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El arbitraje ha sido definido por la doctrina procesal como una institución que

permite a las partes dirimir sus conflictos, sin necesidad de acudir a los órganos
jurisdiccionales del Estado. Constituye un mecanismo para la solución de todas
aquellas controversias que puedan suscitarse en materia contractual o
extracontractual, siempre que las mismas sean susceptibles de transacción. Es
una vía a través de la cual se deja en manos de árbitros particulares, que no
forman parte de los órganos del poder judicial, el enjuiciamiento y la posterior
decisión de dichas controversias.

Ante un conflicto entre comerciantes, que no únicamente son aquellos que de


manera recurrente realizan actos de comercio, sino quienes llevan a cabo
incluso una sola operación mercantil, existen maneras canónicas de solucionar
los conflictos, cada una mediante la utilización de mecanismos y procedimientos
propios; los juicios mercantiles son una de ellas. A la par de esas maneras que
son las más utilizadas para solventar legalmente un desacuerdo comercial,
existen otras que no sólo siguen distintas reglas, sino que están inspiradas en la
búsqueda de objetivos adyacentes a la mera solución del conflicto; tal es el caso
del arbitraje comercial, regulado en el Título IV, Libro Quinto, del Código de
Comercio (artículos del 1415 al 1480).

Debemos reconocer que lo común en todas las formas de solución de conflictos


es que existe una controversia (genuina o aparente) y que frente a ella las partes
tienen una idea diferente de cómo debe ser resuelta, pues de lo contrario no se
justifica la intervención de un tercero imparcial que dicta la resolución respectiva.
Claro está que el conflicto puede ser decidido por las partes mismas o se puede
encomendar su solución a un tercero, que bien puede tener la calidad de experto
en derecho o en la clase de acto o actos de los que emerge la contienda. En el
lenguaje jurídico se denominan formas autocompositivas, a aquellas donde las
partes encuentran la solución por sí mismas y formas heterocompositivas a las
que precisan de la intervención de una persona ajena a las partes para arribar a
una decisión.
La que aquí nos interesa es una de esas formas heterocompositivas de la
controversia, entre las cuales el proceso judicial y el arbitraje son las que se usan
con mayor frecuencia.

La figura fundamental en el proceso judicial es precisamente el juez, quien es


experto en derecho y el encargado de dirigir en mayor o menor medida el
procedimiento, siguiendo ciertas reglas inalterables contenidas en una ley o un
código, que desemboca en el dictado de una sentencia que generalmente es
obligatoria para las partes que litigaron, muchas veces oponible erga omnes –a
todo el mundo–, ejecutable sin necesidad de mayor trámite, aunque casi siempre
existen instancias ulteriores que revisan lo resuelto en esa primera instancia.

En el arbitraje, el presupuesto necesario es la existencia del pacto arbitral, bajo


la forma de cláusula compromisoria o convenio de arbitraje, luego de lo cual se
designa a uno o más árbitros bajo un procedimiento consensual, esto es,
decidido por las partes o, en su defecto, el previsto por la ley arbitral, quienes no
necesariamente son expertos en derecho y se someten en gran medida a las
reglas que las partes hayan elegido o diseñado para solventar el procedimiento,
el cual concluye con un laudo casi siempre irrecurrible cuya ejecución tiene que
ser despachada por la autoridad judicial, previa revisión de algunos aspectos
formales, la existencia y validez del acuerdo arbitral, y su reconocimiento.

Ambos mecanismos de solución de controversias pretenden llegar al mismo


resultado: la decisión satisfactoria y equitativa del conflicto, pero, según el que
se utilice, podrían perderse algunas cualidades y resaltarse otras.

Podríamos afirmar, por ejemplo, que mientras en el proceso judicial se mantiene


un alto grado de certeza y seguridad jurídica, se pierde muy a menudo la
celeridad y la especialización; en tanto que en el arbitraje, al tiempo que se
privilegia la flexibilidad y la decisión experta, se pierde en alguna medida la
certeza y la seguridad jurídica por la irrecurribilidad de las resoluciones que se
dicten. Por ello, y algunas otras razones de no menos importancia, ni todos los
conflictos jurídicos son ideales para ser resueltos mediante el proceso judicial,
ni el arbitraje es siempre idóneo para solventar una disputa comercial. Lo
importante es elegir el procedimiento ad hoc para asegurarse de obtener lo que
buscamos.

El arbitraje privado es uno de los llamados medios alternos de solución de


controversias (MASC); es decir, se le percibe como sustitutivo de la jurisdicción
estatal, porque ocurre a partir del nombramiento de un tercero imparcial
(particular) por las partes en disputa, para que sea éste quien la resuelva, a
diferencia del proceso judicial, que sólo puede seguirse ante juzgadores que
previamente tienen esa calidad y que, concluido el juicio, no desaparece el
órgano jurisdiccional, como sí sucede cuando la labor del tribunal arbitral
concluye. Si bien no se trata de una figura jurídica nueva, su repunte,
innegablemente novedoso, la hace atractiva, erigiéndose como el instrumento
predilecto de muchos para ver resueltos sus conflictos, sobre todo aquellos que
revisten una complejidad especial o en los que, por algún motivo, se busca
confidencialidad.

