Vous êtes sur la page 1sur 298

M.

Wheeler
Arqueología de campo

Fondo de Cultura Económica


SECCIÓN DE ÜBRAS DE ANTROPOLOGÍA

ARQUEOLOG1A DE CAMPO

)
)
Traducci6n de
JosÉ fans LoRENZo

Revisada por
LAURO JosÉ ZAvALA
Sm MORTIMER WHEELER

ARQUEOLOGIA
DE
CAMPO
Primera edición en inglés, 19S4
Primera edición en español, 1961
Primera reimpresión, 1978
Segunda reimpresión, 1979

Título original en inglés:


Archaeology from the Earth

© 1954, Oxford University Press, Londres

D.R. © 196-1 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Av. de la Universidad, 975. México 12, D.F.
EDICIONE� F.C.l. ESPAÑA, S. A.
Vía de los Poblados, s/n. (Edif. lndubuilding). Madrid-33

I.S.B.N.: 84-375-0153-9
Depósito legal: M-2187-1979
Impreso en España
Quand le sol aura été interrogé, il répondra.

L'ABBÉ COCHET
PREFACIO
HACE ALGO así como un cuarto de siglo que comencé a escribir
este libro. Ahora sé menos de lo que sabia entonces y en las pá­
ginas que siguen probablemente voy a recomendar con más fre­
cuencia qué es lo que no hay que hacer más bien que qué es lo
que debe hacerse. Así es, quizás, como debe ser. Y he de insistir
en que el mal trabajo de campo acarrea, generalmente, la estéril
destrucción final de las pruebas; infortunadamente esta mala pre­
paración prevalece demasiado. En cuanto a lo positivo, describo
ciertos métodos y principios. los que, sobre la base de experiencias
y de muchos errores, he encontrado que son menos dañinos que
otros que han sido empleados. Muchos de los métodos y princi­
pios aquí seleccionados provienen del general Pitt Rivers, quien
fuera el mejor de todos los arqueólogos de campo. Otros más los
he tomado de colegas y de los trabajadores que he empleado en
varias partes del mundo. Unos cuantos pueden ser de mi propia
invención. Se ofrecen aquí no como leyes, sino como las notas y
reminiscencias de una larga y variada experiencia en los quehace­
res arqueológicos. Me he abstenido, lo más posible, de examinar
los aspectos de la arqueología de campo en los que yo no tengo
un buen conocimiento de primera mano. El uso repetido del
primer pronombre personal es para recordar al lector que por lo
menos algunas de las limitaciones de este ensayo son reconocidas
por el autor.
Si algún tema va a unir las páginas siguientes, es éste: una insis­
tencia en el que el arqueólogo no desentierra cosas, sino gentes. Si
los trozos y piezas con los que trabaja carecen de vida para él, si no
tiene sentido de lo normal, más valiera que hubiese buscado otra
disciplina por oficio. Sobre esto he de decir más en el primero
y en el último capítulos; por ahora hay que aclarar, de una vez
por todas, que éste es un libro de sabor terroso, no apto para
manos oficinescas. Ni por un instante, naturalmente, pretendo
que la pala sea más importante que la pluma; son instrumentos
gemelos; pero, en este asunto de excavar, la mente directiva debe
tener, en un grado desarrollado, esa vigorosa calidad en tres di­
mensiones que es menos inmediatamente esencial a algún otro
tipo de investigación. En forma muy simple y directa, la arqueo­
logía es una ciencia que debe ser. vivida, "sazonada con sentido
humano". La arqueología muerta es el polvo más seco que pue­
de soplar.
-[ 7 ]-
8 ARQUEOLOGlA, DE CAMPO:
La sustancia de este libro resulta de lo que fueron las "Con­
ferencias Rhind" que ofrecí en 1951. En su preparación conté
con dos estímulos que aquí reconozco públicamente: el de la
Srta. Kathleen Kenyon, mi colega y crítica inmisericorde durante
muchos años; y el de la Srta. Theodora Newbould, que impla­
cablemente me empujó de capítulo en capítulo y no puede des­
�onocer parte de la responsabilidad en el resultado. Por el permi­
so de . reproducir ilustraciones, doy gracias a la Sociedad de
Anticuarios de Londres, al Museo del Louvre, a la Sociedad Pre­
histórica, al editor de Antiquity, a la Escuela Británica de Arqueo­
logía Egipcia, el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago
y a lasEscuelas Americanas de Investigación Oriental.
R.E.M.W.
Instituto ele Arqueología
Universidad de Londres
1952
I
INTRODUCCION

No HAY una forma correcta de excavar, pero sí muchas erróneas.


Entre las últimas, indudablemente, nuestros sucesores incluirán
muchas de las que hoy consideramos relativamente buenas, de
acuerdo con el principio natural según el cual cada generación
se permite considerar inferior lo alcanzado por sus predecesoras.
Esta actitud es, con frecuencia, bastante injusta. Antes de cubrir
indiscriminadamente de desprecio a nuestros antepasados que
carecieron de guías, hemos de tener, al menos, la honradez de
dasificar sus defectos y hacer la diferenc4! entre culpabilidad y
falta de madurez. No produce ningún provecho culpar a Jerjes
por no haber desplegado torpederos en Salamina, o a Napoleón por
atacar los cuadros británicos con caballería en vez de hacerlo
con ametralladoras. Tampoco, siguiendo con la misma idea, po­
demos culpar honradamente a un excavador de túmulos de los
principios de la Era victoriana en Inglaterra por la omisión del
sistema tridimensional en sus anotaciones. Pero hay mucho,
demasiado, en excavaciones arqueológicas recientes, que no al­
canza las más altas pautas de que disponemos y, por lo tanto,
merece que se le censure. En el mejor de los casos, excavación
significa destrucción; y a la destrucción que no esté mitigada por
todos los recursos del conocimiento moderno y de la experiencia
que se ha acumulado, nunca se le podrá impugnar todo lo que se
merece.
En las páginas siguientes he de llamar la atención, de vez en
cuando, a los crímenes no menos que a las virtudes de mis contem­
poráneos y predecesores, con pleno conocimiento de que, como
miembro de la hermandad, yo soy, por lo mismo, un blanco
vulnerable.
Y cuando en el curso de esta obra se sugieran algunos métodos
como preferibles a otros en ciertos casos, estoy cediendo a la re­
miniscencia, no estableciendo reglas inflexibles. Durante treinta
años mi tarea ha sido exhumar antigüedades en países diversos y
circunstancias varias: en este lapso he tratado de aprovechar la
experiencia y la crítica. Pero ambas carecen de un hasta aquí, y
no me queda duda alguna de que, a medida que voy escribiendo,
mayores experiencias y críticas surgen y consolidan o eliminan
-[ 9 ]-
10 ARQUEOLOGfA DE CAMPO;
lo que he asentado. ¿Cómo podría ser de otra manera? Pánta
rei. No es posible bajar por la misma corriente dos veces, dijo el
filósofo.
Actualmente no es meta fácil, por cierto, mantener un jll'Sto
equilibrio entre el propósito y el método en este asunto de desen­
terrar el pasado. El despliegue de técnicas puede oscurecer el
objetivo; cuando mejor resulta, hay un progreso a saltos. Los
intentos de carácter semifilosófico para regular las prioridades, no
siempre son de mucha ayuda. ¿Qué es en realidad la Arqueolo­
gía? Yo mismo no lo sé, a ciencia cierta. Se han escrito tesis para
demostrar qué es Esto y Aquello o qué no es Aquella Otra Cosa;
por ejemplo, si el lector lo desea, puedo remitirlo a un laborioso
análisis con una bibliografía de 612 publicaciones, editado en
1948 por un norteamericano, que es exponente de la situación.1
Podría dudarse si importa todo esto realmente en nuestro diario
trabajo. Debemos estar contentos con ver que la yerba es verde
sin comprender los misterios de la clorofila, o intentar distinguir,
con excesiva listeza, entre botánica y química; podemos apreciar
la Sinfonía Inconclusa sin un profundo conocimiento de la-física
de las ondas vibratorias que llaman sonido. Yo ni siquiera sé si la.
Arqueología ha de ser descrita como un arte o como una ciencia;
sobre este tema volveré a hablar en el capítulo último. Pero por
lo menos es bastante claro que la Arqueología depende cada vez
más de una multitud de ciencias y que ella misma adopta cada
vez más también, la metodología de una ciencia natural. Hoy
tiene conexiones con la física, la química, la geología, la biología>
la economía, las ciencias políticas, la sociología, la climatología, la
botánica y no sé cuántas más. Como ciencia, es ante todo un
proceso de síntesis; y si preferimos considerarla como un arte o
incluso una filosofía, aún tenemos que afirmar que se trata de
una integración de fenómenos relacionados con el hombre, obser­
vados y analizados científicamente; continúa, pues, siendo una
síntesis. No hay definiciones, simplemente hay descripciones, y
hasta ahora éstas son incompletas. Al proseguir hacia nuestro
objetivo, que es el estudio de las culturas humanas, no nos ayu­
dará mucho el emplear tiempo e ingenio en los encantos acadé­
micos de la definkión.
Pero hay una condición señera en nuestro trabajo a la que
debo dar énfasis desde el primer momento. Pertenecemos, algu­
nos de nosotros, a una generación que ha participado activamente
1 Walter W. Taylor: A Study of Archaeology, American Anthropological
Association, Memoir N9 69 ( Indiana University, 1948).
INTRODUCCióN u
en dos guerras. Los ejemplos de orden militar no nos son, pues,
completamente extraños. Por consiguiente, debo hacer ver que
al menos en un aspecto vital, hay un símil entre la esfera militar
y la de la arqueología, similitud que es recurrente y por demás
ilustrativa. La analogía reside -bastante extrañamente como
entre lo muerto y lo mortal- en la humanidad subyacente de
ambas disciplinas. El soldado, por su lado, lucha no contra un
bloque de zonas coloreadas en un mapa militar, sino contra otro
ser humano, de diferente idiosincrasia pero distinguible, la cual
ha de comprenderse y tomarse en cuenta ante cada reacción,
ante cada maniobra. Del mismo modo y como ya se instó en el
prefacio, el arqueólogo excavador no debe desenterrar cosas,
debe exhumar gentes. Por mucho que pueda analizar, tabular
y disecar sus descubrimientos en el laboratorio, la conexión fi­
nal a través de las edades, ya se trate de un intervalo de 500 o
500 000 años, es de una inteligencia a otra, de un hombre sen­
sible a otro hombre igualmente sensible. Nuestras gráficas y
fichas nada son si finalmente no significan eso. De nuestros frag­
mentos y piezas podemos decir, como dijo Marco Antonio en el
mercado: "No sois palos, no sois piedras: sois hombres." Una
perogrullada que he descubierto es necesario insistir al estudiante
y ciertamente a mí mismo, es que la vida del pasado y la del pre­
sente, aunque son distintas, forman un contínuum, y la Arqueolo­
gía, en tanto que es ciencia, debe ser una ciencia que ha de
considerarse como algo vivo: en realidad, ella misma debe ser
vivida si queremos que forme parte de una viva realidad.
Permítaseme, por un momento, ampliar este punto. He dicho
que no podemos entender propiamente el pasado si no tenemos
una viva simpatía para el material humano que representan sus re­
liquias. Por ejemplo, no podemos comprender el mecanismo es­
tructural de un antiguo túmulo si no somos capaces de proyectar
sobre sus detalles una imaginación racional que los comprenda y
les dé vida. Si dejamos de hacer esto, no somos humanistas, sino
meros coleccionistas de minucias de desecho que casi nada signi­
fican. Mejor estaríamos empleados en coleccionar boletos de auto­
bús, ocupación que por lo menos no acarrea daños a la evidencia
científica. Y, ya que he mencionado los túmulos, déjeseme llevar
mi ejemplo un paso más lejos. Nadie ha hecho más, para investi­
gar las costumbres funerarias en los entierros de nuestra Edad de
Bronce, que Sir Cyril Fox durante una larga serie de excavaciones
como Director del Museo Nacional de Gales. Un ejemplo, en
particular, acude a mi memoria. Hace muchos años, Fox y yo
12 ARQUEOLOGtA DE CA...\1PO:

íbamos chapaleando a través de un desolado marjal galés, cuando


llegamos a un pequeño túmulo situado dentro de un montículo
de forma anular. El Dique de Offa llegaba resueltamente hasta el
borde del anillo y luego, por el otro lado, seguía con la misma
determinación, pero con distinta orientación. El Conjunto estimu­
ló el ya despierto entusiasmo de Fox y una o dos semanas después
se encontraba seriamente haciendo excavaciones en aquel lugar. El
montículo había desaparecido ya y Fox se había situado espiritual­
mente entre sus constructores. Casi estaba físicamente presente
en el ritual, en el procedimiento verdadero del enterramiento. Cito
aquí sus propias palabras:
Bajo el centro del montículo había una fosa, grande y de mar­
cada profundidad, en el piso de la cual yacía el esqueleto de un
hombre adulto. Para facilitar, fácil y dignamente, el acceso a la se­
pultura, se había cortado un pasaje en declive en la parte norte,
desde el nivel del suelo. Rodeando la zona de enterramiento había
una trinchera circular, también con entrada en declive y en el mis­
m_o lado. Pero no tenía salida: el área alrededor de la sepultura esta­
ba aislada. Las conclusiones sacadas de estos hechos fueron que
la casa del muerto estaba en el lado norte del lugar escogido para
su inhumación; que había sido cargado ceremonialmente por amigos
o parientes hasta allí y adentro de la trinchera: que a aquellos que
cargaban el cuerpo no les estaba permitido entrar en el área consa­
grada alrededor de la sepultura, pero que las personas encargadas
de llevar a cabo los ritos del enterramiento estaban esperando a los
portadores al otro lado de la trinchera. El cuerpo se pasó por enci­
ma de ella y aquellas personas descendieron con el cuerpo dentro
de la sepultura.2
Lo que a nosotros importa aquí ahora no es, naturalmente, el
episodio particular que he citado, sino el acto creativo de imagina­
ción razonada que se empleó en hacer o rehacer el hecho. La
interpretación de Fox puede no ser correcta en todos sus detalles;
en ningún caso los hechos objetivos en los que se basa están com­
pletamente registrados, y su interpretación puede ser reformada ·
a la luz de conocimientos más completos. Lo notable es que estos
hechos fueron infundidos con bastante inteligencia; salen del ce­
rebro de Fax como entidades tridimensionales. Contrastan con el
informe del excavador rutinario. Año tras año, individuo tras in­
dividuo, una sociedad letrada tras otra, todos estamos divulgando
y catalogando nuestros descubrimientos prosaicamente. Con de-
2 C. Fox y Bruce Dickins: The Early Cultures of North-West Europe
lCambridge, 1950), p. 54.
INTRODUCCIÓN 13
rnasiada frecuencia desenterramos meras cosas, irnpenitentemente
olvidadizos de que nuestro fin real es sacar a luz a determinadas
gentes.
Lo mismo sucede con las antiguas fortificaciones. No es por ac­
cidente que los que encabezan su interpretación hayan sido con
tanta frecuencia soldados; el general Roy, por ejemplo, en el si­
glo xvm; el general Pitt Rivers, los colegas de Napoleón III y los
distinguidos oficiales que formaban la Comisión Alemana del
Limes en el siglo XIX. Nuestras colinas fortificadas, corno Leland
había notado hace tiempo, son las obras de "hombres de guerra";
y su estudio pide la viril chispa de la mente militar. No es un
mero aspecto lateral del estudio de culturas escurridizas y cruci­
gramas de cerámica: ambas, hay que añadir, son preocupaciones
admirables y esenciales, a la vez que encantadoras una vez ter­
minadas.
Pero baste, por ahora, este terna general de introducción. Me
ha tornado algún trabajo poner énfasis desde el comienzo en el
principio vital, ya que mucha de la sustancia de los capítulos si­
guientes se refiere a huesos secos, a procedimientos, y a la extrac­
ción de las pruebas más que a su interpretación. Es de desear
que, aunque así sea, su contenido tenga algún ligero interés más
allá del limitado alcance de los practicantes de la arqueología.
Hoy, difícilmente podernos tocar la historia sin rozar siquiera la
arqueología; y para la mayor parte de la existencia humana no po­
dernos tocar la historia en lo absoluto. La prehistoria es mil veces
más larga que la historia, empleando los términos aisladamente.
Así pues, el estudio apropiado de la humanidad contiene una
cantidad desproporcionada de arqueología; y, a no ser que el lec­
tor tenga más fe en los profesores de la que yo tengo, él demanda­
rá, y con mucha razón, que le muestren algo así corno sus creden­
ciales. ¿Cómo traba;a la arqueología? Sabernos que el historiador
va a sus documentos y a sus inscripciones. ¿En qué se basa el pre­
historiador? En estos capítulos haré un intento para indicar, prin­
cipalmente sobre experiencias personales, algunas partes de la
maquinaria, más bien complicada que sencilla, con la que él extrae
sus pruebas de la tierra.
II
ASPECTO HISTóRICO

PRIMERO, quizá sea útil ver algo del desarrollo de la técnica de ex­
cavación arqueológica durante el siglo pasado y así establecer,
aunque sumariamente, una perspectiva para nuestro tema. No
aprovecharíamos mucho si proyectásemos el asunto más allá de la
Era victoriana y seguir a otros en una discusión general de la evo­
lución del pensamiento anticuario consciente, desde el tiempo del
Renacimiento o antes. Lo que aquí nos atañe es la excavación
metódica para obtener información sistemática. No es el remo•
ver la tierra en busca de huesos de santos y de gigantes, o de arma•
duras de héroes o, simplemente, a caza de tesoros. Para nosotros
no tiene importancia que allá en el siglo XII los monjes de San
Albano * estuviesen excavando, anotando y santificando los restos
de un padre sajón en Hertfordshire; ni siquiera las primeras ca•
las de los curiosos en sitios como Pompeya o Herculano son de
estricta importancia para el tema, aunque sin lugar a dudas tu•
vieron su parte como estímulo para la búsqueda subterránea in
partibus. Cierto es -una verdad más extraña que una ficción­
que en época tan temprana como 1784, un futuro presidente de
los Estados Unidos de Norteamérica estaba ya llevando a cabo,
en Virginia, una excavación de sorprendentes lineamientos mo­
dernos: la primera exploración científica en la historia. de la
arqueología. Este estupendo episodio será descrito en un capítulo
futuro (p. 54). Dicho episodio fue único, y no sólo en su tiem­
po, sino durante mucho después. Creo que sería mejor comenzar
aquí con un incidente de tipo común.
El caso que he escogido sucedió en los cuarentas del siglo XIX,
decenio que fue más fructífero que ningún otro, tanto dentro de
Inglaterra como en cualquier otra parte, por la fundación de nue­
vas instituciones que harían adelantar nuestra ciencia. En In­
glaterra y Gales se estaban formando, por todos los medios, nue­
vas asociaciones de anticuarios. El fin de la década se marcó
por la cesión de las colecciones de la Sociedad de Anticuarios de
Escocia a la Corona, y por el establecimiento de una Sección
especial de Antigüedades Británicas y Medievales en el Museo
Británico. "Desde un período no muy lejano -escribía un ob­
servador contemporáneo- el estudio de las antigüedades ha pa-
• Distrito municipal de Inglaterra, al noroeste de Londres. [E.]
-[ 14 ]-
ASPECTO HISTóRICO 15
sado, según el consenso popular, del desprecio a una relativa
honra." 1 Y estaba de acuerdo con el espíritu de los nuevos tiem­
pos el que en un día de agosto de 1844, en una desconocida
colina de Kent sobre el valle de Maidstone, se reuniesen un
grupo de encopetados miembros de la nobleza y de la alta bur­
guesía locales, reforzados por unos doce o catorce peones, quie­
nes procedieron a cortar un profundo tajo a través de un alto
montículo romano-británico.
Fue trabajo de cuatro largos días [nos informa el documento
contemporáneo] el hacer una perforación completa a través del
túmulo, pero nosotros, que no éramos excavadores en absoluto, hi­
cimos lo que mejor pudimos para entretenemos a la mayor satis­
facción de todo el grupo. . . Un copioso abastecimiento de provisio­
nes había sido procurado para comer en la colina, y permanecíamos
cerca del montículo todo el día, mirando y dirigiendo las operacio­
nes. . . Nos ingeniamos para pasar el rato, en los intervalos entre la
excavación y el picnic, con juegos de diversos tipos. . . y en otras
clases de entretenimientos. La temporada era, afortunadamente,
exquisitamente buena, y sólo en una o dos ocasiones fuimos visitados
por un fuerte chaparrón del suroeste, cuando el único refugio que
teníamos era el proporcionado por el hoyo que nosotros mismos
habíamos excavado. . . en él nos las arreglamos para entrelazar
paraguas y sombriIIas -parecido a lo que se dice hacían los solda­
dos romanos, que juntaban sus escudos cuando atacaban una for­
taleza- para así formar un techo, relativamente aceptable, sobre
nuestras cabezas . . .2
Los grabados en madera (véase Lám. I ) hablan por sí mismos.
Este fue el sentido de alegre aventura que empujó a nuestros
bisabuelos en los comienzos de un interés popular a los trabajos
arqueológicos en el campo. Pero no debemos desdeñar dicho espí­
ritu. De esta clase de personas salieron, naturalmente, los verda­
deros aficionados ( ¡santa palabra! ) o meros curiosos espectadores.
Pero su curiosidad fue la crisálida de la opinión culta de la cual, en
el momento propicio, la moderna arqueología iba a surgir y a
tomar vuelo. De la misma clase eran las damas y caballeros que
un poco más tarde iban a congregarse con sus carruajes contem­
plando cómo el canónigo Greenwell excavaba un montículo en
la ondulada campiña de Yorkshire. El canónigo, hombre muy no­
table, era capaz, a la edad de 97 años, de pescar su salmón, y
1 "Introductory Address', por E. Oldfield al [Real] Instituto Arqueológico
(fundado en 1 884), Arch. Joum., IX, 1852, l.
2 Gentleman's Magazine (diciembre, 1852), p. 596.
16 ARQU�OLOGIA DE CAMPO:

aquellos que tenemos el buen sentido de aficionarnos a la pesca


nos tienen sin cuidado nuestros intereses más profundos, si no
podemos encontrar una "Gloria de Greenwell" en alguna parte
de nuestras carteras para pescar. Pero es como autor de British
Barrows que de momento acude a nosotros. La historia apócrifa
cuenta que en una ocasión un conjunto de elegantes admiradores
lo rodeaban, mientras él, con la intuición del conocedor inspirado,
eligió su montículo de una serie de los que estaban a la vista y
allí llevó a sus peones. En el momento oportuno, una bella urna
funeraria comenzó a aparecer de las escorias, entre exclamaciones
de los hombres y los gritos femeninos de quienes estaban presen­
tes. ¡Como siempre, el querido y encantador canónigo, esa vez
fue también infalible! Los trabajadores levantaron la urna cuida­
dosamente, y debajo de ella apareció un ejemplar del Times del
día anterior.
Estos eran los métodos, pues, de una edad menos remilgada.
Sin embargo, un procedimiento que seguía siendo justificable en
1844, en Kent o en la campiña unos años después, quedó demos­
trado ser imperfecto por un joven oficial del ejército cuando tra­
bajaba, allá por 1851, en sus ratos libres en la India central. Estas
fechas merecen la pena de ser recordadas porque el trabajo del
capitán Meadows Taylor, aunque de visión limitada y poco cono­
cido en su tiempo, marcó o debió haber marcado el principio de
una nueva época en el método técnico y en la observación cientí­
fica. No se suspendieron, naturalmente, y ni siquiera se repri­
mieron las excavaciones de tipo excursión-picnic. Pero queda el
hecho de que, a partir de 1851, cavar como se ha descrito más
arriba, o como hasta tiempo mucho más reciente se persistió en
hacerlo normalmente, era ya anticuado e impugnable. Hagamos
una ligera pausa para examinar esta innovación más de cerca.
La base de la excavación científica 1a constituye el corte o sec­
ción acuciosamente observado, y anotado con todo empeño. Ha­
blaré más de este asunto en un capítulo posterior. Aquí debe bas­
tarnos establecer, como premisa, que la sucesiva acumulación de .
una construcción y de desechos en un lugar de ocupación sepulta­
do tiene mucha semejanza con las páginas de un libro y que, para
entenderlo, debemos abarcarlo en su secuencia propia, como las
páginas de ese libro. En una excavación casual como la del túmulo
de Kent, apenas es necesario decir que esa acumulación o estratos
como quizá hubo, no sólo son meramente arrancados sin piedad
de su contexto por un excavador descuidado, sino que éste ni si­
quiera se postula tal hecho. El mecanismo de conjunto del ''li-
ASPECTO HISTóRICO 17
bro" queda ignorado o incomprendido. Si hacemos caso omiso
del hombre de Estado norteamericano del siglo xvm, al cual ya
hicimos mención, Meadows Taylor -hasta donde alcanzo-, fue
el primer hombre que indicó tácitamente la verdadera función del
excavador y tomador de notas en esta materia tan importante. f:l
era un funcionario bastante afortunado como administrador en el
servicio, relativamente oscuro, del Nizam, del Estado de Hyder­
abad. Si en algo alcanzó fama, fue más bien como autor de The
Confessions of a Thug; pero de su trabajo como arqueólogo afi­
cionado, el Dictionary of National Biography nada dice. Para ello
tenemos que remontarnos a tres artículos publicados en el Journal
of the Bombay Branch of the Royal Asiatic Society, 111 ( 1851),
pp. 179-93 y IV ( 1 852), pp. 380-429; e, inesperadamente en las
Transactions of the Royal Irish Academy, XXIV, Parte 111, Antú¡­
uities ( 1862 ), pp. 329-62. Estas tres publicaciones muestran una
agudeza de percepción y una capacidad técnica muy avanzadas
para su tiempo. Meadows Taylor excavó en varias de las tumbas
megalíticas características del centro y sur de la India, y dibujó
y describió cortes que conservan indicaciones informativas y con­
vincentes de lo que encontró, con estratos diferenciados ( Fig. 1).
Cuando pensamos que sólo siete u ocho años separan el trabajo
de aquel alegre grupo de Kent del de este solitario y enfebrecido
inglés en la India, lo alcanzado por este último queda como un
hito en los anales de la arqueología. Desgraciadamente, la arqueo­
logía británica en la India no estaba destinada a mantener esta
preeminencia.
En las décadas siguientes, muchos trabajos espectaculares de
pico y pala atrajeron una atención cada vez mayor a las posibili­
dades del oficio . Troya y Micenas pusieron firmemente en pie a
Homero y Schliemann. En Francia, bajo el águila de Napo­
león 111, el admirable coronel Stoffel, puso a Julio César en relieve
con bastante éxito, combinando las maniobras militares con una
cierta habilidad técnica rudimentaria. Se dio cuenta, por ejem­
plo, del hecho significativo de que el suelo, una vez removido, ra­
ramente vuelve a alcanzar su compactibilidad original y, en particQ­
lar, que los fosos de los campamentos de César, ahora totalmente
arrasados, podían localizarse en los cortes. Su método de busca,
bastante rezonable, era "atacar" las fortificaciones enterradas con.
una formación masiva de calas.
Yo colocaba a los peones -escribió-- con picos y palas en va-­
rías filas, en dirección perpendicular a uno de los supuestos lados
del [enterrado] campamento, las filas de trabajadores a 20 o 30 m.
Corte del Cairn D.

2 . Espacio relleno con tierra gris y esqueletos allí


arrojados en forma irregular. NO
3. Piedras ·-de entrada, losas calizas, a 2 pies de se- A 4 A
paración. A. Piso de losas calizas.
4. Piedras del círculo exterior. B. Paredes de losas verticales.
5. Tierra y piedras sueltas. so NE C. Losas en los extremos.
6. Espacio relleno con pequeñas urnas. D. Dos esqueletos.
7. Cránc:;o aislado encima de las urnas. E. Lugar relleno con urnas.
8. Cráneo aislado encima de los esqueletos.
SE
9. Cráneo aislado en el borde de la pizarra· sobre las
urnas. Planta de la Cista
FIGURA l . Corte de un sepulcro megalítico, en el Estado de Hyderabad, India. Arriba: Corte
del Caim D. Abajo: Planta de la Cista. Por Meadows Taylor, 1 8 5 1 .
ASPECTO HISTóRICO 19

unas de otras. Cada una tenía orden de remover la capa de humus


por una anchura de 60 cm. Si, después de haber quitado esta capa
a una profundidad de 70 cm. sentían que sus picos estaban pe­
gando en suelo resistente, la inferencia era de que este suelo no
había sido removido y de que no había ningún foso romano. En­
tonces los trabajadores continuaban avanzando mientras no se
encontraba nada diferente. Pero, cuando sin lugar a dudas, habían
llegado al foso, la diferencia se notaba de inmediato.
Debo añadir que el disciplinado entusiasmo del Coronel era
compartido por su Emperador quien, en Gergovia "estaba tan ad­
mirado al ver los perfiles [de los fosos de César, así revelados en
corte] que pensó comprar la colina para conservarlos. Abandonó
la idea cuando supo que los habitantes no querían ser desposeí­
dos; entonces me ordenó rellenar las trincheras y dejar todo aquello
en sn estado original".3 ¡Ciertamente, la marcha de la ciencia
nunca ha sido fácil!
Pern estaba reservado a un soldado britano, por cierto, el hacer
el primer avance sustancial en la técnica de excavación y de anota­
ción. En el año 1 880, el general Lane Fox, por una sorprendente
serie de oportunidades, logró ser dueño de las tierras de Rivers, si­
tuadas en Wiltshire y en el Dorset oriental, y, de acuerdo con los
términos del testamento tomó el nombre de Pitt Rivers. Ya había
cambiado su carrera militar por el estudio de artefactos, siguiendo
de éstos líneas evolutivas; y había sido admitido en la Royal So­
ciety por su trabajo antropológico. El principio de la evolución
de las instituciones humanas no era un concepto nuevo. En rea­
lidad había encontrado su expresión allá por 1 786, cuando Sir
William Janes, en Calcuta, enunció las relaciones evolutivas de
ciertas lenguas -sánscrito, griego, latín, persa, celta y "godo"-:
otro ejemplo de un estudioso iniciador in partibus. Pero el des­
arrollo dramático de dicho principio en relación con las especies
naturales durante la quinta y sexta décadas del siglo x1x dio un
nuevo ímpetu a su aplicación en el campo humanístico. Y ahora
el General, en el transcurso de su mosquetería, encontró el mismo
principio básico en el desarrollo de las armas de fuego, habiéndolo
extendido a otros instrumentos de hechura humana. Así pues,
todo su enfoque en la arqueología fue desde un moderno ángulo,
v por veinte años exploró los sitios antiguos en sus propied1des o
cerc-anos a ellas, con una ciencia y maestría que medio siglo de tra­
bajos posteriores han suplementado más que superado.
3 T. R;cc Holrnes: Caesar's Conquest of Gaul (Oxford. 1 91 1 ) , pp. xxv .�R
20 ARQUEOLOGlA DE CAMPO:
Pero, por encima de todo, la constante petici6n del General era
una "mayor precisión y detalle en las excavaciones".4
Quizá algunos hayan pensado [ observaba] que el registro de las
excavaciones lo he llevado. . . con amplitud innecesaria, y estoy se­
guro de haberlo hecho con más detalle de lo que se acostumbra,
pero mi experiencia de excavador me ha llevado a la conclusión de
que las investigaciones de esta naturaleza no son por lo general lo
suficientemente indagatorias y que mucha evidencia de valor se
pierde por no llevar un registro cuidadoso. . . Quienes excavan tie­
nen por regla anotar tan sólo aquello que les parece importante
en el momento, pero en Arqueología y Antropología nuevos pro­
blemas están surgiendo continuamente y es tan fácil que no hayan
sido anotados por los antropólogos. . . que, cuando volvemos a los
viej os informes en busca de una prueba, los puntos que podían
haber sido de mayur valor no están allí porque parecieron carentes
de interés en aquel instante. Cada detalle debe, por lo tanto, ser
anotado en _ la mejor forma imaginable para que facilite la refe­
.rencia; y en todo momento el objetivo mayor de un excavador debe
ser reducir su subjetivismo a un mínimo.
En la práctica, el método de Pitt Rivers era anotar cada objeto
de tal manera que pudiera ser reemplazado precisamente en su
lugar de hallazgo en el plano y cortes del registro. f:sta es la esen­
cia de la anotación tridimensional y la anotación tridimensional
es la esencia de la excavación moderna. Desde el tiempo de Pitt
Rivers hemos mej orado, en algunos aspectos, sus procedimiento'>
técnicos y no hay duda de que los mejores registros de nuestro
tiempo sobrepasan a los del General. No obstante, ¡ es saludable
pensar lo que él mismo hubiera hecho con otros cincuenta años
de experiencia a sus espaldas!
Demos una ojeada más a sus principios maestros de trabajo.
Desde el comienzo se percató de la necesidad de un personal ade­
cuado, necesidad que desde entonces ha sido descuidada con fre­
cuencia, con los consiguientes resultados deplorables. f:1, en seguida
decidía organizar un grupo regular de asistentes y entrenarlos en
sus funciones respectivas, después de haber establecido una lógica
división de trabajo . . . La tarea de superintendencia de la excava­
ción -aunque jamás permití que se excavara en mi ausencia, visi­
tando siempre los trabajos por lo menos tres veces diarias y dispo­
niendo que me fueran a buscar en cuanto se encontrara cualquier
cosa de importancia- era superior a lo que yo podía hacer solo. . •

4 Excavations in Cranborne Chase, I ( 1887), pp. xvi-xvii.


ASPECTO HISTÓRICO 21
y una amplia experiencia me enseñó que no debe permitirse nin­
guna excavación, si no es bajo la directa mirada de un superinten­
dente responsable y de confianza.5
También asentaba que
habiendo comenzado las excavaciones en Winkelbury [ un "cam­
pamento" en Wiltshire] antes de que mis asistentes estuvieran lo
suficientemente preparados, jamás dejé el terreno por mucho tiem­
po. Uno o más de los asistentes estaban siempre ojo avizor con los
peones, o dibujando los objetos, reparando los cráneos y las vasijas
y formando las tablas de hallazgos, mediante las cuales las anota­
ciones se mantenían al corriente, y así confirmé que es muy im­
portante anotar todo, hasta donde sea posible, mientras ello esté
fresco en la memoria.6
Los frutos de este irreprochable sistema pueden verse en los
cortes clásicos de los diques de Dorset o de los fosos del túmulo
de Wor (Fig. 2 ) , donde cada objeto encontrado se proyectó cui­
dadosamente sobre dichos cortes estratiformes y de tal forma que
han resistido la prueba de continuas constataciones por dos gene­
raciones de arqueólogos.
Adelantémonos ahora hasta 1904, o sea cuatro años después de
la muerte del General. En ese año, Flinders Petrie, cuyo ingenio
sobrevivirá por largo tiempo a las mofas ocasionales de sus suceso­
res, describió sus propósitos y métodos en una clásica monografía
que en sí misma es una curiosidad. Típica, por ejemplo, del hom­
bre y la época en la que trabajaba, es la defensa del pago a los
peones por destajo más que por día trabajado. "El trabajo a des­
tajo evita toda esta molestia (esto es, la supervisión constante ), y,
si los hombres están bien entrenados y el trabajo es sencillo, todo
marcha automáticamente y requiere un mínimo de atención. En
pequeños lugares alejados, hasta puede dejarse a los trabajadores
sin visitar por dos o tres días, simplemente reportando ellos cada
noche cómo han trabajado." 7 Mi pluma flaquea cuando trans­
cribo estas palabras. La casi absoluta ausencia de cortes medidos
en los informes de Petrie es el corolario inevitable de su "método".
Su mayor problema era mantener trabajando a sus peones. Había
que sostener un sistema de vigilantes sorpresas. Inventó ocultos
acercamientos a la escena de las operaciones, de manera de poder
llegar sobre sus desprevenidos trabajadores y sorprenderlos; com-
11 Excavations in Cranborne Chase, I, p. xviii.
6 Ibid., ii ( 1888) , p. xiv.
7 \V. M. Flinders Petrie : Methods and Aims in Archaeology, p. 29.
Foso DE CERCA DE 420 PIES DE LARGO

E� el • Nu., Césped y mantillo de césped


T .,_ �16
A.
OIS• nfil9''6t119011 1 -1/:- 90
o
...,.e- !.l•
€>••
IS
orz 11• l'\u .S 6)19 y dC, NQS.
i¡oD �2, f 1•
1
Cr)2o or• f lJ e,.. º'"' _g.. �N•6.
1
Ma rge n in fe ri
010 , . Esqueletos
or fpromedio) del mantillo su pe rfici al

'-----"··
'"
Nl14. � f!iju
Mtl.

Esqueletos
"'

..
Mezcla del m antil lo con
C,•1 sedi mentos yesosos � ,,.

.
-------___ _____ - --- --�
.,.
'
'

.·,

�:����;�f�,Y�

PARA MAYOR CLARIDAD, DICHAS RELI­


LAS RELIQUIAS ENCONTRADAS QUIAS ESTÁN DIBUJADAS A DOS VECES
POR TODAS PARTES DEL FOS01 EL TAMAÑO DE LA ESCALA DEL FOSO :
ESTÁN PROYECTADAS EN ESTE CORTE LOS ESQUELl!TOS A UN TERCIO

Promedio del fondo: 12.8 pies _________________,


ESCALA f • a .. I! ' 7 • • 10
EN PIES

1 . Adorno de brida anglosajón, probablemente 1 7. Cuchillo de hierro. Profundidad, 1 .4 pies.


caído. Profundidad, 1 .7 pies. l 7A. Cuchillo de hierro. Profundidad, 0.6 pies.
2 . Limpiador de clavos de bronce, mantillo super- 1 7B. Clavos de hierro. Profundidad, 1 pie .
ficial. o l 7C. Objeto de hierro, de uso desconocido. Man­
3. Fíbula de bronce. Profundidad, l pie . � tillo superficial.
:21
4. Fíbula plateada. Profundidad, 0.8 pies. o 1 7D. Herradura de caballo, hecha de hierro y con
,,:
5 . Anillo de bronce. Profundidad, 0.8 pies. borde sinuoso. Profundidad, 1 . 3 pies.
6. Hebilla de bronce. Profundidad, l pie. 1 8. Husos para hilar, hechos en cerámica.
7. Eslabón de cadena de bronce. Profundidad, 22. Profundidad entre l y 1 . 5 pies.
1 pie .
8. Clavo de bronce. Profundidad, 1 .2 pies. r,¡ 2 3. Navaja de bronce. Profundidad, l pie.

1
o 9. Moneda de Tétrico. Profundidad, 0.8 pies. p r,¡ � { 24. Placa de bronce, adornada con incisiones.
¡:i
r,¡ A O
1 0 . Moneda de Galieno. Profundidad, 1 . 5 pies ,,: Profundidad, 2 .4 pies.
11<
1 1 . Moneda de Constantino 11. Profundidad, 0 .7
pies, cerca del cráneo del esqueleto N9 2 . < r 2 5. Sierra de pedernal. Profundidad, l pie.
1 2 . Moneda d e Tétrico. Profundidad, 1 . 2 pies. ,,:
A 26. Hacha de pedernal. Profundidad, 4 pies.
1 3. Moneda de Tétrico. Profundidad, 1 pie. el 27. Hacha de pedernal pulida. Profundidad, 4 .8
1 4 . Moneda de Constantino I. Profundidad, l pie. p.. pies.
r,¡
1 5 . Moneda de Constantino I. Profundidad, l pie. A 28. Punta de flecha de pedernal. Profundidad,
1 5A. Moneda de Magnencio. Profundidad apro- "' 4 pies.
o
ximada. 29. Punta de flecha de pedernal en las costillas
1 5B . Moneda de Constancio. Profundidad apro­ � del esqueleto N9 8. Profundidad, 8 pies.
ximada. :;ar,¡ 35. Artefacto de pedernal, de forma paleolítica.
1 6. Punta de venablo de hierro. Profundidad, ...
p.. Profundidad aproximada. ( Dibujado a la es­
0.8 pies. � cala del foso. )

FxcuRA 2 . Corte hecho por Pitt Rivers a través d el foso d el túmulo de Wor, Dorset, e n 1 898. S e muestran,
por proyección en el corte y a base de anotaciones tridimensionales, las reliquias encontradas en la excavación.
24 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:
plet6 este truco con un fisgoneo a larga distancia, a través de un
telescopio, con resultados que después detalla triunfalmente.8 El
mismo espíritu, con alguno que otro expediente como remedio,
sobrevivió un cuarto de siglo después, en un manual de trabajo
de campo salido de un no menos exaltado cuerpo: la Sociedad
Prehistórica Francesa. En él también aparece la congénita "des­
honestidad" de los trabajadores más que la necesidad científica de
una diestra supervisión científica, como el problema más impor­
tante; pero el remedio, impreso en letras cursivas y suficientemente
digno de alabanza por sí mismo, es éste : La me;or forma de asegu­
rarse la honradez de los traba;adores es no de;arlos un minuto.8
Esto es seguir la misma idea. Volviendo a Petrie, hay que añadir
que lo conocí bien y que, corno todos los que lo conocimos, admi­
ramos profundamente su infatigable búsqueda de la verdad por los
medios que él creía adecuados. Pero está sobradamente claro que,
entre las pautas técnicas de Petrie y las de su contemporáneo más
viejo Pitt Rivers, se abría un bostezante golfo dentro del cual, de
hecho, dos generaciones de arqueólogos del Cercano Oriente se han
hundido en la perdición. Petrie trabajó por más tiempo del normal
y con más energía de la normal en un campo particularmente espec­
tacular. Sus alumnos formaron legión y su influencia sobre ellos se
manifestaba en una fidelidad sin disputa, comprensible y loable,
por eso mismo un escollo al progreso. Cuando lo visité la última
vez, a principios de 1942, en su lecho de muerte, en Jerusalén, su
infatigable cerebro continuaba revoloteando sobre una multitud
de problemas y posibilidades que sobrepasaban la mentalidad me­
nos ágil de sus oyentes, y lo dejé, por la vez última, con esa sensa­
ción renovada que sabía inspirar en los corazones de sus alumnos y
-amigos. Es casi con un sentimiento de culpa que, ahora, tras una
experiencia considerable sobre su trabajo y sobre la tradición que
-él tan ampliamente estableció sobre Oriente, me siento obligado
.a deplorar una influencia que en mucho de su técnica ha sobre­
vivido a su valor científico.
Treinta años después de la inteligente autorevelación de Petrie,
otro arqueólogo, con argumentos de su experiencia en Palestina
{ donde probablemente se han cometido más pecados en nombre
de la arqueología que, proporcionalmente, en ninguna otra por­
ción de la corteza terrestre ), podía aún escribir lo que sigue :

8 "\V. M. Flinders Pctrie, op. cit., p. 28.


9 Manuel de recherches préhistoriques, publicado por la Sociedad Pro­
histórica Francesa ( París, 1929 ) , p. 2 3.
ASPECTO HISTóRICO 25
[ el capataz] recibe instrucciones generales del director para el tra­
baj o de cada día, toma hombres para tareas especiales, . . . tiene cui­
dado de que el reglamento se cumpla, . . . [y] generalmente se
queda en algún lugar en alto, desde el que pueda observar las exca­
vaciones. . . Por supuesto, sería poco inteligente de parte de un
director dejarlo a él o a cualquier inspector de grupos entregado
a su propia iniciativa por mucho tiempo, ya que su comprensión de
los métodos es completamente mecánica 10 [las cursivas son mías] .
Los remordimientos de conciencia son visibles en este texto,
pero el viejo pecado aparece en él. Permanece la falta de compren­
sión del principio primario de toda excavación, que ni una palada
de tierra debe ser arrancada, salvo vigilancia directa y capaz. Y
aquellos que han sido testigos, con ojo crítico, de las excavaciones
en Palestina, saben todos muy bien cuán extendida y duradera ha
sido la irresponsabilidad técnica de muchas direcciones a través
de medio siglo lleno de actividad.
Pasemos ahora, en nuestro relato admonitorio, del precepto a
la práctica; no remover más lodo, pero señalar la lección, por ne­
gativa que ésta sea. Los cortes ( de Tell el Ajjül, en Palestina ) re­
producidos en la Fig. 3 representan una larga y desgastada tradición
que difícilmente se extingue y que sigue esperando el coup de
gráce. Fueron dibujados en 1938 y publicados en 1952, así es que
pueden considerarse como de fecha relativamente moderna. De
todos modos, técnicamente pertenecen a la infancia de la arqueo­
logía y de hecho fueron abandonados hace más de cien años. Con­
témplese la ausencia de estratos asociados, la omisión hasta de
niveles simbólicos, de tal manera que las paredes quedan suspen­
didas en el corte, como si estuvieran en el vacío. Y que esta clase
de atavismo técnico es internacional en su uso se demuestra con
un corte de otro sitio palestino (Bethel ) , reproducido aquí de un
autorizado comentario norteamericano que fue publicado en 1939
( Fig. 4 ) . Mucho mejor es el corte, a través de uno de los montícu­
los de Sialk, en el Irán central, publicado en 1938 ( Fig. 5 ) ; como­
quiera que sea, aún aquí, la observación y la anotación son frag­
mentarias, los estratos no tienen nombre y se han dej ado incom­
pletos y como en el aire; la reconstrucción detallada del cuadro
es imposible y no puede hacerse la proyección exacta de los ha­
llazgos, ni siquiera donde los datos necesarios hayan sido apunta­
dos. Pero para verdadera falta de competencia técnica, el mayor
departamento arqueológico del mundo -la vieja Inspección Ar-
10 W. F. Bade: A l\Janual of ExctNation in the Near East (Univ. of
California Press, 1934 ) , p. 20.
@
... 1 · -
· ·· ···
··· - · ··-C AO-- •- - ···-···- ···- ···---•-·'"- · --· - -• .. -···-· ·· -·· ·-
Línea de nivel

� Superfici e d• I T,11, an,.. d;· ¡;; ;���::ió� --c; A E.-


l
CBY 1 • -
·-
• cao

=:-=---

� -:-;a, I
- -- - - · G B X G AJ • ..,,. ...
- -- - c. s w_ - - �

_.. :.- -· - - · :
- �;,- - -'-=L
p;. . . :: . .
GAR CAN

• ·:-, . :·. ·.' ::·i . . . . . _ ...J:!..._,


-· -

;: -
- U
Maria no ucavada · · · ' ·. ·.':':¡ -·.·: : ·.·: · .
'·)�f�;-:T!"�

.....::::_ ____ --·-·--· ----


.
-aoo -- --- - -- - -- - -- -
Putp.i.o
.
'
. ... -�. :
.. •
: · : ; ; -� :

• 1 o 1 3 + • 6 7 ,o 1

M�1ros
1

,. • o 'º .lO 50

Pi,·s

(i)
LínH de n i l'f'I
@

� =�!! = •.
••P • �: , .. • "º :tf"'"''.'.% , , ., ••··•·· • , , . ,�
L "''"J,;� �'"� ll=-�:�:�::��,;;;;=-----
Pulpclu .: :.

'.\"�::;_: ._:;•._;•:· · : \ • :·/


u .

F1cuRA. 3. Parte de un corte a través de Tell el Ajjül, Palestina, 1 9 3 8 .


ASPECTO HISTÓRICO
queológica de la India- es inveTicib1c. Aquí, la primera culpa ies
corresponde no a los hindúes, que son rápiclns y aptos para apren­
der, sino a los sucesivos grupos británicos respoJJsables de la inicia­
ción y primeros pasos del Departamento. Es casi inconcebible

""
ffl
■ ..�

l!W7J Bizantino � Hin-ro 1

�- Pn-sa y Helenístico niiifuil Bronce Tardío


'
ea Hin-ro 11 D Bronee Medio

FIGURA 4. Corte a través de una parte del sitio de Bethel,


Palestina, 19 39.

que tan cerca de nosotros como queda 1940, la Inspección haya


podido publicar en forma monumental "cortes" como los que aquí
se ilustran (Figs. 6 y 7 ) : uno de ellos muestra muros suspendidos,
como los de Bethel, en un perfil desvaído del sitio, sin líneas de
construcción, ni estratos de ocupación, y variado tan sólo por las
indicaciones de esas tan ininteligibles pilas de tierra sobre las que
el excavador dejó algunos muros; el otro nos figura los entierros
de dos diferentes culturas, flotando como una barrera de globos,
bastante desordenada por cierto, sin huellas de los estratos y de las
líneas de las sepulturas, las cuales podrían haber indicado su inter­
relación científica. Es triste comparar tales caricaturas de ciencia
con los admirables dibujos de registro hechos por Meadows Taylor,
casi un siglo atrás.
Esta circunstancia es la más extraordinaria, pues el patrón pro­
medio de la arqueología de campo en la Gran Bretaña propia­
mente, durante el pasado medio siglo, no ha sido mejorado -si
acaso, se han aproximado a ello- por el de ningún otro país.
Este enunciado lo hago sin prejuicios nacionalistas. En Holanda,
el Dr. Van Giffen y otros han desarrollado métodos de excavación
que marcan un nuevo tipo de sutileza, y algunos de los excava­
dores alemanes, especialmente el Dr. Gerhard Bersu, no necesitan
t .....�.. ,.,,,-- - -�
,. . s••··:.:::_..J' º··••··•

�-· ---�
,:=
=�
�e • .

��k
� �;[�

� -C-,,- - =..
""� ,� ==
� - } :ERfOI:>O 15
11·

.. } PERIODO ,4

. ·,O

,. ,o PERfODO 13
+
NIVEL DE
Lt LJ..A¡\'URA
..... ,o

o
....,.e
,.
} PERIODO "
....

-------
GO

cmrrrritt&i �

3
·:l!D

'1 4 PERfODO 11

..
,o
:;o c::J TIERRA AMARlll.A TELL NORTE
u & TIERRA GRIS 5
SITIO 1

_ .........,,
SUEJ.O r:.:¡ TIERRA Y CEl\'IZAS
NATVRAL
- TI ERRA ROJA PERIODO I
�w"

FIGURA 5. Corte a través de una part� del montículo de Sialk, Irán, 1 9 38.
ASPECTO HISTÓRICO 29
recomendación mía. Desde su inauguración en 1890, la Comi­
sión del Limes germano, aunque frecuentemente inferior en téc­
nica a los campos del general Pitt Rivers, ha producido trabajos
coordinados admirables, de particular valor por la atención pres­
tada a los hallazgos de tipo menor. Pero en el área tan limitada
de las Islas Británicas, rica en restos de culturas diferentes, los
arqueólogos de campo, con el ejemplo del General tras ellos, han
trabajado unos cerca de otros, bajo el fuego de una crítica mutua,
constante y a veces feroz. Se ha hecho mal trabajo, es cierto, pero
rara vez impunemente. La experiencia ha sido compartida con
prontitud y, desde los días de J. P. Bushe-Fox, en el primer cuarto
del siglo, hasta los de Ian Richmond y Grahame Clark en el se­
gundo, se ha asegurado un progreso firmemente establecido.
Frente a estos logros en casa, ¿qué es lo que no funciona en
la arqueología de campo en el Oriente o en el Cercano Oriente?
La pregunta merece la pena de ser hecha, si es que se puede
encontrar un remedio. La respuesta, en verdad, no es difícil y el
remedio sigue a continuación. El error estriba no en la cantidad,
sino en la calidad. En primer lugar, pocos de los excavadores
que iban al Oriente habían recibido con anterioridad la prepara­
ción preliminar adecuada bajo una observación estrecha y crítica
como la que hemos venido comentando para Inglaterra. Por lo
general fueron al Oriente como orientalistas de gabinete o de
museo con el conocimiento único de una lengua antigua, o de las
más o menos clasificadas colecciones y disjecta, pero carentes de
la experiencia práctica de los problemas de campo. Y, una vez
en él, generalmente estaban perdidos. Un excavador puede tra­
bajar durante años en un remoto lugar asiático sin poder discutir
sus métodos y resultados in situ con críticos competentes. En
segundo lugar, las excavaciones de Oriente, en el pasado, provo­
caban la atracción de fondos relativamente liberales, bien sea por
el cebo natural de un ambiente bíblico, o por la asociación con
civilizaciones famosas y espectaculares, o por el "romanticismo"
general del mismo Oriente, o hasta por ser la zona Este un obje­
tivo de turismo invernal para los ricos benefactores occidentales.
Estas dotaciones liberales, unidas al costo relativamente bajo del
trabajo nativo, animaron las excavaciones en masa y al por ma­
yor, compensadas con grandes planos de edificios y múltiples
hallazgos, lo que complacía al patrocinador, pero quedaban bien
lejos de ser un registro exacto. En realidad, la mano de obra
oriental, tan barata, ha sido una constante asechanza en el pasado
(véase la Lám. IV A ) . "El máximo de trabajadores empleados
30 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

Pies 10 5 o 10 20 30

N -<
F1cuRA 6. Corte de una parte de Harappa, Pakistán, 1 940.

de una vez era algo más de trescientos", nos dice el informe de


una excavación ( en 1912-1 3 ) de un sitio oriental de primera im­
portancia, donde sólo estaba presente un supervisor. En tercer
lugar, el uso corriente del adobe para construcción y el impacto de
las condiciones climáticas extremosas, se combinaban con fre­
cuencia (aunque no siempre ) para hacer más profundos los es­
tratos de los sitios orientales, de tal manera que su profundidad
total podía ser cinco veces mayor que la de un yacimiento britá­
nico, más cerradamente interfoliado. Se comprende que estos
estratos profundos animaran, proporcionalmente, métodos drás­
ticos de excavación, que a su vez tendían a hacer menos exigente
la supervisión. Un ruinoso edificio de adobes se disuelve en va­
rios decímetros de depósito casi uniforme; los vientos del desierto
lo cubren luego con un grueso manto de arenas indistintas; las
lluvias torrenciales transportan material en grandes masas y arti­
ficialmente pueden mezclar y nivelar el conjunto. De todos mo­
dos, me ha tocado escuchar la afirmación de que en los sitios de
Oriente, descoloridos por el sol y barridos por el monzón, no hay
estratificación apreciable. El alegato es bastante falso. No existe
método propio a una excavación de un sitio británico que no sea
aplicable -más aún, debe ser aplicado- a un sitio en Africa o en
Asia .
Por lo tanto, el remedio estriba en que el trabajador de cam­
po que va a Oriente debe, como cuestión de rutina, haber te­
nido unos fundamentos preliminares y completos en Occiden­
te, donde el control crítico está a la mano y donde los estratos
son más claros y, por lo tanto, pueden dar una experiepcia más
concentrada que la que podemos esperar proporcione un sitio
o riental. Casi no hay nada, repetimos, del trabajo de Pitt Rivers
o de sus acreditados sucesores británicos que no sea apropiado en
ASPECTO HISTóRICO 3l

FrcuRA 7. Corte a través de una parte de un cementerio en Harappi,


Pakistán, 1940.

la excavación de un tell en el Turkestán o una tumba en Siria.


Es de lo más sorprendente que estos cánones hayan penetrado con
tanta parquedad en las lejanas playas del_ Mediterráneo; hasta
hace pocos años eran casi desconocidos al este de Suez.
Así pues, espero, que el lector ha de darse cuenta de que estas
observaciones ligeramente encubren un llamado - un 1lamado
sobre todo a las generaciones jóvenes de arqueólogos-. En otra
parte n he recomendado, por experiencia, el uso de la Gran Bre­
taña romana como un fácil campo de entrenamiento básico para
los excavadores de todos los períodos y regiones, a causa de sus
11 '"[he Archaeo\ogy of the Roman Provinces, and Beyond", Fifth An­
mu1l Riport of the London Unfrersíly Institute of Archaeology ( 1948).
32 ARQUEOLOGtA DE CAMPO�
variantes estructurales, de su abundante estratigrafía, de su pro­
ductividad y su fácil acceso. Hay muchas alternativas, pero el
principio es el mismo; y siempre es el de un entrenamiento deta­
llado y exacto. Debemos dar a nuestros reclutas su disciplina de
Aldershot antes de mandarlos a los campos de batalla del mundo.
En el pasado hemos sido despreocupadamente imprudentes a
este respecto.
En el presente capítulo he hecho dos cosas a manera de in­
troducción: primero, esbozar, de modo muy sumario, los aspectos
más importantes del desarrollo técnico durante el siglo pasado; y
segundo, dar a entender que existe una resquebrajadura, persisten­
te y peligrosa, en los cánones técnicos entre Oriente y Occidente.
Esta división será reconsiderada más adelante; mientras tanto,
en los dos capítulos próximos diré algo de tipo más positivo y
constructivo sobre el modo de ordenar nuestra evidencia de cam­
po y su interpretación en términos de una cronología absoluta
o relativa.
III
LA CRONOLOG1A

Es UNA PEROGRULLADA decir que una cronología ajustada es la


espina dorsal de la historia. Sin embargo, a veces parece que hoy,
una cronología rígida, al estilo antiguo, queda un poco fuera de
moda en la rutina ele los estudios históricos. Para la vieja genera­
ción, las matemáticas del negocio eran importantes; la gran caja
sólo podía ser abierta por combinaciones de números enteros,
penosamente recordados, con fre¡::uencia bastante después de que
el tesoro había pasado al limbo. Al1ora todo eso ha cambiado
algo, y sin duda para mejorar, en lo general. La arqueología, a
la que por lo regular no se le ha obstaculizado con demasiada
aritmética, pudiera ser responsable, en parte, de 1a nueva ten­
dencia. Comenzó a infiltrarse, a través de nuestras universidades,
a nuestras escuelas y a veces fonna inofensivos remansos de
conocimientos algo descoloridos -en su mayor parte un darwinis­
mo refinado-, con los cuales se anima a chapalear a nuestros
kindergartens. Barcos y lacre empiezan a situarse casi a 1a misma
altura que a los reyes: cosas de uso diario y sin ninguna fecha
se ponen al lado de los secretos de Estado. Lo nuevo de este
surgimiento de educación arqueológica, diferente de la histórica,
es difícil de comprender hasta que recordamos que en Oxford,
por ejemplo, hace una generación podía obtenerse un First of
Greats sin jamás haber ojeado una escultura del Partenón o una
vasija ática. Hoy, cuando la precisión tradicional de la historia
se complementa con estudios de amplia base cultural, puede pare­
cer reaccionario y de mala fe reafirmar, com lo hago yo, al prin­
cipio de un libro sobre arqueología de campo, que las puras fecha5
siguen siendo de importancia primordia], esencial e inflexible. Y
por fechas no quiero decir esas fases y secuencias nebulosas, esos
sustitutos de fechas con los cuales los arqueólogos frecuentemen­
te tratan de engañamos. Quiero decir, tiempo. en números rigu­
rosos. Quiero decir una "Bradshaw".*
La necesidad de re-establecer la secuencia relativa de las cul­
turas antiguas o episodios culturales es evidente, si es que vamos
a comenzar a entender sus valores y acciones recíprocas; y 1a ex-
• El autor alude a la Bradshaw's Monthly Railway Cuide, publicación in­
glesa que en 1841 tomó este nombre y que contenía las fechas precisas de
las salidas y llegadas de los trenes. (E.]
-[ 33 ]-
34 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
cavación estratigrMica, de 1a que hablaremos más en el próximo
capítulo, es el medio principal para llegar a ese fin. La vieja
comparación entre los estratos sucesivos del suelo y las sucesivas
hojas de un libro, sigue siendo buena: y se vuelvc' negativa enfá­
ticamente por el hecho de que una remoción, en cualquiera de
los casos, implica un non sequitur que confunde y anula y que,
en una excavación, no puede ser rectificado. He de volver sobre
este asunto. Pero hasta la más cuidadosa conservación de la su­
cesión correcta y el postulado de una secuencia cultural convin­
cente, no son bastantes por sí mismos. Y esto por dos razones:
Primera, sin una cronología absoluta, las culturas de distintas
regiones no pueden compararse con precisión, o sea que no po­
demos determinar sus interrelaciones; en otras palabras, los fac­
tores causativos vitales del "progreso" humano no pueden ser
reconstruidos terminantemente y sólo pueden comprenderse den­
tro de una amplia escala de error. Segunda, el movimiento fluc­
tuante de las realizaciones humanas -en sí mismo una cualidad
integral de esas realizaciones- no puede estimarse a cabalidad:
por ejemplo, el relampagueante destello de la Atenas de Pericles
o el brillo de las lentas civilizaciones fluviales. Es importante,
pero no lo bastante, saber que en el siglo xx de nuestra Era, un
aeroplano voló de Londres a Singapur. Es casi igualmente im­
portante, en nuestro cálculo del adelanto humano, saber que en
1950 el aeroplano hizo 50 horas en el viaje y en 1999 sólo hará 50
minutos. No olvidemos el significado del tempo, y esto implica
un horario en un sentido más literal, nada menos.
Esta cuestión del tiempo, del ritmo, del movimiento, merece
pensarse un poco más. Merece por lo menos tanta atención del
arqueólogo interesado en 1a evolución de las instituciones huma­
nas, como la del biólogo que se ocupa de la evolución formal de
las especies y géneros naturales. En e1 lenguaje del biólogo, fases
de "crecimiento", fases -expresivo término- de evolución "ex­
plosiva", fases "estacionarias" o "menguantes", todo el ritmo de
la vida humana, así como la animal es en sí un fenómeno absor­
bente, lleno de significado y con frecuencia de misterio. Recien­
temente me sucedió haber estado haciendo un ligero estudio de
una de las civilizaciones del antiguo Oriente, 1a Civilización del
valle del Indo, de los milenios tercero y segundo a. c. en lo que
antes se llamaba India, pero que ahora es Pakistán y, aunque es
cierto que hoy sabemos demasiado poco sobre los principios de
esta civilización, los indicios sugieren que floreció con una cele­
ridad casi dramática: el brote repentino de la oportunidad y del
LA CRONOLOGfA 35
genio. Y fue precedida por una heterogeneidad de poblados y
culturas de las tierras altas, situados en la tumultuosa frontera
del gran altiplano iranés. Estos poblados, agrupados y confi­
nados por escabrosas cordilleras, suministraron las condiciones
óptimas para los primeros ensayos de vida comunal dentro de los
límites de una autosuficiencia de parroquia. Pero son una con•
dición previa para mayores horizontes políticos y para mayores
horizontes geográficos. Movimientos tentativos desde las tierras
altas, bajando a la gran planicie del río, debieron provocar un reto
apremiante e inmediato. En el llano, la peligrosa crecida anual
sólo puede ser detenida o utilizada por esfuerzos combinados y
en gran escala. En este llano, el suelo fértil que queda de esta
misma crecida es tan abundante como escasos son los minerales
y otros recursos de la naturaleza. Si a esto agregamos la necesi­
dad de una y otra causa, el propio río y sus tierras bajas adyacentes
facilitaron y estimularon el tráfico, comercial o militar y, al mismo
tiempo, aumentaron las relaciones humanas más allá de lo que
le precedía en los valles altos. Las oportunidades y dificultades
implícitas de la civilización, en el sentido completo del término,
se presentan y se hacen insistentes inmediatamente. El postulado
que nos queda es una imaginación creadora capaz de aprovechar
la ocasión. Y, sin esa imaginación creadora, ninguna extensión
de tiempo puede dar un sustituto. Puede suponerse una fase de
crecimiento, llegando inclusive a la evolución "explosiva".
Muchos otros ejemplos significativos de evolución rápida po­
drían citarse con facilidad: uno de los más obvios es la invención
de las grandes ventanas, defendidas con un enrejado vertical
simplificado y de tracería, con que los constructores medievales
iluminaron los oscuros interiores de las iglesias de Inglaterra, en
la última parte del siglo xrv: respuesta repentina y triunfal a
un insistente problema de ingeniería en el cual los constructores
:interiores habían andado a tientas. Por otro lado, la paciente
evolución "estacionaria" del arte bizantino es lo suficiente fami­
liar y significativa para necesitar detallarse aquí. La rapidez es un
poderoso factor en nuestro avalúo del avance humano y es un lu­
gar común afirmar que nuestra apreciación de la rapidez es con­
tingente de una buena cronología.
¿Cómo, entonces, nosotros los arqueólogos, removedores de tie­
rra, podremos alcanzar ese difícil grado de precisión? Para algo así
como un centésimo del vasto período que concierne a ]a arqueo­
logía moderna, los historiadores nos han dado un marco de refe­
rencia con respecto al Viejo Mundo. Tenemos que agradecerles
36 ARQUEOLOGIA DE CAt\1PO:

y tenemos que considerados como si fuesen nuestros colegas. En


una región que tiene una historia, el arqueólogo debe conocer, de
la A a la Z, la trama de esta historia (no sólo la miserable fracción
en la que casi siempre se interesa), antes de atacar el problema.
Ya pasó el tiempo en el que el egiptólogo, dedicado a los períodos
faraónicos, podía arrojar descuidadamente al montón de desperdi­
cios a griegos, romanos, árabes y chinos. Pero esto es secundario.
Lo importante es que el arqueólogo debe conocer sus fechas y
cómo utilizarlas: registrar fechas donde sean válidas, y fechas no
escritas allí donde las ciencias geológica, física, química o botánica
puedan arrancárselas a la tierra. Y afio tras año, las ciencias de tipo
objetivo están acudiendo más y más al rescate de esta ciencia subje­
tiva, que es el estudio del hombre.
Por algún tiempo la cronología fue una cosa bastante sencilla.
En una famosa declaración, el arzobispo Ussher, con un estilo pro­
piamente ad miraculum doctus, afirmó que el mundo había sido
creado en el año 4004 a. c. y una generación más escéptica se sa­
tisfizo, hasta hace muy poco, con postular 4241 a. c. como la fe­
cha calendárica más antigua. Se creía -y los libros de texto siguen
diciéndolo- que los egipcios, habiendo observado la coincidencia
aproximada de la reaparición ( justo antes del alba) de Sothis
(Sirio), la Estrella del Perro -después de un período de invisi­
bilidad- con el comienzo de la inundación del Nilo, escogieron
la fecha en la que este fenómeno sucedió en aquel año ( el 1 9 de
julio del calendario juliano) como su Año Nuevo calendárico. La
fecha inicial fue inferida hacia atrás desde 139 d. c., cuando la sin­
cronización había también ocurrido, mediante un cómputo lógico
que era generalmente aceptado. El calendario egipcio, al recono­
cer la incompatibilidad de los meses lunares con el año solar,
dividió este último en meses calendáricos artificiales, de treinta
días cada uno, y añadió cinco días de fiesta en un intento de com­
pletar el total requerido. Sin embargo, estos períodos intercalares­
eran más cortos que el año sotíaco ( duración aproximada a la del
año solar) un día en cuatro años (de aquí nuestro año bisiesto),
con el resultado de que la sincronización sólo era exacta una vez
cada 1 460 años. No obstante, parece probable que el calendario
ya estaba en uso en la época de los constructores de las pirámides
de la TV dinastía egipcia quienes, se ha calculado sobre la base de
los anales nativos, vivieron antes de 2775 a. c.; lo que lleva al calen­
dario hasta un sincronismo sotíaco inicial no posterior al año 2781
a. c. y, más probablemente, no más tarde de 42-fl a. c. Esto por lo
que se refiere al punto de vista por tanto tiempo establecido. En
LA CRONOLOGfA 37
años recientes esta visión ha sido modificada; sobre bases cultura­
les (la ausencia de escritura), una fecha tan temprana como 4241
se mira ahora como imposible. En la actualidad se sostiene que,
aunque los egipcios desde un período temprano fueron capaces de
verificar la posición de su calendario de 365 días en el año solar,
por sus observaciones del orto hcliacal de Sothis, nunca tuvieron
un calendario sotiaco. Pero en el supuesto generalmente aceptado
de que el calendario de 365 días operaba continuamente desde los
primc:-os tiempos dinásticos, combinado con los registros coetá­
neos que han sobrevivido de los ortos helíacales de Sothis en tér­
minos de ese calendario y las duraciones de los reinos dadas en las
antiguas Listas de Reyes, la historia egipcia -la historia más vieja
del mundo- puede ser llevada hacia atrás en forma ininterrum­
pida, si no hasta 4241 a. c., por lo menos hasta los últimos siglos
del cuarto milenio a. c.
Estarla fuera de lugar el alargarse aquí en las interminables im­
plicaciones de este calendario egipcio. Es el sostén de toda nuestra
cronología pre-clásica, en tanto que ésta se apoye en bases histó­
ricas. Con ligeras modificaciones, es el que seguimos usando hoy
en día . Pero nuestro objetivo es más bien el considerar métodos
de cómputo paralelos y suplementarios y, a manera de transición,
podemos referimos primero a una ingeniosa teoría propuesta en
1949 por el Dr. Claude Schaeffer.1
En Ras Shamra, en la costa de Siria, el Dr. Schaeffer excavó
por muchos años ]a metrópoli de Ugarit, de la Edad de Bronce,
en donde ha determinado cinco capas sucesivas. De éstas, la úl­
tima, que marca el final de la Edad de Bronce Tardía, muestra
evidencias de destrucción por violentos temblores de tierra que
dislocaron los edificios al nivel del suelo. Sitios contemporáneos
en Siria, Palestina y Asia Menor han dado pruebas semejantes de
violencia; en fechamientos ya desplazados, las rnura1las caídas
de Jericó fueron testigos de ello; y el Dr. Schaeffer sitúa este tan
extendido desastre en ca. 1365 a. c. cuando, según una carta de
Tell el Amama, "Ugarit fue destruida por el fuego; media ciudad
fue quemada, la otra mitad dejó de e,"QStir.'' Si aceptamos esta
base -y quizá no sea esto tan claro como lo sostiene Schaeffer-,
una fase definida en todas las ciudades en cuestión resulta fecha­
da con un margen insignificante de error. Pero una línea tal de
investigación no necesita terminar en esto. Al principio de la
Edad de Bronce Media, otro temblor de tierra catastrófico parece
1 C. l7. A. Schaeffcr: Stratign:1�hie compcrrée et chronologie de l'Asie oc­
cidentale ( Uie. et He. millénaires), Oxford, 1948.
38 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
haberse centrado en Asia Menor, entre 2100 y 2000 a. c., pudiendo
pensarse que agrupa la destrucción parcial o total de Troya y Tar­
sus, Alaja Hüyük en el altiplano anatolio, Chagar Bazar y Tel
Brak, Tepe Cawra al noreste de Mosul, y toda una serie de ciu•
dades sirio-palestinas, incluyendo de nuevo a Ugarit. Y, es más,
otros temblores de tierra, entre 2400 y 2300 a. c. y alrededor de
1730 a. c., nos dan más ligas cronológicas. Parece demasiado bue­
no para ser cierto, pero no por eso es precisamente falso. Schaef­
fer no fue el primero en ver algo de potencial arqueológico en los
temblores de tierra. En 1926, Sir Arthur Evans redactó "' una des­
cripción de un violento temblor de tierra que acababa de experi­
mentar en Knossos, Creta, y añadió:
El sequitur arqueológico de todo esto es muy importante. Cuan­
do en el gran Palacio de Knossos encontramos evidencia de una
serie de desplomes, algunos de ellos de tal magnitud que difícilmen­
te podrían ser obra humana, llay una razón real para buscar su
causa en los mismos agentes sísmicos como los que hemos aludido
en el caso arriba mencionado. Quizá, inclusive, se:i posible fijar
aproximadamente la fecha de siete temblores, cuatro de ellos de
gran fuerza, entre el último siglo del tercer milenio y los principios
del siglo >..'IV a. c.2
Ahí está, pues, un germen del sistema de Schaeffer, aunque no
el sistema mismo. Ciertamente, la sugestión general es seria y la
arqueología debe tomar un cauteloso conocimiento de ella, con
el requisito neutralizador de que la síntesis de temblores sólo se
use donde otras evidencias ya hayan establecido contemporanei•
dad. En otras palabras, debernos admitir pesarosos que los tem­
blores de tierra, en vista de nuestro conocimiento limitado de su
incidencia y de su frecuencia en tiempos antiguos, son una base
débil sobre la cual poder construir una cronología precisa. Pero la
teoría tiene interés.
En otro contexto, 1a geología nos ha dado un fundamento más
seguro y ya familiar. En la actualidad es notorio el reconocimiento
de las varvas o arcillas laminadas, que ofrecen en Suecia (y en
otros lugares), una estratificación clara, como los depósitos anua­
les del hielo en retroceso y, por lo tanto, como un calendario
de las fases humanas que con ello se relacionan. Contando esta
sucesión de depósitos anuales en una serie de cortes desde el sur
de Suecia hasta depósitos más recientes en la Suecia norte central,
• Véase nuestro Breviario N9 138, El toro de Minos, por L. Cottrell (Fon•
do de Cultura Económica, México, 1958). [E.]
2 Citado por Joan Evans: Time and Chance (Londres, 1943), p. 382.
LA CRONOLOG1A 39
el geólogo sueco De Geer y algunos de sus colegas calcularon el
año 6839 a. c. como el comienzo del período post-glacial en su país
y, por lo tanto, el principio potencial de la vida humana allí.3
Otros prefieren una fecha ligeramente anterior, pero el principio es
el mismo. Sobre esta base se han dado fechas aproximadas a una
serie de cambios de la línea costera de Escanclinavia, al clima y a la
vcgetación, que pueden ahora reclamar un valor que se acerca al ab­
soluto y son fundamentales para el Mesolítico del norte y noroeste
de Europa.4 Incidentalmente, de aquí se sigue que un valor crono­
lógico proporcional se le ha asignado a la id'entificación de polen y
a la reconstrucción de vegetación en los sitios mesolíticos.6
La estratificación geológica juega, además, un importante papel
en la cronología de las culturas paleolíticas. Frecuentemente se
encuentran artefactos que pertenecen a la Edad de Piedra Tempra­
na en las gravas de las terrazas fluviales, en las ladrilleras, en los se­
dimentos de cuevas, etc., bajo condiciones que permiten al geólogo
del Pleistoceno determinar la edad de estos artefactos en relación
con la secuencia de fluctuaciones climáticas que crearon lo que
comúnmente se llama la Edad de Hielo Cuaternaria. En particu­
lar, los depósitos de loess de origen eólico y las capas de solifluxión
formadas en las fases frías y los suelos fósiles resultantes del intem­
perismo de las superficies antiguas del suelo, han contribuido a
establecer una cronología relativa en un área que va desde el norte
de Francia, a través de Alemania, Austria, Bohemia y Hungría,
hasta Ucrania. Pero todavía hay más: repetidamente se ha inten­
tado convertir estas tablas cronológicas relativas en una escala de
tiempo absoluta. "Indicadores de tiempo'' nos han sído propor­
cionados por las velocidades de intemperizaci6n, de denudación y
de sedimentación, calculadas sobre evidencias tales como las pro­
porcionadas por las varvas y, más recientemente, para períodos
restringidos, por el Cl4 (véase infra); así, si los resultados geoló­
gicos obtenidos por Penck y otros se aplican a la secuencia de las
industrias paleolíticas, el Abbeviliense será aproximadamente me,.
dio millón de años viejo; el Acheulense Medio, alrededor de un
cuarto de millón; y el Musteriense, cerca de cien mil años.
Cuando abandonamos la estratificación geológica y nos volve­
mos a la estratificación derivada sobre todo de la ocupación hu•
mana, las inferencias son menos acertadas. Es imposible formular
a Sumario de F. E. Zeuner: Dating the Past, z¡,. ed. (Londres, 1950),
pp. 20 SS.
• lbid., pp. 46 ss.
6 Ibid., pp. 56 ss. y bibliografía.
40 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
ninguna ley en escala de tiempo absoluta para la ecuación de los
estratos producidos por el hombre. Por ejemplo, en un sitio que ex­
cavé en la India (Chandravalli), en un espesor de 1.5 m. se acumula­
ban verticalmente monedas que no eran anteriores al año 50 a. c. ni
mucho más tardías que el afio 200 d. c.; el período así represen­
tado no era probablemente de más de dos siglos. En lo que ahora
es Pakistán, en el famoso sitio de Taxila ( Sirkap) , las excavacio­
nes de 1944-45, indicaron que los 1.80-2.70 m. de pisos y escom­
bros fueron depositados durante unos dos siglos de ocupación muy
intensa.
En una fase temprana de la misma ciudad, Taxi1a (montículo
Bhir), un lugar muy desaliñad(!, por cierto, se atribuyeron 4.20-
4.50 m. a tres siglos o un poco más de duración; pero la albañilería
y los sistemas de construcción eran tan de poca calidad que la
acumulación puede haber sido excepcionalmente rápida. En cada
caso participan multitud de factores, desconocidos y variables; así,
el cálculo objetivo sobre la base de profundidad es virtualmente
imposible. De todas maneras y respaldado por la regularidad esta­
cional del valle del Nilo, Petrie fue muy audaz en sus conclusiones.
"Generalmente -mantenía- es posible fijar la última fecha de
un poblado por los tiestos yacentes en la superficie y conside­
rar. una velocidad de crecimiento de 50 cm.* por cada siglo en la
vertical y desde el nivel visible; si esto da un período muy largo,
podemos entonces aplicar el valor. de 10 cm. a estos niveles, cierta­
mente artificiales, por sig1o en 1os depósitos del Nilo, cuando se
trata de tierras cultivadas", etc.6 Estos cálculos tienen un interés,
si es que lo tienen, puramente académico o abstracto. No dejan
margen a las intermitencias y caprichos que, lo mismo en la histo­
ria geológica que en la humana, desafían los confines de las fónnu­
las matemáticas.
Sólo en ocasiones muy raras puede atribuirse con plausibilidad
una connotación cronológica en términos de años calcndáricos a
estratos producidos por el hombre. Daré dos ejemplos. El prime­
ro proviene de Scarborough, en Yorkshire, donde durante la exca­
vación de unos pozos prehistóricos del siglo v a. c. subyacentes a
• Como siempre, hemos convertido fas mcd:das inglesas del libro original
a medidas decimales, cuando ello ha sido factible. No lo hemos hecho, sin
embargo, cuando son de tal naturaleza que en vez de ayudar a formarse una
idea bien clara de las distancias, la conversión -<lado el conjunto de frac­
ciones en las cantidades de uno y otro sistemas- sólo contribuiría a hacer
ininteligible el cuadro de dimensiones, ya que la eqnivalencia exacta no siem­
pre es posible. (E.]
G Methods and Aims ín Archaeolog)', pp. l 0-11.
LA CRONOLOGÍA ◄l
una torre de señales romana, el Sr. F. G. Simpson, excavador siem­
pre muy escrupuloso, observó que los restos humanos -tiestos,
huesos, cenizas, etc.- encontrados en los pozos estaban entrevera­
dos con capas de suelo limpio (Lám. 11 A). Más adelante, cuando
volvió al sitio después de los meses de invierno, pudo observar que
una capa limpia idéntica se había acumulado en los reexcavados
pozos como resultado de las lluvias y heladas de los meses del in­
vierno precedente. Dos inferencias podían deducirse de esta ob­
servación: primera, que cada uno de los pozos había sido utiliza­
do por los habitantes prehistóricos sólo por tres o cuatro años
(representados por las tres capas sucesivas de deslave alternando
con las capas de detritus de ocupación); y, segunda, que el sitio
en un promontorio tormentoso sobre el Mar del Norte se aban­
donaba durante los meses de invierno, cuando cesaba la deposición
de restos de ocupación, y que el lugar sólo se empleaba como cam­
pamento de verano.1 Ambas inferencias son de importancia en la
evaluación cronológica y sociológica del lugar.
Mi segundo ejemplo viene del Irak. En Khafájab, en la región
de Diyala al norte de Bagdad, un templo dedicado a Sin, dios de
la luna, había sido construido y reconstruido diez veces en el mis­
mo sitio entre los milenios cuarto y tercero, y, con base en ciertas
evidencias estructurales, se intentó en forma laboriosa construir
una cronología absoluta para el edificio y por lo tanto para sus
relaciones dinásticas y culturales. No necesito reproducir aquí el
asunto en sus ramificaciones más o menos teóricas,8 pero su fun­
damento es de interés. El séptimo templo de Sin mostraba dos
fases, con dos niveles de pisos para la fase segunda (tardía) . Entre
estos dos niveles de pisos secundarios, la pared del templo había
sido aplanada con lodo dieciséis veces, y había sido aplicado cada
aplanado sobre su predecesor (Lám. II B ) . Ahora bien, en nues­
tros días es costumbre en el Cercano Oriente.el aplanar cada vera­
no los muros de adobe ( o lodo), como esos del templo citado,
como preparación para las lluvias de invierno; y, puesto que las
circunstancias no han cambiado materialmente, es natural supo­
ner que los dieciséis aplanados representan, de hecho, un lapso de
dieciséis afios. Pero durante estos dieciséis años inferidos el nivel
del piso había subido 12 eros. a la entrada del templo -la distan-
1 A. Rowntrec: History of Scarborough (Londres, 1931), pp. 20 y 23 y
Fig. 6.
a Pueden encontrarse en Pinhas Delougaz y Seton Lloyd : Pre-Sargonid
Temples in the Diyala Region (Univ. of Chícago Orient. lnst. Publícations,
LVIII, 1942), pp. 12S.�s. Debo a1 Prof. M. E. L. Mallowan haberme llama­
do fa atención sobre esto.
42 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
cía vertical entre ambos pisos-. Aplicando esta proporción a la
acumulación en el piso de la primera fase, de 75 cm.,. pode­
mos calcular el tiempo representado por esta acumul:lción en
16 X 75/12 = 100 años. A esto debemos añaclir los 16 años.
ya calculados para el intervalo entre los dos pisos de la fase
tardía, y tendremos un total de 116 años para el intervalo
temporal entre el primero y último pisos o niveles artificiales del
templo VII de Sin. Debemos dejar el cómputo en esta parte, es
decir, en un punto más allá del cual la inferencia se va haciendo
más y más conjetural. Pero hasta aquí, el argumento es de peso
considerable y representa muy bien el tipo de evidencia para el
cual el excavador que busca precisión puede estar alerta con
provecho.
De la estratificación vertical podemos pasar, por un momento,
a lo que es en verdad estratificación horizontal: un método de
cálculo sencillo en la teoría, pero lleno de trampas en la práctica
y que ha sido disfrazado con el nombre de Dendrocronología. Los
principios de 1a dendrocronología han sido demostrados amplia­
mente, y un buen sumario puede encontrarse en el manual del
Prof. Zeuner.9 Es un hecho suficientemente familiar que los cortes
a través de un árbol que ha crecido en un clima con variaciones
estacionales, muestran anillos de crecimiento, más o menos concén­
tricos, que normalmente representan aumentos anuales y que pue­
den cambiar con la edad del árbol y con el clima de un año par­
ticular. En años de sequía el crecimiento es lógicamente menor
que en años húmedos, pero una tendencia de los anillos a agru­
parse en ciclos de 1 1 años, conforme al ciclo de 1 1 afios de las
manchas solares, sugiere que la radiación solar es otro factor que
hay que considerar. Basándose en la secuencia de los anillos de los
árboles longevos de California, el Dr. A. E. Douglass y sus colabo­
radores llegaron a formar las curvas climáticas de esa parte de
Norteamérica durante los últimos 3 000 años; pero para nosotros
es más importante saber que los modos de variación de los ani­
llos en sí mismos o su modo de agruparse pueden ser anotados y
comparados entre los árboles actuales de mucha edad -como es­
pecímenes tipo- y las vigas sacadas de la misma región en tiem­
pos antiguos. Así, los análisis de los anillos de árboles en Arizona
han 11egado en auxilio de la prehistoria americana con resultados
sorprendentes. La correlación de los anillos de vigas de casas
indígenas prehistóricas (esto es, de antes del siglo xv1) con se­
cuencias ya fechadas, permitieron a Douglass determinar, con pe-
9 Dating the Past, pp. 6 ss.
LA CRONOLOGIA 43

