La dimensión comunitaria

Para comprender El paisaje negro: la fábrica

La Sociología Los escritores neoliberales, basándose en un número no despreciable de estudios

históricos recientes, han acuñado la expresión «leyenda negra» para designar el
ataque sostenido durante muchas décadas contra el proceso de industrialización y
su creación máxima, la fábrica, por pensadores, políticos, artistas, filósofos y
sociólogos del siglo XIX.
Una veta de romanticismo atraviesa, sin duda, muchas de aquellas descripciones, la
misma que provocó las lamentaciones por la destrucción de la sociedad tradicional
y del viejo orden estamental y elitista, sumergido por la «rebelión de las masas.
Hay que reconocer que nunca existió una feliz Arcadia campesina, que la sociedad
tradicional y estamental hizo padecer a millones de campesinos empobrecidos, y
que las teorías de Malthus sobre el crecimiento geométrico de la población y el
aumento aritmético de los recursos, aunque falsa en su planteamiento fundamental,
se apoyaba en datos estremecedores sobre las hambrunas de los siglos anteriores al
despegue industrial. Pero la imagen del sistema industrial, las «siniestras fábricas
satánicas », crearon una conciencia culpable en el mundo intelectual y alimentaron
ideologías condenatorias, tanto entre pensadores conservadores: Burke y Disraeli,
entre los más conocidos, como entre los radicales: Marx y sus seguidores.

1. La revolución industrial

El término «revolución industrial» se originó en Francia en los primeros años del

Juan Gonzales-Anleo
Editorial Verbo Divino
España, 1991
siglo XIX, como instrumento semántico para la obvia comparación entre la
Revolución francesa y el abanico de cambios económicos y técnicos que se estaban
produciendo en Inglaterra. Su uso moderno admite dos acepciones: en sentido
estricto, se refiere a la rápida serie de cambios ocurridos entre 1776 y 1870 en
muchos sectores de la economía inglesa, cambios asociados con la introducción en
diversas ramas de la industria manufacturera de máquinas nuevas y procesos
nuevos. En términos económicos se habla de fuertes inversiones de capital en
factorías y fundiciones, lo que repercutió en un gran incremento en la
productividad y en la producción, con la consiguiente caída de precios de los
productos afectados. En términos sociales, la revolución industrial se tradujo en un
amplio repertorio de transformaciones sociales, demográficas e intelectuales, en
relación dialéctica con las innovaciones económicas y técnicas.
La esencia de la transformación industrial ha sido diversa y complejamente
caracterizada. Sus ingredientes socioeconómicos fueron la utilización de fuerza no
humana y no animal; el ensamblaje de una herramienta en un mecanismo; la
concentración de los trabajadores en un solo lugar de trabajo -la fábrica-; el
carácter colectivo de la producción fabril como actividad de un equipo en parte
mecánico y en parte humano; el incremento de la división del trabajo; la creciente
adecuación de las actividades del producto humano al ritmo y a los movimientos
del proceso mecánico; la <<igualación del trabajo», que hizo innecesarias las
aptitudes especiales del obrero cualificado y redujo la tarea de los trabajadores a un
ejercicio de vigilancia y habilidad; la aparición de un nuevo tipo de capitalista, el
capitán de industria, que organiza y planifica las operaciones de la unidad de
producción y pone en vigor una disciplina autoritaria; la formación de un fondo
cada vez mayor de plusvalía del que podía extraerse una acumulación del capital
siempre renovada; la tendencia a una creciente concentración de la producción y de
la propiedad del capital, etc.
A pesar de esta complejidad de rasgos y características, un hilo común atraviesa
todo el proceso de la producción económica, una trama compleja en la que nos
interesan cinco tendencias netas:
a) El lucro como principio fundamental: La primera gran novedad consistió en
que el trabajo se organizó inexorablemente en torno al provecho, fue vendido y
comprado como cualquier otro recurso, quedó sometido al control del capital, y el
trabajador acabó perdiendo su relativa independencia de épocas anteriores.
Relativa, decimos, porque en el período pre-industrial no fue desconocida la
compraventa de la fuerza del trabajo en aras del máximo provecho económico, con
la natural repercusión en la emergencia de las relaciones de clase entre el
comprador y el vendedor. La novedad, relativa pero trascendental, consistió en que
esta temprana tendencia acabó convirtiéndose en el principio regulador del diseño
del trabajo industrial, de las organizaciones y relaciones de trabajo, y de la misma
tecnología e ingeniería del trabajo.
El lucro siempre ha estado presente en la actividad económica del hombre, y el
valor instrumental del trabajo -la obtención de beneficios- es una constante en la
historia de las sociedades. Pero el capitalismo marca una ruptura con todas las
etapas anteriores.
