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Emil L. Stehle (ed.

Testigos de la fe
en
América Latina

Desde el descubrimiento
hasta nuestros días

EDITORIAL VERBO DIVINO


Avda. de Pamplona, 41
ESTELLA (Navarra)
1982
Tradujeron: J. P. Alija-M. Olasagasti. Título original: Zeugen des Glaubens in Lateinarnerika.(c)
Matthias-Grünewald- © Editorial Verbo Divino, 1982. Es propiedad. Fotocomposición: Cometip, S. L.
Plaza de los Fueros, 4. Barañain-Pamplona. Imprime: Gráficas Lizarra, S. L., Ctra. de Tafalla. Estella
(Navarra). Depósito Legal: NA. 530-1982.
ISBN 84 7151 328 5
ISBN 3 7867 0835 5, edición original alemana
Laura Montoya (1874-1949)
La «epopeya misionera de la mujer en la selva»

Florencio Galindo

«¿Se someten ustedes al hambre? ¿Se someten a comer, en caso


necesario, de lo mismo que comen los indios, o raíces y hojas del monte? ¿Se
someten a que los indios en cualquier momento nos atropellen y nos hagan
huir a los montes y tengamos que amanecer en las malezas de las selvas? ¿Se
someten a trabajar sin ningún fruto, a cocinar, a que los indios las
desprecien? ¿Se someten a vivir bajo una tienda de campaña todo el tiempo
que sea necesario para poder conquistar a los indios?»

Con la respuesta afirmativa a estas y otras preguntas semejantes se dieron


por terminados los preparativos de una aventura que acabaría por hacer
historia en una porción de la iglesia latinoamericana. Las protagonistas eran 7
mujeres jóvenes, quienes, renunciando a una vida relativamente cómoda y a
los planes más caros para jóvenes de su edad, habían resuelto internarse en
una de las regiones más selváticas de Colombia con el plan de ganar a los
indios para la fe cristiana.

Capitana de aquella extraña empresa era una joven esbelta, elegante, a


quien le resultaba sencillamente inaceptable la idea de que en su patria,
Colombia, y no lejos del departamento que se precia de ser el más progresista
y católico, Antioquía, hubiera millares de seres humanos que no tienen idea
de la fe cristiana. Esta realidad la traía preocupada ya varios años y le había
hecho concebir el plan de convencer a algunas amigas para hacer algo.

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Cuando logró contagiar de su entusiasmo a otras 6, el grupo emprendió la
primera expedición a la selva «para conquistar a los indios». Fecha de aquella
original aventura fue el 4 de mayo de 1914. Nacía en aquel momento la
primera congregación latinoamericana de mujeres que pretendía dedicarse
exclusivamente a la «evangelización integral de los indios». Su nombre,
«Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena». La gente las
llama cariñosamente «Lauritas». Es una congregación que cuenta hoy con
cerca de 1.200 hermanas, repartidas en cerca de 200 centros de misión por casi
todo el continente latinoamericano. Desde 1964 trabajan además en el Zaire,
África, y en el mismo año fueron llamadas también a colaborar en un centro
de Propaganda Fide en Roma.

Contemporánea de Teresa de Lisieux

¿Quién fue esta mujer, a quien la iglesia latinoamericana le debe no sólo una
nueva familia religiosa, sino, lo que es más importante, un ejemplo de
intrepidez que abrió brechas para el evangelio en la selva? Se llamó Laura
Montoya. Hoy se la conoce como «Madre Laura». Nació el 26 de mayo de
1874, un año después de santa Teresita de Lisieux, patrona universal de las
misiones. Su lugar de nacimiento fue Jericó, en Colombia, no lejos de la
ciudad más industrial del país, Medellín, donde en 1968 el episcopado
latinoamericano se reunió para su segunda Asamblea General, que por muchas
razones fue un paso decisivo hacia el actual proceso de renovación en que se
encuentra gran parte de la iglesia en dicho continente. La madre Laura murió
en Medellín el 21 de octubre de 1949, y 15 años más tarde se abrió, también
aquí, su proceso de beatificación, ya bastante avanzado en Roma.

Cuando su padre murió, Laura apenas había cumplido los 2 años de edad.
Siendo su familia de modestas condiciones económicas, no es de extrañar que
ya desde niña conociera las privaciones, angustias e incomprensiones que
suelen acompañar a la pobreza. «El primer bocado que me dio la vida fue
bastante amargo», anotará más tarde ella misma en su autobiografía, una obra
de casi mil páginas y alto valor literario, que escribió al final de su vida por
obediencia a su confesor. «Viejo y sabio recurso de estos directores
espirituales: cuando no pueden con almas tan pesadas, las obligan a escribir»
(Jaime Sanín Echeverri).

Laura fue efectivamente una escritora brillante y fecunda, y críticos que


han estudiado a fondo este aspecto de su rica personalidad la comparan con
santa Teresa de Ávila o san Juan de la Cruz. Aparte de su autobiografía, se
conserva su correspondencia, cerca de 3.000 cartas, y casi una docena de
obras, de encantadora originalidad en contenido y estilo.

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Dice mucho de la cepa cristiana de su familia el hecho de que Laura
debió ser bautizada el mismo día de su nacimiento, porque su madre, María
Dolores, se negó siempre a tomar en los brazos a sus tres hijos mientras no
estuvieran bautizados. Más tarde, esta misma mujer se uniría con entusiasmo
a la «cruzada» organizada por su hija para conquistar a los indios y
conducirlos a la fe cristiana.

Niñez y primera juventud de Laura transcurrieron como las de muchas


niñas de su edad y condición, pero ya entonces se distinguió por una marcada
tendencia a la contemplación, que a la edad de 20 años le hizo pensar
seriamente en ingresar en la orden de las carmelitas, de cuyo estilo de vida
tenía alguna información a través de una tía suya. Acababa de obtener el
diploma de maestra de escuela, pero ignoraba el verdadero camino por donde
Dios iba a conducirla.

Aunque sentía disposición para la enseñanza y le agradaba hacer algo


por los niños, la idea de ser maestra de escuela en alguno de los pueblos
vecinos no llenaba sus aspiraciones. Alguna vez, estando en oración le había
venido a la mente un pensamiento que no la dejaba tranquila y se iba
convirtiendo más y más en idea fija. Había oído que en la región montañosa
de Colombia, su patria, y no lejos de su lugar de origen, existían aún millares
de indios, o indígenas, que vivían como animales, física y moralmente, no
tenían noticia del mensaje cristiano y que, por razones que ella entendería
más tarde, odiaban a la demás gente. Poco a poco se fue afirmando en ella la
convicción de que la evangelización de los indígenas es una tarea de la iglesia
a la cual están llamadas a participar de preferencia las mujeres, ya que la
desconfianza del indio hacia el varón extraño es muy grande. No sin razón, ya
que los hombres blancos fueron quienes redujeron al indio al estado
miserable en que hoy se encuentra, marginado, perseguido como animal
dañino, obligado a guarecerse en la selva, que le brinda escape pero a la vez lo
agota con sus inclemencias.

Graves prejuicios contra los indios

La primera dificultad con que tropezó Laura al organizar su empresa


misionera fueron los lamentables prejuicios que existían en todos los am-
bientes contra el indio, incluso en aquella inmensa parte de la población que
lleva poco o mucho de sangre india en sus venas. En su Autobiografía cuenta
Laura cómo en una de sus primeras expediciones, al pasar por un pueblo entró
en un hotel acompañada de varios indios e hizo servir comida para todos. El
solo hecho de verla a ella sentada con los indios a una misma mesa causó
tanta extrañeza entre los presentes, que, agrega: «la gente no

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quería abandonar el hotel para ver aquello tan raro. Todos decían: ¡Si son
animales! ¿Cómo los sientan a la mesa?» «Tuve que decir a la señora del
hotel, quien rehusaba permitir que los indios comieran en sus trastos, que yo
se los pagaba». (Autobiografía, p. 332). Vieja herencia de los peores tiempos
de la conquista.

Por eso sus primeros esfuerzos en la conquista de los indios estuvieron


acompañados de una intensa labor de concienciación de los «blancos»,
tratando de convencer a sacerdotes, gamonales y autoridades, de que los indios
son también seres humanos y tienen derecho a ser tratados como tales. Fue una
labor ardua y lenta, pero que logró cambiar en mucha gente de su tiempo la
imagen despectiva e infame que se tenía de los indios y que persiste aún en
amplios sectores de la población colombiana y latinoamericana. Lo más
lamentable es que los mismos indios llegaron a convencerse de que son
irracionales y carecen por tanto de inteligencia e incluso de alma humana.
Numerosos ejemplos citados en los escritos de la madre Laura confirman hasta
qué extremos había llegado la humillación de los indios. Ella se quejará con
frecuencia de que los civilizados «estaban acostumbrados a mirar a los indios
como seres peligrosos, ladrones, asesinos, odiosos, maliciosos y cuanto se
puede pensar de bajo en la vida. Los indios siempre habían sido tratados como
mulas y hostilizados como animales peligrosos» (Autobiografía, p. 431). Es
claro que esta ruindad de conceptos y el tratamiento de que han sido objeto los
indígenas, sumado todo a un pasado de engaños, humillaciones y persecución,
han producido en ellos una amalgama de reacciones: hermetismo, espíritu
huraño y rebelde, desconfianza temible, complejo de inferioridad
infrahumana, odio a quienes no llevan su sangre (José J. Hernández,
Homenaje, p. 144).

La descripción que la madre Laura hacía a principios de nuestro siglo


sobre el bajo concepto y el trato indigno de los indios sigue siendo válida aún
hoy para la inmensa mayoría de la población indígena del continente, que
alcanza a 36 millones, representa el 12% de la población total y se encuentra
reunida en un 90% en México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú. En
Colombia, los indios no asimilados representan con el 1% de la población total
del país (46 millones, estimado 2012), una de las 3 minorías étnicas de
considerable importancia, junto a la población de origen africano (4%) y a los
zambos o afroindios (3%). Aunque la constitución colombiana proclama la
igualdad de todos los ciudadanos, las condiciones de vida en que la realidad
social y económica del país coloca a estas minorías no difieren mucho de las
de aquellos esclavos que defendía san Pedro Claver en Cartagena hace 400
años: las estrecheces que deben pasar para subsistir, el hostigamiento. Es un
escándalo en una sociedad que se llama cristiana. El documento de Puebla (34,
365) se refiere a ellos como a «los más pobres entre los pobres» del

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continente, ya que siempre han vivido marginados y sometidos a situaciones
infrahumanas. Con un juicio optimista, agrega el mismo documento que «en
algunos casos no han sido evangelizados, o lo han sido en forma insuficiente».
Monseñor Samuel Ruiz, obispo de una región de las que cuentan con más
población indígena en México, afirma que la evangelización de los indígenas
«se puede calificar de fracaso en el método de evangelización de América
Latina», y hace notar que aun los documentos de Medellín guardan silencio
sobre los indios, si se exceptúan dos menciones que se hacen de paso (Pro
Mundi Vita, Iglesia y población indígena en América Latina, 1975, p. 24).

Una «loca aventura»

Laura sentía angustia ante esta situación. «Los infieles me duelen como
verdaderos hijos». Sufría como si fuera la madre de 400.000 hijos que andan
descarriados (Autobiografía, p. 221). Y en su angustia llamó alas puertas de
todo personaje importante en el país en demanda de ayuda. En 1910, se dirigió
por carta al propio presidente de la República, y en 1912 tomó la decisión de
viajar a Roma para implorar la ayuda del papa. Sólo desistió de su propósito
cuando el 5 de junio del mismo año apareció la encíclica Lacrimabili statu, en
la cual el papa san Pío X rogaba encarecidamente a los obispos de América
hacer todo lo posible para mejorar las deplorables condiciones en que viven
los indígenas. Laura comprendió que no se hallaba sola. El papa conocía el
problema y compartía su angustia. Desde aquel momento quedó despejada
toda duda respecto de su vocación: «El llamado de Dios a mi alma era para los
indios» (Autobiografía, p. 550). Se trataba ahora de hallar el camino más
conveniente.

Más de 3 años transcurrieron en esta búsqueda, hasta que el 4 de octubre


de 1915 Laura se presentó al obispo de Santa Fe de Antioquía, monseñor
Maximiliano Crespo, no ya para pedirle consejo, sino para comunicarle su
decisión: se iría a vivir a la selva junto con un grupo de amigas, para dedicarse
allí íntegramente a la evangelización de los indios. No podía hablarse de un
proyecto inmaduro, y el obispo, que conocía bien a Laura, no podía dudar de
su seriedad. Pero, vistas las cosas humanamente, la empresa era una locura.
Por eso el obispo trató de sugerirle otra posibilidad: ¿Por qué no agregarse a
alguna de las congregaciones misioneras ya existentes? La respuesta de Laura
fue desconcertante: 15 años he estudiado las comunidades existentes en
Colombia y algunas europeas, y en ninguna he encontrado la posibilidad de
una dedicación completa a los salvajes. Algunas, es «cierto, se ocupan de
instruir a los indios ya «reducidos» por los misioneros, y otras se ocupan sólo
de los niños o las mujeres una vez que han sido sacados de la

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selva y reunidos en algún hogar o escuela. Pero ninguna se encarga de sacar a
los salvajes del monte, ni menos de irse a vivir a su lado o asimilarse a ellos».
Todas responden: «Nuestras constituciones no nos permiten esa clase de
trabajo» (La aventura misional, p. 25).
«
Expliqué a Su Excelencia -escribe Laura- que nos proponíamos una regla
de perfección muy estricta, porque queríamos ir al cielo con los indios. Que
para no resultar casadas con los indios, haríamos voto de castidad, y para no
caer en la tentación de negociar con ellos, haríamos voto de pobreza, y para no
desbandarnos y trabajar ordenadamente, haríamos voto de obediencia. Que
llevaríamos un hábito para inspirar respeto a los propios indios, y que por lo
demás asimilaríamos toda nuestra vida a la de los indígenas hasta donde la
decencia lo permitiera, con el solo fin de acercarlos a Dios, porque estábamos
convencidas de que superarlos en nuestra manera de vivir era alejarlos»
(Autobiografía, p. 321).

Así empezó aquella «epopeya misionera de la mujer en la selva americana»


para conquistar a los indios. Laura, quien por orden del obispo se llamaría en
adelante Laura de santa Catalina de Siena, reunida con 5 compañeras y su
propia madre María Dolores (María del Sagrado Corazón), dio inicio al
amanecer del 15 de mayo de 1915 a la nueva congregación misionera. La cuna
era el propio corazón de la selva del occidente colombiano, en el sitio llamado
Dabeiba. Años más tarde escribirá en su libro La apasionante aventura de
Dabeiba: «Éramos un puñado de locas, que emprendía una loca aventura».

Como la conquista de «el dorado»

Se ha escrito que con la congregación fundada por la madre Laura el


mundo empieza a ver lo que nunca había visto: la mujer lanzada como
misionera a las selvas inmensas de América en busca de los indios, sin sacarlos
de su propio ambiente y afrontando con ellos los innumerables enemigos del
hombre que existen en las selvas, y que el habitante de las ciudades ni siquiera
puede imaginar. Su celo no era inferior al de aquellos primeros conquistadores
que dejaron su patria y marcharon a América tras el sueño de «el dorado». Sólo
que ahora era un dorado de carne y hueso.

El experimento, como era de suponer, produjo conmoción en los ambientes


eclesiásticos y entre los seglares que tuvieron noticia de él. «Algunos se
escandalizaban, otros se asustaban, otros lo criticaban y todos lo calificaban de
nuevo e inusitado» (Autobiografía. p. 417). Era que rebasaba lo usual y exigía
intrepidez. Internarse en la selva, cuando en Colombia no existían ni carreteras
ni aviones, era una empresa temeraria,

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incluso para varones, Pero el que un puñado de mujeres jóvenes se fuera a
convivir con los indios, era una empresa descabellada o heroica.
En esto está precisamente la originalidad de la obra de la madre Laura. Es
una empresa de evangelización que rompe los moldes hasta entonces
conocidos. Con una audacia creadora propia de los grandes movimientos de
renovación, se hace precursora de métodos e iniciativas pastorales que sólo
medio siglo más tarde se abrirán paso en la iglesia como consecuencia del
Concilio Vaticano H. Pensar, organizar, fundar, vivir conforme a estas
categorías a principios del siglo, tratándose sobre todo de una mujer, es
indicio de una fe profunda y de una extraordinaria visión apostólica
comparable a la de los grandes fundadores en las mejores épocas de la iglesia.
La originalidad de la obra de la madre Laura se reconoce ante todo en estos
rasgos:

1. Respeto a la persona y a las culturas

Uno de los aportes más valiosos del concilio y de los documentos


posteriores a él es que la evangelización debe tener como punto de partida un
profundo respeto a la dignidad de la persona, no importa cuál sea su posición
social, y a las diversas culturas de los pueblos (GS 53, E.N, 20, Puebla 385
ss.). Este principio es uno de los pilares en la obra de la madre Laura. La
primera consigna que ella da a sus misioneras es la de asimilar la vida de los
indígenas: «No empezaremos por adoctrinar a los indios, sino por pasar el
mayor tiempo posible oyéndolos aunque ellos digan disparates, y
mostrándoles que los amamos y que para nosotros valen mucho»
(Auto biografía. p. 430). Como Vicente de Paúl en el siglo XVII daba por
clausura a las Hijas de la Caridad las calles y plazas de las aldeas en que
debían hacer presente a Cristo entre los pobres, Laura pide a sus misioneras
hacer de la selva su clausura, hasta convertirse en «hermanas-cabras», que
para salvar a los indios penetran hasta las cuevas más inaccesibles (Aventura
misional, p. 25). «Los indígenas son dignos de respeto, pero case nadie piensa
que debe respetarles sus afectos más queridos, como son sus tradiciones y
costumbres. Ellos han preferido a través de los años las cuevas, la miseria y la
vida de las Fieras, a ceder en sus tradiciones, usos y costumbres. Se han
destruido a fuerza de intemperie y miseria, para no perder su independencia y
sus tradiciones. Eso es muy humano. Los que pretenden arrancarles esas cosas
son crueles e irracionales».

Por eso la madre Laura, lejos de pensar en cambiar las tradiciones de los
indios, aprendió su lengua y sus costumbres y exigió otro tanto a sus
misioneras, porque consideraba que el testimonio personal es el primer

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instrumento de evangelización (cf. E.N. 21) y debe manifestarse ante todo en
una asimilación de la propia vida a la vida de los indígenas «hasta donde la
decencia lo permita». «Cada cosa que les enseñábamos la veían antes
practicada o reflejada en nosotras. Cada virtud se les enseñaba de un modo
tan objetivo, que ellos mismos deducían las conclusiones de nuestras ense-
ñanzas. De todas sus astucias triunfábamos por este medio».

2. Respeto a la naturalez a

Íntimamente relacionado con lo anterior es el respeto a la naturaleza,


que hace de la madre Laura un alma gemela de Francisco de Asís. Así escribe
en su Autobiografía: «Como estas misiones deben vivir en roce constante con
la naturaleza, y como por decirlo así su celda son los campos con sus aguas,
sus peñascos, su aire y su vegetación, y como es posible que en ellos las
encuentre el Esposo cuando venga, es muy justo que la Naturaleza les sirva
de vía de comunicación con el Esposo».

En este contexto se comprende su famoso «pacto con las fieras».


Hallándose una mañana en oración delante del Santísimo, cuenta Laura que
vio de repente como una interminable procesión de culebras y fieras salvajes
que desfilaban delante de Dios y al mismo tiempo formaban como una
muralla infranqueable para el trabajo apostólico de las misioneras. Pidió
entonces a Dios ordenara a aquellas fieras no hacer nunca nada a las
hermanas, y ella se comprometía a su vez a que su comunidad tampoco haría
jamás daño a las fieras.

Después de aquella escena, Laura tuvo la seguridad de que se había


sellado una especie de pacto de amistad entre las fieras y las hermanas, y que
podrían convivir tranquilamente sin temores. Para no tener que contar en
detalle aquella experiencia mística, Laura se limitó por algún tiempo a
recomendar a las hermanas no hacer nada a las serpientes que encontraran en
sus viajes misioneros, pues nada tendrían que temer. Es interesante saber que
la congregación observa aún hoy día aquel «pacto», y que a pesar de haber
habitado durante años en regiones selváticas atestadas de serpientes y otros
animales dañinos, ninguna hermana ha sufrido jamás lesión alguna
(Autobiografía, p. 604). La comunidad ha visto así cumplirse en ella literal-
mente la promesa evangélica (Mc 16, 18).

3. Evangelización integral del indio

La iglesia del subcontinente latinoamericano reconoce que a partir del


Concilio Vaticano lI ha entrado globalmente en un proceso de renovación, y

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que tal proceso ha comenzado por «captar las necesidades y esperanzas de los
pueblos» (Puebla 11; 100). La evangelización integral y liberadora, que tiene
en cuenta a todo el hombre (P. 390, 480) y busca alcanzarlo en su totalidad,
que no repara sacrificios para asegurar a todos la condición de auténticos hijos
de Dios (P. 490), es quizá el rasgo más distintivo de esa gran parte de la iglesia
latinoamericana que se renueva según el espíritu del concilio, de Medellín y
de Puebla.

Laura no emplea el término «evangelización liberadora», pero insiste en


que la misión de las hermanas no se debe limitar a la evangelización y los
sacramentos, sino que debe incluir la «formación integral» del indio. Parte de
su labor es enseñarle a cultivar la tierra, a recoger las cosechas, a adquirir y
cuidar el ganado, y ponerlo en contacto mediante la alfabetización con un
mundo en que podrá aprovechar sus habilidades y cultivar su inteligencia. Si
entre los indígenas hay ya médicos, abogados, ingenieros, profesores,
sacerdotes, agrónomos, expertos en obras manuales, «es la semilla sembrada
por la madre Laura que está dando fruto», declara un cacique indígena en el
homenaje tributado en Medellín a la madre Laura en el centenario de su
nacimiento.

4. El “sacrificio bautistano”

Un último rasgo de originalidad en la fundación de la madre Laura:


cuando el arzobispo de Cartagena le anunció que en uno de los sitios elegidos
por las misioneras sólo podrían recibir la eucaristía una vez por año, debido a la
falta de sacerdotes, la madre Laura respondió que éste sería el mayor
sacrificio para las misioneras, pero que estaban dispuestas a hacerlo a cambio
de poder llegar hasta los indios, así como en otro tiempo Juan bautista había
tenido que renunciar a la cercanía de Jesús, a quien tanto amaba, para poder
anunciarlo a los demás. En muchas ocasiones exhortó a las misioneras a hacer
este «sacrificio bautistano», porque de lo contrario muchos hermanos
indígenas se perderían.

