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En torno a la Esperanza y la Felicidad1

La incertidumbre es el capullo de la esperanza.

El malestar, después de algo poderosamente prometedor.

Entre nosotros, entre los afanes del día a día, cada vez son más frecuentes
las expresiones de un malestar en nuestra sociedad y con nuestro modo de vida.
Mucho de lo que alguna vez tuvo una raíz tan prometedora, tal como la
idea y la confianza en el progreso, el dominio de la razón y un avance incansable
de la ciencia y la tecnología; hoy se está convirtiendo en motivo de preocupación.
En el presente, muchos rechazamos, entre otras cosas, la prevalencia del
economicismo, el racionalismo exacerbado, la expoliación y manipulación
desenfrenada de la naturaleza y ese individualismo que campea en nuestra
sociedad patriarcal. Muchos sentimos y pensamos que estas realidades pueden
terminar por distorsionar, si no mutilar nuestra condición humana.

Así, no estamos bien dispuestos a reducir nuestra vida como seres sociales
a lo económico y al rendimiento, al utilitarismo, menos a entronizar el
consumismo alienante.
A nivel de nuestra condición de seres sociales, nos incomoda doblegar y
someter nuestra multidimensionalidad como seres humanos ante el imperio
absoluto de la razón2. Hemos caído en cuenta que la primacía de la razón
instrumental en la sociedad actual, vestida de rendimiento y rentabilidad,
disminuye el valor de la naturaleza, de lo sensiblemente humano, de la historia y
la fraternidad. Y, quizás lo más importante, en la actualidad no se cultiva la
1
En este texto me reconozco deudor, especialmente, de los siguientes pensadores: Edgar Morin, Jean Gebser, Luis
Weinstein y Charles Taylor.
2 La triple condición del ser humano de la que nos habla E. Morin nos habla del ser humano como

individuos/sociedad/especie. Individuos en tanto la indivisibilidad de seres multidimensionales, a la vez biológicos,


psicológicos, sociales, históricos, culturales y espirituales.
2

valoración de la diferencia y de lo indescifrable, sea del otro o de otra identidad


cultural.3 En relación a esto último, el paradigma cultural que predomina en
nuestra sociedad, desprecia las expresiones que hablan de otras formas de
valoración de las cosas, del mundo y del ser humano; es decir, la existencia de
otros marcos de referencia valorativos y de otros modos de ser.

¿Es que estamos siendo presa de una incapacidad de sentir y apreciar las
experiencias de vida distintas? ¿es que somos prisioneros de una falta de interés
para preguntarnos cómo es que hay maneras de percibir, de interpretar, en fin,
modos de vivir diferentes al nuestro?
Hay más que señales de una crisis moral y cultural. Vivimos días de un
profundo desencanto con el mundo. Lo que, para muchos, está muy vinculado
con el utilitarismo y el menosprecio de nuestro profundo vínculo con la
naturaleza, con el cosmos y con nosotros mismos.
Es que el sistema económico-social que rige el mundo moderno presenta
problemas cuya base radica en la ruptura del hombre con su propia esencia, esto
es, con nuestras historias personales, grupales y societales. El quiebre profundo
que se ha ido instalando en nuestro modo de vida acompañados por el vértigo
del quehacer del día a día y la prevalencia de prácticas sociales y procedimientos
que devienen del avance tecnológico, nos ha llevado a una transformación de las
condiciones que posibilitaban los principios sociales y las costumbres que
tradicionalmente orientaban nuestra relación con el mundo. Son muchas las
expresiones de decadencia en los valores morales del ser humano que están
erosionando el tejido social.
Apoyada en el cientificismo y el desarrollo tecnológico, hemos dado forma
a una realidad cultural que nos sumerge en la ilusión del control de la vida y,
además, de la explicabilidad de cualquier cosa. Esto, de paso, desencanta nuestra
existencia y diluye la incertidumbre y el misterio como atributos profundos de la
vida. Al parecer, y a modo de ejemplo, a medida que avanzamos en explicaciones
del mundo natural y del cosmos, hemos ido perdiendo nuestras raíces que se
nutrían de lo natural y, asimismo, perdiendo nuestras creencias que nos ligaban al
cosmos.

3
Al respecto, nos reconocemos cercanos a E. Lévinas respecto de la alteridad y de Ch. Taylor en relación a su concepto
de comunidad e identidad cultural.
3

La esperanza y la incertidumbre, conceptos inseparables.

