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CLARA

MOORE

DESEADA
POR EL
SOLDADO
OSO
Capítulo Uno
Cecelia
-Cárgame-, suplicó Michael, con los brazos abiertos. Cecelia no pudo
resistirse. Él era demasiado adorable con sus confiados ojos azules y su
cabecita rubia. Ella levantó a Michael en sus brazos, balanceándo al niño
de cuatro años mientras su hermana y su hermano corrían alrededor de
sus pies.
Cecelia Conrad no solía ceder ante lo adorable. Con su pelo negro como
el cuervo y sus ojos verdes oscuros, prefería la noche al día, el misterio a la
alegría. Pero algo acerca de los niños iluminaba su espíritu. Fue por eso
que estudió desarrollo infantil en la universidad, y por lo que buscó
trabajo como au pair1 al graduarse, y eventualmente consiguió un trabajo
con la familia Johannsson.
Eran un hermoso grupo con su pelo rubio escandinavo y sus ojos azules
brillantes, todos excepto el padre, que parecía más mediterráneo que
escandinavo. Los niños se parecían a su madre, Diana Johannsson, una
mujer trabajadora con una sonrisa genuina.
En un día normal, Cecelia cuidaba a los niños mientras Diana dirigía su
propia empresa de marketing y su padre hacía de gran jefe en su bufete
de abogados, pero este no era un día normal. Estaban de vacaciones,
cambiando el bullicio de la ciudad por la tranquilidad de la naturaleza.
Mientras Cecelia sostenía a Michael en el porche de la cabaña de troncos
donde se alojaban, si un palacio de madera de dos pisos podía llamarse
cabaña, ella miraba hacia un bosque interminable.
-Eres un ángel-, cantó Michael, girando un pedazo de su pelo negro como
la noche alrededor de su dedo.
Cecelia sonrió y lo dejó en el suelo. -Ve a jugar-, alentó. Fue bueno que
lo hiciera. Tan pronto como los pies de Michael tocaron el suelo, tuvo hipo
y se convirtió en un cachorro de oso.

1
au pair. Termino Francés que significa “por mutuo acuerdo”. También se refiere a una
persona que es acogida temporalmente por una familia de una cultura diferente o país
diferente, los cuales le proveen alojamiento y comida gratis y a veces una pequeña
remuneración a cambio de que ayude con el cuidado de los niños y pequeños quehaceres en
la casa de la familia que la recibe.
-Ooops-, dijo cuando volvió a convertirse en un niño, cubriéndose la
boca. -Yo hipé-.
Gracias a la misericordia, la ropa de los cambiaformas regresaba con la
piel, pensó Cecelia mientras veía a Michael y a sus hermanos corriendo
alrededor. Si no, me pasaría todo el día vistiendo trillizos.
Cerca de allí, Diana se sentó en un sillón acolchado bebiendo una
limonada rosa que Cecelia sospechaba que tenía un trago de algo especial
añadido. Entre sorbos, hablaba en voz alta en su teléfono. -Ya echo de
menos la ciudad-, gimió ella. -No hay cosmopolitan en la Gran Frontera-.
Se detuvo. -Sí, madre, sé que podemos volver a casa en cualquier
momento, pero esto será bueno para nosotros. Tenemos al oso en la
sangre. Necesitamos amplios espacios abiertos-.
Se rió como si acabara de contar un chiste, pero luego su cara se puso
seria. -Madre, no otra vez. Aquí no hay peligro. Estás siendo hipersensible,
como la vez que pensaste que los trillizos se ahogaban en el mar y resultó
que sólo estaban viendo Bob Esponja. Necesitas gafas de vidente-. Se
volvió a reír.
Cecelia se desconectó de la conversación. Arreglando un botón en su
camisa de franela púrpura, se preguntó cómo era cambiar. Ella nunca lo
hizo, y nunca lo haría. La mayoría de los miembros de su familia eran
cambiaformas, pero el gen no siempre se transmitía de padres a hijos. Su
hermano mayor era un cambiante. A voluntad, se convertía en un gran
oso pardo, pero su corazón era gentil, al menos cuando se trataba de
aquellos a los que sentía que necesitaba proteger. Estaba en el ejército,
usando sus habilidades para el bien.
-Mi madre está con lo mismo otra vez-, dijo Diana desde su sillón,
guardando su teléfono. -Ser un vidente sólo es un don si puedes ver con
claridad-.
Eso era otra cosa que Cecelia se había perdido: regalos especiales. Era
raro, pero algunos cambiaformas podían hacer cosas extraordinarias,
cómo ver lo que otros no podía o hacer temblar la tierra con un pisotón de
su pie.
-¿Qué le preocupa esta vez?-, preguntó.
-Cree que estamos en peligro aquí en el bosque. Le dije que el único
peligro aquí era la habilidad de mi marido para hacer barbacoas-.
-Los temibles tres corren tanto que se comerían un plato de diente de
león si se lo dieras-.
-Puede que tengan que hacerlo si lo quema todo de nuevo. Estaba
pensando que... hay una casa en el árbol al final del camino. ¿Por qué no
llevas a los niños a jugar unas horas? Hay algo más a lo que quiero que mi
esposo le prenda fuego-.
Cecelia trató de no avergonzarse. Diana no tenía filtro. Era una de las
razones por las que la amaba, pero a veces era demasiado. -Predigo que
pronto habrá un cuarto cachorro-, dijo mientras empezaba a reunir a los
niños.
-Mi mamá también-, dijo Diana mientras se dirigían al camino. -Eso fue
hace tres años-.
Estaban siendo observados. Cecelia podía sentirlo. Puede que no fuera
capaz de convertirse en un oso como su hermano, pero aún así tenía los
instintos de un animal. Mientras los niños trepaban dentro de la casa del
árbol, Cecelia rodeó el claro, cazando al cazador.
-¿Quién está ahí?- Preguntó ella, mirando el espeso bosque a su
alrededor. El sentimiento desapareció.
Es la naturaleza, se dijo a sí misma. Hay muchas criaturas
observándonos aquí afuera. Ardillas. Búhos. Venado. Algo inofensivo.
Sin embargo, no pudo sacudir el desasosiego, así que decidió llevar a
los niños de vuelta a la casa. Les había dado a sus padres mucho tiempo
para divertirse. Después de una cena semi comestible en el porche,
Cecelia llevó a los niños a la cama, arropando a Michael al final.
-Cuéntame una historia", suplicó. -El de los tres osos-.
-¿Puedes prometerme que no tendrás hipo?-, preguntó ella,
levantando una ceja.
-Lo intentaré-, dijo, pronunciando su "r" como una "w".
-Está bien. Te contaré una historia-. Ella se sentó junto a él en la cama,
y él se acurrucó en sus brazos. A los niños les encantaban las niñeras con
curvas. Ser grande y hermosa la favoreció como au pair. En sus brazos, los
niños se sentían confortados y seguros.
-Había una vez una niña ladrona llamada Ricitos de Oro. Mientras
mamá, papá y Bebé Oso no estaban, la chica horrible entró a hurtadillas y
se robó toda la avena-.
-Boo!- los niños gritaron a la vez, los tres escuchando.
-No sólo se comió toda la avena, sino que la perezosa durmió en sus
camas. Cuando Mamá, Papá y Bebé Oso regresaron a la casa, estaban tan
molestos que Bebe Oso comenzó a llorar, lo que afortunadamente asustó
a la niña ladrona-.
-Me gusta esa historia-, dijo Michael bostezando. -Pero me da sueño-.
-Entonces cierra los ojos, osito-, tarareo Cecelia. -Todos ustedes-.
-No eres Ricitos de Oro-, proclamó Michael mientras cerraba los ojos. -
Eres un ángel. Tú cuidas a la gente-.
-No soy un ángel, pero es muy dulce de tu parte pensarlo-, dijo
mientras caminaba hacia la puerta para apagar las luces. -Buenas noches,
ositos. Duerman bien y yo mantendré alejados a los monstruos-.

****

Cecelia no durmió bien. Su habitación estaba al otro lado de la cabaña,


lejos de la familia para que ellos pudieran tener su privacidad. No había
ruido; el silencio la rodeaba. Viniendo del clamor de la ciudad, quizás fue
el silencio lo que perturbó su sueño, llenándolo de terror.
Siguió teniendo pesadillas, primero de su hermano luchando en su
guerra, y luego ella estaba en un cuarto oscuro, negro como el alquitrán,
con voces de hombres rodeándola, susurrando. No podía oír lo que
decían, pero sus susurros bailaban a su alrededor como un foso de
serpientes.
Se despertó aturdida, pero estaba contenta de estar despierta. El
amanecer temprano fue un alivio. No había nada que temer. El mundo era
como debía ser. Necesitando café, Cecelia se puso su franela púrpura y se
fue a la cocina. La familia se levantaría pronto, primero los niños y luego
los padres. Apoyada en el mostrador de la cocina con la taza de café junto
a la mejilla, respiró sus últimos momentos de paz antes de que comenzara
realmente el día.
La paz duró mucho más de lo que ella esperaba. Los niños ya deberían
estar levantados causando un alboroto, golpeando sus pequeños pies
contra las ollas y sartenes mientras ella les preparaba huevos revueltos y
tostadas. Temerosa de que estuvieran rebotando en sus camas o tirando
sus juguetes como confeti, fue a ver cómo estaban, pero no estaban allí,
así que buscó en el resto de la casa.
-¿Dónde se esconden, ositos?-, dijo ella, tirando de la cortina desde la
puerta corrediza de cristal que daba a la terraza.
No había nada, sólo el silencio inquietante.
Decidiendo que debían estar con sus padres, llamó a la puerta del
dormitorio, esperando que Diana les gritara a los niños que se fueran con
su CeCe, pero otra vez, nada. Arriesgándose a pasar vergüenza, abrió la
puerta. La habitación estaba vacía.
Cecelia no era de las que se asustan fácilmente. La ira a menudo
precedía a su miedo cuando se presentaban problemas, pero no esta vez.
Algo estaba mal. Muy mal. La parte de ella que quería que todo estuviera
bien trató de convencerla de que la familia se había ido a dar un paseo
temprano o que estaba pescando para su desayuno, pero ella apartó el
sinsentido. Las familias de vacaciones no se levantaban antes que el sol,
no cuando había niños pequeños involucrados.
Para estar segura, salió corriendo hacia donde estaba estacionada la
camioneta en el camino. Aún estaba allí, brillando como plata a la luz del
sol. Eso no fue todo. En el barro duro había una serie de huellas de
neumáticos, huellas que no habían estado allí el día anterior.
Vencida por la emoción, Cecelia cayó de rodillas en el barro. La familia
se había ido, secuestrada por la noche.
Capítulo Dos

-Barry-, Cecelia le gritó a la operadora. -Barry Conrad-.


Ella estaba llamando a la base de su hermano en Dios sólo sabía dónde.
Sus misiones se mantuvieron en secreto, irrastreables, pero siempre había
una línea de emergencia.
La operadora la puso en espera. -Lo siento-, dijo cuando regresó. -Barry
Conrad está en medio de una reunión-.
-Pero lo necesito. Ahora. Es una emergencia-.
Por supuesto que era una emergencia. No estaría llamando si no lo
fuera. ¿Por qué la operadora no podía entender eso?
-¿Quiere dejar un mensaje?-
-Sí. El mensaje es para mi hermano. Estoy en medio de la nada. La
familia para la que trabajo ha sido secuestrada, y no sé…-
-¿Dijiste secuestrada?-, preguntó la operadora.
-Sí. Secuestrada-.
-Espera-.
Esperar era a lo único que ella intentaba desesperadamente hacer. Y
estaba fallando. Las imágenes de los trillizos cautivos le desgarraban el
corazón.
-CeCe, estoy aquí-, dijo Barry, al teléfono. -¿Qué pasa?-
Ella le explicó todo. La conversación no fue tranquila. Habló
rápidamente, su histeria aumentando. -¿Puedes venir?- Preguntó cuando
había terminado.
-Estoy a miles de kilómetros de distancia-, le recordó. -Y estoy en medio
de una operación importante-.
-¿Más importante que salvar a los Johansson?-
-Eso no es justo-.
Ella no se disculpó. -No tengo más remedio que ir a la policía-.
-No hagas eso-, él le indicó severamente. -Si esto es un problema de
osos, habrá un infierno que pagar-.
Cecelia nunca entendió por qué el mundo de los cambiaformas tenía que
permanecer tan secreto. Ser oso era tan natural como ser humano.
-Escucha-, dijo Barry, -Voy a enviar a alguien que puede ayudar. Su
nombre es Marcus Sanders. Es un viejo amigo militar mío. Está en el
siguiente estado, así que puede estar contigo en unas horas. Espéralo-.
-¿Y si vuelven?-, preguntó. -Quienes quiera que sean-.
-Corre-, le dijo Barry sin dudarlo. -Mantén los oídos alertas y confía en
tus instintos. Nadie tiene instintos más agudos que tú, hermana. Si crees
que los problemas se dirigen hacia ti, corre-.

****

Esperar fue una tortura. No sabía qué hacer consigo misma. Después
de pasear locamente por el camino, escuchando cada pequeño ruido,
finalmente se instaló en una mecedora que daba al frente de la casa.
Colocando una manta de punto azul sobre su camisa de franela para su
comodidad, ella estaba vigilando.
Nada de esto tenía sentido. ¿Por qué alguien secuestraría a toda una
familia? Lo único en lo que podía pensar era en que el Sr. Johannsson
había trabajado en un caso legal que enojó a uno de sus clientes.
Oh Dios... si Michael tuviera hipo y se convertía en un oso....
No podía pensar en ello, así que se mecía en la silla, esperando y
preguntándose. ¿Por qué no me llevaron?
Para cuando el sol colgaba bajo en el cielo, Cecelia perdió la esperanza
de que alguien viniera a ayudar. Luego vio luces delanteras que se
deslizaban a través de la ventana, atenuándose en la luz que se
desvanecía. Le había dado a su hermano la ubicación de la cabaña, pero se
olvidó de preguntarle cómo era ese tal Marcus. Fue un error. Por lo que
ella sabía, los secuestradores habían regresado.
De repente, se levantó de la mecedora y se deslizó detrás del sofá. Era
un pobre escondite, pero era mejor que esperar al aire libre ante peligros
desconocidos. La puerta de un coche se cerró de golpe y oyó pasos en el
porche. Poco después, la puerta principal se abrió.
¡Olvidé cerrarla! Se dio cuenta, enferma mientras miraba desde detrás
del sofá.
El hombre que se acercaba no caminaba como un soldado. Estaba
constituido como uno, con brazos fuertes que se notaban a través de su
camiseta, pero era rebelde, con masivos tatuajes en esos brazos fuertes y
bronceados y pelo oscuro que, aunque corto, era indisciplinado. Sus
instintos le decían que era del tipo rebelde y sin reglas. Su hermano era
exactamente lo contrario. Vivía para la estructura y la autoridad. Así es
cómo los soldados se mantenían vivos.
Una extraña sensación de déjà vu la atravesó, y ella cayó
tranquilamente detrás del sofá, con el corazón acelerado. Probablemente
iba a matarla, pero ella sólo podía fijarse en lo sexy que era el tipo. No
seas idiota, se regañó en silencio. No está aquí para ayudarte. Está aquí
para hacerte daño.
-Cecelia-, dijo el hombre desde algún lugar cercano. -Sal de detrás del
sofá. Soy yo, Marcus. Tu hermano me envió-. Había una impaciencia en su
tono, como si estuviera regañando a un niño, pero a ella no le importaba.
Se alegró de que fuera alguien bueno, aunque se veía tan peligroso.
-El sofá, ¿en serio?- Preguntó cuándo apareció. -Deberías haber ido a
por el armario de armas-.
-Alégrate de que no lo haya hecho-, dijo ella. -Gracias por venir-.
-Estaba obligado a hacerlo-, dijo, sonando como si no quisiera estar allí.
-Dime, ¿dónde está esta familia tuya?-
-Si lo supiera, no te necesitaría-.
-Oh, me necesitas, cariño-, dijo, sus ojos marrones serios. -Pero
probablemente sólo para hacerte entrar en razón. ¿Qué te hace pensar
que fueron secuestrados? Tu hermano me contó la mayoría de los
detalles, pero no estoy convencido. Cien cosas podrían haber pasado aquí.
Podrían estar enseñando a los niños a cazar como osos, o podría haber
surgido una emergencia y están en el hospital, o están atrapados en un
árbol en alguna parte-.
Ella puso los ojos en blanco, frustrada. Este no era un momento para el
humor de oso. -Confía en mí, algo va mal. Me lo habrían dicho si alguna de
esas cosas estuviera pasando-.
Todavía no estaba convencido. -Odio tener que decírtelo, pero sólo
eres la niñera. Eres la última de la lista de…- Marcus se detuvo y fue a la
chimenea.
-¿Qué pasa?- ella preguntó, uniéndose a él.
Suavemente puso su mano en la espalda de ella, protegiéndola, y señaló
con su otra mano por encima de la repisa.
-No lo entiendo-, dijo, sorprendida por lo familiar e íntimo que se sentía
su toque.
-El grabado en la madera. Es el símbolo de los cazadores de osos.
¿Estaba aquí cuando llegaron?-
Ahora lo entendió. Sorprendida, miró los garabatos en la pared que
formaba el símbolo. Parecía un sol primitivo, algo visto en una pintura
tribal. -No lo sé-, le dijo. -Hace demasiado calor para encender el fuego-.
-Ningún oso dormiría aquí si lo fuera-, dijo, su expresión como el acero.
-Esto es un problema-.
Finalmente estaba dando a la situación la atención que merecía, pero
no fue un consuelo para Cecelia. Fue peor de lo que ella podría haber
imaginado. Los cazadores de osos eran letales. Con un nudo en el
estómago, pasó su mano por el grabado. -Por eso no me llevaron. No soy
un oso-.
-Menos mal que yo lo soy-, reveló. -Puedo intentar rastrearlos-.
Significaba que se enfrentaría a los cazadores de osos por su cuenta,
pero ella no protestó. Los trillizos estaban ahí fuera. Inhalando
profundamente, Marcus absorbió el aroma de la familia, y luego salió. Ella
lo siguió y se paró en el porche.
-¿Qué puedo hacer?-
-Espera aquí-, instruyó, y luego cambió, convirtiéndose en un gran oso
negro con la misma rebeldía que su forma humana. Gruñendo hacia el
crepúsculo para dar a conocer su fuerza superior, olfateó el aire,
reconociendo el olor de la familia mejor que un sabueso, y se fue,
dejándola sola en la cabaña una vez más.

****

Cazadores de osos. No podía creerlo. Cecelia había oído historias de


ellos mientras crecían, eran los monstruos que perseguían los sueños de
los osos cambiaformas, pero ella nunca pensó que se los encontraría de
adulta. No eran frecuentes. Se escondían en oscuros y retorcidos rincones
alrededor del mundo, siguiendo su retorcida ideología. Los cazadores de
osos creían que todos los osos cambiaformas debían extinguirse. Era su
prerrogativa ver que eso pasara, pero ella no sabía por qué. Lo que sí sabía
es que aunque su número estaba disminuyendo, forzándolos a viajar en
pequeños grupos que operaban como una red, eran poderosos. Tuvieron
más éxito que fracasos. Mucho más.
Y tenían a los Johannsson.
Pasaron las horas. Al darse cuenta de que había pasado casi un día
entero desde que la familia desapareció, Cecelia se negó a esperar más
tiempo. Puede que no fuera un oso, pero tampoco lo eran los cazadores.
Ella quería pelear. Era un rasgo que ella y su hermano compartían.
Se dirigió al bosque en la misma dirección que Marcus. Sus huellas eran
pesadas contra el suelo, evidencia de su enorme tamaño. Mientras las
seguía, estaba atenta a lo que la rodeaba. Lejos en el bosque, sintió el
peso de estar siendo observada, como el día anterior. Alguien la vigilaba,
pero no atacaron.
-Marcus, ¿dónde estás?- susurró, apretando su franela a su alrededor.
Ella lo encontró solo bajo un gran roble que dominaba el bosque que lo
rodeaba. Aún en forma de oso, yacía inmóvil, una lanza clavada
profundamente en su espalda. Ahogando un grito, Cecelia corrió hacia él y
le pasó una mano sobre su pesado pelaje, sin saber qué hacer. Estaba tan
quieto... Puso su mano cerca de su hocico, rezando por sentir su cálido
aliento en su mano.
No había nada.
Capítulo Tres
Negándose a aceptar que Marcus estaba muerto, Cecelia puso su pata
gigante contra su mejilla para ver si había pulso. No lo había. Estaba tibia,
pero ya no quedaba vida en él. Afligida, dejó caer su pata.
Como de costumbre en ella, su ira sobrepaso su miedo. Ella le arrancó la
lanza de la espalda y la tiró muy dentro de los árboles, deseando que de
alguna manera golpease a quienquiera que le hubiese hecho esto. Luego
ella cayó junto a él, sus brazos extendidos sobre su piel mientras
empezaba a llorar, su ira esfumándose.
Lloró por la vida que Marcus había perdido. Lloró por Michael y los
Johannsson. Y lloró porque no sabía qué más hacer. Podía tomar la
camioneta e irse, pero al hacerlo se sentía como una traición a la familia.
Pero sobre todo, lloró por Marcus.
Era un extraño, pero seguía siendo una persona. Su vida era digna de sus
lágrimas. Cerrando los ojos, presionó su cabeza contra la piel de él. Una
extraña sensación se apoderó de ella mientras lloraba, similar al déjà vu
que había experimentado antes. Era tranquilo, pero sólo la hacía sollozar
más fuerte. El peso debajo de ella cambió a medida que Marcus cambiaba,
volviéndose humano de nuevo, aunque todavía seguía sin vida. Fue la
interrupción que Cecelia necesitaba para componerse. Ella se apartó de su
cuerpo, secándose las lágrimas mientras intentaba pensar.
Tenía que irse de aquí. Quienquiera que hubiera hecho esto
probablemente no estaba lejos. Ella estaba dispuesta a confrontarlos,
pero en sus propios términos. Mirando hacia el bosque, se preguntó si
debía volver a la cabaña o continuar en la dirección en que Marcus había
ido en busca de la familia.
-¿Cómo hiciste eso?- Un hombre que sonaba muy parecido a Marcus
preguntó detrás de ella.
Rápidamente, ella se volvió hacia él. Para su incredulidad, Marcus se
sentó, sosteniendo su cara con sus manos como si no hubiera sufrido más
que un dolor de cabeza y no el vacío de la muerte.
-¡Estás bien!-, gritó.
-Sí, ¿pero cómo?-, preguntó. -¿Cómo me curaste?-
Ella no sabía de qué estaba hablando. -No lo hice-, dijo ella. -Debes
haberte curado a ti mismo. Es el cambiaformas que llevas dentro-.
-Pero pensé…- Agitó la cabeza. -No importa. Lo que importa es que la
familia sigue viva. Al menos eso creo. Los rastreé hasta aquí, pero luego
me tendieron una emboscada-.
-¿Qué pasó?-, preguntó ella, reconfortada por la noticia de que los
Johannsson vivían.
-No estoy seguro. Fue extraño. Encontré a un viejo sentado aquí. Había
sabiduría en sus ancianos ojos, pero no parecía hostil. La lanza clavada en
mi espalda, eso fue hostil. Debe haber habido alguien más aquí. Tropecé
hacia el hombre y caí-.
Era terrible oírlo, pero ahora estaba vivo. -Tenemos que seguir
adelante-, ella determinó, dando un paso hacia la dirección opuesta en la
que vino. -No sabemos cuánto tiempo tenemos antes de que le hagan algo
terrible a la familia-.
Marcus la agarró del brazo. -No creo que podamos-, le dijo. -He perdido
el rastro. Se ha ido-.
Ella no le creyó. -El sentido del olfato de un oso es incomparable en la
naturaleza-.
-Lo sé. Creo que el viejo tiene algo que ver con eso. Hizo algo para
eliminar el rastro, estoy seguro-.
-No me importa-, insistió. -Sabemos que se dirigen en esta dirección.
Seguiremos buscando-.
Marcus se negó a soltar su brazo. La agarró como una camisa de fuerza,
resistente para su propia protección. -Esto no es cazar y encontrar,
Cecelia. Aquí está pasando algo más grande. Si queremos salvar a la
familia, tenemos que averiguar qué es. Reconocimiento-.
-Era eso lo que hacías para el ejército?- Preguntó ella, aún teniendo
problemas para imaginarse a un renegado como Marcus recibiendo
órdenes de un rango superior-.
-Hice muchas cosas en el ejército. Algunas buenas. Algunas
inimaginables-.
Había un profundo pesar en él mientras hablaba. La atrajo. -Estabas
salvando vidas-.
-Y las estaba quitando. La guerra no es fácil-.
-No-, admitió. -No lo es-.
Su agarre sobre el brazo de ella adquirió un nuevo significado, como si
ella fuera su roca, manteniéndolo firme. Fue vertiginoso. Sin pensarlo, ella
lo besó. No fue gentil, al corresponder su beso, su lengua dominando la de
ella. Él la acercó y la inmovilizó contra el roble, presionando su cuerpo
contra el de ella, negándose a romper el beso. Le dolió un poco, pero le
gustó. Rudo era cómo Cecelia jugaba.
Ella sabía que no deberían estar haciendo esto, no cuando tenían que
encontrar a la familia, pero necesitaba liberarse de la angustia del día. Su
cuerpo lo deseaba. Deseando algo más que sus besos, le quitó la camiseta,
revelando las líneas duras de sus abdominales. Su centro palpitaba,
enviando un escalofrío por su espina dorsal mientras ella recorría su
estómago con su dedo, sintiendo su polla presionar contra ella a través de
sus vaqueros, tan gruesa y dura como sus abdominales.
Él dio un paso atrás. -Desnúdate para mí-, ordenó, hablando cómo si
hubiera esperado años para verla desnuda.
Cumpliendo, ella se desabrochó su franela púrpura y se quitó la
camiseta negra de tirantes que tenía debajo. Luego se desenganchó el
sostén, dejando caer libremente sus amplios pechos, orgullosa de sus
curvas. Mientras ella estaba en topless en sus vaqueros, su largo pelo
negro como cuervo cayendo alrededor de su pálida piel, él gruñó,
absorbiendo toda su belleza.
-Te deseo-, dijo, poniendo la mano de ella en su polla, hambriento de
ella. -Te necesito. ¿Puedes sentir cuánto te necesito?-
Hizo que su centro doliera. -Entonces tómame-, dijo ella.
Desesperados por sentir el tacto del otro, se arrancaron la ropa que les
quedaba, sus besos más intensos que antes, lastimándose los labios. Una
vez que estaba completamente desnuda, la clavó de nuevo contra el
árbol. -Quiero saber cómo te sientes-, confesó, y clavó sus dedos en su
húmedo núcleo.
Ella lo aceptó con gusto, apretándose alrededor de sus dedos mientras
él la masajeaba por dentro, preparándola para el oso que vendría. Su
toque fue como un relámpago, golpeando su cuerpo con una ola de
felicidad mientras sus dedos se clavaban y salían de ella. Se sintió tan bien,
que su centro se derramó, empapando su mano.
-Voy a correrme-, gimió ella, su espalda arqueándose contra el árbol
mientras él seguía encendiendo su cuerpo.
Siguiendo su señal, la giró y le puso los brazos sobre la cabeza. Con gran
anticipación, empujó su trasero hacia fuera y separó sus piernas, dándole
acceso. En un breve momento de afecto, le hecho el pelo hacia un costado
y le beso la espalda, y luego entró en ella.
Su polla era todo lo que prometía ser. Gruesa dentro de ella, la llenaba
por completo. Dejando sus brazos libres, él tiró de sus caderas más cerca
de él, empujando más dentro de ella mientras él comenzó a introducir su
polla, golpeando cada parte dulce de ella. Su humedad seguía
saturándole, haciéndole crecer dentro de ella.
Ella gimió en voz alta. Le dolía tenerlo dentro de ella, pero era el tipo
de dolor que su cuerpo anhelaba. Ella gimió fuerte. Incapaz de
controlarse, él empezó a conducirse con más fuerza, acumulando ímpetu
hasta que sus empujes fueron despiadados.
A ella le encantó. Inclinándose hacia adelante hasta donde el árbol lo
permitía, ella lo invitó a ser tan rudo con ella como él quería, cada golpe
de su polla dentro de ella como un relámpago más.
-Más-, alentó, sintiendo el trueno a punto de estallar. -Quiero más-.
Gruñendo con satisfacción, frotó su clítoris mientras seguía empujando.
La puso al borde del abismo. Su centro se inundó mientras una ola de
felicidad la asediaba - la liberación que anhelaba.
Su clímax fue el de él. Con un impulso final que conmovió su alma, él se
unió a ella en su éxtasis, abrazándola mientras sus afectos se derramaban
libremente, aún firmemente dentro de ella. Se sintió tan natural tenerlo
allí que ella se sintió decepcionada cuando finalmente se salió.
Pero fue sólo temporal. Enfrentándose a ella una vez más, la besó de
nuevo, su agarre fuerte pero sus intenciones mucho más tiernas. -Hoy me
salvaste-, murmuró antes de mover sus besos a su cuello. -En más de un
sentido-.
Ella no sabía por qué, pero algo en la forma en que hablaba tocó una
fibra dentro de ella. Entonces se dio cuenta -de que ya se conocían.
Capítulo Cuatro

-Fuiste al campo de entrenamiento con mi hermano-, afirmó Cecelia


mientras se ponía los vaqueros y se abrochaba la franela. -Estuve en la
graduación-.
-¿No te dijo tu hermano que serví con él?- preguntó Marcus, de pie
desnudo y sin vergüenza, más lento que ella para vestirse.
-Sí, pero no creí que fuera hace tanto tiempo. Tenía dieciocho años,
¿qué fue eso... hace seis años?-
-Algo así-, murmuró.
-Ahora te ves diferente-, ella notó. -Tus músculos se han llenado. Y tú no
estabas tan limpio. No tenías tatuajes entonces. ¿Qué te ha cambiado?-
-La guerra-, dijo, finalmente vistiéndose. -No es fácil-.

****

Marcus

Ella se acordaba de él. Él no pensó que ella lo haría, aunque él


ciertamente la recordaba. Era imposible no hacerlo. En ese entonces, él ya
sabía que ella era su compañera.
Los osos no siempre reconocían a sus compañeros cuando los veían
por primera vez, y a algunos no les importaba ni siquiera cuando lo hacían,
no teniendo tolerancia a la monogamia, pero él sí. Y le importaba. Parado
en la última fila de reclutas que fueron reclutados en el ejército después
del campamento de entrenamiento, él había mirado a la reunión de
familiares y amigos y la había visto.
Ella no estaba viendo a los reclutas. Su atención se centró en una
estatua de una mujer soldado, un cambiaformas en forma humana que
flexionaba su brazo de oso. Y ella había sonreído, una mirada de anhelo
sobre ella. Cuando regresó su atención a la iniciación, era una mezcla de
orgullo y aburrimiento. Había hecho sonreír a Marcus. La graduación fue
aburridísima como el infierno, incluso para una fuerza alfa que poca gente
conocía.
Él quería conocerla mejor, pero ella era joven y él se dirigía a la guerra.
Solía ser parte de la máquina, deseoso de complacer a sus comandantes,
de hacer lo que se le pedía, pensando que estaba trabajando por el bien
común. Nada le impediría hacer su parte, ni siquiera su pareja, pero se
aseguraba de estar cerca de su hermano para poder volver a encontrarla,
algún día.
La guerra lo cambió todo. Rodeado de agujeros de bala y hombres
destrozados, aprendió muy rápido que no había bien mayor. Sólo había
caos, un caos que no podía ser controlado. Cuando terminó su contrato de
cuatro años, renunció, dejando a sus comandantes en el polvo. Su primera
inclinación había sido buscarla, y lo había hecho. La rastreó hasta una
universidad de la ciudad. Cecelia no era de las que sonreían abiertamente,
pero se daba cuenta de que era feliz. No necesitaba un ex-soldado
endurecido. Se merecía algo mejor.
Así que se fue.
Cuando Barry lo llamó, casi no había venido, a pesar de que no era una
coincidencia que sólo estaba a un estado de distancia. Se mantuvo cerca
de ella sin interferir en su vida. Pero tuvo que venir cuando se enteró de
que podía estar en peligro. Tenía que asegurarse de que ella estaba bien.
Ahora, estaba contento de haberlo hecho. No sólo por lo que habían
hecho, por increíble que fuera, sino porque Cecelia estaba en muchos más
problemas de lo que pensaba. Los cazadores de osos la habían dejado sola
porque no era una cambiante, pero se preguntaba si ella era realmente la
que buscaban desde el principio.

