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ANTOLOGÍA: Tarea 2 alternativa El rey tenía un palacio soberbio donde había acumulado

El relato en el Modernismo y 98 riquezas y objetos de arte maravillosos. Llegaba a él


IES AVERROES por entre grupos de lilas y extensos estanques, siendo
saludado por los cisnes de cuellos blancos, antes que
EL PAPEL DEL POETA: por los lacayos estirados. Buen gusto. Subía por una
'El rey burgués', de Rubén Darío escalera llena de columnas de alabastro y de
¡Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día esmaragdina, que tenía a los lados leones de mármol como
triste. Un cuento alegre... así como para distraer las los de los tronos salomónicos. Refinamiento. A más de
brumosas y grises melancolías, helo aquí: los cisnes, tenía una vasta pajarera, como amante de la
armonía, del arrullo, del trino; y cerca de ella iba a
Había en una ciudad inmensa y brillante un rey muy ensanchar su espíritu, leyendo novelas de M. Ohnet, o
poderoso, que tenía trajes caprichosos y ricos, esclavas bellos libros sobre cuestiones gramaticales, o críticas
desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, hermosillescas. Eso sí: defensor acérrimo de la
armas flamantísimas, galgos rápidos, y monteros con corrección académica en letras, y del modo lamido en
cuernos de bronce que llenaban el viento con sus artes; ¡alma sublime amante de la lija y de la
fanfarrias. ¿Era un rey poeta? No, amigo mío: era el Rey ortografía!
Burgués.
¡Japonerías!¡Chinerías! Por moda y nada más. Bien podía
Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorecía darse el placer de un salón digno del gusto de un
con gran largueza a sus músicos, a sus hacedores de Goncourt y de los millones de un Creso: quimeras de
ditirambos, pintores, escultores, boticarios, barberos y bronce con las fauces abiertas y las colas enroscadas,
maestros de esgrima. en grupos fantásticos y maravillosos; lacas de Kioto con
incrustaciones de hojas y ramas de una flora monstruosa,
Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabalí herido y animales de una fauna desconocida; mariposas de raros
y sangriento, hacía improvisar a sus profesores de abanicos junto a las paredes; peces y gallos de colores;
retórica, canciones alusivas; los criados llenaban las máscaras de gestos infernales y con ojos como si fuesen
copas del vino de oro que hierve, y las mujeres batían vivos; partesanas de hojas antiquísimas y empuñaduras
palmas con movimientos rítmicos y gallardos. Era un rey con dragones devorando flores de loto; y en conchas de
sol, en su Babilonia llena de músicas, de carcajadas y huevo, túnicas de seda amarilla, como tejidas con hilos
de ruido de festín. Cuando se hastiaba de la ciudad de araña, sembradas de garzas rojas y de verdes matas de
bullente, iba de caza atronando el bosque con sus arroz; y tibores, porcelanas de muchos siglos, de
tropeles; y hacía salir de sus nidos a las aves aquellas en que hay guerreros tártaros con una piel que
asustadas, y el vocerío repercutía en lo más escondido les cubre hasta los riñones, y que llevan arcos
de las cavernas. Los perros de patas elásticas iban estirados y manojos de flechas.
rompiendo la maleza en la carrera, y los cazadores
inclinados sobre el pescuezo de los caballos, hacían Por lo demás, había el salón griego, lleno de mármoles:
ondear los mantos purpúreos y llevaban las caras diosas, musas, ninfas y sátiros; el salón de los tiempos
encendidas y las cabelleras al viento. galantes, con cuadros del gran Watteau y de Chardin;
dos, tres, cuatro, ¿cuántos salones?
Y Mecenas se paseaba por todos, con la cara inundada de ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la
cierta majestad, el vientre feliz y la corona en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza bajo la
cabeza, como un rey de naipe. fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como
un semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al
Un día le llevaron una rara especie de hombre ante su olvido el madrigal.
trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de
retóricos y de maestros de equitación y de baile. He acariciado a la gran naturaleza, y he buscado al
calor del ideal, el verso que está en el astro en el
-¿Qué es eso? -preguntó. fondo del cielo, y el que está en la perla en lo
profundo del océano. ¡He querido ser pujante! Porque
-Señor, es un poeta. viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un
Mesías todo luz, todo agitación y potencia, y es preciso
El rey tenía cisnes en el estanque, canarios, gorriones, recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal,
censotes en la pajarera: un poeta era algo nuevo y de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de
extraño. amor.