La historia puede ser dolorosa, es más, qué duda cabe que lo es. Ésta a
veces nos empuja y otras veces nos disuade. Sin embargo, ella es parte de la vida
y es cimiento de esperanza. Venimos de la historia de la vida, somos parte
misteriosa de las transformaciones en el tiempo. El despliegue desde lo
primordial, el presente y el devenir, insufla nuestra imaginación y nuestros
sueños. Junto a los nuevos sentimientos y las ideas nuevas, la vida une restos y
vestigios de sueños pasados.4
Es parte de nuestra esperanza abrir paso a lo incierto de la vida. Es que, en
nuestra vida, la esperanza y la incertidumbre son amigas íntimas. La esperanza es
compañera de la duda y de la certeza, está más cerca de los diálogos que de los
monólogos. Es que la esperanza genuina brota y se nutre de muchas aleaciones.
Como varios otros, creo que la esperanza hace de los medios parte de sus fines y
de sus fines parte de los medios.
Sin embargo, la esperanza es paradojal, su inicio no espera el mañana:
reclama autenticidad.

La esperanza y la autenticidad.

Cultivamos la esperanza con autenticidad cuando somos flexibles en


nuestros diálogos e intercambios, expresando nuestra opinión, entregando
nuestro sentir, compartiendo dudas y convicciones, aprensiones y confianzas.
Damos un paso más a la esperanza abriendo el devenir a una construcción
en la que la vida se aventura a la incertidumbre del pasado, del presente y del
futuro. Incluso de lo que creemos saber y conocer.
Es preciso asumir y valorar la ambivalencia y el pluralismo para cultivar la
diversidad y las dualidades que nos caracterizan.

4 En relación a las transformaciones de la conciencia, este texto participa de la propuesta de J. Gebser.


4

La esperanza es más auténtica cuando transparentamos la multiplicidad y


las contradicciones nos constituyen. Nuestras necesidades y nuestros deseos,
nuestros sentimientos y nuestras ideas poseen características distintas,
antagónicas.5 La esperanza se nutre de la necesidad de dar, de recibir y de
devolver; de pensar, de creer y de dudar; de necesitar, de satisfacer y de
prescindir.

Para acercarnos a la esperanza es preciso, entre otras cosas, valorar la


ambivalencia en nuestros sentimientos, al mirar e interpretar las cosas. Es decir,
apreciar la ambigüedad como un atributo al otorgar el sentido a una palabra, a un
gesto o a una idea, en vez de enceguecernos con nuestra propia mirada.
Socialmente debemos aceptar y apreciar que el buen convivir requiere resolver
situaciones a través de la sensibilidad y el pluralismo en conversaciones y diálogos
que lleven a nuevas maneras de mirar, a nuevas diferencias y consensos y a
nuevas contradicciones.

La felicidad por añadidura

Cooperar y privilegiar el bien común es una esperanza cuya construcción


esconde felicidad. Ella es parte de los derechos y las responsabilidades, de la
actualización de nuestras potencialidades.6 Está en el compromiso con las
necesidades y las carencias de nuestros cuerpos y emociones, de nuestras ideas y
valores.
Cotidianamente hacemos nuestros cuerpos, nuestras ideas y emociones.
También, diariamente construimos el sentido de nuestras vidas, de nuestros
vínculos y nuestros sueños. Día a día nos acercamos y nos alejamos de la
felicidad.
La felicidad llega por añadidura cuando el sentido desborda los límites de un
individuo y pareciera echar sus raíces en momentos en que nuestra condición

5
En este sentido, reconocemos la importancia del pensamiento de Edgar Morin como fuente de inspiración.
6
En el sentido de la conceptualización que nos propone L. Weinstein en relación a la salud como una actualización de las
potencialidades en las personas, los vínculos, los grupos, las organizaciones e instituciones.
5

como individuos de esta sociedad coincide con los aires de la naturaleza y la


inmensidad del cosmos.

La felicidad tiene mucho de expresión.


Más que en el ensimismamiento del ser, la felicidad ronda en el vínculo y
en la relación. La felicidad tiene mucho de prestado. Ella se acerca cuando vivimos la
relación indisoluble de lo individual con lo social y con nuestra historia en este
mundo. No obstante, es vano desconocer que tiene mucho de prestado; ella es
frágil como la sonrisa. La felicidad es algo provisorio, que no nos pertenece. Ella
se insinúa y cuando pareciera instalarse para acompañarnos, ahí mismo se
desvanece para volver a asomarse quizás en qué lugar y en qué momento. Así, la
incertidumbre es el capullo de la esperanza.

Eugenio Gutiérrez Valpuesta, septiembre de 2017.


eugengutierrez@gmail.com

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