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, El sistema político
mexicano
LAS POSIBILIDADES DE CAMBIO
MÉXICO, 1976
Primera edición (lnstitute of Latin American Studies,
The University of Texas at Austin), 1972
Segunda edición, corregida y aumentada, diciembre de 1972
Tercera edición, marzo de 1973
Cuarta edición, agosto de 1973
Quinta edición, mayo de 1974
Sexta edición, octubre de 1974
Séptima edición, diciembre de 1974
Octava edición, marzo de 197 5
Novena edición. octubre de 1975
Décima edición. agosto de 1976
D. R. © 1972. Editorial Joaquín Mortiz, S.A.
Tabasco 106, México 7, D.F.
BREVE ADVERTENCIA
D. C. V.
16-xi-7 2
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I. ENTENDIMIENTO OSCURO, CLARA
ORIGINALIDAD
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II. LAS DOS PIEZAS CENTRALES
l. La Presidencia de la República
1. El Partido Oficial
3. El Avance Económico
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III. EL SALDO NEGATIVO
l. El Político
Está por hacerse una historia del partido oficial que per-
mita ver en detalle las grandes vicisitudes por las que
ha pasado en su ya larga historia; pero quizás no sea
aventurado suponer que camina por un sendero más o
menos seguro hacia su consolidación de 1229 _a_ 1940,
i __que en 1941 se inicia una inflexión que lo conduce
al estado en que ahora se encuentra. El punto culminante
de la primera etapa fue la reorganización hecha por el
presidente Cárdenas, consistente en sustituir la noción
geográfica, determinante hasta entonces de las represen-
taciones que tenían los agremiados del Partido, por una
r~presentación "funcional" o de "sectores". Y el punto
inicial y decisivo del segundo periodo fue la importancia
que dentro de estos sectores se dio al "popular" como
freno a un "partido de masas", objetivo este que se le
achacó a Cárdenas y que se juzgó tremendamente des-
quiciador por revolucionario. No es que los factores que
han conducido finalmente al empobrecimiento de los pro-
pósitos y características primitivas del Partido hayan na-
cido en esa segunda época, pero sí parece cierto que de
entonces acá se han acentuado de un modo visible.
El primero de los factores empobrecedores es la falta
de un programa breve, claro, convincente, en suma. Por
supuesto que el Partido hizo desde su nacimiento una
"declaración de principios", y un "programa de accil)n"
que, además, ha retocado después en siete ocasiones, Lt
última de ellas, según se verá después, en octubre de
1972. Pero estos documentos adolecen de una debilidad
tan manifiesta que resulta explicable su ineficacia. lar-
gos, "historiados", escritos en un lenguaje altisonante,
abarcan todos los problemas nacionales habidos y por
haber, de modo que resulta imposible que alguien re-
tenga su esencia y mucho menos que se grabe en la con-
ciencia popular. Después, es fácil comprobar que no
corresponden al sentir colectivo y ni siquiera a las rea-
lidades políticas y socio-económicas de la época para la
cual se supone que van a regir. Más bien son fruto de la
imaginación y del "buen ( o mal) decir" de un indivi-
duo o de una "comisión" compuesta por cuatro o cinco
personas.
Pero el pecado más grave de estas declaraciones y de
estos programas de acción es que sus autores, lejos
de darse cuenta de la necesidad de que se distingan del
programa gubernamental, se limitan a repetir lo que el
Presidente en turno ha dicho en su gira electoral o en
sus pronunciamientos ya oficiales. Es claro que el Par-
tido carece de los medios económicos y aun jurídicos ne-
cesarios para llevar a la práctica un programa, y que
el gobierno sí cuenta con ellos. Esta circunstancia hace
pensar en una idea elemental: si el Partido tuviera un
programa interno propio, de beneficios inmediatos para
sus asociados, podría actuar cerca del gobierno como un
grupo de presión para lograrlos. Es perfectamente conce-
bible ( de hecho ésa debe ser la función principal de
los Sectores) un mecanismo como éste. Las "demandas",
peticiones o exigencias de un Sector, llegarían a sus di-
rigentes, quienes las colarían para armonizarlas. Repe-
tida esta tarea en los otros dos, las demandas de los tres
Sectores serían aglutinadas o articuladas por los miem-
bros del Comité Ejecutivo Nacional, cuidando, desde
luego, el aspecto de su viabilidad política. Una vez con-
cluido este proceso, se presentarían al gobierno para su
satisfacción. Pero esto no ha ocurrido ni es fácil gue
ocurra porgue la idea de "enfrentarse" en alguna forma
al gobierno llenaría de horror a los dirigentes del Par-
tido. Todo lo cual impone la necesidad de definir la forma
como el Partido puede contribuir efectivamente en la
elaboración del programa del gobierno y a su eventual
ejecución.