-Dejadle aquí. ¡Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de


mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente
Y el poeta: señor Ohnet! ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni
-Señor, no he comido. habla en burgués, ni pone los puntos en todas las íes.
Él es augusto, tiene mantos de oro o de llamas, o anda
Y el rey: desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y
es opulento, y da golpes de ala como las águilas, o
-Habla y comerás. zarpazos como los leones. Señor, entre un Apolo y un
ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra
Comenzó: cocida y el otro de marfil.
¡Oh, la Poesía!
-Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He
tendido mis alas al huracán; he nacido en el tiempo de ¡Y bien! Los ritmos se prostituyen, se cantan los
la aurora; busco la raza escogida que debe esperar con lunares de la mujeres, y se fabrican jarabes poéticos.
el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del Además, señor, el zapatero critica mis endecasílabos, y
gran sol. He abandonado la inspiración de la ciudad el señor profesor de farmacia pone puntos y comas a mi
malsana, la alcoba llena de perfumes, la musa de carne inspiración. Señor, ¡y vos lo autorizáis todo esto!...
que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de El ideal, el ideal...
arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles,
contra las copas de Bohemia y las jarras donde espumea El rey interrumpió:
el vino que embriaga sin dar fortaleza; he arrojado el
manto que me hacía parecer histrión, o mujer, y he -Ya habéis oído. ¿Qué hacer?
vestido de modo salvaje y espléndido: mi harapo es de
púrpura. He ido a la selva, donde he quedado vigoroso y
Y un filósofo al uso: sobre el oro y sobre las túnicas de los mandarines de
las viejas porcelanas. Y se aplaudían hasta la locura
-Si lo permitís, señor, puede ganarse la comida con una los brindis del señor profesor de retórica, cuajados de
caja de música; podemos colocarle en el jardín, cerca de dáctilos, de anapestos y de pirriquios, mientras en las
los cisnes, para cuando os paseéis. copas cristalinas hervía el champaña con su burbujeo
luminoso y fugaz. ¡Noche de invierno, noche de fiesta! Y
-Sí, -dijo el rey,- y dirigiéndose al poeta: el infeliz cubierto de nieve, cerca del estanque, daba
vueltas al manubrio para calentarse ¡tiririrín,
-Daréis vueltas a un manubrio. Cerraréis la boca. Haréis tiririrín! tembloroso y aterido, insultado por el
sonar una caja de música que toca valses, cuadrillas y cierzo, bajo la blancura implacable y helada, en la
galopas, como no prefiráis moriros de hambre. Pieza de noche sombría, haciendo resonar entre los árboles sin
música por pedazo de pan. Nada de jerigonzas, ni de hojas la música loca de las galopas y cuadrillas; y se
ideales. Id. quedó muerto, tiririrín... pensando en que nacería el
sol del día venidero, y con él el ideal, tiririrín..., y
Y desde aquel día pudo verse a la orilla del estanque de en que el arte no vestiría pantalones sino manto de
los cisnes, al poeta hambriento que daba vueltas al llamas, o de oro... Hasta que al día siguiente, lo
manubrio: tiririrín, tiririrín... ¡avergonzado a las hallaron el rey y sus cortesanos, al pobre diablo de
miradas del gran sol! ¿Pasaba el rey por las cercanías? poeta, como gorrión que mata el hielo, con una sonrisa
¡Tiririrín, tiririrín...! ¿Había que llenar el estómago? amarga en los labios, y todavía con la mano en el
¡Tiririrín! Todo entre las burlas de los pájaros libres, manubrio.
que llegaban a beber rocío en las lilas floridas; entre
el zumbido de las abejas, que le picaban el rostro y le ¡Oh, mi amigo! el cielo está opaco, el aire frío, el día
llenaban los ojos de lágrimas, ¡tiririrín...! ¡lágrimas triste. Flotan brumosas y grises melancolías...
amargas que rodaban por sus mejillas y que caían a la
tierra negra! Pero ¡cuánto calienta el alma una frase, un apretón de
manos a tiempo! ¡Hasta la vista!
Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo
y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado, y
VIDA Y MUERTE:
los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de
'Cruce de caminos', de Miguel de Unamuno
la montaña coronada de águilas, no era sino un pobre
diablo que daba vueltas al manubrio, tiririrín. Entre dos filas de árboles, la carretera piérdese en el
cielo, sestea un pueblecillo junto a un charco, en que
Y cuando cayó la nieve se olvidaron de él, el rey y sus el sol cabrillea, y una alondra, señera, trepidando en
vasallos; a los pájaros se les abrigó, y a él se le dejó el azul sereno, dice la vida mientras todo calla. El
al aire glacial que le mordía las carnes y le azotaba el caminante va por donde dicen las sombras de los álamos;
rostro, ¡tiririrín! a trechos para y mira, y sigue luego.

