubridad.
Diversos puntos de vista desde la arquitectura: como referente urbano (convivencia
con los muertos, ampliación de la malla urbana y disposición de la arquitectura urbana en la
necrópolis), desde la antropología: simbólico y cultural, pueden ser analizados desde la
evolución de éstos hasta las diversas manifestaciones alrededor (cultural, mental, político,
religioso, sanitario) que los cementerios despertaron entre la comunidad y los sectores
administrativos.
En lo referente a las decisiones tomadas por las autoridades ya mencionadas,
permitiendo establecer un cambio en la concepción urbana y mental de los medellinenses
que se verá reflejado en el concepto de cementerio y su disposición espacial, como también
en las creencias y prácticas fúnebres; en este sentido, las necrópolis cambian su fisonomía o
su decoración y pasan a denominarse “jardines”, la pluralidad en creencias religiosas
introduce otras formas de aceptación de la muerte y costumbres que hoy día se incrementan
en esta sociedad de relativismo y laicización.
13

ESTADO DEL ARTE


La bibliografía fúnebre que en los últimos años se ha ocupado por “rescatar” los
cementerios del olvido histórico, antropológico, arquitectónico, artístico y médico han
enfocado su análisis desde la perspectiva de los símbolos, la distribución espacial y la
higiene ha tenido en la antropología, una de las disciplinas que lleva la delantera en cuanto
a producción se refiere; igualmente, en su orden la arquitectura con la lectura de las
representaciones escultóricas, el diseño de los espacios y la representación de los
mausoleos; la medicina, ocupa también un espacio destacado, especialmente en el renglón
de la higiene y por último, la historia, con la interpretación de los imaginarios patrios
(próceres) y el atalaya institucional.
No obstante, con los diversos estudios realizados por otras disciplinas, la cuestión
fúnebre admite otros enfoques o lecturas con los espacios citadinos conexos: como eje
conectivo con diferentes instituciones que, para nuestro caso, podríamos citar a San Pedro,
interrelacionado con el hospital, la universidad, el jardín botánico, la avenida, la plaza, en
fin… son muchas las aristas por la que se puede leer un recinto que por mucho tiempo
estuvo olvidado de la historia de la ciudad. Quizás por concebirlo como un monolito,
aislado de todo vínculo con el crecimiento urbano y también por el imaginario que
despierta: temor, suciedad, infección y tristeza; historiarlo también es entender la ciudad, es
apropiarse de un espacio que, contario a lo que se cree, evoca vida y lleva a reflexionar
sobre la existencia, sobre su devenir histórico.
Con esta breve consideración, queremos a partir de estas categorías disciplinares,
abordar el estudio de los cementerios. Para ello es oportuno conocer los trabajos que se han
realizado sobre éstos en otras ciudades y épocas, destacados por su aporte conceptual y
metodológico, como también frente al tratamiento de las fuentes en el análisis social,
cultural, religioso, higiénico y urbano. Teniendo presente la relación existente en estos
referentes analíticos como aspecto clave que queremos demostrar: la correlación con el
tema de los cementerios.
Este contenido, como lo hemos mencionado líneas atrás, ha sido abordado a partir de
diversas áreas del conocimiento, desde antropólogos y arqueólogos, hasta médicos y
14

escritores, pasando por arquitectos, sociólogos, historiadores y botánicos,21 quienes se han


interesado por estudiar estos recintos y que con su aporte, han contribuido al conocimiento
de estos espacios caracterizados desde el punto de vista institucional como recintos
excluyentes; esto es, donde se miran las manifestaciones rituales y no su relación con el
entorno urbano y la funcionalidad que se genera alrededor de él.
Valga decir que el tipo de trabajo que prolifera a la hora de realizar una reflexión sobre
este tema son los estudios de caso. Concretamente podríamos poner a modo de ejemplo,
ciudades como Medellín, Bogotá y Mompox con los cementerios de San Pedro y Central de
Bogotá, donde abunda toda clase de lectura: antropológica, histórica, artística. Por lo tanto,
este espacio pretende resaltar el tipo de tratamiento y el enfoque que se le ha dado a algunas
investigaciones realizadas sobre la cuestión.
De los textos elegidos, algunos representan una mirada en cuanto variables,
conceptos, hipótesis, explicaciones y contenido en general. Son importantes para tener en
cuenta el sustento teórico y la línea temática por el cual orientan su reflexión. Asimismo,
los libros considerados clásicos en el tratamiento de la muerte, la manifestación y
representación simbólica de ésta en Occidente, muestran como principal punto de
referencia el lugar donde se manifiesta, se plasma, se cataliza el duelo por el ser querido: el
cementerio.
Igualmente, al considerar los cementerios de la ciudad como espacios sagrados en
límites con los espacios profanos -espacio liminar-22 la relación de estos con la salud
pública y a su vez los tratados o acuerdos establecidos entre la Iglesia y el Estado
(Concordato), han producido un escaso número de trabajos. Estas obras, por su carácter
histórico, sociológico, antropológico, reflejan en sus análisis la existencia de dos planos
realidades: el más allá y el más acá, esto es, donde se está tranquilo y en paz y donde se
sufre y se llora; aspectos que a su vez señalan el trasplante de la mentalidad medieval y

21
Desde el punto de vista de tipo de árbol, ornamentación de las tumbas y ubicación estratégica de los
arbustos, es muy importante resaltar el trabajo del español Celestino Barallat y Falguera, bajo el título,
Principios de botánica funeraria, 1885 y cuya edición facsimilar fue realizada por editorial Alta Fulla de
Barcelona en 1994. Barallat plantea el estudio de éstos desde la simbología vegetal aplicados también en los
cementerios modernos o los llamados cementerios-jardines.
22
El espacio liminar es entendido como una categorización intermedia de espacio entre el mundo socializado,
el margen no habitado y el más allá. Confróntese Anne-Marie Lasonczy, “Santificación popular de los
muertos en cementerios urbanos colombianos”, Revista Colombiana de Antropología, Vol. 37, Bogotá, enero-
diciembre, 2001, p. 9.
15

posteriormente, de la concepción pragmática y racional propio de la segunda mitad del


siglo XVIII que vivió la ciudad en sus tres atapas antes mencionadas.
Para comenzar, quiero destacar los estudios clásicos del historiador francés Philippe
Ariès, titulados, Historia de la muerte en Occidente y El hombre ante la muerte;23 obras
que se constituyen en referentes obligados para abordar el tema de la muerte, los
cementerios y, la evolución de los mismos a través del tiempo. De la primera, P. Ariès,
siguiendo un patrón cronológico de explicación -desde el siglo VIII hasta XIX- nos
muestra que la muerte en el mundo occidental evoluciona y con ello transforma el lugar
donde va a ser depositado; de sepultura en iglesias se pasa a enterramiento extramuros y
posteriormente en campo abierto; una forma de concebir el lugar de los muertos en una
relación que el autor nos muestra como la mentalidad cristiana imperante en Occidente,
transforma los espacios convirtiéndose en referentes urbanos.
Los trabajos en nuestra ciudad, se orientan al estudio del cementerio de San Pedro, su
mirada desde el punto de vista arquitectónico e histórico y su relación con los que allí están
sepultados: la jerarquización espacial de las sepulturas, es decir, del centro a la periferia,
expresando la relación de ricos a pobres, con los nichos comunes, hasta los mausoleos con
mármoles importados de diferentes países de Europa; de las investigaciones vistas desde lo
espacial e imaginario que evoca este lugar, para la clase baja, media y alta, el análisis de la
arquitectura y la noción que hoy se tiene de un cementerio donde se asocian las
manifestaciones fúnebres y la ubicación de las tumbas y panteones, es importante resaltar el
trabajo titulado, Encuentros e imaginarios en el cementerio de San Pedro, labor realizada
por un grupo de profesionales legos en la disciplina histórica, quienes concluyen que el
lugar no sólo sirve para depositar a los muertos, sino que es articulador de negocios
fúnebres y barrios, convirtiéndose como referente urbano, desde su ejercicio profesional:
ver las cosas en función de su espacialidad y funcionalidad y no como un monolito aislado
de la urbe.24
Esta misma perspectiva la plantea en el artículo, “El Cementerio Central de Bogotá y
los primeros cementerios católicos”, el arquitecto-historiador Alberto Escobar W. quien

23
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus Humanidades, 1993, 522 págs.; Historia de la
muerte en Occidente, Barcelona, Argos Vergara, 1982, 304 págs.
24
Sandra Gómez Duque, et ál., “Encuentros e imaginarios en el cementerio de San Pedro de Medellín”,
Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2001, 41 págs. Los
autores de este libro se desempeñan en diversos campos de la ingeniería.
16

realiza un estudio del lugar y otros panteones del país, demostrando con ello el conflicto
que generó a nivel urbano la convivencia de los muertos con los vivos en el desarrollo de su
entorno físico a finales del siglo XIX y principios del XX, ejemplificando esta situación en
Cali y Medellín.25 Estos estudios esbozan puntos de vista desde lo arquitectónico, espacial
y elitista, orientaciones que pueden ser utilizadas al ser desarrollados desde la práctica de
enterramiento en las iglesias y su posterior cambio de sepultura en campo abierto, cambio
que transforma la fisonomía urbana y más aún, las costumbres fúnebres.
De igual manera, lo espacial reflejado en la ubicación de las tumbas, el trabajo del
antropólogo, David Esteban Molina Castaño, titulado, Como en un juego de espejos,
metrópolis vs. necrópolis. Una aproximación al Cementerio San Pedro de la ciudad de
Medellín como fuente de reflexión histórica y antropológica,26 aborda el análisis del
devenir histórico de la ciudad visto a través del prisma de la violencia de los años 80 que
vivió la ciudad y cuyas manifestaciones rituales son evidentes en los estratos bajos. De
igual manera, la ubicación de panteones de reconocidas familias de la ciudad con sus
diversas creaciones y formas arquitectónicas de las tumbas muestra la categorización de la
sociedad en el transcurso del siglo XX. Este trabajo utiliza la etnografía como método de
investigación. La disposición espacial de las bóvedas y mausoleos ubicados dentro del
recinto y las prácticas rituales asociadas al culto de los muertos y sus manifestaciones, es el
enfoque de este estudio.
El tema de la muerte y el discurso que ésta genera entorno a los cementerios de la
ciudad, en sus representaciones, símbolos e imaginarios que expresa un sector poblacional
de la periferia, es también punto de reflexión antropológica; el artículo, que recoge algunas
conclusiones arrojadas de su trabajo de pregrado en ésta disciplina, titulado, La muerte

25
Alberto Escovar Wilson-White, Revista Credencial Historia, No. 155, Bogotá, noviembre, 2002, pp. 13 –
15; Alberto Escovar W. y Margarita Mariño von Hildebrand (coordinadores), Guía del Cementerio Central de
Bogotá: Elipse Central. Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá / Corporación La Candelaria, 2003, 218 págs. El
sector conocido alrededor del campo santo fue llamado El Llano de los Muñoces, y posteriormente, en barrios
conocidos como San Pedro y Pérez Triana con su famosa calle conocida como Lovaina.
26
David Esteban Molina Castaño, “Como en un juego de espejos, metrópolis vs. necrópolis. Una
aproximación al Cementerio San Pedro de la ciudad de Medellín como fuente de reflexión histórica y
antropológica”, Boletín de Antropología Universidad de Antioquia, Vol. 21, No. 38, Medellín, enero -
diciembre, 2007, pp. 147-172. Este artículo es producto de la investigación titulada, “El San Pedro y sus
fantasmas: memorias de miedo y violencia en Medellín, Colombia, a fines del siglo XX. (una crisis social
vista desde un cementerio)”, Trabajo de pregrado en Antropología, Departamento de Ciencias Humanas,
Universidad Nacional de Colombia, Sede Manizales, 2004.
17

violenta y el simbolismo en las tumbas de los cementerios del Valle de Aburrá27 de las
antropólogas, Omaira Catherine Arboleda y Paula Andrea Hinestroza, realizan un estudio
de la muerte violenta en esta población de bajos recursos económicos y que por su nivel
sociocultural, se constituyen en una fuente clave en la observación de las manifestaciones
culturales frente es ésta. El período estudiado, 2002-2004, coincide con la aparición de los
llamados “combos” que se asentaron en las comunas y donde la lucha armada se
recrudeció. Asimismo, los escenarios donde se realizó este ejercicio etnográfico: Belén, San
Javier, Campos de Paz, San Pedro y Jardines Montesacro mostraron cómo esta población
utilizaba ciertas manifestaciones funerarias propias de esta capa poblacional y que las
autoras llaman “mapa simbólico” al trabajo realizado a través de los cementerios de la
ciudad.
Significativo también, y siguiendo la misma línea, es el trabajo del antropólogo
Edgardo Santos Montalvo, “Algunos aspectos sobre la muerte y morir en Medellín”, quien
ofrece una mirada antropológica de los ritos, prácticas, creencias y mitos dados alrededor
del fenómeno en Medellín entre 1960 – 1994 en los panteones de la ciudad. Santos
Montalvo, trabaja conceptos como cultura, ritual, cementerio, funeral, cadáver y muerte
tomados de los clásicos en esta disciplina como el estadounidense Edward B. Taylor y el
escoses Víctor Turner, definiendo cada uno de estos aportes conceptuales y diferenciando
los tipos de muerte. Del primero, Montalvo define la cultura, desde la posición ya clásica de
Taylor en sentido etnográfico; es decir, como el complejo de conocimientos, creencias y
costumbres que el hombre adquiere como miembro de la sociedad, a su vez, el cementerio
es definido, tomando la idea de Turner, quien advierte que esta noción implica la necesidad
de disponer de un sitio para depositar los cuerpos de los semejantes Asimismo, el autor
apunta al estudio de espacios desde la perspectiva económica, social, étnica e histórica. Su
investigación utiliza el enfoque multimodal o mixto aspecto novedoso en ella.28

27
Omaira Catherine Arboleda y Paula Andrea Hinestroza, “La muerte violenta y el simbolismo en las tumbas
de los cementerios del Valle de Aburrá”, Boletín de Antropología Universidad de Antioquia, Vol. 20, No. 37,
Medellín, diciembre 2006, pp. 169-183. Este artículo es producto de su trabajo de pregrado llamado
“Imaginarios, símbolos y discursos de la muerte violenta en Medellín”, Departamento de Antropología,
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, 2003, 115 págs.
28
Edgardo Montalvo Santos, “Algunos aspectos sobre la muerte y el morir en Medellín”, Trabajo de pregrado
en Antropología, Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de
Antioquia, Medellín, 1996, 108 págs.
18

Otra atalaya, y desde el interés que despiertan los cementerios, el estudio de las
medidas sanitarias implementadas por la corona española en América, ha sido objeto de
estudio de prestantes investigadores en el ámbito nacional y local. Del mismo modo, los
cambios en la mentalidad, surgidos a partir de las normas de higiene pública, como la
limpieza de calles, camellones, zanjas, baño diario y aseo de cementerios motivaron a los
estudiosos a tratar el tema desde la perspectiva de salud pública. Basta con mencionar el
trabajo de un grupo de investigadores adscritos a la Universidad Nacional de Medellín y
Universidad de Antioquia en cuyo trabajo, Cadáveres, cementerios y salud pública en el
Virreinato de Nueva Granada, muestran cómo se dieron las implementaciones de las
reformas borbónicas en el ramo de la política higienista entre 1780 y 1810. Dicha
investigación cuestiona la eficaz ejecución de las medidas en la Nueva Granada,
obviamente, la villa de Medellín y sitios del Valle de Aburrá, fueron un claro ejemplo de
cómo estas políticas no hicieron mella en la población con respecto a la construcción de
cementerios fuera de la ciudad.
La documentación oficial emanada durante ese período muestra claramente las
intenciones sobre medidas higiénicas que debían adoptarse en el país respecto al tema de
los cementerios y cadáveres, motivo por el cual el análisis de discurso de párrocos y
funcionarios coloniales aquí estudiados, hacen interesante ésta perspectiva analítica: las
políticas sanitarias ejecutadas en los cementerios. En este sentido, los investigadores se
preguntan ¿cómo siguieron desarrollándose estas medidas en la segunda mitad del siglo
XIX en el país y en Medellín? cuando existía otro tipo de administración política y cuando
la Iglesia dejó de controlar por un lapso de tiempo estos recintos.29

29
Álvaro Cardona, et ál., Cadáveres, cementerios y salud pública en el Virreinato de Nueva Granada,
Medellín, Facultad Nacional de Salud Pública, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de
Antioquia, Grupo de Investigación Historia de la Salud de la Universidad de Antioquia y Universidad
Nacional de Colombia, 2008. Esta temática, en el caso de Bogotá y otras ciudades, pueden verse también en
los trabajos de la historiadora, Adriana María Alzate E., Suciedad y orden. Reformas sanitarias borbónicas en
la Nueva Granada, 1760-1810, Bogotá, Editorial Universidad de El Rosario/ Universidad de Antioquia/
Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), 2007; y El imperativo higienista o la negación de
la norma. Una historia de la recepción del pensamiento higienista de la ilustración en la Nueva Granada
(1760-1810), París, (s.i.), 2001. Informe final presentado a la Fundación para la Promoción de la
Investigación y la Tecnología del Banco de la República. La investigación del historiador Jorge Márquez
Valderrama, Ciudad, miasmas y microbios. La irrupción de la ciencia pasteriana en Antioquia, Medellín,
Editorial Universidad de Antioquia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad
Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2005. En especial el capítulo, “La medicina urbana en Medellín a
finales del siglo XIX, `el asunto de los cementerios`”.
19

Otra publicación de gran relevancia, por constituirse en un trabajo pionero en el


tratamiento de la religiosidad en Antioquia, pues es realizado por un laico, es el de Gloria
Mercedes Arango R. titulado, La mentalidad religiosa en Antioquia. Prácticas y discursos,
1828 – 1885. Es un estudio enfocado en el período republicano: etapa de grandes cambios
para la historia de Antioquia y el país, pues en estos años ocurren varios eventos como la
creación de la diócesis de Santa Fe de Antioquia (1828), la derrota de los radicales (1885) y
la promulgación de la constitución de 1886 y un año más tarde, en 1887, el Concordato. La
investigación analiza las prácticas y discursos generados por el clero y los laicos,
especialmente en el capítulo siete llamado “rituales y prácticas funerarias”, Arango hace un
estudio de los cementerios en las diferentes poblaciones de Antioquia entre ellas Medellín,
pasando por las diferentes etapas en su evolución, asimismo, la preocupación de las
autoridades médicas, civiles y eclesiásticas por el control de éstos es notorio en el trabajo
de la historiadora.30
Los conceptos que trabaja la autora, como “mentalidades: vista como prácticas y ritos”
“aparato de la Iglesia”, son tomados de los estudios clásicos de George Duby, Jacques Le
Goff y Norbert Elías entre otros, se enfatizan como unidades claves para el análisis de los
cambios en la mentalidad de los antioqueños. Arango Restrepo consultó en diferentes
archivos de Medellín: Histórico de Antioquia, Arquidiocesano y Judicial de la Universidad
Nacional, Histórico de Medellín, los fondos de visitas de obispos a parroquias e informes,
el fondo cementerios de este último, como también el fondo de mortuorias.
De ésta misma línea, en 1999 se publica la investigación de la historiadora, Ana Luz
Rodríguez González titulada, Cofradías, capellanías, epidemias y funerales. Una mirada al
tejido social de la Independencia, y cuyo análisis centrado en las manifestaciones sociales
en Bogotá, plantea como objetivo, la observación de dos fenómenos: la enfermedad y la
muerte en el período de la Independencia. De manera especial, el tercer capítulo hace

30
Gloria Mercedes Arango Restrepo, “La mentalidad religiosa en Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 –
1885”, Tesis de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de
Colombia, Sede Medellín, 1993, 385 págs. Cf. específicamente el capítulo siete: “Rituales y prácticas
funerarias”, pp. 265-310. También el artículo de la misma autora, “Los cementerios en Medellín, 1786 –
1940”, Historia de Medellín, Jorge Orlando Melo, editor, Tomo II, Medellín, Compañía Suramericana de
Seguros, 1996, pp. 717 – 721; Georges Duby, “Historia de las mentalidades”, Revista de Sociología,
Universidad Autónoma Latinoamericana, No. 13, Medellín, 1990, p. 21.; Norbert Elías, El proceso de la
civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, Fondo de Cultura Económica, 1989,
350 págs. y Jacques Le Goff, Tiempo, trabajo y cultura en el occidente medieval, Madrid, Taurus, 1983, 452
págs.
20

referencia a las actividades sociales relacionadas con la muerte y el procedimiento


postmortem como evento social. En este aparte, Rodríguez González menciona el origen de
los cementerios en la capital, coincidiendo con autoras como Gloria Mercedes Arango y
Adriana María Alzate E., quienes mencionan lo referente de la sepultura en iglesias y en
campo abierto y su repercusión en las políticas higienistas de la corona española. Rodríguez
González dice al respecto: “la inhumación de cadáveres en campo abierto a partir de 1820
en la sociedad bogotana mostró una transformación en la mentalidad religiosa, del poder de
la iglesia católica y de los imaginarios sociales sobre la vida y la muerte y la reducción del
miedo del juicio final y el purgatorio”, afirmación que también se podría suscribir a la
mentalidad del medellinense de la época.
Las fuentes utilizadas en este trabajo fueron de diversa índole y carácter, desde
mortuorias, notarías, hospitales, cementerios y juicios criminales emanados de los fondos
del Archivo General de la Nación, como también de publicaciones periódicas como la
Gaceta de Colombia entre otros.31
Por último, el trabajo de grado del historiador Johanny Adolfo Marín Zapata, llamado
Cementerios de Medellín, espacios de rito y muerte,32 nos muestra la evolución de los
camposantos a través del tiempo, asociando este tema con la concepción de la muerte y el
rito que se tenía en Occidente; no obstante, la investigación se centra en cinco escenarios:
San Benito, San Lorenzo, Belén, San Pedro y El Universal destacando en cada uno de ellos,
la evolución a través del siglo XIX y XX. No obstante, la investigación no establece una
periodización clave que establezca los cambios en el ritmo de crecimiento urbano y en la
manera de afrontar el paso al más allá. Aspecto que en trabajos de historia son muy
importantes para establecer el cambio o las permanencias en la sociedad respecto al tema de
la muerte, el rito y los cementerios; más aún, ellos no aparecen como escenarios
funcionales en relación con lo urbano y con las medidas higiénicas, sino como un
establecimiento aislado del desarrollo espacial de la ciudad que a finales del siglo XIX y
principios del XX comenzaba a evidenciarse.

31
Ana Luz Rodríguez González, Cofradías, capellanías, epidemias y rituales. Una mirada al tejido social de
la Independencia, Bogotá, Banco de la República / El Áncora Editores, 1999. 236 págs. Véase el capítulo tres
y conclusiones “Testadores y finados: Miembros activos de la sociedad independentista”, pp. 155- 228.
32
Johanny Adolfo Marín Zapata, “Cementerios de Medellín, espacios de rito y muerte”, Trabajo de pregrado
en Historia, Escuela de Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de
Colombia, Sede Medellín, 2005, 135 págs.
21

Por último, no quiero dejar por fuera la labor que hacen los congresos realizados en
Latinoamérica sobre cementerios patrimoniales. Con el fin de hacer un balance exhaustivo
sobre el tema, estos foros constituyen un aporte en tanto reflexión del arte y el patrimonio
funerario. De estos existe un buen número de ejemplos en países como Brasil, Perú,
Uruguay, Ecuador, Colombia, entre otros, quienes han llevado a cabo los simposios y que a
su vez poseen magníficos camposantos declarados bienes de interés patrimonial por su
riqueza arquitectónica y escultórica.33
Esta mirada panorámica de los cementerios como espacios, como lugares donde se
conjuga el rito y la práctica funeraria, presentan un punto de vista antropológico, histórico,
sociológico entre otros muy interesantes. La metodología y las sugerencias aportadas por
estos autores que pretenden realizar un acercamiento desde las prácticas fúnebres de la vida
contemporánea pero no del acontecer urbano a partir del cual surgen los camposantos y que
con el crecimiento de la ciudad se convierten en parte funcional del desarrollo urbano y
social a finales del siglo XIX y principios del XX.

33
Producto de estos encuentros latinoamericanos sobre Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales
pueden leerse los artículos que desde diferentes líneas han escrito la arquitecta Catalina Velásquez Parra,
sobre el cementerio de San Pedro; Mónica Silva Contreras sobre los cementerios de Caracas y Valencia;
Silvia Segarra Lagune, sobre el “Panteón del Tepeyac: Paisaje, historia y restauración”, entre otros, como
también del interesante artículo titulado, “El patrimonio funerario en Latinoamérica. Una valoración desde la
historia del arte contemporáneo” de Rodrigo Gutiérrez Viñuales, quien desde su planteamiento desde la
historia del arte, abordan los estudios -por mencionar sólo dos- pioneros o fundacionales como los de
Clarivaldo Pardo Valladares en 2 Vols., Arte e sociedade nos cemitèrios brasileiros, o el trabajo coordinado
por Francisco Javier Rodríguez Barberán titulado, Una arquitectura para la muerte, 1993, en Sevilla, España,
muestran cuales han sido los avances y vacíos que existen en el tema, es en sí muy ilustrativo y notable su
aporte a esta cuestión. CF. Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-2, Bogotá, enero-diciembre 2005, 170 págs.
22

Capítulo I

1. Antecedentes
Los cementerios en la Antigüedad: origen del término en el Occidente
cristiano

En el mundo cristiano y en la mayoría de las culturas, a través de los siglos, la idea de


preparar los cadáveres para ser depositados en un espacio material se hacía con el objetivo
de rendirles culto. La iglesia, el espacio predilecto para tal fin, fue a su vez, el eje por el
cual giró la noción de espacialidad implantada por los conquistadores en el mundo
prehispánico: de lo vasto y verde, se pasó a lo rígido y monumental. En el panorama urbano
que se abría y que definiría la nueva concepción del espacio establecido por las huestes
españolas, es el templo, entre otras instituciones, el principal canalizador de los dogmas
cristianos como la resurrección y la salvación dominantes en Occidente.
Para saber cómo este proceso llegó al mundo andino con las huestes españolas, hay
que mirar atrás y remontarse al siglo IV con los paganos y su conversión al cristianismo
pues, el origen de la palabra cementerio, entre ellos, significó respeto, culto y “sueño
eterno”. Entre los romanos, esta noción también significó dormir, ya que la derivación
latina cementerium o, su similar en griego, koimeteriòn, que quiere decir “el lugar donde se
duerme”, del verbo dormio, yo duermo, y su derivado cementerium, quiasi dormitorium,
por que parece que los difuntos duermen en él esperando resucitar, esperar el juicio
universal y llegar al paraíso o al infierno. Vistos estos dos conceptos (Resurrección y
Salvación) podemos inferir en el tema de estudio que, dicho esquema mental tan rígido en
Occidente fue difícil de eliminar incluso entre los medellinenses.

1.1. El imperio romano y antigüedad tardía

En un principio, estos lugares estuvieron emplazados dentro del casco antiguo de las
ciudades romanas, y se construyeron muy pegados al lugar de residencia de los vivos; sin
embargo, y de manera paulatina, el alejamiento de estos espacios obedeció, como se
analizará en otro capítulo, a disposiciones de carácter higiénico trasladándose en la segunda
mitad del siglo XVIII a lugares despoblados. Volviendo a la Roma milenaria, éstos recintos
23

estuvieron adornados con ricos y grandes mausoleos, dicho término, usado por primera vez
entre los griegos, era un lugar bien ornamentado y espacioso para depositar a los ricos, eran
tumbas con gran riqueza artística, del cual el primer difunto, Mausolo, rey de Carria,
Halicarnaso, en el Asia Menor (342 a.C.), fue sepultado con toda la solemnidad y
monumentalidad que éste soberano merecía. De éstos, y principalmente entre los romanos,
cabría mencionar los monumentos dedicados a los emperadores Augusto (29 d. C.) y
Adriano (130 d. C.), grandes y magníficas construcciones que hoy, 2000 años después, se
conservan en pie.
Con el ascenso del cristianismo en el siglo IV, los cristianos, dada su condición de
proscritos, enterraban sus muertos bajo tierra, estos sepulcros, llamados catacumbas eran
largos y estrechos corredores llenos de galerías en cuyos lados estaban superpuestas las
sepulturas individuales y familiares. Éstas contaban con imágenes de Cristo y símbolos
como el pez y la oveja, representaciones que evocaban el triunfo de la vida sobre la muerte
y el paso a la eternidad. Generalmente, los miembros de las familias ricas eran depositados
en sarcófagos sobre grandes losas de mármol, que contenían a su vez, capillas con un arco
sólido y un altar sencillo, sitios que frecuentemente se convertían en lugares de reunión y
oración. Por ello, el cronista del siglo III, Tertuliano, llamaba a estos lugares de encuentro y
plegarias, áreas, su equivalente, en tiempos de los romanos, de cementerio a una iglesia
edificada sobre el sepulcro de un mártir; no obstante, la convivencia entre muertos y vivos
cedió en esta colectividad imponiéndose primero en África y después en Roma,
diferenciándose así mismo, entre la actitud pagana y la cristiana respecto a los muertos; esta
muerte domada a la que se refiere Philippe Ariès, dejará, hasta la modernidad, causar
miedo.34
A finales del siglo V, la difusión de la práctica de la depositio ad sanctos, -privilegio
de ser enterrado en la cercanía de los sepulcros de los mártires- se fue volviendo más
común entre el pueblo romano; el cuerpo del santo, entrado in ambitus, debía atraer, a su
vez, las tumbas de los muertos y los desfiles de peregrinos, así mismo, el clero, celoso de
aquella costumbre, vigilaba el cumplimiento de enterrar muy cerca de los padres de la
iglesia, a miembros de la nobleza romana, vírgenes, monjes y el mismo clero se apiñaban
junto a dichas tumbas. Un ejemplo de ello, son los largos pasadizos que se encuentran

34
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus Humanidades, 1993, p. 34.
24

debajo de El Vaticano, allí podemos ver las tumbas del apóstol Pedro, y unos metros cerca
de él, la de Petronio Probo, un ciudadano romano del siglo IV, quien fue sepultado con su
sarcófago en los innumerables pasadizos de la ciudad eterna.35 Miles de nichos sepulcrales
se hallan en este lugar del cual podríamos agregar las de san Calixto, en cuya tumba, hasta
el siglo V se siguieron enterrando a los difuntos; santa Inés, de más de un kilómetro de
galerías y casi 8.500 tumbas; Priscila, Pretestato, Domitila, san Ambrosio y así, podríamos
enumerar una gran cantidad de mártires que fueron sepultados en catacumbas, añorando la
buena nueva del cristianismo: el encuentro con Cristo y la estadía en el Paraíso.
Años después, con la proclamación del edicto de Milán en el año 313, realizada por
Constantino y que garantizaba tolerancia entre las religiones, el cristianismo deja de ser una
secta perseguida y se convierte, con Teodosio I, en la religión oficial del Estado. Esta
legitimación es entendida como una oportunidad para salir del ostracismo, de la oscuridad y
elevarse espiritualmente para yuxtaponer su organización jerárquica sobre las estructuras
administrativas y religiosas del imperio pues:

“El obispo tomó lugar en el ordo, en la jerarquía de las dignidades, y vino a


establecerse, como convenía a su grado, en el centro mismo de cada ciudad. Intra muros.
La iglesia catedral, el lugar donde el prelado celebraba con la pompa necesaria los oficios
mayores del nuevo culto; donde residía como magistrado, pronto el más prestigioso de
todos, dotado de poderes juzgados siempre en la proximidad, a veces en el emplazamiento
de los templos paganos de la ciudad. Ante todo los dominadores. En efecto, este santuario
no era de ninguna manera, como los que habían precedido, el cuadro de un ritual sin
fervor. Se bautizaba a los fieles en su puerta. Las gracias redentoras manaban de él. Se
apropió los poderes de atracción del fórum. Por pseudomorfosis, el cristianismo se insertó
en los cuadros más eminentes de la civilización y del poderío, es decir, en las armazones
urbanas. Los llenó de una savia vigorosa. Al mismo tiempo que la ciudad de los vivos,
colonizó la de los muertos.”36

Esta inserción de la Iglesia en las esferas administrativas del mundo pagano y la


ampliación de las ciudades, como nos lo cuenta George Duby, modificó de tajo el
comportamiento frente al más allá; con el enterramiento en las sombras de las basílicas se
constituyó el primer asiento de la nueva religión y el comienzo de la sepultura en el interior

35
Philippe Ariès y George Duby (directores), Historia de la vida privada, Buenos Aires, Taurus, Tomo I,
1990, p. 277.
36
George Duby, “France rurale, France urbaine”, citado por Jorge Márquez Valderrama, Ciudad, miasmas y
microbios: la irrupción de la ciencia pasteriana en Antioquia, Colección Clío, Medellín, Editorial
Universidad de Antioquia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de
Colombia, Sede Medellín, 2005, pp. 98 - 99.
25

de las mismas, en virtud de las intensiones piadosas y la poca disponibilidad, se destinó la


parte delantera, comúnmente llamada atrio37 para enterrar a los cadáveres pobres y en
general, extender el área para ubicar más cadáveres.
En este orden de ideas, la trascendental medida dictada por este soberano, sirvió de
ejemplo para constituir el enterramiento en el interior de los templos, adquiriendo un
significado como lugar de protección divina, salvaguarda y morada de los justos. Para dar
un ejemplo, el emperador quiso que su cuerpo fuese enterrado en el pórtico del templo de
los apóstoles de Constantinopla, igualmente e imitando esta conducta, el emperador
Honorio hizo construir también su sepulcro en el pórtico de la iglesia de San Pedro en la
capital imperial. Bien pronto, estas muestras de devoción se hicieron costumbre en tiempos
del papa León I (440 – 461) al hacerse enterrar en los pórticos y entradas de las iglesias. 38
Tiempo después las sepulturas se trasladaron en el interior de los mismos. Además,
trescientos años más tarde, en el siglo VII, aparece la relación osmótica de cementerio-
iglesia. Las diferencias de destino fúnebre entre iglesia catedralicia e iglesia cementerial
como afirma P. Ariès, se borran, se diluyen, los muertos se mezclan en las áreas suburbanas
introduciéndose de esta manera en el corazón histórico de las ciudades ya que, defender la
ciudad, como afirma Louis Vincent Thomas, era defender a sus muertos.39 En adelante, ya
no hubo parte alguna de la iglesia que no recibiera sepulturas en sus muros y que a su lado
tuviera un cementerio, dicha relación era ya una realidad.40 Como consecuencia de la
traslación de necrópolis a la urbe, empieza a surgir el desarrollo de nuevos barrios
alrededor de éstas y de la basílica cementerial, estableciendo la convivencia con los vivos y,
como en la Antigüedad, ya los muertos no inspirarían terror, simplemente eran parte de un
sentimiento que infundía familiaridad, indiferencia o reverencia o, en palabras de Robert
Fossier, la ausencia de cementerio en el centro de la aldea, indicaba que esta última no
merecía tal nombre, siendo, no más que un caserío o un corral para familias de caballeros. 41

37
Es precisamente la palabra cementerio la que remite, sobre todo, a la parte exterior de la iglesia: el atrium o
atrio. Es en este sentido, lo que explicaría que el atrio es una de las dos palabras empleadas para designar al
cementerio. Su similar en francés, usado en la Edad Media, correspondería a charnier u osario.
38
Alfredo Plazola Cisneros, et ál., “Cementerios”, Enciclopedia de Arquitectura, México, Plazola, Vol. III,
1994, p. 553.
39
Louis-Vincent Thomas, Antropología de la muerte, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 425.
40
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus Humanidades, 1993, p. 38.
41
Robert Fossier, La sociedad medieval, Barcelona, Crítica-Grijalbo Mondadori, 1996, p. 214.
26

Aclarando con esto que, la identidad o idea de villa se cristalizaba con la existencia de un
recinto fúnebre.
Siglos después, y con el advenimiento del período renacentista, los cementerios y sobre
todo, las tumbas y mausoleos fueron los espacios de inspiración artística de los grandes
pintores y escultores. Los condotieros, aquellos ricos mercenarios y orgullosos señores, o
papas como Julio II (1503-1513) auspiciaron a grandes maestros de las artes para diseñar el
lugar futuro donde iban a ser sepultados. Igualmente es durante esta etapa de “explosión”
cultural donde las necrópolis son ubicadas en los atrios rodeados de verjas, en el que
posteriormente se instalaron capillas para velar a los difuntos.42
Pero con el advenimiento del pensamiento ilustrado, estas formas de embellecer los
lugares fúnebres y ocupar los espacios de las iglesias cementeriales irán desapareciendo
lentamente hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando la razón se “impone” a la fe y la
superstición sucumbirá ante el argumento científico en países como Francia y España.

1.2. La Ilustración en España

La herencia religiosa acumulada durante siglos tuvo, en el imperio Carolingio, en el


Sacro Imperio Romano Germánico y, finalmente, en el Imperio Español uno de los
bastiones más importantes durante el siglo XVI. Los emperadores Carlos V (1516-1556) y
Felipe II (1556-1598) encabezaron una de las políticas más drásticas en cuanto al control
del Estado y los territorios de ultramar se refieren. El legado de luchas militares, realizado
contra los moros y terminado setecientos años después con la reconquista del Reino Nazarí
de Granada en octubre 1492 y las guerras en Italia y Francia, combinado con elementos de
orden religioso, hicieron de la Santa Inquisición uno de las instituciones de control más
eficaces de Europa, ya que ésta combinaba la política como elemento coercitivo y la
religión como guía y portadora de la salvación.
La Corona, representada básicamente en la tradición jurídica castellana, toma de la
acumulación de experiencias adquiridas durante un largo tránsito de conflictos e introduce
en América, con los conquistadores y el clero, las costumbres de sus lugares de origen; en
este caso, las tradiciones fúnebres se convirtieron en una de las prácticas más comunes de la

42
Alfredo Plazola Cisneros, et ál., “Cementerios”, Enciclopedia de Arquitectura, México, Plazola, Vol. III,
1994, p. 553.
27

Iglesia en el Nuevo Mundo. Esta institución, que desde comienzos del Medioevo heredó la
noción escatológica del fin último del hombre (la muerte) y obviamente, de las sepulturas
como una manera de control social y económico.43
Todos los aspectos cotidianos de la vida, resumidos en respeto y temor a la iglesia
católica eran controlados por las órdenes religiosas; las nociones de resurrección y
purgatorio, reforzadas en el Concilio de Trento (1545-63), llevaron a re-definir el dogma de
la existencia del purgatorio, que desde el siglo XIII comenzaba a ser un concepto orientado
hacia el control social y espiritual. Ese tercer lugar -entre el cielo y el infierno- ligados a
una efímera existencia fue uno de los miedos que trasladaron los conquistadores a tierras
americanas en su función evangelizadora.
En lo referente a los lugares de sepultura, las costumbres introducidas por los ibéricos
contemplaban la antigua tradición de enterramiento dentro de las iglesias, en el corazón de
las ciudades, pueblos y en los atrios de las mismas. Situación que desde comienzos del
siglo XVI ya era mencionada por Carlos V, quien autorizaba la sepultura de su soldadesca
en los monasterios o iglesias que quisiesen, práctica que no sería cuestionada hasta la época
de los reyes y reformistas ilustrados de la segunda mitad del siglo XVIII. 44
Una labor afín al estableciendo de cementerios extramuros en tierras americanas, fue
el trazado de ciudades. Su ubicación se constituyó en el principal referente de
establecimiento definitivo: edificar iglesias, nombrar autoridades locales, repartir solares y
empezar a planear la trama urbana tomando como punto de referencia la plaza mayor.
Precisamente, las disposiciones legales emanadas desde el Viejo Mundo, disponían en su
orden la edificación de templo mayor, parroquia o monasterio, se señalasen solares, los
primeros después de las plazas y calles a una distancia entre uno y otro. Más adelante, las
leyes disponían que cerca de la iglesia se tenían que construir las casas reales, de concejo,
aduana y hospital y por último se destinaba para casos de necesidad en curatos y doctrinas
rurales “un campo” inmediato a la iglesias, bendecidos y cercados por todas partes para
enterrar los difuntos.45

43
Pilar Zabala Aguirre, “Fuentes para el análisis de las fuentes funerarias en el nuevo mundo, siglos XVI-
XVIII”, Temas Antropológicos, Vol. 22, No. 2, México, septiembre, 2000, p. 193.
44
Pilar Zabala Aguirre, “Fuentes para el análisis de las fuentes funerarias en el nuevo mundo, siglos XVI-
XVIII”, Temas Antropológicos, Vol. 22, No. 2, México, septiembre, 2000, p. 193.
45
Pilar Zabala Aguirre, “Fuentes para el análisis de las fuentes funerarias en el nuevo mundo, siglos XVI-
XVIII, Temas Antropológicos, Vol. 22, No. 2, México, septiembre, 2001, p. 195.
28

Con este primer inicio de urbanización en el Nuevo Mundo, la proliferación de


ciudades fue un fenómeno que se acentuó a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Sin embargo, tuvo mayor relevancia a finales del XIX e inicios del XX. 46 Especialmente en
España y en la época de la Ilustración, la traza de los pueblos que ordenó hacia 1767 Carlos
III, y que continuó como política y como consecuencia directa de las reales cédulas
emanadas desde Madrid en 1789 y desde Aranjuez en 1804, con Carlos IV, la ejecución de
obras de equipamiento urbano y arquitectónico que incluían emplazamiento de cementerios
fuera de las ciudades, pues se pretendía el embellecimiento, el uso racional y eficaz de las
nuevas necesidades urbanas.
Fue en Sierra Morena, después de Madrid, el escenario donde se ejecutó el plan
urbanístico que incluía el desplazamiento de los panteones hacia espacios alejados de la
ciudad, planes que obedecen a ideas higienistas de orden, limpieza, funcionalidad y
seguridad para la “felicidad del pueblo” contribuyendo en la notable transformación de las
urbes.
Este proceso de secularización, continuado por el monarca en la política reformista
que iniciaron (Reformas Borbónicas), y cuyo propósito era limitar poder económico de la
Iglesia en cuestiones fúnebres, especialmente, en el monopolio monetario de los
cementerios y en los ramos derivado de éstos, como también en el control social, se
constituyó en una medida utilitaria que se remonta al siglo XIII, teniendo un desarrollo
notable en los últimos quinientos años. No obstante, la Iglesia reaccionó frente a esta
política Regalista redactando cartas pastorales y exhortando a los feligreses a “desconocer y
desobedecer tan impías y heréticas leyes”, a la vez que se les amenazaba con la
excomunión.47
Política que también se introdujo en las colonias hispanoamericanas, (inicialmente en
Cuba y Puerto Rico) hacia la primera mitad del siglo XIX.48 Sin embargo, y esto será un
punto de análisis que desglosaremos en otros apartes, tales medidas fueron acatadas pero no

46
Carlos Chanfón Olmos (coordinador), “El México independiente. La afirmación del nacionalismo y
modernidad”, Historia de la arquitectura y urbanismo mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica,
Tomo II, 1997, p. 484.
47
Pilar Zabala Aguirre, “Fuentes para el análisis de las prácticas funerarias en el nuevo mundo, siglos XVI-
XVIII”, Temas Antropológicos, Vol. 22, No. 2, México, septiembre, 2000, p. 197.
48
Adriana Corral Bustos y David Eduardo Vázquez Salguero, “El cementerio del Saucito en San Luis Potosí
y sus monumentos a finales del siglo XIX”, Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad, Vol. 24, No. 94,
Zamora (Michoacán), 2003, p. 128.
29

cumplidas por los habitantes y un amplio sector del clero en la segunda mitad del
setecientos y primera del ochocientos. Aspectos de orden económico y sobre todo, de orden
espiritual fueron los argumentos esgrimidos por estos sectores para que dichas medidas no
fuesen ejecutadas de inmediato. En consecuencia, las transformaciones urbanísticas del
“mejor alcalde de Madrid” como lo llamaban en su tiempo, también se hicieron notar en la
capital española, haciéndose extensiva a los dominios de ultramar.

1.3. La re-valoración del cementerio como espacio funcional

El cuestionamiento de los cementerios dentro de las poblaciones, no se produciría hasta


bien entrado el siglo XVIII. Los imperativos de higiene, que hicieron parte de las
problemáticas en cuanto a transformaciones urbanas se refiere, fueron una de las
preocupaciones fundamentales frente al equipamiento de las ciudades; sin embargo, esta
fue materia de preocupación durante toda la Edad Media. Las ciudades medievales se
desarrollaron dependiendo de la labor espiritual o económica en que ella se realizase y se
constituían además, en grandes sitios malsanos o carentes de medidas higiénicas. En este
sentido, el historiador francés Philippe Ariès, nos comenta que el paisaje medieval y
posteriormente, el desarrollo de éstas se organizó alrededor del campanario, y
gradualmente, hacia la primera mitad de mil ochocientos, incluyendo hasta las tres primeras
décadas de mil novecientos, comienzan los cementerios a aparecer en el entramado urbano.
En este orden de ideas, la función religiosa y económica del monasterio y la iglesia se
constituían en elemento aglutinador disponiendo para ello de campos amurallados y lugares
destinados tanto a pobres como a ricos en las sepulturas.
Por ello, la historiografía urbana toma como referente estructurador de la ciudad en
Occidente el templo, la plaza y el edificio de cabildo; a partir de estos tres ejes ordenadores,
y sobre todo, a comienzos del XIX, los espacios secundarios como el cementerio se
convierten en sitios anónimos y carentes de importancia… se considera un intruso en la
trama urbana, esto es, y dada su relación con los muertos y por ende del alejamiento, como
espacios donde las disposiciones entorno al trazado urbano no incluyen el tratamiento de
los mismos; no se piensa, urbanísticamente hablando, como un espacio funcional en el
sentido de relacionar habitantes con higiene pública, que estos lugares encierran tanto en el
interior como en su exterior. Sin embargo, el cementerio como referente urbano comienza
30

ha ser pensado y revalorado debido a circunstancias higiénicas, demográficas, religiosas y


mentales.49
Jamás los muertos habían sido tan perturbadores para los urbanistas en la
representación de los espacios citadinos, expresa L. V. Thomas.50 Después de la plaza de
mercado, los camposantos se constituyen en la preocupación de las autoridades religiosas y
tiempo después de las civiles por administrar, ordenar y asear el espacio fúnebre para entrar
en la dinámica de equipamiento y ornato que imperaba en la mentalidad burguesa de finales
del XIX, convirtiéndose en símbolos de progreso y civilización.
En la urbe decimonónica de los países latinoamericanos, afirma la arquitecta
venezolana Mónica Silva Contreras que:

“El cementerio es tan importante como la plaza o bulevar, si bien esta última haría parte
de la representación de la ciudad; sería también moderno el aspecto de higienismo que
promovía el cementerio vecino a la ciudad. Así mismo, es tan moderna la funcionalidad
de este recinto como el academicismo de su trazado y el eclecticismo de sus
monumentos. De igual modo, ambos lugares se consolidan como representación de
progreso y función civilizatoria siendo además, contemporáneamente susceptibles de
participar en una estética común en todas las latitudes del mundo occidental.”51

El cementerio comienza a ser tenido en cuenta como escenario incluyente en tanto


elemento ordenador, estético y salubre convirtiéndose igualmente en obras de importancia
de equipamiento urbano semejantes a la pavimentación de calles, construcción de drenajes,
erección de monumentos a héroes y parques públicos, construcción de hospitales dando
forma a la ciudad decimonónica y sobre todo, representando en los planos la ampliación del
casco urbano, y como consecuencia de ello, el proceso envolvente originado por el
ensanche. P. Ariès lo comenta de ésta manera:

“Desde principios del siglo XIX, el cementerio vuelve a la topografía. Una visión
panorámica de las ciudades e incluso de los campos en la actualidad, permite ver en las
mallas de los tejidos urbanos manchas vacías, más o menos verdes, inmensos necrópolis
en las grandes ciudades, pequeños cementerios en las aldeas, algunas veces alrededor de
la iglesia, con frecuencia fuera de la aglomeración. Sin duda, el cementerio de la
actualidad no es ya la reproducción subterránea del mundo de los vivos que era en la
Antigüedad. (…) El paisaje más urbanizado del siglo XIX y de principios del siglo XX ha

49
Mónica Silva Contreras, “Hierro fundido en plazas y cementerios del siglo XIX: Caracas y Valencia entre
incontables ciudades”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1 – 2, Bogotá, enero-diciembre 2005, p. 97.
50
Louis-Vincent Thomas, Antropología de la muerte, Traducción del inglés por Marcos Lara, México, Fondo
de Cultura Económica, 1993, p. 424.
51
Mónica Silva Contreras, “Hierro fundido en plazas y cementerios del siglo XIX: Caracas y Valencia entre
incontables ciudades”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1 – 2, Bogotá, enero-diciembre 2005, p. 97.
31

tratado de dar el cementerio a los monumentos funerarios el papel cumplido antes por el
campanario. El cementerio ha sido (¿lo es todavía?) el signo de una cultura.”52

El hecho de que los recintos fúnebres sean representados en los planos de la ciudad,
implica una preocupación de carácter urbano, diseñado en un espacio apartado de la urbe y
reflejando en él grandes zonas verdes o recintos edificados, ornato, saneamiento y,
posteriormente, como generador de sectores potencialmente urbanizables. Hacia la segunda
mitad del siglo XIX, aún antes de terminado el setecientos en España, algunas ciudades son
la preocupación de las autoridades locales y sanitarias. Líneas atrás hemos mencionado
cómo la política de mejora del entorno urbano realizado por Carlos III, contemplaba el
traslado de cementerios extramuros por la frecuente aparición de epidemias a finales de
dicha centuria, motivo por el cual, la urgencia sanitaria y de aumento poblacional (sobre
todo urbana), se tradujo en decretos de establecimiento de los cementerios alejados del
corazón histórico de las ciudades haciendo caso a una vieja ley francesa que decía “nadie
podrá levantar ninguna habitación ni excavar ningún pozo a menos de cien metros de los
nuevos cementerios”, separando definitivamente la relación entre iglesia-cementerio y
estableciendo, igualmente la escisión entre la “ciudad de los muertos” y “ciudad de los
vivos” entrando en una fase de desacralización que asumirían posteriormente los
municipios, amparados en la legislación que producirían a mediados del ochocientos.

