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En dos notas recientes en El País, Fernando Savater y Santos Juliá adoptan una posición
escéptica ante la celebración de la memoria histórica, aduciendo casos extranjeros—Yugoslavia,
Argentina—para advertir de sus peligros supuestamente inherentes. Aunque de por sí sus notas
aportan poca novedad—forman parte de una polémica de jugadas repetidas en que han
participado también Almudena Grandes, Javier Cercas, Joaquín Leguina (en El País) y Josep
Fontana (en Público)— su intervención invita a reflexionar críticamente acerca de la utilidad de
las comparaciones internacionales en la discusión sobre el lugar que debe asignarse a la memoria
y la historia en una sociedad democrática.
En “Duelo por la República” (25 de junio) Juliá niega que quepa hacer una distinción
moral entre la violencia republicana y la franquista porque en ambos casos se buscaba el
exterminio del enemigo; afirma asimismo que la Transición se hizo posible gracias a la decisión,
por parte de importantes sectores de los dos bandos, de renegar de ese legado violento y de ver la
Guerra Civil “como pasado, como historia, no como algo presente que pudiera determinar el
futuro”; finalmente, advierte contra “la demanda de justicia transicional 35 años después de la
muerte de Franco”, fenómeno que, acuñando un interesante neologismo, asocia con “la creciente
argentinización de nuestra mirada al pasado” (énfasis nuestro).
Por su parte, en “Recuerdos envenenados” (22 de junio) Savater elogia el libro del
politólogo estadounidense David Rieff, Against Remembrance [Contra el recordar/conmemorar]
en donde se advierte del peligro de la memoria histórica o colectiva porque ésta puede hacer
“que la historia misma se parezca más que a nada a un arsenal lleno de armas necesarias para
mantener las guerras o hacer de la paz algo tenue y frío". “[L]a Historia” —resume Savater a
Rieff— “se ocupa de los sucesos como algo pasado, es decir que ya no está, mientras que la
memoria colectiva conmemora el pasado como aún presente —para bien o para mal— y como
razón fundamental de las empresas actuales”. “[L]a memoria colectiva” —remata— selecciona,
sacraliza y mitifica de acuerdo con el narcisismo del grupo y sus ambiciones del momento”, una
posición cercana a la defendida en otros lugares por Juliá.
Es irónico que Juliá y Savater se apoyen en ejemplos extranjeros considerados en
negativo cuando han sido los grupos que claman por el reconocimiento de las víctimas del
franquismo, el fin de la impunidad, la exhumación de fosas comunes, la convocatoria de una
Comisión de la Verdad, etc., los que precisamente han tendido a invocar positivamente el
derecho internacional y el modelo que ofrecen las transiciones realizadas en otros países, como
Sudáfrica, Argentina, Chile, Uruguay, etc. De hecho, es difícil negar que la reciente evolución de
la legislación internacional en torno a los derechos humanos y la justicia transicional ha venido a
reforzar las lecturas críticas de la Transición Española y la institucionalización de la impunidad
que en ella se efectuó. Desde esta perspectiva internacional, la posición de Savater y Juliá se
muestra provinciana, incluso hasta retrógrada, un fenómeno que resulta llamativo en dos
intelectuales con un marcado perfil moderno y liberal.
Pablo Sánchez León y Jesús Izquierdo Martín son autores de La guerra que nos han contado.
1936 y nosotros (Alianza Editorial, 2006); Sebastián Faber es autor de Anglo-American
Hispanists and the Spanish Civil War: Hispanophilia, Commitment, Discipline (Palgrave, 2008).