Y una noche en que caía de lo alto la lluvia blanca de Deja que oree el viento su cabeza blanca de penas y
plumillas cristalizadas, en el palacio había festín, y años, y anega sus recuerdos dolorosos en la paz que le
la luz de las arañas reía alegre sobre los mármoles, envuelve.
De pronto, el corazón le da rebato, y se detiene ¿Cara al ocaso? ¡No, eso nunca! ¡No, eso sí que no,
temblando cual si fuese ante el misterioso final de su antes morirnos!
existencia. A sus pies, sobre el suelo, al pie de un
álamo y al borde del camino, una niña dormía un sueño -¡Pues entonces... por aquí, entre las flores, por los
sosegado y dulce. Lloró un momento el caminante, luego prados, por donde no hay camino!
se arrodilló, después sentose, y sin quitar sus ojos de
los ojos cerrados de la niña, le veló el sueño. Y él Dejando así la carretera fueron campo traviesa, entre
soñaba entretanto. floridos campos -magarzas, clavelinas, amapolas-, adonde
Dios quisiera.
Soñaba en otra niña como aquella, que fue su raíz de
vida, y que al morir una mañana dulce de primavera le Y ella, mientras chupaba un chupamieles con sus labios
dejó solo en el hogar, lanzándole a errar por los de rosa, le iba contando de su abuelo cómo en las largas
caminos, desarraigado. veladas invernizas le hablaba de otros mundos, del
Paraíso, de aquel diluvio de Noé, de Cristo...
De pronto abrió los ojos hacia el cielo la que dormía,
los volvió al caminante, y cual quien habla con un viejo -¿Y cómo era tu abuelo?
conocido, le preguntó: «¿Y mi abuelo?» Y el caminante
respondió: «¿Y mi nieta?» Miráronse a los ojos, y la -Casi era como tú, algo más alto...; pero no mucho, no
niña le contó que, al morírsele su abuelo, con quien te creas..., viejo..., y sabía canciones.
vivía sola -en soledad de compañía solos-, partió al
azar de casa, buscando... no sabía qué...: más soledad Calláronse los dos, siguió un silencio y lo rompió el
acaso. anciano dando a la brisa que iba entre las flores este
cantar:
-Iremos juntos; tú a buscar a tu abuelo; yo, a mi nieta
-le dijo el caminante. Los caminos de la vida,
van del ayer al mañana,
-¡Es que mi abuelo se murió! -dijo la niña. más los del cielo, mi vida,
van al ayer del mañana.
-Volverán a la vida y al camino -contestó el viejo
Y al oírle, la niña dio a los cielos como una alondra,
-Entonces... ¿vamos? esta fresca canción de primavera:

-¡Vamos, sí, hacia adelante, hacia levante! Pajarcito, pajarcito,


¿de dónde vienes?
-No, que así llegaremos a mi pueblo y no quiero volver, El tu nido, pajarcito,
que allí estoy sola. Allí sé el sitio en que mi abuelo ¿ya no le tienes?
duerme. Es mejor al poniente, todo derecho. Si estás solo, pajarcito,
¿cómo es que cantas?
-¿El camino que traje? -exclamó el vejo-. ¿Volverme ¿A quién buscas, pajarcito,
dices? ¿Desandar lo andado? ¿Volver a mis recuerdos? cuando te levantas?
-Así era como tú, algo más chica -dijo llorando el -¡Dios os lo pagará, zagal, en la otra!
viejo-; así era como tú... como estas flores...
Durmiéronse arrimados y soñaron, el viejo, en el abuelo
-¡Cuéntame de ella, pues, cuéntame de ella! de la niña, y ella, en la nietecita que perdiera el
pobre caminante. Al despertar miráronse a los ojos, y
Y empezó el viejo a repasar su vida, a rezar sus como en una charca sosegada que nos descubre el cielo
recuerdos, y la niña a su vez a ensimismárselos, a soterraño, vieron allí, en el fondo, sus sendos sueños.
hacerlos propios.
-Puesto que hay que vivir, si nos quedáramos en esta
«Otra vez...» -empezaba él, y ella, cortándole, decía: casa... ¡La pobre está tan sola! -dijo el viejo.
«¡Lo recuerdo!»
-Sí, sí: la pobre casa... ¡Mira, abuelo, que el pueblo
-¿Que lo recuerdas, niña? es tan bonito! Ayer, el campanario de la iglesia nos
miraba muy fijo, como yendo a decir...
-Sí, sí todo eso me parece cual si fuera algo que me
pasó, como si hubiese vivido yo otra vida. En este punto sonaron las chilejas. «Padre nuestro que
estás en los cielos...» Y la niña siguió: «¡Hágase tu
-¡Tal vez! -dijo el anciano pensativo. voluntá así en la tierra como en el cielo!» Rezaron a
una voz. Y salieron de casa, y les dijeron: «Vosotros,
-Allí hay un pueblo: ¡mira! ¿qué sabéis hacer?, ¡veamos!» El viejo hacía cestas,
componía mil cosas estropeadas; sus manos eran ágiles;
Y el caminante vio en una loma humo de hogares. Luego, industrioso su ingenio.
al llegar a su espinazo, al fondo, un pueblecillo
agazapado en rolde de una pobre espadaña, cuyos dos Sentábanse al arrimo de la lumbre: la niña hacía el
huecos con sus dos chilejas, cual dos pupilas, parecían fuego, y cuidando de la olla le ayudaba. Y hablaban de
mirar al infinito. En el ejido, un zagalejo rubio los suyos, de la otra vida y de aquel otro abuelo. Y era
cuidaba de unos bueyes que bebían en una charca, que, cual si las almas de los otros, también desarraigadas,
cual si fuese un desgarrón de tierra, mostraba el cielo errantes por las sendas de los cielos, bajasen al arrimo
soterraño, y en este otros dos bueyes -dos bueyes de la lumbre del nuevo hogar. Y les miraban silenciosas,
celestiales- que venían a contemplar sus sombras y eran cuatro y no dos. O más bien eran dos, mas dos
pasajeras o darles nueva vida acaso. parejas. Y así vivían doble vida: la una, vida del
cielo, vida de recuerdos, y la otra, de esperanzas de la
-Zagal, ¿aquí hay donde hacer noche, dime? -preguntó el tierra.
viejo.
Íbanse por las tardes a la loma, y de espaldas al pueblo
-¡Ni a posta! -dijo el mozo-. Esa casa de ahí está veían sobre el cielo destacarse, allá en las lejanías,
vacía; sus dueños emigraron, hoy sirve nada más que de unos álamos que dicen el camino de la vida. Volvíanse
guarida para alimañas. Pan, vino y fuego aquí nunca se cantando.
niega al que viene de paso en busca de su vida.
Y así pasaba el tiempo hasta que un día -unos años más vivido!
tarde- oyó otro canto junto a casa el viejo.
Muriose aquella tarde el pobre anciano, el caminante que
-Dime, ¿quién canta esa canción, María? alargó sus días; la niña, con los dedos que cogían
flores del campo -magarzas, clavelinas, amapolas- le
-Acaso el ruiseñor de la alameda... cerró ambos los ojos, guardadores de ensueño de otro
mundo; besole en ellos, lloró rezó, soñó, hasta que
-¡No, que es cantar de mozo! oyendo la canción del camino se fue a quien le llamaba.