queños márgenes de error, las fechas en que las viejas vigas habían
sido cortadas tan atrás como su material le permitía: de hecho
hasta el siglo VIII a. c. y más viejas aún. Siempre queda, claro está,
el factor imponderable de la fecha de la construcción con respecto
a 1a fecha en que las vigas de que se trate fueron realmente cor­
tadas. Además, las vigas de un edificio pueden haber sido re-usa­
das en otro que le sucedió, y una determinada estructura puede
ser, así, algunos siglos más vieja de lo que el fecha-miento de una
o más de sus vigas podrían indicar por sí solas. En otras palabras,
el análisis de los anillos de árbol sólo puede darnos un terminus
post quem.
Se han hecho intentos de aplicar el método del análisis de los
anillos de árbol a material de Europa, basta ahora con éxito limi­
tado, aunque algún valor se ha reclamado, sobre evidencia insegu­
ra, para 1as gráficas de anillos preparadas en Inglaterra con vigas
romanas y medievales.10 La ausencia de árboles muy viejos, sin
embargo, y lo mucho más remoto de la prehistoria europea, se
combinan con un clima menos discriminante (por lo general} para
luchar contra el éxito. El proyectar las fechas americanas a través
del Atlántico ( "teleconexión") tampoco ha encontrado gran acep­
tación. Por otro lado, Africa y Asia no han sido exploradas ade­
cuadamente por dendrocronólogos y en el futuro podrían añadir
nuevos laureles a una técnica que ciertamente ha tenido triunfos
espectaculares en su país de origen.
La mención de la radiación solar nos abre amplios horizontes
en el cálculo de tiempo geológico y en el fechamiento del hombre
remoto en su situación geológica. No es para un profano, como
lo soy yo, pretender más que un conocimiento general de los mé­
todos empleados. De todas maneras es confortante saber que las
antiguas fluctuaciones climáticas, deducidas del examen de los de­
pósitos de loess y del análisis de las gravas fluviales, coinciden bas­
tante con ciertas fluctt1aciones de la intensidad de la radiación
solar calculada sobre bases astronómicas; con el corolario de que
estas fluctuaciones, con sus fenómenos humanos relacionados, se
han fechado con bastante apro:dmación. De este modo, se calcula
que en los espacios abiertos del Noroeste de Europa, el hombre
del Paleolítico comenzó su sisífica tarea hace unos 500 000 años,
sin limitaciones pedantes dentro de 30 000 o 40 000 años, en más
o en menos; fecha que se encuentra en excelente coincidencia con
la que ya mencioné como obtenida de las velocidades de intem-
10 A. W. C. Lowthcr: "Dcndrochronology", The Arch. News Letter {Lon­
dres, marzo, 1949).
44 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:

perismo y denudaci6n.11 Podemos considerar estas datas suficien­


temente absolutas por algún tiempo, en relación con u_na época
en la que las modas de la artesanía pueden haber durado hasta o
más a]]á de un cuarto de millón de años.
Menciono estos cálculos, solamente por apresuramiento, como
medida del tiempo geológico, sobre el supuesto de que la veloci­
dad de desintegración de un mineral radioactivo es constante y
determinable.12 Y los acepto con calma, junto con otras maravillas
de nuestros tiempos. Pero es importante saber qué es lo que los
geocronólogos piden para su alquimia y procurar que ellos lo ob­
tengan. Es deber del arqueólogo de campo proveerlos, por ejem­
plo, con gravas y loess clasificados y con los artefactos que se
relacionan.
Gradualmente todas estas técnicas están poniendo orden en
nuestra más remota prehistoria, transformando su cronología de
lo que podríamos considerar una medusa en un ser que podríamos
llamar vertebrado. Su trabajo debe integrarse con el nuestro, tanto
en el laboratorio como en el campo.
Las maravillas de la ciencia aplicadas a la arqueología no que­
darían todas catalogadas si no nos refiriésemos a otras dos que son
bien distintas. La primera es la llamada prueba del flúor. Desde
1844 se reconocía que los huesos enterrados absorben de la hume­
dad de la arena o grava en la que yazcan un elemento conocido
como flúor. El proceso es muy lento y cambia cuantitativamente
de acuerdo con el contenido de flúor existente en el agua subte­
rránea de cada sitio. Obviamente esta variabilidad le quita a la
concentración flúor todo valor como indicador de tiempo abso­
luto. Por otro lado y como el Dr. Kenneth Oakley y sus colegas
lo han demoslndo, puede utilizarse dentro de límites bastante
amplios como señal de contemporaneidad aproximada o no, de
huesos de una misma localidad; y ya hay registros de un caso muy
especial. Una breve ojeada al mismo nos bastará para indicar las
posibilidades de este método.13
11 F. E. Zeuner en Proc. Linn. Soc. Lond., 162 ( 2 ) . p. 125.
12 Otra vez remito al lector a Dating the Past de Zeuner, 2" ed. ( 1950),
con bibHogr�fía.
13 Véase Kcnnelh Orikley: "Sorne Applications of the Fluorine Test", The
ArcTwcologiccl News Letter (NOl•.-Dic., 1949), pp. 101 ss.; K P. Oakley y
M. ?. Ashlev Montagu: "A Reconsideration of tl1e Galley Hill Skeleton",
Bulletin of tlw British Mu�eum (Nat. Hist.), I, NQ 2 ( 1949); K. P. Oakley:
"Rclative Dating of the Piltdown Skull", The AdYt1ncement of Science, VI,
NQ 24 ( 1950 ); K. P. Oaklcy y C. Randall lloskins: "New evidence in the
Antiquity of Piltdown Man", Nt1ture, CLXV ( 11 de mano, 19 50) , p. 379.
LA CRONOLOGfA 45
El ejemplo se refiere al muy discutido esqueleto encontrado en
1888 en la gravera de Galley Hill (norte), en Swanscom be, Kent,
a 2.40 m . debajo de la superficie. La grava en 1a que se encontró
el esqueleto es del Pleistoceno Medio o del Paleolítico Inferior y la
controversia hizo furia sobre si el esqueleto, no mineralizado y
moderno de aspecto como es, tenía, digamos, un cuarto de millón
de aüos o era de edad relativamente moderna. Si se trataba de lo
primero, había una prueba c1ara de la antigüedad del tipo de es­
queleto moderno. El problema ya se ha abandonado. Una cantidad
de huesos fósiles, incluyendo el famoso cráneo de Swanscombe,
se han encontrado en la misma grava paleolítica inferior y otros
de depósitos del Paleolítico Superior en graveras de las inmedia­
ciones, junto con algunos de depósitos locales recientes, incluyendo
parte de un esqueleto anglosajón. Los análisis mostraron que el
cráneo de Swanscombe y otros huesos del Paleolítico Inferior, con•
tenían cerca del 2 % de flúor, el del Palco1ítico Superior cerca
del 1 % y los huesos recientes de 0.3 a 0.05 %- El esqueleto de
Galley Hill resultó contener sólo 0.3 %, con lo que queda demos­
trada su fecha relativamente reciente. Pasa final e inevitablemen­
te, pues, de los libros de texto al limbo.
Pruebas sinúlares de flúor se han aplicado a los también muy
discutidos huesos (¿hombre o simio?) de las gravas de Piltdown, en
Susse.x. Los resultados, confinnados mientras se imprimía la edi­
ción inglesa de este libro son terriblemente dramáticos. La man­
díbula y el canino, encontrados a continuación de la calota
craneana, son de fecha moderna, como puede ahora demostrarse,
alterados y coloreados por un falsificador y después cuidadosa­
mente "plantados" para que lo descubrieran visitantes distingui­
dos. Por otro lado, el cráneo que los trabajadores de la gravera
encontraron en las cercanías, es genuino y fechado en el Paleolí­
tico Superior. En sí mismo no presenta grandes problemas, pero
la desaparición de todo intento de asociación con la mandíbula,
aleja también la anomalía potencial del de por sí suficiente com­
plejo problema de la evolución craneana. Véase el Bulletin of the
British Museum (Natural History), Vol. 2, NQ 3 (1953).
En el mejor de los casos, el valor local y relativo de la prueba
del flúor no debe olvidarse; pues como dice el Dr. Oakley:
. . . no nos da un medio de fechamiento relativo cerrado. Un hue­
so o un grupo de huesos dados muestran una cierta variante de
contenido de flúor. A no ser que la diferencia en edades entre los
huesos que se comparan sea considerable (por ejemplo, 10 000
años) , genera1mente hay un traslape en su variante de contenido
46 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
de flúor. Por tal raz6n, probablemente sea imposible diferenciar
con claridad, por este método, digamos un esqueleto sajón de uno
neolítico; en tanto que sí debía permitir distinguir, por ejemplo,
huesos de edad neolitica o más tardía, de otros de la edad acheu­
lense, cuando ambos aparezcan en condiciones similares en el
mismo sitio.
Potencialmente es más sensible un nuevo método de fechar
material orgánico, el cual se basa en el contenido de radiocarbón.
Este método, subproducto de la investigación atómica, fue anun­
ciado por primera vez en Norteamérica en 1949 y, aunque sigue
en su fase experimental, permite fechar por fin, en forma obje­
tiva, especímenes de hasta 20 000 años. Dicho método, conocido
sumariamente como el del "carbón 14", fue ya descrito por el
Prof. W. F. Libby, el Dr. E. C. Andersou y el Dr. R. J. Amold,
del· Instituto de Estudios Nucleares de la Universidad de Chica­
go, quienes lo comprobaron mediante muestras de madera de
tumbas egipcias.14 El error posible es, de momento, apreciable,
pero probablemente se reducirá, y parece que, para el Mesolítico
por lo menos, este método si se 11ega a hacer lo suficientemente
accesible, producirá datos muy provechosos.
El principio en que se funda, no su práctica, es simple y lógico,
y se puede explicar con brevedad:
I) Los rayos cósmicos, que llegan del interespacio, producen
en la atmósfera átomos de carbón radioactivo de peso atómico 14.
El CI4 así formado es un isótopo del carbón ordinario, de peso
atómico 12 (Cl2); ambos están contenidos en el bióxido de car­
bono de la atmósfera, en una proporción estable y que correspon­
de a las velocidades de producción y desintegración del Cl 4.
II) Este bióxido de carbono lo tornan las plantas, y, puesto
que, al final de cuentas, todos los animales obtienen su materia
básica precisamente de las plantas, el bióxido se incorpora univer­
salmente en la materia orgánica viva. Así pues, la proporción de
H Science, CIX, Nº 2827, pp. 227-8 (4 de marzo, 1949 ) ; Science Todcry,
V, NII 125 (24 de marzo, 1949); Antiquity, XXIII (1949), pp. 113-4 y
229. Véase también Hallam L. Movius en ibí.d., XXIV (1950), pp. 99-101;
el informe de la discusión de la British Association en Nature, CLXVI (4 de
Nov., 1950), p. 756 (l. V. P. Long, F. E. Zeuner, y K. P. Oakley); F.
E. Zeuner, en Science Progress, NII 154 (Londres, abril, 1951), pp. 225-38
(con bibliografía) ; G. H. S. Bushnell, en Antiquity, XXV (1951), pp. 145-9;
y especialmente "Radiocarbon Dating", reunido por Frederick Jobnson en
American Antiquity, XVII (Society for American Archaeology, Salt Lake
City, Utah, julio, 1951) y W. F. Libby: Radiocarbon Dating (Univ. of Chica·
go, 1952).
LA CRONOLOCtA 47
C l4 a Cl2 en toda la materia orgánica viviente. sobre la super•
ficie total terrestre es la misma que la que hay en la atmósfera
toda. ,
III) Pero una vez que un organismo ha muerto (por ejemplo,
cuando se corta un árbol), deja de tomar carbono de la atm6s­
fera. Por e] contrario, el contenido de Cl4 disminuye lentamente
y se convierte en nitrógeno, a una velocidad según la cual al cabo
de 5 600 años (llamados "vida-media") sólo queda la mitad del
contenido original de C14. Después de dos veces ese período
queda, únicamente, la mitad del residuo -esto es, un cuarto de la
cantidad original-; y así sigue hasta que todo el Cl 4 desaparece.
IV) Por lo tanto, en la materia orgánica muerta, la razón de
Cl4 a Cl2 disminuye con el tiempo a una velocidad conocida.
La proporción de Cl4 a Cl2 en un espécimen orgánico dado puede
determinarse en el laboratorio y calcularse el tiempo transcurrido
desde la "muerte" de esa materia orgánica.

Este es el principio. La mayor dificultad práctica es que, en


el mejor de los casos, la proporción inicial de Cl4 a Cl2 es suma­
mente pequeña y en consecuencia difícil de medir con precisión.
Algunas sustancias orgánicas son realmente más fáciles de mane­
jar que otras; así sucede con la madera o el carbón de leña, que
contienen mucho carbono. Por otro lado, los huesos contienen
sólo pequeñas cantidades de carbono y parece dudoso que grandes
cantidades de él, inclusive con "infladores" añadidos, puedan dar
la concentración neccsaria.15 En conjunto, la técnica sigue ( 1952)
en su fase experimental y quedan ciertas dificultades sin resol­
ver, Por ejemplo, un espécimen de carbón de leña antiguo puede
haber sido contaminado por la absorción de sustancias que con­
tengan carbón de edad menor; una fuente de contaminación
partirnlarmente peligrosa es el crecimiento de hongos y bacterias,
los que, aun quitados del espécimen pueden haber falsificado
(reducido) su edad aparente. Pero a pesar de estas y otras com­
plicaciones, hay razones para esperar que se lleguen a dar edades
con una precisión aproximada de + 200 años en el fechamiento
de carbón de madera y otras categorías de material orgánico,
yendo en fechas desde el Paleolítico Superior hasta el principio ele
11 Con el objeto de obtener la cantidad de carbón pnro necesaria para una
determin::ción satisfactoria, basada en una serie de varias pruebas, se ,.:co­
mit:ndan l!is siguientes cantidades mínimas de sustancias: 65 gramos de car•
bón, 200 gramos de algtSn otro tipo de restos de origen v�getal ( madera, gra­
,
nos, restos de cestena, etc. ) y 700 gramos de conchas mannas. II. L. Movius.
en Antiquíty, XXIV (1950), pp. 99-1 01.
48 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
la Era presente. Una precisión sistemática dentro de estos lími­
tes marcaría un avance formidable en la persecución de una cro­
nología prehistórica.
Ya existe un cierto número de casos de análisis hechos con el
Cl4. Así, por ejemplo, se ha anunciado que el último avance
(Mankato) de la glaciación Wisconsin en Norteamérica, pasó
sobre troncos de árbol, cuya edad promedio por el método del
Cl4 es cerca de 11 400 años al momento actual, menos de la mi­
tad de la edad esperada por los geólogos. Es poco después de ese
momento en el cual se cree que el hombre hizo acto de presencia
en Norteamérica. Los artefactos más viejos analizados en Norte­
américa son varios pares de sandalias de cuerda cubiertos por
depósitos volcánicos de Oregón; la edad que se ha calculado es
de cerca de 9 050 años, o sea aproximadamente unos 7000 a. c.
En el oriente de Jos Estados Unidos, las culturas más tempranas
prueban, hasta ahora, ser más tardías que en la parte occidental.
Las fechas de Cl4 sugieren que el hombre apareció allí hace
unos 5 000 años, pero hacen falta más verificaciones. Otros cálcu­
los con el Cl4 parecen confinnar e] principio de la Primera Di­
nastía de Egipto hacia 3000 a. c., aproximadamente, y que la
agricultura primitiva ya estaba siendo practicada en las colinas
Kurdas alrededor del año 4700 a. c.: carbón de madera y conchas
de moluscos terrestres de un sitio-aldea excavado por el Sr. R. J.
B-raidwood, en Jarmo, al norte de Irak, han dado notablemente
las fechas de Cl4 que siguen: 4757 a. c., ± 320 años; 4654 a. c.,
± 330 años y 4743 a. c., + 360. En Inglaterra, una ya famosa
aldea de recolectores del Mesolítico, estudiada por el Dr. Gra­
hame Clark -Seamer, al este de Yorkshire-, parece, por este mé­
todo diagnóstico, haber florecido alrededor de 7000 a. c., fecha
bastante aceptable. Pero es bueno repetir la afirmación enfática
del Dr. Libby y sus asociados en el sentido de que todos estos re­
sultados son, de momento, tanteos.
Nada se ha dicho en este capítulo de la tipología como una
base de la cronología y tampoco me propongo penetrar en este
tema tan espinoso. El estudio de1 desarro1lo sistemático de tipos
o formas fue nonnal por mucho tiempo en los estudios biológicos
antes de que fuera un método reconocido en 1a arqueología; así
y todo, apenas pudo entrar en nuestra disciplina hasta que Petrie
basó la cronología relativa de su cementerio de Dióspolis Parva
en ella, en 1901.16 Sus vicios y virtudes 17 constituyen ahora una
16 Diospolis P{JT)la (Egypt faploration Fund, 1901), pp. 4 ss.
J7 Por ejemplo, véase G. Coffey: Guide to the Celtic Antiquities of tlt.
LA CRONOLOGfA 49
pregunta-tipo en los exámenes de arqueología y aquí no vamos a
intentar una respuesta modelo. Pero hay dos puntos sobre los
que algo he de decir. Mucho -y muy bueno por cierto- trabajo
se ha hecho en los campos europeo y asiático sobre la tipología
comparada de las industrias, particularmente de la cerámica. En
este valioso empeño puede observarse la repetición de dos fuentes
de duda. La primera es una tendencia a dar significado diagnós­
tico a tipos de patrones que, o están insuficientemente especia­
lizados o están repetidos sin probabilidad de contacto, en sitios y
épocas suficientemente dispares. La segunda tendencia, no sin
relación con la primera, es cambiar el estudio comparativo de la
cerámica en una práctica más semejante a la filatelia que a la ar­
queología: comparar dibujos a línea de los patrones con referen­
cias insuficientes a otros factores como 1a pasta, método de fabri­
cación y cocimiento. Por una reductio ad absurdum de este
procedimiento, abstracto y teórico, me referiré una vez más a la
fuente infalible de ejemplos preventivos, Palestina. En un infor­
me monumental de Tell en-Nasbeh, la fecha de una serie de tum­
bas ha sido ''calculada'' por un sorprendente método estadístico:
Se trazaron todos los paralelos con relación a la forma del tipo
olla, incluyendo algunos del Bronce Medio hasta una olla dara­
mente Hierro Temprano (se ignoraron las diferencias en técnica). El
resultado, expresado en una gráfica de frecuencias, se representó,
para la tumba, en combinación con las gráficas de frecuencia de
otras formas (de la misma tumba). Esto produjo una serie de ci­
mas que más o menos coincidieron, pero que dieron el ridículo
resultado de que los extremos de la gráfica se extienden ¡del si­
glo XVII al siglo u a. c.1 Por otro lado, no se toma en cuenta la
aparición o no de formas diagnósticas o de técnicas . . .18
En otras palabras, aquí tenemos un crudo ejemplo del impacto
que producen los diagnósticos bidimensionales sobre material tri­
dimensional.
El otro punto en el que debe ponerse énfasis, es el riesgo inhe­
rente al aplicar en forma general criterios tipológicos que en la
mayor parte de los casos son muy buenos por sí mismos, _pero

Christictn Period. . . , p. 4: "No debe suponerse que una serie de fonnas pro­
gresivas corresponda a una serie de fechas. Después de que la fonna final se
ha alcanzado, pueden reaparecer pasos primitivos; la serie total fonna un
cúmulo de ornamentos del que el artHice puede sacar lo que quiere.''
18 K. M. Kenyon, en Antiquity, XXIV (1950), p. 200, comentario sobre
C. C. McCown: Tell en-Nasbeh, I (1947), con referencia especial a las
pp. 146-7.
50 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
dentro de su propio y reducido contexto. Por ejemplo los anti•
cuarios, acostumbrados a estudiar las construcciones antiguas, es­
tán bastante familiarizados con el valor-tiempo potencial de
las formas estructurales u ornamentales. Así, quienes estudian las
molduras medievales, los estilos antiguos de albaüilería, las obras
antiguas de ladrillo, las escaleras, los marcos de ventanas y los te­
chados antiguos han desarrollado criterios de carácter empírico
que resultan ser correctos con más frecuencia de la esperada, pero
si se emplean con precaución: la albañilería "a la rústica" -sille­
ría de tosca superficie y de bordes apenas delineados- corres•
ponde, en Roma, a 1-50 d. c.; 19 los ladril1os romanos y sus juntas
varían en el grueso absoluto y relativo, de acuerdo con una escala
temporal; 20 los molduras góticas del siglo xm, que son notable­
mente intrincadas, contrastan con las sencillas molduras del XIV
y con las aplanadas del xv; las armaduras para techo con empleo
de péndolas comienzan en la época de Enrique VIII. Y así suce­
sivamente. Pero, tras de todas estas reglas se esconden ciertos
peligros. De este modo, fuera de Roma, en Palestina por ejem­
plo, la albañilería rustica puede ser al menos tan vieja como del
siglo IX a. c.;21 la pareja cronología de los ladrillos romanos sólo
ha podido establecerse para Roma misma, y allí quizá sólo para
cierta categoría de edificios; las molduras góticas de Gran Breta­
ña no son las mismas que las de la Francia gótica; la mayor parte
de las armaduras de péndolas para techo son del siglo xvx, pero a
veces aparecen desde el XIV.22 Tomados aisladamente, sin em­
bargo, casi ninguno de estos criterios ni otros semejantes pueden
atrapar al desprevenido. Sus valores son más bien locales que
universales, y deben establecerse de nuevo y objetivamente para
cada nueva localidad. Con este requisito, pueden servir de mu•
cho. Mas el requisito es muy importante.
Ya está bien, por ahora, de algunos de los principios o prácti­
cas que son la base de la cronología arqueológica. Su importancia
es manifiesta; tanto, que quizá sea bueno terminar con una nota
de atención. No debemos dejar que la cronología monopolice
10 G. T. Rivoira: Roman Archítecture (Oxford, 1925), p. 70, refiere esto
especialmente al período de Claudia, pero hace notar sn presencia temprana
en tumbas etruscas.
20 Esther B. van Deem:m, en American fournal of Arc/1aaology, 2S., XVI
(1912); etc.
21 G. A. Reisner y otros, en Harvard Excavations at Samaria (Harvard.
1924), p. 104 y Lám. 27.
2!! Royal Commission of Historical Monuments {Inglaterra), Essex, Il,
Central and SW { 1921), p. 76, Gatebouse Farm.
LA CRONOLOGfA Sl
nuestra disciplina. Es un medio para alcanzar un fin, no un fin
en sí misma. Los que sabemos la profunda satisfacción que resul­
ta de poner la cronología en su lugar, sabemos algo también del
peligro eminente de esa satisfacción. ¿En qué estamos, realmen­
te? Comencé este capítulo describiendo la cronología como la
columna vertebral de la arqueología; y así es, pero el espinazo
no es todo el esqueleto, mucho menos la carne, la sangre ni el
espíritu de nuestro tema. Nuestro objetivo es la reconstrucción
de las realizaciones culturales humanas en todos aquellos aspec­
tos de la vida que son susceptibles de una evidencia material. Un
cronólogo no es un arqueólogo. Como ha dicho un escritor nor­
teamericano: "La cronología es, desde luego, un factor importante
en cualquier investigación arqueológica y desde el principio y de
la forma más segura debemos tratar de establecerla. Pero una vez
que hemos establecido una secuencia de períodos, si la verdadera
cultura de esos períodos no nos es conocida, podemos justifica­
damente preguntamos: '¿Y qué?' " 28 Algo hemos de decir acerca
del "¿y qué?" en le capítulo xvrr. Mientras tanto, debemos pasar
a considerar cómo en la práctica nuestro material cultural puede
ser comparado mejor con nuestra escala temporal, tanto en la
excavación como en las anotaciones que hagamos de elJa.

23 W. W. Taylor: A Study of Atchaeology, American Anthropological


Association, Memoir Nº 69 (Indiana University, 1948), p. 62.
IV
LA ESTRATIGRAF1A
EN EL ÚLTIMO capítulo nos referimos a determinadas formas, al­
gunas de ellas muy familiares, mediante las cuales podemos ob­
tener aproximaciones a la cronología absoluta, a partir de mate­
rial arqueológico indocumentado. Esta cronología absoluta es
necesaria, tanto para la apreciación del tempo de las realizaciones
humanas como, sobre todo, para el establecimiento de las interrela­
ciones culturales que ayudan a hacer racional el "progreso" huma­
no. Pero gran parte de nuestros puntos fijos calendáricos, en ar­
queología, son intermitentes y arriesgados. Más frecuentemente
el arqueólogo debe contentarse con establecer la secuencia relativa
de sus pruebas, para asegurar que su perspectiva, aunque no bien
enfocada, sea esencialmente correcta. f:sta es su primera obliga­
ción: asegurar más allá de la duda la ordenada sucesión de los
vestigios con los que trata, aunque en algún momento dado de su
trabajo se vea obligado a dejar a quienes le sigan la tarea de un
ajuste e interpretación más finos. En fin, para llegar de una vez
a la médula del asunto, hemos de decir que la primera tarea de un
e.xcavador es 1a estratificación.
En forma pintoresca, la Sra. Jacquetta Hawkes ha expresado sus
ideas acerca de la ley de estratificación. Es tan sencilla -observa
ella- como la gravedad, como caerse por la escalera y, de veras, es
más bien esto. Luego sigue una disgresión cuyo texto paso a resu­
mir en seguida.
Si en vez de haberle caído una manzana en la cabeza a Sir Isaac
Newton, le hubiera caído una lluvia de frutas de un huerto divino,
uno de los más grandes hombres hubiera sido abrumado y sepultado
poco después. Cualquiera que más tarde hubiese examinado la situa­
ción con espíritu científico, separando las manzanas capa por capa,
hubiera podido deducir ciertos hechos. Habría sido capaz de probar
que aquel hombre estaba allí antes que las manzanas. Más aún, que
la ruborosa "Beauty of Bath",* encontrada inmediatamente sobre
y alrededor de Sir Isaac había caído mucho antes que las oscuras
"russets" ** que yadan sobre él. Si hubiera caído nieve por encima
de todo, el observador, aunque hubiera venido de Marte, donde no
• Una de las variedades de manzanas para postre en Inglaterrra, como la
"Roman Beauty'' lo es de Norteamérica. [E.]
• • Otra variedad de manzanas: éstas son de color acanelado. [E.]
-[ 52 ] -
LA ESTRATIGRAFtA S3
están familiarizados con estas cosas, se hubiera dado cuenta que
la época de las manzanas es anterior al tiempo de las nevadas. Mas,
las edades relativas no son suficientes: el observador puede querer
una fecha absoluta y aquí es donde Sir Isaac vuelve a aparecer. Un
examen de sus ropas, la levita de largas colas, los calzones holgados,
el cor.te descuidado de su ropa blanca y los largos zapatos de punta
cuadrada tan acentuadamente apuntando al cielo, habrían fechado
al hombre en el siglo xvu. Aquí habría, pues, una clave para la
edad de las manzanas y la nieve.1
En sentido más prosaico, el término estratificación ya ha apare­
cido aquí y allá en los capítulos anteriores y seguirá siendo un tema
en uso continuo. Antes de convertirse en palabra de uso común en
la arqueología, ya era un concepto de vieja historia entre los geó­
logos. El causante del uso geológico del término fue William
("Estratos") Smith, quien en 1816 comenzó la edición de un li­
bro titulado "Strata Identified by Organized Fossils", y desde este
momento abrió nuevas profundidades y concatenaciones de orden
geológico. Con una historia tan larga y familiar detrás de si, no
hay necesidad de entrar aquí en una exposición detallada de los
principios estratigráficos, aunque -para beneficio del lector- haré
un recordatorio sobre la naturaleza de su aplicación en la ar­
queología.
En este contexto, sus principios son, al menos teóricamente,
muy sencillos. De la ocupación humana de un lugar, normal­
mente queda una acumulación de materiales, de una u otra clase,
tanto en la propia área ocupada como en sus alrededores. Se
pierden o se descartan objetos que yacen incorporados en la tie­
rra. Unos pisos se renuevan, otros se recubren. Viejos edificios
se derrumban y otros nuevos se construyen sobre las ruinas de los
primeros. Una inundación puede destruir tanto un edificio como
una aldea y depositar una capa de aluvión sobre sus restos; y
después, cuando la inundación ha cedido el paso, el lugar, ahora
nivelado, puede volver a ocuparse. A veces, el proceso ocune en
dirección opuesta: las evidencias de ocupación pueden ser remo­
vidas, como sucede en el ahondamiento, por el tráfico, de una
calle sin pavimentar, o la excavación de un pozo para arrojar ba­
sura o para hacer un enterramiento. En Sabratha, Tripolitania, se
encontró en 1948 un templo romano que había sido reconstruido
a un nivel más ba;o que su predecesor en el mismo lugar, median­
te un rebajamiento intencional de todo el temenos en el momento
de la reconstrucción. De una manera u otra, la superficie de un
t A Land (Londres, 1951), p. 26.
54 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
viejo pueblo o aldea está alternándose continuamente de acuerdo
con el descuido o el esfuerzo humanos; y es mediante la interpre­
tación correcta de estas evidencias de alteración que podemos
esperar reconstruir algo de las vicisitudes del sitio y de sus ocu­
pantes.
Y ocurre que el primer caso de que se tiene noticia, según mis
conocimientos, de una obse1vación de estratificación arqueol6-
gica, se relaciona no con un sitio de ocupación, sino con un mon­
tículo funerario. En la época en la que esto sucedió la palabra
estratificación no se empleaba en el sentido en el que yo la he
empleado, pero los elementos del propio hecho fueron precoz­
mente considerados por ese hombre extraordinario que se llamó
Thomas Jefferson, cuyo más alto galardón para la fama, me
imagino, es haber sido el tercer Presidente de los Estados Uni­
dos de Norteamérica y uno de los autores de la Declaración
de la Independencia de su país. Para nosotros queda situado
en el puesto, inferior en categoría, pero nada despreciable, del
primer excavador científico. Sus intereses en la sociología fue­
ron bast<1nte amplios y, particularmente, como gobernador de
Virginia se interesó en los problemas del piel roja y del negro. En
el transcurso de sus estudios se interesó incidentalmente en algu­
nos "túmulos de los cuales muchos se encuentran en esta tierra"
(Virginia). Uno de ellos, situado "en las tierras bajas del Rivanna,
a un poco más de 3 km. arriba de su confluencia más importante y
opuesto a algunas colinas, y en las cuales existió algún poblado
indio", lo abrió para satisfacer su curiosidad sobre lo que había de
cierto en las opiniones y tradiciones en relación con esos montícu­
los. Su informe es testimonio de sus cuidadosas observaciones:
Las apariencias indican, sin duda, que [el montículo] deriva su ori­
gen y crecimiento de la acostumbrada recolección de huesos y la
deposición conjunta de éstos; así, el primer grupo se depositó
sobre la superficie naturnl del suelo, se pusieron algunas piedras
encima y luego una cubierta de tierra; el segundo se depositó sobre
esta última y la cubri6 más o menos según la cantidad de huesos,
siendo también cubierta de tierra; y así sucesivamente.
Estos hechos le hicieron rechazar dos ideas: primera, que el
montículo sólo cubría huesos de personas muertas en batalla ( no
se encontró ni uno con huellas de heridas por arma); y, segunda,
"que era el sepulcro comunal de una aldea en el cual los cuerpos
se ponían de pie y unos junto a otros". Se dio cuenta de que al­
gunas piedras encontradas en el montículo habían sido ''traídas
LA ESTRATIGRAF1A 55
de un risco situado a unos 265 m. de allí, y de1 río, a unos 133 ni.".
También anotó que en ese sitio se enterraban niños, ya que la
costilla de uno y parte de la mandíbula de otro, al que todavía
no le habían salido los dientes (la mitad derecha de la inferior ),
etc., habían sido d�cubiertas.2
No hay que olvidar que todo esto ocurría en 1784, por lo que
me ha parecido que merece la pena narrar todo el episodio con
cierta extensión. Consideremos el contenido del informe, claro y
conciso, de Jefferson. Describe la situación del montículo en re­
lación con las formas naturales y las pruebas de ocupación huma­
na. Localiza componentes de interés geológico en los materiales, y
sitúa sus orígenes. Indica las etapas estratigráficas en la construc­
ción del montículo. Registra ciertos rasgos notables del material
óseo. Y aporta objetivamente su testimonio respecto a las teorías
en boga. ¡Hazaña no pequeña para un ocupado estadista de 17841
Desgraciadamente, esta semilla de una nueva pericia científica
cayó en suelo estéril. Un siglo después de Jefferson, la excavación
en masa era la regla del día. En el capítulo n comparamos las
capas sucesivas del suelo, o sea la estratificación, con las páginas
sucesivas de un libro. La analogía es esencialmente cierta e in­
cluye este corolario: primera condición para su inteligencia es
que las capas, como las páginas, sean puestas ante nuestros ojos
razonablemente intactas y en el orden que les es propio. Natu­
ralmente, no hay que quitarle todo mérito a la excavación en
masa. En un plano rudimentario de investigación, puede ayudar­
nos a encontrar el camino y a alentar nuestro avance por él. De­
bemos agradecer a Schliemann haber hundido su pala en Troya,
Tirinto y Micenas en los setentas del siglo pasado, porque nos mos­
tró el espléndido libro que allí había estado oculto; pero lo hizo
pedazos al arrancarlo de la tierra, y nos llevó algo más de tres
cuartos de siglo el remendarlo a medias y, con la ayuda de datos
de otras partes, leerlo correctamente. En un plano más reducido,
recuerdo mi gratitud ert 1944 a ciertos anticuarios franceses en
Pondicherry, al sur de la India, apasionados pero bastante incapa­
ces, por haber amontonado una masa heterogénea de material
de un lugar antiguo, ya que, aunque no lo sabían, su saqueo mos-­
tró que el lugar contenía cerámica Arretina importada (y fecha­
da), la que después y con métodos más ortodoxos, nos llevó a
determinar la primera, base arqueológica de la India pre-medieval
del Sur. Pero los beneficios accidentales producidos por nuestros
2 T. Jefferson: Notes on Virginia, 8i ed. ( 1801 ) , pp. 142-7; dato tomado
de A. F. Chamberlain en The American Anthropologist, IX ( 1907) , pp. 499 s.
56 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
amigos de Pondicherry, inclusive los del mismo Schliemann, ya no
sirven como excusa para una arqueología inculta. Hoy, el exca­
vador debe saber cómo leer sus cortes en el terreno o no ha de
hacer excavación alguna.
En la práctica, una de las principales tareas del excavador es la
identificación y correlación de los estratos o capas que representan
las fases sucesivas de la "historia" arqueológica de un lugar, y
deben ocuparle la mayor parte de su tiempo. Tan importante
es esta tarea que, a riesgo de fatigar al lector, sea con lo que le es
muy poco conocido o, más posiblemente, con lo ya muy cono­
cido, sería erróneo abstenerse de ciertos detalles técnicos que son
más bien áridos. La tarea es de aquellas que pide juicios claros
y lógicos, reforzados por la experiencia y por una paciencia infi­
nita. Normalmente los estratos se diferencian por variaciones en
el color, en el material o en el contenido. De todos modos, no es
raro que estas variaciones, sobre todo bajo la influencia decoloran­
te del sol africano o asiático, presenten dificultades aun para el
ojo experto : tanto es así, que más de un arqueólogo que debería
estar mejor preparado, ha negado la presencia de estratigrafía ( en
el sentido occidental de la palabra ) en algunos lugares de Oriente.
"No existía una estratigrafía clara -escribe un bien conocido
arqueólogo norteamericano, al referirse a un lugar de Palestina­
durante gran parte del período investigado, porque no hubo des­
trucción completa ni reconstrucción en ningún momento." 3 Esto,
por supuesto, no tiene sentido; al decir "estratificación", el autor
citado se refiere simplemente a "niveles continuos de construc­
ción", olvidándose de las no menos importantes capas que en
cualquier lugar se espera suplementen y relacionen las fases de la
verdadera construcción. El hecho es que el observador simple­
mente no supo hacer bien sus observaciones. En la práctica, hay
varios caminos y formas de tratar los cortes, renuentes y calcina­
dos, que se hacen en Oriente y muchos occidentales también.
Mojando los cortes y rascándolos cuidadosamente con un cuchillo
o un cortador de césped, se ayuda uno frecuentemente, al revelarse
así, las más sutiles variaciones de color o del material. La obser­
vación, bajo luces diferentes y a distintas horas del día, puede
ayudar también. En un corte importante y difícil, la observación
debe hacerse durante varios días antes de alcanzar una conclusión
certera. Y finalmente debemos intentar "leer" el corte para dis­
tinguir sin prejuicios las diferencias de los estratos más impor-
3 C. C. McCown: Tell en-Nasbeh, excavated under the direction of the
late William Frederic Bade (Arn. Sch. of Or. Res., 1947) , i, 10.
LA ESTRATIGRAFIA 57
tantes y los menos importantes. Por ejemplo, una línea de con­
tacto interno en una masa de acumulaciones continuas por un
lado, y un nivel de ocupación real y categórico, por otro. No es
suficiente identificar niveles, aunque esto sea el primer paso esen­
cial; la tarea del arqueólogo es interpretarlos; es decir, hay que
<:aptar la frase y luego traducirla.
En este a$unto supremo de la interpretación, hemos de decir
:algo más, siempre con la advertencia de que no hay ninguna clase
<le sustituto para la experiencia de campo. Lo más que un pro­
fesor puede hacer es ofrecer a la mente del estudiante las suges­
tiones o advertencias que le creen una sana cautela y una atención
especial para las minucias. Tomemos una vez más como tema la
pregunta, primera y universal, de la que ya hemos dicho algo
en el capítulo anterior: ¿Cuál es el valor, en términos de tiempo,
de los estratos arqueológicos? ¿Cuánto tiempo tardan en acumu­
larse, digamos 1.20 m. de depósitos estratificados? Pregunta de
mucha importancia y penetración que merece ser considerada con
cuidado : si la contestamos habremos ganado la mitad de la batalla.
Ya nos hemos referido al importante conocimiento que nos ha
dado la geología, al identificar las arcillas varvadas de Suecia (y
de otros lugares ) como los depósitos anuales del hielo en retro­
ceso y, por lo tanto, como el registro calendárico para la fase
humana con ellos relacionada. Pero, en verdad, rara vez la geo­
logía nos da datos tan directos; en tanto que los estratos origina­
dos por el hombre son capaces de toda clase de malas jugadas.
Cierto es que algunos de estos estratos no tienen la menor
importancia cronológica, pero, como instructivos perturbadores
de toda fe, estas nulidades deben estudiarse en primer lugar.
Ha sido mi costumbre persuadir de vez en cuando a mis estu­
diantes para que al final de un día de trabajo, hagan un corte a
lo largo del escombro sacado en la excavación. Por lo regular
descubren, como era de suponerse, que dicho corte está repleto
de estratos, de líneas de contacto, de vetas de diversos suelos, en
fin, de una miscelánea de los materiales a través de los cuales estu­
vieron trabajando durante la jornada. Nada mejor calculado para
destruir su fe en el significado temporal de la estratificación. Allí,
frente a ellos, está la acumulada variación de unas cuantas horas.
¿Cómo puede reconciliarse eso, en términos de siglos con la
interpretación de los estratos contiguos que están bajo tierra?
En la teoría la respuesta es difícil, en la práctica es general­
mente fácil. Con frecuencia encontraremos que algunos de los
estratos desaparecen hacia un extremo u otro, en tal forma que
58 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:

las capas inferiores y superiores se unen para encerrarlos e in­


cluirlos en una capa uniforme, como si estuvieran suspendidos :
prueba suficiente de su contemporaneidad. Una serie de capas
puede juntarse lateralmente, como los dedos extendidos de una
mano, esencialmente iguales unas a otras, tanto en materia como
en fecha.
Es raro que depósitos de este tipo imiten consecuentemente una
acumulación sistemática y prolongada. Por otro lado, nos dan
un toque de atención : una porción seleccionada de ellos puede
darnos estímulo para una secuencia lógica y consistente, y así
nos sirve para señalar el peligro de basarnos en pequeños cortes.
La Fig. 8 muestra un problema de este tipo, resuelto correcta­
mente con una extensión del corte. En todo caso, debe ser axio­
mático que ninguna secuencia cronológica puede considerarse
como establecida, con seguridad, sobre la base en un corte único.

+ - - - - - - - - - - - - ➔B - - - - - - -C

FIGURA 8. Corte que ilustra (A-B ) una sucesión aparente de estratos


( 3-7 ) , los cuales, en una extensión del corte (B-C ) , se ven haber sido
depositados simultáneamente.
Un buen ejemplo arqueológico de la insignificancia de la estra­
tigrafía nos lo dan muchos de los pozos de almacenamiento hechos
por los granjeros de la Edad de Hierro Temprana alrededor de sus
lugares de habitación, especialmente en las tierras cretosas. Des­
pués de haber sido empleados por un tiempo para almacenar
productos de la granja, estos pozos eran susceptibles de "agriarse",
en cuyo caso se llenaban rápidamente con el primer material que
estuviese a mano. Con frecuencia el resultado es un sorprendente
LA ESTRATIGRAFlA 59
relleno, sumamente variado, en el que la estratificación no tiene
relación con la escala temporal. Dicho esto mismo en otras pala­
bras, la primera ley de la estratificación es precisamente que no hay
ley invariable.
El peligro opuesto a la sobrevaloración de lo que podríamos
llamar las formas "accidentales" y sus rasgos contemporáneos es
la subvaloración de las estimaciones temporales : es creer que una
serie de estratos se han acumulado continuamente, cuando lo que
ha sucedido es que representan un crecimiento intermitente, con
uno o más saltos en el tiempo . Así, el primer excavador de Gezer,
Palestina, en 1 902-09, confundió, sin esperanzas, la cronología de
la Edad de Hierro de Palestina, por no haber reconocido una
falla de cerca de 500 años en la ocupación del lugar. El error se
fue corrigiendo gradualmente, años después, por los aportes de
otras excavaciones, pero por algún tiempo trastornó por completo
el fechamiento de esos siglos en la arqueología palestina. ¿Cómo
podemos prevenir un juicio erróneo de esta categoría? La pregunta
es importante, desde luego, y merece bastante consideración.
No hay una sola respuesta a dicha cuestión, pero por lo menos
hay dos criterios factibles y cualquiera de ellos, o ambos, deben
ser tomados en cuenta en la interpretación de un corte que mues­
tre más de una fase cultural.
El primer criterio es la naturaleza del suelo en el punto donde
se juntan dos culturas. Una interrupción en la ocupación puede
estar representada allí por una capa de arena de origen eólico o
fluvial, o por los restos de césped u otra vegetación. En un sitio
de Dorset, una capa oscura separaba la Edad de Bronce Tempra­
na de la Edad de Hierro Temprana, y este estrato oscuro se diagnos­
ticó, tras un análisis, como "suelo oe tierra parda, desarrollado de
un subsuelo rico en creta. Evidentemente significa un hueco en
la ocupación, y que la colina estuvo cubierta por bosques": de he­
cho, un hueco de mil años o más. Unos 1 0 o 1 2 cm. de tierra
parda, comprimida por más de veinte siglos bajo un creciente
dosel de tierra apisonada, nos dicen todo esto y señalan cambios
de clima y de nivel freático que por mil años desviaron la vida
familiar a tierras bajas, más acogedoras. Un ejemplo más sutil
nos viene de la Muralla de Adriano, del relleno encontrado por
el Sr. Gerald Simpson y por el Prof. Ian Richmond en el foso del
vallum, donde aquél estaba parcialmente reemplazado por el fuer­
te romano, en Birdoswald, Cumberland. El problema era deter­
minar por cuánto tiempo había estado abierto el foso del vallum
en tal lugar, antes de que el fuerte fuera construido sobre él. Para
60 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
ello se emprendió una investigación en un corte vertical hecho
en los materiales que ahora llenaban el foso. El resultado, se­
gún el informe de la Dra. Kathleen Blackburn, del Departamento
de Botánica en King's College, Newcastle, sobre el río Tyne, acla­
ró el asunto y merece la pena darlo a conocer. Es como sigue:
Sobre el sedimento amarillo que componía el fondo ( del relle­
no) había depósitos de turba que cambiaban de espesor en distin­
tos lugares, y que obviamente eran tro,zos de turba colocados allí
a mano. . . El estudio del material del piso del foso mostró muy
poca materia orgánica y ningún resto de coloración oscura que
suele ser producida por la putrefacción orgánica. Los pocos restos
que había eran, sobre todo, semillas de herbáceas: la mayor parte
pertenecían a una cierta grama (Polyponum avículera) , pero tam­
bién se encontraron algunas de pamplina (Stella media) y una de
ranúnculo, que probablemente era Ranunculus acris. Estas semi­
llas estaban en perfecto estado de conservación, debido proba­
blemente a la acción protectora de la percolación de agua de la
turba que las cubría. La flora que estas semillas sugiere es de
las que sólo podría encontrarse en tierra recién removida. Por
esto y por la ausencia de restos orgánicos, creo que podemos admitir
que el foso sólo pudo estar abierto un año o dos antes de rellenarlo
con turba:4
El foso del vallum había sido, pues, borrado de la existencia,
deliberadamente (para alojar o extender el fuerte ) , casi inme­
diatamente . después de su creación: una conclusión de lucidez
reveladora y de gran importancia en la diagnosis histórica del
sistema fronterizo. Cerca de allí y en el propio foso de la "Turf­
Wall" (Muralla de Césped) donde ésta queda por debajo del
fuerte se recuperó evidencia semejante que mostraba que el fuer­
te había sido construido a través de ella sin período apreciable
intermedio: aquí surge, otra vez, una inferencia "histórica" del
mayor valor.
Aun sin análisis, la observación cuidadosa, bajo condiciones
favorables, puede llevar la estratificación al terreno de la crono­
logía precisa, comparable en ciertas ocasiones con la de las famo­
sas arcillas varvadas. Ya hemos citado dos ejemplos (p. 40 ) , uno
de Inglaterra y otro del Irak, y hiatos cronológicos e inclusive
períodos largos pueden identificarse, a veces, de muchas maneras,
mediante la observación meticulosa de la erosión por la intempe­
rie o del recubrimiento de superficies, pero, sobre todo, por el
4 Trans. Cumberland and Westmorland Ant. Soc. (N. s. ) , XXIX ( Kendal,
1929 ) , p. 308.
LA ESTRATIGRAF1A 61
análisis del suelo. Ahora bien, los fenómenos convenientes o las
facilidades técnicas no siempre están a la mano; si bien estas últi­
mas, por lo menos, deberían existir en las excavaciones modernas.
En todo caso, hay otra forma de atacar el problema y la mejor
manera de describirla es mediante ejemplos.
En 1947 estaba yo excavando un sitio de poblado en la meseta
de Mysore, al sur de la India, cerca de un cementerio megalítico
no fechado de la Edad de Hierro; trataba allí de correlacionar la
cultura del cementerio con alguna de las fases del poblado. De
hecho, los cortes a través del sitio revelaban tres culturas sucesivas
y muy distintas, de las cuales la intermedia era la del cementerio.
Para comprender lo que sigue tengo que abrumar con muchos
nombres al lector. La cultura encontrada más arriba era conocida
como "Andhra", del nombre de un reino local; la intermedia
como "Megalítica", ya que era también la de las tumbas mega­
líticas locales; y la más baja se llamaba de "Hachas de Piedra"�
por ser estos objetos su producto característico. De las tres, la
única fechable era la de Andhra, la cual, en su mayor parte, podía
situarse en el siglo I de nuestra Era. El problema era relacionar
las otras dos culturas con ella, y así, por primera vez, lograr algún
tipo de cronología para el conjunto.
Para este propósito era de importancia cardinal estar seguros si
las tres culturas formaban un todo continuo o si estaban separa­
das unas de otras por hiatos en el tiempo. El examen de los cortes
no nos dio resultados reveladores de superficies erosionadas o ex­
puestas; por otra parte, si esos datos hubieran existido, en la
India no había facilidades de orden técnico para su análisis. En
tales circunstancias, tuvimos que buscar otro tipo de información.
En un caso, la suerte nos acompañó: un entierro en urna del tipo
característico Hachas de Piedra fue encontrado inserto en el más
bajo de los estratos sobrepuestos de la cultura Megalítica, lo cual
implicaba una ocupación conjunta del lugar por las dos culturas
en ese punto. Pero sin necesidad de una demostración tan in­
controvertible de continuidad, el asunto quedó liquidado por lo
que podríamos llamar el análisis "actuaria!" de los cortes. En
mi opinión, este tipo de análisis debería - hacerse con mayor fre­
cuencia de lo que se hace, por lo que el ejemplo de Mysore mere­
ce ser estudiado con detalle. En resumen, el método es como sigue.
En un extenso corte hecho en un terreno escogido para que
no tuviera complicaciones como pueden ser hoyos o estructuras
intrusivos, se llevó un registro cuidadoso, capa por capa, de cada
tiesto encontrado; luego se tabularon los resultados ( Figs. 9 y 10 y
62 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
Nore11, S11roe111

111. CULTIJRA
ANDHRA

U. CULTIJRA
MEGALITICA

I D. CULTIJRA
HACHAS
DE PIEDRA
(Tardía )

I A. CULTIJRA
HACHAS
DE PIEDRA 1
1
(Temprana)
'
SUELO NATURAL l1
�-- · --------------- - -- - - - - --------------J


º 2
' -•==--•=--------=---·
4

ESCALA EN PJES
6 (J
•'--==--.. º------
ESC.1LA EN METROS

FIGURA 9. Corte hecho en Brahmagiri (Estado de Mysore, India) ,


que muestra 3 fa�es culturales, las cuales s e traslapan.

Lám. III ) . Por fortuna, el material y la técnica empleados por


las tres culturas eran tan diferentes unos de otros que su clasi­
ficación no dejaba duda; la cerámica de la gente Hachas de Piedra
era tosca y hecha a mano; la de la Megalítica negra y café, pulida
y quizá elaborada con movimiento rotatorio, aunque lento, y la
de Andhra, en la parte superior, hecha más mecánicamente, en
rueda rápida y podía ser vidriada y con patrones fijos. Ahora
bien, la tabla muestra un traslapo notable que ocupa tres capas
sucesivas, entre las series Hachas de Piedra y Megalítica, seguido
LA ESTRATIGRAFfA

I 11 111
HACHAS MEGA·
CAPA
DE LÍTI· ÁNDHRA
PIEDRA CA

1 52 tiestos, incluyendo 1 de cerámica pintada


de amarillo
2 384, incluyendo 1 0 tiestos, pintada de amarillo
3 480, incluyendo 68 tiestos pintada de amarillo,
y 1 tiesto con punteado de ruleta
3a 67
4 36 269, incluvendo 51 tiestos, pintada de amarillo
5 68 2 1 9, incluyendo 10 tiestos, pintada de amarillo1
6 26 115 40 5, incluyendo 7 tiestos, pintada de amarillo
7 63 407
8 1 50 199 2
8a 36
8b . 89
9 76
9a 196
10 46
,11 33
12 23
13 26
14 48
14a 15
15 198
16 7
17 45
18 25
19 321 3
1 En las perforaciones adyacentes, las capas equivalentes a las 5 y 6 de
Br. 21, o sea los niveles "jfodhra" más bajos, pr-odujeron 7 tiestos de cerámi�
con punteado de ruleta.
2 En una perforación adyacente, la capa· equivalente a ésta contenía un·
entierro en urna de la cultura "Hachas de Piedra".
s Incluyendo 1 8 tiestos "Pintada Temprana" y 6 con incisioncl de la cul­
tura IA, que representa esta capa.

FIGURA 10. Tabulación de tiestos que representan las 3 culturas cie


Brahmagiri. (Véase Fig. 9.)
64 ARQUEOLOGfA DE CAMPO�
de un imbricado similar entre las series Megalítica y Andhra. Al
considerar el significado de tan valiosas sobreposiciones, debemos
tener en cuenta el hecho de que, por distintas causas, el subsuelo
se_ encuentra siempre en un estado de mayor o menor transfor­
mación. La vida animal y vegetal, así como el clima, están modi­
ficándolo constantemente. Restos de un estrato pueden, esporá­
dicamente, encontrar camino hacia otro estrato y así confundir
la exigencia de nuestras mentes. Pero el paso ascendente de 239
y 219 tiestos, respectivamente, de una cultura a la siguiente supe­
rior en este corte único no es para descartarlo a la ligera. La única
explicación aceptable es que en ningún caso la llegada de una
cultura nueva implica la extinción inmediata de la más antigua :
dicho en otra forma, que la secuencia cultural fue continua y, en
nuestro cálculo cronológico en relación con el punto fijado en la
parte superior, podemos ignorar la posibilidad de factores desco­
nocidos que surjan de interrupciones en la ocupación. Aquí no
estamos en peligro de repetir el desastroso descuido del excavador
de Gezer (p. 59) . Los detalles de este ejemplo específico de
Mysore no nos interesan; bástenos observar que el traslapo demos­
trado entre la cultura Megalítica y la cultura sobreyacente del
siglo 1, probaron que las tumbas megalíticas estuvieron allí en uso
hasta ese siglo y así nos dieron la primera fecha firme para esta
categoría tan abundante de estructuras del sur de la India.
Y bien, hay ejemplos de varias clases de evidencia estratigráfi­
ca: de capas que son contemporáneas unas de otras, de capas que
están separadas por intervalos mayores o menores, de capas que se
han acumulado en sucesión ininterrumpida. La lectura de un
corte es la lectura de una lengua que sólo puede aprenderse con
demostraciones y experiencia. Es oportuno este consejo a los estu­
diantes : Aunque se tenga mucha práctica, no debe leerse dema­
siado aprisa. Uno mismo debe ser abogado del diablo antes de
emitir un juicio. Y, siempre que sea posible, es bueno discutir et
diagnóstico propio con otras personas; es decir, con colegas, con
alumnos, con el capataz mismo ("El testimonio de una persona
no es testimonio", dice Hywel Dda, el sabio legislador galés ) . Es
preferible ser humilde, y no hay que ignorar la opinión del in­
culto. "Cualquiera sabe tanto como sabe el sabio. Las paredes de
las mentes toscas están completamente garrapateadas con hechos,
con ideas." Esto dijo Emerson y tenía razón. Aunque no se acep­
ten los puntos de vista de aquellas personas a quienes se pregunta�
el simple hecho de preguntarles es un freno a la vez que un
estímulo.
U ESTRATIGRAFfA 65

Pasemos ahora de la interpretación al registro. Pero antes debe­


mos referirnos a un método de anotación que no hace mucho se
encontraba bastante extendido en el Oriente, donde es posible
que aún siga empleándose. Si esto sucediese, sería la superviven­
cia de una invención monstruosa y fantástica, surgida en las pla­
nicies de aluvión de los grandes valles fluviales de Egipto y
Mesopotamia, como sustituto de la observación exacta en las
"excavaciones en masa" hechas sin control. Su origen quizá se
encuentre en la creencia de Petrie de que en un sitio de poblado
egipcio era posible equiparar la acumulación de material con una
escala de tiempo específica (p. 40). La validez de este "principio"
ya era dudosa y de peligro suficiente en su especializado contexto
original; hoy ya no tiene lugar alguno en la técnica general de la
moderna arqueología de campo. Sin embargo, en la India, por
ejemplo, seguía siendo el único método conocido aún en 1944.
En resumen este método consistía en el registro mecánico de
cada objeto y estructura en relación a un banco de nivel fijo. Así,
en las excavaciones de la gran ciudad prehistórica de Mohenjo­
Daro, en el valle del Indo ( en 1927-31 ) , los registros se hacían
desde bancos de nivel, a "178.7 pies sobre el nivel promedio del
mar" para un área, y a "180.9 pies * sobre el nivel del mar" para
otra, y ello sobre la base de que todos los objetos y estructuras
encontrados en el mismo nivel debajo ( o encima) de la línea de
referencia, se encontraban en el mismo "estrato"; esto es, ¡que
todos eran contemporáneos! Ya he descrito este sistema como
"increíble" y repito la calificación aquí. Es tan increíble y, a pesar
de ello, tan extendido, que transcribo en seguida la orgullosa ex­
plicación dada por el excavador. Se expresa este investigador en
los términos siguientes:
Con el objeto de que nuestras excavaciones de tipo profundo
pudieran realizarse satisfactoriamente, se hizo necesario el empleo
de un sistema extensivo de nivelación. Así pues, se tomaban los
niveles de cada edificio y de cada pared, y se prestaba atención
especial a los umbrales de puertas y a los pavimentos, ya que para
los propósitos de estratificación, estas partes son las más impor­
tantes de un edificio. Además, se anotaban el lugar y el nivel de
cada objeto encontrado, aunque de momento no se supiese si era
importante o no, y esto no sólo para correlacionar cada objeto
con el edificio en que se había encontrado, sino también para
facilitar el estudio del desarrollo del arte y de la técnica. Puede
• Véase lo que decimos en nuestra nota sobre la conversión de medidas
inglesas a decimales, en la p. 40. [E.]
66 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
pensarse que este procedimiento era innecesariamente laborioso
en vista de los miles de objetos que desenterrábamos de las sec­
ciones excavadas. No era así, sin embargo. Los aparatos de nivel
se colocaban en la mañana temprano y quedaban en posición todo
el día; y así era tarea sencilla tomar el nivel de cada objeto en
cuanto aparecía.
Se admitía, con todo, que este método no estaba desprovisto
de complicaciones; éstas eran
las limitaciones para obtener deducciones de los niveles en que se
encuentran los objetos. Por ejemplo, si una vasija o un sello esta­
ban sea debajo o a alguna distancia sobre el pavimento o el um­
bral de una puerta, era difícil decidir a qué período pertenecían.
Por esto adoptamos la regla de que todo objeto encontrado en o
cerca de los cimientos de un edificio, se incluía en el período del
edificio, más bien que en una fase previa, a no ser que verdade­
ramente estuviese entre los restos de un pavimento de una fase
anterior; porque es más que probable que fuesen dejados caer u
olvidados cuando se estaban haciendo los cimientos.
Los capítulos sobre cerámica y otros hallazgos en el informe
subsiguiente del excavador, incluyen página tras página de ta­
blas muy elaboradas, pero insignificantes, que se basaron en este
procedimiento.
No estaría de sobra insistir en que esa llamada "estratificación"
de la civilización del valle del Indo, una de las mayores civiliza­
ciones del mundo, estaba dominada no por observaciones locales,
sino por el nivel del mar, ¡a cerca de 480 km. de distancia! Esta
clasificación mecánica sólo podemos considerarla como una ver­
dadera parodia del método científico. Apenas tiene una relación
ligeramente mayor con la arqueología científica que la que existe
entre la astrología y la astronomía.
Para apreciar su absoluta absurdidad sólo necesitamos recordar
que, salvo quizás en el más temprano nivel de un sitio (rara vez
explorado adecuadamente ), una ciudad antigua de Oriente nun­
ca está a nivel. Es raro que una ciudad se haya destruido por
completo y reconstruido también por completo en un momento
dado y en un solo horizonte. Por lo general, una casa se recons­
truye o se reemplaza cuando se ha derruido o por el antojo de su
dueño . Un poblado, considerado en su conjunto, se encuentra
constantemente en un estado de destrucción y construcción di­
ferenciales. Los sitios de edificios, en lo individual, se alzan por
encima de sus vecinos; el sitio del poblado mismo, va levantán­
dose y tomando 1a forma de una colina y en sus laderas hay edi-
LA ESTRATIGRAFIA 67
ficios que son contemporáneos de los de la cumbre. Un vano de
puerta o un tiesto pueden encontrarse en un lugar a 3 m. por
debajo de 11n vano de puerta o un tiesto de precisamente la mis­
ma fecha en otro lugar. Estas diferencias, de importancia vital
para la interpretación científica del sitio, son pasadas por alto y
quedan obliteradas por el banco de nivel. Si fuera necesario mos­
trar más claramente la falacia tan seria de este método, los dos
diagramas de la Fig. 1 1 pueden servir. Ello� se explican por sí
mismos.
EJEMPLO DE
FALSA "ESTRATIGRAFJA"
POR NIVELES

-· ---
NIVEL

�;::!¡-
...

·-· ·-·-·-·-·- ·-·-·-· ·- ·-·-·-·-·-·111..;·-·


��·-·-·-·-·-·-·-·-· � ·-·-·-·-·-·-·
5dlock- Hanppi
3n mikn10 1 t
'·A,ma l:}J/Jd.c Mt.W'IN1 "k1,1Ulan..
Si¡lu li"J.c.
NIVEL

�!!:..':
1

FIGURA 1 1 . Diagramas ilustrativos de la estratificación de un mon­


tículo-habitación ( aba¡o) y la falacia del control por niveles artifi­
ciales (arriba)

Y, no obstante todo lo tan obviamente absurdo del sistema del


nivel de base que acabamos de describir, la sustitución de los lla­
mados "niveles" -sean niveles abstractos de edificios o meras
Hneas arbitrarias de profundidad- por la estratificación real, está
68 ARQUEOLOGlA DE CAMPO:

profundamente arraigada. Volvió a aparecer, por ejemplo, en


una edición revisada ( 19 50) de la obra A Manual of Archaeologi­
cal Field Methods, preparada por una de las universidades norte­
americanas más importantes. En ella, tan porfiado como siem­
pre, prospera el viejo y gastado sistema, con sus "unidades de
nivel" que se rigen no por cambios del suelo, sino por "la longitud
de la hoja de la pala ( de 1 5 a 25 cm.) ".5 Cierto es que la palabra
"estratificación" no es desconocida para los autores. Represen­
ta, admiten, un fenómeno que "pued'e ser visible en las paredes
de la excavación"; pero -se nos asegura- "cualquier estratigra­
fía de tipos de artefactos y de huesos de animales aparecerá cuan­
do se haya hecho el estudio, por lo que no debe preocupar al
arqueólogo en el campo" [sic]. La noción de ir levantando los
estratos sucesivos, de acuerdo con sus propias líneas de asenta­
miento, y de ir asegurando así el aislamiento preciso de las fases
estructurales y de los artefactos característicos, ni siquiera se con­
sidera.
Mas, ya está bien de críticas. Volvamos ahora a un aspecto
más positivo del asunto. La preparación de los datos acerca de
un corte comienza con la primera palada de tierra que se saca.
Desde el principio, los estratos deben observarse, distinguirse y
rotularse cuidadosamente, según prosiga el trabajo. Naturalmen­
te que, según la excavación avance, los "hallazgos" se irán aislan­
do y registrando, y su anotación ha de ser necesariamente integral
con la del estrato del que salgan. El supervisor, por lo tanto, a
cada momento tiene que estar considerando con claridad la exten­
sión y nomenclatura de sus estratos; y sus decisiones, pendientes
de aprobación o modificación final, deben tener lineamientos pre­
cisos, aunque sólo sea para la correlación subsecuente de sus "ha­
llazgos". Dicho en otra forma, tanto el autor del informe como su
futuro lector deben saber exactamente lo que se está tratando.
En la práctica he encontrado que sólo hay un método seguro
de conseguir esto. Las capas sucesivas deben ser definidas y rotu­
ladas claramente según vayan saliendo. Y por rotular quiero decir
precisamente prender un rótulo con un clavo o claveta en cada
capa (preferiblemente en la parte superior de ella), de una de
las paredes de la excavación. El marbete debe llevar, dentro de un
11 Diremos, de paso, que estos "niveles-pie" mecánicos se utilizaron desde
1 865 por W. Pengelly, F. R. S.,,. en la excavación de la Caverna de Kent, en
Torquay. Véase el interesante manuscrito de su Diario, el cual se encuentra
en la Royal Society. Pero es triste encontrar el mismo anticuado sistema­
patrocinado por una distinguida universidad en 19 50.
,. "Fellow" de la Royal Society. [E.]
LA ESTRATIGRAFIA 69
círculo, el número de la capa (reservo el círculo para los números
con este objeto, con el fin de evitar los riesgos de confusión con
números que tienen otro significado ), más un nombre: por ejem­
plo, "café inferior", "arcilla roja", "porridge", etc.; no importa
qué palabras o frases se empleen, toda vez que sirvan para con­
notar y re-verificar la diferenciación. Puede ser que los números
se dupliquen erróneamente, pero la adición del nombre nos pone
a salvo de una confusión. E incidentlamente, el uso de un nom­
bre nos lleva también a darle personalidad a la capa y ayuda a la
mente en la reconstrucción gráfica del corte.
De acuerdo con esto, me gusta ver mis cortes marcados, de
arriba abajo, con formaciones ordenadas de marbetes (Lám. 111)
que cubren tres importantes objetivos: exigen un pensamiento
claro y decisivo por parte del supervisor que las inventa, muestran
en el terreno y en el dibujo lo que sus etiquetas significan con
relación a los pequeños descubrimientos, y hacen posible que el
director de los trabajos o un supervisor suplente entiendan, de
inmediato, el diagnóstico hasta ese momento. Es más, permiten
verificar dicho diagnóstico: siempre con la condición de que cual­
quier cambio material en él probablemente significará, bien una
re-rotulación de los "hallazgos" más importantes, bien un registro,
tanto del diagnóstico original como del corregido. Como guía
para los jóvenes, es preferible insistir, al comienzo, en la sobre­
estratificación que en la sub-estratificación de un corte, pues con
ello es más fácil después agrupar capas y sus contenidos, para
reducir su número, que subdividirlas sin peligro de equivocarse.
Ahora digamos algo sobre el sistema de numeración. Obvia­
mente, las capas o estratos hay que numerarlos hacia abajo par­
tiendo de la superficie del corte; de esta manera los números es­
tarán en sentido inverso a su proceso de acumulación, o sea que la
última (la más alta ) será la capa l. Este procedimiento, algo iló­
gico, es inevitable por la necesidad de dar número de capa a los
pequeños hallazgos según vayan apareciendo, sin esperar a que
el corte quede terminado. Tal falta de lógica no se aplica a las
culturas: éstas surgen como entidades reconocibles ya en fases
más adelantadas del trabajo y no se emplean para propósitos de
rotulación. En esto podemos y debemos seguir el sistema lógico,
a saber: numerar la cultura o fase más temprana como 1, y luego
usar el 11, el 111, etc. en secuencia sobre ella. Desgraciadamente,
las costumbres a este respecto son caóticas. Algunos de los luga­
res de Mesopotamia y del Irán (Arpachiyah, Uruk, Uquair,
Gawra, Giyan ) han sido numerados de arriba abajo; así, por
70 ARQUEOLOGtA DE CAMPO :

�jemplo, Giyan V y Gawra XX son tempranos y Giyan I y Gaw­


ra I, tardíos. Por otro lado, Sialk VI es tardío, y sucede lo mismo
con Nínive, Hissar, Susa (nueva clasificación ) y otros sitios
clasificados racionalmente. Debemos asentar, sin lugar a dudas
y como pauta, que las culturas o fases culturales se numeren ( con
cifras romanas ) de la más temprana a la más tardía ( Fig. 9 ) . La
única circunstancia que puede dificultar este método es el no
haber podido llegar a la parte más baja del lugar. Cuando sucede
esto, puede que la fase más temprana descubierta no sea la más
temprana del sitio y, por lo tanto, su número no puede ser I.
Chanhu-Daro, en el Sind, es un caso de este tipo, en él el excava­
dor pudo justificar su numeración en sentido descendente que, de
hecho, fue la que adoptó argumentando que un manto freático
le impidió alcanzar y diagnosticar el nivel más bajo. Informes
parciales de excavaciones sin terminar pueden dar también excusa
para este procedimiento. Pero en general, la respuesta a esta difi­
cultad es clara: no debemos excavar en ningún sitio si no lo va­
mos a cortar y diagnosticar hasta el nivel más bajo y así poder
formar una secuencia cultural completa. No debe aceptarse el
agua -en condiciones normales- como un obstáculo; en Arika­
med u, en 1 94 5, tuvimos que cavar a unos 3.30 m. por debajo del
nivel del mar y, aunque es cierto que alcanzamos esta profundi­
dad con algunas dificultades, no fue necesario un equipo compli­
cado; mientras que en Mohenjo-Daro, en 1950, con la ayuda de
bombas bajamos a una profundidad de 3 m. por debájo del nivel
freático, en condiciones particularmente difíciles y, con más tiem­
po, es seguro que hubiéramos llegado más abajo aún.
El purista podrá quejarse de que aquí hemos recomendado dos
sistemas contrarios: el de numerar las capas de arriba abajo, y
el de numerar las fases culturales de abajo a arriba. De hecho, no
existe conflicto entre ambos. Los dos son lógicos y prácticos para
sus múltiples propósitos. La inconsistencia nominal es su único
desmerecimiento y éste es de tal naturaleza que sólo un pedante
podría quejarse seriamente de él. "¿Me estoy contradiciendo?",
clama Walt Withman; "¡Muy bien, entonces, me contradigo!" O
recordemos las palabras de un compatriota, menos jactancioso, de
Withman: "Una sistemática rígida es el trasgo de las mentes
inferiores"; y cuando el magistral Ralph Waldo Emerson dice
algo no hay perro que le ladre.
Supongamos, pues, que nuestro corte está terminado, que lo he­
mos diagnosticado y rotulado. Nos falta ahora anotar todo eso
en el papel; ello debe hacerse con meticulosidad y en forma
LA ESTRATIGRAFÍA 71

comprensible. El mecanismo es bastante simple. El material ín­


dispensable consiste en suficiente papel cuadriculado, un tablero
ligero para dibujo ( madera de "triplay" sirve bien para esto) ,
chinches de dibujo, un buen lápiz HB, goma de borrar, un escalí­
metro, cordel delgado y bueno para el nivel de referencia, clavijas
de agrimensor o clavos de unos 1 5 cm., cinta métrica, ganchos para
sujetar la cinta, un jalón de más o menos 1 . 50 m. y, además, una
plomada.
En un punto conveniente, por lo general en la parte más alta, se
pone el cordel, muy firme y bien estirado a través del corte, nive­
lándolo, sea con un nivel de albañil, sea con un nivel de anteojo
manejado desde los extremos. Como siempre, los detalles son im­
portantes. Debe usarse cordel de la mejor clase; cuando es de mala
calidad se rompe o, peor aún, se estira o hace comba. En cual­
quier caso, el cordel debe estar detenido en clavijas o estacas cui­
dadosamente niveladas, a intervalos horizontales de 3 m. Además,
para evitar errores por pandeo u otras causas, hay que verificar el
nivel del cordel una o dos veces durante la jornada.
El cordel debe estar, además, marcado en pies o en metros, me­
jor aún, ha de extenderse ( no demasiado tirante ) una cinta métri­
ca a 1o largo de él. Entonces, a cada 30 cm. u otra distancia apro­
piada, se tomarán medidas verticales, con una cinta métrica que no
quede floja, por encima o por debajo del plano de nivel; luego,
estos datos se trasladan, en el mismo momento, al papel cuadricu­
lado por el dibujante.
. En cuanto a la escala, la más pequeña que puede registrar con
exactitud los detalles de un corte nonnal es la de 1/2 pulgada = 1
pie (puede usarse la de 5 cm. = 1 m.) : esta escala debe conside­
rarse como tipo para cortes grandes. Siempre que sea posible, una
escala más grande -la de 1 pulgada = 1 pie ( en este caso podría
ser la de 10 cm. = 1 m.) es preferible: es más precisa y se presta
más para las anotaciones.
En el proceso de dibujar un corte, un dibujante sin experiencia
tiene la tendencia general a exagerar las desigualdades de la super­
ficie del estrato, cosa que oscurece su contorno y su naturaleza.
Recordemos que, en la escala normal de ½ pulgada = 1 pie, el
dibujo será de un veinticuatroavo del tamaño del original. Por
ello, cualquier desigualdad que salga, digamos 2 pulgadas, por en­
cima del nivel promedio del estrato, en un dibujo a escala normal,
cambiaría sólo en un dozavo de pulgada sobre el nivel, dando
de esta manera una alteración casi insignificante de la superficie.
Los dibujantes, al fijarse más en los árboles que en el bosque,
SL'ELO NATURAL
SUELO NATL.:RAL

C. COR TE CORRECTAMENTE
A. CORTE NO DIFERENCIADO DIFERENCIADO

FIGURA 1 2 . Técnica del dibujo de cortes.


