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Desarrollo histórico de la Teología del Bautismo

No podemos en este curso ver con detalle la evolución del pensamiento teológico ni litúrgico
del bautismo. Hemos elegido algunos testimonios para que nos sirvan de referencia. Sin
embargo esto nos puede dar una idea del camino que tomó la reflexión teológica en los Padres
de la Iglesia.

El testimonio de la Tradición Apostólica de San Hipólito


Uno de los testimonios más antiguos que tenemos de un ritual del bautismo es la “Tradición
Apostólica” de San Hipólito, sacerdote romano que muere mártir en el año 235. Allí nos
encontramos con el siguiente testimonio:
Al cantar el gallo se rezará primero sobre el agua. Los candidatos se
quitarán la ropa y se bautizarán primero los niños. Todos los que puedan
hablar por sí mismos, hablarán. Quienes no puedan, sus padres hablarán
por ellos o alguno de su familia.
En el momento fijado para el bautismo el obispo dará gracias sobre el óleo
que pondrá en un vaso, se le llamará óleo de la acción de gracias. Tomará
además otro óleo que exorcizará y que se llamará óleo de exorcismo. El
sacerdote tomando a cada uno de los candidatos, les ordenará renunciar
diciendo: "renuncio a ti Satanás y a toda tu pompa y a todas tus obras".
Tras la renuncia de cada uno, el sacerdote lo unge con óleo, diciendo: "que
se aleje de ti todo espíritu malo". Así lo entregará al obispo o al sacerdote
que está junto al agua para bautizarlo.
Un diácono bajará con él de este modo. Cuando el bautizado baje al agua,
el que bautiza le dirá: "crees en Dios Padre Todopoderoso?". El bautizado
dirá: "Creo". Entonces el que bautiza, teniendo la mano puesta sobre su
cabeza, lo bautizará (sumergirá) una vez. Luego le dirá: "Crees en
Jesucristo, el Hijo de Dios que nació por el Espíritu Santo de la Virgen María,
fue crucificado por Poncio Pilato, murió, resucitó al tercer día, vivo de entre
los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; que
vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?" Y cuando haya dicho "creo", lo
bautizará otra vez. De nuevo el que bautiza dirá: "Crees en el Espíritu
Santo, en la Santa Iglesia?". El bautizado dirá "creo", y así será bautizado
por tercera vez.
Luego cuando haya subido, será ungido por el sacerdote con el óleo de
acción de gracias... y así luego de enjuagarse, se vestirán de nuevo y
entrarán en la Iglesia. El obispo imponiéndoles las manos dirá la
invocación: "Señor Dios, que los has hechos dignos de obtener el perdón de
los pecados por el baño de regeneración, hazlos dignos de llenarse del
Espíritu Santo y envía sobre ellos tu gracia, para que te sirvan según tu
voluntad". Luego derramando el óleo de acción de gracias y poniéndoselo
sobre la cabeza dirá: "Te unjo con el óleo santo de Dios Padre
Todopoderosos y en Cristo Jesús y en el Espíritu Santo".
Y después de haberlo signado en la frente le dará el beso y dirá: "El Señor
esté contigo", y el que ha sido signado dirá: "Y con tu espíritu". Así hará el
obispo con cada uno. Y a continuación rezarán todos juntos en adelante
con todo el pueblo.
Este testimonio es importante por varios detalles que aparecen en el texto. Por lo pronto, ya
se atestigua el bautismo de niños. También están claras las distintas partes: las renuncias, la
profesión de fe, la triple inmersión en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, la doble
unción. Cómo se puede apreciar, ya desde el comienzo, el rito del Bautismo se fue
enriqueciendo con otros ritos ilustrativos.

Tertuliano y el primer tratado sobre el bautismo


El primer tratado teológico sobre el bautismo lo encontramos recién con Tertuliano. Nace en
Cartago, África, hacia fines del siglo II. Abogado, de padres paganos, se convierte y es
ordenado sacerdote. Muere en la herejía montanista en el año 220.
Su tratado “De Baptismo” está escrito contra los herejes que negaban lo que hoy llamaríamos
la “mediación sacramental”, es decir que el agua material pueda ocasionarnos un bien
espiritual.

San Cipriano y el bautismo de los herejes


Cipriano es contemporáneo de Tertuliano. Sacerdote y después obispo de Cartago. Muere en
el año 258. Plantea gravemente la validez del bautismo de los herejes. Defiende la opinión de
que este bautismo no tiene eficacia porque el Espíritu Santo no actúa fuera de la Iglesia. Ante
la multiplicación de sectas que se desviaban de la doctrina ortodoxa surge inevitablemente la
pregunta sobre el bautismo practicado por estos grupos ¿había que considerar válidos estos
bautismos o había que volver a bautizarlos? Dicho de otra manera, si el bautismo se recibe
cuando uno se convierte ante la predicación del Evangelio, ¿puede ser válido un bautismo que
es respuesta a una predicación herética?
En la práctica había dos respuestas: la iglesia africana bautizaba a todos aquellos que habían
sido bautizados por herejes. La iglesia romana, en cambio, entendía que esto era repetir el
bautismo y por lo tanto se negaba a rebautizar a los cristianos en esa condición. Si bien ambas
posturas afirmaban que el bautismo no podía repetirse no se ponían de acuerdo sobre cuáles
eran los requerimientos mínimos necesarios para considerar válido un bautismo.
Finalmente la cuestión se centró en la siguiente pregunta: ¿Puede un ministro hereje
administrar un bautismo válido? O dicho en otras palabras, ¿un bautismo es válido por obra de
Dios o del ministro?. En el Concilio de Arles (314) se impuso la opinión de Roma donde se
subraya la eficacia del bautismo en virtud del nombre de Cristo y no por la santidad del
ministro. De esta manera se salvó la eficacia objetiva del sacramento frente a las
consideraciones subjetivas y éticas del planteo africano.

