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Los márgenes y la outstutución filosífica

César Alberto Pineda Saldaña


UNAM. Facultad de Filosofía y Letras
Licenciatura en Filosofía-SUA
cesar7alberto@comunidad.unam.mx

Resumen

Aquí se propone una lectura bífida de la institución filosófica. Se parte de una


consideración que no costará mucho trabajo admitir desde la experiencia cotidiana, a
saber, que la filosofía o parte de ella participa de ciertas estructuras institucionales o es
susceptible de ser situada en un marco institucional. La problemática que pretende poner
de relieve apunta en dos direcciones; en primer lugar, ¿cómo se institucionaliza algo?, lo
cual implica preguntar qué es lo institucionalizado –para ello se recurre a la Teoría de la
estructuración de Anthony Giddens–, en segundo término, buscará algunas implicaciones
al reverso de la institución, en lo que queda fuera de ella, lo outstituido, así como la
relación entre ambas instancias –esta exploración se hace desde una perspectiva cercana
Michel Foucault.

I. La práctica filosófica como soporte de la institución

Los estudiantes (de filosofía si se quiere) llenan los pasillos, buscan el salón que
corresponde de acuerdo con un horario preestablecido; una vez ahí, esperan que el
profesor tenga la misma información que ellos para concurrir en el mismo sitio a la hora
marcada. Por su parte, el profesor tal vez tenga que firmar antes para constatar su
asistencia en algún punto de control, quizá esté pensando en los artículos que debe
escribir, las tesis que debe revisar, o bien, cuánto de ese trabajo será delegado en
asistentes, ayudantes o secretarios. Algo queda claro, la práctica de la filosofía, al menos
en esta época, vive y es posibilitada desde cierta actividad social estructurada, instituida.
Más allá de las fronteras de esa institución ¿qué es un amante, practicante o estudioso de la
filosofía?, un transeúnte excéntrico o genial conversador en el mejor de los casos, un loco
digno de manicomio en el peor; difícilmente se le prestará atención si no es en el discurso
de las aulas, los coloquios y las editoriales, todos ellos ámbitos institucionalizados.
Esta observación empírica no agrega nueva información, tiene un mero carácter
descriptivo. La problemática comienza al preguntar ¿qué es una institución?, ¿cómo es que

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algo se institucionaliza?, ¿qué es lo que se institucionaliza?, y más aún ¿por qué? –
asimismo, queda puesta de relieve la extraña relación que guardan los procesos de
institucionalización con la filosofía, pues ésta, desde que se asumió como portadora de
razón, contribuye en alguna medida a construir el Estado y las instituciones actuales en
tanto que resultados en un proceso de racionalización, de acuerdo con la interpretación
weberiana (Weber, 2003). Sin embargo, estas cuestiones pronto rebasan los márgenes de la
filosofía y se ajustan más, por su objeto, alcance y lenguaje, a un pensamiento sociológico,
ámbito desde el que autores como Anthony Giddens han tratado preguntas similares; en
esto, resulta alentadora una indicación inicial del sociólogo británico, “la prosecución de
una investigación social puede en principio arrojar luz sobre controversias filosóficas tanto
como puede suceder lo inverso” (Giddens, 1995, p. 19).
De acuerdo con el planteamiento de Giddens “la estructuración de instituciones se
puede comprender por referencia a actividades sociales que <<se estiran>> por amplios
segmentos de espacio-tiempo” (Giddens, 1995, p. 22), las prácticas institucionalizadas son
aquellas que tienen un profundo arraigo en espacio y tiempo; a su vez, la estructura sólo
existe en una serie de actualizaciones en las prácticas, en tanto huellas mnémicas que
orientan la conducta. Para caracterizar la institución filosófica será necesario buscar –en
atención a la pregunta ¿qué es lo institucionalizado?– las actividades o prácticas sociales
propias de su ámbito que son objeto de estiramiento en el espacio-tiempo cotidiano,
permitido por cierto registro mnémico en el actuar de los participantes de la institución, el
cual se traduce en cierta conciencia práctica que permite a un agente saber cómo
comportarse en ámbitos específicos como un salón de clase, un seminario, un coloquio o
una reunión colegiada. De esta manera, “una conciencia práctica consiste en todas las
cosas que los actores saben tácitamente sobre el modo de <<ser con>> en contextos de
vida social sin ser capaces de darles una expresión discursiva directa” (Giddens, 1995, p.
24).
Se puede observar que la vida social, la cual incluye a toda socialización de la
actividad filosófica, tiene una naturaleza recursiva sobre una rutunización que se extiende
en el espacio-tiempo. Aquello que es recreado continuamente en la rutina constituye las
propiedades estructurales de la actividad social, y para su actualización cotidiana
requieren de sedes, en tanto que escenarios de interacción. “<<Estructura>> se puede
conceptualizar abstractamente como elementos normativos y códigos de significación: dos
aspectos de reglas” (Giddens, 1995, p. 32) –en esto comienza a perfilarse cierta relación
con las temáticas de Foucault. Para que dicha estructura pueda recrearse en la vida