Cecelia

-...y mi hermano nos presentó-, recordó Cecelia. -Fue corto, sólo un


saludo rápido de ambas partes, pero nos conocimos-.
-Seis años es mucho tiempo-, dijo. -No recuerdo mucho de mi época en
el ejército. Trato de no hacerlo-.
Mientras Marcus hablaba, una sombra cruzó su cara. Él estaba ocultando
algo, ella lo sabía, pero no presionó. Por lo que parecía, la guerra había
sido dura. Le hizo pensar en su hermano, que seguía luchando por
proteger a los inocentes. Siempre había tenido un gran respeto por su
hermano, pero lo sentía más que nunca.
Cayendo contra el árbol, su diversión temporal desapareció, suspiró. -
¿Qué hacemos ahora? No tenemos mucho con qué seguir. No sé mucho
sobre los cazadores de osos. Dudaba de que todavía existieran hasta
ahora-.
-Muchos lo hacen-, dijo él. -Sabía que todavía andaban por ahí en sus
pequeños grupos, pero no creí que fueran la amenaza que una vez fueron.
Tengo la sensación de que están creciendo, reagrupándose. Lo que
significa problemas para los de nuestra especie-.
-Empezando por los Johannsson-, dijo ella. -Me alegro de que sigan
vivos, pero no entiendo por qué se los llevaron. Se sabe que los cazadores
de osos matan osos mientras duermen. No toman rehenes-.
La estudió. Bajo su mirada, ella se sintió más expuesta de lo que se había
sentido cuando la presionó desnuda contra él.
Oh mi Dios, tuvimos sexo! Se dio cuenta, pero no era nada comparado
con el peligro que se avecinaba. No había tiempo para conversaciones
incómodas. Las emociones habían estado desbordadas con su casi muerte;
ambos necesitaban una liberación. Lo consiguieron, y ahora tenían que
volver a centrarse en salvar a los Johannsson. En cierto modo, su forma de
hacer el amor era casi militar.
-Yo tampoco sé por qué, pero tengo una teoría-, le dijo. -Volvamos a la
cabaña-.
-¿Por qué?-, preguntó ella, tratando de seguir su ritmo. Estaba apurado.
-¿En qué estás pensando?-
-Ya verás-, dijo, sin revelar nada.
-No hay necesidad de ser tan discreto-, murmuró.
-Es lo que mejor hago-.
Ella sabía lo que él hacía mejor, lo había experimentado de primera
mano, pero no lo dijo. Concéntrate, se ordenó. Esto no es un romance de
vacaciones. Esto es de vida o muerte. Pensando en Michael, apretó los
puños con fuerza, lista para hacer algo de daño. Se necesitaba una clase
distinta de maldad para secuestrar a un trío de niños.
En la cabaña, Marcus fue directamente a la isla de la cocina. Sacó un
cuchillo afilado del cajón y levantó la mano.
-¿Qué demonios estás haciendo?-, preguntó ella. No tenían tiempo para
manifestaciones.
-Esto-, dijo, y se cortó la mano, permitiendo que la sangre corriera por
los tatuajes de su brazo. Casi era aterrador mirar, especialmente lo
calmado que permaneció haciéndolo, apenas pestañeando mientras el
cuchillo le atravesaba la piel.
Cecelia quería correr hacia él, pero se negó. Se había hecho esto a sí
mismo, por razones que ella no estaba segura de querer saber. La guerra
lo había estropeado, a lo grande. -¿Has terminado de probar lo rudo que
eres?-, preguntó.
No era la respuesta que esperaba. -Estoy sangrando-, dijo expectante. -Y
no iré a ninguna parte hasta que sane-.
Ella empezaba a sospechar que se apuñaló él mismo con la lanza. -¿Es
algún tipo de episodio psicótico o algo así?- Estaba realmente preocupada.
-Si lo es, dime cómo puedo ayudar-.
En vez de responder, tomó el cuchillo y se cortó la mano otra vez. La
sangre era como una cascada que brotaba de la ladera de una montaña. -
¡Marcus!- gritó, y finalmente se acercó a él, agarrando un paño de cocina
para cubrir la herida. Ella le presionó la mano, pero no paraba de sangrar.
-¿Qué has hecho?-
-Haz que pare-, murmuró, su fuerza literalmente saliendo de él.
-Lo estoy intentando-, dijo, sus emociones comenzaron a elevarse,
confundida en cuanto a lo que estaba sucediendo y enfadada porque se
hacía daño a sí mismo. Pronto, esas emociones fueron dominadas por una
sensación de paz, la misma que había sentido ese mismo día. Con la paz,
una luz se formó alrededor de su herida, y sanó, cerrándose
completamente.
-Lo sabía-, dijo, dejando caer el paño, pero no hubo victoria en su tono.
Lo devastó. -Eres un sanadora-.
Asombrada, Cecelia miró sus propias manos, que estaban cubiertas de
su sangre. Eso era imposible. Nunca antes había curado a una persona.
Ella cayó contra el mostrador, tratando de asimilarlo. -Pero no soy un
cambiaformas-.
-No obtuviste el gen de cambiaformas, pero definitivamente heredaste
un don especial-, afirmó él. -Puedes curar-.
-¿Por qué te entristece tanto?-, preguntó ella, observándolo.
-Porque significa que los cazadores de osos no iban tras los Johannsson.
Estaban detrás de ti-.
Capítulo Cinco

-Tenemos que aprender más-, declaró Cecelia mientras buscaba de


rodillas por el estante de pared a pared del estudio. -Esta cabaña es vieja.
Ha pasado de oso a oso por generaciones. Tiene que haber algo relevante
aquí-.
-Aquí-, dijo Marcus, agarrando una polvorienta enciclopedia al final de
la estantería. -Es una historia de cambiaformas. ¿Buscas respuestas a tu
don?-
-No-, contestó ella, hojeando las páginas, escaneando los dibujos de
serpientes, rinocerontes y leones. Y, por supuesto, osos. -Quiero averiguar
por qué los cazadores de osos necesitan un curandero-.
-¿No es obvio? Para sanar-.
Ella ignoró el comentario, buscando algo más. Finalmente, aterrizó en la
sección sobre los cazadores de osos. No le llevó mucho tiempo leerlo. El
texto la conmocionó, incluso más que aprender que podía sanar. En su
mente, siempre se había imaginado a los cazadores de osos como locos
religiosos que no creían que los cambiaformas debían existir porque
desafiaban el orden natural o alguna otra tontería.
Pero los cazadores de osos no eran humanos, no del todo. Ellos mismos
eran cambiaformas.
-No entiendo-, dijo ella, cerrando la enciclopedia. -¿Por qué otros
cambiaformas querrían hacer que los osos se extingan?-
-Así no podemos dominar-, especuló Marcus. -Somos más grandes que
un lobo, más rápidos que un rinoceronte, y mejores cazadores que los
leones. Podríamos apoderarnos fácilmente del mundo de los
cambiaformas. Nos apoderamos del mundo de los cambiaformas-,
corrigió. -Hace eones, hubo una guerra entre humanos, todos humanos,
incluso los cambiaformas. Los osos lucharon en el bando que ganó,
protegiendo la libertad del pueblo. Hasta que se restableció el orden, se
hicieron cargo temporalmente. Obviamente, dejó un mal sabor de boca en
algunos cambiantes-.
Marcus no tuvo oportunidad de explicar más. Un rugido sonó desde
afuera. -Quédate aquí-, ordenó, y fue a ver.
Obviamente no la conocía bien si pensaba que ella obedecería. Ella lo
siguió hasta el porche. Un oso gris estaba cerca, de pie sobre sus patas
traseras, rugiendo en la noche. Su rugido era débil, pero no estaba herido.
Era viejo. Era obvio en la forma en que su pelaje se desprendía de su
delgado cuerpo.
-Es el viejo-, dijo Marcus. -El que ví en el bosque, justo antes de que me
apuñalaran con la lanza. Está aquí por ti-.
Sin pensarlo dos veces, se transformó en un oso y saltó del porche para
atacar. Los cuerpos de los osos se enfrentaron, rasgándose uno al otro.
Aunque el oso gris era viejo, se defendió bien contra Marcus, arañándole
con vigor, bien entrenado en el combate. Pero no era rival para el mucho
más joven y colosal oso negro. Marcus le mordió en el cuello, paralizando
al viejo en su lugar.
Fue entonces cuando Cecelia lo vio, el dolor y el arrepentimiento que
perseguía al anciano. -¡Alto!-, gritó. Cuando Marcus se negó a soltarlo, ella
corrió hacia él, tirando de su brazo. -¡Suéltalo!-
Ambos hombres volvieron a sus formas humanas, y el viejo cayó al
suelo, recobrando el aliento. Cecelia fue a ver si necesitaba curación, pero
parecía estar bien. Habría un moretón en su cuello por la mañana, pero
eso era todo.
-¿Qué estás haciendo aquí?- Marcus rugió, desconfiado.
-Vine a advertirte-, dijo el viejo, mirando a Cecelia. -Sé lo que eres-.
-¿Cómo?-, preguntó.
-Mi don es sentir otros dones. Por eso los cazadores de osos me
mantuvieron cautivo. Coleccionan osos, nos usan contra nuestra propia
gente para hacerse más fuertes-.
-¿Por qué nos harías el favor?- Soltó Marcus.
-Porque no matan a los que capturan, pero me habrían matado si no
hubiera hecho lo que me pidieron. Estaba viajando con los cazadores de
osos a la costa. En el camino, sentí la presencia de un curandero cerca. No
iba a decírselo, pero el puma tiene un don propio. Sabía que estaba
escondiendo algo. Siempre lo sabe. Así que los dirigí hacia la cabaña-.
-Pero no me llevaron porque no era un cambiante-.
-Si-, confirmó. -Hay cuatro de ellos en esta banda de cazadores de osos,
tres lobos y un puma. Uno de los lobos es hembra, el resto son machos.
Llevan lanzas como armas cuando están en forma humana-.
-Cómo aprendí por mi cuenta-, dijo con frialdad Marcus.
-¿Y los Johannsson?- preguntó Cecelia. -¿Qué hay de ellos?-
-Están atados juntos en una cueva, fuertemente sedados para que no se
muevan. Creo que los cazadores de osos esperan refuerzos antes de
despertarlos. Todavía no saben que nadie en la familia es el sanador. Me
las arreglé para escapar antes de que se convirtiera en un problema-.
Marcus se centró en el viejo. -Si pudiste escapar, ¿por qué no salvaste a
los Johannsson también?-
-Porque mis huesos están lentos y quebradizos. Cambié y me escabullí
mientras los Cazadores de Osos estaban preocupados por la familia. Fue
mi primera oportunidad de escapar que he tenido desde que me
capturaron-.
-No me lo trago-, dijo Marcus.
-Yo sí-, argumentó Cecelia. -Arriesgó su libertad al volver aquí. Podría
haberse ido a casa, donde sea que esté-.
-Lejos-, dijo el viejo. -Muy lejos. Y no puedo volver a casa. Sólo me
buscarán de nuevo-.
Marcus se rindió. -Bien. Puedes quedarte aquí. Descansa en la casa. No
sé si estás a salvo aquí, pero al menos estarás fuera de peligro-.
El viejo asintió, agradecido.
-¿Cómo te llamas?- preguntó Cecelia.
-Henry-, contestó. -Soy Henry, el Espalda Gris-.

****

Mientras Henry dormía en el sofá, recuperándose de su terrible


experiencia, Cecelia guió a Marcus a su habitación, donde podían
conversar en privado. -Tenemos que irnos-, le dijo. -Esta noche, mientras
aún está oscuro. El sol saldrá pronto-.
-No-, dijo con firmeza Marcus. -No conocemos estos bosques.
Necesitamos la luz-.
-¿Pero qué pasa si sus refuerzos vienen antes de eso? Podemos luchar
contra una banda de cuatro cazadores de osos, pero no más que eso. No
cuando sólo somos nosotros-.
-Quiero que seamos sólo nosotros-, declaró, acariciando su mejilla.
Antes de que ella pudiera responder, la besó. Quería resistirse, pero no
pudo. Tener a Marcus cerca era lo único que mantenía su cordura. Había
algo diferente en su beso esta vez. Era ardiente, pero había una emoción
en el, una emoción que se negó a mostrarle antes.
Hizo que ella lo deseara aún más. Se desgarraron la ropa de la misma
manera que desgarró su vulnerabilidad. Esto ya no era sólo sexo. Marcus
significaba algo para ella. Ése era el déjà vu que ella seguía sintiendo
cuando estaba cerca de él. Fue un despertar. Ella no era un oso, pero él
era su compañero. Ella lo sabía ahora. Le dio un significado especial a la
noche.
Marcus la puso en la cama. Su pene ya estaba completamente erecto,
pero no tenía prisa. Besó su estómago suavemente, seductoramente,
deslizando su mano por el muslo de ella mientras sus labios tocaban su
carne. Era como una pluma siendo arrastrada lentamente a través de su
cuerpo. Cada beso la tentaba y la excitaba. Cuanto más se acercaba a su
núcleo, más se mojaba. Ella quería que la bebiera, que usará su lengua de
oso para probarla.
Cuando finalmente lo hizo, una descarga de electricidad le atravesó. Su
lengua era fuerte y cálida, alcanzando la parte de su clítoris que más le
gustaba. Ella agarró su pelo, luchando por no gritar mientras él movía su
cabeza hacia arriba y hacia abajo, rodeando su lengua contra los pliegues
rosados de ella, encendiendo el punto dentro de ella que hacía que su
cuerpo estuviera caliente de dicha.
Preparada para él, ella le levantó la cabeza y lo besó, dejando su núcleo
libre para que sus cuerpos se conectaran. Con su musculoso y tatuado
brazo, le abrió las piernas de par en par, y entró en ella, llenando su
núcleo con su polla. Mientras él se empujaba dentro de ella, ellos
continuaban besándose, sus labios inseparables.
Empezó a jadear, el calor dentro de ella subiendo con cada empuje de su
polla. La llevó al borde, y luego la envió, liberando su cuerpo en una
neblina de pura y dorada bienaventuranza. Se vinieron juntos, sus
destinos unidos. Él era su compañero, y ella era suya. Ella siempre fue
suya.

****

Ella durmió desnuda a su lado, envuelta en sus brazos. Fue solo por unas
pocas horas, hasta que el sol salió para iluminar su camino, pero ella
estaba agradecida por el tiempo que pasaron juntos. Su sueño fué
profundo, debido a su agotamiento. Esta vez no hubo pesadillas. Sólo
había paz.
Cuando Cecelia despertó, trató de girarse hacia su amante, parpadeando
contra la luz del sol que entraba por la ventana, pero no pudo. Algo la
detuvo, la inmovilizó. Le llevó un momento darse cuenta de que su mano
estaba atada a la cama. Y que ya no estaba desnuda. Su franela había sido
cuidadosamente abotonada a su alrededor para mantenerla caliente.
-¡Marcus!- Llamó.
No respondió. Ella sabía que él no lo haría. Había hecho esto para
protegerla, dejando que se enfrentase solo a los Cazadores de Osos.
Capítulo Seis
Marcus

El viejo había estado diciendo la verdad después de todo. Marcus había


sospechado que todo era mentira para atraparlos, pero los cazadores de
osos eran como Henry dijo - tres lobos y un puma. Le rodearon en su
forma de oso, mirándole fijamente mientras guardaban la cueva que
contenía a la familia Johannsson. Los lobos se habían transformado, se
necesitarían lobos para luchar contra un oso, pero el puma permaneció en
su forma humana, sosteniendo una lanza en alto, esperando la
oportunidad de atacar.
No se arrepentía de haber atado a Cecelia a la cama. Era algo que le
gustaría mucho volver a hacer, si sobrevivía. Había que hacerlo. Ella no lo
habría dejado irse sin ella, pero él se negó a permitir que se arriesgara,
incluso por la vida de la familia que dormía en la cueva.
Un lobo atacó, mordiéndo con sus mandíbulas su cuello. Su pelaje era
grueso, protegiéndole de la mordedura, pero el peso de la criatura le
arrastraba hacia abajo, permitiendo que los otros lobos se abalanzarán
sobre él. Gruñendo fuerte, se sacudió a uno de ellos, pero volvió, más
despiadado que antes.
Cecelia, pensó, ignorando el dolor mientras uno de los lobos finalmente
penetraba su pelaje con sus dientes. Tengo que protegerla. Si muero, ella
se convierte en su cautiva. No puedo dejar que eso pase. Yo la amo.
Una cosa era reconocer a un compañero. Otra era aceptarla plenamente
en su corazón, quitándole el alambre de púas que había puesto después
de la guerra. Su fuerza se renovó, luchó contra los lobos. Luchó por ella.
No fue suficiente.
Su voluntad se mantuvo firme, pero su ímpetu se desvaneció, y empezó
a perder fuerza. Permaneció consciente lo suficiente como para ver a
Cecelia de pie a la luz del sol, su última visión de ella antes de ser
superado por los lobos.

****
Cecelia

-¡Marcus!- Gritó Cecelia mientras él caía al suelo.


Ella quería correr hacia él, pero no podía. Los lobos la bloquearon,
volviendo su atención hacia ella. Casi podía ver la risa en sus ojos. Para
ellos, ella era sólo humana, nada especial. Enfrentarse a ellos era una
broma.
Les mostraré quién es el chiste, pensó, llena de rabia.
Henry la había liberado, dejándola con extrañas palabras antes de irse.

Eres más de lo que pareces. Donde hay poder para sanar, hay poder para destruir.
Ayúdalo. Ayúdalos a todos.

Un lobo saltó hacia ella. Mientras estaba en el aire, ella lanzó su mano
hacia él, imaginando que se rompía la pierna por la mitad. El lobo aulló y
no la alcanzó, aterrizando de costado. Cuando se levantó, sólo se sostenía
en tres patas.
Los otros lobos se congelaron, inseguros. Ahora sabían lo que era. Y ella
también.
Donde los lobos vacilaron, el puma tomó su lugar. Dejó caer su lanza y
corrió hacia ella, convirtiéndose mientras lo hacía en un enorme gato. Ella
quisó que el aire fuera expulsado de sus pulmones, y él cayó al suelo,
jadeando.
No seria una pelea. Seria una masacre, y ellos lo sabían. Los lobos
salieron corriendo, el herido cojeando detrás. Tan pronto como el puma
recuperó el aliento, hizo lo mismo, mirándola con desprecio brevemente
antes de correr hacia el bosque. Ella los habría perseguido, se habría
asegurado de que no volvieran a herir a otra familia, pero tenía que ver a
Marcus. Estaba muy malherido.
Ella hizo su propia transición. La paz y la luz que necesitaba para curar
superaron su rabia, calmando su sangre, y puso sus manos sobre Marcus.
No pasó mucho tiempo antes de que se sentara en su forma humana. Sin
dudarlo, la envolvió fuertemente en sus brazos.
-¿En qué estabas pensando?- preguntó él solemnemente. -Podría
haberte perdido-.
-Estaba pensando que había una familia que salvar. Y un compañero
para conocer mejor, un compañero que hace brillar la luz en mí-.
Juntos, con las manos bien apretadas, entraron en la cueva para esperar
a que los Johannsson se despertaran. Cecelia se sintió aliviada al ver que la
familia dormía tranquila y sin lesiones.
-No será fácil-, dijo Marcus. -Les hablarán de ti a los otros Cazadores de
Osos-.
-Déjalos-, profesó Cecelia, sin miedo.
Marcus apretó su mano. -Sé que ahora eres un súper soldado, pero aún
así voy a protegerte. No puedo no protegerte. Eres un pedazo de mí,
Cecelia. La mejor parte de mí-.
-Te dejaré-, dijo ella, -porque no puedo imaginar que no estés en mi
vida. Estoy sentada en una cueva después del día más infernal de mi vida,
y aún así soy feliz. Estoy tan feliz-.
Marcus besó su mano, sellando las promesas que se hacían entre ellos,
justo cuando Michael se movía.
El pequeño cachorro se sentó, frotándose los ojos. Al ver a Cecelia,
sonrió alegremente y habló.

FIN
CLARA
MOORE

Buscada por
El León Alfa
Capítulo Uno

California del Norte

Cassie

-¿Escuchaste las noticias?- preguntó Jessica, sus ojos


brillantes en el oscuro laboratorio, muy parecido a las células bio-
luminiscentes que Cassie estaba estudiando. -Han traído un león
blanco-.
Normalmente, Cassie Judd prestaba poca atención a lo
que Jessica consideraba noticias, generalmente chismes
desagradables de los alrededores del zoológico donde ambas
trabajaban como científicos de investigación, pero esta vez, Jessica
se ganó toda su atención. En estado de shock, Cassie se alejó de la
mesa del laboratorio.
-¿Qué quieres decir con que han traído un león blanco?
No puedes traer a una criatura así de la nada. Hay papeleo y
preparativos que hay que hacer…-
-No lo sé-, dijo Jessica, cortándole el paso. -El trato se
hizo anoche. Es una sorpresa para todos. Lo están trasladando
hacia su guarida ahora-.
Intrigada, Cassie salió corriendo del laboratorio, dándole
a Jessica la libertad de continuar corriendo la voz. Mientras recorría
su ruta de siempre, sin pasar por el acuario y el recinto de los
gorilas, se quitó la bata de laboratorio de su curvilíneo cuerpo y se
soltó la cola de caballo, permitiendo que su brillante cabello de
caoba se derramara por su voluptuoso trasero. Quería parecer más
informal. Si llamara la atención como científica, se vería inundada
de preguntas sobre los animales del zoológico. Ahora mismo, su
único interés era el león blanco. Había leído sobre la rara mutación
genética que hacía que un pequeño número de leones africanos
fueran tan pálidos, y las supersticiones que los rodeaban, pero
nunca había visto un león blanco de cerca.
Eso cambió tan pronto como se adentró en la guarida
del león, un área protegida detrás del recinto público. Detrás de la
puerta había una magnífica criatura con músculos fuertes y
voluminosos, una melena más gruesa que la mayoría de los leones
machos, y alarmantes ojos gris-verdosos que sobresalían por su
pelaje blanco como la nieve. Sus ojos la cautivaron, mucho más que
la novedad de su color. Mientras caminaba en su jaula, esos ojos
hablaban de tristeza. Cassie creía que los animales eran capaces
de sentir, pero la profundidad de su tristeza la desconcertaba. Era
antinatural. Y desgarrador.
Brevemente, el león dejó de caminar y la miró. Algo
dentro de ella, algo primitivo, le dijo que no era por curiosidad, sino
con intención, como si estuviera tratando de comunicarle algo.
-De donde proviene- Preguntó al encargado del
zoológico que se encargaba de la llegada del león, un hombre
mayor que había trabajado en el zoo durante la mayor parte de su
vida. A los veinticuatro años y apenas comenzando su carrera, ella
tenía mucho respeto por el hombre.
-No lo sé-, contestó el hombre, frotándose el sudor de
la frente. En el calor del verano, la guarida del león estaba
sofocante. -Recibí una llamada del director esta mañana para decir
que un nuevo león estaba en camino. Algo sobre un traslado de
emergencia. Tenía que sacar a los otros leones y preparar la
guarida para éste. Nunca imaginé que sería un león blanco. Parece
un tipo bastante dócil, pero hay algo en él que parece... extraño-.
Cassie asintió con la cabeza. No podría estar más de
acuerdo. Tiernamente, puso sus manos contra la puerta de metal
que la separaba de la bestia. -¿Qué te han hecho?-, preguntó.

***

En el acuario, Cassie trató de concentrarse en las


medusas bio-luminiscentes, que parecían una infestación de
pequeños paracaídas que flotaban en el tanque gigante del piso al
techo, pero su mente seguía vagando hacia el nuevo león.
Por miedo a que no interactuara bien con los otros
leones, le habían dado su propio recinto. El público estaba
encantado, adulándolo. La tienda de regalos vendió juguetes de
felpa de león blanco su primer día fuera de su guarida. Era la
estrella del zoológico. Pero para Cassie, su nueva celebridad hizo
su situación más triste.
-¿Otra noche larga?- preguntó Doug, el guardia de
seguridad, mientras pasaba por el acuario.
-La noche es el mejor momento para un investigador-,
respondió Cassie con una sonrisa. -Me comunicaré contigo antes
de irme-.
-¿Entonces al atardecer?-, supuso, familiarizado con
su rutina. -Tendré el café esperando-.
-Gracias-, llamó mientras él se marchaba, dejándola
sola para observar el comportamiento de los cientos de
turritopsisdohrnii2 resplandecientes.
-En otra ocasión-, le dijo a la medusa y fue a ver al
león.
Con el zoológico cerrado, estaba de vuelta en su
guarida detrás del recinto, tumbado en un rincón con la cabeza
metida en sus patas, derrotado, pero tan pronto como ella se
acercó, él se puso de pie y se acercó a ella.
No era la primera vez que lo visitaba. Era una de las
muchas visitas nocturnas. Se sintió atraída por el león, como si él
tuviera algún significado para su vida. Tenía la esperanza de que si
hablaba con él cada noche, si se hacían amigos, la tristeza en él se
desvanecería. Pero no lo hizo. En todo caso, parecía estar
empeorando.
-No eres feliz aquí, ¿verdad?-, preguntó ella, sentada
en el suelo con su costado contra la puerta. Se acercó más a ella, la
mayor parte de su cuerpo el doble del tamaño del de un humano,
pero no se acercó demasiado. Ella tuvo la sensación de que él no
quería asustarla.
-Sabes, los leones blancos tienen un lugar en la
mitología-, le dijo, resbalando sus dedos a lo largo de la puerta. -Se
cree que son hijos del Dios Sol. Eres un regalo para la Tierra. He
leído mucho desde que llegaste. Mucho. Has sido una distracción-,

2
Turritopsis dohrnii, la medusa inmortal, es una especie de pequeñas medusas, biológicamente inmortales encontradas en el Mar
mediterráneo y en las aguas de Japón.
bromeó. Luego suspiró. -Pero ningún libro puede decirme por qué te
ves tan angustiado. Ninguno de los científicos, de todos modos-.
De repente, sintiéndose cansada, cerró los ojos y
comenzó a dormirse, permaneciendo despierta lo suficiente como
para sentir su pelaje recostado por la puerta mientras él yacía a su
lado.

***

La noche siguiente, después de que el zoológico cerró y la


mayoría del personal se fue a casa, Cassie ignoró por completo su
investigación sobre las medusas y fue directamente a la guarida del
león. Se había pasado el día leyendo un libro -un libro mitológico
muy extraño, que tal vez tenía las respuestas que buscaba sobre la
hermosa rareza que era el león blanco, pero para estar segura,
tenía que verlo. Excepto que no estaba en su guarida. Tampoco
estaba en su recinto.
Asustada, Cassie miró el recinto vacío, su aliento pesado
bajo la cálida luz de la luna, y pensó mucho en dónde podría estar
el león. Tal vez el director del zoológico lo había prestado. O tal vez
estaba enfermo y siendo atendido en la clínica veterinaria.
El veterinario. Eso parecía lo más probable. Y lo más preocupante.
Se dirigió hacia la dirección de la clínica, pero un fuerte
ruido, como un metal golpeando el suelo, llamó su atención,
forzándola a volverse. Provenía del muelle de carga donde se
transportaba el equipo pesado dentro y fuera del zoológico.
Confiando en sus instintos, fue al muelle.
Y encontró al león blanco.
Hipnotizada, miró desde detrás de un montacargas
mientras él caminaba nervioso mientras dos humanos, una
impresionante mujer rubia, no mucho mayor que ella, y un hombre
de cabello oscuro, abrían la parte trasera de una camioneta utilitaria
negra.
¡Dios mío, se lo están robando! Se dio cuenta Cassie.
No podía dejar que pasara. Ya tenía suficiente tristeza
en él. Quién sabía cuáles eran las intenciones de la pareja. Podrían
ser cazadores furtivos urbanos tras el león blanco por su piel.
-¡No!-, gritó, revelándose. -Te tenemos en cámara…-
Se detuvo, dándose cuenta con una rápida mirada de que la
cámara de seguridad que daba al muelle había sido destruida.
¿Dónde estaba la seguridad? Ella rezó para que Doug estuviera
haciendo sus rondas y pronto la encontrará. -Por favor, vete-,
insistió.
-Eso es lo que pretendemos hacer-, gritó el moreno,
su voz un grave y peligroso gruñido.
Antes de que Cassie tuviera la oportunidad de responder,
el hombre voló en el aire, su ropa desgarrándose mientras su
cuerpo se retorcía en contorsiones imposibles pero impecables.
Cuando aterrizó, a sólo unos centímetros de ella, ya
no era humano.
Era un león.
Y estaba listo para atacar.

***
Capítulo Dos

Sammi

Su vida había terminado. Cassie estaba segura de


ello. Vio al hombre-león moverse para atacar. Vio cómo se
regodeaba en su destrucción. Ella no huyó. Eso es lo que los
depredadores querían: la caza. Estaba dispuesta a mantenerse
firme, a luchar, pero no podía ganar. No contra una bestia enojada.
Se preparó, pero cuando llegó el ataque, no fue en su contra.
Él salió en su defensa.
El león blanco saltó en el aire y usó su gran peso
para derribar al hombre-león. Apenas perplejo, el hombre león se
enderezó inmediatamente y gruñó a su oponente, listo para luchar.
Pero para horror de Cassie, la mujer rubia corrió
entre ellos, levantando sus manos como un guardia de tráfico
retorcido. -¡Alto!-, gritó. -No tenemos tiempo para esto. Tenemos
que irnos-.
En respuesta, el hombre-león retrocedió, pero miró
rápidamente a Cassie. Casi podía leerle la mente. ¿Qué vamos a
hacer con ella?
-No dejaré que te lo lleves-, repitió Cassie, sonando
mucho más valiente de lo que se sentía. Era lo único que se le
ocurría decir. -Pertenece al zoológico-.
-No pertenece a nadie-, se mofó el hombre-león,
transformándose de nuevo en su forma humana. Estaba desnudo,
completamente desvergonzado, pero la mujer le arrojó ropa desde
la parte trasera de la camioneta. -¿Sabes lo que es estar encerrado
en una jaula cuando cada músculo de tu cuerpo grita para salir
corriendo?-, preguntó mientras se ponía un par de jeans. -Es cruel e
inhumano-.
Inhumano. Cassie se volvió hacia el león blanco, una
nueva realidad asentándose en ella cuando los eventos de la noche
se hicieron realidad. -Él es como tú-, murmuró ella. -Es parte
humano-.
-Sí-, dijo la mujer, mucho más suave que su
compañero. -Somos cambiaformas. Sé que suena loco, pero…-
-No-, dijo Cassie, interrumpiendo. -No lo es. En mi
línea de investigación, me he encontrado con numerosos relatos de
testigos presenciales de cambiantes, personas que se convierten en
animales. Las historias siempre se descartan como leyendas o
alucinaciones, pero hay tantos relatos, de todo el mundo, que hace
mucho tiempo llegué a la conclusión de que las historias deben
tener algo de verdad detrás de ellas. La ciencia demuestra que la
creencia común está equivocada todo el tiempo. Por ejemplo, hay
una especie de medusas que son inmortales. El turritopsisdohrnii.
Los tenemos aquí en el zoológico-.
Sabía que estaba divagando, pero su adrenalina
estaba alcanzando su punto máximo, al igual que su curiosidad
científica. La capacidad de cambio debe ser similar a la forma en
que un camaleón puede cambiar de color basándose en las
sustancias químicas de su sistema nervioso...
-Creo que la perdimos-, dijo la mujer, divertida. -
Vámonos antes de que vuelva en sí-.
-¡Espera!- Cassie rogó, sacada de sus contemplaciones.
-Voy contigo-.
-No te engañes-, se mofó el hombre león. -Tienes
suerte de que te dejemos vivir-.
-Por favor-, suplicó, mirando al león blanco. -Yo sólo...
no puedo dejarlo-.
No podía explicarlo porque ella misma no lo entendía
del todo, pero la idea de dejarlo ir era dolorosa.
El hombre-león protestó aún más, pero la mujer se
quedó callada, estudiándola intensamente. Cassie se sintió como si
estuviera en uno de esos sueños donde de repente se daba cuenta
de que estaba desnuda frente a una multitud vulnerable y expuesta.
El león blanco se movió a su lado, haciendo guardia,
como si se hubiese trazado una línea. Él y Cassie contra los otros.
-Bien-, determinó la mujer. -No tenemos tiempo para
discutir. Kafele, iras en la parte de atrás. Chica rara de ciencias,
siéntate delante conmigo-.
***

-Así que Kafele... ¿es tu novio?- preguntó Cassie,


abrochando su cinturón de seguridad mientras la camioneta se
alejaba a toda velocidad del muelle de carga y se dirigía hacia la
oscuridad desconocida.
-Compañero de vida-, contestó la mujer. -¿Cómo te
diste cuenta?-
-Él te escucha. Me imaginé que era un novio o un
hermano-.
-No, mi hermano, Gowon, es el tipo peludo pálido a
su lado-.
-¿El león blanco es tu hermano?- Cassie todavía
estaba tratando de entenderlo. ¿Cómo puede ser esta mujer a su
lado la hermana del león de atrás? Sabía que eran cambiaformas,
pero aun así era irreal, de una manera emocionante. Su libro de
mitología había estado en lo correcto.
-Gowon. Gowon Blanc. Es una persona, con nombre. Y
sí, es mi hermano-.
Ahora que Cassie estudió más de cerca a la mujer, vio el
parecido. Su pelo era pálido, como lirios a la luz de la luna, y sus
ojos eran del mismo color gris verdoso. La diferencia era que el
suyo tenía mucho más optimismo y mucha menos tristeza.
-Soy Sammi Blanc-, se presentó a la mujer. -Por tu
placa veo que eres Cassie. Bonito nombre. Una chica guapa. Ya
veo por qué mi hermano es tan protector contigo. Pero antes de que
esto vaya más lejos, deberías saber exactamente lo que está
pasando. Esto no es una excursión. Donde vivimos en Nuevo
México, vivir tiene sus peligros, algo que mi hermano sabe muy
bien. Está afligido, incapaz de volver a convertirse en humano. No
lo ha hecho en más de un año. Estar afligido es como una
maldición, excepto que ser un león no es una maldición. Es una
parte muy apreciada de lo que somos. Pero que te quiten la
elección... ya no es libre de cambiar a voluntad... esa es la
verdadera tragedia. Desafortunadamente, es imposible repeler la
aflicción, por ahora-.
Estaba claro que Sammi no iba a dar demasiados
detalles así que Cassie no presionó. En vez de eso, ella preguntó: -
¿Cómo terminó en el zoológico?-
-Nuestros enemigos. Llegaron a nuestra tierra.
Normalmente, nunca se saldrían con la suya, pero hemos estado
tan distraídos... De todos modos, lo localizamos tan pronto como
pudimos-.
-¿Y tu hogar es en Nuevo México?-
-Sí. Tenemos un campo de tiro allí, millas de desierto
en una llanura abierta. Tierra inhabitada y verde-. Se detuvo. -
Escucha, como dije, las cosas son peligrosas en casa. Hay una
guerra entre las manadas, una batalla por el territorio. Estás
invitada. Gowon te quiere allí. Pero una vez que estés dentro, no
estoy segura de que te permitan irte, por tu propio bien. Así que si
quieres que te deje en la próxima parada de autobús, sólo dilo-.
Cassie miró hacia la noche. Aunque oscura, parecía
tener una nueva vitalidad. La noche no protegía las sombras.
Protegía hermosos misterios.
-No-, dijo ella con firmeza. -Esto es algo que necesito
hacer. Puedo sentirlo en mi alma-.
Luego se dijo en silencio, sin importar lo peligroso que
sea.