52
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus Humanidades, 1993, pp. 396-397.
32

2. LEGISLACION SOBRE CEMENTERIOS

2.1. SE OBEDECE PERO NO SE CUMPLE: LA RETICENCIA A LA NORMA

La costumbre tan arraigada de sepultar en el interior de los templos en


Hispanoamérica, incluso en Madrid, se trató de abolir varias veces por la corona española a
finales del setecientos. No obstante, hay que recordar que hacia 1737 el parlamento francés
recomendó a los médicos hacer una investigación sobre la sepultura dentro de las iglesias.
Ocho años después, en 1745, el abate Porée describe tales prácticas como desagradables,
según lo manifestado por los vecinos de estos recintos. Así mismo, las iniciativas que desde
París fueron motivo de preocupación, hicieron eco en la legislación española de ese
entonces y, gracias a las descripciones del clérigo, decretó a favor de la práctica de
enterramiento extra muros.53 En la península, una de las manifestaciones más tempranas de
rechazo fue el expresado por el corregidor de Valencia, Antonio Pascual en 1776. Pascual
propuso al ayuntamiento de la ciudad que la sepultura de cadáveres se hiciera en sitios
alejados del vecindario.54 No obstante, las circulares reales originadas desde Madrid y
Aranjuez el 9 de diciembre de 1786, 3 de abril de 1787, 27 de marzo de 1789, 30 de julio
de 1803 y 15 de mayo de 1804 evidencian un afán de la Corona por acabar la antigua
costumbre de enterramiento intramuros.
Sin embargo, no es sólo el proyecto de la Ilustración el que imprimió un sello
definitivo al traslado de los cuerpos. Si bien, esta veía la muerte y el entierro como
profundamente antihigiénico y contempló la construcción de recintos herméticamente

53
Gloria Mercedes Arango, “La mentalidad religiosa en Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 – 1885”, Tesis
de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional, Sede Medellín,
1993, p. 284.
54
Álvaro Cardona, et ál., Cadáveres, cementerios y salud pública en el Virreinato de Nueva Granada,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia / Universidad Nacional de Colombia, 2008, pp. 65-66. Otros
protomédicos enviaron informes al Consejo de Castilla para gestionar cementerios en sus localidades,
hablamos de Mauricio Echandi (1732-1785), médico y militar que alcanzó el rango de Protomédico del Reino
de Navarra en 1780, y quien envió un expediente para el establecimiento de uno en Algeciras en 1780. Su
amistad con reformistas ilustrados, en especial con el Conde de Floridablanca, merecieron que sus informes
fueran tenidos por importantes en el Consejo. En 1776, el galeno Antonio Pérez de Escobar, enviaba el
informe titulado, Discurso Phisico, defensa por la costumbre de las sepulturas dentro de los pueblos, Madrid,
19 de mayo de 1776 para Sevilla; Francisco Bruno Fernández, en su estudio, Disertación físico-legal de los
sitios, y parages, que se deven destinar para las sepulturas, Madrid, 1781. Véase, Mercedes Granjel y
Antonio Carreras Panchón, “Extremadura y el debate sobre la creación de cementerios: Un problema de salud
pública en la Ilustración”, Norba. Revista de Historia, Vol. 17, Universidad de Extremadura, 2004, pp. 79-80.
Disponible en: http://www.dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1158934. Pdf. Consultado el 10 de
agosto de 2009.
33

cerrados donde no pudieran salir emanaciones pútridas; en España y en Hispanoamérica se


vivía también, como bien lo señala la arquitecta argentina Ana María Martínez de Sánchez,
dos conceptos que especificaban los comportamientos frente a la cotidianidad y que fueron
los aspectos que cambiaron la manera de afrontar la realidad de la vida después de la
muerte: el paternalismo dieciochesco y el conservadurismo. El primero planteaba el bien
común para todos aquellas personas que renunciaran a patrones de comportamiento
tradicionales, en este caso la policía, como vigilante de las costumbres implantadas desde
España, actuaría conforme al bien común; y en el segundo, el apego a las tradiciones
administrativas heredadas durante la administración Habsburgo, impidieron ver el cambio
debido a la centralización que querían imprimir en sus colonias americanas los Borbones;
por ello las órdenes reales fueron en un momento, mal vistas por los americanos. En este
sentido, todos los comportamientos comenzaron a controlarse, tanto en lugares públicos
como privados, en aras de una mejor calidad de vida.55
Esos conceptos tratados en las disposiciones de Carlos III originadas en el período de
1753 y 1788, se caracterizaron entre otros, por las iniciativas reformadoras en los planos
económicos, sociales, institucionales y de servicios tanto en la península como en las
colonias. Su gobierno estimuló proyectos científicos destinados a modernizar la
administración colonial que reflejara el espíritu de las tres nociones mencionadas por los
funcionarios reales. Las instrucciones reales emanadas durante cuarenta años sobre la
necesidad de ubicar cementerios en las afueras de las poblaciones no surtieron el efecto que
éste deseaba. Para ilustrar este comentario, un español del siglo XIX, manifestaba que en la
sepultura de un individuo se necesitaba la presencia de un alcalde enérgico que hiciera
cumplir las órdenes del gobierno para poder que el cuerpo fuese llevado a su nicho 56 o la
negativa en 1805, del Deán de la catedral de Málaga, quien se negó a que la junta de
sanidad sacase de ella el cadáver de un prebendado para enterrarse fuera de poblado,
motivo por el cual, en la real orden de 1789 se insertó una circular del Consejo de Castilla

55
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en Córdoba del Tucumán. Costumbres
sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-2, Bogotá, enero-diciembre, 2005, p. 15
56
Álvaro Cardona, et ál., Cadáveres, cementerios y salud pública en el Virreinato de Nueva Granada,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia / Universidad Nacional de Colombia, 2008, p. 76. Situaciones
similares se evidencian en las ciudades de Mompox, Cartagena y Santa Fe.
34

del 24 de mayo de 1805 procurando reprender la negativa del clérigo a dicho traslado.57
Tales reticencias no sólo se presentaron en España, también en las colonias americanas
fueron muy comunes estos tipos de conducta.
Otro argumento válido para demostrar lo difícil que fue la aceptación de esta norma, es
lo expresado por la historiadora Adriana María Alzate. Ella atribuye tal retroceso a la
repugnancia que éstos inducían en relación cadáver-enfermedad,58 y ligado también a
factores de orden mental como el temor al juicio final o, simplemente a ser separado de la
protección del santo de su devoción. En el primer caso, la concreción de estas leyes no se
haría efectiva sino hasta mediados del siglo XIX, ya que la renuencia de sepultar a sus
deudos fuera de las iglesias se hacía, inclusive, con la existencia de un campo santo,59 y en
el segundo caso, de mucha relación con el anterior, en el traslado de los recintos a sectores
alejados significó la separación que por muchos siglos (desde el III - hasta mediados del
XVIII) estuvo ocupando la ciudad de los vivos.
La preocupación por desterrar las necrópolis fuera de las ciudades españolas, tuvo su
origen, exceptuando la propuesta del señor Pascual, a la persuasión eficaz entre otras cosas,
de algunos personajes vinculados al mundo político e intelectual de la España ilustrada.
Estos en su momento, se hicieron importantes para efectos del bienestar público y sobre
todo, para desmontar gradualmente la administración financiera que la iglesia realizaba
sobre los cementerios. Sus contribuciones por medio de investigaciones e influencias en la
Corte y en el Consejo determinaron la aprobación definitiva de la real cédula que sería
extensiva en los dominios de ultramar, entre ellos podemos destacar a los colaboradores
más cercanos, el médico y sacerdote, Francisco Bruno Fernández; José Moñino, conde de
Floridablanca; Benito Bails,60 Pedro Rodríguez, conde de Campomanes entre otros.

57
“Suplemento al libro primero”, Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, (s.i.), 1805-06,
libro I, título III, ley II, p. 211.
58
Adriana María Alzate Echeverri, El imperativo higienista o la negociación de la norma. Una historia de la
recepción del pensamiento higienista de la ilustración en la Nueva Granada (1760 – 1810), París, (s.i.), 2001,
p. 80. Informe final presentado a la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología del
Banco de la República.
59
En la lectura de testamentos, hasta bien entrado el siglo XIX, se puede verificar en las “disposiciones para
ser sepultado” que algunos testadores, inclusive los clérigos, invocaban ser sepultados al interior de algunas
iglesias de la ciudad. Véase ésta hipótesis en Gloria Mercedes Arango R., “La mentalidad religiosa en
Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 – 1885”, Tesis de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas
y Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 1993, p. 268.
60
B. Bails (1731-1797). Matemático catalán. Educado en Francia, conocedor de la cultura intelectual de la
época y de varios idiomas, enriqueció el debate sobre los cementerios en la península con la traducción y
35

Fernández, hacia el año 1777, realizó un importante estudio titulado, disertación


físico-legal sobre los sitios y parajes que deben destinarse para las sepulturas, (1783). Éste
protomédico, perteneciente a los círculos nobiliarios de la capital, influyó con su
investigación para que la Real Academia de Historia, la Academia Médica Matritense, la
Junta Suprema de Sanidad y la opinión de los prelados, presentaran una instancia al
Consejo como reacción de la epidemia ocurrida en Villa de Pasajes, Guipúzcoa, en 1781.
Tal expediente, aprobado por los concejiles el 4 de marzo de 1781 se constituyó en la punta
de lanza para hacer efectiva la reforma. El conde, principal consejero y ejecutor de dichas
medidas y delegado del rey para tales efectos recomendó la construcción de un cementerio
en el Real Sitio de San Ildefonso, el cual fue comenzado en 1785 e inaugurado un año
después, y don Benito Bails, con su obra titulada, Pruebas de ser contrario a la práctica de
todas las Naciones, y à la disciplina eclesiástica, y perjudicial à la salud de los vivos
enterrar a los difuntos en las iglesias y poblados, impreso en Madrid en 1785.61
Con estos informes, y sobre todo, con base en el reglamento del conde de
Floridablanca, -expedido el 9 de febrero de 1785- la política de equipamiento planeada por
el monarca se cristalizó en la resolución del Consejo el 9 de diciembre de 1786, después de
una larga controversia entre sectores reaccionarios y de avanzada sobre una práctica tan
inveterada; se promulgó la Real Cédula de 3 de abril de 1787, sobre “Restablecimiento de

publicación de una gran cantidad de escritos que le permitieron la difusión de ideas y planteamientos
ilustrados. La faceta de traductor y editor lo llevó a ser conocido como un difusor y propagandista de las ideas
higienistas europeas. Tradujo varios estudios, entre ellos, del médico portugués, Antonio Ribeiro Sanches,
Tratado de la conservación de la salud de los pueblos y consideraciones sobre los terremotos, impreso en
Madrid, 1781; del galeno francés, Félix Vicq d`Azyr, Essai seu les lieux des sèpultures, París, 1778;
Disertación sobre el lugar de las sepulturas del abate Scipion Piattoli, Módena, 1774; Disertación histórica,
en la cual se expone por la serie de los tiempos la varia disciplina que ha observado la Iglesia de España
sobre el lugar de las sepulturas, escrito inédito del sacerdote Ramón Cabrera y dos cartas pastorales, una del
arzobispo de Toulouse y la segunda del arzobispo de Turín sobre el mismo tema. Cf. Mercedes Granjel y
Antonio Carreras Panchón, “Extremadura y el debate sobre la creación de cementerios: Un problema de salud
pública en la Ilustración”, Norba. Revista de Historia, Vol. 17, Universidad de Extremadura, 2004, pp. 81-82.
Disponible en: http://www.dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1158934. Pdf. Consultado el 10 de
agosto de 2009.
61
Otros peninsulares destacados en esta clase de publicaciones científicas fueron: Jorge Buchan, Medicina
doméstica o tratado completo del método de precaver y curar las enfermedades con el régimen de medicinas
simples, con ediciones en 1785, 1786, 1818; Miguel de Azero y Aldovera, Tratado de los funerales y de las
sepulturas, publicado en Madrid en 1786; Félix del Castillo, Discurso físico-histórico-legal sobre el abuso
piadoso de enterrar los cuerpos muertos en las iglesias, 1781; el político Gaspar Melchor de Jovellanos con
Reflexiones sobre la legislación de España en cuanto al uso de sepulturas, que presentó a la Academia de
Historia de Madrid en 1781. Tomado de Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en
Córdoba del Tucumán. Costumbres sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-2, Bogotá, enero-
diciembre, 2005, p. 16. Los autores de estas reflexiones científicas contaron con aliados influyentes que,
desde el poder apoyaron sus renovadoras propuestas.
36

la Disciplina de la Iglesia en el uso y construcción de cimenterios, según el Ritual


Romano”, prohibiendo los enterramientos en el interior de los templos, exceptuando a los
eclesiásticos, en beneficio de la “salud” pública, “decoro de los templos y consuelo de las
familias” en ciudades que estuvieran expuestas a epidemias, fuesen populosas y, en
parroquias de mayor feligresía con mayor frecuencia de entierros.62
Un aspecto que no debe pasarse por alto es la reglamentación expedida por
Floridablanca. Ella exhortaba a que todos los cadáveres de personas que falleciesen en San
Ildefonso, sea cual sea su dignidad, debían enterrarse en el cementerio construido
extramuros. Además de ello, estipulaba nuevas disposiciones referentes al asunto de
velación, canto, pago de rotura de nichos, traslado del cadáver de la funeraria al
cementerio.63
Sin embargo, hacia 1804 -año que precipitó los trabajos y acciones en la construcción
de las obras- en España y en las posesiones de ultramar, el quinto punto de la real cédula
dejaba claro que los fondos para las obras debían proceder de las fábricas de las iglesias,
diezmos y obras pías, colaborando en conjunto el municipio con la mitad o tercera parte de
los gastos y la elección y adecuación del terreno destinado para tal fin, sean concejiles o de
propios.64 En posteriores reales órdenes correspondientes al 8 de agosto de 1830, 20 de
febrero de 1831 y 14 de noviembre de 1832 se eximió a los fondos de propios de contribuir
al coste de los cementerios, por hallarse en estado de no poder atender a sus más precisas
obligaciones, manifestando así la necesidad de restarle a la iglesia el monopolio arancelario
e indicar el proceso secular que buscaba desde mediados del setecientos.65
En esta ciudad, la orden circular del 15 de mayo 1804, reiteró la construcción de
cementerios en sitios ventilados, cercanos a las parroquias y distantes de las casas de los
vecinos. Pero hubo que esperar hasta cinco años después, en 1809, con la inauguración del
cementerio general del norte de Madrid y bajo los reinados de José I Bonaparte (1808-
1813) y Fernando VII (1813-1833) para que se diese un proceso continuado de
construcción en Barcelona en 1818 y en Valencia en 1829 para que estas medidas
finalmente dieran resultado.

62
Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, (s.i.), 1805-06, libro I, título III, ley I. pp. 18 - 19.
63
Novísima recopilación de las leyes de España…, pp. 18-19.
64
Novísima recopilación de las leyes de España…, pp. 18-19.
65
Novísima recopilación de las leyes de España…, pp. 18-19.
37

Fue tal la importancia de la política oficial establecida por la Corona sobre la


edificación de cementerios, que el plan de estudios asumido por la Academia de San
Fernando en Madrid, introducía, por primera vez, un área de estudios en Arquitectura
relacionada con tendencias artísticas y arquitectónicas en estos recintos.
En algunas de las ciudades de América, el acatamiento de las directrices reales tuvo un
destino diverso. En líneas atrás hemos dicho cómo la real orden de 1804 influyó de manera
definitiva en la ejecución de estas obras. Sin embargo, la “temprana” construcción de
cementerios en campos alejados y ventilados se verificó en las colonias españolas. Un
detalle ilustrativo es el de La Espada,66 en La Habana, construido entre 1805 y 1806; el
Presbítero Maestro, en Lima, edificado hacia 1786 e inaugurado, pese a las protestas del
vecindario, el 31 de mayo de 1808. Unos diez años después, hacia 1816, en Caracas, se
inauguró el Empedrado, a pesar de su estado de ruina, producido por el terremoto de 1812
se continuaba sepultando en él; y en Montevideo, el Nuevo o Central, como se le conoce en
la actualidad, sólo se abriría al servicio en 1835.67
Esta disparidad en la inauguración de los cementerios americanos, obedece como antes
había mencionado, a temores de índole religiosa, a la negligencia de las autoridades civiles,
a la limitación de recursos económicos, a la oposición de párrocos, la superstición, a los
prejuicios seculares y finalmente al ascenso de la doctrina miasmática que contribuyó a
crear un “leguaje olfatorio” y a toda una estrategia de desodorización que determinó una
sensibilidad nueva, distinta, hacia el tema de los enterramientos.

2.2. La legislación en la Nueva Granada

A finales del período colonial, las autoridades virreinales se preocuparon por


establecer las disposiciones reales extensivas a sus dominios. En el territorio neogranadino
la planificación de necrópolis en las principales ciudades obedeció a dichas políticas. Una
muestra de tales instrucciones constituye lo ordenado por el virrey José de Ezpeleta y Veyre
hacia 1791 con el cementerio construido en el occidente de Santa Fe o de manera similar
con la normativa expuesta por el oidor Juan Antonio Mon y Velarde para Antioquia

66
Denominado así en honor a su principal impulsor, el obispo Juan José Díaz de la Espada y Fernández de
Landa.
67
Alberto Escovar Wilson-White y Margarita Mariño von Hildebrand, Guía del Cementerio Central de
Bogotá: Elipse central, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá-Corporación La Candelaria, 2003, pp. 19-20.
38

respecto a la supresión de conductas sociales como la vagancia, no beneficiosas para el


progreso de la provincia, y la eliminación de zonas consideradas insalubres. Aunque, en la
provincia de Antioquia, dependiente en lo eclesiástico de Popayán, se legisló sobre la
materia a principios del siglo XVIII, las disposiciones sinodales no pesaron a la hora de
reformar tales costumbres.
Las primeras medidas tendientes a garantizar el bienestar de las personas en el ramo de
salud pública, -que también atañe a cementerios- se dio bajo la administración del
vicepresidente Francisco de Paula Santander.68 Bajo su administración se trató de introducir
un nuevo orden constitucional que buscaba por medio de la legislación romper con el
dominio del antiguo régimen colonial y establecer nuevas reglas de juego en los planos
económico, cultural, religioso y político, como también, en el reconocimiento definitivo
como nación independiente por los países europeos hacia 1827. La parte religiosa fue uno
de los aspectos de los cuales la legislación colombiana se preocupó por controlar. El
proyecto legislativo introducía un orden laico en cuanto a educación religiosa se refiriere y
fundación de cementerios públicos o privados.
Para ello creó el código del año 1825, primero de la República, que promulgaba la ley
de 9 de mayo sobre las “juntas de sanidad”. Se trató de conferir a las autoridades civiles en
este ramo, la función de velar por el establecimiento de cementerios en todas las parroquias
y en lugares apropiados para ello. Dicha ley establecía la creación de órganos sanitarios
para velar por el buen funcionamiento de estos. Tales consejos debían emplear todo su celo
para que inmediatamente establecidos los camposantos, se propague y conserve la vacuna
en caso de una epidemia; se observarán los reglamentos sanitarios vigentes que formaran
las juntas superiores de departamentos que aprobara el poder ejecutivo,69 de esta manera se
había convertido estos recintos en objeto de policía y las Corporaciones Municipales de
cada parroquia debían actuar para el buen funcionamiento de las normas.
Fue el General Santander, vicepresidente encargado del ejecutivo entre 1821 y 1827,
quien en un momento se mostró reacio al desplazamiento de los cementerios a sitios

68
Según el texto de Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia, la primera ley en el país se
expidió el 23 de abril de 1835. Unos diez años después de creado el código del año 25. Sin embargo, esta
última es la primera ordenanza que se expidió de los cementerios en el ramo de higiene pública.
69
Archivo Histórico de Medellín, Fondo Concejo de Medellín, Serie Asuntos Varios, Tomo 98, Folio 264r.
Año 1825. Ley del 9 de mayo de 1825. Art. 71, Cap. 6. Durante este período se crearon las primeras juntas
de sanidad en el país mediante la ley de Patronato del 11 de marzo de 1825. En adelante AHM.
39

alejados, según él, por el descontento que podía provocar entre la feligresía y los curas; sin
embargo, las medidas del mayor opositor a la sepultura en el interior de los templos no
surtieron el efecto que éste se proponía, a pesar de que su muerte y su primera exhumación,
el 6 de mayo de 1840 en el Cementerio Público de Bogotá trató de ser un ejemplo para los
habitantes de la capital y de todo el país.70

2.2.1. Las reformas de medio siglo

En la primera administración del general Tomás Cipriano de Mosquera (1845-49) se


inició en el país una etapa de reformas que le dieron otro rumbo a la vida económica,
social, religiosa y política que escindió definitivamente el modelo administrativo heredado
de la época colonial. En el campo económico, los decretos sobre la desamortización de
bienes de manos muertas que buscaba despojar a la iglesia de tierras y del consecuente
beneficio financiero que éste dejaba, no se tradujo en la expropiación de los cementerios, al
contrario, fue la iglesia la que siguió gozando del control de ellos. Pero siendo estas
reformas un esfuerzo por romper las ataduras del período colonial y de secularizar aspectos
relacionados con el fuero eclesiástico, incluyendo la administración que ejercía la iglesia en
todos sus ramos, se constituyó en un esfuerzo por tener a la institución controlando los
cementerios; sin embargo, el ambiente tenso que existía entre la Iglesia y el Estado dio paso
a la ruptura de ambas majestades en 1853 y, como consecuencia, en la promulgación de la
ley que despojaría a la iglesia del control de éstos y lo transfería a las autoridades civiles,
siendo ratificada, un año después, en 1854, por ordenanza de policía, la cual prohibía
sepultar en sitios densamente poblados y preferentemente en lugares ventilados y altos.
En este caso, la policía asumía la función de salvaguardar la salubridad pública,71
definiendo a su vez, las competencias y funciones que debía tener este ente administrativo y
regulativo; para ello, especialmente en el Estado de Antioquia y como producto del
crecimiento de la ciudad, tendiente a alcanzar un equilibrio ecológico humano,72 se creó

70
Alberto Escovar Wilson-White, “El cementerio Central de Bogotá y los primeros cementerios católicos,
Revista Credencial Historia, No. 155, Bogotá, noviembre, 2002, p. 13.
71
Gloria Mercedes Arango, “La mentalidad religiosa en Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 – 1885”, Tesis
de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de Colombia,
Sede Medellín, 1993, p. 307.
72
Desde el punto de vista sociológico, este concepto ateniéndonos a las definiciones de N. P. Gist y L. A.
Halbert, es el estudio de la distribución espacial de las personas e instituciones en la ciudad y los procesos que
40

una especie de funcionario adscrito a esta dependencia, que debía velar por el bienestar de
los ciudadanos y el buen funcionamiento de la urbe: los llamados inspectores y comisarios
de policía.
Éstos debían ser mayores de veintiún años, saber leer y escribir, cumplir con las
normas de urbanidad y buena educación con los ciudadanos y, se haría público, mediante
carteles, los deberes y prohibiciones impuestas a los agentes, de manera que los habitantes
intervinieran en la vigilancia de los mismos. 73
Una de las funciones que establecía para los comisarios de policía, en el ramo de la
salubridad, era el manejo de aseo de los cementerios y la prohibición de velorios en tiempo
de epidemias o cuando el individuo hubiese muerto de enfermedad contagiosa. 74 Tal
mandato se haría extensivo en todo el territorio y se podía ver en estos requerimientos el
sentido cívico de orden y limpieza que empezaba a volverse práctica común en las ciudades
de finales del siglo XIX y principios del XX.
Posteriores medidas, sobre todo la del 23 de abril de 1836, no fueron efectivas en
cuanto a la concesión de mercedes de tierra favorables al establecimiento de cementerios
para los extranjeros; no obstante, esta ley instituía una línea clara entre cementerios
católicos y pertenecientes a otras confesiones. Ella precisaba la cantidad métrica de tierra
disponible para los foráneos y la creación de oratorios dentro del recinto.75 El 16 de mayo
del mismo año, se imponía una contribución para la fundación de cementerios, entre ellos,
los bienes de los difuntos. Esta ley ambicionaba que las cabezas de familia o vecinos de las
villas contribuyeran no sólo con dinero, sino también con mano de obra de sus esclavos en
su levantamiento.76 En el caso de la provincia de Antioquia, la Corporación Municipal
nombró hacia 1825 una comisión de notables formada por Francisco Campillo, Leoncio
Martínez y Francisco González para:

supone la formación de normas de distribución, Urban Society, Nueva York, 1950, citado por Egon Ernest
Bergel, Sociología urbana, Buenos Aires, Editorial Bibliográfica Argentina, 1959, p. 18.
73
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Acuerdos, Tomo 226, Folio 77-84. Acuerdo 22 de 1882.
74
Ley del 14 de diciembre de 1856. Constitución y leyes expedidas por la Asamblea Constituyente del Estado
de Antioquia en 1856. Sala de publicaciones oficiales de Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. El celador
de policía en materia de salubridad, debía además, atender los casos de epidemias, prohibir la venta de
venenos o drogas nocivas sin autorización respectiva: prohibir el establecimiento de mataderos, tintorerías u
“otras fábricas de donde puedan levantarse emanaciones que pueden infectar el aire con perjuicio para la
salud de los habitantes”.
75
Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia, Prólogo de Fernán González, S.J. Tomo II,
Bogotá, Banco Popular, 1987, p. 545. Artículos 1 y 5.
76
Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia..., 1987, Artículo 42, p. 546.
41

“(…) persuadir al vecindario de la parte principal de esta ciudad para que contribuyeran
con lo que buenamente puedan para perfeccionar el cementerio… llevarán listas de los
contribuyentes y de las cuotas o cosas que se prestaren a este importante servicio”. 77

Como ejemplo se pueden mencionar los 132 vecinos que contribuyeron para la
construcción del cementerio de San Benito entre 1805 y 1808 y posteriormente, en los 50
de San Pedro en 1842 y su buen uso en cuanto al mantenimiento y ornato del recinto siendo
expedido el 8 de junio de 1842.78
La ley que trataría de acabar de manera definitiva con el antiguo uso de sepultura
dentro de los templos sería promulgada unos seis años después de la muerte del General
Santander, este decreto, del 2 de junio de 1846, a pesar del descontento de los curas quienes
seguían enterrando y creyendo en la protección divina hacia los fieles, cortaba toda relación
económica y espiritual entre la Iglesia y el Estado.

2.2.2. Cementerios bajo control de la municipalidad. Un esfuerzo por eliminar el


Patronato

En la segunda mitad del siglo XIX, las ciudades colombianas, entre ellas Medellín,
introducen en las políticas de equipamiento urbano el adecuado manejo de los cementerios.
Tales medidas se tradujeron junto a espacios como parques y plazas, en disposiciones de
carácter sanitario y estético. Los cementerios, incluyendo los de la ciudad, serían objeto de
una minuciosa inspección municipal que, con la asesoría del cuerpo médico, precisarían las
condiciones urbanas e higiénicas para nuevos establecimientos fúnebres, ya que al amparo
de la legislación positiva, expuesta por Recaredo Fernández de Velasco, los municipios se
reservarían la facultad de establecer cementerios públicos para satisfacer las necesidades
generales de la población propio de una sociedad moderna.79

77
Gloria Mercedes Arango, “La mentalidad religiosa en Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 – 1885”, Tesis
de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de Colombia,
Sede Medellín, 1993, pp. 295 – 296. Entre ellos, esclavos, piedras, tejas, etc.
78
Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia, Prólogo de Fernán González, S.J. Tomo II,
Bogotá, Banco Popular, 1987, p. 545.
79
Alfredo Lira Juárez, “La naturaleza jurídica de los cementerios y sepulturas en México”, Trabajo de
pregrado en Derecho, Escuela Libre de Derecho, México, 1976. En especial el capítulo VII, “la naturaleza
jurídica de los cementerios”, pp. 102- 105.
42

En este mismo sentido, la ley del 14 de mayo de 1855, aclaraba que la fundación de
cementerios particulares, ya sean católicos o de otros ritos, y costeados con sus propios
fondos, serían de la exclusiva pertenencia de dicha comunidad a inhumar cuerpos, o si éstos
pasaran a ser dominio del distrito, se tendría una indemnización en la renta de aquella
comunidad religiosa80 o en su defecto, las Corporaciones Municipales asumían con las
rentas departamentales uno público donde fuesen sepultados aquellos que sean rechazados
por sus creencias religiosas.
Así mismo, este cuerpo colegiado dictaba reglamentos, asignaba sueldos, velaba por
el buen manejo de las exhumaciones, sea en privados o generales, otorgaba licencia a
particulares sobre establecimiento de nuevos sitios, para ello, deberían dar informe al jefe
municipal y, estos a su vez, contaban con la asesoría de los médicos-higienistas de la
ciudad.81
En este sentido, el afán de secularizar aspectos de la vida religiosa y servir a la
comunidad se reflejaría en la fundación de numerosos cementerios en el país o en su
defecto, en la adquisición de terrenos aledaños de los católicos, como en el caso de San
Pedro, que debido al estado de ruina que amenazaba, dio pie para que en 1871, el
presidente del Estado de Antioquia, Pedro Justo Berrío, estimulara a la Sociedad Central de
Fomento una reunión con los accionistas de dicho cementerio. Esta reunión se pactó el 29
de abril de 1871 en la iglesia de San José y en ella se acordó el nombramiento de una
comisión de notables integrada por Julián Vásquez, Vicente B. Villa, Juan Lalinde, Dr.
Julián Escobar, Dr. Tomás Uribe y los señores Marcelino, Fernando y Luciano Restrepo
para redactar el nuevo reglamento que sería establecido el 1 de junio del año 7182 y dejaba
libre el camino para fundar, más tarde, el cementerio laico.
La acentuación de políticas administrativas de orden secular se haría más evidente en
el trascurso de las tres últimas décadas del ochocientos. El régimen federalista intentó darle
al país una organización estatal basada en las ideas de liberalismo y facilitó la ejecución de

80
José Joaquín Caicedo Castilla, “Historia Diplomática”, Historia Extensa de Colombia, Vol. XVII, Tomo I,
Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1974, p. 269; y Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en
Colombia, Prólogo por Fernán González, S. J. Tomo II, Bogotá, Banco Popular, 1987, pp. 122 – 123.
Artículos 3 y 4 respectivamente.
81
“Código de Policía General. Ley LXXII del 14 de diciembre de 1878. Capítulo 4.”, Registro Oficial, No.
281, Medellín, 24 de diciembre de 1879, p. 658.
82
Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para el año de 1906, Medellín,
Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2003, p. 138.
43

obras de carácter civil que se reflejarían en todos los asuntos de la vida; por ello la
Convención Constituyente del Estado Soberano de Antioquia, integrada por liberales
radicales, decretó mediante la ley 16 del 10 de octubre de 1877, “sobre propiedad y
administración de cementerios”. En el artículo primero acordó que éstos eran posesión de
los distritos y que su administración dependía de las Corporaciones Municipales, siempre y
cuando cumpliesen con los fondos costeados por las rentas de fábrica, donación, limosnas u
oblaciones de los fieles; asimismo, los cementerios fundados por iniciativa privada serían
administrados por la entidad que lo creó dando uso perpetuo a los herederos. La
intervención de la autoridad pública en estos recintos de carácter privado se limitaba
únicamente, en hacer presencia efectiva en asuntos de posesión, salubridad e investigación
de episodios criminales.83 Prohibía, amparado en el Código de Policía General, la
inhumación de cadáveres dentro del recinto de la población, haciendo de efectiva
obligatoriedad la sepultura en los cementerios establecidos fuera de ellas con las
precauciones debidas en materia de salubridad.84
Sin embargo, la ley 16, en el apartado uno, no fue bien acogida entre los propietarios
y la comunidad católica en general. Independientemente de su origen público o privado, la
discrepancia consistía en la interpretación que hacía de la ley frente al dominio privado
(propiedad) de las bóvedas en los derechos de arrendamiento. Se entendió en este colectivo
que el estatuto expropiaría los de origen católico o privado. Un caso ilustrativo es la nota de
protesta enviada por Joaquín Posada, el 8 de abril de 1867 a la Corporación Municipal. En
ella declaraba que siendo propietario de una cripta en el cementerio público (San Lorenzo) -
comprada al presbítero José D. Jiménez- el tesorero pretendía cobrarle arrendamiento de su
posesión. Por ello, y amparado en los derechos que brindaba la Constitución de la
República defendía su derecho de posesión no sólo en razón y obediencia, sino en ser
protegido de este arbitrio. Así, exhortaba al tesorero o la corporación como última
instancia, para que no se le cobrara el alquiler de su propiedad e hiciera la aclaración del

83
Ulpiano Ramírez Urrea, Pbro., Historia de la diócesis de Antioquia, 1886 – 1902, Medellín, Vol. I,
Tipografía de San Antonio, 1924, p. 92. Artículos 1, 2, 3 y 4. La fundación de este cuerpo colegiado se
remonta al año de 1821, siendo disuelta bajo la dictadura de Bolívar en 1828, y es restablecida nuevamente
mediante la ley del 11 de mayo de 1830.
84
Registro Oficial, No. 281, Medellín, 24 de diciembre de 1878, p. 657. Artículo 363. Colección Periódicos
de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia.
44

caso según los acuerdos expedidos y teniendo en cuenta el carácter público del
cementerio.85
Igualmente, y con el pretexto económico, representado en la adquisición de recursos
provenientes del ramo fúnebre, otro ejemplo refiere el descontento de muchos feligreses
quienes elevaron numerosas solicitudes pidiendo no se les despojara de un bien tan querido
y sagrado. Un caso ilustrativo, y así como los vecinos de El Peñol,86 también en Medellín,
el desagrado se hizo evidente cuando un grupo de vecinos, encabezados por el cura Rafael
María González, titular de la parroquia de Aná (hoy Robledo), manifestaron, el 1 marzo de
1878, su desacuerdo por la expropiación de los cementerios católicos de todas las
parroquias, que fueron edificados por y para la comunidad católica, que serían transferidos
al distrito. Por ello, pedían a la corporación exonerar a dicho colectivo para administrar su
camposanto y a cambio de ello, sostener un cementerio laico que albergara a difuntos de
otras confesiones para que se “evitara todo motivo de colisión y de disgusto entre las
autoridades civiles y eclesiásticas”.87
Un aspecto bien importante en este asunto, sigue siendo la continuidad en los
dictámenes sobre la administración laica de necrópolis. En los últimos treinta años del siglo
XIX, este cuerpo legislativo se encargaría de ejecutar y dirimir los asuntos de
establecimiento y estudio asociado con la Academia de Medicina, cuerpo de médicos-
higienistas que a partir de 1887 serían los encargados de dictaminar sobre el
establecimiento de nuevos cementerios en la ciudad y que en colaboración con este ente,
entrarían en consonancia con el desarrollo urbano.
La Corporación Municipal, siendo fiel a su nueva función, establecería mediante el
acuerdo reformatorio del 1 de marzo de 1878, las funciones o deberes que exigía al

85
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 219 (II), folio 795r.
86
AHA, “Petición de varios vecinos del Peñol y Resolución de la Corporación Municipal”, Registro Oficial,
No. 79, año II, Medellín, marzo 2 de 1878., citado por Gloria Mercedes Arango, “La mentalidad religiosa en
Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 – 1885”, Tesis de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas
y Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 1993, p. 309.
87
Los suscriptores del acta fueron: Román Yepes, José Miguel Montoya, Lázaro Uribe, Nicolás Gaviria,
Maximiliano Upegui, Adriano Rivera, Vicencio Upegui, Juan C. Franco, Nacianceno Arango, Ildefonso
Vélez, Manuel María Arenas, Elías Vélez, José Grisales, Antonio María Arriaga, Manuel S. Tirado, Gonzalo
Vélez, Emiliano Sierra, (ilegible) Araque, Antonio María Araque, Pedro Antonio Araque, a ruego de Eusebio
Ossa, Manuel S. Tirado, por Andrés Yepes, Manuel M. Arenas, Evaristo Marín, Manuel M. Arenas, a ruego
de Francisco Saldarriaga, Román Yepes, José María Paniagua, Pedro Pablo González, por Narciso Zapata,
Pedro P. González, José María Zapata, Pedro P. González, Luis N. Zapata, Aureliano Zapata, Nacianceno
Zapata y Rafael Uribe. Cf. AHM, Fondo Concejo Municipal, Serie Comunicaciones, Tomo 219 (II), Folio
799r.
45

procurador municipal de Medellín en cuyo caso estuvo la administración de los


cementerios. Le exigía al funcionario la cuenta de administración de tales establecimientos,
para establecer qué poseen éstos y hacer que los fondos pertenecientes a dicha entidad
pasen a los administrados por el distrito; así como establecer qué carencias tenían los
establecimientos por razón de caudal. El acuerdo establecía, además, el precio por cada
sepultura en tierra: cincuenta centavos, con excepción de los pobres a los cuales se les
darían gratis, contando, obviamente, con la autorización del jefe municipal y constatando
debidamente, la verificación real de pobreza del difunto; para ello debería justificarlo con
dos testigos. Dos pesos anuales cada bóveda para adultos y un peso anual por cada bóveda
para párvulos, por tiempo que desearan. Establecerían la venta de osarios en veinte pesos el
metro cuadrado, el arriendo de las mismas costaría siete pesos. La obtención de ganancias,
producto de estas ventas y demás ramos, se utilizaría para adecuar cementerios de
fracciones que careciesen de fondos, con autorización especial de la Corporación
Municipal.88

2.2.3. El inspector de policía. Diversas funciones para un mismo fin, la tumba

Líneas atrás hemos mencionado cómo la primera ley dictada en el Estado de Antioquia
sobre “policía general” del 14 de diciembre de 1856, concentraba muchas de las funciones
atribuidas antes a los alcaldes. Esta tomó la responsabilidad de hacer efectivo la aplicación
de las disposiciones legales tendientes a dirigir y controlar los comportamientos ciudadanos
colectivos, incluyendo el manejo de los camposantos. El edicto regulaba detalladamente las
funciones y competencias que debían cumplir los inspectores y comisarios de policía.
Producto de esta creación, se origina en el crecimiento de la ciudad y como consecuencia
de ello, en la ampliación de cargos administrativos. 89
Quince días después, la Corporación Municipal mediante el acuerdo reformatorio del
15 de marzo de 1878, establecería el nuevo cargo de inspector de cementerios, función que
recaía en el celador de policía del distrito con libre facultad de la entidad para nombrar y

88
“Acuerdo reformatorio del 1 de marzo de 1878”, Hojas Sueltas, Doc. 253, Folio 264. Artículos 1, 2 y 3.
Colección Periódicos de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia.
89
Claudia Vásquez Vargas, Estructura de la administración municipal de Medellín, siglos XIX y XX,
Medellín, Secretaría de Educación y Cultura, 1997, p. 100. La administración creó el cuerpo de serenos, el
cuerpo de bomberos entre otros.
46

remover a dichos funcionarios. Esta institución asumiría todo lo concerniente a los


cementerios y definiría funciones específicas para tal deber, entre ellos, cuidar los edificios,
enseres y demás cosas para dicho establecimiento. El artículo 4 del acuerdo crearía las
funciones para el inspector de policía, en carácter de inspector de cementerios, quien debía:

1. Evitar de que los guardianes de los cementerios cumplan con los deberes que se les
imponen por este acuerdo, y que en lo sucesivo se les impongan.
2. Invigilar (sic) los establecimientos, a fin de que sean cumplidas las disposiciones de
este acuerdo, y las demás que dicte la Corporación Municipal, en el mismo ramo.
3. Visitar por lo menos dos veces en cada mes el cementerio de la ciudad de Medellín, y
una vez cada dos meses los de las fracciones.
4. Promover ante la Corporación Municipal, las reformas que estime convenientes en este
ramo.90

Asimismo, para los subordinados de estos, los celadores de policía extenderían su


función de aseo y limpieza, podrían también realizar entierros siempre y cuando cuenten
con el aval del jefe municipal o del inspector de policía de la fracción donde corresponde la
inhumación. Atendiendo a las exigencias del tesorero del distrito o de un comisionado
especial en cada fracción, en lo respectivo al pago de derechos de inhumación, o en su
defecto acogerse al artículo 11 del acuerdo respecto a los pobres.
En materia económica, el guardián deberá hacer una relación de ganancias debida a la
corporación durante el mes, a razón de examinar la cuenta del tesorero municipal
respectivo; éste funcionario sería el encargado de destinar los recaudos y hacer balances
ante la corporación sin confundir los fondos de otros ramos. Igualmente, tenía destinado la
venta de osarios, rindiendo cuenta, obviamente, al mismo organismo, y asumiendo la
expedición de registro del caso.
La renta o producto recogido de los cementerios sería invertida en pago a inspectores
-cuatro pesos mensuales a guardianes de otras fracciones y veinticuatro para los de
Medellín-. Guardianes y jornales de obreros, con los materiales destinados, debían
blanquear cadáveres y cubrir bóvedas, reparar los edificios, hacer ornato y embellecer el
lugar. Inversión que sería de uso exclusivo para tales fines, según específica el artículo

90
Registro Oficial, Medellín, 15 de marzo de 1878, p. 502. Artículos del 1 al 6. Colección Periódicos de la
Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia.
47

12:91 la ganancia a los cuales estaba destinada, sería el producto de la obtención en


derechos de:

1. Las ganancias de las bóvedas a razón de diez pesos por cada una para adultos, por
el período de cuatro años y cinco pesos por cada una para párvulos hasta de diez años,
por el período de dos años.
2. Un peso que se pagará por cada sepultura que se dé en tierra y un peso con
cincuenta centavos que se pagará por cada sepultura que se dé en bóveda; siendo la
operación de cargo del guardián en uno y otro caso.
3. El producto de las bóvedas cumplido el primer período respetivamente a razón de
cinco pesos anuales por las grandes y dos por las pequeñas durante el tiempo que
quieren tomarlas.
4. El producto de la venta de áreas para osarios, a razón de 30 pesos el metro.92

La Corporación designaría una comisión para estar al tanto de las ganancias


producidas en este ramo, cada dos meses el cuerpo de vigilantes debía dar un reporte a la
tesorería del distrito. Según el artículo 364 de la ley LXXII del 14 de diciembre de 1878,
del Código General de Policía.93 Este cuerpo administrativo hacía una salvedad en cuanto a
la sepultura de cadáveres se refiere: prohibiendo el entierro de personas que por causa de
muerte violenta o repentina no cumpliesen las 24 horas requeridas por disposición
reglamentaria y sobre todo, por precauciones higiénicas. Esta medida, estaba a cargo del
guardián del cementerio quien a su vez daría noticia al jefe municipal, previa autorización
de este último.
El inspector general de cementerios era el responsable de hacer la lista de inhumados
que sería publicada anualmente, en el mes de enero, y el cual notificaba el día en que debía
verificarse la exhumación, para que los deudos pudiesen tomar nuevamente posesión de las
localidades, o en su defecto, recoger los restos de sus deudos. En caso contrario, el guardián
depositaría los restos no reclamados en el osario común del cementerio.

91
Registro Oficial, Medellín, 15 de marzo de 1878, p. 502, Artículo 9.
92
Registro Oficial, Medellín, 15 de marzo de 1878, p. 502, Artículo 10.
93
Registro Oficial, Medellín, 24 de diciembre de 1878, No. 281, p. 657.
48

2.2.4. El Código de Policía General y la reglamentación sobre inhumación de


cadáveres

En el Estado de Antioquia, mediante la asamblea legislativa del año 1878 y dadas las
anteriores atribuciones alcanzadas por la ordenanza sobre policía del 9 de enero de 1854,
sobre administración de cementerios, consagró en el capítulo cuatro de sus 24 apartados, en
el control de inhumaciones y las funciones del celador de policía, que en este caso ya
hemos comentado. Uno de los aspectos por los cuales se hizo cargo de éstos recintos fue su
relación directa en el tratamiento de enfermedades contagiosas. Por ello, el control sanitario
de las tumbas y del recinto en general estipulaba un período máximo de tres años de
sepultura y a su vez, un control higiénico de las emanaciones pútridas que pudiera provenir
de cualquier cadáver.
El artículo 369 de dicho código, indicaba que en la sepultura de personas pobres, la
obligación recaída sobre los empleados de policía, cuyos fondos, provenientes de las rentas
municipales, fuesen destinados a realizar la exhumación; si éste no tuviese los recursos
necesarios, se encomendaría su sepultura a los vecinos más pudientes donde el occiso
descansaría en paz. La sepultura de éstos, recomendaba la ley, debía ser lo suficientemente
profundo para impedir la exhalación de miasmas que infectasen el aire. Las bóvedas
deberían tener paredes compactas y tapadas sólidamente para evitar el mismo efecto, así
mismo, el tiempo durante el cual debía estar el cuerpo se estipulaba en tres años, período
que, conforme a la ley se vería interrumpido en caso de una investigación de carácter
judicial en el reconocimiento de un cadáver que estaría vigilado por el jefe de policía del
lugar.
El código de policía establecía además multas para aquellos que violaran los artículos
comprendidos entre el 363 al 367.94 Estos en lo referente a sepultura de cadáveres
incurrirían en una sanción de cuarenta pesos o arresto por cinco días según la gravedad del
caso; pena extensiva, igualmente, a aquellos que exhumaran cadáveres en lo estipulado en

94
A grandes rasgos estipulaban en orden respectivo de los artículos 363 al 367 lo siguiente: Art. 363.
Prohibición de inhumación dentro del casco urbano, solamente se hará en cementerios debidamente
establecidos. Art. 364. Ninguna exhumación se harán antes de las 24 horas. Art. 365. En caso de muerte
repentina o violenta se verificará al jefe de policía quien dará su debido reconocimiento de sepultura. Art.
366. El jefe de policía procederá a realizar exhumaciones en caso de disipar dudas sobre muerte. Art. 367. En
caso de que una persona muera a consecuencia de un delito, la inhumación deberá ser retardada para
diligencias judiciales.
49

los tres años o violaran sepulturas para otros fines sufrirían multas de veinticinco pesos y
arresto por 20 días.
Las familias propietarias de varias bóvedas se constituirían de facto, en los
administradores de sus propios lugares de descanso. Su obligación consistía en reparar los
nichos, estar pendiente del aseo, ornato y salubridad de dichos establecimientos, cuya
posesión debía ser comprobada por escritura de compraventa, o en su defecto, presentar dos
testigos que certifiquen lo comprado por el propietario.

2.2.5. La administración de Núñez y el Concordato

Como venimos señalando en las páginas inmediatamente anteriores, la pugna por el


control civil de los cementerios acentuado en las llamadas Reformas de Medio Siglo,
buscaron optimizar los recursos fiscales que estaban bajo la tutela eclesiástica. En efecto, la
alianza que venía rigiendo desde el fallido acuerdo del año 1824 y que buscaba el
reconocimiento de nación independiente por los países europeos se legalizó en 1827 cuando
el Papa designó obispos en las diócesis vacantes en la Gran Colombia. Sin embargo, las
relaciones entre ambos poderes se mantuvieron tensas durante la mayor parte del siglo XIX.
La ley de Patronado y los procesos de secularización emanados de las leyes de mediados de
siglo -primera administración de Tomás C. Mosquera (1845-1849)- en las esferas religiosas
y educativas son muestras del tejemaneje de ambas majestades por promover un nuevo
orden que llevaría al país a la modernidad95 y a su vez, repercutía en la transformación de
las ciudades y en la distribución de sus espacios que, en efecto, acompañaron el proceso de
secularización. No obstante, la administración de éstos sería efímera hasta el segundo
gobierno de Rafael Núñez (1886 – 1892) y el pacto llamado Concordato. Este convenio que
reguló las relaciones de ambas potestades se celebró en Roma el 31 de diciembre de 1887.
Por el lado colombiano el designado fue Joaquín F. Vélez y por la Santa Sede, el secretario
de Estado, cardenal Mariano Rampolla; bajo la guía espiritual colombiana del cardenal
Joaquín Pardo Vergara.

95
Jane–Dale Lloyd, El proceso de modernización capitalista en el nordeste de Chihuahua, (1880 – 1910),
México, Universidad Iberoamericana, 1987. Citado por Adriana Corral Bustos y David Eduardo Vázquez
Salguero, “El cementerio del Saucito en San Luis Potosí y sus monumentos a finales del siglo XIX”,
Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad, Vol. 24, No. 94, Zamora (Michoacán), 2003, pp. 129-130.
50

Estas diferencias se “normalizaron” el 5 de julio de 1888 y cuatro años después, el 20


de julio de 1892 mediante el convenio adicional, se instituyó sobre fuero eclesiástico,
específicamente sobre cementerios católicos de la República.
La avenencia estableció que los camposantos existentes en todo el país, con excepción
de los privados, serían entregados a la autoridad eclesiástica que los administrara y
reglamentara independientemente de la autoridad civil. En primer lugar, los sacerdotes de
acuerdo a las facultades establecidas por este convenio, tenían la potestad de negar
sepultura en la parte bendecida de los cementerios a los cadáveres indignos de ello,96 y en
segundo lugar, este manejo no será exclusivo de la iglesia católica; el convenio reconoce
también en el Estado, según el artículo 19, el tratamiento de la higiene en dichos recintos y
algunas normativas ya mencionadas atrás como reglamentación de policía -en caso de
epidemias-, interés por adquirir sepulturas abandonadas con el beneplácito de la autoridad
eclesiástica y en el acceso de comisiones investigativas de delitos. 97
El nuevo pacto confirmaría la posesión de los recintos a la iglesia y, ésta de ahora en
adelante buscaría, armónicamente, con la administración civil, la ayuda en lo concerniente
al control sanitario de los mismos y al esclarecimiento de hechos criminales, quienes
apoyados en la legislación y en la comunidad médica facilitarían tangencialmente, los
esfuerzos por la regulación del equipamiento urbano referente a ensanche de zonas
deshabitadas y su posterior habilitación de población campesina en los terrenos anexos a
los cementerios, como también, en el manejo de la salubridad pública que, en lo tocante a
este ramo se preocupó por el control sanitario de focos endémicos.
En síntesis, la consolidación de un cuerpo jurídico y la concreción de un marco
conceptual en la medicina, fueron definitivos en la búsqueda por diagnosticar, prevenir y
medir los riegos de infección que generaban los cementerios en las ciudades europeas y
americanas a los largo de los siglos XVIII y XIX.
Apoyados en estos avances (jurídico y médico), la dirigencia municipal, ya en el plano
local, buscó armonizar tres elementos esenciales a la hora de rediseñar la ciudad e incluir en

96
Infieles (paganos, judíos o mahometanos), apóstatas, herejes, cismáticos, excomulgados, suicidas, los que
mueran en duelo, pecadores públicos, los reacios a adquirir los sacramentos y los niños sin bautizar.
“Decretos del arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo.”, Archivo Arquidiocesano de Medellín, M52,
C2. Artículos 1 y 2. Octubre 21 de 1893. En Adelante AAM.
97
José Joaquín Caicedo Castilla, “Historia Diplomática”, Historia Extensa de Colombia, Vol. XVII, Tomo I,
Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1974, p. 277.
51

ellos los cementerios: el control sanitario, la “política” de incentivación ocupacional, o si se


quiere la migración a las zonas anexas y como consecuencia de ello, la creación de barrios
y la incubación de problemas surgidos a su alrededor. Es lo que sigue a continuación.
52

Capítulo II

EL PROYECTO DE CONSTRUIR CIUDAD: BARRIOS FRENTE A


CEMENTERIOS

La reglamentación de cementerios (dónde y cómo edificarlos) estuvo ligado al


desarrollo urbano que experimentó la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX y las tres
primeras décadas del XX. Este período de entre siglos, coincide con el proyecto urbanístico
llamado Medellín Futuro. No obstante, las medidas, y antes de ser este proyecto una
realidad, la toma de decisiones de la administración local, promulgadas en las últimas
décadas del diecinueve, estuvieron orientadas a crear juntas de sanidad que inspeccionaran
dentro del ordenamiento urbano, el ramo sanitario de zonas consideradas insalubres y
especialmente de cementerios.
La administración local comenzaba a ver en estos recintos la necesidad de intervenirlos
en aspectos estructurales, sanitarios y legales; nunca los cementerios fueron tan incómodos
para la administración local, su emplazamiento en las goteras de la ciudad fue desde las
mismas directrices reales un motivo de preocupación tanto de los habitantes quienes
posteriormente ocuparían los sitios aledaños de los mismos, como de los estamentos
eclesiásticos y civiles que fueron el filtro por el cual los vecinos de estos sitios pudieron
expresar sus inconformidades respecto a la vecindad de la ciudad de los muertos.
La convivencia de los muertos y los vivos, creó alrededor de estas zonas un conflicto
a nivel urbano que se reflejó en la construcción de nuevos barrios; las disputas legales de
ciudadanos por parcelación y titulación de terrenos e invasión de propiedades y las
numerosas transacciones registradas en las notarías sobre venta de tierras originaron la
consecuente expansión en la segunda mitad del siglo XIX hacia los lugares donde estaban
emplazados, es decir, en la periferia o las tierras comunales, comúnmente llamados ejidos;
añadido a eso, las crecientes políticas de equipamiento y expansión urbana hicieron que las
autoridades civiles estipularan la creación de zonas residenciales semejantes a los modelos
europeos y estadounidenses de finales del diecinueve y principios del veinte, por tal
motivo, contrataron arquitectos extranjeros que, de la mano con la entidad y la Sociedad de
Mejoras Públicas diseñaron la nueva la malla urbana.
53

En la proyección de la ciudad, se dieron tres momentos que permiten identificar las


fases por las que pasó en el siglo XIX y XX. Estas etapas, de las cuales la arquitecta
Verónica Perfetti, en su estudio sobre el progreso material de Medellín,98 plantea los
diversos momentos ya mencionados que experimentó la urbe. Un primer momento, en la
llamada ciudad colonial (1675 – 1810) es la del ensanche; un segundo, fruto de los
lineamientos del Medellín Futuro (1890 – 1937) y un tercero, el del plano regulador (1950
hasta hoy). La lectura de los dos primeros momentos permite constatar cómo la evolución
de la malla urbana llegó a los arrabales de la ciudad, a tal punto de “tragarse” los
cementerios; igualmente estos tres momentos se concibieron también, como el producto
según Perfetti, de la herencia colonial, republicana o racional y moderna respectivamente, y
convertido en sí, en plan de gobierno preocupado por hacer de la ciudad un lugar habitable
y salubre.
Dichas ejecuciones se pueden observar en los planos que existen de la ciudad a lo
largo del diecinueve y veinte. En síntesis, la ciudad de los muertos fue concebida acatando
las disposiciones emanadas de la corona española referente, entre otras, a normas sanitarias
que buscaban ubicarlos en lugares apartados del casco urbano, en este sentido, el gobierno
local cumplió con tales instrucciones; no obstante, dicha expansión envolvió sectores
suburbanos donde estuviesen emplazados los cementerios, sin tener en cuenta la
proximidad con la ciudad de los vivos. El ideal romántico de tener a los deudos bajo
protección sagrada originó un nuevo replanteamiento de diseño de necrópolis entre los
arquitectos-urbanistas de principios del siglo XX, ya que la relación “ciudad de los vivos” y
la de “muertos” fue trazada bajo la nueva concepción de cementerio-jardín, idea que sería
concebida como un espacio de grandes dimensiones alejado de la idea de monumentalidad
que caracterizó a los recintos decimonónicos.99
El presente capítulo enfatiza en el análisis de las transformaciones urbanas y sociales
de los sectores norte, sur y occidente de la ciudad; mirándolas en la relación cementerio-
zona residencial, relación que generó en algunos casos deterioro de la infraestructura física,
contribuyó al detrimento de conductas sociales no bien vistas por las autoridades civiles,

98
Verónica Perfetti, “Tres proyectos para un deseo: la ilusión de una ciudad”, Historia de Medellín, Jorge
Orlando Melo, editor, Tomo I, Medellín, Compañía Suramericana de Seguros, 1996, pp. 85 – 104.
99
En Estados Unidos y en algunos de los cementerios-jardines europeos, comienzan a idearse, desde la
segunda mitad del siglo XIX, grandes zonas verdes con uniformidad en la identificación de las tumbas,
Arlington (EE. UU.), por ejemplo, es un cementerio concebido para estos fines.
54

eclesiásticas y por los vecinos de los sectores; abarató el precio de viviendas y favoreció la
creación de zonas residenciales distantes del centro de la ciudad.
Para una mayor comprensión del proceso, presentamos a continuación el plano que
ubica de manera global los siete cementerios y las zonas donde están emplazados. En el
estudio de cada uno, se mostrará en detalle e inmerso en la progresiva ampliación del
damero urbano.

