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Para llegar a la década del 70 y analizar el comportamiento de la juventud, es

necesario remontarse unos años atrás para entender la magnitud de los cambios.
Después de la 2ª guerra mundial, la injerencia de los jóvenes comienza a ser una
realidad, hasta esos momentos la opinión, la toma de decisiones por parte de los jóvenes era
casi nula, el mundo era de los mayores. La rebelión se transformó en música y nace un ritmo
que va a cambiar el mundo: el rock. Nace, como el tango, en las áreas marginales, se baila
entre hombres y se fortalece en los reformatorios, donde iban a parar los hijos de los que
lucharon y murieron en la gran guerra. Los adultos espantados, ¿qué hacían esos jóvenes
moviendo las caderas como si fueran africanos? ¿música o gritos? Escándalo. Y el rock se
expande por el mundo.
Pero el rock no viene solo, lo acompaña una nueva concepción de la sexualidad que
nada tiene que ver lo tradicional: el amor libre, disfrutar del sexo sin remordimientos, no hay
activos y pasivos, hay parejas y la vida se vive de otra manera. Acompañan estos cambios
ropas diferentes en ambos sexos que inquietan a los adultos y enloquecen a los jóvenes. Las
estructuras tradicionales se quiebran. Los jóvenes quieren más libertad.
En los países centrales y poderosos (Estados Unidos y Europa) la protesta juvenil se
manifiesta a través de los hippies, pelos largos, vivir en comunidades, oponerse a la violencia,
especialmente a la guerra, vivir el momento, amar la naturaleza y especialmente oponerse al
alto grado de industrialización de los países centrales. Por su parte, en los países de la
periferia, llamados Tercer Mundo, las actitudes de los jóvenes son diferentes, es más concreta
y buscan romper con el imperialismo Decisiva influencia tuvieron las artes, especialmente el
folclore, la pintura e incluso el cine para impulsar y valorizar la cultura como una herramienta
válida contra la penetración imperial. En Latinoamérica, la década del 60 significó el resurgir de
los valores culturales propios, Gabriel García Márquez, Chico Buarque de Holanda, Miguel
Ángel Asturias, Julio Cortazar, Augusto Roa Bastos, Caetano Veloso, Leonardo Favio, Los
Fronterizos, Los Quilapayún, Gluber Rocha, Mercedes Sosa, son solo algunos de los que
universalizaron la cultura Latina en el mundo y fortalecieron el nacionalismo de los jóvenes.
Correlato de estos cambios, es la Revolución Cubana, Fidel Castro con menos de 30
años irrumpe en el escenario mundial produciendo una revolución donde sus líderes, además
de barbudos, son jóvenes. Los ideales latinoamericanistas recorren el continente y los jóvenes
son los más entusiastas y exaltados.
La prepotencia de los Estados Unidos en Indochina, luego de la derrota francesa,
genera una violenta reacción de los jóvenes, que se inicia en el propio Estados Unidos y se
expande por todo el mundo. En nuestro país las manifestaciones son impulsadas por la
izquierda y se suman miles de jóvenes, especialmente estudiantes secundarios y universitarios.
Se utilizaba mucho los festivales de repudio, los “jóvenes” Mercedes Sosa y Jorge Cafrune,
surgieron a la fama en esos festivales, Joan Manuel Serrat era también un asiduo participante
de estos eventos.
El Mayo Francés, 1968, marca el mayor compromiso de la juventud europea con
cambios profundos. Aliándose a los obreros de las fábricas de automóviles que estaban de
huelga, producen la mayor revuelta estudiantil que se tenga memoria y se expandió por toda
Europa. Se le suman los artistas; Geraldine Chaplin parte en dos la pantalla de cine del Festival
de Cannes, Julio Cortazar, toma, con los estudiantes latinos, el Pabellón Argentino de la
Sorbona y la bautizan “comandante Che Guevara”
En Argentina la dictadura de Onganía, no es diferente a los otros gobiernos militares
que, desde la caída del Peronismo se alternaron con gobiernos títeres (el peronismo no podía
votar) que poco a poco van vendiendo o hipotecando el patrimonio nacional. En 1969, la
rebelión estalla en Corrientes de la mano de los estudiantes, hartos de autoritarismo agravado
por el asesinato de el joven Juan José Cabral, continua en el Rosariazo para finalmente llegar al
Cordobazo que sacudió a toda la Argentina. Allí nuevamente los estudiantes lucharon codo a
codo con los obreros en búsqueda de la libertad y contra la dictadura. Se inicia la decadencia
de los militares y la ciudadanía reclama nuevamente un gobierno democrático elegido por el
Pueblo.