***
Capítulo Tres

Nuevo México

La camioneta se detuvo, tirando de Cassie hacia adelante en


su asiento. Ella había estado dormida y era reacia a despertarse,
especialmente cuando la áspera luz del sol golpeaba sus ojos...
hasta que vio la gran casa frente a ella. Con un balcón en el
segundo piso que se extendía a lo ancho de la estructura de
madera, parecía una mansión gigante de los días de los pioneros -
rústica pero nada menos que real, hecha a la medida de los reyes y
reinas del desierto occidental.
-Bienvenida a casa-, dijo Sammi, retorciéndose en su
asiento hacia Gowon en la parte de atrás, pero él ya estaba fuera
de la puerta, estirando sus poderosos músculos como un león libre.
Cassie salió de la camioneta, observando como Gowon corría a
través de la amplia cordillera que los rodeaba, un paisaje lleno de
llanuras planas, formaciones rocosas de arenisca y arbustos. Antes
de adelantarse demasiado, se detuvo y la miró.
-Vete. Estaré bien-, alentó.
Inclinando ligeramente la cabeza, Gowon se fue. Por
primera vez desde que lo conoció, el león blanco no parecía tan
triste. Hizo que su corazón se elevará en formas que no entendía
del todo.
-Tenemos que romper esta aflicción-, murmuró
Kafele cerca de ella. -No podemos permitir que nuestro alfa se
someta a una sola raza-.
-No se está sometiendo a una sola raza. Es una
fuerza mucho mayor-, especuló Sammi. -Cassie, sígueme. Te
mostraré tu habitación. No tienes mucho tiempo para instalarte
antes de que los miembros de la manada Blanco empiecen a llegar-
.

***
La nieve rodeaba a Cassie, pesada e iracunda.
Apenas podía respirar, mucho menos ver. El invierno era letal, pero
ella no era su presa.
Grandes huellas de patas ensangrentadas fueron
impresas en la nieve. Los siguió uno por uno, sólo pudiendo ver
unos centímetros delante de ella.
Sólo se detuvieron cuando ella alcanzó una pálida
masa casi invisible en la tormenta nevada.
Era Gowon. Y estaba herido. Muy malherido.

Respirando hondo, Cassie se despertó de la pesadilla,


pero sabía que no era un sueño. Librándose de las sábanas, salió
corriendo de la habitación y se fue a la naturaleza. Sobre ella, las
estrellas brillaban, iluminando su camino mientras ella corría hacia
él -su león- su instinto diciéndole a dónde ir.
Si tan solo pudiera cambiar, pensó frenéticamente.
Entonces lo alcanzaría más rápido.
Cuando finalmente lo encontró, no estaba sangrando,
no como en la pesadilla. Pero estaba en peligro. A la luz de la luna,
una sombra en forma de persona acorraló a Gowon contra una
roca, burlándose de él con una lanza que era demasiado sólida.
Gowon arañó al merodeador, pero sus garras no podían rasgar la
carne de una sombra. La sombra elevó la lanza más alto, lista para
empujarla hacia abajo.
-¡No!- Cassie lloró, y corrió delante de Gowon, actuando
como escudo.
Con el filo de una navaja, la lanza cortó su brazo ante
ella y la sombra desapareció por completo.
Aturdida, Cassie se tomó un momento para calmarse,
dándose cuenta de la gravedad de lo que acababa de suceder.
Cuando finalmente se giró para ver cómo estaba Gowon, él se
había ido.
En su lugar había un hombre.
-Vaya-, tartamudeó Cassie, mirando su cuerpo gloriosamente
desnudo. Era... impresionante. Su piel era pálida pero crecía en
color mientras estaba de pie ante ella, cambiando a un bronceado
claro obtenido de estar expuesto a un sol abrasador, un color
compensado por su pelo rubio casi blanco, con un corte casi militar.
Pero sus ojos eran los mismos, ojos por los que ella había estado
hipnotizada desde que él llegó al zoológico, por su tristeza, su
inteligencia... y ahora por su anhelo.
-Hola-, agregó mansamente, tratando de mantener su
concentración por encima del montón de vellos rubios que cubrían
su pecho y conducían a su... hombría.
-Cassie-, reconoció. Su voz era profunda y poderosa.
Le dio escalofríos en la columna vertebral y le calentó el corazón.
Gowon era un extraño... pero no lo era. Hasta ahora,
ella sólo lo conocía como un león, pero verlo como un hombre hizo
que sus sentimientos hacia él cambiarán completamente. Ya no era
un animal que ella cuidaba. Era el hombre que ella deseaba.
Anhelaba.
Un hombre que, a juzgar por las cosas, también la
deseaba a ella. Oh, qué demonios, pensó. Hora de ponerse
salvaje...
Cassie corrió hacia él, y Gowon la aceptó, acercándola a él
con sus enormes e infranqueables brazos.
-Gracias-, dijo. -Por mantenerme cuerdo cuando
estaba encerrado en esa jaula. Y ahora por liberarme. No sé cómo
soy humano otra vez, pero sé que es porque me salvaste-.
Entonces él inclinó su cabeza hacia arriba y la besó,
primero con sus labios, luego con su lengua, llevándose a toda ella.
Para Cassie, fue demoledor. Ella se acercó más a él, sintiendo su
hombría crecer contra ella, dura e indómita.
-Eres todo lo que quería en una pareja-, se quejó
mientras ella le levantaba la parte superior de la cabeza, revelando
sus generosos pechos y sus anchas curvas. -Una verdadera leona-.
-Excepto que no lo soy-, dijo mientras continuaba
quitándose la ropa. -No soy una leona. Sólo soy humana-.
-Eso no importa-, insistió roncamente, mirándola
ahora desnuda. -Ahora mismo, nada de eso importa-.
Tomando el mando, Gowon tomó su mano y la
condujo a un arroyo cercano donde la tierra estaba en su punto más
suave. Luego la echó al suelo, equilibrando su peso para no
aplastarla con su fuerza.
Con su piel rozando la de ella y su hombría cerca de
su muslo, Cassie se encendió con anticipación, su corazón
palpitando. Ella quería que él estuviera dentro de ella, para saber
cómo se sentía un hombre-león entre sus piernas. Por el tamaño de
su hombría, ella lo juzgó lleno de poder y resistencia.
Pero él no la tomó, aún no. La besó de nuevo, tan
apasionadamente como antes, y luego pasó su lengua por su
cuerpo, deteniéndose en su entrada. Con su boca tan cerca del
corazón de ella, y sus dulces besos por todo su cuerpo, ella gimió
de deseo.
-Te escucho, mi leona-, susurró, y luego le dio lo que
quería, moviendo las piernas un poco antes de lamer su carne
rosada con la ternura y precisión de un gato gigante bebiendo
leche, sólo que estaba probando su leche. Su lengua estaba tibia y
húmeda contra ella, electrificando sus entrañas hasta que sintió una
bendita oleada de calor que se acumulaba en su interior.
-Espera-, ordenó, levantando la cabeza. -Todavía no-.
Antes de que ella pudiese prepararse, él le abrió las
piernas y le clavó su palpitante hombría. Sus impulsos empezaron a
ser suaves, su hombría persistiendo entre sus pliegues, atrayéndola
al lado salvaje, pero pronto no pudo controlarse, y la tomó con toda
su fuerza.
Hacerle el amor a Gowon fue todo lo que Cassie
imaginó que sería. Era poderoso, pero era un poder que compartía
con ella, sus poderosos empujes iluminando su cuerpo con una
nueva sensación de libertad y placer hasta que ella ya no pudiera
resistir el calor dentro de ella. Su cuerpo fue sumergido en una luz
gloriosa, y experimentó más poder y dulzura que nunca antes.
Gowon se unió a ella, rugiendo al liberarse, un rugido que resonó
por toda la cordillera
Capítulo Cuatro

Gowon

Las estrellas eran las mismas de siempre, pero esta


noche tenían un nuevo significado para Gowon. Esta noche, la
habían guiado hacia él, su compañera. Sabía que Cassie era su
compañera desde el momento en que entró a su guarida en el
zoológico. Ella era hermosa y curvilínea con carne en todos los
lugares correctos, lo suficientemente fuerte para manejarlo. Cuando
ella venía a visitarlo por la noche, contándole historias de su día -
anécdotas aleatorias que había leído, aspectos destacados de su
investigación- él inhalaba su suave aroma, como la lluvia en la
llanura abierta, y suspiraba después de la forma en que su largo
pelo de caoba caía por su espalda, deseando poder enterrarse en
su pelo mientras la sostenía en sus brazos.
Él haría cualquier cosa para protegerla, pero ahora,
después de hacer el amor, mientras se sentaban en los escalones
que conducían a la casa, completamente vestidos, para su
consternación, se dio cuenta de que la había traído a las garras del
peligro.
-Cassie-, dijo, interrumpiendo el discurso que estaba
dando sobre medusas inmortales, -prométeme que no volverás a
ponerte en peligro de esa manera-.
La sorpresa en su cara le reveló que se había olvidado
completamente de su encuentro con alguien de la manada de la
Sombra, a pesar de la herida vendada en su brazo desde donde
golpeó la lanza.
-No puedo hacer esa promesa-, dijo ella
sinceramente. -No cuando se trata de ti. ¿Quién era ese?-
No quería decírselo. No la quería involucrada en
nada de eso. Pero él habló, armándola de conocimiento. -Fuí
atacado por un miembro de la manada de las sombras, una familia
de leones que reinaba en estas tierras. Mi manada no es la única
que reside aquí. Muchas manadas lo hacen. El desierto aquí es
vasto. Fue adquirida hace más de un siglo por Thomas Dalkey, un
bisabuelo que era el alfa de lo que ahora se conoce como la
Manada de las Sombras. Dalkey tenía una perspicacia aguda.
Sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que las tierras no
reclamadas del Oeste se establecieran completamente, por lo que
compró esta tierra mientras aún no estaba habitada, por lo que
todos los leones tenían un lugar para vagar libremente. Lo hizo
como un acto de caridad, pero sus descendientes no eran tan
benévolos. Creían que les daba poder, el poder de gobernar. Las
otras manadas no estaban de acuerdo, por lo que los
descendientes de Thomas Dalkey fueron expulsados de la tierra.
Pero no fueron lejos, ni se olvidaron. Buscaron maneras de
reclamar su tierra y afirmar su poder, eventualmente recurriendo a
un chamán nativo americano que le dio al linaje Dalkey la habilidad
de viajar como sombras cuando están en forma humana. Así es
como se ganaron el nombre de Manada de las Sombras. Pero el
proceso de transformarse y viajar como sombra es exhaustivo y
peligroso, por lo que no se hace con frecuencia. Al menos tenemos
esa bendición-.
-¿Pero por qué tú?- preguntó Cassie. -¿Por qué te
atacaron?-
-Porque soy el alfa de mi manada. Soy el guardián de
mi pueblo, desde que mis padres fueron asesinados…-
Podía sentir la ira elevándose en su voz, y
rápidamente se calmó. No quería que sus emociones le hicieran
cambiar, en caso de que el alivio de la aflicción fuera solo temporal.
Durante más de un año, había estado estancado en su forma de
león. No tenía prisa por volver a ella, especialmente ahora que ella,
su compañera, estaba cerca.
-De todos modos, ahora soy el alfa. Mi manada es la
más grande aquí. Las otras manadas nos miran con respeto. Ellos
nos siguen, especialmente a mi hermana y yo. Somos los últimos
de los leones blancos de esta cordillera. Otros existen, pero no
aquí. Somos únicos. Y nuestra familia es grande. Si caemos, la
manada de las sombras tiene más posibilidades de recuperar su
territorio-.
-¿Y no hay forma de que la Manada de las Sombras
pueda coexistir con las otras manadas?-
Gowon gruñó, imaginando la afilada punta de la lanza
apuntando directamente a su corazón. Afectuosamente, puso una
mano sobre el vendaje del brazo de Cassie. -La manada de las
sombras no entiende el concepto de convivencia. Para ellos, es sólo
gobernar o ser gobernado-.

***
Capítulo Cinco

Cassie

Pasaron las semanas, pero Cassie apenas se dio


cuenta. El tiempo no existía. Sólo estaba Gowon. Y su manada.
Llegaron en grupos, entrando y saliendo para presentar sus
respetos a su alfa, eufóricos de que hubiera encontrado el camino
de regreso a su forma humana. No todos vivían en el campo de tiro,
no como Gowon y Sammi. La mayoría vivía en otros lugares -desde
grandes ciudades cosmopolitas hasta pequeñas ciudades
suburbanas- pero este era su hogar. Aquí es donde podían vagar
libres, ser realmente ellos mismos.
-Les gustas-, le dijo Sammi un día mientras
saludaban con la mano desde el porche a un grupo de primos
adolescentes que se liberaban de sus padres durante un fin de
semana. -Ni siquiera les importa que no seas uno de nosotros-.
-¿Podría ser?- preguntó Cassie, sorprendiéndose a sí
misma. -Leí un libro que decía que la transformación puede ocurrir,
bajo el fuego de Leo. Pero sólo si el participante está dispuesto-.
-Sí, puede, pero no creo que mi hermano lo permita.
Cree que ya te ha puesto en demasiado peligro. Si te conviertes en
parte de nuestra manada, serás marcada-. -Supongo que es
irrelevante en este momento-, dijo Cassie, observando a Gowon
mientras miraba a través del campo de tiro con remordimiento,
apenas notando que sus primos emitían un último pitido desde su
pequeño Volkswagen Beetle mientras se alejaban. -Todavía no ha
cambiado. Teme que si lo hace, quedará atrapado de nuevo-.
-De cualquier manera, está atrapado-, dijo Sammi
miserablemente. -Atrapado en su forma humana. Atrapado en su
forma de león. No será completamente libre a menos que pueda
cambiar a voluntad-.
-Entonces, ¿cómo lo liberamos?-
-Rompemos la aflicción matando al que se la puso-,
dijo Sammi, inequívocamente devastada.
-Pero no sabemos quién es-.
Sammi estaba desconcertada. -¿Es eso lo que te dijo
mi hermano?-
-Sí-, declaró Cassie, dándose cuenta de que Gowon
puede no haber sido completamente honesto.
Sammi no diría nada más, pero por primera vez ese
día, sonrió en lo que parecía ser gratitud.

***

-Dímelo-, insistió Cassie, sentada en el regazo de Gowon en


el escalón del porche, prefiriendo el aire fresco del exterior al calor
sofocante de la casa. -Dime lo que se siente ser un león-.
Había otras cosas que ella quería que le dijera, cómo
quién lo maldijo, pero ella pensó que empezaría de a poco y se
abriría camino.
-Emocionante. Natural. Poderoso-, respondió. -El
mundo cobra vida-.
-Leí algunos datos interesantes sobre los leones.
¿Sabías que el rugido de un león se oye a ocho kilómetros de
distancia? ¿Y que las leonas son mejores cazadoras?-
Gowon se rió. -Todo es verdad. ¿Sabes qué más es
verdad?-
-¿Qué?-, preguntó ella, disfrutando de la forma en
que él se iluminaba cuando ella estaba cerca.
En respuesta, él le tomó la mano y se la llevó fuera
de la casa. -No te he mostrado lo que hay debajo de la roca",
aludió, llevándola hacia una formación rocosa en la distancia. -
Conoces mi punto débil, la curiosidad científica-, dijo feliz.
Caminaron poco menos de una hora, Gowon
intencionalmente mantuvo su paso. Sabía exactamente adónde la
llevaba. Cassie lo dejó, emocionada por ver lo que había más allá.
O, en este caso, abajo.
Se detuvieron fuera de una cueva. La boca era
diminuta, pero al escurrirse, Cassie fue recompensada con la
belleza de una caverna gigante, oscura si no por los cientos de
velas que iluminaban la arenisca.
-¿Tú hiciste esto?- A Cassie le conmovió que llegara
tan lejos. Gowon la abrazó y ella se hundió en su toque. Nunca
antes se había sentido tan protegida, tan segura.
-Te quiero-, le susurró al oído. -Me dijiste que los leones
blancos son un regalo del Dios Sol, pero tú eres el verdadero
regalo, Cassie-.
-Yo también te amo-, dijo, dándose cuenta de lo
cierto que era. No pudo decir que fue amor a primera vista. Fue sólo
en las últimas semanas que ella había llegado a conocer a Gowon -
sus largas conversaciones en el porche, haciendo el amor en la
llanura abierta que se enamoró de él. Pero ella estaba enamorada,
irreversible y eternamente.
Su agarre sobre ella se intensificó. Prácticamente
podía sentirle sonreír detrás de ella. Y luego la levantó en sus
brazos, su fuerza alfa bien capaz de manejar su gran y hermoso
cuerpo. Ella sabía que la mirada en sus ojos, hombre o león, era la
misma. Un hambre de sentir carne sobre carne.
Entonces las luces se apagaron, dejándolos casi en
la oscuridad. Cassie se había equivocado. Las velas no habían sido
la única fuente de luz en la caverna. Una delgada corriente se
escabullo por la entrada de la cueva, arrojando sombras a su
alrededor.
Junto a ella, Gowon gruñó desde lo más profundo de
su ser, un rugido listo para rasgar la cueva.
-Corre-, exigió. "De vuelta a la luz."
Cassie no se movió. Tenía miedo, mirando como una
sombra empezaba a tomar la forma de una persona, pero no estaba
congelada por el miedo. Ella se negaba a irse sin él. Era obvio para
ella que él planeaba quedarse y luchar.
-Déjame ayudarte a destruirlo-, imploró ella. -Entonces
podemos romper la aflicción-.
-Ella-, corrigió Gowon. -El alfa de la Manada de las
Sombras es una mujer-.
Oh. Cassie no lo esperaba, pero eso no cambió su
resolución. -Entonces destruyámosla-.
-No importaría…-
Antes de que pudiera decir más, Cassie se sintió
levantada en el aire y cayó de nuevo, con fuerza. Su cuerpo en
agonía, yacía sobre la fría piedra, consciente lo suficiente como
para ver a Gowon transformarse en león y oír su rugido real antes
de que todo se volviera negro.

***
Capítulo Seis

-Buenos días-, tarareó Sammi brillantemente a través


de la cama frente a ella, la luz del sol radiante contra su pelo rubio
pálido. -Me alegro de que finalmente estés despierta-.
La cabeza de Cassie parecía haber albergado un
espectáculo de fuegos artificiales. El dolor era explosivo, pero no
más que su preocupación por Gowon. -¿Dónde está?-, preguntó.
-Él está bien. Está patrullando el campo de tiro-.
-¿Como un león?-
La mirada de Sammi le dijo todo.
Cassie inclinó su cabeza hacia atrás contra su cama. -
No puede cambiar-.
-Desafortunadamente-, respondió Sammi. -La aflicción
permanece. -Fue capaz de cambiar de humano a león, pero una
vez más, está atrapado en su forma de león-.
Y una vez más, estamos separados, pensó Cassie. -
Todo es culpa mía-, dijo en voz alta. -Debí haber huido-.
-Eso es algo que ambos tienen en común, les gusta
culparse a sí mismos. Gowon está ahí fuera haciendo lo mismo-.
-¿Cómo puedes saberlo?-
-Puedo leer bien a mi hermano, especialmente cuando
está en forma de león. Entonces, ¿qué pasó?-
-Fuimos atacados por la manada de la sombra, en una
cueva a la que me trajo Gowon. Creo que había más de uno.
Estábamos preocupados por una sombra cuando otra atacó-.
Sammi parecía triste pero no dijo nada.
-Si tan sólo pudiéramos alcanzar al alfa de la manada
de las sombras cuando no está viajando como una sombra", calculó
Cassie. -Entonces podríamos levantar la aflicción-.
-No fue Kalisha, la alfa, quien afligió a Gowon-, confesó
Sammi con un suspiro de reticencia. -Fue Kafele-.
Cassie estaba confundida. -Pero, ¿por qué Kafele…-
-Porque es de la Manada de las Sombras. O lo era.
Nos conocimos después de que él le puso la aflicción a mi
hermano. Fui a matar a Kalisha, su prima y su alfa, pensando que
había sido ella, pero él me detuvo. Debimos haber peleado, pero no
pudimos. Instantáneamente nos reconocimos como compañeros,
una fuerza fuera de nuestro control. Sabía que no podía luchar
contra Kafele, ni encontrar una forma de evitarlo, así que me fui.
Unas noches después, apareció aquí, diciendo que había dejado su
manada por mí. Yo no confiaba en él, y él sabía que probablemente
yo nunca lo haría, así que me dijo la verdad sobre la aflicción de
Gowon, que fue él quien usó los poderes del chamán para debilitar
a mi hermano. Me ordenó que lo matara para poder recuperar a mi
hermano. Estaba dispuesto a morir por mi felicidad y la de mi
hermano, pero yo no podía permitirlo. Gowon puede estar atrapado
en su forma de león, pero aún está vivo. Una vida por una vida no
era justo, no cuando Kafele estaba lleno de tal arrepentimiento. Con
el tiempo, aprendí a confiar en él. Y también Gowon, incluso
después de que le dije la verdad-.
En cierto modo, fue un alivio para Cassie oírlo.
Gowon no le había mentido para protegerse. Lo hizo para proteger
a su hermana.
-Si Kafele maldijo a Gowon, ¿no sabe lo que está
pasando? ¿Él sabe por qué la aflicción fue temporalmente
aliviada?-
-Usó el poder del chamán, no el suyo. Todo lo que
sabe es que para que la aflicción sea destruida completamente,
tiene que ser destruido. Al menos, eso es lo que él pensaba. Está
tan desconcertado como nosotros por las últimas semanas.
Obviamente, cuando arriesgaste tu vida para salvar a Gowon de la
lanza, provocó una liberación temporal, pero no permanente. Por
qué o cómo, no lo sabemos. Y tampoco Kafele-.
-¿Estás segura?- Cassie sondeó.
-Sí. Conozco a mi compañero, de la misma manera
que tú conoces a Gowon-, afirmó Sammi, irritada. -Te he confiado
esta información sobre Kafele. No lo uses en su contra. Tiene mal
genio, lo admito, pero moriría por salvar a Gowon, para rectificar su
error. Probablemente se quitaría la vida si no le hubiera hecho
prometer que nunca me dejaría. Su arrepentimiento es real,
especialmente ahora que su error a alejado a Gowon de su pareja-.
Cansada de repente, Cassie giró su dolorida cabeza
hacia la ventana y hacia el campo de tiro. Se preguntaba cómo
sería deambular con Gowon como su leona… Casi
instantáneamente, su energía volvió a ella. -Conozco una forma en
la que puedes ayudar a redimir a Kafele. Conviérteme en leona-.
Sammi no estaba convencida. -No iré en contra de
los deseos de mi hermano-.
-¡Al diablo con eso!- Cassie lloró. -Hazme leona. Es
mi elección. De esa forma, puedo estar con Gowon, sin importar su
forma-.
-Pero...-
-Sin peros. Piénsalo, ya estoy marcada. Casi me
matan en la cueva. Al menos como leona, seré mucho más
poderosa. Sé que es posible transformarme, bajo el fuego de Leo.
¿Cuándo es eso?-
-Cuando la constelación de Leo está en el cielo. Así
que casi siempre. Tienes tiempo para pensar en esto…-
-No, ya tomé mi decisión. Redimir a Kafele.
Conviérteme en leona-.
Sabía que Sammi quería objetar más. Como segunda
alfa de la manada, no estaba acostumbrada a que le dijeran qué
hacer, excepto por su hermano. Pero había una verdad en el
argumento de Cassie que ni siquiera Sammi podía negar. Como
leona, sería más fuerte. Y Gowon no tendría que sufrir una vida sin
su pareja.
-De acuerdo-, Sammi accedió. -Por ahora, descansa.
Pero al final de la semana, conocerás la alegría de sentir la tierra
bajo tus patas-.

***
Capítulo Siete

Cassie

Cassie había esperado algún tipo de ritual, pero no


se había anticipado a lo elaborado que sería ese ritual. De pie en el
porche de la casa, ella estaba vestida con un vestido de lino blanco
que, complementado con un collar de oro, se sentía francamente
tribal. Le encantaba el atuendo. Las docenas de mujeres que
rodean el porche, no tanto. Todos los miembros de la manada, las
mujeres se regodeaban de ella, como si fueran cervatillos y no las
leonas que estaban destinadas a ser.
-¿Tuviste que llamar a la caballería?- Murmuró Cassie.
-No me di cuenta de que necesitábamos testigos-.
-No es toda la caballería. Les dije a los hombres y a
los niños que se quedaran en casa. Y no son testigos-, corrigió
Sammi. -Son energía positiva. Hace siglos que nuestra manada no
ve el fuego bajo Leo. Necesitamos todo el aliento que podamos
obtener-, afirmó, levantando la vista.
Cassie siguió su línea de visión hasta la constelación
de Leo. No era una silueta obvia de un león. De hecho, Cassie
pensó que se parecía más a una plancha de vapor, pero había
belleza en su reconocimiento.
-¿Es humo lo que huelo?-, preguntó de repente, su
estómago retorciéndose en un nudo. -Espera... ¿hay fuego de
verdad involucrado? Pensé que la parte del fuego era sólo
simbólica, representando las estrellas-.
-Me temo que no es tan simple-, dijo Sammi y se
adelantó, alejando a las mujeres de la manada.
Aunque todos estaban aquí por ella, Cassie se quedó
atrás. Sabía que no importaba lo que se le pidiera, lo haría. Quería
estar con Gowon. Pero estaba asustada. Tan frenéticamente como
su mente lo buscaba, no había nada científico con respecto a lo que
estaba a punto de suceder. Todo dependía de un poder superior.
De nuevo, Cassie se detuvo y miró a Leo. Cuando
bajó la mirada, Gowon se paró frente a ella.
Verdaderamente era una bestia magnífica, de pelaje
pálido y ojos gris-verdosos. Antes, su mente había separado su ser
bestial de su ser humano. Estaba hipnotizada por el león pero
amaba al hombre. Ahora, sabiendo en lo que se iba a convertir,
amaba al león con la misma libertad.
-Estaré bien-, prometió, leyendo la incertidumbre
dentro de él. -Sé lo que estoy haciendo. Es mi elección-.
Su incertidumbre no desapareció, pero aceptó su
respuesta, llevándola hacia el fuego. Al acercarse, Cassie pudo ver
lo grande que era la hoguera. Las llamas se extendieron muy por
encima de las cabezas de las leonas que la rodeaban, cada una
permaneciendo en su forma humana. Cuando Gowon entró en el
círculo, con Cassie sólo unos pasos detrás, las leonas se
separaron, permitiendo que su alfa y su compañera pasarán.
Tomó su lugar junto a Sammi, a una distancia
tolerable del calor, pero tan cerca que podía sentir lo mortal que era
el fuego.
Sammi comenzó el ritual. -Cassie Judd, has elegido
convertirte en leona, unirte a la hermandad que hemos establecido
hace tiempo dentro de esta manada. Te aceptamos con nuestro
amor y comprensión- Momentáneamente mostrando un gigantesco
juego de dientes carnívoros, ella se transformó parcialmente,
mordiendo su propia mano para que sangrara. Luego fue al fuego y
dejó que la sangre cayera entre las llamas. -Nuestra sangre es tu
sangre-.
-Nuestra sangre es tu sangre-, resonaron las leonas,
y siguieron el ejemplo de Sammi.
-Ahora es tu turno-, dijo Sammi vacilante. -Debes
sacrificar tu sangre al fuego-.
-Bien-, reconoció Cassie, buscando a su alrededor
un palo afilado con el que cortarse la mano.
-No- dijo Sammi, apoyando una mano sobre su
hombro, su agarre indicaba la fuerza que llevaba dentro-. -Para
transformarte, debes entrar en las llamas-.
-Oh-, repitió Cassie, esta vez con mucha menos
confianza, mientras miraba directamente a las llamas, sintiendo que
su cara se ponía roja con el calor. Ahora entendía por qué Sammi
había sido tan críptica con el ritual. Si Cassie hubiera sabido antes
que tenía que caminar hacia el fuego, se habría vuelto loca por el
miedo y la anticipación. -¿dolerá?-.
-No lo sé-, admitió Sammi. -Aún puedes cambiar de
opinión, Cassie. Te aceptamos como eres. Eres la compañera de
Gowon. Ya eres parte de esta manada-.
-Pero estoy separada de mi pareja-, insistió Cassie,
mirando a Gowon. -No podemos hablar. No podemos... tocar. No
somos uno, no así. Esta es la única manera-.
Antes de perder la confianza en sí misma, con el
corazón lleno de su amor por Gowon, Cassie saltó directamente a
las llamas.

***

Gowon

Gowon necesitó toda su voluntad para no saltar al


fuego después de Cassie. Un dolor que nunca antes había conocido
le superó mientras veía como ella se sacrificaba por él.
No debería haberla dejado hacer esto, pensó,
angustiado. Yo soy el alfa. Yo digo lo que se hace. Ser dividido por
nuestras formas es mejor que ser dividido en la muerte....
El aire a su alrededor era espeluznantemente
tranquilo, la muchedumbre se concentraba en la mujer que había
desaparecido entre las llamas.
Incapaz de aguantar mucho más la espera, Gowon
se puso en pie de un salto y rugió con fuerza, afirmando su poder
sobre la manada. Su voluntad propia se rindió. Iba a ir tras ella.
Cassie, ya voy... gritó mentalmente, rugiendo de
nuevo.
Justo cuando estaba a punto de saltar al fuego para
salvarla, las llamas se movieron, serpenteando hacia el cielo y
desapareciendo entre los cielos. En su lugar, con suaves brasas
cayendo a su alrededor en la noche, había una leona más bella de
lo que Gowon podría haber imaginado. Su pelaje no era de color
leonado sino caoba, como su pelo en forma humana. Era un león
oscuro, un león raro, más raro incluso que él mismo.
Cassie saltó del pozo de fuego y aterrizó a su lado, la
tierra acobardándose ante su poder. Eufórico, Gowon acarició su
cabeza contra la de ella, bañándola en su amor. Ella ronroneó bajo
él, devolviéndole su afecto. Pronto, su ronroneo se volvió bajo y
seductor.
Sonriendo, Gowon huyó de la manada, llevando a su
nueva leona a un lugar propio, donde una vez más podrían ser uno.