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La verdadera razón por la que al Partido y al gobierno
mismo les repugna tener un programa es que éste su-
pone la definición de metas y de métodos para alcan-
zarlas, así como el tiempo en que se espera conseguirlas.
Tal cosa, por supuesto, significa un compromiso moral
· y político, que no quieren echarse a cuestas. De allí que
el Partido declare que su programa es el de la Revolu-
ción Mexicana, y el gobierno, que la Constitución de 1917
señala el suyo. Como es de suponerse, la opinión pú-
blica del país abriga ya un franco escepticismo ante es-
tas dos fórmulas, que han acabado por indicar el deseo
de escamotear las realidades.
Estas observaciones acerca del programa llevan a se-
ñalar otra causa del descrédito actual del Partido, que
es la ambigüedad de sus relaciones con el gobierno. A
nadie puede ocultársele, por supuesto, que todos los go-
bernantes, desde el presidente de la República hasta el
último munícipe, han sido postulados por el Partido.
Todo el mundo observa que en cuanto llega a su puesto
el nuevo presidente de la República, incorpora en su
equipo de gobierno a dos o tres de los más altos diri-
gentes del Partido, y que los restantes son sustituidos por
otros más de su agrado. Todo el mundo ve que al pre-
sentarse el Presidente a inaugurar un congreso obrero
o campesino, va acompañado del presidente del Comité
Ejecutivo Nacional del Partido. Y así consecutivamente.
A pesar de todo esto, el Partido mantiene la apariencia
de que el Presidente no es su jefe nato o ex of ficio, sino
que su vida está regulada exclusivamente por sus propios
órganos de gobierno: asambleas nacionales, consejo na-
cional, comité ejecutivo nacional, etc.
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El obstáculo mayor para democratizar los procedimientos
del Partido y, en general, la actividad pública del país,
es, por supuesto, lo que se llama el "tapadismo", es de-
cir la selección oculta o invisible de los candidatos del
PRI a los puestos de elección popular, sobre todo los
superiores y particularmente el de presidente de la Re-
pública. Tomando este último caso como el más ilus-
trativo, recuérdese, en primer lugar, que, según una tra-
dición no contrariada durante los últimos treinta años,
el elegido sale del círculo cercano al Presidente, más con-
cretamente de sus doce secretarios de estado y todavía
más ( con la excepción de un caso único) , de la secre-
taría de Gobernación. Estos hechos, que, por supuesto, no
son inmutables, pero que se han repetido a lo largo de
treinta años, indican el margen estrechísimo de la selec-
ción que hace el Presidente, lo mismo si se piensa en los
quince miembros de su gabinete, que en sus doce secreta-
rios de estado y más aún, por supuesto, en el solitario
ministro de Gobernación. Pero es que, desde el punto de
vista del público, aun esa selección así de apretada se
hace dentro de una oscuridad tan impenetrable, que el
piexicano ha renunciado a entender cómo ocurre, y se
conforma con rogar a Dios que sea tolerablemente acer-
tada.
Desde el día mismo en que reciben sus nombramientos,
los secretarios de estado comienzan a taparse, a cerrarse,
a ocultarse, a disimular y callar... pero no totalmente,
porque entonces serían olvidados, inclusive por el presi-
dente de la República, que es quien al final rasga el velo
que cubre al Tapado. Este juego resulta endemoniadamen-
te difícil, si bien su esencia consiste en hacerse presente,
pero de ninguna manera omnipresente. El personaje debe
situarse en el fondo del escenario político, pero jamás al
pie de las candilejas, y caer allí como ángel alado, posán-
dose tan leve, tan suavemente, que incluso pueda dudarse
de si su presencia no es, después de todo, mera ilusión
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óptica. El juego consiste en musitar, en hablar entre dien- 1
tes y a medias palabras mientras no se aluda al "Señor
Presidente", porque entonces han de escucharse estas ji_
2. El Económico
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IV. CONTENER PARA LIMITAR
,.
