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No podemos en este curso ver con detalle la evolución del pensamiento teológico ni litúrgico
del bautismo. Hemos elegido algunos testimonios para que nos sirvan de referencia. Sin
embargo esto nos puede dar una idea del camino que tomó la reflexión teológica en los Padres
de la Iglesia.
San Agustín
Otro paso importante en la teología bautismal se da con San Agustín, en la segunda mitad del
siglo IV. El se enfrenta los donatistas, secta hereje que ante la afluencia en masa de la gente
intenta guardar la pureza y santidad de la Iglesia. Ellos sostenían la necesidad de ministros
santos para administrar los sacramentos. Para los donatistas todo bautismo administrado en la
Iglesia Católica era inválido y por eso ellos bautizaban a quienes se les acercaban.
San Agustín defiende la doctrina ortodoxa de la eficacia del bautismo más allá de la santidad
del ministro y recurre a la imagen del sello para explicar la dimensión objetiva del sacramento.
Así distingue el “signum sensibile” (compuesto de agua y palabra) y la “res” invisible y
espiritual distinta a su vez del fruto del sacramento. En otras palabras, el elemento sensible del
sacramento, en este caso el agua y la palabra, dejan una huella indeleble en la persona.
Posteriormente esta marca dará su fruto que son las obras del bautizado. Esta huella o “sello”
dejan una marca en la persona, al modo de cuño de una moneda o marca de propiedad de un
ganado. Esto dará lugar más tarde a lo que hoy llamamos carácter sacramental. Siendo este
efecto puramente objetivo, sus presupuestos son también objetivos y consisten en administrar
el bautismo según la ley de la Iglesia. Quien otorga validez objetiva al sacramento es su autor y
causa: el mismo Cristo.
De esta manera explica cómo puede haber un bautismo válido aunque sus frutos se vean
“bloqueados” por cuestiones ajenas al sacramento. San Agustín no olvida el aspecto subjetivo
y también subraya la necesidad de las “caritas”, el amor para que la recepción de este
sacramento sea provechosa.
Pero San Agustín debe enfrentar también a otro grupo heterodoxo, los pelagianos. Esta secta
sostenía que todo hombre nace en la misma condición de Adán, es decir, sin pecado original.
Consecuentemente negaban la necesidad del bautismo como purificación de los pecados.
Esto lleva a San Agustín a insistir en la universalidad del pecado y de la necesidad del mismo
para la salvación. Esto se volvió problemático frente al bautismo de los niños y Agustín debió
admitir que los niños muertos sin bautizar se condenan, aunque “sin duda, será la más suave
de las condenaciones posibles”
1
Cfr. D. Borobio, La iniciación cristiana, p. 187.