Plano 1. En azul, cementerio San Lorenzo (1828); en negro, San Pedro (1842); en morado, Altavista (1820);
en verde, Aguacatal (1877); en café, Robledo (1832); en rojo, El Universal (1933); en amarillo, La América.
“Plano actual de Medellín, (1981). (En: Jorge Restrepo Uribe, Medellín: Su origen, progreso y desarrollo,
Medellín, Servigráficas, 1981, p. 253.)

En dichas zonas (norte y sur) la primera, activa y dinámica, fue el sector donde se
expandió Medellín, a raíz del espíritu negociante de ricas familias de mineros y
comerciantes y al impulso dado por el gobierno local; el segundo, lento y tardío, en parte
por las difíciles condiciones topográficas que presentaba el área: insalubre, de terreno
cenagoso y en parte, al desdeño de la administración municipal; los demás sectores del
occidente, permanecieron “olvidados” hasta que los urbanistas extranjeros como Karl
Brunner en 1940, José Luis Sert y Paul L. Wiener en 1950 vislumbraron la expansión hacia
55

esta parte.100 No obstante, en ésta zona hubo sectores tradicionales y autónomos como
Belén, Robledo, La América y San Cristóbal que desde la primera mitad del siglo XIX
presentaban un poblamiento progresivo y disperso.
En este sentido, los oficios dirigidos por los celadores de policía a la Corporación
Municipal, asentados en los archivos de la ciudad, exteriorizan la preocupación por adecuar
estos sitios: reforma de paredones, rectificación de calles con acceso a los mismos, manejo
de cuerpos insepultos y encierro, fueron las reiteradas quejas que de manera parcial se
cumplieron.
El origen de dichas medidas comenzó con las políticas reformistas, tímidas e
incipientes en su iniciativa, pero trascendentales en lo que concierne al mejoramiento de la
infraestructura, arquitectura y servicios, entendido este último, como el derecho de dar
sepultura a personas de otras creencias religiosas en cementerios públicos que se
desarrollaron en zonas periféricas incorporadas paulatinamente a la malla urbana.

3. MEDELLIN: EL DESARROLLO URBANO DE LA MANO CON EL


PROYECTO CIVILIZATORIO

Hablar de la ciudad a nivel urbano a finales del siglo XVIII y principios del XIX es
referirnos a su incipiente o casi nulo progreso material; más aún, desde el mismo año de
fundación, en 1675, la Villa no experimentó ningún progreso infraestructural. Estudios
realizados sobre este aspecto, como se observará más adelante, difieren en el despegue
inicial de evolución urbana sucedido en el siglo XIX. Sin embargo, el primer intento por
“organizar” materialmente la provincia, fueron las normas dictaminadas por los
funcionarios ilustrados Francisco Silvestre y Juan Antonio Mon y Velarde en la segunda
mitad del siglo XVIII, que bajo sus mandatos vieron la necesidad de transformar sectores
pestilentes y de pobre avance material; estas iniciativas se constituyen en las primeras
medidas que condicionaron el devenir lento y progresivo de la ciudad hasta 1950.
Las normas sobre ordenamiento territorial, estructuración, mejoramiento urbanístico y
desarrollo arquitectónico dictadas por éstos funcionarios en los principales centros
poblacionales de la comarca, se hicieron perceptibles en el mejoramiento del empedrado de

100
Fernando Botero Herrera, Medellín, 1890 – 1950. Historia urbana y juego de intereses. Colección Clío,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1996, pp. 183-184.
56

calles, rectificación de cuadras, limpieza de callejones de servidumbre, arbustos y yerbas de


los solares; como también, en el merodeo de animales como cerdos y perros por las calles
siendo motivo de sanciones. Estos hechos, que el mismo Silvestre reconoció como
cumplido a medias y con efecto tardío, muestra a las claras, la intención de orden,
mejoramiento y progreso que se pretendía.101
En esta etapa de transformación en el plano urbano, mental y social el crecimiento
demográfico que experimentó la villa, implicó necesariamente un desarrollo de la malla
urbana, la apertura de calles, de la cual afirma José Antonio Benítez, comenzó entre 1783 y
1784 y el surgimiento de nuevas áreas de poblamiento obligó a que, seis años después, en
1800, se dividiera en los barrios de San Benito y San Lorenzo.102 En este año la estructura
urbana contaba con dieciséis calles o camellones: calle real, camino del monte, San Roque,
La Amargura, La Carrera, El Resbalón, La Consolación, El Sauce, La Alameda, El Prado,
Barbacoas, El Chumbimbo, San Francisco, El Álamo, La Palencia y La Asomadera.
A ésta estructura vial se añadirán años después, obras de carácter religioso que se
sumarían al incipiente desarrollo urbano: el hospital, la iglesia de San Benito y
posteriormente, los cementerios se convertirán en los nuevos “hechos urbanos”. La iglesia
de San Benito, fue el eje articulador donde posteriormente se configuró el barrio llamado
Nuevo Mundo, igualmente el convento de San Francisco, con la iglesia, el colegio, el
hospital San Juan de Dios, obra que se le atribuye, según las crónicas de Medellín, al
filántropo, excéntrico e influyente Pedro Uribe Restrepo,103 aquel que posteriormente fue el
artífice en la fundación del cementerio de San Pedro y asimismo, en la construcción de
albañales o alcantarillados en la parte central de la ciudad, como también, en áreas
suburbanas,104 donde se establecería los barrios de extracción obrera y popular, que en
coherencia con el centro fortaleció el modelo urbano indiano y daría determinada
inclinación a los sectores norte-sur en cuanto a la expansión.

101
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad: crecimiento y
modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia,
2007, p. 18.
102
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad…, 2007, p. 24. El
Cojo Benítez, en el Carnero de Medellín, afirma que en este período se empezaron a romper las calles de San
Lorenzo y se llamó el barrio de San Lorenzo o Mundo Nuevo. p. 170.
103
Verónica Perfetti, “Tres proyectos para un deseo: la ilusión de una ciudad”, Historia de Medellín, Jorge
Orlando Melo, editor, Tomo I, Medellín, Compañía Suramericana de Seguros, 1996, p. 92.
104
Manuel Uribe Ángel, “Carta sexta, Medellín, 4 de octubre de 1881”, Isidoro Laverde, Revista literaria,
Vol. 2, Nos. 13-24, Bogotá, p. 577.
57

Las reformas urbanas impulsadas por los visitadores ilustrados permanecieron


estancadas precisamente por las evasivas de muchos de los clérigos que en la época se
oponían abrir cualquier camino u obra pública,105 hasta la promulgación de capital en 1826.
No obstante, el poblamiento espontáneo y disperso surgido alrededor de los nuevos hitos
urbanos, impulsó el surgimiento de un incipiente desarrollo físico o estructural que, setenta
y cuatro años después, en 1900, vería nacer los barrios que circundan San Pedro; proceso
que contribuyó al detrimento del valor de las viviendas, y sumado a ello, al establecimiento
de sectores marginados que trajeron el espíritu irreverente.
Antes se aludió a dos hechos que definieron el rumbo urbano. El primero, con el título
de ciudad, otorgado por el ciudadano presidente Juan del Corral el 21 de agosto de 1813 y
la segunda con la declaración de capital, trece años después, en 1826. En el año declarado
como capital, según Jorge Restrepo Uribe, comienza el verdadero progreso material, su
auténtica orientación por la ruta del desarrollo.106 No obstante, y este autor lo advierte,
sigue siendo insignificante la mejoría material, ya que su verdadero impulso se presenta
durante los últimos treinta años del diecinueve cuando comienza a patentizarse tal
desarrollo y, cuando surge y se establece una nueva élite comercial y política que de algún
modo, conformaron una sociedad para fundar el cementerio de San Pedro.
La afirmación de este autor, coincide con lo expuesto por los estudiosos de lo urbano
como la ya mencionada Verónica Perfetti y el historiador Roberto Luis Jaramillo, cuestión
que analizaremos posteriormente cuando la intervención del cuerpo médico-higienista
comienza hacerse importante en el proyecto de construir ciudad.
Sin adelantarnos al proceso cronológico de la evolución urbana, y siguiendo el plan
gradual del progreso de la entonces villa, se pueden enumerar las posibles causas del nulo
crecimiento infraestructural. Es dable señalar los indicios de aislamiento que vivía la villa,

105
A pesar de las numerosas obras que ejecutaron los funcionarios ilustrados: construcción del primer puente,
formar nomenclatura y numeración de calles y casas, matadero público, reconstrucción de la casa capitular, la
creación del mercado semanal (1784), las diputaciones de comercio (1787); fueron también, numerosos los
pleitos protagonizados por los curas José Antonio Celis, Salvador de Villa, en las zonas suburbanas o
arrabales, en los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, éste último, propietario de una manga en
La Asomadera pues, como dueños de huertas y mangas debían proteger las capellanías de descasaban sobre
ellas. O en su defecto léase el famoso pleito entre los señores Ignacio Uribe Mejía y el español don Francisco
José Ramos por la apertura de un camino en terrenos del señor Uribe. Cf. Roberto Luis Jaramillo y Verónica
Perfetti, Cartografía urbana de Medellín, 1790 – 1950, Medellín, Concejo de Medellín, 1993, pp. 12-14.
106
Jorge Restrepo Uribe, “Introducción”, Medellín, su origen, progreso y desarrollo, Con la colaboración de
Luz Posada de Greiff, Medellín, Servigráficas, 1981.
58

según lo expuesto por Restrepo Uribe, factores como la falta de vías de comunicación con
el resto del país y con el exterior, a la importación de mercancías por el puerto de Nare, la
precaria situación bancaria, la industria y el comercio fueron elementos que se reflejaron en
la vida material, social e industrial de la nueva villa, la cual, al decir de los estudiosos del
desarrollo urbano,107 conservaba el carácter de un pueblo de “incipiente civilización.”108 La
descripción que nos da del Medellín decimonónico Tomás Carrasquilla, se constituye en un
reflejo de su letargo y sosa cotidianidad:

“Gente que vivía encantada, en este como limbo de la monotonía y la rutina. (…) Se
levantaban con el alba, desayunaban, iban a misa. Volvían a tomar la media mañana, se
iban a bañar al rio, a pie o a caballo, almorzaban a las ocho, echaban siesta hasta las once,
tomaban el psicolabis, daban otro trasiego, comían a la una, iban a visitar al santísimo;
tomaban la media tarde, se iban de caminata a las cuatro y paliqueo, a la seis rezaban el
rosario; y si era en invierno jugaban baraja hasta las ocho o nueve, cenaban y (…) a
dormir.”109

La Villa era una “isla” que en medio de su monotonía trataba de vivir lo mejor posible.
El entorno social manifestado por Carrasquilla es el panorama de una inmóvil “parroquia”
que se estremecía por cualquier suceso que arremetiera contra la moral e impidiera el
normal desarrollo de la pausada vida en los barrios y que en oposición a ésta, en los
alrededores de los cementerios era alegre, sombría, graciosa y divertida.
Como se aludió en líneas anteriores sobre el desacuerdo manifestado por Jaramillo en el
texto el Carnero,110 y los estudiosos urbanos a lo largo del siglo XIX. Según este
investigador, el último período de auge, siendo ya ciudad, y en desacuerdo con Eladio
Gónima, se inició a comienzos de 1830. Sin embargo, el cronista en el capítulo “Siempre
vejeces”111 afirma que ésta empezó unos quince años después. Según Jaramillo a fines del
44 y principios del 45 comenzó a verse un movimiento inusitado en lo que respecta al
progreso material. Los argumentos que presenta se basan en la descripción que muestra don
107
Me baso en las conclusiones de Roberto Luis Jaramillo, Jorge Restrepo Uribe, Luis Fernando González
Escobar, Verónica Perfetti, Constanza Toro y Fernando Botero Herrera, en sus reconocidos estudios sobre la
ciudad.
108
Jorge Restrepo Uribe, “Introducción”, Medellín, su origen, progreso y desarrollo, Con la colaboración de
Luz Posada de Greiff, Medellín, Servigráficas, 1981.
109
Tomás Carrasquilla, 1858-1940, Obra completa, Edición académica de Jorge Alberto Naranjo Mesa, Vol.
3, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2009, p. 440.
110
Véase el excelente prólogo de Roberto Luis Jaramillo en José Antonio Benítez, Carnero de Medellín…
2006.
111
Eladio Gónima C., Apuntes para la historia de Medellín y vejeces, Biblioteca de Autores Antioqueños,
Medellín, Secretaría de Educación y Cultura, 1973, p. 231.
59

José Manuel Restrepo en 1808 de la Villa, la cual, presenta un poblado pobre en referencia
a la malla urbana: como de diez cuadras y cinco de ancho era la amplitud del casco urbano
y que paulatinamente y ante el aumento demográfico se fue desbordando y ensanchando
hacia el oriente y el norte por gentes pobres que se pasaron al otro lado de la quebrada de
Aná y armaron sus ranchos en pequeños núcleos, en especial en los potreros de El Llano, en
las mangas del Chumbimbo, de Guayabal y en las faldas de Quebrada Arriba, sectores
ubicados estratégicamente en las entradas y salidas del lugar, y que, treinta y siete años
después, en 1842, fue la zona elegida por la élite para fundar el cementerio privado de la
ciudad; también, aquella zona semipoblada donde muchos marginados levantaron casuchas
y mediaguas, era el camino llamado el “Callejón del Mico” el que conducía hacia las minas
de Guarne y Rionegro, constituyéndose en un pasaje de introducción de productos
comerciales y mineros de éstas hacia la Villa. Las mangas del Chumbimbo, Guayabal y las
faldas de la Quebrada Arriba, también comenzaron a experimentar en las primeras dos
décadas del diecinueve una lenta ocupación.
La evolución de la malla urbana involucra también el manejo de la relación
porcentual entre lo urbano lo rural como efecto del crecimiento demográfico. El avance en
la estructura material, especialmente atrasado en las zonas periféricas de la villa son
planteados por el arquitecto Luis Fernando González E. quien afirma que dicho auge
obedeció al impulso constructivo y al desarrollo urbano presentado entre los años cuarenta
y cincuenta del siglo XIX, especialmente al norte de la quebrada Santa Helena. La tesis,
coincidente con lo manifestado por Gónima respecto al auge constructivo de los años 44 y
45 del mismo siglo, concuerda con la fundación del cementerio de San Pedro. El
incremento poblacional: alrededor de 12.500 personas según el censo de 1843, la
introducción de nuevos hábitos de consumo, el aumento de profesionales -sobre todo en
especialización de oficios-, sumado a las razones esgrimidas por los habitantes referentes al
poco espacio existente para sepultar en el cementerio de San Lorenzo son las causas de que
el auge constructivo fuese notable.
La transformación respecto a la ocupación del suelo, revelada en cifras porcentuales
para la primera mitad del siglo XIX, manifiestan un 48% de ocupación habitacional urbano
y un 52% rural, demostrando un predomino leve del último, mientras que para mediados
60

del siglo XIX, la relación porcentual cambia a lo urbano, en 1851 era de 58.8% a un 41.2%
rural a pesar de un retroceso en 1905.112
De estas cifras, se infiere que la proporción rural-urbana se redujo debido al interés
del cabildo y de propietarios por ampliar el casco urbano. Su objetivo era extender a
finales del XIX, el límite urbano hacia los arrabales del norte donde se encontraban los
cementerios de San Pedro y más tarde, hacia el sur, de San Lorenzo, o como afirma
González E. a la densificación intraurbana del marco de la villa y de los suburbios, y al
poblamiento de nuevas áreas donde se expandió la trama urbana que a principios del siglo
XX se observa, progresivamente, sectores densamente poblados.
En la lectura de planos, reconstruidos con base en datos históricos, se puede observar
que los barrios del norte como El Llano y Pérez Triana ya invadían la ciudad de los muertos
y que posteriormente tardaría más, hacia el sur y sectores del occidente como Belén,
Robledo, Aguacatala y San Cristóbal seguían siendo parajes rurales que no avizoraban la
vecindad con sus vecinos los muertos.
El panorama general de Medellín en el año 1848, traído a colación por el general
Luciano A. Restrepo, cincuenta años después, en 1898, y publicado en la revista La
Miscelánea, recuerda cómo en sus años escolares:

“Las tierras baldías empezaban en el puente Junín, y en general la quebrada de Santa


Helena era el límite de la población hacia el norte; al sur concluía del lado del convento; y
la quinta de don Juan Uribe se levantó en un eviazo, a tres cuadras de la plaza. ´Por
entonces la ciudad tenía por salidas: La Asomadera, cuyos terribles barrizales hacían
erizar los cabellos; el camellón del cementerio daba salida hacia el norte, y era milagro
llegar al Bermejal sin desmontarse tres o cuatro veces; las cercas, casi siempre caídas y se
iban por el llano de los muñones, quienes nunca llegaron a molestar a los vecinos y
pasajeros. Mi madre me refería que estando yo muy pequeño, la quebrada, en sus grandes
crecientes, se entraba por la esquina de la iglesia, hoy catedral, a la plaza. A lo largo de la
quebrada solo había lo que los campesinos y todos llamaban La Playa, es decir, bastos
terrenos, anegadizos, cubiertos de despojos que la quebrada amontonaba allí. Por esas
playas, que solo contaban unos pocos ranchos de paja, lo más lejos posible de la corriente
amenazadora, estaba establecido el tercer camino que daba salida hacia el oriente. Por
último, por San Benito, por un callejón tortuoso, se comunicaba con Aná y Occidente, no
siendo pocos los que perdieron la vida al atravesar el Aburrá durante las crecientes. Tres
puentes había sobre la Santa Helena: El Arco, obra anticuada, cuya construcción a
imitación del puente de San Francisco de Bogotá, se atribuye a Caldas (…), el de Junín,
armazón de vigas con techo tejado y el de La Toma, de igual clase (…). La quebrada se

112
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad: crecimiento y
modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia,
2007, pp. 49-50.
61

pasaba también en la calle Palacé, a media cuadra de la hoy catedral por dos vigas que
habían sido puestas allí por los dueños de unos pobres ranchos que había construido
pobres familias de ese lado, y dos varines de sauce permitían el paso a la casa de la Pizas
de donde vino el nombre de “La Pizas”. Al salir de la escuela, y muchas veces cuando no
queríamos ir a ella, eran nuestros paseos favoritos Junín y el puente de las Pizas; en el
primero, porque saltábamos la cerca de fique de la manga de los Echeverris, donde
colectábamos”. 113

El general Restrepo describió lo que era la ciudad de entonces: carente de grandes


estructuras de comunicación y habitación como puentes, casas pajizas en las zonas
suburbanas en su mayoría de un piso, una catedral, la plaza y grandes extensiones de
mangas desiertas, era la Medellín de entonces: una “parroquia grande” con obispo y
catedral, como alguna vez dijo Carlos E. Restrepo.

3.1. POBLAMIENTO Y DESARROLLO URBANO DEL NORTE

El sector norte, aquel que vio nacer por iniciativa privada el cementerio de San Pedro
entre 1842 y 1845, urbanísticamente hablando fue el de más notable crecimiento. Según el
arquitecto Luis Fernando González, el proyecto de urbanización que se venía gestando en
esta zona de la ciudad, determinó el crecimiento hacia el denominado Llano de los
Muñoces, siguiendo el carretero o Camellón del Llano y dando salida hacia el norte del
Valle de Aburrá. El área presentaba condiciones topográficas adecuadas, una de las
principales era la provisión de aguas, con lo cual se constituyó en una zona potencialmente
urbanizable ocupada de manera lenta y paulatina por mestizos y mulatos, una condición que
lo caracterizó por mucho tiempo.114
Sin embargo, la iniciativa de poblar esta zona estuvo al vaivén de los asuntos
especulativos de propietarios de grandes extensiones de tierra: casas pajizas con arboledas y
zarzales; perros, cerdos y gallinas hacían parte del vasto panorama que se observaba en
aquel entonces y que algunos de sus propietarios quisieron impulsar de la mano con la
administración pública.

113
Luis Latorre Mendoza, Historia e historias de Medellín, Siglos XVII, XVIII, XIX, Medellín, Imprenta
Oficial, 1934, pp. 398 – 399.
114
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad: crecimiento y
modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, Sede
Medellín, 2007, pp. 47- 48.
62

En las cuatro primeras décadas del siglo XIX las mangas de El Llano, pertenecientes a
José Antonio Muñoz Luján y conocidas como “el Llano de los Muñoces”, eran aún grandes
extensiones con casas pajizas dispersas y con un poblamiento escaso. El cronista Eladio
Gónima comenta que entre los años de 1830-36, en el sector del puente de Bolívar, hacia el
norte, eran muy pocas las edificaciones levantadas: solamente se encontraban las casas que
fueron del señor Coroliano Amador, una más grande llamada La Nitrera y una fábrica de
pólvora que en tiempos del dictador Juan del Corral sirvió para apertrechar a los ejércitos
patriotas, y una guarnición. Asimismo, en este sector -dice Gónima- el coronel Hugo
Huguez, miembro de la Legión Británica, edificó la casa conocida como El Sordo, lo
demás, fueron mangas y mangas.115
Ante la escasez de edificaciones y el impulso dado por familias poseedoras de
terrenos y por el cabildo, numerosos personajes contribuyeron, en asocio con dicha
administración en desarrollar estructural y habitacionalmente los alrededores de San Pedro,
ocasionando con ello la eliminación de la barrera natural que por muchos años fue
considerado el límite del marco de la villa. La razón principal para que esto fuese una
realidad, fueron las buenas condiciones topográficas que presentaba la zona, entre ellas, el
ambiente salubre que lucía, a pesar de la existencia de platanares asociados con humedad.
Este proyecto que venía gestándose por iniciativa del cabildo desde 1837 aducía que:

“(…) la población va en aumento progresivamente y que los habitantes no quieren


construir viviendas en la parte sur de la ciudad por lo anegadizo y malsano terreno”, por lo
cual concedió la apertura de las dos calles que giran en línea recta a encontrarse con la
nueva que se está acabando de abrir al otro lado de la quebrada en el barrio del
Chumbimbo, la principal por derecera (sic), del puente nuevo que se está construyendo y
la segunda por frente del altozano de la parroquial.” 116

Las razones esgrimidas por los habitantes dieron pie para que allí se empezara a tomar
seriamente el plan de apertura de calles que comunicaran a personas interesadas en
afincarse allí. Este hecho nos lleva a preguntarnos, ¿qué motivos llevaron a los fundadores,
ocho años después, a establecer allí el cementerio de San Pedro? Sabiendo que desde el año

115
Eladio Gónima C., Apuntes para la historia de Medellín y vejeces, Biblioteca de Autores Antioqueños,
Medellín, Secretaría de Educación y Cultura, 1973, p. 95.
116
Ricardo Olano, “Historia de la carrera Palacé”, Revista Repertorio Histórico, No. 146, Medellín, 1939, p.
573. Citado por Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad:
crecimiento y modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de
Colombia, 2007, p. 46.
63

37, se pensaba poblar y extender el límite urbano hacia el norte. Quizás las razones que
enunciaba la real cédula de 1804, de ventajas geográficas invitaba a construirlo allí por dos
razones: una, el alejamiento que beneficiaría la salud pública y la otra, favorecería el
incremento de la población, aumento que, en la segunda mitad del diecinueve, rebasó los
límites del marco de la villa y se estableció una población con características especiales de
comportamiento en los alrededores del campo santo.
El grupo social que gradualmente se fue asentando adquirió características
particulares: díscolos, bohemios y alegres, que pondrían al sector el “sello” del cual fue
reconocido por todos los habitantes de Medellín: el llamado sector de tolerancia más
notable a finales del diecinueve y principios del veinte.
En las tres primeras décadas del siglo XIX, la zona fue escenario de negocios
realizados por las ricas familias representadas en los Echeverri, Santamaría, Sañudo,
Lalinde, Muñoz, Uribe, Pinillo y Muñoz-Restrepo, quienes como mineros adinerados,
comerciantes y colonos, se propusieron comprar cuanta casucha, manga, huerta o solar les
ofrecieran ya fuese en el marco de la villa o en los arrabales, especialmente al otro lado de
la quebrada de Santa Helena, en el sector conocido como El Llano, poblado lentamente
desde finales del siglo XVIII. Esto posibilitó que los parajes cercanos fueron lugares de
veraniego de las familias antes mencionadas, su estadía allí hizo que mediante la posesión
de terrenos, el derecho a un lugar en el cementerio fuese una realidad.117
Es el caso de la familia Restrepo Muñoz y el cabildo, veintisiete años después, en
1869, enfatizan la necesidad de poblar este sector, cuando el cementerio tenía dentro de sus
huéspedes ilustres a numerosos representantes de la élite antioqueña, se empezaba avizorar
con mayor dinámica la venta de terrenos; el abogado Álvaro Restrepo Eusse, emparentado
con la familia Muñoz Luján,118 publicaba en el diario el Heraldo de Medellín,119 el anuncio
de venta de lotes pertenecientes a su suegro, Tomás Muñoz Luján, a todo aquel que quisiera
adquirirlos, en especial, ofrecía al obispo las áreas para edificar la catedral, seminario y

117
Carlos Andrés Orozco Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 –
1955”, Trabajo de pregrado en Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas,
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 37. También allí se afincaron desde finales del siglo XVIII y
principios del XIX, las familias Acevedos, Toro, Zuletas y Álvarez.
118
La primera esposa de Álvaro Restrepo Eusse, María Ignacia Muñoz Arango, fue sobrina de José Antonio
Muñoz Luján, el propietario a quien se le compró por 400 pesos, los terrenos donde hoy está el cementerio de
San Pedro.
119
El Heraldo de Medellín, 6 de mayo de 1869, p. 110.
64

plazas, ya que las condiciones de comodidad, de pureza de aire y proximidad del río
facilitaría la traza de calles.
El avance urbanístico no tardó en manifestar molestias a los representantes de esta
familia. El mismo Restrepo Eusse, en oficio dirigido a la Corporación Municipal el 21 de
marzo de 1870, actuando como apoderado de su suegro y legítimo administrador de los
bienes de su esposa, manifestaba su desacuerdo en la manera como se entregó: “siempre
que se le cercaran bien los pentes al camellón nuevo”; condición que no se efectuó, y que
durante tres años perjudicó al señor Tomás Muñoz. Como legítimo administrador y en
desacuerdo con el distrito, aducía su descontento al no contar con su opinión a la hora
establecer un acuerdo entre él (Restrepo E.) y un facultativo para establecer condiciones de
manejo del terreno utilizado para tal fin, ¿quería negociar los terrenos? No, ya que la razón
de este desacuerdo -decía Restrepo- era que al momento de efectuarse la donación estaba
por llevarse a cabo la partición de las tierras del El Llano entre los herederos de la familia
Muñoz L., y en consecuencia, no quería exponerse a las molestias que sufrió el señor
Muñoz;120 o en su defecto, el desfalco a la hora de recibir la herencia como legítimo
marido. Sin embargo, éste señor realizó el trazado, posteriormente, de la calle Zea, Vélez y
Cundinamarca.
El proceso de urbanización de esta zona a finales del siglo XIX, también comprendió
la creación de cantinas y baños públicos, dándole a este sector una tradición bohemia,
alegre y dicharachera del que fue reconocido por mucho tiempo. Allí, el ambiente
convocaba a toda clase de personas que quisieran divertirse. La descripción de éstos alude a
una casa de tapia y contigua a ella un charco natural, quebrada o arroyo, frecuentado por
muchas familias y niños volados de casa, como también afamados personajes como Carlos
Coroliano Amador, con sus reconocidos romances.
Los famosos baños del Edén y el Bermejal, ubicados al norte del cementerio de San
Pedro, específicamente en un área delimitada por el río Medellín y la colina del Bermejal,
fueron los establecimientos más reconocidos. También allí, se conocieron los charcos del
Palomo a quien las familias ricas tenían expresamente prohibida la asistencia de niños.

120
Los terrenos de El Llano pertenecieron desde 1852, en común y proindiviso, al señor Tomás Muñoz Luján
la mitad, y la otra mitad a los herederos de su hermano, José María; razón por la cual, la intervención de
Álvaro Restrepo E. favorecía los intereses de él y su esposa. AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie
Comunicaciones, Tomo 207, folio 1022.
65

Si los charcos del Palomo eran proscritos por éstos ricachones, el Edén, inaugurado
por Víctor Arango, recibía numeroso público acaudalado, cuyo atractivo eran los ocho
baños de agua cristalina nacidos en las laderas del actual barrio Campo Valdés. Contiguo a
éste, existían grandes extensiones de tierras sembradas de caña de azúcar que vislumbraban
espacios idóneos para crear allí grandes fábricas de jabones y sidra holandesa.121
Como puede verse los casos expuestos referentes al desarrollo urbano y especulativo de los
terrenos contiguos a San Pedro, se desprende la persistente problemática que a lo largo del
diecinueve y veinte vivió el cabildo con los propietarios de los terrenos. Construir ciudad
fue el objetivo prioritario de la dirigencia local: trazar y ampliar calles, limpiar terrenos,
edificar casas y brindar una mejor apariencia fueron las estrategias de este ente
administrativo que, debido al proyecto, terminó por envolver el sector aledaño (de
ampliación y decorado) del cementerio. Sumado al avance arquitectónico, el sector también
fue reconocido por el comportamiento de sus moradores: las actividades ilícitas y los sitios
de diversión le dieron un semblante alegre y pendenciero.

3.2. El talante populachero y díscolo de los habitantes de El Llano

La vocación populachera de los habitantes de El Llano dio mucho de que hablar a los
cronistas que se ocuparon de recrear los sucesos jocosos que vivió la ciudad a lo largo de
los siglos XIX y XX. Allí pernoctaron desde contrabandistas y campesinos hasta meretrices
y pordioseros quienes con sus actividades non sanctas le imprimieron a la zona un espíritu
irreverente, y sobre todo, una categoría de marginalidad social y devaluación de predios
habitados por esta gente, aunados a la coexistencia con el camposanto.
Las referencias que nos traen los estudiosos del Medellín antiguo desde finales del
siglo XVIII, creíbles o no, se refieren a un sector que, debido a su lejanía con el centro y lo
disperso de su población, y que mucho antes de que éste fuese urbanizado y se erigiera allí
121
Lisandro Ochoa, Cosas viejas de la Villa de la Candelaria, Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano,
2004, p. 143. Los predios de El Edén eran propiedad de don Jacobo Lince, pero al abrirse la carretera norte,
don Juan Lalinde adquirió la parte occidental de la carretera y don Víctor Arango la parte oriental donde
construiría los baños, que quedarían bajo la administración de Nicasio y Justino Escobar. Comentario tomado
de Carlos Andrés Orozco Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 –
1955”, Trabajo de pregrado en Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas,
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 46.
66

el panteón, se venían decantando situaciones pintorescas ocurridas desde el año 1791.


Según el cronista y escribano José Antonio Benítez, de quien los escritores de la ciudad del
siglo XIX plagiaron, citaron y extractaron, un grupo de vecinos tomó el “camino al monte”
para ir a la casa de Micaela Acevedo con el fin de presenciar lo que muchos profesaban
sería el fin del mundo: el nacimiento del anticristo representado en un gato con dos cabezas,
un traspié biológico que agitó la fe local, y que al fin, “no se crió”. Ocho años después, el 7
de septiembre de 1799 a las nueve de la noche, otro grupo significativo de vecinos de la
villa asistió a ver elevar el inmenso globo que hizo don Juan Carrasquilla.122 Estos hechos
narrados por el Cojo Benítez, ilustran lo característico de la población afincada allí;
actividades que se van repitiendo una y otra vez a lo largo del siglo XIX, con los mendigos,
los mayordomos de San Pedro y las prostitutas.
Las familias pobres afincadas allí se dedicaban a la destilación ilegal de bebidas
alcohólicas. Es el caso de la señora Carmen Zuleta, una reconocida y astuta contrabandista
de aguardiente quien gracias a la facilidad para camuflar licores en un Cristo hueco, que
mandó a construir con:

“Un embudo pequeño sobre la coronilla de la imagen y con un tornillo, también pequeño
sobre el dedo grande y derecho del Santo Cristo; tornillo que era besado con mucho
cuidado y veneración por la boca de los bebedores que concurrían a la casa de la Zuleta,
pagando por cada beso dado sobre el sagrado pie un cuartillo, o sea por el trago que
absorbían, dizque por limosna a favor de la imagen”.123

Las actividades proscritas de esta parroquiana en El Llano, formaban parte de las


“terribles guachafitas” comentadas por Lisandro Ochoa, de quienes abundaban hombres y
mujeres heridos en riñas. Entre los licores manipulados por los vecinos se contaban el
célebre “anisado sabanero” muy gustoso entre la amplia clientela y la tapetusa traída del
campo.
En líneas anteriores nos referimos al carácter festivo de los habitantes de El Llano,
pues, el cementerio de San Pedro, no estuvo exento de las andanzas protagonizadas por el

122
José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo,
Medellín, 2 edición, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2006, pp.
69 y 172.
123
Carlos J. Escobar, Lo que debe saber el niño: Medellín hace 60 años, Medellín, Granamérica, 1946, citado
por Carlos Andrés Orozco Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 –
1955” Trabajo de pregrado en Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas,
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 43.
67

mayordomo, Lucio Rendón, a quien la junta directiva a cambio de darle un sueldo, lo


dejaba vivir en una casa dentro del lugar. Esta concesión, sumado al aislamiento del sector,
fue aprovechada por éste para destilar y vender aguardiente, parva y tabaco, actividad que
fue continuada, en 1894, por los mayordomos Juan de Dios Urquijo hasta 1930, a quien su
hijo Humberto le reemplazó hasta 1946.
Las andanzas de Juan de Dios tampoco fueron bien vistas por la feligresía del sector,
quienes mencionaban la organización de “bailes de garrote”, sin tener respeto y
consideración a los muertos. La profanación del cementerio por parte de militantes liberales
y, sumados a las actividades de Lucio fue motivo para que los festines se dieran por
terminados en 1894. Los accionistas del cementerio relataron el hecho de la siguiente
manera:

“A fines del siglo pasado se organizó una noche un magnífico baile en su casa situada
como hemos dicho en terrenos del camposanto, y cuando ya todos estaban embriagados
alguien tuvo una idea extravagante que se cumplió en el acto, se dio muerte a un gato a las
doce de la noche y luego se le dio sepultura con todas las ceremonias acostumbradas de
los entierros de cadáveres humanos en una de las bóvedas de la Galería San Vicente de
Paúl. El hecho llegó a oídos del Presidente de la Sociedad, señor don Mariano Uribe,
quien llamó al mayordomo y lo reconvino por su falta de respeto a los muertos, pero es lo
cierto que actualmente fuera de los muchos restos de seres humanos, reposan los del gato
de marras por obra de aquella censurable acción de los embriagados”.124

Si bien las cantinas fueron lugares de diversión y jolgorio, y la ubicación en las afueras
de la ciudad muestran un incipiente proceso urbanizador, caracterizado por viejas y
ruinosas casas, los baños públicos, dispersos por la ciudad, también fueron lugares de
socialización.

3.3. Hombres “cívicos” y compañías urbanizadoras


Los proyectos de poblamiento hacia el oriente de Medellín, estuvieron condicionados
por la creación de los barrios que comenzaron a surgir a finales del siglo XIX y principios
del XX. Sin embargo, el centro gravitacional por el cual evolucionaron éstos fueron: la
quebrada Santa Helena, el parque de Bolívar y la Catedral de Villanueva. A partir de estos
ejes, se le dio impulso a los barrios que, junto con la vecindad de San Pedro se

124
Revista Raza, Vol. 2, No. 2, noviembre de 1946, citado por Carlos Andrés Orozco Guarín, “Inicio,
esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 – 1955”, Trabajo de pregrado en Historia,
Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, Medellín,
2005, p. 45.
68

constituyeron en uno de los principales jalonadores del desarrollo físico de su entorno,


incluso, se crearía un barrio aledaño a él, con su mismo nombre e impulsaría, junto con los
hitos urbanos ya mencionados la creación de otros barrios.125
Los procesos de urbanización iniciados en este período estuvieron monopolizados por
empresarios y sociedades mutuarias representados en personajes como Manuel J. Álvarez
Carrasquilla, su hermano Antonio, Ricardo Olano, Mitriades Durier entre otros, quienes
contribuyeron al desarrollo urbano con en la apertura de calles, venta de lotes y
construcción de casas que, treinta y tres años después de fundado el camposanto, hacia
1875, se había desbordado: así se podía vislumbrar sobre el plano de dicho año, las
cuadrículas y el nombre de calles como Lovaina, Italia, Venecia, Barranquilla, e inmerso en
él, la necrópolis que dejaba de ser un lugar aislado y se convertiría en parte integral de la
ciudad, quedando mezclados de este modo barrios de clase alta y baja.126
Sin embargo, el precedente sentado en esta zona fue el del farmaceuta Modesto Molina
Cardona, quien hacia 1876, quiso romper mangas, abrir calles y vender lotes. El negocio no
fue lucrativo porque ante los avatares de la guerra civil quedó en la quiebra.127 Este intento
por urbanizar dicho sector, fue impulsado con mayor dinamismo por los intereses
especuladores de los personajes arriba mencionados. Éstos en su afán de lucro y de
estimular el poblamiento, vendieron lotes a precios módicos, trazaron calles y levantaron
planos de los barrios futuros.

125
Situaciones semejantes se pueden verificar en las ciudades como Cartagena de Indias. En esta población se
enterraron personas en iglesias y conventos hasta cuando se tomó la decisión de construir un cementerio en la
isla de Manga. Esta decisión retrasó su desarrollo y favoreció la urbanización a finales del siglo XIX de
sectores como El Cabrero, Pie de la Popa y Espinal. El cambio se logró en buena medida gracias a que Luis
Enrique Román, siendo alcalde de la ciudad en 1904, mejoró el cerramiento con la isla de Getsemaní. Así se
le dotó de las condiciones propicias para convertirse en una próspera urbanización en los años siguientes. En
Bogotá, la trama urbana rodeó el cementerio sin considerar lo negativo que este podría ser, sino que hasta los
años 40 se emprendería la construcción del barrio Santafé por el profesor Karl Brunner, dándole la espalda al
cementerio y estrechando el sitio de fosas comunes y el cementerio de pobres, contiguo a un sector de
fábricas. Estos casos también se pueden constatar en Cali. Cf. Alberto Escovar Wilson-White, “El cementerio
Central de Bogotá y los primeros cementerios católicos”, Revista Credencial Historia, No. 155, Bogotá,
noviembre, 2000, pp. 13-15.; Alberto Escovar Wilson–White y Margarita Mariño von Hildebrand
(coordinadores), Guía del Cementerio Central de Bogotá: Elipse central, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá /
Corporación La Candelaria, 2003, p. 33.
126
Sandra Gómez Duque, et ál. “Encuentros e imaginarios en el cementerio de San Pedro de Medellín”,
Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2001, p. 12.
127
Verónica Perfetti del Corral y Roberto Luis Jaramillo, Cartografía urbana de Medellín, 1790 – 1950,
Medellín, Concejo de Medellín, 1995, p. 26.
69

3.4. El parque de Bolívar y la catedral de Villanueva

Los principales polos de desarrollo urbano lo constituyen el parque de Bolívar


diseñado y construido entre 1888 y 1892, en tierras donadas, hacia 1857 a la municipalidad
por el inglés Tyrell Moore y también por donaciones hechas por Gabriel Echeverry quienes
por su iniciativa permitieron la apertura de calles que materializaron el desarrollo del sector
de Villanueva, y la creación del barrio del mismo nombre hacia el costado nororiental.
Este barrio, según la descripción de Alberto Bernal Nicholls, estaba ubicado en la
margen derecha de la quebrada Santa Helena. Empezó a edificarse hacia 1830 con
elegantes casaquintas que fueron el orgullo urbanístico de Medellín y el sector predilecto de
los presidentes de la República cuando visitaban Antioquia. El barrio cambió de nombre y
pronto pasó a llamarse Bolívar por su cercanía al nuevo Parque. Pronto, la carrera Junín
sería el eje por el cual se trazaron las calles que conducían al oriente y occidente para
comunicarse con las ya pobladas de El Llano (Bolívar) y La Ladera (calle 40) que era una
de las salidas al camino de Guarne. Para 1910 ya estaban abiertas casi todas las de
Villanueva.128
La construcción de la Catedral, contigua al parque de Bolívar, fue uno de los hitos
urbanos más destacados en esta época. Edificada entre 1875 y 1931, se constituyó en el
principal referente arquitectónico: su monumentalidad, comparada con las casas de la
época, evocaba el poder de la iglesia católica sobre estas tierras. La causa para que ello
fuese una realidad, fue el traslado de la silla episcopal en 1868. Así mismo, la apertura y
compra de terrenos en las fajas aledañas al sitio y la valorización de las tierras con intereses
de particulares también fue la otra cara de la urbanización.
Fue en este sector donde la clase alta se afincó paralelamente a la construcción de la
catedral, en el barrio de su mismo nombre, que luego se cambiaría por el de Bolívar; al
respecto Alberto Bernal Nicholls comenta que:
“También este sector tuvo sus hombres estorbo como lo fuera el doctor Uribe (se refiere al
abogado, don Ignacio Uribe Mejía) en el siglo anterior que trataron de entorpecer la
urbanización de la ciudad por conservar sus estancias; pero para 1910, ya estaban abiertas
casi todas las calles de Villanueva”. 129

128
Alberto Bernal Nicholls, Misceláneas sobre la historia, los usos y las costumbres de Medellín, Medellín,
Universidad de Antioquia, 1980, pp. 79 y 84.
129
Alberto Bernal Nicholls, Misceláneas sobre la historia, los usos y las costumbres de Medellín, Medellín,
Universidad de Antioquia, 1980, citado por Fernando Botero Herrera, Medellín, 1890 – 1950, Historia urbana
y juego de intereses, Colección Clío, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1996, p. 175.
70

Personajes como el doctor Uribe, fueron el ejemplo de las trabas que ocasionaron las
disposiciones sobre el desarrollo urbano en esta parte de la ciudad. Su empecinado interés
por proteger sus estancias sólo fueron uno de los múltiples pleitos que ocasionó el ensanche
y rectificación de carreteras y calles hacia los barrios del oriente. No obstante, ante estos
problemas, el vertiginoso crecimiento no tuvo en cuenta los argumentos esgrimidos por
éstos, el avance hacia los predios de San Pedro siguió su curso y, la población asentada allí,
tradicionalmente de extracción social media-baja, se fue trasladando gradualmente, ante la
aparición de nuevos moradores con costumbres no tan “sanas” a sitios más alejados que
ofrecieran mayor tranquilidad y donde el espacio es una concepción espacial y
arquitectónicamente nueva.130
De esta manera, San Pedro fue perdiendo el atributo de “cementerio de los ricos” y
aunado a ello, las calidades urbanísticas y sociales de los alrededores se degradaron
notablemente (devaluación del entorno como área residencial y comercial), dando paso al
establecimiento de un sinnúmero de nuevos habitantes llegados del campo buscando
oportunidades laborales y otros simplemente, establecerse en un lugar humilde donde vivir
sin ser rechazados131 y dando, con sus conductas sediciosas, de que hablar a los cronistas de
la época.

4. LOS BARRIOS

Los barrios que circundaron los cementerios analizados y que fueron producto del
ordenamiento espacial dado a partir del eje plaza e iglesia, se desarrollaron gradualmente a
finales del siglo XIX y principios del XX. Ya dijimos aquí, que la labor de los miembros de
la élite comercial y minera, independientemente de los “hombres estorbo” antes
mencionados, contribuyeron en la realización de planes gubernamentales para
ensanchamiento, loteo y venta en las áreas donde estuvieron emplazados. Las sociedades
mutuarias en alianza con estos personajes dividieron y adjudicaron lotes, levantaron casas,

130
Sandra Gómez Duque, et ál. “Encuentros e imaginarios en el cementerio de San Pedro de Medellín”,
Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2001, p. 13. En
sectores como Laureles y El Poblado, asentándose allí nuevos conceptos de cementerios como Campos de Paz
(1970) y Jardines Montesacro.
131
Sandra Gómez Duque, et ál. “Encuentros e imaginarios en el cementerio de San Pedro de Medellín”,
Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2001, p. 13.
71

rectificaron y construyeron calles para servir de acceso a los futuros núcleos habitacionales
y los cementerios, que acogieron población de diversa procedencia social como es el caso
de los barrios populares que se crearon al norte o los agricultores y obreros que se asentaron
al occidente.

4.1. Las Tullerías

El primer hecho destacado en este tiempo, fue la propuesta y desarrollo de proyectos en


áreas no conectadas con la malla urbana. Es el caso del barrio Las Tullerías situado delante
de San Pedro, que pretendió construir el comerciante francés Mitriades Durier. En oficio
dirigido a la Corporación Municipal, en 1894, Durier expuso el proyecto para fundar un
poblado situado “más abajo del cementerio de San Pedro”, en un sector que ya tenía un
poblamiento espontáneo y que estaba conectado con el centro por el carretero norte. Estos
terrenos donados a la municipalidad, limitaban con las posesiones de los Álvarez que tenían
su casa en frente del camellón de Bolívar, en él se proyectaba la construcción de viviendas,
calles y puentes.
Por lo visto, la solicitud del comerciante corroboraba lo expuesto anteriormente en el
sector, pues allí existía una incipiente ocupación y en consecuencia una estructura
habitacional escasa. El comerciante galo exponía las buenas condiciones de las tierras,
aguas abundantes que pasaban por los linderos de Víctor Arango, a pesar de que el líquido
no era lo suficientemente limpio dado el manejo que hacían de ella los pobladores fuera de
los linderos.
Éste ofrecía al distrito tres lotes de terreno con el objeto de construir una capilla, casa
para escuela y para inspectoría. El primero con espacio de 20 metros de frente por 40 de
centro y, los otros dos 10 por 20 y, 40 por 40 metros respectivamente, frente a la calle
denominada Páez.132
De las condiciones exigidas al distrito, se estipulaba el sustento de un ingeniero
remunerado con ochenta pesos. La traza de calles rectas con la necesidad, si lo requieren,
de prolongarla hasta la calle Bolívar con dirección hacia el norte y sobre la transversal que

132
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transformación a la modernidad:
Crecimiento y modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de
Colombia, 2007, p. 181.
72

va hacia el oriente, para lo cual tiene necesidad de ocupar terrenos pertenecientes a la


familia Álvarez y, si es necesario, confiar en la buena voluntad de personajes que quisieran
donar los terrenos para la causa pública.
No sólo las calles y las viviendas fueron importantes para la dotación de este complejo
habitacional, solicitaba –además- la construcción sobre la calle Páez y la paralela, de un
puente que pase por el arroyo llamado El Molino y otro sobre el mismo, en la horizontal
que se encuentra sobre el camellón de Bolívar hacia el oriente. Esta propuesta fue aprobada
por el distrito para “hermosura y ensanchamiento de la ciudad.”133 En este sentido, no hay
que olvidar que cinco años después, el programa bandera de la Sociedad de Mejoras
Públicas, fundada en 1899 por un grupo de distinguidos personajes, y en asocio con el
Concejo de Medellín se orientó hacia la consolidación de un plan de ordenamiento espacial,
de construcción, ornato y aseo para hacer de Medellín la ciudad futura.