Muchas congregaciones, antes y después de la madre Laura, no aceptan


puestos de trabajo en sitios donde tengan que renunciar por tanto tiempo a la
recepción de los sacramentos.

La dificultad en la administración de los sacramentos por falta de clero


llevó sin embargo a la madre Laura a tomar una iniciativa que en su tiempo
pareció poco menos que absurda. Escribió a varios cardenales y obispos que
intercedieran ante la Santa Sede para que ésta concediera a las religiosas
misioneras no sólo el tener el Santísimo en sus casitas de misión, sino el
poder además distribuir la Sagrada Comunión cuando no hubiera sacerdote

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que pudiera hacerlo. Después de casi 30 años de escribir sin obtener respuesta
positiva, Laura decidió dirigirse al propio Pío XII el 1 de mayo de 1948 en
estos términos: «Quiero pedir con el mayor rendimiento a Vuestra Santidad
que nos conceda a las religiosas que trabajamos en las misiones, el que
podamos darnos la Sagrada Comunión cuando no haya sacerdote ni la
posibilidad de buscarlo». Impulsos de este género, en uno y otro sector de la
vida de la iglesia, fueron los que prepararon muchas de las «innovaciones» del
Concilio Vaticano II, que han contribuido a una presencia más efectiva de la
iglesia en el mundo actual, pero que para algunos grupos dentro de la misma
iglesia resultan aún difíciles de digerir.

Conclusión

Esta corta reseña da la vida y obra de la madre Laura Montoya da una


idea de la visión profética de esta mujer excepcional. No es de extrañar que su
apostolado hiciera de ella y de su congregación un verdadero «signo de
contradicción» en determinados ambientes. No hay que olvidar que su obra
data de medio siglo antes del concilio, y con sus sufrimientos comparte la
suerte de muchos santos. Efectivamente, la Conferencia Episcopal de
Colombia, junto con otras del continente, ha solicitado a la Santa Sede, al
cumplirse los 100 años del nacimiento de la madre Laura, la pronta beatifi-
cación de esta «gran mujer, sacrificada religiosa, fecunda escritora, madre y
fundadora de una congregación religiosa que hoy presta heroicos servicios a
los hombres más olvidados y marginados». El recuerdo de la madre Laura,
«una de esas contadas mujeres que jalonan siglos y rompen moldes»,
mantenga viva en su congregación la audacia pastoral de sus comienzos.

Bibliografía

 Autobiografía de la madre Laura de Santa Catalina. Editorial Bedout. Medellín 1971.


 Aventura Misional de Dabeiba.
 Cartas Misionales. Coculsa, Madrid 1963.
 Laura Montoya. Homenaje con ocasión del centenario del nacimiento. Medellín 1974.

 Equipo madre Laura. Reseña histórica de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y


Santa Catalina de Siena. Medellín 1978.
115
Escaneado, editado, adiciones y correcciones por Jairo A.
Becerra T., viernes 21-Diciembre-2012, 2:27 p.m.

Adiciones:

http://www.madrelaura.org/sitio/index.php?option=com_cont
ent&view=frontpage&Itemid=28

¿Quién es la madre Laura, la


primera santa colombiana?
El Tiempo viernes 21-Diciembre-2012

http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-

12467084.html

Fundó la Congregación de las Hermanas


Misioneras de la Beata Virgen María Inmaculada.
Una maestra de escuela de figura robusta, defensora de los
indígenas, escritora y mística que llegó a enfrentarse con el
mismo demonio -según lo narra en su autobiografía- es la
primera santa colombiana: Laura de Jesús Montoya Upegui,
una monja fallecida en 1949.
El papa Benedicto XVI anunció este jueves su
canonización. Cardenales del Vaticano examinaron el milagro
de la madre Laura el pasado 10 de diciembre. Este se produjo
cuando un médico antioqueño que se encomendó a ella en su
lecho de muerte resultó curado sin ninguna explicación
científica.
¿Quién fue esta mujer? Aída Orobio, madre superiora de la
comunidad que la madre Laura fundó el 14 de mayo de 1914 y
que hoy está presente con más de mil monjas misioneras en
21 países de América Latina, Europa y África, nos da esta
semblanza:
"Ni aquí, en su tierra, la gente alcanza a dimensionar lo
valiente y maravillosa que fue esta mujer. En una época en la
que la mujer debía estar al lado del hombre, Laura se atrevió a
seguir el llamado de Dios, pese a que la llegaron a tildar de
loca".
Rememora cómo la maestra de escuela -nacida en Jericó,
el 26 de mayo de 1874-, en algún momento de su vida conoció
a un grupo de indígenas embera-chamíes en Dabeiba
(Antioquia) y quedó impresionada al descubrir que no sabían
leer ni escribir; eran cruelmente explotados y tratados como
animales, y ellos mismos creían que no tenían alma.
"Cómo es posible que vivan en tal marginación y alejados
de Dios, si son tan colombianos como cualquiera y fueron los
primeros habitantes de estas tierras", dicen que se preguntaba
la maestra, entonces de 40 años.
El 5 de mayo de 1914, en compañía de su madre (su padre
fue asesinado cuando ella era niña, por "defender sus
convicciones políticas y católicas"), y junto con otras seis
mujeres, se adentró en la espesa selva y empezaron a vivir con
los indígenas. En ese momento inicial no contó con el
respaldo de la Iglesia.
Junto con las primeras letras, la maestra y sus compañeras
comenzaron a enseñarles el camino de Dios. Todo, sin
arrancarles su propia cultura.
Como ellos no conocían el español, se inventó un método
con los sonidos y criaturas de la selva, con la lluvia, el sol, la
luna y las estrellas para comunicarse. De esa experiencia
nació Voces de la naturaleza, uno de los 23 libros que escribió.
Decía: "No tenemos sagrario, pero tenemos la naturaleza. Y
hay que descubrir a Dios en el indígena, en el árbol, en el
pájaro, en las dificultades". Y no solo les llevó el mensaje
divino a los indígenas. La hermana Aída explica que la madre
Laura fue también una activista por los derechos humanos de
los nativos: "Les exigió a la Iglesia y al Gobierno que
defendiera sus derechos".
Otro testimonio de la influencia benéfica que irradia la fe
en la madre Laura es el de una pariente suya, María Victoria
Montoya, a quien, a los 12 años, la llevaron al convento de la
ya fallecida prima de su papá.
Una hermana la vio y la interpeló: "Usted tiene los mismos
ojos y las mismas cejas de la madre Laura. ¿Le gustaría ser
una monja laurita?". Es así como se denominan las
integrantes de su comunidad. "Mi papá no me volvió a llevar
porque no quería que yo fuera religiosa, por todo lo que sufrió
su prima Laura -comenta María Victoria, de 58 años, que se
hizo de monja salesiana-. Ser familiar de la madre Laura me
llevó a los caminos de Dios.
Y trae a la memoria el sufrimiento de su pariente: "La
atacaron duramente y pasó sus últimos años postrada en una
cama".
De esas penurias habla el sacerdote y escritor antioqueño
Manuel Díaz en su libro Laura Montoya, mujer intrépida. La
primera fue la pobreza que pasó con su madre y sus dos
hermanos cuando su padre fue asesinado. Y luego, cuando se
fue para la selva, pues los gamonales vieron en ella a una
peligrosa contrincante que les arrebató a los indígenas
explotados por ellos durante décadas, a cambio de baratijas y
humillaciones.
Según el padre Díaz, llegaron a acusarla de robarse los
dineros que recibía de la gobernación de Antioquia para su
apostolado. Ella, con entereza, no dio paso hacia atrás. Nunca
lo hizo.
Martha Galvis es la responsable del santuario de la madre
Laura en el sector de Belencito, en Medellín, convertido en
museo y convento, y donde reposan sus restos.
Nos enseña la habitación donde ella murió: la sencilla
cama metálica, la silla de ruedas de madera, los cilicios con
los que se mortificaba; un armario con sus cartas y reliquias;
entre estas, un cofre de vidrio con hebras de su cabello cano y
una ampolleta con sangre.
Sus encuentros sobrenaturales
Hasta el santuario llegan a diario cientos de feligreses a
pedir -también a agradecer- algún milagro de la beata, como
lo testifican las hileras con más de 600 placas que hablan de
curaciones y otros favores recibidos.
De Laura, lo que Martha más admira es el misticismo que,
según ella, fue muestra de su santidad en vida. Se refiere a
experiencias sobrenaturales, como la que tuvo a los 6 años,
cuando Dios se le manifestó mientras observaba a las
hormigas cargando la comida.
"¡Fui como herida por un rayo! Supe que había Dios, como
lo sé ahora". También, narra en su autobiografía de casi mil
páginas -en la que se aprecia una pluma exquisita- cómo veía,
hablaba y ayudaba a las almas del purgatorio para que se
reconciliaran con Dios. Y decía tener una gran amistad con el
Ángel de la Guarda.
Pero también tuvo experiencias oscuras con el demonio, al
igual que Jesús. Así narró ella uno de esos encuentros,
ocurrido en el colegio que fundó en Medellín con un grupo de
alumnas reacias a las cosas de Dios. "Oí que el demonio venía
y decía: voy a vengarme de la advenediza, que me ha
arrebatado lo que yo poseía con justos derechos (las niñas a
las que estaba catequizando). Muy pronto vi llegar por debajo
del toldillo a un animal parecido a un perro o un lobo, con
cascos de mula y unos cuernos muy retorcidos (...)
Lo cogí de los cuernos, que eran fríos, muy fríos, y lo torcí
como haciéndole formar un remolino. Lo estregué contra el
suelo y le dije que no tenía que meterse con lo que era mío".
Esas cosas -dice la hermana Martha- solo les pasan a las
personas santas.
Estefanía Martínez, cuando tenía 6 años, conoció a Laura,
porque la mamá y una tía fueron a pedirle que orara por su
abuela enferma. Estudió en La Inmaculada (colegio que
fundó) y al graduarse se metió de monja. Tiene 89 años y es
una de las pocas hermanas vivas que la conocieron.
Fue muy cercana a ella. Cuando empezó a enfermarse, le
ayudaba copiando los textos que ella le dictaba, en una vieja
máquina de escribir.
"Tenía un gran sentido del humor. Se burlaba santamente
de todo, sobre todo de ella. Cuando iban a visitarla, decía:
'Vengan a conocer al monstruo' ", recuerda Estefanía al contar
que, en sus últimos años, Laura llegó a pesar cerca de 150
kilos.
Se enfermó de linfangitis. Se le hinchó el cuerpo, sobre
todo las piernas. La tenían que cargar entre varios hombres.
No podía pararse de la cama. Le brotaban ampollas que se le
explotaban y le provocaban dolores terribles. La piel, en carne
viva. "Le ponían gasas y decía que las sentía como un costal".
Pero ni siquiera en esos momentos ponía mala cara.
"En sus últimos días me pidió que le contara chistes. Y yo
lo hice. Se reía en medio de tanto dolor y les echaba los
chistes a otras hermanas", evoca.
En la noche mandó a llamar a un cura para que la
confesara. "Una moribunda contando chistes en lugar de
hablar de Dios", expresó entonces.
También recuerda cuando, en 1939, el presidente de la
República, Eduardo Santos, la condecoró con la Cruz de
Boyacá y, al recibirla, dijo: "Mejor condecoren a mi mula
('Flores'), que me cargó por tantos montes".
Así era Laura Montoya, fallecida en Medellín el 21 de
octubre de 1949. De exclamarle a Dios que "quería servirle
hasta de llanta para un carro", pasaba a terrenos
trascendentalmente santos.
"Me ha dado Dios la esperanza, a manera de realidad, de
que me participará de sus poderes para salvar almas. ¿Cómo
puede ser esto? Tampoco lo sé. Sé solamente que ello será en
la eternidad".
Otros colombianos rumbo a los altares
- Beato Mariano de Jesús Eusse Hoyos, conocido como el
padre Marianito, nació en Yarumal (Antioquia). Murió el 13
de julio de 1926. El papa Juan Pablo II lo beatificó el 9 de
abril del 2000.
- Beatos mártires de la guerra civil española. Los religiosos
Juan Bautista Velásquez, Arturo Ayala, Rubén de Jesús
López, Eugenio Ramírez, Melquíades Ramírez, Gaspar Páez y
Esteban Maya fueron enviados a España por la Orden
Hospitalaria San Juan de Dios a ayudar a enfermos y víctimas
de la Guerra Civil española. Fueron atrapados por las milicias
anticatólicas y mutilados vivos por no negar a Dios. Los
beatificaron en octubre de 1992.
- Siervo de Dios monseñor Ismael Perdomo. Arzobispo de
Bogotá entre 1928 y 1950.
- Sierva de Dios María Jesús Upegui Moreno.
- Sierva de Dios María Berenice Duque.
- Siervo de Dios monseñor Miguel Ángel Builes.
- Siervo de Dios monseñor Jesús Emilio Jaramillo.
- Extranjeros que se hicieron santos en Colombia:
- San Pedro Claver, San Ezequiel Moreno, San Luis Beltrán
y la hermana Bernarda Butler.
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
MEDELLÍN
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La madre Laura será la primera


santa del país
Por: REDACCIÓN ELTIEMPO.COM | 9:22 p.m. | 20 de
Diciembre del 2012

http://www.eltiempo.com/colombia/ARTICULO-WEB-
NEW_NOTA_INTERIOR-12468201.html

El papa Benedicto XVI reconoció el milagro de la


antioqueña, fallecida en 1949. Curó a un médico.

El papa Benedicto XVI autorizó ayer a la Congregación


para la Causa de los Santos la promulgación del
decreto mediante el cual se reconoce el milagro que
permitirá la canonización de la beata colombiana Laura
de Jesús Montoya Upegui, convirtiéndola así en la
primera santa colombiana.

Este era el último y más complicado requisito dentro


del proceso de conversión en santa de la madre Laura,
nacida en Jericó (Antioquia) el 26 de mayo de 1874 y
fallecida en Belencito, sector de Medellín, el 21 de
octubre de 1949.

El milagro en el que intercedió la religiosa, verificado


por la Santa Sede, se produjo cuando el médico
anestesiólogo antioqueño Carlos Eduardo Restrepo
Gómez le encomendó su vida y su salud.

Gómez asegura que desde los 12 años sufrió males


complejos, como la enfermedad indiferenciada del
tejido conectivo, la artritis reumatoidea y el lupus,
contra los que progresivamente ha ido ganando
batallas.

En el 2004 le fue diagnosticada una polimiositis, un mal


inflamatorio y debilitante que lo obligó a permanecer
incapacitado cerca de seis meses.

"Al final de esa dolencia, que no me permitía ni


valerme por mí mismo, sufrí una complicación grave: la
perforación del esófago; los médicos no tenían claro si
operarme, si internarme en cuidados intensivos o no...
La situación era incierta, así que me encomendé a la
madre Laura", cuenta Restrepo.

Reconoce que de ella no sabía mucho más que la


mayoría de las personas: que en vida fue una monjita
muy buena, y que por sus obras fue proclamada beata
por la Iglesia. Y aunque pertenecía a una familia
católica, admite que no era un creyente
comprometido.
"Le dije: 'Madre Laura, si me saca de estas, yo me
encargo de contarle al mundo su milagro para que la
eleven a los altares' ". Y ambas cosas ocurrieron.

Según su testimonio, a partir de ahí empezó a


recuperarse espontáneamente y sin que los médicos
pudieran explicar el porqué: "Dos meses después -
sostiene- ya había dejado la clínica y empecé a
trabajar".

Defensora de los indígenas La madre Laura, fundadora


de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la
Beata Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de
Siena, fue maestra de escuela, defensora de los
indígenas, escritora y mística.

"Ni aquí, en su tierra, la gente alcanza a dimensionar lo


valiente y maravillosa que fue. En una época en la que
la mujer debía estar al lado del hombre, Laura se
atrevió a seguir el llamado de Dios, pese a que la
llegaron a tildar de loca", cuenta la madre superiora
Aída Orobio.

Su experiencia con los indígenas es una de las más


recordadas. Al conocer las necesidades de un grupo de
indígenas embera-chamíes de Dabeiba (Antioquia) y
sorprenderse porque no sabían leer ni escribir, se
adentró en la selva junto con otras seis mujeres y
empezó a vivir con ellos. Para ese entonces no contaba
con el respaldo de la Iglesia.

Junto con las primeras letras, comenzó a enseñarles el


camino de Dios, y como ellos no conocían el español,
se inventó un método con los sonidos y criaturas de la
selva para comunicarse. De esa experiencia nació
Voces de la naturaleza, uno de los 23 libros que
escribió.
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Este es el testimonio clave


en la canonización de la
madre Laura
Por: REDACCIÓN ELTIEMPO.COM | 9:16 a.m. | 20
de Diciembre del 2012

http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/ARTICULO-WEB-
NEW_NOTA_INTERIOR-12467102.html

El doctor Carlos Eduardo Restrepo se


encomendó a la madre Laura en su lecho de
muerte.
Al doctor le pusieron los santos óleos. No había nada
que hacer. Eso lo tenía muy claro Carlos Eduardo
Restrepo, como profesional de la salud: los médicos
también se mueren. El nuevo episodio ocasionado por la
enfermedad de tejido conectado que padecía desde los 12
años, y que estuvo a punto de matarlo en varias ocasiones,
no le daría más tregua.
“O me moría o quedaba como un sobrado de tigre”,
suelta, con desparpajo, al hablar de su desolador
pronóstico. Si salía con vida de una compleja cirugía,
pasaría de inmediato a cuidados intensivos y allí tendría
que permanecer varios meses. Y su cuerpo habría quedado
muy maltrecho, incapaz de permitirle una vida normal. “Ya
no quería seguir luchando”, relata. Y se lleva las manos a la
cabeza.
El mal que padecía, caracterizado porque las defensas
atacan el sistema autoinmune, como si fuera extraño, y que
ya le había generado una especie de lupus, un daño renal y
una atrofia muscular, desencadenó en una perforación en
el esófago; un boquete sin fondo, un hueco aterrador en el
tubo por donde pasa la comida, que le provocó –además–
una infección en el corazón.
Sus familiares se despidieron de él, tras la bendición
del sacerdote. “Mis amigos y colegas no iban a desearme
suerte sino a darme el último adiós”, recuerda. Fue en ese
momento cuando una iluminación divina, o un chispazo tal
vez, lo llevó a pensar en la madre Laura Montoya.
De ella –reconoce– no sabía mucho más que la
mayoría de la gente: que en vida fue una monjita muy
buena, y que por sus obras fue proclamada beata por la
Iglesia. Y aunque pertenecía a una familia católica, admite
que no era un creyente comprometido.
“Le dije: ‘madre Laura, si me saca de estas, yo me
encargo de contarle al mundo su milagro para que la
eleven a los altares’ ”. Y ambas cosas ocurrieron.
Era una noche de enero del año 2005 y ya completaba
nueve meses hospitalizado. Se tomaba al día 60 pastillas.
El regalo de Navidad que le dio su hermano fue un cepillo
de dientes eléctrico, pues no tenía alientos ni para levantar
la mano. En la clínica le habían dado 12 horas de plazo
para definir si lo operaban o no.
Pero esa noche, después de encomendarse a la madre
Laura, recuerda que durmió plácidamente, como no lo
hacía hace mucho tiempo. No podía dormir sin somníferos
y esa vez no los tomó.
Al despertarse sintió una sensación de bienestar.
Extraña, porque horas atrás era un moribundo. No tenía
fiebre y el dolor había casi desaparecido. Como médico que
es, siempre supo lo que le pasaba a su cuerpo; ahora no
comprendía por qué, de repente, empezaba a escaparse de
la muerte.
“Tengo una laguna. No sé si tuve una experiencia
extracorpórea o si lo imaginé, o si fue el subconsciente,
pero cuando me encomendé a la beata sentí una paz
maravillosa”, evoca.
Le hicieron una nueva endoscopia y el orificio en el
esófago se estaba cerrando. Y a los 15 días había
desaparecido por completo, como lo testifica su historial
clínico. Al mes le dieron la salida. Ya podía caminar.
También se había recuperado del problema en los
músculos que lo inmovilizaba.
“Si esto no es un milagro, entonces qué es”, afirma
Restrepo al referirse a su recuperación. “Cuando sabes que
no tienes ninguna posibilidad y quedas intacto, entonces es
un milagro”, reitera.
Y es que él, un hombre formado en la ciencia médica
(es anestesiólogo y especialista en medicina del dolor),
siempre fue escéptico a creer en asuntos sobrenaturales, en
cualquier cosa que no se apegara a los libros.
Llevó su caso al Vaticano
Pero después de lo que le sucedió, recordó que en su
larga carrera médica ha visto a muchos pacientes graves
que se recuperan sin ninguna explicación. “Hay muchos
milagros que uno no se percata de que existen, hasta que le
ocurren a uno”.
Convencido de que Laura intercedió ante Dios para
salvarlo, se fue para su convento, en Medellín, y les contó
el testimonio a las religiosas. Fue entonces cuando
planearon enviar el caso al Vaticano para que lo estudiaran
en el proceso de la beata.
Dos meses más tarde ya estaba ejerciendo de nuevo su
profesión de anestesiólogo. Y en junio del 2006 (tres meses
después) viajó a Toronto (Canadá) a estudiar medicina del
dolor, donde también trabajó en una clínica. “Quedé con
pilas nuevas”.
En septiembre del 2008 fue a Génova (Italia), a
presentar un estudio que elaboró sobre el dolor. Y
aprovechó la oportunidad para ir a Roma.
Allí se reunió con un médico del Vaticano, que cuida la
salud del Papa y que dirige el comité científico que se
encarga de estudiar los testimonios milagrosos de sanación
en la Congregación para la Causa de los Santos.
Aunque ya había enviado sendos informes médicos con
su historia clínica, demostrando que su curación no tenía
sustento en la medicina sino en la fe, lo que quería era que
lo escucharan para que su relato fuera tenido en cuenta en
la canonización de la beata Laura. Solo faltaba ese paso –es
decir, un nuevo milagro– para proclamarla santa.
El dicho popular de ‘la cara del santo hace el milagro’,
referente a que si uno da la cara logra lo que quiere, resultó
casi al pie de la letra.
El pasado 14 de junio llegó a Medellín la notificación
del Vaticano en la que anunciaban la aprobación de su
testimonio.
Su caso tuvo peso en la Santa Sede, precisamente,
porque se trató de un hombre de ciencia. “La madre Laura
me salvó y yo también pude cumplirle”, cuenta Restrepo
con emoción en la voz y muestra una foto de la beata que
tiene en el fondo de pantalla de su iPhone. Entra una
llamada y suena Lonely boy, de Black Keys.
“Sigo siendo igual, pero con la madre Laura a mi lado”,
cuenta el hombre, de 41 años, soltero, que en la actualidad
se desempeña como profesor universitario y anestesiólogo
y médico del dolor de la Clínica Las Américas y del hospital
Pablo Tobón Uribe, en Medellín.
Eso sí, carga estampitas con la imagen de Laura
Montoya, con la novena al otro lado. Y cuando ve la
oportunidad, cuenta su testimonio. No la politiza, aclara.
“Siempre que me despido de alguien, le pregunto si tiene
un santo de la devoción. Si dicen que no, le digo: yo le
tengo uno: la madre Laura. Ella es mi amiga”.
Con sus pacientes tiene mucho cuidado. Sabe que no
puede generarles expectativas. Solo les cuenta que tiene
una santa preferida y la recomienda si la situación se
presta.
“Soy médico del dolor y trato a pacientes con dolores
muy terribles. No me despego de la ciencia, pero tampoco
de la fe”, admite, y confiesa que antes de tratar a un
enfermo le pide a la madre Laura que le ilumine las manos.
“¿Si no les transmito fe, cuando acuden a mí, que
soy médico del dolor, quién más lo va a hacer?”, se
pregunta.
Ahora solo espera que la madre Laura sea
canonizada para que Colombia y el mundo sepan que
esta antioqueña ‘tiene palanca’ con Dios para hacer
todo tipo de favores.
Hace poco se encontró con un colega, ateo, que al
verlo le dijo: “Lo que le pasó a usted fue un mmm...
un mmm...”. “Sí, un milagro”, respondió.