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cotidiana necesita de ciertos recursos, los cuales “son medios a través de los cuales se
ejerce poder, como un elemento de rutina de la actualización de una conducta en una
reproducción social” (Giddens, 1995, p. 52); hay dos tipos de recursos, los de autoridad –
coordinación de la actividad de los agentes– y de asignación –control sobre productos,
materiales o aspectos del mundo material.
Ahora bien, la estructura o sus consecuencias escapan a la voluntad o intención de
los agentes, por ejemplo, “una pauta de segregación étnica acaso se desarrolle sin que
ninguno de los interesados tenga la intención de que ello ocurra (Giddens, 1995, p. 47); la
sumación de actos lleva a un efecto de composición cuyo resultado escapa a la voluntad. A
partir de estas indicaciones, no hay que preguntar si los agentes, especialmente aquellos
que están en una situación de poder en el interior de las instituciones, tienen la intensión
de excluir, segregar o violentar a ciertos grupos sociales, muy probablemente dirán que no,
y es muy posible que sea verdad, sin embargo, el resultado final de la estructura sí que
puede ser excluyente; es preciso interrogar no a los sujetos sino a las estructuras.
Las propiedades más profundas involucradas en la reproducción de totalidades
societarias son principios estructurales, “y las prácticas que poseen la mayor extensión
espacio-temporal en el interior de esas totalidades se pueden denominar instituciones”
(Giddens, 1995, p. 54) –habría que investigar en qué medida la institución filosófica, como
cualquier otra, contribuye a la reproducción de una totalidad societaria, un gesto cercano a
Althusser. Una de las principales tesis de la Teoría de la Estructuración es que “las reglas
y los recursos que se aplican a la producción y reproducción de una acción social son, al
mismo tiempo, los medios para la reproducción sistémica” (Giddens, 1995, p. 55), las
propiedades estructurales son tanto un medio como un resultado.
Tenemos que los aspectos institucionales son las propiedades estructurales de
sistemas sociales; las estructura(s) son las reglas y recursos que se organizan como
propiedades del sistema, el cual se define a su vez como las relaciones reproducidas entre
actores en prácticas sociales regulares; la estructuración es un proceso integrado por las
“condiciones que gobiernan la continuidad o transmisión de estructuras y, en
consecuencia, la reproducción de sistemas sociales” (Giddens, 1995, p. 61). Entre la
estructura y la interacción median las modalidades, cada uno de estos tres ámbitos tiene
tres dimensiones a su vez; significación, dominio y legitimación para estructura;
comunicación, poder y sanción para interacción; esquema de comprensión, facticidad y
norma son las modalidades, las cuales hacen que las aptitudes de entendimiento de los
agentes se refieran a rasgos estructurales.