El triunfo de la Revolución Cubana y la Revolución Argelina por medio de las armas,
hace pensar a los militantes que la alternativa ya no es la coexistencia pacífica, sino alcanzar la
revolución a través de las armas. “A la violencia brutal de la antipatria, opondremos la
violencia popular organizada”, la frase de Evita es el estandarte de los jóvenes.
La década del 70, tiene muchísimos aspectos interesantes, pero tal vez los más
significativos sean: la peronización del estudiantado, el nacimiento de la guerrilla y el regreso
de Perón luego del exilio de 18 años.
Es increíble como jóvenes que apenas conocieron a Perón, se sumaran a las filas del
peronismo, la J.P. (Juventud Peronista) irrumpe en el escenario político con una fuerza
inusitada, trabaja en los barrios, organiza a los jóvenes, realiza actos relámpagos que ponen en
jaque a Lanusse y sus policías.
El secuestro y ejecución de Pedro Aramburu, responsable directo del asesinato de Juan
José Valle y otros dirigentes peronistas en el 56 y también responsable de la profanación y
ocultamiento del cadáver de Evita, marca el nacimiento de la organización armada
Montoneros, tomando para si el nombre de los caudillos que lucharon en defensa de la
nacionalidad. Pero no eran los únicos, otros grupos armados jaquear al sistema con la
consigna: Perón Vuelve: las Fuerzas Armadas Revolucionarias (F.A.R.), las Fuerzas Armadas
Peronistas (F.A.P.), “Descamisados”, entre otras que terminaron unificándose bajo un solo
nombre: MONTONEROS. Detalle importante, la edad promedio de los jóvenes militantes tanto
en la guerrilla como en la periferia (J.P.) era de 23 años. No se debe olvidar también que existía
la guerrilla de izquierda representada por el ERP (Ejercito Revolucionario del Pueblo) pero sin
el acompañamiento de masas de las Formaciones Especiales del Peronismo (así llamaba el
Gral. Perón a la guerrilla)
Fueron tiempos de heroísmo y lucha, toda Latinoamérica se sacudía frente a la
guerrilla y el idealismo de sus militantes. Brasil, Uruguay, Colombia, Bolivia, Chile
acompañaban a la Argentina en sus luchas contra el imperio. Pero el enemigo no es sonso y
armó su estrategia que contó, por supuesto con el apoyo de los cipayos nativos, así dictaduras
militares cayeron sobre Latinoamérica, Chile, Uruguay, Perú, Bolivia y finalmente Argentina.
30.000 desaparecidos solamente en nuestro país y una brutal represión marcan la hazaña de
los militares de turno, por supuesto entrenados en West Point, (E.E.U.U.) como corresponde.
Ser joven en los 70 era ser conciente de lo que queríamos: una patria económicamente
LIBRE, políticamente SOBERANA y socialmente JUSTA, amábamos el folklore y el Ser Nacional,
y precisamente, el Ser Nacional nos hacia aún más latinoamericanos. La militancia era algo
natural, nadie cobraba por militar, eso era tan ilógico como cobrar un peso por ayudar a una
viejita a cruzar la calle. Era una cuestión de compromiso y solidaridad. Nos sentíamos Pueblo y
por él vivíamos y moríamos. Muchos de nosotros no conocimos a Evita, sin embargo era
nuestra estrella guía. Si Perón era y es el creador y aglutinante del Movimiento Nacional
Justicialista, Evita era y es la revolución, el sentimiento, la cercanía con el Pueblo, es el amor
por los descamisados, como ella amorosamente llamaba a los más necesitados. El poder
movilizador de la gloriosa JotaPé, era solamente superado por Perón y el Peronismo, cuando la
J.P. convocaba, llegaba tranquilamente a un millón de personas, decimos personas y no
jóvenes, muchos peronistas mayores se sumaban a nuestras columnas porque estaban de
acuerdo con nuestras consignas, nuestro ideario y nuestro accionar, desprendido totalmente
de la corrupción y el oportunismo.