***

Cassie

Cuando se despertó, era de mañana. Y ella era


humana una vez más. Eso no le preocupaba. Sabía que le llevaría
tiempo aprender a cambiar a voluntad. Lo que le preocupaba era
que Gowon ya no estaba a su lado. Se despertó sola.
Desnuda y preocupada, Cassie se puso de pie,
sorprendida por lo tambaleantes que se sentían sus piernas
humanas. Después de una noche a cuatro patas, fuertes y en tierra,
sus dos endebles piernas humanas parecían frágiles.
Había sido estimulante, el cambio. No le había
dolido, no que ella pudiera recordar. Había sucedido tan rápido. En
un momento era humana, y al siguiente... era algo igualmente
magnífico. Se sentía completamente natural ser una leona, como si
fuera lo que la naturaleza había querido desde el principio que
experimentara tanto la llamada de lo salvaje como la ciencia de la
humanidad. Pero humana o leona, siempre fue una mujer. Su
fuerza como mujer la mantenía unida a ambos lados, al igual que su
amor por Gowon.
-Tengo que encontrarlo-, afirmó ella. Probaría en la
casa primero. Quizás había vuelto a buscarle algo de ropa.
-La nueva reina alfa-, cantó una mujer cerca de ella,
una canción llena de veneno. -¿Tan pronto te ha abandonado tu
rey?-
Cassie observó horrorizada como una sombra se
movía hacia ella, transformándose en una mujer con cabello negro
azabache, piel pálida e impecable, y una boca de rubí retorcida en
una divertida sonrisa. Cassie pudo ver instantáneamente el
parecido con Kafele.
-Kalisha-, siseó ella. -Alfa de la manada de las
sombras-.
-Me halaga que sepas tanto de mí-, azotó, dando
vueltas a Cassie.
Cassie intentó transformarse, sabiendo que era más
fuerte como una leona. Pero no pudo. No estaba segura de cómo.
-Es adorable verte intentarlo. Te mostraré cómo se
transforma una verdadera reina muy pronto. Pero primero, tengo
una propuesta. Puede que seas una leona, pero Gowon sigue
afligido. Y basándome en rumores sobre mi primo traidor y su
compañera blanqueada, Gowon no va a destruir al que lo afligió
pronto-.
-Dime lo que quieres-, exigió Cassie, tratando de
sonar como si tuviera alguna autoridad, aunque sabía que no la
tenía. Era nueva e inexperta en ser leona. Si Kalisha se
transformara, podría destrozar a Cassie en segundos.
-Quiero paz, como todo el mundo. Pero lo quiero bajo
mi reinado. Esta es mi tierra, Cassie. Pertenece a mi manada. La
reclamaré para mi pueblo-.
-Tu gente es corrupta-, Cassie devolvió el fuego. -No
te importan las otras manadas invitadas a esta tierra por tu
bisabuelo-.
-Thomas Dalkey era un tonto-, dijo Kalisha con una
suave ira. -Se preocupaba más por su filantropía que por su propia
familia. Quiero nuestra tierra de vuelta-.
-¿Y qué voy a hacer al respecto?- preguntó Cassie,
suavizando su tono, dándose cuenta de que un alfa enojado no era
alguien con quien quisiera lidiar tan pronto.
-Ahora eres la reina alfa. Una verdadera leona.
Mientras Gowon está atrapado en forma humana, tienes la
autoridad para permitir a mi gente volver al campo de tiro. Vamos,
Cassie. De una forma u otra. Evita la guerra, mientras puedas-.
-Vete al infierno-, respondió Cassie.
-No seas tonta-, insistió Kalisha, su paciencia
disminuyendo. Muy brevemente, mostró unas afiladas y mortíferas
garras. -Deja que mi gente vuelva-.
-Estás perdiendo el tiempo-, retumbó Gowon.
De vuelta en forma humana, Gowon estaba vestido con una camisa
térmica de color azul profundo y vaqueros que realzaban su cabello
bronceado y rubio corto. En sus manos había una muda de ropa
para Cassie, como ella sospechaba. -Ella no tiene la autoridad. Ya
no estoy afligido-, reveló.
Momentáneamente olvidando el peligro que corrían,
Cassie se iluminó. ¿Era verdad? ¿Eran libres? Quería creerlo, pero
sabía que podía ser una treta para ahuyentar a Kalisha. Gowon era
claramente humano, pero podría ser temporal, como la última vez.
-Imposible-, dijo Kalisha con frialdad, pero no parecía
tan segura.
-Cassie se sacrificó a las llamas por mí. Kalisha,
incluso una mujer tan viciosa como tú sabe que hay algunos
poderes que superan a un chamán-. Luego, para probarse a sí
mismo, dejó caer la ropa de Cassie y se transformó en un león.
Kalisha hizo lo mismo. Como leones, Gowon era con
mucho, el más fuerte, pero Kalisha tenía una agilidad e ingenio que
Cassie sabía que no podía ser subestimada. Ella no parecía temer
a Gowon como a un león, pero cuando él inmediatamente se
convirtió de nuevo en un hombre, su sorpresa fue innegable.
En vez de atacar, Kalisha rápidamente volvió a su
forma de sombra.
-Protege a esa leoncita tuya-, dijo ella. -Se avecina
una guerra-.
Luego desapareció.

***

-Así que aquí estamos-, dijo Gowon, tan desnudo y


orgulloso como ella.
-Así que aquí estamos-, resonó Cassie, incapaz de
apartar sus ojos de su hombría, cómo se elevó con poder.
-¿Estás segura de que quieres hacer esto?- le
preguntó, acercándose a ella, metiéndole un mechón de su cabello
caoba detrás de la oreja. -No tienes que ser parte de esta guerra.
Eres libre. Puedes hacer lo que quieras. Regresa al zoológico.
Continúa con tu investigación-.
-Tienes razón, soy libre-, dijo. -Soy libre de elegir mi
vida, y te elijo a ti. La guerra y todo eso. Este no es el comienzo. Y
no es el final. Mi amor por ti, va más allá de simples medidas como
el tiempo. O peligro. Es una fuerza en sí misma-.
-La fuerza que me liberó-. Otra vez, alisó su pelo
hacia atrás, acercándose más a ella. -Déjame mostrarte lo mucho
que significas para mí-, susurró con una autoridad que hacía
temblar de alegría su corazón.
-Adelante-, respondió ella antes de llegar y sentir
cuánto la deseaba su hombría. Creció en su mano, duro y urgente.
Amando la forma en que gemía al tocarla, ella cayó
lentamente de rodillas y tomó la punta de él en su boca, lamiéndolo
ligeramente, humedeciéndolo de la misma manera en que su
corazón se humedecía cuando ella estaba cerca de él.
La agarró del pelo y la acunó suavemente, facilitando
su punta alrededor de la boca. No fue todo por su placer. Ella lo
disfrutó. Le recordó lo que vendría, lo que él estaría haciendo con
esa colosal hombría una vez que ella terminara, lo que él le estaría
haciendo a ella.
Chupándolo, saboreando su salinidad, ella lo trajo
casi hasta el punto de llegar antes de que él se viniera.
-Tu boca es tan hermosa como tus ojos-, dijo, -pero
se supone que esto es sobre ti-.
Recuperando el control, como un verdadero alfa, la
giró para que ella le diera la espalda, luego la empujó ligeramente
hacia adelante para que estuviera a cuatro patas.
Destellos de la noche anterior juntos mientras como
leones enviaban escalofríos sensuales a través de su cuerpo, que
solo se acrecentaban cuando él metió sus dedos dentro de su
núcleo, haciéndola jadear de placer.
-Gowon-, se quejó mientras él golpeaba su punto
dulce. -Oh, Dios mío. No te detengas-.
Sus dedos continuaron empujando dentro de ella,
forzándola a mojarse y calentarse, empapando sus dedos, pero a
ella no le importaba. Olas de éxtasis se estaban formando dentro de
ella. Su cuerpo ansiaba ser liberado.
Ella arqueó su espalda y balanceó su cuerpo,
tratando de guiar sus dedos más profundamente dentro de ella,
pero para su gran satisfacción, él reemplazó sus dedos por su
hombría. La llenó, frotando cada ángulo dentro de ella, sus empujes
empalándola con puro placer. El calor dentro de ella creció,
haciendo que el mundo a su alrededor se volviera blanco. Pero no
lo soltó. Se agarró, hundiendo su cuerpo más allá de su hombría, su
respiración se hacía más pesada y desesperada con cada golpe
alucinante. Finalmente, no pudo aguantar más. Su cuerpo se
iluminó, como la noche anterior, trascendiendo a un nuevo reino de
bienaventuranza.
Se unió a ella, empujándose a sí mismo hacia ella
por última vez. Se apretó mientras lo sentía espasmódico dentro de
ella antes de que cayesen juntos en la suave tierra, sin aliento tanto
por su apareamiento como por el amor que se tenían.
-No conozco ninguna guerra cuando estoy contigo-,
dijo ella, metiendo su cuerpo en el de él. -Sólo conozco la felicidad-.
-Como yo contigo-, prometió. -Te amaré, Cassie, por
todos los días de mi vida, y más allá. No dejaré que nada se
interponga entre nosotros. Si tu libro de mitología es correcto, y yo
soy el hijo de un Dios Sol, entonces tú eres la luz que alimenta al
sol. Tú eres lo que da calor a mi vida-.
Y con eso, la tomó en sus brazos de nuevo, para no
soltarla nunca más.

FIN
CLARA
MOORE
Buscada por
el Vaquero
Tigre
Capítulo Uno

Krista

No tenía sentido.

Krista Beucourt miró hacia abajo a la tumba que acababa de


descubrir, limpiándose el sudor y la suciedad de su frente mientras el calor
de Nuevo México quemaba la tierra. El esqueleto en la tumba era el
hombre arriba y la bestia abajo, como el primo de un centauro, pero eso
no era lo que Krista había confundido.

La piel que quedaba del hombre-bestia parecía pertenecer a la de un tigre.


Podía entender a un puma o a una pantera, pero no a un tigre. Los tigres
se originaron en Asia, no en América.

Krista estudió el esqueleto más de cerca, esperando


respuestas. Debería sentirse reivindicada. La notoriedad de su trabajo
como antropóloga estaba a punto de estallar, pero era difícil abrazar la
gloria cuando los brazos del esqueleto se extendían con tanta
desesperación, como si se aferrara a un amante que no estaba allí.

Saliendo de la tumba, Krista fue a la nevera junto a su tienda


de campaña, sacó una botella de agua y la apretó contra su mejilla. Sólo
llevaba un par de pantalones cortos y un sujetador deportivo, mostrando
su piel de chocolate y su cuerpo curvilíneo, pero no era suficiente para
protegerse del sol abrasador. También podría desnudarse. Nadie se daría
cuenta. Estaba sola en el valle del desierto, su trabajo era una aventura
solitaria. Pero no se quitó los shorts de diseñador. Antropóloga
apasionada por la moda, había pagado una pequeña fortuna por ellos en
la ciudad donde vivía.
—Dame la ciudad cualquier día—, murmuró Krista mientras
arrojaba una lona sobre los huesos y entraba en su tienda para esconderse
del sol y procesar todo lo que había aprendido hasta ahora de su
descubrimiento.

No había viajado al desierto seco para encontrar un


hombre-bestia. Ella había estado en busca de un grupo perdido de colonos
que habían desaparecido de la región en el siglo XIX, cuando todavía era el
lejano oeste. La marca de una cruz en una cueva cercana la había llevado a
esta zona. Su equipo de radar había hecho el resto, recogiendo el
esqueleto mientras ella escaneaba la tierra.

Técnicamente, Krista no estaba autorizada a estar aquí. No


había podido obtener un permiso de las autoridades locales, por lo que no
pudo llamar a un equipo para que excavara con ella. Ella había asumido
que su permiso había sido rechazado debido a un prejuicio de que ella era
una antropóloga, destinada a estudiar el comportamiento humano, y no
una arqueóloga, que por lo general dirigía excavaciones en busca de
artefactos y personas perdidas. Incluso sospechaba que las autoridades
locales no querían que una chica joven y elegante de la ciudad descubriera
los tesoros de la frontera. Pero mientras delineaba un dibujo del hombre-
bestia en su bloc de dibujo, empezó a preguntarse si quizás las
autoridades locales conocían los secretos dentro de la arena, secretos que
querían mantener enterrados.

¿Pero por qué un tigre? A menos que... su mente empezara


a correr, entusiasmada. Quizás el hombre-bestia no era una antigua
criatura alrededor de la cual se crearon leyendas, como ella asumió
originalmente basándose en numerosas mitologías que había encontrado
en sus estudios. Quizás este hombre era alguien que había viajado desde
Asia, o tenía ancestros que lo hacían. Quizás estaba conectado con los
colonos perdidos que ella estaba buscando....

—Hey sunshine—, una voz profunda y sexy saludó,


metiendo la cabeza en la tienda de campaña.

—¡Derek! ¿Y si me hubiera estado cambiando?—, protestó


Krista, aunque en verdad ella saltaría ante la oportunidad de estar
desnuda alrededor de Derek, para sentir sus penetrantes ojos azules en
sus curvas y sus labios robustos arrastrando besos por su piel. Los
vaqueros calientes eran difíciles de encontrar en la ciudad, especialmente
los que tenían la naturaleza gentil pero autoritaria que a Derek rodeaba.

—Estás prácticamente desnuda, así como estás, entonces


¿por qué importaría?— Volvió con buen humor, sonriendo alegremente
bajo su sombrero de vaquero de gran tamaño. —¿Qué tienes ahí?—

—Nada—, dijo Krista y rápidamente cerró su bloc de dibujo.


—Sólo estoy siendo creativa—.

Derek Shiloh era rudo y guapo, pero apenas lo conocía. Era


un ranchero local que se había hecho amigo de ella un día cuando estaba
buscando una vaca perdida. Habían conversado amablemente, y desde
entonces él venía a visitarla a menudo, alegando que no le gustaba que
ella acampara sola, una sensación de protección que resplandecía en sus
ojos azules penetrantes, más azules por su piel bronceada.

Eso es lo que ella le había dicho, que estaba acampando y


recogiendo depósitos minerales. Era una verdad a medias. Era una
científica que estudiaba la tierra. Pero era a la gente a la que esperaba
encontrar, no a los minerales. La gente que cazaba hacía preguntas. Los
minerales no.

Krista probablemente podría haberle confiado la verdad a


Derek, antes de que la encontrara. Era sincero, su necesidad de protegerla
era real. Pero no podía decírselo ahora, no con un hombre-bestia tan
cerca. Puede que él no lo entienda como ella. Años de leer las leyendas de
los nativos americanos la habían preparado, lo que le facilitó la posibilidad
de que existieran cambiadores. Si le mostraba a Derek los huesos del
hombre-bestia, todo su sentido de la realidad podría ser destruido. Él
quería protegerla, pero ella también quería protegerlo a él.

Derek extendió la mano. —El sol se está poniendo. Ven


conmigo a la sombra. Traje un poco de cerveza—.

Krista aceptó gustosamente su mano y lo siguió fuera de la


tienda. De pie junto a él, le recordó lo alto y fuerte que era, construido
como una montaña de músculos, músculos que se asomaban a través de
su camiseta azul marino y vaqueros. Mientras él se agachaba para poner
un paquete de seis cervezas en su nevera, ella no pudo evitar mirar a su
trasero ancho pero firme.

No los hacen tan buenos en la ciudad, pensó.

—Allí—, dijo Derek, señalando una formación rocosa


cercana, sosteniendo el refrigerador. —Hay algo de sombra por allí—.

Permitiéndole que se hiciera cargo, ella lo siguió hasta la


sombra. Era dichoso, mucho más fresco que su tienda, pero Krista no
podía relajarse. Sentarse con su hombro presionado contra el de Derek
era eléctrico. Estaban tan cerca, que una parte de su largo y brillante
cabello castaño cayó en cascada sobre su camiseta, pero no pareció
importarle.

—Por los nuevos amigos—, brindó Derek, abriendo una


cerveza y dándosela.

—Por los nuevos amigos—, dijo mientras él abría la suya y


ella tomó un ansioso sorbo. Normalmente, prefería una mimosa dulce a
una cerveza, pero estar tan lejos de la civilización rompió sus límites, la
hizo más aventurera.

—¿Cómo llegaste aquí?—, preguntó ella, dándose cuenta de


que no vio su camioneta.

—Bridget me dejó—, explicó. —Ella es mi mano derecha en


el rancho. Bueno, la mujer de la mano derecha. Necesitaba el camión para
hacer un recado—.

El corazón de Krista se cayó. En todas sus cortas visitas, ella


nunca había considerado que Derek estaba involucrado con alguien más.
—Qué amable de su parte—, murmuró, dejando la cerveza a un lado.
Ahora, sólo sabía a decepción. —Puedo llevarte de vuelta, si quieres—.

Se rió. —Un cactus puede moverse más rápido que ese


montón de basura—, dijo, refiriéndose a su pequeño carro inteligente. —Y
no creo que encaje—.
No se ofendió. Su risa nunca podría ofenderla. Y
probablemente tenía razón. Con todo su equipo guardado bajo llave en el
asiento trasero, había poco espacio para él. —¿Entonces cómo
volverás?—

Le prestó toda su atención, un parpadeo de emoción


domando su brillante sonrisa. —Tal vez no quiera volver—, dijo.

Fue un pensamiento extraño, pero lo primero en lo que


Krista pudo pensar fue en cómo no sabía el color del cabello de Derek.
Nunca se quitó el sombrero de vaquero, como si un soldado llevara un
casco en el frente. Ahora mismo, todo lo que ella quería hacer era
arrancarle el sombrero y pasarle las manos por el pelo mientras él la
acercaba.

—Tal vez no deberías—, susurró ella, sintiendo un pulso


caliente correr a través de su cuerpo que no tenía nada que ver con el sol
ardiente.

Entonces recordó a la mujer que él mencionó, Bridget. Por


mucho que Krista quisiera a Derek, tenía algo de moral. Sabiendo que
estaban a punto de besarse, se puso de pie, rompiendo el momento.

—Debería volver al trabajo, antes de que se ponga el sol—.

Se daba cuenta de que estaba decepcionado, pero también


parecía aliviado, como si ella les hubiese salvado a ambos de un mal
destino. —¿Cómo va tu trabajo?—, preguntó, su interés aumentó.

—¿Encontraste algo interesante?—

—No—, dijo ella, intentando sonar indiferente. Nunca había


sido una gran mentirosa. Como antropóloga, buscó la verdad. Hablar en
contra de la verdad era como si su sangre fluyera hacia atrás. —Nada
importante—.

Miró a través del desierto hasta donde estaba la lona sobre


la tumba, protegiendo los huesos de una nueva capa de arena. —Eso
parece un gran agujero—.
—A veces tienes que cavar profundo para encontrar lo que buscas—.

—Y a veces está justo ante ti—, proclamó Derek. —Krista... Yo...—

El ruido de un camión invadió el momento. El camión


pertenecía a Derek, ella lo había visto conduciéndolo antes, pero esta vez
una mujer con el pelo rojo brillante colgando como la hiedra y usando una
camisa de franela azul estaba detrás del volante. Se detuvo junto a ellos.
—Tenemos que irnos—, le gritó a Derek, ignorando a Krista. —Los
corderos están perdiendo—.

La mujer -Bridget, asumió- era hermosa, pero no había nada


amistoso en ella.

—No es la temporada—, llamó Derek.

—Sabes a lo que me refiero. Entra—.

Sin prisa, Derek cepilló un pedazo de pelo de la mejilla de


Krista. —Hasta la próxima, cariño—, dijo, y luego se subió a la camioneta.

Mientras Krista veía el camión alejarse, dejándola sola en el


valle desértico una vez más, se olvidó completamente del hombre-bestia,
deseando haber besado a Derek mientras tenía la oportunidad.

***

Derek

Derek odiaba dejar a Krista sola en el desierto. Iba en


contra de todo lo que él creía. Admiraba su espíritu de independencia
tanto como admiraba sus saludables curvas y sus impresionantes ojos
ámbar, como llamas contra su piel oscura. Pero los hombres estaban
destinados a proteger a las mujeres. Sus instintos le gritaron que diera la
vuelta a la camioneta y que trajera a Krista con él al rancho donde pudiera
mantenerla a salvo.
Pero eso sería contraproducente. El desierto era donde
Krista estaba más segura. El rancho era el verdadero peligro.

Sabía que Krista estaba ocultando algo, que ella no estaba


siendo completamente sincera. La había visto dibujar al hombre con
huesos de tigre.

Pero no pensaba mal de ella por ello, no cuando él mismo


tenía su propio secreto.

***
Capítulo Dos

Krista

Le preocupaba dejar los huesos atrás, pero Krista tenía que


estar en un lugar importante. Manejando en su pequeño coche inteligente
a través del valle, Krista casi podía imaginar que estaba conduciendo un
Rover a través de Marte. Todo lo que la rodeaba se sentía extraño en
comparación con la ciudad, desde las formaciones rocosas abstractas
hasta los cactus de formas extrañas. Y el hombre-bestia enterrado en la
tierra.

Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que el


hombre-bestia tenía algo que ver con los colonos desaparecidos. Todavía
no se sabía si era uno de ellos o parte de la razón por la que habían
desaparecido. Por eso necesitaba hablar con Lolli, que era de la tribu
nativa americana que vivía cerca, a donde se dirigía ahora.

Conocía a Lolli y a su familia desde hacía años. Cuando


estaba en el segundo año de la universidad, había salido con Eddie, el hijo
de Lolli. Eddie la trajo de vuelta a la reserva un fin de semana, y su familia
la adoptó como si fuera una de los suyos. La familia vivía entre un grupo
de remolques, pero por la forma en que cuidaban de su tierra y sus
hogares, esos remolques podían confundirse con palacios. Tenían tanto
orgullo.

Eddie se graduó un año antes que ella. Cuando se escapó


para trabajar en las plataformas petrolíferas, rompiendo con su hogar en
Nuevo México, incluyendo su relación, su familia fue comprensiva. Lolli
continuó tratándola como a una hija. En los tres años que habían pasado
desde que se graduó, Krista estaba más cerca que Eddie. Era como si él
fuera un fantasma, y ella era la carne viva que llenaba su lugar.

Krista no estaba resentida con Eddie por irse. Tenía mucho


por lo que estar agradecida. Le había dado una segunda familia. Y él le
había contado la historia de los colonos perdidos, despertando su interés
por el misterio, lo suficiente como para que ella dejase que consumiese su
carrera.

El sol golpeó tan fuerte como lo había hecho el día anterior,


haciendo que el camino se desfigurase tras ella al salir el calor de la tierra.
Creyó ver un vehículo a lo lejos siguiéndola, pero cuando miró por el
espejo retrovisor a la neblina del calor, era imposible distinguir una roca
de un pájaro.

En su auto, Krista se arrepintió de su decisión de usar un


largo suéter de cachemir blanco sobre sus pantalones cortos. La tela era
ligera y suave, pero cualquier tela era demasiado.

Había que hacerlo. Lolli era un hombre respetable. Simplemente no


llegaría a la reserva en un sujetador deportivo. La idea era tan ridícula que
Krista se rió a carcajadas cuando se detuvo cerca del remolque que Lolli
llamaba su casa y aparcó su coche.

Esa risa se detuvo cuando un camión se detuvo a su lado.

—Derek, ¿qué haces aquí?—, preguntó mientras cerraba la


puerta de su auto, mirando con confusión y consternación cómo Derek y
Bridget salían del camión.

—Te seguimos—, dijo Bridget sin disculparse, un desprecio


en su tono.

No puedo culparla por odiarme, pensó Krista. Sigo tramando


formas de robarle a su hombre.

—¿Por qué me estabas siguiendo?—, preguntó. Ella no


sospechaba. Estaba segura de que había una buena razón.

La había.
—Dimos vuelta en el camino detrás de ti unas millas atrás y
vimos que tu líquido estaba goteando—, explicó Derek, y él fue a su auto y
abrió el capó.

Asustada, Krista miró por donde había venido. No podía ver


ningún fluido siguiendo a su coche, pero no fue una sorpresa. Todo se
evaporó en minutos con el calor.

—Gracias—, dijo ella, de pie junto a Derek mientras él jugueteaba con


partes bajo su capucha. Se puso tenso con ella tan cerca.

—No era necesario dar las gracias—, dijo con un poco de


pesar, y cerró su capó y regresó a la camioneta.

—Trajiste amigos—, anotó Lolli, al encontrarlos afuera. Lolli


estaba lejos de ser viejo, pero su pelo empezaba a ponerse gris y se le
formaban arrugas alrededor de los ojos, que miraban al camión con
cautela.

—¡Krista!— gritó un niño pequeño, corriendo hacia Lolli. Era


Todd, el nieto de Lolli y el sobrino de Eddie.

—¡Pequeño Sapo!— exclamó Krista, cogiendo a Todd entre


sus brazos. —¡Estás creciendo tanto!—

—Costilla—, dijo Todd juguetonamente, y envolvió sus


brazos alrededor de su cuello, acurrucados en el suave acolchado de sus
brazos.

—Estos son Derek y Bridget—, le dijo a Lolli. —Tienen un


rancho cerca—.

—Sé quiénes son—, reveló Lolli sin rodeos.

—Señor—, saludó Derek, sacudiéndose el sombrero.

Bridget permaneció obstinadamente callada.

Un silencio incómodo pasó entre ellos. Krista sentía que


estaba en medio de un campo de batalla, pero no había armas, sólo
desprecio.
—Tengo preguntas sobre mi investigación—, dijo,
rompiendo el silencio mientras abrazaba a Todd.

Esto llamó la atención de Bridget. —Me gustaría saber más


sobre tu investigación—. Sonaba como una demanda.

—No—, contestó Lolli por Krista. —Tú no. No me gusta tu


corazón—. Se volvió hacia Derek. —Puedes quedarte—.

Simultáneamente, Krista y Bridget hablaron en protesta.

—Mi investigación es privada—, objetó Krista.

Más alto y más autoritario que ella, Bridget argumentó:

—Este es mi hogar. Tengo derecho a saber si alguna chica de la ciudad


está tratando de destruirlo—.

Lolli levantó su mano, silenciándolos. —Ahora mismo estás


en mi tierra. Yo estoy a cargo. Lo que vi se va—.

—Vuelve al rancho—, ordenó Derek a Bridget. —Puedo


manejarlo—.

Bridget quería objetar. Todo sobre su lenguaje corporal era


una objeción. Pero sabiendo que había sido derrotada, se dirigió al camión
y encendió el motor. "Lo que usted diga, jefe", dijo ella, y se fue corriendo,
dejando un rastro de polvo detrás de ella.

—Ella es mala—, susurró Todd al oído de Krista. —Me


alegro de que se haya ido—.

—Está bien, Pequeño Sapo—, Krista le tranquilizó. —No nos


hará daño—.

—Sí, lo hará—, insistió Todd.

—Deberías haberte ido con tu novia—, le dijo Krista a


Derek, tratando de recordarse a sí misma que se acababan de conocer,
que sus charlas ocasionales a la sombra significaban que eran amigos,
pero nada más.
Para su sorpresa, Derek se rió. —Ella no es mi novia—, dijo,
irradiando encanto. —Es mi empleada. Nada más".

Era difícil de creer para Krista. —¿Ella sabe eso?—

Derek se encogió de hombros. —Ella debería. No tenemos


una historia juntos, no a menos que cuentes arreglar tractores y criar
ganado—.

Bridget no había hecho nada para ganarse la simpatía de


Krista, pero de repente se sintió mal por la mujer. —Te sorprendería cómo
arreglar tractores y criar ganado puede hacer sentir a una mujer—, dijo,
haciendo rebotar a Todd en su cadera. —Tal vez deberías ir con ella—.

Se necesitó toda la voluntad de Krista para sugerirlo. No


quería que Derek fuera con Bridget. Ella quería que se quedara, pero no
podía permitirlo, no cuando estaba a punto de contarle a Lolli sobre el
hombre-bestia.

—Está bien—, le dijo Lolli. —Tengo la sensación de que él


puede responder a tus preguntas mejor que nadie—.

Rindiéndose, sabiendo que estaría peleando una batalla


perdida entre los dos hombres, Krista liberó a Todd y siguió a Lolli a su
tráiler con Derek a su lado. Aunque ella miraba hacia adelante, estaba
muy consciente de Derek, de su altura, de su fuerza, de su embriagador
olor a tierra y de la forma en que la dejaba caminar un poco por delante
de él, haciendo guardia un poco detrás de ella, tan protector como
siempre.

Entrando en la caravana de Lolli, Krista se encontró con la


familiar vista de su biblioteca de libros antiguos. Lolli era un historiador.
Coleccionaba mapas amarillentos y libros encuadernados en cuero como
si fueran muebles. Y en su mente, lejos de los libros, almacenaba
conocimientos transmitidos por sus antepasados. Los libros de historia,
Krista ya los había leído. Era el antiguo conocimiento que buscaba ahora.
Tomando asiento en un sofá verde y lujoso, trató de averiguar cómo
preguntaría sobre el hombre-bestia sin revelárselo todo a Derek.
—Háblame de las leyendas de las bestias—, dijo cuando Lolli
se sentó en su sillón de cuero frente a ella.

—Deja eso—, le dijo Lolli a Derek, aunque estaba ciego a los


movimientos de Derek.

Detrás de Lolli, Derek acomodo una vieja pipa de fumar y se


sentó junto a Krista en el sofá.

—Tendrás que ser más específica—, dijo Lolli, relajándose.


—Tenemos muchas leyendas de bestias—.

Suspirando interiormente, Krista sabía que no tenía otra


opción que hablar directamente, cualquiera que fuera el resultado.

—Hombre-bestia—, dijo ella. —Cambiaformas. ¿Qué dicen tus leyendas


de los cambiantes?—

—Todas las naciones tienen sus propias historias—, dijo


Lolli. —De dioses que se convierten en osos, a osos que se convierten en
humanos, y humanos que se convierten en dioses. La naturaleza siempre
está cambiando, fluyendo. Es la naturaleza de la creación—.

—¿Sólo osos?— Presionó Krista.

A su lado, Derek resopló.

—No, hija mía. Osos. Águilas. Pumas. Lobos. La naturaleza


sólo conoce la vida. Ella no distingue entre las especies—.

—Así que para ti, los cambiaformas son más que leyendas.
Son parte de la historia—.

—Son parte de la realidad—, confirmó Lolli. —Quizá tu


amigo tenga algo más que aportar que sus gruñidos críticos—.

—No señor—, dijo Derek con firmeza, sentado erguido. —


No tengo nada que decir. Pero tengo algo que preguntar. ¿Por qué estás
tan interesada, Krista? Eres un académico. Si vas por ahí gritando
cambiaformas, nunca te tomarán en serio—.
—Me tomo en serio—, dijo Krista. —Eso es suficiente para
mí. No me importa lo que piensen los demás. De todos modos, tengo
evidencia que prueba que los cambiaformas existen—.

La sorprendió la facilidad con la que las palabras salían de su


boca, descongestionando sus temores. Se sentía natural reconocer la
existencia de los cambiaformas, como si estuviera hablando de los
cambios de estación.

Por primera vez desde que lo conoció, Derek se quitó el


sombrero y se pasó una mano por su pelo su pelo rubio arenoso, rayado
con toques rojos. Combinado con su bronceado y ojos azules, lo hizo más
que un vaquero sexy. Lo hacía irresistible.

—¿Pruebas?— murmuró. —Es preocupante oír eso. ¿Qué


clase de pruebas?—

—He descubierto los huesos de un hombre-bestia. Su


estructura ósea me dice que es varón, pero sólo es un humano en la cima.
Es lo que parece ser un tigre en el fondo, basado en los restos de pieles
que se conservaron. Pero no entiendo por qué está atrapado entre sus dos
mundos—.

—Debe haber muerto mientras cambiaba—, especuló Lolli.

—Probablemente—, estuvo de acuerdo Krista. —Su pose es


irregular. Sus brazos se extienden, como si estuviera buscando a alguien—

—¿Has inspeccionado la tierra en busca de más cuerpos?—.