LA ESTRATIGRAFfA 73
casi invariablemente exageran el obstáculo, a pesar de que ese ras­
go es más bien excepcional, y con ello representan equivocada­
mente el significado general del estrato.
Y lo que es más, existe la tendencia no sólo de exagerar los de­
talles accidentales, sino de exagerar o de disminuir capas enteras;
lo que viene a resultar en una mala interpretación permanente del
corte. Esto puedo demostrarlo mejor con tres diagramas ( Fíg. 1 2).
En el diagrama A, se supone que el dibujante delineó cada uno
<le los estratos correctamente y con aceptable exactitud referidos
a la línea de nivel. Pero su dibujo, aunque señala la presencia de
fos estratos, dice muy poco o nada sobre su distinta naturaleza y
su significación. Es casi una serie de líneas sin sentido : un grupo
procesional de rótulos que aún no están divididos en palabras.
Un dibujante más emprendedor intentaría indicar algo sobre la in­
-dividualidad y diversidad de los estratos : el diagrama B nos ilus­
tra esa intención. f:ste falla, empero, en dos aspectos importan­
tes. Primero, la semejanza general de tono en todo el corte pro­
<luce la oscura monotonía de una oración dicha sin modulaciones,
por lo que falla bastante en producir la impresión buscada. El
<libujante no se dio cuenta del significado variante de los hechos
que estaba registrando; otra vez los árboles no lo dejaron ver el
bosque. Tampoco se dio cuenta de que su trabajo no era, no de­
bía ser, una simple transcripción de medidas precisas, de líneas
cuidadosamente marcadas : es, o debe ser también, un cuadro pre­
ciso de lo que está viendo. No sólo han de transcribirse las líneas
<le demarcación, que se derivan de las medidas, sino también el ta­
maño, la forma y la posición de los trozos de ladrillo, los huesos,
los tiestos u otros materiales que por su carácter y cantidad y por
su "ángulo de reposo" en el suelo, se combinan para indicar la na­
turaleza del estrato y su proceso de acumulación. El dibujo int�
ligente de un corte es algo más que un diagrama; es, como dije,
un cuadro que representa no sólo el esqueleto, sino también algo
<le la carne y la sangre vitales del sujeto. El diagrama C es el
mismo diagrama B, pero corregido en ese sentido.
Debo confesar que un corte bien dibujado, esto es, registrado
-con inteligencia, es relativamente una rareza. De todos modos, sin
embargo, es una necesidad básica del trabajo de campo moderno.
Los cortes que se publican constituyen el índice más inmediato
<lel valor que pueda tener un informe sobre una excavación.
En los diagramas a que me he referido y en otros que siguen,
he usado ciertos símbolos para la representación convencional más
sencilla de los distintos tipos de suelos o depósitos. No tienen
74 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
mérito especial, pero tienen un valor expresivo bastante aceptable.
Sería útil tomar providencias para uniformar la elección de sím­
bolos; mas en este país por lo menos, no se ha intentado todavía.
(Véase, empero, la Fig. 1 3. )

SÍMBOLOS
PARA LOS CORTES

LADRILLOS CENIZA

ADOBES CAPAS DE LODO

Tll:RRA St.:U.TA TIESTOS


co.,· GR.H'A

• a o O • • • •
o o o Q • • o
Tli:.RRA Sl:ELTA GRAVA º'° ºo oº •ºo• oº.· º
º º " º º · º ·· · 00

f
' !LRR.·l COMPACTA ARENA

• 1 1 ¡ 1 1 1 · 1 1 1 · 1 1 • , • 1 1•
' 11 1 1 11 1 ¡ l ¡ 1 ¡ l 1 1 l 1 lt ¡ ' FRAGMENTOS DE
ARCI/.L.-, SL'l:LT.-1 ¡ 1 1 1 1 1 1 1 1 1 f¡ 1
,!1, l 1 ! . l 1 , l , l d 1 , 1 l LADRILLOS. ETC.

: 111 : 111 : 111= 111 =


ARULLA COMPACTA ��� fü � fü 1���
111 : HI E 111 : 111: 111
HUMUS S UPERFIC AL
/ il l l l l l l l l l l l lf {1f
FrcuRA 1 3. Símbolos adoptados por la lnspecci6n Arqueol6gica de
la India ( Archaeological Survey of India ) para los dibujos de cortes.
LA ESTRATIGRAF1A 75
Antes de dejar este tema de representar los cortes, debemos re­
ferimos a otro método que algunas veces ( no siempre) empleó
Pitt Rivers, hace muchos años, y que de vez en cuando ha sido­
favorecido por otros, entre los cuales es notable el caso del doctor
Gerhard Bersu (véase Fig. 14). Puede llamársele el método "pic­
tórico", en un sentido algo diferente al que yo he empleado la
palabra "cuadro" en los párrafos anteriores. Los estratos no están
delineados ( como en la Fig. 12), sino en mayor o menor grado,
diferenciados unos de otros, por lo que podríamos llamarlo una
especie de sombreado cromático. El resultado es una impresión
del corte más semejante a una fotografía que a un diagrama. Los
distintos "tonos" no están enmarcados o delimitados precisamen­
te; tampoco están numerados.

F1cuRA 14. Método "pictórico" de dibujar cortes. Según G. Bersu.

Ahora bien, si damos por sentado que, en las manos de un ar­


tista, esta técnica impresionista tiene méritos, es igualmente claro
que en las manos de una persona que apenas sea un delineante
más que artista, preva�ecerá el caos. Así, pues, una técnica que
esté más allá del alcance de la mayor parte de los excavadores,
debe ser tan sólo por ese motivo, hecha a un lado, toda vez que
existe una alternativa posible. La técnica impresionista no puede
defenderse sobre la base de que es "menos convencional"; dentro
de su género no es menos convencional que la técnica linear, la
diferencia sólo estriba en que se trata de un convencionalismo dis­
tinto. Por otra parte, éste ofrece una desventaja adicional: es una
representación que conduce a la nebulosidad, a la confusión de
detalles y a la falta de precisión en la interpretación en la diag­
nosis. Aun algunos de los mejores dibujos del Dr. Bersu tienen
esa tendencia y un técnico menos diestro que él corre el riesgo de
perderse por completo. Este es un grave defecto. Si algo he tra-
76 ARQUEOLOGlA DE CAMPO:
tado de subrayar más que otra cosa, ha sido precisamente la nece­
sidad de una mayor precisión en nuestro trabajo. Cualquier medio
o convención que pueda favorecer una menor claridad en las ideas
debe desecharse y, salvo en el raro caso de una feliz representa­
ción, la técnica impresionista es oscura. No la recomiendo al tra­
bajador de tipo medio.
Un detalle más: cuando se dibuje un corte grande, es muy útil
incluir una figura humana, lo mismo que la escala gráfica. Dicha
figura da una indicación fácil de captar acerca del tamaño aproxi­
mado; y evitarle al lector un trabajo extra, bien vale un pequeño
esfuerzo por parte del dibujante.
V
EL PLAN DE UNA EXCAVACióN
UNA EXCAVACIÓN deficientemente planeada está expuesta a termi­
nar en un caos de pozos y trincheras, difícil de supervisar y de
anotar y frecuentemente embarazada por escombro intrusivo, el
éual eventualmente puede o bien absorber el trabajo, o bien pr�
vocar un proceso, constante y costoso, de remoción secundaria. El
observador experimentado, al aproximarse a una excavación, puede
valorar, de una sola ojeada, su eficiencia. Es un axioma que una
excavación desorganizada constituye una mala excavación, sea que
la desorganización se encuentre en el plan general o en la ejecu­
ción de los detalles. Los principios que deben guiarnos no son
difíciles: son "tener un plan", es decir, un sistema cuidadosamente
pensado, y luego ejecutarlo en forma ordenada.
Dos ejemplos, que forman contraste, pueden ilustrar lo anterior.
El primero ( Lám. IV A) es una fotografía oficial de una bien
conocida excavación en el Oriente, dirigida por un arqueólogo de
reputación considerable y larga experiencia en el trabajo de campo.
No obstante, un simple novato puede suponer, y supondrá correc­
tamente, que allí reina el caos. Obsérvense los trabajadores amon­
tonados, picando y paleando tumultosamente en todas direcciones;
nótese también la ausencia de un supervisor o, más aún, de cual­
quier posibilidad de inspección; la falta también de receptáculos
para "hallazgos menores" o cerámica; y, naturalmente, la ausencia
absoluta de cualquier identificación sistemática de los estratos.
No hace falta decirlo, la publicación subsecuente reflejó con fide­
lidad esta concentrada confusión.
La ilustración siguiente ( Lám. IV B ) proviene del mismo sub­
continente, y, sin falsa modestia, presenta una excavación mía, s�
bre el principio de que del profesor debe esperarse que practique
lo que predica. La fotografía muestra un lugar claramente divi­
dido en áreas de fácil control; pequeños grupos de peones aparecen
trabajando bajo la dirección de supervisores ( en la fotografía se
distinguen por su salacot) ; los acarreadores trabajan con sus ca­
nastas en línea ordenada a lo largo de sendas bien demarcadas. A
corta distancia, a la derecha, puede verse al grupo de topografía
trabajando cómodamente en una mesa sombreada por una simple
sombrilla. El análisis y la publicación detallada que siguieron a
esta excavación fue una tarea relativamente fácil. Porque no es el
-[ 77 ]-
78 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
menor de los méritos del trabajo de campo bien ordenado, el que
resulte fácil. Cada hombre sabe lo que está haciendo, y las ano­
taciones, casi inevitablemente son claras y sensatas, pues son el
producto reflexivo de varios pares de ojos críticos.
Así pues, toda excavación debe planearse y luego seguirse el
plan metódicamente. Es cierto que siempre puede haber un ele­
mento de suerte y oportunismo en el trabajo, por muy cuidadosa­
mente planeado que esté. Pero a este respecto hay que decir que
la excavación científica no es un juego de azar. El excavador ex­
perimentado, el que piensa antes de cavar, en la mayoría de los
casos consigue realizar su objetivo.
La ·naturaleza del plan depende forzosamente de la naturaleza
y de las necesidades del lugar. Para los propósitos de la discusión
bien podemos clasificar aquí nuestro problema en tres categorías :
calas o sondages, excavación en área y lo que yo llamo trincheras
substantivas. La excavación de entierros será considerada aparte
(p. 1 1 3); en cuanto a las cuevas, en vista de mi poca experiencia
en su exploración, me propongo omitirlas por completo : requie­
ren una monografía particular, escrita por un especialista.

l. CALAS o "soNDAGES"

La vieja práctica de abrir calas, es decir de hacer sondages, como


un preliminar de las excavaciones en área, o aun en lugar de éstas,
ha sido con frecuencia un sustituto del pensamiento inteligente
y de propósitos definidos. Con frecuencia eran tiros a ciegas con
la idea de ver si se tumbaba algún pájaro. Las calas o trincheras
de cateo rara vez demuestran otra cosa que no sea algo de catego­
ría muy general. Recuerdo una cala larga y ancha, abierta por un
eminente arqueólogo, a través de un famoso lugar de poblado, sin
resultado aparente. Una excavación sistemática, hecha posterior­
mente y sobre una base de otra naturaleza, demostró que la cala
había cruzado, de hecho, aquel sitio sin revelar en forma alguna,
empero, la existencia de un edificio de características especiales
que allí había. La respuesta en un lugar como éste no es una
cala, sino una metódica excavación en área que siempre puede
abandonarse, si es improductiva, pero que por lo menos se mani­
fiesta coherente con el sitio s eleccionado.
Las trincheras, por lo general, y salvo aquellas algo especiales
de categoría "substantiva", que describiremos más adelante (p. 84),
son malas por más de una razón : "revuelven" el sitio. A no ser
q ue se caven bastante anchas ( cuando lo son, vuelven enfadosas
EL PLAN DE UNA EXCAVACIÓN 79
las excavaciones en área) , son susceptibles de hacerse excesiva­
mente incómodas y difíciles de trabajar en ellas, desde el momen­
to en que se llega a una profundidad considerable; por ejemplo, no
puede apreciarse su estratigrafía en forma comprensible, ni con el
alcance deseable; pero y sobre todo, la ampliación lateral complica
el registro en tal forma que pone en peligro su precisión. En
Maiden Castle, en Dorset, excavé el vestíbulo de la entrada del
1ado este, en 1935, mediante trincheras, y aún recuerdo la aterra­
dora complejidad de mis anotaciones, según avanzaba el trabajo y
se ensanchaban mis excavaciones. Al año siguiente excavé el vestí­
bulo del sur en forma extendida y por el método de "cuadros",
que describiré más adelante ; y tanto la excavación como las ano­
taciones se desenvolvieron fácilmente, sin riesgos de error y sin
,quebraderos de cabeza.
Por otro lado, el prejuicio contra las calas no debe extenderse
a aquellos sitios donde el problema preliminar es única y simple­
mente encontrar una estructura que no puede verse desde la su­
perficie. Si, por ejemplo, pensamos que una antigua línea .de trin­
cheras militares pasó por algún punto en determinado campo, una
cala a lo largo del sitio es el método obvio de comprobar o
-descartar la teoría; aquí sería pedante protestar contra el método.
A este respecto, el ejemplo del coronel de Napoleón 111, Stoffel,
ya se ha citado (p. 17) . El principio que defendemos es el de que
las trincheras de cateo deben emplearse, no como un método nor­
mal, sino cuando circunstancias muy especiales lo exigen. Mas con
demasiada frecuencia constituyen la base de una excavación para
la cual serían más aconsejables otros métodos.

2. EXCAVACIÓN EN ÁREA
Si se sabe que un sitio estuvo ocupado, por lo general la excava­
ción en área, no la trinchera de cateo, es la respuesta adecuada
Pero consideremos antes los requisitos indispensables.
Una excavación en área debe ser:
1) Clara y convenientemente subdivisible para llevar el registro
y lograr el control.
2) Capaz de extenderse progresiva y fácilmente en cualquier di­
rección, sin destruir o alterar las líneas de referencia preli­
minares.
3) Capaz de conservar, hasta la última fase de la excavación y
en un número máximo de lugares, cortes verticales comple­
tos para una referencia constante.
80 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:
4) Capaz, en última instancia, de integrarse con facilidad a una
excavación regional expuesta en forma continua.
5) Accesible con facilidad desde todos los puntos para la remo­
ción ile la tierra, sin el estorbo de roturas intermedias o del
tránsito a través de las superficies excavadas.
6) Lo suficientemente expuesta a cielo abierto para asegurar la
inspección fácil de los cortes, a los que debe llegar bien la luz
a cualquier profundidad que sea necesaria.
En condiciones normales sólo hay un tipo de plan que satisface
todas estas condiciones, a saber: uno en el que la unidad básica
sea el cuadro ( Lám. V) . Se excava una serie de cuadros, una a
manera de rejilla, en tal forma que quede, hasta el final del tra­
bajo, un bordo o pared entre cada dos cuadros adyacentes; con
este sistema sí se logran los seis requisitos. Cada cuadro en lo
individual es una sub-unidad claramente definida para el registro
y la inspección; pueden agregarse cuadros suplementarios hacia
cualquier lado, de acuerdo con las necesidades que vayan surgiendo
y sin que se afecte ningún punto de referencia previo. El respon­
sable ha de procurar (hasta la terminación de las excavaciones )
llevar un corte completo de cada uno de los cuatro lados verticales
de cada sección cúbica excavada, además de los cortes -completos
o parciales- que considere pertinentes en cualquier otra dirección
dentro de esa sub-unidad; así pueden fácilmente correlacionarse y
registrarse, a lo largo de una serie de líneas arteriales, la estratifi­
cación de los cuadros vecinos y, por lo tanto en forma acumula­
tiva, la estratificación de todo el sitio; y ello de tal manera que,
al final, los muros que se habían dejado entre los cuadros pueden
quitarse, sin que por ello se pierdan las evidencias verticales, y en
cambio puede convertirse todo el plan en una unidad total, capa
por capa. Antes de removerse los muros o bordos, éstos constitu­
yen lugares expeditos para el acceso a los cuadros y de éstos a las
acumulaciones de escombro. Por otra parte, los dichos cuadros, a
diferencia de las calas, tienen la ventaja de dejar entrar suficiente
luz y ofrecer bastante espacio para moverse dentro de ellos, permi­
tiendo hacer las interpretaciones y el registro de los datos.
La experiencia muestra que en suelos de estabilidad normal, las
dimensiones horizontales de cada uno de los cuadros deben ser apro­
ximadamente iguales a la de la profundidad que se piense darle.
O sea, si se calcula llegar a una profundidad cercana de los 6 m.,
al trazar los cuadros, deben medirse 6 m. por lado. Esta relación
permite espacio para los bordos y escaleras. Del mismo modo, un
EL PLAN DE UNA EXCAVACIÓN SI
cuadro de 9 m. de lado, puede excavarse hasta una profundidad de
9 m., mientras que una profundidad de 3 m. o menos (lo normal
en la Gran Bretaña) sólo necesita un cuadro de 3 m. por lado.
Cuanto menor sea el área superficial del cuadro con relación a su
profundiad, mejor, siempre que penetre luz suficiente y permita
amplitud de movimientos. En vista de estos factores, el cuadro
de 3 m. de lado ha de considerarse como la sub-unidad de tamaño
mínimo.
Estas medidas dejan sitio, como ya se dijo, para los bordos de
acceso. En casi toda clase de suelos, un bordo de 90 cm. de an­
cho puede resistir cualquier tipo de tránsito y hemos de conside­
rar esta medida como la norma para todos los lugares, menos
aquellos con excavación poco profunda (para cuadros de 3 m., un
bordo de 60 cm. suele ser suficiente). El bordo de 90 cm. implica
que el cordel con el que se marca Ja orilla superior del corte real
queda a unos 4 5 cm. adentro del perímetro de lo estacado para cada
cuadro; por ejemplo, la excavación efectiva en un cuadro de 6 m.,
será con un trazo de 5.10 m.; y en un cuadro de 9 m. lo será de
8.10 m. Igualmente, si la excavación tiene 3 m., con un bordo
de 30 cm., se hará con lados de 2.40 m.
El estacado para los cuadros formará la base del registro y de
la topografía, por lo que el supervisor tiene que asegurarse bien
de su exactitud inicial; en caso contrario, surgirá toda clase de
complicaciones y errores. En cada esquina del cuadro se clavará
firmemente en la tierra una estaca cuya sección no ha de tener
menos de 4 cm. por lado. La estaca tendrá unos 38 cm. de lon­
gitud, con uno de los extremos en punta. Las caras de dicho ins­
trumento deben quedar diagonales a los lados del cuadro, pero el
punto exacto del vértice se marca con un clavo de unos 5 cm. que
se hiende verticalmente en la cabeza de la estaca y se le deja
aproximadamente como 2.5 cm. fuera para poder enganchar un
cordel o una cinta métrica, según las necesidades del trabajo. En
cierta ocasión, cuando la superficie del suelo era demasiado blanda
para mantener las estacas de esquina con seguridad, vi que men:­
cía la pena ponerlas en pequeños bloques de concreto. Esto re-
vela cuán impo�tantes son para la precisión del trabajo.
Usando estos puntos fijos, el hecho de marcar las líneas efec­
tivas del corte -para lo que se emplea un cordel como guía, de­
jando el suficiente espacio para el bordo- es operación secundaria.
Cuando se han estacado los cuadros se los denomina conve­
nientemente por medio de letras en una dirección ( digamos
este-oeste) y por números en la otra dirección (por ejemplo, nor-
82 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

te-sur) . De esta suerte, podrán llamarse, individualmente, Al,


A2, A3, etc.; Bl, B2, etc. La designación apropiada se pintará
claramente en la cara más próxima de cada una de las cuatro
estacas esquineras, las que para este propósito se habían hincado
diagonalmente. Así, una estaca puesta en el punto de intersec­
ción de cuatro cuadros tendrá una designación distinta en cada
cara; esto es, Al, A2, B l, BZ. Nunca ponderaremos lo suficiente
la necesidad de marcar todo y con claridad, si queremos eliminar
errores en las anotaciones, sobre todo en una excavación de regu­
lares dimensiones.
Al realizarse la perforación de un cuadro debe de tenerse por
sentado un principio de aplicación universal en excavaciones ar­
queológicas : el empleo del pozo de control. Este debe estar a car­
go del supervisor y de ello depende mucho la precisión de la
exploración general. Se trata de una pequeña excavación de unos
75 cm. de lado que debe hacer el mismo supervisor o alguien bien
entrenado y bajo la mirada de aquél. La profundidad ha de ser
de unos 45 cm. por debajo del nivel promedio que el trabajo
lleva en aquel momento; y el propósito es permitir al supervisor,
con un mínimo de perjuicio para los estratos, darse cuenta de la
naturaleza y de la probable extensión vertical de las capas que
han .de ser levantadas por su grupo de trabajadores. Es una ojeada
al futuro de su trabajo estratigráfico. Sin ello, y por lo tanto tra­
bajando ciegamente desde arriba, ni el supervisor ni sus peones
pueden evitar la confusión de la parte inferior de un estrato con
la superior del otro inmediatamente inferior. En otras palabras, la
estratigrafía, por su naturaleza, debe ser siempre controlada por
.una cara; esto es, desde un lado del pozo de control, ya que obvia­
mente no puede controlarse en forma profética desde arriba : Ex­
cavación vertical primero, excavación horizontal después: ésta debe
ser la regla. Los pozos de control han de ser lo suficientemente
numerosos para disminuir los riesgos que surgen de la desigualdad
o interrupción de los estratos, y lo suficientemente pequeños en
área para restringir la confusión de evidencias, inherente a su na­
turaleza exploratoria. El pozo de control es en realidad un medio
de concentrar errores que de otra forma se extenderían por toda el
área. La evidencia particular que nos dan debe ser empleada con
circunspección proporcional.
Y, sobre todo, ha de hacerse referencia continua a la estratigra­
fía revelada por los lados del cuadro según vaya procediendo la
excavación. Los cuatro lados deben correlacionarse unos con otros
constantemente. Cualquier discrepancia notable entre ellos o en-
EL PLAN DE UNA EXCAVACIÓN 83

tre los cortes equivalentes en cuadros vecinos, debe tomarse en


cuenta y buscársele una explicación. Durante la búsqueda de la
explicación, el supervisor ha de considerar conveniente suspender
o restringir la excavación.
Todo esto plantea otro problema, también de aplicación uni­
versal. En vista de la necesidad ocasional de suspensiones tempo­
rales en la excavación en un cuadro o en otro, el director de la
excavación debe tener siempre preparada una reserva suficiente
de "trabajos de ocasión" para enfrentarse a las contingencias de
esta especie. Estos trabajos de ocasión pueden incluir la remo­
ción de las capas superficiales sin importancia, de un nuevo cua­
dro, o el reforzamiento de un grupo que esté excavando un estrato
profundo en otro cuadro. Recuérdese que, cuando un grupo deja
de excavar, de dos a seis trabajadores -de pico y de pala: en
Oriente es posible que sean cuatro cargadores de canastas- que­
dan fuera de acción. Y el ocio resulta costoso, además de que se
contagia.
En los tres últimos párrafos hemos tratado de problemas que
no son peculiares al "cuadro", aunque bien pueden presentarse en
forma aguda en cualquier activa excavación en área. Volvamos
ahora al registro que debe llevarse de un cuadro. La responsabi­
lidad del supervisor es claramente definida y la extensión que cubre
su libreta de campo es precisa. La base de sus anotaciones es la
identificación cuidadosa, junto con un dibujo, acuciosamente me­
dido, de la estratigrafía de cada uno de los cuatro lados de su
cuadro y de los cortes suplementarios que puedan necesitarse.
Como en todas las excavaciones, las capas se van delimitando y
marcando con un número de serie, a medida que la excavación
va siguiendo su marcha ( véase p. 69 ) . Cada lado del cuadro tam­
bién se denomina de acuerdo con su orientación, la que se añade
al número-índice de dicho cuadro : por ejemplo, B 3N indica el
lado norte del cuadro B 3. Y cada lado se mide y se dibuja cuida­
dosamente a una escala mínima de 1/2 pulgada por 1 pie, o a una
escala máxima de 1 pulgada por 1 pie, o sus equivalentes en me­
didas decimales que se mencionan en la p. 71 . Debe incluirse
en la libreta de campo un corte -bien como simple croquis, bien
con sus medidas-, y ha de hacerse referencia a los cortes impor­
tantes no incluidos allí.
En el proceso de la excavación, a veces puede ser conveniente
trabajar en diagonal respecto al cuadro; por ejemplo si hacen acto
de presencia muros diagonales, ya que los cortes en ángulo recto
a la línea del muro son necesarios para evitar la distorsión de los
84 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
estratos importantes. Se ilustra un ejemplo en la Lám. IV B, en
donde pueden verse bordos diagonales dentro de la cuadrícula.
En estos casos el corte diagonal debe correlacionarse con los cor­
tes laterales y, en caso necesario, dibujarse separadamente.
Todos los "hallazgos" se registran por estratos, con referencia
al corte más cercano ya controlado y normalmente con la cara
más próxima del cuadro. Las estructuras, pozos u objetos de im­
portancia, junto con la posición de todos los cortes ya medidos,
deben incluirse en un plano exacto en la libreta d e campo del su­
pervisor, relacionándolos con las cuatro estacas de ángulo del
cuadro.
Los "hallazgos" deben clasificarse en la libreta de campo por
número de serie, por nombre de corte, por estrato y croquis
correspondiente (véase más adelante ) .

3. TRINCHERAS SUBSTANTIVAS

Aplicamos aquí el epíteto "substantivo" a la trincheras que no


son meramente excavaciones tentativas en busca de un objetivo
poco claro, sino a las que por sí mismas son un objetivo definido.
En esta categoría se incluyen las trincheras transversales de una
línea de fortificaciones, para establecer su · secuencia estructural y
unirla a la secuencia de ocupaciones dentro del recinto. En las
Láms. VI y VII A damos ejemplos ilustrativos; uno de ellos es un
corte revelador que, en 194 4-4 5, permitió relacionar las defensas
de piedra de la tercera ciudad de Taxila ( Sirkap ), en el Punjab,
con un "palacio" fechado de la vecindad, con lo que se arrojó
nueva luz en la cronología de este importante sitio.1 Otro em­
pleo de la trinchera substantiva se muestra en la Ldm. VII B; aquí
se empleó este método para establecer la relación estratigráfica de
dos cementerios, representantes de distintas culturas, en el fa­
moso sitio prehistórico de Harappa, en el Punjab. En 1946 se
ligaron los dos cementerios por una trinchera cuidadosamente
excavada y controlada, de cerca de 1 35 m. de largo y el corte
que de allí resultó (ya publicado ) fue concluyente. En la foto­
grafía uno de los cementerios está al lado de las figuras del primer
plano, el otro queda entre los árboles del fondo y pueden verse
las líneas de estacas de control, lo mismo que una serie regular de
bordos perpendiculares que fueron dejados para igual�r l_os cortes
a ambos lados de la trinchera .

1 Ancient India, NQ 4 (Nueva Delhi, 1948) , pp. 41 ss.


EL PLAN DE UNA EXCAVACióN 85

En todos estos ejemplos el principio es el mismo. La extensión


lateral de la trinchera se define desde el principio y las líneas de
referencia que la flanquean se fijan, por lo tanto, de una vez por
todas. No se corre riesgo de su obliteración por ningún movi­
miento lateral, de cangrejo, en la excavación y la tarea del anota­
dor es predecible desde el principio hasta el fin.
El método establecido para registrar los objetos encontrados en
una trinchera que no se va a ampliar lateralmente queda repre­
sentado por los siguientes extractos de una libreta de campo:

N� Medidas Capa Objeto Observaciones

& IV 6" X 3' - 5'6" @Arena café Hoja de cu-


chillo de hie-
(Croquis)

m.
rro 5" largo
lII 1 '4" X 2'5" - 6'2" ©Tierra suel- Cuenta esfé- En zona lo-
ta rojiza, con rica de ágata cal de ceniza
zonas ocasio- de madera
nales de ce-
niza

El número de la primera columna es el número de serie del


hallazgo. Yo acostumbro a encerrarlo en un triángulo para evitar
la posibilidad de confundirlo con el número de capa y otros. Se es­
cribe inmediatamente en el sobre que contiene el objeto y/o en la
etiqueta que se une a éste; posteriormente se pone sobre el objeto
mismo; también se anota en una tarjeta para índice, por duplicado
( una para el fichero del lugar y otra para el fichero de objetos cla­
sificados por categorías) , la cual, del mismo modo, debe incluir
todos los demás datos del registro.
Los números de la segunda columna constituyen la esencia del
Tegistro y tienen el siguiente origen. Antes de que comience la
excavación de la trinchera se ponen dos líneas paralelas de estacas,
a 1 pie de distancia de las que serán orillas de la excavación. Así,
si la trinchera va a tener (por ejemplo ) 10 pies de ancho, las dos
líneas de estacas deben estar a 12 pies de distancia una de otra.
Las estacas son de, por lo menos, 1 ½ pulgadas de lado y 1 pie,
3 pulgadas de longitud, con uno de los extremos aguzado. Se cla­
van firmemente en tierra -lo suficiente para que no corran el
riesgo de ser arrancadas accidentalmente- y se ponen en diagonal
respecto a la trinchera que se proyecta; quiero decir, con uno de
sus ángulos frente a aquélla. Se colocan con dichos ángulos a una
86 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
distancia de 3 pies en cada línea 1 medidos horizontalmente, no
siguiendo el contorno natural del suelo ( a no ser que esté a nivel);
y una línea imaginaria que pase por dos estacas opuestas, cruzando
las dos líneas principales, debe formar ángulos rectos con ellas.
Véase Fig. 1 5.

ESTACA O ESTACA 1 ESTACA iJ ESTACA 111

TRINCHERA


s' -- ' _ ____ _ _ _ _ 3_ ______________ ,: _ _ _ _ _ _ ....
ESTACA O' ESTACA ¡- EST!,O, ll'

FIGURA 1 5. Plano de una trinchera para registros tridimensionales.

Entonces cada estaca se numera claramente en cada una de las


dos caras que dan a la trinchera que se va a hacer, con cifras con­
secutivas, pintadas en negro . Con la adición del cero arábigo, se
emplean numerales romanos por doble razón: a) porque son más
fáciles de pintar que los números arábigos, y b) porque no se corre
el riesgo de confundirlos con las medidas del registro. Los números
<le una de las líneas de estacas se distinguen por una tilde (O', l',
I I', III', etc.). Si luego hay que extender la trinchera atrás de cero
( esto es, hacia el lado opuesto de aquel en que se numeró), se
emplean letras mayúsculas ( A, B, C, etc. ) en las estacas sucesivas
de la extensión, haciendo diferenciar igualmente las letras de
una de las líneas con las tildes correspondientes ( A', B', C', etc.).
Se ata, fuertemente tensado, un cordel a lo largo de los ángulos
frontales de cada línea de estacas, haciéndolo pegar al suelo donde
el contorno de éste lo haga necesario. Estos cordeles son las líneas
de base desde las cuales se tomarán luego las medidas de registro.
Hasta aquí, cuanto se refiere al trabajo preliminar del plan de
una trinchera. El supervisor debe est.ar provisto de una escuadra,.
ligera pero fuerte, con brazos de 3 pies o, preferiblemente, de 4 pies►
EL PLAN DE UNA EXCAVACióN 87
graduados, y fijos firmemente en ángulo recto uno a otro (Lám.
XVI, 1 1 ) . En cada brazo se fija un nivel de burbuja. Los de­
más instrumentos normales para llevar a cabo las mediciones
-cinta métrica, regla de 5 pies, y una plomada- completan todo
el eqmpo.
Cuando se está llevando a cabo la excavación de la trinchera, se
mide la posición de cada objeto importante, trabajo que se realiza
en la forma siguiente:
A) Medida longitudinal. Se toma midiendo la distancia desde la
estaca inmediatamente anterior hasta el punto por el cual pasa una
línea, trazada en ángulo recto, desde el cordel de referencia hasta el
objeto; la distancia se mide sobre dicho cordel. El punto en cuestión
se obtiene mediante la escuadra, con la extensión que se haga nece­
saria del brazo que va al objeto y con la ayuda de la plomada. Así, si
el punto está a 10 pies, 4 pulgadas, de la estaca cero, se ha de medir
desde la estaca III (9 pies ) y se registrará como III 1 '4".
B) Medida transversal. Se toma midiendo la distancia, en ángulo
recto, desde el cordel de referencia hasta el punto que, de acuerdo
con la plomada, quede encima del objeto. Esta distancia se obtiene
usando la escuadra, que debe estar a nivel, y prolongando uno de sus
brazos mediante la regla de 5 pies, si fuese necesario. Nótese que la
medida se registra desde el cordel de referencia, no desde la pared
de la trinchera. De esta manera, si la medida es de 2 pies, 5 pulgadas,
la distancia al objeto, desde la pared de la trinchera, será de 1 pie,
5 pulgadas. La medida así obtenida se añade a la medida longitu­
dinal, separándolas con el signo de multiplicación. Así, en el presente
ejemplo, las medidas aparecerán: III 1'4" X 1' 5".
C) Medida vertical. f:sta representa la profundidad vertical, del
objeto que está por debajo del nivel del cordel de referencia, desde
la intersección establecida en A) . Se obtiene por medio de cinta ( o re­
gla ) y plomada desde el brazo nivelado de la escuadra, y se añade al
registro anterior .separada con el signo menos. Si la profundidad es de
6 pies, 2 pulgadas, el registro completo deberá leerse así: III 1 '4" X
1 ' 5" - 6'2".
El número atribuido a la capa se �mota en la tercer1 columna
-este número estará mejor dentro de un círculo, símbolo que en
1a práctica hace distinguibles los números de las capas de los demás
números- más la palabra o frase descriptiva con que dicha capa
se nombra. Esto es de importancia, puesto que el material en el
que se encuentra un objeto queda generalmente controlado y nos
facilita la verificación de las medidas; las cuales pueden confun­
dirnos en estratos irregulares o cerca del contacto de dos estratos.
88 ARQUEOLOGtA DE CAMPO :

La cuarta columna se explica por sí misma. La quinta columna


se emplea para información adicional y, sobre todo, para hacer un
croquis del objeto. Hasta un mal croquis es preferible a ninguno.
No creo que haga falta añadir que la utilidad de un registro
semejante -o inclusive de cualquier registro estratigráfico- es
proporcional a la precisión de las medidas del corte o cortes con
los que luego se comparará. Rara vez son iguales los dos lados de
una trinchera y casi siempre será bueno preparar un dibujo preciso
de ambos, junto con algunos cortes transversales. Más aún, durante
el trabajo de excavación es conveniente, a veces, proyectar ciertas
clases de objetos (del registro tridimensional ) a las paredes late­
rales de la trinchera, mediante estacas rotuladas o pintadas de
color. Ha habido ocasiones en las que la representación visualizada
de una distribución en la trinchera fue decisiva y convincente.
VI
LA EXCAVACióN DE UNA ESTRUCTURA

DE Los ASPECTOS más generales de la técnica pasemos a los pro­


blemas específicos. ¿Cómo se excavarían los restos enterrados de
un edificio antiguo? "Hay que encontrar un muro y seguirlo",
podría ser la respuesta obvia. Pero los capítulos anteriores se ha­
brían escrito en vano si el novicio que los haya leído está dispuesto
a aceptar esta respuesta sin protestar. Porque ahora ya se habrá
dado cuenta de que seguir una pared, así, en un sentido literal,
sería destruir la evidencia asociada con ella y de la que depende
mayormente su interés. Consideremos con algún detalle la natu­
raleza de esa evidencia asociada.
A no ser que una estructura esté fechada por una inscripción
contemporánea o por evidencias documentales impecables, o ( ex­
cepcionalmente) por su naturaleza intrínseca, nuestro conoci­
miento de su fecha o de su contexto cultural deben derivarse de
1a asociación estratigráfica con objetos de tipos identificables. Aún
más, la naturaleza particular de los estratos propiamente dichos
-sean resultantes de construcción, destrucción, ruina u otras cau­
sas- ha de arrojar alguna luz sobre las vicisitudes por las que el
edificio ha pasado. Sólo la excavación y observación más cuidadosa
pueden recuperar esta evidencia con la exactitud suficiente para
que se pueda aprovechar. El fechamiento o la determinación cul­
tural de un edificio se basan, idealmente, en tres categorías de
objetos: 1) aquellos rendidos por los estratos que se acumularon
antes de la construcción del edificio; 2) los facilitados por estratos
contemporáneos a la construcción; y 3) los proporcionados por
los estratos subsecuentes a la construcción. Las categorías 1) y 3)
sitúan la estructura cronológica o culturalmente, mientras que la
categoría 2) nos define dicha categoría en sí misma.
Para comprender el significado completo de un edificio en rui­
nas, necesitamos descubrir cómo se construyó originalmente. Por
estas y otras razones, he subrayado en otra parte (p. 160 ) que
el conocimiento de la técnica de construcción debe formar parte
de los que un arqueólogo debe tener. En su forma más sencilla, un
muro de albañilería se construye en la forma siguiente : se hace
una excavación, conocida como zanja de cimentación, a lo largo
de la línea donde se propone levantar el muro y en forma tal que
los cimientos de éste puedan asentarse en el sólido subsuelo más
-[ 89 ]-
90 ARQUEOLOGÍA DE CAMPO.·

bien que en el suelo superficial, el cual tiende a ser inestable, on_


sea humus natural, ora tierra alterada por la ocupación humana.
Rara vez están ausentes las zanjas de cimentación, pues ello ocurre
sólo cuando la superficie del suelo es lo suficientemente sólida por
sí misma, cuando el edificio es ligero, o cuando hay chapucería en
la fábrica ( un crimen anormal en los tiempos antiguos ) ; por otro
lado, dichas zanjas pueden abrirse incluso en la roca viva, con e!
objeto de dar un plano nivelado a los muros. En todo caso.,
la suposición preliminar es que deben existir las zanjas de ci­
mentación.
Este elemento es de gran importancia y ha de tenerse toda clase
de cuidados en su identificación. Obviamente, las capas en las
que se han cortado las zanjas son anteriores a los cimientos y por­
ello deben distinguirse, sin lugar a dudas, de las capas que se:
acumularon contra la estructura, las que, por lo tanto, son poste­
riores o contemporáneas a ella. En suelo suelto arenoso, la zanja
puede ser de córte en V, con un espacio apreciable entre sus lados
en talud y los del muro inicial que en ella se construyó. Pero, en.
subsuelo de arcilla rígida, los lados de la zanja pueden ser verti­
cales y ésta puede estar completamente llena con los cimientos del
muro. Por ello, mucho puede depender del aspecto de la cara
del muro, una vez expuesta; un muro construido dentro de una
zanja de cimentación necesariamente ha de tener una apariencia
rugosa y poco cuidada, mientras que un muro construido "libre"�
es decir, no dentro de una zanja y, consiguientemente, accesible al
albañil, por lo general mostrará una estructura y un acabado más
cuidadosos. No hace falta decir que una pared con cualquier tipo
de estuco o aplanado, o con las juntas de la mezcla bien entalladas
tiene que haberse construido libre, o sea que no pudo haber sido
puesta en una zanja de cimentación. Es necesaria una gran expe­
riencia acerca de los diferentes materiales, para reconocer dicha
zanja; y el resultado de la investigación debe siempre anotarse, en
la libreta de campo, con mucho cuidado y acompañarse de dia­
gramas.
Una vez que la pared se ha levantado hasta cierta altura, los
lados de la zanja ( si tiene forma de V ) pueden rellenarse y las
superficies adyacentes ser niveladas -en caso necesario- para reci­
bir el piso. A continuación, el uso del piso irá desgastando a éste
y entonces se remendará o se renovará y, probablemente, la acumu­
lación sobre él de una "capa de ocupación", formada por materia­
les diversos -cenizas del hogar, lodo, restos de comida, cerámica
rota, ornamentos o monedas perdidos-, pueden ayudar a fechar
LA EXCAVACIÓN DE UNA ESTRUCTURA 91
el período o períodos de uso. Más tarde, un desastre o el deterioro
pueden cubrir la capa de ocupación con fragmentos del edificio
( indicadores, por su parte, de la naturaleza de la superestructura )
y, eventualmente, todo el lugar puede quedar tapizado con un
mantillo vegetal.
Tomemos un ejemplo. La Fig. 1 6 A representa la acumulación
de estratos bajo, alrededor y sobre la pared de una estructura
antigua. Al lado derecho del corte del muro, sobre el suelo natu­
ral, dos capas (la 9 y la 10) señalan la ocupación de la aldea por
la Cultura A, con agujeros para postes, que revelan hubo cabañas
de madera y, en asociación, tiestos, husos para hilar, etc. En estas
capas fue cortada una zanja de cimentación poco profunda para ser­
vir de apoyo a la Pared Y, y los flancos de esta zanja están rellenos
con la capa 8, la que también se extiende (por la derecha ) como
base del Piso I. La capa 8 contiene restos de la Cultura A sola­
mente, pero una o dos piezas de la Cultura B quedan dentro del
Piso I; y la capa 7, que está encima y que es el resultado de la
ocupación del edificio, representa la Cultura B exclusivamente.
Sobre esta capa de ocupación aparece un nuevo piso (Piso 2 )
y sobre el mismo una capa más de ocupación ( 6 ) , de extensión
menor; ésta continúa teniendo objetos de la Cultura B, pero en
cierta forma evolucionados. Sobre dicha nueva capa de ocupación,
una cascada de ladrillos mezclados con maderos quemados y arcilla
( capa 5) indica la destrucción del edificio por el fuego. De ahí
en adelante, la parte inferior del muro se empleó como cimientos
para una pared de adobes (X) de construcción más ligera, aso­
ciada con un piso de tierra ( capa 3 ) que contiene, en su mayor
parte, restos de la Cultura C. Esta nueva estructura representa
una cultura intrusiva de calidad inferior, la cual fue inmediata­
mente precedida por la destrucción violenta de la Cultura B, y
puede ( si se encuentra que la evidencia es típica ) ser interpretada
como un desalojamiento por semibárbaros de la Cultura B en una
fase evolucionada de ésta.
En el lado izquierdo del corte del muro, se ve la continuación
de los n� ismos dos estratos anteriores al muro (9 y 10), pero sella­
dos al mvel de la pared por una calle bien terraplenada ( Calle 1 ) .
Este terraplenado se renovó a intervalos ( Calles 2 y 3 ) , siendo el
!erraplenado superior de peor calidad que el inferior, lo que ya da
idea de una decadencia en los patrones municipales. Finalmente y
en asociación con la pared de adobes (X) de la Cultura C, el terra­
plenado desaparece y el tráfico va destruyendo la calzada gradual­
mente, ahondándola y removiendo viejos estratos en el proceso.
Sur

A. l�ELAClóN DE LA ESTRATIGRAFIA CON LAS ESTRUCTURAS, B. LA MISMA RELAClóN, PERO DESTRUIDA POR EXPLORACIÓN
MOSTRADA POR UN CORTE VERTICAL EN TRINCHERAS CONTINUAS

FIGURA 1 6. Cortes que ilustran la relación de estratos con un muro y su remoción por excavación sumaria.
LA EXCAVACióN DE UNA ESTRUCTURA 93
Este proceso de ahondamiento de caminos puede ser observado en
muchas aldeas de Oriente todavía en nuestros días, y sirve para
recordarnos claramente que el paso del tiempo puede aparecer en
la estratigrafía como un fenómeno de denudación no menos que
como uno de acumulación.
La Fig. 16 B muestra las consecuencias infelices de excavar total­
mente a lo largo de las dos caras del muro. La relación de éste
con los estratos adyacentes se ha perdido por completo y la secuen­
cia de que hemos hablado en párrafos anteriores es irrecuperable.
Por lo tanto, la exploración se ha convertido en este caso en des­
trucción irreparable.
Es tan importante este asunto de la interpretación de los cortes
que daré otro ejemplo, extraído de un viejo informe de la explora­
ción del Anfiteatro romano de Caerleon, en Monmouthshire. En
los pasos preliminares de esta excavación, era difícil encontrar
evidencias concluyentes de la fecha de tal construcción, por la
simple razón que un anfiteatro, siendo un lugar que simplemente
se visita, estaba muy desprovisto de la clase de material que
puede producir "hallazgos" fechados. A medida que el trabajo
avanzaba, esta deficiencia fue compensada en varias formas y la
Fig. 1 7 ilustra una de ellas.
En este dibujo, la pared en corte de la izquierda es el muro
externo del anfiteatro. Está construido sobre cimientos profun­
dos, la parte superior de los cuales está unida con mortero, mientras
que la inferior es de piedra suelta. Los cimientos ocupan una zanja
en parte de paredes verticales y en parte en forma de V, cavada a
través de tres capas oscuras de ocupación las que, por lo tanto,
son anteriores a la construcción . . Llegamos ahora a la cara del
muro, la base del cual está en contacto con la superficie de un
camino que, claramente, se había construido en conexión con
aquél.
El corte permite ver que este camino fue renovado subsecuente­
mente, por lo menos en cuatro ocasiones. Según esto, lógicamente,
la fecha de la construcción del anfiteatro y la del camino más
temprano, deben haber quedado entre las fechas del material de
las tres capas oscuras de ocupación y las de las reparaciones del
camino subsecuentes. Las capas de ocupación anteriores al camino
cumplieron su función admirablemente al darnos materiales de
c. 75 d. c., pues con ello nos señala que el anfiteatro no fue ante­
rior a esta fecha; mas las reparaciones del camino fueron impro­
ductivas, por lo que el fechamiento quedaba incompleto. A este
respecto, el corte no nos falló; puede observarse que a la derecha
.¡. cJ

,..._ Hum111

Hil,du a,n mcuJa ;_, • • • • -•


..�
:-,::---.�-!'--'L
t... .,_ Pcdtiaco
"· .
- -• - . - --.-�:::�.C.::�':.�
.. -*��u::.�
)4or.ffll )' fra¡ane:;tql
(relleno de l:a. z�a
de ci1P.';Qtaci6n) · Capl oscura ocasional

Capa oecura ocaioaal

ESCALA E.V PIES -----


FrcuRA 1 7. Estratigrafía relacionada con el muro externo del Anfiteatro romano de Caerleon,
Monmouthshire, 1926.
·,LA EXCAVACióN DE UNA ESTRUCTURA 95

del muro del anfiteatro hay una alcantarilla (en corte ) construida
en una zanja que fue cavada a través de los mismos tres estratos de
ocupación que cortó la zanja del muro y luego cubierta por el
mismo relleno y por el mismo camino que cubrió esta última
zanja, lo que la iguala en fecha con el muro mismo. Por lo tanto,
·1a alcantarilla es exactamente contemporánea del anfiteatro. Más
exploraciones en las cercanías nos mostraron que la alcantarilla
estaba conectada estructuralmente con una casa de baños cercana,
fechada en las dos últimas décadas del siglo 1 d. c. La construc­
ción del anfiteatro, consecuentemente, pertenece a esta fecha : in­
·fcrencia que después fue confirmada por datos derivados de otras
fuentes, pero que en sí misma estaba, como se ve, sólidam::nte
.::imentada.
La moraleja de todo esto es clara: la identificación e interpreta­
ción de la evidencia estratigráfica asociada con un edificio es de
importancia fundamental, y sólo es posible mediante la conserva­
ción de grandes cortes seccionales durante el proceso de la exca­
vación. En otras palabras, la exploración preliminar de una pared
consiste, no en limpiarla en toda su longitud, sino en hacerle cor­
tes perpendiculares a intervalos frecuentes, examinando minuciosa­
mente cada uno de ellos y relacionándolo con sus vecinos. Sólo
cuando se está de acuerdo en la interpretación de estos cortes y
se han hecho las anotaciones pertinentes, puede removerse el resto,
capa por capa. Y aun en este caso, conviene conservar, como refe­
rencia, un corte representativo en su posición, hasta que la excava­
ción se termine.
Si de los principios generales pasamos a la aplicación práctica,
queda para el dogma menos lugar. En todo caso, el sistema de
"cuadros" que he recomendado para excavaciones en área (p. 79 ) ,
es el indicado, y en los sitios donde los edificios de plantas dis­
tintas se amontonan unos sobre otros, como sucede en muchos
lugares de Oriente, no hay otro método que lleve tan fácilmente
a registros claros y sistemáticos. Pero en un sitio poco profundo,
donde el arqueólogo se enfrenta esencialmente a una estructura
unitaria, como en algunos sitios romano-británicos, puede ser con­
veniente tomar individualmente las habitaciones de un edificio,
como la base del registro. Así y todo, es más seguro comenzar
con el sistema de la cuadrícula hasta que se vuelvan claras las
dimensiones del problema; y habiendo comenzado con la cuadrícula
yo dudaría de cambiarla por otro sistema. Trataremos ahora, con
brevedad, dos o tres puntos más.
96 ARQUEOLOGIA DE CAMPO;

11
MUROS "FANTAS1JAS

El excavador puede tener la mala suerte de explorar un sitio en el


que los muros puedan haber sido completamente destruidos por
ladrones de piedras o de ladrillos, en tiempos antiguos o modernos.
Un ejemplo notable de esto es el que nos proporciona el sitio
romano-británico de Verulamio, acerca del cual l\fatthew Paris
anotó que, entre otros, un abad del siglo XI "removió el suelo
hasta una profundidad considerable donde pudiera encontrar es­
tructuras de albañilería", las cuales él "reservaba para la fábrica de
su iglesia". De hecho, el excavador del lugar encontró evidencias
por todos lados del robo sistemático de ladrillos, y aprendió a re­
construir las plantas de los edificios siguiendo cuidadosamente las
zanjas de los ladrones ( dejando, a la vez, frecuentes cortes perpen­
diculares, como dijimos más arriba ). En la mayor parte, el robo
había sido tan diestramente hecho y tan "económico", que su
zanja era apenas un poco más ancha que la pared que había con­
tenido; así que, después de haber desmontado el muro, el ma­
terial de desecho había sido utilizado para rellenar la zanja, con
lo que el lugar había sido nivelado para el cultivo; el relleno mez­
clado dio, así, un perfecto plano en negativo ( Lám. VIII A ) .
Cortando a través de la trinchera rellena a intervalos aquí y allá,
con frecúencia fue posible recuperar, con precisión, las líneas del'
ex edificio e inclusive, en circunstancias favorables, relacionar al­
guna estratigrafía con ellas. El ejemplo más interesante de la recu­
peración de un plano arquitectónico mediante muros "fantasmas"
de esta especie, es quizá el proporcionado por la entrada noroes­
te de Verulamio donde, en 1931, la Srta. Kathleen Kenyon encon­
tró que una gran parte de la estructura había sido removida casi
completamente, pero fue capaz -mediante la remoción cuidadosa
de los escombros de las a11-tigyas-«:0Rja& de..l@S--c� de:@- a
conocer el plano total en negativo, conservando intactos, al mismo
tiempo, los pisos estratificados ( Lám. VIII B ) .

EMPALMES RECTOS EN LOS MUROS

La unión de dos muros es, con frecuencia, un punto clave para la


interpretación de la planta de una construcción. Si los muros
están unidos unos con otros, y con idénticas mano de obra e hila­
das, obviamente pertenecen a la misma construcción y fecha. Hay,
sin embargo, una "trampa" para la cual el excavador debe mante­
_ner los ojos bien abiertos. Por la remoción de algunas piedras del
LA EXCAVACIÓN DE UNA ESTRUCTURA 97
enlucido de un muro más viejo, es posible "picar" en una pared
secundaria más reciente y con algún parecido de aparejo; pero
la diferencia de período estructural, por lo general, queda denun­
ciada por diferencias en el material o en las hiladas, o por lo in­
completo de la trabazón.
Por otro lado, la ausencia de trabazón -"empalme recto"- no
implica, necesariamente, una diferencia en fechas. Es cierto que
el constructor medieval estaba interesado en que todos sus muros
tuvieran un empalme adecuado; la apretada integración de un
edificio gótico, la interacción de fuerzas y tensiones así lo pedían.
De acuerdo con ello, en una estructura medieval un empalme de
tipo recto tiene, normalmente, un significado cronológico. Pero,
en la más estática arquitectura de períodos primitivos, una unión
de este mismo tipo puede ser asunto sin importancia o de capricho.
Dónde dos muros adyacentes soportan cargas verticales muy dis­
tintas, puede no ser tan malo dejarlos, hasta cierto punto, libres
uno de otro. O, como en los días en los que la planta de un
edificio consistía, no en una copia heliográfica, sino en los cimien­
tos reales, puestos en tierra bajo la dirección del arquitecto o del
maestro de obras, los trazos fundamentales pudieron haberse pues­
to primero, dejando los rasgos secundarios para cuando la obra
fuese más adelantada. Una u otra de ambas explicaciones deb�
buscarse para el hecho de que las torres de la fortaleza romana
conocida como el Castillo de Burgh, en Suffolk, muestren un em­
palme recto con la muralla hasta una cierta altura, por encima de
la cual forman una sola masa; o, de igual modo, el que las torres
de Verulamio estén construidas libremente hasta una altura de
1.80 m. y desde allí formen cuerpo común con las murallas de la
población. En ambos casos, torres y murallas son parte de un
mismo diseño. Un caso más peculiar es el empleo del empalme
recto en la Gran Entrada de Ishtar, de Nabucodonosor, en Babi­
lonia ( siglo VI a. c.) . Los cimientos de la estructura tienen pro­
fundidades variables y según Koldewey:
Se comprende que aquellas partes del muro donde los cimientos
son especialmente profundos no se hundiesen tanto con el transcurso
del tiempo como los de cimentación menos profunda, y el asenta­
miento es inevitable inclusive en éstos, yaciendo como lo hacen
sobre tierra y lodo. Así, donde los cimientos son distintos, debe
haber fracturas en los muros, que ponen en peligro la estabilidad
del edificio. Los babilonios previeron esto y tomaron sus precau­
ciones. Idearon los empalmes de expansión, de los que nosotros
también hacemos uso en circuntancias semejantes. Mediante ellos,
98 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:

muros que están juntos, pero cimentados a distintas profundidades,


no se construyen de una sola pieza. Se deja un delgado espacio
vertical desde el pie hasta el coronamiento del muro, quedando am­
bas partes independientes una de otra. En Babilonia, para evitar la
posibilidad de que se venciesen hacia delante a hacia atrás, se cons­
truía un listel vertical, frecuentemente en el muro menos profunda­
mente enraizado, que se encajaba en una acanaladura del muro prin­
cipal. Los dos muros llevaban una guía, como diría un ingeniero.1

CONSTRUCCIONES DE MADERA

En turba, arcilla o aluvión impermeables al aire, por una parte, o


en clima muy seco, por otra, la madera puede conservar su forma y
algo de su sustancia a lo largo de miles de años. En el otro extre­
mo, están los climas como el inglés, por ejemplo, en los que una
madera sólida como una traviesa de ferrocarril, comienza a dete­
-riorarse al cabo de unos diez años solamente. Los antiguos traba­
jos en mlldera encontrados en Egipto o en Asia central se fechan
en milenios y el tosco maderamen que el Dr. Grahame Clark des­
cubrió con gran pericia en las turbas de Seamer, en el Yorkshire
oriental, durante 1949-51, puede tener hasta 9 000 años de edad.
El Dr. Van Giffen, un maestro en la excavación de obras de ma­
dera en los gratos suelos de los Países Bajos, encontró interesantes
restos de construcciones de madera -postes y muros de bahare­
que- de estructuras del siglo I d. c. en los fuertes romanos de
Valkenburg, cerca de Leiden (sur de Holanda).2 Pero en la mayoría
de los casos, el exhumador de estructuras de madera debe conten­
tarse con resultados menos tangibles. Sus restos, si están carboni­
zados, pueden durar indefinidamente; de otro modo, son meras
manchas o agujeros en la tierra, rellenos de material más o menos
suelto, que han de ser tratados sustancialmente como los mu­
ros "fantasmas" de los que ya hablamos arriba. En conjunto no son
un problema fácil. Las manchas y los agujeros pueden pasar des­
apercibidos inclusive para el ojo experto: una estructura de ma­
dera jamás debe explorarla un novato, sin una supervisión exigente.
Pondremos a un lado la madera carbonizada como material
relativamente fácil de seguir. Un ejemplo de calidad más sutil nos
lo proporcionan los cobertizos del siglo 1, descubiertos den):ro de
l R. Koldewey: The Excavations at Babylon. Trad. de A. S. Johns (Lon­
dres, 1914 ) , pp. 36-8.
2 2 5-28 faarverslag van Vereeniging voor Terpenonderzoek (Groningen,
Holanda, 1948), con un sumario en inglés.
LA EXCAVACIÓN DE UNA ESTRUCTURA 99
la fortaleza romana de Richborough, cerca de 1930, por el Sr. J. P.
Bushe-Fox. Los cobertizos habían sido construidos con gruesas
traviesas, algunas de las cuales las habían colocado de pie. El
Sr. Bushe-Fox las reconoció al principio por las líneas ligeramente
d escoloridas, así como por los hoyos que se revelaron en el distinto
color de la arena cuando se limpiaba el suelo bajo condiciones
climáticas convenientes. Las líneas coloreadas se habían formado
por la tierra que había ocupado las matrices de la desaparecida
construcción de madera, y los agujeros verticales, rellenos seme­
jantemente, demostraban la antigua existencia de los postes ( Lám.
IX A). Raspando cuidadosamente y haciendo cortes del lugar, el
excavador pudo descubrir una serie de estos edificios y recons­
truirlos ( en el papel) con un buen grado de seguridad.
El mismo método, con variaciones, debe seguirse normalmente
en excavaciones de esta índole. Algunos suelos, sobre todo los de
grava, son más difíciles que otros para rendir su evidencia. Un sub­
suelo arenoso es el que mejor responde; y en Harappa, en el Pun­
jab, no sólo fue visible el contorno de un ataúd cómo una mancha
de color pardo, en un cementerio fechado + 2000 a. c., sino que
el Dr. K. A. Choudury, del Instituto Hindú de Investigación
Forestal, pudo fotografiar e identificar con certidumbre absoluta
las impresiones de una madera específica ( cedro de la India) en la
matriz de la arena. El ataúd (Lám. IX B) primero se mostró en
el corte como una mancha oscura; entonces se le limpió cuida­
dosamente desde arriba. La exploración final se hizo raspándolo
con mucha suavidad y limpiándolo con una brocha pequeña y
d e pelo suave. Del mismo modo fue posible trazar el contorno de
un ataúd cerca de un entierro romano tardío en Verulamio.3 Otros
e jemplos parecidos se han registrado también en Inglaterra.
Con todo, sería difícil encontrar una exposición más brillante
del sistema de excavar estructuras de madera que las proporcio­
nadas por el trabajo del Sr. C. W. Phillips en el túmulo alargado
de Skendleby, en Lincolnshire, y en el famoso entierro de una
embarcación en Sutton Hoo, Suffolk. El método general adop­
tado en la excavación del túmulo alargado se citará en un capí­
tulo posterior ( p. 1 22). Aquí vamos a referirnos ftÓlo a la arma­
zón * que había sido incorporada al montículo y que quedó
revelada en una zanja que cavó en su proximidad y paralela a su
eje longitudinal. He aquí las palabras del arqueólogo:

a Wheeler: Verulamíum Report (Londres, 1936 ) , Um. CXV A.


* Hurdle-work o hurdling, en el original inglés. [E.]
100 ARQUEOLOGlA DE CAMPO:

. . .la zanja tenía 1.50 m. de ancho y el examen de sus lados mostró


pronto y a intervalos irregulares, una serie de lo que, por conve­
niencia del momento, denominamos "verticalidades". Estos vagos
cambios verticales en el material del túmulo sólo podían ser inter­
pretados como rastros de barreras de alguna clase, ya desaparecidas,
posiblemente de madera. Una fuerte lluvia cayó en la noche,
después- de que se había observado lo anterior; la lluvia arrastró, del
lado de la trinchera hacia la parte alta del túmulo, una capa de
material cuyo espesor variaba entre 1 5 y 30 cm. Este deslave tuvo
lugar a lo largo de una clara división en el material del túmulo en la
extensión de su línea media; por las impresiones de postes verticales
y piezas de madera puestas entre ellos, pronto pudo verse que antes
de que se construyera el túmulo se había hecho una especie de
cerca que luego quedó enterrada en la construcción. . . La razón
de las "verticalidades" se aclaró luego, ya que no eran sino las hue­
llas de cercas semejantes puestas más o menos en ángulos rectos a
la cerca central, en la dirección de la parte inferior del túmulo.
[Lcím. X.] 4
Esta evidencia lo era en "negativo"; el suelo era del todo desfa­
vorable para la conservación de la propia estructura de madera.
Un accidente ayudó a hacer este descubrimiento, pero eso no
disminuye en nada la astuta observación del excavador. Mas el
elemento así revelado fue una adición sustancial a nuestros cono­
cimientos e indudablemente encajará, con el tiempo, en alguna
nueva forma estructural y ritual de la Edad Neolítica. Pero en
Sutton Hoo no hay accidente que comparta el crédito. Las cir­
cunstancias generales de este descubrimiento son bien conocidas:
alrededor de mediados del siglo VII d. c., un hombre de alto rango
había sido inhumado, "con el tesoro más rico jamás sacado de
suelo británico", en un barco de unos 24 m. de largo que, a su vez
quedó en un montículo sobre una gran zanja en la arena.
Ya que todo el barco y su contenido habían estado envueltos en
arena durante unos 1 300 afíos, no sorprende que, virtualmente, no
quedasen restos de madera, excepto pequefíos fragmentos que,
al encontrarse aquí y allá, aún conservaban si no su naturaleza, al
menos la forma, debido a su contacto con hierro oxidado. . . A me­
nudo podían verse rastros de existencia de madera en forma de
delga das capas de arena decolorada, las cuales estaban asociadas con
capas más o menos del mismo material pero emblanquecido por
la acción de los ácidos liberados al descomponerse la madera. . . El
color normal de la arena en ese sitio era amarillo, excepto donde
• Archaeologia, lxxxv (Londres, 1936), 60.
LA EXCAVACIÓN DE UNA ESTRUCTURA 101
era el producto de la transformaci6n de la turba o donde había es­
tado bajo madera en putrefacci6n. No hubo dificultad en Qistin•
guir el relleno de la zanja por un lado, y. la arena no alterada por
otro, aun allí donde el color era el mismo en cada caso. El relleno
caía con facilidad de los lados de la zanja y el seguirlo era mera•
mente un acto mecánico.6
En estas circunstancias, la excavación del casco fue una opera•
ción particularmente delicada y vamos a transcribir aquí algunos
extractos de la narración del Sr. Phillips. El trabajo hecho antes
de que él tomase la dirección.
mostraba que no quedaba nada de la madera del barco, aunque
todos los numerosos clavos de remache que habían mantenido las
planchas juntas estaban exactamente en su lugar por haberse llenado
el barco por completo con la arena excavada de la zanja. Estas con•
diciones eran ideales para la conservación de su forma y estaba claro
que la única manera de llevar a cabo el trabajo era cortar una zanja
muy ancha a través del montículo que diera pasillos amplios a ambos
lados de la excavación del entierro. Las caras de la perforación se
escalonaron hacia atrás en terrazas, a las que se pusieron ademes;
al barco entonces se le extrajo su contenido cuidadosamente, comen•
zando con la cámara mortuoria . . .
Ya que todo, salvo la cámara mortuoria, había sido rellenado
directamente con arena cuando el barco aún estaba completo,
ninguno de los clavos de remache que mantenía erecto al barco
pudieron moverse de su lugar, ni siquiera cuando desapareci6 la
madera que aseguraban. Mediante una exploración concienzuda
hecha desde el interior, fue posible quitar todo el contenido del
barco sin desalojar ninguno de los clavos de su lugar, por lo que
éstos quedaron en sus sitios a los lados de la excavación. A este
proceso ayudaron bastante los cambios en la consistencia de la
arena, alH donde ésta sustituyó a la madera del barco. Una capa
de polvo negruzco, acompañada de alguna arena lixiviada, popía
apreciarse al observar con cuidado mientras se iba explorando por
capas muy finas: la llaµiada de atención de su proximidad nos la
daba la aparición de manchas de rojo brillante, señal de que nos
acercábamos a los clavos de remache. De este modo, todo lo que
quedaba del barco fue vaciado de manera que por todos los sitios
las caras de la excavación estaban formadas por la arena que se
había comprimido contra los maderos del barco desde afuera y la
cual, a veces, aún retenía, en forma reconocible, la impresión del
grano de la madera . . . [Llm. XI.]
El barco tenía veintiséis cuadernas. . . La conservaci6n de las

1 Antiquity, xiv ( 1940 ) , 10.


102 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
cuadernas era mala. Todo lo que quedaba. . . era una línea de
arena sucia que cruzaba de borda a borda del barco, pegada al casco
y con frecuencia conservando aún una sección marcadamente rec­
tangular. En algunos casos la arena había formado un molde grosero
de la madera ya podrida en forma tal que, si se rompía, la arena
descolorida chorreaba por el agujero dej ando una cavidad de corte
restangular. Al excavar el barco estas huellas de las cuadernas se
dejaron rodeadas por tiras de arena.6
Estos ejemplos de excavación de estructuras de madera deben
bastarnos.
Los instrumentos que por lo general dan mejor resultado son
un cuchillo de hoja ancha, una punta pequeña de cualquier tipo
y una brocha suave de pintor. Al limpiar la cámara mortuoria
del barco de Sutton Hoo se empleó una pala fuerte montada en
un mango largo de fresno con la cual se "afeitaba" (levantaba)
y removía la arena en plano horizontal, buscando cambios signi­
ficativos de color.

CONSTRUCCIONES DE ADOBE

Bajo el seco clima de algunas partes de Africa y Asia, ladrillos de


lodo sin cocer, con frecuencia mezclado con alguna cantidad
de paja, se han usado desde hace mucho tiempo en las construc­
ciones y pueden presentar algunas dificultades al excavador aun­
que, por lo general, de naturaleza menos difícil que las que pre­
senta una desaparecida estructura de madera. Un escritor de
técnica arqueológica ha dicho:
La principal dificultad a que se enfrenta un arqueólogo que tenga
que tratar con adobes, estriba en el hecho de que el material em­
pleado en su fabricación no es distinto del de la tierra en la que
ha estado enterrado por siglos. Como consecuencia, ha habido una
serie de casos en los que habitaciones largas y angostas terminaron
siendo muros gruesos; dicho en otras palabras, los arqueólogos reco­
nocieron un ligero cambio de color o de consistencia de la tierra
durante la excavación, pero removiendo las paredes y. . . ¡ dejaron las
habitaciones sin explorar!

6 Ant. Joum., xx ( 1940 ) , pp. 1 58, 1 83, 1 88, etc. Véase también el relato
de la excavación de la cámara mortuoria, ibid., p. 1 58. Una serie de proble­
mas, más sencillos pero no menos instructivos, ocurrieron en la excavación del
barco de Oseberg en Suecia. Remitimos al lector a la narración ( en ingles) en
A. Brogger, Hj. Falk, y Haakon Schetelig: Osebergfundet, i (Kristiania, 1917),
pp. 369 SS.
L.\ EXCAVACIÓN DE UNA ESTRUCTURA 103'

Apenas necesito decir que esta desgraciada experiencia nos llega


mayormente de esa tierra de pecados arqueológicos, Palestina, y
vuelve a abrir una panorámica de incompetencia que ya nos es
familiar.
Una vez más, el problema es de supervisión inteligente; aunque,
en este caso, el peón entrenado es un elemento de casi el mismo
valor. La textura de la tierra, cómo se la "siente", el sonido que
produce cuando el pico o la pala la golpean, todos estos son fac­
tores que, casi con igualdad a la evidencia visual, le dicen al
trabajador experimentado si se trata o no de una pared de adobes.
El campesino al que se ha instruido aprende a pensar a través de
la punta de su pico o de la hoja de su cuchillo. Adobes destruidos
pueden estar rellenando el interior de una habitación y, vistos en
planta, presentan una superficie indiferenciada allí donde se mez­
clan con la terminal superior de un muro. Pero dando pequeños
golpes cuidadosamente y en línea oblicua con un pico pequeño, a
menudo se produce un claro sonido más fuerte donde la punta,
al penetrar en el relleno, da con la cara de la verdadera pared.
Raspando cuidadosamente la superficie con un cuchillo y ayu­
dándose a veces con agu a para humedecer, puede revelarse una
pequeña pero significativa línea donde se juntan el relleno y fa
pared, o entre los mismos adobes. La composición de la pared de
lodo puede indicamos, en ocasiones, si se trata de adobe o de relle­
no: partículas de carbón vegetal y fragmentos de cerámica raras
veces se encuentran en los adobes, pero no son escasos en el
relleno: a veces los he encontrado en el' lodo más grueso que hace
las veces de mortero. Por lo tanto, su presencia es una buena guia,
aunque su ausencia no pruebe nada. Petrie añade que "en último
recurso, el material debe ser examinado con una lente de aumento
para buscar los huecos dejados por la descomposición de la paja:
en el lodo amasado estos agujeros están en todas direcciones, en
polvo eólico y en deslave están casi todos horizontales".
La localización inicial de un muro de adobes puede, por esto,
ser un proceso bastante largo, que requiere una inspección cuida­
dosa y una excavación usando luces distintas y con distintos gra­
dos de humedad o resequedad del suelo. Cuando la cara del muro
ha sido definitivamente localizada, hay que seguir teniendo cui­
dado para darse cuenta de si fue "enlucida" en tiempos antiguos
con un aplanado de lodo o de otra naturaleza. Si no lo fue, puede
cepillarse horizontalmente o rasparse con un cuchillo. Cuando
se acaba de limpiar así, los adobes pueden mostrarse individual­
mente y con claridad, y es entonces cuando deben anotarse con
104 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
toda acuciosidad el tamaño, el sistema de hiladas, la calidad, las
junturas, etc., pues se corre el peligro de que, según el muro se vaya
secando y blanqueando con el sol, se pierdan muchos detalles.
Para conservar el cuadro general, a veces es posible explorar ligera­
mente las juntas de lodo raspándolas o cepillándolas con cuidado,
de manera que los adobes queden separados por unas zonas rebaja­
das. Por otro lado; si las juntas son de material más duro o más
grueso, como a veces sucede, es preferible raspar entonces la super­
ficie de los adobes, dejando así las juntas en relieve (Lám. XII ) .
En cualquier caso, este trabajo debe hacerse, en condiciones nor­
males, después de las anotaciones, no antes.
En todos los demás aspectos, una pared de adobes debe explo­
rarse lo mismo que una de albafiilería, con un sistema semejante
de cortes a través de los estratos que a ella concurran.
VII
EXPLORANDO SITIOS DE POBLADO
LA SECUELA natural de un capítulo sobre estructuras es la consi­
deración del complejo estructural de un sitio de poblado. (Los
problemas de un lugar militar son, técnicamente, los mismos. )
El sitio de un poblado ya desaparecido puede verse en nuestros
días, como algún lugar tolerablemente plano en la campiña; o
puede ser que, con el paso del tiempo, se haya ido apilando ma­
terial hasta formar un montículo artificial o tell de unos 30 o más
metros de altura. Algo dijimos ya en otro lugar (p. 67 ) sobre este
último proceso. Aquí el asunto es el del enfoque táctico al pro­
blema de la excavación.
Consideremos cuál es la información que deseamos. Lo más im­
portante es averiguar, tanto la posición cronológica como la cul­
tural del lugar. Sin estos dos factores básicos el plano estructural
poco significaría. Pero tales factores, a su vez, poco significado
podrían tener si no conocemos el plano del poblado, su economía
doméstica de período a período, y la condición social y política
de sus habitantes, Estos problemas están relacionados necesaria­
mente entre sí, pero pueden separarse, hasta cierto límite, para el
propósito de la investigación preliminar.
En un sitio a nivel, el enfoque técnico es relativamente sencillo.
Aquí, las secuencias cronológicas y culturales pueden recuperarse
de manera introductoria empleando un solo método: el de la ex­
cavación en área, restringida y realizada en el interior del poblado,
con preferencia en algún lugar cercano al centro. Aunque la regla
no es de ninguna manera invariable, las ciudades comúnmente
crecen en una forma aceptablemente simétrica; el centro cívico
original es muy posible que continúe siendo el foco y, por lo tanto,
constituya la mayor profundidad de ocupación acumulada. Esta
ocupación acumulada debe sondearse cuidadosamente hasta el fon­
do, procurando hacerl9 mediante la excavación de uno o más cua­
dros -a menudo resulta bastante útil un grupo de cuatro cuadros
adyacentes como unidad-, de acuerdo con el método descrito en la
página 79. Pero, bajo ningún motivo, debe repetirse este procedi­
miento al azar. No se puede contradecir a Petrie cuando protesta
contra la multiplicación de pozos de muestreo. Estos pozos, "si
aciertan con algo de importancia -dice- pueden estropearlo y,
desde luego, destruir su conexión con otras cosas. Los exploradores
-[ 105 ]-
106 ARQUEOLOGlA DE CAMPO::
franceses gustan de faire quelques sondages, procedimiento que
con frecuencia echa a perder un lugar para el trabajo sistemá­
tico y que nunca muestra el significado de las posiciones o de la­
naturaleza del plano". P9t otro lado, un muestreo restringido..
efectuado con métodos más sutiles y completos que los de Petrie,
constituye la fase preliminar en un lugar "plano" de potencia};
desconocido.
Una fase secundaria, si es que no simultánea, es la investigación;
del sistema de fortificaciones que normalmente caracteriza un
poblado antiguo. Los momentos en los cuales una población.
construye o reconstruye sus defensas son manifiestamente de im­
portancia especial en la historia de su vida. La construcción de·
una fortificación puede indicar el recién llegado a una tierra ex­
traña, como sucede con los mottes * de la Inglaterra normanda; e,
puede señalar el logro del status absoluto de una ciudad y puede·
reflejar un período de consolidación pacífica más que uno de coac-­
ción militar, como en las ciudades amuralladas de la Galia de·
Augusto o de la Britania antonina. O puede indicar, también, ef
advenimiento o amenaza de un rival formidable o de una anarqufa.
política, como cuando los ansiosos edictos de Honorio urgían a las..
ciudades para que construyeran o repararan sus murallas y autori­
zaban el empleo de estatuas, altares y templos para ese propósito_
Pueden haberse hecho, en fin, para defender al populacho o para
controlarlo; como sucedió, quizá, en las ciudadelas casi feudales.
que dominaban las ciudades del Indo, Harappa y Mohenjo-Daro.
en el tercer milenio a. c., o por seguro en la Torre de Londres de­
Guillermo el Conquistador. Las fortificaciones, pues, no delinean.
meramente el plano del poblado (o parte de él ), sino que pueden
indicar las vicisitudes de la ciudad y, en cierto modo, expresar algo
de su sociología. Además, la clase de su enladrillado o de sn­
albañilería es un buen reflejo de la condición económica de la ciu­
dad en la época de la construcción, de su orgullo cívico, de su
riqueza y ocio, o del descuido y la necesidad. Pero . . . ¿hasta qué­
punto esas defensas eran mantenidas? ¿Había largos períodos de
inmunidad durante los cuales el mantenimiento se descuidaba?"
Finalmente, ¿fueron rotas por un atacante, como fueron minadas.
y contraminadas las murallas de Dura-Europos en el f:ufrates? ¿O
cayeron destruidas por el abandono como imagen de la decadencia,
económica? Todas estas preguntas y otras parecidas son de pri-­
mera importancia para el historiador o anticuario que inquiere e1
* Colinas, a manera de fortificaciones -a veces con empalizadas-, propias
de la prehistoria europea. [E.)
EXPLORANDO SITIOS DE POBLADO 107
pasado. Es a lo largo de las líneas de las defensas más que en las
reliquias enterradas del bazar, donde el excavador puede esperar
reconocer primero los momentos más importantes, la armazón, de
la historia del lugar.
Por ello, al comienzo de su trabajo, dejémoslo cortar a través de
la línea de fortificaciones y en puntos seleccionados donde le pa­
rezca que la evidencia va a ser más comprensiva. Y dejemos que
sus trincheras transversales sean anchas y profundas, no simples
arañazos : lo suficientemente amplias para evitar elementos acci­
dentales y para tener lugar y luz bastantes para la observación; lo
suficientemente profundas para llegar hasta el suelo virgen y así
asegurarse de que reconstruirá la historia completa. Más aún, de­
jémoslo adentrar las zanjas profundamente en la ciudad para rela­
cionar el sistema defensivo, en sus varias fases, con las sucesivas
ocupaciones de la ciudad misma.
El método tridimensional aceptado para documentar estos tra­
bajos es el descrito en las páginas 85-88.
Al seccionamiento de las defensas debe añadirse la cuidadosa
excavación de alguna puerta de entrada, donde los sucesivos nive­
les de la calzada y pisos del cuarto de guardia puede esperarse nos
amplíen la evidencia arquitectónica y le den precisión.
Ahora, supongamos que al terminar estos trabajos -el examen
de las defensas y la excavación del área central- estamos en pose­
sión de un cuadro general, bastante aceptable, del lugar. La fase
siguiente es menos predecible en detalle, aunque su propósito
general es bastante claro: recuperar una parte representativa del
plan de la población en varios periodos o, en todo caso, del periodo
superior y descubrir el carácter y economía de sus varios tipos de
construcción. El mejor camino será probablemente ampliar el área
inicialmente excavada al nivel de algún estrato específico, para esla­
bonado con la puerta de entrada, también excavada, y así conocer
la disposición de edificios y calles intermedios, en el nivel o nive­
les seleccionados. Con esto hemos asegurado un desarrollo, orde­
nado y coherente, del trabajo; y los excavadores futuros sabrán con
facilidad dónde se encuentran en relación con lo hecho. f:ste fue,
aproximadamente, el método adoptado por Sir John Marshall, en
Taxila (Sirkap ), en el Punjab, con los resultados más reveladores
(Lám. XIII ) . Lo que a continuación se amplíe o deba ampliarse
este trabajo en profundidad, depende de la cantidad de dinero de
que se disponga y del estado general de conocimiento que se tenga.
Aunque yo no aceptaría los métodos de excavación y de registro
de Marshall, opino que tuvo razón completa al descubrir y man-
108 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
tener descubiertos sólo los dos estratos superiores de Sirkap en el
área que escogió. Estaba frente a una cultura y una forma de orga­
nización política desconocidas por completo. Por otro lado, en
una aldea romano-británica, yo, hoy, sería partidario de explorar
por completo, en profundidad, toda el área disponible, aunque
fuera al costo de una destrucción de no poca monta. Corno sucede
con frecuencia, no se puede fijar una regla; en cada caso hay que
tomar en consideración multitud de circunstancias.
Si pasarnos de un lugar "plano" a un t:ell de, digamos, 1 5 rn. de
alto (Lám. XIV A), nos enfrentamos a ciertas complicaciones.
Hacer un sondeo desde la cumbre a la base en un montículo de
esta profundidad, se convierte en un problema de ingeniería
de cierta importancia e implica una excavación desproporcionada­
mente grande en la cumbre. Más aún, no es raro el riesgo de que
semejante sondeo dé mayor importancia a las fases más tardías y
posiblemente mejor conocidas, a expensas de las más antiguas,
que es de las que se sabe menos. Voy a presentar aquí dos
ejemplos.
A unos 29 km. al noreste de Peshawar, en la Provincia de Pakis­
tán, sobre la frontera noroeste y la aldea de Charsada, hay un fa­
moso grupo de montículos que representan la antigua ciudad
capital de Puskalavati, atravesada por unas de las grandes rutas co­
merciales de la antigua Asia. Era esta ciudad tan fuerte que aun
el veterano ejército de Alejandro el Grande tardó 30 días en captu­
rarla, en 326 a. c.; y tal era su prestigio que Alejandro se desvió de
su camino para recibir en persona la rendición. En el siglo VII d. c.,
cuando la visitó el peregrino chino Hiuen Tsang, todavía estaba
"bien poblada". Hoy, el extenso lugar es una ruina, erosionada y
dividida por las corrientes del río Swat, pero su montículo mayor,
el Bala Hisar o Fuerte Alto, sigue-teniendo una altura de casi 30 m.
Aquí, en 1902-03, la entonces recientemente reconstituida Inspec­
ción Arqueológica de la India, llevó a cabo su primera excava­
ción. Fue seleccionada para el trabajo la cúspide del montículo
más alto y en ella se cavaron zanjas hasta una profundidad de
6 rn. El resultado fue el descubrimiento de restos de edificios
medievales y posteriores de los tipos Islámico y Sikh ya familiares,
y posiblemente unos cuantos fragmentos de otros que eran de
fechas históricas algo más antiguas. Nada que no se hubiera po­
dido predecir fue puesto a la luz y los problemas reales de uno de
los lugares (potencialmente) más importantes de Asia, no se toca­
ron. El joven director, recién salido de Atenas y con la cabeza
obsesionada seguramente con el conocido prestigio de una elevada
EXPLORANDO SITIOS DE POBLADO 1 09

acrópolis, realizó la excavación precisamente en el punto donde


bien pudo haberse previsto la acumulación máxima de material
relativamente moderno.
Lo propio ocurrió en otro lugar, bastante lejos, en la estepa del
Turkestán afgano. Allí yacen los grandes montículos que repre­
sentan la antigua Bactra, "Madre de las Ciudades", cruce de las
rutas comerciales trans-asiáticas y avanzada del helenismo in par­
tíbus. Bactra era ya una ciudad en el siglo 1v a. c., y sufrió el salva­
jismo de Gengis-Khan en el siglo xm d. c. Hoy sólo queda la
pequeña aldea de Balkh dentro del inmenso circuito de sus des­
truidas murallas y, mu�hos kilómetros cuadrados de la enterrada
historia de Asia, diríase 1 que del mundo, están accesibles al explo­
rador aventurado. Fue así como, en 1924-25, Monsieur A. Foucher,
a cuya memoria se le debe todo honor como estudioso del arte
budista, fue comisionado para llevar a cabo una serie de excava­
ciones a nombre de la Misión Arqueológica Francesa en Afganistán.
Los resultados, según él mismo aceptó libre e ingenuamente, fue­
ron descorazonadores en sumo grado. ¿Por qué? Porque para sus
operaciones escogió el punto más alto del tell mayor que representa
la ciudadela de esta vasta ciudad, y fue cavando hacia abajo, metro
tras metro, ¡en las ruinas de una mezquita relativamente moderna
y en las de un baño "turco"! Cierto es que en una ciudad con
una muralla de más de 11 km. de circuito hay sitio suficiente para
equivocarse: Foucher mismo exclama: "Nos comparábamos, mi
mujer y yo, con dos hormigas enviadas a las profundidades de la
selva para efectuar la autopsia del cadáver de un elefante." ¿Pero
por qué, con tanto donde escoger, seleccionó de entre todos los
lugares el punto más alto de la ciudadela? En una carta a su corres­
ponsal de París, decía: "Porque uno no puede evitar el poder mági­
co de los nombres y usted mismo, si hubiese podido consultarlo
desde lejos y preguntarle, como en Hernani: '¿Dónde debo co­
menzar?', sin lugar a c;ludas hubiera respondido: 'En la Acró­
polis' " 1 ¡La magia de los nombres! ¡Qué estupenda razón gala
para zambullirse en el lugar que, de toda Bactra, otro investigador
menos sentimental seguramente hubiera evitado! Lugar domi­
nante del que, además, se hubiera podido predecir que tendría en
su cima el más familiar y más tardío de los los edificios medievales.
No, un poco de deliberación serena en estos dos lugares, hubiera
señalado con facilidad el buen camino. Sucede que conozco ambos
sitios y por ello estoy capacitado para juzgar sin el indebido arre-
1 A. Foucher: La Vi&ille Route de l'Inde de Bactra a Taxila (Mém. de la
Délég. Arch. Fran�ise en Afghanistan, Parls, 1942 ) , p. 98.
llO ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
bato. Las premisas son las siguientes: ambas ciudades se proyectan
hacia el pasado en una antigüedad remota pero indefinida; ambas
también fueron total o parcialmente ocupadas en tiempos islámi­
cos; pero puesto que nuestro ya apreciable conocimiento de la
arquitectura muslime sería raro que se acrecentase en forma nota­
ble con la costosa excavación de los enterrados fragmentos de una
ciudadela medieval, puede ser pasada por alto y con provecho.
Lo verdaderamente importante, tanto para Charsada como para
Balkh, estriba en sus fases tempranas, cuando eran centros metro­
politanos del comercio asiático y lugares de conjunción de las
culturas oriental y occidental. De hecho, el Jlegar a estos estratos
tempranos no es precisamente difícil. En Charsada, la destruc­
ción hecha por el hombre, por el dima y por las aguas, han remo­
vido los estratos superiores hasta una profundidad de cerca de
12 m. en gran parte del montículo principal. Dicho en otra forma,
lo sikh y muslime pueden considerarse como desaparecidos en este
Jugar, o sea que los estratos pre-medievales están expuestos al
ataque. Aquí, el arranque del lado este de Fuerte Alto constituye
el lugar obvio para una excavación en área, calculada para 11egar
a ]a antigua Puskalavati y conseguir -¿quién lo sabe?- otro
Mohenjo-Daro en su base. Tampoco es difícil encontrar en Balkh,
examinando los lados de las barrancas y demás cortes, una serie
de lugares donde el materia] de superficie esté ausente, y en los
que la penetración hasta los niveles tempranos pueda asegurarse
hasta cierto límite. Mas en Balkh hay una meta obvia e inmediata.
Casi la mitad de] sistema defensivo sólo muestra mano de obra
islámica y, para nuestros propósitos, puede ser eliminada de cual­
quier forma en las fases preliminares ( después, debe induirse tam­
bién en un registro minucioso); pero parte de lo restante es de
carácter compuesto y obviamente incorpora trabajos más tempra­
nos. En particular, y a Jo largo del lado sur, ]a muraJla islámica
está apoyada sobre un gran terraplén, el cual, a juzgar por algunos
indicios, es por sí mismo una estructura compleja. Aquí existe un
problema grande de organización. Hasta que el excavador de Balkh
haya ejecutado una gran trinchera -que debe anotarse en 1a forma
tridimensional- a través de estas fortificaciones de] sur y unido sus
fases sucesivas a los niveles de ocupación en el interior adyacente,
no tendrá forma de dominar su problema.
Volver de estas dos cuestiones al modo general de tratar los tells
es volver a los fenómenos variables, que no están sujetos a reglas
fijas. Mucho depende de la altura del montículo y de la intensidad
de su erosión. Como práctica general, sin embargo, es aconsejable
EXPLORANDO SITIOS DE POBLADO 11 1
perforar audazmente en la periferia, en algún punto cuidadosamen­
te seleccionado, penetrar a través del escombro omnipresente, esta­
.blecer las sucesivas culturas y, si es posible, los sucesivos sistemas
<1.e fortificación. Este desiderátum es generalmente común a los
,excavadores de tells, pero infortunadamente existe la costumbre
<le mordisquear esporádicamente los flancos del montículo en
-vez de planear un corte metódico y coherente, el que, con una
:suerte normal, puede ligar y ordenar muchos factores importantes
<le una vez por todas. Un método bastante bueno de hacer ese
-corte de que hablamos, es ir escalonándolo de arriba abajo, de
tal manera que los grupos de peones tengan plataformas de trabajo
a intervalos convenientes y, sobre todo, que las zonas más bajas
<le la excavación no queden desmedidamente profundas. Sin em­
bargo, hay pocos informes publicados sobre tells en los que se haya
-completado un corte de este tipo. La Lám. XII ilustra un corte
completo a través del margen del tell más alto de la ciudad calco­
lítica del Indo en Harappa, en el Punjab. Su profundidad total
-es de 1 5 m., pero debido a lo compacto del material pude hacerlo
verticalmente, sin escalones. Por cierto, tanto el anotador como
el dibujante completaron su trabajo en detalle, paso a paso, según
la plataforma de trabajo iba descendiendo; de modo que, cuando
eventualmente llegamos al piso natural, la excavación y el registro
terminaron casi simultáneamente. Como siempre, en la libreta de
<:ampo seguimos el sistema tridimensional ( cf. p. 85).
Además de la cala marginal, como se hace en un sitio "plano",
-es muy conveniente la exploración de una puerta de entrada, en
combinación con una excavación en área del interior adyacente y
-en escala lo suficientemente grande para situar, con firmeza, el
-contexto cultural de las sucesivas puertas de entrada y fortifica-
ciones. Mucho más hacia el interior, puede ser que una elevación
nos señale la posición de la ciudadela o del templo; también puede
-ser aconsejable someterla a una excavación en área, la cual, en
una fase posterior debe unirse sistemáticamente con la vecina a la
-puerta de entrada; más tarde aún puede continuarse hasta los lími­
.tes marcados al trabajo.
Las metas finales de toda excavación de un tell deben ser: a) esta­
blecer su situación cronológica y cultural con los cortes marginales
indicados más arriba, y b) descubrir completamente una o varias
fases específicas de su ocupación. Hago hincapié en este punto
después de haber visto muchas excavaciones de tells increíblemente
desorganizadas: donde se intentó todo a la vez, con cortes y son­
deos a distintas profundidades y todo el lugar hecho una confusión
112 ARQUEOLOGIA D E CAMPO:

pennanentemente u oscurecido con los montones de desecho. Que


la regla sea terminar el trabajo, con sus excavaciones tan claras
que puedan ser inteligibles, lo mismo en el papel que en el terreno,
para las futuras generaciones de investigadores. Hay que dejar cada
tell para los otros como a nosotros nos gustaría encontrarlo. Paro­
diando las palabras de Petrie, podemos decir que demasiados tells
explorados en Asia no son sino "osarios espectrales de evidencia
asesinada". Afortunadamente quedan algunos miles intactos que
esperan una exploración más humana y legítima.
VIII
LOS ENTIERROS
"Donde era necesario, se hacúm volar los dólme­
nes, se levantaban los círculos de piedras y las
cistvaens * construidas con grandes losas queda­
ban asequibles para su estudio." Mysore State
Archaeological Department, Annual Report for
1942.