Luego vinieron los años duros, el exilio, la muerte, la oscuridad, tal vez muy callados,
reconocemos que hemos perdido una batalla, pero no la guerra: la consigna no ha cambiado
sigue siendo LIBERACIÓN O DEPENDENCIA y soñamos con que, algún día, otros jóvenes tomen
la posta, recojan nuestras banderas, continúen la lucha y hagan realidad los ideales de tantos
jóvenes que dieron la vida por una Argentina liberada.
Cuando ese grupo armado se lleva a tu hijo Pablo y te dice algo así
como: “Mañana venga a buscarlo a la comisaría”, ¿pensaste que era la
última vez que lo veías?
Nuestra pregunta es, sin duda, cruel, pero muchas veces se nos
plantea, en la inminencia del momento, el porqué de la esperanza
contra toda esperanza que no permitimos que nos abandone.
Graciela Fernández Meijide respira hondo y, luego, con su habitual
lucidez dice:
—Mirá, yo tuve una sensación de mucho miedo… mucho… miedo de
que pasara algo serio y, al mismo tiempo, creo que para
contrarrestar me dije: “Mañana me lo entregan en la comisaría…”.
Creo que tuve el presentimiento de la tragedia. Era todo demasiado
siniestro... Gente sin uniforme, sin identificación… a las dos de la
mañana –suspira–. ¿Te das cuenta de que Pablo tenía apenas 17
años? Estaba terminando el secundario. Ni a un traficante de cocaína
se lo detiene así... Sin identificación… No es que yo pensé demasiado
en ese momento, pero sí lo hice lateralmente como cuando (a pesar
de estar en pijama) les dije a esos hombres: “Nosotros vamos con él.
Nos vestimos y vamos…”. Y esa respuesta dulzona: “No se preocupe,
señora. Mañana…”.
Graciela parece no ver su departamento bañado de sol otoñal. Mira
hacia adentro y sigue recordando: “No hubo una agresión. Delante de
mí ni lo empujaron ni lo tironearon. Después supe, por el portero, que,
en cuanto bajaron, para subirlo al auto, lo agarraron de los pelos
como solían hacer con la gente detenida. Pero esto no ocurrió delante
nuestro. Sin embargo, toda la situación era intimidatoria: las armas,
las amenazas a nuestro perro ovejero que les ladraba y al que tuvimos
que calmar. Si hoy tomo distancia, siento que puedo estar influenciada
por la realidad, pero te diría que tuve algún presentimiento de lo que
iba a pasar…Por lo menos advertí que todo era muy, muy siniestro”.
—Por eso este nuevo libro tuyo “Eran humanos, no héroes” es
doblemente valioso no sólo por el análisis que vos hacés allí, sino por
tus análisis de la violencia política de los 70 y el trabajo interior que
significa hablar de la responsabilidad de cada uno.
—He leído mucho lo que se ha escrito acerca de la memoria.
Repetidas veces, por ejemplo, la obra de Todorov dedicada a este
tema y a la memoria relacionada con situaciones de mucha violencia
como la que acabamos de recordar. También hablé mucho sobre este
tema con Claudia Hilb. Es importante recordar que hay una memoria
fija que está ligada a lo testimonial y a la que uno tiene todo el
derecho de abrazarse porque es valiosa (recordemos que el
testimonio es lo que te permite conocer). Pero cuando uno se queda
exclusivamente allí… bueno, es como si echara un ancla. Hay
personas, por ejemplo, que repiten siempre la misma historia. De la
misma manera y sin poder analizarla. No pueden salir del hecho
concreto. Quizás porque no se animan o no les interesa mirar toda la
película. Un testimonio es generalmente parte de una historia mucho
más larga, que es la verdad histórica. Yo no pretendo tener “toda” la
verdad, pero necesité entender qué había pasado… qué nos había
pasado.
—Es duro, como en estos casos, ver toda la película.
—Eso supone no sólo lo que nos ocurre personalmente. Cuando
escribí este libro, esto significó no sólo mirar lo que me había pasado
con Pablo. Y cuando quise entender qué pasó en los años 70, no me
quedé sólo en nuestro país (lo cual hubiera significado una
tendencia ombliguista), sino me puse a buscar las cosas que eran
comunes a varios países de América Latina. Por eso, en este libro, en
un marco muy grande, planteo la Guerra Fría. Es decir, la disputa
entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de Norteamérica por
avanzar, cada uno, sobre el otro. Incluí a la Revolución cubana que,
en sus principios, es apoyada por Estados Unidos porque advierte
que es reemplazar a un dictador desprolijo como Batista por un
señor de la clase alta que es Fidel Castro y que supone cuidará de sus
intereses. Sin embargo, cuando comprende que en Cuba se instala un
ariete del comunismo, inmediatamente convoca a las Fuerzas
Armadas y les dice: “Señores, se cambiaron las hipótesis de conflicto.
