Era el momento más triste de mi vida. No he
Se me
vivido algo más difícil. Mi mamá no volvería, así
es la muerte, ¿no? Mis amigos desaparecieron,
mi familia también y yo me sentía muriendo. Él
fue el único que no desapareció, Dios. Estuvo
incluso cuando lo odiaba, es que creía que Él era
el culpable de todo. Lo llamaba y le decía que no
quería saber nada de Él. Quería que sintiera lo
mucho que me había herido. Pero luego, le
rogaba que no me dejara sola, que me dolía el
corazón.
Así fue como conocí su amor paciente,
respetuoso y persistente, en medio del dolor más
grande. No hice mucho más que hablarle, no use
ninguna palabra muy difícil, hablé tal como te
cuento esto a ti y Él se encargó de hacerme saber
que estaba para mí. Tomó mi mano y me
acompañó durante todo ese largo camino. No
volví a sentirme sola otra vez.
Tal vez tú también quieras un amigo así….
Hace algunos años atrás luché contra la
depresión. Fue un momento muy difícil. Comenzó
primero en la noche, no podía dormir. Entonces
el cansancio era muy grande al otro día. Me
sentía abrumada en medio de la inseguridad y el
descontrol. Pensé que nunca saldría de ese
oscuro capítulo de mi vida.
Yo he buscado a Dios en otros momentos de mi
vida, pero en ésta crisis fue muy distinto. Le
decía, con un clamor desde las entrañas: “no me
voy a parar de aquí hasta sentir que estás
conmigo”. Una y otra vez. Durante horas. Durante
meses.
No respondió de un día para otro, pero poco a
poco Él empezó a levantarme. Él me tendió la
mano en medio de esa oscuridad y yo aprendí a
poner al Señor en el lugar que le correspondía. En
el primer lugar de mi corazón.
Ahí, en medio de mis días más oscuros, conocí un
Dios que no te desampara, un Dios que se
preocupa de consolar el dolor de un corazón
afligido.
Encontré fotos, él me estaba engañando.
apretó la garganta y no podía respirar. El aire se
quedó retenido, no llegaba a mis pulmones. Sólo
sentía dolor, rabia e impotencia. De esos
sentimientos que te abruman, que te derrumban
por dentro. Que te dejan en ruinas.
Mi hermana me habló del verdadero amor, yo
creí que hablaba de conocer otro hombre, pero
hablaba de Dios. Yo me reí y pensé: “mi hermana
no entiende nada”. Pero parece que era yo quién
no entendía. No me culpes… es que para mi Dios
era alguien que sólo estaba pegado a esa cruz.
Pero un día sin previo aviso Él se hizo real para
mí, se bajó de esa cruz, me miró a los ojos y sanó
mi corazón herido. Luego de ese día, fui una y
otra vez cada vez que vi mi corazón hecho trizas y
Él lo tomó con cuidado y comenzó otra vez a
sanar cada parte. Un día me decidí, dejé en sus
manos mi corazón, sabía que estaría seguro.
Recuerdo mi infancia y esos momentos tan tristes
y llenos de temor. Mi papá y el alcohol. Era vivir
con dos personas distintas: uno de día, que tenía
una vida normal y otra de noche. Recuerdo no
poder disfrutar esos momentos de “normalidad”,
sabíamos que vendría el momento dónde el
alcohol lo cambiaría todo. Es que desde días
antes me empezaba angustiar, a preocupar. Sabía
que todo lo bonito terminaría en algo triste. Todo
lo bonito terminaría en violencia, gritos, romper
cosas, golpes a mi mamá…
Esta historia podía haber terminado como las
historias de la televisión, pero no fue así. Un día
mi papá conoció a Dios y yo creo que sintió el
verdadero amor. Él también tuvo una vida de
maltrato, pero el Señor, no sé bien cómo, todo lo
cambió. Fueron muchos años orando, pidiendo a
Dios lo que creíamos era un verdadero milagro
hasta que llegó el gran día: Dios cambió la
violencia por su dulce amor. Si conocieras a mi
papá hoy, pensarías que esta historia es falsa. Así
es Dios, hace todo nuevo aunque parezca
imposible.
