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LAS RESONANCIAS PRÁCTICAS DE LA METATEORÍA EN PSICOLOGÍA SOCIAL♦

Ricardo Zúñiga B.,


Universidad de Montréal, Quebec, Canadá

El desafío de un texto de Psicología Social en español es doble. Por una parte, debe dar una visión
de conjunto de la multiplicidad de campos y de perspectivas que la constituyen, debe recorrer el camino
desde las teorías que la investigación ha decantado a las prácticas que las reflejan. Por otra, debe hacerlo
como una afirmación de lo que el pensamiento hispanoamericano ha desarrollado como contenidos,
teoría, crítica y prácticas. Es al tomar una cierta distancia reflexiva que encontramos las miradas que
tratan de situar prácticas y teorías en movimientos intelectuales de mayor amplitud, que las sitúan en
horizontes de mayor globalidad que los quehaceres internos a la disciplina y a la actividad profesional.
Las visiones críticas integradoras no son el punto fuerte de la Psicología Social. Su prosapia es la
de hija menor de una tradición experimentalista, norteamericana y construida en los años sesenta, de
guerra fría contra todo lo que oliera no sólo a socialismo sino también a social, de exportación de un
modelo de desarrollo y de progreso, tributario de la misma confrontación. La disciplina se estructura con
una cierta inseguridad teórica, como una rama homogénea de la psicología legitimada, sumisa a todos los
presupuestos metodológicos que le aseguran esta legitimación y esta protección. Su raigambre primera es
el mundo académico, en una investigación que busca un universalismo abstracto – la agresión, la
conformidad, el prejuicio. Su contribución investigativa está firmemente validada en experiencias
controladas, generalmente en laboratorios universitarios, que funcionan con la colaboración más o menos
voluntaria de estudiantes, obligados a participar como requisitos de su formación. Como han ironizado
algunos críticos, la naturaleza psicosocial del ser humano ha sido definida por el estudiante
preuniversitario norteamericano y la evolución de la especie humana como su americanización
progresiva.
Las raíces norteamericanas y las exportaciones integrales hacia la Europa fueron productos de
colaboraciones que se centraron en el desarrollo de métodos que dieran una identidad intelectual a la
disciplina naciente, pero que dejaron los debates epistemológicos en segundo plano – y los debates
praxiológicos y éticos en la penumbra. Psicólogos sociales como Kurt Lewin, Marie Jahoda, Morton
Deutsch, León Festinger y Donald Campbell aceptaron la definición metodológica e ideológica que
dominaba los Estados Unidos, funcionalista, experimentalista y muy consciente de los costos políticos de
todo lo que oliera a socialismo. También desarrollaron redes de colaboración con pioneros europeos como
Joseph Nuttin, Serge Moscovici, Henri Tajfel. El germen de voluntad de cambio social – la lucha contra
los racismos y los prejuicios, así como la ausencia de participación democrática, la búsqueda del cambio
de actitudes, que estaba muy presente en ellos, sólo pudo expresarse años después, cuando las condiciones
políticas lo permitieron. La maduración disciplinar, la conciencia política creciente y los pensadores
constructivistas sobrepasaron esa autocensura política, esa “desmovilización metodológica” de la que
habla Ibáñez, y crearon el espacio para hacer explícita la metateoría subyacente.
En América Latina, la tensión entre un corpus teórico y experimental avasalladoramente
extranjero y la urgencia de una realidad social que nunca respetó los encuadres disciplinares crearon el
espacio de la afirmación y del cuestionamiento del universalismo académico oficial. Tanto la situación
sociopolítica latinoamericana en relación a los Estados Unidos como la inserción española en el concierto
europeo hacen inevitables las estructuras de dependencia económica y por lo tanto intelectual de marcos
políticos, necesariamente ideológicos. Financiamientos de investigación, becas gubernamentales para los
“países en desarrollo” y congresos internacionales, todos sugieren suavemente que, para mejor hablar en


2002 MORALES, J. F., D. PAEZ, A. L. KORNBLIT, D. ASUN, (Eds.) Psicología Social. Buenos
Aires, Prentice-Hall. Pp. 39–56.

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inglés conviene pensar, sentir y evaluar en inglés. Al hacerlo, facilitan una incorporación dependiente y
esconden de algún modo la exigencia de asimilación en la determinación de prioridades, de temáticas e
incluso de contenidos, métodos y retóricas de presentación de las ideas y de los hechos. La lectura de las
determinaciones sociopolíticas es y será una competencia necesaria en el arsenal del desarrollo de la
Psicología Social en Hispanoamérica.
En este contexto, la teoría toma el sentido más estricto, que es el de la racionalidad instrumental
de un programa de investigación. La contextualización histórica, la inserción en esquemas de racionalidad
científica y epistemológica y el desarrollo del pensamiento social crítico sólo existen en la periferia de
esta producción de conocimientos ; habrá que esperar diez o quince años para que ganen un espacio más
visible y más reconocido, en lo que, sintomáticamente fué discutido como « la crisis » de la psicología
social. Lo esencial de la producción científica toma la forma de artículos, estructurados como informes de
investigación empírica, de selecciones de los mismos artículos, publicadas como síntesis anuales o como
conjuntos editados, y de su consagración en los manuales, clásicos, de Lindzey y Aronson.
De estos esfuerzos reflexivos, en español contamos con dos síntesis críticas fundamentales.
Tomás Ibáñez (1994) parte de Lindzey y Aronson, e integra en forma más explícita el aporte de las
psicologías sociales europeas. Haciéndolo, plantea los fundamentos de una crítica sistemática. En el área
de la producción hispanoamericana, el trabajo de Darío Páez (1994) como autor y como editor crea el
espacio intelectual “crítico y plural”, la búsqueda de la coloración teórica en términos de corrientes
dominantes y de agrupaciones en perfiles intelectuales e ideológicos (Páez, 1994, Anthropos, pp. 15–17).
En su trabajo,subraya los parámetros de inserción cultural norteamericana y europea y las opciones
ideológicas “criollistas” y “cosmopolitas”. Su análisis revela un microcosmo a la vez diferenciado e
integrado, en el que las tensiones teóricas y políticas de una disciplina social animan un espacio vital de
diálogo sin los costos de la búsqueda de una síntesis oficial. El potencial de la psicología social
hispanoamericana parece ser su capacidad de establecer un diálogo en un espacio multinacional y
multifocal, con una conciencia de sus referentes externos que coexiste con una voluntad de búsqueda de
una originalidad y de una autonomía que le permite tomar posiciones en oposición creadora frente a las
hegemonías culturales externas al área.
Teniendo en cuenta este trasfondo de síntesis crítica estructurada, hemos buscado una meta
limitada para este trabajo. El límite es doble. Por una parte, se nos ha pedido contribuir a mostrar la
relación entre las estructuraciones del campo y las metateorías que les sirven de bambalinas. Por otra, la
magnitud de la tarea exige limitarla a un aspecto específico. Hemos elegido el del título : las resonancia
prácticas de la metateoría.
El punto de partida es el atribuir un sentido bien delimitado al concepto de metateoría. La teoría
es ya un concepto polisémico. Más allá del sentido técnico habitual de “conjunto de proposiciones
empíricamente validadas que constituyen un sistema de significación”, tenemos el de paradigma, como
un “conjunto de proposiciones o enunciados metateóricos que refieren más directamente al lenguaje de
significación que a la realidad social misma” (Boudon y Bourricaud, 1986, p. 616–624). Aún más allá,
Gadamer nos recuerda que, en un sentido griego original, la teoría es una participación mística en un
festival religioso, en una visión común, que reúne hombres, dioses y realidad. Esta racionalidad
fundamental del ser, que es la hipótesis fundamental del pensamiento griego, no es tanto construcción
como participación de una comunidad humana a una comunidad ontológica (Gadamer, 1984). Si
quisiéramos dar un ejemplo de esta visión paradigmática, tal vez nada la ilustra mejor en psicología social
que la visión de sociedad de Donald Campbell. Él la llamó ideología, y la formuló con una honestidad y
una ingenuidad que captan bien la motivación de muchos psicólogos sociales, y que fundamenta la
voluntad de hacer de la psicología social una ciencia social aplicada – aplicada a cambiar la sociedad
según una visión ideal, profundamente pragmática – en el sentido de William James y de John Dewey – y
transparentemente norteamericana.