4.2. San Pedro o Pérez Triana


La zona circundante a San Pedro, se conocía entre 1912 y 1924 como el paraje “La
Loma”. En 1914, las cuatro quintas partes del terreno fueron transferidas a la señora Elena
Piedrahita viuda de Muñoz, quien aceptando la escritura a nombre de sus hijas mayores
Josefina y Elena, y menores Beatriz y Rafael Muñoz Piedrahita, pagó la suma de 2.400
pesos por el terreno y 160 por locales en el cementerio. Sobre estos terrenos se trazaron seis
años después, en 1920, la calle de Lovaina.134 Los descendientes de José Antonio Muñoz
Luján, conformaron setenta años después, una sociedad para urbanizar el sector; no
obstante, fue la necrópolis la que jalonó en parte, el desarrollo físico del sector, ya que
algunos empresarios aprovechando la vecindad, promocionaron la venta de terrenos hasta
convertirla en una zona habitable.
La franja donde se planeó este barrio, se extendía, si damos fe a lo manifestado por
Alberto Bernal Nicholls, desde el río hasta la montaña; al oriente, los terrenos que hoy
ocupa el hospital de San Vicente, el cementerio de San Pedro, los barrios de Manrique y

133
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 254, Folios 353r. - 354v. Año 1894.
134
AHA, Fondo Notarías, Notaría Primera, Tomo 471, Escritura N° 1506, agosto 5 de 1914, citado por Carlos
Andrés Orozco Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 – 1955”,
Trabajo de pregrado en Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas,
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 56.
73

Campo Valdés, el cuartel o batallón Girardot, el Raizal, etc., pertenecían a los Muñoz.135
Las posteriores vías de comunicación serían un proyecto liderado por sus descendientes
quienes hacia 1912, vendieron los terrenos contiguos al camposanto mostrando las calles:
Tucumán al norte, Brasil al oriente, San Pedro al sur, y Bolívar al occidente como producto
del ensanche del mismo.136 Hacia 1914, se trazaron dos calles con acceso a dicho barrio,
éstas comenzaron en las esquinas nordeste y sudoeste del cementerio, sobre todo la última
daría salida a un sector denominado Terrenos del Pueblo, que paulatinamente fue
poblándose de artesanos y obreros.

Plano 2. Plano proyectado por Luis María Tisnés el 3 de septiembre de 1911. En él se observan el barrio San
Pedro y aledaño a él, el cementerio de su nombre. Las fajas de terreno marcadas con las letras “M” y “L”,
fueron vendidas a la Sociedad del Cementerio por valor de 20.300 pesos papel moneda, más tres locales, cada
uno con tres bóvedas de base que tenían un valor de 10.000 pesos papel moneda. AHA, Fondo Notarías,
Notaría Primera, Escritura No. 1255 de 1912. Planoteca, código No. 140.

El supuesto barrio de San Pedro, cambió de fisonomía hacia 1916, cuando comenzó a
venderse al sur de la necrópolis, el lote llamado La Polka, propiedad de los señores Arcadio
Latorre, José M. López, Pacho Arteaga y Guillermo Echavarría Misas, ubicado en el
costado norte entre las laderas de Bolívar y Venezuela. Este fue el comienzo del barrio

135
Alberto Bernal Nicholls, Misceláneas sobre la historia, los usos y las costumbres de Medellín, Medellín,
Universidad de Antioquia, 1980, p. 82.
136
AHA, Fondo Notarías, Notaría Primera, Escritura No. 1255, julio 30 de 1912, folios 3380 - 3384.
74

Pérez Triana. Lo demás fue la apertura de calles, construcción de desagües y venta de lotes
a precios módicos.
Su nombre se debe al homónimo e hijo del presidente de Colombia, Santiago Pérez
Triana, amigo del señor Álvarez. Ya para 1916, los terrenos de la Polka fueron negociados
entre la Mutualidad Nacional y Manuel Álvarez quienes compraron a Alejandro Villa
Latorre sus terrenos con el fin de urbanizarlos.
El acuerdo establecido en 1925, entre los empresarios Ricardo Olano, Enrique Moreno,
Manuel J. Álvarez y la Mutualidad Nacional permitió ceder al municipio las calles Jorge
Robledo, Manizales, Barranquilla y las carreras Neiva, Popayán, Santamaría, Pasto y
Quibdó. En los terrenos sobrantes pertenecientes a la Mutualidad Nacional y a Manuel J.
Álvarez se fundó el barrio Pérez Triana, que según Ricardo Olano, “se pobló de casas
malas lo que le hizo perder mucho valor.” 137
Otra de las familias que participaron en esta empresa hacia 1921, fue la de Rafael
Núñez, que en asocio con otros empresarios, trazaron las carreras que conducían a estos
poblados: Popayán, Santamaría, Pasto (hoy Balboa), Quibdó (hoy Palacé), Venezuela y
Ecuador se comunicaba con las calles Lovaina, Venecia, Italia, Lima y parte de
Barranquilla, adjudicando posteriormente, lotes a precios económicos poblándose con gente
pobre.
La rectificación de calles y la apertura de lotes en el barrio Pérez Triana, tomó más
impulso cuando estuvo bajo la dirección de la señora Beatriz Muñoz Piedrahita y,
especialmente, con su esposo, Antonio José Olarte Faciolince, quien luego de asumir por
completo la sociedad urbanizadora, conformada en diciembre de 1917 con un capital de
26.936 pesos, se dedicó en parte en la apertura de calles que circundaran el cementerio de
San Pedro. Fue así como en el plano del Medellín Futuro de 1913, no figuraron las calles
aledañas inicialmente propuestas por Olarte Faciolince, motivo por el cual, el director de
dicho camposanto, Alberto Echavarría, pidió en oficio mandado al Concejo abrir una calle
que pasara por el costado sur que limitara y resguardara el recinto. En abril la Comisión del
Medellín Futuro, hizo caso a la petición del expresado director y autorizó al ingeniero
municipal para comprar casas que estorbaran y variar la dirección de la calle San Pedro

137
Ricardo Olano, Memorias, Tomo II, 1923 – 1934, citado por Fernando Botero Herrera, Medellín, 1890 –
1950. Historia urbana y juego de intereses, Colección Clío, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia,
1996, p. 314.
75

(luego Lima) entre las carreras Santa Marta y Bolívar. Con esta petición, las intensiones de
los antiguos fundadores del cementerio de mantenerlo alejado, no se cumplieron, éstos
nunca avisaron que el recinto donde reposaran sus deudos fuera tragado por los tentáculos
del progreso, alrededor de él se fue configurando el entramado de barrios con las calles y
casas que figurarían en los proyectos urbanos del llamado Medellín Futuro.

Plano 3. “Plano del Medellín Futuro de 1913”, elaborado por el ingeniero Jorge Rodríguez Lalinde en
colaboración de la Sociedad de Mejoras Públicas por acuerdo No. 44 del 18 de marzo. De azul, el área
urbanizada de los diferentes barrios que envolvieron el camposanto; de rojo, el sector que, con motivo de los
ensanches posteriores amplió la capacidad de bóvedas y, en amarillo, la petición del administrador de variar la
dirección de la calle de San Pedro (luego Lima) entre carreras Santa Marta y Bolívar. (En: Jorge Restrepo
Uribe, Medellín: Su origen, progreso y desarrollo, Medellín, Servigráficas, 1981, p. 231.)

4.3. Médicos, suciedad y cabildo: un asunto de prevención

El tratamiento de focos contaminantes en los barrios de la ciudad, fue un problema que


demandó de los galenos, en asocio con el cabildo, los mayores esfuerzos por purificar y re-
diseñar el espacio público. Por ello se consideró necesario un esfuerzo mancomunado de
ambas entidades para que se llevasen a cabo las reformas sanitarias propuestas. El primer
paso se dio con la inclusión del médico Ramón Arango, quien a la cabeza de la comunidad
76

médica y a su vez, como presidente del Concejo en 1890, promovió y jalonó el proyecto del
primer plano del llamado Medellín Futuro.138
Del asunto que venimos comentando, esto es, de la creación de barrios aledaños al
cementerio de San Pedro, comienza a notarse un interés por controlar los sitios insalubres
que abundaban en sus inmediaciones. Fue en el año de 1915 cuando los médicos-higienistas
vieron la necesidad de evaluar el panorama sanitario de los barrios aledaños. El director
departamental de higiene, hizo un recorrido en el que percibió el estado de abandono en que
se encontraban; motivo por el cual, elaboró un informe admitiendo que en el sector primaba
el desaseo y proliferaban los enfermos, superando con creces a las mal afamadas
vecindades de las estaciones de Guayaquil y de la carretera a la Villa.139 No obstante, los
informes médicos disentían frente a lo manifestado por los propietarios de dichos terrenos,
quienes justificaban las riquezas y ventajas naturales que ofrecía el sector; dos años
después, un estudio sobre del terreno motivó a que Antonio J. Olarte tratara de justificar las
riquezas y ventajas naturales que brindaba el sector para construir viviendas y superar las
adversidades antihigiénicas, por ser -decía Olarte- “en su mayor parte plano, firme y bien
desaguado. Hay abundancia de materiales de construcción como tierra y piedra para muros.
El barrio está atravesado por la quebrada ‘La Honda’, que es abundante en aguas, lo que
hace posible ponerle agua con mucha facilidad y poco costo”.140
Sin embargo, la descripción de las condiciones favorables de sus terrenos hechas por
el señor Olarte no fueron favorables a su provecho. En ese mismo año, los vecinos del
barrio Pérez Triana se quejaban ante la administración local del abandono en que se
encontraba el vecindario, especialmente en la dotación de agua, luz y alcantarillado.
Aquellos ofrecían para remediar esta calamidad el esfuerzo propio y los gastos de su propio
bolsillo. En un informe, fechado el 20 de agosto de 1920 manifestaban que:

138
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transformación a la modernidad:
Crecimiento y modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de
Colombia, 2007, p. 122.
139
Ángela María León Peláez, `Habitar La Polka`. Construir sobre las cenizas. Imágenes de la vida de un
barrio obrero en los albores del siglo XX: ‘Pérez Triana’ 1913-1926”, citado por Carlos Andrés Orozco
Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 – 1955”, Trabajo de
pregrado en Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de
Antioquia, Medellín, 2005, pp. 60-61.
140
Ángela María León Peláez, `Habitar La Polka`. Construir sobre las cenizas. Imágenes de la vida de un
barrio obrero en los albores del siglo XX: ‘Pérez Triana’ 1913-1926”, citado por Carlos Andrés Orozco
Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 – 1955”,… Medellín, pp.
60-61.
77

“Nuestras casas, casas en las cuales habitamos con nuestras familias, se encuentran
aisladas de la parte civilizada de la ciudad, por carencia absoluta de calles y carreras, por
la falta de luz y de agua, y nos encontramos encerrados en una manga [...] sin por donde
poder llevar a nuestros hogares un médico cuando la enfermedad del cuerpo nos aqueja ni
a un médico del alma, cuando nuestros días llegan a su fin y nos preparamos para
emprender el viaje a otra vida mejor, y esto, porque nuestro barrio, el cual es á no dudarlo
el más hermoso de la ciudad, permanece olvidado de vosotros".141

El panorama general del área circundante al cementerio, fue en 1920 deprimente, la


zona evidenciaba quebradas contaminadas, calles irregulares, desniveladas y obstruidas, las
aguas negras corrían por zanjones mezcladas con basura y estiércol, charcos y pantanos
estancados, contribuyendo a la proliferación de todo tipo de contagios como tuberculosis,
anemias, gripa bogotana, tifoidea, disentería y viruela que cobraron numerosas vidas entre
los niños, como lo registró en los informes el inspector de sanidad.142
Al norte del barrio Pérez Triana la ejecución de obras ejecutadas por la compañía
urbanizadora, que bajo la dirección Joaquín B. Cano, comienzan hacerse realidad hacia
1921. Entre las quebradas La Honda y El Ahorcado la venta de lotes comienza a
incrementarse a razón de 100 y 200 pesos. No obstante, y ante los servicios ofrecidos por
estas entidades, los problemas de higiene siguieron azotando el vecindario por mucho
tiempo y los habitantes, bajo pena de sanción y vigilancia, abrieron cañerías y zanjones
para aliviar un poco las condiciones insalubres del sector. Apenas en 1924, se levantaron
postes de luz para iluminar algunas calles de la parte sur, mientras las viviendas seguían
padeciendo los problemas que más atormentaron a los habitantes: las casas sin luz y la
contaminación de las calles.

4.4. El Bosque de la Independencia

Otro de los ejes que jalonaron el sector colindante al cementerio, fue el Bosque de la
Independencia. Creado hacia 1913 con motivo de la celebración del primer centenario de la
independencia de Antioquia. La Sociedad de Mejoras Públicas, principal promotora, sugirió
un parque con avenidas arborizadas en forma de bosque, en una planicie donde funcionaban

141
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Solicitudes de 1920, Tomo 370, folios 302r. – 303v.
142
Carlos Andrés Orozco Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 –
1955”, Trabajo de pregrado en Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas,
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, pp. 62-63.
78

los famosos baños del Edén. Los terrenos, propiedad de Ismael Posada fueron adquiridos
por esta entidad en 12.000 mil pesos. En su construcción intervino el gobierno local y el
entonces presidente de la sociedad, Ricardo Greiffenstein. Este lugar destinado al solaz de
la clase alta y popular se trasladaría hacia las cantinas aledañas al sitio. Los
acondicionamientos dados posteriormente al sitio por la sociedad, como lagunas e
hipódromos, lo convirtieron en un sitio para escuchar música, tomar un refresco o alquilar
una barca. La dinámica urbana pronto invadió el sector, los dueños vendieron sus lotes al
gobierno y a las sociedades urbanizadoras quienes se encargaron de demoler las viejas y
rudimentarias edificaciones cambiando el panorama de El Llano de los Muñoces y
denominando a este antiguo predio en la actual carrera Bolívar, y asimismo consolidando
su función de eje comunicador de los barrios que nacerían el oriente de la ciudad.
Ebrios, prostitutas, pregoneros, gamines y vagos, frecuentaron con asiduidad las
cantinas aledañas al Bosque de la Independencia. Las disposiciones para estos asuntos no se
hicieron esperar: La reglamentación de policía, las leyes anti alcohólicos con restricciones
horarias fueron el control ejercido por las autoridades en este lado de la ciudad.143

Foto 1. “Lago por el Bosque de la Independencia”. Sitio de solaz de las familias de clase alta y popular; a
pocas cuadras de San Pedro. (“Fotografía de Alberto Noreña Suárez, 12 de junio de 1938. Propiedad de Rosa
Inés Noreña Echeverri. En: Biblioteca Digital Antioqueña, “Un Siglo de Vida en Medellín”, Medellín,
Fundación Víztaz, 2004. CD-ROM).

143
Carlos Andrés Orozco Guarín, “Inicio, esplendor y ocaso de la prostitución en Lovaina (Medellín), 1925 –
1955” Trabajo de pregrado en Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas,
Universidad de Antioquia, Medellín, 2005, p. 78.
79

5. POBLAMIENTO Y URBANIZACION DEL SUROESTE

En el norte la actividad agiotista de la tierra, comenzó de manera dinámica entre 1840 y


1845. A partir de esta fecha, y gracias a la iniciativa gubernamental y al interés de los
particulares por entablar negocios, el avance físico no se detendría hasta convertirse en una
zona densamente poblada a finales del siglo XIX. En el sur, específicamente en el Alto de
las Sepulturas y los alrededores del cementerio de San Lorenzo, el desarrollo físico no
siguió un patrón evolutivo semejante al del oriente; en parte por las desventajas
topográficas y lo manifestado por un sector de población descontento por las condiciones
desfavorables presentes allí. Otro de los síntomas de su poco progreso material, se debió al
escaso interés que mostraron las familias ya mencionadas en acrecentar el valor de la tierra.
Si miramos el plano levantado por Hermenegildo Botero, en 1847, éste ubica en el sector
sólo al cementerio de San Lorenzo, inaugurado veinte años atrás, y las mismas posesiones
de principios del siglo XIX que se han conocido en el camino. El sitio aledaño al
camposanto permaneció yermo hasta finales del siglo XIX y principios del XX y alejado de
las obras que representaron el proceso civilizatorio que significaba construir ciudad. De
este modo, los procesos de inserción de la población marginada -entiéndase grupos que no
están socialmente integrados- y que se asentaría en las postrimerías del diecinueve y
principios del veinte, posibilitarían la urbanización del sector.
80

Plano 4. “Plano de la ciudad en 1847”. El Este de la ciudad se encontraba en dicho año despoblado y con un
sólo visitante, San Lorenzo (de rojo). El interés especulativo de la élite no miraba hacia este horizonte, mucho
menos la inciativa gobernamental. De azul, el camellón de Guanteros, de amarillo la vía de San Juan (calle
44), que sería el ensanche hacia 1910 de la plaza de Guayaquil y el tranvía. Tomado de: Jorge Restrepo Uribe,
Medellín: Su origen, progreso y desarrollo, Medellín, Servigráficas, 1981, p. 222.

Sin embargo, la demanda de terrenos en esta zona de la ciudad no fue dinámica.


Como afirma Jairo Osorio Gómez, el proceso de crecimiento se fue dando sin acatar los
mandatos de leyes y ordenanzas sobre fundación de villas y aldeas que se venía dando
desde la colonia. En síntesis, se establecía que ningún español esté en pueblo de indios más
de día que llegare y otro (…) que en pueblos de indios no vivan españoles, negros, mestizos
o mulatos, así hayan comprado tierras en sus sitios”. Aquí, en el sur, primó siempre el
carácter de invasión desordenada, de expulsión violenta, que hasta hoy, el progreso tiene
como premisa el desalojo, la segregación.144
Alrededor del cementerio, comenzaron a construirse casas de bahareque, donde se
alojaban personas que tenían o derivaban su sustento de lo que se hacía en el interior del
mismo: floristas, sepultureros, monaguillos, hasta un sacerdote, Francisco de Paula Benítez,
y una “callejuela”, que más que eso, era un pantano que desembocaba al camellón de

144
Jairo Osorio Gómez, Niquitao: Asomadera, Camellón, San Francisco, Colón: Una geografía de cruces,
Medellín, (s. i.), 1998, p. 26.
81

Guanteros, que posteriormente se llamaría camellón del cementerio.145 Veinte años


después, se discutía y proponía la ampliación de los límites de la urbe que, para el sector
referido, se formaría el cuadrilátero donde la calle San Juan se extendería hasta el oriente e
iría a terminar en el morro de Las Cruces, pasando por delante del panteón de San
Lorenzo.146

5.1. Barrio San Lorenzo

En los terrenos cercanos al camposanto, se crearon dos barrios que fueron poblados
antes del levantamiento de dicho recinto: San Lorenzo y Guanteros. El primero, dice la
crónica del Cojo Benítez, estaba muy valorizado y poblado por gentes pobres y artesanos.
En este sentido, en los terrenos se asentó un tipo de población que vio nacer el cementerio
de los pobres y que a decir de los historiadores, se desarrollarían posteriormente núcleos
poblacionales tomando como principal atajo el camellón de La Asomadera.147 Si bien es
cierto que el crecimiento urbano y poblacional fue “incipiente”, se evidencia, según la
principal crónica de la época, que desde los mismos años de fundación de la necrópolis ya
se comenzaba a ver un poblamiento disperso alrededor de éste.
Los inicios de este barrio se remontan al año de 1803. Fue uno de los que siguieron el
proceso de fundación del cementerio de su mismo nombre y estuvo como un fiel
“vigilante” del edificio. Se creó por iniciativa de los vecinos del Guamal (salida hacia
Aguacatal), Camellón (el barrio de Guanteros), Guayabal, Aguacatal, los altos de la mina
(actuales barrios de Buenos Aires y El Salvador) y Quebrada Arriba (La Toma). Uno de los
más bien poblados, delineado y de mejores proporciones y vista, según palabras de Benítez,
quien también diría que el sector no tenía en ese entonces iglesia. Para ello, el cabildo
nombró como agente fiscal al síndico procurador don Miguel Gaviria para que hiciera las
diligencias necesarias para elección de los terrenos en beneficio de la república siendo
comprados a Manuel Yepes y Juan María Hernández, éste último, vecino de Guanteros. En
el sitio elegido se proyectaba, además del barrio, un convento, templo y una escuela. El
145
Rodrigo J. Carvalho V., “Niquitao”, Trabajo de pregrado en Comunicación Social-Periodismo,
Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1986, pp. 31 – 32.
146
La Organización, Medellín, 9 de mayo de 1910, p. 11.
147
Jairo Osorio Gómez, Niquitao: Asomadera, Camellón, San Francisco, Colón: Una geografía de cruces,
Medellín, (s. i.), 1998, p. 25.
82

encargado del diseño de calles, travesías, medición de solares fue Joaquín Gómez. No
obstante, la erección del barrio no fue bien visto por los vecinos quienes en razón de la
ubicación querían que se trasladara al otro lado de la quebrada (de Santa Helena) o en su
defecto, al frente de la iglesia de la Veracruz; otros en la manga del famoso doctor Uribe,
terrenos del célebre pleito entre el citado doctor y un señor de apellido Ramos, petición que
no fue acatada por las autoridades quienes procedieron finalmente a la elección definitiva
de dicha propiedad. 148

5.2. Barrio Guanteros

A lo largo del siglo XIX, la evolución física del suroeste de la ciudad fue menos
intensa que la del norte. Sin embargo, el centro de la Villa en las cuatro primeras décadas
del siglo XIX, se venía densificando y en las goteras o arrabales de ella, muchos pobres
levantaron tugurios y mediaguas en el Llano de Guanteros que comunicaban a los distintos
distritos del Valle de Aburrá, entre ellos, el camino más transitado de todos, que desde la
falda de San Lorenzo daba paso hacia los sitios de Aguacatal, donde también hay noticia de
un cementerio que posteriormente examinaremos, (el viejo pueblo, y hoy barrio de su
nombre antiguo), Envigado, Sabaneta, Guayabal, Itagüí y La Estrella. Esta última salida se
compuso para camellón, llegando a medir catorce cuadras, contados desde las últimas calles
hasta La Asomadera, nombre que tomó finalmente.149
La primera referencia que se tiene del asentamiento se remonta, según Luis Latorre
Mendoza, “a finales del siglo XVII, cuando el cabildo dispuso que los súbditos españoles
compraran casas y que los indios se fueran a vivir a los guanteros en donde se les daría el
terreno para sus edificaciones”.150 Esta comunidad compartió cultivos y pastos ubicados
entre Guanteros (antes Gualteros) y Mundo Nuevo,151 sin embargo, la idea de establecer un

148
José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo,
Medellín, 2 edición, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2006, pp.
223-226.
149
Verónica Perfetti y Roberto Luis Jaramillo, Cartografía urbana de Medellín, 1790 – 1950, Medellín,
Concejo de Medellín, 1995, Il., p. 52.
150
Luis Latorre Mendoza, Historias e historias de Medellín. Siglos XVII, XVIII, XIX, Medellín, Imprenta
Departamental, 1934, p. 155.
151
José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo,
Ediciones Autores Antioqueños, Medellín, Vol. 40, 1988, p. 49. Cuenta Benítez que entre 1783 y 1784 se
empezaron a romper las calles de San Lorenzo y se llamó el barrio de San Lorenzo o Mundo Nuevo. p. 170.
83

camposanto en sus alrededores no fue de buen agrado, pues contaminaban el agua, a decir
de los vecinos. El 25 de enero 1825, la administración local solucionó el impase
otorgándoles el derecho a disponer de cierta cantidad de agua o una “paja de agua”.152 En
aquel entonces, estos espacios estaban habitados por gentes pobres, libertos, indígenas,
mulatos y artesanos quienes debido a su oficio, guarnecedores, derivó el barrio de su
nombre.
Al respecto Tomás Carrasquilla relata, hacia 1889, en el aparte titulado “Camellones”
que, “el tráfago de trajinantes y recuas, de palafrenes y de rastras, el retintín perpetuo de
herraduras y el reniego a todo pecho del arriero envigadeño. Y, como cae al barrio
Guanteros, se mantendría de seguro, en bureo permanente”.153 Allí, como referimos al
principio, gentes pobres, artesanos, presidiarios, comerciantes, agricultores y albañiles que
al igual que los vecinos de San Pedro, levantaron cualquier casucha quienes con sus
andanzas llenaron algunas páginas en diarios y crónicas dignos de ser comentados.
Retomando esta voz fidedigna y autorizada de Carrasquilla, Guanteros “era un lugar
nefando y tenebroso de los bailes de garrote, de los aquelarres inmundos y de la costumbre
horrida (…) En esos antros se ofendía mucho a mi Dios y se le daba culto al Diablo. Era en
ese entonces era un insulto afrentoso decirle a alguno “guantereño”.154 Asimismo, es
diciente su voz en cuanto al aspecto de las casas y el estado de sus calles:

“Pues habrá de apuntarse ahora que este barrio, (Guanteros) así como las barrancas de
Ospina y de Caleño, afluentes de esa su gran Calle que serpentea falda abajo, eran en esos
tiempos del Cantón de San Casiano, no tiene cuentas con el río, debió de gastar mucho
auge aquellos tiempos de marras. A juzgar por el aspecto de sus casas por lo irregular de
su trazado y de su piso, debió de poblarse, salga como saliere, en la infancia de la Villa.”
155

Existen discrepancias acerca del origen del nombre Guanteros, traídas a colación por el
historiador Fernando Botero Herrera. Éste toma como principal referencia a cronistas del
Medellín antiguo como Livardo Ospina y Lisandro Ochoa. El primero asocia el término
“guante”, al oficio propio de los artesanos; mientras que el segundo, plantea que en

152
Gloria Andrea Echeverri M., “Entierro de tercera. Entre tumbas, ruinas y cadáveres vive un pedazo de la
historia de la ciudad. El cementerio de San Lorenzo pronto será derruido”, La Hoja de Medellín, No. 52, abril
de 1997, p. 1.
153
Tomás Carrasquilla, 1858-1940, Obra completa, Edición académica de Jorge Alberto Naranjo Mesa, Vol.
3, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2009, p. 411.
154
Tomás Carrasquilla, 1858-1940, Obra completa,… 2009, Vol. 3, p. 411.
155
Tomás Carrasquilla, 1858-1940, Obra completa,… 2009, Vol. 3, p. 411.
84

Antioquia los barrios de ambiente pendenciero siempre han recibido este apelativo. En
síntesis, las dos versiones ejemplifican de alguna manera que, el oficio, la condición de
marginado y el traslado a un sector que ha sido dominado geográficamente por San
Lorenzo, condiciona de cierto modo, el comportamiento pendenciero y bohemio de los
residentes de Guanteros.156

5.3. La Asomadera

El origen de este barrio, ubicado en la parte suroriental, surgió alrededor del cerro de su
nombre; ésta altura, donde los viajeros provenientes de las poblaciones del sur comenzaban
a divisar parte de la ciudad se desparramaba su vecino de Guanteros. Su existencia data
desde finales del siglo XIX y a él se refiere Carlos J. Escobar G.:

“En las dos esquinas que daban en la parte sur de la plazuela de San Lorenzo hoy de Félix
de Restrepo. Siguiendo de aquellas dos esquinas, de para arriba, solamente se encontraban
cuartos, mediaguas estrechas y casi abandonadas, hasta llegar a un zanjón, hediondo y
peligroso llamado el de la “peruchas”, el que tenía que atravesarse por encima de varias
piedras para poder seguir adelante (…) Después de aquel zanjón, se encontraba la vieja
casucha donde vivían las citas (das) “peruchas”, mujeres aquellas que tenían como
negocio la preparación y la venta de tamales, chorizos y huesos aliñados de marrano,
chicha y aguardiente, venta que ejecutaban, especialmente los sábados.” 157

En 1913 se instalaron bombas para llevar agua al barrio. En 1920 Salomón Gutt cedió
varias fajas de terreno para el municipio con el objeto de permitir la ampliación de la
carretera de La Asomadera y del medio Palacé y la carretera de El Poblado. Este barrio fue
convertido posteriormente en la calle Niquitao.158

5.4. La estación del ferrocarril y la plaza de mercado

El sector que a lo largo del siglo XIX no avisoraba un posible crecimiento comercial y
especulativo de la tierra, fue volviéndose más dinámico con la inyección de dinero
provenientes de los ricos de Medellín. Hacia 1894, cuando estos dos centros receptivos de
156
Fernando Botero Herrera, Medellín, 1890-1950. Historia urbana y juego de intereses, Colección Clío,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1996, p. 303.
157
Medellín hace 60 años…Citado por Fernando Botero Herrera, Medellín, 1890-1950. Historia urbana y
juego de intereses, Colección Clío, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1996, pp. 302-303.
158
Fernando Botero Herrera, Medellín, 1890-1950. Historia urbana y juego de intereses, Colección Clío,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1996, p. 303.
85

población y mercancía crecieron, el primero construido en los terrenos de la familia


Amador, se desarrolló a su alrededor un activo comercio inmobiliario que se concentró en
pocas manos, y que incluyó los atajos que conducen a Envigado y El Poblado.
Es precisamente al final de la década de 1920, cuando comienzan a crearse los barrios
Colón, promovido por el empresario Gonzalo Mejía; Barcelona y Colombia creados
inicialmente para acomodar a los obreros cerca de las incipientes factorías y negocios que
se venían construyendo, o que se pensaban ubicar en el sector y que hacia 1927 el barrio
Colón estaba construido por viviendas pobres, siendo la habitación de éstos, difícil por la
cercanía a los talleres y la humedad del suelo.159 Es en esta década, cuando el registro de
venta de lotes se incrementa. Las personas comenzaron a edificar casas en San Vicente y
diseñar calles como San Félix; otras, más ambiciosas, como la Urbanizadora de Medellín,
(1923) Seguros y Urbanizaciones (1922) S. Mejía y Cía., Urbanizadora de Pascasio Uribe
(para lotear en la carrera 42 con calle 40) y la Antioqueña de Inversiones (proyecto de
barrio industrial, en la carrera 50 con el Camellón de La Asomadera), una más, sin nombre,
para setenta y cuatro casas en cinco manzanas, entre Niquitao, El Palo y San Félix (…) El
Tejar del Guamal siempre se pensó, desde estos años, con propósitos similares. Igual
ocurrió con las sedes antiguas de la Compañía Nacional de Chocolates y del Ferrocarril de
Amagá”.160 Como puede verse en el plano del Medellín Futuro en 1913, la trama urbana y
las calles rodearon el cementerio de San Lorenzo.

159
Jairo Osorio Gómez, Niquitao: Asomadera, Camellón, San Francisco, Colón: Una geografía de cruces,
Medellín, (s.i.), 1998, p. 22.; véase también Hernán Gil Pantoja, “Medellín. Lo que va de la urbanización al
urbanismo”, Revista Antioqueña de Economía y Desarrollo, No. 30, Medellín, septiembre – diciembre, 1989,
p. 105.
160
Jairo Osorio Gómez, Niquitao: Asomadera, Camellón, San Francisco, Colón: Una geografía de cruces,
Medellín, (s. i.), 1998, p. 23.
86

5.5. La fracción de Aguacatal

El partido de Aguacatal161 fue una de las fracciones que desde el siglo XVIII tuvo poca
densidad de población. A lo largo del eje vial Medellín-Envigado, y bien entrado el siglo
XIX, comenzaron a establecerse numerosas casas de habitación que posibilitaron su
reconocimiento como vice parroquia en 1870 y, un año después, cuando se contaba con
1.974 habitantes se solicitó el cambio a parroquia.
Aunque siguió siendo, hasta bien entrado el siglo XX una zona rural, pues para que se
elevara a esta última categoría se necesitaban demarcar calles, trazar plaza y edificar
cementerio, aunque lo último no fue impedimento pues, desde antes de la solicitud, esta
fracción ya tenía un camposanto. Su ubicación originaría disputas no sólo de
emplazamiento, sino político, como más adelante enfatizaremos.

Plano 5. “Plano del Medellín Futuro, 1913”. Hacia 1913 el Concejo Municipal decidió adoptar este plano
realizado por el ingeniero Jorge Rodríguez. De rojo el cementerio de San Lorenzo y a su alrededor, en
amarillo, el barrio Colón. En esta etapa de urbanización ya los barrios rodeaban los principales camposantos,
incluyendo San Pedro. Tomado de: Germán Suárez Escudero, Medellín, estampas y brochazos, Medellín,
Biblioteca Jurídica Diké, 1994, p. 93.

161
Esta fracción ha sido llamada San Blas, El Poblado. La fracción o partido era Aguacatal, que después de
ser una pedanía fue distrito, alcaldía, parroquia, barrio o inspección de policía. La denominación de San Blas
corresponde al nombre de la capilla existente dentro de la fracción hasta que se construyó la nueva entre 1843
y 1845 con el nombre de San José; y El Poblado adquirió este nombre por la preeminencia que tomó la capilla
de San José, se denominó a toda la fracción como El Poblado. Nota tomada de Luis Fernando González
Escobar, Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad: crecimiento y modelos urbanos, 1775-1932,
Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2007, p. 51.
87

6. El desarrollo urbano del Occidente: Belén y Robledo

Son muy pocos los estudios urbanos que se han realizado del occidente162 de Medellín,
o si se quiere de las formas de estructuración urbana que vivieron los barrios de esta parte
de la ciudad. Algunas investigaciones, si se pueden llamar así, no pasan de lo anecdótico y
vivencial, dando prioridad al relato meramente eclesiástico, antes que dar preeminencia al
análisis histórico del asentamiento de estas comunidades. Por falta de fuentes confiables y
serias, expresaré “a vuelo de pájaro” cómo ha sido la evolución física, pues además de
incipiente, en las comunidades donde se fundaron los cementerios de Belén-Altavista, San
Ciro (Robledo) y La América (San Javier), la información primaria es escasa, por ello no es
posible una reconstrucción histórica fidedigna en relación con los cementerios y lo urbano.
Después que el interés de los particulares y las sociedades urbanizadoras dejaran de
mirar el centro de la ciudad (Norte y Sur), la expansión urbana se orientó, entre 1910 y
1930,163 a desecar las zonas pantanosas de las riveras del río Medellín. Según Hernán Gil
Pantoja, fue hacia 1870, cuando el crecimiento de las fracciones y los asentamientos
periféricos comenzaron a presentar un aumento poblacional importante, debido en parte, a
la construcción del puente sobre el río Medellín, (en la calle Colombia), levantado por
Enrique Hausler; puente que posibilitó el acceso a esta zona de la ciudad y el asfalto de la
carretera a La América en 1930 la que finalmente conectó a la población de Robledo y
Belén.164
Antes de efectuarse el impulso de la urbanización del occidente de la ciudad, existían
desde tiempo atrás pequeñas concentraciones humanas que permanecieron aisladas del
“centro” de la ciudad. Para que estas comunidades tuvieran mayor conexión con el centro,

162
Las referencias sobre la estructuración urbana del Occidente de Medellín, esto es, Robledo, La América y
Belén, son en muchos casos, capítulos o apartes de estudios globales sobre la ciudad. La bibliografía existente
refiere hechos anecdóticos y eclesiásticos, pero no estudios rigurosos sobre poblamiento y formación del
espacio habitado. Cf. los textos de Fernando Botero Herrera, Medellín, 1890-1950…, Medellín, 1996, p. 327 y
ss.; Constanza Toro, “Medellín: desarrollo urbano, 1880-1950”, Jorge Orlando Melo (director general),
Historia de Antioquia, Bogotá, Editorial Presencia, 1988, pp. 299-306.; Roberto Luis Jaramillo y Verónica
Perfetti, Cartografía urbana de Medellín, 1790 – 1950, Medellín, 1993, 50 págs. Luis Fernando González
Escobar, Medellín, los orígenes y la transformación a la modernidad: Crecimiento y modelos urbanos, 1775
– 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2007, 190 págs.
163
Hernán Gil Pantoja, “Medellín. Lo que va de la urbanización al urbanismo”, Revista Antioqueña de
Economía y Desarrollo, No. 30, Medellín, septiembre – diciembre, 1989, p. 104.
164
Hernán Gil Pantoja, “Medellín. Lo que va de la urbanización al urbanismo”, Revista Antioqueña de
Economía y Desarrollo, Medellín…, p. 99.
88

fue necesaria la consolidación de dos polos de desarrollo: la Universidad Pontificia


Bolivariana y la Cooperativa de Habitaciones para Empleados.
Pero si nos remitimos al período colonial, exactamente hacia 1798, en el occidente de
Medellín existían pequeños asentamientos que giraban entorno a la fracción de Belén –
Altavista: El Rincón, San Ciro, El Salado de Correa, (hoy La América), Aguasfrías,
Calleabajo, La Puerta del Guayabal, Tenche, El Mangurrio y el Llano de los Pérez fueron
lugares que aparecían en las relaciones de visitadores como Juan Antonio Mon y Velarde y
en los censos provinciales de población con un número significativo de habitantes. Es por
ello que Belén-Altavista aparece como un núcleo importante a nivel social y económico y
en este sentido, la creciente población de ambas localidades contribuyó al despegue urbano
en la década del 20 del siglo diecinueve.

6.1. Barrio Robledo

Conocido como San Ciro, esta fue en la época de la Independencia la segunda


comunidad más importante de Otrabanda. En 1814, los habitantes pertenecientes a la
parroquia de La Candelaria, manifestaron su desacuerdo al ser anexados a la de Belén. Esta
oposición dio como resultado la creación de la parroquia de Aná, impulsada por el
gobernador Juan de Dios Aranzazu, el 30 de marzo de 1832.
Esta población, que hasta bien entrado el siglo XX conservaba mucho de los
elementos rurales como grandes casa fincas, extensos terrenos donde pastaban los animales,
tuvo un camposanto desde el año de elevación como parroquia. La historia de tragedias y
de ampliación del casco urbano modificó el aspecto rural, cambiando su vocación y siendo
la gran “damnificada” del progreso de la ciudad al rodear completamente el camposanto.
En este sentido, el desarrollo urbano de los sitios aledaños a los cementerios, deben
hacernos pensar que junto con la evolución de éstos (los cementerios), se teje todo una
problemática que involucra aspectos sociales, demostrados en pobreza, marginalidad,
desarraigo y/o exclusión. En estos barrios se desarrollaron formas de resistencia y
supervivencia social que pervivieron hasta bien entrado el siglo XX. Existe también desde
lo económico, las relaciones que se dan entre particulares y empresas urbanizadoras
(especuladores) en la venta de terrenos, muchos de los cuales, contribuyeron al ensanche de
los cementerios y al acceso de vías desde la periferia hacia el centro.
89

En el presente capítulo asistimos a la configuración del entramado urbano impulsado


por el ente gubernamental y por la disposición de los propietarios por impulsar el desarrollo
físico de las zonas donde están emplazados los cementerios. Iniciativa que buscó incluirlos
de manera armónica entre los demás “hechos urbanos” del momento, favoreciendo el
proyecto futuro de los nuevos barrios, como también, y para hacerlos más “agradables” en
el panorama citadino, el diagnostico y posterior intervención de la comunidad médica que
asumió su rol decisivo en la proyección de nuevos camposantos.
Aunque los intereses privados y oficiales vieron la necesidad de extender el límite
urbano, muchos de los pobladores, de variada extracción social, recibieron con desagrado la
convivencia con los mismos, creando maneras propias de concebir la vida y la muerte.
Por ello, el proceso de inserción de las necrópolis en la regulación urbana, que en ese
entonces comenzaba en los sectores norte y suroeste, fue desigual por razones topográficas
y por la oposición de “hombres estorbo” que impidieron el avance hacia la periferia.
De igual manera comprobamos cómo el largo proceso de urbanización en Occidente,
comenzado desde el siglo XIII, coincidió con un proyecto “transferido” a nivel local, en el
sentido de realizar trazados urbanos que incluyeran a los cementerios como referentes
urbanos. Proceso que fue inevitable ante el masivo arribo de migrantes a la capital.
Desde la óptica urbana y arquitectónica, la lectura del capítulo presenta al “nuevo
actor”, como un eje conectivo con los principales referentes citadinos: desde el río, la calle,
hasta la universidad; como un lugar único para construir identidad, como un espacio
incluyente para la vida, a propósito de la reflexión introductoria tomada de Henry
Montealegre Murcia.165

165
Generación, El Colombiano, Medellín, 19 de octubre de 2008, p. 8.
90

Capítulo III

LOS EMBATES DE LA ILUSTRACION: LA INTERVENCION DEL


CUERPO MEDICO

En el capítulo II se destacó la relación de cementerio-barrio mirado desde el prisma


urbano. Se quiso montar el escenario desde las diferentes direcciones geográficas y a partir
de allí, se estudiaron los procesos de transformación que generaron los cementerios en los
alrededores; en este sentido se mostró la problemática que representó a nivel exterior la
coexistencia de éstos con los habitantes y al interior con actividades non sanctas y con
sucesos dignos de memoria como los relatados por los cronistas de la época.
La política de ensanche y rectificación de calles con acceso a las necrópolis fueron
fundamentales en la etapa de poblamiento, apropiación y consolidación de estructuras
habitacionales impulsadas por los empresarios para el beneficio de población marginada.
En este capítulo se describirá el origen de los espacios sepulcrales desligados de los
templos: San Benito, San Lorenzo, San Pedro y los correspondientes a los parajes,
articulándolos con los proyectos sanitarios impulsados por sectores académicos y civiles de
finales del XIX en lo referente a la higiene urbana y orientada a la vigilancia de
establecimientos de nuevos cementerios, como también de otros focos de contaminación
con el objetivo de hacer de la ciudad la “tacita de plata”, o de mugre, dirían otros.
Es a partir de 1887, con la creación de la Academia de Medicina, cuando la
preocupación por tratar los focos infecciosos se convierte en un tema de primera necesidad.
La academia, como cuerpo consultivo de la Corporación Municipal, diseño y ejecutó planes
tendientes al mejoramiento y vigilancia de los antiguos y nuevos cementerios. De igual
forma debe resaltarse que ambas instituciones se ocuparon del tratamiento no sólo de
cementerios, sino de otros espacios con riesgo de infección tales como hospitales, cárceles,
bodegas, albañales, ríos, sumideros, pantanos y viviendas que, aunque no hacen parte del
tema, también albergaron en su momento, al menos el primero (hospitales) lugares para
sepultar.
91

7. DE FRANCIA A ESPAÑA. COMIENZAN LAS REFORMAS

Cuando hablamos de los cementerios en Medellín hay que remitirse a los cambios
transcendentales que se venían gestando en la Europa de la Ilustración. En la segunda mitad
del siglo XVIII, especialmente en la Francia de Luis XV, se acogió en un círculo de
intelectuales, entre ellos sacerdotes y médicos, la idea de trasladar la sepultura al interior de
los templos a lugares donde no contagiaran a los fieles que asistían a los oficios divinos y
por ende a visitar a sus deudos. El cuerpo médico de la Francia del siglo XVIII, tenía la
noción muy aceptada, de la influencia directa del aire en el organismo. Según esta
concepción, el aire transportaba miasmas que causaban sendas mortandades o, por su
mismo estado en que se encontrase: seco, húmedo caliente o frío en exceso.166 Asimismo,
se tenía igualmente la idea de que el agua, por ser imprescindible su consumo directo fuese
altamente nociva y contaminante. Por eso, ambos elementos aire y agua- tenían que ser la
preocupación de los higienistas del siglo XVIII; por lo tanto, el asunto de los cementerios
fue considerado un problema de notable importancia dentro del esquema sanidad versus
política.167
Sin embargo, los avances en el tratamiento de la higiene no lograron desterrar la
antigua práctica de enterrar al interior de los templos, que se remontaba a no más allá del
siglo X y su uso estaba condicionado por los llamados derechos de asiento que consistían
en la compra hecha por una persona, para utilizar dentro del templo, el sitio del santo de su
devoción. Las ideas sanitarias dictadas por los funcionarios ilustrados, no fueron fáciles de
aceptar entre la población, hubo reticencias, avances y retrocesos.168 Debido a esta práctica

166
Jorge Márquez Valderrama, “La medicina urbana en Medellín a finales del siglo XIX”, Ciudad, miasmas y
microbios. La irrupción de la ciencia pasteriana en Antioquia, Colección Clío, Medellín, Editorial
Universidad de Antioquia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de
Colombia, Sede Medellín, 2005, p. 105.
167
Jorge Márquez Valderrama, “La medicina urbana en Medellín a finales del siglo XIX”, Ciudad, miasmas y
microbios. La irrupción de la ciencia pasteriana en Antioquia,…, 2005, p. 105.
168
Concluye de la historiadora Ana Luz Rodríguez G. que entre la población neogranadina en la época de la
independencia, el cambio de sepultura no fue bien aceptado por la feligresía. En los países en mención,
también se presentaron casos de reticencia frente al cambio de escenario sepulcral. Véase especialmente
“Conclusiones” de su libro Cofradías, capellanías, epidemias y funerales. Una mirada al tejido social de la
Independencia, Bogotá, Banco de la República / El Áncora Editores, 1999. Igualmente en provincias
francesas y españolas entre ella Guipúzcoa (País Vasco) y Extremadura los obispos se manifestaron contrarios
a dicha propuesta, fundamentalmente por razones económicas. Para ampliar el caso de esta comunidad centro
occidental de España sugiero la lectura de Mercedes Granjel y Antonio Carreras Panchón, “Extremadura y el
debate sobre la creación de cementerios: Un problema de salud pública en la Ilustración”, Norba. Revista de
92

tan aceptada o enraizada de estar sepultado en un lugar determinado de la iglesia: a lo largo


de la nave, en las numerosas capillas laterales, a los pies del coro bajo, debajo de
determinado altar de devoción, a los pies del presbiterio, o junto a la pila de agua bendita
ubicada en la puerta principal,169 se adquiría el beneficio de la protección divina de los
santos. Por tanto, estar enterrado en el interior de la iglesia, era estar al amparo moral y
material de los venerables. En este sentido, el hecho de estar cercano a su deudo y santo era
como una catarsis para las familias quienes los inducían a rezar por sus almas para que el
demonio no tuviera poder sobre sus almas; en suma se le concedía a los sitios del templo y
a éste, un lugar privilegiado, con un carácter exclusivamente sagrado.170 Además, y de
acuerdo con la historiadora Ana Luz Rodríguez G., sepultar fuera de los templos, en
“cementerios ventilados”, significó desproteger el cuerpo y el alma del muerto y hacerlos
vulnerables a los ataques de fuerzas malignas tanto del más acá como del más allá,171 como
también, el significado de esta práctica, en cementerio exterior o adosado al templo,
indicaba pobreza y escasa estimación social.
El cambio comienza cuando un amplio sector del clero se niega a sepultar dentro de
las iglesias. Las razones, sobre todo higiénicas, son demostradas en investigaciones que
circularon en Francia y en España. En el primero, hacia 1745, un abate de nombre Porée
describe en su obra, Letters sur la sepulture dans les églises, los inconvenientes de sepultar
en los templos, manifestados por los vecinos de los cementerios y de los templos. Esta
posición, presentada por el superior, introduce elementos que se convierten contrarios a la
inhumación en las iglesias y por tanto, de aceptación general en el círculo de médicos: la
higiene pública y sobre todo, la dignidad del culto. En vista del primer elemento, Porée
solicitaba que el antiguo uso de enterramiento en los templos fuese prohibido, ya que como
afirmaba, “nos está permitido amar la salud, y la limpieza que contribuye mucho a
conservarla”, y agregaba, “iglesias limpias, bien aireadas, donde solo se huela el olor del

Historia, Vol. 17, Universidad de Extremadura, 2004, pp. 69-91. Disponible en: http://www.
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo? codigo= 1158934.Pdf. Consultado el 10 de agosto de 2009.
169
Pilar Jaramillo de Zuleta, “El rostro colonial de la muerte. Testamentos, cortejos y enterramientos”,
Revista Credencial Historia, No. 155, Bogotá, noviembre, 2002, p. 7.
170
Del latín sacratus, significa en su acepción, inviolable o lugar que se considera privilegio de refugio para
los delincuentes, ya que como establece el derecho, si un delincuente entraba en un templo, éste no podía ser
capturado dentro del mismo por tener tal atributo. Véase la definición más amplia en Joaquín Escriche,
Diccionario razonado de Legislación y Jurisprudencia, Tomo IV, Bogotá, Editorial Temis, 1977, p. 500.
171
Ana Luz Rodríguez González, Cofradías, capellanías, epidemias y funerales. Una mirada al tejido social
de la Independencia, Bogotá, Banco de la República/ El Áncora Editores, 1999, pp. 209-210.
93

incienso que arde” y nada más, donde no corra uno el riesgo de romperse la cabeza por la
desigualdad del pavimento, siempre removido por los enterradores”,172 exhortaba el
traslado de los sepulcros fuera de los templos, diciendo que “el medio más seguro para
procurar y conservar la salubridad del aire, la limpieza de los templos y la salud de los
habitantes, objetos de la mayor importancia”.173 La obra del religioso, se convirtió en uno
de los principales referentes argumentativos y del ideal político de la monarquía francesa y
española que se vería trasplantada en los gobiernos locales de Hispanoamérica en las
postrimerías del siglo XVIII y a lo largo de toda la centuria decimonónica.
Pero no solamente el clérigo francés expuso las ventajas de sepultar fuera de los
templos. Cuatro décadas más tarde, hacia 1783, científicos franceses preocupados por la
reacción en la descomposición de los cadáveres, comprobaron los efectos de la leche de cal
en los cuerpos. Uno de ellos, M. d`Ambourney, secretario de la Academia de Ruán,
afirmaba que, saturar con ese producto la materia líquida cuadruplica el valor del abono y
que “mediante esa mezcla con cal -agregaba- el olor de las materias se disipa absolutamente
y no queda sino algo parecido al olor de la miel. La cal desodoriza también los cadáveres,
acelera la putrefacción de la materia animal y se combina con el “aire principio” que se
escapa de los cuerpos; disuelve los miasmas, les impide subir a la atmósfera y “encadena
las emanaciones funestas”.174 Estos científicos establecerían las doctrinas médicas que
sobre el aire y los miasmas dominarían el panorama de la medicina social francesa de
finales del dieciocho pasando a pertenecer al dominio exclusivo de la higiene urbana:
exaltar la limpieza de las casas, de los arbustos y el manejo de residuos óseos en los
cementerios fueron el legado transmitido a los monarcas y médicos ilustrados que
introducirían el pensamiento sanitario en la sociedad colonial de Hispanoamérica.175

172
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Traducción del inglés por Mauro Armiño, Madrid, Taurus
Ediciones, 1993, pp. 398 – 399.
173
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, 1993, pp. 398-399.
174
Alain Corbin, El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos XVIII y XIX, México, Fondo
de Cultura Económica, 2002, p. 120.
175
Médicos como José Celestino Mutis, Miguel de Isla y otros, fueron fieles representantes de esa doctrina.
Véanse, Guillermo Hernández de Alba, Comp., Escritos científicos de José Celestino Mutis, Bogotá, Kelly,
1983, pp. 255 – 263; Adriana María Alzate Echeverri, El imperativo higienista o la negación de la norma.
Una historia de la recepción del pensamiento higienista de la ilustración en la Nueva Granada (1760 –
1810), París, (s.i.), 2001, p. 94. Informe final presentado a la Fundación para la Promoción de la Investigación
y la Tecnología del Banco de la República.
94

Este avance en la medicina urbana, también introdujo cambios en la práctica de


individualización del cadáver, del ataúd y de la tumba a finales del XVIII. No por razones
teológico-religiosas, sino por motivos políticos-sanitarios frente a los vivos, cuya influencia
negativa los conduciría a clasificarlos.176
Al igual que su vecino, en la península ibérica, también se sintieron con mayor rigor
las inclemencias de los olores fétidos que exhalaban los cadáveres en el interior de los
templos. Varios aspectos a tener en cuenta hacen muy especial la situación que se vivía allí
en el siglo XVIII y que contribuyeron al cambio de rígidos hábitos mentales y sociales. No
sin antes, experimentar un fuerte debate científico entre sectores académicos más
reaccionarios y núcleos de opinión más avanzados.177 En primer lugar, la Ilustración hizo
que en el plano de las transformaciones arquitectónicas y económicas que quisieron
implantar los funcionarios ilustrados de Carlos III, Carlos IV y Fernando VII en las
colonias de ultramar buscaran, en el ramo de la salubridad, y sobre todo, en el plano
urbano, el cambio arquitectónico y estético de la capital y de las demás ciudades españolas.
Este cambio incluyó también, como proyecto de mejoramiento espacial, el traslado de los
sepulcros a sitios ventilados; en este sentido, la iglesia, veía como se coartaba el antiguo
monopolio económico y espiritual del asiento de sepultura que estuvo bajo su dominio.
Otro de los aspectos que tenían en mente estos funcionarios, fue la obtención de recursos
monetarios manejados por el clero referente a diezmos y pago de entierros. En este aspecto,
el paternalismo dieciochesco configuró en el reinado de los Borbones una forma de
autoridad y protección semejante a la de un padre de familia, controlando los aspectos
políticos, religiosos y culturales de sus posesiones y asimismo, cómo el Regalismo
defendió ciertas prerrogativas de los reyes en asuntos eclesiásticos.
La centralización administrativa, fue uno de los motivos en los cuales se orientaba la
política reformista; en este sentido, los ministros de Carlos III no buscaban abolir las
instituciones tradicionales de los Habsburgos, sino transformarlas para que sirvieran a otras

176
Michel Foucault, “Historia de la medicalización”, citado por Jorge Márquez Valderrama, “La medicina
urbana en Medellín a finales del siglo XIX”, Ciudad, miasmas y microbios. La irrupción de la ciencia
pasteriana en Antioquia, Colección Clío, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, Facultad de Ciencias
Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2005, p. 101.
177
Sobre el debate surgido en España y localidades extremeñas, véase Mercedes Granjel y Antonio Carreras
Panchón, “Extremadura y el debate sobre la creación de cementerios: Un problema de salud pública en la
Ilustración”, Norba. Revista de Historia, Vol. 17, Universidad de Extremadura, 2004, p. 79 y ss. Disponible
en: http://www.dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1158934. Pdf. Consultado el 10 de agosto de 2009.
95

finalidades; quizás fue este aspecto uno de los puntos de rechazo en todos los niveles, de la
población en las colonias acostumbrados a las políticas autoritarias e “independientes” de
los Habsburgos.178 Estos niveles de abstracción administrativa favorecieron el cambio que
se quería desde la cima de la administración virreinal, que desde el mismo territorio
español, especialmente en una pequeña comarca del País Vasco, comenzó con el proceso de
laicización de los enterramientos y traslado de los cementerios que había comenzado en
Francia hacia 1737 expandiéndose, posteriormente, a las posesiones de ultramar.