Ahora el conflicto es la frontera ideológica. El comunismo no pasa”. Y
las Fuerzas Armadas de los distintos países de América Latina se
fueron plegando, de una u otra manera, a ese designio. Al mismo
tiempo aparece, a fin de los 50 o principios de los 60, un fenómeno
nuevo: la juventud. Ya no son más “los jóvenes”, sino que es la
juventud como presencia política y nueva protagonista en una
historia que, en general, con respecto a la política estaba poblada
por gente más grande y tradicional.
—En algún tramo también la mencionás como “la patrulla perdida”.
Creo que era una frase de Rodolfo Walsh que seguramente habrán
analizado en el Club Político Argentino del que formás parte.
—Eso ocurre, años después, cuando parte de esa juventud se hace
tan vanguardista que pierde contacto con la sociedad. No así, me
parece en el caso de Montoneros. ¿Por qué? Pues porque
Montoneros fue una fuerza que se formó como un ala del peronismo
con identidad fuerte y llegó a tener ramificaciones en todos lados.
No sólo tenían la JP, sino también el sindicalismo de la JP, las
mujeres, los trabajos barriales y, en general, un muy buen nivel de
educación.
—Muchos egresados del Nacional de Buenos Aires.
—Bueno, allí fue donde más creció Montoneros. En todos los países
la guerrilla se desarrolló alrededor de las universidades. Aun en
Europa, que había conseguido salir a flote luego de la Segunda
Guerra Mundial y creado una sociedad de bienestar, los hijos de
aquellos protagonistas escribían sobre El hombre nuevo. Y eso llegó
a América Latina a través de los intelectuales. Por eso lo de las
universidades que te mencionaba recién. Fueron, en efecto, muy
importantes en la formación de la guerrilla.
—También mencionás otra cosa importante que identificás como “una
entrega casi sacrificial”.
—Esto se da aun en el ERP, que no tenía un origen cristiano. En
general, muchos provenían del Partido Comunista o de la Unión
Cívica Radical, pero había, en los hechos, como un fuerte sentimiento
religioso, aun cuando no estuviera referido a la religión como tal. Me
refiero al tema del sacrificio, a aquello de “lo que hay que hacer hay
que hacerlo”. Hay un muy buen libro de Vera Carnevale que estudia
muy a fondo cómo, en el ERP, existían estas cosas que estaban por
detrás de lo que hoy se conoce como historia. Yo creo que estamos
en un momento en el que todo esto se está analizando, y la verdad
no le pertenece a nadie. Nos pertenece a todos y a cada uno. Esta es,
también, la intención de este libro: no permitir que alguien se
adjudique la verdad dogmática. Sigo, en estas páginas, caminos
paralelos que van recorriendo las juventudes. Lo que yo llamo la
nueva izquierda y que, en cada país, tuvo distintas siglas: en Chile
fue el MIR. El Ejército de Liberación Nacional en Bolivia, etc. Al
mismo tiempo, cada país iba desarrollando la contrarrevolución con
fuerzas armadas y fuerzas civiles que la apoyaban. Esto también
ocurrió obviamente en la Argentina predominando, en general, la
idea de que el socialismo iba a avanzar ineluctablemente. Algunos
sostenían, desde su más íntima convicción, que la civilización avanza
de Oriente hacia Occidente, y quienes sentían que esto podía
lastimar sus intereses y sus convicciones armaban una sólida
resistencia y, por lo tanto, apoyaban los golpes. Lo que nos pasó en
Argentina fue más o menos parecido a lo ocurrido en otros países
salvo que aquí ocurrieron dos fenómenos o, si se quiere, un mismo
fenómeno con dos consecuencias. A través de distintos grupos y
concentrándose en Montoneros, aparece un catolicismo nacionalista.