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La dimensión de significación integra órdenes simbólicos y modos de discurso en un
orden institucional; la dominación, inherente a cualquier agrupación social, incluye
instituciones políticas (autorización de recursos) y económicas (asignación de recursos).
Los códigos de significación tienen su raíz en las prácticas cotidianas, repetidas, estos
“órdenes simbólicos y modos de discurso asociados son un lugar institucional privilegiado
para la ideología” (Giddens, 1995, p. 68), la cual se integra por las asimetrías de
dominación que conectan una significación con la legitimación de intereses sectoriales;
finalmente, la legitimación es la codificación formal, regulación normativa que comprende
instituciones jurídicas. La práctica de los actores, regulada y prediseñada por un marco
institucional, está siempre delimitada por sus motivaciones, en buena medida
inconscientes, y por las consecuencias no buscadas de sus acciones; una de las principales
tareas de la ciencia social es “la investigación de esos límites, la importancia de las
consecuencias no buscadas para una reproducción sistémica y las connotaciones
ideológicas que esos límites tienen” (Giddens, 1995, p. 307), en estos términos, la medida
en que el trazado y práctica institucional de la filosofía contribuye a una reproducción
sistémica de la sociedad con connotaciones ideológicas es un terreno fértil para la
investigación, no debe confundirse con las implicaciones ideológicas en el discurso, algo
que ya se ha estudiado con mayor amplitud.
Por otra parte, la institución necesita sedes, ejercer el uso de espacios para proveer
escenarios de interacción reiterada en el espacio-tiempo; la forma de las fronteras que
definen una región con marcadores físicos o simbólicos se define como formas de
regionalización. La regionalización tiene centros y periferias; quienes se encuentran en los
centros ejercen su control sobre los recursos, lo cual “les permite mantener
diferenciaciones entre ellos y quienes habitan regiones periféricas. Los establecidos
pueden emplear una diversidad de formas de clausura social para mantener la distancia de
otros que de hecho son considerados como inferiores o extraños” (Giddens, 1995, p. 163)
–un simple cubículo podría ser ejemplo de ello.
Las dimensiones espaciales también facilitan especificar rutinas y asignar tareas; “lo
mismo que todas las variedades de organización disciplinaria, la escuela opera en el
interior de fronteras cerradas, y sus bordes físicos están separados con mucha claridad de
la interacción cotidiana de afuera. Una escuela es un <<contenedor>> que genera poder
disciplinario” (Giddens, 1995, p.166). La proximidad con el planteamiento de Foucault en
este punto es hecha explícita por el mismo Giddens, “según Foucault, el foco de un poder
disciplinario es la manipulación del cuerpo mirado en lo esencial como una máquina que

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se puede sintonizar con fineza” (p. 176). En otras palabras, aquí no se trata del control o
intención que se puedan tener sobre el discurso filosófico en sí, sino de la llana y
aparentemente inofensiva praxis cotidiana.
Mirar la filosofía desde su práctica abre nuevas posibilidades conceptuales,
adelantadas ya por Althusser (1980), para quien poner al descubierto la existencia de un
exterior a la filosofía fue uno de los grandes aportes del marxismo, ésta se debe a dicho
exterior, el cual es la práctica, ligada necesariamente a una ideología.“La práctica es
aquella otra cosa a partir de la cual, no sólo se puede hacer tambalear a la filosofía sino
más aún, gracias a la cual podemos empezar a ver claro en el interior de la filosofía”
(Althusser, 1980, p. 17).

II. La praxis outstituyente

Sin embargo, hasta aquí se ha descrito la institución en su pleno sentido positivo, es


decir, como lo que es y forma parte de hecho de lo in-stituido. Resta caracterizar lo que
sistemáticamente busca mantenerse fuera, o bien, lo que está fuera de la institución y
eventualmente puede in-stituirse. Con este fin se propone el término outstitución, cuya
praxis puede bifurcarse para connotar tanto las actividades instituidas que mantienen a
otras actividades al margen de la institución (outstitución centrífuga, “O→”) como las
que, desde fuera, buscan o empujan de la periferia hacia el centro con la posibilidad de
estructurarse como in-stituidas (outstitución centrípeta, “O←”), para lo cual necesitarían
seguir el proceso expuesto por Giddens.
De esta manera, Foucault (1999) habría comenzado a dar cuenta de los
procedimientos que aquí se entienden como outstituyentes, al describir el control del
discurso ejercido a través de procedimientos de exclusión, los cuales no son discursivos en
sí, sino que tienen un perfil netamente práctico, el cual se podría especificar como “O→”.
El control de la práctica discursiva, entendida como epicentro de la producción filosófica,
cuenta con tres prohibiciones que se cruzan, refuerzan y compensan: tabú del objeto,
ritual de circunstancia y derecho exclusivo del hablante, todas ellas externas al discurso y
están sustentadas por un sistema de instituciones; también hay sistemas internos del
discurso: comentario (hacer pensar que el discurso nace nuevo e inocente en cada
comentario), el autor (como foco de coherencia e identidad de un discurso) y la división
en disciplinas (necesario que el discurso responda a condiciones, cumplir con complejas y
grandes exigencias en una reactualización permanente de las reglas).