Ella bajó los ojos. Y el viejo fue a la tierra: a beber bajo de ella sus
recuerdos.
-Ese canto, María, es un reclamo. Te llama a ti al
camino y a mí a morir. ¡Dios os bendiga, niña!
LO MISTERIOSO
'Médium', de Pío Baroja
-¡Abuelito! ¡Abuelito! -y le abrazaba, cubríale de
besos, le miraba a los ojos cual buscándose. Soy un hombre intranquilo, nervioso, muy nervioso; pero
no estoy loco, como dicen los médicos que me han
-¡No, no, que aquella se murió, María! ¡También yo reconocido. He analizado todo, he profundizado todo, y
muero! vivo intranquilo. ¿Por qué? No lo he sabido todavía.

-No quiero, abuelo, que te mueras; vivirás con Desde hace tiempo duermo mucho, con un sueño sin
nosotros... ensueño; al menos, cuando me despierto, no recuerdo si
he soñado; pero debo soñar; no comprendo por qué se me
-¿Con vosotros me dices? ¿Tu abuelo? Tu abuelo, niña, se figura que debo soñar. A no ser que esté soñando ahora
murió. ¡Soy otro! cuando hablo; pero duermo mucho; una prueba clara de que
no estoy loco.
-¡No, no; tú eres mi abuelo! ¿No te acuerdas cuando yo,
al despertar sola y contarte cómo escape de casa, me La médula mía está vibrando siempre, y los ojos de mi
dijiste: Volverán a la vida y al camino? ¡Y volvieron! espíritu no hacen más que contemplar una cosa
desconocida, una cosa gris que se agita con ritmo al
-Volvieron al camino, sí, hija mía, y a él nos llama esa compás de las pulsaciones de las arterias en mi cerebro.
canción del mozo. ¡Tú con él, mi María; yo... con ella!
Pero mi cerebro no piensa, y, sin embargo, está en
-¡Con ella, no! ¡Conmigo! tensión; podría pensar, pero no piensa... ¡Ah! ¿Os
sonreís, dudáis de mi palabra? Pues bien, sí. Lo habéis
-¡Sí, contigo! Pero... ¡con la otra! adivinado. Hay un espíritu que vibra dentro de mi alma.
Os lo contaré:
-¡Ay, mi abuelo, mi abuelo!
Es hermosa la infancia, ¿verdad? Para mí, el tiempo más
-¡Allí te aguardo! ¡Dios os bendiga, pues por ti he horroroso de la vida. Yo tenía, cuando era niño, un
amigo; se llamaba Román Hudson; su padre era inglés, y manera tan rara, tan rara...
su madre, española.
-Hay que estudiar -dijo, a modo de conclusión, la madre.
Le conocí en el Instituto. Era un buen chico; sí,
seguramente era un buen chico; muy amable, muy bueno; yo Salimos del cuarto, me marché a casa y toda la tarde y
era huraño y brusco. toda la noche no hice más que pensar en las dos mujeres.

A pesar de estas diferencias, llegamos a hacer Desde aquel día esquivé como pude el ir a casa de Román.
amistades, y andábamos siempre juntos. Él era un buen Un día vi a su madre y a su hermana que salían de una
estudiante, y yo, díscolo y desaplicado; pero como Román iglesia, las dos enlutadas; y me miraron y sentí frío al
siempre fue un buen muchacho, no tuvo inconveniente en verlas.
llevarme a su casa y enseñarme sus colecciones de
sellos. Cuando concluimos el curso ya no veía a Román: estaba
tranquilo: pero un día me avisaron de su casa,
La casa de Román era muy grande y estaba junto a la diciéndome que mi amigo estaba enfermo. Fui, y le
plaza de las Barcas, en una callejuela estrecha, cerca encontré en la cama, llorando, y en voz baja me dijo que
de una casa en donde se cometió un crimen, del cual se odiaba a su hermana. Sin embargo, la hermana, que se
habló mucho en Valencia. No he dicho que pasé mi niñez llamaba Ángeles, le cuidaba con esmero y le atendía con
en Valencia. La casa era triste, muy triste, todo lo cariño; pero tenía una sonrisa tan rara, tan rara...
triste que puede ser una casa, y tenía en la parte de
atrás un huerto muy grande, con las paredes llenas de Una vez, al agarrar de un brazo a Román, hizo una mueca
enredaderas de campanillas blancas y moradas. de dolor.