La ideología de una sociedad experimental. Ella será una sociedad activa, una sociedad que

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ensaya, que explora sus posibilidades en la acción... Ella será una sociedad evolutiva, una
sociedad que está siempre aprendiendo. Será una sociedad honesta, realista, comprometida a
poner sus planes a prueba, autocrítica, que evitará el vivir de sus ilusiones. [...] Esta sociedad
experimental no será nunca dogmática. Aún cuando defienda metas ideales y cuando proponga
medios racionales para alcanzarlas, ella no defenderá dogmáticamente el valor y la verdad de sus
metas y de sus métodos contra las evidencias que las refutarían ni contra las críticas fundadas [...]
Ella será profundamente científica, un ejemplo de los valores de honestidad, de crítica abierta, de
experimentación, de disponibilidad a cambiar sus teorías cuando ellas son refutadas por las
evidencias experimentales. [...] Ella será una sociedad imputable, responsable de las acciones que
realiza, que podrá ser criticada, que respetará sus propios métodos explícitos. Ella será una
sociedad descentralizada en todas las dimensiones posibles. [...] Ella será una sociedad respetuosa
de la voz popular, con metas y medios determinados por el bien común y las preferencias
colectivas. En los marcos del bien común, ella será una sociedad voluntarista, que ofrecerá
posibilidades de participación y de toma colectiva de decisiones a todos los niveles posibles. [...]
Ella será una sociedad igualitaria, que atribuirá igual valor al bienestar y a las preferencias de
todos y cada uno de sus miembros (Campbell, 1988, 293 a 296)

“Metateoría” y “metapráctica”. La “meta-teoría” no es un pensamiento “aún más teórico” : es


una apertura, que busca la dinámica de una sociedad, esa dinámica que los paradigmas tratar de formular
conceptualmente.
Partimos de la base que la psicología social es una reflexión científica que contiene el germen
de una acción práctica, que ella es parte de la dinámica de una acción, que fundamenta una identidad
disciplinar en la acción profesional. Si la metateoría es “el trasfondo de hermenéutica, reflexividad e
historicidad de una disciplina científica” (T. Ibáñez, en Páez y Blanco, 1994, pp. 156–157), ella estructura
las grandes líneas de esta visión global. Pero si la metateoría es reflexión vital, ¿ qué impulso orientador
germinal de prácticas profesionales contiene ? Podríamos ver la metateoría como una reflexión que
retrocede hacia los fundamentos de la comprensión – para volver hacia las orientaciones de la acción.
Teoría y dominación – y también teoría y subversión. La hermenéutica apoyada en una reflexividad
histórica es también una inquietud praxiológica. La pregunta de Lenín, “¿ Qué hacer ?” sigue marcando el
rumbo para todo trabajo reflexivo : comprender el mundo para transformarlo. Y la psicología social no
puede ser incoherente con lo que es la psicología, que se concibe como una disciplina de cambio
concreto. La psicología social se estructura profesionalmente a la sombra de la psicología clínica, que
sigue vehiculando la imagen primaria de la profesión. Si un psicólogo clínico es habitualmente percibido
como un profesional, un psicólogo social no tiene justificación teórica para serlo menos. Siempre
recuerdo la frase de nuestro director de programa de doctorado : “Éste ha sido un buen año. De los 20
psicólogos clínicos que completaron el doctorado, 19 ya tienen puestos como investigadores y docentes :
¡ sólo perdimos uno a la práctica !”. La cátedra universitaria puede representar un fundamento profesional
necesario, pero no puede erigirse en la finalidad de la disciplina y en modelo de su práctica.
La liberación progresiva de la psicología social de una imagen puramente clínica de la psicología,
así como apertura a otras disciplinas, pueden explicar la variabilidad teórica y profesional que ha
demostrado. El bemol es que también puede explicar el vago sentimiento de crisis identitaria de sus
jóvenes egresados. No es fácil decir qué es la psicología social, qué la unifica, qué le pertenece como
competencia exclusiva. La pregunta inocente “ ¿Y qué hace un psicólogo social ? ” no es fácil de
responder – y es inevitable.
La metateoría no es ajena a esta interrogante, como no debe serlo ni a la confusión ni a la
angustia. Un horizonte metateórico no contiene sólo conceptos e ideas : también contiene significaciones
existenciales, proyectos prácticos. Una reflexión que se distancia de la actividad cotidiana no es una huida
a un universo de abstracción autosustentadora y autogratificante – al menos, no necesita serlo. Ella bien
puede ser la revisión crítica, teórica no sólo de ideas, sino también de acciones, de compromisos sociales,

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de opciones epistemológicas, sociales, políticas. La metateoría puede recuperar una historia vivida,
encontrar su sentido, sus líneas de fuerzas y orientarla hacia la acción futura.
La búsqueda de la identificación de la metateoría en prácticas actuales y potenciales de la
psicología social, que es el norte de este trabajo, seguirá la estrategia de subrayar tres tensiones
identitarias del psicólogo social, reflejo de tres dimensiones metateóricas. Tomaremos, sucesivamente, la
tensión entre la convicción y la duda como la epistemología del conocer en la acción, la tensión entre
sujeto y actor como la del meollo central de una teoría psicosocial de la acción social, y la de ciencia y
profesión como la de la identidad profesional del campo. En las tres, nos permitiremos citar
abundantemente autores que, por estar fuera del campo reconocido, son probablemente menos familiares
al lector. Pero no podemos sino insistir, incluso recurriendo a eslóganes : la metateoría es también la
metapráctica ; no es la psicología social la que tiene una metateoría : son los psicólogos sociales,
sujetos conocedores y actores sociales. Si la metateoría es importante porque colora su disciplina
intelectual, es aún más importante porque pone la firma en su acción profesional.