San Agustín
Otro paso importante en la teología bautismal se da con San Agustín, en la segunda mitad del
siglo IV. El se enfrenta los donatistas, secta hereje que ante la afluencia en masa de la gente
intenta guardar la pureza y santidad de la Iglesia. Ellos sostenían la necesidad de ministros
santos para administrar los sacramentos. Para los donatistas todo bautismo administrado en la
Iglesia Católica era inválido y por eso ellos bautizaban a quienes se les acercaban.
San Agustín defiende la doctrina ortodoxa de la eficacia del bautismo más allá de la santidad
del ministro y recurre a la imagen del sello para explicar la dimensión objetiva del sacramento.
Así distingue el “signum sensibile” (compuesto de agua y palabra) y la “res” invisible y
espiritual distinta a su vez del fruto del sacramento. En otras palabras, el elemento sensible del
sacramento, en este caso el agua y la palabra, dejan una huella indeleble en la persona.
Posteriormente esta marca dará su fruto que son las obras del bautizado. Esta huella o “sello”
dejan una marca en la persona, al modo de cuño de una moneda o marca de propiedad de un
ganado. Esto dará lugar más tarde a lo que hoy llamamos carácter sacramental. Siendo este
efecto puramente objetivo, sus presupuestos son también objetivos y consisten en administrar
el bautismo según la ley de la Iglesia. Quien otorga validez objetiva al sacramento es su autor y
causa: el mismo Cristo.
De esta manera explica cómo puede haber un bautismo válido aunque sus frutos se vean
“bloqueados” por cuestiones ajenas al sacramento. San Agustín no olvida el aspecto subjetivo
y también subraya la necesidad de las “caritas”, el amor para que la recepción de este
sacramento sea provechosa.
Pero San Agustín debe enfrentar también a otro grupo heterodoxo, los pelagianos. Esta secta
sostenía que todo hombre nace en la misma condición de Adán, es decir, sin pecado original.
Consecuentemente negaban la necesidad del bautismo como purificación de los pecados.
Esto lleva a San Agustín a insistir en la universalidad del pecado y de la necesidad del mismo
para la salvación. Esto se volvió problemático frente al bautismo de los niños y Agustín debió
admitir que los niños muertos sin bautizar se condenan, aunque “sin duda, será la más suave
de las condenaciones posibles”

Santo Tomás de Aquino


La teología sigue profundizando en los sacramentos en general y en el bautismo en particular.
Al llegar al siglo XIII nos encontramos con Santo Tomás de Aquino quien hace un gran trabajo
de síntesis teológica. La doctrina de los sacramentos alcanza en esta época una primera
plenitud. Con Santo Tomás se impone la noción de carácter sacramental. Al mismo tiempo se
relativiza un tanto la necesidad del bautismo de agua gracias a los conceptos de bautismo de
sangre y de deseo. El bautismo de sangre ha sido reconocido siempre por la Iglesia y hace
referencia al martirio. Con el concepto de bautismo de deseo Tomás intenta explicar que
aquellos que no están bautizados pero lo desean o lo anhelan también reciben la gracia de
Dios. Este bautismo de deseo debe llevar lo antes posible al bautismo de agua, ya que da la
gracia pero no permite la recepción de los otros sacramentos.
Es interesante esta distinción porque nos permite ver con claridad cómo entiende Santo
Tomás la diferencia entre el signo sacramental y la gracia de Dios. Esta se puede recibir más
allá del signo, aunque ordinariamente lo recibamos a través de los signos sensibles que son los
sacramentos.
Los reformadores, Trento y la contrarreforma
La doctrina de los reformadores es variada con respecto al bautismo. De todas maneras, son
derivaciones del pensamiento de Lutero. Éste acepta el bautismo como sacramento, pero
afirma, como en todos los demás sacramentos, que su eficacia consiste en la aceptación por la
fe del sujeto que lo recibe. Pone especial fuerza en la Palabra, que suscita la fe, y no tanto en el
agua bautismal. Con respecto al bautismo de niños, Lutero lo acepta pero es evidente que
pone las bases para que sus discípulos lo nieguen. Esto sucede hacia 1523 cuando los
“anabaptistas” eliminan el bautismo de niños, enfrentándose incluso con el mismo Lutero.
La respuesta de la Iglesia se da en el concilio de Trento. La teología posterior quedará marcada
durante 400 años por este concilio. Son entendibles las tres preocupaciones principales que se
manifiestan: la insistencia en la eficacia del bautismo, para clarificar el tema d la justificación y
el perdón de los pecados; la defensa de la validez y el valor del bautismo de niños, sin hacerlo
depender del acto personal de fe o de la ratificación posterior del sujeto; y la pertenencia y
sometimiento de los bautizados a la disciplina de la Iglesia, por razón del carácter bautismal1.
La teología posterior no agregará nada nuevo, sino que fortalecerá las ideas de Trento, hasta la
renovación del Concilio Vaticano II.

1
Cfr. D. Borobio, La iniciación cristiana, p. 187.

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