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Beata Laura Montoya (1874-
1949) 21 de Octubre
http://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=530

La Madre Laura Montoya Upegui, estando aquí, en la


Basílica de San Pedro en el mes de noviembre del año
1930, después de una viva oración eucarística escribe:
«Tuve fuerte deseo de tener tres largas vidas: La una
para dedicarla a la adoración, la otra para pasarla en las
humillaciones y la tercera para las misiones; pero al
ofrecerle al Señor estos imposibles deseos, me pareció
demasiado poco una vida para las misiones y le ofrecí el
deseo de tener un millón de vidas para sacrificarlas en las
misiones entre infieles! Mas, ¡he quedado muy triste! y le
he repetido mucho al Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay!
Que yo me muero al ver que nada soy y que te quiero!».

Esta gran mujer que así escribe, la Madre Laura Montoya,


maestra de misión en América Latina, servidora de la
verdad y de la luz del Evangelio, nació en Jericó,
Antioquia, pequeña población colombiana, el 26 de Mayo
de 1874, en el hogar de Juan de la Cruz Montoya y
Dolores Upegui, una familia profundamente cristiana.
Recibió las aguas regeneradoras del Bautismo cuatro
horas después de su nacimiento. El sacerdote le dio el
nombre de María Laura de Jesús. Dos años tenía Laura
cuando su padre fue asesinado, en cruenta guerra
fratricida por defender la religión y la patria. Dejó a su
esposa y sus tres hijos en orfandad y dura pobreza, a
causa de la confiscación de los bienes por parte de sus
enemigos. De labios de su madre, Laura aprendió a
perdonar y a fortalecer su carácter con cristianos
sentimientos.

Desde sus primeros años, su vida fue de


incomprensiones y dolores. Supo lo que es sufrir como
pobre huérfana, mendigando cariño entre sus mismos
familiares. Aceptando con amor el sacrificio, fue
dominando las dificultades del camino. La acción del
Espíritu de Dios y la lectura espiritual especialmente de la
Sagrada Escritura, la llevaron por los caminos de la
oración contemplativa, penitencia y el deseo de hacerse
religiosa en el claustro carmelitano. Tenía sed de Dios y
quería ir a El “como bala de cañón ”.

Esta mujer admirable crece sin estudios, por las


dificultades de pobreza e itinerancia a causa de su
orfandad, hasta la edad de 16 años cuando ingresa en la
Normal de Institutoras de Medellín, para ser maestra
elemental y de esta manera ganarse el sustento diario.
Sin embargo, llega a ser una erudita en su tiempo, una
pedagoga connotada, formadora de cristianas
generaciones, escritora castiza de alto vuelo y sabroso
estilo, mística profunda por su experiencia de oración
contemplativa.

En 1914, apoyada por monseñor Maximiliano Crespo,


obispo de Santa Fe de Antioquia, funda una familia
religiosa: Las Misioneras de María Inmaculada y Santa
Catalina de Sena, obra religiosa que rompe moldes y
estructuras insuficientes para llevar a cabo su ideal
misionero según lo expresa en su Autobiografía:
Necesitaba mujeres intrépidas, valientes, inflamadas en el
amor de Dios, que pudieran asimilar su vida a la de los
pobres habitantes de la selva, para levantarlos hacia Dios

MAESTRA CATEQUISTA DE LOS INDIOS

Su profesión de maestra la llevó por varias poblaciones


de Antioquia y luego al Colegio de La Inmaculada en
Medellín. En su magisterio no se contenta con el saber
humano sino que expone magistralmente la doctrina del
Evangelio. Forma con la palabra y el ejemplo el corazón
de sus discípulas, en el amor a la Eucaristía y en los
valores cristianos. En un momento de su trayectoria como
maestra, se siente llamada a realizar lo que ella llamaba
“la Obra de los indios”: En 1907 estando en la población
de Marinilla, escribe: “me vi en Dios y como que me
arropaba con su paternidad haciéndome madre, del modo
más intenso, de los infieles. Me dolían como verdaderos
hijos”. Este fuego de amor la impulsa a un trabajo heroico
al servicio de los indígenas de las selvas de América.

Busca recursos humanos, fomenta el celo misionero entre


sus discípulas, escoge cinco compañeras a quienes
prende el fuego apostólico de su propia alma. Aceptando
de antemano los sacrificios, humillaciones, pruebas y
contradicciones que se ven venir, acompañadas por su
madre Doloritas Upegui, el grupo de “Misioneras
catequistas de los indios” sale de Medellín hacia Dabeiba
el 5 de Mayo de 1914. Parten hacia lo desconocido, para
abrirse paso en la tupida selva. Van, no con la fuerza de
las armas, sino con la debilidad femenina apoyada en el
Crucifijo y sostenida por un gran amor a María la Madre y
Maestra de esta Obra misionera. “Ella, la Señora
Inmaculada me atrajo de tal modo, que ya me es
imposible pensar siquiera en que no sea Ella como el
centro de mi vida”. La celda carmelitana, objeto de sus
ansias en el tiempo de su juventud, le pareció demasiado
fría ante aquellas selvas pobladas de seres humanos
sumidos en la infidelidad, pero amados tiernamente por
Dios. “Siento la suprema impotencia de mi nada y el
supremo dolor de verte desconocido, como un peso que
me agobia”.

Comprende la dignidad humana y la vocación divina del


indígena. Quiere insertarse en su cultura, vivir como ellos
en pobreza, sencillez y humildad y de esta manera
derribar el muro de discriminación racial que mantenían
algunos líderes civiles y religiosos de su tiempo. La
solidez de su virtud fue probada y purificada por la
incomprensión y el desprecio de los que la rodeaban, por
los prejuicios y las acusaciones de algunos prelados de la
iglesia que no comprendieron en su momento, aquel estilo
de ser “religiosas cabras”, según su expresión, llevadas
por el anhelo de extender la fe y el conocimiento de Dios
hasta los más remotos e inaccesibles lugares, brindando
una catequesis vivencial del Evangelio. Su Obra
misionera rompió esquemas, para lanzar a la mujer como
misionera en la vanguardia de la evangelización en
América latina. El quemante “SITIO”- Tengo sed- de
Cristo en la Cruz , la impulsa a saciar esta sed del
crucificado :”¡Cuánta sed tengo! ¡Sed de saciar la vuestra
Señor! Al comulgar nos hemos juntado dos sedientos:
Vos de la gloria de vuestro Padre y yo de la de vuestro
corazón Eucarístico! Vos de venir a mí, y yo de ir a Vos”

Mujer de avanzada, elige como celda la selva


enmarañada y como sagrario la naturaleza andina, los
bosques y cañadas, la exuberante vegetación en donde
encuentra a Dios. Escribe a las Hermanas: ”No tienen
sagrario pero tienen naturaleza; aunque la presencia de
Dios es distinta, en las dos partes está y el amor debe
saber buscarlo y hallarlo en donde quiera que se
encuentre.”

Redacta para ellas las “Voces Místicas”, inspirada en la


contemplación de la naturaleza, y otros libros como el
Directorio o guía de perfección, que ayudan a las
Hermanas a vivir en armonía entre la vida apostólica y la
contemplativa. Su Autobiografía es su obra cumbre, libro
de confidencias íntimas, experiencia de sus angustias,
desolaciones e ideales, vibraciones de su alma al
contacto con la divinidad, vivencias de su lucha titánica
por llevar a cabo su vocación misionera. Allí muestra su
“pedagogía del amor”, pedagogía acomodada a la mente
del indígena, que le permite adentrarse en la cultura y el
corazón del indio y del negro de nuestro continente.

La Madre Laura centra su Eclesiología en el amor y la


obediencia a la Iglesia. Vive para la Iglesia a quien ama
entrañablemente, y para extender sus fronteras no mide
dificultades, sacrificios, humillaciones y calumnias.

Esta infatigable misionera, pasó nueve años en silla de


ruedas sin dejar su apostolado de la palabra y de la
pluma. Después de una larga y penosa agonía, murió en
Medellín el 21 de octubre de 1949. A su muerte dejó
extendida su Congregación de Misioneras en 90 casas
distribuidas en tres países, con un número de 467
religiosas. En la actualidad las Misioneras trabajan en 19
países distribuidas en América, África y Europa.

Por todo lo que vivió hizo y significo la Madre Laura en su


época y por todo lo que seguirá significando para la
sociedad, la Congregación y la Iglesia, hoy la
Congregación por ella fundada se llena de alegría al ver
concretizado y culminado su proceso de Beatificación,
abierto el 4 de julio de 1963, en la capilla de la Curia
Arquidiocesana de Medellín, en el cual se nombró el
tribunal eclesiástico para buscar diligentemente los
escritos de la Sierva de Dios Laura Montoya Upegui,
instruir el proceso informativo sobre su fama de santidad,
virtudes en general y posibles milagros realizados por la
Sierva de Dios. Hoy este proceso que duro cuarenta años
ha llegado a su culminación, cuando en Roma el pasado
7 de julio, en la sala Clementina, SS. Juan Pablo II, en
presencia de los miembros de la Congregación para las
Causas de los Santos y de los Postuladores de las
respectivas causas, promulgó el decreto de beatificación
de la Madre Laura Montoya Upegui.

Fue beatificada por Juan Pablo II el 25 de abril de 2004.


Biografía: Página oficial del Vaticano

http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_li
t_doc_20040425_montoya_sp.html

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http://m.noticiascaracol.com/nacion/articulo-282190-
beata-colombiana-laura-de-jesus-montoya-sera-
canonizada

El Papa dio la autorización durante la audiencia que concedió al


prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el
cardenal Angelo Amato, informó el Vaticano.
La Congregación promulgará el decreto por el que se reconoce el
milagro que llevará a la monja colombiana a la gloria de los
altares y al culto universal.
Laura de Jesús Montoya y Upegui es la fundadora de la
Congregación de las Hermanas Misioneras de la Beata Virgen
María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena.
Nació en Jericó, Antioquia, el 26 de mayo de 1874 y falleció en
Belencito el 21 de octubre de 1949.
Benedicto XVI también reconoció hoy las "virtudes heroicas",
primer paso hacia la santidad, de la religiosa venezolana, fallecida
en Colombia Lucia Aveledo, que tomó el nombre de Marcelina de
San José, fundadora de la Congregación de las Hermanas de los
Pobres de San Pedro Claver.
Lucía Aveledo nació en Caracas el 18 de junio de 1874 y falleció
en Barranquilla, Atlántico, el 16 de noviembre de 1959.
Laura de Jesús Montoya Upegui, una monja maestra de escuela,
defensora de los indígenas, escritora y mística, será la primera
santa colombiana.
El milagro que la llevará a los altares se verificó en la persona
de un médico de Antioquia que padecía un mal incurable y sanó
de manera inexplicable para la ciencia tras encomendarse a la
inminente santa.
Ciudad del Vaticano
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http://es.wikipedia.org/wiki/Laura_Montoya

Laura Montoya
Santa Laura Montoya Upegui

Religiosa colombiana, fundadora de la Congregación


"Misioneras de María Inmaculada y de Santa Catalina de
Siena".
Nacimiento 26 de mayo de 1874
Jericó, Antioquia, Colombia.
Fallecimiento 21 de octubre 1949
Medellín, Colombia.
Venerado en Colombia
Beatificación 25 de abril de 20041
Canonización 20 de Diciembre de 2012
Festividad 21 de octubre

Laura Montoya Upegui, mejor conocida como La


Madre Laura, es una santa de la iglesia católica. Fue una
religiosa, educadora, misionera colombiana y fundó la
Congregación de las Hermanas Misioneras de María
Inmaculada y Santa Catalina de Siena.

Biografía

La Madre Laura nació en Jericó, Antioquia, Colombia,


en 1874. Falleció en Medellín, en 1949. Hija de Juan de la
Cruz Montoya y Dolores Upegui. Su padre murió
asesinado. Le correspondió vivir una difícil niñez y
juventud.

En 1893 se graduó como maestra. Profesora y


pedagoga notoria, se dedicó a formar jóvenes dentro de la
fe cristiana y católica. A la edad de 30 años, siendo
subdirectora de un colegio de niñas de familias de
ingresos altos en Medellín, decidió trasladarse a Dabeiba
(Antioquia) para trabajar con los indígenas Emberá Chamí
y desde entonces el resto de su vida al apostolado y las
misiones. Practicó igualmente la literatura, escribiendo
muy castizamente con un estilo comprensible y atractivo.
Cultivó también, mientras desarrollaba su carrera
pedagógica, la mística profunda y la oración
contemplativa. En 1914 fundó la Congregación de
Misioneras de María Auxiliadora y Santa Catalina de
Siena. Su autobiografía se conoce como "Historia de la
Misericordia de Dios en un alma".

Beatificación
La causa para la beatificación de la Madre Laura fue
introducida el 4 de julio de 1963 por la Arquidiócesis de
Medellín.2 El 11 de julio de 1968 la congregación religiosa
de misioneras fundada por ella recibió la aprobación
pontificia.3 Fue declarada siervo de Dios en 1973 y
posteriormente declarada venerable el 22 de enero de
1991 por el papa Juan Pablo II.4 El propio Juan Pablo II la
beatificó el día 25 de abril de 2004 en una ceremonia
religiosa realizada en la Plaza de San Pedro en Roma en
presencia de 30.000 fieles.5 El arzobispo de Medellín
Alberto Giraldo Jaramillo erigió por medio del Decreto 73
de 2004 el Santuario en donde reposan las reliquias de la
Madre Laura.6 Posteriormente el Congreso de Colombia
aprobó la ley 959 del 27 de junio de 2005 por la cual se le
rinde homenaje a la Beata Madre Laura y reconocimiento
a su obra evangelizadora.7 Su fiesta se celebra el 21 de
octubre.

Canonización

El día 20 de diciembre del año 2012 en Ciudad del Vaticano, el


cardenal Angelo Amato dio a conocer que el Papa Benedicto XVI dio
la autorización para la canonización de la beata siendo esta la
primera santa de nacionalidad colombiana. Después de reconocer
un milagro concedido por su intercesión, se verificó y fue realizado
en favor de un médico antioqueño que en una manera inexplicable
para la ciencia recibió sanación.8

Referencias

1. ↑ «Celebran beatificación de "La madre Laura"». elsiglodetorreon.com (25 de abril de

2004). Consultado el 7 de octubre de 2012.

2. ↑ Beata Laura Montoya (1874-1949), Aciprensa.

3. ↑ Laura Montoya Upequi, Banco de la República.

4. ↑ Madre Laura de Santa Catalina de Siena, Santopedia

5. ↑ Laura, una beata para el mundo, El Colombiano, 25 de abril de 2004.

6. ↑ Santuario de la Luz

7. ↑ Ley 959 de 2005, Congreso de Colombia, 27 de junio de 2005.

8. ↑ Hermana Laura de Jesús Montoya será la primera santa de Colombia


[editar]Enlaces externos

 Biografía en Vatican

 Biografía en Banco de la República

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/montlaur.htm

Montoya Upegui, Laura

Ficha Bibliográfica

Título: Montoya Upegui, Laura


Autor: Umaña, Claudia
Colección: Escritura; Religión
Parte de: Biografías Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de
Lectores
Temas: Colombia -- Biografía; Colombia -- Biografía -- Escritura;
Colombia -- Biografía -- Religión
Derechos: Derechos reservados
Fuente de catalogación : CO-BoBLA

Misionera antioqueña (Jericó, mayo 26 de 1874 - Medellín, octubre 21


de 1949). Hija de Dolores Upegui y Juan de la Cruz Montoya, médico y
comerciante asesinado en Jericó, en diciembre de 1876, cuando Laura
apenas tenía dos años de edad, la muerte prematura y repentina de su
padre sumió a la familia en la pobreza. Su madre tuvo que
arreglárselas con ayuda de sus parientes para criar a tres hijos:
Carmelina, Juan de la Cruz y Laura. La infancia de Laura Montoya no
fue muy feliz. Sus abuelos decidieron, de mala gana, llevársela a vivir
con ellos a su finca cerca de Amalfi, y allí, dentro de un ambiente un
poco hostil, aprendió a gustar de su soledad. Al poco tiempo, su abuelo
enfermó y ella se encargó de cuidarlo hasta la muerte. La familia
decidió, entonces, que Laura, de 16 años, debía estudiar y graduarse
de maestra para ayudar al sustento de su madre y sus hermanos.
Laura se trasladó a Medellín y se alojó en un manicomio, donde antes
trabajaba su tía, y asumió la dirección de la institución; esta fue ocasión
para manifestar su entereza y su carácter emprendedor.
Simultáneamente, consiguió una beca del gobierno y entró a estudiar al
Instituto Normal. En 1893 se graduó como maestra e inmediatamente
empezó a trabajar en la Escuela Superior de Amalfi. En 1895 fue
trasladada a la Escuela Superior de Fredonia, y al año siguiente, a
Santo Domingo. En 1897 fue nombrada vicedirectora, encargada de la
disciplina, en un colegio de niñas ricas en Medellín. El colegio se hizo
famoso y Laura también. A los 30 años, un sacerdote amigo le propuso
fundar un colegio en Jardín (Antioquia). A1 principio ella se rehusó,
pero luego se entusiasmó, cuando el mismo sacerdote le contó que
cerca del pueblo vivían los indios de Guapa, a los que ella podría visitar
y ayudar con educación, medicinas, telas y provisiones. Los indios
fueron catequizados y bautizados, y Laura decidió dedicar el resto de
su vida al apostolado. Ahí comenzaron las oposiciones y
enfrentamientos con la sociedad y las autoridades eclesiásticas. Nadie
podía entender que una mujer se dedicara a ese tipo de labores. El
arzobispo consideraba que Laura era un hervidero de ideas liberales y
trató por todos los medios de impedir su empresa misionera con los
indígenas de Antioquia. En 1910, Laura recurrió al presidente Carlos E.
Restrepo en busca de apoyo. Su padre había sido un gran defensor de
los indígenas; ella le explicó las razones de su decisión y él prometió
ayudarla. Preocupada por su ideal, acudió a varias comunidades
religiosas tratando de persuadir a las superioras para que aceptaran
misiones entre los indígenas. Ante la negativa, escribió una larga carta
al pontífice, en la que le exponía la situación de abandono y
marginamiento social, político, económico e incluso religioso en que se
encontraban los indígenas latinoamericanos. La respuesta le llegó en la
encíclica Lacrimabili statu, en la cual el Papa pedía a los obispos
americanos que velasen por el bien material, moral y espiritual de sus
indígenas. Inmediatamente, siguiendo el consejo del jesuita
guatemalteco Luis Javier Muñoz, Laura se puso en contacto con
monseñor Maximiliano Crespo Rivera, obispo de Antioquia, quien
ofreció ayudarla en su misión con dineros de la diócesis, e incluso con
recursos personales. El 4 de mayo de 1914, después de vencer
muchas dificultades, Laura emprendió, con 5 ayudantas, entre las que
se encontraba su madre, un viaje a Dabeiba (Antioquia). Allí, además
de soportar calor, hambre y trabajos pesados, enfrentó la oposición de
los gamonales y caciques katíos, quienes no podían entender la real
intención de su obra. Más adelante, en reconocimiento a su labor, la
gobernación le ofreció un salario a ella y a una de sus compañeras,
como maestras de escuela de nativos; con estos ingresos mantuvieron
la comunidad, ya constituida bajo el nombre Congregación de
Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.

Para alcanzar su ideal y realizar su misión, la Madre Laura y sus


compañeras tuvieron que romper con todos los convencionalismos de
la época; sólo así lograron abrir un espacio a la mujer, permitiéndole
realizar tareas que hasta entonces estaban reservadas a los hombres.
Las misioneras no sólo pretendían dar educación a los indígenas, sino
ayudarlos en las labores agrícolas y en la atención de los enfermos y
desvalidos. En 1916, con el patrocinio de monseñor Crespo, la Santa
Sede erigió a la comunidad de la Madre Laura como Congregación
Diocesana, reconocida como la primera congregación misionera de
Colombia, para difusión de la fe entre indígenas y no cristianos. En
1917, la Madre Laura emprendió camino con sus misioneras hacia San
Pedro de Uré, lugar desconocido ubicado en medio de la selva. Allí
permanecieron casi un año, hasta consolidar su obra. Cuando
regresaron a Dabeiba, hacía poco había sido constituida la prefectura
apostólica. Su primer prefecto fue el padre José Joaquín Arteaga, quien
quiso revisar y cambiar el carisma de la Madre Laura y sus misioneras
para imponerles la regla de su orden. El prefecto pensaba que las
misioneras lauritas ya no eran necesarias y que él proveería
convenientemente el cuidado de los nativos. La Madre Laura acudió al
obispo para pedir su ayuda, pero éste le aconsejó abandonar todo y
retirarse. En 1940 las misioneras lauritas se trasladaron a Medellín, y
allí pasó sus últimos 9 años la Madre Laura, casi siempre sentada en
una silla de ruedas, sin poder visitar a sus indígenas. Murió el 21 de
octubre de 1949, a los 75 años de edad, sin alcanzar a ser testigo de la
aprobación canónica de su congregación. En 1953 la Madre Laura
Montoya recibió el decreto de Alabanza; en 1964 se inició la causa de
su beatificación y en 1968 recibió la aprobación pontificia definitiva. En
1991, la Madre Laura fue declarada Venerable. Actualmente, las
misioneras de la congregación que ella fundó, se encuentran en más
de quince países de América, Europa y Africa.

