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Los Tiempos del Fin Según Ezequiel, Parte 1


Un Estudio Bíblico por Jack Kelley

Ezequiel era de la tribu de Leví y fue entrenado para ser sacerdote. Sin duda alguna habría llegado a ser
uno si su vida no hubiese sido abruptamente interrumpida. En el año 597 a.C., tanto él como otros 10.000
fueron llevados cautivos a Babilonia después del segundo sitio a Jerusalén. Daniel y sus amigos habían sido
llevados allá después del primer sitio ocho años antes, y en 11 años más el resto de la nación serían
llevados cautivos y la ciudad de Jerusalén y el Templo quemados hasta los cimientos. Había empezado la
cautividad de Babilonia de 70 años. En realidad, hubo dos períodos de 70 años de juicio en juego los cuales
fueron desplazados por un lapso de 19 años. Uno fue la servidumbre de la nación, la cual empezó en el año
605 a.C. con el primer sitio impuesto por Nabucodonosor, y el otro fue la desolación de Jerusalén la cual
empezó en el año 586, al final del tercer sitio, con la destrucción de Jerusalén y el Templo.

El reino del sur, llamado Judá, fue todo lo que había quedado de Israel después que los asirios
conquistaron el norte más de cien años antes. Otros profetas le habían advertido al reino del sur para que
aprendiera la lección del norte y se apartara de su idolatría, y Ezequiel tuvo mucho que decir sobre eso
también. Pero su esfuerzo principal fue el recordarles que ellos eran el pueblo santo del templo santo, la
ciudad santa, y la tierra santa. Al abandonar a Dios por las deidades paganas de sus vecinos, Judá no
solamente se había vuelto inmundo como pueblo, sino que había profanado el templo, la ciudad y la tierra
también. La única elección que le quedaba a Dios era la de retirarse, enviar al pueblo al cautiverio y destruir
la nación.

Para mostrarles que ese no iba a ser su fin como un pueblo, Dios anunció por adelantado que esta
purificación nacional de sus pecados de idolatría tendría una duración de 70 años. Se rendirían a
Nabucodonosor, irían a Babilonia, y vivirían, en lugar de pelear y morir. Y al final de ese juicio Dios los
traería de vuelta para la reconstrucción.

Como el resto del pueblo, Ezequiel y su esposa vivieron gozando de una relativa libertad en Babilonia en
donde adquirieron una casa y se establecieron como el Señor le había ordenado a Su pueblo que hiciera.
Jeremías, contemporáneo de Ezequiel, había escrito:

Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de
Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y
engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos
e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y
rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz (Jeremías 29:4-7).

En el quinto año de su cautiverio, Ezequiel fue llamado como profeta, dando origen al libro que lleva su
nombre. En este él demuestra poseer un extenso conocimiento tanto de la historia de su propio pueblo,
como de la cultura del mundo que lo rodeaba. Él era un hombre de un gran intelecto, capaz de ver el gran
panorama y transmitírselo a los demás, y tenía la habilidad para comprender una amplia variedad de
tópicos. En algunos círculos se le conoce como “el padre de la sinagoga” por haber ayudado al pueblo judío
a mantener su relación con Dios en ausencia de un templo, por medio de la forma de adoración tipo
sinagoga que él diseñó.

El Libro de Ezequiel habla tanto del juicio como de la restauración. Los primeros 24 capítulos tratan con la
causa del Señor en contra de Su pueblo, y Sus esfuerzos para convencerlos que Jerusalén ciertamente
sería destruida, la tierra permanecería inactiva, y su templo sería quemado hasta los cimientos. Los
pronunciamientos de juicio que hace Ezequiel fueron duros e inequívocos, no dejando campo para ninguna
esperanza. Él explicó porqué eso estaba sucediendo, y lo que ellos habían hecho para causarlo. Les dijo
que Dios había estado tratando de llamar su atención al mostrarles que solamente Él es Dios y que no
compartiría Su gloria con nadie más, y persuadirlos a apartarse de sus ídolos y regresar a Él. Pero nada
había funcionado. La situación clamaba por medidas extremas. Él tenía que hacer que ellos vieran que Él
hablaba en serio. Alguna variación de la frase “Así sabrán que yo soy el Señor” aparece 65 veces en los
escritos de Ezequiel en conjunto con las cosas que Dios había determinado hacer, tanto en los juicios como
en la restauración.

Entonces Ezequiel los llevó a través de varias etapas de realización, desde “Dios realmente no va a hacer
eso”, a “Si Dios lo hace nos estará castigando por los pecados de nuestros padres”, y finalmente a “Dios lo
está haciendo y realmente es por nuestra culpa”.

