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El desafío de un texto de Psicología Social en español es doble. Por una parte, debe dar una visión
de conjunto de la multiplicidad de campos y de perspectivas que la constituyen, debe recorrer el camino
desde las teorías que la investigación ha decantado a las prácticas que las reflejan. Por otra, debe hacerlo
como una afirmación de lo que el pensamiento hispanoamericano ha desarrollado como contenidos,
teoría, crítica y prácticas. Es al tomar una cierta distancia reflexiva que encontramos las miradas que
tratan de situar prácticas y teorías en movimientos intelectuales de mayor amplitud, que las sitúan en
horizontes de mayor globalidad que los quehaceres internos a la disciplina y a la actividad profesional.
Las visiones críticas integradoras no son el punto fuerte de la Psicología Social. Su prosapia es la
de hija menor de una tradición experimentalista, norteamericana y construida en los años sesenta, de
guerra fría contra todo lo que oliera no sólo a socialismo sino también a social, de exportación de un
modelo de desarrollo y de progreso, tributario de la misma confrontación. La disciplina se estructura con
una cierta inseguridad teórica, como una rama homogénea de la psicología legitimada, sumisa a todos los
presupuestos metodológicos que le aseguran esta legitimación y esta protección. Su raigambre primera es
el mundo académico, en una investigación que busca un universalismo abstracto – la agresión, la
conformidad, el prejuicio. Su contribución investigativa está firmemente validada en experiencias
controladas, generalmente en laboratorios universitarios, que funcionan con la colaboración más o menos
voluntaria de estudiantes, obligados a participar como requisitos de su formación. Como han ironizado
algunos críticos, la naturaleza psicosocial del ser humano ha sido definida por el estudiante
preuniversitario norteamericano y la evolución de la especie humana como su americanización
progresiva.
Las raíces norteamericanas y las exportaciones integrales hacia la Europa fueron productos de
colaboraciones que se centraron en el desarrollo de métodos que dieran una identidad intelectual a la
disciplina naciente, pero que dejaron los debates epistemológicos en segundo plano – y los debates
praxiológicos y éticos en la penumbra. Psicólogos sociales como Kurt Lewin, Marie Jahoda, Morton
Deutsch, León Festinger y Donald Campbell aceptaron la definición metodológica e ideológica que
dominaba los Estados Unidos, funcionalista, experimentalista y muy consciente de los costos políticos de
todo lo que oliera a socialismo. También desarrollaron redes de colaboración con pioneros europeos como
Joseph Nuttin, Serge Moscovici, Henri Tajfel. El germen de voluntad de cambio social – la lucha contra
los racismos y los prejuicios, así como la ausencia de participación democrática, la búsqueda del cambio
de actitudes, que estaba muy presente en ellos, sólo pudo expresarse años después, cuando las condiciones
políticas lo permitieron. La maduración disciplinar, la conciencia política creciente y los pensadores
constructivistas sobrepasaron esa autocensura política, esa “desmovilización metodológica” de la que
habla Ibáñez, y crearon el espacio para hacer explícita la metateoría subyacente.
En América Latina, la tensión entre un corpus teórico y experimental avasalladoramente
extranjero y la urgencia de una realidad social que nunca respetó los encuadres disciplinares crearon el
espacio de la afirmación y del cuestionamiento del universalismo académico oficial. Tanto la situación
sociopolítica latinoamericana en relación a los Estados Unidos como la inserción española en el concierto
europeo hacen inevitables las estructuras de dependencia económica y por lo tanto intelectual de marcos
políticos, necesariamente ideológicos. Financiamientos de investigación, becas gubernamentales para los
“países en desarrollo” y congresos internacionales, todos sugieren suavemente que, para mejor hablar en
♦
2002 MORALES, J. F., D. PAEZ, A. L. KORNBLIT, D. ASUN, (Eds.) Psicología Social. Buenos
Aires, Prentice-Hall. Pp. 39–56.
