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DE LOS
CIEGOS
DEIBIS D. AMAYA
A la vista de los
ciegos
Deibis D. Amaya
“La guajira es una dama reclinada
Bañada por las aguas del caribe inmenso
Y lleva con orgullo en sus entrañas
Sus riquezas guardadas
Orgullo pa mi pueblo”
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noche. Cayó en el suelo de repente. Su caída lenta,
describía momento a momento, cada segundo que
había logrado capturar del tiempo. Otros recuerdos
fugaces, otros relámpagos de conciencia. La brisa
que se logró filtrar por la ventana, deambuló en la
habitación. Acarició el cuadro de su madre muerta y
el portarretrato de su abuelo olvidado en la tumba
sin flores. Giró y tropezó con la lámpara intermitente.
Luego rebotó y golpeó la hoja en blanco. La hoja
cedió sus impulsos y su rebeldía para caer
finalmente después de un vuelo profético. Aterrizó
en su rostro. Nadie imaginaba que aquel escritor
yacía retorciéndose en el piso con espuma blanca
en la boca. En esa habitación de amores mezclados
y sueños de otros abandonados en las esquinas, la
esencia del alma buscaba la rutina para aferrarse
nuevamente. Sin amor soslayo, aquel escritor
trataba de escribir la historia de dos amantes que
nunca pudieron encontrarse una noche. De eso
quiso escribir. De ella, de su cabello ondulado, sus
labios gruesos, del lunar mágico que aparecía en
varios lugares de su cuerpo. De él, de sus ojos
tristes, de su orfandad sublime, de su capacidad
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para escabullirse de sí mismo. De aquel recóndito
espacio que se alquila para amar por horas. Las
ventanas soldadas a su memoria y el horror de las
manecillas del reloj. Miles de historias quedaron en
sus bolsillos. Maldito aquel escritor que olvidó sus
fármacos en la primera gaveta. Mil veces maldita la
idea aferrarse a una historia que nunca publicarían
en ninguna editorial. Quizás mañana incluya esto en
algo que intente escribir.
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Sueños de noctambulo
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cabello huérfano y solo se limitaba a las señales
cuando necesitaba algo del dueño del
establecimiento. Cuando despertaba del letargo,
Edinson maldecía en silencio la mínima posibilidad
de acercarse a ella y preguntarle su nombre.
Añoraba que la noche fuese infinita para nunca
despertar de sus sueños de noctambulo y siempre
tener la posibilidad furtiva de contemplar en silencio
a esa mujer que jamás había visto en su vida. Sin
embargo, la noche agobiada por la vigilia milenaria,
cedía el imperio al día cada mañana y Edinson
despertaba arañando en el aire esa fragancia de
cerezas que lograba capturar de ella mientras
dormía. Muy pronto su cordura no encontró fuerzas
ni motivos para prevalecer ante el tiempo. Algunos lo
vieron escribiendo en el aire y haciendo figuras
indescriptibles en la arena. Lo vieron hablando con
el viento, descalzo, sin camisa. Cantando poemas en
lenguas divinas a la espera de una noche longeva
que llegaba al puerto todos los días. Transcurrió el
tiempo y Edinson terminó envejeciendo. Su alma
sufrió un colapso fortuito y finalmente se extravió en
esa imaginación de niño que no logró abandonar en
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el pasado. Miles de veces, coincidió con ella en sus
sueños. Miles de veces quiso ofrecerle un poco de
ese fiel amor que llevaba en los bolsillos y en las
manos. Pero el valor se le escapaba de las piernas
al levantarse de la silla. Practicó frente al espejo un
posible dialogo con ella en millones de
oportunidades y en uno de esos le expresaba por
cuanto tiempo había amado en silencio su silencio.
Cuantas eternidades había amado la manera como
cruzaba las piernas y como su cabello se movía por
la brisa. Le confesó también como hubiese deseado
morder sin permiso esos labios gruesos que solo se
despegaban el uno del otro cuando expulsaba aros
de humos por el cigarrillo. Una noche, desventurado
y flagelado por la intemperie del olvido, tomó tres
cervezas de una sola bocanada y caminó hacia ella
sin perderla de vista. Se puso frente a ella y la miró
fijamente como un hombre. Ella no se inmutó.
Parecía olvidada, lúgubre. Lo miró con cariño y soltó
una risa tierna.
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“De manera que tú eres quien me observa en todos
mis sueños”- le dijo. Edinson se sonrojó, pero se
mantuvo firme.
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El mejor bar del mundo
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Rupert cuando la policía lo interrogo la mañana
siguiente, fue esa apariencia febril que Divinne
llevaba en el rostro todos los viernes desde que
frecuentaba su establecimiento. La misma apariencia
distante y lúgubre que Rupert reconoció en su rostro
cuando vio su cadáver.