—Sí, pero la suya es la única que hay por aquí. Es un gran misterio, tanto
que no puedo evitar sentir que su muerte está relacionada con los colonos
perdidos. Es demasiada coincidencia tener dos grandes misterios en la
misma área. Cuando empecé a quitarle la tierra de los huesos, creí que
estaba descubriendo al primero de los colonos. Que este esqueleto me
llevaría a los otros. Pero ahora hay más preguntas que respuestas—.

Mientras ella hablaba, Krista trató de ignorar el hecho de


que Derek se sentaba a su lado, que ella estaba destruyendo la realidad tal
como él la conocía, pero Lolli volvió su atención hacia Derek,
confrontándolo. —¿Y qué opinas del descubrimiento de Krista?" Sonó
como un desafío. "¿Planeas hacer algo al respecto?—

Fue algo extraño para Lolli preguntar, pero Krista esperó


pacientemente la respuesta de Derek. Parecía desgarrado, reprimido por
un conflicto desconocido.

Sólo está procesando, se dijo a sí misma Krista. Lleva


tiempo.

—No—, contestó finalmente Derek. —No planeo hacer nada


sobre lo que Krista descubrió. La protegeré—.

***

Derek

Quería decírselo. Quería contarle todo, pero no pudo. Sería


egoísta hacerlo. Si Krista supiera lo que quería decir, lo que el hombre
nativo casi había sacado de él, entonces ella estaría en más peligro de lo
que ya estaba.

Ahora mismo, la situación estaba bajo control. Eso es todo


lo que su gente quería, que las cosas estuvieran en orden. Para que su
secreto se mantuviera.

El resto del mundo no estaba preparado para vivir entre


cambiantes. No estaba listo para su gente, su familia de tigres.

La familia era una estirada. Los tigres no eran como los


lobos o los pumas de los que había hablado el hombre nativo. Derek
envidiaba a esos cambiaformas por su sentido de familia y comunidad. Los
tigres eran mucho más solitarios. En su mayoría vivían solos o en
pequeños grupos. Por lo general, los niños nacen de aventuras o de
relaciones a corto plazo. Muchos de los ranchos alrededor de estas partes
se asemejaban a conventos, mantenidos por mujeres que elegían criar a
sus crías juntas.

Algunos hombres lo prefieren así. Los dejó libres para vivir


sus vidas solitarias. Otros, como Derek, no. Era un tigre, pero también un
hombre. Quería un compañero, alguien que se quedara a su lado.

Quería a Krista.

Ahora, de pie bajo un cielo nocturno, mirando como Krista


sacaba la lona de la tumba, confiando en él sin restricciones, estaba
hipnotizado por ella. Era tan hermosa, su suéter blanco brillando como la
luz de las estrellas contra su impecable piel negra. Quería reclamarla,
tomarla como suya, pero no podía.

No había ninguna ley que le negara un compañero no


cambiante, pero estaba obligado a proteger a su pueblo. La protección de
su especie fue una de las pocas veces que los tigres se unieron. Su historia
fue amarga. Habían sido cazados, llevados al borde de la extinción. Medio
hombre. Un tigre entero. No importaba. No podían vivir al aire libre, no
como los osos y los lobos en los bosques. Los tigres se destacaban. Los
tigres tuvieron que esconderse. Cuando se movían, por lo general estaba
al abrigo de la noche y dentro del terreno pocos hombres se aventuraban
en el valle desértico.

Su gente había hecho de Nuevo México su hogar hace


mucho tiempo. Aquí estaban a salvo.

Desafortunadamente para Krista, su curiosidad amenazaba


su seguridad. Los tigres se enterarían de su descubrimiento. Algo tan
grande no pasaría desapercibido, no cuando había ojos mirando en la
oscuridad. Vendrían por ella. Haría todo lo que pudiera para protegerla,
pero no sería suficiente. Los ecos del pasado gritaban demasiado fuerte.

Krista confiaba en él sin restricciones, pero no merecía su


confianza.

***
Capítulo Tres

Krista

Los huesos estaban a la luz de la luna. Revelárselas a Derek


era como desnudar su alma. Los huesos eran su destino, un paso más
cerca de descubrir el misterio de los colonos perdidos. Eran todo por lo
que había apostado su carrera.

Pero no eran lo único que había encontrado en la tumba.


Había habido un artefacto, que ella rápidamente había escondido al
encontrarlo, sin querer mostrárselo a nadie. Todavía no.

—¿Qué te parece?— preguntó Krista.

—Tal vez los huesos son falsos—, sugirió Derek. —¿Ya los
has autentificado?—

—No. Técnicamente, no tengo permiso para estar aquí. Pero


los huesos son reales. Lo sé—.

Simplemente asintió en respuesta. Ella tomó su silencio


como un signo de que él estaba abrumado.

—Oye—, dijo ella, cogiendo su mano. —Sé que es una


magia extraña, pero no te preocupes—.

Se volvió hacia ella, apretando su mano. —No es magia lo


que me preocupa, cariño. Eres tú—.

Habló con tanta verdad y profundidad, que la conmovió.


Sabiendo ahora que era soltero, libre de amar, ella corrigió su error de
antes y lo besó. Sus labios no eran suaves. Eran toscos y firmes, y ella los
adoraba. Eran los labios de un hombre que trabajaba duro por su pan, un
hombre con manos fuertes que trabajarían igual de duro para
complacerla.
Impulsado por un hambre que había estado creciendo
durante días, Derek se hizo cargo del beso, acercándola a él. El calor de su
cuerpo la nutría, la hacía sentir segura, mientras que la gran rigidez de su
polla presionada contra ella la hacía sentir primitiva e indómita. Se
imaginaba lo que era tener esa polla dentro de ella. Tales pensamientos
hacían que su cuerpo palpitara de emoción y que le doliera el corazón con
una fuerte anticipación.

Lista para ser devorada por él, se quitó el suéter y lo tiró al


suelo, exponiendo el sujetador blanco de encaje que llevaba debajo,
invitándole a probarla.

No necesitando más aliento, Derek la levantó y la llevó a la


tienda. La puso sobre su saco de dormir y la besó de nuevo, apretando con
fuerza sus labios contra los de ella, dominando la lengua de ella con la
suya propia mientras que su polla duplicaba su tamaño.

Cuando tuvo la oportunidad de respirar, Krista puso una


mano sobre su pecho, sintiendo el latido de su corazón tan fuerte como el
de ella. —¿Te gusta el rodeo, vaquero?—, preguntó seductora.

—Me gustas—, murmuró, y besó su cuello, justo donde se


unía a su centro, haciendo que sus bragas se empaparan y su centro
palpitara más fuerte con la excitación. Mientras empapaba su cuello,
molía sus caderas contra las de ella, su polla saliendo de sus vaqueros y
contra sus shorts.

Ella le agarró el pelo mientras él la besaba. —Quiero que me


ates—, confesó, sin vergüenza. —Como un rodeo—.

En respuesta, besó su cuello con más fuerza, su necesidad


por ella creciendo. Sus besos se movieron sobre su hombro, magullando
su piel, hasta que llegó a su sujetador. Con sus dientes, rasgó la correa
hacia abajo y luego usó sus manos para desengancharla, liberando sus
pechos. Instantáneamente, se llevó uno de sus pechos a la boca,
chupándolo mientras seguía restregándose contra ella.

La sensación de su lengua pasando por el pezón y el peso de


su cuerpo contra el de ella la acunó con felicidad. Ella se mojó más, lista
para que él le metiera la polla dentro de ella. Ella arqueó la espalda,
rogándole que le diera lo que ella quería.

Obedeciendo su petición anterior, él agarró sus brazos y los


forzó sobre su cabeza. Usando el cordón de su sostén, le ató las manos,
haciéndola completamente vulnerable a él.

—Haz lo que quieras—, invitó.

Sus palabras lo indujeron a ello. Ya no era un caballero, se


puso de rodillas y le arrancó los shorts, mostrando unas bragas de encaje
que hacen juego con su sujetador. Con una mano inmovilizando su
estómago, él usó la otra para alcanzar dentro de sus bragas y explorarla
con sus dedos, clavándolos profundamente dentro de ella.

Ella jadeó de placer mientras él la golpeaba con su mano, sus dedos


acariciándola por dentro mientras entraban y salían, resbaladizos por su
humedad. Se apretó alrededor de sus empujes, el calor dentro de su
cuerpo subiendo con cada golpe.

Antes de que ella explotara de felicidad, él la liberó. Le


arrancó los calzones como lo había hecho con sus shorts, y se desabrochó
los vaqueros, desvelando su polla gigante. En una maniobra sin fisuras, la
empujó hacia delante y extendió sus piernas para que ella se sentase a
horcajadas sobre él, con sus brazos alrededor de su cuello, aún atados,
mientras se miraban el uno al otro.

—Eres realmente impresionante, solecito—, dijo antes de


deslizarla sobre su polla, llenándola por completo.

Su largo pelo castaño cayó alrededor de ambos mientras


rodeaba sus caderas, permitiendo que su pene masajeara cada parte de
ella. Sus movimientos eran como una lenta y sensual quemadura. La besó
mientras hacían el amor, y cuando ella finalmente estalló, fue poderoso,
como tocar un pedazo de cielo. Él la siguió, gruñendo su nombre,
reclamándola como suya, sus gritos resonando en la noche.

***
Contenta en los brazos de su amante vaquero, Krista se había
quedado dormida, pero un susurro afuera la despertó. Extendiendo la
mano hacia el negro intenso que cubría la tienda, agarró su linterna y la
iluminó afuera.

Ella no sabía lo que esperaba ver. Tal vez un coyote. O una


planta rodadora. O Lolli vigilándola. No esperaba ver la silueta de tigres
bailando alrededor de su tienda como abejas a una colmena. Ella asumió
que eran tigres. Las siluetas tenían la forma y el tamaño correctos. Se
movían sin esfuerzo en patrones intangibles, sin dirección, pero con
intención. Era imposible saber cuántos eran. Tal vez sólo un puñado. Tal
vez mucho más.

Aterrorizada y con la esperanza de que todo fuera un sueño,


volvió a los brazos de Derek, que dormía profundamente, y se reunió con
él en el sueño.

***
Capítulo Cuatro

—Buenos días—, Derek saludó mientras Krista se movía.

—Buenos días—, dijo Krista.

Cruzó la tienda buscando su sombrero de vaquero y se lo


puso en la cabeza. —¿Lista para montar otra vez?—, preguntó, pasando
una mano por su carne desnuda.

Su piel ardía al tacto de él, aún calentada por la dulce


angustia de la noche anterior, pero tan pronto como recordó el sueño que
tenía, se sentó erguida.

—Los tigres—, recordó. —Estaban aquí—.

—¿Qué?— preguntó Derek, instantáneamente en guardia.

Krista agitó la cabeza, confundida. —No lo sé. Soñé que un


ejército de tigres vagaba afuera, sus siluetas bailando contra la tienda,
pero no estoy tan segura de que fuera un sueño—.

Silencioso pero urgente, Derek se vistió, y también Krista.


Salió de la tienda para ponerse su suéter blanco de cachemira,
parpadeando contra el resplandor del día. No había huellas de patas en la
arena, pero tan pronto como llegó a los huesos, cayó de rodillas.

—Se han ido—, dijo en voz alta. —Los huesos se han ido—.

Ella no entendió nada de eso. Su sueño debe haber sido


advertirle de esto. Mientras dormía, debió oír un ruido afuera y la
imaginación de su subconsciente llenó el resto. Eso tenía sentido, mucho
más que la alternativa, que el fantasma de los tigres había recuperado de
alguna manera a su antepasado perdido.

—Lo siento—, consoló Derek. —Lo siento mucho, cariño.


¿Por qué no vuelves al rancho conmigo? Allí estarás a salvo. No queda
nada para ti aquí—.
—Esto era mi carrera entera—, dijo Krista. —Ahora se ha
ido—.

—Tal vez sea lo mejor—, dijo Derek, ayudándola a ponerse


de pie. —El mundo no está listo para oír hablar de los cambiaformas—.

—No tengo interés en contarle al mundo sobre los


cambiantes. Busco a los colonos perdidos. Los que desaparecieron de esta
zona en el siglo XIX. Esos huesos eran mi única pista de su destino—.

Bueno, no es la única pista, pensó, recordando el artefacto


que había escondido. Le trajo un poco de alivio. Con el artefacto, estaba
más decidida que nunca a resolver el misterio que se burlaba de ella.

***

Encajaba perfectamente en su coche inteligente, pero llegaron


al rancho. Construido a lo largo de la base de una meseta de la ladera,
como si estuviera escondido, el edificio principal era de una sola planta,
pero se extendía elaboradamente en un semicírculo creciente. En el patio
había una estatua de un mustang de bronce en sus patas traseras, galante
como un rey. Los caballos reales ocupaban un coral cercano, rodeado de
otros campos que contenían ovejas y ganado. No eran las luces y las
tiendas de lujo de la ciudad, pero era un paso adelante de su tienda.

—Es maravilloso—, dijo Krista. —Gracias por traerme aquí—

—Considerala como un hogar—, profesó Derek, y él la besó.


Su beso no estaba tan hambriento como la noche anterior, pero había un
sentimiento en él. Ella era más para él que una aventura. Él se preocupaba
por ella. Podía sentirlo en la forma en que se unieron en el beso.

Al separarse, Krista fue al corral, tomando un momento para


absorber las emociones que estaban sintiendo. Se apoyó contra la valla de
madera del corral y observó como los caballos galopaban alrededor.

Derek era reacio a seguirla.


—¿Qué pasa?—, preguntó.

—Los asusté—, admitió. —El resto de los animales de mi


rancho reconocen mi autoridad. Los caballos no. Cuando me acerco,
huyen asustados. tiendo a dejarlos en paz—.

—Tonterías—, dijo Krista, metiendo la mano en el cubo de


comida y sosteniéndolo para los caballos. Una yegua beige se le acercó y
comió, su hocico mojado y caliente contra la mano de Krista. —Sólo tienes
que darte cuenta de que los caballos no quieren tu autoridad. Quieren tu
respeto—.

Derek todavía no se movía.

—Relájate—, le instruyó Krista. —Parece como si estuvieras


a punto de abalanzarte. Afloja los hombros. Dile al caballo con tu lenguaje
corporal que no eres una amenaza—.

Derek sacudió la tensión de sus grandes y voluminosos


músculos y se unió a ella en la cerca. —Somos amigos, ¿verdad, chica?
Sabes que no te haré daño—, murmuró a la yegua antes de levantar
lentamente su mano para acariciar su pelaje.

Krista sonrió, pero no dijo nada, dejándole tener su


momento.

—Bueno, mira eso—, respiró. —Parece que al fin y al cabo


nos llevamos bien con los caballos—.

Ella se rió. —¿Qué hacías antes?—.

—Tengo jardineros—. Puso su mano sobre la mayor parte


del cuello de la yegua, complacido. —¿Cómo conoces tan bien a los
animales?—

—Como antropólogo, estudio el comportamiento de la


gente. Los animales pueden no ser humanos, pero son personas—.

—Sí, lo son—, estuvo de acuerdo.


—¿Qué hace ella aquí?— Bridget preguntó,
encontrándolos. Tenía un rastrillo en la mano.

Inmediatamente, la yegua huyó.

—Krista se quedará con nosotros por un tiempo—, dijo


Derek con autorización, dejando poco espacio para que Bridget discutiera.

Lo hizo de todos modos. —No—, refutó. —Inaceptable—.

Demasiado para que sólo sean amigos, pensó Krista. Derek


puede que no sea capaz de verlo, pero Bridget estaba filtrando
posesividad.

—No tienes voz ni voto—, le dijo Derek. —Este es mi rancho—


.

Bridget tiró el rastrillo, furiosa. —Es tu rancho, pero la tierra


nos pertenece a todos. Está destinada a regresar a la sociedad de la
ciudad. Nuestra gente no la quiere aquí. Esto no era parte del plan—.

Krista se congeló. —¿El plan?—

—No—, le advirtió Derek a Bridget.

—¿Por qué no?—, dijo la pelirroja. —Tú le hiciste esto.


Sellaste su destino trayéndola aquí—. Bridget se volvió hacia Krista. —¿No
te preguntaste por qué seguía viniendo a verte, haciendo preguntas sobre
tu trabajo?—

—Bridget, para—, ordenó Derek. Puso su mano en la espalda


de Krista para guiarla, pero ella se negó. Quería oír lo que Bridget tenía
que decir.

—Adelante—.

Bridget se iluminó, victoriosa. —Se estaba infiltrando,


tratando de descubrir lo que sabías, lo que habías descubierto. Trabajaba
para nuestra gente. Es por él que sabíamos que habías descubierto los
huesos de nuestro antepasado. Anoche fue la distracción perfecta para
que pudiéramos recuperarlos—.
Krista se agarró a la valla para estabilizarse. De repente
sintió que no podía respirar. Tantos pensamientos giraban en torno a su
mente, picoteando su corazón como un buitre.

Ella estaba devastada de que Derek la hubiera traicionado,


pero lo que resonó más fuerte de la confesión de Bridget fue nuestro
antepasado.

—Lo que pasó entre nosotros anoche fue real—, le dijo


Derek, tocándole el brazo.

Apenas lo oyó. —Sois tigres—, dijo ella, mirándole. —Eres


un cambiaformas—.

***

Derek

Le retorcía las entrañas ver a Krista mirándole con tanta


desconfianza. La mayor parte de lo que dijo Bridget era verdad. Su
relación con Krista había sido forjada por engaño. Había sido elegido para
hacerse amigo de ella, vigilarla mientras ella cavaba alrededor de la tierra
que ellos recorrían. Estaba destinado a protegerla de la verdad tanto
como a proteger a su propia gente. Había fracasado.

Esa fue la más imperdonable de sus acciones que había


fallado en protegerlos a todos, especialmente a Krista.

Bridget estaba equivocada en una cosa. Anoche había sido


real. Había significado algo. No era para distraerla. No sabía que su pueblo
recuperaría los huesos mientras dormían juntos en la tienda.

Quería que Krista lo entendiera, pero no importaba. Ahora


no. Había un asunto más urgente que tratar. Gracias a Bridget, Krista sabía
que eran cambiaformas. Era la única cosa que se suponía que evitaría que
Krista descubriera, que los cambiadores todavía existían. No se limitaban
al pasado.
Al revelar a su gente, Bridget le había dado a Krista una
sentencia de muerte.

Desgarrado, Derek se giró hacia Bridget. Sabía lo que tenía


que hacer para proteger a Krista, pero era difícil. Bridget puede tener un
temperamento violento, pero era una buena amiga. Sus acciones eran
equivocadas, al igual que su corazón, pero en el fondo todo lo que ella
quería era lo mejor para su gente. Se enfrentaban a la extinción. Saberlo
podría ser una espina maliciosa.

Pero al final, había sido Bridget quien reveló el secreto de su


gente. Puede que no se haya dado cuenta, pero al darle a Krista una
sentencia de muerte, se la había impuesto ella misma. Su gente nunca lo
toleraría.

La opción era destruir a Bridget ahora, o dejar que ambos


murieran.

—Lo siento—, le dijo Derek a Bridget, su corazón desgarrado


mientras su cara caía. —Perdóname—.

Lleno de remordimientos, cambió, transformándose en un


tigre, su piel gruesa y poderosa alrededor de su cuello.

Al darse cuenta de sus intenciones, Bridget también cambió.


Como tigresa, era rápida y ágil, como una asesina, pero no sería rival para
él.

Chocaron en el aire, bestia contra bestia. Bridget lo golpeó y


le clavó las garras en la espalda. Era doloroso, pero no tanto como saber
que tenía que destruir a su amiga, como si sus noches bebiendo alrededor
de la hoguera y las largas horas que pasaban pastando ganado no
significaran nada para él.

Ella se preparó para golpear de nuevo, como él sabía que


haría. Sus garras fueron su mejor defensa. Cuando ella tiró de su pierna
delantera hacia atrás, él saltó hacia adelante y agarró el cuello de ella con
sus dientes. Todo lo que tenía que hacer era tomar medidas drásticas...
Para su sorpresa, Bridget se transformó de nuevo en su
forma humana y se escapó de su agarre. Estaba contenta consigo misma,
pero no tenía nada que ver con evadir la muerte.

Krista se había ido, su coche no estaba en ninguna parte.


Este había sido el plan de Bridget todo el tiempo, distraerlo mientras
Krista corría.

Renunciando, Derek también se transformó.

No tenía sentido matar a Bridget ahora. No dejaría que los


demás se enteraran de que Krista lo sabía, por su propio bien. Ella no
quería a Krista muerta. Sólo quería que se fuera.

Todas sus vidas estaban a salvo, pero él había perdido su amor.

***
Capítulo Cinco

Tres meses después

Krista

En su apartamento de la ciudad, Krista se sentó en su cama,


rodeada de elegantes almohadas que caían en cascada a su alrededor, y
miró el artefacto que tenía en la mano. Era un relicario, pero no tenía foto
dentro. Había habido uno. Un borde descolorido de uno estaba atrapado
en la bisagra, la propia foto probablemente arrancada hace mucho
tiempo.

—Tengo que volver—, dijo Krista en voz alta.

El misterio aún se burlaba de ella, invadiendo sus pensamientos


despiertos y adormecidos, pero sus razones para volver al valle del
desierto superaban con creces su deseo de averiguar qué les había pasado
a los colonos perdidos. Colocó una mano sobre su estómago en
crecimiento, sabiendo que el bebé que crecía en su interior podía poseer
una habilidad muy especial.

***

Nada había cambiado en el desierto desde que Krista se


había ido, huyendo del secreto que Bridget había revelado, huyendo del
enemigo que también era su amante. Esa era la belleza del desierto. Era
una marca de tiempo que recordaba a los modernos a venerar el pasado,
incluso cuando el futuro era tan incierto.

Krista entró en el rancho. Estaba desarreglado, perdiendo la


maravilla que tenía antes. Los caballos estaban acurrucados en sus
establos, la comida en sus bandejas les crecía moho. La estatua del
Mustang en el patio estaba manchada. Se sintió... derrotada.
Respirando hondo, sabiendo que su vida nunca volvería a
ser la misma, Krista dejó su coche inteligente, lista para revelar su propio
secreto a Derek, un secreto que pronto llegaría al mundo.

—¡Derek!— Llamó desde el patio. —¡Tenemos que


hablar!—

Derek no respondió a su llamada, pero alguien lo hizo.

Bridget.

—¿Qué haces aquí?—, dijo la pelirroja, saliendo del edificio


principal.

—Es una respuesta un poco cansada, ¿no?— Contestó


Krista, sin ganas de lidiar con la tigresa.

—No deberías estar aquí—, dijo Bridget. —Eres una


amenaza para mi gente—.

—No soy una amenaza— murmuró y volvió a gritar

—¡Derek!—

—No está aquí—, reveló Bridget. —Hace tiempo que no


viene—.

El corazón de Krista se hundió. Había tardado semanas en


armarse de valor para volver. No estaba segura de poder hacerlo por
segunda vez. —¿Dónde está?—

—No es asunto tuyo—, dijo Bridget. —Te sugiero que te


vayas—.

—No—, Krista se negó. —No te tengo miedo—.

Era lo que Bridget quería oír. —Deberías tenerlo—, bromeó


antes de transformarse en tigre.

Krista no se inmutó. Sus instintos querían que corriera, pero


ella sabía que eso era lo que Bridget quería, no porque fuera una tigresa
sino porque era sádica. Disfrutaba de sus juegos.
Gruñendo, Bridget saltó, levantó su pata para arañar a Krista
y enviarla al otro mundo, pero se detuvo en el aire y cayó al suelo,
humana una vez más, completamente vestida.

—Estás embarazada—, murmuró, tropezando con las


palabras. —¿Es de Derek?—

Bridget transformándose en tigresa y de nuevo en humana


no había sido la asombrosa transformación. La asombrosa transformación
fue la suavidad con la que ahora hablaba. Su amenaza desapareció,
golpeada por la verdad que yace en el vientre de Krista.

—Lo es—, dijo Krista. —Estoy embarazada de él—.

Para su sorpresa, Bridget la abrazó, con lágrimas en los ojos.


—Nuestra gente está cerca de la extinción—, dijo. —Estas son buenas
noticias. Cada niño que nace significa una oportunidad de nuestra
supervivencia—.

Así que Bridget no era tan sádica después de todo. Estaba


desesperada por proteger a su gente. Krista se enorgullecía de su
habilidad para analizar el comportamiento humano, era lo que la hacía
una antropóloga decente, pero no había visto que detrás del
temperamento de Bridget había una mujer desesperada por salvar a su
propia especie.

—¿Dónde está Derek?— preguntó Krista otra vez.

—Está en la ciudad, buscándote—.

Esta vez, las lágrimas se hincharon en los ojos de Krista.

—¿En serio?—

—Por supuesto—. Bridget tomó su mano. —Pero no te


preocupes. Yo lo llamaré. Entra en la casa y descansa, y para esta noche,
estará aquí—.

***

—¿Estás embarazada?—
Derek estaba aturdido, congelado por las noticias. De pie
junto a él en su dormitorio, una gran suite equipada con muebles oscuros,
Krista estaba segura de que se iba a desmayar.

No lo hizo. En vez de eso, sonrió ampliamente y la cogió en


sus brazos. —¡Woo wee!— gritó. —¡Voy a ser papá!—

—Lo eres—, dijo Krista, riendo mientras su vaquero


musculoso la hacía girar.

—Fui a buscarte—, dijo Derek, bajándola, poniéndose serio.


—No habría parado hasta encontrarte—.

—Lo sé—, dijo ella. —Me alegro—.

Sus palabras eran simples, pero estaban cargadas de


emoción, una emoción que los empujaba a la cama. Silencioso y admirado,
Derek la desnudó, venerando la belleza de sus curvas como él lo hacía.

—Eres más hermosa cada vez que te veo—, dijo, besando su


estómago.

Fue un beso afectuoso, pero se convirtió en uno mucho más


provocativo. Él continuó besándola, hasta el fondo de su corazón.
Acercándola al borde de la cama, le abrió las piernas y apretó la lengua
contra su clítoris. Dio vueltas alrededor de su lengua, despertando su
cuerpo mientras bebía en su feminidad. Ella gimió con placer, saboreando
la caricia de su lengua contra su carne, permitiéndole encender cada
nervio de su cuerpo.

—Te quiero dentro de mí—, dijo ella, tirando de su pelo,


levantándolo hacia ella. Ella le ayudó a quitarse la camiseta y a quitarse los
vaqueros y los calzoncillos hasta que estuviera tan desnudo como ella,
excepto por su sombrero de vaquero, que ella le dijo que se mantuviera
puesto. Elogiaba su cuerpo duro y bronceado a la perfección.

Levantando las rodillas, abrió más sus piernas, su corazón


latiendo para que él entrase en ella. Cuando lo hizo, deslizando su polla en
la humedad de ella, su cuerpo se convulsionó con placer, saboreando la
sensación de su polla contra la carne interior de ella. La montó como un
caballero, sus movimientos dulces y suaves, hasta que su necesidad de ella
se hizo cargo. A medida que el calor en su cuerpo se elevaba, también lo
hacía su ritmo, y él la penetró con un profundo deseo, moviéndose dentro
y fuera de ella a medida que sus cuerpos se unían en uno.

Ella arqueó la espalda, tomándolo todo, el calor


dentro, enviándola al límite. Cuando ella llegó, le agarró el trasero,
empujándolo más dentro de ella. Él se vino con ella, estremeciéndose al
liberarse, mientras soltaba su tigre.

Más tarde, mientras la abrazaba, Krista le contó sobre el


relicario que encontró. —Por la forma en que los huesos del hombre se
extendieron, no puedo evitar sentir que estaba buscando la foto de
quienquiera que estuviera en el relicario—.

—Él era—, proclamó Derek, sorprendiéndola. —El misterio


de los colonos perdidos no es ningún misterio, no para mi pueblo. Eran un
grupo de cambiaformas, tigres, mis antepasados. Sus antepasados y
antepasadas habían llegado a América mucho antes que ellos, pero no es
fácil esconder su forma de tigre en una tierra de la que los tigres no son
nativos. Eventualmente, los colonos fueron expulsados hacia el oeste,
huyendo de aquellos que los cazaban. Pensaron que estaban a salvo aquí,
pero un grupo de cazadores los alcanzó y los masacró. Muy pocos
sobrevivieron—.

—Eso es terrible—, dijo Krista, apretándose más fuerte


entre sus brazos. —¿Por qué no se fueron los supervivientes?—

—Estaban cansados de correr. Los cazadores continuaron,


buscando. Así que los sobrevivientes se quedaron, escondidos en las
mesetas, dejando que los cazadores se alejaran. Fue dentro de las
mesetas donde enterraron a los que fueron masacrados, escondiendo sus
cuerpos. Algunos, como el hombre que encontraste, habían sido
asesinados mientras se movían, atrapados entre el mundo que los asesinó
y el mundo en el que eran más libres—.

—¿Y el relicario?— preguntó Krista.


Derek se rió entre dientes, aunque era una mezcla de tristeza
y diversión. —En realidad, Bridget tiene la foto que va dentro. Es una foto
de su bisabuela, cuyo marido fue asesinado salvando a su esposa e hijos.
Los huesos que encontraste son de su familia—.

—¿Ella lo sabe?—

—Lo sabrá cuando le des el medallón—.

—Qué devastador—, suspiró Krista,—"ser separada tan


brutalmente de quien amas—.

Derek le puso la cara en la mano y la besó tiernamente.

—Tengo una pequeña idea de cómo se siente—.

—Nunca más—, dijo ella sonriendo, a sus penetrantes ojos


azules. —Nunca más estaremos separados. Ahora somos una familia, los
tres. Y a todos nuestros hijos que vendrán. No nos extinguiremos—.

FIN
CLARA
MOORE
Buscada por
el Lobo
Billonario
Capítulo Uno: Oscuridad

—Puedo sentirlo, así de salvaje dentro de mí. Golpea , aúlla y gruñe,


hasta que todo lo que puedo hacer es gritar sólo para cubrir los sonidos. Si
hubiera sabido que la solución a mi oscuridad era tan simple, habría hecho
muchas cosas diferentes en mi vida. Habría actuado antes. La mejor
manera de mantener a raya a mi salvaje es abrazarlo. Y si eso me hace
demasiado oscuro para este mundo, que así sea—.

Las lágrimas caían por la cara de Sharee. De todas las cosas que ella
hubiera esperado que dijera, no era eso. No se suponía que se diera por
vencido. No se suponía que terminara así. Se sintió con el corazón roto y
más que un poco traicionada... lo cual estaba segura de que era
exactamente el efecto por el que él había estado escribiendo.

Maldito sea, pensó ella furiosamente. Maldito sea al infierno y de


vuelta.

—¿Qué estás haciendo?—

Sharee saltó. Se limpió apresuradamente las lágrimas de la cara y


empujó la silla hacia atrás, las pequeñas ruedas que la alejaban de la
pantalla que se suponía que no debía mirar. En la página, la palabra "FIN"
todavía se burlaba de ella con sus últimos personajes, Arial Bold.

Levantó la vista y no se sorprendió al encontrar la sombra de una


sonrisa divertida en los bellos rasgos de Tristán. Se suponía que ella no
debía mirar su trabajo hasta que él se lo pidiera, pero ambos sabían que
ella nunca resistiría la tentación de mirar. Ya casi no fingía estar molesto
por ello. Además, él sabía que ella no lo hacía por el impulso de
entrometerse; era sólo que no podía evitarlo. Sharee vivía para las buenas
historias, y las palabras de Tristán eran demasiado hermosas para dejarlas
pasar.
Tampoco eran lo único hermoso de él. Para entonces, los dos
habían alcanzado un nivel de intimidad lo suficientemente alto como para
que ni siquiera se molestara en encubrirlo cuando salía de la ducha por la
mañana, y Sharee nunca se le ocurriría preguntarle. En ese momento, se
paró al otro lado del escritorio en el estudio con nada más que una toalla
envuelta alrededor de su cintura. Sharee sabía que, si miraba, vería las
líneas de sus caderas desaparecer más allá de la cintura blanca y
esponjosa de la toalla. Sabía que, si dejaba que su mirada corriera a lo
largo de la impresionante longitud de su figura, se encontraría con
músculos fuertes y delgados y una piel lisa.

Pero Sharee no miró y no dejó que su mirada corriera, porque


Tristán no era su novio. Tristán resultó ser su jefe, y a pesar de la intimidad
que inevitablemente vino con la asistencia a un autor genio prácticamente
24 / 7, Sharee todavía se enorgullecía de su profesionalismo. Ella sólo se
permitía fantasear con él dentro de la privacidad de su propio
apartamento.