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Otro grupo de procedimientos para el control del discurso determina las condiciones
de utilización, son ritualizados y selecciona a los sujetos que pueden hablar: sociedades de
discursos (distribuyen y circulan discursos con reglas estrictas), doctrinas (implican una
doble sumisión, de los sujetos que hablan a los discursos y de los discursos a un grupo) y
adecuación social del discurso; Foucault subraya que todo sistema de educación es una
forma política de mantener o modificar la adecuación de los discursos con los saberes y
poderes que implican, los sistemas de enseñanza son ritualización del habla, cualificación
y fijación de las funciones para los sujetos que hablan, son institución al mismo tiempo
que outstitución.
En cuanto al discurso filosófico, no se trata de buscar un juego de tradiciones
instituidas, la tradición es en sí misma un concepto de la “O→”, a partir la idea de
tradición “se pueden aislar las novedades sobre un fondo de permanencia, y transferir su
mérito a la originalidad, al genio, a la decisión propia de los individuos” (Foucault, 1983,
p. 34), con lo cual se des-potencia la “O←”. Por su parte, la institución buscaría la
producción de una unidad discursiva en tanto que “juego de las reglas que hacen posible
durante un periodo determinado la aparición de objetos, objetos recortados por medidas de
discriminación y de represión (Foucault, 1983, p. 53). El discurso está constituido por
leyes de posibilidad, no por cosas, hechos u objetos, por lo que no tiene un carácter lógico
o gramático, esas leyes, como cualquier otra ley, forman parte del epicentro de la
institucionalización; todo enunciado supone otros, tiene en torno suyo un campo de
coexistencias, el cual es institucionalizado, preexistente. “El régimen de materialidad al
que obedecen necesariamente los enunciados es, pues, del orden de la institución más que
de la localización espacio-temporal: define posibilidades de reinscripción y de
transcripción (pero también de umbrales y de límites) más que de individualidades
limitadas y perecederas” (Foucault, 1983, p. 173).
De acuerdo con las indicaciones de Giddens, lo que se institucionaliza son las
prácticas, y en la filosofía se trata de la práctica discursiva, la cual “es un conjunto de
reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio que han
definido en una época dada, y para una área social, económica, geográfica o lingüística
dada, las condiciones de ejercicio de la función enunciativa” (Foucault, 1983, p. 198).
Foucault recuerda que el discurso en un bien en condiciones de apropiación y empleo, por
lo que es objeto de una lucha política. Los juegos discursivos instituidos son posibles a
partir de elecciones que obedecen a instancias de decisión, elecciones teóricas realizadas
efectivamente que dependen de otra instancia, a saber, “un campo de prácticas no

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discursivas” (Foucault, 1983, p. 111); es aquí donde habría que rastrear los vínculos entre
institución discursiva y reproducción de una totalidad sistémica.
Por otro lado, no todos los juegos posibles de objetos, conceptos, temas y teorías se
han realizado, “hay no pocos conjuntos parciales, compatibilidades regionales,
arquitecturas coherentes que hubiesen podido ver la luz y que no se han manifestado”
(Foucault, 1983, p. 109); son una especie de subsuelo de la institución, o bien, una
outstitución latente. Detrás de la fachada del sistema está la rica incertidumbre del
desorden, bajo la superficie del discurso, un devenir silencioso, “discurso y sistema no se
producirían –y conjuntamente– sino en la cima de tan inmensa reserva” (Foucault, 1983,
p. 126); tal reserva estaría en juego con la “O←” –las humanidades digitales podrían ser
un ejemplo.
La praxis instituyente y outstituyente de tipo centrífugo es relativamente fácil de
dilucidar para cualquiera que se desenvuelva cotidianamente en un ámbito filosófico; en
cambio, la “O←” no es tan clara, pues se encuentra fuera de los reflectores y se caracteriza
por carecer de todo un soporte institucional, su estudio podría arrojar nueva luz para
revitalizar la práctica de la filosofía, y podría implicar nuevas formas de liberación
política. No se trata de desarticular o atacar dogmáticamente lo instituido, ya que es un
ámbito de posibilidad para la filosofía –aunque otros podrían argumentar las ventajas de
un anarquismo epistemológico (Feyerabend, 1989) al dejar totalmente abiertos los
criterios de producción teórica–; sin embargo, para una actividad que se precia de ser el
pináculo de la reflexividad humana, es necesario cuestionar si la estructuración de
instituciones filosóficas, a pesar de las mejores intenciones que se puedan tener no
contribuye a reproducir sistemas autoritarios, excluyentes, y por ende, muy poco
filosóficos.

__________
REFERENCIAS

- Althusser, L. (1980). Filosofía y lucha de clases. Madrid: Akal.


- Feyerabend, P. (1989). Contra el método: esquema de una teoría anarquista del
conocimiento. Barcelona: Ariel.
- Foucault, M. (1983). La arqueología del saber. México: Siglo XXI.
- Foucault, M. (1999). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.
- Giddens, A. (1995). La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la
estructuración. Buenos Aires: Amorrortu.
- Weber, M. (2003). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. México: Fondo de
Cultura Económica.

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