Muchos padres de aquellos muchachos que luego dirigieron
Montoneros habían actuado como agentes civiles en el golpe de
1955 que derrocó a Perón y se dedicó a eliminar de la faz de la tierra
al peronismo. Como ha quedado demostrado, fue una lucha inútil
dejando como saldo 18 años de atraso. En fin, esa fue la realidad. Y
estos jóvenes con una religión renovada por la Teología de la
Liberación; sacerdotes que se acercan a los pobres y les señalan a los
jóvenes que deben ser responsables por ellos. Esto lógicamente lleva
a cualquier joven idealista a la acción. Los dirigentes de esa juventud
no eligieron el monte, sino la ciudad, y cuando la guerrilla es urbana,
tiene procedimientos terroristas.
—Vos señalás en tu libro que el asesinato de Aramburu tiene
características terroristas.
—La única manera en la que una guerrilla se hace conocer en las
grandes ciudades es poniendo bombas, realizando secuestros. De no
ser así, no tiene cómo transmitir su existencia. La guerrilla en el
monte, como lo hizo el Che Guevara y luego el ERP, se enfrenta con
fuerzas regulares y en ese sentido la sociedad puede integrarse más
o menos, pero haciendo más limitada la posibilidad de la muerte
inocente, aun cuando también puede ocurrir. Tuvimos entonces, en
Argentina, una generación que deseaba eliminar definitivamente al
peronismo, pero que cada vez que aparece un Frondizi o un Illia que
se proponen legalizar al peronismo, le responde con un golpe. De
1955 hacia adelante la resistencia peronista por un lado y la
juventud peronista por otro se justifican a sí mismas por semejante
cantidad de golpes militares. La sociedad, entonces, justifica cierta
violencia contra la violencia de los golpes. Hasta ese momento, los
jóvenes que emprendían la lucha guerrillera tenían bastante
aceptación en la clase media y media alta. No así en la resistencia
peronista, que los sentía (sobre todo a Montoneros) como intrusos.
Esto se llama el “entrismo”. Cuando Cámpora es elegido y luego,
cuando Perón vuelve, Montoneros tiene mucho volumen. Un
crecimiento al que ellos llamaban “el engorde” y que se advierte
después del asesinato de Aramburu. Pero también perdieron gente
cuando matan a Rucci. Se van de la Plaza de Mayo cuando Perón los
echa, y Perón, a su vez, los anatematiza. En ese punto también
muchos dijeron “hasta aquí llegamos”. Cambia, entonces, el humor
de la sociedad.
—¿Allí aparece la “teoría de los dos demonios”?
—Yo creo que la sociedad que veía con simpatía a la guerrilla que
quería “el hombre nuevo” y estaba contra la injusticia y los militares
votó a Perón (incluso yo misma) porque pensó que así se
terminarían los enfrentamientos. Que, en 1973, la consigna “lucha y
vuelve” era una garantía y se comenzaba así a recuperar un
momento democrático en el que se construirían, poco a poco,
instituciones que habían sido deterioradas. Y cuando, por un lado, se
observa que el ERP ataca al regimiento de Azul y, por otro,
Montoneros asesina a Rucci, también la triple A comienza a
enfrentarse no sólo con Montoneros, sino con la izquierda en
general. Silvio Frondizi no era montonero. Tampoco el padre Mugica.
La triple A se ensaña y cuando se enfrentan la derecha y la izquierda
peronistas ahí la gente dice “no”. La gente quiere orden, y esto hace
posible el golpe que los militares estaban esperando. Tenían su
propio proyecto político y se encontraron con una sociedad que
estaba harta de tanta violencia.
—Y esto ocurre el 24 de marzo de 1976.
—Desgraciadamente no se supo aprender de la experiencia de
Pinochet. Tampoco la guerrilla asimiló la experiencia y la derrota del
Che Guevara, y la sociedad no aprendió de lo que había ocurrido con
la caída del presidente Allende y la violencia que le siguió. Luego
entramos en lo que todos sabemos, y el dolor de que esto nos
hubiera ocurrido hizo que pudiéramos preguntarnos: ¿qué hubiera
ocurrido, por ejemplo, si, cuando en 1964 Perón volvía, no lo
hubieran detenido en Brasil? A lo mejor hubiera reconformado al
partido peronista y llamado a elecciones como cualquier hijo de
vecino. Quizás así ni siquiera hubiera existido la guerrilla
montonera.
—También se ha hablado mucho con respecto a tu posición sobre el
número de desaparecidos.
—En un comienzo me pareció correcto el número 30.000. Fue una
movida legítima de la gente que estaba exiliada fuera del país:
Eduardo Duhalde, Matarollo, Solari Irigoyen, etc.