Así que, incluso entonces, se forzó a ignorar su desnudez y sólo se


encontró con sus ojos azules oscuros como un mar tormentoso, y afilados
como una navaja de afeitar. Sharee tragó más allá de su boca
repentinamente seca. A veces el profesionalismo era muy difícil de
mantener.

Concéntrate, maldita sea, se regañó severamente.

—Lo siento—, dijo, aunque ambos sabían que no lo sentía en


absoluto. —Dijiste que podrías terminarlo durante la noche, tenía que
comprobarlo—.

Tristán sonrió abiertamente esta vez. —Claro que sí, cariño—.

Sharee tembló. Empezó a llamarla "cariño" desde el primer día que


ella empezó a trabajar para él, hace más de dos años, y desde entonces no
ha dejado de hacerlo. La palabra rodó de su lengua como el pecado.

—¿Qué te pareció?—, preguntó mientras se sentaba en el sillón


rojo brillante.
Sharee realmente deseaba ir a ponerse algo de ropa; era difícil
seguir la pista de una conversación con él descansando medio desnudo.

—Pensé que era muy oscuro—, dijo ella honestamente. —Tal vez un
poco, demasiado—.

Tristán arqueó una ceja oscura. —¿Demasiado oscuro?—

Sharee dudó. En general, Tristán era bueno con la crítica


constructiva, pero incluso después de dos años, seguía siendo consciente
de no cruzar la línea.

—Adelante, cariño—, dijo. —Sabes que puedo soportarlo—.

Ella lo sabía. Respiró hondo y decidió sacar todos sus pensamientos.


—Tristán, este es el tercer personaje principal que matas en un año. ¿No
crees que podría ser demasiado?—

Tristán Jacobsen era un escritor prolífico. Su última serie centrada en los


hombres lobo iba a un ritmo particularmente constante. Como todo lo
que salía de su pluma, se vendía por miles. Nadie podía escribir horror
como Tristán. Fue visto generalmente como el heredero de Stephen King...
incluso por el propio Stephen King. Había algo apasionante y real en la
forma en que Tristán escribía, sobre las cosas que van a chocar en la
noche, algo ancestral que hablaba al lector.

Pero no importa cuán oscuros puedan ser esos terrores, sus libros
siempre contenían un mensaje de esperanza al final. No mucho
últimamente. Últimamente, sus libros se habían vuelto más aterradores,
más oscuros, de una oscuridad que no dejaba escapatoria. Ciertamente no
dejó ninguna salida para los protagonistas.

—Quiero decir—, continuó Sharee cuando Tristán no reaccionó, —


¿cómo esperas que la gente se apegue a tus protagonistas si al final les
sigues ofendiendo?—

—Eric Stratham no está muerto—.

—Perdió su batalla con su naturaleza y se volvió del lado oscuro—,


argumentó Sharee. —Más vale que lo sea—.
Tristán se encogió de hombros.

Sharee lo miró fijamente. —Tristán, lo digo en serio—, dijo ella, tan


gentilmente como pudo. —La gente necesita redención. Necesitan
esperanza. Es por eso que aman tanto tus libros, porque siempre les diste
eso, sin importar lo aterrador que fuera el resto de la historia—.

—Sí, bueno—, Tristan estiró los brazos sobre su cabeza, bostezando


enormemente, —la redención y la esperanza no siempre están en las
cartas—.

—Me parece justo—, admitió Sharee. —Pero, ¿realmente no tienen


que estar las cartas en tres libros seguidos?—

Tristán resopló, exasperado. —Mira, si no les gusta, pueden leer


otra cosa—. Se puso de pie y salió del estudio, presumiblemente en busca
de ropa.

Sharee le miró fijamente, aturdida. —Sólo digo—, gritó ella. —Esto


es una serie. ¡Puede que quieras considerar dejar a algunos de los
personajes vivos para tu próximo libro!—

—¡Lo pensaré!— Tristán volvió a hablar, en el mismo tono ausente


de alguien que definitivamente no iba a pensar en ello. Para nada.

***

Tristán salió veinte minutos más tarde con dos tazas humeantes. Él
le dio una sin decir palabra, y Sharee aceptó el café por lo que era: una
ofrenda de paz para aplacar al asistente que se preocupaba por ella.
Admitió que ella debería haber sido la que le traía el café, pero con el
tiempo, los papeles se habían vuelto algo borrosos.

Estaba vestido simplemente, con un par de vaqueros descoloridos y


una camiseta negra de manga larga que abrazaba su cuerpo en los lugares
correctos. Sharee no pudo evitar dejar que su mirada se detuviera. Chico,
¡pero era un espectáculo! Ella se recuperó rápidamente y miró hacia otro
lado antes de que él pudiese notar el brillo de la apreciación en sus ojos.
Tomó un largo sorbo de café negro, saboreando el calor del líquido en
esta mañana gris de Oregón.

—Sabrina llamó mientras te vestías—.

Sharee entregó la información con indiferencia, pero sintió una


punzada de celos irracionales cada vez que la mujer renovaba sus intentos
de alejar a Tristán. El hecho de que no quisiera tener nada que ver con ella
le pareció algo irrelevante a Sharee cuando se vio forzada a escuchar su
voz demasiado alegre al otro lado de la línea telefónica.

Tristán se encogió visiblemente mientras se sentaba detrás de su


escritorio. "¿Otra vez?"

Sharee se encogió de hombros. —Quería saber si estás libre para


cenar mañana por la noche—.

La miró con algo parecido al terror. —Dijiste que no, ¿verdad?—

Sharee escondió una sonrisa detrás de otro sorbo de café. "Le dije
que se lo haría saber una vez que hablara contigo."

—¿Por qué demonios harías eso?—

—Mira, te lo he dicho una y otra vez—, dijo Sharee mientras


barajaba distraídamente unos papeles en la mesa que le servía de
escritorio, —Estoy encantada de ayudarte con cualquier cosa y con todo lo
relacionado con tu trabajo, pero tus relaciones personales son asunto
tuyo. No voy a interferir con ellos—.

—Tal vez deberías—, refunfuñó Tristan.

Sharee levantó la vista bruscamente. Parecía asustado, como si no


debiera decirlo en voz alta. —¿Qué se supone que significa eso?—

Tragó visiblemente. —Nada, no importa—, dijo rápidamente,


desapareciendo detrás de la pantalla de su iMac.
Sharee lo miró con curiosidad durante un momento o dos, y luego
decidió que probablemente estaba mejor sin saber lo que estaba pasando
por su cabeza.

—Antes de que empieces a escribir a máquina—, dijo cuando lo vio


prepararse para una de sus intensas sesiones de escritura, —¿deberíamos
repasar tu plan para mañana?—

Tristán la miró a su alrededor en la computadora, una expresión


perdida en su cara. —¿Qué pasa mañana?—

Sharee lo miró fijamente. ¿Hablaba en serio? —Te reunirás con


Derek para almorzar, para discutir la gira del nuevo libro—. Ya sabes, esa
en la que matas a la protagonista, otra vez... ella quería añadir, pero no lo
hizo. Pensó que había dejado claras sus ideas sobre el tema.

—¿Eso es mañana?—

Sharee suspiró. Como la mayoría de los genios, Tristán siempre fue


propenso a la distracción, pero últimamente su cerebro parecía estar más
disperso de lo normal. —Sí—, dijo pacientemente, —eso es mañan—.

—Cancélalo. Por favor—, agregó como una idea de último


momento, pero esa palabra educada no hizo nada para endulzar el golpe.

Sharee lo miró sorprendida. —¿Qué?—

—Ya me has oído. De hecho, te agradecería que cancelaras todas


mis citas de los próximos tres días—.

—No tienes nada más—, dijo ella automáticamente, su horario


impreso en su mente.

Tristán sonrió, complacido. —Perfecto—.

Sharee respiró profunda y tranquilamente. Sintió el comienzo de un


dolor de cabeza que se formaba en ese punto entre sus ojos, justo encima
del puente de su nariz. —Tristán—, dijo, con toda la calma que pudo, —no
puedes cancelar a tu editor dos meses antes de que comience tu gira.
Necesitas resolver los detalles—.
—Lo haré la semana que viene—.

—Ya lo has retrasado bastante. Realmente necesitas hacer esto—.

—Y lo haré—, dijo. —La semana que viene—.

¡Oh, por el amor de Dios! —Tristán...—

—Sharee, lo digo en serio—. La cortó bruscamente. —Retrocede—.

Sharee cerró la boca. Ella lo miró, estupefacta. Ella vio como él


empujaba la silla lejos del escritorio y se ponía de pie. Ella vio como él
caminaba hacia la puerta, y fue entonces cuando ella finalmente encontró
su voz para preguntar.

—¿Adónde vas?— Finalmente encontró su voz para preguntar.

Tristán no la miró mientras respondía: —Voy a dar un paseo—.

Sharee miró por la ventana. En algún momento durante su absurdo


intercambio, había empezado a llover a cántaros.

—¡Está lloviendo.... Tristán!—

Por supuesto, no escuchó. Nunca lo hacía. Ella escuchó la puerta


principal abrirse y cerrarse.

Sharee se sentó en su silla, aturdida. Durante el último par de


meses, Tristán había sido especialmente raro. Cada día parecía más y más
inquieto, hasta el punto de que ni siquiera sus escritos parecían ayudar.
Ella había intentado convencerle para que hablara de ello un par de veces,
pero nunca pudo superar sus estrechas defensas.

Ella se levantó y se acercó a su escritorio. Ella volvió a abrir el


archivo de su última novela, y se sentó a leer esos dos últimos capítulos
una vez más. Había una oscuridad allí, y por primera vez Sharee se
encontró a sí misma considerando la idea de que tal vez la creciente
desolación en los cuentos de Tristán reflejaba sus sentimientos. Después
de todo, estaba demasiado claro que algo le estaba molestando
seriamente.
Hasta ahora, sin embargo, los pensamientos sombríos que pasaban
por su cabeza nunca habían afectado su carrera. Como su asistente,
Sharee sabía que tenía que ponerle fin antes de que le hiciera un daño
grave a su trabajo. Se estremeció, ya temiendo la conversación.

Pequeños pasos, se dijo a sí misma. Una cosa a la vez.

Ahora mismo, el primer paso sería informar a Derek de que uno de


sus mejores autores no iba a hablar de la gira. Otra vez.

Sharee respiró hondo y cogió el teléfono.

***
Capítulo Dos: Amor

La lluvia estaba desatando un alboroto cuando se estrelló contra el


bosque, golpeando hojas y ramas. A Tristán le gustaba así. De hecho, le
encantaba. Le encantaba el caos natural que reflejaba con tanta precisión
el que había en su interior. Él también podía sentir su interior salvaje,
como el protagonista de su nuevo libro.

A diferencia de Eric, sin embargo, no podía aceptarlo. Fue


sentenciado a lidiar con ello y mantenerlo a raya lo mejor que pudo. A
veces, la única manera en que podía "lidiar con ello" era dejando que el
bosque se lo tragara, aunque sólo fuera por media hora. Era la razón por
la que había comprado la casa que estaba en las afueras del espeso
bosque en las afueras de Moonville, Oregón. Fue el nombre lo que lo
atrajo al lugar. Moonville. Era irónico, de una ironía cursi que un escritor
no podía dejar de apreciar.

Actualmente, Tristán caminaba por el bosque húmedo y disfrutaba


de la fría bofetada de la lluvia en su piel. El fuerte sonido del agua que caía
ahogaba la cacofonía de sus propios pensamientos. Los olores terrosos del
bosque lo castigaron. Con cada paso que daba, podía sentir como
retrocedía lo salvaje que había dentro.

—Cuando se ahogan, los perros se vuelven dóciles, pero los lobos se


vuelven salvajes—.

Se había encontrado con esa frase en un libro hace un tiempo. The


Black Prism, de Brent Weeks, la mejor obra de ficción fantástica moderna
que había leído en algún tiempo. Se había quedado con él, esa frase, y
resurgió ahora, mientras caminaba bajo una tormenta de lluvia a través
del frío bosque de Oregón.

Se preguntaba si eventualmente se volvería demasiado salvaje...


bueno, más salvaje. ¿Estaba haciendo más daño que bien manteniéndose
atado? ¿Debería abrazar su oscuridad para evitar que explote?
Agitó la cabeza. No. Esa fue la charla salvaje. No podía dejar que
vagara libremente, ni lo haría. Ya tuvo suficientes problemas para
manejarlo como estaba.

Instintivamente, Tristán miró al cielo. No podía ver nada más allá de


las gruesas copas de los árboles de color verde oscuro y las nubes grises,
pero sabía que estaba allí. Podía sentirlo. La luna. Su llamada se había
hecho más fuerte en los últimos dos meses. Le resultaba cada vez más
difícil resistirse, volver a sí mismo cuando amaneció.

Sus padres le habían advertido que eso podría pasar. Le dijeron que
la llamada de la naturaleza se haría cada vez más fuerte a medida que
creciera. Parte de él esperaba que estuvieran exagerando. Resultó que
eran demasiado suaves en sus descripciones del impulso que
infaliblemente lo alcanzaba, como un reloj, una vez al mes. Hoy, Tristán
podía sentir el impulso correr por sus venas con renovada insistencia,
haciendo hervir su sangre y picar su piel con el deseo de derramarla.

¿Y Sharee quería que almorzara con Derek y pensara en firmar


libros? Respiró en voz alta, seguro sabiendo que no había nadie que le
escuchara. De ninguna manera. De ninguna manera. Iba a ser ermitaño
durante los próximos días, aunque tuviera que esconderse en lo profundo
de este bosque y no salir durante todo ese tiempo. Sharee podía mirarlo
fijamente todo lo que quisiera con sus profundos ojos marrones.

Como siempre que se permitía pensar en ella en la privacidad de su


soledad, Tristán reprimía un escalofrío. Todo sobre Sharee despertó su
deseo. Sus ojos color chocolate. Su piel ámbar. Los delicados hoyuelos en
sus mejillas. El largo pelo negro rizado, brillante como las alas de un
cuervo. Las curvas de su cuerpo firme y atlético. Él la quería, pero era más
que eso.

Cuanto más la conocía, más Tristán se sentía atraído por su


personalidad. Su determinación. Su fuerza. Su peculiar sentido del humor.
Su gran corazón. Cada día que pasaba se sentía más y más atraído por ella,
hasta que finalmente se enamoró. No es que él se lo dijera, por supuesto.
Sharee Evans era la mejor asistente que había tenido, y no iba a
comprometer eso. Y luego estaba esa otra cosa... lo salvaje. ¿Cómo podía
pedirle a ella, o a cualquier otra persona, que la aceptara, cuando apenas
podía aceptarla él mismo?

La respuesta corta fue que no podía. La respuesta larga fue que no podía,
y lo estaba matando. Simplemente lo estaba matando estar tan cerca de
ella todos los días y no poder tocarla, o incluso decirle cómo se sentía
realmente. ¿Pero qué otra opción tenía? Jugaba con la idea de decírselo a
ella a veces, en la intimidad de su propia cabeza, pero las consecuencias
que se le ocurrían siempre eran desastrosas.

La verdad del asunto era que él no podía exponerse, y seguramente


no podía exponerla ante él. Eso. Lo salvaje. Nunca la lastimaría, lo sabía, ni
siquiera en su forma más salvaje, pero su naturaleza seguía siendo un
horror para contemplar en su totalidad. Puede que a Sharee le gusten las
historias de terror, pero leer un cuento de terror era algo totalmente
diferente de vivirlo.

Tristán había tomado la decisión de estar solo hacía mucho tiempo.


Él nunca, se había prometido a sí mismo, metería a alguien más en su
horror. Pero eso fue antes de Sharee Evans. Eso fue antes de que se
enamorara de ella, tan absoluta y desesperadamente. Sabía que debía
apartarla, por el bien de ambos, pero por mucho que lo intentase, nunca
podría encontrar la fuerza dentro de sí mismo para hacerlo.

Tristán suspiró profundamente. El breve consuelo que le había dado


la fuerte lluvia se disipaba rápidamente. Se dio la vuelta y comenzó a
caminar de regreso a la casa, sabiendo completamente que ella lo estaría
esperando allí, y que una vez que él estuviera dentro de la puerta, tendría
que volver a fingir ser normal.

Una hora más tarde, Sharee estaba subiéndose por las paredes. Ella
se había ocupado de todas las maneras posibles, incluso devolviendo la
llamada de Sabrina para hacerle saber que Tristán no estaría disponible y
que él se pondría en contacto más tarde. Pero a pesar de lo desagradable
que fue esa llamada, no fue nada comparado con la conversación con
Derek Chapman.
El hombre estaba furioso. Esta era la tercera vez que Tristan lo
cancelaba, algo de lo que Sharee no sabía nada. Aparentemente, Derek
había hablado directamente con Tristán dos veces antes de reunirse, y el
hombre siempre lo había dejado plantado. Sharee le instruyó que siempre
pasara por encima de ella a partir de ese momento.

Sin embargo, ambos coincidieron en que algunas de las tres


reuniones perdidas eran sólo la punta del iceberg. El problema era que
Tristán se había vuelto abrasivo y poco entusiasta. De hecho, la palabra
exacta de Derek había sido "vago". Sharee le había dicho que no usara ese
término, pero incluso ella tuvo que admitir que cada día era más y más
apropiado. En algún momento del camino, Tristán había empezado a
incumplir los plazos. Cada vez estaba menos interesado en su propio
trabajo.

Cuando Sharee le contó sobre la muerte del protagonista del nuevo


libro, Derek se volvió loco. La primera vez que Tristán había matado a su
protagonista, había sido un movimiento audaz e inesperado que a la
audiencia le había encantado. La segunda vez había sido menos bien
recibida y un poco redundante. Una tercera vez sería suicida.

—Tienes que hacerle cambiar de opinión, Sharee—, había dicho


Derek. —Habla con él, hoy. Volveré a llamar por la noche—.

Sharee intentó explicarle que ya había sacado el tema a colación y


que había sido desestimado a una velocidad récord. Derek, sin embargo,
se había negado a escuchar.

—Habla con él—, había insistido. —Hazle saber que está tirando
toda su carrera por la ventana—.

Sharee lo sabía. No se había dado cuenta de lo mal que estaban las


cosas antes, pero la llamada con Derek le había abierto los ojos a una
visión que le dolía de verdad. La llama interior de Tristán se estaba
consumiendo, sin mencionar su reputación, y ella simplemente no podía
permitirlo.

Cuando finalmente oyó que se abría la puerta principal, se sentó


recta y con los hombros rectos, y respiró hondo. Sentía que se estaba
preparando para la batalla, que, en cierto modo, era exactamente lo que
estaba haciendo.

Unos minutos más tarde entró en el estudio, goteando agua sobre la


alfombra persa. Sharee le miró fijamente con los ojos muy abiertos.

—¡Estás empapado!—, gritó, diciendo lo obvio.

Tristán se encogió de hombros. —Me apetecía dar un paseo bajo la


lluvia—.

Jesús. Esto es peor de lo que pensaba. —Ve a secarte. Haré un poco


de café, y luego tenemos que hablar—.

Tristán la miró. —¿Has cancelado mi reunión con Derek mañana?—

—Sí, lo he hecho—. Más o menos. —Ahora, por favor, vete. Tengo


algo importante que discutir contigo—.

La miró con curiosidad durante un momento, luego asintió y salió


de la habitación. Diez minutos más tarde, estaban sentados en la mesa de
la cocina sentados tomando tazas llenas de líquido oscuro, caliente y
felizmente cafeinado. Sharee miró a Tristán cuidadosamente sobre el
borde de su taza mientras bebía. Había una mirada vacía y distante en sus
ojos azules. Ella no quería nada más que agarrarlo por los hombros y
sacudirlo hasta que finalmente se recuperara y volviera a sus cabales.

—Derek me dijo algo interesante—, comenzó cuidadosamente. —


Me dijo que es la tercera vez que lo cancelas—.

Sharee esperaba algún tipo de arrepentimiento, tal vez incluso una


disculpa, pero nada de eso llegó. En vez de eso, Tristán la miró
inexpresivamente. —Sí—, dijo simplemente.

—Nunca me dijiste que te había pedido que se reunieran—.

Tristán se encogió de hombros.

Dios mío, dame paciencia. Sharee apretó los dientes y se mordió la


lengua para evitar gritarle. Después de todo, seguía siendo su jefe. —Soy
tu asistente—, dijo ella. —Necesito saber estas cosas—.
—Tienes razón—, dijo Tristan después de un momento. —Lo
siento—.

No parecía ni parecía arrepentido, pero Sharee lo aceptó. —Le


conté cómo termina el nuevo libro", dijo ella. —A él tampoco le gusta.
Dice que es un mal movimiento—.

—Para ser honesto, me importa una mierda lo que diga Derek—.

Tristán habló con calma, pero el sentimiento estaba muy presente.


Sharee lo miró sorprendida. —¿Disculpa?—

—Me gusta cómo termina—, dijo Tristan. —Tiene que terminar


así—.

—No, no lo es—, argumentó Sharee. —He leído todo el libro de


cabo a rabo, y no es necesario que termine así. Y tú lo sabes—.

—Me gusta—, dijo Tristan otra vez. —Fin de la discusión—.

Se puso de pie, y Sharee le miró fijamente.

—Siéntate—, casi ladró. Parpadeó, sorprendida por su propio


arrebato.

Tristán estaba igualmente asombrado. Sus ojos se abrieron


brevemente, y se sentó.

—No hemos terminado de hablar—, dijo Sharee. Ahora su voz


estaba menos controlada. Podía escuchar el tono de urgencia en sus
propias palabras. Decidió no luchar; Tristan probablemente necesitaba un
buen empujón de todos modos. —¿Qué pasa contigo?—

Exasperantemente, la miró con una expresión confusa en su cara. —


¿Qué quieres decir?—

Sharee resopló, exasperado. —No te hagas el tonto conmigo—, dijo.


—Tanto Derek como yo hemos notado que no eres el mismo. Tu trabajo
está sufriendo mucho, y también tu carrera si sigues así, y es como si no te
importara—.
Para su sorpresa, Tristan volvió a encogerse de hombros. —No me
importa—, confirmó.

Sharee lo miró fijamente. Le tomó unos momentos procesar esa


información. —¿Qué quieres decir con que no te importa?—

—Mira este lugar, Sharee—. Tristán abrazó la habitación que les


rodeaba con un gesto. —Lo he hecho muy bien. Podría vivir sólo de las
regalías—.

—Pensé que ese nunca era el punto contigo—.

—Tal vez ese es el punto ahora. Tal vez este sea mi último libro—.

—¿Qué?—

—Mira, no lo sé, ¿de acuerdo?— Tristan finalmente se quebró,


mostrando su propia frustración. —Estoy pasando por algunas cosas, y
necesito que mis libros estén oscuros para poder ventilarlos. Si a ti, a
Derek y al mundo entero no les gusta, que así sea. No es mi problema—.

—¡Es tu problema!— Sharee discutió, incrédulo. —¿De verdad


quieres tirarlo todo por la borda?—

—¡Quiero escribir en paz!— Rugió.

Sharee parpadeó. Ella le miró fijamente, asombrada por la rabia que


podía sentir irradiando de él.

—¿Y a ti qué te importa?— Preguntó Tristán tras unos momentos


de estupefacto silencio.

—¿Y a mí qué me importa?— Repitió Sharee. Sentía que esta


conversación se le estaba yendo de las manos rápida e inexorablemente.
—Me preocupo por ti—, dijo ella honestamente. —Eso es lo que es para
mí—.

—Te preocupas por mí. Eso está muy bien—. Tristán resopló. —Te
amo, carajo—.
Sharee lo miró. Vio como la comprensión de lo que acababa de
decir le bañaba. Sus ojos se abrieron de par en par y su piel palideció.
Parecía el proverbial ciervo atrapado en las luces.

—Yo…— Sharee intentó hablar. Su voz no llegaba. Se aclaró la


garganta y lo intentó de nuevo. —Lo siento, ¿qué acabas de decir?—

Tristán tragó visiblemente. —Creo que deberías irte—, dijo después


de un momento.

—¿Qué?—

—Vete a casa por el día. Creo que ambos necesitamos tomarnos un


respiro—.

—No quiero tomar el día. Quiero entender qué demonios está


pasando aquí—. No había calor en la voz de Sharee, sólo una gran
conmoción.

Tristán suspiró. De repente parecía muy cansado. —Por favor,


cariño. Por favor, vete por hoy. Hablaremos más mañana, lo prometo—.

Sharee no tuvo el valor de presionarlo más. Además, estaba


empezando a sentir que presionar el botón de "pausa" en esta
conversación era en realidad una buena idea. Ella asintió y se puso en pie.
Cinco minutos más tarde, subía a su coche y se alejaba conduciendo bajo
la lluvia, dejando la cabaña al borde del bosque en su espejo retrovisor.

***
Capítulo Tres: Sangre

No hablaron al día siguiente, ni al día después de ése. Tristan


parecía haber desaparecido del mapa. No contestaba ni devolvía las
llamadas ni los correos electrónicos. Era la noche del tercer día, y Sharee
empezaba a preguntarse si ya no tenía trabajo. Resolvió ir a su casa a la
mañana siguiente. Si quisiera despedirla, tendría que decir las palabras, y
tendría que decírselas a la cara. Era lo menos que podía hacer.

—Te quiero, maldita sea—.

Sharee no había sido capaz de sacarse las palabras de la cabeza


durante más de unos segundos al día. Cada vez que ella pensaba en lo que
él le había dicho, se le cortocircuitaba el cerebro. No le llevó mucho
tiempo darse cuenta de que ella le correspondía a él. Antes, no se había
dado cuenta de que su enamoramiento se había convertido en algo más,
pero cuanto más pensaba en sus palabras, más lo sabía. Lo que ella no
sabía era a dónde se suponía que iba a ir desde allí, y su desaparición en
acción ciertamente no la estaba ayudando a averiguarlo.

En ese momento, se sentó en el sofá de su sala de estar con una


cerveza que no estaba bebiendo en la mano y una película que no estaba
viendo en la pantalla del televisor. Había aparecido en el primer DVD que
tuvo en sus manos, pero ni siquiera los talentos de Kate Winslet y
Leonardo DiCaprio en Revolutionary Road estaban haciendo nada por ella.

¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Si Tristan no la despidió,


¿se suponía que renunciara? Ella no podía seguir siendo su asistente ahora
que él había puesto sus sentimientos sobre la mesa, ¿verdad?

Sharee suspiró de frustración. La vida con Tristán nunca había sido


sencilla, él era, después de todo, un genio, pero nunca había sido así.
Nunca antes se había sentido totalmente desorientada. Su confesión había
puesto su mundo patas arriba. Ella ya no sabía dónde estaba arriba y
dónde estaba abajo. No sabía a quién acudir. Por primera vez en mucho
tiempo, no tenía ni idea de qué hacer. Y pensar que se enorgullecía de ser
capaz de manejar casi cualquier cosa.

Por otra parte, "cualquier cosa" nunca había involucrado a Tristan


Jacobsen profesando su amor por ella.

—Te quiero, maldita sea—.

—Sí, Tristán—, le dijo Sharee en voz baja a la habitación vacía: —Yo


también te quiero, maldita sea—. Ahora, si tan sólo devolvieras mis
llamadas...—

El sonido agudo e intruso del timbre casi la hizo saltar de su piel.


Sharee miró el reloj que colgaba de la pared. Era la una menos cuarto de
la madrugada. Probablemente fueron algunos chicos haciendo una broma,
pero sería mejor que investigara de todos modos. Se levantó del sofá y se
acercó a la puerta, y apretó el botón del micrófono en los controles del
timbre.

—¿Quién es?—

—Es Tristán—.

Sharee se quedó paralizada. No se había esperado esto. Miró a su


alrededor con pánico, y luego se miró a sí misma, y luego se dio cuenta de
que no le importaba que no hubiera fregado los pisos ese día o que llevara
pijamas y una camiseta sin mangas.

—Sube—, dijo ella, a regañadientes. Ella le abrió la puerta principal


y esperó.

Golpeó cuando llegó al piso y Sharee puso los ojos en blanco. Claro,
ahora estaba siendo considerado.

—Adelante—, dijo ella.

Ella levantó el control remoto y apagó la televisión, y finalmente se


dio la vuelta para enfrentarlo. Al principio no se dio cuenta, pero cuando
lo hizo, su mente se quedó en blanco durante unos segundos. Y luego se
animó a entrar en acción.
—¡Oh, Dios mío!—, gritó, casi volando hacia él. —¿Qué te pasó?—

Tristan le dio una sonrisa apretada. —Accidente de caza—.

—¿Qué?— Sharee miró fijamente la sangre que manchaba su


camiseta a la altura de su hombro derecho.

—Está bien—, aseguró. —La bala lo atravesó. Pero necesito que me


limpien la herida, y.… bueno... preferiría no ir a un hospital—.

El cerebro de Sharee trabajaba a una milla por minuto sólo para


mantenerse al día. —Tristán, no cazas—, dijo, y luego se suicidó
mentalmente. ¡Como si eso fuera lo que importaba en ese momento! Una
sonrisa un tanto amarga apareció en la cara de Tristán. —Oh, sí, lo sé—.

Sharee frunció el ceño. Ella decidió que le preguntaría al respecto


más tarde; ahora mismo, tenían asuntos mucho más urgentes que
atender.

—Vas a ir a un hospital—, decidió ella.

—Te lo dije, yo no.…—

—Bueno, ¿cuál es tu plan?—, dijo ella. —¿Desangrarte en mi


piso?—

Bastante exasperante, la sonrisa de Tristán se ensanchó. —No.


Esperaba que pudieras arreglarme—. —¡Arreglarte... no sé nada sobre
“curar” heridas de bala, Tristan!—

—Yo sí, antes lo hacía—.

Sharee abrió la boca y la volvió a cerrar. ¿Qué diablos quería decir


con "lo hacía"? ¿Cómo podría saberlo? Una vez más, decidió guardar las
preguntas para más tarde.

—Por favor, Sharee—, dijo. —Te guiaré a través de todo el proceso.


Estaré bien, lo prometo—.

Sharee lo miraba con escepticismo. Parecía estar empeñado en


evitar los hospitales a toda costa. Ella pensó que, si no lo ayudaba, él
probablemente huiría de ella y se desangraría en algún callejón.
—Bien—, dijo finalmente, incapaz de creer en sus propias palabras.
—Guíame a través de ello—.

***

Fue un proceso lento y doloroso. Sharee se sintió como si estuviera


en una mala película. Siguiendo las instrucciones de Tristán, ella limpió y
vendió la herida, mientras él bebía de una antigua botella de bourbon que
ella había encontrado escondida en los huecos de los armarios de su
cocina.

—Necesitas algunos analgésicos—, declaró una vez que terminó. Se


lavó las manos en el fregadero y observó cómo el agua y la sangre se iban
por el desagüe. Todo se sentía muy surrealista.

—Los analgésicos y el alcohol no se mezclan, cariño—, dijo.

Sharee puso los ojos en blanco. —Claro, ahora decides tener


cuidado—. Ella cortó el agua, se secó las manos y lo guió de vuelta a la sala
de estar y al sofá. Sorprendentemente, no protestó.

Ella se sentó junto a él y lo miró fijamente. —¿Qué demonios ha


pasado?—

Tristán se encogió de hombros sin pensar y siseó instantáneamente


ante el movimiento. Sharee hizo una mueca de dolor con él.

—Te lo dije—, dijo. —Accidente de caza. Me acerqué demasiado—.

—¿Demasiado cerca de qué?—

—No importa—.

—¿No importa?— Ella le miró incrédula. —Desapareciste por tres


días, luego apareciste en mi puerta en mitad de la noche, sangrando. Y
todavía tienes el descaro de decir, ¿'No importa'?—

Se encogió visiblemente. —Si lo pones así, no salgo muy bien—.


—Dios, ¿tú crees?—

Sonrió. Respiró hondo y se recostó contra los cojines del sofá. —Lo
siento, Sharee—, dijo después de unos momentos de silencio. —De
verdad lo hago. Me comporté como un idiota—.

A pesar de ella, Sharee también tenía que sonreír. —Te has estado
comportando como...uh...eso, por un tiempo. Necesito saber qué está
pasando—. Ella esperó, y cuando él no le contestó, ella finalmente le
preguntó: —¿Todavía tengo trabajo?—

Giró bruscamente la cabeza para mirarla. —¿De qué estás


hablando? ¿Por supuesto que tienes trabajo?—

Sharee se encogió de hombros. —No me contactaste en tres días.


Empecé a preguntarme…—.

—Bueno, nunca me lo he preguntado. Siempre tendrás un trabajo


conmigo, si lo quieres—. La miró fijamente. —¿Todavía lo quieres?—

Sus ojos se veían imposiblemente azules ante la tenue luz de su sala


de estar. Sharee tragó. —Lo quiero—, dijo después de un momento. —
Pero tenemos que aclarar algunas cosas primero—.