CLAUDIA UMAÑA

Bibliografía

DELLAGIACOM, SOR GISELA. Madre Laura Montoya. Quito, Editorial


Misioneras Seculares, s.f. MESA, CARLOS E.M.F. La Madre Laura
(1874-1949). Trayectoria de su inquietud misionera. Colección
Academia de Historia Eclesiástica. Medellín, Editorial Zuluaga, s.f.
MESA, CARLOS E., C.F.M. La Madre Laura. Medellín, Secretaría de
Educación y Cultura de Antioquia, 1986. MISIONERAS DE LA MADRE
LAURA. Laura Montoya. Pramotora de In educación popular. Bogotá,
Servicio Colombiano de Comunicación, 1992.

Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del


Círculo de Lectores, tomo de biografías.
Laura Montoya Upegui en la Blaa Virtual

Lea la reseña "Mujer excepcional y polémica. Laura Montoya. Una


antorcha de Dios en las selvas de América", escrita por Patricia Tovar
para el Boletín Cultural y Bibliográfico.

Lea la reseña biográfica de Laura Montoya en el libro "La autobiografía


en la literatura colombiana"

Lea otra reseña biográfica de Laura Montoya en el libro "Notas


biográficas de poetas de Colombia del siglo XX"

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http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/bo
le65/bole42.htm

BOLETÍN CULTURAL Y BIBLIOGRÁFICO 65

Mujer excepcional y polémica

Laura Montoya. Una antorcha de Dios en las selvas de


América
Autor: |Carlos Eduardo Mesa Gómez
Editorial: Cargraphics, Bogotá, 1999, 809 págs., Fotografías y
mapas

Nos encontramos en este libro de frente con la biografía de una


mujer simultáneamente excepcional y polémica, una vida que
puede leerse de varias maneras. En primer lugar, los interesados
en la formación religiosa, las pruebas de fe, las enseñanzas de la
vida cristiana y los misteriosos designios de Dios cuentan con una
amplia gama de información, podría decirse que excesiva en
algunos momentos, ilustrando paso a paso momentos decisivos
de perfeccionamiento individual. A menudo nos tropezamos con
una amplia cantidad de datos obtenidos de papeles y escritos
personales, extractos de su autobiografía, numerosas cartas,
entrevistas y documentos de diferentes archivos que sirvieron al
autor en la elaboración del texto. En segundo lugar, los estudiosos
de la historia de las misiones en territorios habitados por grupos
indígenas en Colombia, y los antropólogos interesados en esos
mismos grupos, también encontrarán una fuente de información
importante, y a la vez controvertida, sobre la visión eclesiástica y
gobiernista en lo referente al destino de estas comunidades, y el
derecho que muchos han creído tener sobre la vida, tierra y
cultura de los indígenas. Y los que simplemente busquen entender
lo que significaba ser mujer en los comienzos del siglo XX, y más
aun, ser sobresaliente, y salirse de los esquemas trazados para la
época disfrutaran de la lectura de la vida de alguien que se atreve
a romper moldes, que se aventura en terrenos totalmente
vedados a las mujeres, y que con su tenacidad logra vencer
innumerables obstáculos, dejando además un ejemplo y un legado
para la posteridad. De estas tres lecturas, la religiosa es la que
predomina en el libro. Lo que no sorprende, si se tiene en cuenta
que ésta es la obra póstuma de un sacerdote, encomendada y
publicada por la Congregación de Misioneras de María
Inmaculada.

Laura Montoya Upegui nació en 1874 en Jericó de Antioquia y


murió en Medellín en el año 1949. Fue la suya una vida compleja
marcada por la pobreza, primero impuesta y después escogida.
Siendo muy niña quedó huérfana de padre. Su madre se empleó
como maestra rural circulando por diferentes pueblos de Antioquia
y, como su mísero sueldo no le alcanzaba para sustentar a su
familia, se vio obligada a repartir a sus hijos entre sus parientes
acomodados. Laura tuvo la mala suerte de vivir con un abuelo que
no la quería y a quien le molestaba su presencia. El libro nos
muestra cómo estas privaciones e infortunios ayudaron a templar
un carácter fuerte, rígido, austero y perseverante; es decir, con
los ingredientes necesarios en la época para enfrentarse a un
mundo masculino y lograr sobresalir. Sumado a esto se nota la
estricta disciplina religiosa a la que se sometió, que incluía fuertes
sacrificios, privaciones, golpes, castigos corporales, llegando al
extremo de tatuarse una cruz en el pecho, con un cuchillo
encendido al rojo vivo, que según ella misma la ayudaban a
sentirse "aliviada de su dolor interior". Toma como modelo a
santa Catalina de Siena, otra mujer portentosa, quien pasa a la
posteridad por sus obras de caridad, sus rarezas y por su
capacidad de contacto con lo impuro, lo inmundo y lo repulsivo.
Adjetivos que, al aplicarse al caso de la madre Laura, se pueden
trasladar a su labor con grupos que han sido víctimas de
imágenes parecidas en determinados momentos de la historia
colombiana.

A los 16 años Laura se va a Medellín a estudiar en la Escuela


Normal y así ayudar al sustento de su madre y su hermana. El
único alojamiento que logra encontrar, dados sus pocos recursos,
es en el manicomio, dirigido por una parienta, del cual sale como
directora. El magisterio la lleva por todos los caminos de Antioquia
y más allá, donde comienza a florecer su interés por las misiones,
cometido que la hará movilizarse, muchas veces a pie, pues su
voluminosa figura no siempre es soportada por bestias de carga,
por los lodazales, barrancos, montañas y selvas que tuvo que
cruzar. De esta manera logra que la congregación misionera que
fundaría más adelante se extendiera por todo el territorio
colombiano, cruzando varias veces las fronteras nacionales. En el
caso de Laura, y el de muchas otras mujeres emprendedoras,
lanzarse a este tipo de empresas, se facilitaba a través del
celibato y la entrada a una orden religiosa. Su vida, como la de
otras mujeres en condiciones similares, no fue fácil, pues siempre
han sido propensas a enfrentamientos y choques, que, como en el
caso de Laura, son alimentados con calumnias, chismes y otras
armas de control social efectivas en impedir el avance de la
mujer, y que en este caso también son el resultado de odios,
rencores y pasiones partidistas, que ya estaban desangrando el
país.

Entre los escritos de la madre Laura hay claras referencias a la


condición del indígena en los primeros decenios del siglo XX.
Aunque estaba claro que su misión era la conversión y el
apostolado, cometidos venidos no sólo de Iglesias católicas y
cristianas de diferentes denominaciones e intereses políticos, que
los indígenas no siempre han sobrellevado ni pasiva ni
pacíficamente. A este respecto vale la pena resaltar las leyes que
escribe sobre la protección de la persona y los derechos del indio,
donde indica como necesidad de primer orden la posesión real de
las tierras y la justicia en la legislación sobre la propiedad
indígena. Su método misionero critica a otras escuelas de la época
que predican la catequización que incluye el abandono de la
cultura y la lengua como paso fundamental en la cristianización,
paso que ella considera cruel, aunque no niega que a veces sea
necesario que desaparezcan algunas costumbres "bárbaras". No
está ajeno a su conocimiento el avance de la etnología y de los
estudios de las lenguas aborígenes desarrollados por el francés
Paul Rivet en territorio colombiano. Investigaciones que son
utilizadas para conocer mejor a las comunidades bajo su
ministerio.

Recordemos que la historia de las misiones va paralela a la


historia de la colonización y que la historia de la antropología
también tiene muchos puntos en común, por eso debemos
preguntarnos: ¿Qué han ganado realmente los indígenas con su
participación en expediciones coloniales, misioneras o
investigativas? Para la madre Laura esto ha ayudado a llevar
almas al cielo, suavizando su "llaga" personal, mitigando también
el sufrimiento corporal producido por las enfermedades, el hambre
y el abandono social de siglos en que se ha mantenido a los
indígenas. Cincuenta y cinco años después de su muerte, algunas
cosas no han cambiado, a pesar de algunos esfuerzos por
cambiarlas, o por falta de esfuerzo, pero ése no es el objetivo del
libro. Su objetivo primordial radica en mostrar una vida que se
sale de lo ordinario, y eso sí se ha logrado. Sólo resta que el
lector escoja la lectura que más le convenga.

PATRICIA TOVAR

Instituto Colombiano de Antropología


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http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/autobiog/aut
o35.htm
La autobiografía en Colombia
Vicente Pérez Silva (compilador)
© Derechos Reservados de Autor

Laura Montoya Upegui (Madre Laura)

En este año que termina se ha conmemorado en Colombia, particularmente en el


departamento de Antioquia, el centenario del nacimiento de Laura Montoya Upegui,
conocida en la vida religiosa con el nombre de la Madre Laura.

Mujer de extraordinarios méritos, la Madre Laura ha dejado huella indeleble y ejemplar en


la historia religiosa de nuestro país. Dotada de singulares cualidades, ejerció una actividad
apostólica digna del mayor encomio y recordación. Hizo estudios en el Colegio del Espíritu
Santo de Amalfi y en la Normal de Medellín. No obstante, fue una verdadera autodidacta
en su formación intelectual. Desde temprana edad fue maestra de escuela en varios
lugares de su comarca. Fue también directora del Colegio de la Inmaculada, en la capital
antioqueña, y fundadora de la Congregación de Hermanas Misioneras de María
Inmaculada y Santa Catalina de Sena. Además del magisterio que desempeñó con
especial esmero y consagración, la Madre Laura se distinguió por sus ejecutorias
misioneras, labor que realizó con inteligencia, valentía y entusiasmo. Animada siempre por
el ideal misionero, catequizó a los indígenas de las selvas de Urabá y del Sarare.

Como escritora, que lo fue de pluma fácil y abundante, la Madre Laura nos ha dejado las
siguientes obras: Carta abierta, Cartas misionales, Constituciones de las misioneras,
Voces místicas de la naturaleza, Lampos de luz, Fruterito, Brochazos, Nazca allá la luz,
Manual de oraciones, Circulares, Destellos del alma, La aventura misional de Dabeiba y su
maravillosa Autobiografía.

De la Carta abierta (Medellín, julio de 1906) dirigida al doctor Alfonso Castro, el primero de
sus escritos y de sabor polémico por añadidura, copiamos la siguiente manifestación:

Mi familia ha sido pobre y humilde; pero limpia y cristiana. En mi hogar hallé ambiente de
trabajo, de recogimiento y de piedad. Desde niña he sido inclinada al misticismo y a la
enseñanza. Soy huérfana de padre y, desde que pude trabajar, he ayudado a mi madre y
a mi hermana enfermas, y luego las he sostenido del todo, como que soy la única en la
familia que puede velar por ellas. Fuera de las relaciones consiguientes al misticismo y a
mis obligaciones pedagógicas, no he tenido ninguna otra conexión con el mundo, ni en el
sentido de noviazgos ni pretendientes, ni en el de diversiones ni esparcimientos, ni
siquiera en el de galas y adornos. Mi vida y mis costumbres han sido sumamente simples,
sencillas y modestas.

Por nombramiento oficial he desempeñado las escuelas de Amalfi, Fredonia y


Santodomingo; y, ya por el precepto, ya por el ejemplo, he seguido en mi carrera de
maestra la pedagogía que se me ha enseñado y que yo tengo por verdadera, a saber:
inculcar, antes que las ciencias, ideas y sentimientos cristianos; formar el corazón antes
que la cabeza. Por complacer a algunas amigas, y con permiso del párroco respectivo, di
en Santo-domingo, fuera de la escuela, algunas conferencias, o cosa así, sobre
rudimentos de vida espiritual, con la simplicidad, la buena fe y el apostolado que cumplen
a una cristiana cualquiera.

Sin duda alguna, la obra más importante y significativa de esta virtuosa misionera es
su Autobiografía de la Madre Laura de Santa Catalina o "historia de las misericordias de
Dios en un alma" (Medellín, Edit. Bedout, 1971), en nuestro concepto la más extensa de la
bibliografía colombiana y quizás del panorama universal. Está dividida en dos partes y
consta de sesenta y cuatro capítulos en los que apreciamos las vivencias y experiencias
de una mujer ciertamente extraordinaria en su medio y en su época.

El P. Carlos Eduardo Mesa, conocedor como ninguno de la vida y las obras de la Madre
Laura, en la Presentación de la Autobiografía nos dice con sobra de acierto:

En este libro —y es lo primero que se siente— palpita la vida y una gran vida. Es un
documento lleno de humanidad, caliente de alma. Todo en sus páginas está vivido y está
dicho con emoción y con pasión hasta subyugar el ánimo y dejarlo muy cerca de Dios. La
peripecia humana y la trayectoria mística de la autora discurren por todo el libro tan
trenzadas, tan unificadas, que ya se le mire como relato histórico, ya como radiografía
síquica, ni tiene desperdicio, ni podrá ser olvidado en adelante por los cultivadores de la
historia de la espiritualidad.

La Madre Laura, actualmente en proceso de beatificación, falleció en Medellín el 21 de


octubre de 1949. Al morir la Madre Laura —anota el P. Mesa en su bello libro La mujer
que buscaba a los indios... (Madrid, 1962)— su Congregación tenía 467 religiosas, 93
novicias, 71 casas en Colombia, 17 en el Ecuador, 2 en Venezuela, todo ello logrado en
treinta y dos años de batallar continuo.

Jericó, la tierra natal de tan esclarecida religiosa, conmemoró con la debida solemnidad el
centenario de su nacimiento y el Centro de Historia de dicho lugar le tributó un justísimo
homenaje de exaltación y recordación. Así consta en el número 2 de la
revista Jericó, órgano del mencionado Centro de Historia. Cabe señalar que gran parte de
las publicaciones periódicas de nuestro país registraron oportunamente la celebración de
este suceso.
De la Autobiografía en referencia reproducimos a continuación una parte del capítulo I. Los
fragmentos titulados Primera gracia extraordinaria y En el Colegio del Espíritu Santo hacen
parte de los capítulos III y VI, respectivamente. También pertenece a este último capítulo
el fragmento titulado Idiota o cretina.

Autobiografía

Lugar de nacimiento

—Mis padres

Comenzó lo que impropiamente llamo mi vida natural en Jericó de Antioquia, el 26 de


mayo de 1874.

Fueron mis padres Juan de la Cruz Montoya y Dolores Upegui. Ambos cristianos sinceros.
No conocí a mi padre. De él sólo sé que fue comerciante y médico; que sus costumbres
fueron intachables y que su sangre hervía cuando se trataba de la defensa de la verdad y
la justicia. Que murió sin sacramentos, en defensa de la religión, el 2 de diciembre de
1876.

Mi madre (hija de Lucio Upegui y Mariana Echavarría, nació en Aná, el 10 de febrero de


1846, contrajo matrimonio a la edad de 29 años) fue piadosa, caritativa y a tal punto eran
notorias la seriedad de su carácter y su piedad, que sorprendió a todos el que eligiera a un
esposo, después de haber desdeñado la mano de un alto magistrado y de otros
connotados caballeros.

Su carácter siempre igual y gracioso, sin pretender serlo, le conquistaba la amistad y el


cariño de los de su esfera y el respeto de sus inferiores. Constante y magnánima en el
sufrimiento, enseñó a sus hijos —fuimos tres— a despreciar lo transitorio y suspirar por lo
eterno. Tan seria en sus afectos que jamás recuerdo que nos hubiera besado. Lloró la
muerte de mi padre ante el sagrario y en la oscuridad de la noche, durante veinte años.
Jamás se le oyó una queja y soportó los rigores de una viudez pobre con fortaleza
edificante. Tan generosa en el perdón de las injurias, que sobre sus rodillas nos enseñó a
amar, orando por el que labró su dolor haciéndola viuda.

Cuando ya grandecita, le pregunté en dónde vivía N. N., ese señor que amábamos y que
yo creía un miembro de familia por quien rezábamos cada día, me contesto: "Ese fue el
que mató a su padre; debemos amarlo porque es preciso amar a los enemigos porque
ellos nos acercan a Dios, haciéndonos sufrir". ¡Con tales lecciones, era imposible que
corriendo el tiempo no amara yo a los que me han hecho mal!
Creció siempre en virtud y fortaleza y terminó su vida a los 77 años de edad, siendo
religiosa Misionera, con el nombre de Hermana María del Sagrado Corazón ¡Coincidencia
rara! Nació el 10 de febrero de 1846 y murió el 10 de febrero de 1923.

De su piedad da testimonio el hecho de que jamás quiso que un hijo pasara ni una sola
noche sin bautizar y rehusaba cogerlo, ni lo estrechaba contra su seno mientras no
hubiera recibido el agua santa.

Mi nombre: Laura

El nombre que me dieron no fue elegido por los míos, merced a la diversidad de deseos
de mis padres. El quería que me llamaran Dolores y mi madre quería que me pusieran
Leonor. En este caso terció el Sacerdote que me bautizó y, abriendo el Martirologio, eligió
el primer nombre que se le presentó. Me nombraron Laura.

Cuando conocí que tal nombre se deriva de laurel que significa inmortalidad, lo he amado
porque traduce aquella palabra: ¡"Con caridad perpetua te amé"! Si es perpetua, ha de ser
inmortal, e inmortal ha de ser mi amor ¡y mi nombre fue el sello de esa inmortalidad de
amores entre Dios y su criatura! Inmortal ha de ser la fe con el nombre que recibí.

Bien cuidaba Dios del nombre de su amada porque cuando al cambiármelo, según la
costumbre en la congregación a que tengo la dicha de pertenecer, el Ilmo. Sr. D.
Maximiliano Crespo, nuestro fundador, se opuso a que lo cambiara diciendo: "Laura ha de
ser su nombre". ¡Todo es predilección de parte de Dios! Por la mía, no he hecho otra cosa
que sembrar muerte en el jirón de vida eterna que Dios infundió en mi alma con el santo
bautismo. Hasta el nombre ha salido mal librado en mis manos. En la inmortalidad
salpicada de muerte, es en lo que he venido a quedar.

Singularidades de la infancia

Como me propongo, R. Padre, referir todo aquello con que Dios especializó, por decirlo
así, mi existencia, preparando el destino a que me llamaba, en la obra de su Providencia,
permítame que consigne aquí algo que, aunque no siempre muestra el fin para el cual lo
encaminó Dios de un modo claro, por lo menos merece tenerse presente, por cuanto se
aparta de lo ordinario, circunstancia que me mueve a creer que quizá entra en el plan de
Dios al crearme.

Se me ocurre, R. P., que es como cuando uno regala un objeto precioso, que se complace
en ponerle florecitas, cintas o un perfume raro, etc. Claro que aquello es tan accesorio que
de ninguna manera forma parte del regalo; mas sí muestra el gusto, el amor, el respeto, la
delicadeza del autor de la dádiva. ¿No es verdad? Pues al darme Dios la vida natural, ese
gran don, quiso adornarlo, perfumarlo, atarlo, o como quiera decirse, con algunas sartas
raras que, aunque no necesarias a mi formación especial, obligan mi agradecimiento; son
las siguientes:

1. No lloré al nacer, ni lo hice hasta seis meses después. Habituados mis padres al casi
continuo llanto de mi hermana mayor, creyeron que alguna enfermedad motivaría esta
rareza.

Consultaron un médico, quien después de examinarme halló que la chica tenía una salud
completa. A veces pienso que como Dios no hace nada al acaso, esta circunstancia
entrañaría algo de mi futuro destino. ¡Me necesitabas, Dios mío (perdóname esta palabra),
me necesitabas guapa, tan sin nervios, tan aguantadora!

Además, ¡cómo había de llorar al entrar en la vida, aquella que tanto iba a agradecerte ese
préstamo! ¡Aquella a quien ibas a hacer tan venturosa, a las pocas horas: de vida! ¡Oh,
Dios mío! ¡Quizás me excluiste de la ley general del llanto, en aquel asomar de la vida,
porque más tarde tendría que llorar mis propios pecados y los ajenos! ¡Sería porque mis
lágrimas no se vaciaran sino por un motivo justo! Pienso tantas cosas que me llenan de
agradecimiento. ¡Y mi amor tan poco proporcionado a tus dádivas!

Mi madre, quizás inconscientemente, presentía el secreto de Dios, pues cuando más tarde
lloraba yo las pequeñas contrariedades comunes a todos los niños, me decía: no llores por
esto, ¡guarda tus lágrimas para que más tarde las derrames por algo digno de ellas! Tanta
intuición tenía de mi destino, que jamás mimó mis lágrimas; ¡quería hacerme fuerte en
todo! Y no que así fuese su carácter, porque a mi hermano menor le enjugaba las lágrimas
y le toleraba los mimos hasta con cierta debilidad.

¡Dios mío! Hoy quisiera tener mares de lágrimas para llorar el desconocimiento que de Ti
hay en el mundo. ¡Aun no me basta la provisión que al nacer me reservaste!

2. Otra cosa, rara como quien dice, otro indicio de la fuerza que más tarde habrías de
desarrollar en mí contra todas las leyes naturales, fue el que catorce días después de
nacida, sin motivo ninguno, estando sola, tirada sobre una cama, volví con un solo
movimiento todo el cuerpo; me puse boca abajo y levanté la cabeza, como para buscar
algo. Esta operación no volví a hacerla sino a la edad en que todos los niños la hacen. Es
increíble que después me haya distinguido por la pesantez de los movimientos, por la
poca agilidad física, por lo inhábil, en general, para todo esfuerzo físico. Más tarde, cuando
salía en compañía de niños iguales, siempre iba atrasada y si se ocurría saltar o trepar o
hacer cualquier maniobra física, había de hacerme a un lado de los demás; era incapaz.

Además, cuando ya haciendo estudios profesionales estudié gimnasia, el profesor se


exasperaba conmigo y mi calificación era la más baja.
¡Dios mío, mi oficio de Misionera reclamaba hoy que aquel primer acto de agilidad y de
fuerza hubiera sido el asomar de una cabra! ¡Pero tus pasos son tan diferentes de los de
los hombres! ¡Hoy necesito ser cabra y soy tortuga! ¡Y qué bien trepa tu tortuga por las
breñas santificando a otros en ejercicio de paciencia y caridad!