DE LOS vivos pasamos a los muertos. Las variedades de ritos de


enterramiento inventados por el hombre, en sus cuidados lo mismo
para quienes hacen el viaje eterno que para los sobrevivientes,
forman legión.
El cuerpo bien puede ser enterrado intacto o después de su
cremación; puede ser dejado por algún tiempo a la intemperie,
a las aves de rapiña y a los chacales, para luego reunir algunos
huesos representativos y enterrarlos piadosamente. Los entierros
pueden ser en grupo o individuales. El muerto puede ser arrojado
a la tierra sin objetos perdurables; puede ir acompañado por un
tesoro como el de Sutton Hoo, o por un suntuoso ejército de servi­
dores como en Ur; puede llegar desnudo ante San Pedro o con
un harem al Paraíso; puede ser metido en una humilde vasija o en
la envoltura de costoso sarcófago; su sepulcro puede no estar
señalado por monumento alguno perdurable o puede estarlo ''por
un montículo en la loma, alto y ancho, con amplios wave-farers
para ser visto"; o sus cenizas pueden ser lanzadas a un río que
gratamente las aleje de nuestra vista. El miedo, la costumbre, un
poco de afecto y mucho de afectación, todo ello constituye la razón
de estas cosas.
Es una gran fortuna para el arqueólogo que con frecuencia
su problema técnico sea más bien fácil. Sus apuros comienzan
cuando trata de reconstruir el ritual, representado tan_ sólo por
partículas de evidencia que su habilidad ha descubierto (para un
ejemplo, véase la p. 12); y si desea ir más allá de ese ritual, si quiere
llegar a su caprichoso significado, apenas encontrará una respuesta
en la carga de libros que, según dice el proverbio chino, con­
tienen toda la sabiduría.
• 11 Cistvaen" es una tumba en forma de caja de piedra, dentro de un
túmúlo. fE.]
-[ 113 ]-
114 ARQUEOLOGlA DE CAMPO:
Este no es el sitio para hablar de la antropología de tan vasto
tema. Trataré únicamente por tumo y bajo el punto de vista téc­
nico, ciertos aspectos generales, tal como yo los conozco, sea como
excavador, sea como observador.

TÚMULOS REDONDOS Y "CAIRNS"

Los túmulos (de tierra ) redondos y los cairns (de piedras ) que,
en Gran Bretaña, aparecen desde el final de la Edad de Piedra
hasta el período vikingo y en otras partes del mundo abundan en
varios períodos, nos proporcionan un punto de partida bastante
útil. Pueden ser de pocos pies o de más de 50 de diámetro, y la
altura que hoy tienen presenta iguales variaciones. Mas la excava­
ción de estos monumentos, en la mayoría de los casos, sigue uno
de dos procedimientos alternos. La mejor introducción a tales pro­
cedimientos es hacer hincapié en cómo no hacerlos.
Todavía no ha pasado mucho tiempo desde que excavar túmu­
los, o mejor ,dicho profanarlos era un elegante entretenimiento
para _los días veraniegos. Algo se ha dicho ya sobre esto en el
capítulo 11 (véase también Lám. 1 ): y debe bastamos recordar
ahora cómo, en 1849, el deán Merewether "abrió" treinta y un
túmulos .en veintiséis días, en el distrito de Avebury. Posible­
mente éste sea un récord mundial, pero hay muchos más que
apenas le van a la zaga y cuya enumeración aquí sólo sería una
pérdida de tiempo. El método consistía en perforar hacia abajo
desde cl centro del moqtículo, . con la esperanza (por desgracia
muchas veces realizada ) de encontrar un entierro primario o secun­
dario, o ambos. El .crimen está, no sólo en la negligencia hacia
todas las minutiae estructurales y rituales que forman la mayor
parte del interés. en un túmulo, sino en que, cavando haci� abajo
-en una perforación central sobre los estratos de las sucesivas estruc­
turas o eJ;J.tierros, no hay investigador, por muy experimentado que
sea, que pueda correlacionarlos, debido al simple hecho de que van
siendo suprimidos en el proceso. No es que Merewether y sus
colegas ·no tuvieran, por supuesto, alguna noción de estratigrafía.
Con todo, aun después de que la estratigrafía comenzó a ser más
o menos comprendida, la práctica de hacer una estrecha zanja por
en medio del túmulo siguió empleándose por mucho tiempo.
Recuerdo haber presenciado una excavación de este tipo, la que
en verdad mostró el entierro primario, pero -tan estrecha, sucia
' '

* "Cairn" es un montón de piedras a manera de lápida o señal. fE.]


LOS ENTIERROS 115
y oscura era la zanja- no encontró u n foso ritual que había alre­
dedor, de 6 pies de ancho, aunque la zanja pasó, en dos ocasiones,
sobre dicho foso.
El pozo central y la zanja, por lo tanto, están ya fuera de uso
como métodos de excavación. No hay nada en la exploración
arqueológica que sea más definitivo que esto.
Ahora, enfoquemos el asunto por el lado positivo. El principio
implícito es que debe removerse todo el túmulo y, de ser posible,
volver a ponerlo en su lugar. A este principio, enunciado por Pitt
Rivers, no se le puede denegar la razón. En cualquier punto, en
o cerca del montículo, pueden aparecer elementos estructurales o
entierros secundarios, y nada que no sea un registro completo
puede justificar en nuestros días la excavación de un tipo de monu­
mento que en el pasado ha sufrido tanto por explorarse tan mal.
Un método satisfactorio para este fin, adoptado, por ejemplo,
por Sir Cyril Fox, en Ysceifiog, Flintshire,1 y por mí mismo en las
dunas de Dunstable, Bedfor4shire,2 es el siguiente ( cito a Fox):
Se pusieron dos hileras paralelas de estacas, a 1 pie una de otra,
a cada lado del túmulo, en ángulos rectos a la cara que se proponía
trabajar. A medida que la remoción del túmulo avanzaba pie por
pie, la cara se mantenía en línea recta respecto a las estacas de
numeración semejante, y al descubrir algún depósito, se fijaba su
posición -primero, midiendo su distancia desde la estaca apropiada
de la derecha, a lo largo de una línea tendida hasta la estaca homó­
loga del otro lado; y segundo, midiendo su posición vertical sobre
o bajo el nivel original del suelo. En la práctica se encontró que
así se podían fijar las posiciones con gran facilidad. El centro del
depósito marcado CII en el plano (Fig. 18), 1 pie, 6 pulgadas, por
encima del piso del túmulo, se registraba rápidamente como 25 pies:
18 pies + 1 pie, 6 pulgadas. La escala en pies de este plano indica
la posición de una de las hileras de estacas. . . Según el trabajo
avanzaba, el piso era observado a intervalos frecuentes y se hacían
agujeros allí donde se veía cualquier señal de que había habido
remoción.
En esta clara descripción queda implícita, naturalmente, la idea
de que de cada cara que mostraba cualquier elemento de interés,
se dibujaba un corte transversal, cuidadosamente medido. En rea­
lidad, Fox publicó siete cortes del túmulo de Ysceifiog (Fig. 19).
A riesgo de cansar por repetición, quisiera añadir los siguientes
detalles. Primero, las estacas deben hincarse con gran firmeza.
1 Arch. Cdmbrensis ( 1926) , pp. 48 ss.
2 Arch. ]ournal., lxxxviii ( 1931 ), pp. 193 ss.
II6 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
1'1.ANO DEL TfJMULO DE YSCEilFÍOG, MOSTMNDO I.A ZANJA CIRCULAR
f EL ENTIERRO EN POZO CENTRAL, CON SUS RESPECTIYAS ENTRADAS
Se intenta mostrar también las áreas del piso de la Tumba del
Entierro y dd Clir11

SS


--·• K
J
""
G
-·-• H
-·-· F
E
»
---1 D
as .

.ao--◄ B

fO
B
6
,f.
&
Esca/4 ,n pi�, o

p
CI, CII y cm rcp�ntan, • eSCllla, Fi, Fii y Fiii indican las posiciones de
b entierros (secundarios) por crcmaci6n las lascas (o implemento•) de pedernal

FxcuRA 1 8. El túmulq de Ysceifiog, Flintshire, mostrando el plano


de excavación. Según Cyril Fox.

También deben ser lo bastante anchas para poder pintarles su nú­


mero visiblemente (yo prefiero numerales romanos, por ser más
claros y más fáciles de dibujar ). Tercero, en la parte superior de la
estaca debe ponerse un clavo de unos 5 cm. en el punto exacto
para las medidas. Por cierto, este clavo es muy útil para detener
el anillo de la cinta métrica y el cordel transversal para cada corte
LOS ENTIERROS 117

LOS CORTES 1 A 4 SON PARALEWS,Et. :z ES PERPBNDlCULAR.A:'i!t.LóS

l. CORTE A 20 PIES: A.-B EN EL PLANO

2. CORTE A 26 PIES: C-D EN EL PLANO La crcmaci6n ·u


cd proye<:tada
en �te Co,:tc

El implemento F;;
3. CORTE A 33 PIES: E-F EN EL PLANO está proyectado
en este corte

J sucio OKuro
(orilla del c..�)

4. CORTE A 37 PIES: G-H EN EL PLANO


,,.- C'1ir11 de canto1 rodados �lizos · :'
y de &'Ul)IITOS
FJ

:c::cdo
implemento Fl

7. CORTE SUR-NORTE: P-Q EN EL PLANO La cntracia al pozo de


entierro t5tá ptOY«tada
en este Corte

"""'
Zanj:11 Enrr.da a ta un)a
(se om,cc d rdlcao

,,
· ENTIERRO m la de ¡rava)
l'"a-,,a

,
PRIMARIO

10 /1.0 35 4-0 6o 6S
f 2f 30 4-.5 So

{ ra
Sf
ESCA.LA. EN PlES
HUMUS
AUNA uc•LL<>U, AM.<..LLA, OBSERf'ACION,
• OON ALGUNAS fl.El)LU El ttDrno de la unJ• ('Oftflfllff' - mal""-IH
SOBllE • • • •• . GUVA
' • � ;•l."ff-1 di.- Ma,onnenlc n snY11; lambli■ M7
EL NIVEL
.UE�l��ANilAHJADA, (nnJ•• de a.ttna attillo.a o affilla •-­
SIMBOLOS DEL SUELO �
t'ml piNlra, o ,in cll... El ttllmo tld pozo
EMPLEA.DOS ele C'lllunmtffl10 n 1H' al"l'na an-lllo.a rlrae
SUBSl.!ELO
{�
-. . . ...••
?oi",�!•.�,-_.: CUVA.
UCOLLOSA' } M........
Ñ1o en los
- e-1 lado °"'"• 1 p-a.-a roa (nnjn ..
H't'illa l'ft d a.do E.le.
VIM,E!'II :.• . · ,;· · ·• AASNA al.ANCA y FINA
Cortes 4 y 7

FIGURA 19. Cortes seleccionados del túmulo de Ysceifiog (se omiten


los Nos. 5 y 6) . Según Cyril Fox.
118 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:

sucesivo. Cuarto, un cordel tendido entre cada línea-base, de clavo


a clavo, es útil para las medidas intermedias. Quinto, es conve­
niente anotar, en la forma ya recomendada, el registro tridimen­
sional ( véanse pp. 85-88) en columnas ordenadas y dispuestas a
través de dos páginas de la libreta de campo.
El gran mérito de este sistema de exploración es que el excava­
dor trabaja todo el tiempo en las mejores condiciones de luz y
comodidad y el registro se convierte en algo sumamente fácil. Su
inconveniente es que, de no hacer arreglos especiales que son
incómodos, los registros resultan exclusivamente paralelos a uno
de los ejes del túmulo y el otro eje no se anota adecuadamente.
En la mayor parte de los casos, esta parcialidad no importa, pero
podría.
El otro método generalmente en uso, salva esta objeción. Es el
conocido como el de cuarteles o método de cuadrantes. El mon­
tículo se divide en cuatro cuartos por medio de dos cordeles, de
preferencia dispuestos de acuerdo con los cuatro puntos cardinales
y pasando aproximadamente por el centro. Los cuadrantes opues­
tos se excavan por tumo, dejando un bordo de 45 a 90 cm. entre
cada dos cuadrantes, de manera que tengamos cortes transver­
sales del montículo en direcciones perpendiculares. El ejemplo
que aquí se ilustra (Lám. XIV B) está tomado, por conveniencia,
de un lugar a nivel (un pozo de entierro en Brahmagiri, Estado de
Mysore) en el cual el método se muestra claramente. Puede obser­
varse que los bordos resultan alternos de modo que las dos mitades
de cada corte transversal quedan en el mismo plano, aunque la
mitad de cada uno resulta necesariamente con la cara hacia el lado
opuesto con relación a la de su compañera. Este detalle es fácil
de ajustar en el dibujo final.
La anotación por este método es más simple que por el otro.
Cada cuadrante se numera o marca o nombra con un punto de la
brújula y es de desear que se ponga una línea de estacas a inter­
valos de 30 cm, a lo largo de una de las líneas cardinales del plano.
Desde estas estacas se toman las rutinarias tres dimensiones en
cada cuadrante hasta que, en la última fase del trabajo, se quitan
los bordos. En el ejemplo ilustrado, por ser un sitio a nivel, fue
muy fácil poner la cinta métrica en lugar de usar jalones.
Además de estos métodos estándar de excavación, en los últi­
mos años se han improvisado otros para trabajos de emergencia,
cuando sólo se cuenta con tiempo muy limitado, en montículos
que van a ser destruidos. Sabiendo manejarlos, algunos de estos
métodos improvisados han dado resultados importantes, pero ello
LOS ENTIERROS 1 19
no los justifica si no se trata de casos de emergencia. En particu­
lar, ha habido un cierto retomo a la trinchera axial, que luego se
amplía en el centro aproximado del montículo. Con un bulldozer
esperando, cualquier recurso que salve la situación es mejor que
perderlo todo; pero, aunque este método anticuado sea entonces
tan inevitable como un día de paga, es casi igualmente deseable.
Los dos métodos de que antes hablamos son los mejores en nues­
tros días.
A pesar de que aquí no podemos intentar un catálogo de las
variedades de problemas estructurales o estratigráficos que un mon­
tículo de enterramientos suele presentar, podemos mencionar al­
gunos de los elementos más comunes como guías para el princi­
piante. Un entierro primario generalmente está en el centro del
montículo original, pero no necesariamente el que resulta de su
ampliación. Puede consistir en un agujero en el suelo, con un
pequeño montón de piedras cubriéndolo, o sin nada de esto; pu�de
estar en un ataúd de madera (labrada ) o en una cista de piedra,
que puede ser "grande" (90 CID. de largo, o más) o "pequeña"
( menos de 90 CID.) y enterrada bajo la superficie natural del
suelo, o colocada encima de éste. Las piedras deben examinarse
por si tienen marcas intencionales. Los entierros secundarios pue­
den haberse sepultado dentro del montículo original, o haberse
puesto simplemente encima y recubierto con material añadido, e
inclusive ser intrusivos en este nuevo material; la forma y exten­
sión de los cortes de las partes donde hay entierros secundarios son·
piezas de evidencia vital que deben registrarse y estudiarse con­
sumo cuidado. El área que contiene el entierro original puede
estar dentro de un foso circular al cual, a su vez, o bien· Jo cubre
el montículo origina] o bien está en uno de sus costados; tambiérr
puede ser continua o estar interrumpida o, finalmente y esto es
muy significativo, puede ser accesible por una rampa. La forma y
naturaleza del foso -sea de fondo plano o simplemente apisonado
y endurecido por el tráfico ritual- debe tomarse muy en cuenta y
discutirse. El propio fondo del foso debe explorarse en busca de
material que, bajo análisis, pueda mostrar si dicho foso estuvo ex­
puesto durante tiempo apreciable o si fue recubierto inmediata­
mente después del funeral ( cf. p. 60 ) . Alternativamente, puede ser
que se haya construido un "camino procesional" alrededor de] en­
tierro primario, sobre la superficie natural, como parecé fue el caso
en el Pond Cairn, en Coity, Glamorgan, tan brillantemente regis­
trado por Sir Cyril Fox.3 Aquí, el entierro y, al parecer, un sacri-
a Archaeologia, lxxxvii ( 1937), pp. 142 ss.
1 20 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:

ficio infantil inicial se habían cubierto con un amontonamiento


cilíndrico de fragmentos de turba: alrededor de esta pila un es­
pacio circular de cerca de 1.50 m. de ancho estaba encerrado por
un muro circular de piedra, de 4.50 a 6 m. de ancho y quizá de­
l.50 m. de alto (un elemento del suroeste en Gran Bretaña) . Este
espacio intermedio parece _haber sido empleado para un compli­
cado ritual La discusión _del arqueólogo sobre estos fenómenos
debe ser estudiada por todos los excavadores de túmulos, sea cual
fuere la parte del mundo en que trabajen.
La orilla de un túmulo o cairn puede estar sostenida por un
boráe de piedras, revestimiento o anillo hasta de unos 45 cm. de
alto,4 o puede haberse sujetado con contrafuertes de piedra amarra­
dos con tierra.lí Hasta dónde y en qué forma se empleó la madera
en los túmulos redondos británicos, es algo que no podremos decir
hasta que muchos más de ellos se hayan excavado con técnicas
modernas.
La práctica se conoce de Holanda, en donde el Dr. Van Giffen
ha logrado excavar algunos ejemplos; 6 en Holanda también se han
encontrado círculos de postes dentro del túmulo. Tres túmulos
en Gran Bretaña (.en el Yorkshire Wolds, en Lancashire y en
Montgomeryshire) han dado evidencias análogas,7 pero, si como
pensó un arqueólogo, representan la choza para el muerto, es pura
especulación.
Todo este tema requiere más investigaciones realizadas en el
campo; y en las futuras excavaciones de túmulos habrá que buscar
con cuidado las construcciones de madera, no sólo a nivel del
suelo, sino también en el material del propio montículo. La ma­
dera del interior de ciertas stupas budistas, que se han comparado
con túmulos redondos, es un problema análogo.

TÚMULOS ALARGADOS y "cAIRNs"

Los túmulos alargados representan en Europa una serie de costum­


bres funerarias que prevalecían en ciertas regiones entre 2500 y
1 500 a. c.; esto es, al final de la Edad de Piedra y su traslape con
la Edad de Bronce Temprana. Al igual que los túmulos redondos,
4 Ibid., lxxxix { 194 3}, pp. 108 y 1 1 O ( Llandow tumulus, Glamorgan, exca•
vado por Fox ) ; y Proc. Prehist. Soc. 19 38, p. 1 1 2 (Breach Farm, Glamorgan'
ecavado por W. F. Grimes) .
G Ibid., lxxxvii ( 1937), 1 34 (Caim de Simondstown, excavado por Fox) .
6 A. E. van Giffen, Die Bauart der Eínulgraber.
7 Grahame Clark in Proc. Prehist. Sic., 19 36, pp. 30 ss.
LOS ENTIERROS 121

varían mucho en forma, tamaño, estructura y uso, pero en general


:Se hicieron para entierros múltiples, normalmente por inhumación,
aunque en ocasiones se haya practicado la cremación. Como su
nombre implica, se distinguen por el hecho de que un eje es más
]argo que el otro, pero la diferencia puede oscilar entre sólo unos
,cuantos pies hasta un tercio de milla.8 Se infiere que no hay pro­
,cedimiento uniforme que se pueda recomendar al excavador.
El primer túmulo alargado que se excavó científicamente -uno
<le los pocos- fue el famoso Wor Barrow, en Handley Down,
Dorset, excavado por Pitt Rivers en 1893. La fotografía que se
publicó del trabajo una vez terminado y en la cual "la figura en po­
'Sición de firmes, a media distancia, marca el lugar del enterra­
miento central" es, de por sí, un monumento a la disciplina cien­
tífica del General. Salvo cuatro pirámides de yeso y turba, dejadas
para indicar la altura original del montículo, el túmulo y el relleno
de los fosos periféricos fueron removidos por completo. Las pirá­
mides representan el eje de una amplia trinchera, de 1 3.50 m. de
:ancho, que se cortó al principio por la parte central y a lo largo
del montículo, dejando los flancos para exploración posterior. Los
objetos que se encontraron en el relleno del foso se registraron con
mediciones tridimensionales, y en el informe se representaron
<liagramáticamente en dos cortes esquemáticos del foso ( Fig. 2,
pp. 22-23).
s Así, u n túmulo alargado d e Thickthome Down, en Dorset, tenía 2 7 m .
<le ancho y sólo 33 d e largo. Por otro lado, el monstruoso "bank barrow" de
Maiden Castle, en Dorset, tenía 1 8 m. de ancho y no menos de 5 37 de largo.
Por cierto, un autor, en el Arch. ¡oum., civ., 1 1, ha impugnado la clasificación
<lel túmulo como tal y prefiere llamarlo ( como por cierto sus excavadores lo
apodaron ) una pista neolítica de carreras o cursus. Pero: a) más de 1 50 m.
siguen siendo un montículo y no puede haberse utilizado como cursus; b) mon­
tículos alargados semejantes en Dorset ( esto es, en los distritos de Long Bredy
y Broadmayne) siguen siendo montículos de extremo a extremo y nunca fueron
"pistas de carreras"; e) la parte aplanada de la estructura de Maiden Castle
coincide exactamente con la extensión del Campamento de la Edad de Hierro
y por este hecho tiene una explicación clara; y d) el cursus de Pentridge, al
que se ha citado como una analogía sobre la base de que un túmulo alargado
pequeño queda incorporado en uno de sus márgenes, no tiene parecido con el
plano de Maiden Castle. El cursus de Pentridge es cuatro veces más ancho y
decir que "si el cursus de Pentridge se redujese de escala y el montículo alar­
gado saliente se colocara en el centro, entre sus fosos, las dos estructuras no
diferirían materialmente una de otra" es exceder los límites legítimos de la
hipótesis. ¡Considerar a Maiden Castle una pista de carreras cerrada por com­
pleto lo menos un tercio de su longitud es imaginar una botella en la cual
un tercio fuera de corcho! Desde luego, sabemos muy poco de cualquiera de
estas estructuras, pero es más seguro atenerse a los hechos tal como se nos van
presentando, por muy sorprendentes que sean.
122 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:-
No tratamos de restar méritos a esta clásica excavación, si suge­
Jimos algunas mejoras en el método. En primer lugar es muy de­
desearse levantar un corte longitudinal de una estructura de este
género; o sea a lo largo del eje original de acceso a la cámara
( en este caso de madera). Esto es particularmente necesario en
túmulos con cámara, donde la anotación de las sucesivas entradas
puede mostrarse mejor por medio de un corte desde la entrada o
antesala hacia adentro. ( Cortes transversales suplementarios son,
por supuesto, necesarios también.) Segundo, bajo la parte más
alta del montículo, o sea a lo largo de su eje longitudinal, es posi­
ble que estén mejor conservadas las estructuras internas ( como en
Skendleby, p. 99), lo que igualmente exige un corte longitudinal.
Tercero, es posible que las dos mitades longitudinales del mon­
tículo sean casi simétricas en estructura, e indicaciones o evidencias
de la primera mitad explorada pueden continuarse y verificarse en
la segunda mitad, si es que ambas mitades se excavan en suce­
sión, no simultáneamente como en Wor Barrow. Cuarto, en un
foso de túmulo neolítico, extremadamente irregular, se necesita
una serie de cortes transversales cuidadosamente dibujados. La
proyección que Pitt Rivers hizo de todos los hallazgos, en un
corte puramente diagramático, dibujando unos a escala doble que
la del foso y otros sólo a un tercio de la misma escala ( Fig. 2), es
útil, pero no es sustituto de un dibujo preciso.
No vemos por qué razón un montículo como Wor Barrow no se
pueda excavar por el método de los cuadrantes recomendado para
los montículos redondos. Sólo cuando la longitud del montículo
exceda demasiado su ancho, este método se volverá engorroso. Sin
embargo, cualquiera que sea el método, el primer paso es mar­
carlo, de preferencia estacarlo, longitudinalmente en mitades igua­
les; luego hay que trabajar en cada mitad a su debido tiempo.
Como un ejemplo de excavación de un montículo bastante
largo de este tipo, me referiré nuevamente al trabajo, verdadera�
mente satisfactorio, efectuado en 1933-34 por el Sr. C. W. Phillips
en el montículo de Giants' Hills, en Skendleby, Lincolnshire.
El Sr. Phillips describe su método de la manera siguiente :
Lo primero que se hizo fue situar un rectángulo de 180 por 80
pies alrededor del montículo, y clavar un poste fuerte en cada es­
quina. Desde el banco de nivel más cercano se tendieron una serie
de niveles y en uno de los postes se marcó un banco de nivel local.
Entonces se hizo un levantamiento topográfico del montículo.
En el caso de túmulos con fosos grandes, deben seguirse dos líneas
fundamentales de investigación. Primero está el túmulo con sus
LOS ENTIERROS 123
enterramientos primarios y todos los elementos estructurales origi­
nales que pueda tener. Esto nos da información sobre sus construc­
tores, dependiendo su valor del grado de conservación del contenido
y de la ausencia de alteraciones. En segundo lugar está la evidencia.
del papel que el monumento ha jugado en la vida del distrito desde
que se completó. Algo de esto puede recuperarse en forma de restos
estratificados de emplazamientos humanos casuales en el foso antes
de que la protección que brindaba fuera destruida por el rellena­
miento natural. En el caso de un foso de montículo alargado de
tamaño normal, hay que pensar que es susceptible de darnos datos
hasta de tiempos prehistóricos. Existe la posibilidad, también, de en­
tierros secundarios intrusivos, tanto en el montículo como en el foso.
La temporada de 1933 se destinó a establecer el segundo de estos
dos puntos, excavando un corte ancho en el foso, sobre el lado supe­
rior del túmulo. En 1934 ,se excavó el túmulo propiamente dicho,
y tanto del foso alrededor del túmulo como fue necesario para co­
nocer sus características.
Al abrir el túmulo se dejó un banco intacto, precisamente en el
centro, para mostrar la altura original, el cual se hizo llegar hasta
el extremo Este a través del foso. Simultáneamente y a intervalos
prefijados, se dejaron bordos de 1 .50 m. de espesor y en ángulo
recto con relación al banco central.
Al principio supusimos que el extremo Este tendría los entierros,
pero cuando la excavación completa del tercio de ese lado del
túmulo nos mostró que éste no era el caso, se hizo una trinchera
de 5 pies de ancho a lo largo del banco central, hasta el extremo
Oeste. Fue así como llegamos a la zona de entierros desde un lado
y, cuando fue encontrada, la abrimos por completo. También apa­
reció y fue estudiada, la estupenda armazón que se encontró en
la parte Oeste del túmulo (véase p. 99 ) ; se hicieron más cortes
transversales en varios puntos a través del montículo para establecer
la estructura y descubrir elementos de la armazón que arrancaba
desde la "cerca" central. Otra investigación fue la limpieza cuida­
dosa de la zanja revestida que se encontró atravesando el extremo
Este, en la superficie vieja del suelo. También se hicieron zanjas a
lo largo de los lados del túmulo para seguir las líneas de agujeros
de postes que se había descubierto flanqueaban dicho túmulo a lo
largo y a ambos lados de la mayor parte de su longitud. La totalidad
del extremo Oeste fue excavada igualmente para encontrar todo
lo que se pudiera sobre los ocho postes que se vio habían estado allí.9
En todo este admirable trabajo, probablemente el excavador
mismo tuvo que considerar un elemento de oportunismo, debido
a la novedad de la evidencia revelada, la inmensidad de la tarea y
9 Archaeologia, lxxxv ( 1936 ) , pp. 42-44.
124 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:
la consecuente necesidad de selección, según iba avanzando el tra­
bajo. Pero todo el proyecto estaba firmemente basado en las con­
sideraciones esenciales para la excavación de un montículo alar­
gado, o sean: a) el establecimiento de líneas de referencia estable­
cidas con solidez; b ) la preparación de una topografía previa a la
excavación; e) la conservación de un corte longitudinal o banco
durante la excavación; d) la exploración completa de los fosos;
y e) la remoción cuidadosa de (la mayor parte) el montículo. Las
armazones estructurales, identificadas por primera vez en Skendl­
eby, y los postes marginales deberán buscarse ahora en todos los
túmulos alargados que se excaven, y su búsqueda puede estable­
cerse, consecuentemente, como plan inicial.
Digamos unas palabras más respecto al levantamiento topográ­
fico de un túmulo que va a excavarse. Las cotas de nivel pueden
no indicar adecuadamente la extensión real del túmulo, sobre
todo en una ladera. Por lo tanto, puede ser necesario añadir una
línea-base, distinta de las cotas de nivel, para indicar la línea apro­
ximada de conjunción entre la estructura y la superficie natural
del suelo.
Los dos túmulos alargados que he tomado como ejemplos están
desprovistos de estructuras de piedra -cámaras, pasadizos, "peris­
tali tos", complejos de acceso- que caracterizan a muchos de esta
clase.
Ahora bien, cuando las tienen, se sigue con ellos los principios
generales; sobre todo hay que restringir la excavación a la mitad de
un elemento cada vez y, siempre que sea posible, hay que trabajar
siguiendo el eje longitudinal, o el "eje de acceso" como base.
Así, en la excavación de las cistas megalíticas de "ojo de buey" *
en la India -las grandes cistas con una pequeña entrada circu­
lar a través de una piedra de cierre- se excavaba primero la mitad
de la cista y en orma tal que el corte bisecase el ojo de buey. De
esta manera era posible darse cuenta exacta de qué parte del relle­
no había sido introducida a través del ojo de buey y, así, recons­
truir un elemento del empleo ceremonial de la tumba.
El procedimiento no requiere más explicaciones; tampoco el mé­
todo de excavar y registrar los cortes a través del foso, donde puede
aplicarse una adaptación del sistema tridimensional que ya descri­
bimos en otra parte de este libro (pp. 85-88) .

* "Port-hole", en inglés. [E.]


.· �--
LOS ENTIERROS 125

CEMENTERIOS "PLANOS"

Donde los entierros no están señalados en la superficie de la tierra,


por ejemplo, en los campos de urnas, su investigación se convierte
en una excavación en área del tipo ya descrito ( p. 79) . Obvia­
mente se hace necesario dejar, dentro de los cuadros de la rejilla,
"claves" adicionales o cortes transversales para relacionar vertical­
mente algunos de los grupos de entierros. En otras circunstancias,
el mayor problema consistirá en aislar las tumbas individuales y en
pasar al plano sus límites mediante excavación horizontal muy
cuidadosa, con frecuencia haciendo uso de un cuchillo o cuchara
de albañil. Al enfrentarse con inhumaciones, el excavador debe
estar atento de antemano a las decoloraciones o impresiones que
puedan indicar la antigua presencia de ataúdes o mortajas. Véase
lo dicho por Sir Leonard Woolley del cementerio de Ur,10 o lo
que ya referimos acerca de un entierro en ataúd de la Cultura del
Indo, en Harappá (p. 99) , todas o casi todas fechadas en el tercer
milenio a. c. Es de mucha importancia determinar si los entierros
se sobreponen ( e indicar así una secuencia cultural) o si no han
sido violados en alguna época antigua. También ha de tenerse el
cuidado de separar artefactos propios del entierro de los que pue­
den haber llegado a él en el relleno de la tumba. Para esto no
hay posibilidad de dar una regla; mucho dependerá de la posición
precisa del objeto en cuestión, y de la naturaleza general del relleno.
Si existe la menor sombra de duda, así ha de hacerse saber en el
informe.

º
1 Ur, Excavations II: The Royal Cemetery (Londtes y Filadelfia, 1934) ,
pp. 1 37, 165, 1 84 ss., y Lám. 14.
IX
TRABAJO DE R�LOJERO
"Eso PARECE un trabajo de relojero", observaba un antepasado, des­
pués de contemplar larga y meditativamente a un arqueólogo que,
a gatas, manejaba con ahinco un cortaplumas y un pincel de
acuarelista sobre un suelo indócil. Y ocurre que estas tareas no
cuentan entre las menos importantes de las que han de realizar
el director y sus supervisores. "El arqueólogo, que momentos antes
podía haber estado tomando notas en otro lugar d el campo, tiene
ahora que ocupar su tumo con el pico, o más probablemente con
el cuchillo, y puede ser que pase las próximas horas agachado en el
mismo agujero y en la misma incómoda postura, absorto en la lim­
pieza, anotación y puesta a salvo de algún objeto especialmente
frágil." 1 Yo no aplaudo toda esta dispersión de esfuerzo ni la
escasez de ayuda competente que queda implícita en la cita ante­
rior; salvo en la más deplorable emergencia, el general no tiene
por qué montar sus cañones o componer una culata. Pero el prin­
cipio es bastante correcto; la extracción de objetos delicados de
dentro de la tierra, exige la mayor habilidad, y toda la paciencia
y los conocimientos posibles, y esto no se puede delegar con
facilidad.
Antes que nada, sin embargo, hemos de decir unas palabras más
de advertencia. Hay que evitar cualquier asomo de emoción cuan­
do algún objeto de categoría especial comience a aparecer. He
visto un director de excavaciones saltar de excitación dentro de la
zanja, en ocasión semejante, comunicando con ello una atmósfera
emocional y falsa al incidente y, por lo tanto, interfiriendo el tra­
bajo frío y objetivo. Es necesario refrenar inmediatamente toda
clase de excitación e insistir con firmeza en la tranquilidad de
rutina.2 Sobre todo, que el grupo de peones que allí trabaja siga
l Sir Lconard Woolley: Digging up the Past (Pelican Books, 1940 ) , p. 40.
2 Expresado en forma muy emotiva por un escritor francés so�re excava­
ciones: "Il faut laisser les vestiges en place aussi longtemps que possible, ne
jamais se presser et conserver son calme. Le moment le plus dangereux est
celui d'une vraie grande découverte; l'exaltation risque de devenir telle que
le fouilleur oublie la moitié des consignes, pousse des exclamations admira­
tives et s'apen;oit trop tard que sa documentation est incomplete. 11 est
vraiment grand s'il a le courage de s'asseoir et d'allumer une cigarrette pour
réfléchir." A. 'Leroi-Gourhan: Les Fouílles préhistoriques (technique et mé­
thodes) ( Parls, 1950 ) , p. 7.
-[ 126 ]-
TRABAJO DE RELOJERO 1 27
,con su tarea sin entreactos. No ha sucedido nada anormal. Ahora
la disciplina es más necesaria que nunca, si hemos de mantener
fos valores en su justo sitio. Y segundo, la exhumación de algún
-objeto especial, rara vez justifica que una excavación se convierta
en desorden y en suciedad. Y no deben descuidarse las reglas de
1a estratigrafía; de ser posible, primero hay que limpiar una parte
del objeto en forma tal que el ,resto quede aún enterrado y así
pueda proyectarse con nitidez en un corte local. Aparte de la
importancia de la interrelación con lo que lo rodea, este corte
puede revelamos una información inesperada, como las manchas
<le una envoltura ya desaparecida, que en proyección horizontal
habían evadido el ser percibidas. Dicho de otro modo, las reglas
normales no deben lanzarse por la borda, si no es por causas muy
excepcionales. Este llamado de atención puede parecer innece­
,sario, pero la experiencia nos señala lo contrario.
Habiendo dicho esto, pasemos del precepto al ejemplo. Y pro­
pongo como primer paso que volvamos al entierro en un barco
<le Sutton Hoo (p. 100 ) , acerca del cual el Sr. W. F. Grimes ha
descrito la "excitante y agobiadora tarea" de sacar el tesoro de la
cámara mortuoria.3 Los extractos que siguen, bastante amplios
por cierto, se reproducen aquí con la debida autorización.
Los recipientes de bronce. . . estaban metidos uno dentro de otro,
y asociados con. varios objetos de hierro. Tres angons ( largas jaba­
linas de hierro) habían pasado, de hecho, a través del asa baja del
Tecipiente mayor, junto con puntas de lanza y otros artefactos y
armas en la éercanía. . . La corrosión estaba tan avanzada que era
improbable que hubiera podido sobrevivir algún metal libre en cual­
quiera de ellos. . . Las armas se habían adherido ya por la corrosión,
no sólo entre sí, sino también a la pared del recipiente de bronce
con el cual habían venido a contacto. . . Bien claro estaba, pues,
que no podían separarse mecánicamente en aquel lugar. . . Por lo
tanto, se las limpió con cuidado, liberándolas de la arena -tarea
que llevó algún tiempo debido a la gran cantidad de socavones y las
condiciones generales del lugar- y todo el grupo de recipientes y
objetos de hierro fueron sacados intactos. . .
Bajo [ un plato de plata] había una variedad de piezas, la mayor
parte en estado frágil y peligroso, la anotación, remoción y empa­
que de las cuales absorbió la atención absoluta de todos los que
trabajaban en el lugar. Lo más urgente eran los materiales orgá­
nicos: especialmente algunas pequeñas copas que a la primera ojeada
nos parecieron ser de madera. Pero también había objetos de cuero
y de otros materiales, todos los cuales debían su conservación a ha-
a Antiquity, xiv ( 1940), pp. 69 ss.
128 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
ber estado más o menos cubiertos por telas y por una sustancia como
vedijas de lana, que las habían mantenido en condición de humedad
continua excluyendo el aire por completo. Cualquier espera en este
caso hubiera sido fatal. Las copas mostraban ya signos de distor­
sión y dejaban ver otras formas de maltrato. Un sol fuerte y abra­
sador llegaba hasta el fondo del barco. Si debían de preservarse
para futuro tratamiento, era obvio que había que tomar medidas
rápidas; igualmente obvio era que la única esperanza para su con­
servación consistía en reconstruir las condiciones que hasta ese mo­
mento las habían preservado por tantos cientos de años. Conse­
cuentemente, las copas se empacaron muy bien en musgo mojado
dentro de cajas con tapas herméticas para excluir el mayor aire
posible y se guardaron en un lugar bastante fresco, alejado del sol.
El cuero y los tejidos se pusieron, de momento, en cuencos llenos
de agua.
Poco hay que decir acerca de la remoción del resto de los obje­
tos bajo el plato. Levantamos el pequeño recipiente de plata sin
tocar su contenido, pero protegiéndolo con una espesa capa de mus­
go. . . La fina bolsa de cuero en la que yacía el pequeño plato fue
nuestra desesperación. Se había hecho andrajos con el tiempo, es­
taba rota y agrietada, ya sin su resistencia original. Estos restos
fueron limpiados y fotografiados in situ; luego se concentró el inte­
rés en la pieza más grande que podía ser despegada de la madera
subyacente de la artesa en la que habían sido puestas todas estas
cosas. . . La propia artesa, así como los objetos a su alrededor, se
dejaron para tratarse más tarde, pero protegiendo la madera de la
acción desecadora del sol y del aire con una gruesa capa de telas
mojadas.
En el extremo Oeste de la cámara mortuoria se reveló
un objeto de hierro que resultó ser de naturaleza y tamaño inespe•
rados. Los distintos elementos que fueron apareciendo, con la lim­
pieza, nos hicieron llamarle pie de lámpara. Estaba muy corroído,
pero parecía ser bastante fuerte y, a pesar de su tamaño, fue sacado
con facilidad. Se le quitó por completo la arena que lo rodeaba y
se emplearon tres personas para sostener equitativamente el peso
del objeto. Se colocó así sobre un tablón ancho y de longitud apro­
piada en el que las partes que no se apoyaban fueron calzadas con
rellenos recubiertos de algodón.
Cerca del pie de lámpara había un cubo de madera afianzada
con hierro que estaba en avanzado estado de destrucción. Los cin­
chos de hierro estaban bastante corroídos; la madera se había vuelto
deleznable. Por lo tanto, el recipiente se había desmoronado sobre
sí mismo y convertido en una masa más o menos informe. A pesar
de ello, parecía posible que con una remoción cuidadosa pudieta
TRABAJO DE RELOJERO 129

permitirse, con posterioridad, alguna forma de reconstrucción y ha­


bía, además, la posibilidad de que el propio cubo pudiera contener
otros materiales de interés.
Habiendo quitado la arena que sobraba, se amarró firmemente
el cubo con bandas a su alrededor, poniendo cuidado especial en la
parte inferior que iba a soportar la mayor fuerza. Se consiguió un
pedazo de lámina delgada de hierro cuya· área era algo mayor que
la del cubo y gradualmente se fue introduciendo bajo la base de
éste, limpiando de arena y mediante una paleta el borde anterior
de dicha lámina. Ya inserta toda ésta, el cubo quedó dispuesto para
ser sacado. Pero la lámina era demasiado delgada para soportar, sin
doblarse, el peso del cubo, lo que por supuesto hubiera revuelto las
ya rotas piezas. Se introdujo entonces una pala plana debajo de
la lámina, para prevenir cualquier presión lateral que pudiera afec­
tar al cubo, al mismo tiempo que proporcionaba una amplia base
para sostenerlo. Se levantaron ahora, sobre la pala, cubo y lámina
juntos, y se colocaroll sobre fuertes cartones en tal forma que se
pudiera retirar la pala. De esta manera ninguna parte del cubo fue
estropeada seriamente.
El Sr. Grimes deja entender haber "empleado casi el mismo
método para sacar cerámica muy frágil de la Edad de Bronce. La
consolidación de dos urnas de la Edad de Bronce de Coity, Gla­
morgan, sólo fue posible gracias a que pudieron sacarse, por ese
método, intactas; y en cuanto a la cerámica, que ya estaba desmo­
ronable, hubo de ser endurecida y tratada ' en el laboratorio antes
de extraerle su contenido ( el cual ayudaba a reforzarla ) . Yo pue­
do añadir que en circunstancias similares h e empleado, con éxito,
el mismo método de la lámina de hierro al remover un horno de
arcilla bastante prehistórico. El amarrado preliminar de un objeto
frágil -de preferencia con vendas ordinarias para cirugía- es un
paso importante que a veces debe complementarse con una capa
de yeso o con parafina fundida para darle más solidez. El horno de
arcilla, particularmente frágil, fue cubierto con una buena protec­
ción de cera y resistió perfectamente la operación de extraerlo.
Ahora se encuentra en el Museo de Dorchester (Dorset) .
Bastante hemos citado ya de la narración sobre Sutton Hoo
para colegir los métodos generales empleados. El Sr. Grimes nos
dice que el informe
no es una historia de métodos técnicos nuevos y complicados, sino
más bien el relato de los medios simples y fácilmente accesibles que
fueron empleados para enfrentarse a una serie de materiales inespe­
rados, cada uno. . . con su propio grupo de problemas. En algunos
casos se puede imaginar un instrumento o método de acuerdo con
1 30 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
el cual se hubieran tenido soluciones con más fácilidad. Muchas
veces he suspirado por un implemento de hoja ancha, algo así como
una paleta de servir pescado, la cual ( en varios tamaños) hubiera
sido ídeal para levantar una serie de cosas tales como los engastes
de cuerno, los recipientes de plata e, inclusive, el cubo de madera.
Pero sólo un instrumento especialmente hecho hubiera podido com­
binar todas las cualidades necesarias: fuerza para soportar peso y
presión, delgadez y borde afilado de diseño especial para introdu­
cirlo debajo del objeto que se va a remover.
La ausencia de algunos lujos ha de ser contrarrestada con pacien­
cia y perseverancia. Nuestros utensilios fueron del tipo más sim­
ple. Aquí tuvimos suerte con el suelo: la arena se presta bastante
para el trabajo y, en especial, cuando está seca, hace fácil la explo­
ración con brocha si se trata de los objetos más delicados. Para
éstos, el procedimiento usual fue una secuencia de fases alternas de
cepillado y secado, removiendo la arena superficial hasta exponer
una nueva capa de arena húmeda, la cual se dejaba secar a su tumo.
Los pinceles de pintor fueron lo mejor para este propósito. Para el
trabajo de quitar arena de objetos pesados que no requerían un tra­
tamiento especial en su superficie -y también para gran parte del
trabajo fino- yo le estuve muy agradecido a un punzón curvo o
aguja de arria, sobre todo mientras la punta estaba afilada. La
curva de la aguja fue particularmente útil para trabajar en agujeros,
ángulos y socavones; era como un "palpo" especial para formas no
esperadas; y como no estaba montada en mango podía emplearse
en lugares bien pequeños.
De la rutina general de limpiar queda por decir que, cada objeto,
sea el que fuere su material y su naturaleza, se liberaba lo más que
se podía de su matriz: la importancia de la primera parte no se
podrá ponderar lo suficiente. (Aun la arena, cuando está mojada,
es muy adhesiva, y la tensión extra impuesta por su adhesión, aun­
que sea a un área pequeña, puede resultar en deterioro para un espé­
cimen frágil) . El proceso se completaba empleando mucho cuidado
en separar la arena, pues se hada suavemente para no estropear la
superficie; después se levantaba la pieza de modo que todo el peso
se distribuyera por igual, sin recargarse en parte alguna. Estas pre­
cauciones pueden parecer demasiado obvias, pero resultaron de im­
portancia especial en un sitio donde todo, salvo el metal más
precioso, estaba sumamente deteriorado y corroído.
Dadas las circunstancias y enfrentándonos, como lo hacíamos, a
una amplia gama de objetos y materiales que requerían ser trasla.:
dados al laboratorio para tratamiento, y no sabiendo con qué más
tendríamos que vérnoslas, era una sana conducta el levantar, con
la menor interferencia posible, hasta el hallazgo menos prometedor.
Métodos químicos y de otra naturaleza han reemplazado ahora a
TRABAJO DE RELOJERO 131
los tratamientos mecánicos más directos de las antigüedades; aquí, el
tratamiento mecánico estaba reducido al mínimo necesario para
sacar al objeto de la tierra. Además, inclusive con piezas muy rotas
y aparentemente sin importancia, se empleó mucho tiempo y tra­
bajo en el intento de mantener las distintas partes y fragmentos en
sus posiciones relativas, como un primer paso de mucha importancia
para la reconstrucción del original o para obtener de él el máximo
de información mediante un examen de laboratorio más tranquilo
y en posterior ocasión. En esto no siempre tuvimos éxito y a veces
fue imposible, aun desde el principio. Pero se hizo todo lo que se
pudo para que ni una brizna de evidencia extraída de Sutton Hoo
se perdiera por falta de cuidado y paciencia en el trabajo de campo.
A modo de comentario sobre este relato de un trabajo difícil
y afqrtunado, quisiera reforzar la petición del Sr. Grimes de "un
implemento de hoja ancha". La experiencia independiente me ha
demostrado la continua necesidad de una selección de implemen­
tos de esta categoría. Pueden comprarse o hacerse sin grandes
dificultades y deberían ser parte obligatoria en el equipo del exca­
vador, comenzando con el cuchillo de cocina de hoja ancha que
cada supervisor debe llevar (p. 183) e incluyendo paletas para ser­
vir pescado y el instrumento plano (¿"volteador"? ) , con el que se
levantan los huevos fritos de la adherente superficie de la sartén.
De Sutton Hoo podemos trasladamos a Ur de los caldeos, don­
de Sir Leonard Woolley tuvo mucha experiencia en el "trabajo de
relojero" y algo que puede decimos acerca de ello. Una de sus
obras maestras fue la recuperación del harpa de la tumba de Shub­
ad. 11:l nos contará la historia con sus propias palabras : 4
Lo primero que apareció fue el casquillo de oro del mástil, que
parecía estar suelto en la tierra y que no nos dio indicio alguno de
lo que había debajo. A medida que se continuó el trabajo, se encon­
traron dos o tres clavos con la cabeza dorada y al buscar su posible
conexión, descubrimos un agujero que dejaba en la tierra y a tra­
vés del cual podían verse los cuerpos de más clavos, obviamente en
posición; esto es, el agujero representaba algún objeto de madera,
destruido totalmente, pero los clavos, que alguna vez habían estado
fijos a él, habían quedado en su posición por la presión de la tierra
en sus cabezas. Entonces se insertó un palo en el agujero, hasta
donde alcanzó su tope y después se dejó escurrir escayola a su alre­
dedor; cuando ésta fraguó, se continuó la excavación y se encontró
la parte inferior de mástil moldeada en la escayola, con los clavos

4 C. L. Woolley: Ur Excavations, II (Londres y Filadelfia, 1934), pp. 74 s.;


Digging up the Pallf ( Pelican Books, 1949 ) . pp. 85 ss.
1 32 ARQUEOLOGÍA DE CAMPO:
en ella; las medidas del suelo y el cálculo de la distancia a que se
habían encontrado los clavos anteriores, nos dio la longitud total
del mástil y nos permitió situar el casquillo de oro en su altura origi­
nal. Por debajo, se había extendido la escayola en el "pie" del ins­
trumento y su expansión había sido detenida por el betún no del
todo descompuesto, que había sujetado el pie a la base; dicha base,
con la línea de concha y lapislázuli incrustados que remarcaban su
curva, fue inmediatamente endurecida con paraJina. Esto nos llevó
a la caja de resonancia que, por ser de madera, estaba totalmente
destruida, pero la ancha banda de mosaico a lo largo de sus bordes
estaba casi toda en posición, aunque algo distorsionada, pudiéndose
limpiar poco a poco y asegurarla, según iba apareciendo, con muse­
lina parafinada. Aparentemente la madera había estado pintada
de negro con una línea roja que corría paralela al borde, un poco
hacia adentro de los límites del embutido. Primero tratamos el bor­
de superior, con lo que ya pudimos liberar ese lado y darnos cuenta
de la forma que tenía; el rectángulo del lado proximal estaba in­
tacto (por cierto que se sacó en una sola pieza ) y el respaldo del
embutido del lado distal también pudo ser limpiado y asegurado.
en su sitio. La cabeza de becerro, de oro y lapislázuli, que decoraba
el frente del instrumento parecía estar en condición bastante mala,
ya que toda la parte alta de la cabeza -consistente en teselas de
lapislázuli simulando pelo-, se había caído en el agujero dejado
por la destrucción del núcleo de madera, y el metal se encontraba
bastante torcido, mas no faltaba nada: al final se restauró sin mu­
chas dificultades.
Así, la evidencia existente, en parte positiva, en parte negativa,
se salvó, haciendo posible una reconstrucción aceptable del instru­
mento completo. Todo el éxito de la operación dependió de ha­
ber reconocido desde el principio el significado potencial de un
agujero que se prolongaba en el suelo. De modo semejante,
uno de nuestros más ricos entierros de Ur, el que contenía el fa­
moso casco de oro, se localizó por el descubrimiento de una punta,
de lanza de cobre que, apuntando hacia arriba, surgía de la tierra.
Se limpio el suelo a su alrededor y así salió a luz parte de un tubo
delgado de oro, el cual adornaba la parte superior del asta; debajo
de él había un agujero en la tierra, dejado por la propia asta de
madera cuando se convirtió en polvo. Seguimos ese agujero hacia
abajo y nos llevó a la tumba en cuya esquina había quedado apo­
yada cuando se rellenó el pozo con tierra; con este dato pudimo�
delimitar todo el sepulcro antes de comenzar a limpiar su contenido
y así se pudieron anotar en orden todas las ofrendas amontonadas.
alrededor del ataúd.
TRABAJO DE RELOJERO 133
Donde las partes de madera se han conservado pueden adop­
tarse otros métodos de acuerdo con las circunstancias. De este
modo, en 1951 se encontró una espada "La Tene", en su funda
de madera con amarres de bronce, en la empapada arcilla del
fondo de un antiguo foso en Stanwick, Yorkshire. Se limpió cui­
dadosamente, con una cuchara de albañil y una navaja, hasta ob­
tener su forma aproximada; en seguida y con un pincel suave se le
deslavó el lodo hasta que pudo tomársele una fotografía y hacer
un dibujo de tamaño natural, allí mismo. Mientras tanto, un car­
pintero local había fabricado una caja para ponerla en ella con
suficiente lugar para material de empaque. Cuando se terminó el
dibujo, se metió un hoja rígida de "triplay" por debajo del objeto,
el que, sin más limpieza, se depositó en la caja con una fuerte
envoltura de papel periódico mojado . El paquete se transportó
entonces al laboratorio del Museo Británico en el próximo tren,
cuidando de mantener la humedad del empaque. El tratamiento
subsecu ente, que con gran pericia aplicó el Dr. H. J. Plenderleith,
está fuera de la incumbencia del trabajador de campo.
Finalmente, es justo incluir entre los "trabajos de relojero" la
remoción de un pavimento romano de mosaico, la condición del
cual exige, por lo general, la mayor delicadeza en el manejo. La
superficie del mosaico puede haberse hundido en algunos lugares :
muchas de las teselas, aunque en su sitio, pueden estar rotas; y el
fino mortero con el que las teselas han estado originalmente su je­
tas puede haber perdido mucho de su cohesión. El procedimiento
convencional ha sido descrito en forma categórica por la difunta
Sra. T. V. Wheeler, F. S. A.,* quien lo aplicaba con todo éxito : 11

l. Cavar, algunos días antes de que comience el trabajo de re­


moción, una trinchera de 30 cm. de ancho por 45 de profundidad,
alrededor del área del pavimento que se va a levantar. En esta
forma desaparece una gran parte de la humedad.
2. Construir un cobertizo o tinglado de tamaño suficiente para
proteger el pavimento y los drenajes.
3. Quitar escrupulosamente todas la suciedad del pavimento y
de las juntas de las teselas. La condición del pavimento dictará
los medios que deben emplearse. :Éstos pueden variar desde el
restregar con un cepillo y agua jabonosa y/o raspar suavemente
con un cuchillo sin punta, hasta el uso delicado de un limpiaufias
o de un fuelle.
• "Fellow" de la Sociedad de Anticuarios. [E.)
11The Museums Journal, xxx (Londres, 1 9 3 3 ) , pp. 1 04 ss.
1 34 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

4. Poner anafes en ladrillos sobre el pavimento y mantener el


fuego día y noche hasta que el mosaico, su lecho y la tierra de de­
bajo estén completamente secos. El calor no sólo quita todo resto
de humedad, sino que también desintegra el mortero romano. Este
secado es la parte más importante de todo el proceso y puede
llevarse de dos a cinco días, según las condiciones locales -0e hu­
medad.
5. Preparar antes o durante el secado del pavimento, una tabla
de varios centímetros mayor en todos sentidos que el fragmenté>
o sección de que se trate. Una plataforma de tablero como de
1 cm. de grueso, reforzado con tablillas cruzadas es lo más ade­
cuado.
6. Quitar los fuegos y limpiar el mosaico una vez más.
7. Poner una capa de cola ordinaria, preparada en un recipiente
cercano y lo bastante delgada para que fluya y llene los intersti­
cios, sobre toda la superficie; dejarla secar.
8. Aplicar una segunda capa de cola, esta vez espesa y abun­
dante, sobre la superficie así endurecida.
9. Poner sobre esta capa caliente un trozo de lona fuerte que
haya estado en agua hirviendo y después de haberla exprimido
bien. La lona debe ser apretada con los dedos hasta que se tenga
la seguridad de que todas las burbujas de aire hayan desaparecido.
Una capa final de cola sobre la lona asegurará su adhesión en
cada tesela.
10. Volver a poner los fuegos en las trincheras de drenaje por
una hora para suprimir la humedad.
1 1. Quitar todos los fuegos y dejar que se seque la cola. El
tiempo que esto lleve de nuevo depende de las circunstancias loca­
les, pero deben calcularse hasta· unas ocho horas. Una vez más es
esencial asegurarse de que la cola esté bien seca antes de intentar
el trabajo de remover. el piso.
12. Ahora ya puede despegarse el mosaico de su lecho. Cortar
entonces el mortero de éste con cucharas de albafiil, con corta­
dores de pizarra o, si se dispone de ellos, con cinceles, dejando un
buen espacio de 5 a 8 cm. debajo de la superficie inferior de las
teselas.
1 3. Ir metiendo tablas por debajo a medida que se vaya quitando
el lecho. Aquéllas deben proyectarse por fuera del pavimento para
poder darles la vuelta.
14. Dejar el tablero preparado sobre la superficie del pavimento.
1 5. Empleando las tablas de debajo como palancas, darle vuelta
al pavimento -emparedado ahora en madera- sobre el tablero pre-
TRABAJO DE RELOJERO
parado que se convertirá en la plataforma de trabajo. El pavi­
mento, o sección de pavimento, puede llevarse ahora a un cober­
tizo-taller sobre la plataforma.
16. Quitar todo el mortero romano. Si el calor de los fuegos
ha penetrado bien, la mayor parte caerá con ligeros golpes de mar­
tillo de madera. Debe tenerse cuidado de raspar todo resto persis­
tente de mortero que haya quedado en los lados y en la parte tra­
sera de cada tesela; emplear fuelles para soplar el polvo fino de
entre ellas. Las teselas estarán ahora vueltas hacia abajo sobre
la lona encolada y deberán estar limpias.
17. Salpicar de agua ligeramente con el fin de ablandar la cola
lo bastante ( sin que pierda su adherencia ) para empujar las partes
ahora convexas y que antes eran zonas hundidas, para que vuelvan
a su posición horizontal original.
18. Clavar una armazón de 5 cm. alrededor de la plataforma
de trabajo.
19. Rellenar, con jabón o grasa espesa, todas las fracturas del
diseño en forma que el cemento moderno no pase del nivel supe­
rior de la cara del pavimento terminado.
20. Mezclar la cantidad suficiente de cemento moderno con ma­
terial romano roto, imitando el mortero empleado en el pavimento
original, para verterlo entre las juntas de las teselas, ahora aisladas.
21. Golpear la armazón por todos lados para asegurarse de que
la mezcla llene todas las juntas y de que las burbujas de aire que­
den eliminadas.
22. Poner un refuerzo de tela de alambre y de varillas de hierro
dentro de la armazón y llenarlo de cemento. Si la sección es de
tamaño considerable (y con este método puede manejarse una sec­
ción de 1 .80 por 0.90 m. ) puede necesitarse una segunda capa de
refuerzo. El cemento ha de acabarse con un fino aplanado dentro
de la armazón y hay que dejarlo fraguar por dos o más días. Cuan­
do se trate de levantar grandes pavimentos, deben dividirse en sec­
ciones de tamaño manejable a las que hay que ponerles marcas
especiales sobre la lona; ésta, inicialmente, debe cubrir todo el mo­
saico. Cortar entonces la lona en las secciones previamente señala­
das y levantar cada una de ellas por separado.
23. Dándole pequeños golpes puede quitarse ahora la armazón
y darle vuelta al pavimento, con la parte de la lona para arriba.
24. Remojar la lona con agua hirviendo hasta que la cola se
haya disuelto lo suficiente como para levantar -no arrancar- la
lona. Los restos de cola que puedan quedar quitarlos con agua
hirviendo y un cepillo de uñas. Si, durante este proceso, se descu-
1 36 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
bre que alguna tesela está suelta, hay que asegurarla inmediata­
mente.
25. Tratar las fracturas del pavimento de acuerdo con el plan
que se va a seguir. Si se piensa hacer una restauración, las teselas
con cortes recientes aparecerán como modernas, lo que evitará
engaños. Si no hay restauración en proyecto, arreglar las fracturas
para una superficie plana al nivel general del lecho de mortero.
El pavimento deberá estar ahora en condiciones de resistir un
manejo razonable y listo para la exhibición.
X
TACTICA Y ESTRATEGIA

EL TEMA principal de este capítulo es el plan general de la inves­


tigación de campo, expresión ésta que, en el título de arriba hemos
<lisfrazado con el término, algo presuntuoso, de "estrategia". En
realidad, todo arqueólogo organiza siempre sus hechos dentro de
un esquema, o sea que estructura sus rebuscadas palabras a modo
de formar una oración coherente. Ha de plantear, pues -aun­
que esto es ya menos frecuente-, sus cuestiones dentro de un
marco anticipado de secuencias. En Gran Bretaña, hay alguna
disculpa en el hecho de que, en la actualidad, la arqueología de
campo sigue estando dominada por condiciones especiales surgidas
de una dura guerra y una paz aún más dura. Con demasiada fre­
cuencia está condicionada por la existencia del cráter dejado por
una bomba, por un proyecto de habitaciones o de un aeródromo,
o por una clara limitación económica más que por un plan ideado
· a largo plazo. Con todo, aun entre las dos Guerras, el plan estra­
tégico, a pesar de que se hablara de él, rara vez fue llevado a
-cabo.
Otros factores -competición personal o internacional, simple
falta de imaginación- lo impedían. Los sitios se excavaban por­
que "parecían prometedores" o porque podrían dar alguna infor­
mación; esto es, más hien se hacían como cuando se realiza una
operación quirúrgica al azar con la idea de encontrar en algún lu­
gar del paciente la causa de una enfermedad no diagnosticada. Asi
era como el cirujano neolítico acostumbraba abrir un agujero en
el cráneo de un hombre con la esperanza de que por allí escapa­
.ra el dolor de cabeza; pero éste no es, apenas hace falta decirlo, el
ordenado camino de la ciencia. Como arqueólogos, estamos dema­
siado propensos al oportunismo: no planeamos ni creamos lo sufi­
ciente nuestras oportunidades. Concedamos que de vez en cuando
la buena suerte ha añadido inesperada y aun dramáticamente datos
al conocimiento; por ejemplo, el hallazgo del famoso entierro en
barco del siglo VII en el montículo de Sutton Hoo. De todas ma­
neras, el progreso de la ciencia depende menos del azar que del·
empleo metódico y lógico de la imaginación disciplinada para la
evalución de causa y efecto. Depende, y ello en no poca medida,
de un cuidadoso plan estratégico que debemos preparar, pues, con
todo género de precauciones.
-[ 1 37 ]-
1 38 ARQUEOLOG1A DE CAMPO�
Lo más cercano a un plan, durante el pasado medio siglo o
más, fue probablemente el descubrimiento y ampliación de la Civi­
lización minoica de Creta. La vívida calidad de esta Civilización
por sí misma, el genio imaginativo de su primer descubridor y su
posición geográfica central, se combinaron para dar una cierta uni­
dad a la múltiple, aunque más o menos relacionada, obra que había
sido efectuada por distintos países en tierras vecinas. Pero aún en
este caso, la coordinación fue notoriamente inadecuada y los re­
sultados proporcionalmente fragmentarios e insastisfactorios. Se
perdió allí una gran oportunidad. Dadas las circunstancias, como
ilustraciones de lo que por un lado quiero decir por táctica, y por
otro por plan estratégico, debe perdonárseme la presunción de to­
mar dos ejemplos que me conciernen personalmente y de los cua­
les, por lo tanto, me es posible hablar, por lo menos, con conoci­
miento de causa de la consciente y ciudadosa secuencia que desde·
el comienzo estuvo presente en la mente del director. El primero
de estos ejemplos es uno de plan táctico para la solución de un
problema local. Este problema era el desenmarañar la historia de
Verulamio, en Hertfordshire, como una ciudad romana y pre­
romana, con su significado potencial con respecto a la campaña
de César que terminó por allí en 54 a. c.
Debo recordar que Verulamio, en el valle que queda abajo de
la medieval y moderna población de San Albano, es un lugar
de cierto interés excepcional en la protohistoria de estas Islas. Allí
o cerca de allí, y por lo que nos dicen las monedas, reinaba en los
tiempos pre-romanos el rey Tasciovanus, el padre de Cunobelin;.
y ya que Casivelauno fue un predecesor en el mismo trono tri­
bal, se supuso que allí también Julio César había encontrado y
tomado por asalto el cuartel general de su gran enemigo en 54 a. c.
Acontecimientos posteriores incluyen el martirio de Albano, un
cristiano de Verulamio y nuestro único mártir romano-británico
auténtico, y una visita de San Germán de Auxerre que así nos
proporcionó uno de los pocos contactos incuestionables en el si­
glo v entre los mundos romano y británico. Aparte de esto, el lugar
estaba lleno de posibilidades arqueológicas de tipo misceláneo, muy
seductoras. la secuencia histórica y geográfica de la ocupación hu­
mana de la región de San Albano a lo largo de cinco siglos pre­
sentaba un problema desafiante.
El punto de partida visible era la extensa área, amurallada y te­
rraplenada, de unos 200 acres, que claramente representaba el des­
arrollo de una municipalidad romana. La teoría convencional, an­
tes de la excavación, era que esta área representaba también la.
TACTICA Y ESTRATEGIA 139
capital pre-romana, y una de las primeras tareas de los excavadores
era comprobarlo. Para ello se hicieron pozos profundos en la su­
perficie natural dentro del área amurallada, haciéndose al mismo
tiempo varios cortes a través de las defensas. Los primeros no re­
velaron ninguna ocupación pre-romana; los últimos mostraron que
las defensas no eran anteriores al siglo II de nuestra Era.
Esto puede considerarse como la Etapa I de la investigación. La
Etapa II inevitablemente se dirigió a examinar la siguiente y más
evidente reliquia estructural de la vecindad; una obra de terraplén
hasta entonces no explicada y que se conocía como "El Foso"; éste
sobresalía en la ladera bajo una parte del circuito de las defensas del
siglo 11. Aquí, en y debajo del baluarte, se encontró gran cantidad
de cerámica nativa que era de suponerse indicaba la proximidad del
sitio pre-romano; pero una mezcla de material romano temprano
nos dio una fecha posterior a la conquista del lugar. La Etapa 11,
por lo tanto, había identificado el lugar de un poblado romano
antiguo, pero seguía dejando en el aire el asentamiento pre-romano.
La cerámica temprana recuperada en "El Foso" sirvió por lo
menos como una indicación. El terraplén queda exactamente de­
bajo del borde de la meseta que flanquea el valle donde se en­
cuentra el lugar romano más importante, y el siguiente paso, la
Etapa 111, obviamente era seguir la búsqueda en la meseta misma.
Aquí, en las profundidades marañosas de un coto de caza, existe
un complejo grupo de estructuras de tierra, poco impresionantes
y no situadas aún en los mapas. Algunas eran señales limítrofes
de campos o bosques ya fuera de uso, pero entre ellas había un
núcleo que, tras una excavación, demostró ser una parte de la
ciudad pre-romana. Algo, pues, de· nuestra pregunta había que­
dado contestada; los restos asociados, sin embargo, eran de fecha
posterior a César y seguían faltándonos las pruebas del episodio de
César. (Fig. 20.)
Quedaba todavía una formación no explicada que parecía rela­
cionarse con el lugar pre-romano. Como a 1.5 km. al norte de
éste, había huellas de un dique o barrera a campo traviesa que daba
cara al exterior de Verulamio. La excavación, que puede consi­
derarse como la Etapa IV, mostró a) que este dique era, asimismo,
de fecha pre-romana y b) que había cerrado originalmente un paso
abierto en las tierras cretosas entre la zona de bosque de la cumbre
de la colina, por un lado, y el valle pantanoso, por el otro. Posi­
blemente era uno de los límites del territorio civil pre-romano en
un lugar donde los obstáculos naturales no existían. Su mayor
servicio, no obstante, en nuestra tarea de exploración fue dirigir
140 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:

VERULAMIO

F1cuRA 20. Sitios sucesivos del Verulamio pre-romano y romano.


