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Cayendo bajo

Por: Erwin Castillo.

Cae el alba y suena el reloj que pertenece a mi abuelo muerto, lo apago son las 6 am. Me
preparo para salir a correr. Me pongo las zapatillas power, el short heredado de mi amigo y
un polerón gris. Agarro un plátano, las llaves y salgo. Mi nombre es Jaspar Marino tengo 25
años soy un boxeador amateur de Tierras blancas. Escribo y escribo solo cuando mi cuerpo
me lo permite. No recuerdo muy bien de cuándo, pero escribo poesía, mejor dicho, lo intento.
Mi recorrido empieza a las afuera de mi casa en el pasaje San Fernando y termina en la posta
de la localidad. Repito tres, cuatro o cinco veces esta rutina durante la mañana.

Me fui de mi casa a los 17 años, toda mi familia es de Ovalle, hace más de cinco años que no
veo a ningún familiar. He trabajado en muchas partes desde que llegué a Tierras blancas fui
jornalero de la construcción, lave platos en un par de restorán y vendí perfumes. Todos estos
trabajos los dejé por el boxeo y la poesía. A los 20 tuve mi primera pelea oficial en Ovalle
frente a un tal Julio “Destructor” Riquelme, este último me venció en el segundo asalto con
un gancho de derecha y terminé en el hospital. Fue ahí, donde vi a mi padre, un minero criado
a la antigua llamado Lupercio Marino, los cinco minutos que estuve con él fueron solo para
decirme que mi madre estaba enferma y mi extrañaba.

Desde entonces he pasado de pelea en pelea, muy pocas oficiales debido a que soy un
boxeador que no pertenece algún gimnasio reconocido. A veces, en las noches participo en
peleas clandestinas donde me pagan con comida o un miserable dinero. Mi único “vicio” –
puede que tenga más- es comprar libros en la feria o en librerías o simplemente robarlos y
después los devuelvo, me dan pena las viejas librerías de aquí, solo por eso lo hago. Sin
embargo, anoche gané una pelea oficial y me pagaron bien por eso. Hoy me desperté más
temprano de lo normal. Mi victoria fue notable según “el Cacharro”, quien repetía como un
loro malhumorado: “corría el segundo asalto y Marino después de una secuencia de jabs y
correcto uppercut derrumba a su adversario al que llaman “león” ¡ahhh!”. Siempre hace eso
después de que se emborracha la noche anterior. Todo lo bueno se junta y son muy pocas
veces que en la vida pasa eso, lo digo porque me publicaron un poema en la revista “Gallo
rojo” titulado Cayendo bajo.
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Deslicé el pestillo oxidado por el invierno, apenas, mis brazos no me dan más. Cuando logras
algo bueno te quedan heridas- creo que me había acostumbrado al fracaso- lo malo después
de haber ganado, es que siempre tienes que mantenerlo al otro día y volver a recorrer ese
viaje para lograrlo otra vez. Aún escucho los gritos de la muchedumbre y la sensación que
experimentaba al golpear a mi oponente. Pero se esfumó. Ahora, estoy abriendo la puerta
maltratada por años y arrebatos, volviendo a la rutina de ejercicios que me propongo solo,
debido a que no tengo entrenador. Vivo en una casa vacía y a mal traer hace un par de años.
Luego, de recorrer unas 5 o 6 veces el barrio regreso y ahí están los platos sucios de toda la
semana, la gotera del lavamanos se escucha apenas entras a la casa. Ya adentro, me quedo
mirando como cae una a una las gotas de agua manchadas y recuerdo que mi antigua casa de
infancia tenía una igual. Cuando era niño siempre me atraían ese tipo de cosas los vidrios
rotos, las tablas quebradas, los hoyos de las paredes, las manchas en los techos y por esas
cosas recordé haber escrito mi primer poema y es más me acuerdo cómo mi padre lo rompía
enfrente de mi gritando “aquí no hay tiempo de escribir, aquí se trabaja”. Nunca supe qué
quiso de mí el viejo Lupercio, no sé si esa vez pensó que era maricón, pues se equivocaba,
ahora boxeo más que cualquier muerto de hambre de sus amigos.