La ideología de una sociedad experimental. Ella será una sociedad activa, una sociedad que
Esta perspectiva analítica (Zúñiga, 1998, 1997, 1993) nos confronta a un sujeto que es más que un
pensador, que es un actor :
1. El actor tiene raramente objetivos claros y aún menos tiene proyectos coherentes. Sus
proyectos son generalmente múltiples, más o menos ambiguos, más o menos explícitos, más o
menos contradictorios. El los modificará en el curso de la acción, descartando algunos y
descubriendo otros nuevos, dado que las consecuencias imprevistas e imprevisibles de su acción
lo obligarán a "reconsiderar su posición" y a "reajustar el tiro": lo que es un "medio" en un
momento dado será un "fin" en otro, y viceversa. De ellos se desprende que sería ilusorio y falso
querer que su conducta sea siempre reflexiva, es decir la acción de un sujeto lúcido que puede
darse el lujo de organizar todas sus acciones en función de objetivos preestablecidos.
2. A pesar de ello, su conducta es activa. Aún si está siempre encuadrado y limitado por la
realidad, nunca está completamente amarrado por ella. Incluso su pasividad es siempre, al menos
en cierto grado, el resultado de su decisión.
3. Y su conducta siempre tiene un sentido. El hecho que no pueda referirla a objetivos
claramente formulables no significa que no sea racional: al contrario. Más que ser racional en
relación a objetivos, él o ella es racional en dos sentidos diferentes: es racional respecto a las
oportunidades de acción que se le presentan, y, a través de ellas, al contexto de realidad que las
define; y es racional respecto a la conducta de los demás participantes en la acción, a las
posiciones que ellos defiendan, y al juego de relaciones en que se sitúen (M. Crozier, E.
Friedberg, 1977, El actor y el sistema, 47-48).
El conocimiento válido siempre tiende a confundirse peligrosamente con el actor social que lo valida,
legitimándolo. El legitimador del conocimiento puede ser el líder político, el obispo, o el hechicero de la
tribu ; también puede ser el jurado de examen, el comité de lectura de artículos científicos o de atribución
de fondos de investigación. El psicólogo social no puede ignorar el cuestionamiento radical : si aceptamos
un postulado basándonos primariamente en la autoridad social y política de los legitimadores del
conocimiento, ¿ Sabemos, al menos, a qué tribu pertenecemos, quiénes son los líderes que obedecemos, y
adónde nos llevan ? Podemos seguir con la reflexión de Lyotard sobre la relación entre el poder del saber
y el poder del hacer :
Para nosotros, la legitimación es el proceso por el que un “legislador” que evalúa el discurso
científico tiene el derecho de prescribir las condiciones (por lo general, condiciones de
consistencia interna y de verificación experimental) para aceptar que un enunciado sea
incorporado al discurso científico y pueda ser considerado como tal por la comunidad científica.
La pertinencia de este tema puede parecer forzada ; demostraremos que no lo es. Veremos
que, desde Platón, la cuestión de la legitimación de la ciencia es inseparable de la de la
legitimación del legislador. Desde este punto de vista, el derecho de decidir lo que es verdad no
es independiente del derecho de decidir lo que es justo, aún si los enunciados sometidos a una u
otra de estas autoridades son de naturaleza diferente. Porque hay un pareo entre el tipo de
lenguaje que se llama ciencia y aquél otro que se llama ética y política : ambos proceden de una
misma perspectiva o, si se quiere, de la misma opción, y ella se llama Occidente.
Examinando la posición social actual del saber científico, se puede constatar no sólo que
aparece como más subordinado que nunca al poder, sino que con las nuevas tecnologías llegará a
ser uno de las principales áreas de conflictos de poder. La cuestión de la doble legitimación, lejos
de desdibujarse, no podrá sino plantearse cada vez con mayor agudeza y en la forma más
completa, que es la de la reversibilidad. Saber y poder son las dos caras de una misma
interrogante : quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que hay que decidir ? (Lyotard,
Certeza y duda, saber y poder. El psicólogo social es persona social, y también lo son su modo de
conocer y sus conocimientos resultantes. Ello crea un deber intelectual ético de desarrollar un
pensamiento social crítico, que lo debe afirmar como sujeto y actor responsable contra sus afiliaciones
naturales y profesionales. Esta oposición es clave para fundamentar una afirmación teórica coherente con
una metateoría social relacional. Veamos con mayor detalle la relación del ser actor con el ser sujeto.