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por demencia desde hacía 10 años luego de
asesinar a Divinne, su esposa.
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Génesis
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Necesito pensarte
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Meses después de mi última visita, encontré a un
hombre perdido en la conciencia habitual de un ser
que ha dejado de vivir una vida. Llevaba una barba
espesa sin afeitar y las uñas largas como un brujo
medieval. Permanecía en la misma ubicación de la
cama, arraigado como un animal de hierro,
impregnado de una sustancia tópica que muchos
llaman nostalgia. Un día no pude visitarlo más. Pero
lo imaginaba en el mismo lugar de la cama con sus
ojos fijos a la ventana sin abrir. Amando un amor que
había dejado de ser suyo y echando de menos los
recuerdos fugaces que sin saberlo aun guardaba en
el bolsillo del pantalón. “Necesito pensarte”, lo
escuché decir muchas veces en sus últimos intentos
de cordura. Supe de su muerte en un septiembre
inevitable. Justamente en la prensa, cuando alguien
conocido publicó la noticia, básicamente, por la
miserable satisfacción de poder explicar al mundo
como un loco poeta termina perdiendo la razón al
escribir un historia que quizás nadie lea.
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Taza de canela
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“Los ojos!” – murmuró con angustia una voz
famélica. Ella volteó y escuchó la misma voz
moribunda de lado contrario. Volteó y no vio ningún
rostro familiar entre la muchedumbre.
Son muy bonitos – dijo otra voz- es una pena que los
cierres para dormir. Si yo tuviera esos ojos soñaría
despierta.
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la peste de las hormigas en los ojos. Sin embargo,
fue muy enfática al prevenirla sobre la mala
reputación que tenían los ciegos en el reino de los
muertos.
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Por favor haz algo por tu madre muerta – dijo-
sírveme otra taza de canela.
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Gatos azules
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destino le estuviera jugando una broma
desafortunada. Además, para esas alturas de sus
años, había decidido abandonar la fe en las
coincidencias y la férrea devoción que le tenía a la
imaginación. En ese momento observó el reloj y se
sintió perdido en el horror de las manecillas
marcando las 9:00 a.m. Parecía que el tiempo se
hubiese detenido en ese frágil marasmo de la
mañana; congelado en el día como una pluma
ingrávida que nunca cae al piso pero tampoco
avanza en ninguna dirección. Al finalizar la cuadra,
se había ocupado tanto en su empresa que ni
siquiera recordaba el extraño suceso del gato azul y
sus ojos fijos en él. Sin embargo, más adelante al
cruzar la esquina vió más gatos azules atiborrados
en los tejados de otras casas y entonces tuvo
realmente conciencia de lo que estaba pasando.
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fiebre. Tuvo varios relámpagos de conciencia por
varios segundos y rápidamente sintió un enorme
vacío en el estómago.
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Revoloteando se agolpaba en los cristales hasta que
una fuerza invisible la empujaba hacia dentro, se
filtraba por cualquier hendija y terminaba
incrustándose, a través de la piel, en sus huérfanos
pulmones.
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desolado. Perdió el vigor en las piernas y la
constancia de los humanos vivos y finalmente cayo
de bruces contra el suelo en una caída lenta.
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Una vez te soñé
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El tiempo envejece
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gastan a su gusto y a su antojo, como una sutil
marioneta que es manejada incluso por el
pensamiento de la brisa. Para ese momento, cuando
nadie podría pensar que el tiempo eterno, el
extranjero conocido por todos pudiese envejecer
tarde o temprano, el mundo dejo de ser el mismo
para siempre. Finalmente, el tiempo había dejado de
ser un tiempo joven y vigoroso con ánimos para
seguir extendiéndose en la historia.
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cigarrillos en la terraza. En marzo de ese mismo año,
el médico había diagnosticado en su corazón una
clase de fiebre sempiterna. Un tipo de enfermedad
que agobia el alma del tiempo y la virilidad de la
memoria. Sin embargo, el tiempo había optado por
no desligarse de su costumbre y permaneció fiel así
misma cumpliendo al pie de la letra la rutina que
había construido por siglos. Esta vez, humana e
indefensa, sosegada por la realidad que
desmoronaba sus piernas, los días siguientes
permaneció en cama, impulsada por el ocio
enfermizo de los moribundos y el mal azar de la
suerte que conduce por una carretera sin final. En
esa condición premeditada de humano
nauseabundo, terminó por leer aquellos libros
inconclusos de toda una vida. Organizó sus obras
por orden alfabético y se acordó de las macetas
olvidadas del patio. Cambió de lugar los muebles de
la sala y nuevamente los ubicó en el mismo sitio
como estaban al principio. Luego seleccionó la ropa
sin uso que aportaría a la misión episcopal para los
damnificados del pueblo. Parecía reverdecida y con
el paso de los días, sintió un halito nuevo en el
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cuerpo, como si estuviese estrenando alguna clase
de espíritu divino. Para su fortuna, los meses
siguientes, encontró nuevas actividades que le
hicieron recobrar el fragor dormido que atravesaba
su corazón.
