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Entre nosotros, entre los afanes del día a día, cada vez son más frecuentes
las expresiones de un malestar en nuestra sociedad y con nuestro modo de vida.
Mucho de lo que alguna vez tuvo una raíz tan prometedora, tal como la
idea y la confianza en el progreso, el dominio de la razón y un avance incansable
de la ciencia y la tecnología; hoy se está convirtiendo en motivo de preocupación.
En el presente, muchos rechazamos, entre otras cosas, la prevalencia del
economicismo, el racionalismo exacerbado, la expoliación y manipulación
desenfrenada de la naturaleza y ese individualismo que campea en nuestra
sociedad patriarcal. Muchos sentimos y pensamos que estas realidades pueden
terminar por distorsionar, si no mutilar nuestra condición humana.
Así, no estamos bien dispuestos a reducir nuestra vida como seres sociales
a lo económico y al rendimiento, al utilitarismo, menos a entronizar el
consumismo alienante.
A nivel de nuestra condición de seres sociales, nos incomoda doblegar y
someter nuestra multidimensionalidad como seres humanos ante el imperio
absoluto de la razón2. Hemos caído en cuenta que la primacía de la razón
instrumental en la sociedad actual, vestida de rendimiento y rentabilidad,
disminuye el valor de la naturaleza, de lo sensiblemente humano, de la historia y
la fraternidad. Y, quizás lo más importante, en la actualidad no se cultiva la
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En este texto me reconozco deudor, especialmente, de los siguientes pensadores: Edgar Morin, Jean Gebser, Luis
Weinstein y Charles Taylor.
2 La triple condición del ser humano de la que nos habla E. Morin nos habla del ser humano como
¿Es que estamos siendo presa de una incapacidad de sentir y apreciar las
experiencias de vida distintas? ¿es que somos prisioneros de una falta de interés
para preguntarnos cómo es que hay maneras de percibir, de interpretar, en fin,
modos de vivir diferentes al nuestro?
Hay más que señales de una crisis moral y cultural. Vivimos días de un
profundo desencanto con el mundo. Lo que, para muchos, está muy vinculado
con el utilitarismo y el menosprecio de nuestro profundo vínculo con la
naturaleza, con el cosmos y con nosotros mismos.
Es que el sistema económico-social que rige el mundo moderno presenta
problemas cuya base radica en la ruptura del hombre con su propia esencia, esto
es, con nuestras historias personales, grupales y societales. El quiebre profundo
que se ha ido instalando en nuestro modo de vida acompañados por el vértigo
del quehacer del día a día y la prevalencia de prácticas sociales y procedimientos
que devienen del avance tecnológico, nos ha llevado a una transformación de las
condiciones que posibilitaban los principios sociales y las costumbres que
tradicionalmente orientaban nuestra relación con el mundo. Son muchas las
expresiones de decadencia en los valores morales del ser humano que están
erosionando el tejido social.
Apoyada en el cientificismo y el desarrollo tecnológico, hemos dado forma
a una realidad cultural que nos sumerge en la ilusión del control de la vida y,
además, de la explicabilidad de cualquier cosa. Esto, de paso, desencanta nuestra
existencia y diluye la incertidumbre y el misterio como atributos profundos de la
vida. Al parecer, y a modo de ejemplo, a medida que avanzamos en explicaciones
del mundo natural y del cosmos, hemos ido perdiendo nuestras raíces que se
nutrían de lo natural y, asimismo, perdiendo nuestras creencias que nos ligaban al
cosmos.
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Al respecto, nos reconocemos cercanos a E. Lévinas respecto de la alteridad y de Ch. Taylor en relación a su concepto
de comunidad e identidad cultural.
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La historia puede ser dolorosa, es más, qué duda cabe que lo es. Ésta a
veces nos empuja y otras veces nos disuade. Sin embargo, ella es parte de la vida
y es cimiento de esperanza. Venimos de la historia de la vida, somos parte
misteriosa de las transformaciones en el tiempo. El despliegue desde lo
primordial, el presente y el devenir, insufla nuestra imaginación y nuestros
sueños. Junto a los nuevos sentimientos y las ideas nuevas, la vida une restos y
vestigios de sueños pasados.4
Es parte de nuestra esperanza abrir paso a lo incierto de la vida. Es que, en
nuestra vida, la esperanza y la incertidumbre son amigas íntimas. La esperanza es
compañera de la duda y de la certeza, está más cerca de los diálogos que de los
monólogos. Es que la esperanza genuina brota y se nutre de muchas aleaciones.
Como varios otros, creo que la esperanza hace de los medios parte de sus fines y
de sus fines parte de los medios.
Sin embargo, la esperanza es paradojal, su inicio no espera el mañana:
reclama autenticidad.
La esperanza y la autenticidad.
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En este sentido, reconocemos la importancia del pensamiento de Edgar Morin como fuente de inspiración.
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En el sentido de la conceptualización que nos propone L. Weinstein en relación a la salud como una actualización de las
potencialidades en las personas, los vínculos, los grupos, las organizaciones e instituciones.
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