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El comienzo de la obra de Dios en el hombre es una revelación interior de Jesucristo.

Sin ella, otras cosas –doctrinas, tradiciones, énfasis– ocuparán el lugar de Cristo en el
corazón, y desvirtuarán el propósito original de Dios, el cual es que Cristo sea el todo
en el creyente.

Eliseo Apablaza F.

La revelación interior
Por largo tiempo Dios tuvo un secreto muy guardado en su corazón, un misterio que
por largos siglos no dio a conocer. Pero cumplido el tiempo, Dios lo reveló.

La revelación del misterio

Tres frases de Pablo en Colosenses nos ayudan a conocerlo. La primera está en 1:27.
Allí se nos dice que este misterio es “Cristo en vosotros...” Nosotros podemos decir:
“Cristo en nosotros”. La palabra “en” podemos reemplazarla por “dentro de”. “Cristo
dentro de nosotros la esperanza de gloria”. Amado, puede ser que tú no valgas mucho
a los ojos del mundo, pero Cristo está dentro de ti y de mí. Esta es nuestra gloriosa
realidad.

La segunda está en Colosenses 3:4: “Cristo, vuestra vida.” ¡Cristo, nuestra vida! Esto
significa una progresión: “Cristo nuestra vida” es un avance con respecto a “Cristo en
nosotros”. Es Cristo nuestro vivir, nuestro movernos, nuestro andar, nuestro reposo,
nuestro trabajar, nuestro reír, todo. Es una vida canjeada, ya no más yo, sino Cristo.

La tercera está en Colosenses 3:11: “Cristo es el todo, y en todos”. Esto parece ser la
culminación. ¿Qué hay más alto que eso? Si Cristo es el todo en todos, significa que
no hay nada aparte de Cristo. Él está al principio y al fin, delante y detrás, adentro y
afuera, en lo íntimo y en lo externo. Cristo el todo, y en todos, en la iglesia, en los
ángeles, en todos los seres espirituales, en todos.

Pero hay más. Pareciera ser que el propósito de Dios es que también Cristo sea el
todo en todo.1 Significaría eso que los árboles, que los ríos, las montañas, los pájaros,
los seres pequeños, los seres grandes, las estrellas, las galaxias inconmensurables,
todo, ¡todo! expresará a Cristo. ¿Es digno el Señor de ser el todo en todo? ¡Sí lo es!
“Cristo en nosotros”, “Cristo, nuestra vida”, “Cristo el todo en todos y en todo”. Esta
parece ser la culminación del propósito eterno de Dios. Propósito alto, sublime, y,
sobre todo, centrado absolutamente en la persona de nuestro Señor Jesucristo.
Pero ¿cómo Cristo puede llegar a ser el todo? Para llegar a serlo sobre todos,
primeramente ha de llegar a serlo en unos pocos. ¿En quiénes? ¡En los creyentes, en
los hijos de Dios! Comencemos, pues, por lo básico. ¿Cómo es que llegó Cristo a
estar dentro de nosotros?
La experiencia de Pablo

Quisiera mostrarles la experiencia de Pablo. Ustedes saben lo que le pasó a Pablo en


el camino a Damasco, y en Damasco mismo. Pablo tuvo un encuentro dramático con
el Señor. Hubo una voz del cielo, una luz cegadora, un ayuno de tres días, y una
prodigiosa sanidad.

Esos hechos transformaron la vida de Pablo. Fue un vuelco total, un nuevo hombre
salió de esos tres días de oscuridad. Después, cuando Pablo relataba su conversión, él
contaba todas estas cosas gloriosas. Sin embargo, lo más importante que ocurrió en
esos días no lo contaba a todos, sino sólo a los más íntimos.
En Gálatas capítulo 1 cuenta esa “otra” experiencia de Damasco. No fue la luz
cegadora, no fue la voz terrible desde los cielos. Fue algo más profundo, que ocurrió
dentro de Pablo: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí,
no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por
revelación de Jesucristo. Porque ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo
en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba (...) Pero
cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su
gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles...”.

Aquí Pablo habla de una revelación que el Padre hizo en lo íntimo de su corazón.
Cuando él relataba su conversión, él contaba hechos externos, pero aquí cuando
escribe a las iglesias de Galacia, cuenta un hecho subjetivo.