Mi amigo y yo jugábamos en el jardín, en el jardín de -¿Qué tienes? -le pregunté.


las enredaderas, y en un terrado ancho, con losas, que
tenía sobre la cerca enormes tiestos de pitas. Y me enseñó un cardenal inmenso, que rodeaba su brazo
Un día se nos ocurrió a los dos hacer una expedición por como un anillo.
los tejados y acercarnos a la casa del crimen, que nos
atraía por su misterio. Cuando volvimos a la azotea, una Luego, en voz baja, murmuró:
muchacha nos dijo que la madre de Román nos llamaba.
-Ha sido mi hermana.
Bajamos del terrado y nos hicieron entrar en una sala
grande y triste. Junto a un balcón estaban sentadas la -¡Ah! Ella...
madre y la hermana de mi amigo. La madre leía; la hija
bordaba. No sé por qué, me dieron miedo. -No sabes la fuerza que tiene; rompe un cristal con los
dedos, y hay una cosa más extraña: que mueve un objeto
La madre con su voz severa, nos sermoneó por la correría cualquiera de un lado a otro sin tocarlo.
nuestra, y luego comenzó a hacerme un sinnúmero de
preguntas acerca de mi familia y de mis estudios. Días después me contó, temblando de terror, que a las
Mientras hablaba la madre, la hija sonreía; pero de una doce de la noche, hacía ya cerca de una semana que
sonaba la campanilla de la escalera, se abría la puerta Ángeles, la hermana de Román, vino con nosotros a la
y no se veía a nadie. azotea. Al mirar la primera prueba, Román y yo nos
contemplamos sin decirnos una palabra. Sobre la cabeza
Román y yo hicimos un gran número de pruebas. Nos de Ángeles se veía una sombra blanca de mujer de
apostábamos junto a la puerta..., llamaban..., facciones parecidas a las suyas. En la segunda prueba se
abríamos..., nadie. Dejábamos la puerta entreabierta, veía la misma sombra, pero en distinta actitud:
para poder abrir en seguida... ; llamaban..., nadie. inclinándose sobre Ángeles, como hablándole al oído.
Nuestro terror fue tan grande, que Román y yo nos
Por fin quitamos el llamador a la campanilla, y la quedamos mudos, paralizados. Ángeles miró las
campanilla sonó, sonó..., y los dos nos miramos fotografías y sonrió, sonrió. Esto era lo grave.
estremecidos de terror.
Yo salí de la azotea y bajé las escaleras de la casa
-Es mi hermana, mi hermana -dijo Román. tropezando, cayéndome, y al llegar a la calle eché a
correr, perseguido por el recuerdo de la sonrisa de
Y, convencidos de esto, buscamos los dos amuletos por Ángeles. Al entrar en casa, al pasar junto a un espejo,
todas partes, y pusimos en su cuarto una herradura, un la vi en el fondo de la luna, sonriendo, sonriendo
pentagrama y varias inscripciones triangulares con la siempre.
palabra mágica: «Abracadabra.»
¿Quién ha dicho que estoy loco? ¡Miente!, porque los
Inútil, todo inútil; las cosas saltaban de sus sitios, y locos no duermen, y yo duermo... ¡Ah! ¿Creíais que yo no
en las paredes se dibujaban sombras sin contornos y sin sabía esto? Los locos no duermen, y yo duermo. Desde que
rostro. nací, todavía no he despertado.

Román languidecía, y para distraerle, su madre le compró


una hermosa máquina fotográfica. Todos los días íbamos a
pasear juntos, y llevábamos la máquina en nuestras
expediciones.

Un día se le ocurrió a la madre que los retratara yo a


los tres, en grupo, para mandar el retrato a sus
parientes de Inglaterra. Román y yo colocamos un toldo
de lona en la azotea, y bajo él se pusieron la madre y
sus dos hijos. Enfoqué, y por si acaso me salía mal,
impresioné dos placas. En seguida Román y yo fuimos a
revelarlas. Habían salido bien; pero sobre la cabeza de
la hermana de mi amigo se veía una mancha oscura.

Dejamos a secar las placas, y al día siguiente las


pusimos en la prensa, al sol, para sacar las positivas.

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