7.1. La epidemia en Guipúzcoa, País Vasco

En 1781 ante la propuesta del influyente José Moñino, conde de Floridablanca,179 el


Consejo de Castilla comenzó las diligencias sobre el establecimiento de cementerios. Tal
proyecto coincidente con los que se venían desarrollando simultáneamente en el resto del
continente, y que no fueron del total agrado de los obispos de las diferentes diócesis, ya que
como lo hemos mencionados líneas atrás, esto significó la disminución de los recursos
económicos en el ramo fúnebre. No sólo la razón económica fue un factor determinante
para estas decisiones, sino también las distintas valoraciones que hicieron del problema
funcionarios ilustrados, eclesiásticos y seglares se orientaron en torno a las ideas
ambientalistas muy difundidas en Francia; en este sentido, el rey con su consejo de
ministros, quiso el bienestar de la “salud” pública para los súbditos.
Ahora bien, la epidemia surgida en Pasajes (Guipúzcoa), en marzo de 1781, fue el
detonante de las medidas adoptadas en esta materia. A raíz de la mortandad producida por
ésta y cuyas causas se achacaron a los pestilentes efluvios que salían de la iglesia y
teniendo en cuenta sucesos parecidos, Carlos III remitió, el 24 de marzo de 1781, una orden
al Concejo de Castilla para que medite y discurra el modo más eficaz para controlar la
mortandad que se vivió en aquella comarca. Fue este el inicio de la actividad que continuó

178
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… En Córdoba del Tucumán. Costumbres
sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-2, Bogotá, enero-diciembre, 2005, p. 15.
179
Uno de los ministros más cercanos a los reyes Carlos III y Carlos IV, nació en Murcia en 1727. En 1766
fue nombrado por Carlos III fiscal del Consejo de Castilla. En 1777 sustituyó a Grimaldi en la secretaría de
Estado. La política de Floridablanca se caracterizó por un reformismo ilustrado que, a excepción de su ya
conocida intervención sobre el tema de los cementerios, embelleció a Madrid, construyó el Observatorio
Astronómico, el Gabinete de Historia Natural, creó el Banco de San Carlos y la Compañía de Filipinas. Carlos
IV lo ratificó en su cargo hasta 1792. Falleció en Sevilla en 1808.
96

en la Sala de Gobierno del Consejo entre 1781 y 1786. En estos cinco años de debate, una
de las primeras medidas ejecutadas por este monarca, fue prohibir definitivamente la
exhumación de civiles, a excepción de hombres de rango religioso o perteneciente a la
nobleza, quienes sí podían ser depositados en el interior de los templos, (real cédula de 3 de
abril de 1787). Esta medida buscaba en el fondo no sólo el bienestar de la población, la
salubridad pública o los réditos económicos, sino también, y como resultado del proceso
histórico de secularización que experimentaba la sociedad europea a fines del setecientos,
restarle poder a la Iglesia en cuestiones fúnebres y traspasar éstas a manos de la autoridad
civil.180
Las disposiciones reales emanadas desde Madrid y Aranjuez, no surtieron el efecto
que los monarcas Borbones (desde Carlos III hasta Fernando VII) desearon en las ciudades
españolas como en sus colonias. Este período de reformas, que abarcan alrededor 40 años
(1770-1810) son un claro ejemplo de cómo no fue fácil la batalla contra ésta antigua
costumbre. Quizás los problemas de orden económico de ambos estamentos (civil y
eclesiástico) pero también, los de naturaleza espiritual, retardaron la efectiva aplicación de
las leyes en la mayoría de las ciudades que no verían crecer hasta bien entrado el siglo XIX.
No obstante, dos de las razones ayudaron en la consolidación de los cementerios, el
primero, el aumento de la población y el segundo, la frecuente aparición de epidemias,
como la fiebre amarilla o viruela que generaban una alta mortandad y que contribuyeron,
momentáneamente, a la práctica de esta nueva costumbre.181
El afán de prohibir la sepultura en los templos fue varias veces señalado por estos
reyes en las diversas órdenes reales: tres a finales del XVIII: la del 9 de diciembre de 1786,
3 de abril de 1787 y 27 de marzo de 1789; dos a principios del XIX: 30 de julio de 1803 y
15 de mayo de 1804 demostraron lo deseosos que estaban los monarcas por eliminar esta
práctica.

180
Ana María Quesada Acosta, “Un espacio para la muerte. El cementerio de las Palmas en el siglo XIX”,
Imágenes de la muerte: estudios sobre arte, arqueología y religión, Domingo Sola Antequera, coordinador, 1ª
edición, Universidad de La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, España, 2005, p. 293. Consúltese también la
Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, (s.i.), 1805-06, libro I, título III, legajo 5, p. 18 y ss.
181
Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, (s.i.), 1805-06, libro I, título III, legajo 5, p. 18.
97

Con Carlos III (1759 – 1788) se inicia el largo proceso de prohibición que culminará
con la real cédula de 1804. Las primeras resoluciones: la del 9 de diciembre de 1786,182 y la
real orden de erección de cementerios del 3 de abril de 1787, consecuencia del reglamento
dictado el 9 de febrero de 1785 para el Sitio de San Ildefonso, sobre “restablecimiento de la
disciplina de la Iglesia en el uso y construcción de cementerios según el ritual romano”, no
tuvo el resultado en España como en las colonias, luchar contra la mentalidad de los
habitantes no fue tarea fácil. La implementación de la norma fue tan diferente como el
sentido espacial que se tenía entre campo y ciudad; en el caso de Medellín, en una ciudad
que en las cuatro primeras décadas del siglo XIX venía ampliando el perímetro urbano, los
habitantes de los arrabales y aquellos ubicados mucho más distantes del casco urbano,
percibidos como disolutos, festivos y dicharacheros y quienes vivían desparramados, el
mensaje evangelizador no llegó con la fuerza que sí se manifestaba en los púlpitos de los
templos de las ciudades, menos el significado de esta normativa. Mientras en la villa la
feligresía aceptaba, momentáneamente, la inhumación en campo abierto, debido a la peste
de viruela que azotó a los barrios de San Lorenzo y San Benito en 1802.183
Después de ceñir la corona de su padre, Carlos IV (1788 – 1808) en la Real Cédula
expedida en Madrid el 27 de marzo de 1789 y bajo la influencia de la Junta Suprema de
Estado (1788-1792) presidida por Floridablanca, se hizo más notoria la exigencia de
prohibir los entierros ad sanctos. En esta disposición (1789) se exhortaba a todos los
diocesanos y vice patronos de Indias para que hicieran una relación del estado de fábricas
de sus iglesias y, dependiendo de ello, de las circunstancias territoriales en lo referente al
número de habitantes y fondos disponibles que, según se evidencia en esta última petición,
manifestaba la disponibilidad de fondos píos suficientes para garantizar o no el
establecimiento y construcción de cementerios fuera de poblado,184 pues el soberano era
consiente de la diversidad americana, de lo extenso de sus dominios y de la necesidad de

182
Esta resolución fue a solicitud del infante don Gabriel, quien por real orden del 11 de junio de 1786 pidió a
Su Majestad, la construcción en su priorato de un cementerio que fuese ejecutado con recursos de la renta de
propios. Véase, Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, (s.i.), 1805-06, libro I, título III,
legajo 5, p. 19.
183
Según el historiador Roberto Luis Jaramillo, en la parroquia de San Benito, por ejemplo, después de
pasada la peste, se retornó a la inhumación dentro del templo hasta 1819. Véase, “Notas al Carnero”, No. 199,
en: José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo,
Medellín, 2 edición, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2006, p.
199. O confróntese AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Informes, Tomo 47, folio 339r.
184
AHA, Fondo Colonia, Serie Reales Cédulas, Tomo 3, Doc. 157, folio 218r.
98

atender a las especificaciones en cada caso, como lo hacía el derecho casuístico que
aplicaba.
Quince años después, el 15 de mayo de 1804, se despacha desde Aranjuez, a las
provincias de Cuzco (Perú), en San Cristóbal de La Habana y México, la circular que
reglamentaba la puesta en marcha de la ejecución de tales recintos. En esta oportunidad, se
comprobaba el interés de Carlos IV y la corte de funcionarios ilustrados por mandar copias
con diseños de cementerios para sus colonias, que como los dos cementerios generales de
Madrid, construidos en 1809, pudieron servir de pauta para la ejecución de otros. El plano
de cementerio propuesto para las Indias por don Francisco Requena (1743-1824)185
ministro de su consejo (ver plano 1) adjunto a la real cédula de 1804, evidenciaba un interés
para que arzobispos, obispos y vice patronos de las iglesias metropolitanas y catedrales de
sus posesiones tomaran como muestra para sus parroquias.
La descripción del modelo de Requena, se ajusta al esquema de planta rectangular.
Los ejemplares hallados en otras geografías como Puerto Rico, Santo Domingo, Charcas,
Córdoba y México, proyectados por Manuel Tolsá, tuvieron dos versiones, uno para
cementerios de ciudades grandes y el otro para ciudades pequeñas,186 representan
imperceptibles diferencias en algún detalle o adorno, pero ninguno en la concepción del
trazado propuesto por Requena. Tal modelo consta de una entrada (A) con pórtico cubierto
(B) y una capilla en el extremo opuesto (c), a la que se ingresa por un cobertizo (g), con
sacristía (E) adosados, pero con ingreso independiente, había una habitación para el
capellán (D) a la derecha y un cuarto para el sepulturero (f) a la izquierda. En el diseño
propuesto por este funcionario se encontraban 3.740 sepulturas de una vara de ancho y dos
y medio de largo (poco menos de un metro por dos y medio), en un rectángulo de ochenta y
tres varas de frente por ciento cuarenta y cuatro de fondo.187 Simbólicamente, este proyecto

185
Francisco Requena se casó con doña María Luisa Santiesteban en la que tuvo seis hijos. Desempeñó cargos
militares durante treinta y cuatro años en los presidios de África, plazas de España y América meridional. En
1779 fue nombrado gobernador de Maynas, donde se desempeñó como comisario de la Comisión de Límites
con Portugal, por las nacientes del río Marañón. En 1801 era miembro del Concejo de Indias y asesor del
monarca en cuestiones gubernativas de América, momento en el que aconsejó la erección de una sede
episcopal en Maynas y en 1804 aparece nuevamente como autor del plano para cementerios en América. Cf.
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en Córdoba del Tucumán. Costumbres sepulcrales.
Siglos XVI-XIX”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-2, Bogotá, enero-diciembre, 2005, p. 21.
186
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en Córdoba del Tucumán. Costumbres
sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, 2005, p. 22.
187
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en Córdoba del Tucumán. Costumbres
sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, 2005, p. 22.
99

tiene según la forma, un significado propio, pues el cuadrado representa la tierra y el


círculo el cielo, sumado a que por razones higiénicas se prefería la línea curva porque se
consideraba que en las esquinas podían concentrarse impurezas.188
Todo esto para afirmar que, el trazado de los camposantos de la primera mitad de dicho
siglo, no responde a un modelo único, ni tampoco su cumplimiento se dio de manera
inmediata debido a las condiciones económicas que presentaban los parajes cercanos a
Medellín.189 Un caso ilustrativo es el informe de la parroquia de San Cristóbal, suscrito por
el presbítero Pedro José Pérez de Restrepo al encargado de la ejecutoria de estas mandas, el
gobernador don Francisco de Baraya y la Campa, manifestando no poseer dinero suficiente
para financiar la construcción. En diciembre de 1789, Pérez de Restrepo manifestaba lo
escaso de recursos económicos con que contaban los feligreses en estas palabras:

“(…) indagar los fondos sobrantes que tiene la fábrica de esta santa iglesia parroquial,
como fundamento primario para la obra que se va a construir, y he hallado tanto por
informe pasado del reverendo padre cura de esta doctrina como por el que le antecedió
con inspección de los libros parroquiales y he hallado por cosa cierta sin cosa de
contrario, el que dicha fábrica no tiene absolutamente caudal ninguno sobrante, ni
tampoco para subsistencia goza de fondos ningunos, pues aun para la prensión ganan de
(ilegible) han tenido los curas que sufragarlo de sus cortas rentas por que el corto ramo de
roturación de sepulturas no satisface porque los feligreses son absolutamente pobres y
carecen de sufragios y si paga uno y otro es con el tiempo y no muchas veces en el dinero
si no con frutos de su subsistencia (…). ” 190

Oficios como éstos expresan la dificultad para ejecutar dichas obras y quizás, la
persistencia de esta situación durante las décadas del siglo XIX en otras fracciones. Es muy
importante señalar también el aporte que el cuerpo médico ejecutó en los reales mandatos,
quienes en las comitivas expresaban su consentimiento sobre el uso de cementerios en
sitios ventilados para el bienestar general. En Medellín, hacia 1806, la asesoría de don José
Joaquín Gómez resultó determinante en la fundación del cementerio en las vice parroquias
de San Lorenzo viejo y San Benito.191 Para esta última, y según lo referido por el

188
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en Córdoba del Tucumán. Costumbres
sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, 2005, p. 22.
189
Ana María Quesada Acosta, “Un espacio para la muerte. El cementerio de las Palmas en el siglo XIX”,
Imágenes de la muerte: estudios sobre arte, arqueología y religión, Domingo Sola Antequera, coordinador, 1ª
edición, Universidad de La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, España, 2005, p. 294.
190
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Procesos, Tomo 42, folios 28v. – 29r.
191
En la Nueva Granada también fue importante la labor médica que, como en Mompox, ejerció don José
Celestino Mutis el 27 de noviembre de 1789; Miguel de Isla, en Santa Fe en 1792; Sebastián López Ruiz,
Antonio Froes y Santiago Vidal en 1790 en la misma ciudad. Véase Adriana María Alzate Echeverri, El
100

historiador Roberto Luis Jaramillo, Francisco José Bohórquez mandó trazar el plano para
San Benito, plano que según Jaramillo aun se conserva, quizás no siguiendo el modelo
propuesto por Francisco Requena para una villa de 20.000 habitantes.192
Esta nueva disposición real, si bien produjo en los habitantes un sentido de prevención
frente al peligro de los efluvios pestilentes que azotaban los poblados, no se reconoció de
manera tajante tal disposición, el caso aludido de la peste en la Villa y las mandas señaladas
en los testamentos acerca del lugar donde se iba ser sepultado muestran que hasta los años
de 1837-38 el espacio favorito era el interior de los templos;193 tampoco manifestaron cierta
actitud frente a las ideas higienizantes y laicas retomadas por el nuevo gobierno; se trató
más bien, de la persistencia de cierta mentalidad frente a la muerte a pesar de la
normatividad que se quiso imponer desde la península ibérica y que retomó la
administración republicana, realizando una campaña de persuasión para que los
medellinenses y en general la población del país, consideraran la posibilidad de ser
inhumados fuera de las iglesias.194

7.2. En Medellín también se perciben los efluvios

Los argumentos esgrimidos por los monarcas de la casa de Borbón en sus reales
órdenes en el ramo de la higiene pública, esto es, en el control de enfermedades infecciosas,
en la prohibición de inhumar dentro de los templos y en el traslado de éstos a sitios
ventilados, buscaron, entre sus múltiples fines (utilitarios, económicos y control social)
eliminar la antigua costumbre de enterramiento en lugares consagrados. La circular se hizo
extensiva a toda la provincia de Antioquia. Por orden del obispo Ángel Velarde y

imperativo higienista o la negación de la norma. Una historia de la recepción del pensamiento higienista de
la ilustración en la Nueva Granada (1760 – 1810), París, (s.i.), 2001, p. 94. Informe final presentado a la
Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología del Banco de la República.
192
Roberto Luis Jaramillo, “Notas al Carnero”, No. 199, en José Antonio Benítez, Carnero de Medellín,
Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo, Medellín, 2 edición, Colección Biblioteca Básica
de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2006, p. 428.
193
Gloria Mercedes Arango, “La mentalidad religiosa en Antioquia. Prácticas y discursos, 1828 – 1885”,
Tesis de maestría en Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de
Colombia, Sede Medellín, 1993, p. 298.
194
Ana Luz Rodríguez González, Cofradías, capellanías, epidemias y funerales. Una mirada al tejido social
de la Independencia, Bogotá, Banco de la República/ El Áncora Editores, 1999, p. 210.
101

Bustamante se mandaron comunicaciones exhortando a todas las parroquias hacer una


evaluación económica y social.195
En la Villa se hizo más notoria la urgencia de trasladar los cuerpos a sitios ventilados
porque la población residente en ella, padeció los terribles efectos de la fiebre amarilla y el
sarampión hacia 1795 y, sumado a ello, las referencias que sobre olores pestilentes y
nocivos emanados de las tumbas de la iglesia de la Candelaria fueron de persistente motivo
de intranquilidad entre los sacerdotes y los feligreses que asistían a las homilías. Aunque la
política de control de la higiene no fue tan “eficaz” y continuada como a finales del siglo
XIX, con la creación de la Academia de Medicina, en 1887, es evidente que desde la
“observancia” de las reales cédulas y la política ilustrada de Francisco Silvestre y Juan
Antonio Mon y Velarde se crearon los antecedentes en la formación de una estrategia o
normatividad del saneamiento de sitios insalubres, entre ellos: la desinfección del interior
de los templos y el control de restos óseos, cercado de tapias y corte de hierba de los
camposantos, como forma de mejorar el ambiente por el que transitaban los vivos.
En 1795, la peste de sarampión que azotó la Villa cobró, según el cronista y escribano
José Antonio Benítez, la recaída de mucha gente, entre ellos a Francisco José y a
Celedonio, a don José Miguel de la Sierra y a muchos otros.196 Estos padecimientos fueron
recurrentes hasta la peste del año 1784, cuando el índice de crecimiento poblacional de la
Villa disminuyó notablemente, siendo don Juan Carrasquilla, hacia 1804, el primero en
aplicar (inocular) la vacuna de la viruela a niños y personas sin distinción. Cabe resaltar,
antes de presentar la principal consecuencia de estos brotes epidémicos, que la experiencia
inicial de propagación de la vacuna fue recuperada y continuada en 1805 cuando se
estableció, en el gobierno del virrey Antonio Amar y Borbón (1800-1810) la
reglamentación que ordenaba la creación de nuevas juntas. Esta propuesta fue recibida
inicialmente el 6 de mayo de 1805 y, diecinueve días después, fue aceptada e instalada en la
capital de la provincia, obviamente, extendiendo su función en Medellín. La junta
provincial en Antioquia publicó bandos de sanidad sobre higiene pública y cementerios. 197

195
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Procesos, Tomo 34, folio 404r.
196
José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo,
Medellín, 2 edición, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2006, p.
177.
197
En algunas poblaciones de Antioquia, como en Rionegro, por ejemplo, hubo juntas de sanidad, con la
colaboración del clero en Buriticá, San Jerónimo y San Pedro. Véase Renán Silva, Las epidemias de viruela
102

Siguiendo con los efectos originados por los efluvios, en septiembre de 1802 fue
enviada una nota al cabildo exponiendo los terribles efectos que el contagio cobró en los
habitantes de la villa. Este acontecimiento, atribuido a los entierros que se hacían en la
“iglesia matriz” (la Candelaria) y de cuyo templo emanaban los efluvios pestilentes
producto de la corrupción de los cuerpos. Las razones técnicas, esgrimidas por éstos,
aducían la poca duración de los ladrillos que al momento de realizar la exhumación se
volvían pedazos ocasionando con ello la dificultad de volverlos a pegar, produciendo en el
piso un desnivel notorio; y sumado a ello, el sobrante de la tierra de cada sepultura que
regándose, por efecto de las pisadas de los feligreses en todo el templo, produce un
“costrón de inmundicia”,198 en síntesis, el pavimento de los templos denotaba humedad y
poca ventilación, no hallándose lugar sano en las demás vice parroquias para hacer nuevas
excavaciones -decían los funcionarios-,199 afectando a las personas que concurrían a las
misas y demás funciones, incentivó entre los funcionarios, encabezado por el cura
Francisco José Bohórquez entre otros, la construcción de un cementerio tal y como fue
recomendado por Carlos III. Los interesados en esta obra pedían que mientras se construía
el camposanto, se repartieran entre las vice parroquias de San Lorenzo y San Benito el
crecido número de occisos,200 tomando como ejemplo los entierros practicados por su
antecesor, don José Antonio de Posadas. En ellas se recomendaba a los sepultureros, cavar
las fosas en el interior de los templos a una profundidad de vara y media para evitar así, el
más severo contagio.201
La respuesta de esta nota no se hizo esperar, y dos días después, el 9 de septiembre de
dicho año, el prelado autorizaba la repartición de cadáveres en las mencionadas vice
parroquias usando la amplia jurisdicción que como párroco tenía y justificando la actuación
a pesar de la reticencia, según él, “del vulgo ignorante que no percibe el beneficio de

de 1782 y 1802 en el virreinato de Nueva Granada: contribución a un análisis histórico de los procesos de
apropiación de modelos culturales, 2ª edición, Medellín, La Carreta Editores, 2007, p. 36.
198
AHA, Fondo Colonia, Tomo 615, Doc. 9764.
199
AHA, Fondo Colonia, Serie Reales Cédula, Tomo 3, folio 224r. Año 1806.
200
Es de anotar que allí, los fieles pagaban derecho a colocar silla o banca para ser sepultados posteriormente,
pero si morían víctimas de una peste o quedaban debiendo el derecho, eran enterrados en el atrio.
Excavaciones realizadas en el atrio de la iglesia de la Candelaria, en la década del 90, se encontraron
numerosos cuerpos sepultados; esto nos indica la condición socio-económica de la persona enterrada y la
posible causa de muerte ya sea natural o por contagio.
201
Entre los subscritores de dicha misiva, correspondiente al 7 de septiembre de 1802 al cabildo, se
encontraban, Víctor Salcedo, José Antonio Soto, José Rodríguez Obeso, José Joaquín Tirado y Francisco
Ramos. AHM, Fondo Colonia, Serie Informes, Tomo 47, folios 339r. - 340v.
103

semejantes disposiciones, y la nota con imprudencia vituperando lo que es digno de elogio,


hasta tener algo de razones…”.202 El visto bueno de éste sacerdote fue acompañado de un
discurso o cuerpo de términos, donde reflejaba el cambio de mentalidad que se venía
operando en aquella época frente al traslado del escenario sepulcral. Expresiones como
“naciones cultas” y bienestar a favor de la “salud pública” son términos que, a pesar de ir
en contravía en la manera de pensar de un gran sector de la población, comenzaban a
transformar la concepción frente al más allá; los conceptos de higiene y prevención
comenzaban a ser vistos como civilizatorios e introductorios de una nueva concepción
frente al cadáver, a la protección divina, y al manejo de epidemias, sin olvidar que ésta
necesitaría de mucho tiempo para ser interiorizada entre la gente del común.

7.3. El cementerio adosado al templo de San Benito

El historiador francés Philippe Ariès, en su reconocido tratado sobre la muerte, expone


que ante los imperativos demográficos: aumento de la población, que se manifestaba en las
postrimerías del siglo XVIII, las parroquias quisieron tener dos cementerios, uno de ellos
adyacente o al menos cercano para los ricos, quienes asistían a algún funeral de cuerpo
presente; y otro, alejado para los pobres que no pasaban por la iglesia e iban directamente a
la fosa común.203 Esta afirmación, muy cercana a nuestro acontecer local, también se
manifestaba en la vida cotidiana de los templos de la Villa.
En este sentido, la Candelaria no fue el único lugar destinado para la sepultura, en el
antiguo templo de San Benito, en la vice parroquia del mismo nombre, también se realizó
esta práctica. Recordemos que el oficio dirigido al cabildo por los funcionarios
preocupados por subsanar el padecimiento que causaba la epidemia, recomendaba
incrementar el número de entierros en estas viceparroquias. Especialmente, en San Benito
comenzó desde el año 1802, a re-construirse el santuario. Según refiere Benítez, el 1 de
diciembre de dicho año, se comenzó a romper los cimientos para la reedificación de la
iglesia. Un año después, el 1 de enero de 1803, el templo comenzaba a tener forma material
con la armazón de tapias en sus costados. Esta obra auspiciada por el presbítero y

202
AHM, Fondo Colonia, Serie Informes, Tomo 47, folio 340v.
203
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Traducción del inglés por Mauro Armiño, Madrid, Taurus
Ediciones, 1993, p. 267.
104

mayordomo de fábrica don José Antonio Naranjo y Gómez y construida por el albañil José
Muñoz, veía en la reconstrucción un aporte al bien de la República y consagrada al culto de
San Benito y Nuestra Señora de las Mercedes. Finalmente el templo se inauguró el 16 de
octubre de 1803.204 Esta ermita tuvo como resultado de la peste y de las gestiones
adelantadas por estos personajes, el primer y efímero cementerio general de la villa,
prohibiéndose igualmente, la sepultura en el interior del mismo.
Contiguo al templo y en frente de la calle Real, se construyó, según lo manifestado por
Naranjo y Gómez, un cementerio “cercado en redondo” y receptor de los cadáveres “que a
proporción le cupiesen” con el fin de que allí (en la iglesia) se suspenda el depósito de
cadáveres manteniéndose el interior de la misma en la mejor decencia y aseo. Por ello
suplicaba a la máxima autoridad eclesiástica, representada en Juan Salvador de Villa y
Castañeda, ratificar la utilidad de esta erección con las debidas proporciones y suficiente
capacidad siendo esta orden, extensiva a las demás vice parroquias. Para ser efectivo tal
dictamen, se procedió a designar un grupo de evaluadores para observar las condiciones del
lugar señalado para el cementerio. El veredicto fue favorable en lo referente a las
dimensiones del lugar, la construcción de tapias y existencia de un acceso que ante el
crecido número de muertes causadas por la peste era idóneo para tal fin.
La existencia de este camposanto fue de corta duración; en oficio dirigido por el
procurador general, don José María Villa, a las autoridades del cabildo, se enunciaban los
problemas presentados: la falta de cuidado, motivo por el cual, el mayordomo lo mantuvo
cerrado provisionalmente; su cercanía al casco urbano en detrimento de la sanidad pública;
el poco espacio disponible para hacer exhumaciones (de 15 a 20 máximo) y a más de su
estrechez, lo rocoso del terreno.205 En este sentido, la gente continuó enterrando niños y
adultos dentro de San Benito hasta 1819 y en los demás templos como San Juan de Dios y
el Carmen hasta 1824, según reclamo del gobernador de turno don José Miguel de la
Calle206 desconociendo los mandatos reales (Reales Cédulas) y estando en construcción el
cementerio general.

204
José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo,
Medellín, 2ª edición, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2006, p.
428.
205
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Procesos, Tomo 74, folios 235v. – 236r.
206
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., Documentos y Estudios para la historia de Medellín, Medellín, Concejo
Municipal de Medellín, 1975, p. 726.
105

El lugar donde fue construido el camposanto anejo al templo de San Benito, fue
ampliado pocos años después en esta misma vice parroquia, al perecer, y según lo
atestiguan los documentos de la época, se trasladó o mejor, se desligó del templo para ser
construido en un terreno alejado, ventilado, espacioso y siguiendo el modelo aportado por
don Francisco Requena, diseño que como hemos mencionado líneas atrás, lo mandó
esbozar el cura Bohórquez en 1806, ¿similar o diferente al adjunto en la real cédula? No lo
sabríamos confirmar, aunque dicho historiador diga que éste aún se conserva.
La existencia de este camposanto a sido minimizada por las investigaciones más
recientes que han tratado de restarle importancia a este primer “acatamiento” de sepultura
extramuros, quizás por desconocimiento o descuido. Si bien su superficie fuese pequeña y
su existencia efímera, la breve duración o fracaso obedeció en parte a la rigidez mental de
los habitantes respecto a la muerte y al juicio final, ya que al ser este camposanto de
connotación popular, las familias adineradas se negaban a ser enterradas en él y en este
sentido, aplacada la epidemia, se continuó con la antigua costumbre. Después de la
transitoria vida de este camposanto, los principales vecinos (los más adinerados) pensaron
construirlo más alejado, en un solar ubicado en el paraje de La Barranca, cerca al convento
de las carmelitas. Este proyecto se abortó por las desventajas que ofrecía, por no estar
situado en el costado norte y por estar muy próximo al casco urbano. Descartado éste, el
cabildo, teniendo muy presentes las órdenes reales (27 de marzo de 1789 y 15 de mayo de
1804) de sus majestades, el beneplácito del obispo diocesano y del gobernador, Francisco
de Ayala, procedieron a levantar oficios y diligencias para hacer efectiva tal disposición.
En bien del beneficio de los conciudadanos, de la sanidad y del ejemplo que
deberían seguir las naciones cultas -decía la proclama- el cabildo designó, el 6 de
septiembre de 1806, a miembros influyentes para jurar y considerar la necesidad de
establecer cementerios fuera de los templos. La ilustre junta quiso que éstos expusieran lo
beneficioso y útil del proyecto; se nombró a don José Joaquín Gómez, abogado de la Real
Audiencia, a don Francisco José Ramos y al contador de la real renta de tabacos y pólvora,
el español, don Rafael Gónima y Llanos para tales fines. Los cuatro coincidieron en sus
declaraciones con los nocivos efluvios emanados de las prácticas sepulcrales hechas al
interior de los templos, asimismo, convenían sobre el crecimiento poblacional que
106

experimentaba la villa, -20 mil almas207- estimadas por Ramos y que definieron la
separación topográfica, según P. Ariès, entre la muerte de los ricos y la de los pobres en dos
tipos de espacios: en la iglesia y sus anexos para los primeros y alejado y suburbano para
los segundos, segregación que anunciaba el período contemporáneo208 con la denominación
que posteriormente hicieron de “cementerios de los pobres” para San Lorenzo y
“cementerios de los ricos” para San Pedro.
Otra comisión, denominada “Junta de Sanidad” encabezada por el alcalde ordinario
de primer voto, don José María Jaramillo, el regidor, don Miguel Gaviria, el alcalde mayor
provincial, don José Joaquín Tirado y el procurador general, don Ildefonso Gutiérrez se
encargaron de dar el visto bueno al terreno elegido. Dado el consentimiento, se procedió
adquirir el terreno perteneciente a doña Micaela de Cárdenas, situado “en la otra banda de
la quebrada de Santa Elena” (hoy Juanambú con Carabobo) por medio de una comisión
integrada por los señores Esteban Ramos, José Joaquín Tirado, Ildefonso Gutiérrez, José
Manuel Restrepo, José Miguel Trujillo, Juan Esteban Restrepo Puerta y Francisco López
quienes en un principio estimaron su precio en ochenta castellanos cuadra, además de
calcular la longitud y latitud que debe ocupar dicha obra.209
Conforme a lo dictaminado en el punto quinto de la Novísima recopilación de las leyes
de España, estos debían costearse con las rentas de fábrica de iglesias y los dineros
aportados por los súbditos pudientes como también, al conjunto de habitantes de las
localidades para que contribuyeran en la medida de sus capacidades a tal propósito. Aunque
la realidad en esta villa era otra, lo económico pesó mucho en la ejecución de estas obras
llegando a suspenderse durante muchos meses por falta de fondos. Atrás hemos
mencionado cómo, el oficio mandado por el cura de la pobrísima parroquia de San
Cristóbal al cabildo, en el cual exponía la situación de pobreza, casi franciscana, de los
habitantes y la escasez de fondos de la fábrica se agregaba la apatía por invertir en esta
tarea. Este ítem mandaba a:

“(…) costearse con los caudales de fábrica de las iglesias, si los hubiere; y lo que faltare
se prorrateará entre los participes en diezmos, inclusas mis Reales tercias, Excusado, y

207
Estimación exagerada. Nos basamos en el censo que levantó el visitador Mon y Velarde en 1786, calculada
en 5.000 la población de la villa.
208
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Traducción del inglés por Mauro Armiño, Madrid, Taurus
Ediciones, 1993, p. 267.
209
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Procesos, Tomo 74, folios 151r. - 154r.
107

fondo pío de pobres; ayudando también los caudales públicos con mitad o tercera parte
del gasto, según su estado, y con los terrenos en que se haya de construir el cimenterio,
(sic) si fueren concejiles o de propios.”210

Las numerosas vicisitudes por la que pasó la ejecución de este proyecto, vicisitudes
de orden económico y mental tardaron en materializarse entre 1808 y 1809. En el
transcurso del proyecto y tomando en cuenta los informes rendidos por los curas años atrás,
no sólo de San Cristóbal, sino de Hatoviejo, Pedregal, Santa Gertrudis de Envigado,
Copacabana, La Estrella, se previno levantar un expediente que diera cuenta de lo aportado
por los “vecinos y feligreses más principales y más pudientes” de la villa. En cabildo
abierto el 29 de febrero de 1808 se mandó al vicario superintendente, a fin de que haga una
junta entre el clero para realizar una manda “tan piadosa” y remitir las cantidades al
mayordomo de fábrica, José Obeso y al superintendente, Alberto María de la Calle, dando
razón del número de contribuyentes y de los materiales donados. En cuatro meses: de enero
a abril, se verificaron las diligencias practicadas con su producido (ver cuadro 2). De lo
aportado por los 151 vecinos para la construcción del cementerio, se contabilizaron 6.000
tejas, 50 piedras labradas, ocho peones para laboreo cada semana, un oficial de tapias y un
total de 1.227 pesos con seis castellanos de los cuales 54 castellanos fueron entregados a
doña Micaela Cárdenas por valor del solar adquirido.211
Otro de los obstáculos que venimos mencionando a lo largo del texto es la aversión de
cambiar una costumbre tan antigua que estaba bien interiorizado en la mente de los
medellinenses; en este sentido se realizaron dos cabildos abiertos para tratar de convencer a
la gente de los beneficios de esta normativa, tarea nada fácil para los funcionarios y
párrocos. El informe dado por el cura el 11 de febrero de 1808 exponía, a pesar del
generoso aporte realizado por los habitantes, bien sea en dinero, en materiales, en días de
trabajo o en peones, lo difícil que era persuadirlos; el cura, Juan José Bohórquez, declaraba
al cabildo en dicha fecha lo arduo que resultaba: “que el común de las gentes, aunque más
se le ha persuadido lo benéfico y útil del cimenterio (sic), la miran con un género de horror
por la costumbre que ha habido de ser sepultados en los templos.”212

210
Libro I, Título III, Ley I, p. 19. El énfasis es nuestro.
211
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Procesos, Tomo 74, folio 157r.
212
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Procesos, Tomo 74, folio 151r.
108

Manifestaba, además del temor que causaba el cambio de sepultura, el mal estado del
templo producido por la continua excavación de sepulturas, ya que los sepultureros sacaban
las piedras de los cimientos que sostenían las paredes dejando el santuario a punto de
venirse abajo. Finalmente, después de siete años (1802-1809) y tras numerosos
inconvenientes de orden económico, el 12 de octubre de 1809, los funcionarios, reunidos en
la sala capitular, lo entregaron formalmente al cura, Juan Salvador de Villa y Castañeda, al
mayordomo de fábrica y al capellán del cementerio de San Benito. De su estructura, se
entregó y con plena autonomía, el muro, que sirve de resguardo al lugar sagrado (la iglesia),
su puerta mayor y el cerrojo de seguridad que, con asistencia del sacerdote y el clero en
pleno, procedieron a la bendición, -según lo previene el ritual romano- del lugar el 20 de
julio de 1809213 para el enterramiento de su feligresía y dar fin a la sepultura en la iglesia,
dando las boletas respectivas para estos efectos siendo ellos los responsables de abrir, cerrar
y asignar sepulturas.214 El cementerio pues, debió inaugurarse incompleto, ya que los
presbíteros Vicente Sánchez y Alberto María de la Calle, hicieron, el 3 de octubre de 1817,
una nueva convocatoria y crearon una comisión de cuatro personas (ver cuadro 3) para
pedir limosna voluntaria cada sábado en el marco de la Villa, recaudo que sería entregado a
don José Antonio Mora.215
El primero en ser enterrado, el 14 de septiembre de 1809 y a las cuatro de la tarde,
según Luis Latorre Mendoza, fue el cadáver de Juan José Yarce Amézquita.216
Después de inaugurado el camposanto y ser lugar de numerosos entierros, las
deficiencias estructurales y los reiterados entierros dentro de las iglesias, fueron decisivos
en la creación de uno nuevo que reemplazara al existente y que tuviera una mayor
capacidad para albergar cadáveres. En aquel entonces la ciudad estaba aumentando su
población, sobre todo en la fracción de San Lorenzo, se comenzó a ver que el anterior era
pequeño y ya no podía recibir a los cada vez más numerosos cadáveres. Con el
establecimiento de los efímeros cementerios antes referidos, se inicia un proceso de cambio
en la actitud frente a la muerte que será cristalizado en la apertura de los dos nuevos

213
A la bendición concurrieron los curas, Alberto María de la Calle, don Francisco José Bohórquez,
Francisco Saldarriaga, José Antonio Naranjo, Juan Francisco Vélez y los señores José Joaquín Tirado, alcalde
mayor, José Miguel Trujillo y Gabriel López de Arellano, escribanos.
214
AAM, M52 C5.
215
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 88, folio 118v.
216
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., Documentos y Estudios para la historia de Medellín, Medellín, Concejo
Municipal de Medellín, 1975, p. 727.
109

referentes de la ciudad: San Lorenzo y posteriormente San Pedro. Con la existencia de


ambos, se acepta el enterramiento extramuros. Por eso, el aparte referido a los primeros
cementerios muestra que la instalación de éstos no era aceptada de manera general entre la
población.

8. ORIGENES DEL CEMENTERIO DE SAN LORENZO

El 24 de diciembre de 1824, en tiempos del coronel Francisco Urdaneta, el cabildo


determinó ante las respectivas autoridades vender el viejo cementerio. El negocio se dio al
parecer, por su estrechez y por la ubicación: cercano al casco urbano. El designado para
realizar aquel negocio fue don José María Rodríguez, quien con el dinero obtenido lo
invertiría en una nueva edificación ubicada al suroeste de la ciudad, sobre una colina
cercana al paraje de San Lorenzo viejo, en donde existió la primera iglesia de su mismo
nombre.
Por estar ubicado en un sector suburbano que se pobló lentamente, desde principios
del siglo XIX, la idea no fue bien acogida entre los moradores por representar riesgos de
infección, ya que los fluidos de los cuerpos en descomposición podrían filtrarse y
contaminar las fuentes que explotaban los propietarios de las casas vecinas. Este conflicto
suscitó entre los vecinos y el cabildo el establecimiento de comisiones para dar solución al
impase con la dotación de una “paja de agua”. Finalmente y superado el problema, los
moradores del sector aceptaron el establecimiento del camposanto.217 Benítez, cronista de
Medellín y testigo presencial de aquel suceso comenta que hacia 1825 comenzó a edificarse
y, dos años después, en enero de 1827 no habiéndose terminado aún, se seguía sepultando
en el viejo.218
Al igual que su antecesor, en esta ocasión también se contó con la colaboración de los
principales vecinos, el primero en dar ejemplo fue el coronel Urdaneta (ver cuadro 4). Del
aporte de los 206 donantes se recogieron 398 pesos y 300 tejas entregadas por Luis
Palacio.219 Un año después, el 7 de enero de 1828, con bendición eclesiástica de Francisco

217
AMM, M52-C24.
218
José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Transcripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo,
Medellín, 2 edición, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2006, p.
155.
219
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Informes, Tomo 101, folios 348r. – 353r.
110

de Paula Benítez, el cementerio general de la Villa, denominado así en la época, se


inauguró con la inhumación de los finados don José María Tirado, doña María Antonia
Arcila y una niña de don Domingo Uribe.220 Posteriormente fue el lugar donde descansaron
las primeras comunidades religiosas femeninas de la ciudad: las Salesianas, las de la
Presentación, las Hermanas de los Pobres, Las Adoratrices del Señor y otras asociaciones
que se establecieron en la ciudad a lo largo del siglo XIX. Allí también fue sepultado, en
1850, el obispo Juan de la Cruz Gómez Plata; el cura que lo consagró, Benítez, fallecido el
6 de septiembre de 1871, el hijo del cronista José Antonio Benítez, también compartió
espacio por un breve período, y en cuyo honor se levantaron las dos célebres columnas; el
poeta del maíz, Gregorio Gutiérrez González, y Crispín Antonio Moreno, conocido como
Pichingo, el líder de una comunidad de gitanos cuya tumba se erige en el patio principal del
cementerio.221 Con este primer número de entierros, y las posteriores ampliaciones que
darían un mayor aforo empezó hacerse realidad la ampliación de dicho recinto. Tal
ensanche se pude constatar en el número de escrituras de compra de terrenos realizadas con
este fin en los años de 1845, 1847, 1873, 1901, 1906 y 1932.
En 1883, el cabildo ordena la apertura de la calle Girardot que conduce hasta el
portón del camposanto.222 Esto se hizo con el fin de subsanar la falta de vías de acceso, ya
que en la segunda mitad del siglo XIX, en un entierro, el coche fúnebre debía quedarse dos
cuadras más debajo de la entrada, pues el pantanero no permitía el paso. Así lo narra
Rodrigo Carvalho: “siguiendo de para arriba, lo más notable que se encontraba era la
entrada del camellón del cementerio el cual era un largo y ancho pantano por el cual se
tenía que andar sobre grandes piedras para llegar al cementerio”.223

220
Livardo E. Ospina, Una vida, una lucha, una victoria. Monografía histórica de la empresas y servicios
públicos de Medellín, Medellín, Editorial Colina, 1966, p. 76. Aunque Jairo Osorio Gómez, difiere en la
apertura oficial del cementerio mencionado en todas las crónicas, al sostener que una lápida más antigua,
encontrada en dicho recinto, fechada el 6 de enero de 1827 y ubicada en el costado superior oeste, con la
inscripción de Leticia Cadavid de L. lleva a confusiones. Es posible que la lápida pudiese ser trasladada al
nuevo de San Lorenzo, años después de inaugurado, por ello se tomó como fecha la versión tradicional de las
crónicas. Cf. J. O. Gómez, Niquitao: Asomadera, Camellón, San Francisco, Colón: Una geografía de cruces,
Medellín, (s. i.), 1998, p. 4.
221
Gloria Andrea Echeverri M., “Entierro de tercera. Entre tumbas, ruinas y cadáveres vive un pedazo de la
historia de la ciudad. El cementerio de San Lorenzo pronto será derruido”, La Hoja de Medellín, No. 52, abril,
1997, p. 1.
222
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Acuerdos, Tomo 229, folio 11r.
223
Rodrigo J. Carvalho V. “Niquitao”, Trabajo de pregrado en Comunicación Social-Periodismo, Universidad
Pontificia Bolivariana, Medellín, 1986, p. 33.
111

8.1. San Lorenzo, un “campo triste”

La falta de cuidado y la persistencia de entierros dentro de las iglesias, contribuyó al


continuo deterioro del recinto. La apatía del concejo para intervenirlo era evidente. Ocho
años después de inaugurado, en 1836, el síndico procurador Francisco Santamaría, decía a
la entidad que aún estaba por terminarse y “darle la decencia debida a un lugar donde
reposan las cenizas de otros pasados”, por eso solicitaba la formación de una comisión que
verificara el mal estado en que se encontraba para mantenerlo aseado. Para solucionar la
situación de abandono, Santamaría proponía la contribución de las ganancias que por
derechos de mortuorias obtenía.224 La solicitud no tuvo la respuesta afirmativa que éste
esperaba y cada día el cementerio amenazaba con ruina, hasta hacerse patente el peligro de
desplome de un muro postrero manifestado en una carta dirigida al concejo municipal, el 25
de junio de 1839, por el cura Francisco de P. Benítez. En éste apunte exponía el estado de
deterioro en que se encontraba la parte trasera: el efecto de las lluvias -decía- hizo que el
muro trasero amenazara con desplomarse. Sumado a este problema, también solicitaba la
ampliación del área pues aquel no era lo suficientemente espacioso para contener el crecido
número de cadáveres poniendo en riesgo la salud de la gente.225
En 1840, el recinto seguía en un estado de abandono; en los cuatro años, no hubo
quien se compadeciera de su deterioro, por ello, el detonante para tomar disposiciones
serias, fue la nota enviada al organismo el 3 de febrero de ese mismo año, por Agustín
Uribe, quien describía el lugar como “un muladar abandonado enteramente y en donde por
sus malezas tenían que abrirse paso para sepultar los cadáveres”; representación que iba
acompañada de la crítica que hacía Uribe a los funcionarios encargados de las obras
públicas y de caridad al no prestarle el menor interés a aquel “campo triste de depósito de
nuestros más tiernos y queridos objetos”.226
Cinco años después, el 6 de agosto de 1845, la nota fue respondida por los
funcionarios y por medio de la junta directiva de la fábrica comprobaron que este
necesitaba una pronta refacción. En consecuencia, estimaron el presupuesto necesario para
repararlo con el aporte compartido entre las rentas de fábrica y la corporación.227 En el

224
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Informes, Tomo 129, folio 107v.
225
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 145, folio 54r.
226
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 150, folio 197v.
227
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 168, folio 176r.
112

término de cuatro meses, la terna conformada por los albañiles, Floro Hernández, Francisco
Uribe y Fernando Muñoz calcularon el gasto para la refacción del camposanto.228
El mismo cura también fue partícipe, diecinueve años después, junto con los vecinos
del sector, en su mayoría artesanos, de la comisión reunida en julio de 1864, para denunciar
el deplorable estado de ruina en que se encontraba “el panteón de los pobres” como era
llamado San Lorenzo y con ello poder refaccionarlo como años atrás se había solicitado.
Con el objetivo de crear una delegación encargada de restaurarlo, se creó la denominada
“Junta establecedora para refaccionar y hermosear el panteón de los pobres de la ciudad de
Medellín”; para ello se designaron a Nicolás Londoño y Raymundo Ángel para llevarlo a
cabo. Pero ¿cómo obtener los recursos necesarios para aseo y reparación requeridos por
esta comisión? La respuesta de las autoridades eclesiásticas dadas el 9 de agosto del mismo
año, fue entusiasta y juiciosa. Esta invitaba en común acuerdo entre el mayordomo y los
designados para realizar las obras que se proponían, mientras el presbítero Francisco de P.
Benítez, exhortaba a la comunidad para que con su trabajo y limosnas contribuyeran para
un fin tan “piadoso”. Benítez hacía una salvedad en lo referente a los recursos que no se
podrían tomar: los derechos que por rotura de sepulturas y matrimonios se invirtieron en la
oblata de pan, vino y cera de la misa, como también en el pago mensual de cuatro pesos y
ocho décimos al sepulturero, por este motivo, los recursos estaban destinados única y
exclusivamente a estos fines. Finalmente la junta acordó, el 17 de junio, lo siguiente:

1. Que se nombre una junta compuesta del señor cura y siete ciudadanos más, que se
denominó Junta Restablecedora para refaccionar y hermosear el panteón de los pobres de
la ciudad de Medellín.
2. Esta junta será presidida por el señor cura de este lugar y de sus miembros, se nombrará
un secretario y un tesorero a pluralidad de votos y que desempeñarán los deberes y
funciones que se les señalen por el reglamento que al efecto expedirá la junta.
3. Cada uno de los miembros de dicha junta tiene el deber de promover mandos
voluntarios, donaciones y dando aviso al presidente y tesorero para su recaudación.
4. Que se solicite la autoridad eclesiástica competente, una parte de los derechos que
produce el cementerio, sin perjuicio del presupuesto de la oblata de pan, vino, cera, para
destinar esta suma al ornato, aseo y mejora del panteón.
5. Que se invite a los sacerdotes del lugar, para que supliquen y conviden a los habitantes
de la ciudad por lo menos cada mes, a que concurran personalmente a ayudar al aseo del
cementerio.
6. Que se de cuenta al señor provisor de lo acordado para su aprobación o improbación y
resolución, el señor provisor comprende perfectamente la imperiosa necesidad que hay de
complacer a la sociedad en tan importante y delicado asunto, que apareja bienes y

228
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 169, folio 78r.
113

resultados sumamente satisfactorios, tanto para el que los promueve, como para el que los
apoya y concede y conocedores como somos de vuestra probidad y elevadas miras. 229

Con el fin de hacer efectivas tales disposiciones se aprobó la instalación de la junta con las
siguientes atenciones:
1. La junta funcionará como dependencia de la junta directiva de fábrica establecida por el
decreto del 4 de diciembre de 1833.
2. El panteón o cementerio llevará siempre como nuevo a la iglesia parroquial
denominación de panteón o cementerio de la iglesia parroquial de Medellín. En ese
recinto sagrado la iglesia no reconoce clases.
3. La junta directiva hará un cálculo prudencial de las rentas y después de incluir en la
minuta o presupuesto, los gastos de primera necesidad y de mayor urgencia, podrá incluir
en ella el resto de los productos y demás existencias que haya para su inversión en la
refacción del cementerio, haciendo uso de la facultad que le concede el artículo 2,
atribución 4 del referido decreto.
4. Si en la actualidad no existe la junta directiva el párroco de Medellín haciendo uso de la
facultad que le concede el artículo 4° del ya dicho decreto de fábricas, propondrá al
prelado los dos vecinos adjuntos que deben componerla.230

Son claras y entusiastas las intenciones de ambas comisiones, tanto en lo civil y cómo
en lo eclesiástico por solucionar el “eterno” problema de abandono que presentaba San
Lorenzo en sus 36 años de vida. Estas buenas intenciones fueron, al parecer, letra muerta; el
recinto seguía siendo el muladar y sitio de camino de cuanto animal hurgara por allí. Así, y
ante el abandono que fue objeto el cementerio, las autoridades eclesiásticas debieron
ampliar el existente, y denominarlo Cementerio Parroquial que, a decir de Rodrigo
Carvalho, fue el primer parque-cementerio de la ciudad, pues no fueron las bóvedas las
destinadas a servir de postrera morada, sino una franja de terreno situada al fondo y anejo al
viejo cementerio.231 En este proyecto la participación del cura José de los Dolores Jiménez
fue muy importante, pues fue él quien con dinero aportado de su caudal, con los fondos de
la iglesia parroquial y con las ofrendas de los fieles, ayudó a levantar uno “privado”.
San Lorenzo se convirtió hacia 1872, en la sala de disecciones anatómicas de la
Escuela de Medicina de la Universidad de Antioquia, razón por la cual, muchos de sus
alumnos acudían allí a realizar dichas prácticas.232

229
“Al público: Cementerio”, Hojas Sueltas, Doc. 375. Colección Periódicos de la Biblioteca Central de la
Universidad de Antioquia.
230
“Al público: Cementerio”, Hojas Sueltas, Doc. 375. Colección Periódicos de la Biblioteca Central de la
Universidad de Antioquia.
231
Rodrigo J. Carvalho V., “Niquitao”, Trabajo de pregrado en Comunicación Social-Periodismo,
Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1986, p. 33.
232
Tiberio Álvarez Echeverri, “La Academia de Medicina y el desarrollo de la salud”, Historia de Medellín,
Jorge Orlando Melo, editor, Tomo I, Medellín, Compañía Suramericana de Seguros, 1996, p. 286.
114

8.2. El cementerio privado del padre Jiménez

Fue este sacerdote uno de los principales promotores de la creación del cementerio
contiguo a San Lorenzo. Sus actividades dentro de la curia estuvieron ligadas a la
administración de los bienes diocesanos en lo económico y de varias congregaciones. Fue
también el tesorero en la construcción de la catedral de Villanueva hasta su muerte.233
El presbítero, Javier Piedrahita Echeverri, en su trabajo inédito sobre el cementerio,
menciona que en diciembre de 1866 señaló la existencia de un volante en el que habla de
hacer capilla y reparación del cementerio parroquial. El cura Jiménez, en su testamento
dejó consignado todos los derechos del cementerio a la Catedral para su construcción. En
1891, después de muchos inconvenientes, se llegó a un acuerdo referente a qué parte era de
la catedral y qué parte era de las parroquias.234 Esta distribución y la denominación de
privado, indican que la zona fuese posiblemente destinada a la sepultura de eclesiásticos y
de familias con capacidad de comprar una bóveda.
La existencia del cementerio se hace más evidente el 21 septiembre de 1885. En una
solicitud dirigida a la Corporación Municipal, para exoneración de impuesto de las
pesebreras235 y especialmente del camposanto, el padre Jiménez manifestaba su malestar
sobre el gravamen que la corporación, entidad encargada de hacerlo efectivo, le pedía en la
suma de dieciséis pesos, por ser administrador y fundador del lugar. El cura exponía sus
razones dadas por la injusticia cometida contra él; en sus motivos se puede verificar la
existencia y los fondos que utilizó para la construcción. Son varias las razones esgrimidas
que dan testimonio de su labor al frente de este lugar; en primer término y como lo hemos
mencionado anteriormente, admitía ser un sacerdote pobre y administrador de intereses
ajenos; por esta razón -expresaba- se produjo el error y la consiguiente injusticia de querer

233
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., “Cementerio San Lorenzo”, Medellín, (s.i.), 2002-2003, p. 3. Aunque
inédito puede consultarse en el Centro de Documentación del Archivo Histórico de Medellín, Caja 29,
Carpeta 3.
234
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., “Cementerio San Lorenzo”, Medellín, (s.i.), 2002-2003, p. 3. Aunque
inédito puede consultarse en el Centro de Documentación del Archivo Histórico de Medellín, Caja 29,
Carpeta 3.
235
Las pesebreras estaban en el sector de Guayaquil, allí cuidaba bestias y productos “mezquinos”. Dichas
pesebreras le fueron gravadas en 72 pesos anuales. AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Actas, Tomo
235 (II), folio 1310r.
115

cobrarle un tributo tan alto que, sin embargo, cancelaría en dos contados,236 no quedándose,
a su vez, con la espinita de culpar a esta entidad de anticlerical.
Refiriéndose al asunto en mención, aludía que el cementerio particular que poseía lo
sacó de manos del distrito, esto es, logró que este dominio pasara a su poder, ya que bajo la
administración del distrito, y en el mandato liberal del año 1878, según respuesta de la
corporación, se cometieron grandes perjuicios con la ocupación de muchas bóvedas y en la
ejecución de otros actos largos de enumerar,237 por esta razón se condenó al distrito a pagar
la indemnización de daños y perjuicios cometidos, pagados según Jiménez, con violencia.
Finalmente el impuesto mensual fue de ocho pesos y el anual de noventa y seis, sobre la
necrópolis.
La Corporación Municipal, consciente de lo expresado por el cura, manifestó en
primera instancia exonerarlo del impuesto sobre el cementerio, mientras que de la pesebrera
se negó la petición. Sobre estos puntos consideró:

1. Que los cementerios no es una especulación ni industria de la cual deban reportar


utilidad los gobiernos.
2. Que esta es una obra a la cual debe protegerse de todas maneras y por ella deben tener
los distritos gran interés por adelantar y mejorar.
3. Que gravar el derecho de cementerio, bóvedas en los cementerios es asesinar una
empresa.

