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Reseña: Locos de Dios, de

Santiago Kovadloff
12 de agosto de 2018

Emplear un oxímoron quizá no sea la manera más adecuada de


iniciar el comentario de un libro, pero hay obras que la justifican e
incluso promueven. Aplicaremos este procedimiento retórico al
último libro de Santiago Kovadloff,Locos de Dios, porque está
constituido por una sucesión de estallidos silenciosos, y una
contenida violencia de lenguaje que nos comprometen y se
interrogan sin cesar sobre la trascendencia de lo expresado.

¿Quiénes son los llamados locos de Dios? Son los profetas judíos
que hace dos mil setecientos años fueron los primeros en exponer
"las dramáticas relaciones entre el poder político y la justicia
social, tan actuales y extendidas en todo Occidente y fuera de él".

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Pero en rigor, tal como nos explica Kovadloff, no se trata


meramente de judíos que se dirigen a otros judíos, sino más bien
de judíos que hablan a no judíos, probablemente sin saberlo,
aunque su mensaje moral se distingue, sobre todo, por su tácita
universalidad. Es fácil detectarlo en las páginas de la Biblia judía
(vulgarmente conocida, en las ediciones de confesiones cristianas,
como Antiguo Testamento), a través de la severa condena, por
parte de los profetas, del Poder a menudo injusto y alejado de
Dios.

Veamos cómo, en los distintos capítulos del libro, que señalan


también los cambios de época que se suceden, el discurso
profético se fortalece y actualiza, llegando a adquirir una
modernidad que está lejos de resultarnos extraña. Por el
contrario, resuena entre nosotros con inquietante
contemporaneidad. En todo el texto, vale la pena advertirlo,
Kovadloff habla de la voz del Profeta como la del conjunto de
profetas que hablaron e inscribieron su mensaje en la historia. Es
decir: en esa voz única están encerradas todas las voces que hoy
nos siguen hablando.

Uno de los apartados del libro que tiene mayor interés, y que tal
vez merezca una consideración más amplia, es el de la relación del
pensamiento profético con la obra fundadora de los presocráticos
griegos. La filosofía en Grecia, de cuño racionalista, se niega a
aceptar la exaltación de profetas y poetas. Así lo expresa Platón:
"El poeta es incapaz de crear hasta que se endiosa y enajena, hasta
perder por completo la razón. Al hombre razonable le es del todo
imposible poetizar y cantar oráculos". Sin embargo -observa
Kovadloff-, en los clásicos libros de Platón se tropieza muy pronto
con la lograda expresión poética y una inocultable destreza verbal.
El filósofo parecería permitirse lo que prohíbe a los demás.
En la comparación de rabinos y profetas, son estos últimos los que
llevan la delantera. En lo que respecta al rabinato, su papel en los
más de 2500 años de diáspora ha sido bastante conservador,
reservándose para el discurso profético el perfil de utopía y
justicia social.

La segunda mitad de la obra liga el profetismo con personajes


históricos no judíos (o "judíos en transición", como podría decirse
de Saulo de Tarso, el futuro san Pablo), pero que por las lecciones
de vida que nos han dejado, o el desgarrado pensamiento que nos
han transmitido, merecen figurar en esta nómina. Allí
encontraremos a Sócrates, a Jesucristo (ya en los albores del
cristianismo), al personaje de El Bufón shakespeariano, a
Maquiavelo (que parece el reverso del profeta pero no lo es), y a
dos hombres de nuestro siglo: Camus y Mandela.

Conozco desde hace muchos años la obra de Kovadloff, y en una


escena literaria poco preocupada por lo que significa un libro bien
escrito, o la belleza y precisión de una prosa, o un tono de lenguaje
mantenido hasta el final, Santiago constituye una excepción: cuida
cómo se escribe, no solamente qué se escribe.

No alcanza, sin embargo, con decir que es un libro bien escrito, ni


tampoco que cumple acabadamente con la condición transparente
y a la vez polisémica del mejor ensayo actual. Es filosofía, es
literatura y es historia. Atraviesa y comparte sin temor una
teología judía progresista, si tal cosa existe. Y los no judíos
podremos leer este libro con el mismo provecho y placer que los
judíos, porque -no olvidarlo- somos seres humanos y habitamos el
mismo planeta.
Locos de Dios

Por Santiago Kovadloff

Emecé178 páginas$ 259

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