Más que cualquier otro profeta, Ezequiel fue con frecuencia llamado a actuar las profecías que Dios le daba,
y en el capítulo 24 le fueron dadas dos dosis grandes de malas noticias, Jerusalén caería y su esposa
moriría al mismo tiempo. Ya que Dios no quería que Su pueblo hiciera duelo por la pérdida de Jerusalén,
sino que se enfocaran en la restauración futura, Él le ordenó a Ezequiel que no hiciera duelo en público por
la pérdida de su esposa.

Dios también hizo que Ezequiel pronunciara el juicio sobre los vecinos de Israel por el trato que le habían
dado a Su pueblo. Los capítulos 25 al 32 contienen oráculos de juicio que Ezequiel pronunció sobre Amón,
Moab, Edom, Filistea, Tiro, Sidón y Egipto. Todos ellos llevaban parte de la culpa del castigo a Israel porque
habían atraído a los israelitas apartándolos de Dios con su propia idolatría. Todos ellos serían conquistados
por Babilonia también. El Señor hizo que Jeremías les dijera a sus enviados que su elección era la de
rendirse a Nabucodonosor y vivir en sus propias tierras, o sufrir Su ira y dejar de existir como naciones
(Jeremías 27:1-11). Durante los siguientes cientos de años, varias de estas naciones desaparecieron
permanentemente de la tierra.

En el capítulo 33 se anuncia y explica la caída de Jerusalén, y en el Capítulo 34 el Señor dijo que puesto
que los líderes de Israel no cuidaron de Su pueblo, Él mismo se responsabilizaría por ellos y enviaría a su
siervo David para guiarlos. (David había muerto 400 años antes, por eso esto fue interpretado que
significaba el Mesías, el Hijo de David.)

Luego sigue un pronunciamiento final en contra de Edom. Cuando los israelitas huían del ejército
babilónico, los soldados de Edom se ocultaban para matarlos o para alertar a los babilonios de su
presencia. Después que los israelitas se habían ido, Edom saqueó sus casas en Jerusalén. Y sin embargo,
el pueblo de Edom era descendiente de Esaú y, por consiguiente, primo de los israelitas. Dios tomó el trato
a Su pueblo de manera personal y decretó la total desolación de Edom, la cual fue ejecutada por los
nabateos, quienes destruyeron todo rastro de ellos.

Y eso nos lleva al Capítulo 36, en donde Ezequiel cambia a una promesa de restauración y en donde
nuestro estudio de los Tiempos del Fin Según Ezequiel inicia.

Ezequiel 36

Una Profecía a los Montes de Israel


“Tú, hijo de hombre, profetiza a los montes de Israel, y di: Montes de Israel, oíd palabra de Jehová. Así ha
dicho Jehová el Señor: Por cuanto el enemigo dijo de vosotros: ¡Ea! también las alturas eternas nos han
sido dadas por heredad; profetiza, por tanto, y di: Así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto os asolaron y
os tragaron de todas partes, para que fueseis heredad de las otras naciones, y se os ha hecho caer en
boca de habladores y ser el oprobio de los pueblos, por tanto, montes de Israel, oíd palabra de Jehová el
Señor: Así ha dicho Jehová el Señor a los montes y a los collados, a los arroyos y a los valles, a las ruinas y
asolamientos y a las ciudades desamparadas, que fueron puestas por botín y escarnio de las otras
naciones alrededor; por eso, así ha dicho Jehová el Señor: He hablado por cierto en el fuego de mi celo
contra las demás naciones, y contra todo Edom, que se disputaron mi tierra por heredad con alegría, de
todo corazón y con enconamiento de ánimo, para que sus expulsados fuesen presa suya. Por tanto,
profetiza sobre la tierra de Israel, y di a los montes y a los collados, y a los arroyos y a los valles: Así ha
dicho Jehová el Señor: He aquí, en mi celo y en mi furor he hablado, por cuanto habéis llevado el oprobio de
las naciones. Por lo cual así ha dicho Jehová el Señor: Yo he alzado mi mano, he jurado que las naciones
que están a vuestro alrededor han de llevar su afrenta” (Ezequiel 36:1-7)

Hijo de hombre es el término que Ezequiel utiliza para identificarse a sí mismo. Es un término genérico cuya
intención es enfatizar su humanidad. No debe de confundirse con el título que el Señor se da a Sí mismo de
“Hijo del Hombre”.

