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1° EL TRABAJO CRISTIANO ES UN CULTO INCESANTE A DIOS.

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Escuhemos al P. Sertillanges exponiendo admirablemente este punto:
“El cristiano debe considerar igual estar en su banco, en su oficina, en su fábrica, en su finca o en
el cielo, pues en todas partes encuentra a Dios. El trabajador cristiano es un adorador…, yo diría que
un sacerdote. Una mujer que cose con espíritu elevado me sugiere la imagen del destino uniendo
fracciones de la eternidad, y sus tijeras –cayendo en el silencio suplicante- despiertan en mí el
recuerdo del toque emocionante de las horas en una iglesia mediante una ceremonia. Establecida la
armonía entre el alma y aquello que permanece, no hay más que vivir plenamente y poner todo nuestro
ser en nuestra obra para de este modo formar parte de lo eterno.
Es una aberración de consecuencias incalculables disociar la vida religiosa (espiritual) de la vida
doméstica o profesional. Todo lo que pertenece al hombre es religioso (o espiritual) o debe serlo…
No basta —si es que se ha hecho así— que únicamente estén impregnadas del espíritu evangélico
aquellas facetas de nuestra vida consagradas al culto, es preciso que lo esté nuestra vida entera. Y el
deber de estado es precisamente un verdadero culto; es el culto de los días laborables; es la plegaria
incesante que Cristo nos pide siempre que trabajemos en su nombre”.
Nótese, sin embargo, que el único trabajo que constituye un verdadero lto a Dios es el trabajo
cristiano, o sea, el realizado en gracia de Dios, n el fin de glorificarle, con sentido sobrenatural. El P.
Sertillanges recuerda continuamente (en las frases que hemos subrayado). Sería un gran error y hasta
una verdadera herejía decir que glorifica también a Dios el trabajo del renegado o del blasfemo que
ejecuta sus actividades profesionales al mismo tiempo que maldice a la divina Providencia, que se lo
envía para su bien. Como tampoco le glorifica el trabajo del cristiano realizado en pecado mortal. Se
exige, al menos, el estado de gracia y la recta intención de glorificar a Dios cumplir su divina voluntad.

2° EL TRABAJO ES UNA ORACIÓN.-


Teniendo en cuenta la reserva que acabamos de hacer, no hay inconveniente en admitir esta nueva
proposición. Escuchemos al P. Sertillanges:
«El cristiano que lleva adelante sin desmayo y lo mejor que puede esta vida que Dios le otorgó;
que cumple su deber en el hogar, en el astillero, en su estudio o en su despacho de negocios, en el
cuartel, en la redacción, en la sociedad y aun en el estadio y en el mismo juego, y que lo hace todo
con verdadero espíritu religioso, es decir, con el fin de dar gloria a su Creador y de acercarse más y
más a E l con los suyos y con todos, a través de la existencia, este hombre, este cristiano, no cesa de
orar; para él se dijo: E l que trabaja ora; si bien debe también recordar a su debido tiempo que este
proverbio tiene su correspondencia: E l que ora, trabaja» (l.c., p.129).
Para conectar nuestro trabajo con Dios y darle sentido de oración, basta simplemente —
presupuesto como condición indispensable el estado de gracia

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