236
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Actas, Tomo 235 (II), folio 1309r.
237
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Actas, Tomo 235 (II), folios 1311 – 1314.
116

Foto 2. Título de propiedad No.56. (“Cementerio Parroquial de San Lorenzo”, s.f., Propiedad de Guillermo
Villa. En: Biblioteca Digital Antioqueña, “Un Siglo de Vida en Medellín”, Medellín, Fundación Víztaz, 2004.
CD-ROM).

El cementerio del padre Jiménez y los conflictos surgidos entre la Corporación y otros
colegas, entre ellos el presbítero José María Gómez Ángel, permitieron que se ensanchara
más su área e indistintamente fuese reconocido genéricamente con el nombre de su mismo
patrono; igualmente, permaneció en estado de abandono hasta 1933 cuando las autoridades
civiles esgrimiendo razones de salubridad, poco espacio y ensanchamiento de la trama
urbana que los absorbió junto a su vecino rico de San Pedro, éstas comenzaron a diseñar
un cementerio que albergara a ricos y pobres, a gente de todas las creencias y distinto en su
concepción arquitectónica y espacial a los monumentales del siglo XIX: El Universal, del
que puntualizaremos más adelante.
117

Plano 6. “Área del cementerio de San Lorenzo”. Si bien el área actual no corresponde a la superficie original
del año 1828, en ella se puede observar sobre todo en los laterales, los ensanches que ha sufrido entre 1845 y
1932. (En: Centro de Investigaciones Sociales y Humanas (CISH) y Laboratorio de Arqueología y
Antropología,” Prospección arqueológica en los terrenos de la centralidad parque San Lorenzo: plan parcial
parque San Lorenzo”, Medellín, Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, Universidad de Antioquia, 2003,
p. 10.)

9. SAN PEDRO
El camposanto de San Pedro, es para la élite medellinense de la primera mitad del
siglo XIX la representación de los ideales ilustrados y cívicos que difundían las corrientes
de pensamiento en la Europa decimonónica. Construido con el fin de albergar lo más
selecto del notablato antioqueño, pues la obra se dirigía, paradójicamente para:

“El bien general de la población, y el placer o mejor diremos consuelo de ver reducidos
los restos de nuestras familias, y que después de transcurridos tres, cuatro o más siglos,
puedan nuestros descendientes, al visitar aquel lugar fúnebre, decir: aquí yacen las
reliquias inanimadas de nuestros progenitores: ellos fueron virtuosos, imitémoslos, para
que acompañándoles algún día en este triste recinto, los acompañemos también en la
mansión de los justos.”238

Este testimonio, es el referente de cómo se constituyó en una sociedad por acciones,


con una junta directiva encargada de su administración. En él se tuvieron en cuenta las

238
Junta Directiva del Cementerio de San Pedro, Documentos relativos a su fundación y administración.
Reglamento y reforma de la Sociedad, Medellín, Tipografía Industrial, 1941, p. 5.
118

disposiciones reales en lo referente a ubicación y diseño. Además de esto, fue construido, a


pesar de las épocas de abandono, para perdurar, pues su más inmediato predecesor, el
cementerio de Mount Auburn, en Massachusetts, (EE.UU.) también fue concebido como
propiedad particular en 1831, con el fin de escapar a los inconvenientes del enterramiento
en la propiedad y a los cementerios públicos expuestos a las violaciones, sino construido
por una sociedad civil (grupo corporativo) encargado del orden y la perennidad.239
Conscientes de los mandatos reales (1789 y 1804) que se debían tener para la creación
de camposantos fuera del entramado urbano en “sitios ventilados”, éste fue planeado en el
costado norte de la ciudad, en terrenos extensos y baratos, en los arrabales, pues los
cementerios que los precedían (San Benito y San Lorenzo) eran focos de contaminación, ya
que aquellos emanaban malos olores y estaban localizados en el centro de la urbe. Además
de ello, tenían poca capacidad para albergar una población en crecimiento.
Los interesados en el proyecto antes de finiquitar su idea ante el escribano con el acta
de fundación, obtuvieron permiso del gobernador y del obispo para construir un edificio
fuera de la ciudad “digno de ser ocupado”. Fue el secretario de gobierno, José María
Martínez Pardo quien haciendo referencia al antiguo y al proyecto del nuevo manifestó:

“Como es útil y piadoso que se lleve a efecto la fundación, porque el cementerio que
actualmente existe en Medellín, a mas de ser muy estrecho relativamente a la población,
está colocado en una posición desventajosa para la salud y decoro de la villa, tenemos a
buen conceder, como concedemos permiso por nuestra patria, para que los individuos de
Medellín que resulten firmados en la anterior representación puedan crear y construir un
nuevo cementerio, hacia el norte de Medellín y en él se levante la capilla correspondiente,
luego que esté construido se nos dará cuenta para dar los órdenes necesarios para la
bendición y dedicación”.240

La evocación del doctor Martínez Pardo, aparte de enunciar los problemas de


incomodidad que tenía San Lorenzo, refiere también, el punto geográfico donde debe estar
situado: el norte y no el suroeste ofrecía mejores condiciones para emplazarlo. Las razones
técnicas de los funcionarios y de los fundadores para ubicarlo son ya conocidas: terrenos
baldíos y baratos, alejamiento del casco urbano y la posición ventajosa, esta última se
refiere al factor aerista con la transmisión de agentes patógenos por corrientes de aire,
teoría bastante conocida en la Francia de finales del siglo XVIII, y que hará parte del

239
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Traducción del inglés por Mauro Armiño, Madrid, Taurus
Humanidades, 1993, p. 442.
240
“109 años tiene de fundado el cementerio de San Pedro”, El Colombiano, No. 12.384, Medellín, 2 de
noviembre de 1951. El énfasis es nuestro.
119

discurso de los médicos antioqueños de finales del XIX. Si bien el avance médico a nivel
local era incipiente, en Europa241 el conocimiento de las teorías miasmáticas (por ejemplo
en Francia, país pionero en medicina urbana) estaba en constante adelanto. En líneas
anteriores exponíamos las causas de dicho alejamiento con los juicios enunciados por
médicos que propugnaban por un control de epidemias; pues bien, ya en este continente se
venía publicando en artículos, conferencias o ensayos la influencia combinada de los
principios aeristas surgidos en esta centuria con los elementos del higienismo desarrollados
en el viejo mundo a lo largo del siglo XIX. Fueron estos los antecedentes que, consciente o
no, influenciaron en el aspecto higiénico-urbano sobre todo en la segunda mitad del
diecinueve,242 y que analizaremos posteriormente cuando el tema sanitario sea una política
de la Corporación Municipal en el tratamiento de focos infecciosos, sobre todo en los
cementerios.
Retomando el hilo conductor del origen de San Pedro, fue el 22 de septiembre de
1842, cuando en el despacho del escribano público, don Ildefonso Lotero, se presentaron
los señores Pedro Uribe Restrepo, Federico Izasa, José María López de Mesa, Jorge
Gutiérrez de Lara, Jacobo Facio Lince, Eduardo Martín Uribe, Rafael Echeverría, Miguel
Díaz-Granados y otros 42 representantes de las familias más pudientes de la ciudad,243

241
En éste continente fueron muy conocidos los estudios que sobre la visión ambientalista realizaron el
francés Guillaume de Baillou (1538-1616), el italiano Girolamo Fracastoro (1478-1553), los ingleses Thomas
Sydenham (1624-1689), Stephen Hales (1677-1761), Joseph Black (1728-1799), Joseph Priestley (1733-
1804) y John Arbuthnot (1667-1735). Cf. Mercedes Granjel y Antonio Carreras Panchón, “Extremadura y el
debate sobre la creación de cementerios: Un problema de salud pública en la Ilustración”, Norba. Revista de
Historia, Vol. 17, Universidad de Extremadura, 2004, pp. 73,74,75. Disponible en:
http://www.dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=158934. Pdf. Consultado el 10 de agosto de 2009.
242
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transformación a la modernidad:
Crecimiento y modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de
Colombia, 2007, p. 113.
243
En orden de asignación de locales: José Nicolás Gómez, Tomás Uribe S., Vicente B. Villa, Evaristo
Pinillos, Juan de Dios Granados, José M. Bernal, Gregorio Baena, Víctor Gómez, Luis Restrepo, Juan Mejía,
Lázaro Santamaría, Nicolás Quevedo, José María Uribe Restrepo, Luis Latorre Uribe, Rafael Echavarría,
Sebastián Amador, Rafael Fernández, Pablo Pizano, José M. Gómez Restrepo, José Antonio Callejas,
Francisco Posada Montoya, José M. López de Mesa, Mariano Santos, José M. Muñoz, José M. Barrientos,
José Antonio Gaviria, Ricardo Sierra, Víctor Callejas, Luis M. Arango Trujillo, Clemente Jaramillo, Alejo
Santamaría, Gabriel Echeverri, Sinforiano Hernández, Eugenio M. Uribe, José Julián Saldarriaga, Juan Pablo
Sañudo, Manuel Uribe Mejía, Tomás Márquez, Francisco de P. Benítez (Pbro.), Rafael Posada M., Hilario
Trujillo, Jacobo Lince, José M. Facio Lince, Evaristo Zea, Agustín Uribe, Agustín López, Félix Álvarez,
Julián Upegui (Pbro.), José Soto, Ángel Álvarez, Pedro Uribe, José M. Santamaría, Rafael Arango Trujillo,
Juan José Mora Berrío, Francisco Vásquez, Joaquín Sañudo, Francisco Puerta, Diego Uribe, Jorge Gutiérrez
de Lara, Gregorio M. Urreta, Carlos Gaviria, Federico Isaza, Julián Vásquez. Cf. Isidoro Silva L., Primer
Directorio General de la ciudad de Medellín para el año de 1906, Medellín, Biblioteca Básica de Medellín,
Instituto Tecnológico Metropolitano, 2003, pp. 136-138.
120

manifestaron ante el notario el deseo de que sus cadáveres y los de sus familiares fuesen
enterrados en un lugar decente y con el decoro que corresponde. Efectuadas varias
reuniones, los integrantes acordaron: establecer un cementerio que satisfaga sus piadosos
deseos, con la obligación de que cada uno de ellos diera la suma de dinero requerida (100
pesos cada uno) para la compra del terreno y hechura del mismo; igualmente se nombraron
un director y un asociado, una junta con quien el director consulte los casos pertinentes y
otra para la recepción y finiquito de las cuentas del director, contando obviamente, con el
beneplácito de la autoridad civil y del obispo para la erección de dicho cementerio. 244 El
presupuesto de los gastos se estimó aproximadamente en 5.000 pesos.245
La junta decidió entonces llamarlo San Vicente de Paúl, “en conmemoración de las
muchas y excelsas virtudes que adornaron aquel varón ilustre, y como un testimonio de
reconocimiento y gratitud de todo el género humano, a que es acreedor, pues no dejó pasar
un sólo instante de su vida que no coronase con una acción laudable y ejemplar”.246
Después de haber elegido el nombre, la junta procedió a designar como primer
director a don Pedro Uribe Restrepo y como asesores suyos a don Juan Pablo Sañudo y
Lázaro Santamaría, quienes se encargarían de entrar en negociaciones con José Antonio
Muñoz Luján, dueño de los predios donde se iba a ejecutar el proyecto. Finalmente el
acuerdo se realizó y el 28 de septiembre del mismo año, la firma del escribano Ildefonso
Lotero confirmó la venta por 400 pesos, de un rectángulo de 125 varas de frente por 200 de
ancho; dentro de esta figura se construiría un círculo de radio de 125 varas,247 a partir del
cual se desarrolló posteriormente, la estructura actual del cementerio como área
contenedora de futuras ampliaciones.248 El valor de la construcción hasta el 1 de febrero de
1844 fue de 11.400 pesos. Allí se construyeron corredores cubiertos de tejas, debajo de los
cuales se levantaron 52 locales que fueron distribuidos entre los socios.249 Una vez

244
“109 años tiene de fundado el cementerio de San Pedro”, El Colombiano, No. 12.384, Medellín, 2 de
noviembre de 1951.
245
Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para el año de 1906, 2003, p. 125.
246
Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para el año de 1906, 2003, p. 125.
247
Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para el año de 1906, 2003, p. 136.
248
Catalina Velásquez Parra, “Recuperación del Cementerio de San Pedro de Medellín: Una propuesta sobre
la creación de las políticas para la gestión y sostenibilidad del patrimonio cultural”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-
2, Bogotá, enero-diciembre, 2005, p. 120.
249
Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para el año de 1906, 2003, pp. 136-
138.
121

adquirido el terreno, se procedió a trasladar los restos de las personas enterradas en otros
cementerios que llevaran más de dos años de fallecido.250
El diseño fue propuesto por Uribe Restrepo, quien siguiendo los modelos presentados
por las cédulas reales, el de F. Requena en 1804 y, especialmente, los del ingeniero vasco
Juan Manuel López, quien proyectó el cementerio de Córdoba, en Argentina y Manila, en
Filipinas en 1818,251 y donde se encuentran similitudes con San Pedro pues, el sector
histórico o fundacional denominado “Patio de San Pedro” está constituido por una galería
circular o elíptica dividida en dos por una vía central que remata en la capilla que en
principio fue una construcción sencilla de tapia pisada que se mantuvo hasta 1896 cuando
se procedió a demolerla para construir en el centro un quiosco con objeto de que sirviera
para oficiar la misa. Mientras el modelo de López, tiene una puerta en la entrada que
conduce a otra abierta en la línea de los nichos. Alrededor de la elipse se ubican los
panteones o nichos. En la parte opuesta hay una capilla. El centro de la elipse estaba
dividido en cuartos triangulares,252 aunque difería del modelo ilustrado por la eliminación
de sepultura en tierra, en San Pedro se quiso la construcción de bóvedas superpuestas. En
este sector fundacional, se diseñaron dos galerías, San Pablo hacia el exterior y San Pedro
hacia el interior.253 A partir de allí, como aludimos en líneas anteriores, empieza a
ensancharse el edificio.254

250
“109 años tiene de fundado el cementerio de San Pedro”, El Colombiano, No. 12.384, Medellín, 2 de
noviembre de 1951.
251
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en Córdoba del Tucumán. Costumbres
sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-2, Bogotá, enero-diciembre, 2005, pp. 21- 23.
252
Ana María Martínez de Sánchez, “Y el cuerpo a la tierra… en Córdoba del Tucumán. Costumbres
sepulcrales. Siglos XVI-XIX”, Apuntes, Vol. 18, 2005, pp. 21- 23.
253
Catalina Velásquez Parra, “Recuperación del Cementerio de San Pedro de Medellín: Una propuesta sobre
la creación de las políticas para la gestión y sostenibilidad del patrimonio cultural”, Apuntes, Vol. 18, Nos. 1-
2, Bogotá, enero-diciembre, 2005, p. 120.
254
Este modelo también se siguió en el Cementerio Central de Bogotá. Véase, Alberto Escovar W. y
Margarita Mariño von Hildebrand (coordinadores), Guía del Cementerio Central de Bogotá: Elipse Central.
Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá / Corporación La Candelaria, 2003, 218 págs.
122

Plano 7. Elipse de San Pedro, núcleo histórico del camposanto, similar a los propuestos en Salta (Córdoba),
Manila (Filipinas) y Central de Bogotá. (En: Alberto Escovar y Roberto Luis Jaramillo, Medellín, Bogotá,
Ediciones Gamma / Editorial Dos Puntos, 2006, p. 82.)

El primer director, el médico Pedro Uribe Restrepo, considerado en algunas crónicas


de Medellín como un hombre “adinerado, influyente y bastante excéntrico”, nació en
Envigado en mayo de 1797 en el hogar formado por don Miguel María Uribe y doña Josefa
María Restrepo. Desde la época de la reconquista (1816) tuvo que huir hacia los Llanos
Orientales y de allí hacia París, Francia, para adelantar estudios de medicina. Una vez
terminadas las guerras de Independencia, don Pedro se dedicó, como buen filántropo, a
fundar obras de carácter cívico, entre ellos el Hospital de Caridad (1836), ubicado en la
calle de San Benito, y que para la época amenazaba ruina; como también, y con una
compañía anónima logró fundar el teatro Bolívar para diversión de muchos en el Medellín
decimonónico.255 Como muchas de las familias de élite, el clan Uribe Restrepo entró en los
negocios mineros. En las compra-ventas asentadas en el Archivo Histórico de Antioquia, se
pueden verificar los negocios realizados por él y sus hermanos. Entre 1815 y 1850, don
Pedro, al igual que don José María, de quien el historiador británico Roger Brew, estimó su

255
Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para el año 1906, Colección
Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2003, pp. 99-100.
123

ingreso, producto de negocios mineros en Amalfi, Titiribí (El Zancudo) y las minas del
norte de Antioquia en 23.000 pesos256 y don José Miguel, efectuaron numerosas
transacciones en diversos pueblos de Antioquia como Anorí, Santa Rosa, Carolina,
Guadalupe, entre otras.257 Don Pedro se casó con Genoveva del Valle Callejas en quien
tuvo tres hijas: Zoraida, María Amalia y Pastora.

Foto 3. Retrato de don Pedro Uribe Restrepo. (En: Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad
de Medellín para el año 1906, Medellín, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico
Metropolitano, 2003, p. 96.)

Tres años después, el 15 de junio de 1845, se inaugura con el cadáver doña Sixta
Fernández de Jaramillo. Sin embargo, después de efectuarse esta inhumación, su apertura
oficial no pudo realizarse sino hasta el 16 de octubre de 1849 con la bendición del
presbítero Estanislao Gómez, siendo el principal motivo de su retraso –según el presbítero
Emeterio Ospina- la falta de ornamentos y alhajas para la realización de la misa,258 que

256
Roger Brew, El desarrollo económico de Antioquia desde la Independencia hasta 1920, Colección Clío,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2000, p. 57.
257
AHA, Escribanos, Hilario Trujillo, años 1829, folios 55v.-72r.; 1831, folios 231r.-236v.; 1835, folios
344r.-345r.; 1837, folios 386v.-388r.; 1839, folios 7r.-8r.; 1843, folios 303v.-305r.; 1845, folios 449r.-454r.;
1846, folio 174r.-175r.; José María Arango, año 1850, folios 239r. -244v.; José Joaquín Zea, años 1834, folios
287r.-288r.; 1836, folios 24v.-26v. Notaría Única de Santa Rosa de Osos, años de 1829, folios 33r. -34v.;
1830, folios 146r. – 147r.; 1831, folios 93r.-94r.; 1833, folios 134r.-136v.; 1838, folios 77r.-78r.
258
Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para el año 1906, Colección
Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2003, pp. 99-100.
124

posteriormente, se iban a traer las campanas de Inglaterra y de Francia, los ornamentos e


imágenes, como también la reconstrucción de la portada en ladrillo más elaborada, con la
incorporación de detalles ornamentales. La descripción de Luis Latorre Mendoza es
bastante ilustrativa: “Verdinegro barandal de madera, circuido por tapias y una puerta
humilde, si bien no escasa de estética, señalaban la entrada”.259
En 1847 el cementerio se convirtió en un hito arquitectónico y urbano. Su
monumentalidad dominó el sector por muchos años. Así, San Pedro comenzó a ser
denominado “cementerio de los ricos”, “cementerio nuevo”, “cementerio de particulares”,
“la ciudad de mármol” o “la ciudad blanca” opuesto a San Lorenzo, conocido simplemente
como “el panteón de los pobres”.
Con estos apelativos, el de San Pedro también despertó muchos rumores entre los
vecinos del sector. Éstos pedían un mayor cuidado y, preocupados en principio por la
administración que le daba don Lucio Rendón, quien, según rumores, lo volvía lugar de
nocturnas francachelas y ulteriormente por don Juan de Dios Urquijo que, debido a su larga
estadía, muchísima gente lo creía dueño del camposanto y a quien el sápido y burlón
Isidoro Isaza, le compuso alguna vez estos versos que enviaba a son de broma a un
concurso de pensamientos sobre la madre abierto por la Sociedad de Mejoras Públicas:
“Madre, desde que nací, soy tu hijo, mas cuando muera seré Urquijo”.260

259
Pedro Isaza, “Un viaje”, en Periódico El Oasis, No. 5, Medellín, 30 de enero de 1869, citado por Luis
Fernando González Escobar, Artesanos y maestros en la arquitectura de Medellín y Antioquia, 1775 – 1932,
Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2008, pp. 62-63.
260
Livardo E. Ospina, Una vida, una lucha, una victoria. Monografía histórica de la empresas y servicios
públicos de Medellín, Medellín, Editorial Colina, 1966, p. 76.
125

Foto 4. Portada del cementerio de San Pedro. (En: Isidoro Silva L., Primer Directorio General de la ciudad
de Medellín para el año 1906, Medellín, Colección Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico
Metropolitano, 2003, p. 129.)

Así como el cementerio de los pobres constantemente era el principal motivo de las
quejas por el perjuicio que presentaba para el bienestar de los habitantes del sector, también
en el cementerio de San Vicente de Paúl se observaron profundas crisis que amenazaron
con clausurarlo. A pesar de los buenos propósitos de los fundadores por conservarlo limpio
y aseado, durante los primeros veinticinco años de existencia (1845-1870) los accionistas
descuidaron el terreno y el edificio. Es por ello que, en una visita realizada en 1871 por el
presidente del Estado Soberano de Antioquia, Pedro Justo Berrío, reportó las condiciones
de ruina y abandono total que padecía el recinto, por ello exhortó a la Sociedad Central de
Fomento para reactivarlo. En ese año, la sociedad lo bautizó San Pedro, en memoria de su
primer director, Pedro Uribe Restrepo. De ahí en adelante, no sólo se dio vía libre para la
fundación del cementerio laico, sino que se asumió el recinto desde la decoración, se
emprendieron reformas, ampliaciones y desarrollo de planos y medidas higiénicas dictados
por médicos-higienistas a finales del siglo XIX y bien entrado el XX. 261 En las primeras
décadas del veinte, fue la casa de lo más selecto de la élite antioqueña: desde políticos,

261
Museo Cementerio de San Pedro, El rito de la memoria 160 años, Medellín, Fundación Cementerio de San
Pedro–Instituto para el Desarrollo de Antioquia (IDEA), 2002, pp. 50,52,58.
126

poetas, médicos, gobernadores, presidentes, hasta reconocidas familias de clase media. En


este sentido, en San Pedro se quiso representar una reducción simbólica de la sociedad.262

9.1. La construcción de uno nuevo o la ampliación del existente

Se necesitó de la reconvención del presidente Berrío para que diecisiete años después,
en 1888, se pensara en el ensanche o ampliación de San Pedro. La lectura de la solicitud
enviada al concejo por Melitón Rodríguez, declaraba la creación de una junta compuesta
por los señores José María Melguizo, Macario Restrepo y el mismo Rodríguez para
solicitar permiso, en calidad de vicepresidente y secretario tesorero respectivamente, para
darle principio a la obra que reunía todas las “condiciones higiénicas apetecibles”.263
El mensaje se vio reforzado, unos años después, el 18 de febrero de 1889, por los
dueños del lugar donde se planeaba construir el nuevo recinto. José María Muñoz y su
hermano Tomás, conscientes de la necesidad de uno más espacioso, instaron a los
concejales para que su intención fuese aceptada. Los argumentos que éstos esgrimían
revelaban que la ciudad experimentaba un crecimiento poblacional inusitado en aquella
época y que por lo tanto se requería más de dos cementerios, aducían también, que el
incremento de la propiedad (casas) era importante, por lo tanto, fueron estas las razones por
las cuales creían viable dicho proyecto. La construcción del “nuevo” cementerio se
vislumbraba por el norte con el camellón de Bolívar y por el oriente y sur con terrenos de
su propiedad.264
La petición fue denegada no sólo por los miembros del concejo, sino por los galenos
de la Academia de Medicina, de cuya asesoría el concejo contaría en adelante con la
permanente instrucción en el ramo de la salud pública. La observación de la entidad ante
esta petición fue resuelta y contundente, no se construirían en aquel barrio más cementerios
que afectaran la salud de la población, pues a más de contaminantes los ya existentes se
aconsejaba cerrarlos por el peligro que representaban a la población. La versión del
concejo, además de aceptar la recomendación de la academia, ratificaba la decisión de no
crear uno nuevo pues, bajo sus argumentos recordaba a los peticionarios que “en el artículo

262
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Traducción del inglés por Mauro Armiño, Madrid, Taurus
Humanidades, 1999, p. 147.
263
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Actas, Tomo 240 (II), folio 838.
264
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), folio 714r.
127

305 del Código de Policía se expresa: no podrán fundarse dentro de las poblaciones,
fábricas o establecimientos de cualquier clase que comprometan la salubridad pública”, 265
pues aquellos violaban la ley primordial de alejamiento. La negativa de ambas entidades
para construir uno nuevo fue aceptada por los peticionarios. Así, la idea de ensanchar el
viejo cementerio quedó tan sólo en buenas intenciones.

9.2. El cementerio laico

Conforme a lo establecido por las leyes que rigen los cementerios, especialmente el
artículo 18 de la convención adicional al concordato del 31 de diciembre de 1887, aprobado
por ley 34 de 1892 en lo referente a que:

“Se fundarán cementerios para los cadáveres que no puedan sepultarse en sagrado,
especialmente en las poblaciones donde sean más frecuentes las defunciones de
individuos no católicos. Para tal objeto se destinará un lugar profano, obteniéndolo con
fondos municipales y donde eso no fuere posible. El terreno de estos cementerios se
obtendrá secularizando y separando una parte del cementerio católico, que quedará
separado del no católico por una cerca”.

Se proyectó levantar uno, destinado para los no católicos con fondos propios del
distrito en un terreno, donde se procediera a secularizar una parte del cementerio católico.
Los solicitantes conscientes de las premuras fiscales que tenía el distrito manifestaron en
misiva enviada el 17 de junio de 1893 al concejo, que el filántropo francés, Mitriades
Durier, donaría el lugar para la hechura del cementerio laico; asimismo, la propiedad
elegida estaría situada en un paraje más apartado de la ciudad y de San Pedro, en
condiciones higiénicas favorables y de acuerdo con lo establecido por la Academia de
Medicina. Por ello los vecinos,266 encabezados por Fidel Cano y Pedro Restrepo Uribe,

265
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), folio 716r. -717r.
266
Ricardo Lastre, Manuel María Bonis, Rafael (ilegible) y Villegas, Nicolás Mendoza, Luis Eduardo
Villegas, Leocadio Lotero, Jesús Rendón, Luciano Restrepo, Fernando Sañudo, Antonio Orrego, Luis Uribe
L., Antonio José Restrepo, Juan Lalinde, Lucio A. Restrepo, Juan Ceballos P., Rafael Calderón, Pedro A.
Obregón, Wenceslao Uribe, Melitón Rodríguez, Lorenzo Latorre, Francisco Latorre, Luis E. Latorre, Luis
Botero, Pablo Arango M., Cipriano Rodríguez, Carlos Vélez, Carlos Uribe V., Juan B. Posada, Jorge Bachiar,
Jorge Ángel, Regulo Ibáñez, Simón Uribe, Julio Castro R., César Uribe, Mariano Restrepo L., Clodomiro
Calle, Francisco de Ossa, Luis Álvarez C., Miguel Restrepo M., Miguel Salas, J. Toro, José Joaquín
Rodríguez, Manuel N. (ilegible), Marco Maya, José D. Restrepo, Horacio (ilegible), Luis D. Riascos, Julián
Restrepo, Rafael Uribe, Chelino, Luciano Gómez, Eduardo Jaramillo, Fernando Pérez, Teodomiro, Pedro
León Velásquez, Ernesto de, Lázaro Molina, Juan B. Villegas, Gabriel Mejía, Bautista Tobón, Aparicio
128

solicitaron el permiso del organismo concejil para la construcción de un “cementerio


libre”.267 Al contrario de la solicitud del ensanche denegada por los anteriores peticionarios,
esta vez sí fue concedido el permiso, el 18 de julio de 1893, para fundarlo, facilitando el
plano respectivo y estableciendo reglamentos para su administración. Estuvo emplazo en el
costado izquierdo de la entrada principal y uno de sus más ilustres habitantes fue Juan de
Dios “el Indio” Uribe, fallecido en Quito, Ecuador, en 1900, y cuyos restos fueron
trasladados en 1923 a este lugar.268

Foto 5. Fachada del Cementerio Laico. (“Cementerio Laico”, Fotografía de Jorge Obando, s.f. Propiedad de
Ángela María Zapata de Bravo. En: Biblioteca Digital Antioqueña, “Un Siglo de Vida en Medellín”,
Medellín, Fundación Víztaz, 2004. CD-ROM).

Arango, Luciano Restrepo P., Pascual Maya, Jorge Urreta, Juan de D. Parra, Rodolfo Cano, José Joaquín
Mejía M., Francisco Ángel. AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 250, folio 660.
267
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 250, folios 660r – 667r.
268
Livardo E. Ospina, Una vida, una lucha, una victoria. Monografía histórica de la empresas y servicios
públicos de Medellín, Medellín, Editorial Colina, 1966, pp. 76-77.
129

9.3. El caso de doña Rosa Mendoza de Latorre. Una espiritista sepultada en un


camposanto “archicatólico”

Uno de los sucesos más notorios ocurridos en San Pedro, fue el entierro de doña Rosa
Mendoza García, esposa de don Lázaro Latorre Bernal y madre del cronista Luis Latorre
M. quien a raíz de su sepultura en dicho recinto causó gran escándalo en la comunidad
eclesiástica como también entre los parroquianos, considerados los guardianes de la fe
católica. Hay que recordar que la mayoría de los medellinenses profesaban la fe católica, y
por tanto el caso de la señora Mendoza de Latorre de quien se dijo, “profesaba
públicamente los funestos errores del espiritismo”, fuese considerada por el clero como una
hereje o pecadora. Este hecho llevó al obispo de la ciudad, Joaquín Pardo Vergara a
decretar una disposición especial para San Pedro, pues respaldado en el artículo 30 del
Concordato,269 consideraba que ésta murió en la impenitencia, ya que se negó a recibir los
santos sacramentos.270
La resolución enunciaba, bajo las disposiciones canónicas, que dicho cementerio
considerado como sagrado, fue profanado por este hecho. Recordaba que son indignas de
sepultura aquellas personas, que como doña Rosa, eran consideradas herejes y pecadoras
públicas que no murieron en gracia; en consecuencia, se prohibió a los fieles sepultar, hasta
tanto no se administre dicho recinto con las prescripciones canónicas; asimismo, se impidió
la celebración de la misa en la capilla y advirtiendo a quien se negare acatar estas medidas,
la excomunión propuesta en la bula Apostolicae Sedis. Los entierros llamados solidarios,
también se prohibieron severamente, pues, lejos de ser una obra de caridad, “dan escándalo
e inducen a pensar que se está realizando un acto profano”.
El informe dado por el clero el 24 de noviembre de 1892, fue respondido el 6 de
diciembre por la Junta General de Accionistas, declarando que el recinto es “católico
conforme al espíritu de sus fundadores y como tal será administrado y dirigido por la junta
directiva, respetando los cánones de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana”.271 Gracias a

269
Exigía que en los cementerios no se enterraran a personas que “al tiempo de su muerte pertenezcan a otra
creencia diferente a la católica, conforme al certificado que expida la respectiva autoridad eclesiástica”.
270
Ulpiano Ramírez Urrea, Pbro., Historia de la diócesis de Medellín, 1886-1902, Medellín, Vol. 2,
Tipografía de San Antonio, 1924, p. 122.
271
Ulpiano Ramírez Urrea, Pbro., Historia de la diócesis de Medellín, 1886-1902, Medellín, Vol. 2, 1924, p.
p. 123. El informe eclesiástico fue refrendado por el obispo Joaquín Pardo Vergara y el secretario Eladio
Jaime Jaramillo. De la junta directiva los suscritos fueron don Tomás Muñoz A. presidente y José Vicente
Arango P. secretario. Véase también Repertorio Eclesiástico, No. 60, Medellín, 1892.
130

la solución del problema, la curia concedió permiso para levantar la capilla destinada al
culto católico. Esta aprobación levantó la enérgica protesta de los señores Carlos C.
Amador, Gabriel Mejía y el hijo de la “manzana de la discordia” Luis Latorre Mendoza. 272

10. EL CEMENTERIO DE ROBLEDO


En el paraje denominado desde sus inicios San Ciro (1832), existió un cementerio
ubicado contiguo al hipódromo de La Floresta, pues aquel pasaba literalmente por su puerta
de entrada, es decir, por la calle 52B pudiéndose ver todavía las tribunas y la cubierta en el
patio de recreo del colegio Calasanz.273 La existencia de este camposanto estuvo atada a las
constantes salidas de la quebrada la Iguaná, pues su cauce amenazaba con llevarse las casas
de los vivos como la de los muertos. Hacia 1832, y exponiendo el mismo caso de San
Cristóbal y la aversión que causaba, el párroco José Antonio Palacio, manifestaba al
gobernador de la provincia, que el proyecto no era bien visto por la comunidad. El aporte
de los vecinos –decía el cura- no era suficiente para la ejecución de la obra. Por ello,
elevaba al cabildo comisionar dos personas para recoger mandas suficientes para poder
terminar el cementerio y la iglesia.274
En la visita pastoral del año 1837, el obispo de la diócesis de Antioquia, Juan de la
Cruz Gómez Plata, ordenaba que se construyera en su interior una capilla, petición que
demoraría diez años en hacerse efectiva pues, este mismo jerarca presionaba en 1847 para
que tal medida se hiciera cuanto antes.275 Las prolongadas crecientes de la Iguaná, entre
ellas la del año 1880, motivaron el traslado de la población al cerro de El Cucaracho, y
posteriormente, en 1889, del cementerio ordenado por el obispo Bernardo Herrera
Restrepo, quien mandó se vendiese el viejo terreno, debido a la dificultad que representaba
el paso de la famosa quebrada y se reubicase en dicho cerro; esta situación tampoco fue
posible pues se estaba, por los años de 1895, año de la visita del obispo Joaquín Pardo
Vergara, gestionando la construcción del puente sobre el afluente, por lo tanto, consentía la

272
“109 años tiene de fundado el cementerio de San Pedro”, El Colombiano, No. 12.384, Medellín, 2 de
noviembre de 1951.
273
Germán Suárez Escudero, Medellín, estampas y brochazos, Medellín, Biblioteca Jurídica Diké 1994, p. 81.
274
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 114, folios 5r.-6r.
275
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., La aldea de Aná, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 1973, p.
55.
131

inhumación en el viejo cementerio.276 En 1906, un decreto del concejo prohibía la


construcción del nuevo porque comprometía la salubridad e higiene del vecindario, hasta
que se conociera la versión del médico municipal.277
El historiador Germán Suárez Escudero lo describe (el antiguo) como un montículo
coronado de cuatro verjas metálicas paralizadas por el óxido. Con una forma circular poco
perceptible, sembrada de cruces amenazada por el rastrojo; al fondo, sin camino delante, y
bajo un techo de media agua, con tejas llenas de hongos e invadidas por la vegetación, unas
bóvedas que algún día fueron blancas, guardaban la esperanza de los muertos, mientras un
enjambre de mariposas revoloteaban sin cesar de lado a lado. Este recinto pasó a manos de
la Sociedad del Cementerio de La Candelaria.278
Llegó el progreso al barrio Calasanz y borró el cementerio de Robledo sin ninguna
consideración por su interés histórico; se justifica la colocación de una placa que lo
recuerde en el cruce de la calle 52B con la carrera 81. Era el mismo del año 1832; del
olvidado pueblo de Aná, borrado por un alud a fines del siglo pasado, la razón esgrimida
por el párroco hacia 1950 de cerrarlo era la falta de muertos y el pago de un sepulturero. 279

11. EL CEMENTERIO DE BELEN

Las referencias históricas que se tienen de este camposanto son vagas y la


documentación existente es poca. Su origen se remonta al año de 1820 cuando un grupo de
vecinos solicitaron al señor gobernador la erección del camposanto, la iglesia y la plaza. La
carta suscrita por Mariano Cadavid, Martín Saldarriaga, Tomás Pérez, Cristóbal Pérez,
Eduardo Peláez, Julián Vásquez y José Miguel de Mesa fue aceptada por el gobernador
quien veía en este proyecto una obra para el beneficio de la población y decencia de los
muertos.280 Un año después, en 1821, se invocaba al procurador general, para que pudiese
construir dentro del mismo la capilla. Se destinaron para esta tarea a los regidores José

276
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., La aldea de Aná, Medellín, 1973, p. 55.
277
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Actas, Tomo 276 (II), Folio 995.
278
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., La aldea de Aná, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 1973, p.
55.
279
Germán Suárez Escudero, Medellín, estampas y brochazos, Medellín, Biblioteca Jurídica Diké, 1994, p.
81.
280
Johanny Adolfo Marín Zapata, “Cementerios de Medellín, espacios y ritos de muerte”, Trabajo de
pregrado en Historia, Escuela de Historia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad
Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2005, p. 103.
132

Soto, Ceferino Escovar y un comisionado, José Antonio Gaviria para realizar los
respectivos trámites.281
Al igual que los cementerios de San Benito y San Lorenzo, se previno del problema
de las aguas, pues donde se iba a ubicar el referido, pasaba una quebrada que era muy
utilizada por los pobladores y esto hacía pensar en los riesgos higiénicos que implicaba.
Finalmente el problema fue solucionado y el gobernador autorizó la sepultura momentánea,
pues se pensaba planear otro en terrenos de don Bernardo Álvarez y contiguo al convento
de la monjas carmelitas. El nuevo fue erigido el 12 de febrero de 1826.
El cementerio de esta fracción, lo podemos ubicar con toda certeza, en el paraje de
Altavista, pues aparte de estar al lado de una quebrada de su mismo nombre, las pistas que
da el mayordomo de fábrica, Servando Pérez, hacia 1839, indican que se encontraba en los
terrenos del señor Álvarez, pues el mayordomo vendió al hijo de éste, “un pedacillo de
tierra perteneciente a la fábrica de dicha parroquia, situada en la posesión de Altavista cuyo
lindero quedaba por una parte con el cementerio y en lo demás con la posesión del señor
Félix Álvarez, su hijo”.282
Como le sucedió al padre Jiménez en San Lorenzo, en el cementerio de Belén también
se sintieron los embates de la expropiación de bóvedas por parte de la Corporación
Municipal. Fue Jesús M. Morales E. quien el 2 de junio de 1877 elevó una queja ante el
organismo aduciendo el atropello de la bóveda del cual era propietario. Finalmente y tras
tres años de litigio (8 de junio de 1880), la instancia enviada por Morales al concejo
confirmaba la devolución de su propiedad.283
La ubicación del actual, empotrado en medio de urbanizaciones, casas y calles, es una
creación de mediados del siglo XX. A propósito de los contagios y riesgos que este recinto
puede ocasionar por su ubicación, la comunidad elevó recientemente, una voz de protesta a
la alcaldía por la cantidad de mosquitos y los malos olores que surgían de allí, queja que
indujo la reflexión, ya antiquísima, de su alejamiento.

281
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 93, folios 158r.-159r.
282
AHA, Fondo Escribanos, José Joaquín Zea, folio 331r. Año 1839. Escritura de compraventa del 30 de
agosto de 1839.
283
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 222. Folio 766r.
133

12. EL CEMENTERIO DE AGUACATAL Y EL CAMBIO DE


LOCALIDAD

En este lugar de la ciudad se presentó un problema de índole sanitaria y por ende


poblacional ocasionado por la localización del nuevo cementerio. Por este motivo un grupo
de vecinos elevaron, el 12 de agosto de 1877, ante la Corporación Municipal la queja de lo
riesgoso que podría ocasionar para la salubridad pública, pues éste se encontraba en el
corazón de la localidad. En esta ocasión se esgrimieron razones de índole sanitaria,
poblacional y hasta política.
Dentro de las razones esgrimidas para el cambio de localidad, una de ellas es
interesante porque refleja el ambiente político de la época al teñir de rojo o azul un asunto
estrictamente sanitario y religioso. Los demandantes señalaban ante el concejo lo injusto
que era establecer un cementerio en un poblado fundado por liberales, pues éstos aducían
que las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y los gamonales del “pueblo” estaban
persiguiéndolos para “deprimirlo, y si se quiere para destruirlo”, pues algunos
conservadores del barrio, en asocio con el cura compraron un “pedacillo de tierra para
erigir un cementerio”, no sólo para sepultar a sus deudos, pues era considerado por los
liberales un inmundo muladar, sino para hostilizar a los ricos que tenían cerca sus
propiedades y a los pobres que veían reducidas sus posesiones, y además de ellos -aducían-
la propagación premeditada de los conservadores de una epidemia que arrasara con sus
familias y dejara limpio de rojos el barrio, pues allí mandaban ellos. Por esta razón era
innecesario el nuevo,284 pues un poco antes de erigirse parroquia, los vecinos pidieron, el
26 de septiembre de 1876, licencia al obispo para construirlo. El permiso fue concedido dos
días después con la condición de que cuando estuviera construido había que pedir
nuevamente licencia para su bendición285 y allí siempre se enterraban sin ningún obstáculo.

284
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 217, folio 1238. Los peticionarios
fueron: Luis María Ochoa, José María Ochoa, Marco A. Ochoa, Jesús M. Ochoa, Antonio Ochoa, José
Restrepo, César Restrepo, Vicente Restrepo, Ramón M. Escobar, José María Escobar Rave, José María
Escobar, Félix Mazo, José González, Manuel Antonio Velásquez, a ruego de Eugenio (ilegible).
285
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., De poblado de San Lorenzo de Aburrá a la parroquia de San José del
Poblado, 1876-1976, Medellín, Secretaría de Educación y Cultura, 1976, p. 103.
134

El Concejo Municipal aprobó el nombramiento de tres médicos para que dieran su


veredicto sobre el estado sanitario del recinto, proponiendo a los doctores José Ignacio
Quevedo, Julián Escobar y Francisco A. Uribe para emitir un concepto sobre el particular.
Es importante resaltar que para esta época la labor de la Academia de Medicina
resultó de vital importancia en la asesoría sanitaria, como ejemplo podemos ver a éstos tres
galenos, en calidad de peritos, redactaron el informe técnico sobre la definitiva clausura del
recinto y, entregado a la corporación el 31 de diciembre de dicho año, ratificando lo
manifestado por los vecinos liberales,286 prohibiéndose expresamente la sepultura de
cadáveres, y siendo trasladados al público de Medellín (San Lorenzo).
En el marco legal, el concejo, amparado en los estatutos del código de policía y del
Estado, sobre propiedad de cementerios particulares, correspondiente a los años de 1869 y
1871, dictaminaba que el cabildo “no tiene más intervención que la necesaria para hacer
287
efectiva los derechos de posesión y dominio de ellos y para cuidar de esa salubridad”.
Lo cierto es que a pesar del dictamen de la corporación, el cementerio de los
“conservadores” o si se quiere el privado, siguió siendo utilizado, pues el 25 de agosto de
1885 el cura de la parroquia seguía haciendo uso de él.288
El problema vuelve a surgir en 1891 a raíz de la visita pastoral del obispo Bernardo
Herrera Restrepo quien determinó cambiar el lugar por razones de estrechez y por estar
ubicado en las goteras del caserío. En consecuencia, el 8 de mayo de 1891, los vecinos
solicitaron al prelado que estableciera las disposiciones necesarias para dicho traslado,
ordenándole que con la junta de fábrica y nombrando una comisión integrada por Eusebio
Jaramillo, Fernando Escobar O., Jenaro Vélez y Manuel Posada procedieran hacer efectiva
tal disposición. Con este fin se buscó a potenciales propietarios, entre ellos a Bárbara
Molina de R., María del Carmen Pajón de M., Nicanor Posada, Antonio María Saldarriaga.
Los tres primeros dijeron que no tenían en venta sus tierras, mientras don Antonio pidió por
una cuadra de tierra 10.000 pesos. Quizás por lo costoso, este proyecto no se finiquitó.

286
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., De poblado de San Lorenzo de Aburrá a la parroquia de San José del
Poblado, 1876-1976, Medellín, Secretaría de Educación y Cultura, 1976, p. 103.
287
Ley 213. Art. 1 y 3 de noviembre de 1871.
288
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., De poblado de San Lorenzo de Aburrá a la parroquia de San José del
Poblado, 1876-1976, Medellín, 1976, p. 103.
135

Hacia 1925, el presidente de la Junta Municipal de Caminos, Pablo Echavarría, en su


pretensión de abrir carretera hacia Envigado se encontró con el obstáculo del cementerio,
cuyo tramo pasaba por allí, pues se necesitaba una faja de cinco metros para realizar tal
obra. Aunque no fue posible hacer el ensanche de la carretera por el lado del cementerio, un
propietario del terreno, Ricardo Restrepo, vio la oportunidad de alejarlo del frente de su
casa, pues se decía, que treinta años atrás, éste lo estaba intentando; así pues, ofreció a la
junta un cambio por cuadra y media de tierra más abajo, en dirección al río, con una
extensión de 8.295 varas; (contrario al terreno del cementerio que sólo media 3.900 varas).
Esta permuta tampoco fue posible por la oposición del vecindario. Aunque el proyecto de
ensanche tuvo muchas dificultades, la junta creyó que con las cuatro condiciones siguientes
se podría aceptar el canje:
1. Que una comisión que estudie el terreno.
2. Que se dé cercado y con desagües.
3. Que se ensanche el callejón de Rancho Largo y se arregle su piso con cascajo.
4. Que se construya igual número de bóvedas y de osarios que los existentes, más
osarios para los que se exhumen en la tierra, todo ello por cuenta de don
Ricardo.289

Con estos términos, tampoco se trasladó y continua hoy en el mismo sitio.

