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Resulta muy difícil ver cómo, familias enteras deben ver como aquellas pocas cosas
que les quedan, se ven expuesta para cubrir las necesidades más básicas de la
subsistencia mientras, unas, pocas cuantas, se aferran casi que espiritualmente a
objetos inanimados que no viven, sino, que extraen hasta lo último del bagazo de la
vida de las personas que, desesperadamente, buscan la comunión con estas dichas
cosas.
Sin más excusas que presentar, para evitar enseñar mi tema en cuestión, he
aquí: La conciliación, el contrato, el pacto o el acuerdo de paz que nosotros mismos
(nuestra conciencia) firma con todas aquellas excusas que consideramos muy
relevantes para impedir encararnos con los aprendizajes de nuestro “yo mejor”. Este
acuerdo se mal llama zona de confort.
Hago una invitación a todos los estudiosos en este campo del saber humano
a pronunciar el nombre verdadero de esta bestia vestida de oveja para hacerlo salir
de su cueva. Porque algo que solo luce como bueno, no debe ser más llamado
como confortable. En especial si es algo que aletarga, además de la misión de cada
ser humano en esta vida y su felicidad, irónicamente su propia comodidad. No
llames más de otra forma tu zona de incorfort.