1. Convicción y duda como raíces epistemológicas


Las preguntas sobre el conocer han seguido dos vertientes. La epistemología clásica y la teoría
del conocimiento han centrado su interés en el objeto del conocimiento, en su realidad ontológica : ¿ Qué
es lo que conocemos ? ¿ Qué realidad valida nuestro conocer como criterio de objetividad ? En una línea
más empírica, la pregunta epistemológica se ha circunscrito al ¿ Cómo conocemos ? Este intento de tratar
de conocer al conocedor lleva de las preocupaciones de Popper (1974), de Piaget y de Campbell (1984 a,
b)a las epistemologías sociales, constructivistas y, por ellas, a la deconstrucción de convicciones. Desde la
sociología del conocimiento de la escuela de Edimburgo (Bloor, 1976), a los constructivismos radicales
de Riedl (1989), de von Glasersfeld (1989) y de Guba (1989) y a la crítica cognitiva de Knorr-Cetina
(1981), Latour (1989) y Varela (1996, 1993, 1990), esta segunda vía no niega la primera, pero refiere la
pregunta sobre la realidad en sí a la ontología, y se limita metodológicamente a la segunda, de la que hace
una puerta de entrada a un sujeto que conoce porque actúa, que cuestiona su propia acción como principio
de honestidad intelectual y de búsqueda de una acción transformadora eficaz. Podemos representar esta
dimensión como una tensión que recorre las relaciones entre acción, pensamiento, teoría e ideología :

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– lo conocido da seguridad y confianza en I. El campo de la – lo desconocido crea inseguridad,
la posibilidad del actuar : acción desconfianza, paraliza la acción :
me ubico, la situación está clara : ¡ manos a no me sitúo, no entiendo... no está claro
la obra ! que podría hacer…
LA CONVICCIÓN, II. El campo LA DUDA,
LA CERTEZA cognitivo LA INCERTIDUMBRE
Afirmo la legitimidad de la convicción : Desconfío de la información recibida, de
– con el argumento de la autoridad, de la los conocimientos recibidos :
tradición, del “sentido común”, – pongo el duda la validez de las razones
– con las razones que la confirman, con los aducidas,
argumentos que la hacen plausible, III. Las estrategias : – transformo las convicciones en hipótesis,
– tratando de verificar hipótesis plausibles que deben ser verificadas en la crítica de lo
en la búsqueda de la confirmación conocido, las interpretaciones alternativas,
concreta, en la esfera de lo sensible, lo el pensamiento crítico...
objetivo, lo positivo, lo empírico...
El método como medio de confirmación La metodología como medio de cuestionar
Un SUJETO CONFIADO, que cree que Un SUJETO ESCÉPTICO, consciente de
puede conocer la realidad tal cual es IV. Los modelos los límites de su conocimiento y de su
gracias a su razón asentada en la teóricos subyacentes capacidad de conocer : las limitaciones de
verificación empírica los sentidos y de los instrumentos en que se
apoyan
– los realismos, con su confianza en los – los idealismos, para los que el espíritu es
sentidos ; la realidad primera ;
– los dogmatismos, con su confianza en las V. Las – los relativismos y los escepticismos, con
autoridades (religiosas, políticas y ideologizaciónes su desconfianza en todo conocer ;
científicas) ; – los interaccionismos, que ven el consenso
– los cientificismos, con su confianza en como única fuente de validación :
los métodos empíricos – los constructivismos, que subrayan el
sujeto como fuente primaria de
conocimiento

Esta perspectiva analítica (Zúñiga, 1998, 1997, 1993) nos confronta a un sujeto que es más que un
pensador, que es un actor :

1. El actor tiene raramente objetivos claros y aún menos tiene proyectos coherentes. Sus
proyectos son generalmente múltiples, más o menos ambiguos, más o menos explícitos, más o
menos contradictorios. El los modificará en el curso de la acción, descartando algunos y
descubriendo otros nuevos, dado que las consecuencias imprevistas e imprevisibles de su acción
lo obligarán a "reconsiderar su posición" y a "reajustar el tiro": lo que es un "medio" en un
momento dado será un "fin" en otro, y viceversa. De ellos se desprende que sería ilusorio y falso
querer que su conducta sea siempre reflexiva, es decir la acción de un sujeto lúcido que puede
darse el lujo de organizar todas sus acciones en función de objetivos preestablecidos.
2. A pesar de ello, su conducta es activa. Aún si está siempre encuadrado y limitado por la
realidad, nunca está completamente amarrado por ella. Incluso su pasividad es siempre, al menos
en cierto grado, el resultado de su decisión.
3. Y su conducta siempre tiene un sentido. El hecho que no pueda referirla a objetivos
claramente formulables no significa que no sea racional: al contrario. Más que ser racional en
relación a objetivos, él o ella es racional en dos sentidos diferentes: es racional respecto a las
oportunidades de acción que se le presentan, y, a través de ellas, al contexto de realidad que las
define; y es racional respecto a la conducta de los demás participantes en la acción, a las
posiciones que ellos defiendan, y al juego de relaciones en que se sitúen (M. Crozier, E.
Friedberg, 1977, El actor y el sistema, 47-48).

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Este actor no puede darse el lujo de pensar primero, y actuar después. Como organismo viviente,
sensible, consciente y exploratorio, su vivir es un hacer y un pensar inseparables. Es ahí donde debemos
situar el concepto de experiencia, al que volveremos más adelante, que nos sirve de puente entre
subjetividad y actoría, entre significación y cambio, entre teoría y práctica : hablar de metateoría es hablar
de metapráctica...
El punto de partida de esta epistemología del actor que se constituye conociendo su actuar es la
afirmación de la socialidad radical del conocer. Un conocer, relación del sujeto – individual o
colectivo – a una realidad objetivada, es una relación social, apta a ser analizada científicamente, no sólo
ideológicamente. Podemos comenzar con la hipótesis radical, el “ programa fuerte” de Bloor y de la
Escuela de Edimburgo, uno de los pilares de la sociología constructivista del conocimiento :

El programa fuerte. Para el sociólogo, su interés en el conocimiento es considerándolo puramente


como un fenómeno natural. Su definición del conocimiento es, por lo tanto, diferente de la del
laico o del filósofo. En vez de definirlo como una creencia verídica, a) El conocimiento es, para el
sociólogo, todo lo que los hombres consideran conocimiento. b) Consiste en esas creencias en las
que los hombres confían y con las que orientan sus vidas. c) En especial, el sociólogo se interesa
en las creencias que son consideradas como evidentes o probadas, institucionalizadas o revestidas
de autoridad por grupos o colectividades. d) Por supuesto, debemos distinguir entre
conocimientos y creencias. Esto puede ser resuelto reservando el término de “conocimiento” para
lo que es aceptado colectivamente, dejando el término de creencia para referirse a lo individual o
a lo idiosincrásico (Bloor, 1976, 2-3).