13. LOS CEMENTERIOS DE LAS FRACCIONES SE ENCUENTRAN


EN MAL ESTADO

El 8 de mayo de 1884, el señor Estanislao Sanín envía a la Corporación Municipal


una nota precisando el abandono de los cementerios de las fracciones y ordenando a los
inspectores de los partidos abstenerse de pagar los sueldos a los guardianes hasta tanto no
estuvieran aquellos en perfecto aseo.290
La corporación, prudente en su función de administrarlos, exhortó a los guardianes
para que realizaran un diagnóstico y remitieran a dicha entidad los informes respectivos. En
consecuencia, las fracciones enviaron las solicitudes requeridas sobre el estado de los
cementerios. En Aná, se avisaba que la capilla estaba completamente destruida pues, “la
mitad cayó y la teja toda se quebró”, amenazando con poner a la vista los cadáveres que

289
Javier Piedrahita Echeverri, Pbro., De poblado de San Lorenzo de Aburrá a la parroquia de San José del
Poblado, 1876-1976, Medellín, 1976, pp. 104-105.
290
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 232, folio 658.
136

serían comidos por los “perros y marranos”. Para solucionar este problema, el inspector de
policía, Juan N. Vásquez, pedía se decretase una contribución voluntaria de los vecinos
para la refacción.291
En el de Belén, el señor Juan Bautista Tobón, informaba que se requería una llave
para la cerradura, una pala y un pisón, indispensables para el servicio. Al mismo tiempo
decía que la capilla del cementerio de Hatoviejo, debía ser demolida por su estado de ruina.
El de San Cristóbal, ha permanecido, aducía Tobón, por largos años descubierto por
la parte oriental limitando con la calle pública y separado únicamente por un vallado que
impedía el tránsito de animales mas no de personas. El cálculo de las 38 tapias que se
debían construir, según el inspector, valdría quince pesos con veinte centavos (15.20).292
Además de las deficiencias estructurales, las carencias materiales eran notorias pues se
requería de la fabricación de cerraduras. Con este balance, el señor Tobón indicaba las
posibles causas de abandono de los recintos: el cambio continuo de empleados y la
malversación de fondos –por derechos de entierros- de clérigos inescrupulosos que
contribuían a este deterioro.293
En San Lorenzo, el guardián solicitaba un pisón y dos agentes de policía para hacer
periódicamente el aseo del edificio.294 Igualmente manifestaba el daño que hacían los
muchachos “vagabundos” a las medianías (cercas) devastándolas para poder pasar. Con
esta necesidad pedía al guardián redoblar la vigilancia.295
Con el desalentador panorama, la asamblea departamental en consonancia con los
adelantos médicos en el ramo de la salud pública, crea, el 7 de julio de 1887, la Academia
de Medicina como una asociación “oficial” y “cuerpo consultivo” de higiene. En efecto, la
Academia será la encargada de dictaminar de ahora en adelante, si es posible o no,
establecer nuevos cementerios, pues se quería intervenir la ciudad en todos los aspectos
para hacerla más agradable y para estar en armonía con los modelos urbanos europeos y
estadounidenses.

291
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 22, folio 883r. El informe fue enviado
antes de promulgada la orden, el 9 de junio de 1879.
292
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 227, folio 262r.
293
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 227, folio 258r. Informe del 5 de junio
de 1882.
294
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 232, folio 572r. Informe enviado el 3 de
octubre de 1884.
295
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 232, Folio 595r.
137

13.1. La intervención del cuerpo médico: una “geografía de la insalubridad”


Desde el siglo XVIII se venía presentando a nivel mundial, sobre todo en Francia, un
fenómeno importante en el campo de la higiene pública.296 En el país galo, pionero en
medicina urbana, las teorías aeristas297 y los avances en los métodos higiénicos se
convirtieron en la herramienta teórico-práctica para combatir las epidemias. En este
sentido, purificar el espacio público fue una de las mayores preocupaciones de la
comunidad científica en Francia y España. Desodorizar y diagnosticar posibles
establecimientos sepulcrales fue el resultado de estos avances. Es por ello que a través del
país galo, las ideas ilustradas y con mayor razón las doctrinas aeristas, penetraron en suelo
ibérico siendo una de las razones esgrimidas por el medicato español para promulgar las
ordenes reales, especialmente para las colonias, en la circular del 28 de junio 1804, sobre
establecimiento y reglamentación de cementerios fuera de poblado.
El virrey de la Nueva Granada, Antonio Amar y Borbón, interesado en el asunto del
aseo y limpieza pública, solicitó a varios médicos hacer una valoración del asunto de los
cementerios, pues se pedía si era o no nocivo el establecimiento de éstos,
independientemente de la mención de particulares y la extensión de los mismos.298 Se
trataba desde éste enfoque, que la organización de los recintos fúnebres y las disposiciones
sobre el particular fueran un escenario de amplia participación de la profesión médica, pues
como recomendaba la circular de 1804, las sugerencias debían hacerse bajo el concepto de

296
En este país, los adelantos pasterianos sobre microorganismos y los planteamientos de la medicina, en
especial del clima, plantearon los principios de las emanaciones o elementos mefíticos, miasmas, cenagales,
deletéreos, efluvios telúricos o atmósferas infectas. Véase Luis Fernando González Escobar, Medellín, los
orígenes y la transformación a la modernidad: Crecimiento y modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín,
Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2007, p. 113.
297
A partir de 1750, en la llamada “química neumática”, comienza a percibirse al aire como fluido elemental
y no como resultado de una mezcla o de una combinación química. En este sentido, todos los elementos que
componen el cuerpo, tanto fluidos como los sólidos, dejan escapar el aire cuando cede su cohesión. Nos
referimos a los efectos que el aire efectúa en el proceso de descomposición o putrefacción. Por ello, “las
partes acuosas de la materia orgánica se liberan bajo forma de sanies y de pus; las partes pútridas, ahora
volátiles, se escapan bajo la forma de moléculas nauseabundas. Queda la tierra.” Estos efectos producen el
contagio y la enfermedad. Alain Corbin, señala que el aire era visto como “un caldo espantoso donde se
mezclan humaredas, azufres; vapores acuosos, volátiles, oleosos y salinos que se exhalan de la tierra y, si es
necesario, los materiales fulminantes que vomita, las mofetas, aires mefíticos que se desprenden de los
pantanos, de minúsculos insectos y sus huevos de animálculos espermáticos: y lo que es peor, los miasmas
contagiosos que surgen de los cuerpos en descomposición.”, Cf. Alain Corbin, El perfume o el miasma. El
olfato y lo imaginario social. Siglos XVIII y XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 19-21, 25.
298
Adriana María Alzate Echeverri, El imperativo higienista o la negación de la norma. Una historia de la
recepción del pensamiento higienista de la ilustración en la Nueva Granada (1760 – 1810), París, (s.i.), 2001,
p. 94. Informe final presentado a la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología del
Banco de la República.
138

varios galenos,299 pues éstos contribuyeron a crear una geografía de la insalubridad, no sólo
en estos espacios, sino en albañales, cárceles, hospitales y pantanos.
En el intento por controlar las enfermedades que se convertían en un riesgo potencial
para la población y que percibimos en los informes que sobre los mismos dieron los
funcionarios encargados, el saneamiento de las ciudades se convirtió en obligación de las
autoridades.
En materia de legislación también se trató de abordar el tema seriamente. El Estado
asumió entre sus funciones más importantes velar por la conservación de la salud. En el
país se acentuó a finales del siglo XIX la política de buscar las causas de las enfermedades
en condiciones climáticas perjudiciales para el organismo. En consecuencia, se creó
mediante la ley 30 de 1886, las juntas departamentales de higiene que, por medio de la
intervención de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales, involucraron a profesores de
medicina para integrarse a estos comités.300
En Medellín, y con el precedente de la ley de Juntas Departamentales de Higiene, la
creación de la Academia de Medicina como organismo asesor y principal juez en los
asuntos higiénicos contribuyó enormemente a pensar la realidad urbana en materia de
salubridad, pues no sólo la higiene de los hospitales, las plazas, los manicomios, las
cárceles, las casas de lenocinio, las viviendas de los pobres, la conducción de agua potable,
y las alcantarillas, fueron importantes, también el tratamiento de los cementerios fue el
escenario de intervención más significativo pues, sólo el manejo sanitario lo constituía en
un fragmento urbano funcional.
La participación de los médicos en la configuración urbana de la ciudad fue
determinante en la apertura y clausura de los cementerios. Como hombres de ciencia y
autoridades en la materia, podían plantear adecuadamente el sitio óptimo y el trazo correcto
de los núcleos habitacionales, prever y proveer mediante las infraestructuras los abastos y
desagües, dar los avales en la creación de cementerios entre otros. Así el médico se
convirtió en un personaje cuyo influjo en las decisiones urbano-sanitario fueron de enorme
importancia, pues se preocuparon por encontrar soluciones a problemas de higiene pública

299
Álvaro Cardona, et ál., Cadáveres, cementerios y salud pública en el Virreinato de Nueva Granada,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia / Universidad Nacional de Colombia, 2008, p. 57.
300
Claudia Vásquez Vargas, Estructura de la administración municipal. Siglos XIX y XX, Medellín, Imprenta
Municipal, 1997, p. 119.
139

para socializarlos y difundirlos en la revista Anales de la Academia de Medicina, a la


realidad urbano-sanitaria de la ciudad.
Fueron varios los médicos que se ocuparon de los problemas sanitarios de los
cementerios y en general de los asuntos urbanos, muchos de ellos especializados en Francia
y otros países europeos, quienes pusieron el conocimiento adquirido, al servicio de la
asamblea departamental.301
Uno de los primeros en esbozar un diagnóstico sobre la ciudad y especialmente,
sobre los barrios suburbanos, fue el médico Francisco Antonio Uribe Mejía, quien en 1876,
vuelve su mirada sobre las áreas donde precisamente están ubicados los cementerios: La
Asomadera, el Camellón del Llano, Guayaquil y el Chumbimbo, sitios que percibió como
infecciosos y que emanaban constantemente, “miasmas pantanosos, efluvios mefíticos, que
hacen a la ciudad en cierta época tan malsana como un Nechí o un Nare”. Para él, las
causas eran, en los barrios del Camellón del Llano, su condición semirural, situación
adecuada para la convivencia de animales; en la Asomadera y El Chumbimbo, los
inadecuados desarrollos urbanos y las “malas y estrechas habitaciones”.302 Para mitigar el
impacto, recomendaba a la academia de medicina, en abril de 1888, tener en cuenta las
siguientes recomendaciones: 1. Cerrar los cementerios actuales y construir otros, en parajes
apropiados y lejos de la población. 2. Hacer que en los cementerios nuevos se depositen los
cadáveres a la profundidad de dos metros, aunque se pongan en bóvedas, entre otros.303
Sobre la ubicación de los dos cementerios, Uribe Mejía también argumentó, en
especial sobre los vientos como transmisores de enfermedades que:

“Si del Nordeste y Sudeste son los vientos, que empujan hacia la ciudad la atmósfera
infecta de ambos cementerios, que en sus miasmas nos traen las fiebres tifoideas y con su
hedor nos recuerdan que los cadáveres se hallan insepultos; porque entre nosotros no se

301
Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la transformación a la modernidad:
Crecimiento y modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de
Colombia, 2007, pp. 112 – 113.
302
Revista de Antioquia, Nos. 26 y 27, Medellín, 1 de julio de 1876, citado por Luis Fernando González
Escobar, Medellín, los orígenes y la transformación a la modernidad: Crecimiento y modelos urbanos, 1775
– 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2007, p. 116.
303
Las restantes propuestas fueron: construcción de alcantarillas, aceleramiento de construcción de plaza de
mercado y mataderos públicos, desagüe y canalización de pantanos, inspección y reglamento de carnicerías,
lavaderos, corrales, pesebreras, velerías, curtidores, alumbrado público, acarreo de basuras, arborización en
calles y paseos, irrigación de calles en verano. Luis Fernando González Escobar, Medellín, los orígenes y la
transformación a la modernidad: Crecimiento y modelos urbanos, 1775 – 1932, Medellín, Facultad de
Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2007, pp. 120 – 121.
140

entierra á los muertos, no se practica la séptima obra, corporal, de misericordia. Los


cadáveres se depositan en nichos de delgadas paredes, hechas de ladrillo porosos”. 304

Se trataba de comprender de cuan grande utilidad era procurar que el aire respirable en
los cementerios, gozara en cuanto sea posible, del mayor grado de pureza, y de ahí que el
sitio, la construcción de las fosas, bóvedas y monumentos se ajustaran en un todo a los
cuidados de la higiene.305
En este sentido y de manera global, Ramón Arango, médico y presidente del Concejo
en 1890, vislumbraba la ciudad de la siguiente manera:

“Las condiciones higiénicas de esta ciudad van siendo deplorables; que no tenemos aguas
potables que puedan beberse sin repugnancia; ni albañales, ni mercados, ni mataderos, ni
carnicerías, ni cementerios, que no sean un peligro constante para la salubridad general, y
que carecemos de otras muchas cosas sin las cuales no podemos seguir viviendo y
creciendo”.306

Como aludimos en el aparte dedicado a San Pedro, el proyecto propuesto el 3 de junio


de 1889, por los hermanos José María y Tomás Muñoz a la municipalidad fue negada.
Agotando todas las instancias, los vecinos sometieron la consideración al colectivo médico
en los siguientes términos:

Como la Municipalidad no quiere conceder ò negar permiso para una obra que tan de
lleno interesa la higiene pública, sin estudio previo, tuvo la cordura de pedir la opinión de
la Academia para que le resolváis las siguientes cuestiones:

1. ¿Cree el cuerpo médico que es necesario un nuevo cementerio en Medellín?


2. ¿La localidad, escogida junto al cementerio de San Pedro será apropiada o no?
3. ¿En caso de convenir en una nueva construcción, ¿qué reglas higiénicas deberán
observarse por los concesionarios?

304
Francisco A. Uribe Mejía, “Higiene local”, Anales de la Academia de Medicina de Medellín, Año I, No. 4.
Febrero, 1888. Citado por Jorge Márquez Valderrama, “La medicina urbana en Medellín a finales del siglo
XIX”, Ciudad, miasmas y microbios. La irrupción de la ciencia pasteriana en Antioquia, Colección Clío,
Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la
Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2005, p. 27.
305
Antonio María Barrera, “Conferencia sobre higiene”, Revista de la Instrucción Pública de Colombia, Vol.
9, No. 50, Bogotá, Ministerio de Instrucción Pública, septiembre, 1898, p. 165. Esta publicación circuló en
Medellín en 1893 y además de ocuparse del asunto de higiene en los cementerios, también divulgó aspectos
de competencia pedagógica.
306
Anales de la Academia de Medicina, No. 6, Medellín, abril de 1888, citado por Luis Fernando González
Escobar, Medellín, los orígenes y la transformación a la modernidad: Crecimiento y modelos urbanos, 1775
– 1932, Medellín, Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2007, p. 117. El énfasis es
nuestro.
141

La respuesta de los médicos al primer interrogante fue expresada de la siguiente manera:

“Si se considera que la población de esta ciudad ha tomado un notable desarrollo y que
este seguirá una progresión creciente puesto que las causas que lo han motivado tienden
más a ensancharse que a decrecer, si se piensa en que los cementerios existentes son
relativamente pequeños y estarán quizás muy pronto fuera de servicio por no observarse
en las inhumaciones las reglas que la higiene aconseja, se puede considerar como
necesario para la ciudad la construcción de uno nuevo. Por otra parte suponiendo que los
existentes pudiesen prestar servicio por bastante tiempo, cosa poco probable, nada tendría
que perder la salud pública y si ganarían mucho con una nueva construcción ya que los
gases deletéreos que se desprenden de los cadáveres son tanto más inocuos en cuanto más
diseminados se hallen, por consiguiente si no es absolutamente necesario la construcción
de un nuevo cementerio, si es de suma conveniencia”. 307

En esta respuesta se puede apreciar el interés del cuerpo médico sobre la necesidad de
construir uno nuevo, alejado del casco urbano, pues para la época, 1889, era notoria la
expansión urbana hacia los sectores considerados suburbanos. La estrechura de éstos y el
manejo sanitario de los desechos eran motivo de preocupación del cuerpo médico.
Tomando como ejemplo los dos edificios fúnebres de la ciudad, el grupo de galenos
exponía las desventajas técnicas que ambos tenían: la mala construcción de bóvedas,
estrechas y frías, la ubicación de San Lorenzo, instalado en un altozano, “como si los fieles
difuntos tuvieran necesidad de temperamento frío”, la mala calidad de la cal, “que no es
hidráulica” y peor aún, la calidad del ladrillo o adobe, eran los factores por los cuáles el
edifico fuese considerado pernicioso para la población.308 Tratando de explicar
científicamente, la versión de los transeúntes de la “lucecita: espanto que ha recorrido
algunas noches en nuestras calles, causando muchos sustos, carreras y aún accidentes”, el
colectivo médico exponía razonablemente bajo los principios aeristas que:

“La luz o fuego fatuo de calor azuloso que sale del cementerio viene a dar contra la tapia
o muro del colegio que hoy sirve a la Compañía de Jesús. Al subir o bajar algún
transeúnte por la calle Pichincha, establece corriente de aire y detrás de esa corriente sigue
la luz que ha causado muchos desmayos y estropeos. Con este fenómeno queda
comprobado que los miasmas vienen del cementerio de la ciudad”.309

307
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folio 726r. – 729r.
308
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folio 720r.
309
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folio 722r.
142

De esta manera, la comisión saldaba el asunto del cementerio San Lorenzo al afirmar que la
luz, aparte de causar sustos, era un transmisor de enfermedades pues, creía firmemente que
“como viene la luz bajan los miasmas perniciosos”.310
Para el cementerio de San Pedro, los galenos exponían las mismas deficiencias que
San Lorenzo, pues en el de los ricos, también se construían nichos con las mismas
deficiencias. La conclusión era que Medellín tenía dos enemigos que la infestan, uno en el
suroeste y el otro en el norte.
En la segunda respuesta se debía tener presente que al elegir el lugar, éste debía
contar con el alejamiento, no sólo para llenar la necesidad del momento, sino pensar la
construcción a largo plazo; es decir, que no sean habitados en corto tiempo, pues allí se
vería la problemática de San Pedro y San Lorenzo. 311 No obstante, si la construcción del
nuevo cementerio fuese permitida por la comisión médica, se debían tener presente las
reglas higiénicas propuestas (ver anexo 5).
Además recomendaban que se sembraran, siguiendo lo expuesto por el español
Celestino Barallat y Falguera, en su trabajo Principios de botánica funeraria (1885),
árboles de copa alta y delgada como el ciprés y el eucalipto y no sauces llorones o árboles
de copa ancha y tupida, sembrados con simetría y regularidad.312
En síntesis, el cuerpo médico, exponiendo estas condiciones, prohibió definitivamente
la construcción del nuevo por estar ubicado en el centro de la población. De igual manera,
quedaba suspendida la inhumación en San Pedro y dejaba la posibilidad de construir uno
nuevo según las prescripciones médicas.313
Otro de los médicos que disertó sobre cuestiones de salubridad fue el doctor Rafael
Pérez, quien hacia 1894, opinaba sobre la aguas, la distancia que debe separarlos de la
población, los vientos dominantes y las condiciones higronométricas, es decir, el grado de
humedad o seguridad del suelo que tenía la ciudad. En uno de sus viajes a París,
considerado en ese entonces la meca de la medicina urbana, la Academia le pidió seguir
estudiando el tema de los cementerios y que observara el funcionamiento de los existentes

310
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folio 722r.
311
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folio 730v.
312
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folios 731r-739v.
313
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folios 731r-739v.
143

allí. La misión quedó truncada, pues dos años más tarde, un poco después de su regreso el
doctor Rafael Pérez falleció.314
La ayuda que prestó la Academia de Medicina al Concejo Municipal fue
determinante en la planeación de la nueva ciudad. De ahora en adelante, el entramado
urbano vería en los cementerios no sólo edificios insalubres o intrusos, meras islas en
medio de grandes conjuntos habitacionales. Más allá de concebirlos así, la preocupación de
ingenieros y médicos se centró en darle un mayor dinamismo, pues aquellos serían parte del
ornato y embellecimiento de la ciudad; así, su intervención se constituyó en uno de los
pasos para entrar a la civilidad; la preocupación por tratarlos fue tan importante como las
plazas o parques, los baños públicos, las calles y avenidas, los manicomios y hospitales.
Después de 1933 asistiremos a otro concepto de proyección de campo fúnebre, el llamado
Cementerio Universal, primero en su clase que se construye en el país, y que sería diseñado
con los más modernos estándares arquitectónicos, con las reglas higiénicas exigidas y con
la extensión requerida para sepulturas. Desde el punto de vista urbanístico, fue esbozado
como jardín y parque, según exigencias de Pedro Nel Gómez, sin exclusión social alguna
de raza, religión, nacionalidad o condición socioeconómica.

14. EL UNIVERSAL: CEMENTERIO DE TODOS


En el aparte anterior, vimos cómo el concepto higiénico de los cementerios hecho por
la entidad médica, resolvía tentativamente clausurar los existentes (San Pedro y San
Lorenzo), por representar un peligro para la salud pública ya que estaban ubicados dentro
de la trama urbana, incluso, en los de las fracciones, se evidenciaba dificultades de tipo
estructural y colindante con áreas residenciales. Esta sugerencia no se hizo efectiva, pues al
momento de inaugurarse, éstos siguieron funcionando a pesar de las quejas generalizadas.
Si a finales del siglo XVIII y principios del XIX asistimos a la disolución de la relación
osmótica de iglesia-cementerio; éstos, según lo reconvenido por las autoridades médicas, se
desplazan a sitios “fuera de poblado” y ventilados que no originasen perjuicios en la
población. A finales del diecinueve, la situación tiende a retroceder, pues como en el
Antiguo Régimen, los vivos convivían con los muertos en sana paz, las personas caminaban
314
Tiberio Álvarez Echeverri, “La Academia de Medicina y el desarrollo de la salud”, Historia de Medellín,
Jorge Orlando Melo, editor, Tomo I, Medellín, Compañía Suramericana de Seguros, 1996, p. 286.
144

muy cerca de sus tumbas, en fin, se “aprendía” a convivir con los cementerios y sus
habitantes, éstos habían vuelto entre los vivos. Al respecto Philippe Ariès, a manera
ilustrativa describe cómo la ciudad había “perseguido” y vuelto a alcanzar los cementerios
que tanto se había empeñado en alejar. En 1859, las comunas suburbanas de París habían
sido anejadas a dicha capital, este hecho propició que cementerios como Père-Lachaise, se
encontraran en el interior de la capital.315
El Cementerio Universal, creado por el Concejo Municipal con el fin de suplir los
problemas de salubridad, estrechez y alto costo de bóvedas presentes en San Pedro y San
Lorenzo, se proyectó en un terreno alejado de la ciudad, pues a más de presentar estos
problemas, la ciudad ya se los había tragado. El objetivo era crear un camposanto donde se
permitiera el acceso a todas las clases sociales y que fuese administrado por la Iglesia. Sin
embargo, en la correspondencia que reposa en el Archivo Arquidiocesano de la ciudad, se
percibe el desacuerdo existente entre ambas administraciones (civil y religiosa) en el
control del mismo, y como señalaba Agapito Betancur, personero municipal en 1927,
debían tenerse en cuenta para este caso, los estatutos establecidos en el Concordato y los
derechos de compra y gastos de conservación hechos por el Concejo.316
En un informe presentado al cabildo el 12 de abril de 1927, por el profesor de Derecho
Canónico de la Universidad de Antioquia, José Joaquín Ramírez, explicitaba ante el
Concejo Municipal, por insinuación de la Junta de Obras Públicas, abrir un cementerio
grande, extenso y católico en el barrio llamado “Rancho Largo” perteneciente a la
parroquia de Robledo317 y situado sobre la carretera norte, en el paraje denominado
“Vueltas de Cipriano” con una extensión no menor de veinte cuadras 318 a una altura, quizás
pensando en la conservación de los cadáveres, de 30 metros sobre el nivel del río Medellín,
pues la topografía lo señalaba como “el lugar adecuado, pues ocupa una pintoresca meseta
bellamente rodeada de ondulaciones.”319
La aprobación para su construcción se decretó por medio del acuerdo número 4 de
julio de 1933 del facultativo concejil, presidido por el médico, historiador y político Luis

315
Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, 1993, p. 448.
316
AAM, M52, C1. Los artículos por los cuales debía establecer la administración son el 16 y 17 de la
Convención Adicional del Concordato.
317
AAM, M52, C1. Correspondencia. 12 de abril de 1927.
318
AHM, Crónica Municipal, Medellín, 24 de febrero de 1933, No. 781.
319
AHM, Crónica Municipal, Medellín, 24 de febrero de 1933, No. 781. Correspondencia enviada el 13 de
agosto de 1929 al señor arzobispo Manuel José Caicedo por el ingeniero Carlos Augusto Agudelo.
145

Mesa Villa.320 La participación de las autoridades sanitarias fue determinante, por ser este
organismo el que años atrás recomendó la clausura de los antiguos cementerios. Para hacer
efectivo tal dictamen, el facultativo designó, el 28 de abril de dicho año, una comisión
integrada por Reynaldo Zapata, Antonio Mejía, Gregorio Agudelo, Julio Restrepo y
Gilberto Rave López, como secretario para trabajar en aras del proyecto.321 Un año
después, el 26 de septiembre de 1934, el cabildo atendía las recomendaciones de la curia
para considerarlo católico, estos puntos eran a saber: 1. Que se ponga bajo la autoridad de
la iglesia y se reconozca su jurisdicción en lo que le corresponda. 2. Que esté bien
resguardado de toda profanación. 3. Que cuando sea posible se edifique una capilla pública.
4. Que cuando llegue la oportunidad sea bendecido con las ceremonias proscritas por la
Iglesia. 5. Que se separe una porción sin bendecir, con una pared para enterrar a aquellos a
quienes no se pueda dar sepultura eclesiástica, según lo determine la autoridad
eclesiástica.322 Estas recomendaciones fueron tenidas en cuenta por el Concejo, pero
también debía atender solicitudes de otras confesiones, pues como era Universal, atendió, el
27 de noviembre de 1935, al llamado del pastor protestante don Sebastián Barrios para que
destinara un lote a los difuntos de la Iglesia Evangélica Presbiteriana. 323 Por consiguiente,
la delegación, con autorización del ejecutivo, hizo la separación proporcional a las diversas
confesiones con la administración que les corresponde y la Ingeniería de Servicios Públicos
se encargarían de separar el globo de terreno necesario para delimitar la plaza pública,
frente al cementerio.
En ese mismo año, por convenio número 78 del 26 de mayo de 1933, se abrió una
convocatoria para su diseño. El municipio premiaría con la suma de 1.200 pesos al ganador,
con 500 al segundo y con una mención honorífica al tercero.324 El ganador del concurso fue
el ingeniero, arquitecto y pintor Pedro Nel Gómez.325 En el diseño propuesto el ingeniero

320
Mesa Villa nació en Medellín el 6 de julio de 1900 en el hogar de Luis María Mesa y Mercedes Villa.
Murió en la misma ciudad sin descendencia. Tomado de: Livardo E. Ospina, Una vida, una lucha, una
victoria. Monografía histórica de la empresas y servicios públicos de Medellín, Medellín, Editorial Colina,
1966, p. 77. Los artículos del 1 al 7 establecen los parámetros para la erección del cementerio. Véase,
AHM, Crónica Municipal, Medellín, 24 de febrero de 1933, No. 781.
321
El Colombiano, Medellín, 30 de abril de 1933, No. 5981, p. 2.
322
AAM, M52 -C1.
323
Livardo E. Ospina, Una vida, una lucha, una victoria. Monografía histórica de la empresas y servicios
públicos de Medellín, Medellín, Editorial Colina, 1966, p. 27.
324
AHM, Crónica Municipal, Medellín, 12 de junio de 1933, No. 794.
325
Posteriormente el municipio abriría otra convocatoria para el diseño de mausoleos y esculturas
representativas. Fueron aprobados: Óscar Montoya, con su obra “La faena diaria del bombero”, Alberto Marín
146

establecía cinco grandes áreas: fosas comunes, tumbas individuales, tumbas para ricos, los
servicios del “ante-cementerio”, y carácter “universal” del cementerio.326 En las fosas
comunes estarían las tumbas para niños separados de los adultos, con un total estimado por
el artista de 400 bóvedas. La uniformidad arquitectónica y artística estipulaba lápidas
económicas que darían al sector uniformidad. La zona de tumbas individuales estaría
destinada a la sepultura de personas importantes. La tercera sección, refiere Nel Gómez,
sería la parte más monumental y quedaría constituida por un número de bóvedas y
monumentos destinados a las familias más pudientes.
En este sector se ubicaba la capilla católica y en el extremo, la administración y
demás salas de servicios que constituyen el denominado “antecementerio”. En esta área, se
ubicó el núcleo administrativo: oficinas de administración, caja, arquitectura, información,
guardianes y jardines y un gran salón para el archivo general del cementerio. Asimismo, se
localizaba el semillero, los talleres para vaciado de lápidas, herramientas y servicios.
También el cuerpo de médicos-forenses (dirección de higiene) tendría allí dos salas; una
mortuoria, donde se evaluaban las causas de cadáveres de personas con riesgos de
enfermedades contagiosas; otra sala, destinada a la diligencias de autopsia de cadáveres
encontrados en la calle. La alcoba del médico, una sala para el público y otras para guardias
y servicios. Este recinto tuvo a su disposición un servicio de pompas fúnebres. En la
representación de universalidad, éste acogió diferentes confesiones, el interior del mismo
estaba separado del campo católico por una verja de hierro y sólo la capilla católica podría
quedar en el interior. En total se destinaron más de 12 cuadras para hacer realidad la
ejecución del parque-cementerio.327

Vieco, Bernardo Vieco, Carlos Gómez Castro y Nel Rodríguez, éste último ganó en 1947, el concurso para el
diseño de la Urna Votiva de hombres ilustres. AHM, Centro de Documentación, Caja 29, Carpeta 5, “Las
Grandes Realizaciones de la Democracia”, Revista Municipal, Año I, Medellín, Imprenta Municipal, 1948, p.
239. O el Fondo Concejo de Medellín, Serie Asuntos Varios, Tomo 1067, folio 24r.
326
AHM, Centro de Documentación, Caja 29, Carpeta 5, “Las Grandes Realizaciones de la Democracia”,
Revista Municipal, Año I, Medellín, Imprenta Municipal, 1948, pp. 239-241.
327
AHM, Centro de Documentación, Caja 29, Carpeta 5, “Las Grandes Realizaciones de la Democracia”,
Revista Municipal, Año I, Medellín, Imprenta Municipal, 1948, p. 244.
147

Plano 8. Planimetría General del Cementerio Universal. Fue en su momento, concebido como una obra de
importancia semejante a hospitales, plazas y mataderos. Ejes fundamentales de toda urbe. (En: Revista
Municipal, Año I, Medellín, Imprenta Municipal, 1948, p. 241.)

Diez años después, el 5 septiembre de 1943, se inauguró con el entierro de siete individuos.
El primero en tener el honor fue el señor Marcelino Gutiérrez Daza,328 el segundo, don
Rufino Antonio Berrío,329el tercero, Ángela Rita López, 330el cuarto, José Ignacio Castrillón
Montoya,331 la quinta, Rosa Malbueno Díaz,332 el sexto, Antonio R. Casas,333 y el séptimo,

328
Un solterón de 73 años, natural de Salgar, quien murió a consecuencia de debilidad senil, a las 10 de la
mañana del miércoles último. Gutiérrez Daza dejó de existir en el manicomio departamental, en donde se
hallaba recluido desde hacía varios años. Fue sepultado en la zona primera y su cruz estuvo señalada con el
número uno. “Los primeros inhumados en el Cementerio Universal. Solteros, alienados y de avanzada edad.
Seis personas hasta ayer.”, El Colombiano, Medellín, 10 de septiembre de 1943, p. 2. Las demás referencias
de vida se tomaron de este mismo periódico y fecha.
329
Contaba con 60 años, también soltero, y quien estaba igualmente recluido en el manicomio departamental.
Su muerte fue originada por una caquexia senil, según pronóstico del doctor Salvador Jaramillo Berrío. Los
restos fueron sepultados en la misma zona y señalados con la cruz número dos.
330
Soltera, de 35 años, murió de tuberculosis. Esta mujer dejó de existir en el sanatorio “La María”, según
consta el informe médico del Dr. Rafael J. Mejía.
331
De 24 años, casado y agricultor. Murió en el hospital San Vicente de Paúl a consecuencia de una
peritonitis aguda.
332
De 25 años, soltera. Murió en “La María” de tuberculosis.
333
De 25 años, casado. Murió en “La María” de tuberculosis. El certificado de defunción fue expedido por el
galeno Alfonso Mejía Cálad.
148

don Ramón Valencia Vásquez.334 Con la inhumación de estas seis personas, se abre una
nueva etapa en la concepción del ritual fúnebre, en la manera de tratar los cadáveres, en la
“humanización” del mismo, y en la sepultura en tierra. Pues, de los cementerios
decimonónicos: monumentales, lúgubres e insalubres, se pasa a la idea de parque-
cementerio ajustada a la arquitectura moderna; en la cual se impondrá, posteriormente, con
los llamados cementerios-jardines de Campos de Paz, Jardines Montesacro y el mismo
Universal. Allí, el espacio es adornado con plantas ornamentales adecuadas para fines
mortuorios: jardines, esculturas, prados bien cuidados, pequeñas capillas, cafeterías y
oficinas de administración hacen parte de estos diseños. Así, este espacio se convierte en un
lugar para la recreación visual, pensamos que los parques-cementerios son espacios que han
evolucionado hacia una visión más humana, normal y menos tétrica de la muerte, un
discreto ocultamiento de la muerte, tal como lo expresa su verdadero significado
(etimología) de la expresión cementerio: “el lugar donde se duerme” del griego
Koimeteriòn y no el lugar donde se pudre –como señala con mordacidad- Louis Vincent
Thomas.335
Su concepción se identifica con el planeamiento urbano, ya que estos sí están dentro
de la red de servicios citadinos adquiriendo identidad en la misma sociedad. Asimismo,
existe un aire “democrático”, ornamental y ecológico. Al contrario de los cementerios
decimonónicos, las bóvedas o nichos no existen, el difunto regresa a la tierra y en ella se
desintegra, pero sigue manteniéndose el terruño como bien inmueble.
Para terminar no se puede ocultar en todo caso la proyección simbólica de los
cementerios, pues de acuerdo a su extensión, su ubicación, el cuidado o la negligencia de
que son objeto; su división en sectores de “ricos” o “pobres”, oficiales o privados; o el
sentido de las inscripciones que en ello se leen; pero sobre todo según los significados que
allí aparecen: símbolos religiosos (cristianos, musulmanes, judíos) símbolos laicos
(librepensamiento, francmasonería) la cruz, la media luna, la columna truncada, bastan para
provocar toda una constelación de asociaciones.336

334
De 55 años, casado y quien dejó de existir en el manicomio departamental.
335
Orlando Mejía Rivera, “Colombia: las muertes simultáneas”, Revista Yesca y Pedernal, No. 3, Medellín,
Universidad Eafit, febrero de 2003, p. 97.
336
Louis Vincent Thomas, Antropología de la muerte, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 550.
149

En el capítulo final de la investigación describimos el difícil proceso que fue la


escisión de los cementerios al interior de la iglesia y su inserción en los sitios alejados del
casco urbano. Traslado que se vio lleno de trabas y de cuanta disculpa pudiesen sacar los
opositores a dicha medida, ya que la rigidez mental, las costumbres tan arraigadas, como
también los inconvenientes económicos convirtieron a Medellín, y demás ciudades donde
se implementaron estas medidas en un “campo de batalla” por hacer realidad un proyecto
que se venía gestando desde España, durante la segunda mitad del siglo XVIII.
Superado paulatinamente dicho proceso, el encajamiento de los cementerios en los
proyectos urbanísticos se logró gracias a la labor ingente de las sucesivas administraciones,
el interés de los propietarios de terrenos aledaños a los mismos por negociar y la
intervención de la comunidad médica, con la fundación de la Academia de Medicina en
julio de 1887, fueron determinantes en la construcción de la nueva ciudad. No obstante,
otros factores “tangenciales” como la migración, que contribuyó a la masificación de la
ciudad, el proceso de industrialización, secuela del primero y la proyección de nuevos
cementerios (jardines) cambiaron el panorama urbano y la manera de aceptar los espacios
fúnebres.
De la mano con el proceso urbanizador que tendrá como fin la creación de barrios,
calles y sitios de recreación, otro elemento que aparece alrededor de éstos es el
establecimiento de población libertina. Quizás por su condición de marginados y el tipo de
asentamiento: en los márgenes de la ciudad, esta capa de población le dio un toque de
misterio y sensacionalismo del que será reconocido durante muchos años.
Para concluir, queremos señalar que el proyecto de inclusión de los cementerios en el
entramado urbano fue un proceso inevitable que modificó la concepción sanitaria, social y
cultural. Al ser absorbidos, se pensó en un diseño más amable, paisajístico e incluyente
dentro de los nuevos modelos urbanos llamados parque-jardín. Mientras eso pasa, en la
ciudad de los muertos esperan el paso a la eternidad, esperan llegar al cielo para gozar de la
presencia de Dios.
150

CONCLUSIONES
El proceso de aceptación de cementerio extramuros fue lento y desigual. Las ideas
relacionadas con los imaginarios terrenales en contraposición con el más allá, reforzados
con los conceptos escatológicos de juicio final y purgatorio que el cristianismo estableció
eficazmente en Occidente fueron los principales obstáculos a vencer por los gobiernos
ilustrados preocupados por mantener un control en América. Por ello, necesitó de la
persuasión para acabar con el temor que significaba trasladar la sepultura dentro de las
iglesias a lugares alejados del centro de la ciudad y la sociedad misma, propensa a
“encresparse” frente a cualquier acto que afectase el descanso eterno de los deudos. De las
“herramientas” más eficaces para cambiar esos miedos no sólo fueron las razones médicas,
también podemos mencionar, el ascenso de la doctrina miasmática y el desarrollo de la
química neumática que contribuyeron a purificar el entorno; la política de embellecimiento
y mejora de ciudades con el fin de introducir en ellas un criterio de racionalidad y eficacia y
por último, el incremento de la población que incrementó el porcentaje de mortalidad,
fueron definitivos en el establecimiento del cementerio extramuros.
En este sentido queremos destacar a partir de las observaciones entre cementerio y
desarrollo urbano algunos aspectos. En primer lugar y en eso coincidimos con la
historiadora argentina, Ana María Martínez de Sánchez, al afirmar que la concepción de
emplazar los cementerios no fue secular. Primero porque la Corona quiso que todas las
parroquias de sus dominios enviaran informes sobre el estado de los fondos de las iglesias,
que en su mayoría estaban vacíos, o en su defecto se costearían con las reales tercias para la
hechura de los mismos. Intención llena de buena voluntad pero difícil de aplicar, pues
España estaba al momento de expedir las reales órdenes, especialmente con Carlos IV,
sosteniendo guerras con Francia e Inglaterra entre 1770 y 1810, y no podía subvencionar
tales obras, pues el mantenimiento de sus ejércitos demandaba la obtención de enormes
empréstitos de parte del estamento clerical o civil. El segundo, el traslado de sepultura a
sitios alejados de la periferia no significó acabar con el sentido cristiano de “camposanto”,
ya que aquellos debían poseer una capilla para efectuar las ceremonias católicas.
De igual manera, es pertinente resaltar la importancia que los cementerios tuvieron
para el desarrollo urbano. Su impacto en ciudades como Cartagena, Cali, Bogotá y
Medellín fue notable, pues su establecimiento originó nuevos barrios y muchos
151

inversionistas vieron en los terrenos aledaños, prósperos negocios de propiedad raíz. A


pesar de la desvalorización de viviendas ubicadas cerca de los camposantos y que un
estudio de este tipo proporcionaría para una mejor comprensión del valor del suelo en los
suburbios.
También desde lo espacial, no se tuvo en cuenta la recomendación de “establecer en
sitios ventilados y alejados de la población”, pues desde el momento mismo de su traslado,
ya se encontraban allí pequeños núcleos de población dispersa, en su mayoría de extracción
social baja, percibiéndose con mayor dinámica a partir de la segunda mitad del siglo XIX,
cuando la ampliación del límite urbano comienza a tragárselos y hacer vistos como
“elementos intrusos” dentro de una ciudad que privilegia la vida y no considera los sitios
fúnebres como parte de ella. Como posible solución a éste problema los arquitectos-
urbanistas, siguiendo los diseños del anglosajón y superficial jardín-cementerio, también
ubicados en los contornos, construyeron en los nuevos sitios de la ciudad, con otros
significados y tipos expresivos o simbólicos donde la muerte se maquilla, cambiando las
tonalidades del cementerio monumental, de blanco a negruzco ha verde y multicolor
paisaje; queriendo destacar con ello la importancia de realizar más estudios de estos como
referentes urbano-paisajísticos.
152

ANEXO 1 Plano 1

Diseño propuesto por don Francisco Requena para las posesiones de América, 1804.

Fuente: AHA, Fondo Colonia, Serie Reales Cédulas, Tomo 30, Doc. 161.
153

ANEXO 2 Cuadro 2

Lista de contribuyentes para cementerio de San Benito. Años 1805, 1808 y 1809.

No. Fecha Nombre Categoría Oficio Cantidad Unidad


1 1805.00.00 Naranjo, Miguel Don Oficial de tapias 1 Semana
2 1805.00.00 Álvarez, Juan Lorenzo Don 10 Patacones
3 1805.00.00 Escovar, Baptista 8 Reales
4 1805.00.00 Chavarría, [roto] 2 Patacones
5 1805.00.00 Cadavid, José Antonio 10 Reales
6 1805.00.00 Cuartas, Juan Francisco 8 Reales
7 1805.00.00 Lotero, Francisco Don 4 Reales
8 1805.00.00 González, Joaquín Don 8 Reales
9 1805.00.00 Acosta, Javier Don 8 Reales
10 1805.00.00 Escobar, José Don 8 Reales
11 1805.00.00 Vásquez, Julián Don 8 Reales
12 1805.00.00 Palacio, Ignacio Don 8 Reales
13 1805.00.00 Velásquez, Vicente Don 1 Peón una semana
14 1805.00.00 Tirado, Fernando Don 8 Reales
15 1805.00.00 González, Rafael Don 1 Peón una semana
16 1805.00.00 Cadavid, Joaquín Don 8 Reales
17 1805.00.00 Mora, José Antonio Don 2 Patacones (1)
18 1805.00.00 Escovar, Pablo Don 4 Reales
19 1805.00.00 Muñoz, José Antonio Don 8 Reales
20 1805.00.00 Álvarez, José Don 2 Patacones
21 1805.00.00 Sierra, Francisco Don 4 Patacones
22 1805.00.00 Álvarez, Vicente 2 Patacones
23 1805.00.00 Restrepo, Vicente Don 4 Reales
24 1808.03.09 Rodríguez Obeso, Juan F. Don 8 Patacones (2)
25 1808.03.09 Mora, José Antonio Don 2 Patacones
26 1808.03.09 Muñoz, José Ignacio Don 2 Patacones
27 1808.03.09 Álvarez, Bernardo Don 10 Patacones
28 1808.03.09 Lema, José Antonio Don 2 Patacones
29 1808.03.09 Rodríguez Obeso, José Don 10 Patacones
30 1808.03.09 Gutiérrez, Ildefonso Don 12 Reales
31 1808.03.09 López, Francisco Don 10 Patacones
32 1808.03.09 Posada, Vicente Don Alcalde 2 Patacones
33 1808.03.09 Molina, Gavino Don Alcalde 1 Patacón
34 1808.03.09 Velásquez, Miguel Don Alcalde 1 Patacón
35 1808.03.09 Montoya, Miguel Don Alcalde 1 Patacón
36 1808.03.09 Cárdenas, Ignacio Don 1 Patacón
37 1808.03.09 Mesa, Antonio Don 4 Reales
38 1808.03.09 Escovar, Bautista Don 4 Reales (3)
39 1808.03.09 Cadavid, Juan José Don 2 Patacones
40 1808.03.09 Gómez, Miguel Don 6 Reales (4)
41 1808.03.09 Restrepo, Jerónimo Don 6 Reales (5)
42 1808.03.09 Henao, Juan Bautista Don 1 Patacón
154

43 1808.03.09 Peláez, Eduardo Don 2 Reales


44 1808.03.09 Vásquez, Julián Don 4 Reales
45 1808.03.09 Arteaga, Miguel Don 2 Patacones
46 1808.03.09 Cadavid, José Antonio Don 10 Reales (6)
47 1808.03.09 Acosta, Javier Don 8 Reales
48 1808.03.09 Restrepo, José Antonio Don 4 Reales
49 1808.03.09 Álvarez, Ignacio Don 2 Reales
50 1808.03.09 Álvarez, Clemente Don 2 Reales (7)
51 1808.03.09 Arango González, José Antonio Don 4 Reales
52 1808.03.09 Estrada, Joaquín Don 3 Patacones fuertes
53 1808.03.09 Saldarriaga, Julián Don 4 Reales
54 1808.03.09 Benítez, Antonio Don 4 Reales
55 1808.03.09 Gutiérrez, Antonio 8 Reales
56 1808.03.09 Atehortúa, Miguel 4 Reales
57 1808.03.09 Velásquez, José Joaquín 4 Reales
58 1808.03.09 Escovar, Antonio María 6 Reales
59 1808.03.09 Muñoz, José Antonio Don 2 Patacones
60 1808.03.09 Santamaría, Juan Don 2 Patacones
61 1808.03.09 Hernández, Andrés 1 Patacón
62 1808.03.09 Acevedo, Ubaldo 4 Reales
63 1808.03.09 Alzate, Antonio 4 Reales
64 1808.03.09 Hernández, Antonio 4 Reales
65 1808.03.09 Márquez, Joaquín 8 Reales
66 1808.03.09 Villa, Francisco Don 8 Reales
67 1808.03.09 Vélez Velásquez, Francisco Don 8 Reales
68 1808.03.09 Pizano, Francisco Don Alcalde 6 Patacones
69 1808.03.09 Tirado, Joaquín Don Regidor 4 Patacones
70 1808.03.09 Sañudo, Joaquín Don Regidor 4 Patacones
71 1808.03.09 Lalinde, Juan Don 1 Peón una semana
72 1808.03.09 Restrepo, José María Don Regidor 2 Patacones
73 1808.03.09 Delgado, Carlos Don Regidor 4 Patacones
74 1808.03.09 Palacio, Ignacio Don Procurador general 500 Tejas
75 1808.03.09 Morales, Antonio 3 Reales
76 1808.03.09 Gutiérrez, Roque 2 Reales
77 1808.03.09 Barrientos, Felipe Don 10 Patacones
78 1808.03.09 Villa, Francisco Antonio Don 4 Patacones
79 1808.03.09 Gómez, Joaquín Don 1 Peón una semana
80 1808.03.16 Vélez, Javiera 4 Reales
81 1808.03.16 Villa, Casimiro Don 2 Patacones
82 1808.03.16 Ortiz, José María Don 2 Días de trabajo
83 1808.03.16 Álvarez, José Don 4 Reales
84 1808.03.16 Álvarez, Vicente Don 4 Reales
85 1808.03.16 Galindo, Bernardo 25 Piedras arrancadas
86 1808.03.16 Restrepo, Francisco Don 25 Piedras labradas
87 1808.03.16 Sánchez, Joaquín 3 Reales
88 1808.03.16 Gaviria, Remigio 2 Días de trabajo
89 1808.03.16 Restrepo, Miguel Don 10 Patacones
90 1808.03.16 Pérez, Lorenzo Don 10 Patacones
155

91 1808.03.16 Restrepo, Esteban Don 2 Patacones


92 1808.03.16 Callejas, José Antonio Don 4 Patacones
93 1808.03.16 Berrueco, Juan Berrueco 1 Patacón
94 1808.03.16 Uribe, Antonio Don 2 Patacones
95 1808.03.16 Cubidez, José 4 Reales
96 1808.03.16 Acevedo, Jerónimo 1 Patacón
97 1808.03.16 Muñoz, Miguel 2 Patacones
98 1808.03.16 Campo, Lorenzo 2 Reales
99 1808.03.16 Dávila, Francisco 2 Reales
100 1808.03.16 Gómez, Calixto 3 Días de trabajo
101 1808.03.16 Gutiérrez, Pedro 3 Días de trabajo
102 1808.03.16 Hernández, Agustín 3 Días de trabajo
103 1808.03.16 Zuleta, Justo 1 Día de trabajo
104 1808.03.16 Muñoz, Andrés 3 Días de trabajo
105 1808.03.16 Madrid, Miguel 4 Reales
106 1808.03.16 Peláez, José 1 Peseta
107 1808.03.16 Pimienta, Salvador 4 Reales
108 1808.03.16 Galarzo, Lorenzo 2 Reales (8)

109 1808.03.16 Álvarez, Mateo 3 Días de trabajo


110 1808.03.16 Hernández, Pedro 3 Días de trabajo
111 1808.03.16 Gaviria, José 2 Días de trabajo en su oficio
112 1808.03.16 Molina, Pablo 1 Día de trabajo en su oficio
113 1808.03.16 Angulo, Joaquín 2 Días de trabajo
114 1808.03.16 Hernández, Félix 1 Semana de trabajo
115 1808.03.16 Hernández, Sacramento 1 Semana de trabajo
116 1808.03.16 Hernández, Salvador 4 Reales
117 1808.03.16 Delgado, Pedro 4 Reales
118 1808.03.16 Galarzo, Agustín 1 Día de trabajo (9)
119 1808.03.16 Zapata, José María Sastre 4 Reales
120 1808.03.16 Zapata, José María Zapatero 4 Reales
121 1808.03.16 Rodríguez, Miguel 4 Patacones
122 1808.03.16 Peña, José Antonio 1 Día de trabajo
123 1808.03.16 Velásquez, Antonio Don 6 Días de trabajo y un peón
124 1808.03.16 Valle, José del Don 2 Patacones (10)
125 1808.03.16 Carrasquilla, Alejandra Don 2 Patacones (11)
126 1808.03.16 Ramos, Francisco Don 1 Peón una semana
127 1808.03.16 Torres, José María 2 Patacones
128 1808.03.16 Velásquez, Francisco 4 Reales
129 1808.03.16 Pinillos, Evaristo 2 Patacones
130 1808.07.23 López de Arellano, Gabriel Notario 45 Castellanos
131 1808.07.23 Naranjo, Miguel Don Regidor 57 Castellanos
132 1808.07.23 López, Francisco Don 5 Castellanos
133 1808.07.23 Restrepo, Manuel de Don 1 Castellano
134 1808.07.23 Pinillos, Evaristo Don 1 Castellano
135 1808.07.23 Álvarez, Juan Lorenzo Don 5 Castellanos
136 1808.07.23 Torres, Leonardo Tapiador 2 Castellanos
137 1808.07.27 Valle, Antonio del 3 Castellanos
156

138 1809.01.25 Gómez, Joaquín * Don Alcalde 4 Patacones


139 1809.01.25 Gómez, Joaquín * Don Alcalde 500 Tejas
140 1809.01.25 Tirado, Nicolás Don 500 Tejas
141 1809.01.25 Martínez, (NN.) Doctor 4.000 Tejas (12)
142 1809.01.27 Pontón, Mariano Don 5 Castellanos
143 1808.10.29 Mariaca, Miguel Don 4 Patacones
144 1808.10.29 Estrada, Joaquín de Don 3 Patacones
145 1808.10.29 Molina, Mateo 4 Patacones
146 1808.10.29 Acevedo, José 2 Patacones
147 1808.10.29 Torres, Juan José 5 Patacones
148 1808.10.29 Gómez, José Joaquín 3 Patacones
149 1808.10.29 Correa, Salvador 500 Tejas
150 1808.10.29 Pontón, Mariano 5 Castellanos

Convenciones: (1) Dio en 1806. (2) Pagó de contado. (3) En 1806 dio 4 reales. (5) Vecino de Altavista. (6) En
1806 dio 3 reales. (7) En 1806 dio 10 reales. (8) en 1806 dio 4 reales. (9) Más dos días de trabajo. (10) Manda
a Leonardo Torres con 5 castellanos. (11) Más 1 peón. (12) Compradas.