Dadas las amplísimas facultades, legales y extra-legales,
del presidente de la República, y dado también el abru-
mador predominio del partido político oficial, apenas
puede exagerarse si se afirma que el problema político
más importante y urgente del México actual es contener
y aun reducir en alguna forma ese poder excesivo. Re-
cuérdese la observación de Madison: "La gran dificul-
tad de idear un gobierno que han de ejercer unos hom-
bres sobre otros radica, primero, en capacitar al gobierno
para dominar a los gobernadores, y después, en obligar
al gobierno a dominarse a sí mismo." Es indudable que
México ha salvado de sobra la primera dificultad, pero
no la segunda.
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todavía, porque los gobiernos mexicanos en general han
sido intolerantes de cualquier opinión disidente, así sea
templada y hecha con la mejor buena fe visible. Enton-
ces, el único camino abierto a las poquísimas publica-
1 ciones independientes es dar con la proporción justa
de elogios y censuras para mantener su independen-
cia y, al mismo tiempo, evitar ser objeto de una pre-
sión o de una represalia que puede ser fatal. No sólo
el público, sino los periodistas profesionales, creen que el
gobierno es el único obstáculo a la libertad de la prensa
mexicana, cuando pueden serlo también los anunciantes.
Si un periódico juzga de su deber revelar grandes males
o injusticias sociales, lo tachan de "comunista", exacta-
mente como lo hace el gobierno, y le retiran la publi-
cidad. Si se considera que la subsistencia de un diario
mexicano depende de tener ocupado con anuncios el se-
senta por ciento de su espacio, se verá hasta qué punto es
hacedera la efectividad ,de un boicot publicitario. Enton-
ces, un diario independi~nte tiene que cuidar dos frentes,
el oficial y el del anunciante, haciendo así bien difícil
hallar un curso medio entre esos dos peligros.
Parece legítimo concluir, aun fundándose en una pre-
sentación tan esquemática, que no puede esperarse que
la prensa periódica sirva para contener de algún modo
y en cierto grado el poder oficial. Es más: si por alguna
circunstancia hoy imprevisible la prensa en general juz-
gara que le conviene tener una actitud de mayor inde-
pendencia, tropezaría en su rehabilitación con un ob:,-
táculo cuya remoción sería muy lenta. En efecto, la incre-
dulidad de la inmensa mayoría de los lectores frente a
cuanto comentan e informan los periódicos es tal, que se
ha llegado no sólo a calificarlos de embusteros, sino al
dogma de tomar como cierto lo opuesto a lo que dicen.
Conviene afinar el cuadro anterior para presentarlo
tal y como bastantes mexicanos lo ven hoy. El actual
Presidente ha dicho reiteradamente, desde sus primeros
discursos de propaganda electoral hasta su informe al
Congreso de la Unión del 19 de septiembre de este año,
que prefiere la verdad adversa desnuda al halago menti-
roso de la publicidad. Ha insistido mucho también en la
necesidad de la crítica y de la autocrítica, en mantener
un diálogo público, abierto, con todos los sectores de la
sociedad mexicana. Esa actitud, tan novedosa como reite-
rada, le ha valido al presidente Echeverría un aplauso
general; pero, al mismo tiempo, ha animado a los es-
critores de los diarios a expresarse con menos cautela,
es decir, que hoy sus críticas de los hombres públicos del
día se han hecho más frecuentes y más "naturales".
Nada seguro es predecir cuál puede ser el resultado
final de esta nueva situación. Por una parte, sería muy
difícil, por no decir imposible, que el Presidente se des-
dijera públicamente; por otra, tiene que haberle sorpren-
dido la facilidad con que los escritores le han tomado
la palabra. Y como no todas las críticas a su gobierno, y
aun a él personalmente, serán mesuradas, ni inteligentes
ni mayormente fundadas, nada de extraño sería que el
gobierno comenzara a distinguir entre las "buenas" y
las "malas", para acabar por sostener que acepta las pri-
meras, pero no las segundas. Y para ello echaría mano
de una idea muy arraigada en los círculos oficiales: que
por una razón o por otra, en México es absolutamente
necesario mantener incólume la autoridad del jefe del
estado, porque, de lo contrario, el país caería en la anar-
quía. Y apoyarían esa idea con el antecedente histórico
del presidente Madero, cuya caída y final desaparición no
ha dejado de atribuirse a haberlo ridiculizado varias pu-
blicaciones periódicas de la época. Y nada sorprendería
tampoco que si perciben el desagrado oficial, que puede
inclusive traducirse en alguna pequeña represalia, los
escritores vuelvan a rehuir los temas políticos de actua-
lidad.