El conocimiento válido siempre tiende a confundirse peligrosamente con el actor social que lo valida,
legitimándolo. El legitimador del conocimiento puede ser el líder político, el obispo, o el hechicero de la
tribu ; también puede ser el jurado de examen, el comité de lectura de artículos científicos o de atribución
de fondos de investigación. El psicólogo social no puede ignorar el cuestionamiento radical : si aceptamos
un postulado basándonos primariamente en la autoridad social y política de los legitimadores del
conocimiento, ¿ Sabemos, al menos, a qué tribu pertenecemos, quiénes son los líderes que obedecemos, y
adónde nos llevan ? Podemos seguir con la reflexión de Lyotard sobre la relación entre el poder del saber
y el poder del hacer :

Para nosotros, la legitimación es el proceso por el que un “legislador” que evalúa el discurso
científico tiene el derecho de prescribir las condiciones (por lo general, condiciones de
consistencia interna y de verificación experimental) para aceptar que un enunciado sea
incorporado al discurso científico y pueda ser considerado como tal por la comunidad científica.
La pertinencia de este tema puede parecer forzada ; demostraremos que no lo es. Veremos
que, desde Platón, la cuestión de la legitimación de la ciencia es inseparable de la de la
legitimación del legislador. Desde este punto de vista, el derecho de decidir lo que es verdad no
es independiente del derecho de decidir lo que es justo, aún si los enunciados sometidos a una u
otra de estas autoridades son de naturaleza diferente. Porque hay un pareo entre el tipo de
lenguaje que se llama ciencia y aquél otro que se llama ética y política : ambos proceden de una
misma perspectiva o, si se quiere, de la misma opción, y ella se llama Occidente.
Examinando la posición social actual del saber científico, se puede constatar no sólo que
aparece como más subordinado que nunca al poder, sino que con las nuevas tecnologías llegará a
ser uno de las principales áreas de conflictos de poder. La cuestión de la doble legitimación, lejos
de desdibujarse, no podrá sino plantearse cada vez con mayor agudeza y en la forma más
completa, que es la de la reversibilidad. Saber y poder son las dos caras de una misma
interrogante : quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que hay que decidir ? (Lyotard,

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1979, pp. 19-20 ).

Certeza y duda, saber y poder. El psicólogo social es persona social, y también lo son su modo de
conocer y sus conocimientos resultantes. Ello crea un deber intelectual ético de desarrollar un
pensamiento social crítico, que lo debe afirmar como sujeto y actor responsable contra sus afiliaciones
naturales y profesionales. Esta oposición es clave para fundamentar una afirmación teórica coherente con
una metateoría social relacional. Veamos con mayor detalle la relación del ser actor con el ser sujeto.

2. El psicólogo social como actor y sujeto


2.1 El espacio relacional : determinaciones unidireccionales y dialécticas.
Campbell señaló hacen ya muchos años (1958) que la psicología social comenzaba con una
pregunta al parecer absurdamente abstracta : ¿ Qué es una cosa ? La cosa física, el objeto, constituye el
punto de partida de la conciencia vulgar del objeto – conciencia que pasa al pensamiento científico en el
individualismo cognitivo o metodológico. Si el individuo es la cosa, ¿ qué es lo social, más allá de
palabras reificadas ? Las intuiciones explicativas han venido de campos muy distintos. Lucien Goldman
señalaba en su estética marxista una intuición fundamental en la identificación de la cosa social :

Si, como decía, levanto una mesa muy pesada con mi amigo Juan, no soy yo quién levanta la
mesa, ni tampoco es Juan. El sujeto de esta acción, en el sentido más riguroso, está constituido
por Juan y yo (y, para otras acciones, habría que agregar otros individuos en número mucho
mayor). Es por ello que las relaciones entre Juan y yo no son relaciones sujeto–objeto, como en
la libido, el complejo de Edipo, por ejemplo, ni son relaciones intersubjetivas, como lo piensan
los filósofos individualistas que parten de la base que los individuos son sujetos absolutos. Ellas
son lo que me atrevería a nombrar con un neologismo, relaciones intrasubjetivas, es decir,
relaciones entre individuos que son, cada uno de ellos, elementos parciales del verdadero sujeto
de la acción (Goldman, 1970, p. 102).

La realidad de las relaciones infiltra la psicología social lentamente, contrapunto al positivismo


dominante. Ibáñez sintetiza lo esencial de est perspectiva :

Según Georgoudi, el punto de vista dialéctico enfatiza esencialmente la naturaleza relacional de


los objetos, así como su carácter procesual y evolutivo. El punto de vista relacional va mucho
más allá de las formulaciones en términos de interacciones y se niega a considerar como
categorías ontológicamente independientes unos objetos que sólo pueden existir en virtud de su
relación recíproca y de la interdependencia de sus respectivas definiciones. Es preciso rechazar
por lo tanto una serie de dicotomías clásicas, tales como la dicotomía objeto–sujeto,
individuo–sociedad, teorías–praxis o mundo objetivo y mundo subjetivo. En efecto, ninguno de
los elementos que conforman estas dicotomías existen por separado y sólo puede definirse
« relacionalmente » en función el uno del otro. Pero es más, todo objeto de pensamiento es en sí
mismo relacional, puesto que nada puede ser pensado sin que esto implique necesariamente su
negación, o su no–existencia, en el acto mismo que lo afirma [...] [ Ibáñez continúa, citando
directamente a Georgoudi ] :
Si el individuo y la sociedad se encuentran intrínsecamente relacionados, ¿ qué forma deberá
tomar la psicología social ? Desde la perspectiva dialéctica, el estudio de entidades separadas y de
sus interacciones es sustituido por el de las relaciones concretas que se encuentran en un continuo
proceso de creación, modificación y transformación. Tanto el individuo como la sociedad, o el
mundo social, se encuentran fusionados en un proceso dialéctico de relaciones creadas y

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recreadas (Ibáñez, 1994, pp. 94–95).

Con de Gaulejac, la sociología se acerca a la psicología social a través de la sociología clínica...


concepto que puede dar escalofríos a más de un sociólogo – o de un psicólogo social.

La sociología clínica tiene por objeto desenredar los nudos complejos entre los determinismos
sociales y los determinismos psíquicos en las conductas de los individuos y de los grupos, así
como en las representaciones que se hacen de estas conductas. Ella se inscribe en el corazón de
las tensiones entre objetividad y subjetividad, entre estructura y acción, entre el individuo como
producto sociohistórico y el individuo creador de historia, entre la reproducción y el cambio,
entre las dinámicas inconscientes y las dinámicas sociales... (de Gaulejac, 1993, p. 15).