Es importante notar que cuando Pablo escribe esta epístola, las iglesias de Galacia
estaban comprometidas con el legalismo. Ellas se habían desviado del evangelio de la
gracia, estaban desligándose de Cristo para caer en las obras. Para corregir esta
deficiencia, Pablo necesitó echar mano a toda la autoridad que Dios le había dado.
Entonces él dice que no es un apóstol constituido por hombres, que el evangelio no lo
recibió de hombres y que la revelación que él tiene de Cristo no la recibió de hombre
alguno, sino del propio Dios, que quiso revelar a su Hijo en él.

Amados hermanos, leyendo Hechos capítulo 9, podríamos pensar que lo más glorioso
de la experiencia de Pablo fue escuchar la voz del Señor, recibir sanidad y todo eso;
sin embargo, lo más glorioso, lo que aquí en Gálatas le otorga a Pablo autoridad
apostólica, es haber recibido del Padre una revelación acerca de su Hijo.

La experiencia de los que son de Cristo

Para que Cristo sea el todo en los cristianos, tiene que primero producirse este
milagro, este descubrimiento. Tiene que llegar el momento en que los cielos se nos
abren, en que Cristo nos es revelado, en que nuestros ojos son tocados con el colirio
de Dios, y nos damos cuenta que los milagros no son nada, que las luces no son nada,
que conocer una corriente doctrinal no es nada, que tener una moda religiosa no es
nada, que tener una tradición no es nada, ¡que sólo Cristo lo es todo!

Esta revelación, sin embargo, es propiedad de Dios. Él la da a quién quiere, sólo Él la


administra. No son muchos los privilegiados con esta revelación. Hay muchos
haciendo grandes obras, realizando grandes trabajos para Dios, pero no conocen al
Señor Jesucristo. En ellos nunca el Señor podrá llegar a ser el todo. Porque la obra de
Dios consiste en revelar a su Hijo, porque en él están escondidos todos los tesoros de
la sabiduría, en él está toda la plenitud de Dios. ¡Qué gloria más grande! ¡Qué tesoro
más inconmensurable! ¡Cristo en nosotros! ¡Cristo revelado por el Padre! ¡Dios ha
descubierto el velo! ¡Dios nos ha revelado a su Hijo! Vanamente un atleta podría
correr una carrera si no corre desde la partida. Vanamente un constructor podría
levantar un edificio si no pone bien el cimiento. ¡Este es el comienzo! ¡Este es el
punto de partida para que Cristo llegue a ser el todo en nosotros!

En 2 Corintios 5:16 dice: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie
conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo
conocemos así”. ¿Cómo conocen a Cristo las gentes? ¿Por una película? ¿Lo conocen
por una novela? ¿Lo conocen en las páginas de la historia? ¿Lo conocen por algún
relato de infancia? Los apóstoles que anduvieron con el Señor Jesús podían decir:
“Nosotros le conocimos cuando hizo milagros, cuando fue y cuando vino, cuando
salió y cuando entró”. ¿Pero saben? Ni siquiera ese conocimiento que los apóstoles
tuvieron en esos tres años y medio con el Señor era el conocimiento fundamental. Ese
no era el conocimiento que podía poner el fundamento para una edificación espiritual.
El fundamento de la obra de Dios no es conocer a Cristo físicamente, no es conocerlo
en un cuadro, o en una película. ¡El fundamento de la obra de Dios es Cristo revelado
por el Padre en el corazón del hombre! Amados: Si hubiésemos conocido a Cristo en
la carne, habríamos tenido que decir, igual que Pablo: “Ya no lo conocemos así.” El
conocimiento que tenemos de él es espiritual. Del Espíritu Santo a nuestro espíritu.

La revelación del Padre

Mateo 16:13. El Señor les pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que
es el Hijo del Hombre?” Las respuestas menudean, cada cuál más errada. Hasta que
Pedro dice: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Esta declaración no fue
producto de la inteligencia de Pedro. No fue producto de un curso de Teología
avanzado. No fue una enseñanza de Gamaliel, el más versado de los fariseos de la
época. ¿De dónde provino? El mismo Señor Jesús nos da la respuesta:
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre,
sino mi Padre que está en los cielos.” ¿Podemos decir nosotros esto, que Jesús es el
Cristo, el Hijo del Dios viviente, no porque lo sepamos mentalmente, sino porque sea
una realidad espiritual?
No sirve que lo sepamos de memoria. No sirve que lo hayamos escuchado. Sólo nos
sirve que el Padre nos haya revelado a su Hijo. “Mi Padre que está en los cielos ...” –
dijo el Señor, y agregó: “Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca
edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” Aquí se
habla de una roca. La roca aquí naturalmente no es Pedro. Tampoco es Cristo
sentado en el trono de Dios. La roca es Cristo revelado en el corazón tuyo y mío,
amado hijo de Dios. ¡Esta es la Roca!