Agarro una taza de té y me recuesto. Las telas de araña en el techo, los muchos libros
desparramados por toda la pieza y mis cuadernos con poemas a medio terminar hacen de la
pieza un lugar desolador. Me doy cuenta de que tengo la revista Gallo rojo con mi poema
publicado, sé que no es, la gran cosa ya que es una revista punk que casi nadie la lee, pero
también nadie sabe que escribo poesía, solo ese par de tipajos que me recibieron el poema en
la plaza Buenos aires. Me dirijo al patio que está lleno de cachureos, palos rotos, el duraznero
mal cuidado, unos alambres de púa y mis primeros guantes, al lado una imagen de la película
de Rocky II creo que es unas de mis motivaciones. Suena el celular, es mi amigo “el
Cacharro” y lo único que entendí es que fuera rápidamente a la chopería “Miramar”.

Al llegar allá “el Cacharro” me presenta a un viejo con muchas arrugas y con un leve gesto
de molestia incrustado en su rostro, en ese instante me dice:

- Mi nombre es Paulino Robles y voy a ser tu nuevo entrenador.


- Mucho gusto. Mi nombre es…

- ¡Gaspar Marino! Ya lo sé no me vengas con tonterías de sentimientos.

- Te lo digo al tiro viejo nadie de acá te va a pagar.

- No me interesa las monedas, ya sé que en ese gimnasio nadie tiene ni uno.

- Y para que quieres entrenarme, solo peleo para sobrevivir.

- Te equivocas. Solo sé que tienes condiciones y yo te voy a lanzar con todas las hienas
que existen en este deporte para que las tumbes.

Eso fue lo único que me quedó rondando por la cabeza después de haber terminado borracho
en pleno día junto con “el Cacharro” y este último diciendo -vas a ser el campeón nacional-
nunca imagine que esa frase destruiría todo.

Pasaron unos días y empecé a entrenar con este viejo, hace mucho tiempo que no recibía
órdenes ni nada de eso. Pero de a poco me fui acostumbrando durante estos dos días. Tengo
una nueva pelea pronto, estoy demasiado ansioso por ello, dos victorias seguidas sería algo
inédito para mí. Sin embargo, estoy creyendo en el viejo y sé que podremos hacer algo. Los
días transcurren y se acerca la pelea mi oponente es Carlos “metralleta” Troncoso un púgil
del gimnasio de Las Compañías. Toda esta situación, me hace olvidar mi vida fuera del
gimnasio y sé que, al terminar mi rutina diaria, tendré que enfrentar nuevamente como una
pelea que no termina la soledad nocturna, el silencio disfrazado de una gotera y la
interminable discusión con la oscuridad de mi cuarto y los recuerdos que son ternos
inmaculados que susurran hasta que me duermo.

Luego de unos días llegó la pelea, solo recuerdo que desperté y estaba el viejo y “el Cacharro”
golpeándome la cara para abrir los ojos. Caí en el 10 round a los dos minutos, la única
sensación que tengo es que mis manos no paraban de tiritar y que antes de la pelea, mi padre
me llamó diciendo: “Tu madre falleció porque no estas acá”. Antes de esa llamada mi tía
Clara ya me había avisado, en ese momento solo quise pelear.

* * *
Ahora me hayo en un restorán tratando de entender lo que quiere decir el garzón que a todo
esto es mudo, además es él quien cocina. “Tráeme dos más” dice el viejo.

Me canso del odioso ruido que hace el viejo cuando toma su cerveza, lleva callado como
media hora. Le he contado que tengo que viajar a Ovalle, porque mi madre a muerto, yo creo
que la noticia le afecto más a él que a mí. Luego de un rato cuando la cerveza empieza hacer
lo suyo, el viejo se levanta, me pasa plata y dice “anda”. Miré como se iba tastabillando y
susurrando una canción. Pagué la cuenta y salí corriendo a casa para viajar esa misma tarde
a Ovalle. En el fondo no quería ir, pero tampoco me iba a quedar pensando y pesando en los
únicos momentos que mi madre me dio cuando niño, así que lo mínimo que puedo hacer es
ir y velar entrar al cuarto oscuro del cual nadie sale. Una hora después de haber salido del
restorán ya me encontraba sentado en la liebre con un libro del peruano Roger, era el
momento exacto para leer su poesía. El viaje fue eterno, la liebre se quedó en pana un par de
veces, llegué cerca de las doce de la noche al terminal, mi tía estaba esperándome junto a su
Fiat 600

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