En la época antigua, documentada sobre todo por los escritos de Platón, Aristóteles
y Cicerón, el trabajo mecánico y manual fue rebajado en la estima social, pues era
considerado como envilecedor del ciudadano digno, orientado a las artes, la
política y las letras. La razón de este menosprecio está, en consonancia con valores
y sensibilidades de nuestra época: el trabajo manual hace perder libertad y
autonomía, sujeta al hombre a posturas y situaciones estáticas y debilitadoras, e
impide al espíritu desplegarse libremente por otros espacios de mayor densidad
ética y estética. La Edad Media sólo reconoció en el trabajo un valor instrumental,
al servicio de fines espirituales: la disciplina, la penitencia, la obediencia, la vida
honesta. Los negocios, de acuerdo con los teólogos y los maestros espirituales, ni
son satisfactorios ni aportan al hombre recompensa alguna.
El espíritu del capitalismo significó la ruptura con este clima económico, aunque
ya desde el siglo XII, debido al desarrollo de los mercados en las ciudades y a la
mortandad de la terrible Peste Negra entre 1348 y 1368, que diezmó la población y
produjo una demanda de mano de obra y una elevación de los salarios en un 50%,
se notaron los primeros síntomas de cambio.
b) La fábrica como institución central: con sus repercusiones en el nivel de vida
y la organización, el sistema preindustrial empleó a veces miles de trabajadores
mediante el procedimiento del trabajo doméstico. Las ventajas de esta
concentración de trabajadores y de la división del trabajo que la hizo técnicamente
rentable fueron llamativas y enormemente atractivas para el empresario. Ya el
trabajo doméstico aventajaba al artesanal del período anterior en cuanto permitía al
mercader/empresario implantar una cierta división del trabajo. La fábrica ofreció la
oportunidad plena de intensificar este proceso, sin olvidar que la concentración de
la producción en la fábrica permitía una supervisión del trabajo mucho más estricta
que el sistema doméstico, y que, conseguido el dominio del capitalista sobre la
organización de la producción, aquél tuvo mucho mayor interés en promover las
mejoras en los instrumentos y en los métodos de producción.
La clave de este largo proceso fue la división del trabajo y sus implicaciones para
el problema del control y la disciplina. El trabajo dividido y fragmentado exige una
fuerte coordinación y reintegración. Estas medidas y procedimientos están
orientados a conseguir una nueva disciplina del tiempo. La novedad que
transformó los ritmos vitales y la trama interactiva dentro y fuera de las
organizaciones de trabajo está simbolizada en el cronómetro. Con la entrada del
cronómetro en el taller, la revolución industrial adquirió una dimensión nueva: la
pérdida del control obrero sobre los modos operatorios. Y con esta pérdida:
- la sustitución de los secretos profesionales por un trabajo reducido a la repetición
de gestos fragmentados;
- la producción en masa, y con ella, y para ella:
- una nueva secuencia en las prácticas estatales de regulación y control social del
trabajo.
El cronómetro como instrumento político de dominación del trabajo impone su ley
y su disciplina, y acabará finalmente derivando en el taylorismo como instrumento
para doblegar al obrero de oficio, que aún poseía en propiedad el conocimiento y el
control de los modos operatorios industriales.
Las consecuencias sociales de este proceso de concentración de la fuerza de trabajo
en las fábricas y de éstas en las ciudades fueron dramáticas. En las ciudades
industriales:
- nació la clase obrera
- las nuevas ciudades industriales se ampliaron los contrastes sociales entre ricos y
pobres, y la diversidad de contrastes estimuló el descontento, el desasosiego y la
demanda de reformas.
 Un aspecto más importante que el anterior fue la necesidad de desarrollar un
conjunto de actitudes responsables en el mundo trabajador hacia la regulación del
trabajo, la disciplina y las nuevas relaciones de empleo basadas en el vínculo
salarial. En esta línea se entiende la preocupación por la moral sexual, por los
hábitos de bebida, por las actitudes religiosas, por la frugalidad y por el lenguaje
mismo. Se trataba de destruir los hábitos y la moralidad preindustriales y de
inculcar actitudes de obediencia a las reglas de la fábrica, de puntualidad y de
responsabilidad en el manejo de las máquinas y del material. Hacía falta una nueva
raza de trabajadores, domesticada y habituada a las demandas inexorables del reloj.
Era, pues, urgente racionalizar y ordenar el mundo del trabajo de acuerdo con las
exigencias metódicas del nuevo orden económico y del impersonal aparato
industrial. Se trataba de eliminar la holgazanería, el despilfarro y la inmoralidad,
en cuantos obstáculos a la disciplina y la productividad.

d) Ética religiosa y ética secular del trabajo: el control de los trabajadores y la

racionalización de sus actitudes de origen rural y tradicional encontraron un
poderoso aliado en la religión. Fue ésta culpable en muchos casos por su
contribución directa a la sumisión y resignación de los obreros, y por dejarse
manipular frecuentemente por políticos y patronos.