¿Hay en la tierra algo seguro, hay algo firme, hay algo imposible de remover? ¿Qué
es? Es la revelación que el Padre ha hecho de Cristo en tu corazón. ¡Sí! Aunque
vengan las tempestades, o venga Satán con todo su furor, hay algo inconmovible en la
tierra. ¡Cristo revelado en ti y en mí! ¡Aunque mi mente lo olvidara, mi espíritu lo
recordaría! ¡Aunque mis sentimientos se apagaran, mi espíritu todavía lo proclamaría!
¡Cristo en mí! ¡Cristo revelado por el Padre! ¡Aleluya!

“Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Pedro, tú eres demasiado voluble como para
que seas la roca. Cualquier hombre es demasiado pequeño para serlo. ¡Sólo Jesús
revelado es la roca!
Mateo 11:25 dice: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos,
y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.” Estas palabras del Señor
fueron dichas en un momento en que se regocijó en su espíritu. ¿Qué dijo el Señor en
ese momento de éxtasis? ¡Vean lo que dijo ...! ¡Aleluya! El Padre escondió y el Padre
reveló. Los sabios quedaron burlados. Los entendidos quedaron con sus mamotretos
inútiles, con sus pergaminos apolillados, con su filosofía arrumbada. Y los niños, es
decir, los pobres, los pescadores, los campesinos, los labradores. ¡Ah, los niños, a los
niños el Padre les reveló estas cosas! ¡Les reveló a su Hijo amado! ¡Aleluya!

Las instituciones humanas tienen como fundamento un decreto, un organigrama, unos


estatutos, una personería jurídica, o una cierta tradición. Pero eso no es el
fundamento de la iglesia. No es tampoco la mejor doctrina, ni la mejor teología. Es
Cristo revelado por el Padre. Dios revela a su Hijo, y entonces dentro del corazón del
creyente se produce un milagro. Dios lo descubre y nosotros lo aprehendemos. Se
abren nuestros ojos y vemos. ¿Cuántas veces hemos oído: “Hermano, ahora entiendo,
ahora sé, ahora lo tengo. Pasé años enseñando, leyendo la Biblia, orando, años
sirviendo aquí y allá, pero ahora veo. Ahora lo tengo, ahora Cristo está en mí”. Eso lo
hemos oído muchas veces. Yo también lo he dicho. Ha sido nuestra experiencia.

Pero permíteme decirte: ¿Cuánto hemos tomado de Cristo? ¿Cuánto estamos


disfrutando de Cristo? Amado, ¿cuánto está ocupando Cristo en tu corazón? ¿Cuánto
de nuestra alma está poseyendo él? ¿Cuántos rincones de nuestro corazón está
ocupando el Espíritu de Cristo? Esperamos que en estos días Cristo vaya avanzando
para que llegue a ser el todo en nuestra vida. Si hoy comienza por nosotros; mañana
lo será en toda la iglesia, en los reinos de este mundo, y después, en el universo
entero. Todo expresará a Cristo. Pero hoy es necesario que él sea el todo en nosotros.

Sin revelación de Jesucristo, se pierde el norte

Cuando no hay esta revelación de Cristo en el corazón, entonces se pierde el norte.


Hay quienes dicen: “¿Cómo podemos agradar a Dios?” Entonces leen Éxodo 20 y
dicen: “¡Ah, para agradar a Dios tenemos que guardar los diez mandamientos!”. Otros
leen Hechos 2 y piensan que la obra de Dios consiste en que todos seamos llenos del
Espíritu Santo y que hablemos en lenguas. Otros, al leer Hechos 3, tal vez piensen
que la obra de Dios consiste en realizar sanidades y milagros.