Recuerdo los golpes, recuerdo los insultos,
recuerdo las tocaciones sexuales. Era un niño,
pero en esos días, lo único que deseaba era ser
un perro porque pensaba que los perros no
sentían, que los podían abandonar y no se daban
cuenta. Es que el abandono me tenía destrozado.
Tuve un accidente y me quebré mi codo. Esto
obligó a mi mamá hacerse cargo de mí. En la casa
de mi mamá conocí a mi papá y él me llevó a una
iglesia. Fue entonces cuando Dios se sentó junto
a mí y limpió todo lo que habían dejado las
historias de mi infancia. Él no tenía que hacerlo,
él no tenía porque curar a ese niño, pero lo hizo.
Fue ahí que conocí a un Dios que no es
indiferente al deseo de un niño. Cuando nadie
podía escuchar mi dolor, Él desde las ventanas de
los cielos me vio a mí y quiso intervenir en mi
historia. Escribió otro final.
Estaba tan acostumbrado a estar solo que sentía
que no necesitaba a mi esposa. No me sentía mal
si ella no me hablaba. No la insultaba pero creaba
una brecha más y más grande entre nosotros con
mis silencios. Todos me decían que la solución era
separarme, me ofrecían incluso ayuda para eso.
Entonces tomé un camino distinto, oré. Le pedí a
Dios que hiciera algo, yo quería ser un buen
esposo y que fuera la muerte la que nos separara
y no los traumas del pasado. Volví a la iglesia y
aunque me sentía menospreciado por quienes
me habían visto crecer, decidí quedarme. No
siempre nos recibirán con las puertas abiertas,
pero yo quería hacer lo correcto.
No es que hoy todo se haya resuelto por arte de
magia, pero muchas cosas han cambiado. Y hoy
mi vida está fuera de lo que yo hubiera imaginado
o soñado. Así es la vida que Dios me regaló.
Yo tenía como 18 años y me sentía sola. Lo único
que quería era un pololo. Entonces conocí a
alguien, me enamoré pero fue un completo
martirio. Quedé embarazada, el papá sólo
carreteaba y no aportaba nada. Decidí terminar y
él hizo su vida. Rogué, clamé porque quería que
él volviera. Quería estar con él otra vez. Eso era
mejor que la soledad. Es que nunca tuve una
familia y ahora sólo quería tener una. Oraba a
Dios, le pedía que él regresara. Yo quería que mi
hijo tuviera a su papá.
Me juntaba con él, discutíamos y él me hería. Nos
dañamos tanto… yo tenía tanta rabia. Esto pasó
una y otra vez, hasta que un día, en lo más
profundo de la soledad, le dije al Señor que yo
había entendido que él no era para mí. Aún hoy
lo creo, fue lo mejor para mi alejarme de él. Si yo
hubiera seguido mis planes habría sido un
infierno para mi hijo, el mismo infierno que vivió
mi mamá. Si Dios quiere pondrá un buen hombre
en mi vida, mientras tanto, su amor es suficiente
para mí.
A los 22 años me vino una parálisis a la mitad del
cuerpo. Fue el momento más angustiante de mi
vida. El mundo se vino abajo cuando los doctores
me condenaron a una silla de ruedas. No tenía
otra salida que el suicidio. No podía mover nada
más que mis ojos. Entonces vino entonces un
hombre y me habló de Jesús, me dijo que me
amaba y que podía quitar el peso de todos mis
más pesados errores, que Él podía darme una
vida nueva en el cielo. Yo sólo podía mover mis
ojos para decir si o no a su pregunta. Pensé
entonces: ¿qué pierdo? Entonces moví mis ojos,
dije sí. Esa tarde le pedí a Jesús que entrara a mi
corazón. Un año y medio luego de esa oración me
recuperé. Al recuperarme vino una depresión
muy grande, Dios me decía: “tu no tuviste ni
padre ni madre, ¿quieres que tu hija pase lo
mismo que tú? A través de ella -y otras formas-
Dios me sacó poco a poco del dolor. Dios hizo
algo con mi vida, ya no soy el mismo hombre que
llegó el año 85 a la iglesia. Me regaló una vida
nueva.