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Por esos días, el tiempo se dispuso a llevar un
hábito saludable en su alimentación. Básicamente,
incluyó verduras y hortalizas en su dieta. Abandonó
las grasas en exceso y desde entonces salió a
caminar todas las mañanas. Sin embargo, ante todo
esto el mundo empezó a deambular en su propio
éxodo. Las personas, sin tiempo, colapsaban unas
con otras tratando de sobrevivir a la escasez de los
minutos. En todo caso, el tiempo tuvo su momento
para reinventarse cada día; pero como
consecuencia el mundo empezó a enfermarse de
nostalgia. La mayoría se estancó en la posibilidad de
abstenerse de soñar y de fijarse metas a largo plazo.
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permitía realizar las cosas según su manera. Ella
también padeció la enfermedad de la fiebre
sempiterna. Cayó en cama por varios meses, hasta
que una mañana, luego de ese triste letargo, se
reincorporó, abrió los ojos y pensó que había
dormido demasiado, por siglos. En ese estado de
completa crisis e inestabilidad universal, el mundo
olvidó la esencia de rotar sobre su mismo eje. Se
hizo demasiado pesado, cruel, lento. Mientras
transcurrió todo esto, a las personas se les negó la
posibilidad natural de crecer. Los ancianos no
envejecieron más y los niños, hábiles para soñar e
inventar historias fantásticas, se vieron atascados en
esa etapa de brillo e ingenuidad, que nadie logra
recordar cuando es adulto. Vivieron felices hasta que
la felicidad se aburrió de mantener esa sonrisa de
oreja a oreja y se transformó en una felicidad
sombría y fugaz como los pensamientos sin dueño
que tardan años en encontrarse con su amo.
Entonces se convirtieron en niños eternos e infelices.
Seres infinitos encarcelados en una estatura media,
agobiados por una memoria parapléjica que ha
invertido todo su dinero en construir un remanso de
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recuerdos que no pueden reproducirse ni
desarrollarse. Por su parte el tiempo, alejado de los
vicios humanos y de sus oscuras frivolidades, dedicó
lo que restaba de su vida a envejecer dignamente.
Se encerró dentro de esas cuatro paredes que
muchos llaman el final de la vida. Aunque, en alguna
ocasión sintió remordimiento por el mundo. Pensó
que sin él, el caos y la inmortalidad humana, más
tarde que temprano, se convertirían en una crisis
existencial que no tendría solución. Pero lo asumió
con calma.
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Mientras tanto el tiempo envejecía. Sus movimientos
cada vez eran más toscos, con la voluntad de quien
no desea manipular ningún aspecto de su vida. La
mayor parte de sus días, parecía distraída, efímera.
Alguien sin una razón de peso que pudiese
conducirla a algún destino específico de este mundo.
Alguien sin una brújula alternativa que pudiese usar
en el momento oportuno. Increíblemente, el tiempo
se había convertido en un triste punto cardinal sin
esa ilusión que posee el horizonte para orientar al
viento perdido y a los espejismos furtivos en el
desierto.
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retornar al pasado, como en los sueños que tuvo en
repetidas ocasiones mientras todo estuvo a su favor.
De esta manera, la realidad devoró cualquier vestigio
de lucidez conocida y las personas no tuvieron el
tiempo necesario para vivir y disfrutar de mejores
momentos. ¿Tienes tiempo tú?
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Me gustas cuando estas muerta porque sonríes
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orgánica con almíbar de dioses. Y me pregunto:
¿Puedes comprenderte a ti misma?
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Pero es el tiempo
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Imaginémonos el uno al otro, imaginemos los
dos juntos.
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letal. Aunque el precipicio con todo y su textura
robusta, inherente y sólida, nunca estuvo en mis
planes. Iré lentamente uniéndome a sus costumbres
como un familiar lejano que visita un lugar y se
queda por siempre. Igual, después del precipicio,
solo restan días horizontales que siguen un camino
sin retorno y yo soy uno de ellos.
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Tu cuerpo alguna vez fue joven
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Pensamientos salvajes
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Doppelganger
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Eres hábil para multiplicar mis ansias y derrotarlas al
mismo tiempo.
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Líneas verticales que se desplazan
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