En el mundo cristiano hay muchos énfasis diferentes. Se toma un versículo de la


Escritura o un capítulo, y se hace de eso la verdad fundamental. Y se comienza a
trabajar y se invierten recursos para llenarlo todo con esa verdad. Pero todo eso es
secundario y no puede reemplazar a la revelación de Jesucristo. El gran problema que
tiene el pueblo de Dios es que no está habiendo revelación de Jesucristo. Hay variados
énfasis, hay métodos, hay estrategias, hay modas religiosas, hay corrientes diversas,
pero no está Cristo, o si está, es apenas un agregado, un complemento.
Hermano amado, hagámonos por un momento un examen: ¿Estamos siguiendo una
corriente religiosa? ¿Estamos aquí porque nos gustan las canciones? ¿Cuál es nuestra
verdad fundamental? ¿Es una forma de bautismo? ¿Es un énfasis doctrinal?
Hermanos, si perdemos a Cristo, lo perdemos todo. ¡Si dejamos de predicarlo, si
dejamos de mostrarlo, de enseñarlo, entonces lo perdemos todo!

Quiero decirte algo que tal vez te infunda un poco de temor. Hermano joven: tal vez
has llegado a nosotros y estás participando de la vida de iglesia, ¿crees que todo
estaría bien si no has visto al Señor? ¿Te parece que todo está bien si no le conoces
íntimamente? ¿Te parece que es suficiente con asistir a las reuniones, con cantar estas
canciones, y con ofrendar? Amados, si esto es así, tenemos que declarar nuestra
mayor necesidad, y decir: “Padre, revélanos a tu Hijo”. Y si ya lo tenemos en el
corazón, tenemos necesidad de decir: “Padre, llénanos de él; parece que lo conozco
tan poco todavía, que lo amo tan poco todavía. Quiero que él sea el todo en mí”. No
podemos conformarnos con las experiencias hermosas que tenemos en el seno de la
iglesia. Esas cosas todavía no son el centro. El centro es Cristo.

Hermano, desde aquí declaramos nuestra impotencia. Tú puedes decirme: “Hermano,


predícame a Cristo. Yo quiero tener a Cristo revelado. Muéstramelo.” ¿Sabes?
Podríamos hacer esfuerzos sobrehumanos, podríamos predicarte todos los días y
abrirte las Escrituras del Génesis al Apocalipsis. Pero ¿sabes? si el Padre no te revela
a Cristo, entonces habremos perdido nuestro tiempo. ¡Oh Padre, esta es tu obra!
¡Padre, revela a tu Hijo!

La experiencia de Pablo no fue única, no fue exclusiva. Tú, como hijo, tienes los
mismos derechos para decirle a Dios que te revele a su Hijo. El día que eso venga a tu
corazón, entonces vas a darte cuenta que nada de aquello en lo cual habías puesto tu
confianza es suficiente.

¿Hay algo en que tú te apoyes aparte de Cristo? Tal vez eso signifique que Cristo no
es todosuficiente para ti. Tal vez te apoyes en que hace muchos años caminas en el
evangelio, o en que eres pastor, o en que estudiaste en un Seminario, o bien te apoyas
en tu buena conducta. Hermano, si no es Cristo, no es una base suficientemente
sólida. ¿En qué se conoce que Cristo está revelado? En que todo lo demás cae. Pon
cualquier nombre, cualquier cosa. Cualquier énfasis cae, porque Cristo es demasiado
precioso para que algo se le compare. Cristo está ahora aquí por su Espíritu, está
hablando a mi corazón y a tu corazón. Para que Cristo sea el todo en tu vida tiene que
ocurrir primero este milagro: que Cristo te sea revelado por el Padre. Vamos a
asegurarnos en esta noche que esto ocurra con todos nosotros.

Oremos: Padre, te damos gracias por tu amado Hijo Jesucristo. Revela ahora a tu Hijo
en cada corazón. Sabemos que este es tu deseo más íntimo.

Te damos gracias, Padre, por este milagro. No los milagros externos que se disipan,
que apenas tocan la epidermis. Te damos gracias por el milagro de esta revelación
interior.
Padre, los que ya le conocemos, te pedimos: abre nuestro entendimiento para ver a
Jesús todosuficiente, perfecto y completo. Para que él sea el todo en nuestra vida;
para que mañana pueda ser el todo en toda la iglesia y en todo el universo. Amén.

1 Véase Col.1:20; Rom.8:21; Hebreos 2:9-10 (Biblia de Jerusalén).

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