El papel de la religión como instrumento de control y como creadora del nuevo
techo normativo fue considerable. Fiel a su postura, la Iglesia oficial continuó
predicando las virtudes negativas, y preocupándose más por defender los derechos
vigentes que abolir los males presentes. Se limitó a denunciar como pecados los
cometidos contra el orden y la propiedad privada.
Mucho más penetrantes que estas proclamas y estas manipulaciones de la religión
fue la construcción de una ética religiosa de la actividad económica, cuyo análisis
constituye uno de los hitos de la investigación sociológica. En su Ética protestante
y el espíritu del capitalismo, Weber sigue paso a paso la elaboración de la nueva
ética del trabajo humano, muy distante ya del ethos grecolatino y medieval. Lo que
la ética calvinista realmente hizo fue proporcionar una coartada ética a la nueva
c) El control y la coordinación (como problema): El problema del control, la
clase empresarial y a los poderes públicos en su política concreta, en su legislación
coordinación y la disciplina de los trabajadores fue probablemente el más grave y
laboral (o ausencia de ella) y en su praxis social.
el de consecuencias más amplias y de mayor alcance. El problema lo planteó
Los principios de la ética religiosa del trabajo se pueden sintetizar de la forma
crudamente la introducción del trabajo fragmentado y especializado y, en la misma
siguiente:
secuencia, la mecanización de las tareas productivas.
- Ante la incertidumbre de la predestinación divina y la seguridad de que los
El primer aspecto del problema del control fue el del reclutamiento de una mano de
decretos de Dios son inescrutables e irrevocables, y de que la mayoría de los
obra escasa. La política de cercamientos contribuyó en parte a atenuar el problema,
hombres son merecedores del castigo eterno, el individuo se encuentra solo y
expulsando campesinos de las tierras cercadas, pero aun así persistía la resistencia
desamparado. En esta situación, la solución única es entregarse al trabajo duro y
de los trabajadores potenciales a entrar en las nuevas fábricas y someterse a su
disciplinado, no como medio de salvación, que sólo depende de la voluntad divina,
estricta disciplina y minuciosa reglamentación. Se llegó a utilizar obra de mano
sino como fórmula para disminuir las dudas personales y para convertirse en señal
forzada, especialmente pobres y presos, y esta medida tuvo implicaciones directas
de salvación para los demás.
para los procesos de control y regulación internos, que acentuaron los rasgos
comunes de las fábricas con las cárceles.
- Ante el peligro de las riquezas que llevan a la ociosidad, y de la pérdida de
tiempo que conduce a la lujuria, el puritanismo propone una dedicación esforzada
a la vocación propia. Los predicadores y moralistas recomendaron dietas
vegetarianas, evitar la siesta y recortar el tiempo dedicado al sueño, ser
concienzudo en el trabajo y, sobre todo, la frugalidad y la austeridad. Latía en el
fondo de estas recomendaciones una compulsión ascética al ahorro y una
glorificación del trabajo, que deja de ser una necesidad para transmutarse en un
medio excepcional para dar gloria a Dios y para trabajar por la salvación personal.
- Ante el dilema de Hobbes -ceder el poder absoluto al Estado Leviatán o
resignarse a la guerra de todos contra todos-, el puritanismo propuso
implícitamente una alternativa: fabricar súbditos conscientes y obedientes,
inculcando una motivación religiosa para la dedicación a un trabajo regular,
sistemático y cooperativo.
- Así triunfó la idea de la vocación profesional como un contrato social del hombre
con Dios. La nueva visión del trabajo incluye calificaciones hasta este momento
casi desconocidas: es bueno en sí mismo; constituye un deber social en cuanto
promueve el orden en la sociedad y en la moralidad; ayuda a evitar el adulterio,
porque las fatigas y los esfuerzos exigidos por la fidelidad a la profesión consumen
una gran parte de las energías superfluas que suelen alimentar la lujuria, y
contribuye a conseguir prestigio social, al tiempo que avala una posición segura
ante Dios.
- El puritanismo y el metodismo llegaron más lejos, al encarecer la importancia del
cumplimiento exacto de los contratos y el escrupuloso orden en los negocios. Y
como medio y fórmula universal exaltaron el valor primordial del tiempo: «El
tiempo es oro».
e) El conflicto industrial y la protesta obrera: la patología social y el conflicto
interclasista, que acabarían convirtiéndose en plataforma del análisis de los
fundadores de la sociología, se reveló en las protestas contra el orden nuevo que
las emergentes formas de trabajo, control y racionalización produjeron. Los
destructores de maquinaria textil, la iniciación de los primeros sindicatos, las
huelgas tumultuosas de los primeros años y las peticiones a la Cámara de los Lores
testimonian la situación de conflicto generada por la revolución industrial.
