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OLVIDADA
PAUL MAAR
de Frantz Wittkamp
E D I T O R I A L
norma
http: / / www.norma.com Barcelona, Bogotá, Buenos
Aires, Caracas, Guatemala, Lima, México, Miami,
Panamá, Quito, San José, San Juan, San Salvador,
Santiago de Chile.
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LA LLAVE
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—¿De dónde es esa llave? —preguntó la madre.
—Hmm... —dijo el padre y reflexionó un rato.
—De todos modos no tiene por qué
estar entre las espinacas —observó
Margarita.
—Ya la he probado en todos los
armarios y no le sirve a ninguno — dijo Andrés—. Y tampoco a ninguna
puerta.
—¡La puerta! Pero claro, ¡la puerta! —exclamó el padre sobresaltado—.
LA PUERTA
CACATUA
I¡
L
LA OFICINA DE
INFORMACIO
N
OFICINA DE INFORMACION
CERRADA
Andrés empezó a buscar por la orilla del bosque. No sabía bien cómo eran las hayas,
sólo recordaba que eran árboles grandes, y en el bosque había ma cantidad de árboles
altos.
De repente algo empezó a tronar y a resoplar sobre su cabeza. Se echó al suelo
aterrorizado y algo pasó casi rozando sus cabellos.
—¡Caramba! ¡Fue una cometa! — gritó Andrés sorprendido—. Estoy seguro de que
era una cometa.
—¿Acaso iba a ser un petirrojo? preguntó una voz malhumorada debajo de su
barbilla—. Y a propósito, ¿piensas pasarte el día acostado encima de mí?
—Oh, discúlpame —dijo Andrés avergonzado y se puso de pie rápidamente.
Al tumbarse al suelo había caí sobre un conejo. El conejito también se incorporó y
estiró sus orejas que estaban un poco arrugadas.
—Discúlpame —volvió a decir An-. drés—. Pensé que esa cosa era un
cazabombardero.
—¿Un caza-liebres? —gritó el conejo y se puso blanco del puro susto—. ¿Dónde está
el caza-liebres?
—No, un cazabombardero —dijo Andrés tranquilizándolo.
—De todos modos un caza... — gritó el conejo irritado.
—¡No, no! Yo me refiero a un avión —le explicó Andrés.
—¿Un ave qué? —preguntó el conejo sorprendido.
—¡Un avión!
El conejo agitó la cabeza.
—Ave y avío significan algo y tam-
*n avispero; pero avión no existe
- -dijo el animalito muy convencido—. ¡Deja
de decir tonterías!
—¡Claro que existe! —dijo Andrés
ofendido—. Lo puedes leer en cualquier libro.
—Otra vez estás diciendo tonterías —dijo el
conejo en tono arrogante—.
No deberías perder el tiempo sino aprender que no se dice «agüelo» sino
«abuelo». Tampoco se dice «haiga», sino «haya».
—¿Haya? —gritó Andrés—. ¿Sabes cómo es un haya?
—Ese árbol de ahí eri frente es un haya —explicó el conejo y señaló un
árbol con su oreja derecha—. Esa es un haya bien grande.
—¡Gracias! ¡Muchísimas gracias! — exclamó Andrés, dejó plantado al
sorprendido conejo y se dirigió a toda carrera hacia el árbol.
No había llegado al árbol cuando oyó que alguien lo llamaba. Poco
después se encontraba ya bajo el árbol y contemplaba a Guillo y a
Margarita sentados sobre una rama inmensa.
—¡Guillo, Margarita! ¡Qué bueno que los encuentro! —gritó Andrés
dichoso—. ¿Cómo llegaron hasta allá, tan arriba?
—El ciervo se detuvo aquí, debajo de este árbol y nosotros logramos
tre-
pamos rápidamente a la rama —le contó Guillo—. Pero ahora no pode-
mos bajar.
—¡Es demasiado alta! —dijo Margarita en tono de queja.
Andrés se apoyó en el tronco y les dio ánimos a los dos, hasta que se
atrevieron a bajar. Con mucho cuidado Guillo se trepó sobre los hom-
bros de Andrés y de allí saltó al suelo. Margarita lo siguió e hizo lo
mismo.
Cuando todos estuvieron bajo el ár
LÜJA ______________
EL REGRESO