Muchas veces, cuando al despertar te busco, Dios mío, recuerdo aquel levantar de la
cabeza primero, aquel buscar algo y me digo: ¡ay! ¡Si desde entonces te hubiera buscado
alrededor de mi lecho! ¡Muchos años habrían de pasar, sin embargo, sin que mi alma te
conociera, ni tuviera afán de buscarte!

3. Otra circunstancia rara es la que refería mi madre con ternura sin igual: no hacía lo que
todos los niños hacen en sus envolturas. Con un ligero gemido indicaba las necesidades
físicas y no cesaba de darlo hasta que me veía libre de las ropas. Satisfecha la necesidad,
quedaba tranquila, entre mis ligaduras infantiles.

¿Qué significaría esta especialidad? No lo sé. ¿Sería puro adorno colocado con gracia en
la joya de mi vida natural? ¿Despuntarían entonces mis tendencias a no mortificar a
nadie? ¿Sería que desde aquella época quería vivirme sola la vida, como más tarde me la
he vivido? De cualquier modo, estoy muy agradecida de mi Dios, hasta por esta
circunstancia.

Tenía seis meses cuando me atacó la tos ferina, con tanta fuerza que creyeron que
moriría o que mis pulmones quedarían inutilizables. En los mismos días fue atacada
también por la misma enfermedad la mujer de la cocina; ambas nos vimos a la muerte; al
mismo tiempo nos empezó un acceso de tos violento; pero como los designios de Dios
eran distintos con las dos, en él se ahogó ella y a mí lograron volverme dándome aire
artificialmente.

Esta mujer se llamaba Isabel y llamo la atención sobre ella y las circunstancias de su
muerte, porque más adelante necesito hacer alusión a ella.

Aún no caminaba cuando comenzó a mostrarse mi carácter irascible y burlón. A gatas me


puse en una ocasión en la puerta de la calle y comencé a hacer ademán de burla y a
reírme de un campesino mal vestido que pasaba. Con señas, pues aún no hablaba,
invitaba a la niñera para que observara al campesino. ¡Qué pronto, Dios mío, ensayé el
ofenderte! No me libré de la corrección materna; pero mi enmienda tardó mucho, porque
recuerdo que hasta ya levantadita tenía que luchar con esta tendencia.

Primera gracia extraordinaria

Ya desde esta edad, es decir desde los seis años, era observadora de la naturaleza y lo
he sido tanto que, cuando más tarde estudié historia natural, casi no tuve que aprender
sino clasificaciones y nombres, lo cual hacía creer al profesor y a las condiscípulas que ya
había hecho ese estudio y miraban mal que lo negara, según decían. Ahora me parece
rara esa tendencia a observar, en tan temprana edad; pero, Padre mío, menos extraño
debe verse si se considera que la naturaleza fue mi única amiga; me rodeaba por
dondequiera y nada contribuía a distraerme de ella, ¡toda vez que mi carácter y mi habitual
tristeza me excluía de todo lo demás! Jugaba poco; vivía en el campo y tan sola por dentro
y por fuera; ¿qué otra cosa podía hacer?

Creo, R. P., que esta tendencia a observar la naturaleza fue el medio de que Dios se pegó
para darme la primera noción seria de su Ser y de su amor. ¡Una fuerte conmoción de
agradecimiento me hace llorar al escribir esto! ¡Dios mío, ahora me doy cuenta de una
bella delicadeza de vuestro amor! Pero, ¿cómo expresarlo, Padre mío? ¡Para estas cosas
faltan siempre las palabras!

No puedo asegurar que esto haya sido a los siete años, pero tendría poco más, si no fue
en esa edad precisa.

Me entretenía, como siempre, en seguir unas hormigas que cargaban sus provisiones de
hojas. Era una mañana, ¡la que llamo la más bella de mi vida! Estaba a una cuadra más o
menos delante de la casa, en sitio perfectamente visible. Iba con las hormigas hasta el
árbol que deshojaban y volvía con ellas al hormiguero. Observaba los saludos que se
daban (así llamaba yo lo que hacen ellas entre sí algunas veces, cuando se encuentran);
las veía dejar su carga, darla a otra, entrar por la boca del hormiguero. Les quitaba la
carga y me complacía en ayudarlas llevándoles hojitas hasta la entrada de la mansión de
tierra, en donde me las recibían las que salían de aquel misterioso hoyo. Así me
entretenía, engañándolas a veces, y a veces acariciándolas con gran cariño, cuando...
¿cómo le diré? ¡ay! Dios sabe, Padre, que estas cosas son tan íntimas y tan duro decirlas.
¡Sólo la obediencia las saca fuera! ¡Fui como herida por un rayo! ¡No sé decir más! ¡Aquel
rayo fue un conocimiento de Dios y de sus grandezas, tan hondo, tan magnífico, tan
amoroso, que hoy, después de tanto estudiar y aprender, no sé más de Dios que lo que
supe entonces! ¿Cómo fue esto? ¡Imposible decirlo! Supe que había Dios, como lo sé
ahora y más intensamente; no sé decir más. Lo sentí por largo rato, sin saber cómo sentía,
ni lo que sentía, ni poder hablar. Por fin terminé llorando y gritando recio, recio, ¡como si
para respirar necesitara de ello! Por fortuna estaba a distancia de ser oída de la casa.
Lloré mucho rato de alegría, de opresión amorosa, ¡y grité! Miraba de nuevo al hormiguero
y en él sentía a Dios, ¡con una ternura desconocida! Volvía los ojos al cielo y gritaba,
llamándolo como una loca. Lloraba porque no lo veía y gritaba más. Siempre el amor se
convierte en dolor. Este casi me mata. Desde entonces, Padre, me lancé a El. ¡Era
precisamente lo que buscaba, lo que mi alma echaba de menos! ¡Mis lágrimas por no
verlo eran amargas!... pero lo tenía. ¡Hoy todavía siento deseos de gritar, al recuerdo de
esto, y me estremezco!

Entonces no sabía calcular el tiempo; pero hoy juzgo que duró dos horas; si hubiera
durado más...

Pero la delicadeza que advierto ahora en esta misericordia de Dios, R. P., es la siguiente:
el medio ordinario para conocer a Dios es la enseñanza. Eso no me faltó; ¿cuántas veces,
Dios mío, me habían dicho que existías? ¿Cuántas había oído hablar de tus misericordias
en una familia cual era la mía que vivía toda endiosada? ¡Sin embargo no me daba cuenta
de ello! ¡Por la enseñanza no entraste en mi corazón, ni siquiera a mi entendimiento!
Quizás había rastreado tu grandeza en el medio natural en que vivía, pero con un
conocimiento tan vago, algo así como remiso, como dudoso, del cual no me daba cuenta,
era como una oscuridad con algún reflejo de luz. Y porque hice infructuoso el medio
ordinario, apelaste al medio extraordinario. ¿Se ha visto mayor misericordia?

¡Como que de todos modos te habías de hacer conocer de criatura tan rebelde, de chica
tan hostil! ¿Por qué, Dios mío, tanto afán? ¿Qué interés tenías en hacerte conocer de
quien ni los mismos seres que pusiste a su cuidado podían tolerar la apatía?

¿Por qué, vuelvo a preguntar, esa misericordia tan grande conmigo, más miserable que
todos, mientras que, sin dejar de ser misericordioso, has negado tu conocimiento por
tantos siglos a los pobres infieles?

¡Me complazco en no entender esto para poderte adorar en la dulce oscuridad de la fe,
que me muestra tus designios tan arriba de mi mísera comprensión!

En el Colegio del Espíritu Santo

Resolvió mi madre volver a Amalfi a la casa de sus padres y dejarme a mí en el Colegio,


porque Carmelita no consentía en separarse de ella.

María Jesús Upegui, hermana de mi madre, se había consagrado desde los quince años a
las obras de beneficencia. En el tiempo a que me refiero dirigía una casa de huérfanos,
fundada por el Ilmo. Sr. Montoya. Aunque para mejor entregarse al servicio de los pobres
se había separado completamente de la familia, era muy buena con ella. Consintió esta
buena tía en tenerme a su lado para que asistiera como externa al Colegio. Fue elegido
entre varios que había en la ciudad el Colegio del Espíritu Santo, dirigido por una señora
Rosalía Restrepo, un poco emparentada con mi familia. Era el mejor establecimiento de
los de su género y por lo mismo el frecuentado por las niñas de la clase alta; por todo el
refinamiento medellinense, por todo lo que yo no conocía. ¡Dios mío, qué elección!

Yo, que no conocía lo de posiciones sociales, iba de sopetón, como se dice, a vérmelas
con lo más extravagante de ellas. Para mí todo se reducía a negros y blancos, buenos y
malos. Eso de clase alta, clase media y clase baja no se me había mostrado y como sabía
que todos somos bajos delante de Quien nos hizo, tuve la más dura sorpresa. ¡Pobre
vanidad humana! Hasta me habían enseñado que los negros eran iguales a nosotras, pero
que como no se educan no podían ser amigos de las niñas porque las enseñaban a mal
educadas. Esa era toda la trama social que conocía; toda la preparación para entrar en un
colegio de zapatico de raso. ¿Qué sabía yo de ficciones y cumplo y mientos sociales? Era
una campesina, no por lo vulgar, pues eso jamás lo vi en la casa, sino por lo sencilla.
Se me abría, pues, la vida de estudio en las peores condiciones. No sólo las tenía malas
en el colegio; en la casa eran pésimas. Mi tía era, si se me permite la expresión, fanática
en sostener todo lo de su tiempo y condenar todo lo moderno, sin dejar de ser una heroína
de la caridad. Más bien, dijera yo, de la beneficencia. Era seria y hasta amarga; le tenía yo
tal miedo que a cualquier sacrificio me hubiera sometido por no estar con ella. Y a su lado
debía vivir.

Me recibió muy bien; pero después me confió al cuidado de las huérfanas mayores, lo que
equivalía a dejarme sola. No tenía roce sino con las huérfanas que eran de la ínfima clase.
Contraste bien marcado con mi atmósfera de colegio. Un tío se encargó de atender a los
gastos del colegio y del vestido; daba cumplidamente los dineros necesarios, pero mi tía,
creyendo hacer muy bien, se los guardaba y me vestía con las telas que de limosna
mandaban al orfelinato, que naturalmente eran las que ya en los almacenes no podían
venderse. Telas mareadas, de colores no usados y en general malas.

Entre los huérfanos tenían aprendices de zapatería y a ellos se les encargaba mi calzado,
el cual resultaba de modas extravagantes, más grandes que el pie, deformados y
maltratadores. A la tía se le ocurría que el corte de los vestidos había de ser el que usó en
su tiempo. De modo que resultaba mi pobre humanidad casi un payaso. Yo no sabía
rehusar nada, lo uno porque no sabía ni conocía el estilo de la época —creo que entonces
no había modas indecentes— y lo otro porque estaba acostumbrada a aceptarlo todo,
amén del miedo que le tenía a mi buena tía. Además, jamás me pasó por la mente el que
hubiera de vestirme bien.

De aquí que me presentara al colegio del modo más compasivo para quienes fueran
capaces de compasión y más risible para mis condiscípulas que no la conocían. Estas
desde mi primera entrada me miraron como el hazmerreír más ridículo.

A todo esto agréguese que debía ser la compañera obligada de una prima tan mimada,
rica y caprichosa, que había sido colocada en el colegio bajo la condición de no
contrariarla en nada. No madrugaba, y de allí que, como había de esperarla, me
presentaba a las clases cuando ya terminaban; jamás, cuando el profesor me interrogaba,
sabía ni de qué se trataba; no contestaba o decía cualquier disparate que provocaba
hilaridad en todo el colegio. Frecuentemente, cuando estaba cogiendo el hilo de una
enseñanza, se levantaba Doloritas la prima y decía: "yo quiero ver a Cielo"; así llamaba a
su madre. Mas como no podía andar sola, yo recibía orden de salir con ella para ir nada
menos que a diez cuadras a ver a Cielo, que no lo era para mí.

Mi demasiada sencillez era otra fuente de risa. Todas ocultaban el algo que llevaban para
el medio día, cuando no era bocado rico. A mí jamás se me ocurrió tal maniobra; con la
mayor ingenuidad sacaba el vulgarísimo que me daban. Todas hacían corro para vérmelo
comer. Esto era, para mí, tormento bien extraño, pues no entendía el motivo. Me
llamaban, con hiriente burla, la Canaria, porque desde el principio me presenté con un
vestido del color de los canarios, de un linón usado sólo para colgaduras.
La directora permanecía impasible a mi pena. Jamás me amparó contra tales burlas. No
estudiaba porque no tenía libros y no me daban porque con los de Doloritas había
bastante, me decían, y ella no estudiaba conmigo porque sus lecciones eran otras. De
modo que estaba condenada a quedar siempre mal. Le tenía fuerte antipatía a la Directora
por su modo de proceder conmigo y porque invariablemente me reñía cuando me
encontraba, por mi desaplicación, decía ella. Yo no sabía excusarme. En la casa, el miedo
me privaba de todo. Completamente incomprendida en dondequiera, tropezaba con
obstáculos y no tenía defensa. El profesor más connotado del colegio, era hermano de mi
madre; pero tampoco en él encontraba amparo porque lo informaban de mi desaplicación
y raro modo de ser.

Idiota o cretina

Pasé el año más amargo. Adquirí fama no de poco inteligente, sino de idiota o cretina. No
tenía una sola amiga; nadie se me acercaba con cariño y cuando me hablaban era para
provocar respuestas que dieran qué reír. Como me alimentaba con lo mismo de los
huérfanos, que era poco y malo, vivía con hambre y, a causa de ella, con un humor negro
que no exteriorizaba sin embargo, porque temía el pecado; pero me hacía sufrir
indeciblemente. Total que ni las noches me eran de descanso porque tenía
remordimientos. Hasta el Santísimo Sacramento, colocado en la casa, me parecía extraño;
no hallaba el calorcito que antes me alentaba ante El. Tal era mi situación, que me hubiera
enloquecido si ya no hubiera tenido la costumbre de sufrir en silencio...

Noticias Culturales, Instituto Caro y Cuervo, Nº 167,


Bogotá, 1º de diciembre de 1974, pp. 6-11.

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http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/poet/poet/poet10.htm

NOTAS BIOGRÁFICAS DE POETAS DE COLOMBIA DEL SIGLO XX > LAURA


MONTOYA UPEGUI

LAURA MONTOYA UPEGUI

Esta prolífera escritora, fue siempre directa en su palabra, hasta el punto que no encubrió,
sino, por el contrario señaló de modo polémico aquello que la afectaba, y de modo tajante
dejaba con nombre propio, al descubierto, a aquel o aquellos que, por una mentalidad
atrasada propias del medio y de la época, se encontraron con ella en diferentes momentos
de su vida. Sin embargo, su fuerte temperamento fue generoso y místico. Desde su
posición de religiosa la espitirualidad marca la vida de quien emprende, desde su
nacimiento, muchas dificultades.
Nace en Jericó, Antioquia, el 26 de mayo de 1874. Dos años después su padre, que se
desempeñaba como comerciante y médico, es asesinado. Ella reconstruye ese momento
del siguiente modo: "Cuando ya grandecita le pregunte [a mi madre] donde vivía N.N., ese
señor que amábamos y que yo creía un miembro de la familia por quien rezábamos cada
día, me contesto:";ese fue el que mato a su padre; debemos amarlo porque es preciso
amar a los enemigos porque ellos nos acercan a Dios, haciéndonos sufrir". ¡Con tales
lecciones, era imposible que corriendo el tiempo no amara yo a los que me han hecho
tanto mal".

Su autobiografía muestra una sorprendente agilidad que la remonta a episodios muy atrás
en su existencia: "Otra cosa, rara como quien dice, otro indicio de la fuerza que más tarde
habrías [Dios] de desarrollar en mí contra todas las leyes de naturales, fue el que catorce
días después de nacida, sin motivo ninguno, estando sola, tirada sobre una cama, volví
con un solo movimiento todo el cuerpo; me puse boca abajo y levanté la cabeza, como
para buscarlo algo".
Esta mística, conocida en la vida religiosa como Madre Laura y que se halla en la
actualidad en proceso de beatificación, tuvo en su infancia algunas rarezas, como ella
misma llama el hecho de que no lloró al nacer, ni lo hizo hasta los seis meses: Ante esta
situación sus padres se preocuparon: "Consultaron un médico, quien después de
examinarme halló que la chica tenía una salud completa".

Tuvo una madre muy rígida que la llevó a un estado de inhibición de sus sentimientos: "Mi
madre, quizás inconscientemente, presentía el secreto de Dios, pues cuando más tarde
lloraba yo las pequeñas contrariedades comunes a todos los niños, me decía: no llores por
esto ¡guarda tus lágrimas para que más tarde las derrames por algo digno de ellas! Tanta
intuición tenía de mi destino, que jamás mimó mis lágrimas: ¡quería hacerme fuerte en
todo".

Se desempeñó como misionera, aunque se quejaba por la pesadez de sus movimientos


que le impedían agilidad física. Esto, sin embargo, no fue óbice para que hiciera estudios
profesionales de gimnasia, el profesor se exasperaba y le ponía bajas calificaciones.

Desde sus primeros meses de vida detentaba una especialidad, como ella llamaba a esa
extraña condición de comunicar, con un gemido, cuando tenía que efectuar sus
necesidades físicas. Su madre entendía el mensaje y le quitaba las envolturas para que
libre de pañales y ropas, realizara lo que tenía que hacer y quedara tranquila.

Su curiosidad por la naturaleza la llevó una mañana a sentir a Dios. Ese momento lo
consideró el más bello de su vida. Al observar de niña un hormiguero que quedaba a una
cuadra de su casa, quedó fascinada con la carga y traslado que hacían de sus provisiones
de hojas. Les quitaba la carga y se complacía llevándoles hojitas hasta la entrada de su
hormiguero en la tierra. Así se entretenía hasta que sintió que era herida por el
conocimiento de Dios "y de sus grandezas , tan hondo, tan, magnífico, tan amoroso, que
hoy, después de tanto estudiar y aprender, no sé más de Dios que lo que supe entonces".

Viene después en su vida una etapa difícil. Su madre resuelve regresar a Amalfi, a la casa
de sus padres y dejarla bajo la responsabilidad de una tía para que asistiera al Colegio del
Espíritu Santo, como externa. La tía que la acoge era tan amarga y de carácter tan fuerte,
que la niña le tenía "tal miedo que a cualquier sacrificio me hubiera sometido por no estar
con ella. Y a su lado debía vivir".
Encargada la tía de un orfelinato, confía a la niña al cuidado de las huérfanas mayores lo
que equivalió a dejarla sola. La tía se guardaba los dineros que le enviaba otro pariente
para los gastos de colegio y de vestidos, y la trajeaba con las telas que de limosna
mandaban los almacenes. Las demás compañeras la llamaban la Canaria porque desde
un principio la veían llegar con vestidos del color de los canarios, de un color que se usaba
en la época sólo para colgaduras.

Ya adulta se desempeñó por nombramiento oficial en las escuelas de Amalfi, Fredonia y


Santodomingo y por ello siguió como maestra la carrera de pedagogía donde como dice
ella, se dedicó a formar más "el corazón que la cabeza". Escribió Autobiografía de la
Madre Laura de Santa Catalina o historia de las misericordias de Dios en un alma. Sus
libros de versos fueron: Destellos del alma, y Versos que llamo desversos. Murió en
Medellín el 21 de octubre de 1949.

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Escaneado y compilación por Jairo Alonso Becerra Torres, viernes 21-Diciembre-2012, 6:


42 p.m.
Laura Montoya Upegui nació en Jericó de Antioquia, el
26 de Mayo de 1874. Vio la luz primera a las ocho de la
mañana. Recibió las aguas del bautismo a las doce del
mismo día.

Tal era la costumbre de aquellos hogares cristianos. He


aquí la partida bautismal: En la iglesia parroquial de
Nuestra Señora de las Mercedes de Jericó, a 26 de
mayo de mil ochocientos setenta y cuatro, el presbítero
Evaristo Uribe mi coadjutor, bautizó solemnemente a
una niña nacida el mismo día, a quien nombró María
Laura de Jesús, hija legítima de Juan de la Cruz
Montoya y María Dolores Upegui, vecinos de esta
Parroquia. Abuelos paternos: Cristóbal Montoya y María
de Jesús González; maternos Lucio Upegui y Mariana
Echavarría; fueron los padrinos Domingo Montoya y
Juliana Rafaela Montoya, a quienes advirtió el
parentesco y obligaciones que contrajeron. Doy fe.
Jesús María Florez" Rubricado.

Dice la Madre: "Cuando conocí que tal nombre se deriva


de laurel, que significa inmortalidad lo he amado, porque
traduce aquella palabra: "Con caridad perpetua te amé". Si es perpetua, ha de ser inmortal e
inmortal ha de ser mi amor. Y mi nombre fue el sello de esa inmortalidad de amores entre Dios y su
creatura. Inmortal ha de ser la fe que con el nombre recibí".

Años adelante, cuando Laura va a comenzar la obra grande de toda su vida, la fundación de su
instituto misionero, todas las compañeras se cambian el nombre pero a ella Monseñor Maximiliano
Crespo se lo conserva. Laura ha de ser su nombre. "Todo, comenta agradecida, es predilección de
parte de Dios. Por mi parte, no he hecho otra cosa que sembrar muerte en el girón de vida eterna
que Dios infundió en mi alma con el santo bautismo"

Laura Montoya, que, digámoslo desde ahora, en no pocos aspectos de espiritualidad y apostolado
que hoy van imponiéndose, fue una genial adelantada, sintió y cantó muy vivamente la gracia del
bautismo.

"Dios mío, ¡qué pronto comenzaste a mostrar predilección por esta miserable criatura que tan
ingrata te ha sido ! Aquí si que mostraste la verdad de aquella palabra: Con caridad perpetua te
amé y por eso te atraje a mí. Por eso te apresuraste a hacerla tuya, metiéndola en las redes de la
gracia santificante, tan luego como estuvo libre del materno encierro. ¡Ay ! ¡Cuánto dolor me causa
el pensar que criatura tan amada no hubiera esperado a darse cuenta de tus misericordias para
ofenderte !

La fuente bautismal de la antigua Iglesia de Jericó fue mudo testigo de mi filiación divina a los
claros resplandores del sol del medio día. Por eso al conocerla en 1909, es decir treinta y cinco
años después, derramé un torrente de lágrimas, dulce mezcla de amargo dolor por mi ya perdida
inocencia y del más acendrado agradecimiento ante aquel mudo testigo del primer beso, de aquella
caridad perpetua con que me amaste, Dios mío, desde la eternidad.