La revolución industrial planteó problemas similares a los tres sociólogos que la
tradición ha consagrado como los fundadores: Marx, Durkheim y Weber. Los tres
coincidieron en las implicaciones de la revolución industrial, en la de privación y
las miserias sufridas por los trabajadores, y en que eran ocasionadas por la
tecnología, la organización y la división del trabajo. Se mostraron igualmente de
acuerdo en que este proceso podía conducir a la inestabilidad social a través de la
consolidación de las clases sociales y su conflicto, y en que la nueva organización
del trabajo conducía a nuevos principios de organización: la racionalidad, el
mercado, el individualismo y el anti-tradicionalismo. Fueron también unánimes en
una última consideración: la articulación de los nuevos principios de organización
no solamente constituía una amenaza de primer orden para la estabilidad social,
sino también para la libertad personal y la autonomía del individuo, incapaz ya de
controlar aspectos fundamentales de su trabajo, de su actividad y de su misma
naturaleza.
2. El sistema capitalista
El capitalismo aparece en la historia como la variante original y primera de la
sociedad industrial, y algunas de sus características más específicas --el culto a la
productividad, la estrecha relación entre la ciencia, la tecnología y la
productividad, la standarización de los productos y de las necesidades, el consumo
de masa...- son hoy comunes al sistema industrial de los países capitalistas y de las
sociedades comunistas o ex comunistas.
Desde una perspectiva estrictamente económica, que considera el capitalismo
como un modo especial de producción, los rasgos del capitalismo son
sobradamente conocidos. Recordemos los principales:
1) constitución de un mercado en el que la fuerza de trabajo se compra y se vende
como una mercancía más, y en el que el modo del intercambio consiste en un
salario por la contrapartida de un tiempo o de una tarea específica;
2) utilización del dinero como medio predominante y universal del intercambio,
procedimiento que permite la máxima flexibilidad de redistribución del capital y
otorga a los bancos y a los intermediarios financieros un papel destacado en el
sistema económico;
3) control del proceso de producción en manos del capitalista o de su gerente. El
control se extiende a todas las etapas y a todos los elementos del proceso de
producción y de trabajo;
4) utilización frecuente del recurso a terceros para financiar la producción. El
capitalista puede contraer deudas, emitir acciones, acudir al mercado de dinero,
hipotecar sus instalaciones fabriles..., a fin de procurarse los necesarios recursos
financieros. El capitalista acepta riesgos y lucha con los prestamistas y accionistas
por el control de sus propiedades. El obrero, excluido en general de este proceso,
corre también los riesgos de una posible quiebra e insolvencia de su patrono;
5) instauración, a veces feroz, de la competencia entre capitalistas embarcados en
el mismo tipo de producción y en la misma batalla por conseguir préstamos y
dominar los mercados.
Desde esta misma perspectiva económica, pero con la mirada puesta en las
sucesivas etapas del capitalismo, se suelen distinguir cinco formas del mismo:
1. el capitalismo comercial, caracterizado por el dinamismo de grandes
comerciantes que dominaron el proceso de intercambio de bienes;
 2. el capitalismo industrial, dominado por los propietarios de grandes fábricas,
minas y otras empresas industriales;
3. el capitalismo financiero, en el que el control se va desplazando cada vez con
mayor intensidad a las manos de los banqueros, financieros e inversores, que
dominan las empresas industriales.
4. el capitalismo de Estado, definido por Lenin como una forma o sistema en el
que el Estado se adueña de los medios de producción en beneficio de la clase
social --el proletariado- que teóricamente controla al Estado;
5. el capitalismo protegido o del Estado de bienestar, cuyo rasgo esencial es la
creciente intervención del Estado mediante programas de welfare o de
actuación sobre el empleo, suavizando el impacto de los ciclos económicos
con sus nefastas consecuencias sobre el nivel de paro y el bienestar colectivo.
A la sociología le interesa más el contexto social, en sentido muy amplio, que hizo
posible el desarrollo del sistema capitalista. Un factor todavía económico, pero con
amplias repercusiones sociales, fue el mercantilismo, presidido por la idea de que
la riqueza de un país era igual a la cantidad de dinero que poseía y que dependía de
la acumulación directa de metales preciosos y del mantenimiento de la
superioridad de las exportaciones sobre las importaciones, condiciones ambas
creadas y fomentadas por el poder superior de un Estado-nación frente a los demás.
