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A cien años del hundimiento del Titanic, son muchas las historias que salen a

flote como la de los tres sacerdotes que por distintos motivos se encontraban a
bordo del barco la noche de su hundimiento y ayudaron heroicamente a muchos
pasajeros a subirse a los botes salvavidas y, en los momentos finales,
acompañaron con los sacramentos y la oración a las víctimas del desastre.
El P. Juozas Montvila, sacerdote nacido en 1885 en Lituania, era el más joven
de los tres presbíteros a bordo del transatlántico. Se dirigía a Estados Unidos
para servir pastoralmente a las comunidades de inmigrantes lituanos en Nueva
York o en Massachusetts. El presbítero fue sido prohibido de ejercer su
ministerio católico en su tierra natal, en medio de la represión religiosa de los
zares rusos.

De acuerdo al testimonio de sobrevivientes, el P. Montvila “sirvió su llamado


hasta el fin”, rehusándose a escapar, mientras ayudaba a otros pasajeros a
alcanzar los botes salvavidas. El P. Montvila es considerado un héroe en
Lituania.
Por su parte el P. Joseph Peruschitz , sacerdote benedictino alemán, viajaba a
Estados Unidos para asumir el cargo de director de la escuela de preparación de
los benedictinos en Collegeville, Minnesota.
Durante el viaje, y a semejanza de los otros dos sacerdotes, el presbítero
escuchó confesiones y celebró Misa cada día.
Según el testimonio de un sobreviviente que los divisó a la distancia mientras
su bote se alejaba, en los últimos minutos de la tragedia, el P. Peruschitz junto
al P. Thomas Byles dirigieron el rezo del Rosario junto a las víctimas que habían
quedado a bordo, al tiempo que las olas llegaban a la cubierta.
El P. Thomas Byles viajaba rumbo a Norteamérica para presidir el matrimonio
de su hermano, William. Al momento de la colisión del Titanic contra el iceberg
que ocasionó la catástrofe, Byles se encontraba rezando con su breviario.
Todos los testimonios de los sobrevivientes coinciden en destacar el gran
liderazgo y el valor demostrado por el sacerdote británico.

A las 2:20 de la madrugada del 15 de abril, la hora en que se hundió


completamente el barco, el P. Byles, rezó el Acto de Contrición junto a los fieles
que permanecían de rodillas junto a él, y les dio la absolución general.

Una historia particular es la del P. Francis


Browne, quien viajó a bordo del Titanic pero como seminarista jesuita y se libró
de la tragedia. Pese a que una pareja de millonarios que conoció en el barco se
ofreció a pagarle el viaje a Nueva York, su superior le ordenó que abandonara
la nave en el último puerto europeo en el que se detuvo el Titanic, antes de
dirigirse a Estados Unidos.
“Salga de esa nave” reza claramente el telegrama que recibió el P. Browne y
que debido a su “santa obediencia”, lo salvó de la catástrofe. El sacerdote jesuita
mantuvo esa nota en su billetera hasta el último de sus días.
Sin embargo, durante el poco tiempo que estuvo al interior del Titanic, el
entonces joven seminarista, aficionado a la fotografía, retrató el estilo de vida
de los pasajeros y la tripulación del transatlántico.
El P. Browne sirvió luego como capellán de las fuerzas irlandesas durante la I
Guerra Mundial, demostrando gran valor, lo que le fue recompensado con
varias condecoraciones, entre ellas la Cruz Militar.
Recorrió pastoralmente toda Irlanda y Australia, fotografiando todo a su paso.
Al momento de su muerte, en 1960, sus imágenes sumaban 42,000.
El P. Edward O’Donnell, compañero del P. Browne, sacó a la luz sus
fotografías olvidadas y las calificó como un “equivalente fotográfico al
descubrimiento de los pergaminos del mar muerto”.

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