Por eso al entrar a la ciudad que me vio nacer, antes que recorrer sus calles, antes de mirar sus
edificios y aun, antes de adoraros en tu sagrario, busqué con ansia loca el único objeto que allí
perseguía, la sagrada pila bautismal, diciendo dentro de mí: ¡Oh mi estola bautismal! ¡Oh mi
inocencia que te fuiste! ¡Oh mi filiación divina desfigurada! Mis lágrimas alarmaron a mis
compañeras de viaje, que no sentían como yo el dolor de una joya perdida ni el hálito de un amor
perpetuo, exteriorizado treinta y cinco años antes en aquel lugar. Visité después la casa donde
nací, me refirieron las alegrías y dolores allí pasados por mis padres. Pero ya nada me conmovió.
Todo era muerto para mí, menos la fuente en donde Dios me dio su primer ósculo".

Con los albores de la niñez, el carácter de Laura despuntó alegre, pero fue un despunte nada más.
Pueden mucho sobre un alma niña la orfandad, la pobreza rayana en miseria y esos ojos de la
madre, velados frecuentemente por las lágrimas.
Para esta niña, que después fue tan eucarística y que llegó a especializarse en preparar niñas para
el gran encuentro con Jesús, la primera Comunión resultó casi improvisada.

Su confesión fue precipitada, por lo cual no halló palabras convenientes para expresar sus
pequeñas faltas. Y en cuanto a su primera Comunión, ella nos dice en su Autobiografía con una
sinceridad y humildad que encanta: "Yo no llevé mas preparación que una mala confesión y una
rabia mal reprimida, causada por tres cosas: la primera porque me llevaron en ayunas. Cuando
reclamé, me hicieron repetir lo que dice Astete respecto a las disposiciones corporales. La
segunda, porque me rezaban al oído, y eso no podía soportarlo. Y la tercera: porque la Sagrada
Hostia me supo muy mal y me creí engañada, porque me habían dicho que comulgar era muy
sabroso y yo creía que se referían al sabor de las especies. Sólo se calmó mi rabia cuando me
dieron el desayuno, que fue mejor que el ordinario".

Laura, que había de ser una andariega de Dios, no tuvo en su niñez y juventud habitación fija o
"ciudad permanente", por decirlo con frase de san Pablo. De Amalfi pasó al pueblo de Donmatías,
en donde su madre residió algunos meses, ejerciendo de maestra. De Donmatías volvió aún con
su madre y sus hermanos a Medellín, pero como la pobreza seguía cortejándolos porfiadamente,
hubo que colocar a los tres niños en sendas casas de parientes. A Laura, le tocó vivir en Robledo
en casa de un familiar algo frío y desamorado que con su conducta contribuyó al acrisolamiento de
su alma y a orientarla hacia lo eterno e inmutable. Para entrar de lleno en los planes divinos, "Dios
- dice ella - comenzó a confitar mi alma con el dolor".

Este peregrinar continuo de Laura, parece un pronóstico de las correrías asombrosas de su vida
misionera. De igual modo, las obras de caridad, ya entonces practicadas, anuncian lo que fueron
sus días y sus actividades posteriores: un desbordamiento del alma en beneficio del prójimo, un
gastarse y consumirse para la salvación de sus hermanos. Laura Montoya no nació santa, se hizo
santa con la gracia de Dios y con el propio esfuerzo. Y justamente su Autobiografía palpita de
humanidad. Porque ella misma declara con llaneza los manchones y los rasguños de su espíritu.
Declara que en su primera confesión, hecha sin preparación, no acertó a decir unas faltas de su
niñez y que ello le fue remordiendo y torturando hasta que a los once años hizo una confesión con
integridad y dolor, en los ejercicios que predicó el celoso párroco de Robledo.

Laura Montoya Upegui heredera de los valores de su raza, rompe todos los moldes
preestablecidos. Posee todas las virtudes que necesita para lanzarse como protagonista de una
historia excepcional en los anales de la historia eclesiástica latinoamericana. Logró superar el
concepto de inferioridad y debilidad femenina, demostrando que es posible llevar adelante obras de
gran contenido social y religioso. Creyó en el valor de la mujer, de su trabajo, de su capacidad para
llegar al más débil y oprimido y elevarlo a su dignidad de hombre e hijo de Dios.

Llegó a la convicción de que las mujeres son las más indicadas para llegar como portadoras del
Evangelio, junto a los indígenas. Su feminidad con sus notas características de ternura,
perseverancia, bondad, acogida, su modo de sentir y amar y su capacidad "maternal" de relación
puede establecer vínculos fructíferos en su misión evangelizadora. Se sintió madre espiritual de los
indígenas e infieles del mundo a quienes Dios ama con corazón de madre. Quiso mostrar con su
vida la doctrina que enseñaba. Da una respuesta efectiva a la realidad que la circundaba. Su
respuesta impactó en la sociedad porque rompió esquemas y se encarnó en la realidad del indio
desprotegido. Su juventud fue una escuela de sufrimiento y un proceso de formación guiada por el
Espíritu de Dios aprendió a sufrir en silencio, a integrar la fe y la vida. Estando de Directora de este
Colegio, Monseñor Pardo Vergara Arzobispo de Medellín, le anunció que su vocación era la de Ana
la profetiza, desde entonces los infieles comenzaron a ser un verdadero tormento para su alma.

En 1905 apareció la novela "Hija espiritual" del doctor Alfonso Castro. Éste le hizo saber a Laura
que tumbaría el Colegio. Este se acabó porque con esta novela los padres de familia se
atemorizaron y el colegio se desacreditó. Clausurado el colegio, Laura se trasladó a la población de
La Ceja donde trabajó como maestra en la escuela oficial, bajo la dirección de una señora que se
aprovechó de su situación y descrédito, para humillarla y exigirle mucho más que lo que podía en
esas circunstancias. Allí renovó sus votos por devoción. Laura sintió adhesión a la calumnia y en
una locura de amor, se hizo el tatuaje de una cruz en el pecho. Regresó a Medellín, donde su
madre y Carmelita su hermana estaban en una gran penuria económica. Por orden del Vicario
General de la arquidiócesis, hizo su defensa en "Carta abierta", escrita con el fin de defender la
educación católica de los ataques que le hacían en la novela del doctor Castro

Esta defensa puso muy en alto su nombre. En esta carta dicen algunos, ella se muestra "no sólo
como estilista consumada" sino también como mujer de Dios, con el único interés de darle gloria.
En este tiempo, Laura se encargó de la educación de algunos niños con clases particulares. En
1907 fue nombrada oficialmente como maestra en la pequeña población de Marinilla a pocos
kilómetros de Medellín. "Estando en esa población como maestra, una tarde después de terminar
sus clases fue a visitar el Santísimo, tuvo su encuentro místico con la Paternidad de Dios, cumbre
de su experiencia trinitaria. Arrodillada en la primera grada del comulgatorio, oraba con su
acostumbrado dolor por las almas de los infieles, cuando sintió un dolor tan profundo que no dudó
de la maternidad que el Eterno Padre le confiaba".

Laura escribe: "Me parecía como que entendía la generación eterna del Verbo. ¡Aquello no era
simplemente una luz! Era como un encuentro con la Paternidad Divina, como en sustancia. Me
dejó tal conocimiento del misterio que me parecía verlo, y toda paternidad me parecía oscura y
fantástica. Comprendí con una luz deslumbradora la adopción de los hombres y cómo entraba en
la suprema paternidad de Dios... Me vi en Dios y como que me arropaba con su paternidad
haciéndome madre, del modo más intenso, de los infieles... desde entonces los llamé mi llaga". "Su
llaga" es un dolor por aquellos que viven sin alimento espiritual, sin sacramentos, y sobre todo, sin
conocer a un Padre Dios que los ama tanto. Entonces, una extraña sensación de dolor por ellos, de
deseo de hacer algo por su bien, la invadió como invaden las aguas los terrenos sedientos….. Sin
dejar de pensar ingresar al Monasterio de el Carmelo, su primigenia vocación, hizo proyectos para
ver cómo podría trabajar a favor de estos infieles, especialmente los indios de Antioquia.

De esta experiencia brotó su posición delante del Ser Inmenso de Dios: "Ante tanta grandeza, Dios
mío, cuán bien me sienta la consideración de mi pequeñez, viéndote tan grande, ¡Dios de mi alma!
Sí, en el aniquilamiento que produce tu misterio en mi espíritu, siento verdadero reposo, siento
seguridad y paz". El amor paternal-maternal de Dios se hizo fuerza irresistible y vivificante que la
impulsó a trabajar por la salvación de los hombres: "Un solo
dolor y una sola aspiración había en mi vida: Dios ultrajado y
no conocido y mi ansia por darlo a conocer!"

El misterio de filiación vivido con tan especial intensidad, la


condujo a detectar la necesidad imperiosa de hacerlo conocer
y amar de todos los hombres. Esta gracia especialísima se
repitió una y otra vez, en el tiempo en que Dios la preparaba
para la Obra a la que la había destinado: "Otra vez me vi en
Dios y como que me arropaba con su paternidad, haciéndome
madre, del modo más intenso, de los infieles. Desde aquello
los tuve como si se formaran en mi hijos que no conocía; me
daba ya algo como sublime que sin producirme todavía un
dolor muy sensible, me dolían como verdaderos hijos". En ella
la acción apostólica que emprendió brotó de esta íntima unión
con Dios en el misterio PATERNIDAD- FILIACION. Laura en su ascensión a Dios llegó hasta las
últimas cumbres de la perfección y el amor llegó a su plenitud: amor perfecto, absorbente y
dominante: "Mi actitud delante de Dios es como una fusión y mis intereses son como los suyos y
unos mismos."

Laura Montoya, en su experiencia de Dios Padre-Madre, descubrió que podía liberarse de las
normas limitantes de su tiempo e internarse en la selva, para predicar y practicar con audacia y
sencillez el Evangelio, que vence la más sólida rudeza y de esta manera, llevar hasta la mente de
los indígenas el mensaje de Redención, de un Dios que nos ama con tierno corazón. Sus
sentimientos en relación con estos hermanos oprimidos lo manifiesta en sus escritos: "¡Para los
indios, nos dice, la vida con su séquito de dolores no guarda ni una esperanza! Las incomodidades
de la vida, acrecentadas formidablemente por el medio selvático y por la ignorancia de cuanto
pueda aliviar la vida humana, los va destruyendo cruelmente... todo a su alrededor es duro, cruel y
áspero". En la iglesia no existían en ese entonces, congregaciones femeninas cuyas estructuras
facilitaran la evangelización de los grupos indígenas ubicados en lugares selváticos. Las cartas de
respuesta que llegaron a las manos de la señorita Laura, cuando buscaba comunidades femeninas
que se internaran en la selva para evangelizar y catequizar a los indios, muestran a las claras, que
sus reglas no permitían un trabajo realizado fuera de sus casas religiosas, en lugares tan
inhóspitos y en las condiciones de pobreza en que debían ser fundadas dichas casas religiosas.

Laura Montoya Upegui movida por el Espíritu de Dios y su gran celo apostólico, se decide a
"catequizar" personalmente a los indios. Concibe una comunidad diferente que se sale de modelos
existentes para realizar una misión liderada por mujeres y llevada a cabo en lugares selváticos e
incomunicados. A imitación de Jesús que se encarnó entre los hombres para salvarnos y liberarnos
del pecado, Laura concibe una Congregación que se pone al nivel del indígena, del negro, del
explotado. Vive, comparte y trata de pensar como ellos, se deja guiar por el amor, no impone por la
fuerza sino que convence con el testimonio, con la vida misma de pobreza, humildad, sencillez,
bondad y amor eficaz.

Con la aprobación de Monseñor Maximiliano Crespo Obispo de Santa Fe de Antioquia, con un


pequeño grupo de mujeres esforzadas sale hacia la región del Urabá antioqueño, donde la selva y
los ríos se entrecruzan, las fieras y el clima ardiente atemorizan para adentrarse en lo desconocido.
Sólo la luz de la Fe y su amor apasionado a Dios y a los indios, fortalecen asombrosamente las
fuerzas de estas mujeres intrépidas.

Fueron ellas: Laura Montoya Upegui, Mercedes Giraldo Zuluaga, Matilde Escobar Posada, Ana de
Jesús Saldarriaga Jaramillo, Carmen Rosa Jaramillo, María de Jesús López y su madre, Dolores
Upegui V. de Montoya como compañía, quienes salieron de Medellín hacia Dabeiba, el 4 de Mayo
de 1914, con el ánimo de ser MAESTRAS Y CATEQUISTAS DE LOS INDIOS. Llegaron a Dabeiba
después de un fatigoso viaje el 14 del mismo mes. Llevaban sus pobres pertenencias en una recua
de mulas conducida por un peón. El indio infravalorado, repudiado y hostilizado, comenzó a ser el
centro de atención de estas infatigables viajeras. La Madre Laura posee recursos metodológicos,
una rica iniciativa y la ayuda poderosa de Dios. Busca un régimen, una manera de proceder que
facilita la obra evangelizadora. Consiste en la formación de centros misioneros que ponen en
movimiento y nutren enseñanzas ambulantes en su derredor. Centros que se fundan en lugares
rodeados de varias parcialidades indígenas y a ellos concurren los indios que puedan hacerlo, para
los que viven mas distantes funda las Ambulancias.

El trabajo de excursiones o correrías misioneras por las selvas y los ríos, comenzó en el mismo
año de la fundación: el 7 de agosto de 1914, con el fin de explorar el terreno y buscar modos y
lugares dónde establecer centros misioneros, o de visitar los enfermos distantes y darles
enseñanza transitoria. Eran esas excursiones realizadas de la manera más prudente, aunque no
dejaban de ser de mucho peligro por lo desconocido. En estas correrías, como en general en todo
el trabajo apostólico, Dios obró verdaderos prodigios en favor de los indios.
El pequeño grupo misionero fue creciendo. Eran ya 40 Hermanas que trabajaban en la zona de
Urabá, en cinco centros misioneros, cuando se le presentó la oportunidad de buscar "más almas"
por lo territorios aislados del ignoto Uré. Le hablaron a la Madre de "indios muy salvajes" en el San
Jorge, localidad dependiente eclesiásticamente de monseñor Adán Brioschi, arzobispo de
Cartagena. Para esa desconocida región avanzó la Madre Laura con la Hna. Ma. de la Sagrada
Pasión y un fiel peón, Efraín, atravesando en su fuerte mula "La Flores", los montes de Ituango. Sin
sacerdote, sin recursos económicos después de una accidentada aventura que comenzó el nueve
de septiembre de 1919 y terminó en diciembre de ese año cuando estableció en URE una misión
para trabajar con los negros de la región.

Esta fundación de Uré mostró a la Madre otros campos en donde trabajar: los negros, los mestizos
que formaban pequeños grupos a orillas de los ríos, carentes de todo auxilio espiritual, en
condiciones de aislamiento y desamparo por parte de la Iglesia. Por ellos trabajó y se preocupó de
establecer casas misioneras en todo este territorio. La Madre tuvo desde un principio muchas
dificultades Porque no entendían su manera de evangelizar y sobre todo de ser religiosa. Fueron
causa de sufrimiento para las primeras Hermanas, la actitud de algunos sacerdotes y obispos, la
falta de auxilio espiritual en las pequeñas casas de misión, las incomprensiones de las autoridades
civiles y del Protector de los indígenas. En general, podemos decir que no pudieron entender el
carisma nuevo y providencial de la Congregación.

De cuando en cuando, hacía sus asomaditas a Santa Fe de Antioquia, a ver a sus hijas y llevarles
el calor de su palabra, siempre luminosa y estimulante. Y para facilitarle su comunión de la
mañana, su media hora de cielo anticipado, alquiló una casa en san Benito, cercana a la iglesia a
donde pasaba cuando las fuerzas se lo consentían, a recibir a su Dios o conversar con Él. Otras
veces, un buen padre franciscano le llevaba la comunión a la casa. Fue éste un tiempo muy lleno
de las visitaciones de Dios.

El 30 de julio de 1928, por circular fechada en santa Fe de Antioquia, la Madre Laura de Santa
Catalina, superiora general, convocaba a las religiosas que canónicamente podían asistir al primer
capítulo general de elecciones que se reuniría en dicha ciudad el 26 de diciembre. La Madre
hablaba de elección para doce años, pero luego se vio que tal plazo era contrario al derecho y se
fijó en un sexenio. Antes de procederse a votación y escrutinio, la Madre presentó renuncia de su
cargo y rogó se la exonerara del primer puesto. Pero fue reelegida por unanimidad de votos. Para
confirmarla en el cargo supremo se necesitaba la aprobación de la Santa Sede. Por eso se
encargó del gobierno la madre asistenta María de San José, mientras el señor Toro se dirigía al
nuncio de Su Santidad pidiéndole el favor de solicitar de Roma la confirmación de la Madre en el
cargo de superiora general. La respuesta o tardó o no llegó. Nada raro en los correos colombianos
de aquella época, en que un franciscano español residente en Medellín, solicitaba humildemente al
gobierno el establecimiento de un carro de bueyes para llevar los telegramas urgentes de Bogotá a
Medellín... Sea lo que fuere, monseñor Toro se quedó esperando la respuesta y en vista de todo,
optó por hacer la respectiva diligencia ante la sagrada Congregación de religiosos, en su visita ad
limina. La pidió y la consiguió sin dificultad. Y con monseñor Afanador y Cadena, obispo de Nueva
Pamplona, envió a Madre Laura el oportuno rescripto. Pero al regresar monseñor Toro de su
peregrinación a Roma y a Tierra Santa, encontró en su despacho una carta del Señor Nuncio en
que le comunicaba que la Sagrada Congregación no aprobaba la reelección de la Madre Laura,
entre varios inconvenientes, por hallarse anciana y achacosa. Explicó el caso Monseñor Toro al
Señor Nuncio, le expuso que la Madre Laura ya había tomado posesión de su cargo. Contestó el
Neñor Nuncio que la resolución por él recibida desde Roma era anterior y por consiguiente la única
válida.

En vista de todo, la Madre reiteró su renuncia, aunque había quiénes se la desaconsejaban, y el


Señor Nuncio, complacido de esta actitud, obtuvo de la Sagrada Congregación de religiosos la
omisión de un nuevo Capítulo General, que hubiera resultado gravemente oneroso para la
Congregación en medio de la crisis monetaria que paralizaba al país, y la elección de la madre
María de San José, para superiora general hasta septiembre de 1938. A pesar de explicaciones del
obispo y de la fundadora, parece que el señor Giobbe quedó un tanto suspicaz y caviloso. Pero se
le olvidaban a su excelencia las lentitudes de los correos de esa época y que su carta al prelado
había viajado primero a Jericó, de donde había que comunicarla a Santa Fe, en el caso favorable
de que el pastor no estuviera ausente.

Había en su interior un conflicto angustioso. De una parte, deseaba dejar el cargo, "para
ejercitarme en la querida obediencia siquiera un tiempecito antes de morir"; pero, de otra parte, y
mirando a lo que estimaba el mayor provecho y la consolidación de una obra destinada a salvar las
almas, quería seguir influyendo. Quería -dice- acabar de dar a mis hijas lo que Dios me ha dado
para ellas". Y seguramente le dolía, que ese bien intencionado anhelo fuese achacado a loca
ambición de mando. La Madre Laura supo mandar, cuando fue colocada sobre el candelero, y
supo obedecer, cuando le tocó esta suerte.

En Medellín, la vida y la jornada de la Madre discurrían alternamente entre la oración y el trabajo.


Ya no podía salir a visitar las casas, debido a la parálisis que le arrebató el movimiento de los pies.
Buena prueba para esta andariega de Dios. Sentada en su silla de manos se dedicaba al estudio y
a la tarea de escribir para sus hijas. En cada carta, la Madre les mandaba el alma. A ratos, siempre
en su silla de ruedas, iba recorriendo los pasadizos del convento para cerciorarse de la buena
marcha de la comunidad o visitar acaso a otra religiosa enferma. Conducida por alguna de sus
hijas, visitaba la capilla para conversar con su Señor o asistir en profundo recogimiento a los actos
de comunidad y a los oficios divinos. Nunca se quejó de su inmovilidad, todo lo sufrió con paciencia
y mansedumbre. Desde enero de 1949 su salud empezó a decaer notoriamente, día tras día. Sus
fuerzas, antes inagotables, para el trabajo intelectual, iban disminuyendo y gustaba entonces de
entretenerse en arreglar hilos y sedas para los indios, aunque se fatigaba. Le obsesionaban los
salasacas del Ecuador. - Con estos hilitos, decía, compraremos salasaquitas.

En semana santa de 1949, le aparecieron en las piernas unos lamparones rojos que le causaban
acerbo dolor. A pesar de ello, asistió, en cuanto pudo, a los divinos oficios y reunió varias veces a
la comunidad para platicarle de cosas del espíritu. El domingo de Pascua, que fue siempre para
ella día de júbilo, lo pasó llena de decaimiento y de tristeza. Hasta miró sin interés la hermosa
estatua del resucitado que ese año se estrenaba. Para aliviar el estado de las piernas hinchadas
acudieron varios médicos, entre ellos los doctores Luis Tirado Vélez, Ignacio Vélez Escobar y
Alfonso Velásquez que emplearon tratamientos de penicilina, pero estos resultaron inútiles. Los
médicos, a pesar de su voluntad de oro, hubieron de confesar: ¡Sólo un milagro puede curarla ! Y
en las casas comenzaron novenas particulares al franciscano fray Martín de la Palma.