El capitalismo necesitaba como condición inexcusable la emancipación de los
trabajadores, condición algo irónica, si se piensa en algunas de las peores
consecuencias del proceso de industrialización. Emancipación tridimensional:
En primer lugar, la emancipación económica, es decir, la constitución de un
mercado de trabajo libre de restricciones sobre el reclutamiento de la mano de
obra; la meta era la libertad de los empleadores para establecer contratos
formalmente libres con sus trabajadores, lo que exigía la abolición de la sociedad
estamental, la emancipación de los siervos, y una reforma agraria que expulsara
campesinos liberados hacia las nuevas instalaciones fabriles.
En segundo lugar, la emancipación política en cuanto supresión legal de acceder
a ciertos status y profesiones antes reservados a determinados estamentos sociales
o grupos étnicos.
En tercer lugar, la emancipación cultural o superación de una concepción
estrecha de las necesidades humanas; de la vida honesta o de la satisfacción de las
exigencias mínimas vitales, se pasó a la legitimación del ansia por poseer y
disfrutar de bienes y servicios nuevos y en cantidad creciente
El análisis weberiano del capitalismo despliega esta triple emancipación y la
completa. Para Max Weber, los componentes del capitalismo moderno son la
apropiación privada de los medios de producción, la tecnología y la contabilidad,
la libertad de la fuerza de trabajo, la libertad de mercado, un sistema legal que
permita el cálculo y, como aspecto menor, pese a la insistencia de Marx, la
mecanización.
1. Debe conseguirse la apropiación privada de los medios de producción y su
concentración bajo la dirección común del propietario: tierra, edificios, maquinaria
y materiales.
2. La contabilidad de las operaciones financieras y del movimiento del capital
obtiene su grado óptimo cuando es reducida a una máxima calculabilidad por
medio de la tecnología y la mecanización.
3. La libertad de la fuerza del trabajo para poder responder con absoluta
flexibilidad a la demanda es una libertad puramente formal y se despliega
paralelamente a la compulsión económica de los trabajadores a vender su trabajo
en el mercado bajo el látigo del hambre.
4. La libertad de mercado exige además la ausencia total de restricciones
irracionales, por ejemplo, el monopolio de clase, y sobre todo de casta, sobre el
consumo de determinados artículos (leyes suntuarias) y sobre la propiedad o el
trabajo, las dificultades de transporte, la guerra y las formas institucionalizadas o
permitidas de piratería y de robo, que hacen arriesgado y azaroso el comercio a
larga distancia.
5. El sistema legal debe concretarse en términos generales aplicables a todos, y
administrado de tal forma que haga predecible en alto grado el cumplimiento
obligatorio de los contratos y de los derechos económicos.
6. La mecanización, según Marx, es la clave del modelo, aunque, según Weber, la
clave es el conjunto de los factores institucionales del 1 al 5, antes descritos. La
razón es simple: la mecanización como tal sólo es posible en una situación de
producción masiva, pues el coste de la maquinaria la hace inaccesible si no existe
un mercado de consumidores a gran escala; pero la producción a gran escala es
imposible sin un alto grado de predictibilidad de que existirán mercados para estos
productos y de que todos los factores de producción estarán disponibles a un coste
razonable. Es decir, la mecanización depende del juego conjunto de todos los
factores institucionales mencionados. Sin ellos habría potencialmente máquinas,
pero no habría empresarios que se arriesgaran a adquirirlas.
Asegura Max Weber que los inventos e innovaciones cruciales de la
industrialización inglesa y europea fueron el resultado de esfuerzos deliberados
para abaratar los costes de producción, y estos esfuerzos se realizaron porque ya
antes se habían establecido las condiciones previas que aumentaban la búsqueda
capitalista del lucro.
“Industria e imperio” - Eric J. Hobsbawm
Editorial Ariel, España 1999
Industria e Imperio
Primero
La Revolución industrial no es solo la aceleración del crecimiento económico, sino
una aceleración del crecimiento determinada y conseguida por la transformación
económica y social. A los primeros estudiosos, que concentraron su atención en los
medios de producción cualitativamente nuevos -las máquinas, el sistema fabril,
etc.- no les engañó su instinto, aunque en ocasiones se dejaron llevar por el sin
rigor crítico, ya que no fue Birmingham, la ciudad que más producía; sino
Manchester, quien producía de una manera más revolucionaria, quien marcó el
puntapié inicial. A fines del siglo XVIII esta transformación económica y social se
produjo en una economía capitalista y a través de ella. Como sabemos ahora, no es
este el único camino que puede seguir la Revolución industrial, aunque fue el
primitivo y posiblemente el único practicable en el siglo XVIII. La
industrialización capitalista requiere en determinadas formas de análisis algo
distinto de la no capitalista, ya que debemos explicar por qué la persecución del
beneficio privado condujo a la transformación tecnológica, puesto que no es
forzoso que deba suceder así de un modo automático.
