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Hoy en día se habla de diversidad cultural a partir del nuevo escenario que se ha gestado con la globalización
y con el consecuente desarrollo de los medios de comunicación y de transporte en el último siglo. Con ella
se ha facilitado que los contactos, que una vez fueron esporádicos o limitados a quienes eran vecinos
geográficos, en la actualidad sean constantes y tengan lugar entre personas de lugares distantes y culturas
disímiles, poniendo en evidencia así una aún más grande multiplicidad de visiones y expresiones culturales
humanas.
Existen dos posibles situaciones para enfrentar el reconocimiento de la diversidad en el encuentro entre
culturas diferentes:
a) Por un lado, se puede establecer una jerarquía de las diferencias que implica, en muchos casos,
discriminación y dominación. Las jerarquías conducen a prácticas discriminatorias. En esta situación,
las relaciones entre culturas se vuelven hostiles y destructivas. Esto ocurre cuando se niega a ciertas
personas las oportunidades de acceso a los recursos básicos basándose en sus características
culturales; cuando se les discrimina por su origen étnico, o por su lengua, o por otros aspectos de su
cultura que lo hacen diferente.
b) Por otro lado, frente a la diversidad puede darse también la aceptación, el respeto y un proceso de
creatividad y mutuo enriquecimiento. Para ello, lo primero que debe darse es la capacidad de
representar las diferencias para luego entrar en un proceso de aceptación del otro. Se trata de
reconocer que el otro tiene el mismo derecho que cualquier ser humano a construir su identidad y
su conciencia.
Las distintas culturas que están presentes en diferentes espacios de la vida cotidiana, como el barrio, la
escuela, la ciudad, la región, el país, etc. se encuentran en permanente contacto e interacción entre sí,
transformándose mutuamente y generando además nuevas culturas a lo largo del tiempo y del espacio.
Desde este punto de vista los “bordes” entre las distintas culturas no son fácilmente identificables, y mucho
menos, estáticos , ya que las culturas, al igual que las identidades, cambian.
Estas transformaciones constituyen la manifestación más evidente de la diversidad cultural y el desafío que
ella plantea es el de poder entender el sentido que cada práctica, símbolo u objeto tiene para una persona
de una cultura distinta a la propia. Al desarrollar esta capacidad de empatía podemos enriquecer la visión
propia del mundo y generar nuevos espacios de diálogo e intercambio. Una mirada capaz de ponerse en el
lugar del otro es fundamental para el desarrollo de los espacios de diversidad humana.