(Basado en el mapa -de 6 pulgadas- del "Ordnance Survey" : Hertford­
. shire XXIV. Con permiso del Jefe de la Stationery Office de S.M.)

de nuevo nuestra atención hacia un dique a campo traviesa miste­


rioso, aunque al parecer relacionado y de tamaño mucho más gran­
de, que había al otro lado del valle.
Este otro dique, conocido como "Beech Bottom': es una cons­
trucción muy notable. Tiene 30 m. de ancho y más de 9 de pro­
fundidad con un banco en ambos bordes, Está situado a lo largo
del fondo de un valle orientado de este a oeste y sólo queda el
mayor tamaño del banco marginal más al sur para mostrar que
TACTICA Y ESTRATEGIA 141
la obra miraba al norte. Claramente era más bien una barrera
importante al tráfico que una obra militar en su sentido estricto.
Todavía queda visible como un kilómetro y medio del dique, pero
otra parte, como de la mitad de esa extensión, ha sido localizada
sólo por excavación o inferencias adecuadas. Su examen había ya
comenzado como Etapa V, cuando una feliz casualidad nos dio
prueba más definitiva que la que la ciencia por sí sola podía haber
esperado. Trabajadores que estaban excavando una alcantarilla a
profundidades determinadas a través del dique y en un lugar donde
había sido rellenado, encontraron un escondrijo de monedas del
siglo II d. c., bastante profundo en el relleno, pero todavía a más
de 3 m. por encima del fondo del foso. Las monedas -se dijo
que toda una palada de ellas- se desparramaron inmediatamente
en las ansiosas manos y bolsillos del grupo cosmopolita de peones
que las encontró. Pero una tenaz búsqueda, aquella noche, en una
multitud de sitios locales de refrigerio y entretenimiento, prQdujo
cerca de cuarenta de ellas, las suficientes para indicar la natura­
leza general y la fecha del escondrijo. Fue fácil deducir que el
foso en el que se habían encontrado era de cierta edad dentro
del siglo II d. c., y este dato sólido, combinado con su carácter no
romano y su lugar de localización, lo situaba, con aceptable certi­
dumbre y claridad, en nuestro período pre-romano.
Pero esto no fue todo. Si el dique había servido para algún pro­
pósito lógico, debía haber cerrado un buen tramo de terreno abier­
to entre dos valles fluviales y sus vados: el de Ver, junto al cual
está Verulamio al suroeste; y el de Lea, al noreste (Mapa, p. 143) .
A lo largo de esta línea, la vista se desplaza hasta una altura sobre
el vado que cruza el Lea, donde están los restos del mayor o¡,pidum
de esta parte de Inglaterra, el que queda junto a la pequeña al­
dea de Wheathampstead. La fama actual de este oppidum puede
medirse por su aparición en una novela histórica; pero de hecho
no fue sino hasta la Etapa VI de nuestro planeado avance cuando
la significación del gran terraplén quedó aceptablemente clara; an­
tes no había llamado la atención o lo había hecho muy débilmen­
te. El perfil de sus defensas es .de la misma clase que el de las de
Beech Bottom, sólo que más definido. El recinto tiene cerca
de 90 acres de � xtensión, en una plataforma sobre el Lea, igual
que el Verulam10 pre-romano está en una meseta sobre el Ver.
Una significativa diferencia entre ambos lugares, sin embargo, co­
menzó a aparecer, a medida que se adelantaba en la excavación. Y
ya que Verulamio comenzó �n los tiempos posteriores a César,
cuando, en la época de Tasc1ovanos, las cosas y formas romanas
142 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:

ya estaban comenzando a penetrar los remotos bosques de la•hasta


entonces inconquistada Britania, no se encontraron huellas de ro­
manización en los materiales del oppidum de Wheathampstead.
Dicho en otra forma: este oppidum precedió las dos últimas déca­
das del siglo I a. c. y, siendo esto así, era fácil como paso inme­
diato, atribuir sus grandes defensas a una fase de rivalidad ínter­
tribal o aun internacional como la que marcó la época de las
campañas británicas de César. Aquí, si es que en algún lugar,
podíamos localizar el cuartel general de al guien como Casivelau­
no. Por lo menos, nos estábamos acercando a su tiempo y lugar
y en ello no se conoce otro sitio que pueda rivalizar con éste. El
nombre de Wheathampstead ha entrado ahora en los libros, sin
grandes interrogaciones, como el lugar de escena de la culminante
victoria de César en este país.
De esta manera, en seis etapas progresivas y avanzando gradual
y lógicamente, de lo conocido a lo desconocido, el panorama de
una fase formativa de la Britania protohistórica comenzó a reve­
larse solo. Invirtiendo el cuadro, aparecería el comienzo de la hege­
monía de un poderoso rey belga, explotando, en competición, una
región que con anterioridad, según parece, había estado muy poco
habitada. Después de eso, durante la Paz de Au gusto en el Con­
tinente y la centralización del gobierno nativo en la Britania del
sureste, el énfasis cambió : fortificaciones, construcciones de cual­
quier tipo,1 son ahora de tamaño sin importancia y el comercio
continental se filtra con una libertad cada vez mayor. La fase cul­
mina en la extensión formal de la Pax Romana a las tierras bajas
de Britania en el año 43 de nuestra Era; desde entonces las forti­
ficaciones no se consideran necesarias debido a una confianza ex­
cesiva; ésta, a su vez, fue balanceada pór la revuelta Boudicca y
l'ºr la consecuente construcción de nuevas defensas de no poca
categoría ("El Foso"); finalmente, en los espaciosos días del si­
glo rr, la población tomó forma en líneas continentales evolucio­
nadas, convencionales. Aquí no estamos interesados en los deta­
lles, sino únicamente en la secuencia de pensamiento y acción: una
demostración elemental de táctica arqueológica en unos nueve ki­
lómetros de paisaje.
De la pequeña jurisdicción de Hertfordshire, pasemos a los am­
plios horizontes de Asia, a planear, ahora en gran escala, trabajos
en los que el término "estrategia" puede aplicarse con toda pro­
piedad. Aquí también el ejemplo es de mi experiencia propia, con
1 En Colchester su extensión estaba sostenida por la riqueza y la ambicióP
dinásticas.
SAN ALBANO Y WHEATHAMPSTEAD Hertfordshire
on sus antiguas zonas boscosas, según las evidencias geológica
Construcciones rehistóricas: • • • • Construcciones romanas: -

am - ""'�
�--""'r·- J
, i, f.Jcllli1 m l'l�
11,.

t*1 ----.-
,, 1 !--= - --

.. . . _.......,_ �4 ..,._f__J.___{ ·
P.Jc,,Ja en Küóme1,01

Mapa de los terraplenados de \Vheathampstead y Verulamio, con sus


diques.
144 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
la renovada disculpa de que un testimonio de primera mano se
apega a la realidad en forma que quedan compensados los defectos.
Como Director General de Arqueología en la India, de 1944 a
1948, tuve, a pesar de la guerra y las agudas dificultades políticas�
una oportunidad como pocos arqueólogos han tenido para el plan
estratégico dentro de las lejanas fronteras de todo un subconti­
nente. Las partes norte y sur de este subcontinente difieren lo mis­
mo en la naturaleza de sus respectivos problemas que en la can­
tidad de trabajo previamente hecho en ellas. En la India central
y del sur, que son las zonas a las que aquí me refiero, apenas se ha
hecho trabajo alguno. En el total de la gran región del sur, cerca
de medio millón de millas cuadradas de extensión, no existía en
1944 ningún punto fijo en el conocimiento arqueológico anterior
a la Edad Media. En el norte de la India, los contactos con la
Mesopotamia prehistórica, y más tarde con Persia y las tierras del
Occidente clásico habían proporcionado puntos fijos razonables en
los que encajar algo de la prehistoria de los territorios fronterizos.
En el sur, la mayor parte de tales puntos de apoyo no existían. La
exploración esporádica de tipo no metódico había producido gran­
des cantidades de material en este lugar; los campos de urnas ha­
bían sido cosechados como plantíos de arroz, las tumbas megalí­
ticas habían sido saqueadas ( a veces, en tiempos tan cercanos
como 1942 y con la ayuda de la dinamita; p. 1 1 3 ) , los sitios de ·
poblado habían sido deshechos y de ellos se habían recuperado
restos misceláneos; pero en ningún lugar se había interrelacionado
este botín arqueológico ni consigo mismo ni mucho menos con
datos exteriores.
Con respecto a los museos de la región, bastará con que citemos
las palabras de Petrie cuando se refería a los museos del siglo XIX
en general: "Nuestros museos -escribió- son osarios espectrales
de evidencia asesinada; los secos huesos de los objetos están allí,
desnudos de todos los hechos de asociación, localidad y fecha que
les hubieran dado vida histórica y valor."
Había, no obstante, en este mundo de caos, un punto fijo po­
tencial. Desde 1775 habían aparecido, de vez en cuando, monedas
romanas, por lo general a manera de tesoros escondidos de oro y
plata, mayormente en la India del sur, donde representaban el
lujo del comercio imperial, ampliamente comprobado en la litera­
tura clásica e hindú. Aquí había una posibilidad de obtener el
dato que buscábamos . . Si descubriésemos una asociación signifi­
cativa, ora de monedas romanas, ora de otros objetos importados
de la misma civilización, y fechables con una cultura hindú na-
TACTICA Y ESTRATEGIA
tiva, tendríamos inmediatamente una base finne desde la cual
adentramos en el problema general de la antigua cronología de la
península de la India.
De acuerdo con ello, uno de mis primeros actos como Director
General en 1944, fue preparar una lista de los lugares en que se
sabía se habían hallado monedas romanas, y enviar dos miembros
de mi personal a hacer un recorrido de 3 200 km. por los sitios lista­
dos con el propósito de seleccionar uno de ellos para investigación.
Mis enviados trabajaron con ahinco bajando por la costa occi­
dental de la India y rodeando el cabo Comorin sin encontrar nin­
gún signo en verdad esperanzador. Pero la solución, de hecho, re­
sultó inminente, si bien de otro lado.
En julio de 1944 visité el Museo de Madrás y encontré en un
aparador parte de un ánfora greco-romana, de un tipo conocido
en la región mediterránea alrededor . del comienzo de la Era cris­
tiana. Según fuí informado, había sido sacada recientemente en
un sitio costero cerca de Pondicherry, la capital de la India fran­
cesa, a unos 128 km. al sur de Madrás. No olvidaré fácilmente
el (para mí) dramático momento en el que la suerte puso en mis
manos, en esa cálida tarde de verano de la India del sur, una res­
puesta para la que casi puedo creer el destino me había enviado
a 9 600 km. de mi pequeña Britania romana para descubrirla: una
respuesta que por cierto yo había estado buscando, pero que ape­
nas me había atrevido a esperarla. Por arreglos con las autoridades
francesas, no perdí tiempo en visitar Pondicherry, y en la Biblio­
teca Pública de allí, vi una colección de objetos que habían sido
recuperados en los dos o tres años anteriores por anticuarios fran­
ceses en un lugar conocido localmente como Arikamedu, a más
de 3 km. al sur de la ciudad. La colección comprendía una con­
siderable cantidad de cerámica hindú, cuentas y otros objetos,
junto con un importante conjunto de material de origen medi­
terráneo, incluyendo muchos tiestos de ánfora, trozos de vajilla de
vidrio, parte de una lámpara y un entallo de cristal, sin pulir, que
representaba a Cupido con un águila. A esto podía añadirse otra
gema que había llevado, según se dice, una cabeza de Augusto,
pero que ahora ya no tenía más. No obstante, más importante
que todo esto eran varios tiestos de cerámica roja vidriada de la
clase hecha en Arretium y otros centros italianos, antes de circa 45
d. c. El significado de estas cosas no había -sido sospechado por sus
descubridores, pero a un ojo entrenado en Occidente era algo fácil
<le identificar ele inmediato. Cerámica fechada, en virtud de su
relativamente limitada durabilidad, era una evidencia de mayor
146 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:

valor aún que monedas fechadas, con su valor de supervivencia


menos controlable. Quedaba por situar, mediante una excavación
cuidadosa, la relación precisa entre la cerámica Arretina y la cultura
o culturas hindúes que se encontraban en el mismo lugar.
Nuestras excavaciones subsecuentes ( 1945 ) fueron plenamen­
te registradas. Baste decir aquí que la relación se estableció con
rapidez y que el lugar será para la historia de la arqueología del
sur de la India aquel desde el cual la clasificación de las culturas
antiguas de la India del sur comenzó efectivamente. Con la ayuda
de los objetos importados fechados a que me he referido, se defi­
nió por primera vez la posición cronológica de un extenso com­
plejo de la cerámica de la India del sur y otras cosas que datan
de los dos primeros siglos d. c.; y no fue mucho después de la ter­
minación del trabajo cuando se encontró que la importancia de
Arikamedu se extendía mucho más allá de la vecindad inmediata
del lugar. Esta extensión fue el resultado de una investigación
cuidadosamente planeada y progresiva, que fue en forma constan­
te de lo conocido a lo parcialmente conocido y de éste a lo des­
conocido: veremos en lo que sigue sus etapas más importantes.
El primer paso era descubrir la distribución de las cerámicas
más distintivas de entre las hindúes que acababan de ser fechadas.
Un recorrido por los museos de la India del sur tuvo éxito inme­
diato. Entre los productos distintivos de Arikamedu había un tipo
de plato (Lám. XV B ) decorado, en la base interna, con anillos
concéntricos a semejanza de una ruleta, decoración extraña a las
cerámicas de la India, pero corriente en ciertas cerámicas clásicas,
incluyendo a la misma Arretina. Algunos de estos platos eran
importaciones indudables del Mediterráneo, otros eran imitaciones
locales. Una búsqueda por" los museos mostró que los platos de
este tipo se habían encontrado en la India del sur en una serie
de lugares separados por cientos de kilómetros de otros (Fig. 21 ) .
El famoso Amara.va.ti, por ejemplo, que proporcionó las célebres
esculturas budistas que anteriormente estuvieron colocadas en la
escalera principal del Museo Británico, rindió tiestos de este tipo,
ahora en el Museo de Madrás. En otros lugares, tales como Maski
y Kondapur, en el Estado de Hyderabad, y en ChandravaJli y
Brahmagiri, en el extremo norte del Estado de Mysore, esta de­
coración, tipo y manufactura distintivos se han encontrado en pu­
blicaciones de mala calidad y en excavaciones mal dirigidas. Maski,
Kondapur y Chandravalli fueron, por lo menos en parte, popla­
ciones del Imperio central hindú de Andhra que floreció a fines
de la época anterior a Cristo y al principio de nuestra Era; en
TACTICA Y ESTRATEGIA 147

DISTRIBUCIÓN DE
CERÁMICA CON
PUNTEADO DE RULETA_.
CERÁMICA ANDHRA
PINTADA _ _ _ _ _ _ _ _ _ _Q
SITIOS CON AMBAS _ _ _ _ _ _ •

CIUDADES MODERNAS_ _ _ _ g

/00 o /00 :200

Escala en Millas

F1cuRA 2 1 . Mapa de la India, con los sitios que han producido "cerá-
mica con punteado de ruleta" del siglo I d. c.

Chandravalli también se han encontrado denarios extraviados de


Augusto y Tiberio. El ambiente histórico y arqueológico era,
pues, consistente con el fechamiento de Arikamedu. En todos es­
tos lugares la cerámica con punteado de ruleta, recientemente fe­
chada, introdujo de inmediato un elemento de precisión cronoló­
gica; y en todos ellos estaba manifiestamente asociada con una
148 AROUEOLOGfA DE CAMPO:
industria cerámica elaborada y distintiva que difería en· gran me­
dida de la de Arikamedu, pero que ahora podía considerarse como
contemporánea. Desde el principio, el punto fijo de Arikamedu
había indicado la posibilidad de fechar, mediante una pequeíía
pero cuidadosa excavación, una cultura hindú, extensa e impor­
tante, a más de 480 km. de distancia.
Una visita a uno de estos lugares, Brahmagiri, en 194 5, nos in­
dicó otras y más amplias posibilidades. Excavaciones de muestreo
algo heterodoxas, en ocasiones ayudadas por altos explosivos, ha­
bían sido llevadas a cabo en este lugar por el Departamento Ar­
queológico Estatal y habían revelado los restos de una extensa
ciudad antigua. Pero el rasgo más notoriamente interesante del
área era lo siguiente: que junto al sitio de poblado había un gran
cementerio de tumbas megalíticas de un tipo muy extendido en
la India peninsular, pero hasta ahora no fechado con certeza. Ade­
más, las cistas de Brahmagiri estaban marcadas por la entrada
circular o "ojo de buey", que está presente en muchos otros ejem­
plos hindúes y en tumbas comparables del oeste de Asia, norte
de Africa, y Europa (incluyendo Britania) y pueden ser un factor
común significativo. Verdaderamente, estas tumbas hindúes ale­
gran la mirada del historiador europeo que las visita con una
amistosa familiaridad y al mismo tiempo con un desafío : su fecha
y su origen al momento se convierten en asunto de algo más que
importancia local. Su carácter general ya era familiar desde el
trabajo (al que me referí en la p. 17) de Meadows Taylor en
Hyderabad, a mediados del siglo XIX, y James Fergusson atrajo
nueva atención sobre ellas con su Rude Stone Monuments, en
1872. La curiosidad de otros tampoco había escaseado y en su
totalidad algunos cientos de estas cistas del centro o del sur de la
India deben haberse despojado en una fecha u otra en beneficio
de museos públicos o privados, desde Oxford hasta Madrás. El
resultado ha sido tan sólo el aumentar la montaña de nuestra igno­
rancia. Hasta que el contenido, aún no fechado, de estas tumbas
pudiera relacionarse con un punto cronológico fijo, continuar la
expoliación era hacer un derroche y peor que derroche. Pero al
fin, aquí, en Brahmagiri, estaba la gran oportunidad para estable­
cer esa relación; para la ecuación de la cultura representada por
las tumbas con la evidencia de un sitio de poblado vecino que
contenía un factor ya conocido : la cerámica con punteado de ru­
leta, por entonces fechada, tiestos de la cual habían sido desente­
rrados allí. Quedaba por investigar la naturaleza precisa de dicha
ecuación por los métodos normales de la excavación científica.
TACTICA Y ESTRATEGIA 149

Por lo tanto, como lo recordamos en el capítulo IV, en 1947 se


hizo una exploración simultánea en el sitio de poblado de Brah­
magiri y en el cementerio megalítico adyacente. La primera mos­
tró tres culturas sucesivas y caracteristicas, de las cuales la superior
estaba asociada desde un principio con nuestra cerámica con pun­
teado de ruleta del siglo I d. c. Esta cultura del nivel más alto
se identifica ahora como la de la Fase Andhra que ya menciona­
mos. Debajo de ella y traslapándola parcialmente, había una cul­
tura idéntica a la que se nos estaba revelando al mismo tiempo
en las cistas megalíticas vecinas. El traslape de las dos, determi­
nado en la fom1a descrita en la página 61, fue lo suficiente para
indicar que la cultura Megalítica, con su elaboración material de
hierro, perduró hasta entrado el siglo I d. c. Así, por primera vez
se obtuvo un punto cronológico fijo para un grupo de tumbas
megalíticas del tipo característico del sur de la India.
Pero esto no era todo. Un cómputo razonable del valor en tiem­
po de los estratos megalíticos -cómputo que no necesita ser re­
visado aquí- sugería una duración hacia atrás de unos dos a dos
y medio siglos desde el punto terminal en el siglo I d. c.; esto es,
la cultura había llegado en algún momento alrededor del año
200 a. c. Debajo de ella había una acumulación de 2.40 m. de
materiales de ocupación que representaba una cultura distinta y
más primitiva. Mientras que la cerámica de Andhra se había hecho
en torno rápido y la megalítica (parece) en tomo lento, las tos­
cas cerámicas del nivel más bajo se habían hecho a mano, sin
ningún tipo de rueda. E igualmente, mientras que las culturas
suprayacentes se encontraban ambas en un estadio adelantado de
la Edad de Hierro, la más baja era esencialmente de la Edad
de Piedra (hachas de piedra pulida, toscos microlitos), aunque el
bronce no era totalmente desconocido: la primer evidencia, por
cierto, para algo que se aproximase a una Edad de Bronce en el
sur de la India. Con todo, a pesar de la disparidad de las dos cul­
turas, existía una prueba clara de que esta tosca comunidad cal­
. colítica había sobrevivido a la llegada de los intrusos megalíticos;
esto es, que la cultura calcolítica, cuyos elementos hacia mucho
que se habían reconocido, sin contexto, en muchos lugares del
sur de la India, habían llegado hasta el siglo rr a . c. y ·se extendía
hacia atrás desde esa fecha a través de 2.40 m. de depósitos.
No tendría lugar aquí el considerar los detalles e implicaciones
de esta feliz coincidencia de datos, aunque de hecho era más bien
hacia una amplia interpretación de movimientos culturales repre­
sentados en ella a la que se dirigía nuestro trabajo. Sea suficiente
1 50 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
observar aquí que habíamos obtenido un cuadro de una sociedad
rudimentaria, lítica, repentinamente invadida (durante el Perío­
do de Disturbios que siguió a la fragmentación del gran Imperio
asokano) por una ola de gentes bien pertrechadas que empleaban
el hierro y construían megalitos, seguida esta invasión, a su vez.
por la sofisticada civilización del naciente Imperio de Ándhra.
Tres culturas, pues, hasta entonces no clasificadas, pero todas
muy extendidas, se organizaron · por primera vez dentro de una
secuencia con un punto cronológico de referencia en uno de los
extremos de esa secuencia y, por lo tanto, con un significado
nuevo en la protohistoria subcontinental. Tan importante fue fi­
jar este punto cronológico sin lugar a dudas, que se hizo una pe­
queña excavación, de hecho paralela, en otro sitio de poblado
de la Cultura Andhra, distante unos 72 km. Este sitio (Chandra­
valli) rindió datos paralelos erí la asociación de nuestra cerámica
con punteado de ruleta con las monedas Andhra locales, por enci­
ma de las construcciones "megalíticas" e incidentalmente, uno de
los niveles Ándhra dio un denario de Tiberio cuya fecha era 26-
37 d. c. ( Lám. XV A). Es difícil imaginarse una conclusión más
satisfactoria de este trabajo: en un extremo de nuestra historia, ·
nuestra prueba-clave asociada con cerámica romana de la primera
mitad del siglo I d. c. y, en el otro extremo de la misma, una evi­
dencia idéntica asociada con una moneda romana del mismo pe­
ríodo.
Este relato de cómo se "abrió la brecha" en la cronología del
centro y sur de la India mediante el empleo gradual del método,
a partir de nuestro punto inicial en Arikamedu, puede llevarse un
paso adelante. Frente a nosotros se vislumbraba el gran problema
de unir la cronología acabada de encontrar con la de las llanuras
del norte de la India, donde están las grandes ciudades de la épica
y de la protohistoria de este país. El problema amenazaba con
dificultades de índole muy especial. Las culturas de estas ciuda­
des del norte habían sido bastante "muestreadas" en forma tosca
pero eficaz, por lo que se sabía que eran distintas en todos aspee-•
tos de las del sur. Lo único que se podía hacer, entonces, era
establecer una correlación en el lugar donde el Sur y el Norte se
hubieran encontrado verdaderamente y hubieran coexistido por·
algún tiempo.
La búsqueda nos reveló en potencia, ese lugar exactamente, en
un sitio donde las llanuras del norte dan la vuelta hacia el sur
a lo largo de la ancha faja costera entre el Golfo de Bengala y los:
Ghates Orientales o barrera montañosa del interior. En Orissa ►
TACTICA Y ESTRATEGIA 1 51
junto a la vieja ciudad-templo de Bhubaneswar y no lejos de Puri,
la población sagrada de la costa Este y hogar del notable Jugger­
nath, estaba el lugar terraplenado de una antigua ciudad, conocida
ahora como Sisupalgarh, que satisfacía las condiciones geográficas
deseadas. Las excavaciones de 1948 y 1949 nos mostraron que
también llenaba los requisitos arqueológicos que habíamos postu­
lado: porque en relación estratigráfica con una cerámica norteña
característica y de distribución bastante extensa, había tiestos de
nuestra ahora famosa cerámica con punteado de ruleta, idéntica
a la que hacía sólo tres años habíamos encontrado a casi 1 120 km-.
al suroeste en asociación con Arretina del primer siglo : el Norte
y el Sur se habían unido, pues, firmemente por vez primera en
nuestro cuadro.
No necesito proseguir más con esta materia. Ya se ha dicho lo
suficiente para ilustrar cómo, tres temporadas de trabajo progre­
sivo, cuidadosamente planeado, fueron capaces de trazar firme­
mente una línea de referencia para la arqueología de muchos cien­
tos de kilómetros en un subcontiente, y de abrir amplias perspec­
tivas de relaciones culturales. Incontables trabajos desmafiados en
sitios más bien señalados por el oportunismo difícilmente hubie­
ran llevado a resultados tan positivos: de hecho, es lo que había
venido ocutriendo. Los dos factores necesarios estuvieron, en cam­
bio, aquí presentes, la Oportunidad y el Plan. A éstos debe aña­
dirse el factor Suerte, pero yo no creo mucho en la suerte. Con­
centración y firmeza en la ejecución son sus sustitutos por lo me­
nos, honestos y seguros. Hay que tener un plan y crear la opor­
tunidad, recordando con esperanza y al mismo tiempo con humil­
dad lo que dijo Gibbon: "los vientos y las olas están siempre a
favor del navegante más hábil".

Finalmente, podemos considerar en este capítulo un problema en


el que la estrategia aparece estrechamente unida a la táctica, ya
que, en realidad, en él quedan involucrados asuntos de una mayor
importancia. De vez en cuando surge la pregunta: ¿Debe ponerse
el énfasis ( refiriéndonos a algún programa especial de trabajo)
en la excavación horizontal o en la vertical? Con la frase "exca­
vación horizontal" queremos decir el descubrimiento del total o
de una gran parte de una fase determinada de la ocupación de
un lugar antiguo, para mostrar ampliamente su planificación y su
funcionamiento ( cf. Lám. XIII ) . Por "excavación vertical" enten­
demos la excavación, en profundidad, de un área restringida con
vistas a investigar la sucesión de culturas o fases y así dar una es-
1 52 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
cala temporal o cultural para un sitio dado ( cf. Lám. XIV A). Los
dos procedimientos son complementarios, no antagónicos, y del
excavador se espera que pruebe ambos métodos de ataque, si puede
llevarlos a cabo. Pero en la mayoría de los casos, ha de fijarse
una prioridad, teniendo en cuenta el estado de conocimiento y
los recursos de que se disponga.
Vamos a considerar la naturaleza de la evidencia que puede
esperarse nos proporcione cada uno de los dos métodos. La exca­
vación vertical sola, aunque nos dé la clave de la extensión tem­
poral de una ocupación, de su continuidad o intermitencia y en
parte de su equipo cultural, no podernos suponer que nos facilite,
de no ser en la forma más fragmentaria, el ambiente -económico,
religioso, administrativo- en que se desarrolló una sociedad hu­
mana. O sea que, nos deja en las tinieblas acerca de los factores
reales que unen una cultura o civilización del pasado con la his­
toria del progreso humano, por lo que se hace más imperiosa la
recuperación de éstos. Es como un horario de trenes, pero sin
tren alguno. Por otro lado, la excavación horizontal extensiva,
que constituía la práctica normal antes de que la estratificación
fuera comprendida adecuadamente, producía por lo general una
abstracción -con frecuencia una abstracción muy confusa y en­
gañadora- sin relación precisa con la secuencia del desenvolvi­
miento humano. Esto era como la existencia de los trenes, pero
sin el horario. Los trenes a veces corrieron con gran fuerza, mas
no supimos cuándo corrían, de dónde salían, cuáles eran sus pró­
ximas paradas o adónde iban a llegar.
En ciertos momentos de la investigación, ambos métodos, que
son incompletos, pueden tener un valor substantivo : la verdad es
que ellos mismos son estadios en el progreso de la investigación.
Yo no soy de aquellos, por ejemplo, que desdeñan la excavación
horizontal ( en los noventas) de la ciudad romana de Silchester.
Es cierto que la exploraron como si hubiese sido un patatar, sin
la menor sombra de la delicadeza científica de las excavaciones
contemporáneas de Cranborne Chase; y el plano resultante es la
síntesis, indiscriminada, del cambiante desarrollo urbano a través
de más de tres siglos. Pero nos da de inmediato y con una tosca
exactitud, la impresión general de una población romano-británica
-que cincuenta años de excavaciones subsecuentes y a veces de eje­
cución más ciudadosa, no han podido lograr. Excavación vertical
y horizontal más exactas en éste y en otros sitios similares, han
comenzado de hecho a revelarnos la evolución sociológica que es
esencial para nuestra perspectiva histórica : pero ¿quién de entre
'TACTICA Y ESTRATEGIA IB
estos excavadores posteriores y más inteligentes no se ha estado
Tefiriendo constantemente y con provecho a la tosca obra de Sil­
chester?
Y lo mismo puede afirmarse de otros lugares. El pueblo lacustre
<le Glastonbury, excavado sin discernimiento, con resultados que
a veces son desconcertantes hasta la irritación, nos ha dado, no
obstante, el plano completo de un pequeño lugar de la Edad de
Hierro Temprana, permitiéndonos determinar, de este modo, en
-amplios términos, el significado social y económico del lugar, como
ningún muestreo exigente y parcial, hubiera hecho posible. Es por
eso que, aun en las ocasiones en las que nos falla por completo
la evidencia detallada, podemos muy bien estarles agradecidos. Y
vayamos por un momento, una vez más, al campo. De todas las
ciudades excavadas, una de las más dramáticamente reveladoras es
la prehistórica Mohenjo-Daro, a orillas del Indo, en Pakistán. Téc­
nicamente, los métodos adoptados por una serie de exploradores
en ese lugar se convirtieron casi en un escándalo internacional y
ni el Prof. Piggot ni yo nos hemos tomado molestias en ahorrar
el látigo. Pero la principal maravilla de la gran ciudad del Indo no
es que se desarrollara ( o no ) en esta y en aquella otra maneras
entre, digamos 2 500 y 1 500 a. c., sino que existiera en la forma
tan notable que la excavación extensiva -si bien desproporciona­
damente breve- nos ha revelado. Los muros de sus casas, eleván­
dose acumulativamente sobre nuestras cabezas, sus largas calles
rectas, sus avenidas, su complicado sistema de drenaje, su ciuda­
dela : estas y otras cosas en conjunto, re-crean una fase completa
de la sociedad humana, a pesar de que no nos fue proporcionado
el análisis en detalle. Dicho análisis -mediante una cuidadosa
excavación vertical- debería, desde luego, haber acompañado toda
esta sintetizadora excavación horizontal; pero no hay dudas de
que Mohenjo-Daro toma su lugar como representante de una
de las grandes civilizaciones del Viejo Mundo, y ello en virtud,
hasta cierto punto, de los crímenes de sus exploradores.
Y ya que hemos llegado a Pakistán, tomemos otra vez un ejem­
plo, más familiar, de esta tierra. Durante mil años, la ciudad de
Taxila estuvo sucesivamente en varios lugares del norte del Punjab,
y uno de estos sitios, correspondiente a los últimos siglos a. c. y
a los primeros de la Era, fue explorado en gran medida por Sir
John Marshall hasta que por fin apareció una porción considerable
de una población cuyo plano era marcadamente rectangular (Lá­
mina XIII ) . Este trabajo no se hizo de acuerdo con las técnicas
modernas y, de hecho, en el plano que se publicó, más de una
1 54 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:-
fase aparece representada sin discernimiento alguno. Así y todo,
lo más importante de la Taxila de Partía es la naturaleza general
de sus edificios y su relación con la red formada por las calles, que
no tiene analogía conocida en esta parte de Asia. Si el arqueólogo
se hubiera concentrado en la excavación vertical en este sitio pro-­
fundo, nos hubiera dado una información de mucho valor, que
aún seguimos esperando; pero difícilmente hubiera podido propor­
cionarnos también el cuadro que le debemos de una hormigueante
ciudad con sus calles y sus templos, sus palacios y sus tiendas. Nos
hubiera dado un catálogo muy útil, pero no, como en realidad
hizo, un vívido capítulo de historia social.
Los cuatro ejemplos de �xcavación horizontal que he dado -Sil­
chester, Glastonbury, Mohenjo-Daro y Taxila (Sirkap )- no son
muy afortunados, ya que ninguno de ellos fue explorado con
la suficiente habilidad. Técnicamente, todos ellos pertenecen a la
era pre-Pitt Rivers, aunque Pitt Rivers ya había establecido sus
métodos antes de que se excavaran los cuatro sitios. ¡No hay nece­
sidad de decir que no debe inferirse que la excavación horizontal
es forzosamente sumaria y anticientífica! En su forma ideal, la
exploración de un sitio de poblado debe empezarse con una exca­
vación vertical, calculada lo suficiente para establecer la secuencia
temporal o cultural; a ella debe seguir una cuidadosa excavación
horizontal de las fases sucesivas, una cada vez. Es obvio que este
proceso no puede invertirse y que de los sitios mencionados, tan
sólo una excavación vertical cuidadosa en puntos aún no tocados
podría reemplazar parcialmente la malgastada evidencia. Un· me­
jor ejemplo· de excavación horizontal en menor escala es el que
nos da Little Woodbury, cerca de Salisbury, donde el Dr. Gerhard
Bersu exploró la mayor parte de un sitio de granja de la Edad
de Hierro, y donde pudo reconstruir tanto su arquitectura como
su economía. El lugar era de poca profundidad y el problema téc­
nico fue incomparablemente más sencillo que en un sitio de pobla­
do de acumulación profunda; con todo ello, no deja de ser intere­
sante pensar en lo poco que se hubiera recuperado del verdadero
significado de Little \Voodbury, si se hubieran tomado únicamente
m uestras verticales.
Con el requisito, pues, de que toda excavación horizontal debe
estar precedida de cortes verticales, claros y comprensivos, la cues­
tión de prioridad no es ya de dudar. La excavación horizontal
cuidadosa es la única que puede, a la larga, darnos la información
completa que idealmente buscamos. La excavación vertical debe.
por sí misma, servir de mucho en el establecimiento de la distri-
TACTICA Y ESTRATEGIA 155
bución geográfica d e una cultura y su relación temporal con otras
culturas de un lugar a otro; pero esta evidencia aun deriva su sig­
nificado final del conocimiento del ambiente social de las culturas
en cuestión. Sabias resultan las palabras que escribieron los auto­
res del Survey and Policy of Field Research in the Archaeology of
Great Britain ( 1948), para el Consejo de Arqueología Británica,
cuando, al referirse a la Edad de Hierro Temprana, declararon que
tener por lo menos un sitio excavado totalmente en cada región
importante del país "será ahora de más valor que obtener mues­
tras simplemente de un gran número de lugares en el mismo
tiempo". Pero tienen igualmente la razón cuando, en la siguiente
página, previenen que las fortalezas en colinas han de estar suje­
tas a "excavaciones selectivas para darse cuenta de la fecha, natu­
raleza y secuencia ( si hay alguna ) de las defensas, y de si el fuerte
estaba permanentemente habitac!o o no. Este método . . . debe
continuarse regionalmente". Todo ello no es sino una cuestión de
enfoque, y el enfoque depende de nuestro conocimiento en el
momento del problema del momento. No es que exista un con­
flicto esencial; pero la cuestión de la prioridad es merecedora de
una consideración cuidadosa en el plan de toda exploración ar­
queológica.
Una vez más, la moraleja es que el ejercicio de la habilidad
táctica, sin una estrategia que nos controle, es un oportunismo
desenfrenado. O, para cambiar la metáfora, al excavador sin una
conducta inteligente puede describírsele como un recolector ar­
queológico, maestro en habilidad quizás, pero no creativo dentro
de los amplios campos de la ciencia constructiva.
XI
EL PERSONAL

HA LLEGADO la ocasión de considerar el personal y la maquinaria


.con que se efectúan las distintas operaciones descritas en los capí­
tulos anteriores. Hablemos primero del personal.
El elemento humano que realiza una excavación arqueológica
de escala considerable, .está formado por un director, un subdirec­
tor, un supervisor para cada área que se vaya a excavar, un capataz
adiestrado, un anotador de pequeños hallazgos, un asistente de cerá­
mica, un fotógrafo, un topógrafo, un químico, un dibujante y, de
adiestrado, un anotador de pequeños hallazgos, un asistente de cerá­
ciertos casos pueden combinarse algunos de estos puestos, pero
es preferible, y a veces necesario, mantener las especializaciones.
Cuando -las distancias son cortas como en la Gran Bretaña, puede
prescindirse del químico y del dibujante en el campo, aunque no
lo aconsejamos. Sólo un crítico ignorante podría protestar de
que la lista es excesiva. Así y todo, expediciones grandes y algo
costosas del pasado, no pudieron cumplir su tarea por falsas eco­
nomías o falta de previsión en esto tan importante del personal.
Al núcleo oficial e insustituible, la mano de obra estudiantil
oonstiuye una valiosa adición. Nunca he comenzado una excava­
ción, sea en mi país o fuera de él, sin la asistencia de estudiantes
universitarios; y supongo que entre una y otra temporadas, 500 o
más estudiantes, han trabajado conmigo, de esta manera, en In­
glaterra, Gales, Francia y la India. Mi deuda para con ellos es
inmensa. Los estudiantes obligan a una necesidad continua de
exposición clara y, por lo mismo, de pensamiento claro. Hacen
preguntas sencillas, peliagudas, que tienen que ser respondidas con­
vincentemente o con una franca y completa admisión de ignoran­
cia. No se les puede engañar. Son los críticos más amigables y
más estimulantes, y los mejores de ellos se convierten con rapidez
en los colegas más cooperativos. Mi modo es hacerlos trabajar por
parejas, uno adelantado con un principiante, dándole al adelan­
tado bastante responsabilidad, si bien controlada: por cierto, casi
todos mis supervisores han sido estudiantes adelantados. Algo so­
bre su adiestramiento se dirá después ( p. 165) . El problema es
como el de un oficial en jefe con un grupo de subalternos jóvenes.
A continuación hago algunas observaciones sobre cada uno d
los puestos que he mencionado.
-[ 1 56 ]-
EL PERSONAL 1 57

EL DIRECTOR

Es muy fácil caer en frases gastadas al describir las cualidades de


un director. No hay que decir que necesita combinar las virtudes
del erudito con las del hombre de acción. "Erudición no es, de
ninguna manera, todo cuanto se necesita", afirma Petrie; "el adies­
tramiento propio de un ingeniero, tanto en la mente como en
el sentido. . . le servirá mejor a un arqueólogo en sus extavaciones
que el estudio de los libros puede hacer por sí solo". Ya diré, de
un momento a otro, algo más sobre este tema de la erudición.
Mientras tanto, apenas hace falta observar que el director no pue­
de ser un experto en cada rama de su trabajo, ni más ni menos
que el general no es un experto en cada tanque o cañón a sus
órdenes. Pero, igual que un general, debe estar familiarizado con
las características -alcance, potencia de fuego, movilidad, etc.­
de cada una de sus armas o de las de su enemigo. Así, el direc­
tor de una excavac.ión arqueológica debe conocer la potencialidad
exacta de las diversas técnicas apropiadas a su oficio y la natura­
leza de los problemas que podrían presentársele. :E:l mismo, por
ejemplo, puede ser .un fotógrafo indiferente, pero debe conocer
con detalle la capacidad de sus cámaras, lentes y filtros y ha de
entender bastante lo fundamental en la preparación de un objeto
para la fotografía; est-0 es, debe ser capaz de controlar y dirigir, en
todo momento, a su experto. Yo he tenido la bendición de contar
con una serie de fot¡Sgrafos excepcionalmente competentes, pero
rara vez permití se tomara una fotografía arqueológica sin que se
hiciera una minucios;i observación del sujeto, la iluminación, la
posición de la escala, el ángulo y el fondo, a través de la lente,
antes de la exposición. La experiencia en este procedimiento (y
en el contrario) me ha convencido de la necesidad de hacerlo. El
director, y solo él, es el responsable del registro que lleva de su
trabajo : él sabe -o debe saber-, mejor que nadie, qué es lo que
sus anotaciones debe.n expresar; y sólo puede conseguir un registro
excelente mediante un conocimiento completo de la capacidad del
mecanismo que está usando.
Y así en toda - la compleja operación del moderno trabajo de
campo. El director marca la pauta de perfección y debe saber lo
suficiente para imponer sus normas, firmemente, a sus expertos.
Pero, desde luego, debe ser algo más que un juez de los valores
técnicos. Debe ser un jefe, y es una perogrullada decir que la jefa­
tura se basa no sólo en el conocimiento, sino también en la ima­
ginación. No es suficiente afrontar la situación cuando se presen-
158 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
ta; del jefe se espera que en cierta medida sea capaz de crear y
definir la situación, tener algo de estratega al mismo tiempo que
de táctico.
Este libro trata sobre todo de la táctica empleada en la arqueo­
logía, de los artificios técnicos y los problemas locales, pero la
cualidad última del arqueólogo de campo es la comprensión am�
plia de la interrelación de los grandes problemas; esto es, una ima­
ginación disciplinada. Un brillante ejemplo de esta cualidad es
fácil de encontrar en el trabajo de Sir Arthur Evans, el descubri­
dor de la Britania belga y de la Creta minoica. Es una cualidad
que exalta la arqueología de campo de una ciencia técnica a la
categoría de un arte.
Sobre todo, el director debe cultivar una escrupulosa precisión y
un conocimiento absoluto en la observación y en el registro de
los hechos que formarán sus pruebas. La precisión es una cuali­
dad fundamental del estudioso, y hay eruditos de la arqueología
de campo, lo mismo que los hay en otras disciplinas científicas.
Detengámonos por un momento a considerar este punto de la
erudición un poco más. La excavación ha sido descrita por alguien
de altas dotes como "arqueología sucia", queriendo decir con
ello que tiene con respecto a la "erudición" algo de la misma rela­
ción que hay entre la jardinería de paisaje y la botánica. Pero. . .
¿qué es "erudición"? En sus términos más amplios podría ser defi­
nida como "el conocimiento, exacto y comprensivo, expresado con
propiedad".
Concedamos que otras y más estrechas definiciones han sido
bastante favorecidas. El Oxford English Dictionary declara que
es "saber, conocimiento; especialmente pericia en las lenguas grie­
ga y latina y en su literatura", añadiendo de pasada que antes, el
erudito era, con frecuencia, "quien había estudiado en la univer­
sidad y que, no habiendo obtenido ningún empleo fijo, buscaba
ganarse la vida con el trabajo literario". Ni siquiera esta bonita
definición alcanza la precisión de la de aquel profesor de Fleet
Street * -en una obra de J. M. Barrie-1 quien, en su examen
de periodistas en cierne, incluía la pregunta : "Pabulum, Cela va
sans dire, Par excellence, Non plus ultra. ¿Qué son? ¿Existen algu­
nas más?", siendo la respuesta correcta : "Son erudición y hay dos
más, que son Tour de force y Terra firma". Quizá el autor de la
frase "arqueología sucia", hubiera descrito igualmente el estudio
• El centro del periodismo en Londres. íE.]
1 When a Man's Single, cap. IX.
EL PERSONAL 1 59

-de las lorn brices de tierra de Darwin corno "biología sucia". Corno
<JUiera que sea, no tenernos por qué preocupamos más ni por aque­
lla persona que lo dijo, ni por el Oxford English Dictíonary. La
"erudición", corno monopolio de conocimiento clásico murió de
hecho desde 1850, cuando el Hombre de Neanderthal, las hachas
de mano de Boucher-Prestwich y el Origen de las Especies, casi si­
multáneamente, la arrancaron de raíz.
En la interpretación liberal y única válida de "erudición", la
arqueología de campo y la excavación, no menos que la crítica
textual, serían calificaciones apropiadas del erudito. Pitt Rivers
fue un erudito.
Pero la excavación no es, por sí misma, naturalmente, más eru­
dición que la habilidad que se tenga de explicar la Eneida. Pitt
Rivers fue un erudito no sólo porque excavó bien, sino sobre todo
porque su poderosa imaginación lo hizo percibir y crear nuevos
cánones de precisión científica. Su precisión, por sobre todas las
cosas, era la cualidad cardinal de su erudición. No sólo se trata de
que fuese metódica y pedantescamente preciso; unida al método
iba una comprensión de las relaciones causativas de las cosas que
daban estructura y cuerpo a sus observaciones y a lo que él escri­
bía : "conocimiento comprensivo expresado con propiedad"; así es
corno yo creo haberlo entendido. Y esta comprensión de las rela­
ciones causativas es una cualidad vital en el trabajo de campo del
erudito. Es una cualidad que no puede ser inicial, pero que puede
desarrollarse inmensamente con el adiestramiento. De hecho, es
una parte necesaria de la educación arqueológica moderna. El des­
arrollo evolutivo de los artefactos de pedernal, de los tipos de
cerámica, de la escritura, de las realizaciones pictóricas o escultó­
ricas, se le enseña hoy al joven arqueólogo corno una cuestión ruti­
naria.
Pero déjese al director bisoño tornar a su cargo semejante
estudio sobre una base objetiva, déjesele explorar por sí mismo las
posibilidades y negaciones de las diversas categorías de evidencia
existentes acerca de algún grupo de material seleccionado: déjesele
disciplinar su mente por algunos meses en la exacta apreciación
de los valores probatorios y las interrelaciones, y conseguirá adqui­
rir parte de la gramática de ese terna, sin la cual nunca llegará
a ser un literato completo. No importa nada que sus estudios
subsecuentes lo lleven a Asia o a Africa. Un estudio detallado de
las cerámicas de la Edad de Bronce en Wiltshire lo prepararán
para que emprenda el estudio detallado de las cerámicas del cal­
colítico de Persia.
1 60 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
Después de todo, Pitt Rivers escogió las armas de fuego. El pro­
cedimiento es · el mismo en lo esencial, y el paso de uno a otro es
la reorientación de unos ojos ya entrenados.
Y ya que estamos discutiendo algunos de los elementos compo­
nentes del director, no omitamos el entendimiento de las relacio­
nes estructurales, que es otro aspecto de la relación causativa de
la que he estado hablando. El director bien preparado es aquel
que ha tenido, entre otras muchas cosas, algún adiestramiento es­
pecífico en arquitectura. Su interpretación del Palacio de Minos
o del Ziggurat de Ur, no será la peor si conoce las enseñanzas que
C. F. Mitchell ofreció desde hace tiempo en su Building Con­
struction (la 12� edición es de 1945 ). Tarde o temprano el exca­
vador de las culturas neolíticas y posteriores se enfrentará a la
evidencia estructural materializada en piedra, ladrillo o madera, y
estas pruebas pueden significar poco o nada, si no se les contempla
con una idea clara del significado de los factores estructurales.
Pero, en un contexto más amplio, el sentido estructural es uno de
los cuales también es de gran valor para comprender la relación
de los estratos que se estudian. Para mí es una fuente de perple­
jidad continua el ver con cuanta frecuencia es incapaz una mente
ordinaria de comprender, al hacer el análisis de un corte, lo que es
y lo que no es es!ructuralmente posible. Por todo esto, no tengo
empacho en decir que urge un curso sistemático de conocimiento
arquitectónico ( que dure, por lo menos, digamos seis meses) para
cualquiera que intente dedicarse a la arqueología de campo.
Es cierto que no hay límite para los desiderata que se le pue­
den echar a cuestas al ya comprometido director. Sin embargo,
antes de intentar imponerle una carga imposible de soportar, he­
mos de distinguir con ecuanimidad entre dos clases de calificacio­
nes : aquellas que pueden ser delegadas y las que no pueden serlo.
Entre las primeras están, como ya he sugerido, la fotografía y el
dibujo. Uno de los mejores excavadores arqueológicos que conozco
-inmejorable como entregado y minucioso analista de la cerámi­
ca- es un hombre que carece de toda habilidad como dibujante.
Los análisis químico, físico y botánico de los suelos son, desde
luego, tarea de un especialista distinto con equipo de laboratorio.
Hasta dónde el director ha de ser también un lingüista, es ya más
discutible. Técnicamente, los métodos de excavación son idénti­
cos, ya se trate de una cultura letrada o iletrada. El punto de
vista de Petrie, era que "la antigua lengua de un país, por muy
importante que sea en el estudio de los restos, en sus aspectos
críticos no es tan esencial durante los trabajos de campo. Pero el
EL PERSONAL 16I
excavador debe, por lo menos, ser capaz de intuir el sentido del
material escrito que encuentre". f:sta es una declaración bastante
acertada. Sin embargo, el grupo que va al campo a estudiar una
antigua civilización que tuvo escritura, ha de incluir, o ha de prever
tener al alcance de pocas horas, a un epigrafista calificado que
pueda indicar, con prontitud y con algún detalle, el valor poten­
cial de una tablilla, un sello o una moneda. Los obligados análisis
lingüísticos y epigráficos son de tal naturaleza que monopolizan
el tiempo y la capacidad del especialista y rara vez pueden com­
binarse con las funciones, tan diversas, y las calificaciones que debe
tener un director. Gon las reservas de lo dicho por Petrie, la efi­
cacia en lingüística puede considerarse susceptible de ser delegada.
Ahora bien, las cualidades que no pueden delegarse son la com­
prensión instántanea de los problemas estructurales y estratigráfi­
cos, la coordinación, rápida y precisa, de los distintos grupos de
pruebas a medida gue vayan apareciendo, la apreciación razonada
( a veces erróneamente llamada "intuición" ) de las necesidades in­
mediatas del trabajo según se adelanta de día en día, la capacidad
de tomar una decisión pronta pero sólidamente fundamentada, y
la habilidad de asegurar un progreso regular en los distintos depar­
tamentos y subdepartamentos de la empresa. A estas cualidades
debe añadirse una anticipaci6n clara de lo necesario para el infor­
me final, y una prepara,ción de presentar tal informe de manera
clara, concisa e inteligible. En otras palabras y para sintetizar las
cualidades de un director de una expedición arqueológica, éstas
son: una mente precisa y entrenada y una imaginación informada y
capaz de informar. Y al decir esto me doy cuenta de que he llevado
al lector no siempre, por cierto, sobre el camino de mayor altura.
Como quiera que sea, hay algunas cosas que yo he encontrado
útiles en un intento de aproximación a estas cualidades en el
campo, y las anoto aquí por lo que puedan tener de valiosas.
Para comenzar y antes que nada, el director debe ser un indivi­
duo libre; es decir, libre de las tareas administrativas. Su deber prin­
cipal y constante es ir de un lugar a otro, de taller en taller. Cada
corte, con sus últimos datos, debe figurar con claridad en su mente,
y él debe estar familiarizado con el desarrollo completo del tra­
ba jo, hora por hora, de todo su equipo. Si se van a levantar planos
o cortes, debe asegurarse de su exactitud; si el dibujante está tra­
bajando con cerámica, debe comprobar las muestras. Debe super­
visar críticamente a su topógrafo, lo mismo que a su fotógrafo.
Sobre todo, debe familiarizarse con la cerámica, tanto la que esté
en las bateas al lado de las calas, como la que acaba de ser lavada
162 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
y, ocasionalmente, debe asegurarse de cómo la están marcando.
Día a día han de inspeccionarse los índices de los pequeños
hallazgos. En algún momento o momentos durante el día, ha de
examinar las libretas de campo de sus supervisores. Y debe man­
tener a sus colegas y empleados constantemente interesados, en
diversos grados, y asegurarse de que cada quien se dé cuenta de la
importancia de su contribución para todo el trabajo.
Este último punto es esencial para el mantenimiento de la mo­
ral y de la eficiencia. Asegura la cooperación más completa e in­
teligente de cada miembro del personal. Una vez más vuelvo al
tema militar para buscar una analogía. Una de las grandes cuali­
dades de un famoso jefe era su costumbre de tomar por confidente
casi a cada uno de sus soldados, desde el general hasta el soldado
raso, antes de la batalla. Casi cada combatiente inglés en El
Alamein era partícipe del plan de su general y pudo colaborar inte­
gcntemente en la victoria. Como sucede con _frecuencia, las lides
militares y el trabajo de la arqueología de campo se asemejan en
esto. Hay que explicar a cada unidad, antes de comenzar a exca­
var, qué problema exactamente es el que se procura resolver, cómo
se intenta atacarlo y, si es posible, cuál es la disposición del tiempo
que se tiene programada. Esto último es deseable en particular
con un grupo no muy experimentado. Recuerdo al respecto cómo
en Arilcamedu, al sur de la India, donde buscamos y encontramos
evidencia extensiva de la cultura romana por primera vez, en con­
tacto significativo con una cultura hindú hasta entonces descono­
cida, para comenzar expliqué detalladamente la naturaleza del pro­
blema y nuestros métodos, y terminé con la advertencia de que,
en unos quince días, no podíamos tener resultados significativos.
De hecho, la excavación comenzó mal; el lugar había sido muy
revuelto y por nueve días no encontramos nada de importancia. Al
décimo día, uno de mis estudiantes hindúes salió muy excitado de
las lodosas profundidades de uno de los cortes a nivel del mar
con la base, estampada, de un plato Arretino en su mano. Después
de eso los resultados fueron satisfactorios por demás, pero durante
aquellos primeros días, lidiando con empleados y estudiantes sin
adiestrar aún y con el temperamento veleidoso propio del sur de
la India, nos habíamos salvado, por un aviso a tiempo, de algo
que habría estado muy cerca del desastre.
Con esto no quiero dar a entender que todo puede predecirse
y que no hay lugar en la excavación para el oportunismo. Pero
todo el encuadre del problema ha de ser construido cuidadosamen­
te antes de que comience el trabajo, y el empleo de la oportunidad
EL PERSONAL 163
ha de quedar sujeto a ese encuadre que, por lo mismo, debe ser lo
bastante comprensivo para poder incluirlo. Con todo, en esto es­
toy ya otra vez pisando el terreno del problema general de la estra­
tegia arqueológica ( capítulo x ) .
Y todo el tiempo que el director está atendiendo sin descanso
todos estos detalles, tan variados e importantes, la creciente acumu­
lación de evidencias e inferencias está actuando en su mente, ori­
ginando nuevas ideas, sugiriendo teorías de trabajo o probabilida­
des que comprobar, confirmando o modificando su plan. Sólo él
puede ( y debe) conocer todos los últimos elementos de prueba
según surjan, e integrarlos dentro de un esquema lógico. No debe
diferir esta operación hasta llegar al remoto santuario de su ofi­
cina. Las inferencias de tipo general o de gran alcance deben refe­
rirse continuamente a la detallada observación ya hecha en el
campo, exigiendo nuevos ensayos y nueva apreciación de la evi­
dencia material. Cuanto más pueda el director pensar ante la
presencia de dichas pruebas, tanto mejor; y huelga decir que la in­
terpretación de los hechos ha de ser absoluta y final ante tal pre­
sencia. A este propósito Petrie expresó que
En el momento en el que un hecho está ante nuestros ojos -un
hecho que quizá no pueda ser visto otra Vf:l. y quizá jamás tenga
paralelo--, es necesario para el observador estar seguro de todos los
detalles, verificar cada punto que sea de valor nuevo y anotar todo
lo que es nuevo con exactitud y certeza. . . Todo lo que se vea ha
de ser captado mentalmente, y comprendidos sus significados y men­
sajes en el momento del descubrimiento, tan claramente que pueda
formularse una exposición definitiva, que sea tan cierta y absoluta
como cualquier cosa que depende del sentido humano.
Poco espacio queda aquí para el esprit d'escalier, y el director
debe estar lo bastante liberado por su grupo de las cosas rutinarias
para tener todo su juicio presente activa e incesantemente. Un
director que sabía esto y siempre escogía su equipo con cnidado
fue acusado, más de una vez, de llevarse el crédito del trabajo
ajeno. Desde luego, la acusación era cierta; él conocía sus obliga­
ciones y escogía un personal capaz de hacer gran parte de su pro­
pio trabajo. Quizá, después de todo, lo mejor en un director sea
su capacidad de seleccionar y entrenar un grupo competente. Pa­
semos ahora a ese grupo y consideremos algunos de los requisitos
necesarios para el mismo.
164 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:

EL SUBDffiECTOR

Mientras que el director es el jefe operante de la expedición, el


subdirector está a cargo, sobre todo, de la administración. f:l (o
ella ) trata los asuntos de comodidad y sueldo de los distintos pues­
tos en el grupo, y es personalmente responsable de la no interrup­
ción del trabajo de toda la maquinaria. Debe ser también un ar­
queólogo de campo entrenado, que ha de estar en contacto inme­
diato con el director y ha de ser capaz de representarlo en una
emergencia; mas oficialmente no es responsable de los aspectos
científicos de la empresa. Si es especialista en alguna rama impor­
tante de la arqueología, tanto mejor.
Entre sus varias obligaciones pueden citarse las que a continua­
ción comentamos:
a) Aloíamiento. Este problema, naturalmente, varía mucho con
las condiciones locales. Va desde la extenuante tarea de asegurar
lugares en una población provinciana inglesa hasta el relativamen­
te fácil de construir una aldea de chozas de paja en Bengala. Sea
lo que fuere, debe encararse antes de que el trabajo real de la ex­
pedición vaya a comenzar, de acuerdo con su calendario. Debe
prestar atención especial a la oficina administrativa, al gabinete
de dibujo, al cuarto oscuro de fotografía y al cobertizo para la
cerámica. En algunas expediciones al Cercano Oriente, entre am­
bas guerras,se buscaba un innecesario nivel de lujo a costos despro­
porcionados, para la zona de vivienda de la expedición. Por otro
lado, las marcadas condiciones espartanas en que los Petrie orga­
nizaban sus campamentos, alcanzaron el extremo opuesto. Las in­
comodidades innecesarias para un grupo considerable de gente por
tiempo también considerable, sólo acarrean una disminución de la
eficiencia y son, en sí mismas, un síntoma bastante notorio de
ineficiencia.
b) Equipo. El director es la persona más interesada en escoger
el equipo, pero su preparación y mantenimiento son, con mucho,
obligación del subdirector. El teodolito o su equivalente debe ser
revisado, los jalones han de estar recién pintados ( un jalón des­
cuidado a veces es muy difícil de ver y es otro síntoma de inefi­
ciencia ) ; debe haber provisión suficiente de niveles de burbuja y
cintas métricas en buenas condiciones, deben tenerse buen cordel,
estacas, etiquetas, bolsas de tela o de papel fuerte, libretas de cam­
po con tapas impermeables, tableros de dibujo, papel, etcétera.
Todo esto cae en la obligación del subdirector y constituye un
constante objeto de su atención.
EL PERSONAL 165
e) Contabilidad. La ingrata tarea de llevar al corriente las
cuentas de la expedición cae también sobre los hombros del sub­
director. Esto no es asunto de poca monta. Si no puede, empero,
atenderlo, el subdirector es una adición injustificable de personal.
Sobre todo, debe atender con precisión y prontitud la lista de
salarios semanal, sin excluir la complicación que envuelve el em­
pleo del baksheesh * para los hallazgos especiales donde el odioso
sistema de primas esté en uso. Cualquier tipo de equivocación en
la paga de salarios y del baksheesh se refleja instantánea y desfa­
vorablemente en las relaciones entre el jefe y sus hombres.
d) Provisiones. La organización del abastecimiento de alimen­
tos es deber del subdirector, con o sin un "ama de llaves".
e) Enfermería. El botiquín de urgencia y, si se hace necesario,
una provisión de otros remedios simples, están en poder del sub­
director y normalmente es necesaria una hora de "hospital" cuan­
do se trabaja, en las partes más remotas del mundo. Un conoci­
miento de primeros auxilios debe unirse, pues, a los conocimientos
del subdirector, junto con una agradable firmeza en su aplicación.

LOS SUPERVISORES DE SITIO

Generalmente los he elegido de entre mis alumnos adelantados,


esto es, alumnos con una o más temporadas de trabajo ya realiza­
das. Cada uno está a cargo de un área lo bastante compacta para
mantenerlo en contacto inmediato con todo lo que en el día se
haga en esa área. Apenas puede levantarse una palada de tierra sin
que él la vea. Los supervisores de sitio son responsables personal­
mente de los pequeños "pozos de control", que miden unos 75 cm.
por lado y que se cortan antes del trabajo general para obtener
un muestreo de los estratos (p. 82 ) . Llevan la libreta de campo
del área, levantan planos y cortes esquemáticos y anotan los pe­
queños hallazgos especiales. Se aseguran de que cada estrato tenga
su caja o canasta para los pequeños hallazgos con sus etiquetas:
una puesta y otra de duplicado ( p. 189 ) . Su equipo está conte­
nido en un "escritorio" o caja portátil, del que son responsables
personalmente. Hasta donde sea posible, han de tener los mismos
trabajadores día tras día, para llegar a conocerlos individualmente
y así darles tareas que correspondan a sus distintas capacidades.
En realidad, son jefes de pelotón y de su eficiencia, en última ins-
• Sistema para recompensar económicamente a los peones que, por dfü.
gencia, cuidado y aun suerte,
encuentran objetos que deben entregar al super­
visor. [E.]
166 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:
tancia, depende la categoría técnica de la excavación. Cuando las
circunstancias lo permitan, deben tener como segundo a un estu­
diante joven a quien ayudan a prepararse.

EL CAPATAZ
El capataz es como el suboficial. Ha sido probado como excavador
y debe ser el mejor trabajador del lugar. Puede ayudar en el desen­
terramiento de objetos muy frágiles o muy importantes. Pero
debe, sobre todo, ser de tal carácter que pueda controlar a sus
hombres con firmeza y sin favoritismos. En la mañana y (en
Oriente) después de la pausa de mediodía es quien pasa lista y orga­
niza a los peones el día de paga. Debe conocer a sus hombres
particularmente desde un plano un poco distinto al de cada super­
visor y debe mostrar paciencia y asiduidad en su preparación. Al
final de cada semana, él es el responsable de dar al subdirector
toda la información necesaria para los efectos de pago. Los mejo­
res capataces son también personas entusiastas. William Wedlake
-en Inglaterra-, mi capataz y colega en Maiden Castle, y Thomas
Hepple -en Francia-, que ayudó al Sr. J. J. P. Gibson y al Sr. Ger­
ald Simpson en la Muralla de Adriano, así como W. E. V.
Young, capataz del Sr. Keiller en Avebury, son tres ejemplos sobre­
salientes de capataces-arqueólogos y amigos. En la India tuve uno
así, un campesino del Punjab, cuya mente estaba siempre en el
trabajo, ya fuera en horas de labor o fuera de ellas; acostumbraba
venir por las noches, para discutir conmigo los problemas de la
excavación. Uno o más de los capataces iraqueses de Sir Leonard
Woolley, según tengo entendido, acostumbraban cruzar el desierto
voluntariamente, a varios cientos de kilómetros, cada año, para
unirse al grupo de su viejo jefe durante el siguiente trabajo, cerca
de Antioquía. Estas amistades cuentan entre las más altas recom­
pensas que un director pueda desear. Tienden un puente sobre
los conocimientos librescos y ayudan a ligar los hechos inferidos
con el conocimiento básico de lo terroso.

EL ANOTADOR DE PEQUEÑOS HALLAZGOS

La anotación o registro de un "hallazgo" comienza en el momento


en que se descubre. A no ser que requiera tratamiento o atención
especiales, el objeto es inmediatamente colocado en una caja, ba­
tea o cesta que se tenga a la mano, y a la que se ata una etiqueta
con la clave del lugar, el número del cuadro o de la sub-unidad y
EL PERSONAL 167
el número del estrato. Este último número siempre lo escribo yo
dentro de un círculo, como ya lo dije antes, para distinguirlo, sin
lugar a dudas, de los demás números. Una etiqueta duplicada,
suelta, se pone en el fondo del receptáculo. (Véase el capítulo xm,
pp. 189 ss. )
En el momento apropiado, al final de la jornada o antes� se
lleva el receptáculo al cobertizo de los pequeños hallazgos, donde
se limpia su contenido hasta donde su estado lo permita; allí lo
marca el anotador de pequeños hallazgos, sea con tinta china, sea
con pintura blanca sobre el objeto mismo, o sobre la etiqueta
que se le sujeta muy bien.
Tarde o temprano, resulta útil cubrir bien la marca con laca,
como medida de protección.
El acto siguiente del anotador es registrar, en tarjetas para ín­
dice, todos los objetos de posible significación. Yo mantengo siem­
pre dos índices, uno por categorías y otro por lugares. (Véase pá­
gina 194. )
Si estos objetos necesitan algún tratamiento se mandan para
ello al lahora torio de campo (p. 200 ). Con todo, la mayor parte
pueden ser empacados inmediatamente, para transportarlos a la
base, en cajas o en bolsas de papel o de tela (p. 193).
Sobre las espaldas del anotador recae una gran obligación. f:l es
el responsable personal de que cada objeto esté clara y correcta­
mente marcado en algún lugar tan poco conspicuo de la superfi­
cie como sea posible; ningún objeto debe ser echado a perder, para
la subsecuente fotografía o para su exhibición, con marcas o sím­
bolos desagradables. También es responsable del almacenamiento
de los hallazgos, ya empacados en cajas o bolsas, en tal forma que
puedan ser accesibles con rapidez, si es que hicieren falta para
referencias sobre el terreno: un desiderátum muy importante a ve­
ces olvidado.
En otras palabras, el cobertizo de los hallazgos debe, pues, estar
en un orden bastante impecable. La confusión significa falta de,
exactitud, retraso, incompetencia y la destrucción de la eviden­
cia tan trabajosamente obtenida. En una excavación pequeña, el
problema es proporcionalmente sencillo, pero en una grande,
el anotador necesita ayudantes que deben estar a su cargo y bajo la
supervisión y disciplina más cercanas. Cada aumento del personal
multiplica los riesgos de anotación inadecuada o incorrecta y el
anotador debe recordar que de su vigilancia incesante depende·
mucho el valor científico del trabajo de su expedición. Es una.
columna de la empresa.
168 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:

EL ASISTE..�TE DE CERÁMICA

Los deberes de quien va a cuidar la cerámica se parecen a los del


anotador de pequeños hallazgos, y en una excavación pequeña pue­
den combinarse ambos puestos. Pero en la mayoría de las excava­
ciones, sobre todo en Oriente, donde puede suceder que la cerámica
aparezca en cantidades embrollosas y por lo general es del más
alto valor evidencia}, es indispensable tener un asistente adiestra­
do tan sólo para estar a cargo de este departamento. Y su tarea
es de las muy exigentes. Su calificaciones preliminares deben in­
cluir un conocimiento apreciable de los descubrimientos previa­
mente hechos, de modo que pueda señalar analogías inmediata­
mente entre su nuevo material y hacerlas prontamente del cono­
cimiento del director. Debe tener también un buen conocimiento
de las técnicas de cerámica, de modo que, por ejemplo, pueda
proteger de los omnívoros lavadores de cerámica aqu�llas ( como
las cerámicas pintadas después de la cochura) que requieren tra­
tamiento especial. Debe ser de una disciplina estricta y poseer una
mente clara y ordenada. Y debe tener un sistema simple y efec­
tivo para dirigir al grupo considerable de trabajadores que, en cual­
quier excavación en gran escala, le deben estar asignados. No se
le deben imponer economías estorbosas; si la expedición no puede
sostener un departamento adecuado de cerámica, debe cerrarse de
inmediato. El ya tan trillado dicho de que la cerámica es el alfa­
beto de la arqueología sigue siendo cierto. Su plasticidad le per­
mite una facilidad en la imitación de otros materiales tales como
metal, cuero, fibra de cestería u otra cerámica. Por ejemplo, la
terra sigillata romana imita trabajos en metal o en vidrio, algunos
tawnes de la Edad de Bronce imitan yerbas entretejidas, algunas
cerámicas neolíticas del occidente de Europa imitan trabajos en
cuero, algunas cerámicas, tanto de Europa como de la India, imi­
tan la terra sigillata romana; y así sucesivamente. La cerámica es,
pues, capaz de conservar las influencias de otras así como de varios
materiales, y de representar relaciones culturales o industriales de
varias clases, que a menudo son clave y que, de otra forma, esta­
rían perdidas para nosotros. Su fragilidad limita su duración nor­
mal y, al contrario de las obras en metal -que pueden durar por
generaciones o siglos y están más sujetas al atesoramiento por su
valor intrínseco-, la fecha de su destrucción ( casi siempre en
masa ) puede ser aproximada a la de su fabricación. , La misma
fragilidad tiende a restringir el área de su difusión, por lo menos
en los tipos más comunes, a un área vecina a los hornos; aunque
EL PERSONAL 169
es conveniente recordar que las ánforas greco-romanas, debido a la
popularidad de los vinos que contenían, hallaron camino en nú­
mero crecido hasta las playas del Golfo de Bengala, que el vidrio
romano llegó a la India y a China donde el vidrio local era casi
<lesconocido, que la Arretina romana se encontraba en venta en
el sur de la India por razón de su superioridad sobre los productos
locales y que la cerámica china verdeceledón había penetrado pro­
funda y ampliamente en Asia y Africa en los siglos IX y siguientes,
·parte por su calidad y parte por el poderoso espíritu de vendedores
de los mercaderes chinos. Pero tanto en el caso de que la mayor
parte de la cerámica sea de tipo local, cuanto en aquel en que
:alguna de ella sea asombrosa y significativamente exótica, siempre
es de primera importancia para el arqueólogo, y el registro inme­
diato e impecable de la evidencia de campo en relación con ella,
ba de ser uno de los cuidados primordiales del director y su per­
-sonal.
Por lo tanto, el asistente de cerámica es un personaje muy im­
portante. Sus métodos pueden variar de acuerdo con sus propias
ideas y las circunstancias. En el capítulo xm se discuten posibles
procedimientos, por un lado, para climas templados ( a veces rigu­
rosos ) y, por otro lado, para los climas tropicales o subtropicales,
más predecibles, donde la mayor parte del trabajo pudo hacerse,
por fortuna, al aire libre.

EL FOTÓGRAFO
Las calificaciones esenciales para el fotógrafo de campo son : a) que
sea técnicamente competente con relación a los problemas de las
luces y en todas las tretas del color, y b ) que sea rápido e inge­
nioso para la improvisación de andamiajes para su cámara y, en
particular, para un cuarto oscuro de fácil acceso; debe, en todo
momento, estar en posibilidad de entregar al director la placa o
la película reveladas a los 20 minutos de la exposición para que
sea inspeccionada. A esto debe añadir un conocimiento completo
de la preparación de su sujeto, bien al aire libre, bien en el estudio,
. aunque esto, en última instancia, sea de la responsabilidad personal
del director. En el capítulo sobre fotografía (p. 206) se encontra­
rán más datos al respecto.
Un fotógrafo inteligente y experimentado es un sine qua non.
Desde el principio de la excavación, se dedica, en sus ratos perdi­
dos, a hacer un estudio del lugar a distintas horas del día, con el
fin de estar preparado para aconsejar en cuanto a luces y posición.
170 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
También en esto el director es el primer responsable, pero un
buen fotógrafo, que sea observador, puede ayudarle mucho. Lo
mismo que un médico, el fotógrafo debe estar a la mano y pre­
parado al instante y en todo momento. En una excavación de cier­
ta importancia, sus obligaciones no pueden combinarse con las de
ningún otro miembro del personal.

EL TOPÓGRAFO

La preparación del dibujo medido de un corte es deber del super­


visor, bajo la mirada del director. El supervisor y el director saben
más de la estratigrafía y del significado de los cortes que nadie,
por lo que esta tarea no puede ser delegada.
Por otro lado, la preparación de un levantamiento topográfico
con cotas de nivel, o el plano de un edificio, aunque, como cual­
quier otra cosa, exigen supervisión constante, en las excavaciones
grandes debe corresponder a un topógrafo prefesional. No me pro­
pongo incluir aquí un apéndice detallado acerca del oficio de la
agrimensura: para esto existen buenos manuales.2 Pero hay una o
dos observaciones que pueden ser útiles y que haré respecto a la
aplicación de los métodos profesionales de la topografía a la ar­
queología.
Primero, consideremos la naturaleza de las tareas que pueden
esperarle al topógrafo arqueológico. f:stas son: a) la preparación
del plano del lugar, generalmente con curvas de nivel y, a menu­
do, de bastante extensión; b ) el levantamiento, a pequeña escala
o en detalle, de una estructura � grupo de estructuras: Para la pri­
mera, puede emplearse, bien sea la plancheta, bien el teodolito .
La segunda se ejecuta, generalmente, por triangulación desde una
línea de base. En ambos casos es importante recordar el grado de
precisión requerido. Aquí ya estoy pisando terreno delicado. A lo
largo de todo este libro he puesto de manifiesto la necesidad fun­
damental de precisión y no me voy a retractar. Pero hay un tipo
de precisión que se frustra por sí mismo debido a su desproporción
con las necesidades o posibilidades, pudiendo aun resultar, paradó­
jicamente, en una esencial falta de precisión. Según mi experien­
cia, los topógrafos profesionales son susceptibles de perder la forma
del bosque al concentrarse en la de los árboles; a prodigar tanto cui-
2 Por ejemplo, T. Baker y G. M. Leston: Land and Engineering Sun•eying
( 29' ed., Londres, 194 5 ) ; R. Parry y W. J. Jenlcins: Land Surveying ( 5' ed.,
Londres, 1946) ; R. J. C. Atkinson: Field Archaeology (Londres, 1946 ) ; A.
H. Detweiler: Manual of Archaeological Surveying (New Haven. 1948) .
EL PERSONAL
dado a las pequeñas irregularidades ( muchas de ellas secundarias.
y accidentales) de un viejo muro, que llegan a perder la naturaleza
fundamental y la intención original del mismo. En otra parte ya
hablé de una "sobreprecisión" semejante por parte de quienes no
tienen experiencia al dibujar un corte o sección (p. 71 ) . En todo
caso, el grado de "precisión" debe estar de acuerdo con la escala
a que se vaya a publicar el plano. Un plano dibujado a esca­
la 1 /s de pulgada por 1 pie, se publicará por lo regular a escala
de ½4 de pugada por 1 pie, y a esta escala los pequeños salientes.
en una talla de sílex, o las pequeñas variaciones debidas quizá a
hundimiento o a otro tipo de deformación, cesan de tener signi­
ficado. Por lo tanto, omítanse, pero sólo después de cuidadosas
consideraciones. En un cQrte medido sería completa e inútil pe­
dantería medir cada pequeño guijarro en una capa de grava, y la
misma necesidad de guardar la proporción y el sentido común
debe estar presente en el levantamiento de un plano. No debe
serse más "preciso" de lo que la escala lo permite; no hay que so­
brecargar la máquina. Todos conocemos la peligrosa pedantería
del conductor que, tanto en el momento indicado como fuera de él,
obedece con cuidado exagerado cada indicación del Reglamento
de Caminos. Hemos visto cómo los abrumados ferrocarrileros o
transportadores de carne .pueden causar ciertas pertubaciones en
una comunidad mediante el deliberado cumplimiento de las reglas
de su oficio. Quizá con menos deliberación, pero con la misma
pedantería, el topógrafo profesional puede no sólo entorpecer una
excavación, sino poner en peligro la verdadera precisión de sus ano­
taciones. Hay que vigilar al topógrafo y hay que entrenarlo en el
difícil pero necesario arte de distinguir lo esencial, sin perder el sen­
tido de lo impersonal en sus registros. Esto es bastante factible.
Para propósitos arqueológicos, por consiguiente, prefiero un ins­
trumento más sencillo que el teodolito de topógrafo. Un "direc­
tor" de artillería, diseñado para levantamiento rápidos, pero esen­
cialmente precisos, cubre la mayor parte de las necesidades y es
un aparato bastante más manejable: muchos fabricantes de apara­
tos tienen en el mercado instrumentos equivalentes.
Igualmente, el empleo de numerosas "comprobaciones" y diago­
nales desde una línea de base a un sistema de muros, con la acumu-
ladón de pequeños errores, con frecuencia es preferible reempla­
zarlo por el levantamiento cuidadoso de dos puntos terminales
sobre los que se basa el plano en una serie rápida de medidas
locales. En esta forma, la adecuada interrelación local de los mu­
ros de un edificio -dicho de otra forma, su naturaleza esencial-
172 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:
con frecuencia se registra con mayor precisión y rapidez que me­
diante métodos profesionales más complicados.
Habiendo dicho esto, debo terminar llamando la atención a los
estudiantes sobre el extremo opuesto. Un arqueólogo muy emi­
nente que conozco, acostumbraba prepararse para una expedi­
ción de levantamiento de plano con dos varas y- una tarjeta de
visita, las primeras para las "alineaciones" y la última ( echando
visuales a lo largo de sus bordes ) para los "ángulos". Vi algunos
de sus resultados y me maravillé de que no fueran más imprecisos
de lo aceptable. Pero en este caso se trataba de un genio.

EL QUÍMICO DE CAMPO
Un pequeño laboratorio de campaña y un químico de experiencia
y recursos son esenciales, salvo en las raras ocasiones en que un
laboratorio fijo queda a poca distancia. El trabajo de conservación
en el campo se limita, por lo general, a la curación de urgencia de
algún objeto; y es de mucha importancia para el tratamiento sub­
secuente que el químico de campo lleve un registro cuidadoso y
detallado de todo lo que haga al respecto. Este registro debe acom­
pañar a cada objeto hasta el laboratorio base, ya que el tratamiento
futuro está condicionado por el primero. Por ejemplo, no hace mu­
cho llegó a Bruselas una escultura al parecer en perfecto estado;
poco tiempo después toda ella se resquebrajó: el excavador había
dejado sales dentro del objeto al cubrir la superficie con celuloide,
pero omitió decírselo a quienes recibieron la pieza.
Es de particular importancia que el químico sea capaz de tratar
monedas de cualquier metal con un mínimo de retraso, ya que
su evidencia puede ser solicitada de inmediato por el director. Por
lo demás, las funciones más importante del químico son: a) pre­
venir una posterior descomposición, y b ) consolidar los objetos
frágiles lo suficiente para su levantamiento y transporte. De esto
hablaremos más ampliamente en el capítulo xiv (p. 200 ) .

