Cuando nada podría ser peor, nació el Transmilenio y yo. Un amor
complicado, pero como todas las historias tienen un inicio, este fue el nuestro. Todo comenzó un 04 de diciembre de 2000, cuando inauguraron Transmilenio, no podía ser un metro que años después siguiera su funcionamiento normal, diseñado para el transporte de la población futura, donde su vida útil fuera de 50 a 100 años como en una capital de un País normal, no, debía ser un medio de transporte donde su vida útil fuera 5 años, donde su diseño fuera de una población futura de dos años; la mente brillante de este grandioso proyecto, que cambiaria el transporte y la vida cotidiana de cada uno de los bogotanos, fue el “Doctor” Enrique Peñalosa, quien asegura que el Transmilenio es un medio de transporte “sexy”, y que son dos buses pegados. Vivía cerca del colegio y el jardín, por lo cual, jamás hasta ese momento sabia que era montarme en un bus de esos, luego decidí por razones del destino estudiar en la universidad mas lejos que pudiera existir de mi casa en Bogotá, La Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito y aquí es donde la historia comienza a ser interesante. Porque finalmente ¿Quién no ha cogido una ruta fácil el primer día de universidad llegando casi dos horas tarde? Puede que se llegue a pensar que la falta de experiencia de un muchacho es el causal de todos mis “gratos momentos”, pero al pasar el tiempo casi dos años de experiencia en este gran sistema, me puedo dar cuenta que cuando nada puede ser peor, llega un gran bus rojo en hora pico, diciendo G12 portal sur, que me indica todo lo contrario. En ese orden de ideas… ¿Qué pasaría si al ir a clase de 7 de la universidad se estrellan dos de estos excelentes buses justo frente a tu estación? Pues lamentablemente no sé si sea mi suerte, o que sinceramente este sistema no pueda ser peor, pero cuan dura fue mi realidad de madrugar un día a las 4:30am y tener que esperar en una estación sentado en una de sus muy cómodas sillas, una baranda de acero inoxidable, que al usted sentarse parece que tuviera un signo de suma en una parte que no debería tenerlo. Y porque no, a los hombres también nos tocan, si así es, me paso un acontecimiento, talvez extraño, desde una mirada un poco diferente de la escena hasta graciososo se podría decir, pues en mi rutina diaria y con el paso del tiempo me he acostumbrado a “despistar el enemigo” (si, así es tengo una madre muy desconfiada y por eso soy así) por lo cual tengo diferentes rutas para llegar a la universidad, una de ellas es el B28. Ese día me encontraba, entre la espada y la pared, claro no por el hecho de estar en una situación que se tornara difícil y un poco complicada, no, era por el hecho que estaba en un Transmilenio a las 7am en plena hora pico y estaba contra el vidrio de la puerta, de repente el Transmilenio pasa la calle 100 y siento que el aire vuelve a mis pulmones. Cuando empiezo a sentir una mano, un poco extraña de hecho en un lugar que no debía estar, lo primero que hice fue comprobar que no era mía, después pensé que quizá al señor se le extravió algo (Eventualmente al hecho me dije a mi mismo ¿Qué se le había podido perder a esa altura?). Finalmente me dije, “Muévase de ahí” y golpeé al señor con la pierna, pero el muy cordial siguió haciendo lo mismo. En ese pequeño momento de tu vida uno llega a pensar, esas charlas que mi madre le daba a mi hermana sobre que hacer si te llega a pasar algo así, me hubiesen servido en ese entonces, finalmente me baje en una estación siguiente y espere el otro Transmilenio, una parte interesante es que al hablar con un amigo y entre todas nuestras historias, le conté y para sorpresa mía el me dijo que le había pasado exactamente lo mismo. Pero no todo es malo, por el contrario, hay muchas cosas de las cuales me trae gratos recuerdos, gracias a este transporte conocí a una muchacha con la cual he compartido la mayor parte de mi vida universitaria, una persona con la cual nos hemos conectado de una manera muy especial y con la cual hemos tenido relaciones en todo tipo de contextos. Con ella tuve el placer de viajar, nos fuimos de viaje al portal sur, fue una aventura talvez que muchos puedan considerar demasiado peligrosa, quizá porque ese día queríamos sentir adrenalina, pues nos sumergimos en esta travesía, cerca de dos horas y media de viaje, no nos conformamos con hacer la fila infinita del portal norte, queríamos más. Nuestro gran paseo, termino en el otro extremo del planeta y perdiendo el tan anhelado transbordo que muchos luchamos conseguir. Pero finalmente ¿Quién no ha sentido el placer, el éxtasis, un nirvana tal el cual es poder ir sentado en una de estas preciosas y anheladas sillas rojas? Así es fui uno de los elegidos, de los 48 semidioses los cuales fueron dignos de recibir este regalo divino, fue una cosa digna de contar a todas las futuras generaciones de mi familia, pero lamentablemente ese día el destino no lo quiso así, al sentarme, no pasaron 10 minutos cuando sonó un fuerte estallido, así es, el bus se había varado. A los pasajeros de ese bus, nos toco bajarnos y caminar cerca de 5 cuadras hasta la estación mas cercana, pues el bus no pudo andar más, al caminar a la estación (el campin) con los demás pasajeros, pudimos poner a prueba una ingeniería respetable de los buses Volvo, todos ingresamos en un bus con capacidad “máxima” de 160 pasajeros, en el cual yo no pertenecía a ese selecto grupo de 48 personas. Estos semestres he podido observar que el transporte es una cosa muy bizarra, no hay nada más cómodo que sentir la respiración de alguien en tu cuello, la demostración de las leyes físicas, químicas y hasta de gases en algunos desafortunados casos, finalmente le debo las gracias; pues a pesar de todas las aventuras vividas en este sistema me ha transportado hace casi dos años y en la vida toca sacrificar a veces varias cosas, en este caso me tocara sacrificar la poca dignidad que me queda y llenarme de paciencia porque nuestra historia de amor con el Transmilenio aun no termina.