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Experiencia del límite que avanza y va rompiendo nuevos límites que llegan a la
autoflagelación: “Simona era aún virgen y le hice el amor por vez primera, cerca del cadáver.
Nos hizo mucho mal, pero estábamos contentos, justo porque nos hacía daño” (P. 44), pero
quizás sobre todo en la experiencia del límite de la visibilidad “A muchos el universo les
parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad
(…) Cuando se entregan ‘a los placeres de la carne’, lo hacen a condición de que sean
insípidos” (P. 43)
Empecé a escribir sin ninguna idea precisa, incitado sobre todo por
el deseo de olvidar, por lo menos provisionalmente, mi identidad
personal. (P. 72)
Aunque toda la Historia del ojo había sido engendrada en mi espíritu sobre dos obsesiones
ya viejas y muy ligadas entre sí, la de los huevos y la de los ojos, los testículos del toro me
parecían ajenos a ese ciclo.(P. 75)
la irritaban sobre todo los ojos. Era extraordinario que no se cerrasen cuando Simona
inundaba su rostro. Los tres estábamos perfectamente tranquilos y eso era lo más
desesperante. Todo lo que significa aburrimiento se liga para mí a esa ocasión, y sobre todo
a ese obstáculo tan ridículo que es la muerte. Y sin embargo, eso no impide que piense en
ella sin rebelarme y hasta con un sentimiento de complicidad. En el fondo, la ausencia de
exaltación lo volvía todo mucho más absurdo y así, Marcela, muerta, estaba más cerca de mí
que viva, en la medida en [75] que, imagino, lo absurdo tiene todos los derechos. (P.44-45)