EL DIBUJANTE
El trabajo del dibujante es diverso, y supone cualidades raramente
poseídas por un solo individuo. En la práctica, yo he encontrado
necesario emplear tres dibujantes, aunque he conocido uno o dos
hombres excepcionales que cubrían todas las necesidades.
Sea uno o sean tres, es esencial que el dibujante sepa compren­
der totalmente la técnica de la reproducción en grabado a línea
EL PERSONAL 173
{p. 233) y, por lo mismo, sea capaz de ponerse a tono con la
máquina: emplear líneas de la firmeza y espesor necesarios, te•
niendo en cuenta el grado de reducción que vaya a necesitarse
para la publicación, y evitar una proximidad excesiva de una línea
o otra, ya que las finas tiras de metal que finalmente ·represen•
tarán esas líneas en los clisés, corren el riesgo de unirse. Líneas
limpias y sombreado nítido, sin innecesaria tosquedad en el de•
talle, indican una firmeza de mano y ojo que, combinada con la
experiencia, son las calificaciones principales en todos los tipos
de dibujo científico.
Sobre estas bases comunes, el trabajo cae dentro de tres catego•
rías: el trazado y hechura de letras en mapas y planos, el dibujo de
objetos y la preparación de esquemas sencillos de la cerámica. El
ojo crítico del director es una necesidad presente en todas estas
cosas. Como siempre, el director debe ser capaz de imponer su cri•
terio, con una cierta autoridad, sobre el de su dibujante. Al mismo
tiempo, debe animarse la iniciativa del dibujante; su consejo, co­
mentarios y críticas merecen, o deben merecer, la pena de ser excu•
chados: a mí con frecuencia me han sido provechosos. No sólo
en asuntos de interpretación científica, sino también en la presen•
tación atractiva de su material, el dibujante puede ayudar al ar•
queólogo a "captar" la atención del público: al científico no menos
que al no especializado. Pocos científicos están tan desprovistos
de humanidad como para no contemplar con más cuidado y aten•
ción un diagrama atractivo que un dibujo geométrico sin ningún
relieve. La colocación de un plano en la página, su relación res•
pecto a los letreros, la escala, la orientación y la clave, el encuadre,
la calidad de una cuenta o de un brazalete en líneas claras desde
un ángulo expresivo, todos estos factores merecen considerarse.
Tales atributos estéticos no implican ninguna medida especial de
elaboración; en verdad, la simplicidad de expresión es tan impor•
tante en la ilustración como en el texto. A veces, la ilustración
científica ha sido.demasiado recargada. Buen gusto es la medida,
pero el buen gusto es una cualidad muy especial que en parte de•
pende del instinto y en parte de la formación. El director y su
dibujante han de discutir juntos con frecuencia, aprovechando el
mutuo sentido común y tanto instinto como les haya sido otorgado.
La diferencia entre un plano bien presentado y uno mal conce•
bido es, por cierto, inmensa. Me he referido ya a la colocación
o encuadre: éste ha de hacerse de tal forma que no se pierda es•
pacio innecesariamente, pero que al mismo tiempo permita al pla·
no su equilibrio con los letreros y pueda agradar a la vista. Sea
1 74 ARQUEOLOGÍA DE CAMPO:
-que el observador se dé cuenta plena de ello o no, el espacio mal
empleado perturba y desagrada. Lo mismo, por cierto, debe evitar­
:se siempre el recargo, aunque es una falta menos frecuente. Sobre
todo, que cada una de las palabras y cifras del plano sean legibles
con facilidad después de la reducción del dibujo. Es preferible que
sean demasiado grandes a demasiado pequeñas; no hay nada más
descorazonador y molesto que una escala ilegible : falla muy común,
por cierto. Y déjese al dibujante evitar todos los subrayados y rin­
gorrangos, vicios éstos a los que los dibujantes de ingeniería están
especialmente predispuestos. Hasta dónde debe llegarse en la li­
bertad de decoración adicional y científicamente innecesaria, repi­
támoslo, es cuestión de gusto. Los antiguos cartógrafos que adorna­
ban los siete mares con ballenas y barcos, y escribían sus títulos
-sobre cintas sostenidas por querubines; o Stukely, que añadía ruinas
románticas, produjeron obras de arte que con frecuencia oculta­
ban una falta de información científica. En tiempos recientes,
Heywood Summer, ha adornado sus planos y mapas con un décor
<J.Ue con frecuencia es un placer para la vista, pero que a veces es
exagerado.3 Asimismo, la Comisión Real de Monumentos Histó­
ricos (Inglaterra), a su Westmorland y otros volúmenes recien­
tes ha hecho un intento valiente para aligerar la monotonía de los
pequeños planos de círculos de cabañas y otros semejantes, aña­
·cliendo títulos grandes y bastante ornamentados, que son bien in­
tencionados, pero no siempre vienen a cuento. Por otro lado, la
flecha que indica el Norte es campo libre para el_ decorador, dentro
de cierta moderación, y tiene una tradición ornamental establecida.
Por lo general, cuando la duda exista, lo mejor es atenerse a la
-simplicidad.
La expresión que el dibujante dé a un objeto, por ejemplo un
prendedero, requiere un mayor adiestramiento artístico. Per con­
tra, he conocido dibujantes que podían lograr esto, pero que eran
bastante incapaces para trazar líneas nítidas en un plano, o rotular
bien y con claridad. Aquí hace falta un artista, en el sentido más
propio de la palabra, y sucede que dicho artista, por lo general,
desdeña la técnica más mecánica del dibujante de arquitectura. El
-artista, sin embargo, se inclina a imponer su personalidad sobre los
objetos de otros tiempos y la precisión objetiva de su producto
es, en tales casos, dudosa. Se necesita vigilancia. La elección de
un ángulo expresivo, hasta donde se hace necesario un elemento
3 Por ejemplo, en su Descriptive Account of Roman Pottery Sit!s at Sloden
( Londres, l 92 l ) , su mapa general tiene un marco pesado e innecesario, pero,
a mi juicio, sus otros planos y diagramas son perfectqs.
EL PERSONAL 175
o un suplemento diagramáticos, son asuntos que debe decidir el
-director. El director, por su parte, debe conocer esto, gracias a su
preparación y experiencia.
Debemos mencionar un truco de dibujante que en ocasiones he
encontrado sumamente útil: delinear objetos frágiles sobre un
vidrio antes de removerlos del suelo. En particular, los objetos
<le hierro se encuentran a veces en condición tan friable que hay
que encerarlos o escayolados (p. 202 ) antes de poder levantarlos.
Cuando esto sucede, hay que hacer, de inmediato la anotación
correspondiente y el método más sencillo es poner una lámina de
vidrio (por ejemplo, una placa fotográfica vieja que haya sido
limpiada con un trozo de algodón mojado en alcohol ) sobre el
objeto y sobre ella dibujar con tinta china. De la placa pueden
sacarse copias negativas de contacto y, en el momento oportuno,
dibujos en positivo; entretanto el vidrio se somete a limpieza para
volver a usarlo . Es un método rápido y preciso.
Por último, está el asunto muy importante del dibujo de la cerá­
mica. En algunos a�pectos es la tarea más sencilla de las tres, pero
también requiere un adiestramiento cuidadoso. Lo más importante
es la precisión y una serie de aparatos pueden venir en su ayuda:
sobre todo reglas graduadas, verticales y horizontales, con una ex­
tensión graduada que pueda deslizarse hacia arriba y hacia abajo
<le la regla vertical. La vasija se pone sobre la regla horizontal fija,
apoyándola en el montante vertical también fijo; la regla vertical
ajustable se mueve hasta la vasija y la regla horizontal ajustable
se baja hasta el tope superior de aquélla. De esta manera se en­
cuadra la pieza en un rectángulo graduado por todos lados, en pul­
.gadas o en centímetros, y se pueden tomar las medidas necesarias
a los intervarlos apropiados.
Un tiesto, naturalmente, no puede tratarse en la misma forma;
es necesario sujetarlo con plastilina en el ángulo correcto y medirlo
con una escala vertical. Para asegurarse de la corrección del ángulo
es preciso hacer la operación con mucho cuidado, poniendo el
borde ( si lo tiene ) apoyado firmemente y boca abajo sobre el ta­
blero, o comprobando la horizontalidad de las marcas del torno
en cerámica hecha en torno de alfarero. El diámetro de un borde
fragmentario se consigue aplicando el fragmento de borde sobre un
patrón con círculos concéntricos preparado para este propósito.
La práctica general en nuestros días es dibujar la mitad del reci­
piente en corte y la otra mitad en elevación. Todos los recipientes
deben dibujarse en tamaiio natura!, a menos que sean excesiva­
mente grandes; la costumbre, adoptada a veces, de dibujarlos a
176 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

�itad de tamaño ahorra papel, pero aumenta la imprecisión. Nor­


malmente ningún recipiente debe ilustrarse para un informe que
se pretende publicar a menos de un cuarto de su tamaño natural
(lineal ), y un recipiente decorado ( digamos de terra sigillata, orna­
mentada ) debe reproducirse a mitad del tamaño. Recipientes muy
grandes, pero sólo éstos, deben reducirse a menos de un cuarto.
A veces conviene, sobre todo en la cerámica hecha a mano, indi­
car la textura de la pasta sombreando en el dibujo, el lado de la
"elevación". Esto implica un sentido artístico de la clase indicada
en nuestra segunda categoría, cuando hablamos de la calidad deI
dibujo, y debe estar bien hecho. Sobre todo, en el contorno y en
el sombreado del dibujo, debe tenerse cuidado de evitar que un
recipiente hecho a mano tenga aspecto excesivamente mecanizado.
Las líneas como las de la base y las del borde, por lo general, en
este tipo de cerámica, deben dibujarse a mano libre y no con regla.
Una cosa más : hay que asegurarse de que el dibujante una a
cada uno de sus dibujos de cerámica y de otros "hallazgos" la
transcripción de la correspondiente etiqueta.

LOS TRABAJADORES

Excavar es un oficio de cuidado, y hace muchos años comencé una


nota sobre este tema con las palabras : "Abjura la faena volun­
taria".
Hoy, en 1952, * la faena voluntaria es la elección de Hobson. * •
El jornalero británico de vieja cepa sólo ha sobrevivido en algu­
nos lugares muy especiales del país; por cierto, es tan raro, que a
veces se inclina uno a clasificarlo juntamente con la mítica Mrs.
Harris.* * * Una nota, por tanto, que antes de la Guerra hubiera
sido algo extensa, puede comprimirse ahora en unos párrafos, la
mayor parte de los cuales son aplicables al trabajo en general y
no se confinan únicamente al producto (anterior) nuestro.
He de decir en seguida que mi experiencia como patrono en la
Gran Bretaña la he tenido en Inglaterra y Gales; como arqueólogo,
y con gran sentimiento, no he intentado nunca, como la legión
romana, "poner freno al fiero escocés". En el Continente he em-
• Año en que el autor escribió esta obra. [E.)
"' '" "Hobson's choice", frase en la que ha sobrevivido Hobson, un portea­
dor de Cambridge ( lngl. ) , quien no acostumbraba permitir a sus clientes
seleccionar sus caballos. [E.]
• " "" La amiga mítica de Mrs. Gamp, uno de los personajes de The Life
and Adventures of Mttrtin Chuzzlewít, novela de Ch. Dickens ( 1843-44) . [E.J
EL PERSONAL 177
pleado bretones y normandos y en la India una gran variedad de
razas, desde el alto y recio musulmán del Punjab, al menudo y
volátil de Madrás. Nunca he trabajado con árabes, aunque con
frecuencia los he contemplado con ojo crítico en las excavaciones
arqueológicas. No parecen constituir un problema muy distinto
del de los musulmanes del norte de la India. En realidad, me
atrevo a aventurar la opinión de que, desde Camarvon a Calcuta,
los factores básicos del control de trabajadores o, para usar la cu­
riosa terminología del ejército del "manejo de hombres" son muy
semejantes. El trato imparcial, la disposición a compartir las inco­
modidades, el procurar todo el confort que sea posible sin ostenta­
ciones y, sobre todo, algún chispazo ocasional de buen humor
elemental ( nunca de sarcasmo) son las cualidades que los trabaja­
dores, de cualquier sitio, esperan de su director. Algo más diremos
sobre estas cualidades, pero antes consideremos los requisitos téc­
nicos necesarios para los propios peones.
Las herramientas locales que el bracero emplea, pueden ser muy
distintas de un lugar a otro y a esto dedicaremos una sección apar­
te (p. 182 ) . Pero es lógico suponer que los peones conozcan per­
fectamente el modo de usarlas y que su mente y sus músculos
estén acostumbrados a ellas. Un inconveniente de la clase de obre­
ros que por lo general le llega hoy en día al arqueólogo de campo
en la Gran Bretaña es que con frecuencia son ajenos al pico y la
pala y hay que enseñarles a.b initio; consiste en gente sin empleo
o inválidos inútiles para ese trabajo, ayudantes de mecánico, em­
pleados de tapiceros, estudiantes universitarios y tipos semejantes,
para quienes pico y pala son estorbos más que instrumentos. Por
otra parte, en algunos lugares de Asia -Palestina, Siria, Irak, cier­
tos distritos de la India- son hombres cuyos padres y abuelos tra­
bajaron para expediciones arqueológicas británicas, alemanas y de
otras nacionalidades y que han heredado una comprensión útil
del asunto. Para ser justos, el estudiante universitario, si es de la
buena clase, puede ser entrenado normalmente sin gran pérdida
de tiempo hasta un buen nivel de competencia técnica; sólo que,
normalmente, debería mejor utilizarse en un trabajo más fino y
especializado, que no echarlo a perder mucho en la tarea básica
de excavar.
Una excavación pulcra implica un buen conocimiento de este
trabajo fundamental. Sin limpieza, se pierde todo. Una zanja
como la ingenuamente ilustrada en la Lám. I no puede ser inter­
pretada o registrada con seguridad ni aun por un conocedor expe­
rimentado. La, perforación que se propone debe ser marcada cui-
178 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

dadosamente con estacas y cordeles al comenzar, y debe hacerse


con cortes firmes y verticales: tan verticales como lo permita la
naturaleza del terreno. La tendencia general es abrir una zanja
con paredes inclinadas hacia afuera o "taludes" en los lados, dando
por doble resultado el que se distorsiona la estratigrafía y que el
corte se hace excesivamente estrecho, según aumenta la profundi­
dad. Esta tendencia debe ser vigilada continuamente por el super­
visor y corregida de inmediato. Si se deja que los taludes se hagan
más pronunciados, la limpieza subsecuente para hacer perfiles ver­
ticales, producirá la mezcla de materiales de niveles distintos y una
confusi6n de las evidencias. Otra tendencia es dejar ángulos romos
en los extremos y en la parte inferior de los cortes, oscureciendo
nuevamente la estratificaci6n y provocando embrollos. La preci­
sión es la orden del día y precisi6n y organizaci6n son sinónimos.
Otro error común del excavador no adiestrado es el de arrancar
mucho material de una sola vez. El trabajo con el pico, por lo
general, es más fácil que el de la pala y el hombre con pico es
fácil que muestre un celo excesivo. El resultado es que el piso del
corte esté embarazado con material suelto que puede ocultar la
estratificación o adherirse por las pisadas a estratos extraños. Por
lo general, cuanta menos tierra se desparrame en cada picazo, me­
jor; todo corte ha de mantenerse tan limpio como lo permita el
progreso controlado del trabajo.
Un corolario de esto es : evitar el amontonamiento de los traba­
jadores. Una escena como la ilustrada en la Lám. IV A, implica
todo tipo de desorden. El material se mezcla inevitablemente en
el piso de la zanja, hay un riesgo constante de poner "hallazgos"
en la caja o canasta equivocada, el supervisor no puede ver lo que
está ocurriendo y la charla entre los hombres se convierte en albo­
roto. Por lo general el ruido en una excavaci6n quiere decir falta
de eficiencia; siempre teniendo en cuenta que el oriental es un
charlatán nato y que se siente infeliz si no hay bastante ruido a su
alrededor. En Oriente, por lo tanto, si el ruido no viene preci­
samente de una intensa conversaci6n, s6lo refleja una característica
de la gente y puede ser signo de contentamiento. Contemplando
una excavaci6n en estos sitios, me maravillé del ruido tan variado
que brotaba a mi alrededor y el cual provenía de los hombres, mu­
jeres y niños que allí trabajaban muy ocupados y de veras entre­
gados a sus tareas. Pero un ruido así entre los obreros británicos
es un mal signo. Casi cada grupo tiene por lo menos un estúpido
murmurador al cual hay que aislar y callar de inmediato, o los
demás peones se contagian rápidamente. Por otro lado, durante
EL PERSONAL 179
las horas libres, quizá cuando se está uno cobijando de la lluvia, el
trabajador inglés charlará alegremente, y un grupo de galeses can­
tará como un coro de ángeles en forma tal que hará una virtud
de la incomodidad.
La palabra "incomodidad" nos enfrenta a otra situación. El di­
rector que busca una comodidad razonable para sus hombres, por
ejemplo proveyéndolos de un abrigo para la lluvia o el sol, o ase­
gurándoles agua para beber en abundancia -a veces té caliente
en un día lluvioso- no hace más que cumplir con su deber. Pero
es necesaria aquí una palabra de advertencia: un trato dema­
siado solícito para el "bienestar" puede resultar en inconformidad.
Tal es la perversión de la naturaleza humana, que el exceso con
frecuencia produce un deseo irrazonable de más; dicho de otra
manera, origina un nuevo tipo de descontento. Un caballo siempre
restregará su nariz, como un derecho, en la bolsa de la que ha
recibido azúcar. Traducido a la naturaleza humana, esta expecta­
tiva se convierte en una forma de irritación que es leña seca para
cualquier pequeña chispa de descontento que podría estar latente.
El resultado desconcertante es que la mala voluntad nace de la
caridad; y, por cierto, quizá la palabra "caridad" resuma el punto
débil en la base del problema. La caridad no tiene un límite ine­
vitable y por lo tanto es susceptible de explotación. En otras pala­
bras, el director dado a esta clase de caridad, encuentra de repente
que está siendo explotado y, si no se aplica el remedio innmedia­
tamente y con tacto, ciertamente se ha pavimentado bien el ca­
mino al infierno.
Por consiguiente, debe ponerse cuidado en saber agrupar a los
peones, para evitar que los malos corrompan a los buenos; los ton­
tos y los charlatanes deben relegarse a trabajos en los que puedan
meditar en soledad acerca de su desatino ( o el de su director) ; los
grupos deben separarse en forma que tenga el necesario Lebens­
raum; y se ha de tener prudencia para que su comodidad no dege­
nere en excesiva solicitud. A todo esto ha de añadirse la presteza
por parte del director o del supervisor para compartir esfuerzos
especiales, como por ejemplo trabajar en el agua o en el lodo, o
con excesivo calor o en el frío. Más aún, si, como a veces sucede,
hay algún ligero peligro, éste debe ser compartido o hasta total­
mente tomado por el grupo dirigente. Tal cooperación activa es
esencial y es mejor que un continuo halago. Y en cualquier mo­
mento de dificultades o cansancio la broma casual puede ser el
anodino. He vis�o, hacia el final de una jornada, hileras de jóve­
nes nativos, cargadores de canastas, de cuya velocidad y ritmo de-
1 80 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
pende en gran medida el tempo general de una excavación en
Oriente, vacilar, charlar y escurrir el bulto, a pesar de los esfuerzos
desesperados de su enérgico capataz. Los cargadores de canastas
nunca son los miembros más responsables del grupo y, por necesi­
dad, son numerosos y evasivos. Un chiste adecuado y la organiza­
ción de una competencia entre ellos mismos fue la solución in­
mediata; todo el grupo se animó y el capataz pudo ya disfrutar de
más sosiego. Solvitur ;ocando, esto puede aplicarse en cualquier
parte del mundo.
Finalmente, hay otra forma de estímulo que se ha hecho nn
hábito en algunos países: la asignación de primas o baksheesh
( ¡palabra universal en Oriente!) a los trabajadores distinguidos por
una aptitud especial o por buena suerte en la recuperación de "ha­
llazgos". En el pasado, este sistema fue normal en Gran Bretaña,
Egipto y el Cercano Oriente, aunque, según entiendo, se está tra­
tando de abolirlo en Irak y, bajo las modernas condiciones econó­
micas, prácticamente ha desaparecido en Britania. Hasta donde
alcanzo a saber, nunca se empleó en la India. 11:ste constituye un
duro azote para el director o, más bien, para el subdirector; embro­
lla la contabilidad, aumenta los costos y, a no ser que se haga
con una difícil combinación de honestidad y astucia, hace casi
tanto mal como bien. Se ha encontrado que es necesario, o así se
ha pensado, en países donde compradores y coleccionistas, codo
a codo con los peones, son una amenaza, ya que están siempre
prestos a tentarlos con fuertes sumas. Verdaderamente, esto es un
problema, y no de los fáciles. No cabe duda, por otra parte, de
que en el pasado mucho ha podido salvarse para la ciencia en
Oriente, por el sistema del baksheesh. En la Gran Bretaña, inclu­
sive, probablemente se han salvado en esta forma, de su dispendio
en la taberna local, muchos objetos, sobre todo monedas (aunque
entre los britanos se supone que la atracción de las primas actúa
sobre el "instinto deportivo nacional"). Pero la verdadera res­
puesta a todo esto no es la "honestidad cohechada", que es la
realidad del sistema del baksheesh, sino la adecuada supervisión
que se ejerza.
Después de todo, la mejor garantía del director sobre la honesti­
dad de sus trabajadores, es, en las palabras del Manual de Excava•
ciones de la Sociedad Prehistórica Francesa, "de ne pas les quitter
une minute". De hecho, el sistema del baksheesh fue adoptado
en las excavaciones masivas mal controladas que, por mucho tiem­
po -demasiado tiempo-, fueron características de la arqueología
en Oriente, como un sustituto de la necesaria supervisión. En
EL PERSONAL 181
una excavación vigilada como se debe, casi todos los excavadores
están continuamente bajo la mirada del supervisor, y en cualquiet
caso el robo es muy difícil.
Pero hay algo más que esto al respecto. Aparte de la cuestión
de la ganancia económica para el trabajador por la venta de obje­
tos de valor comercial, el arqueólogo debe recordar que los requi­
sitos de la ciencia involucran un cambio completo de los valores
por parte del campesino, y que el sistema de primas, cuando se
aplica sabiamente, ayuda desde luego a fijar la nueva escala en su
mente. Cuando el trabajador comienza a darse cuenta de que lo
que para él es un simple y frágil cacharro o un fragmento de hueso
labrado y nada más, para su supervisor es un "documento" histó­
rico de gran importancia, merecedor de una prima monetaria, en­
toncés está en buen camino para el reajuste mental que lo ha de
convertir finalmente en algo más que un mero cernidor de basu­
ras.* Así y todo, mi experiencia en la India me ha mostrado que,
combinando el ejemplo y los comentarios ocasionales, el supervisor
inteligente puede llegar al mismo fin sin las molestias que el
baksheesh acarrea. Así, si un trabajador encuentra una vieía herra­
dura, se le dice que fue hecha hace 2 000 años. A su vez, él señala
su semejanza general con las herraduras que hace su tío, el herrero
local; pero también observa que tiene algunas diferencias. La pe­
queña discusión -no debe prolongarse, o todo el trabajo a su alre­
dedor se paraliza- lleva a otros puntos históricos o arqueológicos,
y aquel hombre se interesará inteligentemente en su trabajo. Pero
dejemos que esta discusión sea de naturaleza casual y particular.
No hay que esperar que todos los peones estén esperando ansiosa­
mente una instrucción general en arqueología. Bien me acuerdo
de un activo anticuario que, después de haber lanzado (a la hora de
la comida) un elocuente discurso a los trabajadores de una excava­
ción acerca del "hombre prehistórico", se dirigió, bastante con­
tento de su esfuerzo, a un paciente miembro de su auditorio con
esta pregunta: "Y ahora, amigo, ¿qué es lo que más le interesa
a usted de su trabajo aquí?", a lo cual el labrador, moviendo con
lentitud su pipa y escupiendo meditativamente, contestó con aspe­
reza: "El silbato de las cinco. . ."

• Traducción completamente libre de "dirt-shifter". [E.)


XII
LAS HERRAMIENTAS

LAS HERRAMIENTAS inapropiadas no deben ser pretexto para un


mal trabajo. Ningún arqueólogo responsable comenzará una exca­
vación sin un personal y un equipo adecuados, salvo en algunas
emergencias. El equipo se divide en dos categorías principales: e1
del grupo dirigente y el de los trabajadores.

et) Equipo del grupo dirigente


l. Teodolito o su equivalente simplificado ( véase p. 171 ) .
2 . Plancheta.
3. Cintas para medir, reforzadas, de 100 pies de largo ( o su
equivalente métrico ) .
4. Reglas plegables de 2 y de 5 pies ( o su equivalente mé­
trico) .
5. Brújula de aceite, prismática.
6. Tableros de dibujo, incluyendo algunos de triplay, ligeros,
para trabajar en el propio lugar.
7. Plomadas.
8. Niveles de burbuja.
9. Papel de dibujo, parte cuadriculado (por ejemplo, en cua-
dros de una pulgada con ocho subdivisiones ) .
1 O. Escalímetros.
l l . Buenos lápices y gomas de borrar suaves.
12. Cuchillos de hoja ancha ( de unas siete pulgadas de largo)
y cucharas de albañil puntiagudas.
1 3. Cordel de buena calidad.
14. Tinta china, plumillas, brochas y pinceles.
1 5. Transportadores de celuloide.
16. Juego de escuadras grandes de celuloide.
I 7. Reglas T.
18. Chinches de dibujo buenas.
19. "Clips" para papel (presillas de alambre ) .
20. Pequeños sobres fuertes (para guardar monedas, etc. ) .
21. Etiquetas pequeñas listas para amarrarlas.
22. Libretas de campo.
23. Clavos de 3 y 6 pulgadas ( o su equivalente métrico ) .
24. Escalas de varios tipos para fotografía, etc.
-[ 1 82 ]-
LAS HERRAMIENTAS 1-83
Algunos de estos instrumentos, como el teodolito, la brújula y
los más importantes que se emplean para el dibujo, deben esta,:
en el almacén central. Pero muchos de ellos deben estar en ma­
nos de cada supervisor de excavación, quien debe tenerlos en una
caja metálica marcada con la clave del área de la que él es res­
ponsable y, mejor aún, con su propio nombre. Dicha caja debe
contener una cinta métrica, una regla de 2 pies ( o su equivalente);
plomada, nivel, lápiz, goma de borrar, cordel, tinta, plumas, pin­
celes, "clips", sobres, etiquetas, clavos y, no olvidarlo, la libreta de
campo. El cuchillo o cuchara de albañil debe acompañar al super­
visor en todas partes como un instrumento indispensable e insepa­
rable. A decir verdad, casi es una insignia de rango; sin este ad­
minículo difícilmente podrá el supervisor comenzar su tarea. Sus
usos en. el examen detallado de un corte son casi infinitos. Se em­
plea, por ejemplo, para limpiar y observar cortes difíciles y para
tantear, por presión, "sentido" o sonido, diferencias sutiles en el
suelo. Es esencial en la preparación final de casi cada sujeto de
fotograña. Es, además, un marcador muy útil en los levantamien­
tos. Tiene mil usos y debe ser un objeto personal por el que hay
que velar.
b) El equipo de los trabajadores
En detalle, puede variar según la localidad y la siguiente es sólo
una lista de tipo general.

l. Picos.
2. Picos pequeños o herramientas de trinchera.
3. Palas grandes.
4. Palas chicas o paletas.
5. Azada.
6. Cortador de césped, o alguna otra cortadora plana.
7. Canastas o cubetas ( en Oriente, sirven para transportar la
tierra ) .
8. Carretillas ( se usan en Occidente) .
9. Cuchillos o cucharas de albañil.
10. Tablones.
l l. Barra de hierro.
12. Mandarria ( especialmente para clavar postes) .
De éstos, el pico es el instrumento primordial de excavación, no
sólo para aflojar la tierra, sino también, cuando lo sabe manejar
un peón competente, para trabajos en cierto modo delicados, de-
184 ARQUEOLOCfA DE CAMPO:
bido a su peso, el cual le da un control que, relativamente, no re­
quiere mucho esfuerzo. Esta herramienta es susceptible de ser mal
empleada con facilidad, y el hombre de pico necesita un adiestra­
miento y una atención especiales. Por ejemplo, la tendencia a
emplear el extremo ancho debe restringirse con frecuencia : el ex­
tremo en punta causa menos daños accidentales. Y a menudo es
deseable evitar el desmenuzamiento de la tierra con el pico, em­
pleando más bien este instrumento como una palanca para arran­
car trozos considerables de tierra, y dando el picazo, para este
propósito, bastante alejado de la cara del corte que se lleve. Sobre
todo, salvo en los estratos que se sepa son de profundidad consi­
derable, hay que avisar al trabajador para que no clave el pico
demasiado profundo en el suelo. La excavación "al mayoreo" os­
curece las pruebas. Por último, habiendo ya aflojado una can­
tidad apreciable de tierra, el peón debe hacerse a un lado y dejar
el sitio libre para su limpieza, su observación y el trabajo de deta­
lle. · Un buen trabajador de pico debe pensar con la punta de su
herramienta, observando no sólo con sus ojos, sino tomando en
cuenta las pequeñas diferencias al "sentir" la tierra. Los picos
deben mantenerse afilados.
El pico pequeño o herramienta de trinchera es el instrumento
de excavación esencial del capataz o del supervisor o de un ayu­
dante ya con bastante experiencia. La ligereza de este instrumen­
to lo hace particularmente sensible a los pequeños cambios del
suelo o, inclusive de sonido : por ejemplo, cuándo se trabaja hacia
un muro de adobe (p. 103). El cuchillo es útil para desprender
objetos de la tierra. Es el instrumento normal para excavar el
pozo de control (p. 82), en el que el supervisor trabaja en mate­
rial desconocido. Es oportuno aquí un toque de atención: el tra­
bajador holgazán (en Oriente) siempre tratará de cambiar su
pico grande por uno de los pequeños, de modo que pueda acucli­
!larse y picotear desidiosam.ente en la superficie, con un mínimo
<le esfuerzo. El supervisor aprenderá pronto a darse cuenta de la
diferencia entre el escapista y el hombre honesto que emplea
el pico pequeño por una razón justa e inteligente.
El cortador de césped, o algún instrumento equivalente, viene
a ser una herramienta esencial. Su característica es su hoja en
forma de creciente y afilada, que va en el mismo plano que el
mango. Se emplea en la tarea, muy importante, de refinar los
lados de los cortes hasta obtener un frente limpio, vertical, sin el
cual el examen correcto y la anotación son difíciles o imposibles.
Con todo, no debe emplearse en la excavación principal, en parte
LAS HERRAMIENTAS 1 85
porque no es lo suficientemente fuerte para la tarea y, en parte
también, porque necesariamente cortará cualquier objeto frágil
que pueda aparecer. De su empleo adecuado en los suelos que lo
Tequieren, depende en no pequeña medida, la limpieza y efecti­
vidad de una excavación en detalle.
La canasta o cubeta de metal se emplea en Oriente: a) para
la remoción de la tierra excavada y b) cuando se le pone su eti­
queta adecuada que indique el lugar y el estrato, para recoger la
cerámica. La vida de una canasta puede aumentarse reforzán­
dola con alambre. Para transportar tierra polvorienta, el interior
debe cubrirse con lodo o forrarse con un trapo. Por cierto, ha de
hacerse operación de rutina el asegurarse que ningún terrón que no
haya sido examinado se pase con el polvo.
En la Lám. XVI se ilustra un conjunto bastante completo de
las herramientas de una excavación en la India. Las únicas ausen­
cias notables son, la azada de bordes cortantes y la cizalla o tije­
ras. Los objetos que. se muestran son: ,

l y 2. Picos grandes y chicos.


3. Pico pequeño con extremo en pala.
4. Pala de mano.
5. Pala.
6. Cortador de césped ( en este caso ya bastante usado), muy
útil para refinar verticalmente los cortes.
7. Canasta para transportar tierra, normalmente se lleva en
la cabeza.
8. Cuchillo de supervisor.
9. Escala de 2 pies.
10. Jalón de cuatro pies (hay que añadir jalones de 6 y 8 pies ) .
l l. Escuadra graduada con niveles de burbuja fijos. Para su
uso, véase p. 87.
12. Regla de 2 pies.
1 3. Cinta reforzada de 100 pies.
14. Libreta de campo con páginas cuadriculadas alternas ( cua­
dros de 1 pulgada subdivididos en cuatro de 1/8 de pul-
gada).
1 5. Nivel de burbuja.
16. " Plomada.
17. Pinceles y brochas de varios tamaños y formas. Deben
añadirse escobas, rígidas y suaves.
XIII
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 1

SIEMPRE se espera que las excavaciones produzcan ciertos mate­


riales, los cuales han de ser recogidos, rotulados, almacenados Y�
posiblemente, empacados y transportados fuera de la zona arqueo­
lógica. Sea este material abundante o escaso, han de tomarse las
medidas necesarias para que llegue a su destino con sus adecuadas
etiquetas y que sea tratado y empacado en tal forma que a su lle­
gada se encuentre, por lo menos, en tan buenas condiciones como
aquellas en que fue encontrado. Con estas notas, intentamos dar
un aide-mémoire para los asistentes de cerámica o de pequeños
hallazgos (véanse pp. 194-195 ) o para los estudiantes de arqueo­
logía de quienes se espera ayuden en el trabajo de manejar el ma­
terial. Se supone, a lo largo de este capítulo, que el asistente de
cerámica es el jefe supremo del grupo destinado a la recepción, cla­
sificación preliminar y expedición de todos los "hallazgos" que
se hagan.
LOS "HALLAZGOS"

El material encontrado se divide aproximadamente en dos grandes


clases:
i) Cerámica y huesos; esto generalmente forma el grueso del ma­
terial y se trata más que en forma individual, como serie de grupos.
ii) Otros materiales; éstos son tratados individualmente y pue­
den incluirse, sea cual fuere su tamaño, bajo el término general
de "pequeños hallazgos".

SERVICIOS
Es obvio que la parte de la zona que se escoja para almacena­
miento y trabajo estará relacionada directamente con el tipo de
excavación y con la localidad. Para los propósitos de la presente
descripción, nos proponemos tomar una excavación de tamaño
moderado, en un lugar que produzca una buena cantidad de ha-
1 Gustosamente agradezco aquí a la Sra. M. Aylwin Cotton, O.B.E., F.S.A.,
por su ayuda en la preparación de este capítulo.
(O.B.E. = Oficer -of the Order- of the British Empire.-F.S.A. = FellO\Y'
of the Society of Antiquaries. [E.] ) .
-[ 1 86 ]-
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 187
llazgos y en un país con clima lluvioso; pero los mismos principios
básicos se aplican a todas las excavaciones, con independencia de
la situación y del problema de que se trate.
El director (o el subdirector) de la expedición debe haber he­
cho los arreglos necesarios para los servicios de manejo y almace­
namiento. Sin embargo, es del asistente de cerámica de quien se
espera que pueda emplear esas facilidades tan veJ:!tajosamente
como le sea posible, y hay por lo general muchas posibilidades
de aplicar su propia iniciativa en este campo. :f.:l ( o ella ) debe
procurar organizar:
a) Un departamento de cerámica en el cual el grueso del ma­
terial pueda ser manejado y guardado.
b) Un gabinete en el que los "pequefios hallazgos" puedan ser
registrados y almacenados.
Si la cerámica o los objetos van a ser dibujados en la zona, es
de desearse un gabinete de dibujo, que sea tranquilo; y un pe­
quefio laboratorio de campo será igualmente necesario ( p. 200 ) .
Deben cerrarse con candado todos estos cuartos o cobertizos.

HORAS DE TRABAJO

Para los "hallazgos" lo usual es que sean transportados de las ex­


cavaciones al cobertizo de cerámica al final de la jornada. Sea cual
fuere el tipo de arreglos hechos para las jornadas de "excavación"
propiamente dicha, ese cobertizo de cerámica debe estar abierto
algún tiempo después del final de cada sesión de trabajo, con el
fin de recibir y guardar el material que llegue. Como los super­
visores de sitio pueden necesitar en cualquier momento examinar
el material ya guardado o requerir accesorios, materiales de tra­
bajo, etc., el cobertizo de cerámica debe estar abierto el mayor
tiempo posible durante el día. Y como dicho tinglado no puede
· dejarse sin vigilancia en ningún momento mientras esté abierto,
es obligación del asistente a su cargo disponer las cosas de modo
que se escalonen las horas de sus ayudantes o, si está solo, lograr
los servicios de un voluntario que ocupe el puesto en su ausencia.

LUGAR Y ABASTECIMIENTO DE AGUA

Las condiciones deseables para un departamento de cerámica son:


amplitud, buena luz y agua corriente, o que ésta quede bastante
a la mano del lugar. La instalación ha de estar lo más cerca posi­
ble de los sitios donde se esté excavando, y ha de tener espacio
1 88 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:
suficiente, afuera, para el lavado de la cerámica y su secado cuan­
do haga buen tiempo. En é poca lluviosa, si el propio cobertizo es
suficientemente amplio, también puede usarse para lavar y secar
las piezas; mas cuando el espacio es restringido, el asistente de ce­
rámica debe tratar de arreglar un abrigo por otro sitio en el que
los voluntarios puedan trabajar con el material. Yna tienda de
campaña, aunque sea de las muy grandes, no es sustituto adecuado
d e un buen cobertizo para este trabajo. Un granero, un tin­
glado bastante amplio, una "choza de Nissen", * una cochera vacía
o una habitación de tamaño apreciable pueden servir mejor. Si no
hay agua corriente en el lugar, pero sí en su vecindad inmediata,
bien merece la pena de arreglar algún mecanismo para ahorrar
tiempo, como poner una manguera larga desde la fuente de abas­
tecimiento hasta un tanque o receptáculo fuera del tinglado o edi­
ficio. Si hay que traer el agua desde alguna distancia respetable,
las disposiciones para el almacenamiento local, son más necesarias
todavía.

EQUIPO
El mínimo de elementos que se requieren para trabajar con como­
didad en un departamento de cerámica en el campo, consiste en
una mesa grande de caballetes y un banco o varias sillas. Varias
cajas, desde el tamaño de un cajón de té, hasta el de un caja de
cerillos, son de .lo más importante. Los cajones grandes pueden
usarse para el almacenamiento, para el empaque y para el trans­
porte de los hallazgos pesados; pero cuando no es factible conse­
guirlos con facilidad o baratos, pueden usarse para este fin banastas
o cuévanos y cajas de cartón que sean fuertes. Las cajas de madera
para fruta son muy útiles para almacenar y transportar materiales
ligeros, y en ellas puede ponerse cerámica también, si no es dema­
siado pesada. Estas cajas pueden obtenerse en el mercado local,
bien de un comerciante en frutas, bien del almacenista de un
comercio grande.
Una vez compradas se ponen en el tinglado de cerámica, con
sus lados abiertos hacia afuera, de modo que formen estantes para
el almacenamiento temporal de los materiales. Las cajas de car­
tón y de hojalata más pequeñas, de todas formas y tamaños, son
igualmente útiles para empacar vasijas, pequeños hallazgos y mues­
tras de tierra.

* Creemos que el autor alude al arqueólogo e historiador Heinrich Nissen


( 1 8 39-1912) , que se especializó en historia antigua romana. [E.]
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 189

Los suministros de papelería necesarios son los siguientes:


Bolsas de papel de distintos tamaños.
Sobres para hacer los pagos.
Etiquetas con cordel y pequeños marbetes blancos.
"Clips" y bolas de hilos fuertes y de bramante.
Tarjetas-índice y tarjetas-guía.
Plumillas, plumas de rotular, lápices, tizas y pinceles.
Tinta china negra; tintas roja y blanca.
Papel secante.
El equipo para lavar cerámica consiste en:
Bandejas de varios tamaños o rejillas para secado.
Recipientes para lavar.
Cepillos de uñas, brochas suaves y cepillos de dientes, viejos.

LAVADO DE CERÁMICA

Los "hallazgos" de las excavaciones se reciben en el departamento


de cerámica en bandejas, canastas o bolsas. Cada recipiente ha de
traer dos etiquetas donde se registre su origen: una suelta, y la
otra atada al recipiente. Desde el momento en el que se recibe
hasta que se despacha, el total o cualquier parte del contenido de
estos recipientes, debe estar siempre acompañado de una etiqueta
en la que se dé aquella información. Hasta donde sea factible, el
material recibido al final de una jornada de trabajo, debe ser tra­
tado al día siguiente. Si esto no se puede hacer, debe ser puesto
temporalmente en bolsas y almacenado de acuerdo con su tumo
de entrada. Un día lluvioso con ayudantes extra, puede dar la
oportunidad para ponerse al corriente, manejando el material se­
gún su prioridad de acceso, hasta donde se pueda llegar.
Se espera del asistente de cerámica que instruya a voluntarios
en los detalles del manejo del material y que se responsabilice de
que ellos apliquen el tratamiento apropiado y que se pongan las
etiquetas y se empaque correctamente. Aunque los supervisores
de sitio hayan entregado sus pequeños hallazgos más importantes
en forma separada, se encontrará que las llamadas bandejas de
cerámica, con frecuencia contienen muchas cosas que no son cerá­
mica. En un sitio romano, una bandeja puede contener algunos
huesos, conchas de ostras, escoria de hierro, ladrillos o tejas, teselas
y quizá trozos de estuco pintado. Por lo tanto, se hace necesario
un examen preliminar para darse cuenta de si hay algún material
190 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:

que no deba ser lavado en absoluto, o que deba ser lavado c_on
cuidado especial. En ambos casos se recomienda aislar este ma­
terial en bateas separadas y, naturalmente, con etiquetas duplica­
das. La cerámica blanda o frágil ha de secarse muy bien, a cu­
bierto, antes de ser lavada. Si todavía continúa no apta para el
lavado, debe limpiarse con una brocha suave e impregnarse con
bedacryl en toluol para consolidarla : si no se puede obtener beda­
cryl, una solución de celuloide al 10 % puede ser el sustituto.
Cada lavador de cerámica, al principar con un lote de piezas
de barro sin lavar aún y de otros objetos de su tarea, necesita una
batea de secado o una estera limpios para poner en ellos las pie­
zas, un recipiente con agua y las brochas necesarias. El primer
paso es poner una de las dos etiquetas en aquel recipiente de seca­
do. Esto es esencial, ya que asegura que el material mantenga su
identidad aunque la persona sea llamada a otro lugar y la batea
todavía sin terminar sea movida de su sitio. El material separado
de su etiqueta, y todavía sin marcar, no puede emplearse como
prueba para fechar; y el descuido a este respecto por parte de la
persona que lava, puede echar a perder el cuidadoso trabajo del
excavador. Así, pues, el material se lava, pieza por pieza, y se pone
en la bandeja o estera limpios para que allí se seque. No es con­
veniente meter un grupo de tiestos en el recipiente con agua. Pue­
de ser que no sea bueno para ellos el que absorban el agua, puede
suceder también que se queden entre el lodo que pronto se acumu­
la en el fondo del recipiente y que sean tirados cuando se cambie el
líquido sucio por otro limpio y, en cualquier caso ¡el recipiente
del agua no tiene etiqueta! Las cerámicas duras, hechas en torno
de alfarero, bien cocidas y burdas, pueden frotarse con un cepi­
llo de uñas o de dientes. La cerámica hecha a mano, la cerámica
vidriada (por ejemplo, la Samia) * y la cerámica mal cocida, se
lavan con una brocha suave especial. La cerámica pintada, el estu­
co pintado, etc. no deben lavarse hasta no haber consultado al
director. Los bordes de los tiestos deben cepillarse lo mismo que
las paredes internas y externas. Se ahorrará mucho al marcar y
clasificar, si el material se pone a secar en forma ordenada. Todos
los bordes, las bases y los tiestos decorados deben ponerse en la
mitad superior, los tiestos sencillos en la parte inferior y los obje­
tos diversos como conchas, clavos, tejas, baldosas, etc., en pequeños
montones separados. Finalmente, cuando se ha terminado de lavar
el contenido de una batea, se pone la segunda etiqueta en la ban­
deja de secado. A no ser que la provisión de agua sea escasa, debe
• De la isla de Samos. [E.]
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 191
,cambiarse con frecuencia este líquido del recipiente. (La cerámica
que se lava en agua lodosa retiene una capa fina de lodo al secar­
se que puede obligar a un nuevo lavado. ) La batea de secado se
pone entonces al aire libre o bajo un cobertizo hasta que su con­
tenido esté seco, y se tiene cuidado de fijar bien su etiqueta.
Ha de animarse a los lavadores para que tomen interés en el
material que manejan y en su origen; su memoria sobre dónde
puede encontrarse una pieza en particular, cuando ésta se necesita
para una rápida inspección, ha demostrado ser valiosa.
Las bateas de material seco deben mostrarse a los supervisores
<le sitio para que puedan anotar su contenido en su libreta de
campo, de modo que puedan desechar en el futuro los materiales
que no son necesarios. La cerámica que no ha reaccionado bien
al simple lavado con agua, puede lavarse otra vez con teepoI ( un
detergente ) y agua, o, si es que está cubierta de calcio el cual se
desea quitar, se trata con una inmersión en solución diluida (al
10 o 20 % ) de ácido nítrico, a la que siguen bastantes enjuagato­
Tios en agua limpia. La cerámica que se trata con ácido debe man­
tenerse en observación: a veces sólo hacen falta 10 minutos, en
otros casos hay que esperar hasta que cese la efervescencia. Los
tiestos pintados sólo deben sumergirse en la solución, probando
previamente, en una de sus esquinas, si el color no es fugitivo.

CÓMO SE MARCA LA CERÁMICA

Ya están las bandejas dispuestas para la operación de marcar.


Corno regla general, se marcan todos los bordes, bases y tiestos
decorados. Debe consultarse a los supervisores de sitio por si éstos
quieren que se marquen todos los tiestos de un grupo determi­
nado. El objeto de marcar es adjudicar a cada tiesto o pieza su
origen en forma clara y legible, en lugar poco conspicuo, para que
pueda ser manejada sin riesgo una vez separada de su etiqueta.
Los bordes y los tiestos se marcan en el interior, las bases en la
parte inferior. Los tiestos cuyo color lo permite, se marcan con
tinta china, los negros o gris-oscuros pueden marcarse con tinta
blanca. Se emplean plumas de rotular y, cuando éstas se mantienen
limpias, frotándolas, lavándolas y secándolas bien después de uti­
lizadas, escribirán con claridad y durarán más. Las personas que
marquen deben tener en cuenta que los tiestos pueden hacer falta
para exhibirlos, por lo que será mejor marcarlos en lugares no muy
visibles. Algunas cerámicas, especialmente la Samia, pueden mar­
carse con facilidad en la línea de fractura. La clave que se va usar
192 ARQUEOLOGfA DE CAMPO :
s iempre será la que se ponga en las etiquetas. Como regla general
dicha clave consiste en una letra o abreviatura que indique el lugar
de las excavaciones; una letra o número que indique el sitio; el
área, cuadro o zanja a que pertenezcan; y el número y quizá la
orientación de 1a capa en que se encontraron . Por convención esta
última se inscribe en una línea circular. Ejemplo: vER/G M Ir
� lo cual significa : Verulamio,_ Sitio G, Area M II, Capa 14
Norte. Los materiales de "grupo'' -no necesitan identificación muy
precisa. Sin embargo, si el material ha sido registrado tridimensio­
nalmente (p. 85) y ha recibido un número de se�ie en la libreta
de campo (número que convencionalmente se inscribe en un
triángulo, por ejemplo: & ) , este 111'.1mero debe ser afiadido. La
cerámica porosa no recibe bien 1a tinta: la parte en la que se vaya a
poner la marca debe barnizarse primero, en seguida se pone la
marca sobre el barniz ya seco.

CLASIFICACIÓN Y PUESTA EN BOLSAS

El mezclar en una bolsa el contenido mixto de un cajón es perju•


dicial para el propio material y aumenta el trabajo de los expertos
que posteriormente lo manejarán. La cerámica bien lavada, si s e
mezcla con conchas de ostras, sale de la bolsa con una cubierta
de fragmentos de concha; los trozos grandes de tejas o tabiques
deterioran o rompen los tiestos finos; y la escoria de hierro y los
clavos, cuando se mezclan con la cerámica, son un perjuicio con­
tinuo.
Para cada tipo de material diferente a la cerámica deben hacerse
etiquetas nuevas, por duplicado, y estos materiales, junto con
sus etiquetas, han de ponerse w bolsas separadas que se dejan
para tratamiento posterior. Cuando se ha reducido el material a
un grupo de sólo cerámica, bien limpia y marcada, ya está dispuesto
para ser puesto en sus bolsas. Ha de consultarse al supervisor de
sitio para saber si hubiera que subdividir y poner en bolsas sepa­
radas algunas cerámicas o tipos especiales. Si así fuera, s� harán
más etiquetas.
Ahora se pone el grupo final de tiestos en una bolsa de papel
fuerte o, si aquél es bastante grande, en una bolsa dol;lc con
una de sus dos etiquetas. La otra etiqueta se amarra con un cor­
del de longitud conveniente. Las bolsas de cerámica deben nnne­
jarse como paquetes pequefíos y amarrarse firmemente a lo forgo
y a lo ancho, atando el cordel con un nudo sencillo de rizo o
lazada y no con un nudo múltiple. Los nudos son una amenaza
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 193
para cualquiera que tenga que abrir cientos de bolsas. Las vasijas
completas o una serie de tiestos que se pueden juntar para formar
parte de una vasija, pueden ponerse en bolsas o cajas separadas.
En esta fase las bolsas de cerámica ya están dispuestas para ser
almacenadas.

ALMACENAMIENTO DE CERÁMICA, ETC.

Las bolsas de cerámica se colocan en grupos provenientes de cada


sitio y de cada área o zanja de ese sitio. Y han de almacenarse en
tal forma que todas las bolsas de un área particular o de un nivel
determinado puedan sacarse con facilidad para ser inspeccionadas.
Las cajas de almacenamiento deben estar claramente rotuladas
con el nombre de la excavación, la letra o número del sitio, 1a
letra o número de la zanja o área y el tipo de objetos en ellas
guardados. Si se necesitara más de una caja para un área o zanja,
las cajas deben numerarse y mantenerse juntas. Luego se empa�n
firmemente, pero se llenan tan sólo hasta el nivel del borde para
que puedan ser provistas de tapas o tablillas o apiladas una encima
de otra para ahorrar espacio en el transporte. Por lo general, COI)•
viene almacenar todo el material voluminoso en el departamento
de cerámica, aunque incluya tiestos que han sido clasificados s�1,1-
radamente como "pequeños hallazgos". Las cajas empleadas pa�
material no cerámico deben marcarse claramente para cada. �itio
(así: ''huesos", "fragmentos de hierro", "arquitectura",. "muestms
de tierra, "carbón", "concha", etc. ) .

EMPAQUE
·,·
Al terminar la temporada de excavaciones posiblemente habrá que
empacar el material para llevárselo de allí. Si hay que enviarlo
por tierra o por mar, se debe procurar que las cajas queden bien
empacadas, cerradas con sus tapas o láminas y que en ellas vayan
adheridos buenos marbetes con la dirección. Las vasijas complet:Js
se rellenan con virutas de madera u otro material de empaque. . El
material de relleno en las cajas de embalaje ha de fijarse con cal­
zas de madera al interior, de modo que resulte todo tan c:ompac;to
que las vasijas no queden sueltas y se rompan en el viaje. El ase­
rrín no sirve para esto. Se pone una lista del contenido de cada
caja en su interior y un duplicado se envía por correo o se incluye
con las notas de la excavación.
19i ARQUEOLOC(A DE CAMPO:

RESTAURACIÓN DE LA CERÁMICA
Si se ha de restaurar la cerámica sobre el terreno, el departamento
de cerámica debe estar equipado con cajas con arena, plastilína y
frascos con solución de celulosa, acetato de amylo y acetona. Los
métodos empleados para ello han de demostrarse, que no descri­
birse.
ANOTACIÓN DE "LOS PEQUEÑOS HALLAZGOS"

Todos el material que haya sido tratado individualmente como


"pequeño hallazgo" será recibido por el anotador de pequeños ha­
llazgos (p. 166) , sea directamente del supervisor de sitio o· como
bolsas de material separado de las bateas de cerámica y trasladado
desde el cobertizo de cerámica. Sea que se vaya a limpiar y marcar
o no en el lugar, indefectiblemente se ha de registrar en el índice.
El material de "pequeños hallazgos" generalmente incluye la evi­
dencia más fácilmente fechable y, además, tiende a ser frágil y a
requerir más cuidados en su manejo y tratamiento.
El registro se divide en dos partes: a) la anotación de acceso�
b) 'las tarjetas-índice.
El sistema más conveniente de registro es llevar un pequeño
libro de entrada para cada Jugar ( esto es, para cada subdivisión
mayor de la excavación) . Se rayan las páginas en columnas para
anotar en ellas el número de acceso, el tipo de objeto, el origen,
quién lo encontró, fecha y cantidád de la prima pagada ( si es que
se da alguna, véase p. 180). A medida que se reciben los "hallaz­
gos" de un sitio, se les adjudica un número correlativo de entrada
que se marca con tinta roja en su bolsa y/ o en sus etiquetas. Se le
afiaden los detalles del caso, por ejemplo: C. 49.123, Prendeder�
de Bronce, M II é3) Tierra negra, John Sm,ith, 1.8.49, 6 peniques.
Se prepara ahoraÍa tarjeta-índice, por duplicado, para clasificar­
la por un lado, por categoría, y por otro, por lugar. En la primera,
tJ tarjeta del "objeto", se indica el tipo de éste en la parte de arri­
ba; el núinero de acceso se anota con tinta roja en la esquina su­
perior derecha; luego siguen el origen y otros detalles útiles; final­
mente. se añaden un croquis o una foto pequeña ( si es necesario
en el dorso de la tarjeta ) de tal manera que el objeto pueda iden•
tificarse si se llegara a despreñder su eiqueta. La segunda tarjeta
o sea la del "sitio" es un duplicado· de la primera, salvo que el
origen del objeto es lo que primero se escribe en la parte de arriba
y el tipo de objeto va abajo. Se preparan dos ficheros para · con�
tener las tarjetas: uno para el "lndice de Objetos'' y otra para el
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 195
"tndice de Sitios". Las tarjetas de objetos se ponen en el 1ndice
de Objetos, clasificadas con tarjetas-guía para cada tipo de objeto.
Los objetos hechos del mismo material se ponen juntos (por ejem­
plo, Bronce, Brazaletes de bronce, Prendederos de bronce ) . Las
tarjetas-guía se arreglan por orden alfabético. En el 1ndice de Si­
tios se hacen tarjetas-guía para cada área o zanja (por ejemplo,
VER/G M 11 ) y tras cada una de éstas se ponen las tarjetas de
esa área, de acuerdo con los estratos o capas sucesivos. Los grupos
de tarjetas de cada sitio deben clasificarse separadamente de ma­
nera que, por ejemplo, todas las monedas del sitio A puedan en­
contrarse con facilidad y no estar mezcladas con las del sitio B. En
las excavaciones donde se ha de dejar el material, o en las que
haya que dejar un registro de los hallazgos a la autoridad local,
no es suficiente un solo índice de tarjetas. Deben hacerse enton­
ces los arreglos de manera que se pueda formar un catálogo dupli­
cado. Si esto es lo que ocurre, cuando se tiene la ayuda de la
fotografía en el lugar, puede hacerse una del objeto y, por lo tan­
to, tantas copias de ella como sean necesarias. Estas fotografías
pueden pegarse a las tarjetas-índice y al catálogo en sus lugares
apropiados.
A veces, en este sistema, las formas-tipo de la cerámica se dibu­
jan y, además, se tratan rutinariamente como si fueran "pequeños
hallazgos".

REGISTRO DE MONEDAS

Las monedas deben identificarse y registrarse totalmente en am­


bos índices, el de "objetos" y el de "sitios", en razón de su impor­
tancia como indicadores de fecha. Además de su registro del ori­
gen, las tarjetas deben llevar la información que sigue:
l. La leyenda y el tipo del anverso. Los espacios de la leyenda
se indican por una diagonal /; las letras ilegibles se encierran en­
tre paréntesis cuadrados [ ].
2. La leyenda y el tipo del reverso.
3. La marca de acuñación, si existe.
4. El estado de la moneda, si está recién acuñada, en buena
condición, gastada, corroída o ilegible.
5. Si no se tienen obras de consulta, hay que añadir la fecha
del reinado del monarca. Si se cuenta con libros de consulta,
debe buscarse la moneda en ellos y añadir su denominación
(por ejemplo, sestercio, antoniniano, etc. ) y una fecha más
precisa.
196 ARQUEOLOG1A DE CAMPO�
Para referencias de monedas romanas hasta 300 d. c. puede re­
currirse, en la actualidad, al libro de Mattingly y Sydenham: Im­
perial Roman Coinage. Para monedas posteriores, al de Cohen:
Monnaies frappées sous l'empire romain. Una tarjeta-tipo debe
decir lo siguiente:

DUPONDIO de DOMICIANO VER/G 49 123


M 11 @ Tierra Negra _& NE S 4'1"-2'1"-6"
Anv IMP CAES DOMIT AUG GERM COS XII [CENS PER
PPJ
Cabeza L.
Rev. MONETA/ AUG [USTI] S C Moneta stg. 1 ., Ueva ba­
lanza y cornucopia
Gastada
M. & S. 383 d. c. 86

HUESOS Y SUELOS

En algún lugar de este libro y justamente mejor que en ningún


otro, hemos de hacer un ruego para que se recojan con mayor
espíritu científico los materiales zoológicos y botánicos, mayor aún
del que nuestros mejores excavadores han tenido hasta ahora. Por
ejemplo, bien es cierto que los huesos de animales han sido por
mucho tiempo motivo de secciones especiales en los informes ar­
queológicos, pero pocos, muy pocos, de estos informes nos d<!n
los detalles analíticos que, en nuestro estado actual del conoci­
miento, se requieren con urgencia. Lo que sucede por lo regular
es lo siguiente: se envían unos cuantos paquetes de huesos selec­
cionados a algún biólogo complaciente, quien a continuación re­
porta la presencia de Bos longifrons, Ovis aries Studeri, Equus
agilis y Canis familiaris lacustris por lo cual recibe un señalado
tributo en la publicación. Hay que hacer notar desde ahora qne
este tipo de información en la actualidad no nos lleva casi a nin­
guna parte.
Los restos óseos son documentos como lo son los tiestos y
exi_gen la misma escrupulosa atención tanto en el lugar, como
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 197
en el cobertizo de los pequeños hallazgos y en el laboratorio. Con­
sideremos la información que de ellos puede obtenerse. Si apa­
recen en cantidad suficiente ( como sucede con frecuencia) pueden
damos, de fase a fase, no únicamente una lista de la fauna, cate­
goría por categoría, sino también -lo que es más importante­
un indicio de la función económica de esa fauna. ¿Hasta qué
punto esos huesos nos hablan de la alimentación? ¿Hasta qué gra­
do nos indican ovejas u otro tipo de ganado sacrificado joven,
antes del invierno? Alternativamente ¿qué proporción de las ove­
jas o de otras reses representadas son lo bastante viejas para señalar
una alimentación invernal organizada? ¿Acaso se mantenía a las
ovejas más tiempo que a las reses mayores, revelando con ello una
importancia preponderante de la lana? ¿Se comía a los caballos?
¿los montaban? ¿los arrendaban? (El tamaño y la edad son, para
esto, factores diagnósticos.) ¿Se tenían cerdos en número suficiente
como para implicar la explotación apreciable de bosques margina­
les? ¿Varió la proporción de una categoría de ganado respecto
a otra, en el curso de la ocupación del lugar. :l!:stas son algunas
de las preguntas sobre las que el excavador y el biólogo deben
conferenciar después del examen de todos los huesos significativos
de un lugar en su contexto estratigráfico. ¿Con qué frecuencia se
hace esta investigación? Desde luego, el análisis cuantitativo de
los huesos de animales lleva en él un elemento de irrealidad, ya
que un solo esqueleto a menudo se multiplica arbitrariamente
en sus fragmentos. Pero la misma objección se aplica al análisis
cuantitativo de la cerámica. No obstante, cuando se hace con
sentido común, la cuenta de los huesos, como la de los tiestos,
puede, bajo condiciones normalmente favorables, llegar a damos
estadísticas utilizables, cosa que debe intentarse.
Lo mismo sucede con la recolección de muestras de suelos. La
capacidad preservativa de los suelos húmedos es en verdad asom­
brosa.
Semillas, hojas, plantas y élitros de insectos pueden recuperarse
en condiciones que hacen sencilla su identificación.
En Stanwick, en 1951, encontramos en el fondo de un foso
perforado en la roca, del siglo I de nuestra Era, en una capa de
arcilla húmeda, restos de un charco que allí quedó desde los pri­
meros días de la obra. Entre otros restos orgánicos exhumados
bahía un bejín que el Museo Británico (Historia Natural) no
tuvo dificultad en reconocer y clasificar de inmediato, después de
diecinueve siglos bajo tierra.
Consideramos bastante oportuno añadir aquí otro toque de
198 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
atención : algunas semillas pueden ser menos durables que otras
y, aunque la evidencia positiva de una vegetación es bastante sa­
tisfactoria, la prueba negativa puede exigir análisis y consultas más
intensas.2
Finalmente y ya que estamos tratando el asunto de semillas
de plantas, hemos de añadir que un impresionante número de
identificaciones de cereales ha sido posible gracias a las impresio­
nes de los granos en la cerámica hecha a mano. Tiestos de muy
poco valor intrínseco han llegado, en esta fom1a, a tener una im­
portancia accidental que justifica y por cierto obliga a un examen
cuidadoso, desde el momento de su descubrimiento, de cada pe­
queño fragmento, aunque para otros propósitos sea inútil.

PLAN PARA CLIMAS SECOS

Donde la lluvia no es un factor notable y se puede trabajar por


semanas seguidas, al aire libre, la tarea del asistente de cerámica
puede simplificarse mediante el empleo de una cuadrícula afuera
del cobertizo respectivo.
Se nivela y limpia un área de tamaño razonable en la inme­
diata vecindad del cobertizo, y en ella se traza una cuadrícula de
x metros ( digamos unos 20 ) de lado, que se marca con líneas
claras hechas con piedras. Dentro del cuadro se hacen líneas
divisivas, marcadas con piedras más pequeñas a cada metro. Estas
subdivisiones se marcan con unas tablillas que se clavan a lo
largo de los límites del cuadro mayor y que llevan, en una direc­
ción las denominaciones de los distintos sitios excavados ( nú­
mero del cuadro o de la trinchera ) y en la otra dirección el número
de las sucesivas capas ( l, 2, 3, etc. ) . Así, cada cuadro subsidiario
se identifica con un dato horizontal y otro vertical de la excava­
ción. En la ilustración (Lám. XVII ) , tomada de las excavacio­
nes de 1945 en Arikamedu, la línea de señales que se ven en
primer término representa los sitios ( Ar, A2, A3, etc. ) y el lado
que se ve alejarse de la cámara representa las capas o estratos.
La cuadrícula se usa en la forma siguiente: a medida que los
cargadores de canastas van trayendo éstas con cerámica y sus eti­
quetas de la excavación a lo largo del día, los asistentes de cerámica
ponen cuidadosamente el contenido, con sus dos etiquetas, en el
cuadro apropiado. En la ilustración se le ve en el momento de
2 Para una e:o1;celente descripción de las aplicaciones del análisis de polen,
véase J. G. D. Clark: The Mesolithic Settlement of Northern Europe (Cam•
bridge, 1936), pp. 31 ss.
EL DEPARTAMENTO DE CERAMICA 199
vaciar una canasta .que representa el estrato 8 del sitio A4. Esta
tarea jamás ha de transferirse; debemos recordar que a esta altura
los tiestos individuales no están marcados aún, y que si no se po­
nen con cuidado, un tiesto puede ir a dar a una posición estrati­
gráfica incorrecta. Una vez vaciada la canasta, ya sin etiquetas, se
devuelve a la excavación para que vuelva a ser empleada.
El próximo paso es inspeccionar los tiestos así amontonados y
pasar a los que lavan todo aquello que no requiere tratamiento
especial. En la fotografía se ve a los lavadores acuclillados bajo
la sombra de un baniano en la parte del fondo. Sólo el conteni.do
de un cuadro se lava cada vez, sea por un solo lavador a por un
grupo de ellos; de otra manera, la mezcla es inevitable. Chanclo
se han secado los tiestos, se llevan, grupo por grupo, a la mesa
donde vuelven a ser examinados por el asistente de cerámica (y
lo más a menudo que se pueda por el director): alJí se marcan
cuidadosamente, tiesto por tiesto, por el encargado especial de este
trabajo y bajo la dirección inmediata del asistente de cerámica,
de acuerdo con las dos etiquetas que, naturalmente, los acompa­
ñan. Por fin, los tiestos ya marcados se embolsan, también grupo
por grupo, con una etiqueta amarrada a la bolsa y otra adentro, de
acuerdo con el procedimiento que ya hemos descrito.
XIV
EL LABORA TORIO DE CAMPO
Ton.&. EXCAVACIÓN en la que se espera se obtendrán materiales fria­
bles o perecederos, debe contar con un químico arqueólogo. En
la mayor parte del mundo, esto significa que como parte integral
del equipo ·ha de incluirse un pequeño laboratorio de campo. Ya
afirmamos con anterioridad (p. 172 ) que las funciones primor­
djales del químico de campo son ayudar en la exhumación de ob­
jetos frágiles y en el transporte subsecuente; detener la deterio­
raci6n o distorsión de los objetos al ser expuestos al aire; limpiar
objetos, sobre todo monedas, que deben identificarse a medida que
procede la excavación. Debe también, como una guía para el tra­
tamiento posterior, llevar un cuaderno de notas con todos los pri­
meros auxilios que ha prestado, objeto por objeto.
El químico no necesita un local muy especial, pero lo que sí
precisa es gran cantidad de agua d_esalinizada. En regiones desér­
ticas o semidesérticas, esto no es fácil. Se recomienda para probar
la salinidad una solución de nitrato de plata. La solución se pre­
para disolviendo 5 gr. de cristales de nitrato de plata en 500 c. c.
de agua destilada, seguidos de l O c. c. de ácido nítrico fuerte. La
reacción se hace de la siguiente manera: Se llenan hasta la mitad
dos tubos de ensayo limpios y del mismo tamaño, uno con agua
pura ( de las reservas de la expedición ) y el otro con el agua local.
Se añaden diez gotas de la solución de nitrato de plata a cada
uno de los tubos y se agitan bien. Aparece entonces un precipi­
tado blanco o lechoso, que varía con la cantidad de cloruros
( éstos están invariablemente presentes con las demás sales ) del
agua. El precipitado producido en el agua pura es relativamente
ligero.
La misma prueba puede hacerse con el _agua en la que se hayan
lavado objetos impregnados de sal, tales como la cerámica; el
lavado debe entonces continuarse hasta que las lavazas no den
mayor reacción que el agua pura.
El agua destilada es también esencial, junto con las siguientes
sustancias químicas, etc.1
1 La Srta. Ione Gedye, quien está a cargo del laboratorio del Instituto de
Arqueología de la Universidad de Londres fue quien, graciosamente, preparó
esta lista, y el Dr. H. J. Plenderleith tuvo la amabilidad de leer el capítulo.
-[ 200 ]-
EL LABORATORIO DE CAMPO 201

Acido nítrico ( o clorhídrico, si no se puede obtener nítrico) .


Acetona.
Acetato de amilo.
Nitrato de plata.
Acido cítrico.
Acido sulfúrico.
Acido acético.
Amoníaco.
Sosa cáustica.
Trozos de celuloide.
Laca.
Bedacryl 122 x.
Toluol.
Teepol o detergente semejante.
'Sesquicarbonato de sodio.
Acetato de polivinilo.
Espíritu metilado o alcohol.
Yeso de París.
'Zinc granulado.
Trozos de grafito.
Alambre de cobre.
Varillas de cobre y latón.
Baterías o transformador.
Tanque de vidrio o porcelana.
Platillos y vasos ( con pico) de vidrio o porcelana.
· Cacerolas.
Probetas.
Tubos de ensayo.
"Botellas de vidrio.
Cucharas.
Navajas.
Cepillos de alambre ( de acero y de latón) .
Cepillos de uñas.
Cepillos de dientes.
Drochas de pintor ( de 1 y 2 pulgadas) .
Papel de esmeril.
Daño de arena.
Lana de alambre.
Jabón.
Cera (para proteger etiquetas) .
.Etiquetas chicas..
Material de refuerzo (harpillera, varillas de hierro, alambre)
202 ARQliEOLOGfA DE CAMPO:
Parafina.
Alguna fuente de calor.
Papel de lija.
No me propongo presentar aquí un manual para curación de
materiales: existen buenas obras para este fin.2 Pero para dar al­
gunas indicaciones de lo que se espera de este pequeño labora­
torio, incluiré algunas notas de las operaciones más típicas.

l. Obietos metálicos. Especialmente los trabajos en hierro de­


ben preservarse lo suficiente para que puedan viajar sin más dete­
rioro. Los objetos de este metal pueden salvarse temporalmente
cubriéndolos con escayola, un proceso que a veces conviene reali­
zarlo antes de levantar el objeto del lugar en que se encontró.
Después de haber sido tratados así deben sujetarse cuidadosa pero
firmemente, a hojas de madera, mediante un vendaje con tiras
de lienzo. ( Antes del tratamiento, sin embargo, han de ser dibu­
jados a escala por el dibujante de la expedición, si es posible sobre
una plaza de vidrio : véase p. 1 75). El tratamiento que siga de­
pende de las circunstancias, pero por lo regular debe posponerse
hasta que se tenga un laboratorio perfectamente equipado. La
parafina ( con un punto de fusión alto) se ha empleado con fre­
cuencia en vez de la escayola como cubierta temporal para los me-­
tales y otros objetos frágiles, pero sólo en casos de urgencia. Debe
tenerse mucho cuidado de que la parafina derretida no penetre
en los objetos : no es fácil removerla completamente en las opera­
ciones posteriores y, si quedan sales encerradas, se acelera la des­
integración en vez de retardarse.
2. Monedas. Si siguen ilegibles después de haberlas secado y ce­
pillado deben tratarse inmediatamente. La naturaleza del trata­
miento depende del metal y de su estado, y el químico de campo
debe estar perfectamente entrenado y tener bastante experiencia
en este trabajo, si es que se quiere ayudar más bien que causar
perjuicios. Sobre todo, desde el primer momento debe investigar
si queda un núcleo suficiente del metal original: de no ser así, al
quitar las impurezas se destruirá la moneda. (La presencia de un
núcleo de metal en un objeto de hierro corroído puede descu­
brirse, por lo general, por la fuerte atracción que en él ejerce un
imán.) En la mayor parte de los casos, cuando queda aún bas-
2 Por ejemplo, H. J. Plcnderleith: The Preserwztion of Antiquities (Lon­
dres, 1934 ) ; también hay un trabajo en Ancient India, N9 1 (Delhi, 1946),
pp. 77-82.
EL LABORATORIO DE CAMPO 203
tante núcleo, el método electrolítico es el más seguro para el
metal, pero no siempre es practicable. Consiste en la suspensión
del objeto (moneda, etc.) de un alambre de cobre unido al polo
negativo de una batería, y en su inmersión en una solución al
21/2 % de sosa cáustica, contenida en un vaso de vidrio en el que
se sumerge también un trozo de grafito conectado con un alam­
bre al polo positivo de la batería. La corriente eléctrica pasa a
través del objeto y de la solución y remueve las impurezas del me­
tal. La dificultad estriba en que la batería necesita ser recargada
después de 24 a 48 horas de servicio, y no siempre es posible man­
tener el servicio necesario de baterías. Después del tratamiento,
los objetos se limpian bien con agua destilada y se recubren con
bedacryl o acetato de polivinilo o alguna cubierta protectora de
material equivalente; el barniz de baquelita puede servir si no se
cuenta con algo mejor. El oro, naturalmente, no necesita trata­
miento químico, a no ser que esté estropeado con manchas o in­
crustaciones rebeldes, que pueden ser quitadas con inmersión en
ácido clorhídrico fuerte o hirviéndolo en una solución de deter­
gente.
Si se considera arriesgado el método electrolítico, el cobre o sus
aleaciones pueden limpiarse con una mezcla de 1 parte de ácido
tartárico, 1 parte de sosa cáustica y 10 partes de agua. Debe man­
tenerse el objeto en la solución hasta que todas las partes verdes
hayan desaparecido dejando aparente el núcleo de color rojo-híga­
do. Entones se lavan concienzudamente con agua para, por úl­
timo, cubrirlas con una capa de bedacryl o acetato de polivinilo.
Otro tratamiento es: i) ácido cítrico, y un baño químico en ácido
sulfúrico al 50 % para quitar todo el óxido rojo; ii) neutralizar con
amoníaco o cualquier álcali después del tratamiento ácido; iii)
lavar en agua destilada; iv) hacer la prueba del nitrato de plata
con la última lavaza ( ver más arriba); v) secar con alcohol; y
vi) cubrir con bedacryl o acetato de polivinilo. Las monedas de
cobre completamente oxidadas deben, desde el principio, dejarse
en una solución al 10 % de metafosfato de sodio hasta que queden
libres de la materia calcárea. A veces esto es suficiente para que
la inscripción aparezca; si no aparece, deben tratarse con la mez­
cla de tartrato anteriormente mencionada, diluida a la mitad de
su fuerza.
Las monedas y otros objetos de plata, cuando el metal está re­
bajado con cobre (lo que no es raro en la acufíación romana tar­
día) , deben limpiarse con ácido sulfúrico, al 3 % hasta que que­
den limpias de las manchas rojas de óxido de cobre. Después, las
204 ARQUEOLOGlA DE CAMPO:
m9nedas se cepillan y se lavan bien. Cuando la plata pura está
corroída superficialmente, se limpia con una inmersión en amo­
níaco diluido o en ácido fórmico, también diluido. Igualmente
puede envolverse en hoja de zinc y suspenderse por un par de ho­
ras en agua acidulada con algunas gotas de ácido acético.
Cualquiera que sea el método que se adopte, el director debe
asegurarse de que en 11i11gú11 momento del proceso el ob¡eto se ha
separado de su etiqueta de origen (la que debe encerarse para
evitar que se borre ). El químico debe saber bastante arqueología
para comprender plenamente la importancia de la etiqueta. Hay
que tener cuidado de que no emprenda demasiados trabajos al
mismo tiempo : un laboratorio amontonado, inevitablemente Ileva
a la confusión de las evidencias, sobre todo en el caso de monedas
u otros objetos pequeños. Cuando se sumerja una moneda para
limpiar\a, la etiqueta debe sujetarse bien al alambre de la que
está suspendida.
3. Tablillas o sellos de arcilla sin cocer. Mencionemos como
ejemplos los que se encuentran en Mesopotamia o en los sitios
hindúes; estos objetos deben cocerse cuidadosamente para mane­
jarlos y para conservarlos. Es su trabajo que debe estar dentro
de los conocimientos de cualquier excavador con experiencia, pero
teniendo los servicios de un químico, es preferible que él se en­
cargue de esta operación. El método está ampliamente descrito
e ilustrado por P. Delougaz en "The Treatment of Clay Tablets
in the Field", Studies in Ancient Oriental Civilization, NI? 7
(Chicago, 1933) y no es necesario repetirlo aquí. De todos mo­
dos, hemos de añadir que la exposición del ornamento o de la
inscripción se posterga hasta después del cocimiento y, de acuerdo
con la práctica moderna, el mejor modo de hacerlo es mediante
el chorro de arena.
4. Ob¡etos de madera. Cuando se han sacado recientemente
de un suelo húmedo, están sujetos a abrirse, combarse o destruirse
totalmente al dejarlos secarse. La tarea en el campo es mantener
su humedad, metiéndolos, por ejemplo, en una gruesa capa de
aserrín, musgo o papel periódico mojados. A veces es factible de­
jar secarse la madera lentamente, reemplazando la humedad con
glicerina, la que se mantiene mediante una fina capa de acetato
de polivinilo al 10 %, o de laca en alcohol. La madera de lugares
salinos debe lavarse en agua desalinizada o tratarse con aplicacio­
nes de pulpa de papel líquida para extraer la sal.
Un tratamiento equivalente es el que se emplea con la pizarra
y el cuero.
EL LABORATORIO DE CAMPO 205