El panorama no parece ser, pues, tan rosado como se
ha visto recientemente, de modo que sin duda será más
lento y penoso el proceso de que la prensa periódica
conquiste con firmeza un cierto grado de libertad.
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Poca de la opinión pública alcanza a expresarse por los
medios que aquí se han considerado. De hecho, la mayor
·parte no se hace pública, sino que queda confinada a la
charla de familia o de café. A veces, sin embargo, sale a
la calle y a las plazas bajo la forma de manifestaciones
rumultuosas y aun violentas, como ocurrió con la rebel-
día estudiantil de 1968, en la que participaron la mayor
parte de los estudiantes de las escuelas de enseñanza su-
perior de la República, y con la de junio de 1971, limi-
tada a los alumnos capitalinos de la Universidad Nacio-
nal y del Instituto Politécnico. La motivación de los
estudiantes en esas dos ocasiones es sumamente comple-
ja, de modo que su actitud de protesta ha de atribuirse
a una buena variedad de móviles. Y sin embargo, nadie
puede dudar de que uno de ellos fue una profunda in-
satisfacción con la vida política del país. En todo caso,
lo que aquí interesa averiguar es si esas manifestaciones
estudiantiles han servido siquiera para advertirle al go-
bierno que no todos los sectores sociales aprueban su
conducta, y que, por lo tanto, en alguna forma debe
modificarla para darle, digamos, un mínimo de satisfac-
ción a la opinión pública. Es más que dudoso que el
gobierno del Presidente Díaz Ordaz lo haya entendi-
do así, puesto que no tomó la menor medida ni hizo el
menor acto tendiente a ese fin.
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V. EL PASADO INMEDIATO
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VI. EL DÍA DE HOY
· 1. El Nuevo Presidente
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.2. El Nuevo Partido
1 cularismos locales".
Todo el mundo admite hoy que no ha sido parejo el
desarrollo de México, y puede concederse sin regateo que
un hecho de semejante magnitud ha tenido alguna reper-
1 cusión en el clima político de ciertas regiones del país,
así como en la "cultura cívica" o la sensibilidad política
de sus respectivos habitantes. Pero flaquea la certidum-
bre cuando se nos propone la solución de reglas distintas
f para esas zonas o regiones. Por lo pronto, difícilmente
se puede eludir el recuerdo de que una media docena de
escritores de las postrimerías del Porfiriato sostuvo que
no se democratizaría la vida pública nacional de no limi-
tarse el derecho de voto a los ciudadanos alfabetos, y aún
más restringidamente, a los que, siéndolo, poseyeran ade-
más un pequeño patrimonio personal. Esos escritores por-
firianos, como los actuales "Científicos" del PRI, partían
de un hecho social innegable, pero llegaban a una reco-
mendación tan impopular, que nadie se atrevió a patro-
cinar la reforma constitucional consiguiente. Aparte de
este ingrato recuerdo, se encuentra la certidumbre de que
los sociólogos del PRI (if any) no han estudiado esas
"características específicas de las zonas y los particularis-
mos locales", de modo que no podrán fundar convincen-
temente que una regla determinada se aplique en un lugar
y en otro no.
El ignorar la situación real de las varias regiones del
país, más una mentalidad confusa, son, sin duda, la causa
de la extrema vaguedad dr- normas que inevitablemente
han tenido que presentarse sólo "en términos genera-
les". Dícese, por ejemplo, que en las convocatorias a las
distintas convenciones ( seccionales, distritales, estatales)
se indicará "el tipo de reunión ... , así como los proce-
dimientos y métodos que en ella se observarán", es decir,
privará una marcada incertidumbre puesto que no hay
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reglas fijadas de antemano, sino que se darán a conocer
la víspera misma de convocar a la respectiva Convención.
Un punto importantísimo a determinar es el peso relativo
que en las decisiones de la convención vaya a tener cada
uno de los tres Sectores. Pues bien, los Estatutos apenas
se atreven a decir que "se estimará su posibilidad de ac-
tuación" conforme a unos criterios cuya imprecisión ( y
pedantería) resulta insuperable:
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ÍNDICE
Breve advertencia, 7
V. El pasado inmediato, 80