El orientar la mirada hacia las dialécticas relacionales, hacia los sistemas de acción, asienta un primer
elementos de definición de la relación entre sujeto y actor. El segundo es el concepto de experiencia.
2.2 Adaptación, proyecto y experiencia
El concepto de relación ha sido “socializado”. El psicólogo social piensa inmediatamente en la
relación interpersonal, en la interacción. Es importante el subrayar que la relación no comienza en la
conciencia que se tenga del otro, sino en la relación objetal que precede la conciencia de existir en un
entorno y la conciencia introspectiva. El pragmatismo de Charles Sanders Pierce, tan poco citado,
estructura el de sus colaboradores y sucesores : William James, George Herbert Mead y John Dewey. Su
investigación, empecinada en enraizar la acción humana social en la biología, marcó el desarrollo de su
filosofía (tanto Pierce como James llegaron a Harvard como médicos ; su transición a la psicología fue
progresiva). James y Dewey marcan la psicología social en su carácter de proyecto social, de la que
Lewin, Deutsch y sobre todo Campbell construyeron el arsenal metodológico de la investigación acción y
de la sociedad “experimental”, fundamental en el desarrollo de la evaluación de programas.
Podríamos resumir la perspectiva pragmática, en lo que ha determinado la metateoría de la
psicología social norteamericana, parafraseando algunos textos de Dewey y orientándonos con las
perspectivas de Maturana y de Varela.

Experimentar [“hacer experimentos” y “experienciar”] significa vivir ; y se vive en y debido a


un medio ambiente, no en un vacío. Allí donde hay vida, hay una doble relación constante con el
medio ambiente. Por una parte, las energías ambientales constituyen las funciones orgánicas,
forman parte de ellas. La vida no es posible sin el apoyo directo del medio ambiente. Pero, si bien
todos los cambios orgánicos dependen de las energías naturales del medio ambiente en su origen
y en su presencia, estas energías naturales a veces hacen avanzar las funciones orgánicas
prósperamente, pero a veces les impiden su desarrollo. Crecimiento y deterioración, salud y
enfermedad están siempre en continuidad con el ambiente natural circundante : la diferencia entre
ellas radica en el impacto de lo que sucede en la actividad vital futura.
El ser humano tiene entre sus manos la dura tarea de responder a lo que sucede en su
entorno para que esos sucesos sigan un curso más bien que otro — el que él necesita para su
propio funcionamiento. Está obligado a luchar — o sea, a dirigir el apoyo que recibe
directamente de su medio para llegar indirectamente a producir cambios que no se habrían
producido sin su intervención. En este sentido, vivir es conseguir controlar el medio ambiente.
Las actividades vitales deben conseguir cambiar los cambios del entorno ; deben conseguir
neutralizar los incidentes hostiles ; deben transformar los sucesos neutros en factores
cooperadores o en una facilitación del florecimiento de nuevos rasgos. La adaptación no es
simple reactividad : es orientar la posibilidad de acción según un proyecto. No se trata de parar
un río : se trata de encauzarlo. No se trata de reprimir una dinámica social : se trata de
comprenderla para reorientarla.

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Vivimos, así, “hacia adelante” ; tratando de llevar nuestra existencia a construir un horizonte
de existencia más que otro. Y en la construcción de este proyecto, ¡ Qué otra cosa podría ser la
experiencia sino un futuro que ya está latente en un presente !
Así, la anticipación es un estado más primario que el recuerdo ; la proyección al futuro es
más primaria que el recordar el pasado ; la prospectiva es más primaria que la retrospectiva.
La previsión imaginativa del futuro es la cualidad organizadora de la conducta, con la que
contamos como orientación para el presente. [McDermott, 1984, 62 a 65 ; La inteligencia
creadora : Ensayos en la actitud pragmática, 1917].

Esta perspectiva lleva a la caracterización de la experiencia en términos de relación transformadora de


mundo :

i [...] aparece evidente como un asunto que expresa la interacción de un ser viviente con su
medio físico y social.
ii [...] Lo que la experiencia evoca sobre sí misma es un mundo genuinamente objetivo que
se entromete en las acciones y en los sufrimientos humanos y que, a su vez, es modificado por sus
respuestas.
iii [...] la experiencia, en su vitalidad, es experimental, [exploratoria], es un esfuerzo para
cambiar una realidad dada ; se caracteriza por su proyección al futuro, por avanzarse hacia lo
desconocido ; su conexión con el futuro es su rasgo más característico.
iv [...] Una experiencia que es un ser penetrado por un medio circundante y un esfuerzo por
reorientarlo en nuevas direcciones, está rebosante de conexiones [de interrelaciones, de
interacciones]. [Dewey, 1977, pp. 60–61].

La reflexión sobre la experiencia se enriquece con el trabajo de cognoscitivistas como Varela


(1993, 1990). La evolución de la teoría cognitiva, tal como presentada por Varela (1990) y Varela,
Thompson y Rosch (1993), desplaza el fundamento cognitivo de la psicología social de la representación
a la enacción, a la experiencia como acción emergente. Su énfasis en la corporeidad del conocimiento
individual nos invita a reincorporar los fundamentos conductuales y contextuales de la experiencia : si
nuestro conocimiento se encarna en nuestrs adaptaciones activas, en nuestros esfuerzos por inscribir
nuestra intención en la situación que nos es dada, la experiencia es : a) el proceso de transformación de
mundo, b) el proyecto y el plan que guían este proceso, y c) la conciencia que se apropia de la acción en
curso, que produce las estrategias que le permiten incorporar la información producida en el curso de la
acción, evaluándola y utilizándola para generar nuevas experiencias. La experiencia es, así, historia
concreta, constitución de actores y evolución de conciencia individual y colectiva, la enactividad como
un actuar que hace emerger un trasfondo (Varela 1993, 1990). La experiencia es el espacio en tensión
entre el ser consciente activo y su medio, entre un presente vivenciado y un futuro entrevisto, proyectado.
Entre una conciencia de sujeto y su realización como actor, también es una conciencia de la distancia
entre la acción que reconozco como mía y la que sé que he hecho, pero que no siento como mía. Así
como la acción individual puede ser reconocida o no por el sujeto que la ha realizado, también el sujeto
puede reconocerse o no como actor social y político. O me lavo las manos de lo que hace “mi” gobierno ;
de la sociedad de la que formo parte – o me enorgullezco de ellos, de “nuestro” triunfo futbolístico. Para
el psicólogo social, el “objeto” de su estudio es un sujeto que puede identificarse a su acción, que puede
ignorarla, o desentenderse de ella.

Nada debe apartarnos de nuestra afirmación central : el sujeto es un movimiento social. El sujeto
no se constituye en la conciencia de sí mismo, sino en la lucha contra el anti-sujeto, contra las
lógicas de los aparatos sociales — sobre todo cuando estas son industrias culturales o, a fortiori,

Psicología social – Metateoría 02/09/24 9


cuando sus objetivos son totalitarios (Touraine, 1992, p. 317).