El principio fundamental debe ser el de mantener húmedos los


objetos hasta que se puedan mane_jar en un laboratorio bien equi­
pado, y evitar la impregnación con cera u otro material que haga
difícil su conservación posterior { véase p. 202) .
5. Huesos. Deben limpiarse cepillándolos cuidadosa y suave­
mente y luego "pintarse" o rClciarse, antes de ser sacados, con ace­
tato de polivinilo diluido con tolueno, o espíritu metilado o laca
diluida con espíritu metilado o alcohol. Si los huesos pueden sa­
carse, pero siguen en condición frágil, pueden sumergirse durante
3 a 4 días en un tanque qne contenga bedacryl o acetato de poli­
vinilo convenientemente diluidos con toluol, dejando una cámara
de aire bajo la tapa. Luego se colocan sobre una rejilla de alam­
bre: de otra manera quedan susceptibles de pegarse a cualquiet
cosa con que hagan contacto.
XV
LA FOTOGRAF1A 1
LA MAYOR dificultad que tiene el fotógrafo de arqueología es la
de hacer que su cámara diga la verdad. Esta cualidad depende
tanto de un interés apropiado cuanto de la experiencia acumulada
y no poco del tiempo y de la habilidad del fotógrafo -así en el
campo como en el estudio- dedicados a lograr lo más significa­
tivo que se pueda de lo menos que exista. La preparación del
sujeto, la selección de la lúz, del ángulo y del lente, el uso o no
de filtros, el empleo de papeles para impresión "duros", "suaves"
o "medianos", la impresión diferencial de las distintas partes de
un mismo negativo: todos son asuntos que amplían el campo
de acción del fotógrafo más allá de los límites de la mera habili­
dad técnica. Y todos ellos, le conciernen al director en la misma
medida que al propio fotógrafo.
No vamos a interpolar aquí un manual de fotografía y damos
por sentado que tanto la eficiencia técnica como un buen equipo
se encuentran a las órdenes del director: no son difíciles de en­
contrar. Por otro lado, su empleo eficaz es tan raro que no duda­
mos en clasificarlo como una de las grandes cualidades; como quie­
ra que sea, algunas notas al respecto no quedarán fuera de lugar.
No hay habilidad mecánica capaz de sustituir una cuidadosa
preparación del sujeto. Es esencial que los ángulos que forman
los planos divergentes de un corte sean limpios y bien definidos
-requisito que se logra sabiendo emplear la cuchara de albañil, el
cuchillo o cualquier otro instrumento parecido-, si se espera que
dicho corte nos diga su historia con el mínimo de confusión. Más
aún, una trinchera impecable es más que agradable a la vista,
aunque sea sólo porque da a quien la ve una confianza justificada
en el orden y precisión del trabajo. Hasta los bordes de una zan­
ja deben estar bien perfilados y el césped recortado y barrido : una
yerba enhiesta en el primer plano de una fotografía puede pasar
desapercibida al ojo, pero puede descollar imprudentemente ante
el lente. Los estratos, que en la realidad quizás son fáciles de ver,
puede ser que en una fotografía en blanco y negro se fusionen
en una sola masa, por lo que en ocasiones hay que recurrir a una ro­
ciada con agua o a un alisamiento adicional e, inclusive, a una
1 El Sr. M. B. Cookson fue lo bastante bondadoso al revisar los detalles
técnicos de este capítulo.
-[ 206 ]-
LA FOTOGRAFfA 207
tosquedad buscada; si bien estos recursos sólo deben emplearse
donde otros métodos (por ejemplo, el empleo de un filtro) no son
suficientes. Un ejemplo es el ilustrado en la Lám. XVIII. A ve­
ces, sobre todo en el clima seco de Oriente, hay que remojar
todo un corte para obtener su textura o su color. De una forma
u otra hemos de compensar la ausencia de fotografías en color
hasta que la época venga en que la fotografía en colores se con­
vierta en un medio de rutina.
Luego hay que considerar la selección de la luz. Para la ma­
yor parte de los sujetos arqueológicos al aire libre, hay un mo­
mento óptimo durante el día; y aun el día mismo pueda ser que
se tenga que escoger cuidadosamente por motivos del sol, la som­
bra o la media luz. En Oriente, donde el sol fuerte oblitera
generalmente los detalles del sujeto, 1a mayor parte de mis fotogra­
fías fueron hechas en los efímeros momentos entre la primera luz
�' h franca salida del sol. El margen de tiempo en estos casos es
cuestión de minutos, y todo ha de prepararse de antemano. En
circunstancias especiales, puede emplearse la luz reflejada del sol;
así fotografié las esculturas de las cuevas de Elefanta, cerca de
Bombay, mediante luz solar reflejada en los rincones oscuros por
una serie de grandes espejos. Sea cual fuere el problema en lo
especial, hemos de dejar asentado como regla general que la pre­
paración del sujeto lleva horas, a veces días, antes de la breve
sesión con la cámara. Innumerables mamarrachos y fotografías
que no nos dicen nada en informes de excavación (Lám. XXI
prueban que la preparación laboriosa no es innecesaria.
Cada fotografía arqueológica debe incluir una escala, sea en
forma de una regla graduada o de un estadal o de una figura hu­
mana. (Los esqueletos de adultos normales dan su propia escala
con la misma minuciosidad como debe esperarse de una fotogra­
fía . ) La escala debe colocarse, por lo general, paralela al plano de
la placa o película; si hay que inclinar 2 la cámara, la escala debe
ser movida a manera de lograr aquel paralelismo, de otra manera
las divisiones aparecen en perspectiva y con distintas longitudes.
Con escasas excepciones, la escala se coloca precisamente paralela
a uno de los lados de la fotografía, debiendo tenerse mucho cui­
dado con este detalle. No hay nada que se vea peor que haber
dejado, por inadvertencia, una escala fuera de su horizontal o de
2 Hay que hacer notar que, aunque la cámara esté muy inclinada, debe ni•
velarse horizontalmente, si es que hay algún horizonte visible, y esta nivelación
de la cámara con un nivel de burbuja ha de ser uno de los primeros pasos del
fotógrafo.
208 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
su vertical. Por cierto, este instrumento debe estar limpio y sin
despintar; es preferible reservar una escala graduada sólo para las
fotografías.
Hay que tener cuidado también de que la escala quede en el
mismo plano de la parte más importante del sujeto. Es sorpren•
dente ver con qué frecuencia se pasa por alto esta precaución tan
obvia; por ejemplo, a menudo se coloca la escala más cerca de la
cámara que el pequeño objeto con el que se supone asociada. Por
otro lado, la escala no debe monopolizar la atención del expecta·
dor. Una escala que se coloca en el centro es, por ello, general­
mente mala.
Cuando la escala es un ser humano, lo que es deseable en obje­
tos de gran tamaño, el individuo así honrado debe recordar que
él es un mero accesorio, exactamente tantos decímetros de huesos
y carne. Mientras escribo tengo ante mí un informe monumental
sobre una excavación en Palestina, en la cual una ilustración en
colotipia dice representar un edificio en proceso de excavación,
y muestra en el centro a la imagen del director, mirando a la
cámara con un aire de presuntuosa satisfacción, sombrero en mano
para que ninguno de sus interesantes rasgos se escapen a sus admi­
radores. Otro mal empleo de la escala humana, quizás más ri­
dículo, proviene de más hacia el Este y es el ilustrado en la Lámi­
na XX B, en donde el pecador nuevamente es el mismo director.
Existen dos axiomas para el empleo de la escala humana: 1) que
la figura no ocupe una parte desproporcionada de la fotografía ( si
así fuere, debe sustituirse por una escala lineal) y 2 ) que la figura
no mire a la cámara, sino que aparezca de la forma más imper•
sonal posible. A veces la figura humana puede ser algo más que
una pasiva escala. Por ejemplo, en Wroxeter, al Sr. J. P. Bushe­
Fox le era muy difícil señalar la posición de un cañón de chime­
nea en un fragmento poco llamativo de pared, pero lo consiguió
poniendo en su cuadro a un peón que aparecía echando un cubo
de agua en la parte superior del escape, agua que, al salir por la
parte inferior, indicaba la continuidad del cañón a través del espe­
sor del muro.8
Con películas o placas pancromáticas, por lo general no es ne­
cesario un filtro de color. Para acentuar los rojos y los negros,
sin embargo, y eliminar los verdes y los amarillos, puede usarse
un filtro verde con dichos materiales; por otra parte, un filtro
amarillo produce valores tonales que se aproximan más a aquellos
a Wroxeter Report 1914 (Soc. Ant. Lond. Research Report) , Lám. X,.
Fig. l.
LA FOTOGRAF1A 209

que percibe el ojo humano. El filtro rojo adarará todos lo� rojos
y amarillos, oscureciendo todos los verdes y azules (por e1emplo­
en el cielo acentuará las nubes), y separará el rojo del negro. Las·
variantes de exposición para las películas pancromáticas son las
siguientes :
Con filtro verde, una exposición seis veces la normal.
Con filtro amarillo, una exposición dos veces la normal.
Con filtro rojo, una exposición cuatro veces la normal.
Las placas ortocromáticas o sensibles al amarillo no se emplean
con filtro rojo. El filtro amarillo con estas placas adarará el ama­
rillo hasta el naranja claro y oscurecerá todos los azules. Las dife­
rentes exposiciones son las siguientes :
Con filtro verde, una exposición nueve veces la normal.
Con filtro amarillo, una exposición cinco veces la normal..
Otros asuntos de importancia son la distancia focal del lente - y
la regulación de su abertura o diafragma. Estos factores están
relacionados uno con otro y con el tamaño de la cámara. Se pue�
den obtener muy buenos resultados con cámaras muy pequeñas,
y en expediciones a lugares muy distantes puede hacerse necesario
su empleo único. Pero no tengo empacho en recomendar la cá­
mara de placa grande ( 6½ X 8½ pulgadas) siempre que sea
posible. La razón más importante para esta elección ha sido con­
cisamente expresada hace poco por la Srta. Alison Frantz, en la
siguiente forma :
Los lentes se describen e identifican por sus distancias focales.
La distancia focal, que es invariable para cada lente, es aproximada­
mente la distancia entre el lente y la imagen en la película cuando
el lente está enfocado a un punto distante. Por lo tanto, deben
emplearse lentes de diferentes distancias focales, dentro de límites
razonables, con cámaras de distintos tamaños. Sin embargo, para
uso general, un lente de distancia focal igual o un poco mayor que
la diagonal del cuadro de la fotografía, es lo que se acostumbra.
Consecuentemente, cuanto mayor sea la cámara, mayor será la dis­
tancia focal de su lente normal. Las imágenes proyectadas, a una
distancia dada del objeto, en la película por lentes de la misma dis­
tancia focal, tendrán el mismo tamaño, independientemente del
tamaño de la cámara; y aumenta el tamaño de la imagen con la
distancia focal. Por ello, una cámara más grande tomará un campo
mayor que una cámara chica equipada con el mismo lente.4
• Archaeology (Arch. Inst. of Ainerica ) Dic., 1950, p. 205.
210 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
Los lentes con distan�ia focal pequeña y gran ángulo de visión
proporcional son necesarios a veces, sobre todo a distancias cortas
en lugares reducidos. Pero estos lentes exceden la capacidacl- del
ojo humano y reducen el énfasis visual normal del objeto, o sea
que lo aplanan; de ahí un efecto de distorsión y por lo tanto de
falsedad. La regla de oro es emplear una longitud focal tan grande
(esto es, un ángulo visual tan estrecho) como lo permita el sujeto.
Y ya que, como quedó explicado antes, una placa grande facilita
este procedimiento al aportar un campo mayor y más inclusivo,
con su lente dado, una cámara grande es preferible a una chica.
En la práctica, cada cámara para arqueología requiere tres len­
tes cambiables: un lente de foco largo ( ángulo pequeño) , un lente
de foco medio y un lente de foco corto (gran angular) . Para usos
normales serán algo así corno un lente de 1 2 pulgadas, otro de
9 y otro de 6, respectivamente. A éstos puede añadirse un tele­
objetivo, a veces de gran utilidad, aunque no siempre.
El empleo de una cámara grande con lente de foco grande, sin
embargo, requiere una buena comprensión del empleo del dia­
fragma; quiere decir la regulación de la abertura delante del lente.
La. profundidad del campo, o dicho de otra forma, la distancia
entre el punto más cercano y el más lejano dentro de foco, dismi­
nuye según la distancia focal del lente aumenta. Por otro lado, la
profundidad del campo focal aumenta según la abertura del dia­
fragma ( o pantalla que cierra el lente) disminuye. En un sujeto
de profundidad apreciable, por lo_ tanto, un factor ha de enfren­
tarse con el otro. Un lente largo o algo largo, preferible para
asegurar una perspectiva sin distorsiones, debe recibir una mayor
profundidad de foco, reduciendo el tamaño de su abertura; esto
es, "cerrando" el diafragma. Por lo general, el diafragma mayor
i
es de 6.3 el menor de 64, siendo la serie más empleada 6.3, 8,
11, 16, 22, 32, 45 y 64. Para sujetos de profundidad mediana, una
abertura entre los dos extremos -por ejemplo f. 32- es general­
mente adecuada. Debe recordarse que, según se disminuye la aber­
tura, aumenta la duración de la exposición, ya que penetra menos
luz: la razón del incremento es de x2 por cada abertura menor
del diafragma. Así, si f. 22 requiere una exposición de medio mi­
nuto, f. 32 debe tener una exposición de un minuto.
Digamos algo más respecto al diafragma: cuando se reduce
apreciablemente la abertura, el lente debe enfocarse sobre el pri­
mer plano -digamos, 1 5 pies de distancia a la cámara, por tér­
mino medio- y no sobre la distancia media o fondo de la foto­
grafía.
LA FOTOGRAFfA 211
Al hacer el disparo debe tenerse cuidado de evitar el halo. Aun­
que las películas modernas tienen tratamientos especiales para
reducir esto, no por ello se ha� reducido las dificultades. El cielo
a través de los árboles o sobre un edificio o amparo, puede quedar
mal delimitado o nebuloso si se da una exposición larga para
tener detalles de un primer plano oscuro. Cuando el lente está
dentro de los 4 5 grados del sol, debe dársele sombra cuidadosa­
mente mediante un sombrero o un libro o un cartón.
A todo lo indicado para fotografías de exteriores, algo más he­
mos de añadir : una torre móvil de 3 a 4. 5 m. de alto. En Oriente,
donde la mano de obra y los abastecimientos eran relativamen­
te abundantes, tenía yo una torre de madera para cada sitio de
importancia (Lám. XIX) . En. Gran Bretaña también se han em­
pleado mucho torres de varios diseños, aunque aquí por lo gene­
ral uso caballetes prestados en la vecindad: solución para un hom­
bre holgazán.
Hasta aquí me he referido a los exteriores. Para la fotografía
de objetos individuales en interior, se aplican muchas de las reglas
o recomendaciones precedentes; pero hay que añadir algunas po­
cas más. Cuando sea posible, existe la convención de iluminar los
objetos por su lado superior izquierdo, pero este uso hay que alte­
rarlo con frecuencia para hacer hincapié en un diseño o inscrip­
ción para el cual conviene más otro ángulo. En todos los casos,
nna cierta porción de luz refleja, trasmitida mediante una car tu­
lina blanca o una lámina de estaño o un tablero recubierto con
papel metálico es necesaria para mostrar el lado en sombra y le­
vantar el objeto de su fondo. En un estudio bien equipado, la luz
artificial puede emplearse en forma total; esto aunado a una ex­
periencia apreciable produce los mejores resultados.
Para fondo prefiero el terciopelo negro, salvo cuando el mismo
objeto se acerca a este color. Para los objetos oscuros se emplea
una lámina de vidrio levantada 4 o 5 pulgadas, mediante unos
tacos de madera en las esquinas, sobre una hoja de papel de col(!r
claro (no blanco ), lo que da un fondo sin sombras. El papel
blanco puede producir un ligero halo. Cuando, como en la foto­
grafía de monedas, se desea reproducir ambos lados de un objeto
en la misma placa, interrumpiendo la exposición y dándole la
vuelta, se hace necesario un fondo negro.
Al fotografiar un objeto que se encuentra a corta distancia es
un hecho muy importante asegurarse de que la escala empleada
se encuentre en o cerca del plano frontal. De no hacerlo así
y si el objeto es de alguna profundidad y la escala se ha colo-
212 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
cado en el fondo, resultará una disparidad apreciable. En estas
circunstancias la escala debe levantarse hasta la altura requerida
sobre una tira delgada de madera o plastilina.
Cualquiera que sea el sujeto, el fondo y la iluminación deben
ser tales que no haya que retocar luego la película o la placa.
Tener que quitar una sombra innecesaria o cualquier otra cosa es
una confesión de fracaso y, sobre todo, si el objeto es una pieza
de arte, se reduce materialmente el valor del registro.
Por último, todas las fotografías de campo deben revelarse in­
mediatamente. Muchas de ellas no podrán repetirse en fecha
posterior, y el director debe asegurarse de los resultados a los 20
minutos de tomadas. Pueden tenerse impresiones toscas dentro
de las 12 horas.

ADMINISTRACIÓN Y MANTENIMIENTO DE CONTROL


El libro de notas del fotógrafo debe contener todos los detalles
que se relacionen con el tiempo, la exposición y el filtro emplea­
dos. Así

Harappa
Sitio E. Corte X. Cara sur
1 1.45 hs. Fuerte luz solar
Lente de 12", Filtro rojo, f. 22, 3 segs.

El acceso fácil a las negativas es esencial desde el principio de la


excavación y, para este fin, las negativas hechas y aprobadas de­
ben marcarse con : una cifra seriada, la orientación, la página de la
libreta de campo del supervisor de sitio y, si fuera posible, la posi­
ción en el sitio y en el plano general, o el N9 del dibujo ( véase
más adelante ) . Es sencillo poner todo esto en el ribete o margen
que queda en el negativo y debe hacerse con tinta indeleble y
plumilla de rotular. Si se emplean sobres de celofán para guardar
los negativos, deben ponerse los mismos detalles en estos sobres,
junto con el tipo de papel empleado al hacer la copia. Así, si el
Registro de Negativos llegare a perderse o destruirse, las anota­
ciones y detalles seguirán existiendo. Por lo mismo, es necesario
llevar un Registro de Negativos, en columnas, para poner en ellas
todos los detalles anteriores, junto con una sección de "Observa­
ciones" en la que se puedan hacer anotaciones tales como la exis-
LA FOTOGRAF1A 213
tencia de diapositivas del mismo sujeto, o si el negativo ha sido
usado para publicación, dando la nota bibliográfica correspon­
diente.

En los �� En los sobres de" los negativos


237,
r
llANCHI. SITIO E, CORTE X
237
IlANCHI

n SITIO E. CORft X
HUMUS DE LA CARA SUR REMO·
VIDO
LIBRETA DE CAMPO 10, p. 41
DIBUJO N9 1 5
BROMURO KODAlC CMDO )
}0 SECS.

-
VI

Registro de Negativos
RANCHI
N9 de Sitio Corte Dibujo Libreta Observaciones
Serie N9 de
Campo
237 E X 15 10 Humus removido.
Cara Sur p. 41 Ldm. X: Informe
preliminar,se hizo
diapositiva.

EQUIPO
E: n � urna, el fotógrafo de arqueología de campo necesita el equipo
-sigmente:
1 . Una cámara de campaña de construcción fuerte, tamaño
placa grande ( 6 ½ X 8 ½ pulgadas ), con dispositivo para lentes
intercambiables y movimientos de enfoque.
214 ARQUEOLOGtA DE CAMPO :

Debe agregar seis portaplacas, por lo menos, cada uno con capa­
cidad para dos placas o películas. Dichos portaplacas deben estar
numerados.
2. Por lo menos tres lentes : uno de foco largo, otro de foco
mediano y uno de foco corto o gran angular. Todos deben ser
de la mejor calidad y anastigmáticos, con una abertura máxima de
f. 6.3 ( la mayor parte de las exposiciones han de ser de "tiempo" ) .
Conviene añadir un teleobjetivo para usos ocasionales.
3. Un juego de filtros ( rojo, verde y amarillo ) que sirvan para
cada lente o adaptables a toda la serie.
4. Un trípode pesado, capaz de levantar la cámara hasta una
altura de 6 pies, con cabeza articulada que permita tomar fotos
verticales.
5. Un nivel de burbuja de 6 pulgadas.
6. Un trapo grande para las maniobras de enfoque y sombra
7. Una cámara chica del tipo Retina Contax o Rolliccad para
trabajo rápido o en color.
8. Una pequeña caja en la que se puedan poner brochas, escalas
pequeñas, alfileres y plastilina.
9. Tanques para química fotográfica: uno para el revelado, otro
para el fijado y otro para el lavado. Por economía, es mejor com­
prar revelador en paquetes y polvo de hiposulfito de sodio en latas.
10. Marco para impresiones de contacto. En el campo deben
hacerse impresiones para verificar los negativos y ya que las con­
diciones pueden ser difíciles, es mejor la copiadora de contacto.
También es necesario papel de bromuro en tres grados ( suav�
normal y para contraste ) .

Nota. Tanto para el revelado de negativos como para las im­


presiones, es preciso tener un pequeño minutero; lo mismo que
un termómetro para asegurarse de que todas las soluciones es­
tén a las temperaturas adecuadas. En la Gran Bretaña, aún en el
invierno hay que subir con frecuencia la temperatura del revelador
a 65°F.; y en Oriente se hace esencial a menudo el ba¡ar, usan­
do hielo, la temperatura de la solución a un máximo de 75°F.
XVI
PUBLICACióN Y PUBLICIDAD

"UN DESCUBRIMIENTO data solamente desde el momento de su


registro y no desde el cual fue encontrado en el suelo." Esta clá­
sica sentencia de Pitt Rivers nos da clara y limpiamente la mora­
leja final y la obligación científica del arqueólogo de campo. Puede
ampliarse por el corolario tan familiar de que una exploración
de la que no se tiene registro es una imperdonable destrucción de
evidencia; y cuanto más completa y científica sea aquella excava­
ción, mayor será esta destrucción. Los métodos, menos persisten­
tes, de la vieja escuela pueden habemos dejado pruebas vitales
por descubrir : por ejemplo, en Lydney Park, Gloucestershire, un
sitio britano-romano prehistórico, que fue ampliamente excavado
por un anticuario en 1 805, tan mantenía aún toda la evidencia
necesaria de su naturaleza y su cronología que fue posible recon�
truirlas mediante una reexcavación hecha en 1929. Pero en la
actualidad, un sitio que sea bastante excavado usando los siste­
mas modernos, prácticamente puede haber quedado vacío de sus
pruebas y debe escribirse todo acerca de él. El énfasis aquí está
en la palabra "escribir".
La primera tarea en la compilación para un informe de exca­
vación es la ilustración adecuada. A este respecto poco queda por
añadir, en principio, a la aserción de Sir Flinders Petrie, hecha
hace medio siglo : "en nuestros días, la estructura más importante
de un libro sobre cualquier ciencia descriptiva la constituyen sus
láminas".
De hecho, las propias normas de Petrie en ilustraciones, aunque
fuera un genio como lo fue, por lo general quedan por debajo de
las de su contemporáneo, más viejo, Pitt Rivers, y no serían acep­
tadas por un excavador británico de tipo medio en la actualidad.
Sin embargo, su capítulo sobre la publicación 1 sigue siendo una
buena exposición de la teoría de este asunto.
En cuanto al contenido literario hemos de decir que existen dos
problemas preliminares dignos de consideración: -los del fondo y
los de la forma. Primero, ¿cuánto detalle debe contener un in­
forme? La respuesta está condicionada necesariamente, en algún
grado, por las circunstancias. Cuantitativamente, Pitt , Rivers al

1 Methods and Aims in Archaeology, pp. 1 14-2 1 .


- [ 2 1 5 ]-
216 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

excavar un foso difícil en Cranborne Chase, y Petrie, al excavar


un atestado cementerio en Egipto, se enfrentaron a problemas
muy distintos. Veamos cómo reaccionaron.
Pitt Rivers enfoca el problema con una combinación formi­
dable de agudeza y probidad victoriana, y dice así :
Las anotaciones de un excavador toman aproximadamente cinco
veces el tiempo de la excavación propiamente. . . En mi cuarto vo­
lumen . . . se anotó todo, por pequefio y común que fuera. . . Todo,
se dibujó, hasta el más pequeño fragmento de cerámica que tenía
en él algún diseño. Las cosas comunes son de mayor importancia
que las cosas particulares por representar algo más en boga. Siem­
pre recordaré la observación del Prof. Huxley en uno de sus dis­
cusos: "La palabra 'importancia' debería quitarse de los dicciona­
rios científicos: lo que es importante es lo que es persistente." Las
cosas comunes varían en forma, según pasa la idea de ellas de un
lugar a otro y su fecha y la de los lugares en que aparecen pueden
ser determinadas a veces por las variaciones graduales en la forma.
Asf, no sabemos qué es lo que con el tiempo puede ser lo más
importante. Cosas de las que no hacemos mucho aprecio puede
que luego sean las más importantes al investigar la distribución de
sus formas. Esto será obvio cuando se reconozca que la distribu­
ción es el preludio necesario de la generalización. Es de sentirse
mucho, cuando se intenta seguir la distribución de un modelo de­
terminado, que las sociedades arqueológicas ahora ilustran menos
Jos diseños que antes. Quizá piensen que cuando una forma se ha
hecho común, no hay necesidad de repetirla y ni siquiera de regis­
trarla. En la opinión mía ésta es una gran equivocación. . . Las
ilustraciones no necesitan ser muy complicadas: sólo deben serlo
lo bastante para ver en ellas las transiciones de las formas.
El General continúa así, al describir su modus operandi:
La preparación de un trabajo con tantos detalles requiere la co­
laboración de varios empleados. Tengo por regla que no se im­
prima ningún texto que no sea de mi propia mano y, naturalmente,
soy responsable del conjunto. Pero hacer los tediosos y cansados
índices; la compilación de las tablas de hallazgos; las fotografías; la
identificación, las medidas y la restauración de los cráneos, huesos
y cerámica; los datos de levantamiento, las cotas de nivel; toda la
labor que dan las etiquetas y corrección de las pruebas; el dibujo
de las láminas . . . ; requiere la asistencia de por lo menos tres hom­
bres de distintas especialidades. Al vivir ellos en mi casa [añade
con manifiesta presunción victoriana) necesariamente han de ser
PUBLICACióN Y PUBLICIDAD 217
hombres de buen carácter, lo mismo que enérgicos. Los que me
han dejado, casi siempre han obtenido empleos más lucrativos.
. . .Por lo general, he sido bien servido por mis empleados.2
Esto, por lo que respecta a Pitt Rivers. Petrie, abrumado por
1a masa de sus hallazgos en los sitios egipcios, buscó amparo, más
que en hombres de buen carácter, en los fundamentales índices en
serie o corpora a los que el material recién encontrado puede uno
referirse con facilidad y rapidez.
La utilidad práctica de tal corpus se ve en seguida cuando se está
excavando. Antes necesitábase guardar docenas de especímenes
rotos, los que no tenían otro valor que el haber sido encontrados
junto con otras vasijas. Ahora el excavador s6lo necesita hechar un
vistazo al corpus de láminas y anotar sobre el plano de la tumba, di­
gamos B 2 3, P 3 5 b, C 1 5, F 72, haciendo en esta forma el registro
completo, por lo que no hay necesidad de conservar cada pieza, a
no ser que se trate de un buen espécimen.
'
Hay que repetir que estos dos métodos diferentes surgen de pro-
blemas locales también diferentes y no puede reclamarse validez
universal para ninguno de los dos. No puede quedar la menor
duda, por otra parte, de que el sistema de Pitt Rivers es el obje­
tivo ideal, pero sólo es realizable cuando el material es limitado
en cantidad, o donde no se presta a una clasificación por corpus;
esto es, donde es demasiado fragmentario o variable para una siste­
matización fácil. Tampoco se puede disputar que en las tecnolo­
gías más evolucionadas, con las que Petrie trató en la mayoría de
los casos, pueda y deba desarrollarse un sistema de corpus. Un
ejemplo obvio de cerámica capaz de ser tratada por el método
de corpus es la terra sigillata romana o la cerámica Samia, que es
o apenas debiera ser, algo susceptible de anotaciones regulares como
lo son las monedas romanas. l!:stas se han convertido ahora en
un asunto relativamente fácil. Es así como, en un informe mío
de hace algunos años, el Sr. B. H. St. J. O'Neil, ex Inspector
Jefe de Monumentos Antiguos, pudo hacer una lista de monedas
romanas con referencias abreviadas, sobre todo a los entonces nue­
vos trabajos de Mattingly y Sydenham, por lo que pudo aludir en
un catálogo razonado de sólo once páginas a 1 668 monedas. Este
trabajo puede compararse con el de ochenta páginas para 1 000 mo­
nedas que fue necesario en los informes de Wroxeter de la misma
serie, hechos antes de que se publicara el corpus de Mattingly­
Sydenham. Dicho de otra manera, una publicación sin el corpus
2 Exacavations in Cranbome Chase, iv (1898), 27-8.
218 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
ocupó doce veces más espacio que la publicación con el corpus. Las
ventajas de un corpus erudito o norma fija de referencia no nece­
sita mayor explicación en tales casos, y la propagación de este
sistema no es menos urgente ahora que lo fue en los días de Petrie.
Aunque no hay que olvidar que el sistema presenta un cierto pe­
ligro, toda vez que se presta a un uso más bien vago y a que se
pasen por alto las pequeüas variantes de forma, cuya importancia
Pitt Rivers tomó tanto en cuenta, con justa razón. Hablando en
términos generales, sólo una industria desarrollada y mecanizada
da los materiales para un corpus. En la práctica, sobre todo tra­
tándose de un material maleable como lo es la cerámica ( a no ser
que sea de moldes ) siempre necesitará estar extensamente com­
plementada con ilustraciones individuales.
Y ya que estamos en el tema de las ilustraciones de la cerámica,
hemos de recordar, de paso, que 1952 fue el año del centenario de
la ilustración sistemática de cortes de la cerámica en Inglaterra. El
método, ahora comúnmente empleado, sea que la vasija se repre­
sente en su totalidad o parcialmente en cortes, aunque empleado
de vez en cuando por Samuel Lyons en los comienzos del siglo xrx,
fue formulado por primera vez por ( Sir) John Evans en su informe
"Roman remains found at Box Moor, Herts.", publicado en Ar­
chaeologia, en 1852. Allí muestra cuatro vasijas Samias en corte y
cuesta trabajo explicar su modus operandi. Su descripción es un
legado curioso de una edad afanosa y merece la pena reproducirla:
Como el tomar un corte preciso de las vasijas delineadas a pri­
mera vista presenta algunas dificultades, quizá no sea inútil indicar
el proceso mediante el cual se obtuvieron estos cortes. La pieza de
cerámica Samia, después de haber sido engrasada ligeramente, se
encajaba en arena fina, en dirección perpendicular al eje de la va­
sija y hasta aproximadamente un cuarto de pulgada del centro;
entonces se alisaba la arena. Inmediatamente se aplicaba una mez­
cla fina de escayola sobre la arena hasta que su parte superior que­
daba a nivel con el centro de la vasija. Cuando había fraguado, se
sacaban de la arena el fragmento de cerámica y la escayola, rom­
piéndose esta última en el número suficiente de trozos para liberar
a la cerámica; luego estas piezas se reunían con su parte superior
para abajo sobre una hoja de papel, dando un corte del que se podía
trazar con precisión la forma de la vasija.
Esto nos recuerda, en parte, aquello de incendiar una porqueriza
para tener cerdo asado; pero en lo sustancial el procedimiento fue
de los importantes y no es la menor de las técnicas que nuestra
disciplina debe al gran grupo de los Evans.
PUBLICACióN Y PUBLICIDAD 219
Volvamos ahora al segundo de nuestros problemas preliminares,
el de la forma que debe tener el informe del excavador. Hay aquí
más campo de lo usual para la idiosincrasia. Sin embargo, debemos
establecer algunos desiderata. Aquel informe se dirige sobre todo
al lector especializado, pero aun al especialista se le ha de otorgar
un cierto grado de debilidad humana : él no está por encima de
las cualidades de concisión, claridad y lectura fácil: tres virtudes
que son menos comunes de lo que debieran ser en este tipo de lite­
ratura. La Royal Society, en una fascículo que lanzó hace poco
sobre "La preparación de escritos científicos" * expone algunas
ideas bien claras al respecto. "Las más de las revistas [científicas]
-subraya con cordial cinismo-, prefieren trabajos escritos para
el especialista moderado, es decir, un autor debe escribir no para la
media docena de personas que existen en el mundo con interés
especial en su línea de investigación, sino para el centenar, o cosa
así, que podrían interesarse en algún aspecto del trabajo, si éste
está bien escrito".ª Después de todo, el informe de una excavación
es un periódico científico, con sección de noticias, con artículos de
fondo, con notas sobre la ''bolsa", con crónica social e incluso
con pequeños "se necesita". Dejemos, pues, a su autor estudiar, sin
avergonzarse, las más altas expresiones del periodismo, pues nada
perderán ni él ni su público. Y al igual que en un periódico no
se espera leer con igual profundidad, desde el principio al final,
para descubrir las noticias más salientes o los detalles del día, lo
mismo ocurre en un informe bien balanceado : el estudioso tiene
derecho a esperar el descubrimiento de algo del bosque sin some­
terse a una prolongada, tediosa y a veces exasperante búsqueda
entre los árboles. Desde luego, los árboles tienen que estar allí, o
el bosque no existiría. Pero ¡ay, cuántos informes son simple­
mente selva! : biblia a-biblia, buenos únicamente para incluirlos
en el catálogo de Elia sobre los libros que no son libros.
Hace uno o dos años, una reunión conjunta de tres secciones de
la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia discutió "La
presentación de los informes técnicos", y el primer ponente, Prof.
R. O. Kapp, expuso razones bastante pertinentes. Hoy -obser­
vó- la palabra hablada y la comunicación escrita están entre las
herramientas más importantes con las que trabajan el científico
y el ingeniero. El tiempo es igual de precioso cuando se lee un
informe que cuando se emplea un instrumento, y no podemos per-
• The Preparation of Scientific Papers. [E.]
a General Notes on the Preparation of Scientific Papers ( Londres, Roya]
Society, 1950), p. 3.
220 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

mimos el lujo de esperar mientras un autor verboso está desarro­


llando un razonamiento de duración innecesaria. Si se justifica
el entrenamiento para la investigación, igual puede justificarse el
entrenamiento en el arte de la exposición. Dejemos que los cien­
tíficos trabajen deliberada y sistemáticamente para elevar los cá­
nones de la exposición en todos sus aspectos y trátese de perfec­
cionarlos y de enseñarlos. Hasta que esto se haga, la ciencia
seguirá arrastrando el lastre del mal trabajo de sus expositores in­
competentes. Al Prof. Kapp le siguió el representante de una dis­
tinguida firma de editores, quien lo apoyó al decir que, en diez
años, de entre más de 600 artículos científicos leídos y preparados
para su publicación, sólo 5 autores habían enviado sus manuscri­
tos en forma que pudieran ser entregados al impresor sin demoras
ni aclaraciones. Podía muy bien haber añadido una vieja senten­
ciª de J. M. Barrie: "El Hombre de Ciencia parece ser el único
hombre que tiene algo que decir, precisamente ahora, pero es el
único que no sabe cómo decirlo." Hay que ser justos, empero, y
declarar que nuestros mejores científicos ya están al tanto de este
defecto. En la Conferencia de Información Científica de la Royal
Society, en 1948, se expresó una preocupación considerable sobre
la calidad de los trabajos científicos que se presentaron para pu­
blicación, y el fascículo sobre "La preparación de escritos cientí­
ficos" fue el resultado ( ya nos referimos a él en la p. 219 ) . Y el
mal y el remedio no están confinados al mundo científico. Yo
recomiendo a todos dos pequeños folletos recientemente publica­
dos como guía para el Servicio Civil, en un intento de limpiar el
idioma oficial. Se titulan Plain Words y son de la experimentada
pluma de Sir Ernest Gowers.4 Su contenido es magnífico y debe­
rían estar en las manos de todo arqueólogo de habla inglesa.
Todavía puede decirse algo más sobre este tema, porque casi es
el corazón del asunto. Yo haría un llamado por un poco más de
sensibilidad artística en nuestra disciplina. Hace una generación
G. M. Trevelyan lanzaba invectivas contra el aburrimiento de los
historiadores; y hay que decir que nosotros, los arqueólogos, no
nos encontramos en mejor situación. Decía Trevelyan :
La idea de que las historias que son d e lectura deliciosa son el
trabajo de temperamentos superficiales y de que un estilo escabroso
revela al pensador profundo o al trabajador concienzudo, es el re­
verso de la verdad. Lo que es fácil de leer ha sido difícil de escri­
bir. El trabajo de escribir y reescribir, corregir y volver a corregir,
4 Sir E. Gowers, Plain Words; A Cuide to the Use of English (H. M.
Stationery Office, 1948) y ABC of Plain Words (ibid., 1951).
PUBLICACIÓN Y PUBLICIDAD 221
aunque el autor sepa desde el principio lo que quiere decir, es la
deuda que cada buen libro obliga a pagar a aquél. Un estilo lím­
pido es invariablemente el resultado de un duro trabajo, y la cone­
xión fácil y fluida de una oración con otra y de un párrafo con otro
párrafo, siempre se ha ganado con el sudor de la frente.5
Esto es tan cierto para el arqueólogo como para el historiador.
Sudar con la pluma no es menos importante que sudar con la
pala. Y no se puede superar a Trevelyan cuando hace hincapié
en la función literaria del historiador. Y añade:
la exposición de los resultados de la ciencia y de la imaginación
debe ser en una forma que atraiga y eduque a nuestros coterráneos. . .
Espero poner mayor énfasis que el que los modernos historiadores
ponen, tanto en la dificultad como en la importancia de planear y
escribir una narración llena de fuerza. . . El arreglo, la composición
y el estilo no se adquieren con tanta facilidad como el manejo de
una máquina de escribir. La literatura no ayuda a ningún hombre
en su tarea hasta que, para obtener sus servicios, se esté dispuesto
a ser un fiel aprendiz. Escribir, por lo tanto, no es una tarea se­
cundaria, sino una de las primeras del historiador.6
Sobre este tan olvidado asunto del estilo literario, algo más he
de agregar en este mismo capítulo. Mientras tanto, al llegar a
este punto es oportuno considerar la forma y el plan del informe
de una excavación. Escribir con sencillez y efectividad implica
una estructura también sencilla y con efectividad, e inclusive al­
gunas expresiones de menor calidad pueden pasarse, si el arreglo
básico es profundo y sencillo. A riesgo de crear un prejuicio per­
sonal contra un principio, daré algunos elementos como los sine
qua non de cualquier informe de una excavación. No habrá nin­
guna duda de que el informe debe comenzar con un sumario muy
corto, en el que se den los puntos más importantes del contenido,
la trama del asunto, en forma que el lector esté en posesión inme­
diata del contexto que luego seguirá. Puede ser de utilidad, ha­
blando de este sumario, aislarlo en itálicas : que no haya hesitación
acerca de lo qué es y dónde debe estar. La naturaleza de la segun­
da parte del informe puede variar más, y depende del alcance y na­
turaleza del material. Cuando otros trabajos tienen relación con el
informe, es mejor ofrecer aquí una revisión razonada y una inter­
pretación de la nueva evidencia a la luz del conocimiento ante­
rior, aludiendo a las nuevas pruebas sólo con el detalle suficiente
11 Clio a Muse and Other Essays (Londres, 191 3), p. 34.
e lbid., p. 31.
222 ARQUEOLOGt\ DE CAMPO:
para indicar la naturaleza y el grado de su utilidad. Hasta dónde
la interpretación debe combinarse con la "teoría" en esta parte
y en este contexto de hechos, es cuestión de juicio y de ocasión.
l\Iás algún elemento de teoría debe encontrarse presente, si es que
nuestros datos factuales van a tener significado. Julian Huxley
lo expresó bien cuando dijo que "los hechos son demasiado toscos
para ser manejados con facilidad, excepto con las ruedas de la
tcoría".7 Los hechos de hoy son, con mucho, la teoría selecta y
verificada de ayer. Una vez más, todo ello es cuestión de propor­
ción e, incidentalmente, de un límite concienzudo entre el hecho
y la teoría, hasta donde es humanamente posible establecer la
distinción entre ambos. En cualquier caso, sea después o antes de
esta sección, debe venir, desde luego, la presentación completa
de la evidencia estructural y estratigráfica que constituye el meo­
llo de todo el informe; seguido por la descripción y el análisis de
los hallazgos. Por último, conviene a veces ( antes de un índice
bastante completo ) incluir una postdata corta con la que se aten
los cabos sueltos y se indiquen las necesidades futuras. Los apén­
dices deben ser para problemas muy deta11ados o de controversia,
y no es recomendable desorganizar un informe, ya estructurado,
con un número excesivo de ensayos en forma de apéndices.
En pocas palabras, el núcleo de un informe comprende: suma­
rio, revisión sintética, exposición completa de las evidencias, discu­
sión del contexto general, apéndices ( si los hay ) , índice. Ahora
bien, por muy complicadas que sean, estas partes cardinales deben
ostentar una forma bien definida, cuya claridad sea de inmediato
obvia y accesible al lector.
Hasta aquí sobre la forma general del informe. No me propon­
go decir mucho acerca de los detalles, excepto reiterar mi ruego
sobre la brevedad. Hay informes que en sustancia son excelentes,
pero de prolijidad tal que los hace difíciles y penosos de entender.
Existen, sin embargo, buenos modelos obtenibles en inglés, y sigue
brillando a la cabeza de ellos el trabajo monumental del Dr.
James Curle sobre Newstead, publicado hace ya mucho tiempo:
en 1908. La importancia de una clara exposición de las formas geo­
gráficas y fisiográficas de un sitio se comprende ahora mucho me­
jor, gracias sobre todo a la labor, a este respecto, de O. G. S. Craw­
ford, Cyril Fox, Stuart Piggott y Grahame Clark. La "sección
de síntesis" del infom1e debe incluir también algo de la distribu­
ción de las formas: aquí se puede aludir una vez más al axioma de
Pitt Rivers -"la distribución es el preludio necesario de la gene-
7 Essays of a Biologist (Londres, 1926), p. 32.
PUBLICAClóN Y PUBLICIDAD 223

ralización"- con el renovado recordatorio de que una función


secundaria del trabajador de campo, si quiere ser algo más que un
simple técnico, es la de sacar a colación la evidencia que yace en
su contexto genewl. Las tablas de objetos, como aquellas que des­
arrolló el general Pitt Rivers, han sido en gran medida abandonadas
por sus sucesores al hacer una publicación ( si bien no en el cam­
po) y yo me inclino a sentir esa omisión. En circunstancias opor­
tunas, particularmente al tratar de la clasificación de una cultura
nueva o poco conocida, sirven un buen propósito, siempre que
estén asociadas con buenas ilustraciones de los cortes. Las gráficas
son a veces una forma conveniente y concisa de un registro: es
fácil nuevamente olvidar aquí que fue el General quien abrió el
camino,8 aunque en años recientes Grahame Clark las ha desarro­
llado con habilidad, al tratar la distribución del polen 9, y Chris­
topher Hawkes, al estudiar cerámica.10 El análisis de los suelos,
donde ello es necesario, es de tal importancia que merece un trato
especial que queda fuera del campo de este libro.
Pero volvamos al problema vital e importantísimo de la ilustra­
ción. La función fundamental del excavador, a lo largo de todo
su trabajo, es la del registro y, sobre todo, el registro gráfico. Y
al preparar este registro gráfico debe conocer a conciencia los pro­
cesos técnicos de la reproducción, procesos a los que deben estar
subordinados su fotógrafo y su dibujante, si cuando publique algo
desea hacer justicia a su labor. La presentación satisfactoria no es,
de ningún modo, el monopolio del grabador y del impresor. Los
autores y editores deben saber con exactitud lo que quieren, y tam­
bién con exactitud lo que los técnicos y sus máquinas, así como
la calidad de papel de que se disponga, pueden llegar a dar. Como
apéndice a este capítulo se encontrarán breves descripciones de los
procesos empleados normalmente en las ilustraciones arqueológicas;
aquí sólo quisiera señalar, como viejo editor, que son muchos los
autores que no están al corriente de esto. A decir verdad, es bas­
tante aconsejable -podría decirse que es esencial- que el estu­
diante, además de su entrenamiento en arqueología, visite a un
grabador y vea las fases de su trabajo. ¡Pobre grabador! Su tarea,
en el mejor de los casos, no es de las fáciles.
Pero quiero añadir otras exhortaciones elementales. Cuidemos
que nuestros mapas, planos, diagramas y fotografías cumplan su
misión con lucidez y concisión, sin márgenes excesivos ni otras
s Cranbome Chase i, después de la p. 162.
9 Antiq. Joum., xvi ( 1936 ) , 35; xx ( 1940) , 68, etc.
10 Camulodunum ( Londres, 1947) , p. 175.
224 ARQUEOLOGfA DE CAMPO :

pérdidas de espacio; que no haya números o letras ilegibles o su­


cios y demás descuidos por el estilo; hagamos que se impriman
en el papel apropiado. "Desde luego", podrá replicarse; pero como
autojustificación reproduzco en estas páginas dos ilustraciones de
una publicación arqueológica normal, como ejemplos de lo que
hay que evitar (Lám. XX A y B ) . Asegurémonos de que nuestros
dibujos a línea tengan trazos claros, con el énfasis donde es nece­
sario que lo tengan y con los letreros necesarios, incorporados con
propiedad al dibujo, y con todo un buen sentido de balance. Y
aunque el aspecto artístico de un dibujo arqueológico es de im­
portancia secundaria, la calidad estética no es un factor despre­
cia ble. Por lo menos es tan importante como la buena forma lite­
raria del texto . Puede ayudar a llamar la atención y así estrechar la
unión entre el autor y el lector: objetivo que es bastante deseable.
En una fotografía arqueológica, un sujeto bien limpio, claramente
recortado, dirá lo que tenga que decir al lector con menor esfuerzo
y, además, demostrará la prueba de una premeditación. (Véase lo
contrario en la Lám. XXI.) Una buena regla es que cada trabajo su­
cio, desaliñado, es un trabajo malo. Todo lo que al principio de
este capítulo dije acerca de que es necesaria la claridad en el estilo
literario se aplica a este tema fundamental de la ilustración.
Dejemos ahora los principios generales. En la práctica, como
todos sabemos, las ilustraciones arqueológicas se reproducen en
una de tres formas : a) en grabados de medio tono, b) en grabados
de línea o e) por medio de litografía (directa y en offset). La
fototipia y los procedimientos equivalentes se emplean a veces, so­
bre todo en las publicaciones extranjeras, con resultados que
pueden ser superficialmente atractivos, quizá suntuosos; pero se
corre el riesgo de perder el detalle en las sombras muy entintadas
y el resultado no puede competir con un buen medio tono . Omi­
timos aquí el procedimiento de color, aunque se ha manifestado
ventajoso sobre el blanco y negro; con el tiempo, será el medio
normal de reproducción. Por cierto, ya debería serlo a no ser por
la desorganización que en los últimos años ha hecho el mundo
con su economía.
* * *
Pero ya es tiempo de que hablemos de otro aspecto del mismo
tema; o sea pasar de los problemas concretos de la publicación
científica a aquellos otros que les siguen de cerca y que son, a la
vez que más fáciles, también más difíciles : se trata del importante
asunto de la publicidad y la vulgarización.
PUBLICACIÓN Y PUBLICIDAD 225
Una vez más hemos de comenzar con Pitt Rivers. 11:1 se lamen­
taba, en 1897, de lo inadecuado (entonces) de la publicidad ar­
queológica. Rivers observaba:
Si alguna vez llega el tiempo en el que nuestros periódicos ilus­
trados se ocupen de las cosas llenas de interés y de sensibilidad,.
habrá llegado entonces una nueva era en la utilidad de estos ins­
trumentos. La oferta, desde luego, debe igualar a la demanda, pero
la demanda hasta ahora muestra lo muy estúpidos que somos. Gen­
tes saludándose unas a otras parecen formar lo típico en estas publi­
caciones, como si no fuera bastante molesto para aquellos que están
-0bligados a tomar parte en semejantes actos. Los deportes de cam­
po son, a no dudarlo, cosas que hay que estimular, pero ¿es nece-
11ario que cada página de todos los periódicos ilustrados de este pafs
se presente a un hombre corriendo tras de una pelota? Tengamos
la esperanza de que las cosas cambien tanto en esto como en otros
aspectos.
Es agradable observar que, desde 1897, la evolución no se ha
detenido en este asunto. Dentro de los últimos treinta años, nues­
tro periódico más serio consideró necesario adquirir los derechos
exclusivos de publicación acerca de una tumba egipcia. Otro pe­
riódico diario financió la excavación de un anfiteatro en Gales.
Otro más hizo exploraciones prehistóricas en el lecho del Támesis
en Brentford, usando lámparas de arco, en plena noche. Un cono­
cido semanario ilustrado es, con frecuencia, el primero en anun­
ciarlos descubrimientos arqueológicos. Pulvis et umbra. son mate­
rias de noticias, y el excavador está continuamente acosado por
jóvenes amables, lápiz y cámara en ristre. En tales circunstancias,
aunque le guste o no, debe prestarle cortés atención. Están ha­
ciendo un artículo, y si va a tener algo de autenticidad, hay que
llevar a su autor de la mano por el buen camino. La prensa no
siempre es precisa y no siempre da importancia a aquellos aspec­
tos que son los más importantes científicamente; pero la ayuda
comprensiva es el mejor correctivo de estos errores y puede consi­
derarse como un deber, tanto científico como social, por parte del
arqueólogo moderno.
Hace mucho tiempo, G. M. Trevelyan decía que "si los histo­
riadores se olvidan de educar al público, si fallan al interesarlo
inteligentemente en el pasado, entonces todo su conocimiento his­
tórico carece de val_or, salvo en el aspecto de que los educa a
ellos mismos".11 Hace poco, la Sra. Jacquetta Hawkes ha insistido
mucho en este mismo tema. He aquí uno de su pasajes :
11 Clio, p. 18.
226 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

Este es el siglo del hombre corriente. Así como en los siglos XVIII
y x1x la arqueología se hacía presente en las colecciones de arte, en
la arquitectura, en la decoración interior y en los muebles de los
ricos y de los aristócratas, así debemos hacer lo posible para incor­
porarla a la vida de la sociedad democrática. La arqueología tiene
responsabilidades sociales y oportunidades que debe aprovechar me­
diante la educación escolar y a través de museos y libros y todos
los instrumentos que, más a menudo que de otro modo, en inglés
se les llama "mass comunications" : prensa, radio, películas y, ahora,
televisión. Si la arqueología ha de dar su contribución a la vida con­
temporánea y no arriesgarse de ser tarde o temprano olvidada por la
sociedad, sus seguidores, incluso el especialista de criterio más es­
trecho, han de estar contentos de tomar parte en su difusión. Más
aún, no debemos olvidar los problemas de la difusión popular cuan­
do planeemos nuestras investigaciones.12
Ciertamente, en la época actual el público está preparado, hasta
se diría ansioso, para ir al encuentro del científico más allá de lo
que se supone. Corresponde al científico poner su parte en esto .
Para hacerle justicia, digamos que no está al margen de sus deberes.
Pueden quedar arrinconados en remotos lugares algunos pedantes
de la vieja guardia que no participan de esta vulgarizaci6n, pero el
ritmo de su desaparición- es, por fortuna, rápido. El científico
moderno reconoce cada vez más al público como su compañero.
Hoy extiende lo empíreo a sus pies; le ofrece los principios de la
evolución en un lenguaje simple, salpicado, a veces, de una ligera
tendenciosidad trivial. Una obra monumental en diez volúme­
nes titulada A Study of History, es u n libro de gran venta. Prehis­
toric Britain y Prehistoric India son libros populares de la Colec­
ción "Pelican". Una descripción erudita de las Pirámides de Egipto
encuentra miles de lectores. De Diggi.ng up the Past, según creo,
se ha vendido un cuarto de millón de ejemplares. Y así por el
estilo. En este tumulto no hay refugio secreto para el arqueólogo
de campo. Y si es que había de ocultarse debe hacerlo en la pro­
pia publicidad.
Y está bien que así sea todo esto. Una excavación en nuestros
días debe ser algo de actividad rutinaria para el gran público. Este
público, aunque sea i ndirectamente, costea una buena parte de la
arqueología, a través de los Museos Nacionales o subvencionados,
a través del Ministerio de Obras Públicas, a través de las distintas
Comisiones Reales, a través de las Universidades, a través de las
'12 "Purpose in Prehistory", en London and Middlesex Arch. Soc. Trans.,
n. S., X ( 1951), 198.
PUBLICACIÓN Y PUBLICIDAD 227
Escuelas Arqueológicas de allende los mares, en Italia, Grecia,
Turquía, Irak y Jerusalén, a través del Consejo Británico y en
muchas otras formas. A pesar de los impuestos, también contri­
buye algo en lo personal como un testimonio de su interés prác­
tico. Los papas y príncipes del Renacimiento han sido reempla­
zados, de hecho, por el contribuyente británico. Por molestas que
sean sus preguntas en muchos casos, en una forma u otra, el pú­
blico es ahora nuestro patrón y debe . cultivársele y gratificársele
convenientemente.
De acuerdo con esto, en todas mis excavaciones grandes, siempre
tomé las medidas necesarias para este compañero incidental. Ci­
taré otra vez uno de mis informes sobre un sitio arqueológico en
Dorset.
Bajo condiciones de moderada disciplina, se animó al público a
visitar el sitio. Al visitante se le dirigía mediante anuncios desde
la carretera vecina principal. Se le decía (también mediante anun­
cios) dónde estacionar su automóvil y dónde pedir informes. Era
la obligación de un empleado, guía y relator a la vez, fuera el ex­
plicar las excavaciones a los visitantes, fuera el organizar relevos
de estudiantes-conferencistas quienes, a intervalos regulares, toma­
ban su puesto. Esto, incidentalmente, daba a dichos estudiantes
un adiestramiento magnífico para pensar con claridad y exponer
los datos sin complicaciones. Al público no se le cobraba por estos
servicios, pero se le invitaba a contribuir para el costo de los traba­
jos: sistema que en la práctica es más democrático y más productivo
que una tarifa fija. Y, por último, un puesto bien organizado de
venta de tarjetas postales es tan popular como provechoso. Se po­
dían hacer postales del lugar [podían hacerse antes de 1939] al
costo de algo más de medio penique cada una y luego venderse con
facilidad a 2 peniques. Los informes preliminares del trabajo, he­
chos a un costo de cuatro peniques, se vendían a un chelín cada
uno. [En el lugar a que nos referimos, se vendieron 64 000 posta­
les y 16 000 informes preliminares aproximadamente] . . . De modos
tan distintos, pues, puede llevarse al público de nuestros días a
contribuir, directa o indirectamente, a la investigación arqueológica.
Haré hincapié en el valor que, para el mismo arqueólogo, tiene
el escribir y hablar para el gran público. No es difícil ser un
especialista, escribir bastante inteligiblemente para dos o tres co­
legas de la especialidad, producir "un preparado de opio destilado
por una minoría para otra minoría".13 Conozco a un distinguido
13 R. le Gallienne: Prose Fancies ( 189 5 ) , p. 81, hablando de poesía, pero
singularmente apropiado en gran medida a la arqueología.
228 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
arqueólogo, quien dice que escribe tan sólo para cinco personas:
la mayor parte de nosotros somos menos ambiciosos. Como espe­
cialistas tenemos la tendencia a desarrollar una especie de jerga
profesional que aleja a gran parte del público y que, en última
instancia, es una desventaja para el propio especialista. En este
mismo capítulo ya he citado las obras de la Asociación Británica
y ahora viene a mi memoria un discmrso de inauguración en una
junta anterior de la misma eminente asamblea. En esta reunión
se llamó la atención sobre la plaga de la pedante verborrea que
había infestado la ciencia moderna, y se hizo un ruego en beneficio
de la simplificación y el orden. Este ruego fue oportuno, y bien
podría haberse extendido de la ciencia profesional al deporte pro­
fesional, a la industria cinematográfica y al periodismo profesional.
El peligro de toda esta jerga, en la ciencia, no es sólo el de ale­
jar al hombre de educación media; también es un bumerang capaz
de volverse y dejar sin sentido a quienes lo emplean. Para usar las
palabras del infalible Quiller-Couch: "Si vuestro lenguaje es una
jerga, vuestro intelecto, si es que no todo vuestro carácter, casi
seguro que le corresponderá. . . Donde vuestra mente tenga que ir
derecho, lo hará mañosamente: las dificultades que hay que mirar
de frente y asegurar con mano firme, se evadirán o tomarán un ca­
mino torcido." He estado hojeando las páginas de un excelente
periódico cuyo objetivo es presentar los resultados de la arqueolo­
gía científica al gran público, y mi mirada se ha detenido en tres
artículos de tres de los arqueólogos más eminentes de nuestro
tiempo. En una de dichas páginas he caído en el entrecortado
trabalenguas "complejo-cultural-sable-en-forma-de-hoja"; en otra se
me invita a considerar "el valor diagnóstico de los lynchets nega­
tivos"; en una tercera se me informa de que algunos toponímicos
"fueron dejados por los inhumadores ecuestres que trajeron la Cul­
tura Hallstatt tardía". (Uno casi se queda esperando encontrar, al
dar vuelta a la página, una referencia a los "quemadores de cadá­
veres que viajan en tranvía" ) . Un excelente amigo mío, en un
intento de distinguir entre los aspectos significativos y los acciden­
tales de las tumbas megalíticas, ha dado a luz dos espantosos
monstruos, los gemelos genomorfo y fenomorfo. A decir verdad,
espero que tengan muy poca vida. Otro de mis amigos ha querido
transformar la frase tan sencilla "enfoque histórico", que es de
fácil empleo para nosotros, definiéndola como "el intento de ob­
tener una integración conceptual de los fenómenos individuales
en términos de tiempo y espacio específicos". Para un paralelo
menos académico de este tipo de cosas, no necesito buscar más
PUBLICACióN Y PUBLICIDAD 229
lejos del periódico que tengo a mi lado mientras escribo: en su
página titular hay una cita de un manifiesto diplomático en el
cual los Estados Unidos reafirman que "ello va contra la cancela­
ción unilateral de las relaciones y acciones contractuales de natu­
raleza confiscatoria": ¡encantadora frase! Bien, bien; así podríamos
seguir. . . ; de hecho, he citado ejemplos relativamente inocuos de
una enfermedad extendida y maligna: cosas peores pueden en­
contrarse fácilmente. Desde luego, una ciencia que avanza se
enfrenta de tiempo en tiempo con la necesidad, genuina y racio­
nal, de una nomenclatura nueva, de una nueva fraseología. Pero
dejemos que la necesidad se satisfaga con freno y circunspección. ·
Una palabra no es necesariamente más económica que dos, aunque
pueda haberse dicho lo contrario ( en otros contextos ) . Por otra
parte, una palabra es suficiente para describir el argot científico
del que hablo, y esa palabra es hokum, * sinónimo de la "jerga" de
Quiller-Couch. Limpiemos del hokum nuestra escritura y nuestro
pensamiento. Es un mal al que están predispuestos tanto el hom­
bre muy educado como el analfabeto. G. M. Trevelyan se lamentó
alguna vez de deficiencia semejante entre los historiadores. "El
cambio de un estilo literario por una atmósfera seudo-científica en
los círculos de la historia -escribió- no sólo ha hecho mucho
para divorciar a la historia del público de fuera, sino que también
ha disminuido su poder humanizador entre sus propios devotos
en la escuela y en la universidad".14
No hay que buscar muy lejos para encontrar un remedio casero
a esta enfermedad. Se encuentra en la vulgarización deliberada y
periódica. Mi consejo para el arqueólogo aspirante es: "Ve y ex­
plica tus ideas, a la Sociedad de Anticuarios de Villaburrillos de
Cartón y al Club Campestre. Evita todo lo que sea "bla-bla-bla",
magnífica expresión para la pomposa palabrería de paja;111 emplea
un lenguaje inteligible para el obrero de la localidad. Entonces
comenzarás a entenderte a ti mismo, si es que tienes algo que
decir. No desdefiemos al profanum vulgus. Es cierto que algunos
de nuestros mejores arqueólogos y antropólogos no han necesitado
que se les recuerde este asunto. La clásica Romanization of Roman
Britain, por Haverfield; la Golden Bough, de J. G. Frazer (antes
de que se convirtiera en enciclopedia ) ** y, más recientemente, la
• Palabra inglesa para "payasadas", "tonterías", [E.]
u Clio, p. 25.
111 Sobre el "bla-bla-bla" [gobbledygook], véase E. Gowers: ABC of Plain
Words (H. M. Stationery Office, 1951 ), p. 57.
• • Esta obra apareció originalmente en 2 vols., en 1 890: más tarde se am•
.,lió a 12 vols., en 1907-14. Existe edición en espafiol con el título de Lo
230 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
Prehistoric Britain, por Jacquetta y Christopher Hawkes; así como
la Archaeology and Society, por Grahame Clark, son muy buenos
ejemplos del enfoque erudito para un público muy amplio : Sir
Leonard Woolley es un famoso adepto a este arte. Pero, quizás,
para obras maestras de popularización de trabajos científicos en
general, tengamos que recurrir a los de hombres como J. H. Jeans,
J. B. S. Haldane o Julian Huxley o, en última instancia, al mismo
Charles Darwin, cuya prosa fuerte y simple destruía todas las ba­
rreras entre hombres y mentes. El estilo horaciano no campea en
Darwin.
Una prosa tersa, vigorosa y directa es, en realidad, hija de la
sensibilidad del escritor, pero la más pequeña semilla es suscepti­
ble de cultivarse. Conozco arqueólogos muy capaces, pero que son
tan miopes que apenas pueden leer un libro fuera del "tema"
estrecho de su campo. Y encuentro que el Sr. St. John Ervine ha
observado el mismo fenómeno : "Los arqueólogos -dice- son pe­
ces raros adictos a períodos, poco deseosos de tomar interés en lo
que no sea de su propia especialidad." Ellos han cesado, o no han
comenzado, a cultivar su jardín; en el mejor de los casos, sólo se
interesan por un terreno de coles. ¿Qué es lo que pueden com­
prender de los trabajos y de los días, o cómo pueden expresar lo
que comprenden? Es una perogrullada que las palabras crean pen­
samientos, sólo que en menor escala que los pensamientos crean
palabras. Y la creación de palabras no es una tarea simple. "No lle­
garás allí -.dice el infalible 'Q'- quitando a golpes tus propios in­
cultos impulsos. Primero has de ser tu propio lector, cincelando el
pensamiento para ti .mismo; y después de esto habrás de tallarlo
más profunda y cuidadosamente, si es que quieres imprimir su ima­
gen en la cera de las mentes de los demás." "Se sabe -añade- que
incluso para el Hombre de Ciencia, este tallar, neto y limpio, de
las palabras ha sido siempre una necesidad." Sí, las palabras son
cosas sumamente importantes, aún para el Hombre de Ciencia.
Y al final, el vulgus no es un mal juez. Es deber, pues, del ar­
queólogo, como el de todo científico, el llegar al público y dejarle
una impresión, así como moldear las palabras en la arcilla simple
y directa de su entendimiento.

rama dorada (Trad. de E. y T. I. Campuzano) . Fondo de ·cultura Económica,


México, 1956 ( 3er. edic.) , 860 pp.
PUBLICACIÓN Y PUBLICIDAD 231

APÉNDICE AL CAPÍTULO XVI


Con respecto a lo que asentamos en las páginas 222-223, queremos
añadir las siguientes notas, que se refieren únicamente a los procesos
más importantes de la reproducción gráfica. A modo de prefacio,
hay que observar que los clisés de línea, cuando no exceden las di­
mensiones de la página de texto, se imprimen junto con éste y se les
numera como figuras en el texto, usando cifras árabigas. Los clisés
de medio tono y las litografías se imprimen, normalmente, por se­
parado y en papel de mejor calidad: se suelen ordenar como lámi­
nas, con numerales romanos. Los clisés de línea cuyas dimensiones
son mayores que las de la página de texto también se tratan como
láminas.
a) CLISÉS DE MEDIO TONO
Dibujos esfumados, fotografías, pinturas, etc. son trabajos de "tono
continuo". Para propósitos de reproducción, estos materiales se
separan en medios tonos ( o distintos tonos ) en forma tal que el
resultado final es un clisé formado por una serie de puntos, que
varían de tamaño en proporción con las luces y sombras del ori­
ginal. Esto se hace necesario porque los clisés de medio tono se
imprimen lo mismo que los tipos. Un rodillo humedecido con tin­
ta de imprenta pasa sobre la superficie de la plancha y por medio
de un roce, tipo "beso", impregna de tinta las partes que toca.
Para lograr aquellos puntos para el entintado, el procedimiento
incluye el volver a fotografiar el original a través de una pantalla
que se interpone ante la placa fotográfica. Dicha pantalla consiste
en multitud de líneas trazadas sobre un vidrio óptico y las cuales
dejal! entre sí aberturas cuadradas a las que sirven de divisorias.
Las líneas rompen la continuidad del sujeto en puntos de distintos
tamaños, representándose las partes de mayor luz por puptos extre­
madamente finos, los tonos medios por puntos mayores, y los to­
nos oscuros por puntos más gruesos aún. Del negativo así obte­
nido se hace una plancha de cobre o de zinc; esto se lleva a cabo
cubriendo el cobre con una goma bicromada e imprimiéndola en
contacto con el negativo: las zonas que hay entre los puntos des­
aparecen q11ímicamente, y quedan así los puntos en relieve. Esta
plancha de cobre se monta entonces sobre madera y se imprime, lo
mismo que los tipos, con la prensa.
El tamaño que se escoge para los puntos depende de las distin­
tas condiciones de la futura impresión. El papel para periódico,
como es grueso necesita, aproximadamente, una pantalla de 60
232 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:

líneas por pulgada, que se entrecruzan con otras 60 líneas en án­


gulo recto, por lo que sus intersecciones dan un total de 3 600
puntos, por cada pulgada cuadrada. Para la impresión de revistas
y trabajos similares, se emplea más la pantalla de 100 a 120 líneas;
para el trabajo comercial, 120 a 133 líneas; mientras que la impre­
sión más fina, como es la de temas científicos impresos en papel
de gran calidad para fines artísticos, la pantalla empleada es, por
lo general, de 133 a 150 líneas por pulgada.
Un impresor puede echar a perder un buen clisé con un mal
entintado, si usa mucha o muy poca tinta, o si entinta desigual­
mente. Sólo un impresor hábil y de experiencia puede obtener los
mejores resultados de un clisé, y a veces es preferible ordenar
la impresión al mismo grabador, cuando éste tiene el equipo nece­
sario.
Es más, un buen clisé puede echarse a perder también por usar
papel de mala calidad. En el mejor de los casos, un clisé de medio
tono puede ser excelente; pero tanto un clisé· de segunda clase
como una impresión de mala calidad arruinan seriamente una pu­
blicación, por muy bueno que sea todo lo demás. Es esencial,
pues, llevar a cabo una inspección cuidadosa durante el período
de pruebas.
Hay algunos puntos en los que el autor debe ayudar al grabador:
Primero: las impresiones fotográficas brillantes son las mejores
para la reproducción; papeles mates, "acabados artísticos" e im­
presiones entonadas deben evitarse. Un buen blanco y negro bri­
llante es lo mejor. Segundo: el sujeto fotográfico no debe estar
recargado de detalles, teniendo en cuenta la escala de reducción
que se desea. Hay que recordar que, aunque sea de calidad ópti­
ma, ningún clisé de medio tono puede quedar tan claro como la
fotografía original, y que los detalles ( a veces detalles esenciales)
pueden quedar oscurecidos en la reproducción. Tercero: el tamafio
y la forma en que se quiere el grabado han de marcarse en el re­
verso de la fotografía. Los márgenes innecesarios ( o sea el exceso
de cielo, o demasiado primer plano) no deben cortarse del origi­
nal, sino indicarse en el reverso, con líneas a lápiz, trazadas con
murvidad: cuidado ha de tenerse de no apretar el lápiz demasiado
para no dejar surcos en la superficie fotográfica. Los clisés de
medio tono, aunque normalmente no se imprimen con el texto, no
deben ser mayores, por regla general, que las páginas del mismo
texto. Al calcular los clisés, no hay que olvidar el espacio para los
pies o "leyendas". Cuarto: evitar, si es posible, la preparación de
nuevos clisés de medio tono de ilustraciones ya existentes en medio
PUBLICAClóN Y PUBLICIDAD 233
tono. Esto lleva a una doble acción de pantallas y a la reproduc­
ción de una versión de segunda mano, doblemente oscurecida,
lo que es casi siempre insatisfactorio.
Un negativo de medio tono debe tener normalmente 1 5 X 12
pulgadas. Los clisés de medio tono, repitamos, se imprimen, por
lo común, aparte del texto; usualmente sobre papel especial. Des­
pués se insertan como láminas ( no figuras ) . Véase más arriba.

b) CLISÉS DE ÚNEA

Los dibujos lineales, hechos con tinta negra, se reproducen por el


procedimiento de clisés de línea: esto es, el grabador los fotografía
con una cámara especial y las líneas se transfieren a una plancha
de zinc, el "fondo" de la cual se corroe mediante un baño de ácido,
dejando las líneas en relieve para el subsecuente entintado e im­
presión. Luego se clava o se atornilla la lámina de zinc, a un blo­
que de madera, a través de sus pestañas o partes rebajadas. El clisé
de línea, al ser impreso en la misma forma que las líneas de tipos,
puede, como dijimos antes, ser reproducido en las propias planas,
siempre que su tamaño lo permita.
Normalmente, la reducción a un tercio ( lineal) da resultados
satisfactorios, pero pueden reducirse también a un medio o un
cuarto ( rara vez a menor proporción) . En el caso de reducción
a un tercio ( lineal ) , un dibujo de 12 X 6 pulgadas saldrá de
4 X 2 pulgadas y, por lo tanto, será tan sólo un noveno del área
del original: De aquí el empleo del término "lineal" al especificar
el grabado de reducción.
Es esencial que el dibujante, al preparar sus originales, conozca
el tamaño de la probable reducción y así pueda regular, en conse­
cuencia, el espesor de sus líneas, el tamaño de sus rótulos, y todo
el estilo general. Una línea excesivamente delgada en el original,
puede convertirse en la lámina de zinc en un borde de metal tan
delgado que puede salir mal en su proceso de preparación y dete­
riorarse al hacer la impresión. Las líneas que se dibujan excesiva­
mente juntas tienden a unirse en la reducción: bien sea el metal
o la tinta, o ambos, y esta última pasará de una línea a otra
formando una mancha sucia o inexpresiva. Esto es fácil que su­
ceda al sombrear, sobre todo al sombrear un plano con líneas. Es
necesario, pues, que las líneas individuales del sombreado sean
claras y estén separadas una de otra. Y nada es más desagradable
en un plano o diagrama que los r6tulos que no pueden leerse con
facilidad. El tamafio de las letras en el original debe estar candi-
2 34 ARQUEOLOGfA DE C&\1PO:

cionado por la máxima reducción que se haya planeado. En todo


caso, es preferible rotular en tamaño grande, que en uno dema­
siando pequeño.
Al seleccionar el tamaño, forma y extensión de la reducción de
un dibujo, no debe olvidarse calcular el espacio para el título
(N<? de figura, etc. ) . Si la ilustración va a imprimirse con el texto
-propósito deseable, pero no siempre posible-, el dibujo reducido,
más su título, no deben rebasar la caja de una página impresa.
Un tamaño máximo para un clisé de línea puede ser el de
26 X 19 pulgadas. Los dibujos a una escala mayor que este ta­
maño se reproducen por litografía y es preferible usar este sistema
para todas las ilustracion�s a línea mayores del tamaño de la caja.
Una litografía pequeña c�ta más que un clisé de línea pequeño,
pero una litografía grande cuesta menos que un clisé de línea
grande. En cuanto a correcciones, pueden hacerse cuando sean pe­
queñas y simples sobre un clisé de línea, pero no son de desearse.
C) LITOGRAFÍA

El viejo método de la litografía -impresión de dibujos hechos en


superficies lisas de piedra- ha cedido el paso a los modernos pro­
cesos de foto-litografía, en los cuales el mapa o el plano se repro­
ducen primero como un negativo fotográfico y luego se imprimen
en una delgada lámina de zinc. Por procedimientos químicos se
hace que la imagen atraiga la tinta y que las partes en blanco
del zinc la repelan. Esta lámina se sujeta firmemente a un cilin­
dro impresor de la máquina. Los rodillos de tinta, cargados con
tinta especial y los rodillos humedecedores cargados con agua, pa­
san alternadamente sobre la superficie de la lámina. La imagen
entintada se prensa contra otro cilindro, alrededor del cual hay
una hoja de hule especial, y ésta se prensa sobre el papel : de aquí
la palabra "offset" o "lito-offset" o "foto-lito-offset".
Las ventajas del procedimiento "offset" son que el trabajo de
líneas finas puede ser impreso por el toque o "beso" elástico de la
hoja de hule en tal fonna que se evita toda presión indebida, y
que las líneas entintadas se prensan suavemente contra la textura
del papel, sin que quede ninguna imagen visible en el reverso del
mismo. Las correcciones, aun las más pequeñas, deben evitarse
hasta donde sea posible.
Por lo tanto, una litografía requiere una impresión cuidadosa
aparte y no puede hacerse junto con el texto.
Las láminas litográficas pueden hacerse, generalmente, de hasta
40 X 30 pulgadas.
XVII
¿QUE DESENTERRAMOS Y POR QUE?
"Ninguna cantidad de conocimiento técnico
puede reemplazar la comprensión de las hu­
manidades o el estudio de la historia y de
la filosofía." WINSTON CHURCHILL, en Ko­
benhavns Universitets Promotionsfest den
1 00kt. 1950 (Copenhague, 1951 ) .