Fuente: AHM, Fondo Colonia, Serie Procesos, Tomo 74, folios 157r. 158v.
157

ANEXO 3 Cuadro 3

Lista de individuos que deben recoger limosna los once primeros sábados, 1817.

No.
Sábados Nombre Profesión/Categoría
(Calle, Alberto M. de Vicario
la) superintendente
1ª López H., Francisco Alcalde 1ª voto
Piedrahita, Antonio de Don
Gónima, Rafael Don
Gaviria, José Miguel Cura
2ª Vélez V., Francisco Alcalde 2ª voto
Pasos, José María Don
Pontón, Jose Mariano Don
Restrepo, Carlos de Cura
3ª Barrientos, José A. Regidor
Obeso, Juan F. Don
Sañudo, Joaquín Don
Tirado, Salvador Cura
4ª Mora, José Antonio El 2ª regidor
Santamaría, Cristóbal Don
Lince, Joaquín Don
Saldarriaga,Francisco Cura
Estrada C., Francisco El 3ª regidor
5ª Pardo, Andrés Don
Obeso, José Don
Palacio, José Antonio Cura
Naranjo, Rafael El 4ª regidor
6ª Santamaría, Manuel Don
Santamaría, José M. Don
Peña, Rafael de la Cura
Estrada R., Francisco Regidor
7ª Jaramillo, Santos Don
Gutiérrez, Ildefonso Don
Granda, Pablo Cura
Pizano, Francisco Regidor
8ª Tirado Villa, Joaquín Don
Muñoz, José Antonio Don
Naranjo, José Antonio Procurador
Trujillo, Eladio Procurador general
9ª Llamas, José de Don
Tirado, Manuel Don
Los jueces de barrio
158

Upegui, Joaquín Don Fuente: AAM, M52-C2


10ª Valle, José del Don
Benítez, Nicolás Procurador, doctor
Bonnet, Vicente Doctor
11ª Restrepo, Félix de Doctor
Gómez, Joaquín Doctor
159

ANEXO 4 Cuadro 4

Lista de contribuyentes del cementerio nuevo (San Lorenzo) en tiempo del coronel
Francisco Urdaneta, 19 de julio de 1826.

No. Nombre Distinción Cantidad $


1 Urdaneta, Francisco Coronel 10
2 Gaviria, José Antonio 4
3 Lince, José 2
4 Uruburo, Andrés Avelino 2
5 Zaldúa, Bruno 4
6 Trujillo, Celedonio 2
7 Zea, Joaquín 1
8 Hoyos, Juan Nicolás 2
9 Restrepo, Javier 1
10 Uribe, José María 10
11 Lince, Joaquín 1
12 Escobar, Antonio 1
13 Torres, Luis 3
14 Puerta, Pedro 4
15 Mejía, Felipe 2
16 Arango Trujillo, José María 1
17 Botero, José María Capitán 2
18 Gallo, Francisco 1
19 Mejía Sierra, José Antonio 4
20 Posadas, Mauricio 1
21 Restrepo Granda, Joaquín 4
22 Tirado, Manuel 4
23 Muñoz, José Antonio 3
24 Muñoz, Jonás 1
25 Muñoz, José María 1
26 Lotero, Ildefonso 2
27 Mejía Uribe, José Antonio 1
28 Estrada, Francisco 10
29 Gaviria, Carlos 2
30 Gutiérrez, Ildefonso 4
31 Juárez, Nicolás 1
32 Barrientos, José Antonio 4
33 (Pacuro), Francisco 16
34 Sañudo, Juan Pablo 6
35 Obeso Santamaría, José 10
36 Palacio, Luis 300 tejas
37 Callejas, Diego 2
38 Pinillos, Evaristo 10
39 Llamas, José 1
40 Restrepo, Nicolás 1
41 Naranjo, Pedro Pablo 2
42 Rojas, Juan 1
160

43 Mesa, Joaquín 4
44 Trujillo, Hilario 1
45 Becerra, Jonás 10
46 Calle, José Miguel de la Pbro. 25
47 Villa, Lucio de Don 8
48 Restrepo, José Miguel 1
49 Restrepo, Carlos 10
50 Callejas, José Antonio 6
51 Villa, Luis 8
52 Calle, Vicente 2
53 García, Francisco 2
54 Restrepo, Mariano 4
55 Lalinde, José María 3
56 Piedrahita, Francisco ---
57 Calle, Alberto María de la Don 10
58 Obeso, Manuel Pbro. 4
59 Trujillo, Hilario 1
60 Ángel, Bautista 4
61 Sañudo, Juan Pablo 4
62 Restrepo, Marcelino 2
63 Naranjo, Juan Pablo 2
64 Rivero, Juan 2
65 Mesa, José María 6
66 Yepes, José Pbro. 6
67 Naranjo, José Antonio Pbro. 8
68 Valle, Paulino Pbro. 1
69 Llamas, José 1
70 Uribe Restrepo, Antonio 4
71 Muñoz, José Antonio 2
72 Gaviria, Carlos 2
73 Upegui, José María 3
74 Sánchez, Nicolás 1
75 Restrepo, Mariano 4
76 Upegui, Joaquín 1
77 Pinillos, Evaristo 12
78 Gómez, Estanislao Don 2
79 Restrepo, Joaquín 1
80 Torre, Joaquín 1
81 Vélez, Alberto 1
82 Ortiz, Antonio 1
83 Mejía, Felipe 8
84 Piedrahita, Francisco 8
85 Callejas, José Antonio Alcalde 2ª voto 4
86 Rodríguez, José María 2
87 Córdova, Joaquín 8
88 Mejía, José Antonio 8
89 Arango, José Ignacio 1
161

90 Hernández, Sacramento 1
91 Gutiérrez, Ildefonso 2
92 Tirado, Manuel 4
93 Botero, Servando 1
94 Posada, José Lorenzo 4
95 Hoyos, Nicolás 2
96 Gómez, José María 1
97 Uribe, Gregorio 2
98 Upegui, Miguel 4
99 Hernández, José María 4
100 Cárdenas, Bernabé ilegible
101 Zapata, Timoteo 1
102 Baena, Gregorio 1
103 Delgado, Joaquín 4
104 Rodríguez, Pedro 4
105 Lalinde, Alejandro 2
106 Correa, Antonio 1
107 Arango, Salvador 4
108 Ospina, Francisco 1
109 Moreno, Antonio 4
110 Olarte, Toribio ilegible
111 Gómez, Jacinto 4
112 Santamaría, Juan 12
113 Gutiérrez, Pedro ilegible
114 Tirado, Salvador Pbro. 2
115 Vélez, Tomás 1
116 Sampedro, Vicente 2
117 Saldarriaga, Francisco Doctor 4
118 Escobar, Alejo 2
119 Campuzano, José María 8
120 Carrasquilla, Juan 2
121 Uribe Mondragón, Antonio 1
122 Obeso, Manuel Pbro. 8
123 Benítez, Francisco Pbro. 10
124 Arango, Pantaleón (1) Doctor ilegible
125 Jaramillo, José María (2) 4
126 Torres, Luis Jefe político 20
127 Gaviria, José Antonio Alcalde 1ª voto 12
128 Becerra, Tomás 10
129 Arango, José María 6
130 Trujillo, Celedonio 2
131 Torres, José María Don 6
132 Lince, José 6
133 Henao, Juan José 2
134 Naranjo, Rafael 2
135 Lince, Joaquín 3
136 Lotero, Ildefonso 2
137 Estrada, José Antonio 2
162

138 Callejas, Diego 4


139 Paso, José María 1
140 Benítez, José Nicolás Don 8
141 López Peña, Manuel Pbro. 4
142 Escobar, Antonio 1
143 Uribe Restrepo, José María 8
144 López, Francisco 4
145 Pizano, Francisco 16
146 Estrada, Francisco 2
147 Obeso Santamaría, José 4
148 Lince, Pedro 2
149 Gaviria, Estanislao 1
150 Muñoz, Tomás 2
151 Pizano, Pablo 4
152 Vélez, Francisco 4
153 Bernal, José María 12
154 Arrubla, Julián 4
155 Arango, Jose Antonio 1
156 Gómez, Félix 1
157 Mejía Uribe, José Antonio 4
158 Córdova, José 4
159 Torres, José 1
160 Amaya, Martin 4
161 Hurtado, Salvador 4
162 Amaya, Rudesindo 4
163 Ortiz, Januario 4
164 Sánchez, Joaquín 1
165 Rodríguez, José Antonio 1
166 Tirado, Fernando 5
167 Uribe, Jerónimo 4
168 Calle, Joaquín 4
169 Puerta Córdoba, José 2
170 Mora, Vicente 1
171 Álvarez, Bernardo 4
172 Restrepo, Gregorio 1
173 Flórez, José Ignacio 4
174 Prieto, José 4
175 Uribe, Ignacio 2
176 Márquez, Joaquín 2
177 Arteaga, José 1
178 Escobar, Rafael 1
179 Henao, Francisco 1
180 Sánchez, Lucas 1
181 Posada, Mauricio 1
182 Rojas, Ignacio 1
183 Jiménez, José Antonio 1
184 Hernández, Mariano 1
163

185 Arango, Torcuato 2


186 Suárez, Ignacio 1
187 Sánchez, José María 4
188 Puerta, José Manuel 6
189 Arango, Tomás 4
190 Villa, Lucio de Don 8
191 Castrillón, Bernardo Pbro. 4
192 Fernández, Miguel 4
193 Morales, Joaquín 4
194 Pinillos, Vicente 1
195 Uribe, José María Don 4
196 Calle, José Miguel de la Pbro. 10
197 Gómez, Brígido 1
198 López, Agustín 1
199 Mejía, Canuto 1
200 Lalinde, José María 2
201 Escobar, Carlos 2
202 Gaviria, Carlos (3) 2
203 Sampedro, José Miguel 1
204 Ochoa, Pablo 2
205 Gómez, José Joaquín (4) 2
206 Velásquez, Jacinto (5) 1

Convenciones: (1) La cuarta parte de los honorarios que se le remitiese por los señores alcaldes municipales
de esta villa por dos meses. (2) Cuatro días de trabajo de un esclavo. (3) Vecino de Otrabanda. (4) Dos pesos
más 6 que cede en José María Isaza que debe del otro cementerio por construcción de una pena de (ilegible)
en obra pública, pero que no responde. (5) Una semana de trabajo de un esclavo.

Fuente: AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Informes, Tomo 101, folios 348r. – 353r.
164

ANEXO 5

Reglamento higiénico propuesto por la comunidad médica, que deberá tenerse en cuenta a
la hora de establecer cementerios.

1. Alejamiento de los lugares habitados. Hemos dicho que esta es la primera y principal regla de
higiene y sin importancia no necesita comentario, pasó ya el tiempo en que posponiendo el interés
de la propia conservación o condiciones de otro género, la morada de los muertos era casi la misma
de los vivos; en que las inhumaciones se hacían adentro de los templos, en los atrios, en los jardines
de las casas y aun en el interior mismo de las habitaciones. Una higiene mejor entendida y aplicada,
he hecho que sin menoscabar el respeto debido a los muertos. Se les considera peligrosos y se les
reúna un punto apartado. Así nacieron los cementerios, los cuales deberán alejarse lo más posible de
los lugares habitados, sin perjudicar a las comodidades de transporte de los cadáveres. En ningún
caso deberá este alejamiento ser menor de 100 metros.

2. Orientación. Sin que la mayor parte de los higienistas indican la conveniencia de que los
cementerios estén colocados al norte o al este, es decir, en la dirección en que los vientos son más
fríos y secos, en nuestra zona de temperatura constantemente elevada, debe escogerse para
cementerio un punto de tal modo colocado, que los vientos más constantes pasen por la ciudad antes
que por el cementerio y nunca en sentido contrario. Esto tiene por objeto evitar que los gases que se
desprenden de todo cementerio, por muy bien construido que sea, no puedan ser arrastrados por los
vientos sobre la ciudad donde llevarían su acción deletérea o simplemente su natural fetidez. Para
evitar esto último conviene además, que el lugar escogido esté separado de las ciudades por una
colina que pueda interceptar el paso de los gases, las que siendo más denso que el aire, siguen la
corriente de los vientos barriendo la superficie del suelo.

3. Topografía del terreno. Deberá escogerse uno que sea seco y buen aireado; ligeramente doblado
y en pendiente suave, con el fin de que las aguas de las lluvias no estanquen nunca y produzcan
inundaciones perjudiciales a las construcciones que allí se hagan o que se infiltren abundantemente
en el terreno de las inhumaciones lo que perjudica altamente porque aunque la humedad favorece la
putrefacción, siendo excesiva impide que ella se haga con regularidad y favorece la saturación del
terreno, pero como no es posible evitar que parte de las aguas de lluvia se infiltren, deben
practicarse canales de desagüe que les faciliten salida, teniendo especial cuidado de que no
contaminen las aguas potables que corran en las cercanías del cementerio, porque si es verdad que
las capas de terreno que el agua atraviesa le sirven de filtro, también es verdad que tales capas solo
detienen las sustancias que están en suspensión y no las que el agua tiene en disolución.

4. Naturaleza del terreno. Debe elegirse un terreno calcáreo, pero en todo caso arenoso y poroso y
en manera alguna arcilloso sobre todo si se atiende a la mayor duración del tiempo de servicio que
el cementerio puede prestar en efecto, la experiencia enseña que los fenómenos de putrefacción son
más rápidos y llegan más pronto a su fin en los primeros que en los últimos, tal vez porque la
porosidad favorece la salida de los gases y de los líquidos, o acaso por combinaciones químicas
especiales de las cuales la mayor parte son desconocidas. En los terrenos arcillosos y húmedos la
putrefacción sigue al principio una marcha rápida pero en cierto momento la descomposición de
detiene, el cadáver se jabonifica y la tierra que lo rodea se infiltra y se satura pronto. De suerte que
un cementerio construido en terreno arcilloso quedará fuera de servicio en un tiempo relativamente
corto.

5. Sistema de inhumación. Los cadáveres pueden ser sepultados en criptas subterráneas, en bóvedas
superpuestas, fuera de tierra o en fosas separadas y comunes. Las criptas y las bóvedas constituyen
165

monumentos de familia y no habría objeción alguna que hacerles pudiendo emplear las unas y las
otras, siempre que llenen las condiciones higiénicas siguientes:

1. Que sean construidas de materiales sólidos y resistentes y perfectamente acondicionados


para que soporten la presión interna que resulta de la fuerza expansiva de los gases.

2. Que sean por lo mismo sólido y herméticamente cerradas, que los cadáveres que allí se
sepulten estén rodeados en el ataúd de polvos absorbentes y desinfectantes como por
ejemplo, aserrín de madera, impregnados de una solución concentrada de sulfato de zinc y
por último que el ataúd sea construido de madera muy sólida y hecho, de suerte que quede
lo mas herméticamente cerrado que sea posible; con estas indicaciones no hay
inconveniente alguno en que la inhumación se haga en criptas o como se usa entre nosotros,
en bóvedas, pero como al llenarlas se debilita la putrefacción y se hace más lenta, mayor
debe ser el tiempo que permanecerán cerrados, y sin sacarlos aquellos monumentos; y si se
considera que 5 años de demora por término medio la descomposición de un cadáver
sepultado en la tierra será el doble más la duración para uno sepultado convenientemente en
las bóvedas, criptas hechas con arreglo a la ciencia.

Mucho tiempo pasará sin que entre nosotros halla buenos materiales de construcción para
tal objeto y por tanto, continuando el sistema de bóvedas superpuestas fuera de tierra, estaré
más mucho tiempo expuesto a los peligros que presentan los gases que a veces se escapa a
torrentes de bóvedas agrietadas.

Convendría por consiguiente, reemplazar las bóvedas por criptas subterráneas horizontales en donde
cada sepulcro lleve en puerta herméticamente cerrada y por criptas verticales al lado de las cuales
quedarán en la superficie el monumento de familia que se distinga de las otras. Pero este sistema
está quizás fuera de nuestro recurso por ordinario y las bóvedas serán por mucho tiempo el único
que se emplee.

Cuando el cadáver pertenece a la categoría de los que pueden darse el lujo de un monumento que
conmemorase su vida terrenal y lo separe de su compañero en el “sueño eterno” se le sepultará las
tierras en fosos separadas o comunes.

Para esto deben observarse las siguientes reglas higiénicas:

1. Disponer de un área de terreno 5 veces más grande que el espacio exigido para las inhumaciones
anuales. Esta depende de que el término medio para que la descomposición de un cadáver en la
tierra sea completa sea de 5 años, durante las cuales no se debe hacer nueva inhumación en el
mismo lugar.

2. El cadáver debe ser colocado a un metro y medio de profundidad por lo menos quedando debajo
de él una capa de terreno permeable de 80 centímetros, por consiguiente, no sirve para cementerio
un lugar donde a 2 metros de profundidad, brote el agua se halle las rocas.

3. Las fosas deben tener 80 centímetros lateralmente y 40 a 50 en los extremos y guardar unas con
otras completa simetría, marcando con precisión su lugar para evitar que una nueva principie en el
área de otra.

4. La tierra que cubre el cadáver debe ser perfectamente pisada de modo que forme una capa
compacta.
166

5. En las ciudades en donde las inhumaciones de cadáveres pobres son muy numerosas se
acostumbra para ahorrar tiempo y trabajo enterrarlos en lo que se llama fosa común, la que será
cavada siguiendo las reglas semejantes a las establecidas en el parágrafo anterior, con la misma
simetría indicando. En algunas ciudades como Nápoles se acostumbra cavar un número de fosas
iguales al de los días del año y sus dimensiones se calculan por el número de muertos diarios.

6. El cementerio deberá dividirse en dos partes, una para tumbas y otra para monumentos de familia
y otros para las fosas y en toda el área deberá haber calles simétricas y regulares por donde puedan
pasar cómodamente los conductores de los cadáveres y las cajas fúnebres.

7. En el cementerio deberá haber una fuente de agua potable, pero debe cuidarse de que el agua sea
conducida desde su entrada hasta su salida por atanores impermeables a fin de que no puedan
impregnarse de principios malsanos ni filtran en el terreno de las inhumaciones. El agua que es
indispensable para el arreglo de los materiales de construcción quizás con su presencia algo de la
lobreguez y monotonía del recinto.

8. Es conveniente la plantación de árboles alrededor y a poca distancia del cementerio. De este


modo se impide la difusión a distancia de los gases en la atmósfera poniéndoles hasta cierto punto
una valla que les impida extenderse en un circuito considerable. Algunos higienistas creen que no es
conveniente plantar árboles en el área misma del cementerio por que dicen guardar mucho la
humedad del suelo y concentran los gases en una atmósfera reducida. Hasta cierto punto esto es
verdad, pero tales desventajas están compensadas en el hecho de que los árboles contribuyen a
hacer más rápido la descomposición cadavérica puesto que ellos necesitan para su desarrollo
sustancias orgánicas y minerales que toman en el suelo en donde nacen y para apropiárselos
facilitan con su presencia la descomposición de las materias vecinas de sus raíces a las que
arrebatan los principios aguados e hidrocarbonados que deben constituir su tejido, de suerte que
puede considerársele como agentes activos de la descomposición cadavérica.

Fuente: AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folios 731r. - 739v. El
reglamento higiénico, enviado al Concejo Municipal, con fecha del 3 de junio de 1889, aparece suscrito por
los médicos Francisco A. Arango y Francisco A. Uribe M. El énfasis es nuestro.
167

BIBLIOGRAFIA

1. Fuentes primarias

1.1 Archivos

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Fondo Arquidiócesis de Medellín

Erección de cementerios
Solicitudes
Correspondencia recibida y enviada
Actas de junta de cementerios
Decretos

Archivo Histórico de Antioquia, Medellín

Fondo Gobernación de Antioquia


Reales Cédulas
Escribanos

Archivo Histórico de Medellín

Fondo Concejo de Medellín

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179
180
181
182
183
184
185
186
146

ANEXO 1.

Plano No. 1.

Diseño propuesto por don Francisco Requena para las posesiones de América, 1804.

Fuente: AHA, Fondo Colonia, Serie Reales Cédulas, Tomo 30, Doc. 161.
149

ANEXO 2. Cuadro 2. 147

Lista de contribuyentes para cementerio de San Benito. Años 1805, 1808 y 1809

No. Fecha Nombre Categoría Oficio Cantidad Unidad


1 1805.00.00 Naranjo, Miguel Don Oficial de tapias 1 Semana
2 1805.00.00 Álvarez, Juan Lorenzo Don 10 Patacones
3 1805.00.00 Escovar, Baptista 8 Reales
4 1805.00.00 Chavarría, [roto] 2 Patacones
5 1805.00.00 Cadavid, José Antonio 10 Reales
6 1805.00.00 Cuartas, Juan Francisco 8 Reales
7 1805.00.00 Lotero, Francisco Don 4 Reales
8 1805.00.00 González, Joaquín Don 8 Reales
9 1805.00.00 Acosta, Javier Don 8 Reales
10 1805.00.00 Escobar, José Don 8 Reales
11 1805.00.00 Vásquez, Julián Don 8 Reales
12 1805.00.00 Palacio, Ignacio Don 8 Reales
13 1805.00.00 Velásquez, Vicente Don 1 Peón una semana
14 1805.00.00 Tirado, Fernando Don 8 Reales
15 1805.00.00 González, Rafael Don 1 Peón una semana
16 1805.00.00 Cadavid, Joaquín Don 8 Reales
17 1805.00.00 Mora, José Antonio Don 2 Patacones (1)
18 1805.00.00 Escovar, Pablo Don 4 Reales
19 1805.00.00 Muñoz, José Antonio Don 8 Reales
20 1805.00.00 Álvarez, José Don 2 Patacones
21 1805.00.00 Sierra, Francisco Don 4 Patacones
22 1805.00.00 Álvarez, Vicente 2 Patacones
23 1805.00.00 Restrepo, Vicente Don 4 Reales
24 1808.03.09 Rodríguez Obeso, Juan F. Don 8 Patacones (2)
25 1808.03.09 Mora, José Antonio Don 2 Patacones
26 1808.03.09 Muñoz, José Ignacio Don 2 Patacones
27 1808.03.09 Álvarez, Bernardo Don 10 Patacones
28 1808.03.09 Lema, José Antonio Don 2 Patacones
29 1808.03.09 Rodríguez Obeso, José Don 10 Patacones
30 1808.03.09 Gutiérrez, Ildefonso Don 12 Reales
31 1808.03.09 López, Francisco Don 10 Patacones
32 1808.03.09 Posada, Vicente Don Alcalde 2 Patacones
33 1808.03.09 Molina, Gavino Don Alcalde 1 Patacón
34 1808.03.09 Velásquez, Miguel Don Alcalde 1 Patacón
35 1808.03.09 Montoya, Miguel Don Alcalde 1 Patacón
36 1808.03.09 Cárdenas, Ignacio Don 1 Patacón
37 1808.03.09 Mesa, Antonio Don 4 Reales
38 1808.03.09 Escovar, Bautista Don 4 Reales (3)
39 1808.03.09 Cadavid, Juan José Don 2 Patacones
40 1808.03.09 Gómez, Miguel Don 6 Reales (4)
41 1808.03.09 Restrepo, Jerónimo Don 6 Reales (5)
42 1808.03.09 Henao, Juan Bautista Don 1 Patacón
43 1808.03.09 Peláez, Eduardo Don 2 Reales
44 1808.03.09 Vásquez, Julián Don 4 Reales
45 1808.03.09 Arteaga, Miguel Don 2 Patacones
46 1808.03.09 Cadavid, José Antonio Don 10 Reales (6)
47 1808.03.09 Acosta, Javier Don 8 Reales
148

48 1808.03.09 Restrepo, José Antonio Don 4 Reales


49 1808.03.09 Álvarez, Ignacio Don 2 Reales
50 1808.03.09 Álvarez, Clemente Don 2 Reales (7)
51 1808.03.09 Arango González, José Antonio Don 4 Reales
52 1808.03.09 Estrada, Joaquín Don 3 Patacones fuertes
53 1808.03.09 Saldarriaga, Julián Don 4 Reales
54 1808.03.09 Benítez, Antonio Don 4 Reales
55 1808.03.09 Gutiérrez, Antonio 8 Reales
56 1808.03.09 Atehortúa, Miguel 4 Reales
57 1808.03.09 Velásquez, José Joaquín 4 Reales
58 1808.03.09 Escovar, Antonio María 6 Reales
59 1808.03.09 Muñoz, José Antonio Don 2 Patacones
60 1808.03.09 Santamaría, Juan Don 2 Patacones
61 1808.03.09 Hernández, Andrés 1 Patacón
62 1808.03.09 Acevedo, Ubaldo 4 Reales
63 1808.03.09 Alzate, Antonio 4 Reales
64 1808.03.09 Hernández, Antonio 4 Reales
65 1808.03.09 Márquez, Joaquín 8 Reales
66 1808.03.09 Villa, Francisco Don 8 Reales
67 1808.03.09 Vélez Velásquez, Francisco Don 8 Reales
68 1808.03.09 Pizano, Francisco Don Alcalde 6 Patacones
69 1808.03.09 Tirado, Joaquín Don Regidor 4 Patacones
70 1808.03.09 Sañudo, Joaquín Don Regidor 4 Patacones
71 1808.03.09 Lalinde, Juan Don 1 Peón una semana
72 1808.03.09 Restrepo, José María Don Regidor 2 Patacones
73 1808.03.09 Delgado, Carlos Don Regidor 4 Patacones
74 1808.03.09 Palacio, Ignacio Don Procurador general 500 Tejas
75 1808.03.09 Morales, Antonio 3 Reales
76 1808.03.09 Gutiérrez, Roque 2 Reales
77 1808.03.09 Barrientos, Felipe Don 10 Patacones
78 1808.03.09 Villa, Francisco Antonio Don 4 Patacones
79 1808.03.09 Gómez, Joaquín Don 1 Peón una semana
80 1808.03.16 Vélez, Javiera 4 Reales
81 1808.03.16 Villa, Casimiro Don 2 Patacones
82 1808.03.16 Ortiz, José María Don 2 Días de trabajo
83 1808.03.16 Álvarez, José Don 4 Reales
84 1808.03.16 Álvarez, Vicente Don 4 Reales
85 1808.03.16 Galindo, Bernardo 25 Piedras arrancadas
86 1808.03.16 Restrepo, Francisco Don 25 Piedras labradas
87 1808.03.16 Sánchez, Joaquín 3 Reales
88 1808.03.16 Gaviria, Remigio 2 Días de trabajo
89 1808.03.16 Restrepo, Miguel Don 10 Patacones
90 1808.03.16 Pérez, Lorenzo Don 10 Patacones
91 1808.03.16 Restrepo, Esteban Don 2 Patacones
92 1808.03.16 Callejas, José Antonio Don 4 Patacones
93 1808.03.16 Berrueco, Juan Berrueco 1 Patacón
94 1808.03.16 Uribe, Antonio Don 2 Patacones
95 1808.03.16 Cubidez, José 4 Reales
96 1808.03.16 Acevedo, Jerónimo 1 Patacón
97 1808.03.16 Muñoz, Miguel 2 Patacones
98 1808.03.16 Campo, Lorenzo 2 Reales
99 1808.03.16 Dávila, Francisco 2 Reales
149

100 1808.03.16 Gómez, Calixto 3 Días de trabajo


101 1808.03.16 Gutiérrez, Pedro 3 Días de trabajo
102 1808.03.16 Hernández, Agustín 3 Días de trabajo
103 1808.03.16 Zuleta, Justo 1 Día de trabajo
104 1808.03.16 Muñoz, Andrés 3 Días de trabajo
105 1808.03.16 Madrid, Miguel 4 Reales
106 1808.03.16 Peláez, José 1 Peseta
107 1808.03.16 Pimienta, Salvador 4 Reales
108 1808.03.16 Galarzo, Lorenzo 2 Reales (8)

109 1808.03.16 Álvarez, Mateo 3 Días de trabajo


110 1808.03.16 Hernández, Pedro 3 Días de trabajo
111 1808.03.16 Gaviria, José 2 Días de trabajo en su oficio
112 1808.03.16 Molina, Pablo 1 Día de trabajo en su oficio
113 1808.03.16 Angulo, Joaquín 2 Días de trabajo
114 1808.03.16 Hernández, Félix 1 Semana de trabajo
115 1808.03.16 Hernández, Sacramento 1 Semana de trabajo
116 1808.03.16 Hernández, Salvador 4 Reales
117 1808.03.16 Delgado, Pedro 4 Reales
118 1808.03.16 Galarzo, Agustín 1 Día de trabajo (9)
119 1808.03.16 Zapata, José María Sastre 4 Reales
120 1808.03.16 Zapata, José María Zapatero 4 Reales
121 1808.03.16 Rodríguez, Miguel 4 Patacones
122 1808.03.16 Peña, José Antonio 1 Día de trabajo
123 1808.03.16 Velásquez, Antonio Don 6 Días de trabajo y un peón
124 1808.03.16 Valle, José del Don 2 Patacones (10)
125 1808.03.16 Carrasquilla, Alejandra Don 2 Patacones (11)
126 1808.03.16 Ramos, Francisco Don 1 Peón una semana
127 1808.03.16 Torres, José María 2 Patacones
128 1808.03.16 Velásquez, Francisco 4 Reales
129 1808.03.16 Pinillos, Evaristo 2 Patacones
130 1808.07.23 López de Arellano, Gabriel Notario 45 Castellanos
131 1808.07.23 Naranjo, Miguel Don Regidor 57 Castellanos
132 1808.07.23 López, Francisco Don 5 Castellanos
133 1808.07.23 Restrepo, Manuel de Don 1 Castellano
134 1808.07.23 Pinillos, Evaristo Don 1 Castellano
135 1808.07.23 Álvarez, Juan Lorenzo Don 5 Castellanos
136 1808.07.23 Torres, Leonardo Tapiador 2 Castellanos
137 1808.07.27 Valle, Antonio del 3 Castellanos
138 1809.01.25 Gómez, Joaquín * Don Alcalde 4 Patacones
139 1809.01.25 Gómez, Joaquín * Don Alcalde 500 Tejas
140 1809.01.25 Tirado, Nicolás Don 500 Tejas
141 1809.01.25 Martínez, (NN.) Doctor 4.000 Tejas (12)
142 1809.01.27 Pontón, Mariano Don 5 Castellanos
143 1808.10.29 Mariaca, Miguel Don 4 Patacones
144 1808.10.29 Estrada, Joaquín de Don 3 Patacones
145 1808.10.29 Molina, Mateo 4 Patacones
146 1808.10.29 Acevedo, José 2 Patacones
147 1808.10.29 Torres, Juan José 5 Patacones
148 1808.10.29 Gómez, José Joaquín 3 Patacones
149 1808.10.29 Correa, Salvador 500 Tejas
150 1808.10.29 Pontón, Mariano 5 Castellanos
148

Convenciones: (1) Dio en 1806. (2) Pagó de contado. (3) En 1806 dio 4 reales. (5) Vecino de Altavista.
(6) En 1806 dio 3 reales. (7) En 1806 dio 10 reales. (8) En 1806 dio 4 reales. (9) Más dos días de trabajo.
(10) Manda a Leonardo Torres con 5 castellanos. (11) Más 1 peón. (12) Compradas.

Fuente: AHM, Fondo Colonia, Serie Procesos, Tomo 74, folios 157r. 158v.
150

ANEXO 3 Cuadro 3.

Lista de individuos que deben recoger limosna los once primeros sábados, 1817

No.
Sábados Nombre Profesión/Categoría
(Calle, Alberto M. de Vicario
la) superintendente
1ª López H., Francisco Alcalde 1ª voto
Piedrahita, Antonio de Don
Gónima, Rafael Don
Gaviria, José Miguel Cura
2ª Vélez V., Francisco Alcalde 2ª voto
Pasos, José María Don
Pontón, Jose Mariano Don
Restrepo, Carlos de Cura
3ª Barrientos, José A. Regidor
Obeso, Juan F. Don
Sañudo, Joaquín Don
Tirado, Salvador Cura
4ª Mora, José Antonio El 2ª regidor
Santamaría, Cristóbal Don
Lince, Joaquín Don
Saldarriaga,Francisco Cura
Estrada C., Francisco El 3ª regidor
5ª Pardo, Andrés Don
Obeso, José Don
Palacio, José Antonio Cura
Naranjo, Rafael El 4ª regidor
6ª Santamaría, Manuel Don
Santamaría, José M. Don
Peña, Rafael de la Cura
Estrada R., Francisco Regidor
7ª Jaramillo, Santos Don
Gutiérrez, Ildefonso Don
Granda, Pablo Cura
Pizano, Francisco Regidor
8ª Tirado Villa, Joaquín Don
Muñoz, José Antonio Don
Naranjo, José Antonio Procurador
Trujillo, Eladio Procurador general
9ª Llamas, José de Don
Tirado, Manuel Don
Los jueces de barrio
Upegui, Joaquín Don Fuente: AAM, M52-C2
10ª Valle, José del Don
Benítez, Nicolás Procurador, doctor
Bonnet, Vicente Doctor
11ª Restrepo, Félix de Doctor
Gómez, Joaquín Doctor
151
ANEXO 4. Cuadro 4.

Lista de contribuyentes del cementerio nuevo (San Lorenzo) en tiempo del coronel
Francisco Urdaneta, 19 de julio de 1826
No. Nombre Distinción Cantidad $
1 Urdaneta, Francisco Coronel 10
2 Gaviria, José Antonio 4
3 Lince, José 2
4 Uruburo, Andrés Avelino 2
5 Zaldúa, Bruno 4
6 Trujillo, Celedonio 2
7 Zea, Joaquín 1
8 Hoyos, Juan Nicolás 2
9 Restrepo, Javier 1
10 Uribe, José María 10
11 Lince, Joaquín 1
12 Escobar, Antonio 1
13 Torres, Luis 3
14 Puerta, Pedro 4
15 Mejía, Felipe 2
16 Arango Trujillo, José María 1
17 Botero, José María Capitán 2
18 Gallo, Francisco 1
19 Mejía Sierra, José Antonio 4
20 Posadas, Mauricio 1
21 Restrepo Granda, Joaquín 4
22 Tirado, Manuel 4
23 Muñoz, José Antonio 3
24 Muñoz, Jonás 1
25 Muñoz, José María 1
26 Lotero, Ildefonso 2
27 Mejía Uribe, José Antonio 1
28 Estrada, Francisco 10
29 Gaviria, Carlos 2
30 Gutiérrez, Ildefonso 4
31 Juárez, Nicolás 1
32 Barrientos, José Antonio 4
33 (Pacuro), Francisco 16
34 Sañudo, Juan Pablo 6
35 Obeso Santamaría, José 10
36 Palacio, Luis 300 tejas
37 Callejas, Diego 2
38 Pinillos, Evaristo 10
39 Llamas, José 1
40 Restrepo, Nicolás 1
41 Naranjo, Pedro Pablo 2
42 Rojas, Juan 1
43 Mesa, Joaquín 4
44 Trujillo, Hilario 1
45 Becerra, Jonás 10
46 Calle, José Miguel de la Pbro. 25
152

47 Villa, Lucio de Don 8


48 Restrepo, José Miguel 1
49 Restrepo, Carlos 10
50 Callejas, José Antonio 6
51 Villa, Luis 8
52 Calle, Vicente 2
53 García, Francisco 2
54 Restrepo, Mariano 4
55 Lalinde, José María 3
56 Piedrahita, Francisco ---
57 Calle, Alberto María de la Don 10
58 Obeso, Manuel Pbro. 4
59 Trujillo, Hilario 1
60 Ángel, Bautista 4
61 Sañudo, Juan Pablo 4
62 Restrepo, Marcelino 2
63 Naranjo, Juan Pablo 2
64 Rivero, Juan 2
65 Mesa, José María 6
66 Yepes, José Pbro. 6
67 Naranjo, José Antonio Pbro. 8
68 Valle, Paulino Pbro. 1
69 Llamas, José 1
70 Uribe Restrepo, Antonio 4
71 Muñoz, José Antonio 2
72 Gaviria, Carlos 2
73 Upegui, José María 3
74 Sánchez, Nicolás 1
75 Restrepo, Mariano 4
76 Upegui, Joaquín 1
77 Pinillos, Evaristo 12
78 Gómez, Estanislao Don 2
79 Restrepo, Joaquín 1
80 Torre, Joaquín 1
81 Vélez, Alberto 1
82 Ortiz, Antonio 1
83 Mejía, Felipe 8
84 Piedrahita, Francisco 8
85 Callejas, José Antonio Alcalde 2ª voto 4
86 Rodríguez, José María 2
87 Córdova, Joaquín 8
88 Mejía, José Antonio 8
89 Arango, José Ignacio 1
90 Hernández, Sacramento 1
91 Gutiérrez, Ildefonso 2
92 Tirado, Manuel 4
93 Botero, Servando 1
94 Posada, José Lorenzo 4
95 Hoyos, Nicolás 2
96 Gómez, José María 1
97 Uribe, Gregorio 2
153

98 Upegui, Miguel 4
99 Hernández, José María 4
100 Cárdenas, Bernabé ilegible
101 Zapata, Timoteo 1
102 Baena, Gregorio 1
103 Delgado, Joaquín 4
104 Rodríguez, Pedro 4
105 Lalinde, Alejandro 2
106 Correa, Antonio 1
107 Arango, Salvador 4
108 Ospina, Francisco 1
109 Moreno, Antonio 4
110 Olarte, Toribio ilegible
111 Gómez, Jacinto 4
112 Santamaría, Juan 12
113 Gutiérrez, Pedro ilegible
114 Tirado, Salvador Pbro. 2
115 Vélez, Tomás 1
116 Sampedro, Vicente 2
117 Saldarriaga, Francisco Doctor 4
118 Escobar, Alejo 2
119 Campuzano, José María 8
120 Carrasquilla, Juan 2
121 Uribe Mondragón, Antonio 1
122 Obeso, Manuel Pbro. 8
123 Benítez, Francisco Pbro. 10
124 Arango, Pantaleón (1) Doctor ilegible
125 Jaramillo, José María (2) 4
126 Torres, Luis Jefe político 20
127 Gaviria, José Antonio Alcalde 1ª voto 12
128 Becerra, Tomás 10
129 Arango, José María 6
130 Trujillo, Celedonio 2
131 Torres, José María Don 6
132 Lince, José 6
133 Henao, Juan José 2
134 Naranjo, Rafael 2
135 Lince, Joaquín 3
136 Lotero, Ildefonso 2
137 Estrada, José Antonio 2
138 Callejas, Diego 4
139 Paso, José María 1
140 Benítez, José Nicolás Don 8
141 López Peña, Manuel Pbro. 4
142 Escobar, Antonio 1
143 Uribe Restrepo, José María 8
144 López, Francisco 4
145 Pizano, Francisco 16
152

146 Estrada, Francisco 2


147 Obeso Santamaría, José 4
148 Lince, Pedro 2
149 Gaviria, Estanislao 1
150 Muñoz, Tomás 2
151 Pizano, Pablo 4
152 Vélez, Francisco 4
153 Bernal, José María 12
154 Arrubla, Julián 4
155 Arango, Jose Antonio 1
156 Gómez, Félix 1
157 Mejía Uribe, José Antonio 4
158 Córdova, José 4
159 Torres, José 1
160 Amaya, Martin 4
161 Hurtado, Salvador 4
162 Amaya, Rudesindo 4
163 Ortiz, Januario 4
164 Sánchez, Joaquín 1
165 Rodríguez, José Antonio 1
166 Tirado, Fernando 5
167 Uribe, Jerónimo 4
168 Calle, Joaquín 4
169 Puerta Córdoba, José 2
170 Mora, Vicente 1
171 Álvarez, Bernardo 4
172 Restrepo, Gregorio 1
173 Flórez, José Ignacio 4
174 Prieto, José 4
175 Uribe, Ignacio 2
176 Márquez, Joaquín 2
177 Arteaga, José 1
178 Escobar, Rafael 1
179 Henao, Francisco 1
180 Sánchez, Lucas 1
181 Posada, Mauricio 1
182 Rojas, Ignacio 1
183 Jiménez, José Antonio 1
184 Hernández, Mariano 1
185 Arango, Torcuato 2
186 Suárez, Ignacio 1
187 Sánchez, José María 4
188 Puerta, José Manuel 6
189 Arango, Tomás 4
190 Villa, Lucio de Don 8
191 Castrillón, Bernardo Pbro. 4
192 Fernández, Miguel 4
193 Morales, Joaquín 4
194 Pinillos, Vicente 1
195 Uribe, José María Don 4
196 Calle, José Miguel de la Pbro. 10
153

197 Gómez, Brígido 1


198 López, Agustín 1
199 Mejía, Canuto 1
200 Lalinde, José María 2
201 Escobar, Carlos 2
202 Gaviria, Carlos (3) 2
203 Sampedro, José Miguel 1
204 Ochoa, Pablo 2 Convenciones:
205 Gómez, José Joaquín (4) 2 (1) La cuarta
parte de los
206 Velásquez, Jacinto (5) 1
honorarios que
se le remitiese por los señores alcaldes municipales de esta villa por dos meses. (2) Cuatro días de trabajo
de un esclavo. (3) Vecino de Otrabanda. (4) Dos pesos más 6 que cede en José María Isaza que debe del
otro cementerio por construcción de una pena de (ilegible) en obra pública, pero que no responde. (5) Una
semana de trabajo de un esclavo.

Fuente: AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Informes, Tomo 101, folios 348r. – 353r.
ANEXO 5

Reglamento higiénico propuesto por la comunidad médica, que deberá tenerse en cuenta
a la hora de establecer cementerios.

1. Alejamiento de los lugares habitados. Hemos dicho que esta es la primera y principal regla de
higiene y sin importancia no necesita comentario, pasó ya el tiempo en que posponiendo el
interés de la propia conservación o condiciones de otro género, la morada de los muertos era
casi la misma de los vivos; en que las inhumaciones se hacían adentro de los templos, en los
atrios, en los jardines de las casas y aun en el interior mismo de las habitaciones. Una higiene
mejor entendida y aplicada, he hecho que sin menoscabar el respeto debido a los muertos. Se les
considera peligrosos y se les reúna un punto apartado. Así nacieron los cementerios, los cuales
deberán alejarse lo más posible de los lugares habitados, sin perjudicar a las comodidades de
transporte de los cadáveres. En ningún caso deberá este alejamiento ser menor de 100 metros.

2. Orientación. Sin que la mayor parte de los higienistas indican la conveniencia de que los
cementerios estén colocados al norte o al este, es decir, en la dirección en que los vientos son
más fríos y secos, en nuestra zona de temperatura constantemente elevada, debe escogerse para
cementerio un punto de tal modo colocado, que los vientos más constantes pasen por la ciudad
antes que por el cementerio y nunca en sentido contrario. Esto tiene por objeto evitar que los
gases que se desprenden de todo cementerio, por muy bien construido que sea, no puedan ser
arrastrados por los vientos sobre la ciudad donde llevarían su acción deletérea o simplemente su
natural fetidez. Para evitar esto último conviene además, que el lugar escogido esté separado de
las ciudades por una colina que pueda interceptar el paso de los gases, las que siendo más denso
que el aire, siguen la corriente de los vientos barriendo la superficie del suelo.

3. Topografía del terreno. Deberá escogerse uno que sea seco y buen aireado; ligeramente
doblado y en pendiente suave, con el fin de que las aguas de las lluvias no estanquen nunca y
produzcan inundaciones perjudiciales a las construcciones que allí se hagan o que se infiltren
abundantemente en el terreno de las inhumaciones lo que perjudica altamente porque aunque la
humedad favorece la putrefacción, siendo excesiva impide que ella se haga con regularidad y
favorece la saturación del terreno, pero como no es posible evitar que parte de las aguas de
lluvia se infiltren, deben practicarse canales de desagüe que les faciliten salida, teniendo
especial cuidado de que no contaminen las aguas potables que corran en las cercanías del
cementerio, porque si es verdad que las capas de terreno que el agua atraviesa le sirven de filtro,
también es verdad que tales capas solo detienen las sustancias que están en suspensión y no las
que el agua tiene en disolución.

4. Naturaleza del terreno. Debe elegirse un terreno calcáreo, pero en todo caso arenoso y poroso
y en manera alguna arcilloso sobre todo si se atiende a la mayor duración del tiempo de servicio
que el cementerio puede prestar en efecto, la experiencia enseña que los fenómenos de
putrefacción son más rápidos y llegan más pronto a su fin en los primeros que en los últimos, tal
vez porque la porosidad favorece la salida de los gases y de los líquidos, o acaso por
combinaciones químicas especiales de las cuales la mayor parte son desconocidas. En los
terrenos arcillosos y húmedos la putrefacción sigue al principio una marcha rápida pero en
cierto momento la descomposición de detiene, el cadáver se jabonifica y la tierra que lo rodea se
infiltra y se satura pronto. De suerte que un cementerio construido en terreno arcilloso quedará
fuera de servicio en un tiempo relativamente corto.

5. Sistema de inhumación. Los cadáveres pueden ser sepultados en criptas subterráneas, en


bóvedas superpuestas, fuera de tierra o en fosas separadas y comunes. Las criptas y las bóvedas
constituyen monumentos de familia y no habría objeción alguna que hacerles pudiendo emplear
las unas y las otras, siempre que llenen las condiciones higiénicas siguientes:
1. Que sean construidas de materiales sólidos y resistentes y perfectamente
acondicionados para que soporten la presión interna que resulta de la fuerza expansiva
de los gases.

2. Que sean por lo mismo sólido y herméticamente cerradas, que los cadáveres que allí
se sepulten estén rodeados en el ataúd de polvos absorbentes y desinfectantes como por
ejemplo, aserrín de madera, impregnados de una solución concentrada de sulfato de zinc
y por último que el ataúd sea construido de madera muy sólida y hecho, de suerte que
quede lo mas herméticamente cerrado que sea posible; con estas indicaciones no hay
inconveniente alguno en que la inhumación se haga en criptas o como se usa entre
nosotros, en bóvedas, pero como al llenarlas se debilita la putrefacción y se hace más
lenta, mayor debe ser el tiempo que permanecerán cerrados, y sin sacarlos aquellos
monumentos; y si se considera que 5 años de demora por término medio la
descomposición de un cadáver sepultado en la tierra será el doble más la duración para
uno sepultado convenientemente en las bóvedas, criptas hechas con arreglo a la ciencia.

Mucho tiempo pasará sin que entre nosotros halla buenos materiales de construcción
para tal objeto y por tanto, continuando el sistema de bóvedas superpuestas fuera de
tierra, estaré más mucho tiempo expuesto a los peligros que presentan los gases que a
veces se escapa a torrentes de bóvedas agrietadas.

Convendría por consiguiente, reemplazar las bóvedas por criptas subterráneas horizontales en
donde cada sepulcro lleve en puerta herméticamente cerrada y por criptas verticales al lado de
las cuales quedarán en la superficie el monumento de familia que se distinga de las otras. Pero
este sistema está quizás fuera de nuestro recurso por ordinario y las bóvedas serán por mucho
tiempo el único que se emplee.

Cuando el cadáver pertenece a la categoría de los que pueden darse el lujo de un monumento
que conmemorase su vida terrenal y lo separe de su compañero en el “sueño eterno” se le
sepultará las tierras en fosos separadas o comunes.

Para esto deben observarse las siguientes reglas higiénicas:

1. Disponer de un área de terreno 5 veces más grande que el espacio exigido para las
inhumaciones anuales. Esta depende de que el término medio para que la descomposición de un
cadáver en la tierra sea completa sea de 5 años, durante las cuales no se debe hacer nueva
inhumación en el mismo lugar.

2. El cadáver debe ser colocado a un metro y medio de profundidad por lo menos quedando
debajo de él una capa de terreno permeable de 80 centímetros, por consiguiente, no sirve para
cementerio un lugar donde a 2 metros de profundidad, brote el agua se halle las rocas.

3. Las fosas deben tener 80 centímetros lateralmente y 40 a 50 en los extremos y guardar unas
con otras completa simetría, marcando con precisión su lugar para evitar que una nueva
principie en el área de otra.

4. La tierra que cubre el cadáver debe ser perfectamente pisada de modo que forme una capa
compacta.

5. En las ciudades en donde las inhumaciones de cadáveres pobres son muy numerosas se
acostumbra para ahorrar tiempo y trabajo enterrarlos en lo que se llama fosa común, la que será
cavada siguiendo las reglas semejantes a las establecidas en el parágrafo anterior, con la misma
simetría indicando. En algunas ciudades como Nápoles se acostumbra cavar un número de fosas
iguales al de los días del año y sus dimensiones se calculan por el número de muertos diarios.
6. El cementerio deberá dividirse en dos partes, una para tumbas y otra para monumentos de
familia y otros para las fosas y en toda el área deberá haber calles simétricas y regulares por
donde puedan pasar cómodamente los conductores de los cadáveres y las cajas fúnebres.

7. En el cementerio deberá haber una fuente de agua potable, pero debe cuidarse de que el agua
sea conducida desde su entrada hasta su salida por atanores impermeables a fin de que no
puedan impregnarse de principios malsanos ni filtran en el terreno de las inhumaciones. El agua
que es indispensable para el arreglo de los materiales de construcción quizás con su presencia
algo de la lobreguez y monotonía del recinto.

8. Es conveniente la plantación de árboles alrededor y a poca distancia del cementerio. De este


modo se impide la difusión a distancia de los gases en la atmósfera poniéndoles hasta cierto
punto una valla que les impida extenderse en un circuito considerable. Algunos higienistas
creen que no es conveniente plantar árboles en el área misma del cementerio por que dicen
guardar mucho la humedad del suelo y concentran los gases en una atmósfera reducida. Hasta
cierto punto esto es verdad, pero tales desventajas están compensadas en el hecho de que los
árboles contribuyen a hacer más rápido la descomposición cadavérica puesto que ellos necesitan
para su desarrollo sustancias orgánicas y minerales que toman en el suelo en donde nacen y para
apropiárselos facilitan con su presencia la descomposición de las materias vecinas de sus raíces
a las que arrebatan los principios aguados e hidrocarbonados que deben constituir su tejido, de
suerte que puede considerársele como agentes activos de la descomposición cadavérica.

Fuente: AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Comunicaciones, Tomo 242 (I), Folios 731r. - 739v. El
reglamento higiénico, enviado al Concejo Municipal, con fecha del 3 de junio de 1889, aparece suscrito
por los médicos Francisco A. Arango y Francisco A. Uribe M. El énfasis es nuestro.

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