Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
De los dos fragmentos que elegimos como epígrafes habría que detenerse, para pensar
líneas de entrada que nos permitan ingresar a El nervio óptico de María Gainza, en esa
obsesión señalada por Didi-Huberman, en ese encuentro del que hablan los versos de
Claudia Masín. Obsesiones y encuentros que constituyen huellas que operan, ya sea implícita
o explícitamente, en el proceso de selección para la construcción de una memoria.
Posiblemente sea esta una de las puertas por las cuales acceder al libro de Gainza. Un libro
que ejerce una violencia desde su textualidad al constituirse en un lugar genéricamente
ambiguo, posicionando al lector cual flâneur que pasea entre cuadros y biografías, pinturas y
escritura, autoficciones y restos de memorias intervenidas para hablar, posiblemente, de otras
cosas que el texto no alcanza a decir.
Mucho más que sólo palabras es lo que vemos en la escritura de El nervio óptico. El
texto se construye de forma tal que el lector pareciera caminar en una muestra donde
conviven diversas obras de diferentes artistas con restos de sus biografías, junto con una
serie de relatos íntimos a los que la mujer que los narra nos permite acceder. Una galería
personal que se despliega en la escritura configurando un mapa de la obsesión que posibilita
la construcción no sólo de una memoria personal –de quien narra a lo largo del texto–, sino
también, una memoria que selecciona fragmentos de la historia del arte para presentarlos de
una forma que no necesariamente se atiene a una mirada cronológica. Por el contrario, el
texto es curado de manera que vuelve posible la multiplicidad de tiempos, haciendo devenir
el libro en un objeto policrónico. Y si hablamos de curar es porque preferimos que este
escrito se posicione desde una perspectiva que habilite leer esas perforaciones de la literatura
que dan cuenta de una inespecificidad que excede al soporte. Porque si fuera únicamente eso
lo que miráramos –el soporte–, el texto de Gainza no saldría de lo que se entiende como un
libro convencional de literatura. Sin embargo, como sostiene Florencia Garramuño en
Mundos en común. Ensayos sobre la inespecificidad del arte
Ese estallido al interior de los textos del que habla Garramuño da cuenta que la
inespecificidad del arte puede acontecer incluso en aquellas obras que posean un soporte
unívoco. Es que la inespecificidad tiene lugar en esas líneas de fuga; en esas perforaciones
que descentran el texto literario (des)ubicándolo por fuera de cualquier posible lugar de
pertenencia: “es sobre todo esta cuestión, aunque difícil de conceptualizar, el signo más
evidente de una literatura fuera de sí, porque demuestra una literatura que parece proponerse
para sí funciones extrínsecas al propio campo disciplinario” (2015:45). Y en esas funciones
extrínsecas es donde El nervio óptico más se expande, generando una serie guiños que
permiten leerlo ya sea como un texto didáctico introductorio a un particular recorte de la
historia del arte; ya sea como una galería de museo que posibilita actualizar en la mente de
quien lee –o llevarlo a buscar en otros dispositivos– las obras y los artistas mencionados; ya
sea como una novela o una autoficción donde quien narra nos relata su proceso de formación
artística vinculándolo a su ficción familiar; o, en última instancia, el texto puede leerse como
un escrito teórico que señala lugares posibles desde cuáles acercarse a mirar las prácticas
artísticas.
“¿No son todas las buenas obras pequeños espejos? ¿Acaso una buena obra no
transforma la pregunta ‘qué está pasando’ en ‘qué me está pasando’? ¿No es toda teoría
también autobiografía?” (Gainza, 2014:120). Coincidiendo o no, el fragmento del texto alude
a una de las tesis que atraviesan el libro donde se disputa un lugar teórico sobre los modos
posibles de acercamiento al arte. ¿Desde dónde arrimarse a mirar una pintura? ¿Desde el
propio presente? ¿Desde el pasado, siempre inaccesible, en el que la obra se ha producido?