2.3 Afirmando el psicólogo social como actor

Los que quieren identificar la modernidad a la sola razón sólo hablan del Sujeto para reducirlo a
la razón, y para imponerle la despersonalización, el sacrificio de sí y la identificación a un orden
impersonal, ya sea la naturaleza o la historia. El mundo moderno está, al contrario, cada vez mas
lleno de la referencia a un sujeto que es Libertad, es decir que plantea como principio del bien el
control que el actor ejerce sobre sus acciones y sobre su situación, y que le permite concebir y
sentir sus acciones como elementos de su historia personal de vida, de concebirse como un actor.
El Sujeto es la voluntad de un individuo de actuar y de querer ser reconocido como actor
(Touraine, 1992, p. 242 ; itálicas agregadas).

Si hemos planteado la dialéctica del actor y del sujeto, de la razón sistémica y de la oposición
autónoma, ello nos lleva a considerar que toda activación del sujeto social pasa por opciones sociales y
políticas, que pueden estar explícitas u olvidadas, pero que no pueden estar ausentes. Si no podemos
hablar “naturalmente” de naturaleza social, abstracta y fuera de la historia, tampoco podemos hacerlo de
cambio social o de cambio de actitudes, de dinámica de grupos o de desarrollo de la comunidad. La
Psicología Social como disciplina trata de captar dinámicas abstractas ; como profesión, reconoce actores,
y sus proyectos, que les pertenecen, y frente a los cuales el profesional debe situar el suyo. El sujeto,
individual o colectivo, es razón y acción, proyecto y compromiso personal.
Todo modo de pensar y de ver, que afirme una oposición entre un actor, fuerza social objetiva y
objetivada, y un sujeto, intimidad que es conciencia de sí mas que acción, hace imposible situar la
psicología social como producción social y como acción “firmada” por una opción que es conciencia y
que es compromiso
libremente adquirido. Su mirada diagnóstica sobre la realidad social, sobre las dinámicas que la atraviesan
y sobre las posibilidades de actuar en ella está necesariamente estructurada por los modos de
comprenderla, y estos modos reflejan las trizaduras que la atraviesan. Solo así podemos desplazarnos de
los debates teóricos, aparentemente abstractos, a los debates de sociedad entre las fuerzas de la
mundialización, de la globalización, que llenan los discursos oficiales y los análisis eruditos, y una
cotidianeidad igualmente dominada por los conflictos locales y étnicos, las oposiciones salvajes que
destrozan las comunidades concretas, y que llenan las noticias de la televisión con lo truculento, lo
sanguinario, lo fanatizado.

El debate cultural en el mundo moderno ha estado constantemente dominado por esta


oposición entre los instrumentalistas y los moralistas, de los que piensan en términos de
intercambios y de los que se refieren a la autonomía del actor social. Y los instrumentalistas se
reparten, a su vez, en dos grandes familias de pensamiento. Para unos, la unidad de la sociedad,
como la del mundo y la de la personalidad individual, está fundada en el dominio de la razón. Son
positivistas, y sueñan con una sociedad apoyada por la ciencia, la técnica, la educación y el
desarrollo voluntarista de las fuerzas productivas. Los fascinan los diferentes tipos de
despotismos ilustrados [planificaciones globales, tecnocracias], o alguna forma de elitismo
republicano. Los otros instrumentalistas piensan menos en la producción que en el consumo : su
metáfora predilecta no es la empresa productiva, sino el mercado. No son planificadores, sino
liberales ; la mejor sociedad para ellos es la que pone menos trabas a la formación, a la expresión
y a la satisfacción de necesidades. Opuestos a ambos están los que no reducen la modernidad
puramente a la racionalización, y que incluso muchas veces la rechazan. Ellos definen lo que
escapa a la racionalización como la singularidad de una cultura, con su historia, su memoria
colectiva, su lengua, su mundo de vivencia, o, en otra concepción, como libertad personal y como

Psicología social – Metateoría 02/09/24 10


individuación de la vida (Touraine, 1995, pp. 22–23).

3. Ciencia y profesión : la metapráctica profesional


Las prácticas profesionales pueden alejarse progresivamente de las disciplinas intelectuales que
les dieron origen, y que siguen legitimándolas. La forma la más empobrecida de alejarse es dejar de
intercambiar con colegas y dejar de leer. La forma más prometedora es la del profesional que se ha ido
apropiando progresivamente de lo recibido, adaptándolo, integrándolo a su estilo personal y a su medio,
creando modos de intervenir que le son propios, cómodos. Para el psicólogo social, nos parece que hay
tres aspectos que añaden a su práctica la reflexión contextual, su metapráctica : el desafío del aprender de
la intervención cotidiana, de confrontar las ilusiones de transparencia en la intervención social, y de
asumir su propia persona y su propio estilo tanto en la investigación como en la intervención.
3.1 Aprender de la práctica
Las profesiones sociales se han escudado con un poco de pereza en el concepto fácil de « ciencia
aplicada » . Schön ha contribuido con estudios que plantean los límites de tal lógica :

Parto del presupuesto que los profesionales competentes habitualmente saben más que lo que
son capaces de expresar y de formalizar. Su modo de "conocer haciendo" es sobre todo tácito.
Lo que no impide que podamos partir estudiando los protocolos y registros de su acción, para
entender cómo actúan, y construir e incluso verificar modelos de cómo conocen. De hecho, los
profesionales mismos muestran frecuentemente una capacidad para reflexionar sobre su conocer
intuitivo, y ello incluso cuando están sumergidos en la acción. A veces utilizan esta reflexión para
funcionar mejor en las situaciones tan frecuentemente únicas, inciertas y conflictivas de la
práctica (Schön, 1983, viii).

Cuando un profesional se ubica en una situación que bien sabe que es una novedad, la ve en
cierto modo como algo que ya le es conocido, que ya forma parte de su repertorio de vivencias.
Ver ésto como aquello no significa identificarlo a aquello, decir que es lo mismo. Es, más bien,
ver la situación única, nueva, como simultáneamente semejante y diferente de la que ya nos es
familiar, sin que en un primer momento podamos distinguir en qué es semejante y en qué es
diferente. La situación ya conocida funciona como un precedente, un antecedente, una metáfora,
o – en la frase de Kuhn – un ejemplar, un modelo para la situación todavía no conocida.
Viendo esta situación como aquella, uno puede actuar en ésta como actuó en aquélla. (...). Es
nuestra capacidad de ver las situaciones novedosas como si nos fuesen familiares, y de hacer en
éstas lo que hicimos en aquéllas lo que nos permite hacer que nuestras vivencias pasadas sean un
guía frente a la novedad. Es nuestra capacidad de ver como vimos y de hacer como hicimos lo
que nos permite adquirir un sentido de cómo funcionar en situaciones que, de hecho, no encajan
perfectamente en lo que ya sabíamos. (Schön, 1983, 138–140).