Si, como decía, levanto una mesa muy pesada con mi amigo Juan, no soy yo quién levanta la
mesa, ni tampoco es Juan. El sujeto de esta acción, en el sentido más riguroso, está constituido
por Juan y yo (y, para otras acciones, habría que agregar otros individuos en número mucho
mayor). Es por ello que las relaciones entre Juan y yo no son relaciones sujeto–objeto, como en
la libido, el complejo de Edipo, por ejemplo, ni son relaciones intersubjetivas, como lo piensan
los filósofos individualistas que parten de la base que los individuos son sujetos absolutos. Ellas
son lo que me atrevería a nombrar con un neologismo, relaciones intrasubjetivas, es decir,
relaciones entre individuos que son, cada uno de ellos, elementos parciales del verdadero sujeto
de la acción (Goldman, 1970, p. 102).
La sociología clínica tiene por objeto desenredar los nudos complejos entre los determinismos
sociales y los determinismos psíquicos en las conductas de los individuos y de los grupos, así
como en las representaciones que se hacen de estas conductas. Ella se inscribe en el corazón de
las tensiones entre objetividad y subjetividad, entre estructura y acción, entre el individuo como
producto sociohistórico y el individuo creador de historia, entre la reproducción y el cambio,
entre las dinámicas inconscientes y las dinámicas sociales... (de Gaulejac, 1993, p. 15).
El orientar la mirada hacia las dialécticas relacionales, hacia los sistemas de acción, asienta un primer
elementos de definición de la relación entre sujeto y actor. El segundo es el concepto de experiencia.
2.2 Adaptación, proyecto y experiencia
El concepto de relación ha sido “socializado”. El psicólogo social piensa inmediatamente en la
relación interpersonal, en la interacción. Es importante el subrayar que la relación no comienza en la
conciencia que se tenga del otro, sino en la relación objetal que precede la conciencia de existir en un
entorno y la conciencia introspectiva. El pragmatismo de Charles Sanders Pierce, tan poco citado,
estructura el de sus colaboradores y sucesores : William James, George Herbert Mead y John Dewey. Su
investigación, empecinada en enraizar la acción humana social en la biología, marcó el desarrollo de su
filosofía (tanto Pierce como James llegaron a Harvard como médicos ; su transición a la psicología fue
progresiva). James y Dewey marcan la psicología social en su carácter de proyecto social, de la que
Lewin, Deutsch y sobre todo Campbell construyeron el arsenal metodológico de la investigación acción y
de la sociedad “experimental”, fundamental en el desarrollo de la evaluación de programas.
Podríamos resumir la perspectiva pragmática, en lo que ha determinado la metateoría de la
psicología social norteamericana, parafraseando algunos textos de Dewey y orientándonos con las
perspectivas de Maturana y de Varela.
i [...] aparece evidente como un asunto que expresa la interacción de un ser viviente con su
medio físico y social.
ii [...] Lo que la experiencia evoca sobre sí misma es un mundo genuinamente objetivo que
se entromete en las acciones y en los sufrimientos humanos y que, a su vez, es modificado por sus
respuestas.
iii [...] la experiencia, en su vitalidad, es experimental, [exploratoria], es un esfuerzo para
cambiar una realidad dada ; se caracteriza por su proyección al futuro, por avanzarse hacia lo
desconocido ; su conexión con el futuro es su rasgo más característico.
iv [...] Una experiencia que es un ser penetrado por un medio circundante y un esfuerzo por
reorientarlo en nuevas direcciones, está rebosante de conexiones [de interrelaciones, de
interacciones]. [Dewey, 1977, pp. 60–61].
Nada debe apartarnos de nuestra afirmación central : el sujeto es un movimiento social. El sujeto
no se constituye en la conciencia de sí mismo, sino en la lucha contra el anti-sujeto, contra las
lógicas de los aparatos sociales — sobre todo cuando estas son industrias culturales o, a fortiori,
Los que quieren identificar la modernidad a la sola razón sólo hablan del Sujeto para reducirlo a
la razón, y para imponerle la despersonalización, el sacrificio de sí y la identificación a un orden
impersonal, ya sea la naturaleza o la historia. El mundo moderno está, al contrario, cada vez mas
lleno de la referencia a un sujeto que es Libertad, es decir que plantea como principio del bien el
control que el actor ejerce sobre sus acciones y sobre su situación, y que le permite concebir y
sentir sus acciones como elementos de su historia personal de vida, de concebirse como un actor.