Como problematiza George Didi-Huberman en su libro Ante el tiempo. Historia del arte y
anacronismos de las imágenes
En ese punto intermedio donde confluyen las temporalidades del presente del que mira y
el pasado reconstruido desde la memoria es que el texto de Gainza configura un espacio de
escritura que desborda su propia materialidad. Si volvemos a leer el fragmento de El nervio
óptico citado en el párrafo anterior, nos damos cuenta que el eje fundamental se cifra, no en
las palabras “teoría” o “autobiografía”, sino en ese “también” que las hace convivir en un
mismo libro y que desbarata las modalidades de escritura. El texto de Gainza se escribe en
ese también que hace convivir la biografía, la ficción, la crítica, la teoría y la historia del
arte. En ese también que desorienta al lector analista al desestabilizar los límites del objeto
haciendo confluir en el texto los nombres de distintas pinturas, de artistas, de museos, de
familiares de quien narra. Y si hablamos de hacer confluir, es porque acordamos con
Facultad de Humanidades y Ciencias. Universidad Nacional del Litoral
Problemática de la literatura y las artes actuales
Profesoras: Rolle Carolina, Molinas Isabel
Estudiante: Dolzani Sofía
Octubre, 2017
Garramuño cuando insiste en “una confluencia que se opone a la fusión porque ella habla de
la construcción de un sentido en el que se encuentran diversos materiales sin que se busque
su confusión o su estabilización en una identidad híbrida” (2015:24).
Antes que un identidad híbrida, El nervio óptico deja entrever una multiplicidad que
permite al lector, ya no leer las palabras, sino caminarlas; andar entre ellas como si uno
recorriera una galería de artes donde se va encontrando con algunas de las pinturas de Alfred
de Dreux, Cándido López, Húbert Robert, Tsuguharu Fujita, Gustave Coubert, Claude
Monet, Henri de Tolouse Lautre, Mark Rothko, Josep María Sert, Henri Rousseau, Miguel
Carlos Victorica, Augusto Schiavoni, El Greco, entre otros artistas. No sólo leer, entonces,
sino caminar la literatura y pararse frente a palabras que hacen ver las obras mediadas por
relatos de quien narra, como también de los propios artistas.
De esta forma, la literatura se desborda para devenir en un texto instalación
(Garramuño, 2015:31). En términos de Garramuño “como si el texto fuera él mismo una
instalación, su trama descoyuntada incorpora objetos diversos en el propio espacio de la
escritura” (2015:31). Objetos que se hacen ver a través de palabras que desdibujan las
fronteras entre la realidad y la ficción. Porque cuando uno camina por esa galería de palabras
donde se encuentra con el mar borrascoso de Coubert no sabe, o no importa, cuánto del
relato que acompaña la narración de la pintura excede a las páginas del libro de Gainza. Uno
queda mediado por ese relato y desde allí actualiza, busca o imagina la pintura. El lector-
espectador queda atrapado en esa serie de narrativas que lo llevan a conocer algunas
prácticas artísticas en un entrecruce de temporalidades que hace convivir el tiempo de
escritura, el pasado de la historia de quien narra, el pasado del artista mediado en ese
fragmento de texto, el presente de lectura y el futuro de una posible actualización de sentidos
que el lector tendrá al acceder a la obra.
Bibliografía
Didi-Huberman, G. (2000) “La historia del arte como disciplina anacrónica” en Ante el
tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Buenos Aires: Adriana Hidalgo
editora, 2011. Trad.: Oscar Oviedo.
Gainza, M. (2014) El nervio óptico. Buenos Aires: Mansalva.
García Canclini, N. (2010) “El arte fuera de sí” en La sociedad sin relato. Antropología
y Estética de la inminencia. Buenos Aires: Katz.
Garramuño, F. (2009) La experiencia opaca. Literatura y desencanto. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica.
Facultad de Humanidades y Ciencias. Universidad Nacional del Litoral
Problemática de la literatura y las artes actuales
Profesoras: Rolle Carolina, Molinas Isabel
Estudiante: Dolzani Sofía
Octubre, 2017
Garramuño, F (2015) Mundos en común. Ensayos sobre la inespecificidad del arte.
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.