Una vez que los israelitas se habían ido, sus vecinos asumieron que la tierra les pertenecía y la tomaron. De
todo el planeta Tierra para escoger, Dios solamente había escogido la Tierra Prometida para Sí mismo, así
que naturalmente esa es la parte que el enemigo también deseaba, y movilizó sus ejércitos para ocuparla.
Entonces, como ahora, la gente no se da cuenta que es el Señor el que hace que la tierra sea deseable, y
cuando Su pueblo no la ocupa esa tierra es improductiva. La una vez pujante producción en Gaza es un
ejemplo de actualidad. Habiéndola dejado después de ayudar a empezar la economía palestina, Israel ha
sido llamado ahora para hacer que la misma vuelva a funcionar. Los palestinos no han sido capaces de
administrarla de manera provechosa a pesar de que los israelitas les suministraron la mayoría de la mano
de obra durante el tiempo que estuvo en sus manos. No es que los palestinos sean menos capaces, sino
que el Señor ya no está involucrado allí.
Y eso es solamente uno de los obvios paralelos entre los días de Ezequiel y los nuestros. Algunas personas
han ido tan lejos como tratar de unir el antiguo Edom con los palestinos de hoy día. Así como es fácil ver las
similitudes, la gente de Palestina no es el remanente de Edom que ha regresado para pelear en contra de
Israel otra vez. En el juicio que el Señor hizo que pronunciara Abdías en contra de Edom, Él juró no dejar
ningún sobreviviente (Abdías 1:18) y eso es lo que sucedió. Los palestinos nunca han sido un pueblo
nativo, nunca han tenido una tierra propia y de hecho nunca existieron hasta que las NN.UU. formularon el
término y los identificaron como tales después del renacimiento de Israel. Pero aun si lo fueran, Ezequiel
muestra que su reclamo sobre la tierra de Dios no tiene ningún mérito.

“Mas vosotros, oh montes de Israel, daréis vuestras ramas, y llevaréis vuestro fruto para mi pueblo Israel;
porque cerca están para venir. Porque he aquí, yo estoy por vosotros, y a vosotros me volveré, y seréis
labrados y sembrados. Y haré multiplicar sobre vosotros hombres, a toda la casa de Israel, toda ella; y las
ciudades serán habitadas, y edificadas las ruinas. Multiplicaré sobre vosotros hombres y ganado, y serán
multiplicados y crecerán; y os haré morar como solíais antiguamente, y os haré mayor bien que en vuestros
principios; y sabréis que yo soy Jehová. Y haré andar hombres sobre vosotros, a mi pueblo Israel; y
tomarán posesión de ti, y les serás por heredad, y nunca más les matarás los hijos.

Así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto dicen de vosotros: Comedora de hombres, y matadora de los hijos
de tu nación has sido; por tanto, no devorarás más hombres, y nunca más matarás a los hijos de tu nación,
dice Jehová el Señor. Y nunca más te haré oír injuria de naciones, ni más llevarás denuestos de pueblos, ni
harás más morir a los hijos de tu nación, dice Jehová el Señor” (Ezequiel 36:8-15).

Esta profecía se cumplió parcialmente durante el período después del exilio y de hecho, durante el tiempo
de la Dinastía Asmonea (142-63 a.C.), el pueblo floreció de una manera nunca antes vista desde el reinado
de Salomón. Pero puesto que fueron de nuevo expulsados de la tierra después de su rechazo del Mesías,
es que sabemos que su cumplimiento total aun está por verse.

Esta es una de las primeras pistas que obtenemos de que las profecías de restauración de Ezequiel
primeramente abarcan el tiempo desde 1948 a la Era del Reino. En el Libro de Ezequiel no se hace ninguna
mención directa sobre la vida, muerte y resurrección del Mesías y la subsiguiente diáspora de 1.900 años,
excepto por la frecuente promesa de que Él los reunirá de nuevo de entre todas las naciones a las que
fueron esparcidos.

Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, mientras la casa de Israel moraba en su tierra, la
contaminó con sus caminos y con sus obras; como inmundicia de menstruosa fue su camino delante de mí.
Y derramé mi ira sobre ellos por la sangre que derramaron sobre la tierra; porque con sus ídolos la
contaminaron. Les esparcí por las naciones, y fueron dispersados por las tierras; conforme a sus caminos y
conforme a sus obras les juzgué. Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron mi santo
nombre, diciéndose de ellos: Estos son pueblo de Jehová, y de la tierra de él han salido. Pero he tenido
dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron (Ezequiel
36:16-21).

Aquí se nos brinda un recordatorio de la causa del juicio de Israel. El derramamiento de sangre se refiere a
la práctica del sacrificio de niños, lo cual es una forma de adoración idolátrica tan aborrecible a Dios y que
Él mismo dijo que nunca vino a Su mente que ellos pudieran hacer una cosa tan abominable (Jeremías
32:35). En días de Ezequiel los cautivos fueron llevados a Babilonia, sin embargo, este pasaje menciona su
dispersión entre las naciones, lo cual es una referencia a los eventos que siguen a su derrota por los
romanos cerca de 700 años después. Esta es otra insinuación que nos señala a los tiempos finales.

Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel,
sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado.
Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de
ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros
delante de sus ojos.

Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré
sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os
limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el
corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que
andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a
vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios. Y os guardaré de todas
vuestras inmundicias; y llamaré al trigo, y lo multiplicaré, y no os daré hambre. Multiplicaré asimismo el fruto
de los árboles, y el fruto de los campos, para que nunca más recibáis oprobio de hambre entre las
naciones. Y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas; y os
avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones. No lo hago por
vosotros, dice Jehová el Señor, sabedlo bien; avergonzaos y cubríos de confusión por vuestras iniquidades,
casa de Israel (Ezequiel 36:22-32).

Estos 10 versículos posiblemente contienen la más clara negación de la herejía de la Teología del
Reemplazo. Israel no puede renunciar a las promesas de Dios por haber rechazado al Mesías, porque el
comportamiento de Israel no es la cuestión. Dios les dijo claramente que no iba a re-unirlos de entre todas
las naciones debido a alguna cosa mala que habían hecho para merecerlo. De hecho, eso lo haría a pesar
de cualquier cosa mala que hubieran hecho. Él los iba a re-unir porque Él prometió que lo iba a hacer. Y
luego Él les daría un corazón nuevo y pondría Su Espíritu dentro de ellos. Eso solamente sucede cuando
una persona es nacida de nuevo, y no pudo haber sucedido después del exilio en Babilonia. Vendrá el día
cuando ellos vivirán en la Tierra, Dios será su Dios y ellos serán purificados de todas sus inmundicias. El
negar que esto esté aun por suceder es acusar a Dios de haber roto Su palabra a Su pueblo.

Así ha dicho Jehová el Señor: El día que os limpie de todas vuestras iniquidades, haré también que sean
habitadas las ciudades, y las ruinas serán reedificadas. Y la tierra asolada será labrada, en lugar de haber
permanecido asolada a ojos de todos los que pasaron. Y dirán: Esta tierra que era asolada ha venido a ser
como huerto del Edén; y estas ciudades que eran desiertas y asoladas y arruinadas, están fortificadas y
habitadas. Y las naciones que queden en vuestros alrededores sabrán que yo reedifiqué lo que estaba
derribado, y planté lo que estaba desolado; yo Jehová he hablado, y lo haré.

Así ha dicho Jehová el Señor: Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto; multiplicaré los
hombres como se multiplican los rebaños. Como las ovejas consagradas, como las ovejas de Jerusalén en
sus fiestas solemnes, así las ciudades desiertas serán llenas de rebaños de hombres; y sabrán que yo soy
Jehová (Ezequiel 36:33-38).

El Capítulo 36 es un resumen general que se extiende desde la re-unión en 1948 hasta la Era del Reino. En
este capítulo, el Señor promete traerlos de vuelta a la Tierra, limpiarlos de todos sus pecados, instalar un
descendiente de David como pastor de ellos, darles un corazón nuevo y poner Su Espíritu dentro de ellos,
tomarlos como Su pueblo y ser su Dios, y reconstruir completamente su nación.

200 años antes, el Señor había enviado a Isaías a decirles:

Acordaos de esto, y tened vergüenza; volved en vosotros, prevaricadores. Acordaos de las cosas pasadas
desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que
anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi
consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al
varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré (Isaías 46:8-11).

Ahora Dios estaba enviando a Ezequiel para darles los detalles. Las aves de rapiña representan a
Babilonia, cuyo símbolo era un águila con cabeza de león. El varón de la tierra lejana era Nabucodonosor
que es llamado Su siervo (Jeremías 25:9). El plan de Dios era el limpiarlos y restaurarlos de una vez por
todas, y lo que Él había planeado hacer lo hará.

A pesar de que Dios sabía desde el principio del tiempo que Israel rechazaría la oferta del Mesías del Reino,
fue una oferta bona fide (de buena fe) de todas maneras, y si ellos la hubieran aceptado, Ezequiel 36 se
habría cumplido, empezando en el año 30 d.C. Pero no lo hicieron, y así fue como se les abrió la puerta a
los gentiles, en parte para darles celos a ellos. Como resultado de eso, nosotros hemos sido limpiados de
todas nuestras inmundicias y de todos nuestros ídolos. Él nos ha dado un corazón nuevo y ha puesto un
espíritu nuevo dentro de nosotros; Él ha removido nuestro corazón de piedra y nos ha dado un corazón de
carne. Y Él ha puesto Su Espíritu dentro de nosotros y nos ha impulsado a seguir Sus decretos y ser
cuidadosos para mantener Sus leyes. Pero no debemos ser ni ignorantes ni arrogantes (Romanos 11:25).
La Iglesia no ha reemplazado a Israel, simplemente hemos sido incluidos en la promesa (Gálatas 3:29). Y si
su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena
restauración? (Romanos 11:11-12). El Capítulo 37, la visión de los huesos secos, sigue. Nos vemos.
19/01/2008.

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