Desde el domingo 21 de agosto se llevó diario de su enfermedad. Y por él conocemos una serie de
pormenores y detalles de grande edificación. El 22 a las diez y media, el padre Aníbal Wiedemann
juzgó del caso administrarle la santa unción y así se hizo en presencia de toda la comunidad, que
respondía fervorosamente a las preces rituales. Concluidos los salmos penitenciales, las religiosas
entonaron un lindo y sentido canto mariano que comienza: "Oh Madre mía, quiero desde ahora", y
que puso en todos los corazones una intensa emoción. La Madre agradeció al padre capellán la
merced de ese santo sacramento: “Que mi Dios le pague, Padre. No se imagina de cuánto
consuelo ha sido esta ceremonia para mí”. Y añadía, mirando a las novicias: "Lo único que siento
es dejar estas muchachitas". A imitación de su Dulce Maestro, había de pasar por todas las
angustias de la pasión: su cabeza atacada de meningitis, padecía un intenso dolor. Su cuerpo
llagado, empezaba a gangrenarse y no podía moverlo sin ayuda de muchas manos. Estaba
clavada en la cruz y ni siquiera podía expresar sus martirios por estar privada del uso de la palabra
durante todos esos días. De la víspera de su muerte se ha contado un hecho misterioso: A él se
refiere el entonces capellán de Belencito, Padre Aníbal Wiedemann, en la revista Almas: La víspera
de su muerte se apareció en sueños a una de sus misioneras del Ecuador y le dijo: Vengo
visitando las casas de mis religiosas, para impartirles la postrera bendición. Esto es un sueño para
su caridad, pero para mí es una realidad, mañana espero la llamada del Ángel del Señor. Su
muerte causó conmoción en Colombia entera. Prensa y radio compitieron en pregonar la grandeza
de la vida que acababa de extinguirse. De las selvas remotas llegaron a Medellín las cartas de los
indios empapadas en lágrimas. Prelados, sacerdotes y comunidades religiosas coincidieron en
glorificar a la Madre Laura como dechado de almas apostólicas. El padre Enrique Rochereau
escribía en el periódico El Tiempo, de Bogotá: "Pocos sospechan, quizás, que con la muerte de la
Madre Laura, se da vuelta a una de las páginas más extraordinarias de la historia patria". La Madre
Laura quería convertir su muerte en homenaje de adoración a Dios. En uno de sus "Lampos" dejó
hablar así su alma:

"¡Oh Señor omnipotente, cuya soberanía rendidamente reconozco ! Desde el fondo de mi nada te
alabo y cuánto diera porque mis alabanzas fueran dignas de tu grandeza. El que te alaba se
engrandece, tal es tu condición. Adorarte la nada, Dios mío, ya es convertirse en algo. Por eso, mi
omnipotente Señor, quiero adorarte y aclamarte, alabando tu soberanía con cuanto soy y cuanto
tengo. Pero ya ves, Dios mío, que soy nada y que mi poder es negación de poder. Pues entonces,
¿qué hago cuando digo que te alabo y adoro con cuanto soy, si soy nada? Y ¿qué hago cuando
digo que te alabo con cuanto puedo, si mi poder es pura negación de todo poder? Nada,
absolutamente ofrezco, pero engrandezco mi nada, porque el adorarte es engrandecerse. Dígnate
pues recibir por adelantado, ese homenaje y para que mi rendimiento sea tal que nada quede en
mí que no sea para tu honor y gloria. Quiero que mi muerte, es decir, la separación de mi alma y de
mi cuerpo, sea un homenaje de adoración ante tu soberanía.
Oh, ¿qué honor puede ser comparable al honor de adorarte y engrandecerte con la destrucción del
propio ser por miserable que él sea? Y como es cierto que he de morir, recibe, pues, grandeza
infinita de mi Dios, mi muerte y la destrucción de mi ser como un prolongado hilo de humo de
adoración y de incienso que se levante de mi lecho de muerte y de mi tumba, con la lenta
destrucción de este ser que me has dado y que delante de Ti se consume ahora, en un amor
comprimido y como estrechado por lo temporal. Y, qué paralelo, Dios mío. Noé después del
conflicto hecho por el diluvio, reconoció la infinita sabiduría de Dios levantando un altar sobre el
lodazal, quizás ya infecto de la tierra desjugada e ingrata y ofreció un holocausto que fue de tan
suave olor delante del Señor, que le valió la promesa de Dios de no volver a castigar la tierra con
un diluvio.
Pues he aquí que esta pobre criatura tuya, Señor mío omnipotente, después del diluvio de una
larga vida de pecado, imperfecciones e ingratitudes, después del diluvio de mis dolores de la tierra,
quiero que mi lecho de muerte y mi tumba sean el altar elevado sobre la ruina de mis días
temporales, tan llenos de miserias, para en él ofrendarle el holocausto de mi vida y que a ese altar
la muerte llegue como fuego sacro a consumir mi cuerpo, a liquidar mis fuerzas en tu honor, a
esfumar mi vida en reconocimiento de tu soberanía, Señor mío, creador de lo mismo que en ese
altar te sacrifico .Por lo tanto, es mi intención, Dios mío, que cuando de cualquier manera se me
anuncie que el término de mi permanencia sobre la tierra se avecina, entregarme al sacrificio,
como el cordero degollado sobre el altar se deja consumir por el fuego, a fin de que el humo
producido por ese cuerpo suba en suave olor de adoración ante tu soberanía.
Sí, escucharé entonces, llena de regocijo las palabras con que Dios promete al alma justa
perseguida, su recompensa: "Pobrecilla, le dice el Señor, pobrecilla, combatida tanto tiempo por la
tempestad, privada de toda consuelo: mira que yo mismo colocaré por orden las piedras y te
edificaré sobre zafiros y haré de jaspe tus baluartes y de piedras de relieve tus puertas y de piedras
preciosas todos tus recintos". Y así, de antemano, Dios de mi corazón, digo:

Sí, te diré en mi agonía,


sí, al extinguirse el aliento,
sí, al terminar de mi vida,
sí, al traspasar del tiempo.
Sí, en el dolor de mi carne,
sí, al deshacerse mis huesos,
sí, en el podrirse de mi sangre,
sí, en el cerrárseme el tiempo.
Quiero decir sí al morir
y sí cantar al escuchar
el sí que tanto anhelo
y diciéndote sí, llegar al cielo.
Sí, dirá el humo de mi holocausto,
sí, el extinguirse del fuego
sí, las cenizas que llevan el viento,
sí, hasta Ti levantar el vuelo..".
Laura Montoya Upegui (1874-1949) hecho concebir el plan de convencer a algunas amigas
La «epopeya misionera de la mujer en la selva» para hacer algo.

Florencio Galindo Cuando logró contagiar de su entusiasmo a otras 6, el


grupo emprendió la primera expedición a la selva «para
conquistar a los indios». Fecha de aquella original
aventura fue el 4 de mayo de 1914. Nacía en aquel
momento la primera congregación latinoamericana de
mujeres que pretendía dedicarse exclusivamente a la
«evangelización integral de los indios». Su nombre.
«Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de
Siena». La gente las llama cariñosamente «Lauritas». Es
una congregación que cuenta hoy con cerca de 1.200
hermanas, repartidas en cerca de 200 centros de misión
por casi todo el continente latinoamericano. Desde 1964
trabajan además en el Zaire, África, y en el mismo año
fueron llamadas también a colaborar en un centro de
Propaganda Fide en Roma.

Contemporánea de Teresa de Lisieux

¿Quién fue esta mujer, a quien la iglesia


latinoamericana le debe no solo una nueva familia
religiosa, sino, lo que es más importante, un ejemplo de
intrepidez que abrió brechas para el evangelio en la
selva? Se llamó Laura Montoya. Hoy se la conoce como
«Madre Laura». Nació el 26 de mayo de 1874, un año
después de santa Teresita de Lisieux, patrona universal
de las misiones. Su lugar de nacimiento fue Jericó, en
Colombia, no lejos de L ciudad más industrial del país,
Medellín, donde en 1968 el episcopado latinoamericano
se reunió para su segunda Asamblea General, que por
«¿Se someten ustedes al hambre? ¿Se someten a comer, muchas razones fue un paso decisivo hacia el actual
en caso necesario, de lo mismo que comen los indios, o proceso de renovación en que se encuentra gran parte de
raíces y hojas del monte? ¿Se someten a que los indios en la iglesia en dicho continente. La madre Laura murió en
cualquier momento nos atropellen y nos hagan huir a los Medellín el 21 de octubre de 1949, y 15 años más tarde
montes y tengamos que amanecer en las malezas de las se abrió, también aquí, su proceso de beatificación, ya
selvas? ¿Se someten a trabajar sin ningún fruto, a cocinar, bastante avanzado en Roma.
a que los indios las desprecien? ¿Se someten a vivir bajo
una tienda de campaña todo el tiempo que sea necesario Cuando su padre murió, Laura apenas había cumplido
para poder conquistar a los indios?» los 2 años de edad. Siendo su familia de modestas
condiciones económicas, no es de extrañar que ya desde
Con la respuesta afirmativa a estas y otras preguntas niña conociera las privaciones, angustias e
semejantes se dieron por terminados los preparativos de incomprensiones que suelen acompañar a la pobreza.
una aventura que acabaría por hacer historia en una «El primer bocado que me dio la vida fue bastante
porción de la iglesia latinoamericana. Las protagonistas amargo», anotará más tarde ella misma en su
eran 7 mujeres jóvenes, quienes, renunciando a una vida autobiografía, una obra de casi mil páginas y alto valor
relativamente cómoda y a los planes más caros para literario, que escribió al final de su vida por obediencia
jóvenes de su edad, habían resuelto internarse en una de a su confesor. «Viejo y sabio recurso de estos directores
las regiones más selváticas de Colombia con el plan de espirituales: cuando no pueden con almas tan pesadas,
ganar a los indios para la fe cristiana. las obligan a escribir» (Jaime Sanín Echeverri).
Capitana de aquella extraña empresa era una joven Laura fue efectivamente una escritora brillante y
esbelta, elegante, a quien le resultaba sencillamente fecunda, y críticos que han estudiado a fondo este
inaceptable la idea de que en su patria, Colombia, y no aspecto de su rica personalidad la comparan con santa
lejos del departamento que se precia de ser el más Teresa de Avila o san Juan de la Cruz. Aparte de su
progresista y católico, Antioquia, hubiera millares de autobiografía. se conserva su correspondencia, cerca de
seres humanos que no tienen idea de la fe cristiana. Esta 3.000 cartas, y casi una docena de obras, de encantadora
realidad la traía preocupada ya varios años y le había originalidad en contenido y estilo.
2
(Autobiografía, p. 332). Vieja herencia de los peores
Dice mucho de la cepa cristiana de su familia el hecho de tiempos de la conquista.
que Laura debió ser bautizada el mismo día de su
nacimiento, porque su madre, María Dolores, se negó Por eso sus primeros esfuerzos en la conquista de los
siempre a tomar en los brazos a sus tres hijos mientras no indios estuvieron acompañados de una intensa labor de
estuvieran bautizados. Más tarde, esta misma mujer se concienciación de los «blancos», tratando de convencer
uniría con entusiasmo a la «cruzada» organizada por su a sacerdotes, gamonales y autoridades, de que los indios
hija para conquistar a los indios y conducirlos a la fe son también seres humanos y tienen derecho a ser
cristiana. tratados como tales. Fue una labor ardua y lenta, pero
que logró cambiar en mucha gente de su tiempo la
Niñez y primera juventud de Laura transcurrieron como imagen despectiva e infame que se tenía de los indios y
las de muchas niñas de su edad y condición, pero ya que persiste aún en amplios sectores de la población
entonces se distinguió por una marcada tendencia a la colombiana y latinoamericana. Lo más lamentable es
contemplación, que a la edad de 20 años le hizo pensar que los mismos indios llegaron a convencerse de que
seriamente en ingresar en la orden de las carmelitas, de son irracionales y carecen por tanto de inteligencia e
cuyo estilo de vida tenía alguna información a través de incluso de alma humana. Numerosos ejemplos citados
una tía suya. Acababa de obtener el diploma de maestra en los escritos de la madre Laura confirman hasta qué
de escuela, pero ignoraba el verdadero camino por donde extremos había llegado la humillación de los indios.
Dios iba a conducirla. Ella se quejará con frecuencia de que los civilizados
«estaban acostumbrados a mirar a los indios como seres
Aunque sentía disposición para la enseñanza y le peligrosos, ladrones, asesinos, odiosos, maliciosos y
agradaba hacer algo por los niños, la idea de ser maestra cuanto se puede pensar de bajo en la vida. Los indios
de escuela en alguno de los pueblos vecinos no llenaba siempre habían sido tratados como mulas y hostilizados
sus aspiraciones. Alguna vez, estando en oración le había como animales peligrosos» (Autobiografía, p. 431). Es
venido a la mente un pensamiento que no la dejaba claro que esta ruindad de conceptos y el tratamiento de
tranquila y se iba convirtiendo más y más en idea fija. que han sido objeto los indígenas, sumado todo a un
Había oído que en la región montañosa de Colombia, su pasado de engaños, humillaciones y persecución, han
patria, y no lejos de su lugar de origen, existían aún producido en ellos una amalgama de reacciones:
millares de indios, o indígenas, que vivían como hermetismo, espíritu huraño y rebelde, desconfianza
animales, física y moralmente, no tenían noticia del temible, complejo de inferioridad infrahumana, odio a
mensaje cristiano y que, por razones que ella entendería quienes no llevan su sangre (José J. Hernández,
más tarde, odiaban a la demás gente. Poco a poco se fue Homenaje, p. 144).
afirmando en ella la convicción de que la evangelización
de los indígenas es una tarea de la iglesia a la cual están La descripción que la madre Laura hacía a principios de
llamadas a participar de preferencia las mujeres, ya que la nuestro siglo sobre el bajo concepto y el trato indigno
desconfianza del indio hacia el varón extraño es muy de los indios sigue siendo válida aún hoy para la
grande. No sin razón, ya que los hombres blancos fueron inmensa mayoría de la población indígena del
quienes redujeron al indio al estado miserable en que hoy continente, que alcanza a 36 millones, representa el
se encuentra, marginado, perseguido como animal dañino, 12% de la población total y se encuentra reunida en un
obligado a guarecerse en la selva, que le brinda escape 90% en México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú.
pero a la vez lo agota con sus inclemencias. En Colombia, los indios no asimilados representan con
el 1% de la población total del país (28 millones), una
Graves prejuicios contra los indios de las 3 minorías étnicas de considerable importancia,
junto a la población de origen africano (4%) y a los
La primera dificultad con que tropezó Laura al organizar zambos o afroindios (3%). Aunque la constitución
su empresa misionera fueron los lamentables prejuicios colombiana proclama la igualdad de todos los
que existían en todos los ambientes contra el indio, ciudadanos, las condiciones de vida en que la realidad
incluso en aquella inmensa parte de la población que lleva social y económica del país coloca a estas minorías no
poco o mucho de sangre india en sus venas. En su difieren mucho de las de aquellos esclavos que defendía
Autobiografía cuenta Laura cómo en una de sus primeras san Pedro Claver en Cartagena hace 400 años: las
expediciones, al pasar por un pueblo entró en un hotel estrecheces que deben pasar para subsistir, el
acompañada de varios indios e hizo servir comida para hostigamiento. Es un mándalo en una sociedad que se
todos. El solo hecho de verla a ella sentada con los indios llama cristiana. El documento de Puebla 34. 365) se
a una misma mesa causó tanta extrañeza entre los refiere a ellos como a «los más pobres entre los pobres»
presentes, que, agrega: «la gente no quería abandonar el del continente, ya que siempre han vivido marginados y
hotel para ver aquello tan raro. Todos decían: ¡Si son sometidos a situaciones infrahumanas. Con un juicio
animales! ¿Cómo los sientan a la mesa?» «Tuve que decir optimista, agrega el mismo documento que «en algunos
a la señora del hotel, quien rehusaba permitir que los casos no han sido evangelizados, o lo han sido en forma
indios comieran en sus trastos, que yo se los pagaba». insuficiente». Monseñor Samuel Ruiz, obispo de una
3
región de las que cuentan con más población indígena en queríamos ir al cielo con los indios. Que para no
México, afirma que la evangelización de los indígenas resultar casadas con los indios, haríamos voto de
«se puede calificar de fracaso en el método de castidad, y para no caer en la tentación de negociar con
evangelización de América Latina», y hace notar que aun ellos, haríamos voto de pobreza, y para no desbandarnos
los documentos de Medellín guardan silencio sobre los y trabajar ordenadamente, haríamos voto de obediencia.
indios, si se exceptúan dos menciones que se hacen de Que llevaríamos un hábito para inspirar respeto a los
paso (Pro Mundi Vita, Iglesia y población indígena en propios indios, y que por lo demás asimilaríamos toda
América Latina. 1975, p. 24). nuestra vida a la de los indígenas hasta donde la
decencia lo permitiera, con el solo fin de acercarlos a
Una «loca aventura» Dios, porque estábamos convencidas de que superarlos
en nuestra manera de vivir era alejarlos»
Laura sentía angustia ante esta situación. «Los infieles me (Autobiografía, p. 321).
duelen como verdaderos hijos». Sufría como si fuera la
madre de 400.000 hijos que andan descarriados Así empezó aquella «epopeya misionera de la mujer en
(Autobiografía, p. 221). Y en su angustia llamó alas la selva americana» para conquistar a los indios. Laura,
puertas de todo personaje importante en el país en quien por orden del obispo se llamaría en adelante
demanda de ayuda. En 1910, se dirigió por carta al propio Laura de santa Catalina de Siena, reunida con 5
presidente de la República, y en 1912 tomó la decisión de compañeras y su propia madre María Dolores (María
viajar a Roma para implorar la ayuda del papa. Sólo del Sagrado Corazón), dio inicio al amanecer del 15 de
desistió de su propósito cuando el 5 de junio del mismo mayo de 1915 a la nueva congregación misionera. La
año apareció la encíclica “Lacrimabili statu”, en la cual el cuna era el propio corazón de la selva del occidente
papa Pío X rogaba encarecidamente a los obispos de colombiano, en el sitio llamado Dabeiba. Años más
América hacer todo lo posible para mejorar las tarde escribirá en su libro La apasionante aventura de
deplorables condiciones en que viven los indígenas. Laura Dabeiba: «Éramos un puñado de locas, que emprendía
comprendió que no se hallaba sola. El papa conocía el una loca aventura».
problema y compartía su angustia. Desde aquel momento
quedó despejada toda duda respecto de su vocación: «El Como la conquista de «el dorado»
llamado de Dios a mi alma era para los indios»
(Autobiografía, p. 550). Se trataba ahora de hallar el Se ha escrito que con la congregación fundada por la
camino más conveniente. madre Laura el mundo empieza a ver lo que nunca
había visto: la mujer lanzada como misionera a las
Más de 3 años transcurrieron en esta búsqueda, hasta que selvas inmensas de América en busca de los indios, sin
el 4 de octubre de 1915 Laura se presentó al obispo de sacarlos de su propio ambiente y afrontando con ellos
Santa Fe de Antioquia. monseñor Maximiliano Crespo, los innumerables enemigos del hombre que existen en
no ya para pedirle consejo, sino para comunicarle su las selvas, y que el habitante de las ciudades ni siquiera
decisión: se iría a vivir a la selva junto con un grupo de puede imaginar. Su celo no era inferior al de aquellos
amigas. para dedicarse allí íntegramente a la primeros conquistadores que dejaron su patria y
evangelización de los indios. No podía hablarse de un marcharon a América tras el sueño de «el dorado». Sólo
proyecto inmaduro, y el obispo, que conocía bien a Laura, que ahora era un dorado de carne y hueso.
no podía dudar de su seriedad. Pero, vistas las cosas
humanamente, la empresa era una locura. Por eso el El experimento, como era de suponer, produjo
obispo trató de sugerirle otra posibilidad: ¿Por qué no conmoción en los ambientes eclesiásticos y entre los
agregarse a alguna de las congregaciones misioneras ya seglares que tuvieron noticia de él. «Algunos se
existentes? La respuesta de Laura fue desconcertante: 15 escandalizaban, otros se asustaban, otros lo criticaban y
años he estudiado las comunidades existentes en todos lo calificaban de nuevo_ e inusitado»
Colombia y algunas europeas, y en ninguna he (Autobiografía, p. 417). Era que rebasaba lo usual y
encontrado la posibilidad de una dedicación completa a exigía intrepidez. Internarse en la selva, cuando en
los salvajes. Algunas, es «cierto. se ocupan de instruir a Colombia no existían ni carreteras ni aviones, era una
los indios ya «reducidos» por los misioneros, y otras se empresa temeraria, incluso para varones, Pero el que un
ocupan sólo de los niños o las mujeres una vez que han puñado de mujeres jóvenes se fuera convivir con los
sido sacados de la selva y reunidos en algún hogar o indios, era una empresa descabellada o heroica.
escuela. Pero ninguna se encarga de sacar a los salvajes
del monte, ni menos de irse a vivir a su lado o asimilarse En esto está precisamente la originalidad de la obra de
a ellos». Todas responden: «Nuestras constituciones no la madre Laura. Es una empresa de evangelización que
nos permiten esa clase de trabajo» (La aventura misional, rompe los moldes hasta entonces conocidos. Con una
p. 25). audacia creadora propia de los grandes movimientos de
renovación, se hace precursora de métodos e iniciativas
«Expliqué a Su Excelencia —escribe Laura— que nos pastorales que sólo medio siglo más tarde se abrirán
proponíamos una regla de perfección muy estricta, porque paso en la iglesia como consecuencia del Concilio
4
Vaticano II. Pensar, organizar, fundar, vivir conforme a el Esposo cuando venga, es muy justo que la Naturaleza
estas categorías a principios del siglo, tratándose sobre les sirva de vía de comunicación con el Esposo».
todo de una mujer. es indicio de una fe profunda y de una
extraordinaria visión apostólica comparable a la de los En este contexto se comprende su famoso «pacto con
grandes fundadores en las mejores épocas de la iglesia. La las fieras». Hallándose una mañana en oración delante
originalidad de la obra de la madre Laura se reconoce del Santísimo, cuenta Laura que vio de repente como
ante todo en estos rasgos: una interminable procesión de culebras y fieras salvajes
que desfilaban delante de Dios y al mismo tiempo
1. Respeto a la persona y a las culturas formaban como una muralla infranqueable para el
trabajo apostólico de las misioneras. Pidió entonces a
Uno de los aportes más valiosos del concilio y de los Dios ordenara a aquellas fieras no hacer nunca nada a
documentos posteriores a él es que la evangelización debe las hermanas, y ella se comprometía a su vez a que su
tener como punto de partida un profundo respeto a la comunidad tampoco haría jamás daño a las fieras.
dignidad de la persona, no importa cuál sea su posición Después de aquella escena, Laura tuvo la seguridad de
social, y a las diversas culturas de los pueblos (GS 53, EN que se había sellado una especie de pacto de amistad
20, Puebla 385 ss.). Este principio es uno de los pilares en entre las fieras y las hermanas, y que podrían convivir
la obra de la madre Laura. La primera consigna que ella tranquilamente sin temores. Para no tener que contar en
da a sus misioneras es la de asimilar la vida de los detalle aquella experiencia mística, Laura se limitó por
indígenas: «No empezaremos por adoctrinar a los indios, algún tiempo a recomendar a las hermanas no hacer
sino por pasar el mayor tiempo posible oyéndolos aunque nada a las serpientes que encontraran en sus viajes
ellos digan disparates. y mostrándoles que los amamos y misioneros, pues nada tendrían que temer. Es
que para nosotros valen mucho» (Auto-biografía, p. 430). interesante saber que la congregación observa aún hoy
Como Vicente de Paúl en el siglo XVII daba por clausura día aquel «pacto», y que a pesar de haber habitado
a las Hijas de la Caridad las calles y plazas de las aldeas durante años en regiones selváticas atestadas de
en que debían hacer presente a Cristo entre los pobres, serpientes y otros animales dañinos, ninguna hermana
Laura pide a sus misioneras hacer de la selva su clausura, ha sufrido jamás lesión alguna (Autobiografía, p. 604).
hasta convertirse en «hermanas-cabras», que para salvar a La comunidad ha visto así cumplirse en ella literalmente
los indios penetran hasta las cuevas más inaccesibles la promesa evangélica (Marcos 16, 18).
(Aventura misional, p. 25). «Los indígenas son dignos de
respeto, pero casi nadie piensa que debe respetarles sus 3. Evangelización integral del indio
afectos más queridos, como son sus tradiciones y
costumbres. Ellos han preferido a través de los años las La iglesia del subcontinente latinoamericano reconoce
cuevas, la miseria y la vida de las fieras, a ceder en sus que a partir del Concilio Vaticano II ha entrado
tradiciones, usos y costumbres. Se han destruido a fuerza globalmente en un proceso de renovación y que tal
de intemperie y miseria, para no perder su independencia proceso ha comenzado por «captar las necesidades y
y sus tradiciones. Eso es muy humano. Los que pretenden esperanzas de los pueblos» (Puebla 11; 100). La
arrancarles esas cosas son crueles e irracionales». evangelización integral y liberadora. que tiene en cuenta
Por eso la madre Laura, lejos de pensar en cambiar las a todo el hombre (P. 390, 480) y busca alcanzarlo en su
tradiciones de los indios, aprendió su lengua y sus totalidad, que no repara sacrificios para asegurar a todos
costumbres y exigió otro tanto a sus misioneras, porque la condición de auténticos hijos de Dios (P. 490), es
consideraba que el testimonio personal es el primer quizá el rasgo más distintivo de esa gran parte de la
instrumento de evangelización (cf. EN 21) y debe iglesia latinoamericana que se renueva según el espíritu
manifestarse ante todo en una asimilación de la propia del concilio, de Medellín y de Puebla.
vida a la vida de los indígenas «hasta donde la decencia lo
permita». «Cada cosa que les enseñábamos la veían antes Laura no emplea el término «evangelización
practicada o reflejada en nosotras. Cada virtud se les liberadora», pero insiste en que la misión de las
enseñaba de un modo tan objetivo, que ellos mismos hermanas no se debe limitar a la evangelización y los
deducían las conclusiones de nuestras enseñanzas. De sacramentos, sino que debe incluir la «formación
todas sus astucias triunfábamos por este medio». integral» del indio. Parte de su labor es enseñarle a
cultivar la tierra, a recoger las cosechas, a adquirir y
2. Respeto a la naturaleza cuidar el ganado, y ponerlo en contacto mediante la
alfabetización con un mundo en que podrá aprovechar
Íntimamente relacionado con lo anterior es el respeto a la sus habilidades y cultivar su inteligencia. Si entre los
naturaleza, que hace de la madre Laura un alma gemela indígenas hay ya médicos, abogados, ingenieros,
de Francisco de Asís. Así escribe en su Autobiografía: profesores. sacerdotes, agrónomos, expertos en obras
«Como estas misiones deben vivir en roce constante con manuales, «es la semilla sembrada por la madre Laura
la naturaleza, y como por decirlo así su celda son los que está dando fruto», declara un cacique indígena en el
campos con sus aguas, sus peñascos, su aire y su homenaje tributado en Medellín a la madre Laura en el
vegetación, y como es posible que en ellos las encuentre centenario de su nacimiento.
5
heroicos servicios a los hombres más olvidados y
4. El «sacrificio bautistano» marginados». El recuerdo de la madre Laura, «una de
esas contadas mujeres que jalonan siglos y rompen
Un último rasgo de originalidad en la fundación de la moldes», mantenga viva en su congregación la audacia
madre Laura: cuando el arzobispo de Cartagena le pastoral de sus comienzos.
anunció que en uno de los sitios elegidos por las
misioneras sólo podrían recibir la eucaristía una vez por
año. debido a la falta de sacerdotes, la madre Laura Bibliografía
respondió que éste sería el mayor sacrificio para las - Autobiografía de la madre Laura de Santa
misioneras, pero que estaban dispuestas a hacerlo a Catalina. Editorial Bedout, Medellín 1971.
cambio de poder llegar hasta los indios, así como en otro - Aventura Misional de Dabeiba.
tiempo Juan bautista había tenido que renunciar a la - Cartas Misionales. Coculsa, Madrid 1963.
cercanía de Jesús, a quien tanto amaba, para poder - Laura Montoya. Homenaje con ocasión del
anunciarlo a los demás. En muchas ocasiones exhortó a centenario del nacimiento. Medellín 1974.
las misioneras a hacer este «sacrificio bautistano», porque - Equipo madre Laura. Reseña histórica de la
de lo contrario muchos hermanos indígenas se perderían. Congregación de Misioneras de María Inmaculada y
Santa Catalina de Siena. Medellín 1978.
Muchas congregaciones, antes y después de la madre
Laura, no aceptan puestos de trabajo en sitios donde En “Testigos de la fe en América Latina – Desde el
tengan que renunciar por tanto tiempo a la recepción de descubrimiento hasta nuestros días”, por Emil L. Stehle
los sacramentos. (ed.), Editorial Verbo Divino, Avda. de Pamplona, 41,
Estella (Navarra), 1982.
La dificultad en la administración de los sacramentos por
falta de clero llevó sin embargo a la madre Laura a tomar ISBN 84 7151 328 5
una iniciativa que en su tiempo pareció poco menos que ISBN 3 7867 0835 5, edición original alemana.
absurda. Escribió a varios cardenales y obispos que
intercedieran ante la Santa Sede para que ésta concediera -----------------------------------------------------
a las religiosas misioneras no sólo el tener el Santísimo en
sus casitas de misión, sino el poder además distribuir la “IGLESIA SINFRONTERAS – Revista Misionera
Sagrada Comunión cuando no hubiera sacerdote que Católica”
pudiera hacerlo. Después de casi 30 años de escribir sin
obtener respuesta positiva, Laura decidió dirigirse al
propio Pío XII el 1 de mayo de 1948 en estos términos:
«Quiero pedir con el mayor rendimiento a Vuestra
Santidad que nos conceda a las religiosas que trabajamos
en las misiones, el que podamos darnos la Sagrada
Comunión cuando no haya sacerdote ni la posibilidad de
buscarlo». Impulsos de este género, en uno y otro sector
de la vida de la iglesia, fueron los que prepararon muchas
de las «innovaciones» del Concilio Vaticano II, que han
contribuido a una presencia más efectiva de la iglesia en
el mundo actual, pero que para algunos grupos dentro de
la misma iglesia resultan aún difíciles de digerir.