El Sujeto es la voluntad de un individuo de actuar y de querer ser reconocido como actor
(Touraine, 1992, p. 242 ; itálicas agregadas).
Si hemos planteado la dialéctica del actor y del sujeto, de la razón sistémica y de la oposición
autónoma, ello nos lleva a considerar que toda activación del sujeto social pasa por opciones sociales y
políticas, que pueden estar explícitas u olvidadas, pero que no pueden estar ausentes. Si no podemos
hablar “naturalmente” de naturaleza social, abstracta y fuera de la historia, tampoco podemos hacerlo de
cambio social o de cambio de actitudes, de dinámica de grupos o de desarrollo de la comunidad. La
Psicología Social como disciplina trata de captar dinámicas abstractas ; como profesión, reconoce actores,
y sus proyectos, que les pertenecen, y frente a los cuales el profesional debe situar el suyo. El sujeto,
individual o colectivo, es razón y acción, proyecto y compromiso personal.
Todo modo de pensar y de ver, que afirme una oposición entre un actor, fuerza social objetiva y
objetivada, y un sujeto, intimidad que es conciencia de sí mas que acción, hace imposible situar la
psicología social como producción social y como acción “firmada” por una opción que es conciencia y
que es compromiso
libremente adquirido. Su mirada diagnóstica sobre la realidad social, sobre las dinámicas que la atraviesan
y sobre las posibilidades de actuar en ella está necesariamente estructurada por los modos de
comprenderla, y estos modos reflejan las trizaduras que la atraviesan. Solo así podemos desplazarnos de
los debates teóricos, aparentemente abstractos, a los debates de sociedad entre las fuerzas de la
mundialización, de la globalización, que llenan los discursos oficiales y los análisis eruditos, y una
cotidianeidad igualmente dominada por los conflictos locales y étnicos, las oposiciones salvajes que
destrozan las comunidades concretas, y que llenan las noticias de la televisión con lo truculento, lo
sanguinario, lo fanatizado.
Parto del presupuesto que los profesionales competentes habitualmente saben más que lo que
son capaces de expresar y de formalizar. Su modo de "conocer haciendo" es sobre todo tácito.
Lo que no impide que podamos partir estudiando los protocolos y registros de su acción, para
entender cómo actúan, y construir e incluso verificar modelos de cómo conocen. De hecho, los
profesionales mismos muestran frecuentemente una capacidad para reflexionar sobre su conocer
intuitivo, y ello incluso cuando están sumergidos en la acción. A veces utilizan esta reflexión para
funcionar mejor en las situaciones tan frecuentemente únicas, inciertas y conflictivas de la
práctica (Schön, 1983, viii).
Cuando un profesional se ubica en una situación que bien sabe que es una novedad, la ve en
cierto modo como algo que ya le es conocido, que ya forma parte de su repertorio de vivencias.
Ver ésto como aquello no significa identificarlo a aquello, decir que es lo mismo. Es, más bien,
ver la situación única, nueva, como simultáneamente semejante y diferente de la que ya nos es
familiar, sin que en un primer momento podamos distinguir en qué es semejante y en qué es
diferente. La situación ya conocida funciona como un precedente, un antecedente, una metáfora,
o – en la frase de Kuhn – un ejemplar, un modelo para la situación todavía no conocida.
Viendo esta situación como aquella, uno puede actuar en ésta como actuó en aquélla. (...). Es
nuestra capacidad de ver las situaciones novedosas como si nos fuesen familiares, y de hacer en
éstas lo que hicimos en aquéllas lo que nos permite hacer que nuestras vivencias pasadas sean un
guía frente a la novedad. Es nuestra capacidad de ver como vimos y de hacer como hicimos lo
que nos permite adquirir un sentido de cómo funcionar en situaciones que, de hecho, no encajan
perfectamente en lo que ya sabíamos. (Schön, 1983, 138–140).