Marín tiene razón, por una parte, al advertirnos que no toda implicación social de un psicólogo
social es psicología social, una práctica que la refleje (1994, pp. 156–157) ; Schön, por la otra, nos
recuerda que el concepto de « ciencia aplicada » puede ocultar la originalidad de la intervención – incluso
que puede desvalorizarla. Preguntar en una encuesta cuál sea el modelo teórico al que se identifique el
psicólogo puede producir una etiqueta legitimadora, que no refleja la práctica concreta. La práctica
profesional « aplica » ; pero « aplicar » es una creación original, no una impresión mecánica de un
modelo abstracto en una materia inerte. Una práctica profesional, en la imagen provocativa de Unamuno,
es una « agonía » : en una lucha entre una interpretación y una acción propuestas y una situación, que
defiende su singularidad, que « resiste » las recetas prescriptivas. El referir la intervención al modelo

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teórico original escamotea el desafío científico de comprender empíricamente una acción profesional
específica, derrocha el potencial teórico de toda practica profesional inteligente. No podemos olvidar que
la universidad transmite conocimientos, y también juicios de valor. De ellos, el más pernicioso es el juicio
tácito de la superioridad del mundo teórico, científico, al del mundo práctico, profesional. No sólo los
marxistas han identificado la ciencia a un aparato de poder :

Los filósofos han cultivado la desvalorización de la acción, del hacer y del producir ; pero aunque
la han perpetuado, formulándola y justificándola, no son ellos los que la inventaron. No hay duda
que, al poner la teoría tan por encima de la práctica, han glorificado su propio oficio ; pero,
independientemente de sus actitudes, muchas cosas han conspirado para producir el mismo
efecto. El trabajo ha sido siempre visto como oneroso, desgastador, asociado a una maldición
original. El trabajo ha sido hecho por obligación, obligado por la necesidad, mientras que la
actividad intelectual era asociada con el descanso. Dado lo desagradable de la actividad práctica,
la mayor parte posible de ella ha sido descargada en esclavos y siervos : así, el deshonor que se
les atribuía se extendió al trabajo que hacían. También está en juego la larga relación en la
historia humana entre el conocer y el pensar con los principios inmateriales y espirituales, y de las
artes y de todas las actividades prácticas implicadas en el hacer y el producir con la materia. Al
fin y al cabo, el trabajo se hace con el cuerpo, con medios mecánicos, y tiene como objeto las
cosas materiales. La mala fama que se le ha asociado al pensar cosas materiales comparadas con
el pensar inmaterial se ha contagiado a todo lo que tenga que ver con la práctica [En McDermott,
pp. 356 a 360 ; The Quest for Certainty, 1929].

3.2 La ilusión de la transparencia científica y profesional


Si el psicólogo social es parte integrante, influyente, de toda acción social en la que participa por
función, ¿ cómo se percibe a sí mismo en esta participación ? Podríamos partir con la ironía de Italo
Calvino, cuando el perfecto caballero confronta su jefe, y da cuenta orgullosa de su identidad militante y
servidora :

...Carlomagno frunció el ceño.– ¿ Y por qué no alzáis la celada y mostráis vuestro rostro ?
El caballero no hizo ningún gesto ; su diestra enguantada con una férrea y bien engrasada
manopla apretó más fuerte el arzón, mientras que el otro brazo, que sostenía el escudo, pareció
sacudido por un escalofrío.
—¡ Os hablo a vos, paladín–insistió Carlomagno–. ¿ Cómo es que no mostráis la cara a
vuestro rey ?
La voz salió neta de la mentonera :
–Porque yo no existo, sire.
–¡ Ésta sí que es buena !–exclamó el emperador–. ¡Ahora tenemos entre nuestras fuerzas un
caballero que no existe ! Dejadme ver.
Agilulfo pareció vacilar un momento, y después, con mano firme pero lenta, levantó la
celada. El yelmo estaba vacío. Dentro de la armadura blanca de iridiscente cimera no había nadie.
–¡ Vaya, vaya ! ¡ Lo que hay que ver !–dijo Carlomagno–. Y cómo os las arregláis para
prestar servicio, si no existís ?
–¡ Con fuerza de voluntad–dijo Agilulfo–y fe en nuestra santa causa ! (Calvino, 1993, p. 12).

Tras una teoría, hay una metateoría ; toda metateoría contiene una metapráctica. Si aceptamos
levantar la celada de nuestra armadura–armadura de convicciones, de solidaridades, de responsabilidad
política y profesional–nuestro carácter de sujeto debe estar perfectamente consciente de cómo marcamos
todas nuestras relaciones con nuestra identidad–personal, cultural y societal–que afirma nuestra presencia
activa y eficaz en todo trabajo emprendido.

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Creo firmemente que la relación técnico-campesino tiende a INCULCAR en los segundos,
ideas, valores y actitudes que son centrales para las representaciones del mundo y del
funcionamiento social de los primeros.
El hecho que utilice el término inculcación es porque quiero destacar con firmeza el rechazo a
formas ideológicas que en sus reiterados recursos al diálogo, en su insistencia en la horizontalidad
y su valoración de la simetría, ocultan el hecho de que también son formas de imposición cultural.
Inculcación que, claro está, se procesó bajo formas más sutiles que aquellas que se fundamentan
en las armas, el catecismo y las mercaderías. Con todo, el hecho de que la inculcación esté
ped agogi z ada, d emocra t i z ada y p o s itiviz a d a y que por esto sean menos los errores y
los dolores del parto; que haga que el sujeto del proceso lo vivencie como construcción, como
autoelaboración, no significa que la inculcación sea menor y hasta puede resultar favorecida la
profundidad y la duración de sus efectos.
[...] Muy lejos de mí está manifestarme en contra de cualquier forma de intervención que
implique inculcación. No es esto lo que he estado afirmando. Lo que sí quiero expresar es que
llegó el momento en el que los agentes deben reconocer, más allá de los discursos justificadores y
racionalizadores de su acción, aquello que hacen en la práctica : tratar de formar al otro a imagen
y semejanza de sí mismos o conforme a la autoimagen del deber ser. Para eliminar
malentendidos, insisto en que la ciudad que se quiere inventar, en la que sólo vivan hombres
libres e iguales, cuyos destinos se resuelvan con los argumentos de la razón y de los hechos, me
parece superior a la mayoría de las ciudades que conocemos. No sé si Dios estaría dispuesto a
vivir en ella, pero tal vez podría pasar allí sus vacaciones. (Lovisolo, 1987, p. 90)

Esta perspectiva comunicativa señala un problema de talla : las exigencias de transparencia de la


metateoría sociopolítica que anima necesariamente una intervención social. El actor social profesional,
(organizador, orientador, animador), tiene una misión estructurante. De planificador a terapeuta, pasando
por la intervención de grupos y la organización comunitaria, el actor profesional es un sujeto, plenamente
consciente y plenamente responsable de la acción de la que es responsable. Esta acción es el ayudar a
establecer un orden. Pero, ¿ qué orden ? El trabajador de lo social trabaja con gente real, activa, capaz de
actuar en forma autónoma, de ser actores de su propia vida ; gente capaz de tomar conciencia de su
propia existencia, de sus posibilidades y de sus potencialidades, sujetos de acción . Esta gente son
personas , personas en relación , capaces de ser actores colectivos, sujetos colectivos, activos y
conscientes de su propia acción. Tal vez aquí se recupera la filosofía, la teología y la ciencia social en
cuanto a la participación. El plan de acción del profesional en la intervención social puede expresarse
como : « hacer de sujetos, actores » : que las personas capten su potencial de acción colectiva, y « hacer
de actores, sujetos » : que las acciones sociales sean comprendidas y asumidas por sus agentes, que
comprendan cómo están contribuyendo a construir sus propias vidas.
3.3 La intervención firmada
Un psicólogo social no puede vivir su quehacer en la ilusión de transparencia teórica ; tampoco
puede hacerlo en una ilusión de impersonalidad. Neurofisiólogos y cognitivistas nos están dando el
instrumental para hacer de la intervención psicosocial una actividad plenamente consciente no sólo de sus
discursos aprendidos, sino también de su identidad expresada en la acción. Podemos buscar una intuición
sintética juxtaponiendo un neurólogo, un psicólogo social y un cognitivista :