Tristán asintió. —Me parece justo—.

—¿Lo decías en serio? Lo que dijiste el otro día—, aclaró.

Esta vez, Tristán no le preguntó de qué estaba hablando. Él lo sabía.


—Sí—, dijo. —Lo decía en serio. Nunca quise decírtelo, pero lo dije en
serio—.

—¿Por qué no querías decírmelo?—

—Bueno, eso complica las cosas, ¿no?—

Sharee sonrió. —Un poco—, admitió.

—¿Puedes olvidar que lo dije?—

—No—.

—Oh—.
—No puedo olvidar—, dijo Sharee, —porque yo también te amo—.

Tristan la miró fijamente. Se sentó más derecho. —¿En serio?—

—Sí. Así es—.

La miró como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

—¿Estás... eh... estás segura?—

Sharee se rió. ¿Qué clase de pregunta era esa? —Estoy segura—,


dijo ella.

—Bueno, en ese caso...— empezó después de un momento en el que


visiblemente absorbió la enormidad de esa información, —...¿te
importaría mucho si te besara ahora?—

¿Estaba loco? Sharee llevaba dos años fantaseando con sus labios.
—No me importaría en absoluto—.

Resultó que la realidad era mucho mejor que sus fantasías. El beso
de Tristán era tierno y, sin embargo, firme, rezumaba una fuerza silenciosa
y un instinto protector del que Sharee no sabía nada hasta que le apretó la
nuca como si estuviera hecha de cristal. Se acercó más a ella en el sofá, y
ella le envolvió un brazo alrededor de la cintura, consciente de no
sacudirlo demasiado.

La lengua de Tristán exploró su boca como si estuviera entrando en


un mundo secreto. Sharee gimió contra sus labios. Pronto la tuvo
presionada contra el brazo del sofá, sus cuerpos tan juntos que podía
sentir el calor de su piel a través de la fina tela de algodón de su camiseta
sin mangas. Pasó su mano por la piel desnuda de su espalda, su camiseta
rota había sido olvidada en el suelo del baño.

Sharee podía sentir el fuego despertando dentro de ella.

Y entonces, así como así, se retiró. Sus ojos azules estaban muy
abiertos y su respiración era errática, y ella tenía la sensación de que no
tenía nada que ver con el deseo sexual.

—Lo siento—, dijo.


Ella lo miró sin comprenderlo. —¿Por qué lo sientes?—

—No puedo. No puedo hacer esto. Lo siento—. Se desenredó del


abrazo de ella y se puso sobre unos pies inestables.

—Tristán, ¿adónde vas?— Sharee podía sentir una sensación de


alarma que le apretaba el estómago.

Tristán agitó la cabeza. —Lo siento. Dios... yo... lo siento mucho. No


puedo. No puedo. Simplemente no puedo—.

Ella vio conmocionada como él casi salía corriendo de su


apartamento. La puerta se cerró de golpe tras él. Sharee se sentó en el
sofá de su ahora casa vacía y miró a la puerta cerrada, estupefacta. ¿Qué
demonios acaba de pasar?
CAPÍTULO CUATRO: HOMBRE LOBO

Después de unos quince minutos de tratar de entender lo que


acababa de ocurrir en su sala de estar, Sharee decidió que ya había tenido
suficiente. Ella no iba a dejar que se escapara de nuevo. Ella no iba a dejar
que él tomara las decisiones de nuevo. No iba a esperar otros tres días
junto al teléfono, preguntándose qué demonios estaba pasando.

Se vistió rápidamente y, cinco minutos después de su decisión, iba a


toda velocidad por los desiertos caminos nocturnos de Moonville, en
dirección a la cabaña al borde del bosque. Un torbellino de emociones se
arremolinó dentro de su pecho. Choque. Confusión. Ira. Dolor.
¿Realmente pensó que podía manipularla así?

Bueno, tengo noticias para usted, señor, Sharee pensó


furiosamente. No puedes.

El auto chirrió hasta detenerse frente a la salida de Tristan, y Sharee


salió del vehículo casi antes de terminar de frenar. Ella cerró la puerta del
auto con un portazo y se dirigió a la casa.

Nunca llegó al porche principal. Había algo en la oscuridad, tendido


en la hierba frente a los escalones del porche. Sharee se quedó paralizada.
Seguramente estaba alucinando. Buscó a tientas en su bolsillo su teléfono
celular y encendió la linterna. Su sangre se congeló.

Allí, a unos pasos de ella, yacía el lobo más grande que jamás había
visto. En realidad, nunca antes había visto un lobo, pero sentía que éste
tenía que ser grande. Era gris, y él la miraba fijamente.

Sharee se tragó su miedo creciente. Dio un paso atrás. El lobo se


levantó, con calma.

Oh Dios, Oh Dios, oh Dios, oh Dios…

Sharee respiró hondo. Sabía que, si entraba en pánico, estaba


muerta.
El lobo avanzó hacía ella. Sharee quería que sus piernas se movieran
y que diera unos pasos más hacia atrás, pero su cuerpo no obedecía las
órdenes de su cerebro.

Oh Dios.

El lobo se acercó, y cuando finalmente estaba frente a ella... se


sentó. Sharee parpadeó. No parecía que el animal estuviera a punto de
atacarla. La miró con asombro. Lo examinó a la luz de la linterna. El lobo la
miraba fijamente...

...y tenía ojos azules.

El teléfono cayó de entre sus dedos, repentinamente los nervios de


Sharee, aterrizando suavemente sobre la hierba mojada.

Debo estar volviéndome loca.

—¿Tristán...?— se aventuró. Y luego se rió a carcajadas, porque sí,


definitivamente se estaba volviendo loca. El miedo la estaba volviendo
loca.

El lobo hizo un sonido en la parte de atrás de su garganta. Y


entonces sucedió. Hubo un cambio en el aire, como mirar el horizonte en
un día de verano muy caluroso. La forma del animal se volvió borrosa...
hasta que dejó de ser un animal. Hasta que Tristan Jacobsen estaba
parado frente a ella en toda su gloria desnuda.

Sharee lo miró fijamente. Su cerebro simplemente no podía


procesar lo que sus ojos estaban viendo.

—Hola, cariño—, dijo Tristán. Sharee se desmayó.

***

Se despertó sintiéndose mareada, y pasaron unos momentos antes de que


pudiera encontrar dentro de sí misma la forma de sentarse. Estaba
aterrorizada por lo que vería, pero para su alivio, se encontró en el sofá de
la sala de estar....
...Excepto que no era su sala de estar. Era la sala de estar de Tristan.
El fuego crepitaba felizmente en la chimenea. Tristán estaba sentado en el
sillón junto al sofá, y él la observaba atentamente.

Sharee lo miró. —Yo... eh... tuve un sueño muy extraño—.

Sonrió. Cogió una taza de la mesa de café y se la dio. —Aquí—.

Sharee la aceptó con gratitud. Ella sonrió cuando vio que era
chocolate caliente con pequeños malvaviscos flotando en él. —Gracias—,
dijo ella.

Tristán la dejó tomar unos sorbos, y luego le dio una sonrisa de


disculpa. —No fue un sueño, cariño—.

Sharee lo miró fijamente. —¿Disculpa?—, dijo ella.

—No fue un sueño—, reiteró.

Ella lo miraba, y seguro que sólo llevaba sus vaqueros, y tenía una
venda en el hombro derecho.

—Quieres decir que...— Sharee se mojó los labios nerviosamente. El


sabor persistente del chocolate no hizo nada para calmar sus nervios.

—¿Quiere decir que viniste a mi casa con una herida de bala en el


hombro?—

—Sí—.

—¿Y quieres decirme que nos besamos y luego te escapaste?—

Tuvo la buena gracia de parecer avergonzado. —Sí—.

—¿Y quieres decirme que conduje hasta aquí, y que me encontré


con un lobo fuera de tu puerta?—

Se encogió visiblemente. —Uh... sí—.

Sharee respiró hondo. —¿Y quieres decirme que ese lobo eras tú?—

No dijo nada, sólo la miró fijamente. Ella pudo leer la confirmación


en sus ojos azules.
Había miles de cosas que quería decir. Lo que finalmente dijo fue:

—¿Me estás tomando el pelo?—

Tristán se rió. Se puso serio rápidamente. —Lo siento, cariño—, dijo.


—Ojalá lo estuviera—.

Finalmente, le contó lo que le estaba pasando. Se giró una vez, por


si acaso, y cuando Sharee se recuperó de la segunda conmoción, le contó
su historia. Le dijo que había nacido así, que sus padres eran hombres
lobo.

Sharee siempre se había imaginado a los hombres lobo como más


bestiales, pero Tristán le dijo que los nativos americanos eran los que
realmente tenían razón. Los hombres lobo y otras criaturas de hombres
eran skinwalkers. Una vez al mes, cuando la luna estaba llena, dejaban
atrás su forma humana y tomaban la del animal con el que compartían su
naturaleza. En el caso de Tristán, un lobo.

Tristán le contó que él seguía siendo el mismo, incluso cuando se


volvió. Le contó que las criaturas-lobo no se perdían a sí mismas ni a su
cordura cuando se convertían. Le dijo que su conciencia seguía siendo la
misma. Le dijo que el impulso de girar y correr salvaje se estaba volviendo
más fuerte a medida que crecía, y que tenía algunos problemas para
adaptarse.

En general, explicaba su extraño comportamiento de los últimos dos


meses. Aún así, Sharee tuvo problemas para digerir toda la información.

—¿Qué hay del accidente de caza?—, preguntó entonces.

Tristán se rió. —Tenía hambre. Me acerqué demasiado a la granja


del viejo Smith. Sus perros se asustaron, alertándolo. Me vio y me disparó.
No fui lo suficientemente rápido para huir—.

Sharee lo miró fijamente. —Es la historia más extraña que he oído en mi


vida—.

Tristán se rió. —Apuesto a que sí—.


Entonces se quedaron en silencio. Sharee se permitió a sí misma
algo de tiempo para asimilarlo todo.

—¿Por eso te escapaste de mí?—, preguntó entonces.

Tristán asintió. —Te amo—, dijo de nuevo, sinceramente. Sus ojos


eran azul oscuro a la luz de las llamas. —Pero no puedo estar contigo—.

—¿Por qué no?—

La miró como si ella le hubiera hecho la pregunta más estúpida de


todo el mundo. —No puedes estar con un hombre lobo—.

—¿Quién lo dice?—

Tristan la miró fijamente. —¿Qué?—

Sharee sonrió. —Puede que aún no entienda tu naturaleza—, dijo,


—pero estoy dispuesta a intentarlo. Estoy segura de que no te tengo
miedo—.

La miró con los ojos muy abiertos, como si no se atreviera a esperar.


—¿No lo haces?—

—Yo no—, confirmó ella, —Yo también te amo, ¿recuerdas?—

—Sí, pero—

—No hay más peros aquí, Tristán—, le dijo Sharee gentilmente.

—Quiero estar contigo. Si me aceptas—.

—¿Estás bromeando? Tú eres la que debería estar cerrando la


puerta—.

—Todavía estoy aquí—.

—Sí—. Tristán sonrió. —Lo estás—.

La besó de nuevo, mucho más apasionadamente que antes. Sharee


fue con esa pasión, dejando que su fuego se reavivara y ella misma fuera
quemada por él. Había algo salvaje y ancestral en la forma en que Tristán
hacía el amor. Amaba con todo su cuerpo, y la amaba a ella. Adoraba cada
centímetro de su piel desnuda.

Cuando él entró en ella, el mundo de Sharee explotó en una luz


blanca de placer. El empuje de Tristán era lánguido, queriendo golpes. Su
piel estaba caliente bajo las yemas de sus dedos. Todo era fuego con
Tristán. Sharee se arqueó sobre él, acompañando cada uno de sus
movimientos. La naturaleza salvaje de Tristán los envolvía a ambos, y
como él le hizo cosas que ella sólo había leído en las novelas, Sharee las
abrazó completamente.

Más tarde, mientras yacían y se saciaban en la alfombra frente al


fuego, Sharee miró fijamente a las llamas y escuchó el latido del corazón
de Tristán desde donde su cabeza yacía sobre su pecho. Su brazo bueno
estaba envuelto alrededor de sus hombros, relajado, pero aún así
protector.

—Necesito que pienses en esto, cariño—, dijo en voz baja,


rompiendo finalmente el bendito silencio que había caído sobre ellos.

Sharee inclinó la barbilla para mirarle. —¿Qué quieres decir?—

—No creo que realmente sepas lo que estás firmando aquí—.

—No lo sé—, admitió. —Pero tú mismo lo dijiste, sigues siendo tú,


incluso cuando estás en forma de lobo. Eso es suficiente para mí—.

—¿Cómo puede ser suficiente?—

Sharee se encogió de hombros. —Saber que no tendré que


preocuparme de que mates a alguien una vez al mes es algo
tranquilizador—.

Tristán se rió, en lo profundo de su garganta. Oyó al lobo en la


calidad gutural de ese sonido. —Nunca maté a nadie—, la tranquilizó de
nuevo. —Pero mataré algo—.

Sharee se levantó sobre un codo y le miró fijamente. —¿Qué


quieres decir?—

—Necesito cazar, Sharee—, explicó. —Ciervos. Pollos. Lo que sea—.


Arqueó una ceja. —Algo me dice que las gallinas estarán a salvo por
un tiempo—.

Se volvió a reír. —¿Cómo te lo estás tomando tan bien?—

Sharee lo pensó. —No lo sé—, admitió. —Simplemente lo estoy—.

Era asombrosamente simple para ella. Seguro, el conocimiento de


que había criaturas de hombres y que Tristán era uno de ellos requeriría
algún ajuste, pero por todo lo que intentó, Sharee no se atrevió a verlo
como una razón para alejarse.

—No lo cuestionaré—, dijo Tristan después de un momento.

Sharee sonrió. —Bien—.

Alargó la mano para tocarle la mejilla y la bajó para darle otro beso,
largo, lánguido y tierno. Sharee pensó que podría besarlo durante días y
días.

Se echó de espaldas, otra vez acurrucada contra su fuerte pecho.


Disfrutaba del calor del cuerpo desnudo de Tristán contra el suyo. Se
sentía saciada, contenta, realizada de una manera que nunca antes había
sentido. Se preguntaba si de eso se trataba escuchar los propios instintos.
Si lo era, pensó que incluso podría envidiar a los hombres y su lado salvaje
e irresistible.

—Mañana almorzaré con Derek—, dijo Tristan de repente.

Sharee sonrió. —Bien. Hazle saber que no vas a cambiar el final—.

Tristán la miró, sus ojos azules brillando. —Creo que ya lo he


hecho—.

FIN
CLARA
MOORE

Buscada por
El Oso
Vikingo
Capítulo Uno

Kendell

La persiguieron. Kendell Proctor corrió hacia las


profundidades del bosque, las espinosas ramas arañando su cabello rubio
oscuro y su piel besada por el sol. Pensó que se había ido en dirección a la
carretera, pero a medida que los árboles se hacían más gruesos a su
alrededor, bloqueando el día, se dio cuenta de que había cometido un
terrible error. Estaba perdida en el bosque, perdida en el territorio de
aquellos que la cazaban - los lobos. Era sólo cuestión de tiempo antes de
que alcanzaran sus turbias huellas.

El fin de semana no iba a ser así. Necesitando un descanso


de la ciudad, había venido al bosque con sus amigas para un viaje de
glamour sólo para chicas. Sus amigas no sabían que estaba desaparecida.
Pensaron que estaba flirteando con el jugador de baloncesto en una
tienda de campaña. Mientras Kendell corría para salvar su vida, sus amigas
estaban sentadas en su bonita tienda de campaña, pintándose las uñas y
chismorreando sobre la vida universitaria.

Kendell no estaba en la universidad. Su familia no tenía


dinero para pagarla. Pero nada de eso importaba en este momento. Lo
único que importaba era escapar, por imposible que pareciera. Era fuerte,
pero los lobos eran rápidos. Sólo había conseguido llegar hasta aquí
porque sus patas no podían subir por la rocosa ladera que había tomado
antes.

Cerca, aulló un lobo.

Dios no, pensó ella, frenética. Por favor, no. Estoy tan
cansada de huir...
Dirigiéndose hacia la derecha, esperaba encontrar un árbol
al que pudiera trepar, pero corrió directamente hacia el costado de una
cueva, sin ninguna abertura a la vista. Estaba atrapada contra la roca.
Retroceder significaba entregarse a los lobos. Quedarse significaba dejar
que los lobos la encontraran.

Rechazando hacer las cosas más fáciles para ellos, Kendell se


quedó y buscó un arma, finalmente encontrando una gran rama para usar
como un garrote. Ella estaba a tiempo. Tres lobos atravesaron la oscuridad
del bosque, caminando lentamente hacia ella, jugando con ella, con los
ojos amarillos y hambrientos.

Ella gritó, y golpeó al lobo más cercano a ella, pero éste


agarró la rama con sus mandíbulas huesudas y se la arrancó de las manos.

Esto era todo. Su destino. Los lobos finalmente la habían


encontrado. Demasiado cansada para luchar más, cayó de rodillas,
rindiéndose a su voluntad. La muerte sería misericordiosa ahora mismo,
pero ella dudaba que la mataran. No inmediatamente.

El bosque a su alrededor empezó a volverse negro. Pensó


que el sol se había eclipsado, hasta que se dio cuenta de que era su
cansancio lo que la abrumaba. Me voy a desmayar, se dio cuenta, pero
intentó aguantar. Una vez más, ella no haría las cosas más fáciles para los
lobos.

La rodearon, acercándose, asegurándose de que realmente


había terminado de luchar, deleitándose en su conquista. Los lobos no
hablaban, pero ella podía ver su satisfacción. Habían ganado, y lo sabían.
Finalmente, terminando con su miseria, un lobo se lanzó hacia ella.

No la alcanzó. Un enorme oso pardo se abalanzó sobre el


lobo, viniendo del bosque. El lobo cayó de costado, gimiendo. Los otros se
burlaron del oso y chasquearon sus mandíbulas, preparándose para
atacar. Para mostrar su fuerza absoluta, el oso se puso de pie sobre sus
patas traseras y rugió. Era enorme, un dios entre las criaturas del bosque.

Demostró su punto de vista. Los lobos salieron corriendo,


dispersándose por el bosque. Kendell habría llorado de alivio, pero no
tuvo tiempo. Su cansancio la dominó y se desmayó, cayendo a las hojas
del suelo como la lluvia cayendo antes de una tormenta.

***

Dermott

Una hora antes

No había nada mejor que pescar. Dermott se sentó en el


muelle del lago que daba a su casa, con su caña de pescar en la mano. Las
aguas del lago eran tranquilas, como lo eran sus espíritus. El lago era su
refugio, mucho más real que las charlas pretenciosas y las reuniones de
poder de su compañía en la ciudad. Escapando de la ciudad para el fin de
semana, él había intercambiado alegremente su maletín por una mochila.
Sólo deseaba que fuera por más de un fin de semana. Esa era la
consecuencia de poseer una compañía de mil millones de dólares: tenía
mucho dinero, pero tenía muy poco tiempo.

Quizás, si tuviera más tiempo, podría finalmente encontrar a


su pareja. La casa junto al lago era su refugio, pero empezaba a notar el
vacío de las salas. Quería una familia que la llenara, pero eso no era
posible cuando su empresa necesitaba su atención.

La línea de su caña de pescar se puso tensa. Un buena


atrapada. La enrolló, usando su gran fuerza para enrollar la línea,
complacido cuando un gran salmón surgió del agua. No se desperdiciaría.
Se lo daría a su ama de llaves Mary para que lo friera para cenar esa
noche.

Poniendo el salmón en la nevera cercana, lo cambió por una


botella de cerveza fría. Dio un refrescante sorbo, mirando al otro lado del
lago. Le recordó dónde había crecido en Escocia. El lago y el bosque eran
muy parecidos a las Tierras Altas de dónde venía su familia. Por eso había
comprado la casa histórica junto al lago, comprándosela a un viejo amigo
de la familia. Quería un pedazo de hogar.
Tomó otro sorbo de su cerveza, pero esta vez sabía a ave.
No era la bebida; había un hedor en el aire. Lobos. Estaban cerca. Podía
olerlos a kilómetros de distancia. Los lobos y los osos no se llevaban bien.

No tenía sentido enfrentarse a ellos. Mientras se


mantuvieran alejados, no eran su problema. Eso fue hasta que oyó a una
mujer gritar a los lobos, claramente bajo ataque. Abandonando su
cerveza, Dermott corrió desde el muelle hacia el bosque, transformándose
en una bestia capaz de manejar a un lobo.

***
Capítulo Dos

Kendell

A Kendell se le ocurrieron dos cosas al despertarse. La


primera fue que no llevaba su propia ropa. La camisa de vestir de cuello de
hombre cubría sus deliciosas curvas hasta las rodillas. Lo segundo que se
le ocurrió fue que era libre. Los lobos no habían llegado a ella. Se les
escapó, gracias al oso que la rescató.

No estaba segura de dónde estaba, pero asumió que el oso


tenía algo que ver. Un sofá de cuero había sido su cama, pero era grande y
acolchado, más cómodo que la mayoría de los colchones en los que había
dormido. La habitación era un antiguo estudio con estanterías que se
extendían por encima de ella hasta el techo abovedado. Algunas de las
estanterías contenían novedades que parecían pertenecer a un castillo
medieval, como las espadas entrecruzadas y las botellas de boticario
envejecidas. En el centro del estudio había un estandarte gigante de
tartán azul y verde que ocupaba la mitad de la pared sobre la que se
extendía. Impreso en él había un emblema de un oso de oro. La tela
escocesa añadía calidez a la habitación, la llenaba y la habitaba.

Kendell abandonó el sofá y se dirigió a la ventana alta que


daba luz a la habitación, sus pies descalzos acolchados suavemente contra
el suelo de madera. El sol del verano brillaba a fuego lento sobre un
hermoso lago, que acababa de salir.

Debía haber estado fuera de sí toda la noche, se dio cuenta,


sacudiendo los enredos de su largo pelo rubio oscuro.

En el stand junto al sofá, su teléfono zumbaba, alejándola


de la ventana y de la belleza del paisaje al que miraba. Tan pronto como
ella contestó, su amiga Emily tomó el control de la conversación. —
¿Dónde estás?—, preguntó ella. —Pensamos que estabas con ese jugador
de baloncesto que te había invitado a cenar. Dios mío, los ruidos que
salieron de su tienda anoche... hicieron que todo el campamento quisiera
participar. Iba a pasarte mi título de Sexy Bitch, pero acabo de ver a una
morena salir de su tienda con el pelo todo desarreglado—.

Emily se detuvo, como si se le hubiera ocurrido algo. Ella


bajó la voz. —Espera, ¿estás ahí con él? Cuando te invitó a comer dulces,
¿quiso decir que fueras el malvavisco entre la galleta y el dulce? ¿Fue un
ménage à trois?—

—No—, contestó Kendell, mirando hacia la puerta del


estudio, pensando en el oso que la rescató. —Encontré a alguien más—.

—Maldita sea, chica. Estos chicos están tropezando con tus


curvas. ¿Cuándo vas a escucharme y convertirte en una modelo de talla
grande? Eres demasiado hermosa para ser portadora con tus grandes ojos
color avellana y tus labios besables. No se lo digas a mi novio, pero
siempre has sido mi amor platónico, así que, si alguna vez quieres ser Katy
Perry, asegúrate de...—

Kendell no estaba escuchando. Un hombre había entrado en


el estudio llevando su ropa. Era delicioso, con pelo castaño oscuro y rasgos
cincelados. Se mantuvo erguido, sus músculos flexionando a través de su
camisa térmica verde, que coincidía con el color de sus ojos. Era fuerte
como un oso.

—Me tengo que ir—, dijo Kendell, manteniendo los ojos en


el hombre mientras terminaba la llamada.

—Buenos días—, saludó, su voz profunda y fuertemente


acentuada.

—Esa es mi ropa—, dijo, señalando el montón de ropa


doblada que tenía en la mano. Fue lo mejor que pudo hacer. Le hizo
querer arrancar la camisa de vestir que llevaba puesta, su piel desnuda
una invitación a hacer algo más que rescatarla.
—Hice que mi ama de llaves la lavara—, explicó, poniendo
su ropa en el sofá. Y luego añadió: —Ella te vistió después que yo te traje.
Siento que hayas tenido que dormir en el estudio. La casa es grande, pero
ninguna de las habitaciones están listas, todas llenas de polvo. No
recibimos muchas visitas—.

—Así que debe pasar mucho tiempo en el estudio—,


especuló, poniéndose los vaqueros mientras hablaba, sin importarle lo
que él viera. —Ya sabes, porque aquí no hay polvo—. Se dejó la camisa
puesta. Era como un vestido en ella, pero se sentía segura usándola,
protegida. Y olía bien, a tierra, como él.

—Paso mucho tiempo aquí—, admitió, estudiándola con


una intensidad que normalmente la haría sentir tímida, pero viniendo de
él lo acogió con satisfacción. —Me gusta leer, cuando no estoy
pescando—.

—O salvar mujeres de una manada de lobos—.

Parecía incómodo. —Yo no te salvé. Te encontré en el


bosque—.

Era un mentiroso terrible. Esto hizo que le gustara aún más.


—Está bien—, afirmó. —Sé lo que son los cambiaformas. Mis primos son
cambiaformas. Lo tienen por parte de la familia de su padre. Sé que eres el
oso que me salvó—.

No podía leer cómo le hacía sentir eso. —¿Así que sabes que
los lobos que te perseguían también eran cambiaformas?—, preguntó.

—Sí. Así es—.

—¿Por qué te perseguían?—

Era su turno de sentirse incómoda. —No lo sé—, dijo ella,


mirando hacia abajo. —Porque son lobos. Eso es lo que hacen. Vine aquí
en un viaje de glamour con mis amigos. No esperaba ser perseguida en el
bosque por lobos como una chica en un mal cuento de hadas—.
Sonrió, sus dientes brillantemente blancos contra su piel bronceada.
—¿Glamour?— Se estaba burlando de ella.

—Estoy seguro de que sabes lo que es el glamour. Mira este lugar.


¿Es usted un millonario o algo así, Sr. Pescador?—

—Dermott—, se presentó. —Dermott O'Donnell. Y sí, algo


así. Tengo una empresa en la ciudad. Lo he hecho bien—.

—Yo también vivo en la ciudad—, reveló Kendell. —Pero


probablemente lejos de donde está tu compañía. Mi familia es pobre, nos
las arreglamos, pero vivimos en la misma casa que mis abuelos cuando
inmigraron a Estados Unidos desde Holanda. El vecindario ha ido cuesta
abajo desde entonces—.

Ella no sabía por qué le estaba contando su historia familiar.


Probablemente porque ella estaba fascinada con la suya. Basándose en su
acento y la decoración de la habitación, adivinó que era de Irlanda. Tal vez
Escocia.

—Holanda es un país encantador. ¿Has estado?—

—No, todavía no—, dijo. —Un día, tal vez—.

Un silencio cayó entre ellos. No fue incómodo, pero dentro


de él Kendell se dio cuenta de que podría estar abusando de su
bienvenida. —Supongo que es mejor que me vaya—, proclamó, buscando
el resto de su ropa y negándose a quitarse la camisa. Tenía muchas.
Dermott podría comprar otra.

—No creo que sea una buena idea—, dijo, erguido con
autoridad, mucho más alto que ella. —No con los lobos ahí fuera. No fue
un ataque al azar. Actuaron con intención. Te estaban rastreando—.

—Qué raro—, murmuró, abrazando su ropa con fuerza. —


No lo entiendo—.

—Yo tampoco—, dijo. —Pero hasta que lo averigüemos,


deberías quedarte aquí. Te mantendré a salvo, Kendell. No pueden tocarte
aquí—.
***

Quedarse no había sido su intención. Si se quedaba, sus amigos la


matarían. Se suponía que iba a ser un fin de semana sólo para chicas. Un
poco de diversión en la noche era una cosa, el abandono total era otra.
Pero mejor que la maten sus amigas que los lobos que la cazaron. Sus
amigas lo superarían. Los lobos nunca dejarían de intentarlo.

—De acuerdo—, aceptó Kendell. —Gracias, me quedaré,


pero con una condición—.

—¿Una condición?—, preguntó, levantando una ceja.

—Aliméntame. Me muero de hambre—.

Dermott se rió. —Bien. Yo también—.

Al lado de la puerta había un intercomunicador. Pulsó un


botón y, unos segundos más tarde, una mujer respondió con un acento
similar al suyo. —¿Sí, Sr. O'Donnell? ¿Qué puedo hacer por ti?—

—Canasta de picnic, por favor, Mary. Para dos. Nos


dirigiremos al lago—.

Poco después, estaban sentados uno al lado del otro en el


muelle, con las piernas colgando sobre el agua. El día era cálido, pero no
abrasador, una señal de que el verano se estaba acabando. A Kendell le
gustaba más esta época del año, donde estar al aire libre no era una carga
por el calor sino un lujo. Respirando la fresca brisa del lago, casi se olvida
de los lobos.

—¿Alguna vez has estado pescando?— Dermott le


preguntó.

—No a menos que cuentes bucear por centavos en el fondo


de la piscina—.

Era escéptico. —¿De verdad haces eso?—


—Cuando era una niña. Ya no más. No, a menos que esté
realmente desesperada—, bromeó. —¿Cómo pescan los osos? ¿Saltas al
agua o algo así?—

—No—, protestó, y metió la mano debajo de la manta que


había bajado y sacó dos cañas de pescar. —Los osos pescan de la misma
manera que todos los demás. Con paciencia y cerveza—.

—Me gusta la parte de la cerveza—, dijo.

En respuesta, abrió la canasta de picnic y le dio una botella.


—La casa invita—.

—¿No vas a tomarte una?—, preguntó ella, abriendo la tapa


y tomando un sorbo.

Agitó la cabeza mientras preparaba su caña de pescar. —No.


No contigo, para protegerte—.

Kendell tomó otro sorbo, sonriendo interiormente. —¿Por


qué está la casa tan vacía? ¿No puedes comprar amigos?—

—Prefiero estar solo cuando estoy aquí—, profesó Dermott.


—En mi compañía, estoy constantemente rodeado de gente. Es
enloquecedor—.

—¿Qué hay de tu familia? Seguramente puedes hacer una


excepción por ellos—.

—Están de vuelta en Escocia vigilando la finca—.

Dijo finca, pero estaba segura de que se refería a castillo.


Sólo estaba siendo modesto. —¿Y una esposa?—, preguntó con
indiferencia, tratando de ser amable.

—No hay tiempo—, contestó, preocupado, y tiró el sedal.


Kendell observó cómo volaba lejos hacia el lago, impulsado por su
poderosa fuerza. —Molesta a mis padres. Quieren que me case con una
oso cambiaformas, una escocesa para mantener pura la línea de sangre.
La parte de sentar cabeza, no me importa. Eso me gustaría a mí. La otra
parte no tanto. No puedes tener una pareja elegida para ti. Así no es como
funciona. Es como intentar freír un pescado con aire—.

Él estaba visiblemente desgarrado por el tema, así que ella


pasó a otro tema. —¿Cómo funciona el cambio? Nunca le he preguntado a
mis primos sobre eso. Quiero decir, ¿cómo regresa tu ropa cuando te
vuelves humano otra vez? ¿No deberían estar hechos jirones? ¿Es
magia?—

—No lo creo—, dijo, estabilizando su caña de pescar. —Creo que es sólo


una ciencia que aún no entendemos—.

—Me pregunto si alguno de mis compañeros de trabajo es


un cambiaformas—, reflexionó, dejando la cerveza a un lado. Unos sorbos
fueron suficientes.

—¿Qué es lo que haces?—, preguntó, claramente feliz de


que ella volviera a ser el centro de atención.

—Soy una soldadora—.

Se rió a carcajadas. Resonó por el lago, como una piedra


ondulando en el agua. —¿Una soldadora? ¿Como en la película Flash
Dance?—

Kendell puso los ojos en blanco. —No sueño con ser


bailarina profesional—.

—Lástima—, dijo. —Tienes curvas asesinas—.

Ella lo empujó fuerte, pero él apenas se movió. —Tranquilo,


tigre—.

—Oso—, le recordó.