Segundo
La Revolución industrial fue la primera de la historia, pero no por eso se hizo de
cero o no se puede ver una génesis de sus fases primitivas de rápido desarrollo
industrial y tecnológico. Sin embargo, ninguna de ellas inició la característica fase
moderna de la historia, el crecimiento económico auto sostenido por medio de una
constante revolución tecnológica y transformación social. Pero al ser la primera, es
también distinta en varios aspectos a las que le siguieron. Dicha revolución
industrial Inglesa fue precedida por doscientos años de constante desarrollo
económico que fueron la base de sus cimientos, por eso podemos afirmar que
Inglaterra entró preparada a la Revolución Industrial. Pero tampoco la podemos
explicar en términos puramente británicos, porque formaba parte de una economía
más amplia, que podemos denominar “economía europea” o “economía mundial”
ya que formaba parte de una red extensa de relaciones económicas que
aglomeraba: zonas “avanzadas”, con un gran potencial industrial, zonas
“económicamente dependiente”, como colonia en América y Oriente y otras
economías extranjeras marginales no relacionadas con Europa. Esto mostraba un
claro sistema de intercambios y revelaba que la “economía europea” daba muestras
de expansión y desarrollo dinámico. Sin embargo también experimento crisis, que
desembocaban en retrocesos económicos, como los del siglo XV y XVII. Otra
característica de dicha economía fue su inclinación a “atomizarse” en pequeñas
unidades políticas-económicas independientes y concurrentes como Gran Bretaña
y Francia, que poseían típicas estructuras sociales.
Dentro de los problemas de los orígenes de la RI, surgen dos preguntas: por qué
fue Gran Bretaña la que se convirtió en el primer “taller del mundo” y por qué
ocurrió hacia fines del siglo XVIII y no antes o después.
Antes de dar la respuesta, debemos eliminar cierto número de explicaciones que
aportan más interrogantes que soluciones.
Hay varias teorías que buscan las respuestas en términos de geografía, clima,
cambio en la población u otras causas. Algunas teorías tienden a buscar la
respuesta en un “accidente histórico”, como si los descubrimientos de los siglos
XV y XVI fuesen la fuente de todo proceso, de igual manera se debe rechazar la
cuestión política, ya que todos los países europeos buscaban industrializarse. Si el
estímulo procedía del excelente tiempo de buenas cosechas, entonces deberíamos
explicar porque en otros períodos buenos no se produjo una revolución semejante.
Si fuese una cuestión climática, más precisamente la humedad reinante en
Lancashire como motor de expansión de la industria algodonera, deberíamos
preguntarnos por qué otra zonas británicas igualmente húmedas no tuvieron la
misma suerte. Todos estos factores, no actúan solos, sino que se debe dar una
cierta matriz económica, social e institucional que los aproveche. Lo importante,
no es negarlas porque pueden incidir… pero para Hobsbawm lo que sería útil es
establecer una escala de valores de importancia.
Inglaterra contaba con una ventaja, para su industrialización con respecto a otros
países, ya que tenía condiciones previas para la industrialización o al menos podía
lograrlas. Pero no era solo una economía de mercado, en la cual se compraba y
vendían productos, sino que era mucho más que eso ya que tenía un extenso sector
manufacturero desarrollado y un gran aparato comercial. Con esto presente, de
surgir problemas, sería más fácil superarlos.
Como dice el historiador inglés, lo importante es ver como se prendió la mecha; la
respuesta está en obtención de beneficios y las innovaciones tecnológicas.
El problema teórico que tenemos aquí es ver el mercado y las ganancias que deja;
se acepta que una economía de empresa privada tiende hacia la innovación, pero
esto no es así, sólo tiende al beneficio. Otro problema presente a resolver es que en
las sociedades preindustriales el mercado disponible y futuro consiste en los ricos,
que piden artículos de lujo con una gran ganancia y como los pobres tienen poco
dinero son reticentes a consumir productos, por lo tanto la lógica sería fabricar
relojes y joyas carísimos para los aristócratas y no baratos relojes de pulsera. La
industrialización cambia esto ya que amplía los mercados, y si los mismos nos
existen los crea. Ej. De Henry Ford.
Existen dos miradas acerca de cómo Gran Bretaña en el siglo XVIII solucionó el
problema: una de ellas dice que fue el mercado interior, persistente y rentable; la
otra se fija en el mercado exterior y su dinamismo. Para Hobsbawm, no hay
exclusión… sino que los dos mercados aportaron lo suyo, pero agregaría un tercer
factor no tenido en cuenta: el gobierno.
El mercado interior pasaba por un momento en expansión, sustentado en 4 patas:
con el crecimiento de la población se creaban nuevos consumidores, la adquisición
por parte de la población de ingresos monetarios llevaría a una futura adquisición
de productos, el incremento de la renta percápita y que los artículos producidos
industrialmente sustituyeran a las antiguas formas de producción. Es evidente
señala Hobsbawm que la cuestión del crecimiento poblacional tiene una relación
con el mercado interno, pero… afirma, no hay datos certeros pero la parecer la
gente al casarse y luego tener hijos tenía en cuenta los factores económicos. Lo que
sí descarta de primer plano Hobsbawm es una avance de la medicina como factor
determinante del crecimiento poblacional, ya que debemos esperar al menos 70
años para ese momento.
