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Y una noche en que caía de lo alto la lluvia blanca de Deja que oree el viento su cabeza blanca de penas y
plumillas cristalizadas, en el palacio había festín, y años, y anega sus recuerdos dolorosos en la paz que le
la luz de las arañas reía alegre sobre los mármoles, envuelve.
De pronto, el corazón le da rebato, y se detiene ¿Cara al ocaso? ¡No, eso nunca! ¡No, eso sí que no,
temblando cual si fuese ante el misterioso final de su antes morirnos!
existencia. A sus pies, sobre el suelo, al pie de un
álamo y al borde del camino, una niña dormía un sueño -¡Pues entonces... por aquí, entre las flores, por los
sosegado y dulce. Lloró un momento el caminante, luego prados, por donde no hay camino!
se arrodilló, después sentose, y sin quitar sus ojos de
los ojos cerrados de la niña, le veló el sueño. Y él Dejando así la carretera fueron campo traviesa, entre
soñaba entretanto. floridos campos -magarzas, clavelinas, amapolas-, adonde
Dios quisiera.
Soñaba en otra niña como aquella, que fue su raíz de
vida, y que al morir una mañana dulce de primavera le Y ella, mientras chupaba un chupamieles con sus labios
dejó solo en el hogar, lanzándole a errar por los de rosa, le iba contando de su abuelo cómo en las largas
caminos, desarraigado. veladas invernizas le hablaba de otros mundos, del
Paraíso, de aquel diluvio de Noé, de Cristo...
De pronto abrió los ojos hacia el cielo la que dormía,
los volvió al caminante, y cual quien habla con un viejo -¿Y cómo era tu abuelo?
conocido, le preguntó: «¿Y mi abuelo?» Y el caminante
respondió: «¿Y mi nieta?» Miráronse a los ojos, y la -Casi era como tú, algo más alto...; pero no mucho, no
niña le contó que, al morírsele su abuelo, con quien te creas..., viejo..., y sabía canciones.
vivía sola -en soledad de compañía solos-, partió al
azar de casa, buscando... no sabía qué...: más soledad Calláronse los dos, siguió un silencio y lo rompió el
acaso. anciano dando a la brisa que iba entre las flores este
cantar:
-Iremos juntos; tú a buscar a tu abuelo; yo, a mi nieta
-le dijo el caminante. Los caminos de la vida,
van del ayer al mañana,
-¡Es que mi abuelo se murió! -dijo la niña. más los del cielo, mi vida,
van al ayer del mañana.
-Volverán a la vida y al camino -contestó el viejo
Y al oírle, la niña dio a los cielos como una alondra,
-Entonces... ¿vamos? esta fresca canción de primavera:
Ella bajó los ojos. Y el viejo fue a la tierra: a beber bajo de ella sus
recuerdos.
-Ese canto, María, es un reclamo. Te llama a ti al
camino y a mí a morir. ¡Dios os bendiga, niña!
LO MISTERIOSO
'Médium', de Pío Baroja
-¡Abuelito! ¡Abuelito! -y le abrazaba, cubríale de
besos, le miraba a los ojos cual buscándose. Soy un hombre intranquilo, nervioso, muy nervioso; pero
no estoy loco, como dicen los médicos que me han
-¡No, no, que aquella se murió, María! ¡También yo reconocido. He analizado todo, he profundizado todo, y
muero! vivo intranquilo. ¿Por qué? No lo he sabido todavía.
-No quiero, abuelo, que te mueras; vivirás con Desde hace tiempo duermo mucho, con un sueño sin
nosotros... ensueño; al menos, cuando me despierto, no recuerdo si
he soñado; pero debo soñar; no comprendo por qué se me
-¿Con vosotros me dices? ¿Tu abuelo? Tu abuelo, niña, se figura que debo soñar. A no ser que esté soñando ahora
murió. ¡Soy otro! cuando hablo; pero duermo mucho; una prueba clara de que
no estoy loco.
-¡No, no; tú eres mi abuelo! ¿No te acuerdas cuando yo,
al despertar sola y contarte cómo escape de casa, me La médula mía está vibrando siempre, y los ojos de mi
dijiste: Volverán a la vida y al camino? ¡Y volvieron! espíritu no hacen más que contemplar una cosa
desconocida, una cosa gris que se agita con ritmo al
-Volvieron al camino, sí, hija mía, y a él nos llama esa compás de las pulsaciones de las arterias en mi cerebro.
canción del mozo. ¡Tú con él, mi María; yo... con ella!
Pero mi cerebro no piensa, y, sin embargo, está en
-¡Con ella, no! ¡Conmigo! tensión; podría pensar, pero no piensa... ¡Ah! ¿Os
sonreís, dudáis de mi palabra? Pues bien, sí. Lo habéis
-¡Sí, contigo! Pero... ¡con la otra! adivinado. Hay un espíritu que vibra dentro de mi alma.
Os lo contaré:
-¡Ay, mi abuelo, mi abuelo!
Es hermosa la infancia, ¿verdad? Para mí, el tiempo más
-¡Allí te aguardo! ¡Dios os bendiga, pues por ti he horroroso de la vida. Yo tenía, cuando era niño, un
amigo; se llamaba Román Hudson; su padre era inglés, y manera tan rara, tan rara...
su madre, española.
-Hay que estudiar -dijo, a modo de conclusión, la madre.
Le conocí en el Instituto. Era un buen chico; sí,
seguramente era un buen chico; muy amable, muy bueno; yo Salimos del cuarto, me marché a casa y toda la tarde y
era huraño y brusco. toda la noche no hice más que pensar en las dos mujeres.
A pesar de estas diferencias, llegamos a hacer Desde aquel día esquivé como pude el ir a casa de Román.
amistades, y andábamos siempre juntos. Él era un buen Un día vi a su madre y a su hermana que salían de una
estudiante, y yo, díscolo y desaplicado; pero como Román iglesia, las dos enlutadas; y me miraron y sentí frío al
siempre fue un buen muchacho, no tuvo inconveniente en verlas.
llevarme a su casa y enseñarme sus colecciones de
sellos. Cuando concluimos el curso ya no veía a Román: estaba
tranquilo: pero un día me avisaron de su casa,
La casa de Román era muy grande y estaba junto a la diciéndome que mi amigo estaba enfermo. Fui, y le
plaza de las Barcas, en una callejuela estrecha, cerca encontré en la cama, llorando, y en voz baja me dijo que
de una casa en donde se cometió un crimen, del cual se odiaba a su hermana. Sin embargo, la hermana, que se
habló mucho en Valencia. No he dicho que pasé mi niñez llamaba Ángeles, le cuidaba con esmero y le atendía con
en Valencia. La casa era triste, muy triste, todo lo cariño; pero tenía una sonrisa tan rara, tan rara...
triste que puede ser una casa, y tenía en la parte de
atrás un huerto muy grande, con las paredes llenas de Una vez, al agarrar de un brazo a Román, hizo una mueca
enredaderas de campanillas blancas y moradas. de dolor.