Marín tiene razón, por una parte, al advertirnos que no toda implicación social de un psicólogo
social es psicología social, una práctica que la refleje (1994, pp. 156–157) ; Schön, por la otra, nos
recuerda que el concepto de « ciencia aplicada » puede ocultar la originalidad de la intervención – incluso
que puede desvalorizarla. Preguntar en una encuesta cuál sea el modelo teórico al que se identifique el
psicólogo puede producir una etiqueta legitimadora, que no refleja la práctica concreta. La práctica
profesional « aplica » ; pero « aplicar » es una creación original, no una impresión mecánica de un
modelo abstracto en una materia inerte. Una práctica profesional, en la imagen provocativa de Unamuno,
es una « agonía » : en una lucha entre una interpretación y una acción propuestas y una situación, que
defiende su singularidad, que « resiste » las recetas prescriptivas. El referir la intervención al modelo
Los filósofos han cultivado la desvalorización de la acción, del hacer y del producir ; pero aunque
la han perpetuado, formulándola y justificándola, no son ellos los que la inventaron. No hay duda
que, al poner la teoría tan por encima de la práctica, han glorificado su propio oficio ; pero,
independientemente de sus actitudes, muchas cosas han conspirado para producir el mismo
efecto. El trabajo ha sido siempre visto como oneroso, desgastador, asociado a una maldición
original. El trabajo ha sido hecho por obligación, obligado por la necesidad, mientras que la
actividad intelectual era asociada con el descanso. Dado lo desagradable de la actividad práctica,
la mayor parte posible de ella ha sido descargada en esclavos y siervos : así, el deshonor que se
les atribuía se extendió al trabajo que hacían. También está en juego la larga relación en la
historia humana entre el conocer y el pensar con los principios inmateriales y espirituales, y de las
artes y de todas las actividades prácticas implicadas en el hacer y el producir con la materia. Al
fin y al cabo, el trabajo se hace con el cuerpo, con medios mecánicos, y tiene como objeto las
cosas materiales. La mala fama que se le ha asociado al pensar cosas materiales comparadas con
el pensar inmaterial se ha contagiado a todo lo que tenga que ver con la práctica [En McDermott,
pp. 356 a 360 ; The Quest for Certainty, 1929].
...Carlomagno frunció el ceño.– ¿ Y por qué no alzáis la celada y mostráis vuestro rostro ?
El caballero no hizo ningún gesto ; su diestra enguantada con una férrea y bien engrasada
manopla apretó más fuerte el arzón, mientras que el otro brazo, que sostenía el escudo, pareció
sacudido por un escalofrío.
—¡ Os hablo a vos, paladín–insistió Carlomagno–. ¿ Cómo es que no mostráis la cara a
vuestro rey ?
La voz salió neta de la mentonera :
–Porque yo no existo, sire.
–¡ Ésta sí que es buena !–exclamó el emperador–. ¡Ahora tenemos entre nuestras fuerzas un
caballero que no existe ! Dejadme ver.
Agilulfo pareció vacilar un momento, y después, con mano firme pero lenta, levantó la
celada. El yelmo estaba vacío. Dentro de la armadura blanca de iridiscente cimera no había nadie.
–¡ Vaya, vaya ! ¡ Lo que hay que ver !–dijo Carlomagno–. Y cómo os las arregláis para
prestar servicio, si no existís ?
–¡ Con fuerza de voluntad–dijo Agilulfo–y fe en nuestra santa causa ! (Calvino, 1993, p. 12).
Tras una teoría, hay una metateoría ; toda metateoría contiene una metapráctica. Si aceptamos
levantar la celada de nuestra armadura–armadura de convicciones, de solidaridades, de responsabilidad
política y profesional–nuestro carácter de sujeto debe estar perfectamente consciente de cómo marcamos
todas nuestras relaciones con nuestra identidad–personal, cultural y societal–que afirma nuestra presencia
activa y eficaz en todo trabajo emprendido.
Por sorprendente que parezca, la mente existe en y para un organismo integrado ; nuestra mente
no sería como es si no fuera por la interacción de cuerpo y cerebro durante la evolución, el
desarrollo individual y cada instante de nuestra vida. La mente tuvo que referirse primero al
cuerpo ; si no, no habría podido existir. Sobre la base referencial que el cuerpo suministra de
manera continua, la mente puede significar entonces muchas otras cosas, reales e imaginarias.