El único recurso que tenían para denunciar lo que estaba ocurriendo
era acudir a las Naciones Unidas. Y en las Naciones Unidas no existía
la figura de “desaparición forzada de personas”. Lo que más se
aproximaba era “genocidio”, que se empleó después de la Segunda
Guerra Mundial. Y para que exista “genocidio” tiene que haber un
número determinado de asesinados, como ocurrió con los armenios,
los judíos o los gitanos. En 1977 se lanzó en Europa la cifra de
30.000 mientras nosotros, en la Asamblea Permanente de Derechos
Humanos, presentábamos en la Justicia 450 casos. Años después, ya
en democracia, en la Conadep hubo muchísimas denuncias (más de
10.000), lo cual era lógico: estábamos en democracia, la gente había
perdido el miedo y concurría a declarar a una Comisión Nacional,
etc. Y lo que hizo una gran diferencia fue la presencia de los
sobrevivientes. Hay que recordar el coraje de los sobrevivientes… Yo
siempre les rindo homenaje. Sin ellos no hubiéramos conseguido
armar las causas que, luego, se llevaron a la Justicia. Reitero que no
solamente tuvieron el coraje de denunciar, sino que testimoniaron
en el juicio que condenó a las Juntas militares. La experiencia me ha
demostrado que, en la lucha política entre sectores, muchas veces
las cifras de las víctimas son una herramienta de confrontación. En
la Asamblea Permanente cada denuncia era una ficha que se llenaba
y a la que se cuidaba en forma extrema porque era todo lo que
teníamos acerca de los desaparecidos. Siempre me apegué mucho al
número y a la identificación de la persona y creo que tanto el Estado
como las organizaciones guerrilleras que aún tengan responsables
deben dar a conocer la información que todavía puedan haber
conservado para completar las cifras que se publicaron en el Nunca
más. Creo, además, que con su habitual orden castrense las Fuerzas
Armadas deben tener aún en su poder un importante caudal de
información. Nadie se deshace de información que pueda ser usada
como chantaje o como defensa. Además, cada una de las Fuerzas
Armadas tenía su servicio de Inteligencia. En el juicio a los
comandantes quedó probado: cada vez que aparecía un testigo que
había estado secuestrado y que pertenecía a algún grupo político, no
dejaba de señalar que, cuando lo interrogaban los abogados
defensores de los militares, lo hacían de la misma manera y con las
mismas preguntas que durante la tortura… ¿De dónde salían esas
preguntas? ¿Por qué las tenían los abogados defensores?
—También en este libro te ocupás de la famosa “teoría de los dos
demonios”.
—Sí. Por un lado, es bastante lógico que en los organismos
apareciera esa sensación cuando hay dos decretos simultáneos del
presidente Alfonsín ordenando el juicio a las Juntas y ordenando el
juicio a las cúpulas guerrilleras. Los jefes guerrilleros no estaban en
el país, pero algunos dijeron: “Esto es la teoría de los dos demonios”.
Es cierto que en la fundamentación de ambos decretos cuando se
referían al enjuiciamiento de las cúpulas guerrilleras se mencionaba
que habían luchado contra las dictaduras. Había como un
reconocimiento de cierta motivación. Cuando se comenzó a hacer la
investigación sobre el terrorismo de Estado, en ningún momento se
puso en marcha ningún juicio contra las cúpulas guerrilleras porque
sus jefes no estaban en el país. Otros estaban muertos, como
Santucho. Yo no estoy de acuerdo en el tema de igualar
responsabilidades. No comparto esa visión porque, si bien es cierto
que mataron (y no hay muertes “buenas” y muertes “malas”),
también es verdad que cuando el Ejército, la Marina y la Aeronáutica
tomaron el poder, transgredieron todas las reglas cuando, en
cambio, proclamaban que iban a poner “orden”. Y poner “orden”
hubiera sido por lo menos respetar las reglas. No solamente no las
respetaron, sino que cometieron atrocidades como secuestrar,
torturar, asesinar con juicios sin defensa, robar niños y luego se
escondieron. Con la desaparición de personas se garantizaron, y esto
es lo más importante, total impunidad. En la guerrilla se cometieron
hechos terribles, pero la única arma que tenía quien los cometía era
su arma, el escudo de su piel y, en último caso, la pastilla de cianuro.

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