Conclusión

Esta corta reseña da la vida y obra de la madre Laura


Montoya da una idea de la visión profética de esta mujer
excepcional. No es de extrañar que su apostolado hiciera
de ella y de su congregación un verdadero «signo de
contradicción» en determinados ambientes. No hay que
olvidar que su obra data de medio siglo antes del concilio,
y con sus sufrimientos comparte la suerte de muchos
santos. Efectivamente, la Conferencia Episcopal de
Colombia, junto con otras del continente, ha solicitado a
la Santa Sede, al cumplirse los 100 años del nacimiento
de la madre Laura, la pronta beatificación de esta «gran
mujer, sacrificada religiosa, fecunda escritora, madre y
fundadora de una congregación religiosa que hoy presta
6
Editorial como para dar testimonio, humilde y creíble, de Aquél
que se entregó para que todos tengamos vida y la
Madre Laura y los indígenas tengamos en abundancia.
-------------------------------------
El próximo 25 de abril será beatificada en Roma la Madre
Laura Montoya, una mujer que supo mirar a los indígenas
con una mirada llena de interés cristiano. Como sucede
con todos los hombres y mujeres cuya santidad es
reconocida públicamente, esta nueva beata colombiana
pasa a ser patrimonio de la Iglesia universal, que puede
ver en ella un modelo de seguimiento de Jesucristo.

De sus muchas facetas humanas y religiosas, a nosotros


nos gusta destacar precisamente la atención que ella supo
prestar a los indígenas, que en su tiempo estaban
totalmente marginados y eran despreciados por lo que se
llama la «sociedad mayor».

En nuestro tiempo, los indígenas están en una nueva etapa


de su milenaria historia, que bien se puede definir como
la de la recuperación. Muchos pueblos indígenas de
Colombia, Ecuador, Bolivia y otros países están
recuperando un nuevo protagonismo, deseosos de afirmar
su identidad social, cultural y religiosa.

Madre Laura – Misionera intrépida.

El próximo 25 de abril será beatificada la Madre Laura


Montoya, fundadora de las Misioneras de María
Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Con esa ocasión
presentamos a nuestros lectores una breve semblanza.

Laura Montoya Upegui es considerada como una de las


grandes mujeres de la historia colombiana. Mucho antes
de ser religiosa, su vida, como maestra, ya apuntaba a
influir en el acontecer de un país que se debatía
Pero tampoco este nuevo tiempo está para ellos exento de políticamente entre la tradición conservadora y las ideas
sufrimientos y peligros. El conflicto colombiano, en modernistas liberales que habían llegado de Europa. Su
especial, les está afectando de manera cruel. opción por los indígenas, a quienes se consideraba
inferiores e irreductibles, le hizo abrirse camino, en
La Iglesia, que siempre ha estado cerca de los indígenas, medio de muchas dificultades, a la misión.
tiene que saber estar también ahora a su lado, pero con un
nuevo estilo. Ellos son los protagonistas de su propia
historia. Nadie puede hacer el camino que ellos tienen que
andar con sus propios pies. Pero todos los seres humanos
y todos los pueblos necesitamos la cercanía y el apoyo de
otros seres humanos y de otros pueblos. Impulsada por el
ejemplo de la Madre Laura, la Iglesia no puede sino
alegrarse por este nuevo protagonismo de los hermanos
indígenas. Al mismo tiempo, puede y debe estar
disponible para lo que los mismos indígenas le pidan, así
7
aprendido por sí misma, ya que no había frecuentado
una escuela con asiduidad. A los diecinueve años,
comienza su oficio en la escuela superior de Amalfi.

Pasó de ser la niña débil a la adolescente valiente que se


encargaría del sustento de su familia. Siendo una mujer
bella e inteligente, su pensamiento no se detuvo en la
búsqueda de enamorarse y conformar una familia.
Lógicamente este pensamiento era extraño para la
sociedad de entonces, que veía en el matrimonio la
única opción para las mujeres. Por el contrario, ella se
ejercitaba en la doctrina católica imponiéndose la
castidad como un voto de fidelidad a Dios. Su corazón
estaba ocupado sólo con el deseo de servir y hacer
conocer y amar la fe católica.

Los inicios
Adolescencia pobre
En 1896, siendo maestra en Santo Domingo. "población
El contexto social y político en el que esta mujer se abre a encaramada en los riscos de Antioquia". empezó a
la misión es bastante estrecho y arduo. Nace el 26 de compartir con unos campesinos, que vivían a leguas de
mayo de 1874 en Jericó, población de Antioquia, distancia y que no frecuentaban la escuela. las
departamento colombiano habitado originariamente por enseñanzas del catecismo. A esta experiencia la llamó
los indígenas catíos, cunas, urabaes, entre otros, y que "los años de mi noviciado".
hoy –consecuencia de la mezcla entre estos, blancos y
negros, y las condiciones del medio– es tierra de "paisas", Su éxito como educadora era envidiable: gozaba de gran
como se conoce a sus habitantes. prestigio y respeto en toda la región. Pero en su alma
yacía el anhelo de estar sólo con su Creador. Es
Laura, hija de Dolores Upegui y Juan de la cruz Montoya, entonces cuando piensa en hacerse religiosa carmelita.
crecerá en medio de las pugnas frecuentes entre liberales En 1897, invitada por su prima Leonor Echevarría,
y conservadores, los dos partidos reinantes. Pierde a su quien había fundado un colegio, se dirige hacia
padre, dos años después de nacida, precisamente en Medellín. Trabajan juntas hasta que Leonor muere. Este
medio de la revolución conservadora suscitada en contra hecho y la discrepancia con su confesor le harían pensar
del gobierno liberal de Aquileo Parra, que había reducido en otra manera de servir a los más necesitados.
el poder de la Iglesia y quería secularizar la educación.
Atraviesa este período de su vida en medio de muchas
Esta circunstancia la separó de su madre. quien al verse contradicciones y calumnias. Se cierra el colegio en el
sola, sin dinero y con tres hijos que mantener. optó por que trabajaba y por primera vez surge la idea de trabajar
repartirlos entre sus familiares. Laura viviría a partir de entre los indios dedicándose en la selva a enseñar y a la
entonces al lado de sus abuelos maternos en Amalfi. Vive agricultura.
allí hasta los 11 años de edad. Regresa con su madre a
Medellín y por primera vez ingresa a un colegio, pero su Pese a su interés desmedido, su intención no fue bien
estancia allí duraría muy poco y pronto retornaría a casa vista. Aparecieron muchos detractores, quienes
de su abuelo. aludieron que ésa no era empresa para una mujer.

Pasará los años de la infancia, casi inadvertidamente. "Como animales"


Acostumbrada a la soledad y a ser poco mimada. Solía
divertirse en medio de la naturaleza. Había aprendido a En 1910, después de años de servicio como maestra,
descifrar a Dios en medio del universo. cuando ya contaba con 36 años, se decide por completo
a adentrarse en la selva e irse a "vivir" con los indios.
Su amor por los más débiles nace de su propia
experiencia. Había sufrido la crueldad del desprecio, los La situación del indígena frente al Estado y la sociedad
rigores de la pobreza y la orfandad, lo cual le había hecho era casi inexistente. Vivía apartado en las cimas de las
pensar que existían otros seres más abandonados y pobres montañas en condiciones precarias y proveyéndose con
que ella. lo que podía cultivar o cazar. El indígena no conocía
otra forma de contacto con el blanco que no fuera la
A los 16 años, se va a vivir con una tía en Medellín y allí, agresión; le temía y por eso prefería esconderse. Esto
en memoria de la fe de su padre, le otorgan una beca para dificultaría en principio la misión.
ingresar a la Normal. Todo lo que sabía lo había
8
Laura decide entonces acudir al Presidente, Carlos E. tratados y el ansia que muchos caciques (gamonales)
Restrepo, con el fin de que le ayude en la empresa que tenían sobre las tierras que ocupaban los indígenas.
quiere realizar. Su respuesta es satisfactoria, aunque ve
con recelo y con incredulidad que una sencilla maestra Mujeres valientes
pueda lograr "amansar" a los "salvajes" e "infieles", como
se les llamaba. Cuando regresa a Medellín, pese a todas las
oposiciones, convida a varias señoritas que quisieran
En su afán por iniciar la obra y partir lo más pronto arriesgarse, incluso a morir, en un lugar tan inhóspito.
posible, visita varias comunidades y les plantea la No existía en Laura la pretensión de fundar una
posibilidad de abrir casas en la selva. Pero las comunidad, sólo el deseo de acercarse al mundo de los
comunidades objetan la propuesta. Las misiones que todos despreciaban. Pide para la misión todo tipo de
existentes las habían abierto comunidades masculinas y ayudas: dinero, objetos, todo cuanto le sirviese para
las femeninas dependían de ellos. encauzarla.

Laura y sus compañeras (entre ellas su madre) parten el


4 de mayo de 1914; emprenden la marcha hacia el
municipio de Dabeiba, en medio de la multitud que
pretende disuadirlas de su objetivo. Les advierten las
difíciles condiciones que encontrarán, las distancias, el
hambre, la sed y las caminatas que tendrán que
soportar... Nada de esto las detiene; continúan su
camino y ascienden, no sin grandes dificultades y
padecimientos, la topografía montañosa que se abre a
sus pies. Han abandonado todo con el único propósito
de ganar la confianza de los indios y hacerles conocer el
amor de Dios.

Desconfianza

Exhaustas por la jornada a lomo de bestias, se instalan


en una casa de una sola pieza y allí comienzan sus
labores. Laura les da algunas reglas y consideraciones
para la oración. A los pocos días, abren la escuela para
varones.

Laura tendría que iniciar sola su obra. Habría de conocer


a un sacerdote, el jesuita guatemalteco Luis Javier
Muñoz, quien le recomienda iniciar la misión por el
Occidente antioqueño, en Dabeiba. También le sugiere
hablar con Mons. Crespo para obtener de él su apoyo y
aprobación.

Monseñor le ofrece su ayuda incondicional y le aconseja


realizar algunos viajes de inspección y acercamiento al
territorio indígena. Laura, considerándolo oportuno,
realiza estos viajes, entre 1912 y 1914, y confirma
dolorosamente que el pensamiento de los moradores de
aquellas regiones en nada dista del pensamiento nacional,
que consideraba al indígena como un animal. En Frontino
le dicen: "No piense en los indios son como animales".. .

Esta correría le serviría para conocer cuáles eran las


verdaderas necesidades de los indios y cómo hacerles
frente. Se dio cuenta también de la forma en que eran
9
La vasta realidad geográfica y social del lugar, las muchas
enfermedades —paludismo, úlceras, diarreas, la sequedad Pero existía aún una barrera que solo con el tiempo se
y el hambre no amilanaron a Laura ni a sus compañeras, superó. Las misioneras no hablaban la lengua de los
quienes, al contrario, permanecieron allí, en medio de la indígenas; se comunicaban con ellos por señas o
miseria moral y física, entusiastas y decididas en su mediante alguno que entendiera el español. Todo
empeño. intento de que ellos hablaran español era rechazado.

Ganarse la confianza de la comunidad de indígenas catíos Pese a las críticas, la misión tomó fuerza. Fueron los
no fue fácil. Estaban acostumbrados a ser tratados como mismos nativos los que después reclamaron la presencia
animales; por eso miraban con extrañeza a Laura y a sus de madre Laura y sus hermanas, como eran llamadas, en
compañeras. otros lugares.

"La desconfianza de los primeros (indios) —cuenta ella Para entonces, Mons. Crespo le había propuesto a Laura
misma— provenía de que, no conociendo el motivo que convertirse en congregación para poder recibir el pleno
nos llevaba a eso, no se podían explicar el cariño, la respaldo de la Iglesia. El le sugirió el nombre y en
delicadeza, el desinterés nuestro. No carecían de razón: adelante se llamarían: Misioneras de María Inmaculada
siempre habían sido tratados como mulas, u hostilizados y Santa Catalina de Siena. Sin pensarlo, Laura se
como animales peligrosos hasta el punto que ellos creían convirtió en la fundadora de una comunidad misionera,
que las gentes tenían derechos a sus vidas como ellos a cuyo fin era velar por el derecho y la protección del
las de los venados. Hasta creerse hechuras de otro Dios, indígena. El 11 de enero de 1917 quedó constituida la
sin alma y sin derechos de ninguna clase...". congregación diocesana.

La pregunta que se formulaban muchos era: ¿Cómo


estas señoritas, tan educadas y de buena familia, habían
dejado todo por hacer esto? Sin aparente respuesta,
callaban esperando que pronto regresaran a sus casas y
que esto no fuera más que una quijotesca aventura. Sin
embargo la obra crecía plenamente en medio de la
espesura de la selva y sin medios físicos con qué
sustentarla. Durante las excursiones Laura se convence
de que estas visitas no dan los frutos esperados y decide
utilizar "casitas blancas" o toldos para que las
misioneras pudieran quedarse días y hasta meses en el
lugar. La primera se instaló en Río Verde, "en un rancho
miserable en plena selva y aisladas del mundo conocido
y transitable".

Otra de las grandes dificultades que la misión encuentra


es el hecho de no poder tener la asistencia diaria del
sacramento de la Eucaristía; en ese entonces sólo el
sacerdote podía impartirla. Laura pide la compañía de
los sacerdotes, pero las difíciles condiciones y en
ocasiones la poca disponibilidad impide que se cumpla
con el requerimiento. Entonces, con la certeza de
saberse católica y obediente a la Iglesia. continúa sus
fundaciones. Sabe que la atención al prójimo también es
comunión.

Poco a poco los temores de los indios van disminuyendo. La misión sigue creciendo en medio de seguidores y
Un poco por la curiosidad, pero, sobre todo, porque estas opositores y la congregación va adquiriendo su propia
sencillas mujeres habían escogido "ser" como ellos. identidad.
Vivían austeramente, cultivaban algunos productos para
su sustento, les compartían todo lo que recibían de su En 1918 la congregación se establece en el valle del
trabajo como maestras, les ofrecían su casa, les ayudaban Murrí. En 1919 Laura se dispone a fundar la misión en
y cuidaban a sus enfermos. Fue una tarea ardua, pues los Uré, un indio anciano le había dicho que fuera a este
indígenas no superaban el miedo que tenían a los blancos, lugar:
pero la perseverancia de Laura y sus misioneras hicieron — Ve, madre, ¿sí querés buscar más almas pa tu
posible que el indígena creyera que era un ser humano y Dios?
que podía relacionarse con el mundo exterior como tal. — ¡Cómo no!, le contestó Laura.
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— Pues entonces camina a San Pedro de Uré, que
allá hay muchas y no saben de Dios nada. ¡Brutos todos
los de esa tierra!

Uré era un pueblo desconocido por todos; no existía


camino, pero allí se asentaban los descendientes de los
negros que habían sido traídos de África para trabajar en
las minas. Los indios vivían a mucha distancia en el
monte. Recibió el apoyo del arzobispo de Cartagena y
emprendió el viaje, dejando instaladas a sus hermanas
allí.

Vendrían más fundaciones. Cada nueva misión suponía


esfuerzo. Casi todas quedaban en lugares hasta donde no
había llegado nadie. Ese era el desafío: instalarse allí y
ganar a los indígenas y para los indígenas unas mejores
condiciones. Instaladas en Medellín, Laura. la superiora,
ve recorrer sus pasos a nuevas jóvenes decididas a darlo
todo. Muere el 21 de octubre de 1949 cuando tenía 75
años de edad.

Yeny Báez

En revista “Iglesia SINFRONTERAS – Revista


Misionera Católica”, No. 265, Abril 2004.

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Escaneado por Jairo A. Becerra T. – viernes 25 de febrero
de 2005, en OMNIPAGE PRO 14, y Word 2003.
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