Una epistemología evolucionista es, por lo menos, una que toma en cuenta y que es compatible
con la situación del ser humano como un producto de la evolución biológica y social. En este
ensayo, también se defiende el que la evolución, aún en sus aspectos biológicos, es un proceso
de conocer, y que el paradigma de la selección natural para explicar estos incrementos del
conocimiento puede ser generalizado a otras actividades epistémicas, como las del aprendizaje,
del pensamiento y de la ciencia. Este tipo de epistemología ha sido descuidado por las tradiciones
filosóficas dominantes ; es sobre todo gracias a las obras de Karl Popper que contamos hoy con
una epistemología de selección natural (Campbell, 1988, p. 393)
Observamos que este enfoque está impregnado de pragmatismo, una perspectiva en filosofía que
vuelve hoy en día con mucha fuerza. La relación cuerpo–mente se conoce en términos de lo que
puede hacer. Cuando se adopta la actitud más abstracta en filosofía o en ciencia, se tiende a
pensar que las preguntas acerca de la relación cuerpo – mente sólo encuentran respuesta después
de haber determinado satisfactoriamente qué es el cuerpo y qué es la mente en forma aislada y
abstracta. Sin embargo, en la reflexión pragmática, abierta, estas preguntas no pueden disociarse
del “alistamiento de todo el cuerpo y la mente”. Esto impide que la pregunta “¿ Qué es la
mente ?” sea una pregunta no encarnada. Cuando en nuestra reflexión acerca de una pregunta
incluimos a la persona que formula la pregunta y al proceso de preguntar (recordemos la
circularidad fundamental), entonces la pregunta recibe nueva vida y significado (Varela, 1996,
p. 98).
En el conocer, que la persona confronta una situación desde su historia personal, la historia de su
grupo de pertenencia, y la historia de su especie. Aquí está en juego una historia del conocimiento,
historia individual e historia colectiva : experiencia personal, socializaciones y aculturaciones, acceso o
marginación de la información disponible, nubes de prejuicios, de temores, de esperanzas ; y también
historia somática, historia de un individuo que también es especie, presente individual y pasado colectivo.
El ser humano es así un doble presente : como individuo y como colectivo. Este doble presente refleja su
doble pasado : el de su espíritu y el de su cuerpo. Por eso, su “paradigmas” no son solamente esquemas
intelectuales : son también modos de aproximación colectiva a una realidad que les interesa — realidad
vital, realidad que desencadena los reflejos evaluativos de simpatías, antipatías, miedos, prejuicios,
atracciones.
La popularidad actual del concepto de inteligencia emocional (LeDoux, 1996 ; Goleman, 1995)
puede alimentar una perspectiva psicosocial que se sitúe de modo explícito no sólo entre individuo y
sociedad, sino también entre organismo e interacción. Los trabajos más recientes de Bandura (1997,
1995) nos confrontan a la importancia de desarrollar una identidad profesional segura, basada en
competencias directamente experimentadas. Sólo a partir de ellas el psicólogo social puede hacer las
opciones existenciales y sociopolíticas que le permitirán definir su posición, perspectiva y estrategia de
intervención.
¿ Cómo unir en nuestra acción lo que somos, sexualidad y memoria, lengua e infancia, y lo que
queremos ser : los productores, los autores de nuestra vida ? [ ... ] Llamo sujeto al deseo de ser un
individuo, de crear su propia historia personal, de darle un sentido al conjunto de las experiencias
de la vida individual. [ ... ] El sujeto que se opone al poder de los tecnócratas y al de los profetas
no es un racionalista republicano, sino, al contrario, y como ha sido el caso en tantos países, de la
Polonia a Chile, es el portador de la alianza de la libertad y de una conciencia popular apoyada en
una exigencia moral y muchas veces religiosa (Touraine, 1995, pp. 27–33)
Pensamos con el cuerpo, no con la cabeza ; actuamos con la cabeza, no con las manos. Somos
actores, voluntarios e involuntarios, cuando otros actúan en nuestro nombre. Somos sujetos y también
somos elementos intrasubjetivos del verdadero sujeto de la acción. Como psicólogos sociales, somos
científicos porque somos responsables de nuestros conocimientos y de nuestras convicciones ; y también
somos profesionales, porque actuamos imprimiendo nuestro sello personal, legitimándolo con nuestra
identidad profesional.
El camino ha sido largo y complejo. No se puede hablar de metateoría sin pensar en parafrasear a
Lewin : no hay nada más práctico que una buena teoría. La reflexión metateórica presentada ha tratado de
hacer explícito este carácter « metapráctico » que sitúa la disciplina y la profesión de psicólogo social en
la conciencia crítica y en la acción profesional responsable.