EN Los CAPÍTULOS precedentes me he referido a la historia de la


excavación arqueológica; a la búsqueda de una cronología abso­
luta, como base principal para la ordenación e interrelación de
nuestros datos; al método estratigráfico, como un procedimiento
concurrente; a la necesidad de elaborar un plan a largo plazo, si
queremos asegurar el avance sistemático de nuestro conocimiento;
y, finalmente, al tema importantísimo de la publicación y la pu­
blicidad. También expliqué algo acerca de las técnicas de exca­
vación propiamente dicha, de la anotación en el campo, del trabajo
de laboratorio y acerca del personal. Pero hay un aspecto nota­
ble de nuestra tarea que no puede pasarse por alto en un capítulo
final; y este aspecto puede expresarse mejor con las preguntas:
¿Cuál es la utilidad de todo esto? ¿Qué estamos tratando de hacer
en esta forma, más bien compleja, y hasta dónde creemos llegar?
Cualquier contestación a estas preguntas tiene que resultar subje­
tiva y no exenta de prejuicios, pero no existe ningún peligro en
los prejuicios de poca monta cuando son honestos. Por lo menos
pueden estimular el sabio juicio de esos críticos afortunados que
carecen de parcialidad.
La arqueología es ante todo una disciplina que busca hechos.
Un autor, norteamericano por cierto, ha dicho que "La arqueo­
logía pcr se no es más que un método y un grupo de técnicas
especializadas para reunir información cultural. El arqueólogo,
como arqueólogo, no es, en realidad, más que un técnico." 1 Para
mí, francamente, este punto de vista tan extremo es una ton­
tería. Un especialista en lepidópteros, es mucho más que un caza­
dor de mariposas, y un arqueólogo que no sea más que un bus•
cador de tiestos no puede ser merecedor de su logos. Es, cierta•
mente y antes que nada, un buscador de hechos, pero sus hechos
son los registros materiales de logros humanos; también es, por la
1 \V. W. Taylor, op. cit., p. 43.
-[ 235 ]-
236 ARQUEOLOGtA DE CAMPO:

misma raz6n, un humanista, y su tarea secundaria es la de revivi­


ficar o humanizar sus materiales con una imaginación controlada
que inevitablemente participa de las cualidades del arte e inclu­
sive de la filosofía.
Pero, después de todo, éstas son meras palabras. ¿Cuál es, en el
terreno de la realidad, el significado de esto, es decir, de la Ar­
queología? La pregunta es de aquellas que, dada nuestra evaluación
de la evidencia, no pueden permanecer apartadas ya de nuestra
inteligencia. No importa que en una mayoría de casos no sepamos
la verdad : Es privilegio del inteligente hacer preguntas y es pre­
tensión del no inteligente el tener todas las respuestas. El estado
de duda filosófica no es el menos envidiable de la condición hu­
mana. La definición no aclara las cosas necesariamente.
Aquí, desde el principio, nos enfrentamos con elementos en
conflicto. Por un lado, tenemos al técnico o, si se prefiere, al
"científico", ocupado midiendo pulgadas o centímetros, haciendo
análisis y observando manchas en el suelo; es decir, empeñado en
conocer la anatomía de la historia o la prehistoria. Por otro lado,
tenemos al humanista ocupado con su interpretación vital. Hay
la tendencia, muy extendida en nuestros días, de inclinarse hacia la
primera dirección, a considerar la arqueología como una ciencia
natural y a no tomar en cuenta la intervención del "motivo" o
del "libre albedrío". "Los motivos -dice el profesor Cordon
Childe- de hecho difícilmente son capaces de un estudio histórico
genuino." Esta inclinación es una reacción saludable del roman­
ticismo del siglo pasado. Pero puede llevarse con facilidad dema­
siado lejos. En algún otro lugar he hecho notar la tendencia a
hacer de la arqueología una especie de humanismo deshidratado,
a momificar el pasado, a transformar nuestros predecesores en "pue­
blo del hacha de guerra" o "pueblo del vaso campaniforme" hasta
que, por una instintiva y perdonable reacción hemos comenzado
casi a personificar hachas de guerra o vasos campaniformes con
una especie de animismo devorador de factura reciente. Esta fra­
seología representa una tendencia que sólo puede ser deplorable.
Es mucho más profunda de lo que, a veces, sus exponentes se dan
cuenta, Por muy ampliamente que empleemos las palabras, el
hombre es en algún sentido la envoltura de un alma, lo mismo que
cinco chelines de sustancias químicas. Y el alma o sensibilidad o
mente -cualquiera que sea el nombre que escojamos- queda más
allá del límite de la inteligencia finita, ya que es obvio que la
mente no puede comprenderse a sí misma. Dentro del lejano
límite de las últimas causas el geólogo puede aprehender u obje-
¿QU:E: DESENTERRAMOS Y POR QU:E:? 237
tivar las rocas con las que trata; no así el humanista con el inte­
lecto. Aquí, en última instancia, todo es subjetivo y no puede ser
de otra manera. La arqueología cada vez más y con toda propiedad
adapta y adopta los métodos de la ciencia natural y, sin ningún
rubor, va en busca de su ayuda. En este aspecto, no es una ciencia
en sí, en el significado escolástico del término. Lo más que se le
podría conceder es el sitio de una ciencia muy inexacta. Pero quizá
por esta razón, sus exigencias sobre la imaginación constructiva
son más inmediatamente insistentes, escolásticamente hablando,
que lo son las exigencias de algunas de las ciencias que más se
explican por sí mismas. Por esta precisa razón, repitamos, el' ar­
queólogo es mucho más que un asistente de laboratorio, por supe­
rior que éste sea. También participa de las inquietudes de un
artista. O. G. S. Crawford· estuvo cerca de la verdad cuando afirmó
que "La arqueología es un arte que emplea una técnica científica"
o, como dice el historiador de Oxford, Sir Llewellyn Woodward:
"El conocimiento histórico es algo más que una serie de trucos
detestivescos. Necesita una mente a tono con la escala de la acción
humana y práctica en el más sutil empleo del lenguaje, para ex­
presar las profundidades y las alturas". tsta es una acertada afir­
mación. El historiador, y con él yo agrupo al arqueólogo, debe
tener esa chispa del entendimiento intuitivo que inspira al pintor
o al poeta. "El mayor alcance de la ciencia -proclamaba Matthew
Amold-, es, podría uno decir, una facultad de adivinación que
está muy cerca del más alto poder que se ejerce en la poesía."
Todos los grandes historiadores tienen algo de este poder y deben
su grandeza no menos a tal virtud que a su erudición. Hacen vivir
al pasado porque ellos mismos están vivos y pueden integrar sus
hechos razonados con lo ilógico de la vida. De otro modo no serían
más que simples catalogadores, afiadiendo polvo al polvo y ceniza
a la ceniza.
De este modo, como arqueólogos, somos al mismo tiempo reco­
lectores e intérpretes. Entonces, obviamente, la siguiente pregunta
sería: ¿Qué es lo que recolectamos y tratamos de interpretar? La
pregunta nos lleva desde el primer momento a una perplejidad
menor, pero de la que hay que escapar con urgencia. A través de
todos estos capítulos, la palabra arqueología se ha empleado en el
sentido más amplio posible, incluyendo lo mismo el estudio de
implementos eolíticos, como el de lámparas de gas victorianas. Me
temo que hay autores menos liberales en su empleo. Los franceses
parecen haber desarrollado una distinción jerárquica entre l'archéo­
logie y la préhistoire, que es lo bastante sutil como para escapársele
238 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:

a un extranjero de tipo medio, pero en Inglaterra tenemos nuestra


contraparte. De vez en cuando, uno oye las palabras "arqueólogo"
y "anticuario" o inclusive ese feo e innecesario seudonombre "bus­
cador de antiguallas",* empleadas en un sentido de divergencia
significativa semejante a la de "ovejas y cabras" o "yeso y que­
so".** El anticuario, según parece, es el más cortés de los dos; se
s ienta en un sillón y usa un lente especial o, en un momento
de aflato, se desploma sobre las rodillas y frota un objeto de bron­
ce. El arqueólogo, por otro lado, lleva pantalones cortos de pana,
va y viene a grandes pasos sobre airosos paisajes, portando una
pala y una olorosa pipa, y puede ser un pregraduado. A estos tipos
divergentes puede añadirse un tercero, el antropólogo, vagamente
interesado en los "nativos" que no son británicos. Desde luego,
esta dicotomía o tricotomía no tiene sentido; pero tras ella yace
un núcleo de realidad y no precisamente de la que sería de desear­
se. La tendencia común a discriminar a los arqueólogos como pre­
historiadores y a los anticuarios como medievalistas no reporta
ningún beneficio. Pero si ejerce algún efecto, éste consiste en que
intenta, por un lado, restarle a la prehistoria algo del sentido hu­
mano que más le viene a la Edad Media y, por otro lado, en pri­
varles, en grado excesivo, a los estudios medievales esa fría y calcu­
lada objetividad que se atribuye a los prehistoriadores. Hace poco,
después de haber adiestrado, en un sitio prehistórico típico, a los
miembros jóvenes del personal de una de nuestras Comisiones de
Monumentos Históricos, fue muy satisfactorio para mí verlos ac­
tuar en la excavación de un lugar medieval con la misma técnica,
y con resultados fructíferos que, desde el punto de vista cronoló­
gico, iban desde el siglo once al séptimo. Y, sin embargo ¡qué
raro ha sido que este procedimiento, simple y obvio, se haya in­
tentado! Asentemos que las dos palabras, "arqueólogo" y "anti­
cuario", deben quedar para el futuro como verdaderos sinónimos,
miembros natos de una disciplina común que llegan por los mismos
o por muy semejantes métodos al mismo fin.
Pero, cuando ya todo se ha dicho y hecho, ¿cuál es aquel fin? Ya
nos hemos puesto de acuerdo (espero ) en trabajar como hermanos;
pero ¿qué decir ahora sobre la naturaleza de nuestro trabajo? Con­
sideremos, por un momento y con ejemplos específicos, cuál es la

* El autor contrasta en inglés el apelativo antiquary con el adjetivo anti•


quarían. Siendo "anticuario" el equivalente español para ambos, se pierde la
intención del original. [E.]
** Del dicho inglés : "as different as chal.k and cheese", que podría tener
su equivalente en : "parecerse corno un huevo a una castafla". [E.]
.¿QUI!: DESENTERRAMOS Y POR QUI!:? 239
extensión de esta tarea. En un mismo año, hemos tenido al (ex)
"Disney Professor" de Arqueología en Cambridge, muy ocupado
explorando con todo éxito el Paleolítico Superior de Francia, a la
vez que el Dr. Leakey sudaba tras sus industrias del Pleitoceno
a través del Africa tropical. El Prof. Grahame Clark, en Yorkshire,
se dedicó a extraer, con habilidad consumada, las importantes reli­
quias de un grupo de recolectores refugiados en las marismas, tan
escuálido como es fácil de imaginar. Sir Cyril Fox, lleno de ciencia
e imaginación, estaba, según dijimos en un capítulo previo (p. 1 1 ),
reconstruyendo las costumbres funerarias de los míseros entierros
en túmulo de la Edad de Bronce, en los lejanos límites del mundo
antiguo. El que escribe excavaba en el primer asiento de los desdi­
chados inmigrantes de la Edad de Hierro en la costa inglesa del
Sur, y clasificaba sus tiestos, de mala calidad, semejantes a galle­
tas para perros.* La Sra. Stuart Piggot, con una fortaleza de ánimo
inspiradora, escudriñaba, animada por la idea de que es mejor
viajar con esperanzas que llegar a puerto, los restos vacíos, ya ba­
rridos por el viento, de los fuertes del siglo I en las tierras bajas
escocesas. El Prof. Jan Richmond, en la Muralla de Adriano, gas­
taba los conocimientos más profundos y una astucia incomparable
para conocer la decadencia de un hombre-médico. La lista puede
extenderse fácilmente. Pero, ¿adónde nos lleva todo esto? A veces
se encuentra uno con dos mentalidades al respecto. ¿Todo tipo de
información es digno de consideración, o es justificable seleccionar
y graduar nuestro material sobre una base de prioridades? y, si es
así, ¿qué prioridades?
Esta cuestión puede llevamos con facilidad a discusiones pro­
longadas de naturaleza semifilosófica. Debemos resistir la tenta­
ción sin salimos del asunto. Desde el comienzo está claro que no
hay respuesta simple ni única. Mucho depende de la forma en
que se enfoque el asunto. El hombre es un animal con árbol bio­
lógico. Físicamente es un animal no especializado, pero que tiene
un cerebro especializado que le permite elaborar y ampliar su fí­
sico por medio de un creciente número de artefactos o miembros
artificiales. Así se convierte en el autor de industrias que acumula
en culturas; hasta que, finalmente, está lo bastante equipado para
vivir en grandes comunidades; en otras palabras, se hace civiliza­
do. En una comunidad grande, el antagonismo o la colaboración
constantes de las diversas mentes, llevan, bajo condiciones de equi­
librio, a las grandes civilizaciones; bajo condiciones desequilibra­
das, a relativamente grandes catástrofes humanas. El período de
• "Dog-biscuits potsherds". [E.]
240 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
equilibrio puede ser breve, como en la Grecia del siglo v, o largo,
como en el Egipto Dinástico. El período de desequilibrio puede
ser de obliteración y olvido o de composturas y transformaciones;
de constante, si bien desigual lucha hacia una nueva meta. Estas
secuencias y posibilidades nos son lo bastante familiares y no nece­
sitan particularizarse, aunque sólo sea por la forma en que el señor
Amold Toynbee las ha desplegado ante el gran público en la for­
ma de su propia y estimulante filosofía de la historia.
Este proceso complicado, desde luego, ofrece al estudiante más
de una línea de acercamiento. De hecho, la investigación arqueo­
lógica moderna proporciona una dualidad recurrente. El punto
de vista normal de la arqueología en la Gran Bretaña, ha sido, en
el pasado, sobre los lineamientos de la tradición clásica. El "Grand
Tour" * y la educación clásica estándar nunca han estado lejos de
la mente del arqueólogo británico, hasta hace pocos años; y nom­
bres como los de Stukeley o Sir John Evans o, inclusive, Pitt Rivers
mismo, no cambian la verdad de fondo de este aserto. Grecia y
Roma eran la Meca de los estudiantes británicos, provincializada
algo en los últimos años gracias a la gran influencia de Haverfield.
Por ejemplo, la Cátedra "Yates" de Arqueología de la Universidad
de Londres, a pesar de su título tan general, siempre se ha consi­
derado como una cátedra de arqueología clásica. Y hace tiempo,
encontramos al joven Arthur Evans impugnando el mismo punto
de vista en Oxford. Evans, cuando estaba en sus veintes, había
sido empujado para solicitar la beca para estudiar arqueología que
acababa de ser creada en la Universidad. Su reacción inmediata fue:
"Uno siente que lo que quieren es un estudiante de "Arqueología
Clásica" y que cualquiera que no lo sea encontrará, con toda pro­
babilidad, que en Oxford se le hace poca justicia". Y fue más allá
cuando dijo que "la gran característica del progreso arqueológico
moderno ha sido la revelación de períodos y razas de hombres so­
bre las que la historia no dice nada. . . Sin embargo, Oxford parece
querer ignorar toda rama de la Arqueología que no sea la de la
consabida Clásica".2 La juvenil prote�ta de Evans tuvo lugar en
1879. Cuatro años más tarde, su pensamiento retomó una vez
más hacia Oxford y, el Dr. Joan Evans ha conservado una corres­
pondencia, significativa y agradable, entre él y Freeman, que define
aún más la actitud contemporánea respecto a_ la arqueología en
estas Islas. Escribe Evans:
• En Inglaterra, viaje por los principales países de Europa continental. [E.)
2 Joan Evans: Time and Chance: the Story of Arthur Evans and His Fore­
bears (Londres, 1943 ) , pp. 221-2.
¿QU:8 DESENTERRAMOS Y POR QUE? 211

Va a organizarse la cátedra de Arqueología y he sido insistente­


mente aconsejado para presentarme. No creo que deba hacerlo,. a
no ser que vea algunas posibilidades efectivas de conseguirla: y en
verdad, veo muy pocas. Para comenzar, se va a llamar Cátedra
de Arqueología "Clásica", y. . . confinar un Profesorado de Arqueo­
logía a los tiempos clásicos me parece tan razonable como crear
una cátedra de "Geografía Insular" o "Geología t'!el Mesozoico" . . .
Europa, salvo un período favorecido y un área muy hmit�da (pues
asumo que ni la Galia, Britania o la Iliria jamás fueron "clásicas"
en el sentido de Jowett ) , debe ser rigurosamente excluida.
La réplica de Freeman a Evans fue :
Creo que debe presentarse, aunque sólo sea para significar •SU
protesta. . . Desde luego, habrá algún mezquino tonto de Balliol, *
con todo el saber colgando al extremo de su ganchuda nariz, que
representará la autosatisfecha ignorancia en contra de Ud., pero yo
lo haría, aunque sólo fuera para decirle unas cuantas cosas.3
El resultado fue que Arthur Evans siguió su propio : camino· y
encontró la inmortalidad en Creta. En realidad, hasta que en
1926 se estableció la Cátedra "Abercromby" en Edinburgo, no
hubo un verdadero profesorado de arqueología prehistórica en Ja
Gran Bretaña; y, si ignoramos el cargo, puramente personal y hono­
rífico, concedido eventualmente a Art:hur Evans { en 1909) como
"Profesor Extraordinario de Arqueología Prehistórica", sól<> en los
últimos años ha sido Oxford sacudido de la vieja tradición · de
Jowett, y se ha puesto a tono con su importante cátedra de Arqueo­
logía Europea.
Esto es curioso, pero es un hecho.
Por otro lado, en Escandinavia la situación ha sido exactamen­
te la contraria. Allí, no sólo la prehistoria en general, sino también
la de Escandinavia en particular -con la que muchas otras pre,.
historias europeas están en deuda- han mantenido su campo des­
de el principio del siglo XIX en adelante, y tan sólo hace pocos
años que la arqueología clásica ha logrado un reconocido stcitus
académico, por ejemplo con la fundación de cátedras clásicas en
Lund y Upsala, alrededor de 1910.
En Escandinavia, la sencilla bomba de agua parroquial ha sido
respetable durante siglo y medio; en toda la Europa occidental
apenas era tolerada hasta hace poco, a no ser bajo el pabellón del
clasicismo.
• Balliol College, en Oxford, fundado en 1263 por John de Baliol. [E.J
a Time and Chance, pp. 261-2.
242 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
Hoy hay una gran reacción en marcha. Los suecos se han con­
vertido en clasicistas y están excavando el Foro Romano; los in­
gleses, descuidando a los clásicos, se dedican a excavar los basu­
reros selváticos del Mesolítico en las brumas de su propio país. En
verdad que hoy en día, salvo en la forma de una arqueología
diluida romano-británica y aparte de algunos trabajos notables de
la Escuela Británica en Roma, realizados en África del Norte, la
arqueología clásica, en Inglaterra, se encuentra, con mucho, bajo
un eclipse, mientras que la prehistoria florece como jamás había
florecido. Inclusive los propios romanos modernos han descubierto
sin inmutarse los agujeros de postes de unas humildes cabañas
prehistóricas, a unos cuantos metros de la respetable Casa de Livia,
en el Palatino. Los viejos valores están siendo abandonados y
otros nuevos están apareciendo. ¿Cuál es su significado relativo?
Po� ejemplo ¿merece la pena gastar dinero y talento en una cabaña
de piedra enteramente vacía, en las montañas de Gales, mientras
que grandes sitios en las rutas arteriales del desarrollo humano
están científicamente sin tocar? Cierto es que la primera se en­
cuentra al lado y sólo cuesta algunas libras esterlinas y los otros
pueden estar a miles de kilómetros y costar muchísimo dinero;
pero ahora no discutimos estos factores circunstanciales. La pre­
gunta se refiere más bien al principio sobre el que vamos a traba­
jar, a nuestro sentido de proporción.
. ·· · Una vez más -podemos suponer-, todo depende de nuestro
modo de -enfocar el tema. Es cuestión, en gran p::irte, de si nues­
tro punto de partida es el del biólogo o el del humanista. Los bió­
logos han dicho que las instituciones del hombre están gobernadas
po� las mismas leyes que rigen el desarrollo del cuerpo humano;
que la humanidad y las instituciones humanas pueden estudiarse
adecuadamente en la misma forma que se hace con las palomas
o con las lombrices de tierra. Es el proceso de desarrollo propia­
mente dicho el que enfoca la mente inquisitiva. Los logros, bue­
nos o malos, son elementos de cambio en secuela y no tienen
interés intrínseco especial; es un registro de prueba y error en el
trastabillante progreso de la evolución. No hay duda de que
'·' bueno" y "malo" son términos erróneos subjetivos. ¿Quiénes
somos nosotros para lograr la distinción entre tales términos? Son
graduaciones arbitrarias en nuestro criterio del cambio; lo mismo
'podríamos decir que un pez es "bueno" y una medusa "mala".
· · Cierto es que la actitud biológica ha sido expuesta aquí con
crudeza y quizá no desde el punto de vista más indicado. Pero
O�wald Spengler, quien no ha hecho poco para darle a esta acti-
¿QUt DESENTERRAMOS Y POR QUt? 243
tud el combinado prestigio de la filosofía y de la historia, se ex­
presa de este tema en forma no diferente, y el Prof. Henri Frank­
fort ha hecho comentarios recientes sobre él en términos esencial­
mente paralelos a los míos. Spengler, dice Frankfort,
en realidad llama a las civilizaciones "seres vivos del más alto or­
den" y trata de establecer con precisión qué fenómenos son los que
caracterizan cada fase en su ciclo de vida. Para él, un orden impe­
rialista y socialista sigue a una sociedad tradicional y jerárquica; la
técnica en expansión y el comercio siguen a la grandeza en el arte,
en la música y en la literatura con tanta seguridad como la disper­
sión de las semillas sigue a la maduración de una planta que jamás
volverá a florecer. Pero tomar la metáfora biológica literalmente,
dar de esta manera realidad a una imagen, no es morfología, sino
mitología; y es una creencia, no es el conocimiento, lo que lleva a
Spengler a negar la libertad del espíritu y la impredictibilidad de
la conducta humana.•
Yo también soy, pues, uno de esos que, con todo el respeto de­
bido a Spengler y a quienes piensan como él, no están prontamente
tentados a equiparar el desarrollo de las instituciones humanas con
los procesos normales de la evolución orgánica, a "darwinizar" el
progreso humano. Como hace tiempo observó Julian Huxley,
"Muchos escritores -sobre todo porque los fenómenos biológicos
puros son más sencillos que los humanos- han estado obsesiona­
dos con la idea de que el estudio de la biología como tal, puede
enseñamos principios que se podrían aplicar directamente y en
conjunto a los problemas humanos''.5 La tendencia es en parte,
indudablemente, una reacción al Libro del Génesis, pero precisa
de una apología más seria que ésa. La evolución orgánica y la
evolución social no son, en el estado presente o en cualquiera que
nos i maginemos de la investigación, procesos equivalentes. Indu­
dablemente, un ojo remoto con una comprensión más allá de la
del simple homunculus, podría integrar el desarrollo orgánico e
intelectual y contemplar ambos como facetas del mismo cristal,
dientes de una misma máquina. Pero, para la miope mirada con la
que hemos de contentamos, las diferencias entre los dos procesos
son más significativas que los parecidos. El Prof. G. Childe formu­
ló sabios conceptos a este respecto. Hablando de la naturaleza
de los cambios culturales efectivos del "progreso", señaló:
• H. Frankfort : The Birth of Civilization in the Near East (Londres, 1951),
pp. 18-9.
0 Essays of a Bioligist (Londres, 1926 ) , p. 75.
244 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:

Las invenciones pueden ser transmitidas de una sociedad a otra


[por difusión] . Pero esto es exactamente lo que es imposible en la
evolución orgánica. No hay posibilidad de que una especie trans­
mita a otra la mutación que ha probado ser benéfica, aunque am•
bas especies habiten la misma región. Lo más que puede suceder,
es que la selección natural vaya eliminando la especie que carece
de mutación. Sugiero que es el hecho de la difusión, más que nin­
gún otro, lo que distingue la evolución social de la orgánica y ex­
plica las curvas en las líneas de cualquier representación gráfica
del proceso.6
No hay duda de que el viejo postulado de las fases universales,
identificables y aun predecibles en el progreso humano fue pro­
ducto del deseo fortuito de una edad que,' tanto en la moral como
en la esfera científica, estaba empeñada en poner los hechos en
orden. Sólo que, sea como fuere, en la esfera científica, sus hechos
eran naturalmente inadecuados. Constituían una especie de co­
nocimiento a medias que, como sucede con este conocimiento,
usurpó una autoridad fuera de proporción con su valor intrínseco.
Es una paradoja que en una época en la que, por un lado, los dere­
chos y prerrogativas del hombre se han establecido como nunca lo
fueron antes, por otro, el apremio científico hacia el sistema y
la secuencia hayan tendido a ponerlo en una cola o "cocodrilo".
¿Debemos hacer fila para todo, inclusive para nuestra humanidad?
¿No estamos todos, inclusive nuestros científicos, adquiriendo de­
masiada mentalidad de cola? Yo estoy ciertamente de acuerdo con
C. M. Trevelyan cuando afirma que "incluso si la causa y el efecto
pudieran ser descubiertos con precisión, aun esto no constituiría
la parte más interesante de los asuntos humanos. No es la evolu­
ción del hombre, sino sus logros lo que forman la gran lección del
pasado y el tema más importante de la historia".7 Aquí habla
uno con la fe, aún viva, en aquella frase arcaica: la Nobleza del
Hombre. No necesitamos cerrar los ojos al Hombre-Medusa o
al Hombre-Recolector-de-alimentos-de-tiempo-completo para poder
creer en el Hombre-con-tiempo-para-pensar-entre-comidas, en el
Hombre Civilizado; este último es, desde luego, de una importan­
cia mayor. La civilización ha sido definida como "la reunión de
grandes poblaciones en ciudades; la diferenciación en ellas de pro­
ductores primarios ( pescadores, agricultores, etc. ) , artesanos espe­
cialistas de tiempo completo, mercaderes, empleados, sacerdotes
6 Social El'olution (Londres, 1951 ) , p. 170.
1 Clio, p. 12.
iQUt DESENTERRAMOS Y POR QUt? 245
y gobernantes; una concentración efectiva de poder económico y
político; el empleo de símbolos convencionales para el registro
y la transmisión de informaciones (escritura) y patrones igual­
mente convencionales de pesos y medidas, de tiempo y espacio,
conducentes a cierta ciencia matemática y calendárica".8 ¡Qué
madurez en la mente humana y qué cantidad de esfuerzo queda
implícita en todo eso! El hombre en su fase más plenamente ex­
presiva. Hace tanto tiempo como en 1852, el presidente del Ins­
tituto Arqueológico, pudo anunciar, con algún viso de razón, que
en la arqueología
' ya no es posible suponer que los períodos más oscuros sean los más
merecedores de investigación. Al contrario deben preferirse aque­
llos que son los más ricos en materiales que intrínsicamente mere­
cen ser estudiados; esto es, en el desarrollo visible del intelecto
humano, la demostración de carácter personal, la actividad crea­
dora de las artes, la variedad de las relaciones sociales y las analo­
gías o contrastes que éstas puedan presentar a la vida entre nosotros
mismos.
1
9

Cierto es que un defensor en nuestros días de este punto de


vista queda expuesto fácilmente a que se le haga el cargo de su­
frir de atavismo y de que escoja como su tema la clase de Hombre
que ha tenido más que decir, el que se ha expresado más amplia­
mente por medio de cosas materiales y, por lo tanto, es el tema
más susceptible para el arqueólogo. Pero no lo creo así. Después
que fueron escritas estas palabras, oí a Sir Llewellyn Woodward
-a quien ya he citado- decir casi lo mismo, aunque en mejor
forma. Hablaba él de ciertos eruditos que habían vuelto a ganar
para la historia un lugar entre las Musas; y afirmaba que lo ha­
bían hecho así "en última instancia porque atribuían un gran
válor a la dignidad del hombre". "Repito esta palabra deliberada­
mente -añadía- porque una de las señales de desintegración en
nuestra propia cultura es la renuencia a considerar que el hombre
tiene una dignidad, que sus actos pueden ser nobles. Una vez que
este concepto de nobleza se ha perdido, la historia se vuelve nada
más. que un costal de desperdicios, un catálogo de casa de em­
peño o, en el mejor de los casos, un archivo de siquiatra." 10 A esto
puede oponerse que la "nobleza" no está necesariamente ausente
del salvaje y que, por ejemplo, una punta Chatelperron o una
s Childe, op. cit., p. 161.
9 E. Oldfield en Arch. Joum., ix ( 1852 ) , 3.
1 0 Proc. of the British Academy, xxxvi ( 1950 ) , l lZ.
246 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
punta de lanza solutrense pueden representar una hazaña que com­
parte la cualidad de la nobleza intelectual. Mas no estoy dispuesto
a admitir al Noble Salvaje en mi definición general del término,
por la sencilla razón de que es un salvaje, y sufre, por lo tanto, de
una visión restringida, de un razonamiento tangencial y de una
falta de oportunidad. Lo que yo tengo en mi mente es algo mu­
cho más complejo y comprensivo, algo que implica un trasfondo
de civilización o de una cierta aproximación a ella; en donde la
inteligencia ha estado sometida al mayor orden posible de estímu­
los y donde sus frutos han sido compartidos más ampliamente,
más rápidamente y más inteligentemente.
Habrá menos dudas en subrayar esta vía de entrada, ya que,
parece, hay aquí la probabilidad de que podría recibir menos del
apoyo debido por parte del futuro estudiante de arqueología.
Parece posible que el enfoque humanístico del estudio de la An­
tigüedad pueda dar paso desde ahora con más facilidad a lo que
en párrafos anteriores ha sido groseramente apodado como el en­
foque biológico. Este cambio se debe, en parte, a la deficiencia
de los propios humanistas. Hasta que los ciudadanos de Minos
y del valle del Indo llegaron a complicar la escena con sus escri­
f-uras no entendidas aún, una forma normal de acercarse a las gran­
des civilizaciones del mundo antiguo .:...las de Grecia, Roma, el
Nilo, Palestina, el país de los Ríos Gemelos- era a través del
estudio del idioma. La arqueología sufrió una preocupación lin­
güística, muy necesaria y valiosa por sí misma, pero capaz de oscu­
recer aspectos más materiales y de igual valor. Puede parecer una
perogrullada decir que la preocupación del estudio del idioma es,
en la práctica, rara vez compatible en el mismo individuo con el
estudio, científico y analítico, de los fenómenos tal como se pre­
sentan en la tierra. En mi experiencia, el lingüista es un tipo de
hombre distinto del excavador o del estudiante metódico de la
evidencia cultural en su más amplio sentido. Puede ser un "Little
Johnnie Head-in-Air" y ya sabemos lo que a éste le ocurrió cuando
llegó a un agujero en el suelo. La consecuencia de todo ello ha
sido aislar algunos campos de estudio, sobre todo las civilizaciones
clásicas, como reservaciones para un tipo particular de humanistas,
quienes han templado su entrenamiento lingüístico e histórico con
la crítica de arte, pero quienes raramente han bajado a la tierra
para estudiar las cosas con las que están integradas sus selectas ci­
vilizaciones o de las que sus civilizaciones han emergido. Para
ellos, Pitt Rivers vivió en vano. Pero ahora sus propios días pare­
cen estar contados, y con una perversidad que no intento ocultar,.
¿QU:t DESENTERRAMOS Y POR QUJ;:? 247
comienzo yo a lamentar su muerte. Hoy el estudio del griego está
declinando definitivamente e inclusive el latín está cubierto por
una nube. Estamos en un período de transición rápida. El más
eminente de nuestros arqueólogos materialistas puede -y lo hace­
leer las odas de Píndaro después de la cena, pero es un viejo caba­
llero y puede dudarse que haya más de su clase. Ha llegado el
tiempo de preguntar: ¿Qué está reemplazando a las disciplinas
tradicionales? Una gran variedad de habilidades y técnicas, pero
poco, comparativamente, que puede educar y estimular la imagi­
nación humanística. Porque esta cualidad vital es, parece, sólo in­
nata en parte. En la mayoría de nosotros, puede ser una tierna
planta y necesita cuidadosa alimentación. Necesita el tipo de ali­
mentación que la literatura reflexiva de la mejor calidad, con un
poco de colorido histórico, puede proporcionar en su mejor forma.
Necesita algo equivalente a la educación clásica y es dificil decir
cuáles son los equivalentes adecuados. Sean los que fueren, se
necesitan con urgencia, si deseamos salvar a la arqueología de un
irresistible sesgo biológico.
En estas últimas consideraciones, puede parecer que el argumen­
to ha hecho un círculo. Comenzó con un sentimiento por el do­
minio completo de la tradición lingüística en ciertos campos del
estudio arqueológico y termina con una tristeza por el declinar
de esa tradición. En realidad, estoy lamentando una vez más la
idea de que la arqueología pase totalmente a las manos de los bió­
logos y los técnicos, tanto como lamenté el viejo y ahora perdido
monopolio del lingüista y del historiador. Hoy hay el riesgo efec­
tivo de una ruptura entre el humanismo y la ciencia en estas cues­
tiones, y ello ocurre justamente en el momento en que la unión
de las dos es posible y necesaria. La cooperación de biólogos, geó­
logos, botánicos y físicos en nuestras investigaciones es un bien­
venido portento; hay más lugar a duda cuando encontramos nuestro
campo de investigación pasando cada vez más a aquellos cuyos­
principales estudios ha sido en los terrenos de las ciencias natura­
les. El hombre, y que se nos perdone el repetirlo, para nosotros
es bastante más que un ingrediente en la química del cosmos; y un
curso de poesía o filosofía puede muy bien ser considerado como•
no menos importante para el joven arqueólogo -en este caso tam­
bién para el viejo- que un curso de cerámica o del análisis de,
polen.
Debemos terminar, entonces, esta parte del presente capítulo,.
con la trillada verdad de que el Hombre no sólo es el autor o el'
vehículo del curso de la cultura, sino que es también una persona-
248 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:

lidad. La lucha por la civilización ha sido la lucha por el mayor


desarrollo y la expresión más amplia de esa personalidad. El coro­
lario es que una buena parte de nuestro esfuerzo debe emplearse
en la exploración de sitios y regiones que prometen mostrarnos los
mejores adelantos de la civilización. En el presente no estamos
haciendo eso. Hace medio siglo la situación era diferente. Hadrian
Allcroft pudo escribir en 1908 : "Característicamente, los ingleses
que han hecho tanto por los hititas, los minoicos y los egipcios,
apenas han empleado hasta ahora los mismos métodos en los secre­
tos de su propio suelo." La situación se ha invertido en nuestros
días. Hoy, estamos demasiado contentos quizá con esos pequeños
secretos domésticos: año tras año empleamos en nuestra Isla una
habilidad y un entusiasmo abundantes en las cabañas o tumbas
de los postreros desechos del mundo antiguo. Muy cierto, con
(?llo añadimos algunas partículas al gran total del conocimiento
humano. Pero ¿qué importa verdaderamente todo ello? ¿Hasta
dónde llega realmente su importancia? ¿Qué sucede con el gran
mundo de otros lugares? No hace mucho estaba yo a más de 8 000
kilómetros de aquí, en la estepa del Turkestán, sobre un conjunto
de grandes montículos, hasta donde, edad tras edad, llegaron hom­
bres de China, del Mediterráneo y de la India, a cambiar sus mer­
cancías y a fertilizar sus ideas, a manifestar el mundo antiguo,
social y estéticamente, en la forma de gobierno más compleja
conocida por el hombre de entonces. Si no nos fuera dado menos
que trasladar unos cuantos eruditos nuestros por algunas tempora­
das a este gran taller de la civilización -o ciertamente a muchos
otros sitios del mismo gran potencial- ¿qué no ganaríamos en
nuestro conocimiento de las realizaciones humanas? ¿qué podría
ser para nosotros más importante que eso.
Este capítulo final, por lo tanto, es antes que nada un llamado
para una mayor concentración, por parte de los arqueólogos britá­
nicos, en las maduras proezas del hombre como animal social. A
veces me parece que somos capaces de comenzar la carrera en bue­
na forma, pero la abandonamos a la mitad del recorrido. Para
lograr un cambio, intentemos volver para dar el salto final. No
existe ninguna duda de que, en el Reino Unido, podemos dar una
práctica de campo inicial de una calidad que ocupa un primer
lugar en el mundo. Aquí, en Gran Bretaña está nuestro terreno de
prácticas; pero ¿dónde está nuestro desempeño final? La gran
:aventura sigue esperándonos en un mundo que se encoge y que
cada vez está más reglamentado; y ¿seguro que los aventureros
fueron alguna vez una exportación británica?
¿QUt DESENTERRAMOS Y POR QUt? 249
La palabra "aventura" nos da pie para evocar una o dos frases
marginales sobre un tema que me toca al corazón. El término
"aventura" es, desde luego, muy relativo. Algunos, como el falle­
cido Andrew Lang, se contentaron con encontrar "Aventuras entre
los libros". Otros necesitan ir a los polos o subir al monte Everest
para encontrarlas. Muchas de las llamadas aventuras son comple­
tamente falsas. El otro día leía yo una narración ridícula de un
aventurero profesional sobre un viaje a través del Paso de Khyber
a Kábul, que es hecho diariamente por innumerables carros de
verduleros. Se le describía como un viaje "a través del Paso de la
Muerte, a la Ciudad de la Sospecha Latente." * Pero, haciendo
.a un lado las tonterías, soy de la firme opinión de que nuestros
muchachos y muchachas no perderán nada con un poco de verda-
. deras aventuras, y la búsqueda, en su papel de arqueólogos, de las
huellas del hombre civilizado en las tierras de Asia o de Africa,
añadirá un estímulo incidental de un tipo que es cada vez más
difícil de encontrar en otra forma. Hace casi treinta años que John
Bochan escribió The Last Secrets, obra en la que ya anunciaba
el final de los descubrimientos en un mundo que no tiene más
nada que ocultarnos.. Sin embargo, hasta hace poco tiempo, la
joven Britania seguía tentada por los pasos en la aventura de
las mundanas promesas de gobernar un trozo de Asia muchas veces
mayor que Inglaterra, o por traficar con las tribus en el techo del
mundo. Ahora, en 1952, muchas de estas avenidas se han cerrado
debido a los cambios políticos. Mucha de la aventura potencial
en ultramar ha desaparecido repentinamente para siempre y, con
ella, aquella agudización y remodelado del carácter que es una de
sus consecuencias. Estoy hablando con toda mi serenidad, no como
un romántico. Lo romántico no es más que la aventura rememo­
rada en tranquilidad, desprovista de enfermedades y de inquietud,
de pulgas, de fiebres, de sed y de dolor de muelas, que suelen
ser las experiencias más corrientes. Recomiendo en estas líneas,
pues, la aventura directa como una medicina necesaria para el ca­
rácter de los jóvenes; y la arqueología, cuando es de la clase que
he estado presentando al lector, rebosa del tipo indicado de aven­
tura. Si alguna vez el estudiante en el frío retiro de su universidad
norteña, siente algo de "ese amor por el sol, ese aburrimiento del
Norte (cette fatigue du norc:l)", del que Madame de Stiiel escribió
pensando en Winckelman, dejémoslo entregarse a ello por un
tiempo y démosle la oportunidad de hacerlo. En último caso,
servirá para acrecentar su propio patriotismo y mientras tanto, le
• "City of Brooding Suspicion." [E.]
250 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
hará llegar bien, como un humanista aspirante, a las tierras del
Sur y de la salida del sol, donde las humanidades y la ciencia y
la civilización tuvieron su origen. No le hará daño y sí posible­
mente mucho bien.
Nos queda tocar ligeramente el gran problema de la potencia­
lidad real de nuestra evidencia arqueológica. ¿Adónde, en el me­
jor de los casos, puede llevamos? ¿Qué es, después de todo, lo que
más importa en esta disciplina de nosotros? Si vamos, quizá, a
seleccionar nuestro objetivo pensando en lo esencial un poco más
de lo que a veces hemos hecho, ¿qué es lo que en verdad regiría
nuestra elección? Hace poco, en una charla de sobremesa sobre
los valores relativos, a un arqueólogo de Palestina se le dijo impru­
dentemente que su país estaba más bien estancado. "Sí", replicó
con modestia, "pero, después de todo, nosotros produiimos la Tri­
nidad". En seguida la conversación decayó. Desde entonces he
estado pensando de nuevo cuál es el valor real de nuestra evidencia
arqueológica. ¿Qué es lo que nuestros fragmentos y piezas signi­
fican? Escuchemos las graves palabras que el Dr. John Donne
pronunció a este respecto hace tres siglos y medio:
No son las cenizas de un Roble en la chimenea el epitafio de
ese roble que puedan decinne cuán alto o cuán grande fue; tampoco
pueden decinne qué rebafios �brigó mientras en pie se mantuvo, ni
qué hombres llegó a herir cuando cayó. El polvo en las tumbas de
los personajes igualmente mudo es: nada nos dice y no distingue
a nadie. Lo mismo el polvo de un miserable a quien no querríais
ver, como el de un príncipe a quien no os atreveríais a hacerlo de
frente, dafiarían vuestros ojos, si el viento hasta ellos lo llevaran.
Y cuando el remolino ha soplado el polvo desde el cementerio hasta
la iglesia y el hombre lo ha barrido desde el templo hasta el patio,
¿quién sería aquel que distinguiera esos restos y se pronunciara di­
ciendo: éste es el Patricio, ésta es la noble harina; y aquélla la bur­
guesía, aquél el plebeyo grano?
¿Quién podría, por cierto? No el pobre arqueólogo, que lo me­
jor que puede hacer es embotellar el polvo y enviárselo, lleno de
esperanza, al Prof. Zeuner. No puede contradecírsele al doctor
Donne, pero nótese ¡ cuánto profundiza en una de las raíces de
nuestro estudio! En una ya clásica sentencia se ha dicho que una
gran nación puede dejar tras de sí sólo un pequeño montón de
basura. Y nosotros como arqueólogos practicantes, ¿podríamos dar
la palma al desconocido sumerio que fue enterrado en Ur con
sesenta y tres soldados con casco, servidores y damiselas enguirnal­
dadas de oro, dos carruajes y seis bueyes; o al Nazareno envuelto
¿QUJ;: DESENTERRAMOS Y POR QUJ;:? 251

en un paño, clavado en el Gólgota, entre dos ladrones? Yo sólo


planteo la pregunta, pero no puedo evitar el sentir que si la arque�
logía fuera el único árbitro, la respuesta no estaría en duda. Dén­
senos en cada ocasión cascos y guirnaldas de oro; dénsenos pan y
circo, con tal de que el pan esté carbonizado y los circos bien
provistos de buen bronce y de sólido mármol. Pero permítasenos,.
por lo menos, que en nuestra gratitud hacia estas cosas, podamos
recordar los valores perdidos, aquellos que no pueden medirse en
pulgadas o centímetros, ni en muestras de suelos, ni en manchones
de tizne en la tierra.
Todo esto no es muy animador. El arqueólogo puede encontrar
el tonel y al mismo tiempo perder a Diógenes. Puede contestar
con precisión botánica la pregunta de Browning : "¿Qué gachas
comía John Keats?", sin reconocer de pasada al autor de Endym­
ion. Debe aceptar estos riesgos consolándose con la reflexión · de
que no hay forma única de comprender los logros humanos que
no sea parcial y azarosa. El historiador literario que pasa por alto
el arte y la artesanía, así como el medio ambiente, puede perder
tanto como el arqueólogo, éste que puede damos un arpa sin su
música o un tonel sin su filósofo. Hagamos, por consiguiente, el
recuento de nuestras bendiciones. No podemos leer a satisfacción
los signos de los minoicos, pero sus palacios y sus frescos, sus cerá­
micas y joyas son, por sí mismos, un lenguaje pictográfico que nos
dice no poco de su manera de vivir, y nos dan indicios, no importa
cuan vagos sean, de su manera de pensar. Debemos, pues, conten­
tamos al hacer lo que podamos con aquellos materiales que nos
han sido legados, teniendo siempre plena conciencia de lo incom­
pletos que son.
He aquí, de este modo, los desiguales cimientos sobre los que se
espera que el arqueólogo trate de hacer una reconstrucción vital
de los ad elantos humanos en el pasado. Y en esta palabra "recons­
trucción" se incluye, así, literalmente, la recreación tridimensional :
El Palacio de Minos, tal como fue reconstruido por Sir Arthur
Evans; Little Woodbury, como fue re-creado por la Sra. Jacquetta­
Hawkes y sus colegas ( Lám. XXII ) ; el carro céltico puesto sobre
sus ruedas otra vez por Sir Cyril Fox. Y mientras aplaudimos estas
reconstrucciones, debemos tener cuidado de sus peligros En la
tarea de reconstruir podría pensarse que estamos a salvo cuando­
hacemos a un lado las grandes civilizaciones de la Antigüedad y
nos confinamos, como antropólogos, a las comunidades menos des­
arrolladas, a pueblos cuya ansiosa existencia pendía del eterno pro­
blema de escapar del hambre, de los dioses y de sus vecinos. Y eib
252 ARQUEOLOGIA DE CAMPO:
tanto que no podríamos esperar jamás seguir en sus detalles las
circunvoluciones de ese intrincado organismo llamado la "menta­
lidad no dirigida" e inevitablemente vamos a caer en muchos agu­
jeros en su razonamiento, sus meandros, por lo menos, pueden
quedar, en lo general, dentro de los horizontes de nuestra com­
prensión. Pero, cuando en la seguridad y amplitud de la vida ciu­
dadana ( civilización ) , el hombre tuvo tiempo de pensar entre las
comidas, empezó también entonces a escapársenos intelectualmen­
te, a no ser que hubiese sido total e inteligiblemente letrado. De
esta forma, no es difícil para el arqueólogo reconstruir el aspecto
humano de Little Woodbury, pero está cerca del límite de su po­
der el revitalizar a Mohenjo-Daro, a pesar de toda' su sorprendente
madurez y su admirable drenaje. Mohenjo-Daro queda como un
complejo solo y petrificado de otro mundo, una ciudad muerta de
los mlechchhas o extranjeros cuyas ininteligibles palabras no están
compensadas por ningún arte pictórico adecuado. La diferencia
estriba no sólo en las dimensiones relativas de los dos problemas,
sino y sobre todo, en sus calidades tan diferentes.
Repitamos, todo esto no nos satisface mucho el ánimo. Pero la
tarea de reconstrucción, sea tridimensional o bidimensional es una
tarea ante la que el arqueólogo no debe anonadarse. En cierta for­
ma es el coronamiento de su trabajo. Y es sorprendente y tranqui­
lizador darse cuenta de cuánto buen material constructivo puede
obtenerse de un pozo de basura o, como puede sobreentenderse
para el caso, del cuento de un tonel. . .
Y aquí llegamos al final de estos argumentos pero hemos de
añadir aún algo más. El autor de este libro representa el fin de una
generación activa. Desde su momentáneo ventajoso punto de vis­
ta, puede, por un lado, ver hacia atrás y observar el camino que
él y sus colegas han tratado de señalar durante los últimos treinta
años y, por otro lado, atisbar con esperanza en la neblina del fu­
turo. De las tres décadas ya pasadas puede afirmarse que tuvimos
que dedicar demasiado a la invención y elaboración de técnicas
básicas. Desde luego, este proceso continuará en el futuro, pero
quizá tenemos derecho a decir -aunque es imprudente profeti­
zar- que se ha llegado a un punto en el cual la mejoría técnica
será incidental y sobre todo será más bien en los detalles. Una
buena parte del rudo trabajo inicial ya se ha hecho; queda explo­
tarlo y desarrollarlo. Una segunda observación retrospectiva es que
nosotros tuvimos que dedicar, necesariamente, una gran parte de
nuestro tiempo a la sistematización de las culturas. Esto fue inevi­
table. Hace treinta años sabíamos muy poco, todos, dónde nos en-
¿QUt. DESENTERRAMOS Y POR QUt? 253 ,
contrábamos; y muy poco sabíamos también acerca de la extensión
y dirección de nuestro material. Tuvimos que comenzar por pre­
parar, laboriosamente, la gramática de nuestro tema. Ahora oien,
mientras se amplía esta gramática, al futuro le correponde emplear­
la constructiva y significativamente. Para cambiar la metáfora y
como lo dije en el capítulo x, nosotros hemos estado preparando
horarios; es tiempo ya de contar con algunos trenes. Los catálogos
culturales están muy bien, hasta donde llegan. Pero por sí mismos
no van muy lejos. Son los medios para llegar a un fin. Una nece­
sidad que todos reconocemos, hoy en día, es la exploración metó­
dica de la unidad social en una escala más extensa de lo que se
ha hecho hasta ahora normalmente. La fase del sondage o sea de
la exéavación en cala aislada, por muy hábilmente que esté hecha,
ahora ya está caduca en gran parte. Lo que ahora hace falta es
excavación horizontal en escala considerable. Tomemos, como un
ejemplo, un cementerio anglo-sajón. No es suficiente conocer su
período general y su carácter. Ahora nos es necesaria información
más precisa y amplia. ¿Cuántas tumbas contiene en total? ¿Qué
espacio de tiempo cubre? ¿Qué grados sociales indica? ¿Qué uni­
dad de población representa? Para contestar estas preguntas, nece­
sitamos el descubrimiento cuidadoso de todo un cementerio, no
sólo de algunas tumbas aquí y allá. Y, conociendo su significado,
puede ofrecerse una sugestión, aunque sólo sea como un ;eu d'es­
prit. Dejemos que algún investigador perseverante haga un estu­
dio actuario y cronológico de las lápidas razonablemente modernas
de algún pueblo no industrial de Inglaterra o de Escocia y compá­
rense sus grupos de entierros con los datos censales periódicos equi­
valentes de ese pueblo. ¿Qué proporción tiene una respecto a la
otra? Una serie de experimentos semejantes usados con el debido
cuidado y con un buen margen de reserva podrían introducir un
elemento nuevo de semi-objetividad en los problemas demográfi­
cos que son de tanta importancia vital para nuestra comprensión de
las sociedades del pasado. Es más, si se me preguntase qué pro­
blema más importante que otro debería tratar de resolverse durante
los próximos treinta años, bien fuese aquí o en otro lugar, yo
diría "el problema de los números". No es un exhorto fuera de
lugar, en un año censal y con el gran descubrimiento, de hace
pocos meses, del Prof. Max Mallowan sobre los censos del asirio
Nemrod, el urgir que se le asignen números a las gentes del pa­
sado. tste no es un trabajo fácil para el arqueólogo, pero esencial
si vamos a transformar unos huesos secos en algo que se parezca
a una viva historia social. Comencemos, pues, y al decir "comen-
2 54 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:

<:emos" quiero decir "vosotros, los de la nueva generación", esta


tarea con constancia y determinación. Hace tiempo que, en Troya,
-en Silchester, ·en Mohenjo-Daro, en Glastonbury, aprendimos a ca­
var la tierra y a anunciar sus tesoros. Después aprendimos, me­
diante la disección cuidadosa en pequeña escala, cómo explorar
analíticamente en profundidad. Ahora necesitamos hacer grandes
excavaciones tridimensionales, en las que se combinen los méritos
,de ambos métodos; hacer la excavación total de lugares de esta­
blecimiento completos, y lograr la acumulación de datos de con­
fianza para estimar la densidad y la estructura social de población.
Hasta ahora, poco se ha hecho de este trabajo indispensable y su
<listribución es muy desigual. En verdad que casi todo el problema
-social está ante nosotros, y por fin estamos preparados para ata­
carlo. Envidio a la nueva generación ante esta gran oportunidad
-como antes nunca existió- para investigar gentes más que sim­
ples cosas, y para capacitamos en el tiempo venidero, a contemplar
el pasado y el presente como una batalla simple, continua y no
,siempre perdida, entre el Hombre y su Medio ambiente y, sobre
todo, entre el Hombre y Sí mismo.
Y, con el privilegio de hablar desde una página impresa, se pue­
<le lanzar un reto final al joven arqueólogo. En años que ya pasa­
ron, Víctor Hugo nos recordó que todos estamos sentenciados a
muerte. Walter Pater añadió:
Tenemos un intervalo y luego nuestro lugar ya no nos ve más. . .
Nuestra única oportunidad está en aumentar ese intervalo, en tener
las más pulsaciones posibles dentro del tiempo dado. Las grandes
pasiones pueden darnos este sentido alerta de la vida, el éxtasis y
las penas del amor, las distintas formas de actividad entusiasta, des­
interesada o no, que por naturaleza llegan a tantos de nosotros. Sólo
que hay que estar seguros de que es pasión: de que se obtendrá ese
fruto de una excitable y múltiple conciencia.
:f:stas son bellas palabras de Walter Pater, bellas por cierto.
Aquí pueden servir para recordamos una vez por todas que el
dentífico, el arqueólogo, no es un simple empleado en una casa
<le banca, no es solamente un dibujante en un taller de dibujo.
Pasión, entusiasmo, Ilámesele como se quiera -"vitalidad", el ma­
nido élan vital, servirá a este propósito-, es la cualidad básica que
nuestra disciplina exige de nosotros y, si el lector, aquel que está
entrando en ella, no tiene consigo este sentido vital, yo le pediría
que busque una vocación menos humana y más finita que el estu­
dio de la humanidad . Ya hay suficientes pintores de brocha gorda
que imitan al artista.
Bibliografía
e
1 N D I CE S
BIBLIOGRAFfA SELECTA

R. J. C. Atkinson : Field Archaeology. Londres, 1 946.


K. M. Kenyon: Beginning in Archaeology. Londres, 1952.
Grahame Clark: Archaeology and Society. Londres, 1939.
O. G. S. Crawford : Archaeology in the Field. Londres, 1953.
F. E. Zeuner: Dating the Past. 2l1- ad., Londres, 1950.
A. Laming (editor ): La découverte du passé. París, 1952.
H. J. Plenderleith : The Preservation of Antiquities. Londres, 1 934.
Glyn E. Daniel : A Hundred Years of Archaeology. Londres, 1950.

-[ 256 ]-
lNDICE ANALlTICO *

A B
Acrópolis, 109 Babilonia, 97, 98
Adobes, 102-4; Lám. XII Ilactra, 109
construcciones de ( véase Construc- Bade, William Frederic, 2 5 n, 56 n
ciones de. . . ) B:igdad, 41
Adriano (véase Muralla de . . .) Baker, T., 170 n
Afganistán, 38, 109 Baksheesh, 180 ss
Africa, 30, 43, 169, 239, 242, 249 Balá Hisár (Fuerte Alto), 108, 1 10
Agua, para fines fotográficos, 206, Baliol, John de, 241 n
provisión de, 187 Balk, 109, l l 0
Alaja Hüyük, 38 Barrie, J. M., 1 58, 220
Albañilería, estilos antiguos, de, 50 Hcdfordshire, 1 1 5
Alejandro el Grande, 108 Bcech Bottom, 140, 141
Alemania, 39 Bengala, Golfo de, 1 50, 169
Alojamiento del personal, 164 Bersu, Gerhard, 27, 75, 1 54
Allcroft, Hadrian, 249 Bethel, 25, 27
Amaravliti, 146 Bhir, 40
Anderson, E. C., 46 Bhubaneswar, 1 5 1
Andhra, 61, 62 n, 63 n, 64, 146, 149, Birdoswald, 59
1 50 Blackbum, Kathleen, 60
Angons (jabalinas de hierro), 12 7 Bohemia, 39
Angulo de reposo, 73 Bombay, 17
Area, excavación en, 79 Box Moor, 218
Arikamedu, 70, 145, 1 46, 147, 1 48, Btahmagiri, 62, 63, 1 1 8, 146, 148,
1 50; Lám. XVI 149 ss; Lám. III
Arizona, 42 Brnidwood, R. J., 48
Armaduras para techo, 50 Brentford, 225
Amold, Matthew, 237 Broadmayne, 121 n
Amold, R. J., 46 Brogger, A., 102 11
Arpachiyah, 69 Browning, Robert, 251
Arretium, 145 Bruselas, 172
Asia, 30, 37 n, 43, 1 42, 249 Buchan, John, 249
Asia Menor, 37, 38 Bulldozer, amenaza del, 1 19
Asociación Británica para el Avance Burgh, Castillo de, 97
de la Ciencia, 46 n, 219, 228 B!ishe-Fox, J. P., 29, 99, 208
Asokano, imperio, 1 50 Bushnell, G. H. S., 46 n
At:iúdes, 99, 1 19, 1 2 5
Atkinson, R . J. C., 170 n c
Atlántico, 43
Augusto, 106, 142, 145, 147, 196 n Caerlon, Anfiteatro de, 93 ss, 94
Austria 39 Cairns, 1 8, 1 14 n, 120
Avebury, 1 1 4 Calas, 78-9, 106
Aventura, 249 s Calcuta, 19, 1 1 7 ,

• Las cifras e n cursivas s e refieren a alusiones e n las figuras.


-[ 257 ]-
258 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
Calendario egipcio, 37 Conferencia de Información Científi­
California, 42 ca de la Royal Society, 220
Cambridge ( Ingl.), 176 n, 239 Consejo de Arqueología Británica,
Campuzano, E. y T. T., 230 155
Camulodano, 143, 223 n Construcciones, de madera, 98-102;
c�rbón-14, 46 SS Lám. IX
"infladores", 47 de adobe, 102-4
Camarvon, 177 Contabilidad en el campo, 165
C3sivelauno, 138, 142 Cookson, M. B., 206
Cementerios, 84, 125; Lám. VII Corpora, 217 s
Cerámica, almacenamiento, 193 Cotton, M. Aylwin, 186
Andhra, 147 Cottrell, L., 38 n
Arretina, 55, 145, 146, 151 Cranbome Chase 20 n, 21 n, l 52,
asistente de, 168-9 216, 2 17 n, 223 n
clasificación, 192 Crawford, O. G. S., 223, 237
con punteado de ruleta, 146 ss, Creta, 38, 138, 158
147; Lám. XV Cronología, 33-51
Departamento de, 189-99 Cuadrandes, método de, 118
dibujo, 175 s, 218 Cuadrícula, 198; Lám. XVII
empaque, 193-4 Cuadros, método de, 79, 80 ss, 105
en climas secos, 198 Cuarteles, método de ( 1•éase Cua-
drantes)
restauración, 194 Cumberland, 59, 60 n
Samia, 190, 218 Curie, James, 222
.secado, Lám. XVII
lavado, 189
marcaje, 191 CH
puesta en bolsas, 192 Chagar Bazar, 38
Cercano Oriente, 24, 25, 41, 164, Chamberlain, A. F., 55 n
243 n Chandravalli, 40, 146, 147, 1 50; U-
César, 19, 139, 142 mina XV
Cistas, 1 8 Chanju-Daro, 70
de piedra, 119 C11arsada, 108, 1 10
megalíticas, 124 Childe, V. Gordon, 234, 236, 245 n
Cistvaens, 1 13 China 169, 248
"Ciudad de la Sospecha Latente", Choudury, K. A., 99
249 Churchill, Winston S., 235
Clark, Grahame 29, 48, 98, 120 n, Chuzzlewit, Martín, 176 n
222, 223, 230, 239
Ciad:, J. G. D., 198 n D
Claudio, 50 n
Clío, 225 n, 229 n, 244 n Darwin, Charles, 2 30
Clisés, 231, 233 Dda, Hywel, 64
Cochet, Abad, 5 Deeman, Esther B. van, 50 n
Coffey, G., 48 n De Geer, 39
Coity, l l9, 129 Delougaz, Pinhas, 30 n
Colchester, 142 n Dendrocronología, 42, 43
Colotipia 208 Dctweiler, H., 170 n
Comisión Real de Monumentos His­ Dibujante, 172-6
tóricos, 174 Dickens, Charles, 176 n
Comorin, cabo, 145 Dic-kins, Bruce, 12 n
INDICE ANALlTICO 159
Diógenes, 251 F
Diospolis Parva, 48
Director de una excavación' 1 57 Falle, H. J., 102 n
Diyala, 30 n, 41 Ferguson, James, 148
Donne, John, 250 Filtros, 208, 209
Dorset, 19, 23, 59, 79, 121, 129 Fleet Street, 1 58
Douglass, A. E., 42 Flintshire, 1 1 5, 116
Dunstable 1 1 5 Flúor, prueba del, en los huesos 44'
Dura-Europos, 106 45, 46
Foro Romano, 2 42
E Foso, el, 1 39; Lám. XVIII
Egipto, 48, 65, 98, 240, 248 Fotografía, 169-70, 206-12
Elefanta, cuevas de, 207 control, 212
Elia, 219 equipo, 2 1 3
Emerson, Ralph Waldo, 64, 70 desde l o alto, 211; Lám. XIX
incorrecta, 207, 224; Lám. XXI
Empalmes rectos, 96 Foucher, A., 109
Enfermería en el campo 165 Fox, Cyril, 11, 12 n, 1 1 5, 116, 117,
Enrique VIII, 50
Entierros 12, 1 5, 1 8, 84, 99; Lámi­ 119, 120, 222, 239, 251
nas IX y XIV Fox, Lane, 19
Equipo, de los dirigentes, 182 Francia, 17, 39, 50, 1 56, 239
de los peones, 18 3 Frankfort, Henri, 243
para cerámica, 188 Frantz, Alison, 209
para excavaciones, 164 Frazer, J. G., 229
para fotografía, 2 1 3 G
Ervine, John, 230
Escala en fotografía, 205, 207 Gales, 11, 14, 1 56, 176, 225, 242
Escaleras antiguas, 50 Galia, 41 n
Escandinavia, 39 Galley Hill, 44 n, 4 5
Escocia, 14, 253 Gallienne, R . le, 227 n
Escuela Británica de Arqueología Gamp, Mrs., 176
Egipcia, 8 Gawra, 70
Escuelas Americanas de Investigación Gedye, lone, 200 ·
Oriental, 8 Génesis, Libro del, 243
Estacas, 84-5, 86, 87·' Láms. V' VI Gengis-Khan, 109
y VII Gc:rgovia, 19
Estados Unidos, 54, 229 Gezzer, 59, 64
Estrategia en una excavación, 1 37-55
Estratificación, 67, 72, 92, 94; Lámi- Ghates Orientales, 1 50
na III G1ants' Hills, 122
Estratigrafía, 40, 52-76 Gibbon, Edward, 1 57
I�structura, excavación de una, 89- Giffen, A. E. van, 120 n
104 Giyan, 70
Etiquetas, 69, 1 89 Gladstonbury, 1 53, 1 54, 254
Evans, Arthur, 38, 1 58, 240 s, 251 Glamorgan, 1 19, 120 n, 129
Evans, Joan, 38, 240 Cloucestershire, 215
Evans John, 218, 240 Cowers, Emest, 220, 229 n
Evolución, 20, 34 Gráficas, 223
Excavación de una estructura, 89-104 Gravas, análisis de, 4 3
en área, 79 Grecia, 240, 246
por trincheras, 78, 84 Greenwell, canónigo, 1 5, 16
260 ARQUEOLOGlA DE CAMPO:
Grimes, W. F., 120 n, 127, 1 29, 131 Instituto Arqueológico (Real ) , 1 5 n
Guillermo el Conquistador, 106 Iustituto Hindú de Investigación Fo-
restal, 99
H Jrak, 48, 60, 177, 180; Llm. 11
Irán, 25, 28, 69; Um. XIV
H;:chas de Piedra, Cultura, 61, 62 Ishtar, Gran Entrada de, 97
Haldane, J. B . S., 230 Islámico, restos tipo, 108
Hallazgos ( véase Pequeños. . . )
Harappa, 30 31, 84, 99, 106, 111, J
125, 212; Láms. VII, IX y XII
Harris, Mrs., 176 Jarmo, 48
Haverfield, H. J. C., 229, 240 Johson, Frederick, 46 n
Hawkes, Christopher, 22 3, 2 30 Joues, William, 19
Hawkes, Jacquetta, 52, 225, 230, 251 Jeans, J. H., 230
Herculano, 14 Jefferson, Thomas, 54, 55
Hemani, 109 Jenkins, W. J., 170 n
Hertfordshire, 14, 1 38, 140, 142; U- Jerga profesional, 228, 229
mina VIII Jericó, 37
Herts, 218 Je.rjes, 9
Herramientas, 182-5; Llm. XVI Jerusalén, 24; Llm. XX
H1ssar, 70
Hititas, 248 K
Hiuen Tsang, 108
Hobson, 176 Kii.bul, 249
Holanda, 27, 98, 120 Kapp, R. O., 2 19, 220
Holmes, T. Rice, 19 n Keats, John, 251
Homero, 17 Kent, 15, 16, 17, 45, 68 n; Um. IX
Honorio, 106 Kenyon, Kathleen, 8, 96
"Horizontal", excavación, 157 Kenyon, K. M., 49 n
Horno prehistórico, 129 Khafajah, 41; Lám. 11
Hoskins, C. Randall, 44 n Khyber ( véase Paso de . . . )
Huesos, 196-7, 205 Knossos, 38
Hugo, Víctor, 254 Koldeway, R., 97, 98 n
Hungáa, 39 Kondapur, 146
Huxley, Julian, 2 16, 222, 230, 243 Kurdas, colinas, 48
Hyderabad, Estado de, 17, 18, 146,
148
L
I
Laboratorio de campo, 200-5
Iluminación, fotográfica, 207; Lami­ Laucashire, 120
na VIII Lang, Andrew 249
en la excavación, 80 Lea, río, 141
Ilustraciones, 223, 224, 231-4; Lami­ Leakey, L. S. B ., 239
na XX Lebensraum ( espacio vital) , 179-
India, 16, 17, 34, 62, 74, 84 n, 1 17, Leiden, 98
124, 144, 145, 147, 1 56, 169, Leroi-Gourhan, A., 126 n
202 n, 248; Ums. III y XV Leston, G. M., 170
Indo, río, 106, 153 Leland, 1 3
Cultura del, 34, 65, 66, 125 Lente, 209 ss
Inspección Arqueológica de la India, Libby, W. F., 46, 48
27, 74, 108 Limes, Comisión del, 13, 29, 30.
INDICE ANAL1TICO 261
Lincolnshire, 99, 122; Lám. X (véase Minos, 38 n, 246
también Skendleby) Palacio de, 2 5 l
Listas de Reyes, antiguas, 37 Misión Arqueológica Francesa 109
Litografía, 2 34 Mohenjo-Daro, 65, 70, 106, l l0, 1 53,
Little Woodbury, 154, 251, 252; 154, 252, 254
Lám. XXII Molduras, aplanadas, 50,
Livia, Casa de, 242 góticas, 50
Loess, 39, 4 3, 44 Monedas, catalogación, 19 5-6
Londres, 14 n, 34, 158 n registro, 19 5
Long Bredy, 121 n tratamiento, 202
Long, J. V. P., 46 n l\íonmouthshire, 93, 94
Lowther, A. W. G., 4 3 n Montagu, M. F. Ashley, 44 n
Lydney Park, 215 Montgomeryshire, 120
Monzón, 30
LL Mosaico, pavimentos de, levantamien-
to, 133-6
Lloyd, Seton, 30 n Mosul, 38
Mottes, 106
Movius, Hallam L., 46 n, 47 n
M Muralla de Adriano, 59, 2 39
Muros "fantasmas", 96; Lám. VIII
Madera, construcciones ( véase Cons­ Museo Británico, 14, 45, 133, 146
trucciones de. . .) Museo de Dorchester, 129
objetos de, 204 Museo del Louvre, 8
Madrás, Museo ( véase Museo de. . . ) l\foseo de Madrás, 145, 146, 148
Maiden Castle, 79, 121 n; Láms. VI Museo Nacional de Gales, l l
y VII Mysore, Estado de, 61, 62, 64, 1 1 8,
Maidstone 15 146; Láms. III y XV
Mallowan, Max, 253
Mankato, avance glaciatoáo, 48
Manual de Excavaciones, 180 N
Marco Antonio, 1 1
Marcos de ventanas, 50 Ni;bucodonosor, 97
Mar del Norte, 4 1 Napoleón I, 9
Marshall, John, 107, 153 Napoleón III, 13, 17, 79
Maski, 146 Negativo, evidencia en, 100
Mattingly y Sydenham, 196, 217 Newbould, Theodora, 8
McCown, C. C., 49 n, 56 n Newcastle, 60
Mediterráneo, 30, 146, 248 Newstead, 222
Megalítica, Cultura, 61, 64, 149, 150 Newton, Issac, 52, 53
Merewether, deán, 1 14 Nilo, 40, 246
Mesopotamia, 65, 69, 144 Nínive, 70
Metal, 202 Nissen, Heinách, 188
Método, de cuadrantes (véase Cua- Niveles, Lám. 11
drantes) naturales, 67
de cuadros ( véase Cuadros) artificiales, 67
de cuarteles (véase Cuadrantes) unidades de, 68
pictóáco, para cortes, 75
Micenas, 17, 55 o
Microlitos, 149
Mínoica, Civilización, 1 38 Oaklay, Kenneth, 44, 4 5
Minoicos, 248 Offa, Dique de, 1 2
262 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
"Ojo de buey", 124 P1ovisiones para el campo, 165
Oldfield, E., 15 n, 245 n Pt blicación: 215-24
O'Neil, B. H. St. J., 217 Publicidad, 224-30
Oppidum, 141, 142 Punjab, 84, 99, 107, 153; Láms. VII,
Orissa, 150 IX, XII y XIII
Oseberg, 102 n Puri, 151
Oxford, 148, 158, 237, 240 Puskalavati, 108

p Q
Pakistán, 30, 31, 34, 40, 108, 153 Quiller-Couch, Arthur, 229, 230
Palacio de Minos ( véase Minos) Químico de campo, 172
Palatino, 242 R
Palestina, 24, 25, 26, 27, 37, 40, 49,
59, 117, 246, 250 Radiación solar, 43
París, 109 Ras Shamra, 37
Paris, Matthew, 96 Reconstrucción prehistórica, Lámi­
Partia, 154 na XXII
Parry, R., 170 n Registro, de datos, 6 5, 84, 217
Paso de Khyber,249 tridimensional, 23, 87-8
Paso de la Muerte, 249 Reiser, G. A., 50 n
Pater, Walter, 254 Richborough, 99; Lám. IX
Pax Romana, 142 Richmond, Ian, 29, 59, 239
Pengelly, W., 68 n Rivanna, 54
Penk, 39 Rivoira, G. T., 50 n
Pentridge, cursus de, 121 n Roma, 31 n, 50, 94, 140, 174 n, 242
Pequeños hallazgos, 186 246
cómo se anotan, 194-5 Romana (moneda) , Beech Bottom,
quién los anota, 166 141
"Peristalitos", 124 India, 141, 150
Persia, 144 registro, 217
Personal de una excavación, 156-81 Rotulación, 68-9
Peshliwar, 108 Rowntree, A., 41 n
Petrie, W. W. Flinders: 21, 24, 40, Roy, general, 13
48, 65, 103, 105, 106, 112, 144, Royal Society, 19, 219, 220
215, 216, 217; Lám. XX
Phillips, C. W., 99 ss, 122 s
Piggott, Sra. Stuart, 239
Piggott, Stuart, 153, 222 Sabratha, 53
Piltdown, 44 n, 45 Salamina, 9
Pitt Rivers, 7, 13, 19, 20, 23, 24, 29, Salisbury, 154
30, 121, 122, 154, 215, 216, 217, Samia, cerámica, 190, 218
222, 223, 225, 240 Samos, 190 n
Plenderleith, H. J., 133. 200 n, 202 n San Albano, 14, 138, 143
Polen, análisis de, 39, 198 San Germán de Auxerre, 138
Pompeya, 14 Scarborough, 40, 41 n; Lám. 11
Pond Caim, 119 Schaeffer, Claude, 37, 38
Pondicherry, 55, 145 Schetelig, Haakon, 102 n
Pozos, de control, 82 Schliemann, 17, 55
de entierro, Lám. XIV Seamer, 48, 98
para almacén, 58 Sellos, 204
INDICE ANAL1TICO 263
Servicios en el campo, 186. Tarsus, 38
Servicio Civil (Ingl.), 220 Taxilia, 40, 84, 1 07, 109 n, 1 53, 1 54;
Sialk, 25, 28 Láms. V, VII y X
Sikh, restos tipo, 108 Taylor, Meadows, 16, 17, 18, 148
Silchester, 1 52, 1 54, 254 Taylor, Walter W., 10 n, 51 n, 235
Simpson, F. Gerald, 41, 59 Tel Brak, 38
Sin, Lám. 11 Tell, 31, 105, 108, 109, 1 1 0, 1 1 1,
Singapur, 34 1 12; Lám. XIII
Siria, 37, 1 17 Tell el Ajjül, 25, 26
Sirio ( véase Sothis) Tell el Amama, 37
Sirkap, 40, 107 Tell en-Nasbeh, 49, 56 n
Sisupalgarh, 1 51 Temblores de tierra, 37-8
Sitios de poblado, exploración de, Tepe Gawra, 38
105-12 Tepe Sialk, Lám. XIV
Skendleby, 99 ss, 1 22, 124; Lám. X Terra sigillata, 168, 176, 217
Sloden, 174 n Thickthome, 121 n
Smith, William, 53 Tiberio, 147, 1 50; Lám. XV
Sociedad de Anticuarios de Escocia, Tipología, 48-9
14 Tirinto, 55
Sociedad de Anticuarios de Lon­ Topografía, 170-2
dres, 8 Torquay, 68 n
Sociedad Prehistórica Francesa, 24, Torre de Londres, 1 06
180 Toynbee, Amold, 240
Solifluxión, 39 Trabajadores en el campo, 176-81
Sondages, 78, 106, 253 Trevelyan, G. M., 220, 225, 229, 244
Sothis, 36, 37 Trincheras, 84, 86; Láms. I, VI, VII,
Spengler, 242, 243 VIII, X, y XVIII
St.ael, Madame de, 249 Tripolitania, 5 3
Stanwick, 1 3 3 Troya, 17, 38, 55, 254
Stoffel, coronel, 17, 79 Túmulos, 1 5, 16, 54 s, 99, 1 14, 1 1 5,
Stukeley, 174, 240 1 16, 1 1 7, 1 20, 1 24
Stüpas budistas, 1 20 Turkestán, 30, 109, 248
Subdirector de una excavación, 164-5 Tyne, río, 60
Suecia, 38, 57, 102 n
Suelos, 196-7 u
coloración, Lám. IX
Suez, 30 Ucrania, 39
Suffolk, 97, 99; Lám. XI Ugarit, 37, 38
Summer, Heywood, 174 Uquair, 69
Supervisores de sitio, 165-6 Ur, 1 1 3, 125, 1 31, 1 32
Susa, 70 Uruk, 69
Sussex, 4 5 Ussher, arzobispo, 36
Sutton Hoo, 99, 1 00, 102, 1 1 3, 127,
129, 1 31, 1 37; Lám. XI V
Swanscombe, 4 5
Swat, rlo, 1 08 Van Giffen, 27, 98, 1 20
Varvas, 38, 39
T Vegetación, 60
Ver, río, 141
Táctica en una excavación, 135-55 "Vertical", excavación, 1 51
T:imesis, 225 "Verticalidades", l 00
264 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:
Verulamio, 96, 97, 99 n, 1 38, 1 39, Wooley, Leonard, 125, 126 n, 131,
140; 141, · 143; Láms. VJII y 2 30
XVIII \\'or, 21, 2 3 n, 121, 122
Virginia (E.U.A.), 14, 54, 55 n Wroxeter, 208, 2 17
w y
Wave-farers, 113 Yorkshire, 1 5, 40, 48, 98, 120, 133,
Westmorland, 60 n 2 39; Um. II
Wheathampstead, 141, 143
Wheeler, T. V., 133 Ysceifiog, 115, 1 16, 1 17
Wiltshire, 19, 21; Um. XXII
VVinclcelman, 249 z
Winkelbury, 2 1
Wisconsin, glaciación de, 48 Zanjas, 84, 90, 1 15, 116, 1 17
Withman, Walt, 70 Zeuner, F. E., 39 n, 42, 44 n, 46 n,
Woodward, Llewellyn, 2 37, 245 250
fNDICE DE LAMINAS

Entre las pp. 16 y 17


I. Excavación de un túmulo en 1 844.
JT. A. Pozo de la Edad de Hierro en Scarborough. B. Cor­
te que muestra 16 capas, en Khafiijah.
III. Estratigrafía en Brahmagiri.
IV. A . El caos en una excavación. B. La disciplina en una
excavación.

Entre las pp. 96 y 97


v. Plano de una excavación en área.
VI. Trinchera con sus estacas para el registro tridimensional.
VII. A , Trinchera con estacas, en Taxila-Sirkap. B, Trinche­
ra que une dos áreas de cementerio, en Harappa.
VIII. A , Muro "fantasma", en Verulamio. B, Plano obtenido
' al limpiar las trincheras dejadas por ladrones de muros.
IX. A , Construcción romana hecha con troncos de árbol,
en Richborough. B. Entierro del año 2000 a. c., en
Harappá.
X. Huellas de una armazón en el túmulo largo de Skend­
leby, Lincolnshire.
XI. Huellas del barco de Sutton Hoo. Suffolk.
XII. Corte a través de las defensas de adobe de la ciudad de
Harappa.

Entre las pp. 1 12 y 1 13


XIII. Fotografía aérea de una sección de la ciudad de Taxila.
XIV. A , Un tell típico, en Irán. B. Excavación de 1m pozo
de entierro, en Brahmagiri.
XV. A. Moneda de plata, de Tiberio (26-37 d. c.), Chandra­
valli. B. Cerámica con punteado de ruleta (siglo I d. c.),
Arikamedu.
-[ 265 ] -
266 ARQUEOLOGfA DE CAMPO:
E111rt las pp. /92 y /93
X V I.
Selección de herramientas para una e x c a v a c i ó n en
Oriente.
XVII. Cuadrícula para el oreado de cerámica en climas secos.
XVIII. Corte a través del terraplén de "El Foso", en Veru­
lamio.
XIX. Torre para fotografiar desde un ángulo alto.

Entre las pp. 224 y 225


XX. ¡ Cómo no deben hacerse las ilustraciones !
XXI. Ejemplo de fotografías con exceso de motivos.
XXII. Reconstrucción de una vivienda de la Edad de Hierro.
tNDICE DE FIGURAS

l. Corte de un sepulcro megalítico, en Hyderabad, India . 18


2. Corte en el foso del túmulo de Wor, Dorset . . . . . . . . 22-23
3. Parte de un corte a través de Tell el Ajjúl, Palestina . . 26
4. Corte en el sitio de Bethel, Palestina . . . . . . . . . . . . . . . 27
5. Corte en el montículo de Sialk, Irán . . . . . . . . . . . . . . . 28
6. Corte de una parte de Harappa, Pakistán . . . . . . . . . . . . 30
7. Corte de una parte de un cementerio en Harappa . . . . 31
8. Corte que ilustra una sucesión aparente de estratos . . . 58
9. Corte en Brahmagiri, Mysore, India . . . . . . . . . . . . . . . . 62
10. Tabulación de tiestos que representa las 3 culturas de
Brahmagiri . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
1 1 . Estratificación de un montículo-habitación y falacia del
control por niveles artificiales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
12. Técnica del dibujo de cortes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
1 3. Símbolos para los dibujos de cortes . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
14. Método pictórico de dibujar cortes . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
1 5. Plano de una trinchera para registros tridimensionales . 86
16. Relac_ión de est�tos con un muro y su remoción por ex-
cavación sumana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
1 7. Muro externo del Anfiteatro romano de Caerleon, Mon-
mouthshire y su estratigrafía relacionada . . . . . . . . . . . . . 94
18. Plano del túmulo de Ysceifiog, Flintshire . . . . . . . . . . . 116
19. Cortes seleccionados del túmulo de Ysceifiog . . . . . . . . 117
20. Sitios sucesivos del Verulamio pre-romano y romano . . 140
21. Mapa de la India, con los sitios que han producido ce­
rámica con punteado de ruleta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

-[ 267 ]-
1NDICE GENERAL

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
I.INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . • . . • • 9
11.ASPECTO HISTÓRICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
III. LA CRONOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • • • • • 33
IV. LA ESTRATIGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
V. EL PLAN DE UNA EXCAVACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . • . • 77
l. Calas o "sondages" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
2. Excavación en área . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
3. Trincheras substantivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
VI. LA EXCAVACIÓN DE UNA ESTRUCTURA . . . . . . . . . . . . . . . 89
Muros "fantasmas" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96
Empalmes rectos en los muros . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96
Construcciones de madera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98
Construcciones de adobe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
VII. EXPLORANDO SITIOS DE POBLADO . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
VIII. Los ENTIERROS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . 113
Túmulos redondos y "cairns" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 14
Túmulos alargados y "cairns" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
Cementerios "planos" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
IX. TRABAJO DE RELOJERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
X. TÁCTICA Y ESTRATEGIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 37
XI. EL PERSONAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 56
El director . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 57
El subdirector . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164
Los supervisores de sitio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
El capataz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
El anotador de pequeños hallazgos . . . . . . . . . . . . . . 166
El asistente de cerámica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168
El fotógrafo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
El topógrafo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
El químico de campo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172
El dibujante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172
Los trabajadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
XII. LAS HERRAMIENTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182
a) Equipo del grupo dirigente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182
b) Equipo de los trabajadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
XIII. EL DEPARTAMENTO DE CERÁMICA . . . . . . . . . . . . . . . . . 186
Los "hallazgos" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186
-[ 269 ]-
270 ARQUEOLOG1A DE CAMPO:

Servicios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186
Horas de trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
Lugar y abastecimiento de agua . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
Equipo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188
Lavado de cerámica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
Cómo se marca la cerámica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191
Clasificación y puesta en bolsas . . . . . . . . . . . . . . . . . 192
Almacenamiento de cerámica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Empaque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
Restauración de la cerámica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 94
Anotación de "los pequeños hallazgos" . . . . . . . . . . . 194
Registro de monedas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195
Huesos y suelos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196
Plan para climas secos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 198
XIV. EL LABORATORIO DE CAMPO . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . 200
l. Objetos metálicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
2. Monedas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
3. Tablillas o sellos de arcilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
4. Objetos de madera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
5. Huesos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
XV. LA FOTOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . • . • . . . . . . . . . 206
Administración y mantenimiento de control . . . . . . . 212
Equipo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
XVI. PUBLICACIÓN Y PUBLICIDAD • . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . 215
Apéndice al capítulo XVI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
a) Clisés de medio tono . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
b) Clisés de línea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
e) Litografía . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234
XVII. ¿QuÉ DESENTERRAMOS Y POR QUÉ? . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 35
Bibliogafía Selecta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 256
Indice Analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
1ndice de Láminas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265
1ndice de Figuras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
Se terminó de imprimir
este libro,
Arqueología de campo,
el día 30 de Enero de 1 979,
en los Talleres de Gráficas
Elica - Boyer, S - Madrid-32
Edición preparada por el
Departamento Editorial
del F.C.E., México.
LÁMINA l. Excavación de un túmulo en 1844. (Gentleman's Magazine, 18;2.)
(Véase p. 15.)

,.,
LÁMINA II. A. Pozo de la Edad de Hierro Temprana, en ·Scarborough, Yo,k­
shire, cortado para mostrar 3 fases interrumpidas del relleno. B . Corte que
mucs.tra
• 16 capas sucesivas de aplanado en el mnro del templo de Sin, deidad
lunar, en Khaff•jah, Irak. (Véase p. -+I .)
Lhr1:-..- 111. Estratigrafía en Brahmagin, Est:1do de \l)SOTl Ind,a.
(Véanse pp. 6 1 y 62.)
i..., ,,1:-- \ \ l. l'nnc:hcra c:on sus cst. 1<.:as para el rcg1stw maw,cns1onal. \la1clu,
Castk:. 193'í. (Véase p. 8·U
t..,,11, \ \'Il ,\_ Trim:hcra con sus estaca� para el registro trid11,1u1,1 ,i 1 .
1 :l\ciLi-Sirkap. 19-t5.) 13. l 'rinchera semejante a la anterior. y la <11.d nu,. t,. ,s
:írt'a, de rementcrio. J larappa, Punj·1b. 19-t6. l\ 1et1,e p. '--1 l
l .u11:-. 1 \ lll. ,-\_ :\!uro "fant.1sma" en \'crulamio, l lcrtford\h1rc. l l/�J
H \ <"111l.111110, entrada norte. PJrte del plano que se obt111o al l1mp1ar L1,
lri11c-ht'ras hechas por lo, ladrones de muros. (Véase p. 96. 1
L '"1", !'\. . \. ConstnKción roma11.1 hecha c·on trom·o� dl! :írhol. u1 !{1< h
boron¡;h Kmt. trazada mediante colorac:iú11 del �ndo. B. J, 1111010 cid
M1n :111111 ,1 c.. aproximadamente, en Jlarappa, Pnnjah. Se ,c:n l;l\ !.11111:"
dd ataúd de madua. 1 \'ea�e p. 99. i
l . i,11,, '\ llul'!las de la armazon a manera ele zarzo o ca1,i1,1 rn d t111111il11
largo d,· Skrndlel>y, Lincolnshirc (\ éa,c p. 1 1 )
o..
"�.
>
''»
1 ,,11,, '11. Cw tc a tra1és de lls dckma, de adoh� de la c:mdad de I l.1r-ipp'i.
1', ni:ih. rnnstruida antLS del aiw 2000 a. e:. ( \'éasc: p. ] IH )
r
¡,.
L

Ln11'\", X[\'. A. Un tell típico ( T epe Sialk, Irán central ) . La figura humana
q11c indica la flecha sin·c de escala. (Véase p. 108.) B. F.�<:avación de un
pozo de entierro (Siglos I ó u a. c. ) , en Brahmagiri, Estado de \Irsorc,
India. \quí se muestra el ''método de cuarteles" o "de cuadrantes" que se
siguió en la exca,·ación. (Véase p. 1 1 S.)
L \ 1 n,u., ilc: pl ta, l', 1 1 'lCP ,, , fcch,
C I de "' 1q re Indi "e•J• ,o l l , \,
p , , , < e ,1p l < 1 c. e , _\•ib1 1, J11 , , , • ,.J Si r .:·
••
••
••

--
1 9

LÁ�1" \ :\\ l. Selección dt hl'rrnmicntas para una c�ca\' ación en 011t·11tl' .

--aa¡-
(\'éasc p. 185.)

JO

1.5

ll
�! !
� /9 19 e;) el ,U 23 24 25
U, \ \\ JII. Pcirtc de un corte a trav<:s d ·l terraplén Jl ··FJ ' ' "'
Vt ,bn '" Se puede obscn ar aquí una par ·d de césped cnu.:rr II u 1 1 1
tie 1 1ra a, pc:rn visibk mediante una cuidadosa iluminaciun 1 «11 ,,
pp. 206 y 207.)
LÁMINA XIX. Torre para fotografiar desde un ángulo alto. (Véase p. 2 1 1 . )
A. ''Sir Flindns PetriL lll �I p,1
bo de la Esc11ela ck Jc1m�lu,"

B. "\ ·asija dl· robre , 1

l 1e \[. S. \'ak I larap¡ia I Hl,


I 9·H)) .

l \�11, \ ::\.'.\. ¡Cómo no deben hacerse las ilustraciones! Dos c¡,111pln1 um


SI', pies de grabado, reproducciones de publicaciones bien conocida, ( \'é,111.,e
pp. 208 y 223.)
LÁMINA XXI. Fotografías con exceso de motivos, de temas no preparados adecuadamente. ( Véanse pp. 207 y 22 3.)
LAl\HNA XXII. l<.econstrucc1ón de una v1v1enda de la Edad de Hierro T emprana, en L1ttle Woodbury, W1ltshHe.
(Véase p. 251.)
L�l\llNA l\'. A. Caos: Exca1·ación en Oriente, 1935. B. Di�ciplina: Exca\'ación
en Arikamedu, India del Sur, 1945. ( \'éase p. 77.)

Vous aimerez peut-être aussi