Es decir que con el aumento de la población se simplificaría la ecuación=
+ gente + trabajo = + barato.
Pero hay que tener cuidado con esta afirmación pues en algunos países
subdesarrollados estos no sucede, pues caen en el hacinamiento y la crisis
productiva. Por esta cuestión, la mano de obra barata podría ser un obstáculo para
la industrialización. Lo favorable para GB fue que su población creció
gradualmente con la RI.
Se pueden mencionar otras cuestiones que derivan del mercado interno: en primer
lugar hubo una política relacionada con el transporte y las rutas de acceso a los
sectores productivos, también la producción de alimentos sirvió como soporte, ya
que la gente que trabajaba en los talleres necesitaba (comer) esos productos. Algo
similar ocurrió con las cervecerías. También para el carbón, dicho mercado interno
fue importante lo mismo que para el hierro ya que muchos hogares se nutrieron de
ollas, cacerolas, cubiertos y herramientas.
La principal ventaja del mercado interno preindustrial era su gran tamaño y
estabilidad. Es verdad que fue modesta su participación… pero fue un sostén, un
resorte para amortiguar esas épocas de crisis o lento crecimiento.
El mercado exterior, tenía un rol diametralmente opuesto, ya que su potencial era
mucho más revolucionario. Si bien como dije la demanda interior crecía y era
importante, la exterior se multiplicaba a pasos agigantados. Es justamente aquí
donde “la chispa” prendió la mecha.
La manufactura del algodón, fue la primera que se industrializó y a la vez estaba
vinculada al comercio ultramarino. La ventaja primordial para estas industria era la
no dependencia natural interior, y esto se debía a que crecían por dos formas: el
control de los mercados de exportación de otros países (competidores) y
destruyendo la competencia a través de los medios políticos, la guerra y la
colonización. De esa forma GB logró concentrar los mercados de exportación y
monopolizarlos.
Justamente la conquista y esas políticas da pie para nombrar el tercer factor, el
gobierno: la estrategia inglesa fue pensar pos de la nación, diferenciándose de
Holanda, por ejemplo que sus intereses respondían exclusivamente a intereses
comerciales y financieros. Un hecho importante y muestra de estas políticas
ocurrió en 1700, cuando los productores ingleses obtuvieron medidas
proteccionistas sobre los tejidos de las Indias que ingresaban contra las
importaciones de tejidos de la India; en el mercado exterior no se resolvió hasta
1813, cuando la compañía de las Indias Orientales fue privada de su monopolio en
la India, y este subcontinente quedó sometido a la desindustrialización y a la
importación de tejidos de algodón del Lancashire. Vale mencionar que GB tuvo
una política agresiva contra sus rivales económicos, sobre todo contra su principal
competidor: Francia. Justamente esa agresividad le sirvió para industrializar otro
sector como el de marina. En otro orden de cosas, la guerra misma servía al
desmantelar los principales competidores de Inglaterra en Europa, y tendía a
aumentar las exportaciones; la paz, por el contrario, tendía a reducirlas.
El papel de los tres principales sectores de la demanda en la génesis de la
industrialización puede resumirse como sigue: las exportaciones ayudadas por la
agresiva acción del gobierno, proporcionaron la chispa, y -con los tejidos de
algodón- el “sector dirigente” de la industria. El mercado interior proporcionó la
base necesaria para una economía industrial generalizada y fundamental en el
transporte terrestre, así como una amplia plataforma para la industria del carbón y
para ciertas innovaciones tecnológicas importantes. El gobierno ofreció su apoyo
sistemático al comerciante y al manufacturero y determinados incentivos en
absoluto despreciables para la innovación técnica y el desarrollo de las industrias
de base.
Capítulo 3: “La Revolución industrial” (1780-1840)
Hablar de Revolución industrial es sinónimo de algodón. Con él asociamos a la
revolucionaria ciudad de Manchester, que multiplicó por diez su tamaño entre
1760 y 1830 (de 17.000 a 180.000 habitantes). Si bien esto es verdad…. la
Revolución industrial británica no fue sólo algodón o Lancashire. Esto lo
demuestra que en un par de años dicha material perderá su supremacía. La
importancia del algodón radica en que fue el iniciador del cambio industrial y
estimuló a las primeras regiones que no hubieran existido a no ser por la
industrialización. A la postre todo en conjunto determinará un nueva forma de
sociedad, el capitalismo industrial, apoyado en la “fábrica”.