Pasaron toda la tarde en el muelle, sin sentir ninguna prisa


por volver a la casa, anclada afuera por el sol perezoso. Kendell
generalmente desconfiaba de los extraños, pero Dermott se había
probado a sí mismo salvándola. Ella sabía que podía confiar en él. Ella se
sentía más relajada a su alrededor que la mayoría de la gente con la que
se cruzaba en la ciudad.
Sólo cuando la madera dura del muelle se volvió incómoda,
serpentearon hacia el interior, Dermott cargando dos salmones que había
capturado. Fueron a la cocina, que era mucho más moderna que el resto
de la casa bueno, mansión, si Kendell estaba siendo completamente
honesta. Su casa era una formidable mansión de campo con ventanas
altas y estrechas y mucha historia, historia de la que ella esperaba
aprender más. La excepción fue la cocina. Era más nueva, renovada
bastante recientemente, con sus electrodomésticos de acero y la gran isla
donde estaba la parte superior de la estufa.

Dermott fue al intercomunicador de la pared. "Mary, voy a


cocinar mi propia cena esta noche. Puedes tomarte el resto de la noche
libre".

—Gracias, Sr. O'Donnell—, contestó ella. —Creo que iré a


visitar a mi hermana esta noche—.

—Tómate mañana libre también—, le dijo. —No te quiero


por aquí mientras los lobos estén cerca—.

Poco después, mientras Dermott limpiaba el pescado,


Kendell oyó el sonido de un coche que se alejaba. —Debe ser agradable
tener ayuda—.

—María es más que ayuda. Ella prácticamente me crio. La


considero familia—.

—Entonces, ¿por qué haces que limpie lo que has hecho?—

No se ofendió. —Ella quiere. Dice que la hace sentir útil. Si


por mí fuera, estaría en una playa de Tahití viviendo una buena vida.
Todos los gastos pagados—.

Mientras Dermott sacaba una sartén para freír el pescado,


Kendell dio un paseo. La cocina daba a un porche circular. Una mesa y
sillas fueron empujadas cerca de la puerta, dejando la mayor parte del
porche abierto. La vista era tan impresionante como la vista del estudio
anterior. El lago brillaba, el bosque vigilaba a su alrededor, los árboles
como temibles soldados. No podía ver ninguna otra casa. Probablemente,
Dermott era dueño de toda la tierra alrededor del lago. Realmente era su
refugio personal.

Cerca de la mesa y las sillas había un estéreo protegido. Ella


fue y encendió la radio, dejándola en una estación tocando un divertido
número pop de los ochenta. Inhalando el olor mantecoso del pescado
frito, Kendell regresó a la cocina, moviendo sus caderas al llegar, la música
siguiéndola.

—Pensé que dijiste que no bailabas—, señaló Dermott


alegremente.

Se giró en un bucle, dejando que su cabeza estallara. —Dije


que no soñaba con bailar profesionalmente. Eso no significa que no
baile—.

Sintiéndose mareada y ligera, apagó la estufa y tomó las


manos de Dermott, guiándolo cerca de ella, cerca de la isla, con el cuerpo
todavía en movimiento. Dermott le hizo caso. Levantándola, la hizo sentir
como si tuviera una vida normal de nuevo.

—Eres una bailarina terrible—, bromeó mientras ella


levantaba sus manos y las estrechaba con la música.

—Lo sé—, contestó ella. —Y tú también. Parece que el


dinero no puede comprarlo todo—.

Él rió y la hizo girar, estrechandola entre sus brazos. Antes


de que se diera cuenta, se estaban besando. Sus labios exploraron los de
ella, poniendo a prueba su deseo. Kendell se apretujó más contra él,
haciéndole saber exactamente lo que quería.

Era todo el aliento que necesitaba. Su beso se volvió mucho más inflexible,
consumiéndola con su necesidad de ella. La cogió en brazos y la llevó a su
habitación. Su cama era enorme, destinada al rey del bosque. Del resto de
la habitación apenas se dio cuenta, el calor en su cuerpo comenzaba a
subir.

La puso en el suelo y ella se le enfrentó, respirando hondo


con anticipación, acogiendo a todo el hombre que él era. Lentamente,
desabrochó la camisa de vestir, revelando su piel centímetro a centímetro,
seduciéndolo con la espera. Dermott no podía soportarlo. Antes de que
ella pudiera terminar, él le arrancó la camisa y la acercó, dirigiendo sus
besos a su cuello.

—No puedo creer lo sexy que eres—, murmuró, con ansía


en su voz. —He esperado mucho tiempo a que vinieras—.

—No tendrás que esperar mucho más—, dijo ella, gimiendo


entre sus besos. Cada beso en su cuello enviaba un pulso a su corazón,
despertándola, haciéndola mojar. Puso su mano donde su hombría
sobresalía de sus vaqueros. Su polla estaba dura y gruesa, creciendo bajo
su tacto. —Ninguno de los dos tiene que esperar mucho más—.

En una mancha borrosa, se arañaban la ropa hasta que


ambos estaban desnudos, su carne expuesta. Era enorme, su polla llena y
lista. Se fue a la cama y se sentó en el borde, convenciéndole de que la
siguiera, deseosa de conocer todo el placer que un oso podía ofrecer.

Se agachó sobre sus rodillas frente a ella y comenzó a


besarle el muslo, moviendo su lengua sobre su carne, deslizándose hasta
los dedos de sus pies. Le metió el dedo gordo del pie en la boca y empezó
a chupar suavemente, su lengua parpadeando sobre el suave acolchado.

Se sintió maravillosa, electrificando su cuerpo, haciendo que


su sangre corriera a su interior hasta que le dolía. Mientras le chupaba el
dedo del pie, ella se imaginó cómo se sentiría una lengua tan fuerte y
dominante sobre la carne rosada de su núcleo. Ella lo imaginó entre los
muslos, devorándola con sus besos, llevando su carne a la boca de él,
haciendo correr su lengua a lo largo de su clítoris.

Necesitaba más. Con intención, ella guió su pie lejos de él y


envolvió sus piernas alrededor de su cuerpo, acercándolo más. Se vio
obligado, presionando su cuerpo caliente contra el de ella mientras se
acercaban a la cama.

Tiernamente, alisó su pelo lejos de su cara. —Creo que estás a


punto de quebrarme—, dijo.
Ella sabía cómo se sentía. Había algo en estar con él que se sentía...
trascendental. Cambiando vidas. —Entonces hagámoslo juntos—, susurró
ella, arqueando la espalda, atrayéndolo.

Separó sus piernas y luego entró en ella, su polla enviando una onda
expansiva a través de su cuerpo. La llenó, golpeando cada nervio de su
cuerpo. Cuando empezó a empujar, su pulso coincidió con el de ella.
Estaba eufórico. No estaba en la cama con un hombre. Estaba siendo
apareada por un dios. Un sexy dios escocés, con un acento caliente y una
polla gruesa.

Una vez más, ella envolvió sus piernas alrededor de él,


permitiéndole empujar más profundamente dentro de ella mientras él
empujaba, sus caderas girando contra las de ella mientras su polla se
deslizaba hacia dentro y hacia fuera. Gimió, su aliento pesado mientras el
calor en su cuerpo se acercaba al borde del abismo, cosquilleando de
éxtasis. Ella se apretó contra él, haciendo que le empujase más rápido, su
propia liberación cerca.

—Oh Dios—, gritó, sintiendo que su cuerpo empezaba a liberarse.


Su espalda se arqueó aún más, permitiendo que una ola de felicidad la
superase. —¡Oh Dios!—

Ella se vino, y él también. Empujándose profundamente dentro de


ella, se soltó, abrazándola entre sus brazos, negándose a soltarla. Su polla
permaneció dentro de ella, lenta para asentarse, aún presionando
firmemente contra su núcleo. Envió una réplica a través de su cuerpo,
doblando su placer.

Continuó sosteniéndola, metiendo su cabeza en la de ella. Su


aliento en su cuello era como una manta caliente, reconfortante y segura.
Ella no quería que la soltara. Era un extraño, pero ella lo conocía. Ella
nunca quiso irse.

Sin embargo, pronto tendría que hacerlo. Ella estaba a salvo con él,
pero él no estaba a salvo con ella.
***

Capítulo Tres

Dermott

Su teléfono sonó, pero Kendell siguió durmiendo, sus


pestañas revoloteando mientras soñaba. Anoche había sido más de lo que
podía esperar. Como oso, tenía ciertos instintos. Como hombre estos
mismos instintos coincidian. Kendell era su compañera. Estaban hechos el
uno para el otro. Quizás por eso la había oído en el bosque cuando fue
atacada, o por eso se había sentido atraída a ir tan cerca de donde él
pasaba sus fines de semana. Tal vez fue mágico después de todo. Magia
era la única palabra que podía usar para describir estar con ella.

Era casi imposible dejarla, pero él no quería perturbar su


descanso, así que cogió la llamada en el estudio. —¿Sí?—, contestó.

Una mujer habló. Mary. —Recibí tu mensaje. Investigué un


poco. Sé quién la persigue—.

María era su ama de llaves, y era vieja, pero también era


mucho más. Durante su juventud, había formado parte de los servicios
secretos en Escocia. Pero después de que su marido, y su compañero,
murieron en acción, ella se retiró. Viajaba por ahí, hacía trabajos extraños
aquí y allá, pero cuando sus huesos comenzaron a mostrar su edad, se
decidió por una vida mucho más discreta, convirtiéndose en su niñera,
criándolo como si hubiera hecho con los hijos que se le negaron con la
muerte de su marido.

—¿Y?—, dijo.

—Los lobos trabajan para Freddie Bottimi—.

No eran buenas noticias. Freddie Bottimi era uno de los


hombres más ricos de la ciudad, su riqueza comparable a la de Dermott.
Pero a diferencia de Dermott, Freddie había ganado su dinero de las
maneras más insalubres. Era dueño de una empresa de bienes raíces, pero
la mayoría de sus ganancias provenían del lavado de dinero, la brutalidad
y otros medios ilegales.

—Kendell debe deberle dinero—, razonó Dermott,


comenzando a darse cuenta de que ella no había sido completamente
sincera con él, probablemente demasiado avergonzada para admitir por
qué los lobos la perseguían.

Mary dudó. —No se trata de dinero, Dermott. Esa chica... no


es quien parece ser—.

—¿Qué quieres decir? —.

—Está involucrada con Freddie. O al menos, solía estarlo.


No conozco todos los detalles, sólo que están conectados—.

Dermott estaba tenso, su cuerpo tenso. —¿Son amantes?—

—Creo que sí. O solían serlo—.

Se negó a creerlo. —¿Entonces por qué la persiguen? —

—Tal vez ella le robó algo. O tal vez descubrió algo que no
debía. No lo sé. Como dije, no conozco todos los detalles, sólo que están
conectados. No es una damisela en apuros. Ella está involucrada en su
corrupción—.

Dermott miró por la ventana. Una lluvia de verano empezó


a caer, arrojando arco iris sobre el lago, pero todo lo que podía sentir era
traición. Podía perdonar una mentira dicha por vergüenza, pero esto iba
mucho más allá de una mera mentira. Estaba involucrada en algo serio. La
juzgó por su conexión con Freddie, pero ahí no es donde radica su herida.
Fue en el engaño. Y el saber que ella no confiaba lo suficiente en él para
ser honesta.

—Tengo que irme—, dijo. —Gracias—.

Colgó y se fue corriendo por el pasillo hasta su dormitorio.


Quería respuestas. Antes, estaba convencido de que ella era su
compañera, pero ahora no estaba tan seguro. Tenía que saber lo que
realmente estaba pasando. No queriendo asustarla, aunque hubiera
estado dentro de su derecho, se calmó fuera de la puerta de su
habitación, calmando su ira, y luego la abrió, listo para enfrentarse a
Kendell.

No hubo oportunidad de hacerlo. Se había ido, su ausencia


decía mucho de su culpa.

***

Kendell

Dermott lo sabía.

Kendell lo había seguido desde el dormitorio hasta el


estudio, lista para saltar sobre él de nuevo, ansiosa por más de la especia
que le había servido la noche anterior. Luego ella se quedó escuchando su
conversación telefónica. Ella no sabía lo que la otra persona en la línea
había estado diciendo, pero claramente se trataba de Freddie.

Así que volvió a la habitación a vestirse, y luego corrió,


incapaz de confrontarlo con su traición. La lluvia caía a su alrededor,
ralentizándola mientras se dirigía a la carretera principal. Temía que
Dermott la siguiera. Igualmente, ella temía que él no lo hiciera. Al llegar a
la carretera principal, trató de hacer autostop, su frustración aumentaba
con cada auto que pasaba a su lado.

Como siempre, Freddie estaba arruinando su vida. Fue algo


que le rompía el alma. Ella no lo había querido. Ella no había querido nada
de eso. Todo lo que quería era que Freddie la dejara en paz.

Cuando Kendell era adolescente, había pasado mucho


tiempo con su primo Derek, un cambiaformas lobos. Estaban muy unidos.
Siempre lo habían estado. Ella era hija única y la mayoría de los hermanos
de Derek eran mucho mayores, así que se habían convertido en
hermanos.

Salir con Derek significaba pasar tiempo con su amigo


Freddie, también un cambiaformas lobos. Freddie era la cosa menos
favorita de Kendell sobre su tiempo con su primo. Freddie siempre estaba
ahí, mirándola fijamente, tratando de ganársela. Para honrar a su primo,
ella fue respetuosa con Freddie, pero nunca le dio lo que él quería. Ella
nunca le entregó a él.

Después de terminar la escuela secundaria, Derek se mudó


del estado para asistir a la universidad, dejando a Kendell solo en la
ciudad. Afortunadamente, Freddie también pareció desaparecer. Donde,
ella ni se preocupaba ni preguntaba. Fue un alivio. Pero pronto, ella
comenzó a leer sobre él en los periódicos. Le iba bien para sí mismo.
Parecía haber madurado.

Cuando la invitaron a cenar con él en uno de los


restaurantes más exclusivos de la ciudad, aceptó, curiosa de ver al hombre
en el que se había convertido. La cosa es que no había cambiado. Todavía
la miraba con lascivia, todavía intentaba salirse con la suya. En todo caso,
era peor. Pensó que su dinero le daba autoridad sobre ella. Estaba
equivocado. Ella había terminado saliendo del restaurante con rabia,
escuchando como él la llamaba con sus amenazas, sabiendo que era sólo
cuestión de tiempo antes de que él intentara tomar lo que ella no le daba.

Pensaba que era su compañera. Estaba delirando. Ella no lo


tocaría. Ella preferiría morir primero. Cuando los lobos la persiguieron en
el bosque, pensó que eso era lo que querían hacer. Freddie preferiría su
muerte a que estuviera con otro hombre. Incluso si ella había estado
equivocada acerca de las intenciones de Freddie, incluso si él no tenía la
intención de que ella muriera, todavía era un destino oscuro el que tenía
reservado para ella.

Era mejor que Dermott no lo supiera. No debería haberlo


dejado involucrarse. Se merecía algo mejor. Se merecía la familia feliz que
anhelaba para llenar su casa.
—Así que finalmente dejaste el nido, pajarito—, dijo un
hombre, saliendo del bosque. Llevaba un traje a medida, pero era vil, con
ojos que destilaban veneno.

—Freddie—, dijo ella, su defensa volando alto. —¿Dónde


están tus secuaces?—

—Están aquí—, dijo, mirando más allá de ella mientras


una limusina negra subía por el camino. —¿Quieres que te lleve de vuelta
a la ciudad?—

No era una oferta. Era una demanda. Debería correr,


pero estaba cansada. No sabía si era su noche de hacer el amor con
Dermott o el peso de los años que corrían desde las garras de Freddie,
pero estaba agotada. Su cuerpo sufría de fatiga. No había ningún otro
lugar a donde ir, excepto donde él quería.

***

El viaje de vuelta a la ciudad fue largo. Freddie se sentó


detrás de ella en la limusina como un cazador mostrando su premio.
Intentó poner su mano sobre la rodilla de ella, pero Kendell lo apartó,
dejando clara su opinión sobre él.

—Debería matar al oso—, deliberó mientras el bosque a


su alrededor comenzaba a adelgazar, reemplazado por vallas publicitarias
y tiendas minoristas. —Pero lo dejaré vivir, sólo porque necesito su
negocio—. Le quitó un mechón de pelo de la mejilla. Su mano parecía una
serpiente deslizándose contra su piel. —Es bueno saber que los hombres
de negocios poderosos son tu tipo—.

Una vez más, ella le apartó la mano. No tan indulgente esta


vez, él la abofeteó. —Me respetarás, Kendell. Soy tu destino—.

—Eres mi pesadilla—, escupió, negándose a mostrar miedo.


—No sé cómo tú y Derek fueron amigos—.
No estaba escuchando. —Hice esto por ti, sabes—, afirmó.
—Construí mi imperio para ti—.

Si fuera cualquier otro hombre, ella podría haber sentido


compasión por él. Pero Freddie era un cretino. No era amable. No merecía
compasión. Él garantizaba una tumba en el suelo.

—Hiciste esto por ti mismo—, dijo ella, su voz más débil de


lo que quería mostrar. Su fatiga seguía corroyéndola, y le dolía el
estómago. Si tan sólo pudiera cerrar los ojos... Pero no podría. No con
Freddie mirándola de la forma en que lo hacía.

Para su alivio, continuaron en silencio. Asumió que se


dirigían a la mansión que tenía en la ciudad, pero al cruzar los límites de la
ciudad, la limusina giró a la izquierda, lejos de la parte más elegante de la
ciudad, y hacia los arenosos bajos de la ciudad, un lugar que hacía que
hasta su vecindario pareciera manso. Aparcaron fuera de lo que parecía
un club para paganos.

—Sólo tengo que hacer un desvío—, dijo Freddie, saliendo


de la limusina. —Tardaré un rato. No vayas a ninguna parte—. Se rió
mientras se alejaba. No podía escapar, aunque lo intentara, no con tres
hombres sentados en la limusina con ella, tres lobos.

Sabiendo que sus hombres no la tocarían, no sin la muerte


como castigo, ella permitió que sus ojos se cerraran. Ella le dio la
bienvenida al sueño. Al menos mientras dormía, no vivía sus peores
miedos.

Un sueño la alejó de la realidad. Estaba junto al lago, rayos


de sol brillando pacíficamente sobre ella. Era una serenidad tan dulce. Se
perdió en ella, abriendo los brazos como si evocara el sol, abrazando su
calor. Había un olor familiar a su alrededor: terroso. Como la camisa de
vestir de Dermott. Como el mismo Dermott.

Él no estaba en ninguna parte, pero ella no estaba sola. Un


pequeño cachorro de oso estaba junto a ella, extendiéndose para salpicar
sus patas en el agua. Atrapó un pez, e instantáneamente se convirtió en
una niña con trenzas marrón oscuro en el pelo y las mejillas llenas de
pecas. —Mira, mamá, soy fuerte—, cantaba, agitando a los peces.

Kendell miró a su alrededor, pero no había nadie más.

—¿Me estás hablando a mí?—

La chica se rió. —Por supuesto que sí. Mira qué fuerte soy,
mamá. Y mira lo fuerte que eres tú también—.

Kendell se despertó de repente, jadeando por aire. No había


querido abandonar el sueño, había querido coger a la niña en brazos y
abrazarla con fuerza, pero un ruido la había despertado. Sonó como un
disparo que venía del club.

Reviviendo el sueño, Kendell miró hacia abajo mientras


apretaba el puño, preguntándose cuán ciertas eran las palabras de la niña.
Su miedo se transformó en ira. Pensando en la forma en que Freddie la
había abofeteado, y en la desesperanza con la que se había sentido
incapaz de defenderse, levantó el puño y golpeó su mano contra la
ventana de la limusina. El vidrio se rompió en el impacto. Fue fácil, como
deslizar su mano a través del agua.

Antes de que los lobos pudieran detenerla, atravesó la


ventana y corrió hacia un callejón oscuro. La noche había caído sobre la
ciudad. Los lobos la persiguieron. Cuando la alcanzaron, uno la tomo,
agarrándole el brazo, pero ella lo empujó, haciéndolo volar contra el
graffiti de la pared. Los demás quedaron atónitos. La apuntaron con sus
armas, pero dudaron, sin saber si debían disparar al premio de Freddie.
Ella también se detuvo. Su fuerza era poderosa, pero no era rival para una
bala. Era un empate, sus armas contra su fuerza. Finalmente, Freddie
atravesó la línea de lobos, enfurecido, con su propia arma apuntándola.

—¡Crees que puedes escapar de mí!—, gritó. —Soy todo lo


que tienes, pajarito. Cuanto antes te des cuenta de eso, mejor estarás—.

Lo inteligente sería mantener la boca cerrada. Pero no pudo.


Freddie podría tener control sobre su destino, pero no era el dueño de su
mente. —Me das asco—, dijo ella. —Prefiero la muerte a otro momento
contigo—.

—Como quieras—, dijo enfurecido y le disparó.

***

Capítulo Cuatro

Dermott

Cuando regresaba a la ciudad en su camioneta, Dermott


trató de concentrarse en la reunión que tenía a la mañana siguiente, pero
no podía quitarse de la cabeza los pensamientos de Kendell. Encontrar su
habitación vacía no le había enfurecido más, le había dejado desesperado.

Así que esto es lo que se siente al perder un compañero,


pensó. Pero no la perdí. Me dejó, probablemente para volver con él.

No le importaba que ella estuviera conectada con los lobos.


Su miedo a ellos había sido real. Eso no lo podía negar. Le importaba que
ella no confiara lo suficiente en él como para decirle la verdad. Que no
confiaba en que él la protegería. Ella estaba en problemas, pero no había
nada que él pudiera hacer al respecto. Ella se había ido. Ella había hecho
su elección, a pesar de que era la elección equivocada.

Eso es lo que se dijo a sí mismo. En algún lugar de su


interior, sus instintos gritaban lo contrario. ¡Ella es tu compañera!
Gritaban. ¡Encuéntrala!

Agitó la cabeza y subió la radio, tratando de ahogar su


confusión. ¿Y si la encontrara? No podía confiar en que ella no seguiría
mintiéndole, o que no volvería a huir, eligiendo a los lobos por encima de
él.

La ciudad se vislumbró, la silueta de los edificios una sombra


más oscura que la noche. Podía ver sus oficinas desde aquí. Su edificio era
uno de los más altos. Las luces brillaban, sus empleados trabajaban duro.
De repente, la voz de un niño le susurró al oído: —Papá,
sálvanos—.

Casi destroza el coche, se desvió hacia una zanja, un poste


de teléfono a centímetros de él. Bajó, y comenzó a buscar alrededor del
coche, sabiendo muy bien que no había ningún niño allí.

Algo cambió dentro de él. No sabía de dónde provenía, pero


toda la ira y el dolor que sentía hacia Kendell desapareció
instantáneamente. Era insignificante. Ella era su compañera, y lo
necesitaba. Ahora estaba seguro de ello. Su único pensamiento era
encontrarla y cumplir su promesa de protegerla.

Olfateando el aire, captó su olor. Era embriagador, como la


miel de un prado, pero con la resistencia del mar. Nadie tenía mejor olfato
que un oso. Volviendo a poner la camioneta en la carretera, él siguió su
rastro hacia la ciudad a los vecindarios más elitistas, estacionando justo
afuera de la mansión que Freddie poseía. Ella estaba ahí, su compañera.
Su familia.

***

Kendell

Kendell se despertó junto a una chimenea del tamaño de un


horno. Era gigantesca, más larga que la longitud de su cuerpo mientras
yacía estirada en el suelo, varios pies delante de ella. El calor de las llamas
era casi intolerable, pero no eran suficientes para quemarla. Ojalá lo
hubieran hecho. Freddie estaba cerca, mirándola. Podía sentir sus ojos
vulgares sobre ella. Despertar en su compañía era peor que la muerte.

Se sentó erguida y trató de moverse, pero su tobillo estaba


encadenado al manto con un broche de hierro. Incluso con la fuerza de un
oso, no podía escapar. Entonces recordó por qué se había desmayado.

—¡Me disparaste!—, dijo ella, mirando a Freddie.


—Era un tranquilizante—, le dijo, dando vueltas a su
alrededor, como los lobos cuando la perseguían en el bosque. —En mi
trabajo, a veces necesito a las bestias que persigo vivas—.

—No soy una bestia—, objetó débilmente, aún luchando


con la cadena, a pesar de que sus esfuerzos eran inútiles.

—Pero tú cargas una—.

Ella no entendió. Dejó de luchar. —¿Qué quieres decir?—

Sonrió, pero no tenía humor. Sólo odio. —Estás


embarazada. De un oso—.

Instintivamente, su mano se fue a su estómago. —Eso es


imposible. Acabamos de...—

Le cortó lo que estaba diciendo, no le interesaban los


detalles. —Funciona diferente en el mundo de los cambiaformas. Ese
parásito dentro de ti ya se ha enganchado. Estás embarazada de su hijo—.
Odio no era la palabra. Freddie se enfureció, su furia ardiendo más que el
fuego al que estaba encadenada.

—¿Qué vas a hacer?— preguntó ella, de repente mucho


más protectora de su cuerpo de lo que había sido antes. La muerte no era
una opción, no si lo que él decía era verdad, que ella sabía que lo era. Su
sueño del cachorro de oso pequeño, su nueva fuerza, todo tenía sentido.

—Por suerte, no sé cómo destruirlo sin destruirte a ti. Lo


dejaré crecer, y cuando nazca, lo dejaré en el bosque, donde pertenece—.

—¿Cómo puedes decir eso?— Siseó Kendell. —Es un niño


inocente—.

—Es un oso—.

Volvió a cerrar el puño, deseando que él se acercase a ella.


Ella le mostraría exactamente lo que un oso puede hacer. —No eres
corrupto. Eres malvado—.

—Y todo es para ti, pajarito—, dijo, burlándose.


Ella no lo creería. Estaba tratando de manipularla. Ella no
tuvo nada que ver con el vacío de su alma. Había elegido su propio
camino. —¿Así que voy a estar encadenada hasta que nazca el niño?—

—Tienes suerte...—

No tuvo oportunidad de terminar. Un familiar oso marrón


entró en la habitación, la sangre de lobos goteando de sus colmillos.

—¡Dermott!— gritó, una mezcla de miedo y alivio dentro de


ella.

Al instante, Freddie cambió, convirtiéndose en un lobo tan


negro como sus males. Era mucho más grande que sus secuaces, y mucho
más ágil. No caería tan fácilmente como ellos.

Los hombres, las bestias, saltaron unos a otros, chocando en


el aire. Dermott luchó por Kendell y por el destino de su hijo. Freddie
luchó sólo por su orgullo, pero un orgullo tan distorsionado no podía ser
subestimado. Kendell miró horrorizada mientras le cortaba la cara a
Dermott, cegándolo temporalmente. Ganando la ventaja, luego agarró
con fuerza sus mandíbulas alrededor del cuello de Dermott, trabajando
sus dientes a través de su pelaje.

—¡No!— Chilló Kendell, y tiró frenéticamente de la cadena,


pero no cedió. Ella no podía ayudar. Sólo podía mirar. Bajo el peso del
lobo, Dermott tropezó más cerca de ella. Trató de empujar a Freddie, pero
Freddie era implacable, sus ojos amarillos y depravados. Asustó a Kendell
hasta la médula, pero usó el miedo para su ventaja, cansada del miedo
que Freddie le causaba.

Acércate más a mí, le dijo a Dermott. Tengo un plan. Ella no


sabía si Dermott la escuchó o si simplemente estaba perdiendo la batalla
con Freddie, pero se acercó a ella, apenas capaz de mantenerse en pie.
Kendell podía estar encadenada a la chimenea, despojada de su
independencia, de la manera que Freddie siempre había querido, pero era
libre de estar de pie. Usando la fuerza que le había dado su hijo, sacó a
Freddie de Dermott y lo empujó hacia el fuego.
—No soy un pajarito—, declaró.

Incapaz de mirar mientras Freddie luchaba contra las


llamas, metió su cabeza en el grueso pelaje de Dermott.

—Se acabó—, dijo, recuperándose al volver a su forma


humana. —Se ha ido—.

***

De vuelta en la mansión rural en el bosque, encontrando


refugio después de su terrible experiencia, Kendell se sentó en una manta
al lado de Dermott en el porche circular que daba al lago. Era de noche.
Las estrellas brillaban a su alrededor, al igual que numerosas velas que
Dermott había encendido antes de guiarla hasta aquí.

—Sabes que estoy embarazada—, dijo ella, mirando hacia


las aguas, finalmente en paz.

—Sabes que soy el padre—, bromeó.

Ella sonrió. —Supongo que finalmente estás consiguiendo


lo que siempre quisiste. Lamento que haya tenido que ser con una
extraña—. Se movió detrás de ella y la tomó en sus brazos. Ella se apoyó
en él, reconfortada por su peso, aunque poseía una fuerza propia.

—No eres una extraña—, murmuró. —Eres de la familia—.

Kendell agarró su mano contra la de ella, jugando con sus


dedos. —Nunca estuve con él—, intentó explicar. —Sé que se ve mal, pero
nunca estuvimos juntos—.

—Confío en ti—, le dijo Dermott.

Eran las palabras que necesitaba oír. Ella tomó su mano y


la besó, queriendo ser cariñosa, pero un lado mucho más sensual de ella
tomó el control. Pasó su lengua por encima de su dedo, y luego se lo
metió en la boca y se lo chupó, revelando lo que planeaba hacerle. Detrás
de ella, su polla creció, presionando su espalda, y gruñó con excitación.

Ella continuó chupándole el dedo, metiéndoselo y


quitándoselo de la boca, con la lengua tan húmeda como su centro
empezaba a estar. Incapaz de soportar sus bromas, la empujó hacia
adelante, ordenando, pero con suavidad, y le bajó los vaqueros y las
bragas, exponiéndole el trasero.

—¿Te he dicho cuánto me gustan tus curvas?— Rugió, su


voz llena de deseo mientras frotaba sus manos contra su trasero.

—¿Y te he dicho cuánto me gusta tu polla?—, contestó ella


a cuatro patas, arqueando la espalda como un oso llamando a su pareja.

De rodillas, se desabrochó sus propios vaqueros. Ella trató


de dar la vuelta para cumplir la promesa que había hecho al chuparle el
dedo, pero él la mantuvo firme, manteniendo su trasero hacia él. Ella
sintió como la punta de su polla se deslizaba alrededor de su abertura,
masajeándola por fuera con su propia humedad. Era tentador, sabiendo
que estaba tan cerca de entrar en ella. Hizo que le doliera el corazón. Ella
arqueó aún más la espalda, invitándolo a entrar, pero él no accedió. En vez
de eso, se adelantó con su mano libre y frotó su carne rosa, estimulando
su apertura y su clítoris al mismo tiempo.

Moviéndose a su ritmo, ella balanceó sus caderas, jadeando


contra el éxtasis que fluía por su cuerpo. Su toque despertó a su bestia
interior. No era un oso, pero era una mujer ardiente de deseo. Cuanto
más le frotaba el clítoris, más le dolía el cuerpo.

—Tómame ahora—, le rogó, anhelando sentir su polla


dentro de ella una vez más.

Él la tomó, metiendo su polla en ella, su carne caliente y


gruesa contra el centro de ella. El placer que sentía por su polla la hacía
delirar. Ella gimió mientras él bombeaba dentro de ella, sus varoniles
sacos golpeando sus muslos mientras él lo hacía. Era tan duro dentro de
ella, que cada golpe era otra sacudida de doloroso placer. Ella continuó
balanceando sus caderas mientras él la montaba, empuñando sus dos
cuerpos juntos.

Cuando su cuerpo no pudo aguantar más, estalló de felicidad.


Sentía como si hubiera trascendido. Así es como se siente el amor, se dio
cuenta. Es trascendental. Yo lo amo. Es raro, pero yo sí. Reconocerlo hizo
que su clímax fuera aún más intenso.

Sintiéndola venir contra su polla, él la cabalgó más fuerte,


construyendo su ímpetu. Había sido despertada, pero un nuevo calor se
construyó dentro de ella, más fuerte que el primero. Ella se apretó contra
él, dejándole entrar en ella tanto como pudo. Lo puso al borde del
precipicio. Al llegar, rugió en voz alta, un poderoso montañés reclamando
a su pareja. Un oso montañés. Su rugido resonó por el lago, su alegría
como un trueno.

Después, se tumbaron sobre la manta, con las velas


encendidas a su alrededor. —Es una niña—, le dijo Kendell
perezosamente, frotando su estómago con el mayor afecto, su hombro
presionado contra el de él. —Nuestra hija. Soñé con ella. Ella tiene tu pelo,
pero tiene mis pecas—.

Dermott estaba encantado. —Las protegeré a las dos—,


juró. —Y la amaré con tanta devoción como te amo a ti—.

Sobrecogida de felicidad, Kendell puso su cabeza contra su


pecho, escuchando los latidos de su corazón, sabiendo que latía por todos
ellos, ella y su pequeña hija. Y todos los niños que vendrían después.

***

FIN

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