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El papel transformador del

lenguaje
9 agosto, 2016

En la entrada del pasado 21 de junio abordábamos la naturaleza del


comportamiento verbal a la luz de la teoría de los marcos
relacionales como una respuesta relacional aplicable
arbitrariamente, un tipo de comportamiento operante con algunas
sigularidades. La más sobresaliente es el papel transformador del lenguaje
sobre el mundo en el que vivimos sin necesidad de haberlo experimentado
de modo directo. Expresado técnicamente decimos que lo verbal se
caracteriza por la transformación de las funciones psicológicas sin
contigencia directa previa.

No cabe duda de que las ventajas de la transferencia de las funciones


psicológicas a través del lenguaje ha sido una de nuestras señas de
identidad como especie, facilitando la adaptación a muchos de los
ecosistemas del planeta y, en consonancia, permitiendo nuestra
supervivencia. Poder relacionarnos con el mundo a través de palabras es
francamente más seguro que hacerlo directamente con los hechos. Así, por
ejemplo, expresar y manipular simbólicamente la combustión nos
ayuda a entenderla y controlarla sin riesgo de quemaduras. A excepción del
que tiene un mal profesor de química y acaba “quemado” (nunca mejor
dicho) al no conseguir entender las reglas verbales en las que se basan la
formulación y las reacciones de la Química.

Así pues, el comportamiento verbal altera el valor de las cosas en


nuestra vida cotidiana. Hace posible que las cualidades psicológicas de los
eventos se transfieran entre eventos sin necesidad de

experiencia directa. Una persona que acabamos de conocer y por tanto no


ha llegado a hacernos ningún mal, puede provocarnos temor si alguien de
nuestra confianza nos dice que se trata de una persona peligrosa de la que
no debemos fiarnos. Estaríamos respondiendo al desconocido en este caso
en término de amenaza. En definitiva, el comentario acerca de la
peligrosidad del individuo hace que experimentemos malestar en su
presencia (transferencia funcional) y, tal vez, que le evitemos sin haber
experiencia directa previa.

Es importante señalar que esto sucede a pesar de que desconfiar de alguien


que no nos ha hecho ningún mal nos haga sentirnos en conflicto con
nosotros mismos. Dicho de otro modo, no somos dueños de
impedir que se transfieran las funciones psicológicas a través
del lenguaje, lo que no significa que estemos obligados a actuar en una
dirección (alejarnos y dejar de hablar a dicha persona) o en otra (no
evitarle y esperar acontecimientos). Aspecto,que dependerá de nuestro
grado de flexibilidad psicológica.

Supongamos que estamos interesados en cuidar nuestra salud


cardiovascular y en este contexto motivacional, el médico nos dice que el
pescado azul es bueno para el co
razón. Dicha información puede influir para que elijamos dicho tipo de
pescado frente a otros a pesar de que su sabor en principio no nos atraiga
especialmente. Podemos decir que el
pescado azul ha adquirido función
consecuente de refuerzo y
antecedente de estímulo
discriminativo de la respuesta de
elección y ello (esto es lo más
sorprendente) sin que hayamos
llegado a experimentar sus bondades
para nuestro sistema cardiovascular.
Esta es la misma razón por la que alguien que no quiere ganar peso elige
un alimento con menos calorías a pesar de que jamás ha entrado en
contacto directo con una caloría.

Por otro lado, las respuestas relacionales no son siempre en la misma


dirección, es decir, no siempre son relaciones de igualdad (marco
relacional de coordinación). Así, por ejemplo, en nuestro contexto cultural,
en determinadas situaciones, u

na afirmación acompañada de un guiño da a entender a los presentes que


se trata de una broma y que el hablante no dice en serio lo que acaba de
pronunciar. Los oyentes respondemos a lo dicho en término de lo contrario
ya que el guiño transforma arbitrariamente (por consenso de una
comunidad socio-lingüística) lo dicho al quedar enmarcado como una
respuesta relacional de oposición.

Se trata de un comportamiento adaptativo en la mayor part


e de las ocasiones. Pensemos lo que sería si los niños no adquirieran miedo
ante eventos peligrosos a través de las advertencias de los adultos y
tuvieran que aprender la respuesta de temor siempre a través de
experiencias directas con dichos acontecimientos.

Sin embargo, hay ocasiones en las que el lenguaje es responsable de que los
eventos adquieren la propiedad de evocar malestar sin beneficio
aparente. Imaginemos a alguien a quien se le ha dicho repetidamente que
estropea todo lo importante. Es fácil que experimente miedo ante una
situación valiosa (importante) para él, por ejemplo, hablar en público, sin
que haya tenido malas experiencias en dicha situación previamente. La
regla verbal transforma las situaciones valiosas en aversivas sin necesidad
de haber fastidiado nada aún.

Cuando la transformación funcional a partir de reglas verbales entra en


conflicto con nuestros intereses (motivaciones) condicionando
nuestras acciones y es un patrón estable y generalizado, se convierte en un
serio problema, dando lugar diferentes trastornos psicológicos que
requieren intervención especializada.

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