La manufactura del algodón fue un típico producto secundario derivado de la
dinámica corriente de comercio internacional, sobre todo colonial. El algodón en
bruto que se usó en Europa mezclado con lino para producir una versión más
rústica de fustán1. Al logar, la industria lanera inglesa en 1700 que se prohibiera su
importación, consiguió así para los futuros manufactureros una suerte de vía libre
en el mercado interior. Los modestos manufactureros locales se asentaron en
ciudades como Bristol, Glasgow y Liverpool que tenían amplios contactos
portuarios y con el comercio de esclavos. El año importante para la expansión de
las exportaciones fue 1750, cuando dichas exportaciones algodoneras se
multiplicaron por diez. Vale mencionar que una de las grandes fuentes de materia
prima provino de las plantaciones de esclavos de las Indias occidentales y luego en
1790 el algodón obtuvo una nueva fuente, las plantaciones de esclavos del sur de
Estados Unidos, zona de franco nexo comercial con el Lancashire. Pasado 1850 las
exportaciones hacia la India gracias a su dominio monopólico ampliaran aún más
su predominio.
Para esta industria en expansión el gran problema técnico fue la mecanización del
mismo producto del desequilibrio entre la eficacia del hilado y la del tejido. El
torno de hilar no alcanzaba para acallar las demandas, solo recién con tres
importantes avances, la balanza logró equilibrarse:
Spinning-jenny 1760,
Water-frame 1768 y
Mule 1780, que con la aplicación de la fuerza del vapor logró incrementar su
producción.
Estos avances en líneas generales fueron muy sencillos con escasa implementación
científica, sin embargo no se les puede restar su importancia.
Por lo tanto podemos afirmar que su primera etapa fue técnicamente hablando un
tanto primitiva, pero no porque no se dispusiera de mejor ciencia y tecnología, o
porque la gente no tuviera interés en ellas; sino porque en conjunto, estas ideas y
recursos sencillos podían producir resultados sorprendentes. La novedad no eran
las innovaciones, sino el cambio en la cabeza. Por lo tanto esta nueva era se puede
decir que es una mezcla de la vieja tecnología en conjunto, con los nuevos cambios
técnicos que mejoraron notablemente la producción.
De repente hubo una mutación en las esferas sociales de producción: el capital
acumulado sustituyó a las hipotecas, aparecen ingenieros, los telares mecánicos a
los manuales, y un proletariado fabril a una masa de trabajadores domésticos
dependientes. Entre las consecuencias de este nuevo modo de producción se nota
la descentralización de la estructura comercial, en el cual nacerán nuevas empresas
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Tela gruesa de algodón, con pelo por una de sus caras.
medias especializadas y con el paso del tiempo el desarrollo de un fuerte
movimiento de asociación obrera. Junto a esto se puede agregar que trajo consigo
una nueva relación económica entre las personas.
El nuevo sistema se componía, de tres elementos:
- El primero era la división de la población industrial entre empresarios capitalistas
y obreros que no tenían más que su fuerza de trabajo, que vendían a cambio de un
salario.
- El segundo era la producción en la “fábrica”.
- El tercero era la sujeción de toda la economía a los fines de los capitalistas y la
acumulación de beneficios.
Lo importante, señala Hobsbawm, es ver como la industria algodonera estimuló la
industrialización y expansión de otras ramas industriales. Tanto la industria
química como la construcción de máquinas le son deudoras: hacia 1830 sólo los
londinenses disputaban la superioridad de los constructores de máquinas del
Lancashire. En este aspecto la industria algodonera no fue singular y careció de la
capacidad directa de estimular las industrias pesadas de base, como carbón, hierro
y acero, a las que no proporcionó un mercado excepcionalmente grande.
Es importante analizar una cuestión… a nuestros ojos; una industrialización así
limitada, y basada esencialmente en un sector de la industria textil, no era ni
estable ni segura. Es por eso que surge una nueva cuestión.
¿En tales circunstancias no podía haber sido también su fase final? Es verdad que
Gran Bretaña, industrialmente atravesó una grave crisis, que alcanzó su punto
máximo entre 1830 a 1844, pero… lo paradigmático es el hecho de que no fuera en
absoluto su crisis “final” sino tan sólo una “simple” crisis de crecimiento, si bien
no debemos subestimar su gravedad pues el descontento social estaba presente y
las oleadas de la década de 1840 de ludditas y radicales, sindicalistas y socialistas
utópicos, demócratas y cartistas son un claro ejemplo.
Es decir, no hubo un momento tan agudo y grave como este, los obreros y
campesino vivieron una grave insatisfacción que desembocaría en crisis y hambre.
Estos reclamos encuentran su canal de lucha y reclamos en los movimientos de
protestas y reclamos (como la reforma parlamentaria), que encabezó el cartismo y
los extremistas de clase media.