Dos de los principales tipos de arbitraje que en México se utilizan son los que se
siguen bajo un procedimiento ad hoc y aquellos administrados por una institución
arbitral; los primeros se cursan bajo las reglas que los propios contendientes
confeccionan para desahogar el proceso arbitral y los segundos adoptan un
reglamento arbitral emitido por una institución específica, entre las que destacan
la Cámara de Comercio Internacional, la Asociación Americana de Arbitraje, la
Corte de Arbitraje Internacional de Londres, el Club Español de Arbitraje y el
Centro de Arbitraje de México.

Arbitrabilidad subjetiva . La arbitrabilidad subjetiva se refiere a la capacidad de


las partes para someter determinada(s) controversia(s) a arbitraje, es decir, que
las partes cuenten con la legitimidad, la autorización o la facultad de ventilar sus
controversias en arbitraje. Un tema por demás interesante relacionado con este
punto es la posibilidad de que los organismos públicos celebren pactos
arbitrales. Al respecto existen diversas tendencias que por supuesto también son
reflejo de la política del país en materia de mecanismos alternativos: prohibición
absoluta de pactar arbitraje ; permisión de pactar arbitraje
irrestricta ; posibilidad de pactar arbitraje sujeta a determinados
requisitos
 establecidos en ley ; o posibilidad de pactar arbitraje sujeta a
autorización .

A la arbitrabilidad subjetiva le interesa principalmente la persona que celebra el


contrato. Personalmente, al tratar este tema nos referiríamos a capacidad en el
arbitraje, no necesariamente a arbitrabilidad, aunque en la doctrina es común
encontrar esta referencia.

Arbitrabilidad objetiva . La arbitrabilidad objetiva se refiere estrictamente a la


materia que puede ser sometida a arbitraje, sin dar importancia a quien lo
acuerde sino sobre qué se acuerde.

Es difícil separar estas nociones la una de la otra ya que generalmente las


limitaciones al sujeto de la relación jurídica están íntimamente ligadas con su
actividad. Por ejemplo, si consideramos que PEMEX es un sujeto regulado por
criterios de arbitrabilidad subjetiva, ello se debe a la actividad que realiza y a la
regulación de ésta, por lo que en realidad en ese caso tendríamos que referirnos
a ambas perspectivas de la arbitrabilidad. En otros casos como en el derecho
penal, la división es más clara ya que el estudio se centra en la materia y no en
los sujetos. Aun así, por razones didácticas y metodológicas, es importante
mencionar ambas visiones del concepto materia de esta sección.

El laudo . El laudo es el resultado final del arbitraje. Se trata de un documento


redactado por el Tribunal Arbitral resolviendo la cuestión, atribuyendo derechos
y obligaciones a las partes sometidas al arbitraje. El laudo es un título ejecutivo
y en contra de su ejecución únicamente proceden ciertas causales que la parte
desfavorecida por el laudo deberá probar, de lo contrario, el laudo es válido y
debe cumplirse.

El Tribunal Arbitral como hemos dicho carece de imperio, por lo que a falta de
cumplimiento voluntario, la parte interesada en hacer cumplir el laudo deberá
solicitar ante el juez su reconocimiento y ejecución.

La regulación del Código de Comercio al respecto fue recientemente reformada


(enero de 2011). Actualmente la sustanciación de estos procedimientos (nulidad,
reconocimiento y ejecución) es más clara y por lo tanto más ágil.

Resumidamente, las causales que pueden invocarse para anular un laudo o bien
para oponerse a su reconocimiento son las siguientes:

Que el acuerdo arbitral sea inválido y/o las partes carezcan de capacidad para
comprometer en árbitros.

Si la validez de la cláusula arbitral está garantizada, podemos asegurar al menos


un buen inicio del arbitraje y reducir las posibilidades de intentos de nulidad.
Gran parte de las demandas de nulidad en contra de un laudo se basan en la
supuesta invalidez del acuerdo arbitral. Por ello es importante poner especial
atención en la celebración del pacto arbitral y minimizar al máximo las
posibilidades de vicios o de violaciones a los requisitos de validez formal.

Violaciones a los principios rectores del arbitraje como son trato igual y plena
oportunidad de presentar su caso.

Estos principios fueron recientemente comentados en este capítulo. Vale la pena


insistir en que las actuaciones del árbitro y el reglamento procesal elegido deben
respetar estrictamente el requisito de trato igual a las partes y garantizar que
éstas tengan plena oportunidad de presentar su caso.

Violaciones al acuerdo de las partes en materia de nombramiento de árbitros y


reglas procesales aplicables.
BIBLIOGRAFÍA

http://catarina.udlap.mx/u_dl_a/tales/documentos/ledi/hernandez_f_vw/capitulo
6.pdf

http://www.ruizconsultores.com.mx/el-arbitraje-comercial-en-mexico/

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