Por sorprendente que parezca, la mente existe en y para un organismo integrado ; nuestra mente
no sería como es si no fuera por la interacción de cuerpo y cerebro durante la evolución, el
desarrollo individual y cada instante de nuestra vida. La mente tuvo que referirse primero al
cuerpo ; si no, no habría podido existir. Sobre la base referencial que el cuerpo suministra de
manera continua, la mente puede significar entonces muchas otras cosas, reales e imaginarias.

Psicología social – Metateoría 02/09/24 13


Esta idea ancla en los siguientes postulados : 1) El cerebro humano y el resto del cuerpo
constituyen un organismo indisociable, integrado mediante circuitos reguladores neurales y
bioquímicos, mutuamente interactivos (que incluyen componentes endocrinos, inmunes y
neurales autónomos). 2) El organismo interactúa con el entorno como un conjunto : la
interacción no es oficiada sólo por el cuerpo ni únicamente por el cerebro. 3) Las operaciones
fisiológicas que llamamos mente no emanan sólo del cerebro, sino del conjunto estructural y
funcional : a los fenómenos mentales sólo se los puede entender totalmente en el contexto de un
organismo que interactúa con un medio ambiente. La complejidad de las interacciones que
debemos considerar es subrayada por el hecho que el entorno es, parcialmente, producto de la
actividad misma del organismo (Damasio, 1994, p. 16-17).

Una epistemología evolucionista es, por lo menos, una que toma en cuenta y que es compatible
con la situación del ser humano como un producto de la evolución biológica y social. En este
ensayo, también se defiende el que la evolución, aún en sus aspectos biológicos, es un proceso
de conocer, y que el paradigma de la selección natural para explicar estos incrementos del
conocimiento puede ser generalizado a otras actividades epistémicas, como las del aprendizaje,
del pensamiento y de la ciencia. Este tipo de epistemología ha sido descuidado por las tradiciones
filosóficas dominantes ; es sobre todo gracias a las obras de Karl Popper que contamos hoy con
una epistemología de selección natural (Campbell, 1988, p. 393)

Observamos que este enfoque está impregnado de pragmatismo, una perspectiva en filosofía que
vuelve hoy en día con mucha fuerza. La relación cuerpo–mente se conoce en términos de lo que
puede hacer. Cuando se adopta la actitud más abstracta en filosofía o en ciencia, se tiende a
pensar que las preguntas acerca de la relación cuerpo – mente sólo encuentran respuesta después
de haber determinado satisfactoriamente qué es el cuerpo y qué es la mente en forma aislada y
abstracta. Sin embargo, en la reflexión pragmática, abierta, estas preguntas no pueden disociarse
del “alistamiento de todo el cuerpo y la mente”. Esto impide que la pregunta “¿ Qué es la
mente ?” sea una pregunta no encarnada. Cuando en nuestra reflexión acerca de una pregunta
incluimos a la persona que formula la pregunta y al proceso de preguntar (recordemos la
circularidad fundamental), entonces la pregunta recibe nueva vida y significado (Varela, 1996,
p. 98).

En el conocer, que la persona confronta una situación desde su historia personal, la historia de su
grupo de pertenencia, y la historia de su especie. Aquí está en juego una historia del conocimiento,
historia individual e historia colectiva : experiencia personal, socializaciones y aculturaciones, acceso o
marginación de la información disponible, nubes de prejuicios, de temores, de esperanzas ; y también
historia somática, historia de un individuo que también es especie, presente individual y pasado colectivo.
El ser humano es así un doble presente : como individuo y como colectivo. Este doble presente refleja su
doble pasado : el de su espíritu y el de su cuerpo. Por eso, su “paradigmas” no son solamente esquemas
intelectuales : son también modos de aproximación colectiva a una realidad que les interesa — realidad
vital, realidad que desencadena los reflejos evaluativos de simpatías, antipatías, miedos, prejuicios,
atracciones.
La popularidad actual del concepto de inteligencia emocional (LeDoux, 1996 ; Goleman, 1995)
puede alimentar una perspectiva psicosocial que se sitúe de modo explícito no sólo entre individuo y
sociedad, sino también entre organismo e interacción. Los trabajos más recientes de Bandura (1997,
1995) nos confrontan a la importancia de desarrollar una identidad profesional segura, basada en
competencias directamente experimentadas. Sólo a partir de ellas el psicólogo social puede hacer las
opciones existenciales y sociopolíticas que le permitirán definir su posición, perspectiva y estrategia de
intervención.

Psicología social – Metateoría 02/09/24 14


Reflexión al cierre

¿ Cómo unir en nuestra acción lo que somos, sexualidad y memoria, lengua e infancia, y lo que
queremos ser : los productores, los autores de nuestra vida ? [ ... ] Llamo sujeto al deseo de ser un
individuo, de crear su propia historia personal, de darle un sentido al conjunto de las experiencias
de la vida individual. [ ... ] El sujeto que se opone al poder de los tecnócratas y al de los profetas
no es un racionalista republicano, sino, al contrario, y como ha sido el caso en tantos países, de la
Polonia a Chile, es el portador de la alianza de la libertad y de una conciencia popular apoyada en
una exigencia moral y muchas veces religiosa (Touraine, 1995, pp. 27–33)

Pensamos con el cuerpo, no con la cabeza ; actuamos con la cabeza, no con las manos. Somos
actores, voluntarios e involuntarios, cuando otros actúan en nuestro nombre. Somos sujetos y también
somos elementos intrasubjetivos del verdadero sujeto de la acción. Como psicólogos sociales, somos
científicos porque somos responsables de nuestros conocimientos y de nuestras convicciones ; y también
somos profesionales, porque actuamos imprimiendo nuestro sello personal, legitimándolo con nuestra
identidad profesional.
El camino ha sido largo y complejo. No se puede hablar de metateoría sin pensar en parafrasear a
Lewin : no hay nada más práctico que una buena teoría. La reflexión metateórica presentada ha tratado de
hacer explícito este carácter « metapráctico » que sitúa la disciplina y la profesión de psicólogo social en
la conciencia crítica y en la acción profesional responsable.

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